UMBERTO ECO! LA MIRADA SEMIOTICA · 2019-06-18 · u M B E UMBERTO ECO! LA MIRADA SEMIOTICA Jorge...

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u M B E UMBERTO ECO! LA MADA SEMIOTA Jorge Lo7o R S e suele atribuir a A. Einstein una bellísima cita prosamente mencionada en manuales de epistemología, que más o menos dicta así: «corresponde a la teoría decidir lo que podemos observar». La más reciente filosoa de la ciencia, por su pte, nos habla de la «theory-ladeness of per- ception» con la que se nos muestra cómo la ob- servación está impregnada de teoría. Ahora bien, lo que observamos o lo que se puede observar no es en rigor «hechos» (cosas, nómenos) sino significados o, dicho con otras pabras, los hechos no son entidades brutas sino que están definidos por el lenguaje (de la ciencia). O aún más, los objetos, los comportamientos, los valores funcion como tales porque obedecen a leyes semióticas. Todo este apresurísimo preámbulo nos per- mite introducir a Umberto Eco como, obvio es, un observador semiótico que considera, al igual que el padre ndador de la semiótica contemporánea, Chles Senders Pierce, que la percepción es un proceso indiciario. O como decía el pitagórico Alcmeón de Crotona: «Acerca de las cosas invi- sibles, acerca de las cosas mortales, los dioses tienen conocimiento claro; pero pa los hombres 'sólo existe la posibilidad de' juzg a ptir de signos». En este primer sentido Eco puede ser compa- rado a personajes como Zadig ( que por cierto ha dedicado un bellísimo tículo, analizando el ' cítulo del libro de Voltaire) pa quien la natura- leza, «el gr libro», era considerada como un código, como un sistema de signos, o a Morelli, capaz de distinguir la autoría de un cuadro reco- nociendo pequeños indicios como lóbulos de las orejas, etc., o, cómo no, a Sherlock Holmes en cuanto personajes que hacen uso del llamado pa- radigma indiciario, que recientemente el historia- dor C. Ginzburg ha reivindicado pa el conjunto de las ciencias humanas, Pero más allá de ciertas alogías «literarias» Eco, cree y trabaja dentro de una teoría de la significación cuya naturaleza sea tal, según helo del matemático René Thom, que «el to mismo de conocer sea una consecuencia de la teoa» T o E e o

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Page 1: UMBERTO ECO! LA MIRADA SEMIOTICA · 2019-06-18 · u M B E UMBERTO ECO! LA MIRADA SEMIOTICA Jorge Lo7.811o R Se suele atribuir a A. Einstein una bellísima cita profusamente mencionada

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UMBERTO ECO! LA

MIRADA SEMIOTICA

Jorge Lo7.811o

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Se suele atribuir a A. Einstein una bellísima cita profusamente mencionada en manuales de epistemología, que más o menos dicta así: «corresponde a la

teoría decidir lo que podemos observar». La más reciente filosofía de la ciencia, por su

parte, nos habla de la «theory-ladeness of per­ception» con la que se nos muestra cómo la ob­servación está impregnada de teoría.

Ahora bien, lo que observamos o lo que se puede observar no es en rigor «hechos» (cosas, fenómenos) sino significados o, dicho con otras palabras, los hechos no son entidades brutas sino que están definidos por el lenguaje (de la ciencia). O aún más, los objetos, los comportamientos, los valores funcionan como tales porque obedecen a leyes semióticas.

Todo este apresuradísimo preámbulo nos per­mite introducir a Umberto Eco como, obvio es, un observador semiótico que considera, al igual que el padre fundador de la semiótica contemporánea, Charles Senders Pierce, que la percepción es un proceso indiciario. O como decía el pitagórico Alcmeón de Crotona: «Acerca de las cosas invi­sibles, acerca de las cosas mortales, los dioses tienen conocimiento claro; pero para los hombres 'sólo existe la posibilidad de' juzgar a partir de signos».

