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1 Dónde todo comenzó Castellazzo Un camino con Pasión Pasos al encuentro de San Pablo de la Cruz

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1Dónde

todocomenzó

Castellazzo

Un camino con PasiónPasos al encuentro de San Pablo de la Cruz

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UN CAMINO CON PASIÓNPASOS DE SAN PABLO DE LA CRUZ AL ENCUENTRO DE LA PASIÓN

Es la luna de miel, el nido, la cuna y el icono de una vida. Cuarenta días determinantes: desde el 23 de no-viembre al 1º de enero de 1720-1721. En la tarde del 22 de noviembre el obispo Gattinara, en una sencilla ceremonia, revistió a Pablo con una túnica de ermita-ño en su capilla privada. Él mismo se sintió conmovido hasta las lágrimas al ver a aquel joven obsesionado con la idea de soledad y el deseo de reunir compañeros. Pablo siente que algo nuevo está naciendo. De hecho, desde el punto de vista carismático, nace la familia de los pasionistas, aunque desde el punto de vista legal nacerá más adelante.

Su obispo y director le concede permiso para retirarse durante un tiempo, para dedicarse a la oración, en la iglesia de San Carlos en Castellazzo y le ha ordenado escribir todo lo que pasa en su corazón. De acuerdo con el párroco, ha decidido instalarse en una pequeña estancia de diez metros cuadrados en la planta baja, entre el ábside, la sacristía y el campanario. Los testi-gos definen el espacio como algo horrible. Un trastero húmedo, con las paredes sin lucir, que había servido como almacén para las herramientas del cantero du-rante las obras de restauración que acaban de termi-narse en la iglesia. A las puertas del invierno, en la lla-nura de Alessandria, llamada la Siberia de Italia, este entorno da la bienvenida a Pablo deseoso de vivir el idilio de un proyecto que le explota por dentro y que quiere convertirse en realidad. Lo más importante es que la celda se comunica con la Iglesia. Tiene una ven-tana que da a la calle. Teresa, la hermana de 18 años que espía los movimientos de este misterioso herma-no, fuerza la ventana para deslizar dentro una manta.

El tiempo discurre aproximadamente con este horario. Por la noche, tres horas de oración. De día, participa-ción en todas las misas, limpieza de la iglesia y más horas delante del Sagrario. Suscita una “enorme impre-sión” entre la gente que lo ve tan cambiado. Siempre rezando, con los pies descalzos, con la túnica más rara que se haya visto nunca en los alrededores. Los ojos despiertos y felices, pero en medio de unas ojeras ori-ginadas por las vigilias y los ayunos. Por la tarde, revi-sión del día y escritura del informe para el obispo. Para comer le bastan el pan y el agua que los amigos le hacen llegar. El sueño, escaso e irregular, sobre la paja, dentro de una artesa que servía para apagar la cal.

El diario de los cuarenta días es un minucioso reportaje de cuanto pasa en el alma cuando Dios trabaja en ella. Entre el 2 y el 7 de diciembre escribe las reglas para la familia que, desde hace años, Dios ha sembrado en su corazón. Se había preparado con una intensa novena para empaparse de Dios. El 28 de noviembre, mientras rezaba, había visto a la Virgen que le confirmaba para seguir adelante. Cuando se pone a escribir es como cuando se abren las compuertas de una cascada. La pluma consigue alcanzar la velocidad del corazón. Dirá: “Escribía tan deprisa como si hubiese alguien dic-tándome en una cátedra”.

