UNA HABITACIÓN EN EUROPA. (Diarios 2010-2012)

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Portada y primeras páginas del libro "Una habitación en Europa. (Diarios 2010-2012)" del autor Avelino Fierro

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  • Una habitacin En EUropa

    Avelino Fierro

  • A MAR

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    Ave, acaba de mandar un correo Cecilia. Dice que no localiza a Konrad y que lo de conseguir alojamiento para Javi en Mnich va a ser complicado.

    Ah, donde debera ir una frase que resumiera toda una vida de lector o todas las aspiraciones de un incipiente escritor, aparecen esas palabras tan humildes, adormecidas e insig-nificantes, que necesitan explicarse.

    Las citas de los maestros, al inicio de un libro, dicen mu-cho de lo que luego nos vamos a encontrar, y antes de esa fra-se tan simple yo haba elegido muchas, todas muy hermosas y sugerentes para que, ya desde el inicio, un aire cosmopolita y refinado inundase estos escritos.

    Cuando me puse a la tarea aparecieron rpidamente dos de ellas: Mais les livres ne contiennent pas la vie; ils nen contiennent que la cendre, de Marguerite Yourcenar, y A city becomes a world when one loves one of its inhabitants, de Lawrence Durrell, que yo haba copiado al verlas citadas en un libro de poesa. La segunda frase siempre me traa al instante otra del mismo autor: las palabras de Pursewarden a Melissa en Mountolive, el tercer tomo de su Cuarteto, Comment vous dfendez-vous contre la solitude?, y la respuesta de sta: Monsieur, je suis devenue la solitude mme. Cualquiera de las dos podra ser una cita adecuada para hablar de vida y escritura, al fin y al cabo, tan solitarias.

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    (Anoto aqu una hermosa casualidad. Siempre volvemos a lo vivido o ledo. Hago un alto en la redaccin porque llega Libertad del cole, y luego tardo en ponerme de nuevo a es-cribir. Me distraje con algunas cosas. Cuando hojeaba el lti-mo nmero de Clarn, el 100, vi que traa un artculo sobre el centenario de Lawrence Durrell que comenzaba as: Volver a Durrell, como si la memoria an navegase por las aguas del Mar Muerto, por el mundo abigarrado de calles donde los viandantes muestran los encantos de la ciudad de Alejandra, volver a los lugares amados por Justine, Balthazar, Melissa o Nessim. La mirada de cada uno de ellos an hiere en la retina nostlgica de aquellos que lemos con voracidad El Cuarteto de Alejandra. Yo soy uno de esos nostlgicos. Cuando lo le ya no era un adolescente tendra 25 o 26 aos, pero volv a tener esos ojos cargados y nimbados de sombras del que ha pasado parte de la noche entregado a su vicio delicado y exigente. Creo, con Harold Bloom, que slo la lectura atenta y constante proporciona y desarrolla una personalidad aut-noma; creo, con Samuel Johnson, que la literatura nos hace capaces de gozar mejor de la vida, o de soportarla mejor; creo, con Nietzsche, que slo estticamente hay una justificacin del mundo).

    Hace no mucho apareci otra cita que me gusta, de Rafael Snchez Ferlosio, que Jon Juaristi pone al inicio de su libro Tiempo desapacible: Retrete atrs a la noche, / tu patria y tu cuna, / aunque el alba de antao / no vuelva nunca.

    Haba otras que tenan que ver con el paso del tiempo, el amor, y variadas melancolas. Cortas, como el hilillo de la fuente; largas, como un caudaloso ro. Todas sabias y rumoro-sas. Los clsicos, Quevedo, Cernuda, Machado y su Mairena, Baroja y un Bergamn ocurrente y ripioso. Tambin Borges es un filn en su prosa y en sus poemas. Veamos una cualquiera

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    tomada de El libro de arena: Repetidas veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca.

    Otro da unos viejos versos me hicieron agradecidas seas y los anot sin remedio: Il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville; / quelle est cette langueur / qui pntre mon coeur?.