En este primer sentido Eco puede ser compa­rado a personajes como Zadig (al que por cierto ha dedicado un bellísimo artículo, analizando el 'J'' capítulo del libro de Voltaire) para quien la natura­leza, «el gran libro», era considerada como un código, como un sistema de signos, o a Morelli, capaz de distinguir la autoría de un cuadro reco­nociendo pequeños indicios como lóbulos de las orejas, etc., o, cómo no, a Sherlock Holmes en cuanto personajes que hacen uso del llamado pa­radigma indiciario, que recientemente el historia­dor C. Ginzburg ha reivindicado para el conjunto de las ciencias humanas,

Pero más allá de ciertas analogías «literarias» Eco, cree y trabaja dentro de una teoría de la significación cuya naturaleza sea tal, según anhelo del matemático René Thom, que «el acto mismo de conocer sea una consecuencia de la teoría»

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(Models mathematiques de la morphogenese, p. 198).

Convencido de la vocación ecuménica de la se­miótica -según expresión de Sebeok- el arte, la estética, los mass-media, la política, elfeuilleton, la filosofía, la música, la arquitectura, la literatura, las órdenes monacales, el terrorismo, los laberin­tos, los textos, las plantas del Medioevo, La Na­turaleza, El libro, son vistos por Eco, como a él le gusta decir, sub specie semiotica_e, acaso haciendo suyas aquellas palabras tantas veces repetidas que Peirce escribiera a Lady Welby en una de sus famosas cartas:

«Nunca me ha sido posible emprender un estudio sea cual fuera su ámbito: las mate­máticas, la moral, la metafísica, la óptica, la química, la anatomía comparada, la astro­nomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonética, la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metereo­logía, sin concebirlos como un estudio se­miótico».

La semiótica, «disciplina joven que tiene menos de dos mil años», tal como la concibe Eco, pese a ocuparse de cualquier (todo) sistema de signos, no pretende sustituir la utopía renacentista de dispo­ner de una ciencia universal que resolviera todos los problemas. Sin embargo, sí trata de dar cuenta de los mecanismos fundamentales, de las leyes generales a partir de las cuales el hombre es capaz de intercambiar signos y comunicar, y todavía más -en un sentido más restrictivo- de las leyes generales de las «relaciones de reenvío» (Jakob­son) ; concepción ésta del funcionamiento sígnico que evoca el aliquid stat pro aliquo de los estoi­cos.

Recordemos, en passant, que la actividad sim­bólica en el hombre, su facultas signatrix reside esencialmente en la operación de reenvío (el sig­nans reenvía al signatum, el significante al signifi­cado ... ).

Por tanto se puede decir que, en última instan­cia, la observación semiótica puede ocuparse de cualquier «cosa» que pueda ser considerada como signo. Y para Eco es signo toda cosa que pueda ser considerada como sustituto significante de otra (cosa, o a su vez un nuevo signo; de ahí el enca­denamiento sígnico de la semiosis ilimitada).

El signo que ha sido tradicionalmente el eje central de los estudios semióticos, ha estado ex­puesto, en tanto que objeto de una disciplina, a crisis cuando no a amenazas de muerte (en esto no se diferencia la semiótica de otras áreas; piénsese en la crisis y/o muerte de la filosofía, del mar­xismo, del psicoanálisis, de la política, incluso del hombre ... ) .

Conviene decir por una parte que tal crisis del signo ya estaba presente en Hjelmslev que apun­taba a los sistemas de significación para evacuar un concepto atomístico e incluso ingenuo de signo; y por otra se debe precisar que en el estado

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actual de los estudios y análisis sobre significación el signo no es tanto un «observable» cuanto un objeto construido por el propio discurso (todo coherente de significación), del mismo modo que, y esto no es un aserto metafisico sino una asun­ción metodológica, el referente es siempre cons­truido por el discurso en su significación.

Pero en cualquier caso, nos dirá Eco, es imposi­ble hacer una crítica del signo que no sea al mismo tiempo una intervención activa en la vida misma de los signos que son también en su dimensión cultural (significacional), fuerzas sociales y no meros conceptos abstractos.

Su preocupación por el Signo (concepto y ob­jeto al que ha dedicado un libro y últimamente una voz en la Enciclopedia Einandi y constantes refle­xiones en toda su obra) le ha llevado a hacer una lectura de la historia del pensamiento rastreando la presencia (y ausencia) del signo en las distintas teorías filosóficas .

En la lectura ha podido observar cómo tal con­cepto ha estado sometido -y así lo denuncia- en el curso de los últimos dos mil quinientos años a una especie de cancelación silenciosa.