Siguen veinticuatro intensos días, cara a cara con Dios. El Dios de la fe, dulcísimo y misterioso, que no ofrece una luna de miel de delicadezas, sino que junto a con-solaciones y dolor de corazón, abandona a Pablo en

medio de las desolaciones más desgarradoras. La ora-ción se convierte gradualmente en la tarea principal. La Eucaristía está en el centro; algunas veces se caracteri-za por “el fervor, la paz, las consolaciones, las lágrimas, el recogimiento, la suavidad, la ternura, la inteligencia infusa”. Pero otras veces prevalecen la aridez y el frío, incluso en el corazón. Se siente “corazón sepultado”, le vienen distracciones y tentaciones. Le provoca re-gañar a los chavalillos que le molestan desde fuera o a los sacerdotes que llegan tarde para la Misa. Incluso le pasa por la mente blasfemar o hacer otras “cosas malvadas”. Se encuentra en aridez incluso en Navidad, la más dulce de las fiestas. Sufre dolores de cabeza, tiene hambre, frío, remordimientos por haber dejado en la estacada a la familia. En resumen: “un abismo de miserias”.

El primero de enero de 1721 termina su cuaresma. El día 2 deja la celda de Castellazzo y se dirige a Alessan-dria para verificar con el obispo todo lo que ha vivido durante estos días. El día 3 cumple veintisiete años. La flecha se ha disparado y ahora vuela hacia su destino.

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Un día en Roma

Santa Maria la Mayor

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En Castellazzo la semilla cayó en tierra. En Roma co-mienza a morir: es signo de que echa raíces y lleva fru-to. Cuando se acerca a la morada del papa, deseoso de obtener la aprobación de la regla que había escrito en el retiro de cuarenta días, Pablo Danei es despedido de malas maneras porque su vestimenta no es la apro-piada para una audiencia pontificia. Si bien el inciden-te parece impedir su proyecto, él decide firmemente llevarlo a cabo. Con el voto de la Pasión, planta en la Iglesia un nuevo dinamismo de espiritualidad que hace crecer la semilla. De hecho, cada carisma de vida con-sagrada es un resplandor creativo del Espíritu Santo en la puesta en marcha del proyecto salvífico, a través de una persona llamada a una misión concreta en bene-ficio de la humanidad y siempre animada por el amor misericordioso de Dios. A la negativa, Pablo responde con la afirmación, al fracaso con un nuevo empuje. Ha entrado en el dinamismo del misterio pascual de muerte y resurrección que modelará el resto de su vida y que enriquecerá a la Iglesia por medio de la familia pasionista.

Su obispo y padre espiritual, Arborio Gattinara, ha quedado muy impresionado por el diario y el esbozo de las reglas que Pablo le ha presentado. Le conce-de una cierta libertad para llevar una vida eremítica y apostólica en la zona de Castellazzo, pero no le apoya completamente. Cuando después de algunos meses, Pablo quiere acortar los plazos y conseguir del papa la confirmación de su inspiración, le deja partir sin la más pequeña presentación o una mínima explicación de cómo moverse en aquellos ambientes.

A finales de agosto de 1721, Pablo se embarca en Gé-nova, él solo, en una aventura que fracasa según el tiempo horizontal de la historia humana, pero que es un triunfo según el tiempo vertical de Dios. Llega a Civitavecchia el 9 de septiembre y, tras algunos días de cuarentena, se encamina a Roma siguiendo la vía Aurelia. Recorre setenta kilómetros de zona desértica y palúdica, a través del agro romano, pernoctando en posadas campestres. Entra en la capital por la Puerta Cavalleggeri. Al día siguiente, después de sus devocio-nes y la confesión en San Pedro, llega al Quirinal, don-de espera conseguir que el papa Inocencio III apruebe el texto que había vuelto a copiar en limpio.

Los guardias de palacio y los empleados de la casa papal lo examinan de arriba a abajo y se consultan con la mirada. No tiene mala pinta, pero con esa túnica que ha llevado día y noche, descalzo, con barbas y los pelos revueltos, no está presentable. ¿Quién te envía?, ¿qué tienes en la cabeza? Con tanto maleante con que te encuentras hoy en día, es mejor no fiarse. Y en dia-lecto romano: “smammare!”. “¡Piérdete!”. Es inútil implo-rar. Para un ingenuo como él, era impensable que ver al Papa fuese cosa de audiencias y vestidos de lujo.

