Uribe Jaramillo Alfonso - El Señor sana

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ESPÍRITU Y VIDA EL SEN SANA • r ALFONSO URIBE JARAMILLO

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ESPÍRITU Y VIDA

EL SEN SANA

• r

ALFONSO URIBE JARAMILLO

COLECCIÓN

ESPÍRITU Y VIDA

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ALFONSO URIBE J.

EL SEÑOR SANA

SEGUNDA EDICIÓN

EDICIONES PAULINAS

V. 619 © 1976, by Ediclenes Paulinas, Bogotá (Colombia!

CONTENIDO

Invitación 7

Introducción 9

1 Una semana maravillosa 11

2 Bautismo en el Espíritu Santo 20

3 ¿Qué se requiere para recibir este don? 24

4 Oración en lenguas 27

5 Testimonios sobre el bautismo y don de lenguas 32

6 Sanación 38

7 ¿Para qué fue enviado Jesús?N 42

8 ¿Por qué atraen los santuarios? 47

9 Les acompañarán señales 50

10 Algunas aclaraciones 55

11 ¿Qué debemos hacer para recibir el poder sanador del Señor? 66

12 ¿Cómo orar para la sanación? , 70

13 Sanación física y unción de los enfermos 74

14 Cristo nos sana 79

15 Un método de sanación interior 85

16 Ministerio de sanación 94

17 El ministerio de la sanación interior 96

18 Sanación interior y sacramento

de la reconciliación 103

Advertencias 101

Apéndice 105

INVITACIÓN

Dios es la fuente de nuestra alegría, ¡a meta de nuestro camino. Por medio de Jesucristo u con el don de su Espíritu, se nos ha entregado completamente. Porque quiere compartir con nosotros toda su persona, su vida, desde ahora.

Nos pide solo que abramos las manos y el corazón para acogerlo, para recibir los dones con los cuales quiere manifestarse, desde noso­tros, a todos los hombres, al mundo entero.

Guiados por la invitación que nos hace el Papa Pablo VI y por las orientaciones y viven­cias que nos ofrece Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, Obispo de Sonsón-Rionegro (Colom­bia), acojamos con alegría a Dios Padre, por Jesucristo en el don del Espíritu Santo. Y com­partamos todos los dones que su venida y presencia en nosotros nos dispensa, con todos nuestros hermanos.

FUENTE INAGOTABLE DE NUESTRA ALEGRÍA

"La alegría pascual no es solamente la de una transfiguración posible: es la de una nue­va presencia de Cristo resucitado, que dispensa a los suyos el Espíritu, para que habite en ellos. Así el Espíritu Paráclito es dado a la Iglesia como principio inagotable de su alegría de esposa de Cristo glorificado. El lo envía de

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nuevo para recordar, mediante el ministerio de gracia y de verdad ejercido por los suce­sores de los Apóstoles, la enseñanza misma del Señor. El suscitó en la Iglesia la vida divina y el apostolado. Y el cristiano sabe que este Espíritu no se extinguirá jamás en el curso de la historia. La fuente de esperanza manifes­tada en Pentecostés no se agotará.

El Espíritu que procede del Padre y del Hijo, de quienes es el amor mutuo viviente, es pues comunicado al pueblo de la Nueva Alianza y a cada alma que se muestre disponible a su acción ínt ima: El hace de nosotros su morada, "dulce huésped del alma". Con El habitan en el corazón del hombre el Padre y el Hijo (cf Jn 16, 20-22; 2 Co 1, 4; 7, 4-6); el Espíritu Santo suscita en el corazón humano una ple­garia filial impregnada de acción de gracias, que brota de lo íntimo del alma en oración, y se expresa en la alabanza, la acción de gracias, la reparación y la súplica. Entonces podemos gustar la alegría propiamente espiritual, que es fruto del Espíritu Santo (cf Rm 14, 17; Gá 5, 2 2 ) . Consiste esta alegría en que el espíritu humano halla reposo y una satisfacción íntima en la posesión de Dios Trino, conocido por la fe y amado con la caridad que proviene de El". (De la Exhortación "Gaudete in Domino". 17 de mayo de 1975) .

Pablo VI

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Introducción

La Diócesis de Sonsón-Rioncgro tuvo la for­tuna de contar con la presencia del Padre Fran-cis Me Nutt y la de tres Miembros de su Equi­po quienes vinieron para predicar un Retiro Espiritual para Religiosas y Seglares y otro pava Sacerdotes de la Diócesis.

Muchas de las personas que oyeron las con­ferencias y Otras que tuvieron noticias de estos encuentros me manifestaron el deseo de con­servar o conocer las principales ideas que fue­ron expuestas allí.

Con el deseo de satisfacer en parte esta inquietud escribí las páginas siguientes. Allí aparecen varios de los conceptos emitidos por los Conferencistas, ideas expuestas en conver­saciones particulares con ellos y fruto de lec­turas y reflexiones que he podido hacer sobre estos temas. La única conferencia que se in­cluye textualmente es la que pronunció Sister Jeanne en Rionegro y que muchos desean leer de nuevo.

Los conceptos que se expondrán versarán sobre estos puntos:

1 . Bautismo en el Espíritu Santo y oración en lenguas.

2 . San ación física y Sacramento de Un­ción de los Enfermos.

3 . Sanación interior v Sacramento de la Reconciliación.

4 . Liberación demoníaca.

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Doy gracias al Señor porque nos ha con­cedido en la Diócesis el gran favor de experi­mentar la realidad y los efectos de la Renova­ción que su Espíritu está realizando en la Iglesia.

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I

Una semana maravillosa

Esta Semana Maravillosa transcurrió en Rio-negro y La Ceja del 8 al 15 de febrero de 1975. La vivimos más de cincuenta Sacerdotes, otras tantas religiosas y más de un centenar de lai­cos de diversas edades y clases sociales.

Los principales protagonistas fueron los miembros de un Equipo de Sanacion y varias personas que recibieron beneficios especiales en sus vidas, tanto en el campo de la Sanacion interior como en el de la física.

El Equipo estaba presidido por el Padre Fran-cis Me Nutt, religioso dominico y uno de los primeros que se incorporó al Movimiento de renovación carismática y lo integraban, ade­más, el Padre Carlos Aldunate, religioso Jesuíta chileno, Sister Jeanne Hill, religiosa dominica, y la Señora Lee Callaghan, madre de doce hijos, siete de ellos adoptados.

Planeamos dos Retiros: Uno para laicos y religiosas en Rionegro, en la Casa de Ejercicios de las Hermanas Reparadoras, los días 8 y 9, y otro para Sacerdotes los días 10. 11 y 12. en el Instituto de Pastoral de La Ceja.

La primera conferencia en Rionegro estuvo a cargo del Padre Me Nutt, quien contó con la ayuda del Dr. Alberto del Corral como traduc­tor. El tema fue "El Bautismo en el Espíritu Santo". Las palabras empezaron a brotar del corazón y de los labios del Padre con sencillez, con luz y con poder. Decía lo mismo que otros, pero de una manera diferente. En él se eum-

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plían las palabras de Jesús: "Recibiréis la fuer­za del Espíritu y seréis mis testigos hasta ios confines de la tierra". El hilo de su exposición tuvo como punto de partida el Capítulo 11 del Libro de los Números. Leyó el texto Sagrado: "El pueblo profería quejas amargas a los oídos de Yahvé, y Yahvé lo oyó. Se encendió su ira y ardió un fuego de Yahvé entre ellos y devoró un extremo del campamento. El pueblo clamó a Moisés y Moisés intercedió ante Yahvé, y el fuego se apagó. Por eso se llamó aquel lugar Tabera, porque había ardido contra ellos el fuego de Yahvé.

La chusma que se había mezclado con ellos se dejó llevar de su apetito. También los hi­jos de Israel volvieron a sus llantos diciendo: "¿Quién nos dará carne para comer? ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! En cambio ahora tene­mos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos no ven más que el maná".

El maná era como la semilla del cilantro; su aspecto era como el del bedelio. El pueblo se desparramaba para recogerlo; lo molían en la muela o lo majaban en el mortero; luego lo cocían en la olla y hacían con él tortas. Su sabor era parecido al de una torta de aceite. Cuando, por la noche, caía el rocío sobre el campamento, caía también sobre él el inaná.

Moisés oyó llorar al pueblo, cada i>no en su familia, a la puerta de su tienda. Se irritó mucho la ira de Yahvé. A Moisés también le pareció muy mal, y le dijo a Yahvé: "Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado .gracia a tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este pueblo? ¿Acaso lie sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: Llévalo en tu regazo, como lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con jura­mento a sus padres? ¿De dónde voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo, que me

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llora diciendo: Danos carne para comer? No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventuia.

Yahvé respondió a Moisés: "Reúneme seten­ta ancianos de Israel, de los que sabes que son ancianos y escribas del pueblo. Llévalos a la Tienda de reunión y que estén allí contigo. Yo bajaré a hablar contigo; tomaré parte del es­píritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.

Y al pueblo le dirás :t Santifícaos para ma­ñana, que vais a comer carne, ya que os ha­béis lamentado a oídos de Yahvé, diciendo: ¿Quién nos dará carne para comer? Mejor nos iba en Egipto. Pues Yahvé os va a dar carne y comeréis. No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte la comeréis, sino un mes entero, hasta que os salga por las narices y os dé náuseas, pues habéis rechazado a Yahvé, que está en medio de vosotros, y os habéis lamentado tn su presencia, diciendo: ¿Por qué salimos de Egipto?".

Moisés respondió: "El pueblo en que estoy cuenta 600.000 de a pie, y tú dices que les darás carne para comer un mes entero? Aun­que se mataran para ellos rebaños de ovejas y bueyes, ¿bastara acaso? Aunque se juntaran todos los peces del mar, ¿habría suficiente?". Pero Yahvé respondió a Moisés: "¿Es acaso corta la mano de Yahvé? Ahora vas a ver si vale mi palabra o no".

Salió Moisés y transmitió al pueblo las pala­bras de Yahvé. Luego reunió a setenta ancia­nos del pueblo y los puso alrededor de la tienda. Bajó Yahvé en la Nube y le habló. Luego tomó del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos. Y en cuanto reposó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, pero ya no volvieron a hacerlo más. Habían quedado en el campamento dos hombres, uno llamado

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Eldad y el otro Medad. Reposó también sobre ellos el espíritu, pues aunque no habían salido de la tienda, eran de los designados. Y profe­tizaban en el campamento. Un muchacho corrió a anunciar a Moisés: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué hijo de Nun, que estaba al servicio de Moisés desde su mocedad, respondió y dijo: "Mi señor Moi­sés, prohíbeselo". Le respondió Moisés: "¿Es que estás tú celoso por mí? Quién me diera que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les daba su espíritu. Luego Moisés vol­vió al campamento con los ancianos de Israel.

Se alzó un viento, enviado por Yahvé, que hizo pasar codornices del lado del mar, y las extendió sobre el campamento, en una exten­sión de una jornada de camino a uno y otro lado alrededor del campamento, y a una altura de dos codos por encima del suelo. El pueblo se dedicó todo aquel día y toda la noche y todo el día siguiente a capturar codornices. El que menos, reunió diez modios, y las tendieron alrededor del campamento. Y todavía tenían la carne entre los dientes, todavía la estaban masticando, cuando se encendió la ira de Yah­vé contra el pueblo, y lo hirió Yahvé con una plaga muy grande.

Se llamó a aquel lugar Quibrot-hat-Taavá, porque allí sepultaron a aquella gente golosa.

De Quibrot-hat-Taavá partió el pueblo hacia Jaserot, y acamparon en Jaserot" (Nm 11, 1-35).

Allí el Espíritu Santo que estaba en Moisés se comunica sólo a los 70 ancianos de Israel, y sus dones aparecen sólo durante un rato: "pero ya no volvieron a profetizar más" (v. 25). El pueblo no lo recibió: "Quién me diera que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les daba su Espíritu", exclamó Moisés (v. 29).

Siglos "después, Jeremías hablará de la Nue­va Alianza que hará más tarde el Señor con su Pueblo: "He aquí que días vienen —oráculo de Yahvé— en que yo pactaré con la casa de

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Israel (y con la casa de Judá) una nueva alian­za; no como la alianza que pacté con sus pa­dres, cuando los tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice escarmiento en ellos —oráculo de Yah­vé—. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días, —oráculo de Yahvé—: pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su próji­mo y el otro a su hermano, diciendo: "Conoced a Yahvé", pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande —oráculo de Yah­vé— cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme" (Jr 31, 31-34),

Esta Nueva Alianza que será sellada con la Sangre de Jesús, tendrá como distintivo la plenitud del Espíritu Santo que fue anunciada por el Profeta Joel y que tuvo su primera mani­festación el día de Pentecostés: "Sucederá des­pués de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas pro­fetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y realizaré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, fuego, columnas de hu­mo. El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre, .ante la venida del día de Yahvé. grande y terrible. Y sucederá que todo el que invoque el nombre del Señor será salvo, por­que en el monte Sión y en Jerusalén habrá supervivencia, como ha dicho Yahvé, y entre los supervivientes estarán los que llame Yahvé" (Jl 3, 1-5).

Esta comunicación en plenitud del Espíritu Santo a toda la Iglesia, a jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, señores y siervos, recibe en los Cuatro Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, el nombre de "bautismo en el Espíritu Santo", palabras que no significan la administración de un nuevo Sacramento, sino

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una profunda experiencia del Amor y del poder del Espíritu Santo que recibimos en el bautis­mo y en la confirmación, pero que lian per­manecido como encadenados en nosotros.

Este bautismo en el Espíritu Santo reavisa la gracia recibida en los Sacramentos y da un gran impulso a la vida cristiana. Es el primer gran paso de un nuevo y maravilloso camino. No es el término, sino un gran comienzo de una vida en el Espíritu.

Recordemos las palabras de Jesús antes de su Ascensión: "Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jeru-salén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, "que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días". Los que estaban reunidos le preguntan: "'Señor, ¿es aho­ra cuando vas a restablecer el Reino de Is­rael?". El les contestó: "A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1. 4-11)'.

Y la Promesa del Bautismo en el Espíritu Santo se cumplió así: "Llegado el día de Pen­tecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino dql cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos ellos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén judíos que allí residíay, hombres piadosos, venidos de todas las nacio­nes que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían- Es que no

son galileos todos estos que están hablando? ¿Pues cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cre­tenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios". Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: "¿Qué significa esto?". Otros en cambio decían riéndose: "¡Están llenos de mosto!".

Entonces Pedro, presentándose con los On­ce, levantó su voz y les dijo: "Judíos y habi­tantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros su­ponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta:

"Sucederá en los últimos días, dice Dios: De­rramaré mi Espíritu sobre toda carne, y pro­fetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes ten­drán visiones y los ancianos sueños. Y Yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará". "Israe­litas, escuchad estas palabras: A Jesús Naza­reno, hombre a quien Dios acreditó entre voso­tros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de El David:

Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no

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vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abando­narás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro.

"Hermanos, permitidme que os diga con toda claridad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con jura­mento que se sentaría en su trono un descen­diente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abando­nado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exal­tado por la diestra de Dios, ha recibido del Pa­dre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: '

Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Is­

rael que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado".

Al oír esto, dijeron con el corazón compun­gido a Pedro y a los demás apóstoles: '¿Qué hemos de hacer, hermanos?". Pedro les con­testó: "Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro". Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: "Salvaos de esta generación perversa". Los que acogieron su Pa­labra fueron bautizados. Aquel día se les unie­ron unas tres mil almas.

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Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.

El temor se apoderó de todos, pues los após­toles realizaban muchos prodigios y señales.

Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.

Acudían al Templo todos los días con per­severancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.

Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2, 1-47).

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Bautismo en el Espíritu Santo

En la Renovación que el Espíritu Santo está efectuando en la Iglesia el elemento o punto central y esencial es "el Bautismo en el Espí­ritu Santo".

Con estas palabras designó Cristo la plenitud del Espíritu que habrían de recibir unas cien­to veinte personas el día de Pentecostés. Juan Bautista había dicho señalando a Jesús: "He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baje el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios" (Jn 1, 32-34).

San -Lucas nos dice: Jesús lleno del Espíritu. Santo, se volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto" (4, 1 ) y después de na­rrar las tentaciones que le presenta el diablo al Señor, añade: "Jesús, impulsado por el Espíri­tu, se volvió a Galilea" (4, 14). A lo largo de su predicación Jesús habló con frecuencia del Espíritu Santo, pero lo hizo con mayor insisten­cia antes de su Pasión, cuando anunció a sus Apóstoles que les enviaría un nuevo Consola­dor, el cual les recordaría todo lo que les había enseñado y los llevaría a la verdad plena. (Cf. Jn 14, 26; 15, 26 y 16, 14 y 15).

Minutos antes de la Ascensión les da la gran noticia: "y comiendo con ellos les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que espe-

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rasen la Promesa del Padre que de mí habéis escuchado: "porque Juan bautizó con agua, pe­ro vosotros, pasados pocos días, seréis bautiza­dos en el Espíritu Santo". (Hech. 1, 4-5).

El cumplimiento de esta Promesa, tuvo lu­gar el día de Pentecostés y es también "para todos los de lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro", como lo predicó San Pedro en su primer Sermón (Hch 2, 39).

Una de las religiosas que recibió el bautismo me decía después: "ahora sí sé lo que es Pen­tecostés; lo he experimentado".

Sólo quienes hayan recibido este bautismo y hayan experimentado sus efectos, comprenden lo que acabo de escribir.

Cuando durante el Retiro del Clero uno de los Sacerdotes me preguntó cuáles eran los principales efectos de este bautismo le pude decir:

1. Un gran amor a la Palabra de Dios, se experimenta la realidad de esas palabras del Salmo: "tus palabras, Señor, son espíritu y vida".

2 . Una intensa sed de oración. Una reli­giosa me dijo: "qué necesidad y hambre tan grande de oración la que experimento desde el Domingo".

3 . Un amor muy profundo a la Sagrada Eucaristía y al Sagrario.

4. Un aprecio filial por la Santísima Vir­gen. Entra Ella de un modo nuevo en nues­tras vidas.

5. Amor filial al Santo Padre y a la Jerar­quía y un gran aprecio por el Magisterio! "Aho­ra lo quiero", oí decir a un Sacerdote refirién­dose a su Obispo.

6. Se descubre el valor de la comunidad y se experimenta la necesidad de amarla y de proyectarse a ella con generosidad.

7. Los carismas empiezan a aparecer y a crecer con su ejercicio.

8. Lo más importante es el gozo inefable que se experimenta con la experiencia de la

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persona amorosa del Señor en nuestras vidas. "Si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo";

Quien nos bautiza con el Espíritu Santo es Cristo como lo dijo Juan el Bautista, pero para esto tiene, antes, que quitar nuestros pecados.

Si no nos arrepentimos del pecado no podre­mos recibir la purificación requerida para la plena comunicación del Espíritu. Pero ahora estamos descubriendo que el poder de Jesús de quitar el pecado del mundo va más allá de lo que suponíamos. Son muchos los alcohólicos, los drogadictos y homosexuales que están sien­do liberados plenamente por el Señor y por la acción de su Espíritu.

Ahora sí podemos dar respuesta a problemas pastorales frente a los cuales nos sentíamos totalmente impotentes.

Tuvimos dos sesiones para orar por el bau­tismo en el Espíritu Santo, en Rionegro la pri­mera, y la segunda en La Ceja para Sacerdotes. En ambas más de cien personas, 45 de ellas Sacerdotes, lo recibieron.

La ceremonia (llamémosla así) consistió en la oración que varios miembros de la Asam­blea que ya habían recibido este don divino dirigieron a Jesús Resucitado para que derra­mase su Espíritu de una manera nueva y abun­dante sobre quienes anhelaban recibirlo y con fe y humildad se acercaron para recibir esta oración y unirla a la suya.

No olvidemos que Pentecostés se realizó en un ambiente comunitario —"y todos quedaron llenos del Espíritu Santo"— y que la oración "en comunidad", tiene una fuerza especial.

Esta oración se hizo, como es costumbre ya muy general, con imposición de manos.

Es preciso aclarar que esta imposición de manos no es, en manera alguna, ni un rito sacramental, ni un ademán mágico, sino un gesto que encontramos con frecuencia en el Nuevo Testamento y que es una señal visible y palpable del verdadero amor fraterno y de la

comunicación en la oración y el anhelo de re­cibir el Espíritu. Ayuda a soltar los impedi­mentos de la fe y a abrir las compuertas que permitan llegar al Río del Espíritu a todas las partes de nuestro espíritu.

En relación con los Sacramentos conviene advertir que este "bautismo en el Espíritu" no reemplaza el bautismo o la confirmación, sino que los supone. Lo que hace es reavivar y poner en actividad el rico potencial que ellos encierran pero que a veces permanece muy inactivo en muchos.

Además revitaliza las gracias que recibimos en Sacramentos como el del Orden o el del matrimonio, y pone en actividad carismas que habíamos recibido desde el bautismo pero que habían permanecido latentes e inoperantes por falta de una fe más viva.

El bautismo en el Espíritu Santo debe rela­cionarse directamente con el acontecimiento de Pentecostés como aparece en el primer Ca­pítulo de los Hechos en labios del Señor (Hch 1, 4-9) y que vimos anteriormente.

Una de las definiciones mejores que he visto es la siguiente: "es una nueva efusión del Es­píritu Santo que pone en actividad el rico poten­cial de gracia que Dios ha dado a cada uno, según la propia vocación y según el carisma personal del estado propio de vida".

Para sintetizar podemos decir que la corrien­te de Renovación en el Espíritu Santo que está llegando a tantas personas ahora es un acon­tecimiento importantísimo en nuestra vida que nos da: 1? un profundo conocimiento experi­mental del Señor Jesús y del Padre comunicado por el Espíritu Santo y 29 la recepción de un nuevo poder para dar testimonio del Señor.

