Una Modesta Proposición Swift

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Una Modesta Proposición, publicada en Dublín en 1729, es la sátira más cruel que se conozca y tal vez la mejor introducción a la obra de Swift. Con simu- lada inocencia y entonación burlonamente didáctica, Swift transforma el hambre, la miseria y la enferme- dad de los hombres en un problema de ganadería, sometiendo a la sociedad a una humillación sin esca- patoria. "El horror de la proposición —afirma D. W. Jefferson— puede ser formulado con impunidad en todos sus horribles detalles, porque es proporcionado al horror existente y permitido por el grupo social que representan, llanamente hablando, los lectores de Swift...". Efectivamente, en la Inglaterra del si- glo xvra sólo un niño de cada cuatro sobrevivía hasta alcanzar la adultez. La indignación de Swift no bastó para mejorar la situación de esos niños ni de sus padres, pero sí para erigir esta joya que inaugura una técnica reiterada por el humor negro ¡ la de po- tenciar el horror presentándolo como si no lo fuera, con benevolente naturalidad. Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las ca- banas atestados de mendigos del sexo feme- nino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, to- dos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de ha- llarse en condiciones de trabajar por su hones- to sustento, se ven obligadas a perder todo su tiempo en la vagancia, mendigando para sus infantes desvalidos que, apenas crecen, se ha- cen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pre- tendiente en España, o se venden en la Bar- bada. Creo que todos los partidos están de acuerdo con que este número prodigioso de niños en los brazos, o sobre las espaldas, o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus pa- dres, resulta en el deplorable estado actual del

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Una modesta proposición de J. Swift

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  • Una Modesta Proposicin, publicada en Dubln en 1729, es la stira ms cruel que se conozca y tal vez la mejor introduccin a la obra de Swift. Con simu-lada inocencia y entonacin burlonamente didctica, Swift transforma el hambre, la miseria y la enferme-dad de los hombres en un problema de ganadera, sometiendo a la sociedad a una humillacin sin esca-patoria. "El horror de la proposicin afirma D. W. Jefferson puede ser formulado con impunidad en todos sus horribles detalles, porque es proporcionado al horror existente y permitido por el grupo social que representan, llanamente hablando, los lectores de Swift...". Efectivamente, en la Inglaterra del si-glo xvra slo un nio de cada cuatro sobreviva hasta alcanzar la adultez. La indignacin de Swift no bast para mejorar la situacin de esos nios ni de sus padres, pero s para erigir esta joya que inaugura una tcnica reiterada por el humor negro la de po-tenciar el horror presentndolo como si no lo fuera, con benevolente naturalidad.

    Es un asunto melanclico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las ca-banas atestados de mendigos del sexo feme-nino, seguidos de tres, cuatro o seis nios, to-dos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de ha-llarse en condiciones de trabajar por su hones-to sustento, se ven obligadas a perder todo su tiempo en la vagancia, mendigando para sus infantes desvalidos que, apenas crecen, se ha-cen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido pas natal para luchar por el Pre-tendiente en Espaa, o se venden en la Bar-bada.

    Creo que todos los partidos estn de acuerdo con que este nmero prodigioso de nios en los brazos, o sobre las espaldas, o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus pa-dres, resulta en el deplorable estado actual del

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    Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un mtodo razonable, econmico y fcil para ha-cer de esos nios miembros cabales y tiles del estado, merecera tanto agradecimiento del pblico como para tener instalada su estatua como salvador de la Nacin.

    Pero mi intencin est muy lejos de limitar-se a proveer solamente por los hijos de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tiene en cuenta el nmero total de nios de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantener-los como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

    En lo que a m se refiere, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos aos sobre este importante asunto, y sopesado madura-damente los diversos planes de otros proyec-tistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su clculo. Es cierto que un nio recin nacido puede ser mantenido du-rante un ao solar por la leche materna y po-co otro alimento, a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legtima ocupacin

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    de mendigar. Y es exactamente al ao de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirn, por el contrario, a la alimentacin, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

    Existe, adems, otra gran ventaja en mi plan: que evitar esos abortos voluntarios y esa prctica horrenda, cielos!, demasiado fre-cuente entre nosotros, de las mujeres que ase-sinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres inocentes bebs, creo que ms por evi-tar los gastos que la vergenza, prctica que arrancara las lgrimas y la piedad del pecho ms salvaje e inhumano.

