Un diálogo con San Martín

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Un diálogo con San Martín Por Miguel Domingo Aragón (*) El 15 de julio de 1846, Domingo Sarmiento estuvo con San Martín en Grand Bourg, acompañado de Manuel Guerrico. Hablaron de la situación argentina en ese momento (es decir, de Rosas) y de la historia del propio San Martín y, en esa historia, de un tema decisivo, que San Martín rehuía sistemáticamente: la entrevista de Guayaquil. Ya se sabe que Sarmiento, debido a su brillante vehemencia, no es un historiador de fiar. La carta al Gral. Paz, en la que le confiesa que algunas falsedades del Facundo las había puesto adrede, no es el único documento en que reconoce su “habilidad para rehacer la historia”. Pero en este caso parece que su temperamento artístico le ayudó a reconstruir una escena que debió tener cierta tensión dramática. ¿Por qué San Martín se resolvió a franquearse con un joven que apenas conocía sobre algo que no había querido comentar ni con sus viejos amigos? Un poco por eso, por tratarse de un compatriota joven y talentoso, que podría ser su hijo (le llevaba 33 años), que se interesaba por reconstruir una historia en la que él había sido protagonista principal; otro poco porque Sarmiento parece haber sido hábil para insistir en sus preguntas, de modo que casi lo obligó a decir lo que no quería. Paréntesis rosista Lo pinta como “un hombre viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez”. Estos rasgos negativos serán aducidos por el historiador colombiano Vicente Lecuna -empeñado en invalidar cualquier testimonio que disminuya a Bolívar- para quitar autoridad a las afirmaciones que cita Sarmiento. Pero Sarmiento las puso para rebajar las afirmaciones rosistas con que San Martín 1

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Un diálogo con San Martín

Por Miguel Domingo Aragón (*)

El 15 de julio de 1846, Domingo Sarmiento estuvo con San Martín en Grand Bourg, acompañado de Manuel Guerrico. Hablaron de la situación argentina en ese momento (es decir, de Rosas) y de la historia del propio San Martín y, en esa historia, de un tema decisivo, que San Martín rehuía sistemáticamente: la entrevista de Guayaquil.

Ya se sabe que Sarmiento, debido a su brillante vehemencia, no es un historiador de fiar. La carta al Gral. Paz, en la que le confiesa que algunas falsedades del Facundo las había puesto adrede, no es el único documento en que reconoce su “habilidad para rehacer la historia”. Pero en este caso parece que su temperamento artístico le ayudó a reconstruir una escena que debió tener cierta tensión dramática.

¿Por qué San Martín se resolvió a franquearse con un joven que apenas conocía sobre algo que no había querido comentar ni con sus viejos amigos? Un poco por eso, por tratarse de un compatriota joven y talentoso, que podría ser su hijo (le llevaba 33 años), que se interesaba por reconstruir una historia en la que él había sido protagonista principal; otro poco porque Sarmiento parece haber sido hábil para insistir en sus preguntas, de modo que casi lo obligó a decir lo que no quería.

Paréntesis rosista

Lo pinta como “un hombre viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez”. Estos rasgos negativos serán aducidos por el historiador colombiano Vicente Lecuna -empeñado en invalidar cualquier testimonio que disminuya a Bolívar- para quitar autoridad a las afirmaciones que cita Sarmiento. Pero Sarmiento las puso para rebajar las afirmaciones rosistas con que San Martín inicia la conversación: “Aquella inteligencia tan clara en otro tiempo, declina ahora; aquellos ojos tan penetrantes que de una mirada forjaban una página de la historia, estaban ahora turbios y allá, en la lejana tierra, veían fantasmas de extranjeros y todas sus ideas se confundían, los españoles y las potencias europeas, la patria, aquella patria antigua, y Rosas, la independencia y la restauración de la colonia…” No discutamos ahora si las escuadras de Inglaterra y Francia que bloqueaban nuestros puertos eran o no “fantasmas de extranjeros”. Observemos la síntesis: Rosas es, frente a las potencias europeas lo que la patria antigua había sido frente a los españoles. Dos meses antes, en carta a Rosas, San Martín le hablaba de “esta contienda que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. A Sarmiento, pues, le dijo lo mismo, cosa que confirma Guerrico, quien reproduce más extensamente las expresiones rosistas de San Martín.Miradas que no se encuentran

Pero vayamos a la entrevista de Guayaquil. “Era San Martín de alta talla, mientras que Bolívar era de talla mediana; y acaso la única venganza que tomó San Martín contra

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aquel sublime egoísmo fue añadir con desdén al describir la escena: ‘Estábamos sentados ambos en un sofá. Mirándolo yo de arriba abajo, pues nunca obtuve que me mirase de frente, pude contemplar el esfuerzo visible para encubrir con subterfugios, escapatorias y sofismas, el plan de apoderarse del mundo aprovechando de las inteligencias que mantenía en el ejército’”.

En otro relato, compuesto sobre los apuntes que tomó mientras hablaba San Martín, dice Sarmiento: “San Martín, de talla elevada, echaba sobre el Libertador, de estatura pequeña y que no miraba a la cara nunca al hablar, miradas escrutadoras, a fin de comprender el misterio de sus respuestas evasivas, de los subterfugios de que echaba mano para escudar su conducta, en fin, de cierta trivialidad en sus discursos…”.

En un tercer relato, Sarmiento lo hace decir a San Martín: “He aquí lo más sustancial: era un hombre de baja estatura, movedizo; miraba de soslayo; nunca, durante la conferencia, pude conseguir que me mirase a la cara. Estábamos ambos sentados en un sofá. El objeto de mi visita era muy simple: desde luego, la anexión de Guayaquil, que había dado ocasión a desavenencias. Nuestra misión como generales, le decía yo, es sólo vencer a los españoles. Los pueblos arreglarán sus límites. Por otra parte, yo no tenía fuerzas para abrir una nueva compañía contra los españoles, y era necesario reunir nuestras fuerzas”. Por lo cual, como se sabe, le ofreció ponerse bajo sus órdenes, a lo que Bolívar se excusó diciendo que dependía del Congreso. Agrega San Martín: “Imagínese usted que yo lo dominaba de todo mi busto, y estaba viendo a aquel hipócrita, confuso, mirando a un lado mientras daba estas pueriles excusas, para disimular su deseo de mandar solo. No pude arrancarle una respuesta clara y la conferencia terminó sin arribar a resultado alguno”.

El historiador Lecuna puede decir que esto no prueba ni agrega nada, que San Martín estaba viejo, que Sarmiento era un mentiroso convicto y confeso, que los textos tienen diferencias, como los Evangelios sinópticos. Pero el lector de buena fe ve, en colores, que la escena es verdadera; que esa es, subjetivamente, la interpretación que San Martín le daba al acontecimiento; que había quedado resentido, pero no por la derrota sino por haberse entregado de frente ante quien lo esperaba en posición oblicua.

Los textos de Sarmiento son de distintas épocas. Los estudiantes que quieran localizarlos pregúntenles a sus profesores de historia. Están obligados a saberlo.

(*) Pseudónimo de Roque Raúl Aragón.

(Publicado en La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, el 18 de julio de 1978)

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