Fue lo que dijo Cristo cuando prometió su Espíritu: '"Cuando venga el Paráclito, el Es­píritu de verdad que procede del Padre y que yo os enviaré de junto al Padre, él dará testi­monio de mí y también vosotros daréis tes­timonio" (Jn' 15, 26-27).

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Qué se requiere para recibir este don?

1. Creer en la existencia de esa realidad y reconocer que como lo dijo muy bien en su tiempo el Padre Garrigou L., "muchos cristia­nos viven como los Apóstoles en la etapa que siguió a la Resurrección de Cristo y precedió al día de Pentecostés".

2. Pedirlo al Padre por Cristo con fe y hu­mildad. Recordemos las palabras de Jesús: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, con cuánta mayor razón dará el Padre su Espíritu a quienes se lo pidan" (Le 11, 13).

3 . Pedir perdón al Señor de todos los. peca­dos cometidos y perdonar sinceramente a quien nos haya ofendido. Si falta esta sanación in­terior del odio no podremos recibir el torrente del amor del Espíritu.

4. Es muy conveniente unir esta oración personal a la que hagan otros por nosotros y con nosotros.

Aclaraciones necesarias

Para evitar equivocaciones en tema tan im­portante, conviene aclarar varios conceptos.

1 . El Bautismo en el Espíritu Santo no significa recibir por primera vez al Espíritu

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Santo. Los Apóstoles que el día de Pentecostés "quedaron llenos del Espíritu Santo" ya lo ha­bían recibido el día de la Resurrección cuando Cristo sopló sobre ellos y les dijo: "recibid el Espíritu Santo, etc." (Jn 20, 22).

2. Como ya se dijo antes, no se trata de recibir un nuevo Sacramento.

3 . Ser bautizados en el Espíritu Santo no significa conseguir de repente la perfección. Es el comienzo de un largo camino de santifi­cación que debemos recorrer "guiados por el Espíritu y confortados por El".

4. No es un camino de santificación fácil y cómoda. Cristo después de que el Espíritu Santo descendió sobre El en forma de Paloma "fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado allí por el diablo durante cuarenta días" (Le 4,).

Pero triunfó en las tres tentaciones porque había salido del Jordán "lleno del Espíritu San­to" (Le 4, 1). La .vida cristiana es siempre de crucifixión y muy exigente, y por esta razón, no puede llevarse a cabo si se carece de la fuerza que da el Espíritu Santo.

5. Cuando estudiamos el bautismo de Cris­to en el Jordán y el cumplimiento de "la Pro­mesa" el día de Pentecostés encontramos la afirmación: "lleno del Espíritu Santo" (Le 4, 1) "y quedaron todos llenos del Espíritu San­to" (Hch 2, 4) . Este término no significa que se reciba mayor o menor cantidad del Espíritu Santo. El es una Persona divina y no se comu­nica por partes. Cuando hablamos de plenitud del Espíritu, queremos decir que su acción, su amor, su gracia, su poder, su luz, etc., se van comunicando a todo nuestro ser y no quedan reducidas a una o a pocas zonas. Es muy útil para comprender esto leer con atención el Ca­pítulo 47 de Ezequiel que nos describe el creci­miento y los efectos del torrente que sale del Santuario.

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6. La gran señal para conocer que se ha recibido este bautismo en el Espíritu, es el cam­bio progresivo que se va operando en la per­sona. Este "Bautismo" comunica "el poder del Espíritu" y mediante él se logra lo que parecía y se consideraba imposible de adquirir.

"Por sus frutos los conoceréis", ha dicho el Señor.

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Oración en lenguas

Tanto en Rionegro como en La Ceja varias personas: Sacerdotes, religiosas y seglares reci­bieron el don de orar en lenguas. El Espíritu Santo quitó allí muchos prejuicios y concedió a quienes lo recibieron experimentar la paz, la alegría y la riqueza que encierra este don que ha sido tan temido, tan despreciado y tan mal comprendido.

Para afirmar que es muy valioso y útil basta saber que es un don del Espíritu Santo y que todos sus dones son maravillosos.

Empezó a comunicarlo desde Pentecostés y ahora lo está derramando en abundancia.

San Pablo lo enumera entre los dones del Espíritu (1 Co 12, 9) y hace tres afirmaciones que nos demuestran su gran valor y utilidad, en el capítulo 14:

1* *'E1 que habla en lenguas se edifica a sí mismo" (v. 4) .

2^ "Doy gracias a Dios de que hablo en lenguas más que todos vosotros" (v. 18).

3^ "Yo veo muy bien que todos vosotros habláis en lenguas" (v. 5) .

Y termina con una norma que ojalá- todos observemos: "Así que, hermanos míos, aspirad al don de profecía y no estorbéis hablar en len­guas" (v. 39). "Pero hágase todo con decoro y orden" (v. 40).

Para quienes deseen alguna información so­bre este don, transcribo lo que dice el Padre

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Salvador Carrillo: "Material o externamente consiste en la emisión de ciertos sonidos que no se entienden, ciertos balbuceos incoherentes que de ordinario no llegan a ser palabras, y cuando son términos reconocibles, éstos apa­recen aislados y sin conexión. En definitiva, el don de lenguas es "un hablar incomprensible" tanto para el locutor, como para el que escu­cha" (1-Co 14, 2-9). Este "hablar en lenguas" puede ser también "cantar en lenguas" (1 Co 14, 15).

Pero, si vamos a lo formal de este carisma y a su significado profundo, el don de lenguas o canto de lenguas, como puede desprenderse de los textos bíblicos:

1? Es, en primer lugar, un carisma para glorificar a Dios (Hch 2, 4-11; 10, 46).

29 Es un carisma en virtud del cual el cre­yente habla con Dios, al impulso del Espíritu (1 Co 14, 2-28).

3 9 Es un carisma de oración y de alabanza (1 Co 14, 14-15).

49 Es un carisma de bendición y de acción de gracias (1 Co 14, 16-17).

Según la afirmación*de 1 Co 14, 4, el don de lenguas es un carisma que el Espíritu Santo comunica para edificación personal; sin em­bargo ésta no excluya la finalidad común que tienen todos los carismas, a saber-, la edifica­ción mutua, la construcción del Cuerpo de Cris­to (1 Co 12, 27-30; 14, 12-26).

En efecto, mediante el don de lenguas el carismático, al- impulso del Espíritu, alaba y glorifica a Dios, lo bendice y le da gracias por la obra salvífica que ha realizado en Cristo Jesús en favor de todos los hombres, y median­te esa misma oración en lenguas eleva al Pa­dre plegarias en favor de los demás, sabiendo que es el Espíritu quien ora en él con "gemidos indecibles".

A este propósito es legítimo recordar aquel texto de la Epístola a los Romanos, el cual,

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sin referirse necesariamente al don de lenguas, ilustra admirablemente lo que este carisma es en su realidad más profunda: "De igual ma­nera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, pues no sabemos qué es lo que nos conviene pedir, pero el mismo Es­píritu aboga por nosotros con gemidos inde­cibles. Y aquel que escudriña los corazones sa­be cuál es el deseo del Espíritu y que aboga por los fieles según la voluntad de Dios" (Rm 8, 26-27).

Hace poco, S.S. Pablo VI, aludiendo a este mismo pasaje de Romanos, hacía una descrip­ción de la oración del Espíritu en el interior del creyente, descripción que^cuadra muy bien con lo que significa el don de lenguas. El Papa de­cía: "La Iglesia tiene necesidad de su Pente­costés permanente; tiene necesidad de fuego en el corazón, de palabras en los labios, de profecía en la mirada. La Iglesia tiene necesi­dad de ser Templo del Espíritu Santo, es decir de limpieza total y de vida interior. . .; tiene necesidad de sentir que sube de lo más pro­fundo de su intimidad personal, como un gemi­do, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu, que, como nos enseña San Pablo, nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros "con gemidos inefables", y que le in­terpreta el discurso que nosotros, a solas, no sabríamos dirigir a Dios (Cf Rm 8, 26-27).

Cuestiones pastorales

Bajo el punto de vista pastoral surgen varias cuestiones en relación al don de lenguas; sólo me limitaré a tocar cuatro.

1. ¿El don de lenguas será para todos? Siendo un "carisma del Espíritu", se trata

de una gracia y de un don; por lo tanto, lo reciben aquellos a quienes el Espíritu se lo quiere dar.

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Pero la experiencia nos enseña que, por lo que a nosotros toca, podemos recibirlo y dis­ponernos con docilidad para recibirlo.

2 . ¿Cómo debe ser esa disposición para recibir el don de lenguas?

Hay que evitar a toda costa cualquier forza­miento para provocar el hablar en lenguas. Dios no violenta jamás. Dos indicaciones nos parecen oportunas como disposición adecuada:

1? Entrar en una atmósfera de profunda oración y unión con Dios.

29 Entregarle al Espíritu todo nuestro sei: espíritu, alma y cuerpo, inclusive nuestra len­gua (soltándola mediante la repetición de algu­na palabra como "Padre, gracias, gloria", etc.), para que —si El quiere— la tome y la mueva con el fin de que El en nosotros ore al Padre de los cielos.

3 . ¿Con qué espíritu y con qué finalidad hay que ejercitar el don de lenguas?

Este punto es pastoralmente importante. Creemos que es necesario ilustrar a los fieles para que ejerciten el don de lenguas según las finalidades que brotan de los textos bíblicos y que hemos señalado más arriba. En esta for­ma, el ejercicio consciente de ese carisma pro­ducirá los mejores frutos, tanto para provecho personal como para la construcción de la co­munidad, cuerpo de Cristo.

4 . ¿Cuál es la importancia de este carisma? Con frecuencia se oye decir que para San

Pablo el don de lenguas era el de menor cate­goría, y se aduce como argumento lo que el Apóstol expone en 1 Co 14. Sin embargo, hay que hacer una aclaración.

En ese pasaje, el Apóstol se sitúa en cir­cunstancias muy concretas, a saber: cuando el carismático estando en asamblea se siente impulsado para comunicar a la comunidad un

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mensaje en lenguas. Diríamos "una profecía en lenguas". En tales casos, afirma Pablo: "Gra­cias a Dios, hablo más que todos vosotros en lenguas; pero en una asamblea prefiero hablar cinco palabras inteligibles para instruir a los otros, que no diez mil por el don de lenguas" (1 Co 14, 18-19). Y más adelante: En cuanto al ejercicio del don de lenguas, "que hablen dos o a lo sumo tres y por turno; y que haya uno que interprete. Si no hay intérprete, que (el glosolalo) se calle en la asamblea, hable consigo mismo y con Dios" (1 Co 14, 27-28).

Pero la experiencia enseña que el ejercicio del don de lenguas no es ordinariamente para proclamar mensajes en la asamblea, sino que es un don para glorificar a Dios, para alabarlo, bendecirlo y darle gracias, y es un excelente don de oración.

En esta perspectiva, creemos que el don de lenguas de ninguna manera es el menos im­portante, sino que es un carisma muy delicado y de profunda interioridad, que acusa una doci­lidad grande al Espíritu Santo y es de mucha utilidad para la edificación de la persona y de la comunidad. Siendo así, el buen ejercicio del don de lenguas es una grande gracia de Dios".

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5 Testimonios sobre el bautismo y don de lenguas

"Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar lenguas extrañas, se­gún el Espíritu Santo los movía a expresarse" (Hch 2, 4) .

No otra, que la expresada en la cita an­terior, es la experiencia que he venido vivien­do, desde el día aquel, en que sin merecimiento alguno de mi parte, fui invitada a participar de lo que he llamado "Mis treinta y tres horas de gracia".

En efecto: cuando el sábado 8 de febrero, unida a las 71 personas que cual los discípulos de Cristo, nos disponíamos a reflexionar en su Palabra, orientadas por el Excelentísimo Señor Obispo de la Diócesis y por el Reverendo Padre Francis Me Nutt de la Orden de Predicadores, algo extraordinario se apoderó de todo mi ser.

Había oído hablar del Bautismo en el Espí­ritu Santo, pero mi interés por recibirlo, era entonces, ninguno. "Desde mi nacimiento re­cibí los Sacramentos de iniciación" me decía y eso basta.

Muy atentamente escuché la doctrina de fe y amor, expuesta ya por uno, ya por otro de aquellos convencidos y auténticos Apóstoles del Evangelio. Durante la Eucaristía del Sábado, participé en silencio, mientras escuchaba súpli­cas, oraciones de acción de gracias; alabanzas, que me dejaron profundamente emocionada!

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Niñas, jóvenes, padres y madres de familia que hablaban de sus hijos a su Padre Dios, de quien todo bien procede, seguros de ser escu­chados. Religiosas, Sacerdotes, seglares, todos formábamos allí un solo corazón y un alma sola.

La oración participada, la reflexión en gru­pos, la oración personal, el intercambio de im­presiones y sobre todo, los testimonios que escuché, sobre la experiencia de Dios, todo esto fue preparando mi espíritu para el nuevo Pen­tecostés. Fue así como el domingo, en la cele­bración eucarística que puso el broche de oro a aquel día inolvidable, experimenté lo que nunca sabría yo expresar con palabras. Y. . . ¿no sería acaso por ello, por lo que, con el Bautismo del Espíritu Santo, recibí simul­táneamente el don de lenguas? Mientras el Sacerdote, orando y cantando, me imponía las manos, sentí el fuego Abrasador, que se posaba, no sobre mi cabeza, sino muy dentro de mi ser, el que invadió totalmente. Quise alabar en voz alta a mi Señor para agradecerle así este inapreciable don; para decirle una vez más que creo en El, que espero en su bondad y que le amo y. . . ¡nueva sorpresa! ¡No sabría decir lo que mi lengua pronunció, ni la melodía que empleé para entonar un Cántico Nuevo! ¡Muy nuevo! Tan nuevo, que yo misma no sería capaz de repetir. Era el lenguaje, era la música, que el Espíritu Santo empleaba en mí. ¡Desde aquel momento, me he sentido otra! Paz, alegría, fe, son mis sentimientos constantes, en el Amor del Señor, para quien sean el honor y la Gloría".'

Ai. B.

"Por bondad del Señor, tuve la gracia de par­ticipar en el Retiro del 8 y 9 de febrero, que estuvo a cargo de Monseñor Alfonso Uribe J>. del Padre Francis Me Nutt y de su Equipo. Iba dispuesta a lo que el Señor quisiera de mí, pero nunca pensé que me tuviera tantas gracias re­servadas para esos dos días maravillosos.

33 3 l'-l Sefior ^ana

Khiulm un poco familiarizada con los temas i|iie allí escuchamos, sólo que al oírlos de nue­vo en esos "días de gracias", sonaron como nuevos para mí, y fueron calando muy aden­tro. . . Me impresionó también mucho el am­biente que allí vivimos, había: unión, amor, acogida, a pesar de las distintas personas que estábamos, a saber: Sacerdotes, religiosas de diversas comunidades y seglares de distintas edades.

Por lo que oí, vi. y por la oración personal y en grupos, el sábado transcurrió para mí con algo de un despertar nuevo, pero el domin­go. . . ¿cómo expresar lo que sentí y lo que hizo conmigo el Señor en ese día? Los que ha­yan tenido esta hermosa experiencia del amor del Señor comprenderán que no es fácil expre­sar humanamente las cosas del Espíritu, hay que vivirlas para saber de qué se trata. Creo que nunca podré olvidar la Eucaristía de aquel bello domingo.

Antes de empezar la Santa Misa nos. dijeron que después de la Sagrada Comunión se iba a orar por las personas que quisieran recibir el Bautismo en el Espíritu Santo. Yo, hacía algún tiempo lo estaba deseando y se lo estaba pidiendo al Señor.

San Lucas en el Capítulo II. versículo 13 nos dice: "Si pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!". Esto fue lo que hicimos: orar todos pidiéndole al Señor el Bautismo en el Es­píritu Santo. Llegó el momento y el Padre cum­plió en mí su Promesa: Seréis bautizados en el Espíritu Santo" . ( Hch 1. 5 ) . Sentí la fuer­za y el poder del Espíritu que me invadía toda. iNo puedo expresa! la manera como empecé a experimentar la presencia y el amor de mi Se­ñor. Su gozo, su pa/ y su alegiia me inundaron y fue en este momento cuando empezaron a brotar de mis labios palabras que nunca antes había pronunciado ni oído: me sentía feliz in­

mensamente feliz a medida que este "lenguaje nuevo" fluía de mis labios; no salía de la sor­presa y del gozo y fue entonces cuando com­prendí que el Señor con el Bautismo en el Es­píritu Santo, me había dado también el don de orar en lenguas. ¡Alabado sea el Señor! Em­pezó entonces una "vida nueva", porque desde ese memento que yo llamo y recuerdo como la "más hermosa Experiencia de toda mi vida", todo cambió para mí.

Muchas veces había leído el texto de los Hechos de los Apóstoles que narra el aconte­cimiento de "Pentecostés" pero sólo hasta des­pués del Bautismo en el Espíritu Santo, com­prendí la maravilla de Pentecostés, porque lo había experimentado ese día por bondad y amor del Señor. "Gracias a Dios".

Entendí también con toda claridad las pala­bras del Señor Jesús a Nicodemo: "Tienes que nacer de nuevo", "el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3, 5 ) . Lo que experimenté con el Bautismo en el Espíritu Santo fue un nacer de nució, un comenzar a vivir la abundante vida en el Espíritu.

Lo que sigue al Bautismo en el Espíritu San* to, aparte de la visión nueva de las cosas que nos da el Señor y de la paz, el gozo y la alegría que nos comunica por su Espíritu, es ese deseo tan grande que sentimos del Señor, porque es verdaderamente hambre y sed de El lo que se experimenta y es a través de la oración en el Espíritu y por el Espíritu como nos va saciando cada día el Señor de una manera nueva, como sólo El en su infinito amor por nosotros puede y sabe hacerlo. A El, por Cristo Jesús y en su Santo Espíritu todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Así Sea". .

S. S.

Creo que desde hace algún tiempo el Señor me estaba preparando para el Bautismo en el

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Espíritu Santo. Sólo El y yo conocemos cómo fue este camino.

El Señor lo fue preparando todo y así fue como tuve la oportunidad de asistir al Retiro del Padre Me Nutt; parecía decirme: "vamos que allí te tengo todo listo".

Oí con atención y verdadero gusto las dis­tintas conferencias o charlas expuestas allí y a través de todo esto fue que el Señor avivó mi fe. Me impresionó mucho la oración en grupos, especialmente la que hicimos el sábado en la noche porque por. lo que vi y escuché, pude comprobar cómo el Señor actuaba en el grupo. Esa noche el Señor fortaleció mucho mi fe, no era que no creyera, sino que mi fe no era profunda.

El domingo amanecí con un deseo nuevo de estar allí en el Retiro con todos, algo me decía que el Señor nos iba a dar mucho en ese día.

Dentro de la Misa, después de la Comunión, oramos para recibir el Bautismo en el Espíritu Santo. Este fue el momento más emocionante y hermoso para todos los que como yo, reci­bimos del Señor en esa tarde inolvidable, el Bautismo en su Espíritu.

En el momento en que estaban orando por mí sentí un calor muy intenso que me invadía toda y mucha alegría, paz y gozo. Fue el mo­mento más hermoso que he vivida en toda mi vida, pero no sabría expresar todo lo que sentí y lo que siguió después, ya que este Bautismo en el Espíritu Santo es algo que se vive y se lleva muy dentro del ser. Al cabo de algunos minutos mi gozo y sorpresa fueron mayores porque sin darme cuenta empecé a cantar en un lenguaje nuevo, desconocido para mí, ya que yo no entendía lo que estaba cantando, pero a medida que este canto nuevo salía de mis labios sentía al .Señor más cerca de mí y yo más cerca de El. Tuve como nunca antes la había tenido una experiencia muy profunda del- Señor y de su amor en mí. Bendigo al Se­ñor y le doy gracias • por este momento tan

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maravilloso porque con el Bautismo en el Es­píritu Santo me dio también por su Espíritu el canto en lenguas.

No se puede pensar que esto sea fruto de la emoción de un momento, porque esta maravi­llosa experiencia es algo que se vive cada día de una manera más intensa según sea nuestra apertura y docilidad al Espíritu Santo. Creo que el Bautismo en el Espíritu Santo es esta nueva comunicación de fuerza y de poder que nos capacita para empezar a caminar esta vida nueva en el Espíritu. Desde el momento en que por gracia del Señor tuve esta experiencia, mi. vida cambió totalmente.

Bendigo al Señor por el Don de su Espíritu en mí y por esta manera nueva de orar en su Espíritu, de alabarlo, por el Canto en Lenguas porque cuantas veces sale de lo profundo esta melodía experimento la cercanía del Señor y un fuego, el fuego del Espíritu que invade todo mi ser.

Gracias, Señor, por tu amor, gracias, Señor, por tu Espíritu, gracias, Señor, por todo".

S. A.

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Saltación

El Padre Me Nutt y su equipo son especia­listas en el Ministerio de la Sanación. Poseen una doctrina muy profunda y una gran expe­riencia. La gracia que recibimos del Señor a través de ellos fue muy grande y tendrá mu­chas repercusiones pastorales. ¡Loado sea el Señor!

Este mundo actual, tan enfermo en el espí­ritu y en el cuerpo, conocerá mejor a Jesús y se acercará a El cuando comprenda que, hoy como ayer, es el mismo, y que, movido por el amor que nos tiene y con el poder que recibió del Padre, puede y quiere realizar la sanación interior y también la física que necesitamos.

Cuando San Pedro pronuncia su discurso en casa del Centurión Cornelio dice: "El ha en­viado su palabra a los hijos de Israel, anun­ciándoles la Buena Nueva de la Paz, por medio de Jesucristo que es el Señor de todos. Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea. comenzando por Galilea, cómo Dios a Jesús de Na/arot lo ungió por el Espíritu Santo y con poder, y como El pasó haciendo- el bien y sanando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con El". Y termina así: "De Este todos los pro­fetas dan testimonio de que todo el que cree en El alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados" (Hch 10. 34-44).

Sólo de Jesús se puede decir con plena vtr-dad que "pasó haciendo el bien y sanando a todos".