    Y eso, cmo no, me llev de la V de Verlaine a buscar algo en la B, de Biedma. Y aquello, por conocido, querido, y quiz y extraamente, poco espigado, fue un tremendo barullo. No pude elegir verso alguno sobre otros. Tambin escudri en un prrafo que est en los ensayos de El pie de la letra, don-de se habla de las lecturas de la infancia y que titula De mi antiguo comercio con los hroes, pero era demasiado largo. Aunque las palabras finales siempre me gustaron: El hom-bre se venga de sus sueos corrompindolos.

    En otra ocasin, una tarde cualquiera, quiz despus de leer a Steiner y de haberme tomado una dosis excesiva de benzodiacepinas, di con la frase siguiente de Gaya, que me pareci muy adecuada al sentirme yo eufrico en esos mo-mentos, casi un primus inter pares: Las obras vivas, vivas de verdad, no corresponden a una poca determinada, son nica-mente. Fidias, Miguel ngel, Tiziano, Rembrandt, Velzquez, Cervantes, Shakespeare, Mozart, Tolstoi, Galds, Juan Ramn Jimnez no son sino fragmentos de un solo y nico espritu permanente. Son como distintos estados de nimo del espri-tu, y basta. Lo dice Gaya, al preguntarle por Caravaggio, en una entrevista de 1992.

    Tambin se encuentra mucho material en Brodsky (me gustan los cuatro versos finales de Invierno en Yalta). Y en Pla. Tiene una frase cortita sobre Camba que a m me gus-tara merecer (Dios, qu presuncin!) como escritor: Tena un horario incierto. Su vanidad fue nula.

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    Y tantas y tantas otras que no dicen nada y lo dicen todo, que se sostienen, aleteando, con su extraa belleza. Como ese fragmento de la carta que Rilke enva a Clara desde su domicilio en Rue Casette, 29, en Pars, un viernes 11 de oc-tubre de 1907:

    ...Hoy ha sido magnfico ir a los quais del Sena, ex-tensos, ventosos, fros. Todos los ltimos das grises, medio deshechos, se haban juntado a oriente, entre Notre-Dame y Saint-Germain lAuxerrois y ante uno, sobre las Tulleras, hacia el Arco de Triunfo, haba una vastedad luminosa, lige-ra, como si por all se saliera fuera del mundo. Un alto lamo en abanico jugaba con las hojas delante de aquel azul que no se posaba en parte alguna, delante de los esbozos incomple-tos, exagerados, de una vastedad que el santo Dios mantiene ante s sin el menor conocimiento de perspectiva.

    Desde ayer ya no llueve tan montonamente. Sopla vien-to, cambia, y de vez en cuando hay momentos de feliz disi-pacin. Cuando ayer por primera vez vi de nuevo la pequea luna alzndose sobre la tarde color madreperla, comprend que ella haba favorecido el cambio y de l responda. Dnde estar cuando, crecida, decidida, celebre sus recepciones en el cielo otoal? [...]

    Para un tipo indeciso como yo, aquello era una complica-cin enorme: no acababa de dar con el autor ni la frase que quera poner al comienzo del libro para advertir al lector de cul sera el aroma, el color, el tono de mis escritos. Pero todo poda ir a peor, y eso sucedi cuando comenz la bsqueda del ttulo. Fueron apareciendo algunos que, al poco tiempo, resbalaban y se perdan por el desage como esa agua mez-clada con los tintes para el cabello. Ninguno se fijaba a la piel como un tatuaje.