Por un momento le asalta la amargura por la fatiga in-útil, pero ni siquiera un sobresalto hace vacilar la llama que el Espíritu ha encendido en lo más íntimo de su ser. La creatividad del amor no deja espacio al desfa-llecimiento.

Se refresca en una fuente, hoy desaparecida por la construcción del Palacio de la Consulta. Pregunta por el camino más corto para llegar a la basílica de Santa María la Mayor y corre a refugiarse allí para poner en las manos de la Señora el regalo que guarda en lo más profundo de su corazón: su consagración a la Pasión de Jesús, el núcleo característico de la familia delinea-da en las reglas que el Papa no ha podido ver. Ante la imagen de la Señora amada por los romanos, en la Ca-pilla Borghese, Pablo hace voto privado de ligar su vida a la Pasión de Jesús y de mantener vivo su recuerdo en la Iglesia, junto a los compañeros que Dios le envíe. Aquella que ya ha intervenido en otras ocasiones para iluminarle el camino, ahora lo confirma en esa vereda y le ofrece, junto a una íntima comunión y consuelo, la certeza que rige su vida. Para la historia de los pasio-nistas es este un momento fundante como la cuares-ma de Castellazzo. Todo lo demás es el marco, ésta es la pintura. Antes que hacerle desistir, la derrota romana ha hecho que en el camino no haya vuelta atrás.

Debe ser entre el 23 y el 25 de septiembre de 1721. Sobre la Roma patricia y papal va cayendo otro día de comienzos de otoño, acaso el mejor periodo del año. Mirando desde el Esquilino hacia el Tíber y el Cupolo-ne, la ciudad aparece imponente con sus iglesias, mo-numentos y villas dispersas por sus colinas. Pablo la atraviesa mientras se encamina al albergue de la Trinità dei Pellegrini, junto al Ponte Sisto, donde hace noche antes de volver, muy de mañana, hacia Civitavecchia, esta vez navegando por el Tíber. Camina anónimo en-tre la gente, desconocido, rechazado, pero es alguien. Un día los Papas, la Curia y la misma Roma le prestarán atención. No ha logrado lo que buscaba, pero ha con-seguido más de lo que esperaba. La certeza de que no parará nunca. De hecho, escribe enseguida a su her-mano Juan Bautista para hacerle saber que irá hasta el fin del mundo, si es necesario, para llevar a cabo su proyecto.

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RaícesBuscando el terreno

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UN CAMINO CON PASIÓNPASOS DE SAN PABLO DE LA CRUZ AL ENCUENTRO DE LA PASIÓN

El carisma es como un dardo de amor que el Espíri-tu lanza al corazón de una persona. Inflama y quema, comunica energías para superar dificultades y realizar proyectos humanamente imposibles, pero al mismo tiempo hiere y hace sangrar, provoca desánimos y an-gustias que acercan a la muerte. Es la dinámica de la semilla que muere para dar fruto y la semilla no es la de las plantas sino la de la persona viva. Es el Crucifi-cado, es cada uno de nosotros, fue Pablo Danei de la Cruz. El carisma de la Pasión de Jesús fue claro des-de el inicio, pero la realización histórica exigió intentos, adaptaciones y tribulaciones que duraron toda la vida, tanto así que, la biografía de un fundador es la biografía de su carisma.

Bajo este aspecto, los viajes de búsqueda, incansable, especialmente en los primeros años, se pueden lla-mar viajes carismáticos porque el carisma es la fuerza propulsora de todas sus iniciativas. La primera trave-sía, que va de finales de agosto al 28 de noviembre de 1722, presenta al menos tres círculos de consolidación carismática. El fracaso del sueño de la aprobación pa-pal se transforma en la victoria del voto de la Pasión. En el regreso desde Roma a Génova, la parada de ex-ploración en el Argentario le hace tomar la decisión de regresar allí para implantar la nueva forma de vida. Las peripecias del ir y venir hacia el Agro Romano y la Ma-risma Toscana, con sus desventuras en los encuentros con los eclesiásticos y los contactos con la situación de la gente, le hacen experimentar vivamente el aban-dono moral del pueblo de Dios y sentir la necesidad del anuncio del amor crucificado.