    El nmero de almas en este Reino se calcu-la usualmente en un milln y medio, de los que habr aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas. De ese nmero resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque temo que no pueda haber tantas bajo las actuales angus-tias del Reino; pero estando esto concedido, quedarn ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres

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    que abortan, o cuyos hijos mueren por acci-dente o enfermedad antes de cumplir el ao. Quedan slo ciento veinte mil hijos de padres pobres que nacen anualmente. La cuestin es, entonces: cmo se educar y sostendr a esta cantidad? Lo que, como ya he dicho, es completamente imposible, en la situacin ac-tual de los asuntos, mediante los mtodos has-ta ahora propuestos. Porque no podemos em-plearlos ni en la artesana ni en la agricultura: ni construimos casas ni cultivamos la tierra. Y ellos raramente pueden ganarse la vida me-diante el robo antes de los seis aos, excepto cuando estn precozmente dotados; aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes. Sin embargo, durante esa poca slo pueden ser considerados como aficionados; as me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me asegur que nunca supo de ms de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del Reino tan renombrada por su agilsima habilidad en ese arte.

    Nuestros comerciantes me han asegurado que un muchacho o muchacha no es mercade-ra vendible antes de los doce aos, y que aun cuando lleguen a esta edad no producirn

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    ms de tres libras o tres libras y media corona como mximo en la transaccin, lo que ni si-quiera puede compensar a los padres o al Reino el gasto de alimento y harapos, que ha alcanzado por lo menos cuatro veces ese valor.

    Por consiguiente, propondr ahora con hu-mildad mis propias reflexiones, que espero no se prestarn a la menor objecin.

    Me ha asegurado un americano muy enten-dido que conozco en Londres, que un tierno nio saludable y bien criado constituye, al ao de edad, el alimento ms delicioso, nutri-tivo y comerciable, ya sea estofado, asado, al homo o hervido-, y yo no dudo de que servir igualmente en un fricas o un guisado.

    Por lo tanto, propongo humildemente a la consideracin del pblico que de los ciento veinte mil nios ya anotados, veinte mil sean reservados para la reproduccin; de stos, slo una cuarta parte sern machos, lo que ya es ms de lo que permitimos a las ovejas, los vacunos y los puercos. Mi razn consiste en que esos nios raramente son frutos del ma-trimonio, una circunstancia no muy venera-da por nuestros rsticos: en consecuencia, un macho ser suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restan-

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    tes pueden, al ao de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del Reino, aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el lti-mo mes, a fin de ponerlos regordetes y man-tecosos para una buena mesa. Un nio har dos fuentes en una comida para los amigos, y cuando la familia cene sola, el cuarto delan-tero o trasero constituir un plato razonable. Y hervido y sazonado con un poco de pimien-ta o de sal, resultar muy bueno hasta el cuar-to da, especialmente en invierno.

    He calculado que, trmino medio, un recin nacido pesar doce libras, y en un ao solar, si es tolerablemente criado, alcanzar las vein-tiocho.

    Concedo que este manjar resultar algo costoso, y ser, por lo tanto, muy adecuado para terratenientes, que como ya han devora-do a la mayora de los padres, parecen acre-ditar los mejores ttulos sobre los hijos.

    Carne de nio habr todo el ao, pero ms abundantemente en marzo, y un poco antes y despus: porque nos informa un grave au-tor, eminente mdico francs l, que siendo el pescado una dieta prolfica, en los pases catlicos romanos nacen muchos ms nios

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    aproximadamente nueve meses despus de Cuaresma que en cualquier otra estacin *. En consecuencia, contando un ao despus de Cuaresma, los mercados estarn ms atiborra-dos que de costumbre, porque los nios pa-pistas existen por lo menos en proporcin de tres a uno en este reino. Eso traer otra ven-taja colateral, al disminuir el nmero de pa-pistas entre nosotros.

    Ya he calculado el costo de cra de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabaeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos)2 en unos dos chelines por ao, harapos incluidos. Y creo que ningn caballero se quejara de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen nio gordo, del cual, como ya he dicho, sacar cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando slo tenga a algn amigo o a su propia familia a comer con l. De este modo, el caballero aprender a ser un buen terrateniente y se har popular entre los arrendatarios, y la madre tendr ocho chelines de ganancia limpia y quedar en con-diciones de trabajar hasta que produzca otro nio.

    Aquellos que son ms ahorrativos (como de-bo confesar que requieren los tiempos) pue-

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    den desollar el cuerpo, cuya piel, artifi-ciosamente preparada, constituir admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros delicados.

    En nuestra ciudad de Dubln, los mataderos para este propsito pueden establecerse en sus zonas ms convenientes; podemos estar segu-ros de que carniceros no faltarn, aunque ms bien recomiendo comprar los nios vivos y adobarlos mientras an estn tibios del cu-chillo, como hacemos para asar los cerdos.