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Nuestras vidas son una mezcla de bien y de mal. de virtudes y vicios. Sanamos, talvez. a muchos, pero herimos a más de los que creemos.

El Santo Evangelio nos habla con frecuencia de las curaciones de todo orden aue realiza Muestro Señor, movido siempre por su inmenso amor a todos.

San Mateo nos dice: Al atardecer, le tra­jeron muchos endemoniados. El expulso a los espíritus con su palabra y curo a todos los que se encontraban mal. Así se cumplió el oráculo del Profeta Isaías: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (8. 16-17).

Esta caridad de Jesús que "cargó con nues­tras flaquezas y enfermedades" explica, antes que todo, la multitud y variedad de curaciones que hizo durante su vida pública, porque sen­tía una gran compasión por todos nosotros. Por eso el ciego de Jericó le grita: "Hijo de David. Jesús, ten compasión de mí", y el Señor le dice; ¿qué quieres que te haga? (Me 10, 47-51).

San Mateo nos dice que cuando le llevaron los enfermos tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos" ( 14, 14; . Cuando los ciegos se le acercaron e imploraron su pro­tección, "el Señor tuvo misericordia de ellos, les tocó los ojos y luego sus ojos recibieron la vista y le siguieron" ( Mt 20, 34 ).

Jesús sentía profunda compasión por todo el hombre y por todos los hombres. Por eso los sanaba y los evangelizaba: "v al desem­barcar vio mucha gente, sintió compasión de ellos, y se puso a instruirlos extensamente" (Me 6, 34 ) .

También comprobó con ellas su carácter Me-siánico y su divinidad, pero fueron siempre la demostración de su gran amor a nosotros v que lo hizo exclamar: "venid a Mí todos los que es­táis fatigados v sobrecargados y yo os daré descanso' ( Mi 11. 28) .

Estas curaciones también lueron efectuadas por Jesús para que su Padre lucra glorificado. Oigamos también a San Mateo: "Y los sanó.

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de manera que se maravillaban las gentes vien­do hablar a los mudos; los mancos sanos, an­dar a los cojos y ver a los ciegos; y glorificaban al Dios de Israel" (Mt 15, 30-31).

La visión mejor de este poder y amor cura­tivos de Cristo nos la brinda San Mateo en su Capítulo VIII.

Su nombre es Jesús

Cuando el Ángel Gabriel anuncia a María el misterio de la Encarnación del Verbo le dice: "Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (Le 1, 31).

Y ¿qué significa este nombre que es orde­nado por Gabriel? "Yahvé es salvación". Jesús será eso: el Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Con razón Cristo contestará a los dos discípulos que envía Juan el Bautista con esta pregunta: "¿Eres tú el que ha de ve­nir, o debemos esperar a otro?". "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan lim­pios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva y dichoso aquel que no se escandalice de mí" (Le 7, 18-24). Estas palabras las dice Jesús después de "curar en aquel momento a muchos de sus en­fermedades y dolencias, y de malos espíritus y de dar vista a muchos ciegos" (21).

Ninguna prueba mejor para el Bautista de que Cristo era el Mesías que la comprobación de las curaciones exteriores e interiores que hacía Jesús, precisamente porque era el Sal­vador.

Desafortunadamente muchos limitan la sal­vación de Jesús al campo del alma que queda libre del pecado y olvidan que la salvación in­tegral abarca a todo el hombre.

Otra falla consiste en admitir las curaciones de Jesús como una verdad pero sin llevarla a la práctica. Creemos que Jesús puede curar.

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pero no estamos convencidos de que verdadera­mente quiere hacerlo. Leamos con atención las siguientes palabras de San Atanasio: "Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de El ha conseguido la salvación toda la humanidad. Y de ninguna forma es ficticia nuestra salva­ción; y no sólo la del cuerpo, sino que la sal­vación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en Aquel que es la Palabra" (L H 1? de Enero).

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Para qué fue enviado Jesús?

No comprenderemos la misión de Jesús si. a la luz del Evangelio, no lo reconocemos como el Salvador de todo el hombre y de todos los hombres.

Su misión Salvadora abarca tres áreas prin­cipales: Anuncio del Reino, sanación total y expulsión de los demonios. Una síntesis admi­rable de esta verdad la encontramos en San Maleo: "Y recorría Jesús toda Galilea, ense­ñando en sus sinagogas proclamando la Bue­na Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama ¡lego a toda Siria: y le trajeron todos los que se encon­traban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán" (Mt 4, 23-25).

Jesús curó todas las enfermedades

Hay cuatro clases de enfermedades:

1 . La de nuestro espíritu, causada por el pecado personal.

2. La emocional causada por las heridas emocionales del pasado.

3 . La enfermedad física del cuerpo.

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4. Puede darse también la opresión de­moníaca.

Ahora bien, Jesús sanó todas estas clases de enfermedades. Perdonó los pecados al paralí­tico y a la pecadora. Curó a ciegos, leprosos, sordomudos, paralíticos y a quienes estaban aquejados por toda suerte de enfermedades, arrojó el demonio de muchos posesos y dio su paz y su consuelo a muchos.

La lectura del Santo Evangelio nos mostrará claramente cómo nuestro Salvador es 'el Cor­dero de Dios que quita el pecado del mundo" y que, movido por su amor a todos nosotros, cura un sinnúmero de enfermedades y libera del demonio a cuantos están poseídos por él.

Quien dé poca importancia a estos aspectos del Ministerio de Cristo se formará una imagen inexacta y muy pobre de -El.

Jesús envió a sanar

Los Sinópticos nos dicen que Jesús envió a los Doce y a los setenta a proclamar el Reino de Dios y a sanar. He aquí los textos: "Con­vocando a los Doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para curar enfer­medades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Saliendo, pues recorrieron los pueblos anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes" (Le 9, 1-6).

"Id proclamando que el Reino de Dios está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, lim­piad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo íe-cibisteis; dadlo de gracia" (Mt 10. 8).

"Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. . . y poniéndose en camino, predi­caron que se convirtieran; expulsaban a mu­chos demonios, y ungían con aceite a muchos, enfermos y los curaban" íMc 6, 7-13).

Lo mismo hace con los 72 discípulos. "Des­pués de esto, designó el Señor otros setenta y

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dos y los envió de dos en dos delante de sí y les dijo: ". . .curad a los enfermos que haya en ella y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros" (Le 10, 9).

Los setenta y dos discípulos son enviados, primero que todo, a anunciar que el Reino de Dios está cerca y que Cristo está ya salvando, pero han recibido de El el poder de curar los enfermos que se encuentran allí para manifes­tar así el gran amor de Jesús y el interés que El tiene por todo el hombre. Ellos anuncian el Reino de Dios, comunican el don de la paz y sanan a los enfermos. Se trata de un plan com­pleto que ellos cumplen a cabalidad. No van solamente a curar enfermos.

Antes de su Ascensión, "estando a la mesa ios once discípulos, se les apareció. . . y les dijo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acom­pañarán a los que crean: en mi nombre expul­sarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque be­ba algún veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Me 16, 15-20).

Todos estos textos nos demuestran con toda claridad cómo Nuestro Señor acompañó la pre­dicación de la Buena Nueva con muchas cura­ciones y cómo quiso que sus discípulos uniesen en el desempeño de su misión la predicación y la sanación.

Jesús el mismo siempre

La Epístola a los Hebreos nos dice: "Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre" (13, 8) . Creemos en esta gran ver­dad, pero a medias solamente, porque no es­tamos muy convencidos de que actualmente su amor a los hombres es el mismo, y que una

de las demostraciones es su deseo de curar to­das nuestras enfermedades y miserias. En la práctica estamos convencidos de que durante su vida mortal observó una conducta especial y exclusiva para esa época. El mismo San Agus­tín en sus primeros escritos sostuvo que la sanación había cesado en la Iglesia y que ya no era necesaria. Pero en sus Retractaciones cam­bió de idea afortunadamente.

Los católicos hemos reservado las curaciones a momentos raros y útiles, sólo para compro­bar la santidad de una persona. ¿Qué signifi­cado tienen para nosotros, por ejemplo, estas palabras de Jesús: "yo os aseguro: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún" (Jn 14, 12).

Creo que es necesario que estudiemos la vida y los sentimientos de Cristo a la luz del Evan­gelio y que de veras creamos que El no ha cambiado y que es el mismo ahora que ayer y que siempre.

La Iglesia primitiva creyó en el mensaje de Jesús y en su poder. Por eso las gentes acudían a escuchar la predicación apostólica y simul­táneamente "sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a algunos de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmun­dos; y todos eran curados" (Hch 5, 15-16).

De San Pablo se dice otro tanto: "Dios obraba por medio de Pablo milagros extraordinarios, de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos" (Hch 19, 11) y en Malta: "los otros enfermos de la Isla acudieron, y fueron curados" (28, 9) .

Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿La Igle­sia del Señor en el siglo XX es distinta de la primitiva? ¿Acaso Cristo no es el mismo de siempre? Ese gran poder que acompañó a los

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Apóstoles ¿por qué no aparece hoy? ¿Acaso ese poder era exclusivo de los primeros tiempos cristianos? ¿Cristo quiere que hoy nos limite­mos a proclamar su mensaje de salvación? ¿Ha decidido suspender la curación de los enfer­mos, al menos casi totalmente? ¿No convendría reflexionar seriamente sobre este particular?

¿No tenemos mucha necesidad de este mi­nisterio de sanación ahora? Al ejercerlo ¿no manifestaríamos mejor el gran amor de Cris­to? ¿Nuestra posición no será la prueba de nuestra poca fe? Y nuestra poca fe limita la acción del Señor. San Marcos nos dice: "No pudo hacer allí ningún milagro, fuera de unos pocos enfermos que sanó, poniéndoles sus ma­nes sobre la cabeza; y se admiraba al ver que no tenían fe" (6, 5-6).

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Por qué atraen los santuarios?

Existe un hecho que merece un estudio so-tiorreligioso muy serio, la perenne importancia que los Santuarios tienen para grandes multi­tudes.

En Francia, por ejemplo, a pesar del gran progreso de esa nación y del espíritu crítico que la distingue, no pierde atractivo ni interés el Santuario Mariano de Lourdes.

Lo mismo sucede en Portugal, España, Italia y Polonia con los Santuarios Marianos que hay en esos países. Y esto pasa en Europa, para que no se diga que se trata de manifestaciones de una religiosidad popular inculta, como ila-man muchos a la fe del pueblo en América Latina.

Con razón Pablo VI ha definido a estos San­tuarios "clínicas del espíritu", y grandes cien­tíficos cojmo Alexis Carrel han admitido la existencia en ellos de verdaderos milagros.

Pero, ¿por qué estos Santuariossno pasan de moda? Porque allí el Señor continúa sanando cuerpos y espíritus, precisamente porque los fieles acuden a ellos con la misma fe de las multitudes enfermas que buscaron al Señor, a Pedro o a Pablo. El carisma de sanación se ha conservado en esos santuarios y en las vidas de quienes han tenido una gran le como los Santos. Y el pueblo sencillo nunca ha perdido su fe en el poder y en el querer sanador del Señor pues con novenas, velas etu elidida.-, y

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oraciones diversas pide la gracia de la salud espiritual y corporal con gran confianza y ob­tiene más de lo que suponemos.

Capítulo aparte merecería el tema de lo que consiguen actualmente los grupos de Oración, especialmente los integrados por pobres.

"Sabemos, por experiencia, escribe el Padre Spiazzi, que a su sombra se realizan diaria­mente maravillosas curaciones del alma, más importantes y más deseables que los "milagros" que se han verificado en algunos Santuarios. Si se pudiera recoger dentro de aquellos mu­ros, junto a sus altares, en aquellos confeso­narios, los testimonios silenciosos -del bien que desde hace siglos se ha realizado, se podríais escribir los mejores Capítulos de una maravi­llosa historia de la Iglesia".

Bendito sea el Señor que continúa manifes tando su infinita compasión por todos sus her­manos y que continúa sanando las almas del pecado y los cuerpos de sus enfermedades en esos Santuarios que han sido y continúan sien­do tan despreciados por muchos que sólo ven allí aspectos negativos y no tienen la capacidad de descubrir la realidad de la caridad de Cristo y el valor de la fe de quienes ponen su con­fianza en el Señor y acuden a El con humildad y con gran sencillez.

Prediquemos el amor de Cristo

Hoy tenemos que mostrar a todos la estu­penda realidad del Amor Salvador de Cristo. Poco le dirá al mundo actual un mensaje que se limite a presentar a Jesús como a un mara­villoso taumaturgo o un Maestro Sapientísimo. Esto suscitaría algún interés y admiración, pero eso no basta. Sólo seremos auténticos • cristianos cuando por la acción del Espíritu Santo des­cubramos las infinitas riquezas de la caridad de Cristo, nos convenzamos de que nos ama personalmente y que experimenta profunda

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compasión por nuestras penas, como la tuvo de sus amigos de Betania, del ciego de Jericó, de las multitudes que lo buscaron y de los in­contables enfermos que le trajeron de todas partes. Sólo entonces, con la gracia del Espí­ritu Santo, le haremos la entrega personal y gozosa de nuestras vidas y podremos experi­mentar en ellas la realidad de su amor y de su bondad.

4 El Seüor sana 49

.9

i^es acompañarán señales

Según San Mareos, Jesús dijo a sus Após­toles después de la Resurrección: "Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban algún veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los en­fermos y se pondrán bien.

Con esto, el Señor Jesús, después de hablar­les, fue elevado al cielo y se sentó a la Diestra de Dios Padre. Ellos salieron a predicar por [odas paites, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (16 . 17-20).

Durante esta semana pudimos comprobar el cumplimiento de esta promesa del Señor que fue hecha para todos los (reyentes de todos los tiempos.

Presenciamos sanaciones físicas, vimos ex­pulsar demonios y oímos hablar y cantar en lenguas nuevas.

\ í e limito ahora al campo de las sanaciones físicas y. antes de dar algunos testimonios, debo hacer algunas explicaciones:

1. No toda sanación es milagrosa como creen algunos. San Pablo, cuando enumera al­gunos carismas en la 1 Carta a los Corintios, cita primero el don de curaciones y a continua­ción el de operaciones milagrosas (12. 9 ) . Esta aclaración es muy importante para la recta comprensión de este útil Carisma.

2 . No somos nosotros quienes sanamos. Sólo Jesús sana, pero quiere valerse de nues­tra colaboración. Su poder y su amor actúan a través de nosotros. "Sólo para Dios todo el honor y la gloria".

La acción sanante del Señor a través de nosotros se manifiesta de innumerables ma­neras. Unas veces sana inmediatamente y otras paulatinamente." Unas veces sana totalmente, otras de modo parcial.

3 . El Ministerio de sanación no desprecia la acción médica ni prescinde de ella. El Ca­pítulo 38 del Eclesiástico honra la persona y la profesión del médico, pero nos recuerda que toda sanación viene del Altísimo.

4 . Este Ministerio de Sanación se desem­peña mejor por medio de un Equipo, ya que hay más riqueza de carismas y se evita el peli­gro del orgullo, pues nadie puede afirmar que fue el instrumento exclusivo del Señor Jesús.

5 . Toda sanación se efectúa en un ámbito de fe como aparece en el Evangelio. Por eso tenemos que avivar nuestra fe y ser anima­dores de fe en el enfermo y en la comunidad para que el poder del Señor encuentre cauces abiertos.

6 . El ministerio de sanación se ejerce por medio de la oración de sanación. Oramos al Padre por Cristo que glorifique a su Hijo por medio de esta sanación. Por eso es sanación de Jesús.

7 . Cuando tengamos equipos de oración de sanación integrados por Sacerdotes, religiosas, médicos y enfermeras, habremos dado un paso importantísimo.

8. El mejor ministro de sanación será aquel que experimente más profundamente el amor del Señor en su vida y comunique este amor y la manifestación de la ternura de Dios a sus hermanos enfermos.

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9. La oración de sanación cuando va acompañada de la imposición de manos tiene una fuerza especial por varias razones:

a) Porque el gesto de imponer las manos es profundamente bíblico: "impondrán las ma­nos sobre los enfermos y se sanarán". Ver por ejemplo lo que dicen los Hechos de los Após­toles: "En las cercanías de aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla, lla­mado Publio, quien nos recibió y nos dio ama­blemente hospedaje durante tres días. Precisa­mente el padre de Publio se hallaba en cama atacado de fiebres y disentería. Pablo entro a verle, hizo oración, le impuso las manos v se curó" (28, 7-8).

b) Esta imposición de manos es un gesto de comunión fraternal que hace experimentar al enfermo la auténtica compasión de quienes sí lo acompañan, y ayuda a acrecentar su fe.

c) Con frecuencia, este contacto es el me­dio que usa el Señor para hacer llegar al enfer­mo su poder de sanación.

10. Recordemos que la "oración asidua del justo es muy poderosa". Muchas curaciones no se completan por falta de perseverancia en la oración.

11. Estoy seguro de que todos los Sacer­dotes hemos recibido el carisma de sanación, en menor o mayor grado, para el cabal cum­plimiento de nuestra misión, pero en la in­mensa mayoría permanece latente e inactivo por ignorancia o por falta de fe.

En todo cristiano hay un germen de sana­ción. Recordemos lo que el Concilio nos dice respecto a estos carismas en los seglares: "Para practicar este apostolado, el Espíritu Santo, que obra la santificación' del Pueblo de Dios por medio del ministerio y de los sacramentos, da también a los fieles dones peculiares, distribu­yéndolos a cada 'uno según su voluntad, de forma que todos y cada uno, según la gracia

recibida, poniéndola al servicio de los demás, sean también ellos buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, para edificación de todo el cuerpo en la caridad. Es la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la huma­nidad y edificación de la Iglesia en el seno de la propia Iglesia y en medio del mundo, con la libertad del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, y en unión al mismo tiempo con los hermanos de Cristo, y sobre- todo con sus pas­tores, a quienes toca juzgar la genuina natura­leza de tales carismas y su ordenado ejercicio, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y reten­gan lo que es bueno" (A A W 3) .

"No dejen, por tanto, de cultivar con asidui­dad las cualidades y dotes que, adecuadas á tales situaciones, les han sido dadas, y hagan uso de los dones personales recibidos del Es­píritu Santo" (A A N<? 4).

"Más aún, cada uno debe prepararse diligen­temente para el apostolado, obligación que es más urgente en la edad adulta. Porque, con el paso de los'años, el alma se abre mejor, y así puede cada uno descubrir, con mayor exac­titud los talentos con que Dios ha enriquecido su alma y ejercer con mayor eficacia los caris-mas que el Espíritu Santo le dio para el bien de sus hermanos" (A A N*? 30).

Manifestaciones de sanación

Tanto en Rionegro como en La Ceja pudi­mos ver cómo la oración con fe consigue sana-ciones físicas. Unas fueron concedidas a través de los miembros del Equipo y otras como fruto de la oración hecha en grupo por varios de los asistentes.

La primera y que causó mucha impresión fue la operada en una religiosa anciana de las

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Reparadoras que estaba tullida desde hacía ocho años. El Padre Me Nutt quiso que en la oración e imposición de manos lo acompañasen las Reparadoras que estaban allí, y no Los miembros del Equipo. Después de unos minu­tos esta religiosa fue invitada a caminar y pudo hacerlo durante todo ese día.

N. M. de E. fue curada instantáneamente de una dolencia de brazo congelado que sufría desde hacía varios años y de la cual no había podido mejorar con varios y largos tratamien­tos de fisoterapia. La sanación la consiguió cuando la señora Callaghan le imponía las ma­nos para el Bautismo del Espíritu Santo.

De su enfermedad y curación pudieron dar público testimonio su esposo y una de sus hijas.

Cuando asustada N. dijo que la había sanado la señora Callaghan, ésta replicó inmediata­mente: —yo no, fue Jesús.

La Hermana E. de La Enseñanza fue sanada de una mano y un pie que tenía más cortos y para lo cual habían sido inútiles largos trata­mientos médicos. La igualdad de sus miembros la consiguió cuando oraba con un grupo en el salón.

En La Ceja varias personas fueron sanadas de distintas enfermedades como fruto de la oración y de la fe de los enfermos y de los miembros del Equipo. El caso más admirable fue la casi total recuperación de una señorita de La Unión que sufrió a los cinco años de edad una infección de poliomielitis en su pier­na derecha y a lo largo de unas quince horas de oración se fue rehaciendo paulatinamente. De esto son testigos muchas personas que pudieron seguirlo muy de cerca.

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Algunas aclaraciones

Para evitar exageraciones y falsas interpre­taciones en este campo de la sanación física es conveniente aclarar algunos conceptos.

1. La oración para pedir la curación de una enfermedad no obedece a desprecio de los médicos y de las medicinas.

Sabemos que como muy bien lo enseña la Sagrada Escritura en el Capítulo 38 del Ecle­siástico, "debemos honrar el médico porque también a él lo creó el Señor. Pues del Altísimo viene la curación, como una dádiva que del rey se recibe. La ciencia del médico íealza su cabeza, y ante los grandes se le admira. El Señor puso en la tierra medicinas, el varón prudente no las desdeña. ¿No fue el agua en­dulzada con un leño para que se conociera su virtud? El mismo dio a los hombres la cien­cia para que se gloriaran en sus maravillas. Con ellas cura él y quita el sufrimiento, con ellas el farmacéutico hace mixturas. Así nunca se acaban sus obras, y de él viene la paz sobre la haz de la tierra.

Hijo, en tu enfermedad, no seas negligente, sino ruega al Señor, que él te curará. Aparta las faltas, endereza tus manos, y de todo pecado purifica el corazón.

Ofrece incienso y memorial de flor de hari­na, haz pingües ofrendas según tus medios. Recurre luego al médico, pues el Señor le creó también a él, que no se aparte de tu lado, pues

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de él has menester. Hay momentos en que en su mano está la solución, pues ellos también al Señor suplicarán que les ponga en buen camino-hacia el alivio y hacia la curación para salvar su vida. El que peca delante de su Hacedor ¡caiga en manos del médico! (38, 1-15).