El segundo viaje carismático inicia en Castellazzo el 22 de febrero de 1722, un año después de sus primeros movimientos y contiene muchas articulaciones en las que el carisma sondea el terreno para echar raíces. Pablo y su hermano Juan Bautista, vestidos ambos de ermitaños por el obispo Gattinara, se instalan en el Ar-gentario, acogidos benévolamente por el obispo Fulvio Salvi. Dejando toda veleidad de la aprobación oficial, se concentran en la experiencia de la novedad que que-rían realizar. El estilo de vida expresa de modo ideal al-gunos elementos fundamentales: soledad, comunión fraterna, ayunos, pobreza, austeridad, especial estudio de la Biblia, oración durante muchas horas de día y de noche. Pero rápidamente advierten que todo esto no le basta al carisma. Se requiere también la predicación de la Pasión, por ello, cada domingo, cuando bajan a la Misa, de acuerdo con los párrocos, se implican en la catequesis: Pablo en Puerto Hércules y Juan Bautis-ta en San Esteban. El carisma impone desde el inicio su dimensión apostólica, no solo monástica. Podían cultivar pequeños terrenos, algo posible y muy útil, o restaurar la ermita y la capilla, algo también necesario; pero encontraron la tranquilidad carismática solo con el anuncio del Crucificado. De este modo, la situación es tan buena, que el obispo y su clero piensan reclutar a los dos ermitaños para la pastoral diocesana.

Pero la voz del éxito también llega lejos. Oye hablar de ellos el obispo de Gaeta, Carlo Pignatelli, e invita a Pablo a reunirse con él allí. “Encontrareis un lugar ade-cuado a vuestra vocación y podréis trabajar mucho por la gloria de Dios y la salvación de las almas”. El Argenta-

rio es ideal para la soledad y la contemplación, pero el apostolado es aleatorio. Han pasado solo nueve meses y la separación duele pero decide ir a ver. Hacia el final del año, los dos llegan a Gaeta. El carisma camina con ellos.

En la nueva sede permanecen dos años. La vida co-munitaria se amplía con los nuevos compañeros que el obispo confía a Pablo teniendo como sede la ermita de la Virgen de la Cadena. El estilo de vida quiere repro-ducir el original del Argentario, con apostolado abierto a nuevas posibilidades. Dan catecismo en la catedral y en otras iglesias.

La dirección espiritual se va haciendo más intensa. El primer año, Pablo predica incluso los ejercicios espiri-tuales a los ordenandos, renuentemente al inicio y con estupor más adelante. Pero mientras el apostolado crece, la comunidad no despega. El grupo no es ho-mogéneo. Algún otro del grupo tiene aspiraciones de fundador. El obispo le envía individuos problemáticos. Los acechan malestares debido al ritmo impuesto por Pablo, que, por otro lado, no está seguro de cuál es su papel. Un fundador tiene derecho de escoger a los candidatos. Mientras tanto se fatiga mucho buscando como organizar una comunidad, pero se da cuenta de que no puede durar.

Al inicio del verano de 1724, los Danei retoman el ca-mino en un nuevo Capítulo biográfico y carismático: el obispo de Troya, Emilio Giacomo Cavalieri invita a Pablo a su diócesis, quizá por sugerencia de Pignatelli que se había dado cuenta de no haber satisfecho sus expectativas. El obispo Cavalieri es considerado como uno de los más santos y doctos pastores de su tiempo. Él mismo practica una vida penitente y contemplativa, diferente del ideal de Pablo. Es la persona adecuada para leer los signos de Dios en el corazón del fundador y lo dirige por el camino justo para dar el toque insti-tucional a su inspiración y ofrecer al carisma la posibi-lidad de implantarse en la Iglesia. De allí en adelante seguirá un camino largo y difícil, pero al menos seguro.