    Una persona muy meritoria, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchsimo, se entretuvo ltimamente en dis-currir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi proyecto. Se le ocurri que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por destruir sus ciervos, la demanda de carne de venado podra ser bien satisfecha por los cuerpos de jvenes mo-zos y doncellas, no mayores de catorce aos ni menores de doce, ya que son tantos los que estn a punto de morir de hambre en todo el pas, por falta de trabajo y de ayuda. De stos dispondran sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus relaciones ms cercanas. Pero con la debida consideracin a tan exce-

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    lente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me asegur, en base a su frecuente experiencia, que su carne es gene-ralmente correosa y magra, como la de nues-tros escolares por el continuo ejercicio; que su sabor es desagradable, y que cebarlos no justificara el gasto. En cuanto a las mujeres, creo humildemente que constituira una pr-dida para el pblico, porque muy pronto se-ran parideras. Adems, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante prctica (aunque muy in-justamente, por cierto) como un poco lindante con la crueldad; confieso que sa ha sido siem-pre para m la objecin ms firme contra cual-quier proyecto, por bien intencionado que estuviera.

    Pero en tren de justificar a mi amigo, dir que l confes que este expediente se lo meti en la cabeza el famoso Sallmanaazar, un nati-vo de la isla de Formosa que lleg a Londres hace ms de veinte aos, y que conversando con l le dijo que en su pas, cuando una per-sona joven era condenada a muerte, el verdu-go venda el cadver a personas de calidad

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    como un bocado de los mejores, y que en su poca el cuerpo de una rolliza muchacha de quince que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador fue vendido al Pri-mer Ministro de Estado de Su Majestad Im-perial y a otros grandes mandarines de la cor-te, a los bordes del patbulo, en cuatrocientas coronas. Verdaderamente, no puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jve-nes rollizas de esta ciudad, que sin tener cua-tro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exticos atavos que nunca pa-garn, el reino no estara peor.

    Algunas personas de espritu pesimista es-tn muy preocupadas por la gran cantidad de gente pobre que est vieja, enferma O invli-da, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nacin de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige para nada, porque es muy sabido que esa gente se est muriendo y pu-driendo cada da de fro y de hambre, de in-mundicia y de piojos, tan rpidamente como se puede razonablemente esperar \ en cuan-to a los trabajadores jvenes, estn en una si-tuacin igualmente prometedora: no pueden

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    conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo comn no tienen fuerza para cumplirlo; de este modo, el pas y ellos mis-mos son felizmente librados de los males fu-turos.

    He divagado demasiado, de manera que vol-ver a mi tema. Me parece que las ventajas de la proposicin que he anunciado son obvias y muchas, as como de la mayor importancia.

    En primer lugar, como ya he observado, disminuira muchsimo el nmero de papistas que nos infestan anualmente, que son los prin-cipales procreadores de la nacin y nuestros enemigos ms peligrosos, y que se quedan en el pas con el propsito de rendir el reino al pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes que han preferido abandonar la patria antes que quedarse en ella pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.

    Segundo-, los arrendatarios pobres poseern algo de valor que la ley podr hacer embr-gable, y que los ayudar a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya

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    sus ganados y cereales, y siendo el dinero cosa desconocida por ellos 1 .

    Tercero-, puesto que la manutencin de cien mil nios de dos aos para arriba no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se ver incrementado en cincuenta mil libras por ao, sin contar la utilidad producida por el nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algn refinamiento en el gusto. Y como la mercadera ser producida y manufacturada por nosotros, el dinero no saldr del pas.

    Cuarto-, las reproductoras perseverantes, adems de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus nios, se quitarn de encima la obligacin de mantenerlos despus del primer ao.

    Quinto-, este manjar atraer una gran clien-tela a las tabernas, donde los venteros sern seguramente tan precavidos como para pro-curarse las mejores recetas para prepararlo a la perfeccin y, en consecuencia, ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caba-lleros que se precian con justicia de su cono-cimiento del buen comer; y un cocinero dies-

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    tro, que sepa cmo agradar a sus huspedes, se las ingeniar para hacerlo tan costoso como a ellos les plazca.

    Sexto-. esto constituir un gran estmulo pa-ra el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impues-to mediante leyes y castigos. Aumentara el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, seguras entonces de que los pobres chi-cos tendran una colocacin segura de por vida, provista de algn modo por el pblico, y que les daran ganancias en vez de gastos. Pronto veramos una honesta emulacin entre las mujeres casadas para mostrar cual de ellas lleva al mercado al nio ms gordo. Los hom-bres atenderan a sus esposas durante el em-barazo tanto como ahora atienden a sus ye-guas, sus vacas o sus puercas cuando estn por parir, y no las amenazaran con golpearlas o patearlas (como frecuentemente hacen) por temor a un aborto.