2. Cuando pedimos al Señor la curación no le estamos pidiendo siempre un milagro. Estamos seguros de que nos ama y que es fiel para cumplir sus promesas. El en su infinita sabiduría escogerá el medio mejor para res­ponder a nuestras súplicas.

3 . ¿Qué fe se requiere para la sanación? Para hablar inteligentemente de todo este asun­to de fe y para evitar argumentos simplistas que más bien estropean la fe de muchas per­sonas sería bueno enumerar cuatro actitudes básicas de fe con respecto a curaciones:

1. La curación es sencillamente responsa­bilidad del hombre. Hay muchos miembros de iglesias cristianas que no creen en la posibili­dad de que Dios cure directamente, aunque admitan el uso de medios naturales y causas secundarias (incluyendo el poder de suges­tión ) . . . Una actitud de autosuficiencia no ve la necesidad de un ministerio de oración para curar, lo que sólo prolonga una ilusión que impide al hombre aceptar la responsabilidad de su propio destino.

2 . La curación es posible pero fuera de lo ordinario. Esta actitud hacia la curación repre­senta la creencia de muchos cristianos, los ca­tólicos en particular. Ahí hay fe, hay fe en el poder para hacer el milagro de curación, pero hay duda que el deseo de Dios de llevar a cabo tal curación sea una realidad. Los milagros son la excepción a la regla --prueban algo— (por ejemplo: la santidad de alguien); pero son sucesos de poca frecuencia. De hecho, si los milagros ocurrieran frecuentemente perderían valor como signos excepcionales. De acuerdo

a este parecer la voluntad ordinaria de Dios es que la persona enferma eleve sus sufrimientos al nivel de la cruz; a ese nivel los enfermos deben aprender a aceptar el dolor y no tratar de rechazarlo. La gente debe pedir solamente lo que le ha de traer progreso espiritual. Ya que el sufrimiento tiene un valor redentivo, los hombres no deben, pedir ser librados del dolor sino buscar el camino real de la cruz. . . Si la gente con esa actitud ora en verdad, gene­ralmente dudan que Dios se digne responder a sus oraciones, por temer que las mismas estén contaminadas de interés personal.

La experiencia les lleva a creer en la verdad de la siempre realizable profecía: "Bienaven­turados los que nada esperan porque ellos no serán defraudados".

3 . La curación siempre ocurre si hay fe. Este tipo de fe absoluta, creo, es la que de­muestran tener las personas que toman la Bi­blia al pie de la letra y presentan una doctrina de curación simplista. Esas personas favorecen los escritos de evangelistas como Kenneth Ha-gin, que ha escrito un sinnúmero de artículos sobre la fe como condición previa a la cura­ción. . . Sin embargo, quedan preguntas que uno podría hacerse. Para los que aún demues­tran síntomas de enfermedad, ¿es acaso la única respuesta su necesidad de más fe? Por ejemplo, conozco una joven pareja que trata de vivir dentro de la más estricta creencia en la curación por fe, pero tienen ciertos pro­blemas.

4. La curación es algo ordinario y regular, pero no siempre ocurre. Creo que la voluntad normal de Dios es que el hombre tenga salud. Un hombre generalmente glorifica a Dios me­jor y con más alegría cuando está sano que cuando está enfermo. Por lo tanto el hombre puede y debe pedirle a Dios con confianza de curación.

Sin embargo, hay excepciones, a veces una enfermedad está dirigida a un bien mayor, por

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el reino de Dios. Consecuentemente las cura­ciones no siempre ocurren aun donde haya fe.

4 . Fe en Dios y no en nuestra fe:

Mi fe no está en mi fe, sino en Dios. Eso suena obvio. Tal vez sea obvio. Pero, si todos Jos que piden curación comprendieran verda­deramente estas palabras, podríamos aclarar muchos problemas que ahora nos encontramos en el ministerio de curación.

Mi fe está en Dios —en su fidelidad a sus promesas, en su sabiduría, en su poder y en su bondad.

En su fidelidad a sus promesas de oír y responder a mis oraciones. Tengo absoluta confianza que Dios responde a mis oraciones aunque no vea los resultados.

— En su sabiduría. Por su sabiduría, que tanto sobrepasa a la mía, yo confío que El comprenda, aun cuando yo no, todos los mo­tivos, todas las circunstancias envueltas en mi oración por esa curación de alguna persona en particular. Por mi ignorancia algunas veces pido algo equivocado o de una manera equi­vocada y así no veo los resultados que yo qui­siera. Pero el resultado será el que Dios, en su sabiduría, crea mejor.

— En su poder. Creo que todo es posible con Dios, por lo tanto, para un cristiano que ora, nada es imposible, aún la resurrección de algún muerto.

— En su bondad. Porque creo en la bonuad de Dios, trato de ver todas las cosas reflejando su amor. Su respuesta a mi oración pidiendo curación será la que en última instancia refleje más amor.

Pero mi fe no está en mi fe. Mi fe presenta dudas desde el momento que comienzo a mirar su calidad. Cuando un ciego o uno que ni si­quiera tiene ojos en sus cuencas se acerca a pedir curación, me pregunto si tengo la fe pre­cisa para tal curación. La mayoría de nosotros

tendríamos que admitir nuestras dudas. Una vez comencemos a mirar nuestra fe en vez de a Dios, comenzamos a concentrarnos en nues­tra propia insuficiencia: (Los que dicen no tener duda alguna parecen a veces necesitar de más curación que aquellos por los que piden; en.vez de examinar su propio ministerio y ha­cerse preguntas reales de por qué no siempre tienen éxito, sencillamente proyectan la cul­pa de la enfermedad en aquellos por quienes piden) .

En fin, la fe no me deja dudas del poder de Dios para sanar y su deseo de hacerlo, con­trario a los que creen que Dios no cura en absoluto, o quizás en circunstancias extraor­dinarias solamente. Pero dudo conocer todas las circunstancias requeridas para pedir recta­mente por determinada persona. ¿Acaso hay algo que yo no comprenda en esta situación? La mayoría de las veces estoy, al menos en parte, entre tinieblas. Por consiguiente, no siempre sé si la persona por quien pido se curará. A menos que el Señor me revele todos los detalles de la situación, simplemente no sé si la curación se va a llevar a cabo en ese mo­mento. ¿Significa ello que no tengo fe? No, no creo así, simplemente significa que soy hu­mano. Mi fe está en Dios, no en mis poderes, ni siquiera en mi propia fe.

Mucha gente que he conocido, aunque cree en curación, se siente culpable de sus dudas humanas . ¿Se turban cuando oyen el reto: "Tienes fe de ser sanado"? En vez de confiar absolutamente en el poder de Dios y su bon­dad, comienzan a examinarse a ver si de veras están libres de dudas; y en nueve de diez casos la respuesta: No. Luego sigue el penoso con­flicto en el cual la persona empieza a sentirse culpable. Mientras más examina su duda, más crece ésta. En la lucha por sobrepasar el punto de la duda termina reprimiendo sus verdaderos sentimientos.

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Mientras más lucha más honda es su an­gustia. Finalmente podría lograr superar la duda por un firme acto de voluntad. Pero la fe es un don que no se puede obtener por esfuerzo propio. Como una vez dijera el Dr. Bogart Van Dunne, un intelectual metodista; "Los protes­tantes comenzaron por rechazar el catolicismo por lo que concebían ser su confianza en las obras de salvación. Pero ahora para algunos protestantes la fe ha venido a ser la obra que luchan por lograr".

Esa lucha por lograr la fe me acuerda lo que con frecuencia me ocurre cuando comienzo a perder un juego de tenis. Empiezo a esforzarme, le pego más fuerte a la bola y trato de dar más lances difíciles para recuperar mi confianza. Lanzo mis servicios mucho más fuertes para tratar de ganar unos tantos puntos rápidamen­te y de manera impresionante. Pero lo que en realidad ocurre es que saco la bola fuera de la línea- con mucha más frecuencia y empiezo perdiendo mi primer servicio. Mis esfuerzos excesivos empeoran mi jugada. Entonces trato aun con más empeño. Empiezo a hablar con mi compañero o conmigo mismo con tal de generar un poco de más entusiasmo; trato de correr más rápido para subir mis ánimos caí­dos. Pero a la larga termino en la propia derro­ta. Mis esfuerzos no pueden encubrir mi falta de coordinación.

De la misma manera veo gentes en círculos de oración, cara al fracaso (la persona por la que piden no parece transformarse), comien­zan a orar más alto y rápido. Abruman a la persona y con más insistencia le exhortan a tener fe, pero no le aumentan su fe. Por el contrario, sólo añaden mayor tensión. Sus es­fuerzos no pueden encubrir el hecho que el objeto de su fe está fuera de centro.

Ese acercamiento ansioso puede hacer gran daño. Las personas que no se curan se van con la impresión de que les falta la fe que de­bían tener, o que Dios no los quiere a ellos

como obviamente quiere a aquéllos que ha sanado. Se identifican con el ciego de nacimien­to en el evangelio de Juan, de quien argumen­taban los discípulo* (no los fariseos): "Maes­tro, ¿por qué está ciego? ¿por pecado de él 'o de sus padres?" (Jn 9, 2) .

Recuerdo a una mujer en un círculo de ora­ción a quien le habían aconsejado de no visitar al doctor ni hacer caso a sus síntomas (con­vulsiones semejantes a epilepsia). Durante el círculo tuvo un ataque convulsivo. El consejo que había estado recibiendo no solamente re­sultó en mayor ansiedad y noches de insomnio sino que también a la vez bajó su resistencia y aumentó la frecuencia de las convulsiones. Lejos de aumentar su fe, los consejos que reci­biera sólo la llevaron a condenarse a sí misma por carecer de fe para resistir los ataques de Satanás.

Si realmente creemos que Dios mismo se hace responsable de los resultados de nuestra oración, podemos hacer nuestra parte que es orar y dejarle a El los resultados. Un cristiano de una granja solía comparar el pedir un favor de Dios con la empolladura de una gallina. Se pone el huevo bajo la gallina y se deja veintiún días. Si te dedicas a sacar el huevo durante ssos días para mirarlo, se inhibe el proceso; quizás ello alivie tu ansiedad pero también ma­ta al huevo. ¿Por qué —preguntaba él- - no podemos confiar tanto en Dios como confiamos en una gallina vieja?

5. El don o carisma de sanación, como todos los demás, se recibe generalmente tn germen y debe crecer y desarrollarse mediante el ejercicio y la adquisición de la ciencia res­pecto a su uso. En este campo todos los días nos enseña él Señor cosas nuevas. Recordemos que "El no se repite" y que sus caminos son siempre maravillosos y con frecuencia miste­riosos. En la Sagrada Escritura leemos: "Mis caminos no son tus caminos, dice el Señor".

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6. En el desempeño de este ministerio de sanación, dice el Padre Me Nutt , debemos tomarnos menos en serio y debemos tomar más en serio el amor del Señor.

7 . En el Ministerio de curación, se nece­sitan primordialmente dos cosas: Oración y fe. Santiago las une cuando dice: "y la oración de la fe salvará al enfermo" ( 5 , 15) . "'Vete en paz, tu fe te ha salvado" (Mt 9, 2 2 ) , es una expresión frecuente en Jesús. T a n g á n fe en Dios". Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración crean que ya lo han recibido v lo obtendrán" (Me 11. 22-24).

Jesús hizo también esta pregunta: ¿Crees que puedo curarte? y cuando oyó la respuesta afirmativa dijo: "que se haga conforme a vues­tra fe".

Más aún, cuando Jesús encontró en los peti­cionarios una fe muy extraordinaria curó a distancia por la fuerza de Su Espíritu. Leamos con atención la curación del Siervo del Cen­turión en el capítulo 8 de San Mateo y la de la hija de la mujer Cananea en Mateo capítulo 15.

¡Dios es amor!

Decimos esta verdad, pero ¿hasta dónde es­tamos convencidos de ella? El enfermo va al médico porque cree que lo curará. Cuando pedi­mos a Dios, ¿tenemos confianza en su amor? Ojalá nos acercáramos a nuestro Padre Dios con la naturalidad con que un niño se acerca a su papá para pedirle un favor natural .

Si verdaderamente creemos que Dios es amor, entonces creemos que la curación es un don ordinario y no extraordinario. "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vues­tros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!" (Mt 7, 11) .

Sabernos cómo cuando hay amor humano nos preocupamos por el amigo o pariente en­fermo. ¿Y Dios no lo hará?

La gente cree mucho en el amor de Dios. 6Por qué es tan popular el Señor de los Mila-gios de Buga? Confían en el amor maternal de María. Las Lajas, etc.

Aunque una madre se olvidase de su hijo: yo no me olvidaré de ti, dice el Señor (Is 49, 15).

Dios se nos ha revelado en Jesús como un Dios Amor que salva y sana. No sana más por­que nos falta al orar fe en su amor y en su poder. Parte de la presente crisis de fe está relacionada con la falta de confianza on el poder de la oración.

Aún ahora el Reino de Dios está dentro de nosotros sanando y salvando.

Llevemos a la práctica nuestra fe en que Dios ama más que una Madre ( ls 49. 15) y que un Padre (Mt 7, 11 ).

Si nuestras gentes buscan a un curandero y no al Sacerdote para que ore por ellos es por­que no han recibido la verdadera evangeliza-ción del amor de Cristo que salva y sana.

En el centro del Evangelio está el poder y amor curativos de Jesús. ¿Y ahora?

Jesús no sanó para probar que era Dios. Sanó porque era Dios.

Dios sunu a trines del hombre

Cerca de la Central Hidroeléctrica del Nare hay casas de campesinos que carecen de luz eléctrica v tienen que usar velas para poder ver durante la noche.

La razón de esta situación es la carencia de redes de conducción que lleven parte de esa gran corriente a las humildes viviendas. Si al­guien tendiese esas redes e hiciese la conexión todas quedarían iluminadas.

Igual cosa sucede en el plano pastoral. Dios es amor y puede y quiere salvar a todo el hom-

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bre y a todos los hombres. Cristo es la luz del mundo y el Salvador de todos. Pero son muchos los que están en pecado, desconocen el men­saje de salvación y tienen enfermedades en el alma y en el cuerpo. ¿Por qué? Porque nosotros no hemos sido los canales abiertos a través de los cuales pase la salvación del Señor. No hemos efectuado la comunicación íntima con el Señor y con nuestros hermanos. Por eso no hemos comunicado su amor y su fuerza a tantos en­fermos del cuerpo y del espíritu. No nos hemos llenado del Espíritu de amor para comunicarlo a los demás y sanarlos. Esta es la dolorosa realidad que explica por qué hay tanto dolor en el mundo.

"De Jesús salía una fuerza que sanaba a to­dos" (Le 6, 19), porque estaba unido hipos-táticamente con el Verbo y también nos amaba a todos como hermanos. "Venid a mí todos los que estáis cargados y yo os aliviaré" (Mt 11; 28). "Tengo misericordia de las turbas" (Me 6. 34).

Si los Sacerdotes no tenemos poder para sal­var a todo el hombre es porque no estamos íntimamente unidos con el Señor y nos falta el verdadero amor que nos une con nuestros hermanos.

Dios sana a través de nosotros. Si tenemos muy poco amor de Dios tendremos muy poco poder.

La ley suprema es el amor

Generalmente cuando hablamos de curacio­nes por medio de la oración y de nuestro Minis­terio, creemos que entramos en el campo del milagro. Esto está en la conciencia de todos y especialmente del pueblo. Cuando en un San­tuario o en un servicio de sanación se da una curación, brota el grito: ¡Milagro! ¡Milagro! Esta mentalidad nos lleva a creer que las cura­ciones tienen que ser acontecimientos raros y

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extraordinarios y también a la convicción de que solamente "los santos" pueden ser instru­mentos de Dios para su realización.

"Cada día será más difícil probar la verifi­cación de un milagro para la canonización de un Santo con los progresos de la ciencia", nos decía en Roma el Cardenal Bertoli, cuando era Prefecto de esa Congregación. Mientras con­tinuemos en la creencia de que toda curación es un milagro permaneceremos como estamos, es decir, muy mal.

Con razón San Pablo cuando enuncia los carismas en su I Carta a los Corintios, distin­gue el don de curaciones del don de milagros. No quiere decir que no se den curaciones mila­grosas, sino que son dos carismas distintos, y que, por lo mismo, la noción de curación no tiene que incluir la del milagro.

Me parece muy útil recordar el criterio que en este punto tiene Agnes Sanford en su libro The Healing Light. Entre otras cosas dice lo siguiente: "Ciertamente Dios es omnipotente pero él gobierna el mundo por medio de leyes y no se complace en romperlas. Cuando se rea­liza una curación por medio de la oración Dios no está rompiendo las leyes de la naturaleza. Se trata en ese caso de la super imposición de una ley mayor de vida sobre una ley de vida menor. Dios todo lo hace por medio de leyes. Pero El ha puesto tanto poder en sus leyes que pueden hacer cualquier cosa conforme a su voluntad. Su voluntad incluye incontables mi­lagros.

Debemos conocer su voluntad y admirar la simplicidad y la belleza de las leyes que liberan su poder" (Sanford, Agnes, The Healing Light, pág. 4).

Si nos llenásemos de Dios y de su amor veríamos cómo la luz del Espíritu Santo nos col­ma y cómo su poder obra a través de nosotros.

65 S 1,1 Sc-íjür sana

II

Qué debemos hacer para recibir el poder sanador del Señor?

Si quiero recibir los grandes beneficios de la energía eléctrica, lo primero que tengo que ha­cer es lograr la conexión con la planta genera­dora. Si falta esta unión no podré conseguir ningún buen efecto, aunque haya generado mi­llones de kilovatios.

1 . Sí deseo que el Señor me sane, necesito cu primer lugar unirme espiritualmente con El. Tengo que recogerme, distensionarme y dejar­me invadir por su presencia amorosa. "En Dios vivimos, nos movemos y estamos" nos dijo San Pablo, pero con frecuencia nos sentimos muy lejos del Señor. Mientras no nos conectemos con E.l, no seremos curados por su Amor.

2. Es preciso después que con fe. humil­dad y gran sencillez le pida que me sane con ei poder de su amor paternal. "Pedid y se os dará", nos ha dicho Jesús. Pero muchas veces puede decirnos como a los Apóstoles: "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre" O si hemos orado lo hemos hecho sin fe. o con­vencidos de que el Padre puede curarnos pero no quiere hacerlo. Hemos desfigurado la ver­dadera imagen paternal de Dios.

3 . Esta fe profunda nos llevará a la segu­ridad de que el poder amoroso del Señor nos toca y nos sana porque somos sus hijos. Es entonces cuando podemos conectar nuestra ora-

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ción filial a un punto determinado de nuestro cuerpo que necesita curación. Le damos gracias al Señor porque está obrando allí amorosamen­te para sanarnos.

¿Pero tenemos de veras esta confianza en el poder y en el amor del Señor?

¿Tenemos la fe del leproso cuando decía a Jesús: "Si quieres puedes sanarme"? ¿O en rea­lidad creemos solamente que puede curarnos, pero que no quiere hacerlo?

Un día oí esta sabia reflexión: Creemos que Dios puede dar la paz al mundo y por eso, se la pedimos. Pero no creemos que pueda qui­tarnos un resfriado ni que podamos ser el me­dio para que su poder obre a través de nosotros y lo quite a un enfermo, y añadía: si todos los que oran por la paz mundial lo hiciesen con la fe que se necesita para curar un resfriado, el mundo cambiaría en 24 horas.

Lo curioso es que, mientras estamos conven­cidos de que Dios no nos cura por la oración, sí lo estamos de que pueda curarnos por medio de las medicinas. En realidad creemos más en la ciencia médica que en el poder del Señor. Esto no quiere decir que nuestra fe en el poder de la oración deba llevarnos hasta despreciar al médico y los remedios que formulan. Al con­trario, debemos agradecer al amor del Señor la presencia del médico y orar para que todos puedan disfrutar de sus beneficios. El médico y los remedios son una prueba de que Dios nos ama y quiere curarnos. El emplea para esto diversos medios, pero todos provienen de la fuente de su poder y de su amor. El creó el cerebro, los ojos y las manos del hábil ciru­jano. Es el creador de todo.

Si se daña el acueducto y no nos llega el agua al baño, no creemos que el agua se acabó en el mundo. Si el poder curativo del Señor no llega a nuestro cuerpo, no es porque haya desa­parecido. Dios no se cansa ni se agota. Pero si escasea nuestra fe y no nos unimos con El, no recibiremos su influjo.

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¡Lo más importante es el amor!

En toda sanación efectuada por el Señor el principal motivo es su amor. Sana porque es el Amor y nos ama infinitamente. Las sana-ciones se producen principalmente en un clima de amor. Porque frecuentemente falta este cli­ma, no se dan las curaciones o se presentan en escaso número. El Ministro de sanación tiene que transparentar en su rostro y en sus palabras el amor del Señor del cual está lleno. En el ministerio de las curaciones aparecen la fe y el amor. Ambos son necesarios, pero lo principal es el amor. Dios sana porque es omni­potente, pero, ante todo, porque nos ama. Si no nos amase de nada nos serviría que fuese tan poderoso. Unos ponen más énfasis en el poder de Dios. Es mejor ponerlo en su amor a nosotros. Por eso debemos empezar el minis­terio por suscitar el arrepentimiento de los pecados que son todos contra el amor del Se­ñor. El Padre Me Nutt escribe: "Personalmente prefiero concentrarme en el amor de Dios que se ha hecho visible en Jesús, de quien brota su poder curativo".

"La sanación no es un test para demostrar el grado de fe, sino la respuesta del amor del Señor a nuestra confianza y esperanza en El".

"Solamente el amor puede generar el fuego de la salud", escribió Agnes Sanford.