Dicho silencio es aún menos comprensible cuanto que, por ejemplo, la historia de la lógica griega -nos dice- se puede ver como la historia de la discusión sobre la significatividad de los signos naturales. A partir de ahí se ha propuesto em­prender una relectura de la filosofia en clave se­miótica. Así, por ejemplo, nos sugiere que pode­mos comprender mejor las discusiones de lógica y dialéctica de Platón a Sexto Empírico si se las relee como discusión de semiótica.

Como resultado de esta preocupación Eco está trabajando actualmente en un ambicioso proyecto que culminará en una Enciclopedia Semiótica. Proyecto éste -el de hacer una Enciclopedia- que si bien puede sorprender -si no escandalizar- a algunos, los más, quizá por sus características y dimensiones agobiantes, parecerá por el contrario enormemente coherente a quienes conozcan la obra (de) y al personaje Eco: Su afición por la Enciclopedia, su conocimiento enciclopédico (sir­van de ejemplo obras tan dispares como la ya mencionada Signo, o su novela Il Nome della Rosa), su esfuerzo por diferenciar teórica y analí­ticamente diccionario de enciclopedia (que el llama «máquina intensional») le han permitido formular este concepto como una realidad semió­sica y como un postulado semiótico: en algún paso de su obra lo ve como el conjunto registrado de todas las interpretaciones, concebible objetiva­mente como la librería de las librerías, donde una librería es un archivo de toda la información tam­bién no verbal, en algún modo no registrado desde las pinturas rupestres hasta las cinéticas.

La enciclopedia opera así como competencia global para la comprensión de un texto, aunque, huelga decirlo, para la comprensión de un texto se requiere tan sólo una porción de enciclopedia. Para explicarlo con otras palabras, en la traduc-

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ción (o interpretación) que hacemos de un texto no recurrimos sólo al diccionario sino también a la enciclopedia. Si por ejemplo en un proceso de lectura nos enfrentamos al signo (lexema) /ballena/, aparte de contar con el significado que nos proporciona el diccionario: /mamífero, cetá­ceo, etc ... / también intervendremos y cooperare­mos en la lectura con nuestra competencia enciclo­pédica: nuestra lectura de Moby Dick, nuestro conocimiento de Jonás, etc.

Desde esta actitud enciclopédica e intertextual (todos los textos se relacionan (con) o reenvían a otros textos) retoma Eco, rizomáticamente, cues­tiones suspendidas en la historia del pensamiento. Sirva como muestra, entre tantísimos otros ejem­plos, un dilema que planteaba S. Agustín, uno de los grandes semiólogos occidentales.

Decía básicamente el obispo de Hipona: por una parte conocemos las cosas porque nos vienen en­señadas a través de los signo.s; por otra parte, sin embargo, no podríamos conocer el significado de los signos si no tuviéramos experiencia de las co­sas.

Sin entrar en arduas discusiones filosóficas y sin necesidad de recordar a Peirce, para quien «el más alto grado de realidad no es alcanzado sino por los signos» (8. 327), señalemos únicamente cómo Eco apuesta por la creencia semiótica de que los sistemas de signos preceden a la realidad -que, bien sabemos hoy; es un constructo semió­tico, una construcción que entre otros sistemas de signos, el lenguaje realiza.

Si desde una perspectiva (que Eco llama presu­posicional) lo primario sería la experiencia verí­dica, y el lenguaje viene después, de tal modo que las experiencias lingüísticas se prueban verdade­ras o falsas según que la experiencia las verifique o falsifique, desde otra perspectiva ( que llama po­sicional) el lenguaje viene primero y determina la experiencia, es el medio usado por el hombre para crear creencias y certezas, y como el dice, la principal herramienta de una estrategia de «veri­dicción».

Se entenderá pues mejor por qué Eco ha insis­tido en lo que llama la falacia referencial que consistiría gros so modo en considerar que el signi­ficado de un signo tiene que ver con el objeto correspondiente.

La propia realidad está « semiotizada», los obje­tos están informados por la significación, un signo -como hemos visto- remite siempre a otro signo o a otra cadena de signos, y los significados son «unidades culturales». Por eso, nos dirá Eco, con­sideramos «natural» lo que es percibido como tal en una cultura dada.

Por supuesto rancios positivistas alarmados y matetialistas al baño maría necesitan tildar ¿cómo no? de idealista esta perspectiva, que olvidaría según ellos lo «material», lo «real», en aras de lo «simbólico». Eco, implacable, responde: elo simbólico es una fuerza material cómo las relaciones de producción.

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