Hasta ahora el carisma ha respirado el aire de la Igle-sia en su estructura local en cuatro etapas: Arborio Gattinara ha sido un buen pastor para Pablo pero no suficientemente profético. No percibió la autenticidad de la inspiración fundacional o no tuvo la audacia de sostenerla. Fulvio Salvi había intuido que Pablo estaba revestido por el Espíritu para una nueva misión, pero no tuvo el tiempo de apoyarlo como había querido. Con dolor, le permitió alejarse del Argentario. Al presentarlo a su colega de Gaeta, alaba su espíritu ejemplar y de-fine por primera vez en los documentos la comunidad que quiere reunir como “los Pobres de Jesús”. Carlo Pignatelli aprecia mucho el apostolado de Pablo, pero no le da facilidades para la comunidad que piensa fun-dar. Emilio Cavalieri es verdaderamente un gran pastor y profeta. Pero no todos son capaces de acoger todos los carismas.

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Debería haber

nacido la primera

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Cuando un carisma busca espacio en las instituciones encuentra obstáculos y fracasos, porque se trata de una inspiración divina que debe encajarse en las limitaciones humanas, acentuadas por el pecado. Hay analogía y co-nexión con la encarnación de la Palabra y con el trabajo de la iglesia, comunidad humana de institución divina.

Después de buscar durante años un punto de partida en varias diócesis de Italia, Paolo Danei se enfrenta al pun-to de inflexión que lo pone en la dirección correcta. Si-guiendo el consejo del obispo Cavalieri, regresa a Roma, donde se encuentra con personas que le apoyarán has-ta el final. Al visitar la Basílica de San Pedro en marzo del año santo de 1725, llama la atención de un joven monse-ñor que, intrigado por su vestimenta y por su devoción, quiere establecer contacto con él. Pablo lo involucra contándole su experiencia y su proyecto. Le dice que le gustaría tener la aprobación del Papa pero que no sabe qué hacer. El interlocutor, Marcello Crescenzi, por ahora no es tan poderoso como para servir de enlace con el pontífice, pero es amigo de un cardenal que podría ha-cerlo, Marcello Corradini. Ambos están entusiasmados con la idea de este ermitaño que se presenta encendido de amor por el Crucificado y a quien le gustaría encender con Él a los cristianos. Dicho y hecho. El 21 de mayo de 1725, Pablo es presentado y recomendado a Benedic-to XIII. Le habla de su deseo de reunir compañeros para meditar y predicar la pasión de Cristo. El Papa también se contagia del fervor de ese peregrino, lo bendice y aprue-ba su proyecto “de palabra”. Pablo vuelve contento, sin preocuparse por documentaciones.

Siguieron otros dos años de inquieto zigzaguear por lu-gares ya conocidos y con otras imprevistas variaciones. Con el favor del obispo Pignatelli, los Danei renovaron el intento de establecerse en Gaeta, se mantienen en el Santuario de la Madonna della Civita y se resisten a la llamada de Cavalieri, que desearía iniciar la fundación en Troia. Para asentarse mejor en Roma, trabajan con excelentes frutos en la piadosa obra para pobres enfer-mos fundada por el cardenal Corradini y, como todos les aconsejan, se ordenan sacerdotes. El carisma pasionista pasa junto a los crucificados por la enfermedad, pero no se detiene.