Tenemos que llenarnos de amor divino y comunicarlo a los demás. Así sanaremos con ese amor tantos corazones enfermos de odio y egoísmo. Pero tenemos que destruir el odio en nosotros con el amor y la paz de Jesús para que podamos ser canales a través de los cuales pueda pasar el amor y el poder curativo del Señor y llegar hasta el hermano. Nadie que tenga odio puede sanarse ni sanar. Al contrario, se enfermará y perjudicará a otros. Nos creó el Amor infinito y nos dio el ser en un "hogar" mediante la unión amorosa de nuestros padres. El amor es el ambiente y el clima necesario

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para mantenernos sanos. Sólo el,Amor puede sanarnos si perdemos la salud. Podemos crecer en el amor. Curemos con amor. El método es muy. simple: conectémonos en espíritu con el Amor de Dios, enviemos este amor a la otra persona y veamos cómo se rehace con gozo, bondad y paz.

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Cómo orar por la sanavión

El que ora por un enfermo debe reflejar en su tono de voz la unión con Jesús. Su recogi­miento debe transparentar su fe en el amor del Señor.

Es preciso que el Ministro esté libre de la necesidad de probar algo. Que esté libre de todo deseo personal de comprobar resultados buenos.

Muchas veces queremos defender nuestro buen nombre y no el amor de Dios.

Si oramos con miedo de no ver buenos y prontos resultados fracasará nuestra oración. Tenemos que orar como servidores del Señor sin miedo alguno de fracaso. Cuando se ora con amor y fe nunca se fracasa, aunque los efectos buenos no aparezcan.

El don de sanaciones no es un poder que vo poseo para hacer lo que quiera con él. Es la manifestación del amor del Espíritu Santo que obra a través de mí para ayudar a alguien. Soy su instrumento libre. El es el Agente principal. El Ministro es el canal del amor del Señor y debe ser muy humilde.

El Señor se vale de él algunas veces; otras no. Es el Señor y obra como quiere. Esto nunca lo debemos olvidar. Así nos conservamos hu­mildes pues "somos siervos inútiles" y el poder viene del Espíritu y no de nosotros. Así el Mi­nistro no debe hacer sino orar con fe y amar al enfermo que lo busca.

En el ministerio de sanaciones lo más impor­tante es crear un clima de amor y confianza

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en el amor del Señor. Muchas veces, cu esos casos, se dan curaciones, aún sin orar por los enfermos. El Padre Me Nuü cita este caso: "Un día estábamos orando por un pastor pro­testante y su esposa para que el amor entre ellos creciese. Cuando terminamos, el hombre ex­clamó sorprendido: ¡Desapareció, desapareció! Sorprendidos oímos que una hernia que lo ha­bía atormentado hacía muchos años, había desaparecido en ese momento". Con frecuencia comprobamos que muchos se curan, no solo por la oración sino por el amor que manifies­tan unos por otros.

Dios se complace en obrar en un clima de amor y en sanar a quienes lo aman y se aman mutuamente.

"La actitud de la persona que ora por el en­fermo es parte del proceso de sanación". Si está con miedo, no logra mayor cosa. Menos aún, si está buscando fama o vanagloria.

En toda oración por la salud se debe invocar el poder y el amor de Dios, pero el primer pues­to lo debe tener el amor. El camino del amor es menos peligroso de terminar en decepción y siempre deja en el enfermo paz y nunca ansiedad.

"Si tengo fe, capaz de mover las montañas , pero no tengo amor, nada soy" (1 Co 13, 2-3^.

Por que algunos no son curados

El Padre Me Nutt dice que Dios quiere siem­pre sanarnos, a menos que se presenten razones que lo impidan.

Enumera las siguientes para explicar por qué la gente no se sana a veces:

1. Falta de fe. Los discípulos no pudieron curar al epiléptico endemoniado por falta de fe (Mt 17, 14) . Tenemos que crecer en la fe para que el Señor nos use más.

2 . Sufrimiento redentor. A veces Dios usa la enfermedad con un alto fin: reparar, con-

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vertirse (S. Ignacio), castigarla (Antioco), ha­cerla madurar, etc. (La oración por su salud no la consigue).

3 . No querer la curación. Algunos encuen­tran en la enfermedad una autodefensa y no quieren salir de ella. Ellos bloquean incons­cientemente la sanacion. No debemos orar por quien no desea ser curado.

4 . El pecado. La sanacion interior no se obtiene mientras no nos arrepintamos del odio, etc. Nuestro Señor primero perdonó al para­lítico y luego lo curó.

5. Porque no se ora específicamente. En la oración por sanacion interior hay necesidad de descubrir la raíz profunda del mal y orar por su destrucción y sanacion. Hay que encontrar el problema inicial.

6. Un falso diagnóstico. Ejemplos: a) Orar por sanacion física cuando se re­

quiere sanacion interior del mal que causa la enfermedad física.

b) Orar por sanacion interior cuando se necesita liberación del demonio o viceversa.

7. No ir al médico como medio de Dios pa­ra curar. El médico y las medicinas son los me­dios que ordinariamente usa Dios para sanar­nos. Leer la Palabra de Dios en Eclo 38, 1-14.

8. No usar los medios naturales para pre­servar la salud. Descanso, higiene, prudencia. Si no empleas los medios ordinarios para con­servar la salud, no pidas recobrarla por medios extraordinarios.

9. Ahora no es el tiempo. Dios a veces sa­na al instante. Otras veces lo hace gradualmen­te. Otras no lo hace nunca por razones que El sabe y tiene. Perseveremos orando. Quizás no es aún la.hora de Dios.

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10. A veces quiere que otra persona sea el instrumento para curar a fulano de tal. Nues­tra oración tiene buen éxito sólo cuando Dios nos llama para que oremos por una persona.

11. A veces el ambiente lo impide. Si allí no hay paz, amor, oración, sino odio, munda­nidad, etc., se impide la sanacion.

Cuidado con decir que basta la fe. Cuando alguien no es curado pueden darse otras razo­nes fuera de esa que expliquen su no curación. La sanacion es un misterio del amor divino. Tienes que estar abierto para que Dios te use o no para sanar a alguien. ¡Es el Señor!

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13 Sanaeión física u unción de tos enfermos

El enfoque doctrinal que hizo el Padre Me Nutt a los Sacerdotes acerca del Sacramento de la Unción de los enfermos como el gran me­dio para la sanación fue muy serio y abrió grandes perspectivas pastorales.

Las principales ideas fueron las siguientes: Este Sacramento es el que ha tenido una

renovación más profunda después del Vatica­no II. Ha vuelto la Iglesia a señalar que el efecto principal es la sanación como aparece en el texto de Santiago.

Ya no se llamará extrema unción, sino un­ción del enfermo.

La forma esencial del Sacramento enfatiza la sanación.

Se administrará a los que están seriamente enfermos y no sólo a los que están en peligro de muerte, como anteriormente. La adminis­tración ideal es dentro de una oración comu­nitaria en la que tomen parte los familiares del enfermo, el médico y otros miembros del pueblo de Dios. El Sacerdote hará las unciones y oraciones que le corresponden según el Ritual.

El gran cambio consiste en que ya no es un Sacramento para ayudar a entrar a la gloria al moribundo, sino un sacramento para fortificar al enfermo y sanar la persona al aplicarle la gracia salvadora de Cristo. Por eso Pablo VI

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en su Constitución "Sacram Unctionem" escri­bió: Hemos querido modificar la fórmula sacra­mental con el fin de que, según las palabras de Santiago, los efectos del Sacramento puedan ser plenamente expresados. No sobra citar la fórmula nueva para bendición del óleo de los enfermos, la cual puede ser ya efectuada por un presbítero: "Dios, Padre de toda consola­ción, que, por tu Hijo, alivias el dolor de los enfermos, escucha propicio la oración de la fe; envía desde el cielo al Espíritu Paráclito, sobre este aceite generoso que por tu bondad el olivo nos produce para alivio del cuerpo. Por tu san­ta bendición sea, para cuantos con él se ungen, protección de cuerpo, alma y espíritu, y libera­ción de todo dolor, deficiencia y enfermedad. Sea para nosotros aceite Santo, por tu ben­dición, en el nombre de Nuestro Señor Jesu­cristo".

Y no quiero omitir lo que dice "Sucrumentum Mundi", sobre este Sacramento y la curación: "Además de esto, la oración de la Iglesia por los enfermos ocupa un puesto destacado en su liturgia. En las oraciones se pide constante­mente la curación corporal, la fortaleza de ánimo durante la prueba y la salvación eterna; se ha formado una rica liturgia de bendiciones y ritos. También en este campo los sacramen­tos han de entenderse como una continuación de la acción salvadora de Cristo, y como un cauce institucional de los primitivos carismas cristianos; ya en virtud de la unidad anímico-corporal del hombre, ellos dicen una relación al cuerpo. La unción de los enfermos es junto con la Eucarista y la penitencia el auténtico sacramento de los que padecen una enferme­dad. Por su origen histórico, tiene una relación estrecha con el carisma de la curación. La un­ción de los enfermos tiende siempre al hombre entero (Sant 5, 14); se refiere tanto a la en­fermedad del cuerpo como a la del alma.

Sin duda es recomendable que esta "medi­cina Ecclesiae" (Cesario de Arles) se aplique

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inmediatamente al producirse una enfermedad grave, pero una prudente cura de almas tomará en consideración la situación del enfermo. Y en general la Iglesia, en su preocupación por los enfermos desea una colaboración estrecha entre el sacerdote y el médico. Sobre todo ha de evitarse que el enfermo se sienta excluido de la comunidad parroquial, precisamente en un tiempo en que necesita urgentemente de su ayuda y en que él mismo con su sufrimien­to puede prestar a aquélla un gran auxilio, apuntando hacia un orden que está más. allá de la producción y el éxito. Sin embargo, en la presente situación de cambio en la estructura parroquial, las formas concretas en que puede expresarse y hacerse fructificar la unión mutua entre comunidad y enfermo aún han de bus­carse" (Sacramcntum Mundi, págs 574-575).

Sanación interior

Nuestras almas y nuestras mentes están más enfermas de lo que, tal vez, creemos. Hemos pecado mucho y quizás no nos hemos arrepen­tido suficientemente. Hemos acumulado mu­chos temores desde el principio de nuestra existencia. Hemos reunido mucho odio contra quienes nos han hecho mal y no nos han amado.

Estamos agobiados por muchos complejos de inferioridad que nos perjudican mucho.

Tenemos un corazón muy enfermp, quizás no físicamente, sino en cuanto a las emociones desordenadas que lo agitan y turban. El conoci­miento de esta realidad es más necesario que el de nuestra enfermedad somática, pero es muy difícil porque nos da miedo adquirirlo y porque muchas veces esas heridas están en nuestro subconsciente y las hemos guardado bajo llave porque no queremos verlas ni recor­darlas.

Con razón los psicólogos hablan de "los cua­tro demonios" que nos atormentan interiormen­

te: el temor, el complejo de culpa, el complejo de inferioridad y el odio.

Esta enfermedad interior influye en nuestro cuerpo y produce una serie de enfermedades que cada día son más comunes, como el asma, la úlcera duodenal, la artritis, eczemas y mu­chas otras. Pero los efectos peores son los que aparecen en nuestra conducta diaria a través de nuestras actitudes agresivas, nuestras inhi­biciones, nuestras angustias y temores, nues­tra sensación de frustración y la proyección de nuestros fracasos a seres inocentes que esperan y merecen de nosotros un trato distinto del que les damos.

Con frecuencia buscamos remedios que no son apropiados o carecen de eficacia. Nos em­peñamos, por ejemplo, en dominar esas situa­ciones con "fuerza de voluntad", pero ignora­mos que las emociones no están bajo el control directo de nuestra voluntad.

Frente a una persona a la cual considera­mos enemiga, o en un grupo de discusión echa­mos afuera todos nuestros resentimientos y por el momento nos sentimos aliviados, pero des­pués comprobamos que ampliamos la brecha que nos separaba de los demás.

¡Convertios!

Cuando el Señor Jesús dio comienzo a su Ministerio, inició su predicación con estas pala­bras: "Convertios y creed en la Buena Nueva" (Me 1, 15).

Si queremos recibir la Buena Nueva de que Jesús es nuestro Salvador y Señor, tenemos que convertirnos primero. Si no nos arrepen­timos de nuestros pecados no podremos recibir la primera manifestación de la sanación de Cristo. Muchas de las heridas interiores son el resultado de nuestras faltas personales. Todos hemos pecado mucho y cada pecado, por lo mismo que es contra el Amor, ha dejado su

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lote de odio en nuestro interior. Nada destruye tanto la armonía humana como el pecado que causa la ruptura entre nuestro ser y Dios y también dentro de nosotros mismos y con nues­tros hermanos. Con razón el gran objetivo del Año Santo ha sido la completa reconciliación como fruto de la profunda conversión evan­gélica.

El primer campo de la sanación que realiza Cristo es el del pecado. "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1. 29 ) .

Si no empezamos por pedirle al Señor que perdone nuestros pecados, no podremos aspirar a otras sanaciones. Primero tiene que desa­parecer la causa mayor de nuestros males, los pecados que hemos cometido.

Jesús perdona primero los pecados al para­lítico y luego lo cura de esta enfermedad. No podremos disfrutar de la paz de Cristo sino cuando El haya perdonado nuestros pecados y nosotros estemos convencidos de su misericor­dia. Sólo entonces podremos exclamar con el Rey Ezequías: "volviste la espalda a todos mis pecados y la amargura sé me volvió paz" (Is 38, 17).

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Cristo nos sana

Crece el número de las personas que buscan la solución de estos problemas emocionales en los consultorios de los psiquiatras, psicólogos o psicoanalistas. Unos con buenos resultados: otros con muy pocos.

Afortunadamente hoy crece el número de quienes están descubriendo el poder curativo del amor del Señor y están recibiendo una sana­ción interior cada vez más profunda en la Ora­ción y en el encuentro personal con Cristo que "sana los corazones destrozados y venda sus heridas" como dice el Salmo 146.

Estas personas creen verdaderamente que "Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre", y que porque nos ama y quiere hacerlo, puede con su amor cauterizar las heridas de los recuerdos dolorosos y destruir el odio que ha invadido varias zonas de nuestro ser.

El puede curar las heridas que permanecen en nosotros y afectan nuestra conducta actual y puede llenar con el Amor de su Espíritu to­dos los vacíos que han quedado en nosotros y cambiar el odio y el miedo por paz. amor y confianza.

No se trata de conseguir así una curación repentina y total, sino un alivio progresivo, que se experimenta cada vez que nos colocamos frente a Jesús con humildad y confianza y ora­mos para que su amor que está en nosotros obre y destruya todas esas emociones negativas y nos permita saborear cuan bueno es el Señor

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y descansar tranquilos en los brazos paternales de nuestro Dios.

Es, pues, muy útil, pedirle a Jesús, nuestro hermano y amigo, que vuelva al momento en el cual recibimos una emoción dolorosa y nos libere con su amor de los malos efectos que dejó y que nos perjudican ahora. Su luz divina ilumina aquellos rincones ocultos en donde he­mos encerrado esos recuerdos dolorosos com­prendemos la riqueza de las palabras de San Pablo en su carta a los Efesios: "Porque Cristo es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los "separaba, la enemistad, anulando en su cuerpo la ley de los mandamientos con sus preceptos para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a am­bos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte al odio" (Ef 2, 14-18).

La Epístola a los Gálatas nos recuerda cómo los frutos de la carne son: impureza, odios, rencillas, discordia, celos, iras, divisiones, di­sensiones, envidias. . . mientras el fruto del Es­píritu es amor, alegría, paz, benignidad, bon­dad, mansedumbre". (Gá 5, 19-24). Y esta petición debe abarcar todo nuestro pasado, desde el comienzo de nuestra vida porque mu­chas de las heridas más profundas las recibimos quizás cuando aún estábamos en el seno ma­terno, durante el nacimiento y en los primeros meses y años' de nuestra vida. Las ansiedades y temores de nuestras madres dejaron sus hue­llas dolorosas en nosotros, y es, hasta esos momentos, hasta los cuales debemos pedirle al Señor que llegue para que con la luz y el fuego de su amor pueda efectuar la profunda y total curación interior que necesitamos.

Es durante largos ratos de oración cuando nosotros en compañía de nuestro amigo Cristo repasamos la vida y regresamos hasta el co­mienzo y vamos pidiéndole que sane los diver­sos recuerdos dolorosos que descubrimos con su luz amorosa. Le pedimos que destruya el

odio y llene el vacío que quede con el amor de su Espíritu. Que quite el miedo y lo reemplace con la fuerza del Paráclito. Que cambie los frutos amargos de la carne con el sabroso de su Espíritu.

Es lástima que no sean muchos los que co­nozcan este gran medio de sanación interior y, por esa razón, no puedan obtener sus grandes beneficios. Ningún tiempo será mejor emplea­do que el que dediquemos a esta curación in­terior personal o a ayudar a nuestros hermanos para que la obtengan.

Una señora, narra cómo un día, después de una larga oración de sanación, sintió el llama­miento de leer el Cantar de los Cantares y allí encontró estas palabras de la Esposa: "Apenas había pasado cuando encontré al Amado de mi alma. Lo aprehendí y no lo soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió" (Ct 3, 4) .

"La mayor necesidad que tenemos es la de saber que somos amados" y la única seguridad de que somos amados sincera, profunda y cons­tantemente no la encontramos sino en Dios que es Amor y por amor mora en nosotros. Por eso debemos repetirle al Padre la oración de la Iglesia: "derrama sobre nosotros tu Espíritu de amor" y esta otra: "Envía, Señor, a nuestros corazones la abundancia de tu luz'' (Tercia II Semana). Podremos así empezar nuestro diá­logo y nuestra súplica de curación a Cristo con la seguridad de que al final podremos exclamar como el Rey Ezequías: "La amargura se me volvió paz". Si el Salmista decía ya en su tiem­po: "Encomienda a Dios tus afanes, que El te sustentará", nosotros debemos hacerlo con ma­yor razón pues hemos comprobado hasta dónde llega la caridad de Cristo y cuan amplia y salu­dable es la acción de su Espíritu de amor en nosotros.

Siempre tendremos necesidad de sanación interior y por eso no podremos apartarnos ja­más del Señor. El nos ha dicho: "permaneced

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en mi amor". No se trata de estar con El en ciertos momentos. Es preciso permanecer con El que es el Amor.

Cómo sabemos que una herida interior ha sido curada y cicatrizada por el amor de Jesús? Cuando ese recuerdo que, antes era doloroso y nos causaba disgusto, viene ahora y nos deja en paz profunda y aún con alegría.

Esta paz es el fruto del Espíritu cuando ha podido penetrar profundamente en nuestra vi­da. Si antes la carne había dejado en nosotros: "odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisio­nes, disensiones y envidias" (Gá 5, 20). el Es­píritu Santo fructifica en nosotros con ai ñor, alegría, paz, benignidad, bondad y mansedum­bre" (Gá 5, 22).

El Río de Aguas Vivas

Esta sanación total que efectúa Cristo en nosotros por medio de. su Espíritu de Amor, está prefigurada de modo admirable en los efec­tos que produce el Río de Aguas Vivas que nace en el Santuario y que nos describe el Pro­feta Ezequiel en el Capítulo 47 de su Profecía.: "Esta agua va hacia la región oriental, desem­boca en el mar, en el agua hedionda y el agua queda saneada. Por donde quiera que pase al torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá. Los peces serán muy abundantes, por­que allí donde penetra esta agua lo sanea todo y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente" (47, 8 y 9). Esta es la acción del Espíritu Santo, prefigurado en ese río sagrado; sana todo lo podrido y enfermo y, después, da una gran fecundidad y riqueza espiritual. Su luz penetra en los rincones oscuros en donde hemos encerrado tantos acontecimientos dolo­rosos y con su claridad aleja las tinieblas des­tructivas. Su amor cala, cada vez más profun­damente en nuestros corazones y va derribando los muros que ha levantado el rencor y destruye el odio que se ha ido acumulando en nosotros

a lo largo de la vida. Pero para esto necesita­mos que nos dejemos purificar y saturar por esta agua del Espíritu. Tenemos que sumergir­nos en El y caminar y vivir en el Espíritu. Sólo entonces irá perfeccionando el cambio que ne­cesitamos y que es la señal clara de su pre­sencia y de su acción en nosotros.

El que puede lo más, puede lo menos

La suprema manifestación del poder salvífico de Cristo se dará cuando resucite nuestros cuer­pos y los glorifique eternamente por su Espí­ritu Santo y es que Jesús es el Salvador de todo el hombre, y rio solamente del alma.

Meditemos con alegría estas palabras de San Pablo a los Filipenses: "Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigu­rará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas" (Flp 3, 20-22).

Esta visión del Apóstol es muy profunda y de gran utilidad para nosotros porque si Cristo tiene poder para resucitar y glorificar nuestros cuerpos, con mayor razón podemos esperar de El que con ese mismo poder y amor nos sane interiormente ahora cuando estamos en esta vida. Se requiere más poder para resucitar y transfigurar un cadáver en un cuerpo glorioso como el de Cristo, que para sanar una herida interior, destruir una barrera de odio e inun­dar de confianza y de paz a una persona que antes estaba dominada por el. miedo y por la turbación.

Cuándo tendremos una visión profunda y total de lo que es Cristo? Cuándo dejaremos de mirarlo sólo parcialmente?

Por qué seguimos ignorando, al menos en la práctica, su infinito amor Salvador?

Por qué no lo invitamos a que penetre en nuestra persona toda y la sane completamente?

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Por qué no le damos la gloria de creer sin­ceramente en su Amor?

Por qué no nos convertimos en evangeliza-dores de su caridad salvadora y de su poder ilimitado?

Contemplad al Señor y quedaréis radiantes

El Salmo 33 es maravilloso: Allí nos dice el Espíritu Santo: "Proclamad conmigo la gran­deza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contemplad y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.

Si el afligido invoca al Señor, El lo escucha y lo salva de sus angustias".

Todo acercamiento al Señor aumenta nues­tra salvación y nuestra sanación. Pero la ma­nera más intensa para unirnos ahora con el Señor es la contemplación. En esa etapa avan­zada de la oración recibimos en el rostro del alma la proyección de la luz divina y "gusta­mos que el Señor es bueno" (1 Pe 2, 3).