    Llegu a anotar unos ochenta. Me obsesion con ello. Adems, queriendo dar con la palabra justa, las variantes

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    algunas absurdas se iban enhebrando unas a otras, se en-ganchaban como las cerezas al sacarlas del cesto. Sala de casa a pasear y pensar en ello: Los pasos quebrados, Los pasos contados (no, ese ya est pillado!), Pasos sin rum-bo, Pasos en la niebla, Un paso de agujas, Un cam-bio de agujas, Un cruce de caminos, Pasos bajo la luna, Andar con cien ojos, Un paso en falso, Sin rumbo fijo, Caminos sin vuelta

    Si miraba al cielo de la media tarde, podan surgir otros: El lenguaje de las nubes, La inocencia de las nubes, El cami-no de, El sendero La ruta Por la ruta Nubes de evolu-cin nocturna, Viendo pasar las nubes, Nubes pasajeras

    En otra ocasin me dio por ttulos largos y melifluos, me-losos, a la italiana, Ahora esta brillante noche, Tambin ahora pienso en ti, Una vez un gran amor, Este aire es-peso del recuerdo, Qudate cerca de m, Y vi pasar, sin dolor, el tiempo.

    Siempre me gust Donde da la vuelta el aire, pero ca en que lo haba usado Torrente Ballester. Tambin En ta-reas de amor y sosiego, que creo que es de Cernuda. Y ese verso de Claudio Rodrguez, que yo me ir donde la noche quiera, que se convirti en Donde la noche me lleve, que casi era definitivo.

    Luego, todo volvi a embarullarse (Las huellas de tus das, Al otro lado de tus sueos, Alerta corazn, Senderos de niebla, Almas de niebla, En ramas de niebla, que es parte de un verso de Blas de Otero, Otra noche en blanco, Ciudad en blanco y negro), pero apareci, mantenindose unas semanas en el primer lugar, La ciudad sin sombra, porque los paseos del escritor de estos diarios son de ama-neceres o noctvagos, y porque La ciudad sin nombre era muy manido o evidente. Llegu a dibujar una portada para aquel ttulo. Pero tampoco me convenca.

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    Convoqu una especie de concurso de ideas entre los ami-gos ofreciendo sacarlos en los crditos del libro y regalarles una caja de botellas de vino. Los paraba por la calle, les daba la tabarra en la taberna y mandaba mensajes por Internet. Encontraron uno bonito, Nubes de verano, pero estaba ya registrado por un cineasta y haba que pedirle autorizacin.

    Agustn propuso, bastante terco, que todo deba girar alre-dedor de la palabra esquina, o esquinada o esquinazo. Un da, en que nos habamos reunido varios en Espinareda de Vega, repar en que todos pasebamos por aquel bosque frondoso y encantado sin mirar a los nscalos o las ardillas, o a los pin-tureros y chillones arrendajos. bamos pensando en el ttu-lo cabizbajos y silenciosos, hasta que uno se paraba en seco o daba un salto y deca las palabras: A los cuatro vientos!, Ciudad sin sueo, A rengln torcido, Tantas noches en blanco, Oros y bastos!, digo Copas y oros!, Las cartas boca arriba!, Mi vida en tus manos

    Eso dur varios das. Alguien poda llamarme muy de ma-drugada por telfono con la mejor intencin, tratando de po-ner su granito de arena. Alguno repas el refranero entero porque, deca, aquello era un filn. Cosa de locos.

    Todo acab el da en que Mar dijo la frase que he anotado al inicio. Javi, el hijo, ir dos aos a Alemania a seguir con sus estudios de msica. Necesitaba encontrar alojamiento. En ese momento haban surgido la cita y el ttulo para estos diarios. Todos hemos quedado muy agradecidos por este re-galo inesperado. No s si puede decirse que algo de poesa acababa de colarse en ese camino sin salida en el que and-bamos metidos, pero s la vida, la vida sin remedio y sin dar un ruido, con los pies descalzos. Qu descanso! El mundo pareca volver a marchar acompasado.

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    Diario bEForE LonDon

    Este es un diario por encargo; trataremos entre todos (das y noches, azar y crepsculos, el viento del pasado, risas y des-velos) de cumplirlo.