A principios de 1728 los dos hermanos lo dejan todo y regresan al Argentario para no abandonarlo. El monte ha vencido una vez más. Pablo tiene 34 años, está lleno de energía y ahora también de experiencia y de futuro. Aho-ra que es sacerdote, tiene la aprobación papal y buenos apoyos en la curia, será más fácil reunir compañeros. Al encontrar ocupada la ermita de la Anunciación, se aco-modan en la cercana ermita de San Antonio. Entre 1730 y 1733 se encuentran entre 7 y 8 compañeros, pero a final de año el grupo se dispersa. Pablo habla de “cizaña es-parcida en el campo”, pero también se trata de un esti-lo de vida demasiado duro, “más celestial que humano, más para admirar que para imitar”.

Mientras tanto, el nuevo obispo de Soana y Pitigliano, Cristóbal Palmieri ofrece a los Danei todo el apoyo. No solo les concede facultades para el ministerio, sino que allana el camino para el tipo de misiones que quieren inventar. Gracias a los apoyos de Roma, hace que los declaren misioneros apostólicos para todo el territorio nacional. Así, en la iglesia institucional, los pasionistas

nacen antes como misioneros que como religiosos. Pa-blo es antes predicador que fundador. La primera misión pasionista tiene un éxito arrollador, posiblemente en Ta-lamone de Orbetello, en 1730.

A finales de ese año Pablo se embarca en la aventura de construir la primera casa para los compañeros que va a reunir. Se necesitarán siete años de tribulación en tribulación, pero no se podía tardar. Los caprichos de la burocracia eclesiástica hacen que el territorio del Argen-tario dependa del cardenal romano De las Tres Fuentes, Lorenzo Altieri, que crea mil dificultades para la conce-sión de licencias y controles. Por otro lado, las facciones opuestas de Portercole y Orbetello se unen para derribar el edificio todavía en construcción, pero se encuentran con la contraofensiva de San Miguel Arcángel.

Una vez colocada la primera piedra en 1733, los traba-jos se suspenden por la guerra entre España y Austria, que luchan por el Estado de los Presidios de Toscana al que pertenece el Argentario. Los españoles ganarán, pero ambos generales pedirán a Pablo ayuda espiritual para sus soldados. Durante más de un año se convirtió en capellán militar de todos, arriesgando a menudo su vida, ayudando a los heridos y moribundos, oyendo el silbido de las balas y la explosión de bombas. El carisma pasionista está justo al lado de los crucificados por las guerras. La primera morada de los pasionistas, el retiro de la Presentación, se abre con la bendición de la iglesia el 14 de septiembre de 1737, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

En este momento toda la actividad de Pablo se orien-ta a la aprobación de las reglas. Una vez revisadas y adaptadas de acuerdo con las indicaciones del obispo Cavalieri, deben pasar por la criba y el escrutinio de la comisión presidida por el cardenal Altieri, que ahora es más benévolo con Pablo, después de que ha conocido su temple. Sin embargo, señala que tal como están no pueden pasar porque son demasiado severas, porque se necesitarían al menos doce religiosos y solamente son tres, y porque no se puede pretender la exención de la autoridad episcopal. Pablo corre a Roma varias veces para defender su enfoque. Debe defenderse incluso de ser sospechoso de jansenismo y de sociedad secreta. A los ya conocidos apoyos romanos se une ahora el po-deroso cardenal Carlos Rezzonico. Finalmente, el nuevo Papa Benedicto XIV nombra una comisión que allana el camino. Él mismo, al ver las reglas, exclama: “Esta familia de la Pasión de Jesucristo debería haber nacido la pri-mera en la Iglesia, y llega en último lugar”. El 15 de mayo de 1741, firma el rescripto de aprobación. Todavía no es la aprobación solemne, pero es un paso esencial.

Pablo tiene cuarenta y siete años. Se han necesitado más de 20 para este aterrizaje. Experiencias de muer-te, pero hay resurrección. El 11 de junio profesan cinco sacerdotes y un hermano, que toman nuevos nombres religiosos. Pablo ya no es “Danei”, ahora es “de la Cruz”.