Nada puede sanarnos interiormente de mo­do tan profundo y definitivo como el don ele la contemplación infusa.

A medida que la luz del Espíritu Santo vaya llegando a las profundidades de nuestro espí­ritu y al centro de nuestra conciencia, irán desapareciendo los restos de oscuridad y las huellas dolorosas de nuestros pecados y d<¿ las heridas que sin culpa personal recibimos desde nuestros primeros días. Son, pues, muy ciertas las palabras del Salmo: "Contemplad al Señor y quedaréis radiantes". No sólo tendremos paz y salud interior, sino también una intensa ale­gría que llegará hasta manifestarse en la ex­presión de un rostro radiante, muy distinto, por cierto, del tenso que mostramos cuando la tormenta interior no ha recibido el mandato de Cristo que da la paz y devuelve la calma.

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Un método de sanación interior

Cfeo que sea de provecho para muchos re­petir la oración que compuso la enfermera Bárbara Shlemon para quienes no pueden dis­frutar del ministerio de oración por su sanación interior. La señora Shlemon es enfermera gra­duada, esposa y madre de cinco niños. Hace nueve años trabaja en el ministerio de cura­ción y ha viajado extensamente por Norte y Suramérica. como parte del equipo del Padre Francis Me Nutt, O.P. La señora Shlemon es maestra en las Escuelas de Cuidado Pastoral de Agnes Sanford en los Campamentos "Far-thest Out" y en la Renovación Carismática.

Estas son sus palabras: La mente humana puede compararse a un

témpano de hielo, con su cúspide visible eri la superficie del Océano, mientras que su enorme masa está sumergida. La cúspide representa el consciente y constituye sólo parte de nuestras capacidades mentales, mientras la masa sumer­gida del témpano representa el subconsciente y comprende la mayor parte de nuestra activi­dad mental. El subconsciente es la parte que siente, relacionada con las emociones, la intui­ción, las mayorías y hábitos. Jesús se refiere al subconsciente cuando menciona el fondo del corazón. "El hombre bueno, de su buen fondo, saca buenas palabras, y el hombre malo de su mal fondo, saca malas palabras" (Mt 12, 35).

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La mayor parte de nosotros no nos damos cuenta de la cantidad de dolor, heridas y pesa­res que hemos arrojado al fondo de nuestras mentes. Resulta imposible vivir en este mundo por cualquier espacio de tiempo sin haber acumulado cierta cantidad de dolor reprimido. Podemos haberlo reprimido por mucho tiem­po, pero aún sigue allí. Yo habría sido la pri­mera en decir, —mientras sigan ahí abajo sin eausar problemas, perdamos cuidado. Desafor­tunadamente no podemos reprimir los dolores, heridas y pesares de nuestra vida por algún tiempo sin que se manifiesten de una u otra forma, física o emocionalmente, y causen difi­cultades.

Hay tiempos de tensión en nuestras vidas que nos dejan sorprendidos, y a veces escan­dalizados de nuestro comportamiento. Decimos que "nos excedimos" o que "explotamos" al reaccionar a una situación dada. Estos son términos que describen una falta de autocon­trol. Ese comportamiento se origina en la ma­sa de dolor reprimido existente en nuestro inconsciente.

También es difícil aceptar el amor de Jesu­cristo o recibir la plenitud de su Espíritu si tenemos un almacén de dolores acumulados en lo profundo de nuestra mente. Esas expe­riencias que hemos enterrado nos envían con­tinuamente mensajes de alerta para que man­tengamos nuestras defensas, aún ante Dios, para protegernos de más dolor.

En una ocasión, al final de una conferencia que dicté, se me acercó un hombre que tenía fJificultad en experimentar el amor de Jesús en su vida. Había recibido el bautismo del Espí­ritu Santo, pero las manifestaciones eran me­cánicas y superficiales. En el transcurso de nuestra conversación mencionó un accidente automovilístico que le dejó huérfano a la edad de 12 años. Le sugerí que el recuerdo doloroso de la muerte de sus padres le podría haber causado rechazo al amor a nivel subconsciente.

"Sí, es cierto". Luego me preguntó el caba­llero: "Acaso debo resignarme a sentir depre­sión y soledad?".

Le hablé del método de oración que aprendí de la Sra. Agnes Sanford, una anglicana que escribió el libro "La luz que sana". Al cabo de muchos años de experiencia en el ministerio de curación, ella llegó a comprender que no existe tiempo en el mundo de Dios; Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. De modo que podríamos pedirle al Señor volver atrás en el tiempo, y sanar la memoria adolorida con tal de no tener más el poder-de herirse a sí mismo.

Accedió a la idea de hacer esta oración y más tarde describió la experiencia como "ser lavado en olas de amor". Aunque desde nuestra oración ha tenido su porción de problemas, nunca ha vuelto a un sentimiento de aislamien­to total.

Necesitamos sanarnos: Dios puede y quiere sanar todas esas cosas (Is 53, 4) . Profetizó que' el Mesías llevaría todas nuestras dolencias y soportaría todos nuestros dolores. Quitaría no solo los pecados que hemos cometido como in­dividuos, sino también todo el daño que se nos ha hecho. Eso es lo que Jesús tomó: el amor de Dios nos puede lavar y librar de todas las cosas que nos impedirán tener plenitud de vida.

Creo que esa es la "transformación" a la que se refiere Pablo: "ustedes saben que tienen que dejar-su manera anterior de vivir, el "hombre viejo" cuyos deseos falsos llevan a su propia destrucción. Han de renovarse en lo más pro­fundo de su mente, por la acción del Espíritu, para revestirse del Hombre Nuevo. Este es el que Dios creó a su semejanza, dándole la ver­dadera justicia y santidad" (Ef 4, 22, 24).

Dios no se interesa solamente en nuestro es­píritu y en nuestro cuerpo, también le interesa nuestra mente. Voluntariamente debemos per­mitirle quitarnos todo eso ya que El no habrá de abrumar nuestra voluntad. Debemos decirle: "Señor, entra en lo profundo de mi corazón y

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mi mente . Quiero que sanes todo lo que lie cargado hasta ahora. Tómalo tú; ya no lo pue­do cargar más".

Dicen los psiquiatras que lo que nos ocurra antes de los seis años de edad, puede asentar las bases de la forma de ver la vida hasta el fin de nuestros días. Ya que el subconsciente no olvida nada jamás, debemos permitir que el amor sanador de Dios toque cada parte de nuestra vida —aun la etapa prenatal y de in­fancia. Podemos pedirle a Jesús que camine hacia atrás por nuestra vida y que nos sane. Esto lo puedes hacer ahora mismo.

Busca un lugar donde puedas estar en silen­cio, donde nadie te interrumpa. Ponte cómodo. Vé al Señor en actitud de humildad y con­fianza.

Entra en la oración de la manera que te sientas movido a hacerlo. Ya que la curación es un proceso progresivo, esa oración no solu­cionará todos tus problemas. Nunca podremos llegar a decir que ya se acabaron los ->roble-mas, que todos los recuerdos han sido, curados, pero podemos quitar del camino toda barrera que nos impida estar sanos y saludables. La curación interior se habrá llevado a cabo cuan­do un suceso del pasado no tenga ya poder para herirnos —cuando lo podamos recordar sin tristeza, vergüenza o sentimiento de culpa. Entra en presencia de Dios.

Señor, tú puedes volver atrás conmigo y ca­minar conmigo a través de mi vida desde el momento que fuera concebido.

Ayúdame, Señor, aun entonces: limpíame y líbrame de todo lo que pudo causarme dificul­tades en el .momento de mi concepción. 'Iú estabas presente en el momento que fui for­mado en el vientre de mi madre; líbrame y sáname de cualesquiera ataduras en mi espí­ritu que hayan podido llegarme por mi madre o las circunstancias de la vida de mis padres aun cuando tomaba forma. Por esto, te doy gracias.

También te alabo, Jesús, porque además me estés sanando del t rauma de nacer. (Muchas de nuestras madres tuvieron partos largos y dolorosos cuando nacimos, y esto tiene un efec­to en la cr ia tura) . Te pido, Señor, que me cures del dolor de nacer y de.todo lo que sufrí al nacer. Te doy gracias, Señor, porque Tú estabas allí para recibirme en tus brazos cuan­do nací. Conságrame erí ese mismo momento al servicio de Dios. Gracias Jesús, porque esto se ha hecho.

Señor Jesús, te alabo porque en esos prime­ros meses de mi infancia tú estabas conmigo cuando te necesité, (Hay muchas personas que necesitaban más amor del que recibieron de su madre, todo el amor que necesitaban, porque fueron separados por circunstancias que no pudieron evitarse. No recibieron el amor que les hubiera ayudado a sentir fuerza y estabi­l idad) . Hubo veces que necesité que mi madre me acunara en su pecho y me meciera y me hiciera cuentos infantiles, como solamente sabe hacerlo una madre. Señor, hazlo tú en lo más profundo de mi ser. Déjame sentir un amor maternal tan conmovedor, confortante y pro­fundo que nada pueda ya más separarme de ese amor otra vez. Te doy gracias y te alabo. Señor, porque sé que lo estás haciendo ahora mismo.

(También hay personas que necesitaron más del amor paternal en sus vidas). Por cualquier razón que me haya sentido descuidado, recha­zado, Señor, llena esa parte de mi ser con un profundo amor paternal que sólo viene de un padre. Aunque yo no esté consciente de haber necesitado unos abrazos fuertes y un "papito" que me amara y me diera seguridad y apoyo, dámelo Tú ahora. Gracias. Señor, porque esto también lo estás haciendo.

(Según crecíamos, algunos de nosotros per­tenecíamos a familias donde no había mucho tiempo para nosotros como individuos). He lle­gado a entender y a aceptarlo, pero una parte

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de mi ser en realidad nunca se sintió completa, nunca se sintió verdaderamente querida. Te pido hoy una curación de ese sentimiento. Se­ñor, hazme saber que soy tu Hijo, una persona importante en tu familia, un único que aínas de una manera muy especial.

Cúrame, Señor, las heridas causadas por las relaciones con mi familia, el hermano o her­mana que no me entendía del todo o que no me demostraba amor y bondad debidamente. Una parte mía nunca se sintió amada por eso. Déjame ahora alcanzar en perdón a ese her­mano o hermana. Quizás a través de los años, nunca he podido aceptarlos porque nunca me sentí verdaderamente aceptado por ellos. Dame un gran amor por ellos. Así que la próxima vez que los vea haya tanto amor que todo lo viejo habrá pasado. Me habrás renovado. Te doy gracias por eso, Señor.

(Según crecíamos, el primer trauma real en nuestra vida pudo haber sido cuando fuimos a la escuela por primera vez. Esa fue la pri­mera vez que nos ausentamos del hogar y todo lo que ello representaba. Para algunos de noso­tros que éramos muy sensitivos, que éramos tímidos, inseguros, esto fue difícil: —quedar­nos con aquella maestra extraña, con compa­ñeros extraños, en un lugar extraño).

Señor, de veras nunca me recuperé de esa experiencia, porque había cosas que esperaban de mí y cosas que me herían mucho. Hubo maestras intratables y niños que no me mos­traban amor o comprensión.

Te pido, Señor, que me sanes de todos esos años que pasé en el salón de clase, que me quites todo el dolor y sufrimiento que recibí en ese tiempo. Me retraje en ese entonces, Señor, y empecé a sentir miedo de hablar en grupos porque me habían ridiculizado, castigado, cri­ticado en el salón. Dejé de hablar porque era demasiado doloroso. Señor, te pido que abras la puerta de mi corazón. Déjame relacionarme en grupos de una manera más abierta y libre

de lo que he podido hasta ahora. Segúnse lleva á cabo esta curación, tendré la confianza y el valor de hacer lo que me pidas en toda situa­ción. Gracias, Señor, porque creo que estás sanándome ya.

Señor, cuando entré en la adolescencia, em­pecé a experimentar cosas que me asustaron, me avergozaron y me causaron dolor. Nunca he podido sobreponerme del todo a algunas experiencias que tuve cuando me estaba cono­ciendo a mí mismo, lo que significa ser per­sona. Te pido, Señor Jesús, que sanes todas las experiencias que tuve como adolescente; las cosas que hice y que me hicieron y de las que nunca me he sanado. Entra en mi corazón y quita todas las experiencias que me causaron sufrimiento o vergüenza. No te pido, Jesús, que borres esto de mi mente sino que lo transfor­mes de manera que pueda recordarlo sin ver­güenza, con acción de gracias.

Hazme comprender por lo que hoy están pasando los jóvenes, porque yo mismo también he "pasado por ello: —esa época de búsqueda y qonflicto. Según me voy sanando, déjame ayudar a otros a encontrar la curación.

Señor, al salir de este período de mi vida, y al empezar a crecer en la vocación a que me llamabas, tuve dificultades. (Algunos fuimos llamados a ser esposos y esposas, algunos fui­mos llamados al celibato, otros escogieron ia soltería o ahora son viudos o divorciados. Ha habido dolor, ha habido sufrimientos; no hay carrera alguna en la tierra que no conlleve dificultades de ajuste, problemas que necesi­taban curarse en la vida privada). Te pido, Jesús, que me cures en el estado de vida que me encuentro hoy, y todo lo que eso ha signifi­cado para el mundo que me rodea.

(Esposos y esposas tienen cosas del pasado que se interponen en sus relaciones, heridas y sufrimientos que solamente pueden existir en­tre quienes tratan de vivir juntos y conocerse en una situación muy íntima). Señor, sáname

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de estas cosas. Haz que mi matrimonio em­piece a ser de nuevo lo que Dios quiere que sea. Toma en tus manos todas las heridas y sufrimientos del pasado, para que desde ahora en adelante este matrimonio sea limpio y co­mience de nuevo tan libre y tan sano como sea posible.

Gracias, Padre, que mediante esta curación podemos llegar a ser la clase de marido y mu­jer que Tú pides que seamos.

(Los sacerdotes, religiosas y religiosos han tenido heridas que los han alejado de Jesús en vez de acercarlos a El). Señor, ayúdame a sen­tir tal calor y fortaleza de amor en mí que nunca jamás dude yo, si el camino que sigo es al que me has llamado. Dame valor y con­fianza en la obra que rae has llamado a hacer. Llévame adelante con propósito y metas nue­vas. Gracias, Padre, porque sé que estás ha­ciéndolo.

(La gente soltera que se han sentido llama­dos a esa vida, siguen los pasos de Jesús con un dolor y sufrimiento que solo Dios conoce). Me he sentido solo y, en ocasiones, abandonado y totalmente rechazado por el resto de la hu­manidad. JJeñor Jesús, lléname hoy de un nue­vo sentido de fortaleza y propósito. Hazme comprender lo que has puesto en mi corazón. Déjame ser un testimonio vivo de Jesucristo. Te doy gracias, Padre, porque sé que estás ha­ciendo ésto.

Según siento la unción de tu amor, te glori­fico, Señor, porque sé que está hecho. Señor, no hay poder en el cielo o la tierra que pueda impedirlo. Te alabo, Señor, porque sé que mien­tras más te entrego, dándote gracias y alabán­dote por ello, más me das la fortaleza de tu presencia, el poder de tu espíritu, el amor de tu Divino Hijo. Te alabo, Jesús, por esta cura­ción y te glorifico. Gracias. Amén.

Ahora permanece en silencio unos 10 minu­tos. Deja que el Espíritu de Dios complete la obra de curación en ti, vacía tu corazón de todo

lo que no es de Dios. Deja que Dios vuelva a llenarlo con sú Amor.

Precioso aporte sobre sanación interior

El Padre Miguel Scanlan es uno de los reli­giosos, que ha profundizado más en el minis­terio de la Sanación Interior.

Con el fin de enriquecer las consideraciones anteriores quiero presentar las ideas principales que expone en su Libro "Sanación Interior".

"Debemos distinguir las heridas superficiales de las profundas.

Tenemos que respetar el tiempo señalado por Dios para efectuar una sanación interior.

Sanación es distinto de crecimiento espiri­tual y de un consuelo de Dios.

Sanación significa el proceso por medio del cual lo que está herido interiormente queda totalmente sano.

Es un proceso inducido naturalmente para conseguir la salud.

Una sanación espiritual es una sanación por la cual los estímulos espirituales aceleran el proceso natural.

La sanación puede producirse de una ma­nera milagrosa pero no es necesario que así sea.

Sanación interior es la sanación del hombre interior.

Por hombre interior entendemos el área in­telectual, volitiva y afectiva llamadas por lo común, mente, voluntad y corazón, pero inclu­yendo otras áreas como las relativas a las emo­ciones, psíquicas, alma y espíritu.

Se distingue de la sanación física. El Señor Jesús la realizó durante su Minis­

terio. La experiencia nos ha demostrado que des­

pués de la oración se consigue más la sanación interior que la física. Muchas enfermedades físicas desaparecen cuando se ha obtenido la sanación interior.

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Ministerio de sanación

La oración que hacemos por la sanación de otro.

Somos entonces instrumentos del Señor que se sirve de nosotros y obra a través de nosotros.

Le ayudamos a esa persona a tener una rela­ción buena con el Señor y participamos en la oración de súplica por esta sanación.

Las heridas que necesitan sanación interior no son sólo individuales. A veces son comuni­dades o familias quienes las necesitan.

En ese caso se requiere que las personas sean primero sanadas para que puedan después reconciliarse de veras. Esto tiene un valor es­pecial con matrimonios distorcionados.

Cuando hablamos de un ministerio de sana­ción entendemos la súplica de intercesión que busca la salud interior de una persona que está presente y desea esta sanación. "Orad los unos por los otros para que seáis sanados" (St 5, 16).

La paz de Cristo

Nos sanamos interiormente cuando recibi­mos el regalo de la paz de Cristo. Cuando recordamos con paz lo que antes nos hería.

Estamos plenamente sanos cuando experi­mentamos la plenitud de la paz de Cristo.

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Señales de esta paz

a) Un profundo gozo. "Alegraos en el Se­ñor. Alegraos".

Cuan poco felices son muchos cristianos. Este gozo es producido por la presencia del

Espíritu Santo en nosotros.

b) Una gran confianza para presentar nues­tras plegarias al Señor y esperar sin angustia que obre El como quiera.

c) La paz de Cristo produce los frutos del Espíritu (Gá 5, 22).

Muchos vienen por sanación interior-pero no quieren perdonar u olvidar un resentimiento. Así no se puede tener la paz de Cristo. Son cosas opuestas. Para gozar de la paz del Señor tenemos que odiar el pecado.

La paz de Cristo está basada en una nueva presencia de Jesús a través de su Espíritu en el centro de nuestras vidas.

Sólo podemos aceptar y cooperar con el Es­píritu de. Jesús, invitándolo a que penetre en cada área de nuestra vida.

No dejar zonas vedadas para el Señor.

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17 El ministro de la sanación interior

"Todo proviene de Dios que nos reconcilió con Cristo y nos hizo Ministros de la reconcilia­ción" (2 Co 5, 18).

Ahora bien, como la reconciliación presupone la sanación, entonces también nos confirió el ministerio de la sanación interior.

Cómo podemos comunicar la paz de Cristo que es la sanación plena?

1. El ministro tiene que sentirse débil, pe­cador y estar convencido de que quien sana es el Señor y no él.

2. Tiene que sentir verdadera compasión y amor por el enfermo.

3 . Tiene que amarlo con el amor de Cristo para que el otro se sienta amado por Jesús. Tiene que pedir la gracia de transmitir el amor del Señor.

4'. Cuando es s, n. equipo ministerial asegu­ra mejor la presencia del Señor para sanar al enfermo y se evita el peligro de la vanagloria.

Hay más eficiencia y menos peligro.

El equipo se ve enriquecido con los distintos carismas: fe, amor, discernimiento, palabra de sabiduría y de inteligencia, compasión, profe­cía, piedad, etc.

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Si el Ministro tiene que obrar sólo porque está confesando, recibe una confidencia, etc., se siente, sin embargo, miembro del Cuerpo de Cristo y busca en lo posible la ayuda de la ora­ción de Cristo.

El ideal es que la sanación se busque dentro de una comunidad de amor.

El Ministro no obra en su propio nombre, sino que confía sólo en el poder y el amor del Señor Jesús.

Jesús debe ser el principio y el fin del dis­cernimiento y de la oración que se haga por el enfermo.

El Ministro debe buscar servir con el amor de Jesús, ya que él es un enfermo que ha sido sanado por ese amor.

Su acercamiento al enfermo debe ser una afirmación de amor y de verdad.

Debe llevar buena noticia del amor del Señor. Animar al otro a bendecir al Señor por todo,

aún por su situación. Es en la Palabra de Dios donde el Ministro

debe buscar las palabras de poder que cambian las vinas.

Autoridad del ministro

Debe obrar con fe en la verdad y el poder de la palabra de Dios que nos enseña que el Se­ñor ama la persona que necesita sanación.

El Señor quiere que su poder de sanación esté al servicio del amor.

El Ministro debe tener confianza de que ordi­nariamente el Señor obra a través de él para sanar a los otros. El obra en el nombre de Jesús que es quien sana.

Jesús quiere sanar por medio de su Iglesia y por eso depende del uso que hagamos de este poder con fe, el que el Señor sane más o menos.

No usamos de este poder cuando y como queramos, sino como Ministros del Señor eme obra a través de nosotros.

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Debemos actuar cuando estamos seguros de que ahora es el tiempo y el lugar para hacerlo.

El Ministro debe entonces, salir al encuentro del demonio con autoridad.

A veces la enfermedad es más conveniente, para nosotros porque nos mantiene más depen­dientes de Dios y nos hace más humildes, etc. En ese caso la salud sería perjudicial.

Hemos sido llamados a decidirnos por Cristo como nuestro Salvador, nuestro Señor y nues­tro Sanador, a renunciar a todo lo que no sea de Dios, a recibir la sanación de Dios y a per­manecer en fe en la sanación recibida.