    A la salida de la exposicin de fotografa la gente se dis-pers por los bares prximos (la crisis tambin se lleva por delante esos detallitos tan agradables, como los regalos de empresa o el vino espaol de las vernissages). En el Npoles estaban los leteos (leteo: dcese de cualquiera de los compo-nentes de animoso grupo de jvenes escritores y editores de exquisita revista, en la que quien esto escribe ha colaborado en un par de ocasiones). Pagu las cervezas y me acerqu al grupo de Cecilia Orueta, la fotgrafa.

    Cecilia ha sido, durante mucho tiempo, restauradora. Recuerdo haberla sorprendido hace aos abrazada a un enor-me cristo yacente en el improvisado taller de un bloque de oficinas. Estaba intentando darle la vuelta para decaparle la espalda y la postura en que los encontr nos hizo soltar a los dos una carcajada ostentrea (ostensiblemente uno es vctima de los gazapos del infeccioso lenguaje periodstico).

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    Pero volvamos a lo trascendente. Desde aquel da Cecilia est ungida, aunque ella no lo admita, por el soplo divino; en ella se ha depositado la semilla del Supremo Hacedor. Y en lo que hace est buscando, escudria en el precedente sagrado. Aunque, descreda como es y de ascendencia francesa, se lo podemos cambiar sin descomponer el gesto por algo ms pa-gano: la aspiracin a la realidad invisible de Platn o el miste-rio del lan creador bergsoniano. Tiene claro en pos de qu va. Ahora se dedica a la fotografa. Y habindose dejado durante tanto tiempo la salud subida en los andamios para recompo-ner enormes retablos barrocos, para elegir los colores, o los barnices o las lacas adecuadas, para inyectar el curalotodo en los poros innmeros de una talla de San Cristbal comida por la carcoma, para aplicar esa gotita de blanco de plomo en la apagada lgrima de la Dolorosa qu secretos va a tener aho-ra para ella el encuadre o la temperatura del color? El que fue cocinero antes que fraile lo que pasa en la cocina bien lo sabe.

    El caso es que anduve el resto de la noche como desmala-zado con la historia del diario. Salvo los momentos de obliga-da atencin en la partida de cartas que se arm en el Cuervo o en aplicarme al cimbreo plvico con la msica de los sesenta que pinch luego Edu en el Moloko, no pude quitarme de la cabeza que tendra que buscar temas y tono para escribirlo. Podra ser real o imaginario. Podra bucear en los recovecos de lo ntimo o mostrar los externos aconteceres municipales o siderales. Me tranquilizaba algo el que partiera de salida con una buena coartada: mira, me lo han pedido para una revis-ta, qu le voy a hacer; ya s que no soy escritor, ni poltico, ni rico de familia, pero no voy a dejar al editor del que todos me dicen que es un tipo estupendo en la estacada.

    Repasaba entre los diaristas conocidos y trataba de elegir el modelo. Recordaba a Pla, Ruano, Manent, Gaya, Gaziel

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    y me entraban sudores fros: era una tarea imposible. No se puede emular a quienes estuvieron tocados de alguna ma-nera por la Gracia.

    De esos otros diarios, abundantes entre los jvenes escri-tores, en los que se quiere vivir como Verlaine, pero sin la ptina pobretera y decadente de la vieja bohemia, y que escri-ben bastante peor que Bukowski, no podemos esperar ayuda.

    Era ya muy de madrugada cuando me decid: como unos das antes Alma y yo habamos hablado de viajar a Londres, hara una especie de diario ingls. Lo ingls lo prestigia todo; es una etiqueta que vende una aristocrtica elegancia. Se ve claro en el tenis de Wimbledon: los jugadores pueden ir a cualquier torneo hechos una facha (las hermanas Williams suelen llevarse la palma), pero all el blanco inmaculado es obligatorio y conjuga bien con los otros colores oficiales, el verde y el turquesa. Es increble cmo cuatro raros que ha-bitan en ese cachalote varado en el Atlntico siempre han tenido su imagen de marca. Bueno me deca, no s nada de ingls (como mucho, algunos ttulos de canciones de los Beatles), pero entre lo que all suceda y las ancdotas de algn amigo importante o escritor o noctmbulo, se llenan unas pginas. Pero volvan los reparos el lmite del castellano (ah, ahora recuerdo aquello de la falsa lengua materna de que hablaba Kafka) me va a llevar a captar mal la idiosincra-sia anglosajona. No podr contar bien la luz mortecina de los pubs ni el reflejo mate de la espuma de una guinness Al rato encontr algo de consuelo en aquella frase de Proust los libros famosos estn escritos en una especie de lengua extranjera.