    Muchas otras ventajas podran enumerarse. Por ejemplo, el agregado de algunos miles de reses a nuestra exportacin de carne en barri-cas, la difusin de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del

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    que tanto carecemos ahora a causa de la des-truccin de cerdos, demasiado frecuentes en nuestra mesa, y que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un nio de un ao, gordo y bien desarrollado, que har un papel considerable en el banquete de un Lord Ma-yor o en cualquier otro convite pblico. Pero por adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.

    Suponiendo que mil familias de esta ciudad seran compradoras habituales de carne de nio, adems de otras que la llevaran para las fiestas, especialmente casamientos y bau-tismos, calculo que en Dubln se colocaran anualmente cerca de veinte mil reses, y en el resto del reino (donde probablemente se vendern algo ms barato) las restantes ochen-ta mil.

    No se me ocurre ningn reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta propo-sicin, a menos que se aduzca que la pobla-cin del Reino se vera muy disminuida. Esto lo reconozco sin reserva, y fue mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que yo he calculado mi re-medio para este nico e individual Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya

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    existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningn hombre me ha-ble de otros recursos: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por li-bra; de no usar ropas ni moblajes que no sean producidos por nosotros; de rechazar los ins-trumentos que fomentan extica lujuria; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanera y juego en nuestras mujeres; de introducir parsimonia, prudencia y templan-za; de aprender a amar a nuestro pas, virtud por cuya carencia nos diferenciamos de los Japones y los habitantes de Topinamboo; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar ms como los judos, que se ma-taban entre ellos mientras su ciudad era to-mada; de cuidarnos de no vender nuestro pas y nuestra conciencia por nada; de en-sear a los terratenientes a tener aunque sea un poco de compasin de sus arrendatarios. En fin, de imponer un espritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomramos la decisin de no comprar otras mercaderas que las nacionales, inmediatamente se uniran para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quie-nes por mucho que se insistiera no se les po-

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    dra arrancar una sola oferta de comercio honrado.

    En consecuencia, repito, que ningn hom-bre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se har alguna vez un in-tento sano y sincero de ponerlos en prctica.

    Pero en lo que a m concierne, habindome gastado durante muchos aos en ofrecer ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final comple-tamente sin esperanza de xito, di por fortuna con este proyecto, que es en todo novedoso, tiene algo de slido y real, es de poco gasto y pequea molestia; est completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercadera no soportar la exportacin, pues-to que la carne es de una consistencia dema-siado tierna para admitir una permanencia^ prolongada en sal. Aunque quizs yo podra mencionar un pas que se alegrara de devo-rar toda nuestra nacin aun sin ella.

    Despus de todo, no me siento tan violen-tamente atado a mi propia opinin como para rechazar cualquier plan propuesto por hom-bres sabios que fuera hallado inocente, bara-

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    to, cmodo y eficaz. Pero antes de que al-guna cosa de ese tipo sea propuesta en oposi-cin con mi proyecto, ofreciendo uno mejor, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, cmo se las arreglarn, tal como estn las cosas, para en-contrar ropas y alimentos para cien mil bocas y lomos intiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un milln de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsisten-cia reunidos las dejara debiendo dos millones de libras esterlinas, y agregando a los que son mendigos profesionales el grueso de los cam-pesinos, cabaeros y peones con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho, yo deseo que esos polticos que no gusten de mi pro-yecto y sean tan atrevidos como para intentar una respuesta, pregunten primero a los pa-dres de estos mortales si hoy no creen que habra sido una gran felicidad para ellos ha-ber sido vendidos como alimento al ao de edad, de la manera que yo recomiendo; y de ese modo haberse evitado una completa esce-na de infortunios como la que han atravesado desde entonces por la opresin de hs terrate-nientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de alimentacin y de casa y

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    vestido para protegerse de las inclemencias del clima, y la ms inevitable probabilidad de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.

    Yo declaro, con toda la sinceridad de mi corazn, que no tengo el menor inters personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que procurar el bien de mi patria, de-sarrollando nuestro comercio, cuidando de los nios, aliviando al pobre y dando algn placer al rico. No tengo hijos por los que pueda pro-ponerme obtener un solo penique; el ms jo-ven tiene nueve aos, y mi mujer ya no es fecunda. ,