Muchos cristianos encuentran una nueva sa­lud y vitalidad porque pronto se enfrentan al mal, incluyendo la ansiedad y la enfermedad.

"A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y tiempos. Amén" (Ef 3, 20).

El proceso de sanación

1 . El Ministro debe, primero, pedir aumen­to de la fe en la persona enferma.

2. Pide al Señor que la persona retroceda con su memoria al momento en que fue herida y que sane con su amor esa herida. Este amor del Espíritu Santo debe sanar cada recuerdo doloroso.

3. Debe llegar hasta el momento de la con cepción cuando el Señor amorosamente pro nuncio nuestro nombre.

4. Si el Ministro ve que la persona en ese recorrido muestra ansiedad, puede preguntar­le: dónde está Usted ahora? En qué edad de su vida? Al oír la respuesta, el Ministro ora por la persona y le impone las manos. Y si^ue el proceso. . .

Cuando se sana una raíz profunda de mal se experimenta una sensación de relajamiento y de paz comparable con el llamado bautismo del Espíritu Santo.

Estas raíces profundas son sanadas, a veces, con un proceso de visualización. Imaginarse que Jesús va con nosotros, llega a tal momen­to, actúa, nos sana. Ayuda a aceptar el amor de Jesús.

Recuerdos y corazón

A veces nuestro corazón parece de piedra. No podemos responder a las necesidades de los otros, aunque la razón nos dice que debe­mos hacerlo. El corazón herido, quebrantado, endurecido, necesita y puede ser sanado. No basta sanar los malos recuerdos; hay que sanar el corazón duro y herido.

El proceso de sanación del corazón es dife­rente. El Espíritu Santo nos muestra cuando se trata de sanación del corazón y no de los recuerdos.

Señales de un corazón enfermo: Cuando la persona exige el perfeccionamien­

to de sí o de los demás. Exige lo imposible. Cuando siente un miedo exagerado por el

futuro, una sensación de soledad, etc. Comúnmente hay una constante espera de

crecimiento espiritual, pero no viene porque el corazón está enfermo. En un término más cíen-tífico, corazón significa los centros volitivos y afectivos del ser. Cuando los deseos, direccio­nes y actitudes en este campo están mal cen­trados, nos enfermamos. (Leamos Santiago 4, 1-10).

' Los autores bíblicos hablan con frecuencia del corazón que necesita salud y cambio (Ez 11, 19-20; Sal 51, 12; Is 61, 1).

El corazón es el centro. Allí mora el Señor. Por eso cuando el corazón queda sanado, toda nuestra persona queda sanada.

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Por eso el Espíritu Santo quiere darnos un corazón nuevo, un corazón de carne, un cora­zón limpio, en lugar del sucio y de piedra.

Transparencia

Cuando se dan las dos sanaciones: la'de los recuerdos y la del corazón, aparece una nueva transparencia en la vida de ia persona. Hasta en los ojos se nota.

Jesús es la luz del mundo. En los que han sido sanados por el Espíritu de Jesús aparece una nueva luz y poder. .

Cuándo es completa uña sanación? Depende de cada persona. La relación de cada persona con Dios es

única. Todos somos distintos. "He aquí que ha­go nuevo todo" (Ap 21, 5).

Comunidad y sanación

La fe para ser curado nc está sujeta a la del enfermo y del Ministro. Puede haber una fuen­te vital de fe en la Comunidad.

"Viendo la fe de los que lo trajeron" dijo al paralítico: "Hombre, tus pecados te son perdo­nados. . ." (Le 5, 20).

Durante estos últimos años hemos compro­bado el valor de la fe de la Comunidad en un E.etiro o Seminario. La oración del grupo tiene una fuerza especial.

Cuando crezcan las verdaderas Comunidades en el Espíritu, crecerá el. poder de sanación.

La vísualización es muy útil.. Visualizar la llegada amorosa del Señor al grupo (composi­ción del lugar). Visualizar la persona ofendida y nuestro acercamiento cariñoso a ella', etc. Vi­sualizar el abrazo del Señor a la persona y al grupo. La vísualización es la verdadera repre­sentación de la acción amorosa del Espíritu Santo en nuestras vidas.

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Advertencias

1. Hay que guardar en el Ministerio de Sanación interior un gran respeto por la dig­nidad de cada persona que es sagrada. Cuidado con un celo excesivo.

Hay que tener en cuenta que:

1. Algunas personas son demasiado cerra­das para poder perdonar o para admitir el per­dón. Se necesita tiempo para que se abran al perdón.

2. Otras que necesitan sanación se niegan a buscarla. No apuremos las cosas. Dios no quiere forzar, a nadie. Tampoco lo hagamos nosotros. Esperemos.

3. Mientras no se llegue a descubrir lo que está sepultado en el subconsciente no se lo­grará la sanación completa. Como no es fácil lograrlo en algunos, hay que esperar pacien­temente.

4. Algunos experimentan fuertes senti­mientos negativos y no saben la causa. Se sienten entonces frustrados. Hay que decirles que esperen y que a su debido tiempo descu-. brirán las raíces y causas. El §eñor tiene su hora para cada uno.

5. Unos experimentan falta de fe y sufren. Recordarles que la fe es un don. Que lo pidan y esperen porque el Señor los oirá.

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6. • Algunos se sienten rebajados cuando buscan la sanación. Creemos en ellos un am­biente de seguridad y de igualdad. Si perma­nece ese complejo se bloquearán para recibir la sanación. Todos somos siervos de Dios.

7. Los que piden sanación mientras están en tratamiento médico que sigan con él. Todos somos coadjutores de Dios que es quien sana.

8. Algunos que experimentan la presencia del Espíritu Santo creen que van a conseguir la plena sanación inmediatamente. Ordinaria­mente el Señor obra progresivamente. Esa es su pedagogía. Deben agradecer lo que les va dando.

9. Algunas personas creen que están total­mente sanados y después comprueban que no. No desanimarlas. Alentarlas a no sentirse de­fraudadas, ya que el proceso de sanación se­guirá progresando. El que empezó la buena obra la terminará.

10. Cuando descubrimos que el Señor se está sirviendo de nosotros para dar la sanación. se establece una relación estrecha con nosotros que servimos de instrumentos al Señor para esa sanación.

Hagamos todas las sesiones de sanación que sean necesarias. Tenemos que ser buenos pas­tores que den a sus ovejas todo lo que necesiten.

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18 Sanación interior u sacramento de la reconciliación

La Iglesia Católica tiene en el Sacramento de la Reconciliación un elemento maravilloso para la consecución de la sanación espiritual. En la medida en que los Sacerdotes lo descu­bramos veremos cómo la Pastoral de Peniten­cia, como la hemos llamado, se ilumina y en­riquece con nuevas e insospechadas realidades.

En esta búsqueda pastoral nos ayudarán mu­cho las ideas expuestas por la Iglesia en la publicación del Nuevo Rito para la administra­ción de este Sacramento en febrero de 1974, y la práctica de esta renovación.

1. Reconciliación es el nuevo término, y muy apropiado por cierto, para denominar al que hemos llamado Sacramento de la Peniten­cia. En realidad, al recibir con fruto este Sacra­mento, no sólo nos arrepentimos del pecado y lo confesamos al Sacerdote, sino que, como fru­to de esto, conseguimos el perdón y la plena reconciliación corf el Señor con quien habíamos roto por el pecado. No olvidemos que todo peca­do es contra el amor y separa, no solo de Dios, sino también de los hermanos y rompe la ar­monía interior de nuestro ser.

Leamos con atención lo que nos dice el Señor: "Ponte eñ seguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el cami­no; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil, y se te meta en la cárcel.

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Yo te aseguro que no saldrás de allí hasta ha­ber pagado el último céntimo" (Mt 5, 25-26 ¡.

2. El nuevo rito favorece la confesión "cara a cara" y le merma importancia a la reja y a la tela que la cubre. Esto para favorecer el diálogo que en presencia del Señor que es quien sana, deben efectuar el Confesor y el penitente. El confesor o el penitente darán co­mienzo a este servicio de reconciliación con gran provecho si lo inician con la lectura de la Palabra de Dios.

3 . Se recomienda que la oración espontánea sea efectuada por el Confesor, por el penitente o por ambos. Se puede añadir a la absolución de los pecados una oración para obtener la sa­nacion interior.

Pienso que la incorporación de la oración pol­la sanacion interior aportará una gran contri­bución para la renovación efectiva de este Sa­cramento.

4. Es necesario que como confesores no nos limitemos a oír una lista de pecados y a preguntar si hay dolor y propósito de enmien­da, sino que busquemos la raíz profunda de los pecados y oremos para que el Señor las des­truya con su amor. Sólo así conseguiremos el cambio verdadero en la conducta y evitaremos la sensación de frustración que experimentan muchos penitentes, porque a pesar de sus bue­nos y reiterados propósitos, vuelven a cometer las mismas faltas.

Los pecados representan el pasado, pero, con frecuencia, se necesita la curación interior para que la vida del penitente cambie en el futuro.

El perdón de los pecados es una forma de sanacion interior, pero sólo una. Podemos com­plementarla con la oración. Así podrá llegar el amor del Señor más abundantemente. Somos Ministros de la Caridad de Cristo.

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Apéndice

Conferencia de Sister Jeanne en Rione<¡ru

Creo muy útil transcribir la conferencia que dictó Sister Jeanne durante el Retiro en Rione-gro. Sus palabras son las siguientes:

"Esta mañana mientras el Padre hablaba abrí la Biblia en este pasaje: Santiago 1. 16 "No se equivoquen de esto, amados hermanos, toda dádiva buena, todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambios, ni sombras de rotacio­nes. El nos engendró por su propia voluntad, con palabra de verdad, para que fuésemos como las primicias de sus creaturas".

Esta mañana dijimos que yo iba a hablar esta tarde sobre el don de lenguas y antes de comenzar querría saber de nuevo cuántos de ustedes tienen el don de lenguas. Querría saber cuántos de ustedes pidieron este don y no lo recibieron y querría saber cuántos de ustedes nunca han deseado ese don.

La razón porque quise saber esas cosiis es muy clara. La razón principal por la cual mu­chos de nosotros no hablamos en lenguas es porque no deseamos ese don. De modo que si hablo sobre este tema es para suscitar en us­tedes el deseo de este don. Sin embargo antes de venir aquí oramos en el equipo sobre el tema de esta tarde y parece que muchos de ustedes desean oír hablar de la sanacion in­terior, de modo que vamos a hablar esta tarde de la sanacion interior. Pero me gustaría decir unas palabras previas sobre el don de lenguas.

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Yo creo que todos podemos orar con este hermoso don pero hay que evitar excesos: Uno es deseándolo demasiado; el segundo es no de­seando nada; y lo tercero es juzgar a otras per­sonas en relación con este don. Hay algunas personas que creen que uno no ha recibido d Espíritu Santo si no ha recibido el don de len­guas. De modo que a los que no han recibido el don los hacen culpables, debemos evitar esto. No debemos pensar que porque oramos en len­guas Dios nos ama más que a otra persona que no ora así; no debemos pensar que porque 3io tenemos este don Dios no nos ama. Pero creo que debemos comprender este don y entonces comenzar a desearlo y una vez que lo deseemos podemos dejar a Dios en libertad para con­cedérnoslo en el momento que El quiera y con el tiempo todos ustedes conseguirán este don y cuando lo reciban entenderán lo hermoso que es, pero no antes. Es muy parecido esto a la Eucaristía. Podemos hablar de la Eucaristía de tal .maneta que otros puedan comprenderlo; pedemos hablar de la Eucaristía de modo que otros deseen recibirla. Pero nunca entendemos la Eucaristía mientras no la recibimos nosotros mismos, y cada uno la recibe de una manera muy personal. Nadie entiende lo que pasa en­tre uno y el Señor cuando lo recibimos. Es muy personal e íntimo; es una relación de amor entre uno y el Señor; y el don de lenguas es muy semejante a esto. Por eso es tan difícil explicarlo. Es un misterio en el cual nos comu­nicamos con Dios de una manera que otros no entienden.

Procuraré combinar las dos cosas: Don de lenguas y sanación espiritual, mostrando que son dos cosas que están relacionadas.

Ahora veo que toda la creación es solamente una realidad, es Dios que participa su vida-Solamente Dios tiene la plenitud de la vida y está tan lleno de vida que desea participar de ella a los demás y por eso al mirar alrededor de nosotros vemos que su vida ha rebasado;

vemos su vida expresada de distintas maneras, algunas muy sencillas y otras muy complicadas. De medo que Dios comienza a expresar su vida por algo, como una piedra; y aprendimos en la escuela que esa vida se va elevando a través de diversas formas; que la vida de árboles, plan­tas y flores son de un orden más elevado que la vida de una piedra, y que la vida de anima­les, pájaros, aves, es una forma más superior que la vegetación y todas estas cosas nos dicen algo de Dios. Solamente el hombre reúne en sí mismo todas estas formas de vida, y ahora tenemos que Dios comunica su vida a alguien que comprende cómo Dios la comunica. Eso es lo que es hermoso en ser un hombre. Dios no solamente comunicó su vida conmigo, sino que hizo posible que yo comprendiera esta comuni­cación; me doy cuenta de mí mismo. La planta no tiene conciencia de sí. Yo sí, y puedo amar a otra persona porque quiero, y esta persona puede traerme a la vida amándome. Ninguna otra parte de la creación puede hacer esto. En­tonces Dios nos envió a su Único Hijo para decirnos que hay más todavía. La vida que us­tedes tienen es hermosa, pero puede hacerse más perfecta; la vida que ustedes tienen puede llegar a ser como mi vida, puede llegar a estar sin ninguna oscuridad absolutamente, puede llegar a estar sin enfermedad, puede seguir eternamente y puede traer, producir, engendrar vida como yo la* engendro. Dios nos envió a su Hijo para mostrarnos cómo, y de todo esto trata la vida en el Espíritu.

Cuando Nicodemo ltegó a Jesús vino en la noche porque estaba temeroso; quería que na­die supiese, y con todo, Jesús lo recibió y Jesús le mostró el camino y le dijo: "Debes nacer de nuevo; ahora debes nacer con una vida que es más grande que la que te dio tu madre; debes nacer en mi Espíritu". Nicodemo no entendió, y Jesús le dijo: esto no me sorprende y no de­bería sorprenderte a ti. El viento viene, no sa­bes de dónde viene ni sabes dónde va, y con

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todo sabes que está ahí. La vida de Dios viene y no sabes de dónde, no sabes a dónde va; con todo, sabes que-es hermosa. Si amo a alguien, lo que quiero hacer más que ninguna otra cosa es estar con esa persona y muchas veces es suficiente precisamente estar con ella. No nece­sito decir nada: es suficiente estar ahí. y a ve­ces eso es lo que sentimos para con Dios. La segunda cosa que quiero hacer más que nin­guna otra es hablar con esa persona. Quiero que sepa cómo siento yo, quiero que oiga mi voz, quiero que pueda decirme a mí cuánto me ama y así sucede también entre nosotros y Dios. Nos gusta conversar con El, gustamos oírle decir cuánto nos ama; gustamos decirle cómo nos sentimos, pero a veces no tenemos las palabras suficientes y a veces no tenemos suficiente amor. El don de hablar en lenguas nos da las palabras que vienen de lo más pío-fundo de nuestro espíritu, las palabras que vienen de la parte más pura de nuestro espíritu y expresan esas cosas que nuestra mente no puede comprender.

El don de Sanación Interior nos da el amor porque el amor que hemos recibido no es un amor completo. Nuestros padres no nos pudie­ron dar un amor perfecto pero hicieron lo que pudieron. De modo que nosotros somos capaces de amar hasta cierto punto. Nuestros amigos nos aman más y por eso podemos amar más a nuestros amigos. Los que están casados'reci­ben aún más amor; por eso pueden amar más, , porque están casados. Los que somos religiosos hemos recibido más amor y por eso podemos amar más a nuestras hermanas o a nuestros \ hermanos Sacerdotes. Pero sabemos que podría­mos amar más. Sabemos que le tenemos temor a los demás; sabemos que no podemos confiar en ellos, que es muy difícil hacer nuevas amis­tades porque hemos sido heridos, hemos sido desilusionados, hemos sido traicionados. Cada uno de nosotros, todos los que estamos en esta sala, hemos recibido maravillas del Señor, y

todos los que estamos en esta sala hemos reci­bido heridas, o porque alguien no nos podía amar, o porque alguien nos amaba y después nos volvió la espalda.

Dios no solo es perfectamente fiel. Dios solo es perfectamente amante . Dios expresa su vida en el acto de amar y así a medida que recibi­mos más de la vida de Dios, recibimos más de su amor y recibimos más verdad.

Ahora voy a pedirle a la señora Callaghan que lea de nuevo este pasaje de Santiago y es­cuchen con mucha atención. . . En la Epístola a los Romanos (cap. 5. 15) San Pablo dice esto: "Con el don no sucede como con el delito, si por el delito de uno solo murieron todos cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado o la gracia de un solo hombre Jesucristo se han desbordado sobre todos". En este versículo San Pablo llama a Jesucristo el Don único. La vida de Dios compartida en forma humana es suficiente para todos; eso significa que todo don que nosotros recibimos es en alguna ma­nera Jesucristo hecho presente en Espíritu, Jesu­cristo expresándose a sí mismo a través de rní; Jesucristo que quiere expresarse en ti a través de ti para traerte a la vida; no es hermoso esto? Cada uno de nosotros es Jesucristo en una forma muy especial; cada uno de nosotros es un don que expresa la vida de Dios de una manera especial. El don de la sanidad interior trata de hacer presente la vida de Dios en noso­tros de modo que nosotros nos asemejamos a Jesús en el cual no había ninguna oscuridad. Para El oscuridad y luz es lo mismo; en otras palabras, El toma todo lo malo que ha sucedido en nuestras vidas y de una manera misteriosa lo convierte en bien. No importa cuan mala haya sido la vida de ustedes; por más llena que haya estado de dolor, El puede tomar todo ese dolor, puede tomar todos los fracasos, pue­de tomar todas las desilusiones y puede con­vertirlo todo en vida y esto es lo que nos enseña la crucifixión: Jesús tomó toda la maldad de

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que era capaz la naturaleza humana, lo recibió todo en Sí mismo, se hizo responsable de todo esto y lo ofreció al Padre y pidió al Padre que lo entrara dentro de su vida y el Padre lo aceptó. De modo que Jesús te tomó a ti en lo más malo que tienes, cuando subió a la Cruz. Piensa en. ti mismo en el momento peor de tu vida; esta es la persona que ofreció Jesús a su Padre y El le pidió al Padre que te aceptara y el Padre dijo: La aceptaré y la llevaré a nue­va vida. De modo que podemos ir al Padre sin ningún temor con lo peor de nuestra perso­nalidad, con todos los temores que hemos teni­do, con todas nuestras más grandes debilidades, con nuestra incapacidad para ser virtuosos, con nuestra incapacidad para orar, con nuestra in­capacidad para ser amantes, con nuestra inha­bilidad para serle fieles, con nuestra incapaci­dad de perdonar y decir: Señor, soy un enredo; tócame, tráeme a la vida hazme llegar hasta ser el que verdaderamente debo ser. X Jesúí nos toca con su luz en este lugar donde antes éramos malos y nos convertimos en nueva crea­ción. Esto no sucede todo de una vez; por eso siempre tenemos cierto temor al comenzar a hablar de este tema; en el momento en que tocamos este tema todo el mundo sabe que lo necesita y todos ustedes están aquí porque de­sean ser mejores, de modo que apenas oyen ustedes hablar sobre esto dicen: "Yo lo quiero". Para que uno sea capaz de amar, lo quiero; si es posible que yo pueda perdonar más fácil­mente, lo quiero; esto toma tiempo y por eso el Señor nos ha dado unidad y nos ha dado comunidad, para que la comunidad nos ayude a traernos vida y hacemos esto unos por otros cada día, y creo que quizá la virtud más impor­tante que necesitamos es el perdonar; necesi­tamos perdonar día tras día; necesitamos, per­donar cada momento; hemos de continuar con la esperanza de que vamos a poder amar y con la esperanza de que otro llegará a amar­

nos. De modo que la sanación interior tiene lugar en la comunidad.

Me gustaría orar con ustedes esta tarde de una manera sencilla para que cada uno pueda entender cómo Jesús puede tocarla. Entonces les voy a sugerir que ustedes sigan orando unos por otros de manera muy sencilla. Él don de la sanación interior en su forma más sencilla es como esto: tengo algo en mi persona que me impide que yo sea yo mismo; yo sé que Jesús puede tocar esto y traerlo a la luz, puede sanar lo que está en mí. Busco un amigo, al­guien que puede orar conmigo, porque Jesús dijo que cuando están de acuerdo dos perso­nas El está en medio de ellos; de modo que el marido y su mujer pueden orar así de esta manera, dos hermanas que viven en comuni­dad pueden.orar juntas, dos dueñas de casa que viven cerca una de la otra; dos Sacer­dotes que viven juntos, que trabajan juntos. Y esto que en comunidad llamábamos el Capítulo de las culpas puede llegar a ser una cosa muy hermosa.

Voy a mis hermanas y les digo: yo soy im­paciente; le puedo decir: Hoy tal persona me dijo o hizo tal cosa y yo reaccioné de esta ma­nera. Entonces mi hermana se sienta junto a mí y comienza a orar conmigo para qué Jesús cambie mi corazón de modo que yo sea capaz de amar, a esa persona con el amor de Jesús; entonces mi hermana comienza a conversar conmigo y a medida que conversamos procuro entender y rezamos juntas. Por qué soy impa­ciente? Quizás hubo algo que me sucedió cuan­do pequeña v esta persona me recordó lo que sucedió conmigo cuando era pequeña. Entonces oramos para que Jesús sane al niño que está en mí y fue herido, de modo que este niño no siga impacientándose con la gente y esto co­mienza a ser una oración muy hermosa.