    Tanta disculpa para escribir, casi pidiendo perdn por no existir, por no vivir una vida de novela, no presagiaba nada bueno.

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    *

    En el ao noventa y tres llev un diario. Eran tiempos como los de hoy, de crisis econmica. Tambin de cambio climtico, aunque deba de hablarse menos de ello. Quiz las cosas no cambien tanto como nos dicen los peridicos. Anoto una de las entradas: Estamos a primeros de abril y hace muchsimo calor. La sequa hace estragos en el Sur y los agricultores preparan una marcha a la capital del Estado. Los viejos icebergs se funden en el Norte. Si no cambia el tiempo, se consumar el desastre ecolgico, crecern las aguas saladas y por la Gran Va desfilarn los olivareros, los huertanos, las morsas, los elefantes marinos, los fletanes. Ya me joroba pensar que puedan tener razn el primo de Rajoy y Tacho Getino.

    *

    A Alma, mi mujer, le gustan los idiomas. Se lleva bastante bien con el francs, pero le ha cogido mana al ingls desde que se le atraves un listening. Y es una tmida irresponsable en esa lengua. As que viajaremos con Alissa y lvaro. Ella es irlandesa; l, impresor, jardinero, mecnico, taxidermista, constructor de pirmides Nuestra seguridad, la de los pa-sajeros que viajen con nosotros, la de los turistas que coinci-dan en un radio de accin de unos quinientos metros, estar asegurada. Pero no s si el viaje no quedar desprovisto de toda brizna de aventura.

    Estamos en su casa tratando de reservar los billetes de avin por Internet. A mis ruegos de que lvaro pinche en las casillas de embarque preferente y seguro de viaje, se niega. Pero tambin al de una habitacin para cuatro. Alissa dice no pienso enseaggte mis bggagas.

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    Todas mis demandas son desestimadas, pero no me con-denan en costas al no apreciar en ellas mala intencin cmo va a albergar uno deseos de voyeur con las buenas amigas! ni temeridad. Lo cierto es que ella estaba sumamente atrac-tiva. A su buen natural y rubicundez, se sumaba hoy una voz ronqusima y graciosa de fuerte afeccin catarral. Un caste-llano defectuoso emitido desde la ultratumba tiene el encan-to de alejar el retraimiento natural que padece un varn del pleistoceno no creo que en lo esencial hayamos avanzado nada ante las walkirias.

    En fin, parece que viajaremos del 23 al 29 de junio. Qued impresionado por la rapidez con que cobran los billetes en la tarjeta de crdito. Antes de que el ordenador cambiara de pantalla y lo confirmase, lvaro haba recibido el pitido del cargo en su mvil: Son muy rpidos, son catalanes, tengo la cuenta en la Caixa.

    Queda por reservar el hotel. Ped, otra vez sin xito, que-darnos en el Edward Lear, una mansin decadente que ha-ba sido residencia del escritor del mismo nombre. No se han decidido por ninguno.

    Me estn obligando a comentarlo, a pedir informacin a quien se me ponga a tiro. Alma dice que soy muy de pue-blo, que voy aireando lo de Londres como si furamos los nicos que viajamos. Recuerda siempre que en Florencia, donde pasamos una semana hace aos, me demoraba lo in-decible para abrir el portn que daba a nuestro apartamento. Pilar, una amiga, haba conseguido una beca para dos meses y como ya era funcionaria, se la haba gastado en el alquiler. Estbamos en la plaza del mercado viejo, entre los Uffizi y el Ponte Vecchio. No quera hurtar la emocin a cualquiera de los turistas japoneses o americanos que pasaban continua-mente frente a nuestro edificio renacentista, de pensar que, sin duda, yo era un descendiente directo del Brunelleschi.

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    *

    Por mi edad, soy francfono. En el bachiller de los sesen-ta no exista la prfida Albin. Hace cuatro aos tuve que ir a Pars por motivos de trabajo. Das antes vea la TV5 y com-prend la esencia y pujanza de la francofona. Algunas clases particulares y la promesa de que no tendra que intervenir pblicamente en el curso, me animaron al viaje. Durante el cctel, despus de la presentacin, en el primer da de trabajo, comenc a engullir canaps para no tener que soltar prenda y dejaba la mirada perdida hacia los ventanales o el techo. Pero alguien me hipnotiz y par en seco aquel atolondramiento. Una rubia estupenda avanzaba segura hacia m. Me atragan-t, cre morirme, me recuper milagrosamente, respond a su saludo y charlamos un rato. Me dijo que tena un acento formidable. Era psicloga. Cunto recelo de los de su gremio, pero estuve a punto de pedirle el telfono. Mi autoestima se haba subido a la enorme lmpara de araa del saln.

    Ah quedaba pues, con gracia torera, como molinetean-do, mi innata predisposicin a pronunciar bien en cualquier idioma. Qu le vamos a hacer. Mis hijos son excelentes m-sicos, sin duda gracias a la herencia paterna.

    *

    Cecilia me pas algunos discos de su hermano Lionel. En uno de ellos estaba el One de U2. Yo haba perdido mi versin cantada en directo en Sarajevo, durante las guerras balcni-cas, con un coro de nios y un vaivn arrullante de sinteti-zadores. Imprim la letra (one love / one life / when its one need / in the night) y lo puse en el coche. Al ir hacia la ofi-cina, el sol apareci entre nubes en una calle que lleva a una plaza cntrica, con la imagen de una virgen en lo alto. Tuve

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    una visin como cinematogrfica, coincidieron all variados efectos especiales que me hicieron perder por un instante la conciencia, el amarre al piso. La luz me cegaba, la msica me ensordeca y delante de m, de un pequeo autobs, empe-zaron a salir extraos personajes con una cadencia como de estar todava zambullidos en el lquido amnitico o flotando en la ingravidez espacial. Eran retrasados mentales, de sonri-sa beatfica, de edad indefinida, y se apoyaban unos en otros con movimientos algodonosos. Baj las ventanillas; love is a temple / love a higher law. Tenan que or mi msica igual que yo senta su desgracia y la mano despiadada del dios in-misericorde. Los pitidos de los coches que estaban detrs me obligaron a secarme rpidamente las lgrimas.

    *

    La tranquilidad en el trabajo o en la lectura de las maanas de domingo se ha visto hoy turbada por la entrada orgistica del sol. Maana de domingo de este invierno que an dura hasta este diecisis de mayo. Para cambiar a lectura de pri-mavera, barzoneo por los estantes de la biblioteca tratando de decidirme por algn brote verde; son muchos los libros por leer. Pero el fro est todava en los huesos y las nubes ba-jas han durado tanto Vuelvo a buscar cierta ornamentacin melanclica. Escojo de entre los que estn en el suelo, toda-va sin acomodo, La voz a las tres de la madrugada, de Charles Simic y busco un poema, Shelley, porque en su momento, al leerlo escuchando el Ombra mai f del Jerjes haendelia-no, sent esa picazn y ojos llorosos, entre otros efectos, que debe producir dice Robert Graves la poesa. Aunque si en vez de a Graves citase a Galds, tendra que decir que se me alegraron las pajarillas.

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    Avelino Fierro EOLAS EDICIONES

    Diagramacin: contactovisual.esDiseo de portada: Javier CardoISBN: 978-84-15603-50-4Depsito legal: LE-569-2014Impreso en Espaa - Printed in Spain

    Agradecimiento especial a Manuel Vicente Gonzlez