Quizá mi impaciencia vino de que yo no pue­do mantener el equilibrio en mi vida; quizá yo paso cansado siempre, de modo que mi her-

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mana me habla sobre esto Por qué estoy siem­pre trabajando excesivamem'u? por qué estoy siempre excesivamente cansado, no tengo amor a mi cuerpo? o hubo alguien que me hizo sentir culpabilidad cuando pequeño? entonces oramos juntes y vemos por qué actúo de esta manera y me doy cuenta más claramente de lo que soy y cómo podría ser yo, más yo mismo; cómo podría amarme mejor, cómo puedo perdonar a los que me hieren, de modo que dejamos que Jesús entre en esa parte de mi ser.

Ahora quiero darle un par de ejemplos bien concretos: Voy a dar lo que se me ocurre en este momento esperando c¡ue Jesús les revele a ustedes heridas que han recibido semejantes a esta que cuento. Entonces voy a pedir que ustedes den a Jesús una o tíos áreas de su per­sonalidad que hayan sido mi y heridas en el pasado, les voy a pedir que dejen entrar a Je­sús a esa área de su pasado y les permita llegar a ser más capaces de amar y con mayor paz.

Voy a orar cantando en el Espíritu, cantando en lenguas y así algunos de ustedes, quizás por primera vez, van a oír este don y verán cómo este don también hace presente a Jesús. La música és un lenguaje; entonces cuando cantamos en el Espíritu, o cantamos en len­guas, el Señor nos habla de dos maneras: nos habla en la música y nos habla en los sonidos y se hace amorosamente presante. Todos los do­nes del Espíritu son igua'es desde este punto de vista, hacen a Jesús presente en su amor, hacen al Padre presente a ncftHi'OS. Todo muy sen­cillo y, sin embargo, de una riqueza inmensa.

Voy a darles un par de ejemplos de mi pro­pia vida para mostrarles cómo en este proceso de la sanación no es necesario que la cosa sea muy complicada. No hay nada demasiado pe­queño como para que el Señor no se interese, ni hay ninguna cosa demasiado grande que el Señor no pueda manejar. De modo que una persona puede ser herida en el primer mo­mento en que se unieron sus padres; alguno

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o alguna de ustedes puede saber que fue heri­do; si es el caso del hijo de una madre sol­tera, especialmente si esa madre fue atacada por un hombre y usted nació a causa de esa unión, entonces usted recibió un daño, una herida en este primer momento. Ese acto que debería haber sido de amor para traerte a la vida, fue un acto de violencia, es lo peor que le podría pasar a usted.

Hubo una vez una unión perfecta de amor entre Nuestra Santa Madre María y el Espíritu de Dios y esa unión nos trajo a Jesús, la vida más perfecta que existió jamás, esto sería lo mejor que podría suceder a usted; la unión entre su padre y su madre están en algún punto intermedio entre esos dos extremos, no fue perfecta pero fue lo mejor que ellos pudie­ron hacer; hasta cierto punto ellos estaban in­citados al temor; quizá alguno utilizó a la otra persona, no hubo una perfecta dádiva y don de sí en amor; de modo que cuando yo llegué a la existencia mi madre había sido informada de que un nuevo niño la iba a matar, ese temor a la vida entró dentro de mi ser, de modo que tuve que llamar a Jesús a ese primer momento de mi existencia, para que el punto más pro­fundo de mi existencia, de mi espíritu, supiera que la vida era buena y saber que Dios quería que yo existiera y El se hacía responsable de mi vida. Alguno de ustedes sabe que recibió una herida porque no había amor perfecto en­tre el padre y la madre? Yo quiero que ustedes piensen sobre esto mientras yo canto. Quiero que ustedes piensen en los momentos, en las circunstancias en que ustedes recibieron heri­das porque su madre o su padre los utilizó a ustedes o los hizo temerosos de la vida, teme­rosos de sí mismo o los hizo sentirse culpables por ser quien era..

Cuando nací, no estaba preparada para na­cer; era un verano caluroso, de modo que mi mamá se cansó de esperarme y le pidió al doc­tor que acelerara mi nacimiento; eso hirió a mi

8 El Señor sana

espíritu, comencé a preocuparme de no atrasar­me nunca y esto penetró muy profundamente en mi espíritu y todavía oro sobre este punto: Jesús no me ha sanado completamente sobre esto.

Si ustedes tienen esa clase de ansiedad o angustia o temor pidan a Jesús que los sane de este temor. Algunos de ustedes que son mu­jeres y debieran haber sido hombres; su mamá o su papá quería un niñito y ustedes lo han sabido siempre, de modo qué usted ha sentido siempre culpabilidad de ser mujer. Pida a Jesús le dé su Madre y le enseñe lo hermoso que es ser mujer, para realmente amar con su con­dición de mujer. Algunos de ustedes q'ue son hombres han sentido que nunca han sido sufi­cientemente fuertes de modo que siempre han tratado de probar que lo son; ustedes han tra­tado de probar siempre a sus padres que eran capaces de hacer lo que ellos querían; pidan a Jesús que El mismo les muestre, que El que es toda fortaleza y lo que El ha dado a ustedes es perfectamente masculino, no importa de qué manera se exprese. Si usted quiere ser poeta, usted puede ser perfectamente hombre siendo poeta; si quiere ser artista, también puede ser perfecto hombre. De modo que en cualquier cosa de* su personalidad que encuentre difícil amar, por favor, délo a Jesús.

En primer lugar perdone a las personas que le hicieron sentirse así; eran solamente seres humanos. Demos gracias a Jesús por el amor que nos dieron. Entonces también perdonamos a Dios por ser Dios y habernos hecho de la ma­nera que El nos hizo, porque nosotros tenemos solamente parte de su vida, que no somos todo el mundo, no somos todas las cosas, pero ama­mos esa vida que nos dio y queremos que esa vida se perfeccione. Por último nos perdonamos a nosotros mismos y nos damos permiso a noso­tros mismos de seres humanos que podemos equivocarnos y Jesús nos curará; que podemos equivocarnos acerca de las personas y Jesús se

preocupará de ellas; que podemos decir cosas desagradables y hacer cosas malas y Jesús nos ayudará a ser mejores; El ya nos ha perdonado y nos da la capacidad de mejorar.

La sanación interior trata de todo esto; esta es una explicación muy corta y ustedes ven que mientras tenemos que hablar de sanación interior, hay muchas preguntas en ustedes. Có­mo se puede orar por otras personas? ¿Cómo se puede llegar a tener sanación perfecta? Otros vendrán a enseñarles, pero creo que hoy Jesús quiere que experimenten estas cosas. De modo que oremos: Padre, Hijo y Espíritu los adora­mos hoy día, les damos gracias porque ustedes son perfecto amor; les damos gracias por haber comunicado su vida a nosotros, porque siempre nos están llamando a nueva vida, les damos gracias porque esta vida no tiene fin y es un manantial abundante que salta hasta la vida eterna y que siempre nos está llenando con agua fresca, con gracias nuevas, de modo que venimos a ustedes hoy día con el Espíritu que nos han transmitido. Te ofrecemos Señor, las partes de nosotros en que tenemos .temor, te ofrecemos las partes de nosotros de que nos avergonzamos, te pedimos que nos enseñes a amarnos a nosotros mismos; te pedimos hablar esta palabra de verdad que nos" dice qué somos en realidad; té pedimos que nos bendigas, a medida que rezamos, con una nueva paz, con-una nueva capacidad de amar, con una nueva capacidad de querer vivir y para ser respon­sables de nuestro ser, para que podamos llevar su vida al mundo y amar a los otros llevándolos a la vida. Te damos gracias hoy día por nues­tro padre y nuestra madre quien quiera que fueren y donde quiera que estén hoy día; te damos gracias por la vida que nos dieron, te pedimos ahora que tomes esa vida y que disipes la oscuridad para que podamos ser luz como tu Hijo. Gracias, Padre, gracias, Jesús, y gra­cias. Espíritu Santo".

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Opresión diabólica y exorcismos

Una de las experiencias más horribles, pero útilísima fue la que tuve en La Ceja el lunes en la noche. El Padre Me Nutt me invitó a que tomara parte en una oración de liberación. Me expresó que sería corta. Le dije que sí, sin saber propiamente de qué se trataba. Al entrar al salón me encontré con los miembros del Equipo y con un americano, llamado Bill, que había ido al Instituto por la mañana y me ha­bía pedida que le permitiese asistir al Retiro.

Empezamos a orar y pronto me di cuenta de que la oración de liberación era para que el demonio saliese de esta persona. No narro lo que presencié porque no lo juzgo prudente. Dos Sacerdotes de la Diócesis que presenciaron. los exorcismos pueden testificar lo sucedido. Sólo me limito a decir: hoy sé que los demonios existen, que sí oprimen a las personas y que son expulsados por la fuerza del Espíritu San­to en el nombre del Señor Jesús y para gloria del Padre.

Después de aquella tremenda experiencia re­cordé que el Papa había hablado claramente del diablo, hacía ya algunos años y busqué el texto. Lo encontré en el número 1619 de Eccle-sia y lo leí con mucha atención. Ahora lo en­contré inmensamente más cierto y útil que el 15 de noviembre de 1972 cuando lo pronunció. Allí hace Pablo VI, entre otras afirmaciones, las siguientes:

1. "El mal no es solamente una deficien­cia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perverso. Terrible realidad. Mis­teriosa y pavorosa".

2. "Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a recono­cer su existencia; o bien, quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier criatura, su origen en Dios: o bien la explica como una pseudo-realidad, una

personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias".

3 . "La incumbencia de esta nefasta presen­cia del demonio está señalada en muchísimos pasajes del Santo Evangelio".

"Quién no recuerda la página densísima de significado de la triple tentación de Cristo? Después, en los múltiples episodios del Evan­gelio, en los cuales el demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas?".

4. Los evangelios y San Pablo nos ense­ñan: "que no se trata de un solo demonio, sino de muchos" (Le 11, 12; Me 5, 9; Ef 11, 12).

5. "Pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir el adversario; el enemigo; y con él muchos, todas criaturas de Dios, pero caídas, porque fueron rebeldes y condenadas; todo un mundo misterioso, revuelto por un drama des­graciadísimo, del que conocemos muy poco".,

6. "El demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos tam­bién que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa toda­vía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana; es el insidia­dor sofístico del equilibrio moral del hombre".

7. "Este capítulo sobre el demonio y sobre la influencia que puede ejercer, tanto en cada una de las personas cuanto en comunidades, en sociedades enteras o en acontecimientos, sería un capítulo muy importante de la doctrina ca­tólica que debería estudiarse de nuevo, mien­tras que hoy se le presta poca atención".

8. "Piensan algunos encontrar los estudios psicoanalíticos y psiquiátricos o en experien­cias espiritualistas, hoy excesivamente difun­didas por muchos países, una compensación suficiente. Se teme volver a caer en viejas teo­rías maniqueas, o en terribles divagaciones fan­tásticas y supersticiosas".

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9. "Hoy prefieren algunos mostrarse va­lientes y libres de prejuicios, tomar actitudes positivistas, prestando luego fe a tantas gratuitas supersticiones mágicas o populares; o peor aún, abrir la propia alma —¡la propia alma bau­tizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!— a las experiencias libertinas de los sentidos, a aquellas otras deletéreas de los estupefacien­tes, como igualmente a las seducciones ideo­lógicas de los errores de moda; fisuras éstas a través de las cuales puede penetrar fácilmente el maligno y alterar la mentalidad humana".

10. "Nuestra doctrina se hace incierta, por estar como oscurecida por las tinieblas mismas que rodean al demonio".

11. "Existen señales de la presencia de la acción diabólica y medios de defensa contra un peligro tan insidioso".

12. "Tratemos de dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra oración principal: Padre Nuestro. . . líbranos del mal!".

Liberación demoníaca en el Ministerio del Señor

La lectura del Santo Evangelio nos muestra cómo Jesús dedicó gran parte de su Ministerio a arrojar el demonio de muchas personas que estaban poseídas u oprimidas por los demonios.

Cuando San Pedro en casa de Cornelio sin­tetiza el Ministerio de Nuestro Señor lo hizo con estas palabras: "Vosotros sabéis lo suce­dido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; .cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espí­ritu Santo y con poder, y cómo El pasó hacien­do el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con Él" (Hch 10, 37-38). Y es que Pedro había presenciado las

uchas liberaciones demoníacas que había na

realizado Cristo durante los años de su vida apostólica.

Sería necesario copiar gran parte de los Evangelios si me diese a la tarea de transcribir los pasajes pertinentes a esta expulsión de los demonios efectuada por Cristo.

Pero cuando leas de nuevo el texto Sagrado caerás en cuenta de la importancia que tuvo en el Ministerio de Nuestro Salvador esta tarea.

Lo más importante en este asunto son las palabras que encontramos en San Lucas y que fueron pronunciadas por Jesús: "Pero si expul­so a los demonios por el dedo de Dios, sin duda el reino de Dios ha llegado a vosotros" (11, 20).

El gran argumento que podía probar a los judíos que Cristo era el Mesías y que el Reino de Dios era ya una realidad que no admitía duda alguna era que El expulsaba los demonios con el poder que había recibido "del Espíritu de Dios" (Mt 12, 28).

Muy interesante también es leer lo que narra San Marcos. Cuando Jesús expulsa el primer demonio en la Sinagoga de Cafarnaum, la reac­ción de las gentes se expresó así: "Quedáronse todos estupefactos, diciéndose unos a otros: "Qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad, que manda a los espíritus im­puros y le obedecen" (Me 1, 27).

Cristo envió a echar demonios

La misión que recibieron los Doce y los se­tenta y dos discípulos incluyó la c'e echar los demonios. Te pido que leas los textos que en­cuentras en Lucas 9, 1-6; Mateo 10, 8; Marcos 6. 7-13 y Lucas 10, 17.

Este mismo poder lo comunica a todos los verdaderos creyentes. Leamos el final del Evan­gelio según San Marcos: "Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nom­bre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y

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aunque beban algún veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Me 16, 17-18). Notemos que en esta lista de señales ocupa el primer puesto la de expulsar demonios.

El demonio y la enfermedad

El Santo Evangelio nos muestra cómo, a ve­ces, una enfermedad es causada por la opresión del demonio.

San Lucas nos dice que un día Jesús "estaba expulsando a un demonio mudo, y así que salió el demonio, habló el mudo" (Le 11, 44).

En el Capítulo 13 nos describe la curación de la mujer "que tenía un espíritu de enfer­medad hacía dieciocho años y estaba encor­vada y no podía en modo alguno enderezarse. Viéndola Jesús, la llamó y le dijo: Mujer estás libre de tu enfermedad. Le impuso las manos' y al instante se enderezó y glorificaba a Dios" (12 y 13). Cuál era el origen de esta larga y penosa enfermedad? Jesús lo manifiesta cuan­do al contestar al jefe de la Sinagoga que se había llenado de ira porque había realizado este prodigio un sábado, dice: "Pues esta hija de Abraham, a quien Satanás tenía ligada die­ciocho años ha, no debía ser soltada de su atadura en día de sábado? (v. 16).

San Mateo cita dos casos en los cuales el Señor arroja al demonio de un mudo y de un mudo y ciego e inmediatamente recobran el uso de sus sentidos (Mt 9, 32 y 12, 22).

Frente a esta realidad evangélica debemos formularnos esta pregunta: No se dará tam­bién ahora el caso de que una enfermedad sea producida por el demonio?

No queremos exagerar las cosas y ver en ca­da caso la acción del demonio, pero es tan malo negarla como enfatizarla exageradamente.

Me pareció sensata la posición adoptada en Chile por el Padre Magsman. Dice él: "Cuando veo que después de haber empleado todos los

medios y de haber orado con fe por un enfer­mo no recupera la salud, entonces le digo que le pida al Señor que lo bañe con su preciosa sangre y mientras tanto, sin decirle nada y en silencio o en lenguas hago un exorcismo".

Si pedimos con humildad la luz del Señor iremos progresando en el conocimiento de la acción del demonio en sus distintas áreas y en la manera como debemos combatirla con el poder del Espíritu.

Criterios del Padre Me ~Nutt

Acerca de este tema de la liberación del demonio, el Padre expuso estos criterios:

1. En este campo cuento con la tradición de la Iglesia acerca de la realidad del Ministerio del exorcistado y además con mi experiencia.

2. He llegado a la cpnclusión de que mu­chas sicosis tienen origen demoníaco y que, en ese caso, los pacientes pueden ser ayudados por medio de la oración de liberación.

3 . Durante estas oraciones he visto algu­nos fenómenos que pueden explicarse mejor como efecto de la acción del demonio. Des­pués de la oración se ve un cambio en la per-sona que no había podido conseguirlo por otros medios. Este cambio lo experimenta inmedia­tamente la persona.

Cada día descubro mejor la importancia del Ministerio de liberación demoníaca.

4. Son muy raros los casos de plena pose­sión demoníaca, pero es más común de lo que se cree la realidad de la opresión por las fuerzas del demonio. En estos casos de sola opresión no se requiere un exorcismo formal. Basta una oración de liberación.

5. Así como un ejército puede apoderarse sólo de un área o de varias de una ciudad, lo mismo puede suceder con una persona.

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El demonio puede llegar a dominar sólo un área o varias de su vida personal.

La compulsión es una señal de que pueden estar influyendo las fuerzas demoníacas.

6. La persona que busca oración para esta liberación sabe con frecuencia que su proble­ma es demoníaco y no lo manifiesta.

Claro está que puede estar equivocada e in­fluenciada por lecturas y conversaciones que tratan del tema.

Si la oración por sanación interior, parece que no logra nada, puede indicar este hecho que es necesaria la oración de liberación. En aque­lla se pide; en ésta se ordena al espíritu ma­ligno en el nombre del Señor Jesús que libere a la persona.

7. Mi experiencia me indica que ordinaria­mente los demonios tratan de convencer a la persona afligida que su situación es irreme­diable, que no es digno de! amor de Dios y que está condenada. Estos sentimientos de depre­sión pueden desaparecer con la oración de liberación.

8. Es claro que en todo esto se necesita el don de discernimiento para saber qué es lo que hay y cómo se debe proceder. Es tan peli­groso ignorar la presencia del demonio como afirmarla donde no se da. Por tanto, la libera­ción debe ejercerse con gran prudencia y sola­mente cuando en la oración se juzga que realmente se dé allí la acción del demonio y que el Señor quiere que en ese momento ore­mos por la liberación.

9. El ideal es que la oración de liberación sea efectuada por un equipo. A veces basta una oración corta. En otras puede durar varias horas.

10. Conviene hacer primero una oración para pedir la protección del Señor sobre quie­nes van a orar por la liberación.

11. Siempre oro después para que la fuer­za y el poder de algunos demonios sea atada y pierda su fuerza para resistir. Esta oración de mandato parece que ayuda a que la liberación se realice más pronto y con menos esfuerzo.

12. Ordinariamente necesitamos identificar el demonio que debemos expulsar. Usualmente son identificados por su actividad predominan­te, v. gr. un espíritu de terror, de venganza, de enfermedad, de autodestrucción, etc. No esta­mos tratando en esos casos con fuerzas imper­sonales del mal. sino con entidades reales que tienen un nombre.

La persona que pide oración de liberación sabe cuál es la actividad característica del es­píritu malo que la oprime.

13. Si se reconoce un área interferida por el demonio, la persona tiene que renunciar a todo pecado que tenga conexión con ella. Por ejemplo: odio, hechicería, etc.

14. Si el espíritu malo no tiene una pose­sión profunda de la persona es posible la auto-liberación.

A veces es suficiente decirle a la persona que ordene ella al demonio que se retire.

15. Si, después de esta orden personal el demonio no parte, se debe hacer la oración de liberación por el Ministro.

16. La oración de liberación tiene los si­guientes componentes definitivos:

a) En el nombre de Jesucristo y de su Igle­sia, si es un Sacerdote quien exorciza.

b) Yo te ordeno. c) Espíritu de. . . d) Que partas. e) Sin perjudicar a esta persona, ni a nin­

guna . . . f) Y te envío directamente a Jesucristo

para que El disponga de ti como quiera.

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17. Cuando la persona se siente liberada de uno o de varios demonios experimenta una gran sensación de libertad y alegría. Experi­menta que un gran peso ha desaparecido.

18. Después de la oración de liberación es muy conveniente alabar al Señor y darle gra­cias por su amor y su poder.

19. Inmediatamente después se debe hacer una oración para que la persona quede llena con el amor y la gracia de Dios.

Debe también romper los rencores que con frecuencia son el origen de la posesión.

20. Siempre que he orado por liberación he hallado la necesidad de orar también por arrepentimiento del pecado y por sanación in­terior. Con frecuencia una debilidad humana, como por ejemplo, la experiencia en la primera edad de un rechazo abre la puerta a la acción demoníaca.

El Padre Me Nutt dijo al final: "Es lamen­table la ignorancia que existe, aún en el Clero, acerca de este asunto. Para quien no esté in­formado, cuanto he dicho sonará a tonterías medioevales". Siento la necesidad de decir que he podido comprobar, más de una vez, la ver­dad de estos criterios y que la acción del de­monio es mayor de la que comúnmente se cree.

Preces

Señor, tú que nos has prometido un cielo nuevo y una tierra nueva, renuévanos sin cesar por tu Espíritu Santo,

— para que lleguemos a gozar eternamente de ti en la nueva Jerusalén.

Que trabajemos, Señor, para que el mundo se impregne de tu Espíritu.

•— y se logre así más eficazmente la justicia, el amor y la paz universal.

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- i .

Enséñanos, Señor, a corregir nuestra pereza y nuestra desidia,

— - y a poner nuestro corazón en los bienes eternos.

Líbranos del mal — y presérvanos de la fascinación de la vani­

dad que oscurece la mente y oculta el bien. (Liturgia de las Horas, Preces de Laudes, Miércoles III Semana de Curesma).

"Así dice el Señor Dios: Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor: será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Nada más falso y enfermo que el corazón, quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas; para dar al hombre según su conducta. según el fruto de sus acciones.

(Jr 17, 5-10).

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