u2- Alliaud Maestras Eran Las de Antes
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1
¿MAESTRAS ERAN LAS DE ANTES? UNA HISTORIA PARA
RECORDAR: EL CASO DE ARGENTINA1
Andrea Alliaud *
RESUMEN
Como toda institución social, el magisterio argentino tiene su historia. Reconstruir
la génesis y el desarrollo de la profesión docente puede contribuir a “develar” las
características que en la actualidad la constituyen. En este sentido, recuperar la
historia colectiva del magisterio representa un gran desafío en el momento de
enfrentar procesos de transformación. Este trabajo intenta comprender, desde la
historia, aquellos rasgos que hacen de la enseñanza una actividad escasamente
profesionalizada. La docencia como trabajo femenino, el maestro “ejemplar” y la
ideología de la vocación encuentran en este análisis una explicación social que los
desmitifica y los cuestiona.
Una historia para recordar
Todo es historia. Todo tiene su historia. En Argentina, el magisterio como
institución social tiene un origen y un devenir histórico a través del cual fueron
tomando cuerpo y definiéndose muchas de las características que en la actualidad lo
constituyen. El magisterio también tiene su historia. Si bien se notan a simple vista
grandes diferencias en el maestro de hoy comparado con el de antaño, hay asimismo
muchas similitudes que sólo podrán explicarse por la permanencia, en cada maestro,
de un pasado común. Ese pasado actúa, definiendo —aunque en cierta medida— el
presente y asegurando un porvenir a él ajustado. Ese pasado actúa “pre-disponiendo”
las prácticas, representaciones y percepciones del maestro de hoy. ¿Cuál es la
historia “del” magisterio, más allá de la historia de cada maestro particular? ¿La
conocen los maestros, los alumnos, la sociedad? ¿Se reconocerán en ella los
maestros de hoy? ¿Qué permanece, qué cambios se produjeron? Mientras estas
preguntas permanezcan sin respuesta y mientras las respuestas se busquen obviando
este tipo de interrogantes, la transformación de lo que en el presente nos preocupa se
convertirá en la asignatura pendiente de un largo porvenir.
La “misión” de ser educadores
Desde sus orígenes, a fines del siglo pasado, el magisterio presentó una serie de
rasgos particulares que hicieron de esta actividad una “misión”1 antes que una
profesión. Aunque se puede sostener que con la creación y desarrollo de las escuelas
normales (instituciones especializadas para la formación docente) surge la
1 En colección: La Educación, Número (117), 1994, OEA
2
“profesión”, ésta de inmediato se desdibuja al considerar ciertas características a
partir de las cuales iba cobrando existencia un nuevo puesto: el de maestro.
En primer lugar, conviene recordar que la empresa de conformación del sistema
educativo “moderno” supone, entre otras cuestiones, la preparación de un cuerpo de
“especialistas” dedicados a la tarea de enseñar. El “título” docente, expedido por las
escuelas normales, asegurará en principio tal especialización. La exigencia de
“maestros titulados” no se plasmó de inmediato en una cualidad de la realidad
escolar nacional, pero, al menos, de ese modo quedó prescrito legalmente.2 Lo cierto
es que a partir de un momento histórico determinado, se requerirá de la
“titularización” para el ejercicio docente en las escuelas. En cuanto “credencial de
competencia”, el título garantizará la posesión de un saber especializado y común
entre quienes lo porten. Dicho saber supone formas precisas de transmisión y
apropiación.
En el momento de pleno desarrollo de la escuela pública ya no bastaba con el
maestro que enseñaba a unos pocos lo que él había aprendido alguna vez, quizás en
una escuela, quizás por su cuenta. Era necesario contar con un “cuerpo de
especialistas formados”, tales que aseguraran cumplir con éxito una tarea específica,
conforme a los fines perseguidos en la empresa de constitución y consolidación de
un sistema escolar. Desde sus orígenes la escuela pública de nivel primario se
destinó a “educar” a las clases más bajas de nuestra población. Este sector —
mayoritario por ese entonces— lo componían “nativos” e inmigrantes. De ellos se
esperaban, precisamente, transformaciones profundas, ya que serían los habitantes
de una sociedad que se iba “modernizando”. La escuela pública se desarrolla y
expande con la finalidad de formar al “hombre nuevo”, despojado de idiosincrasias,
modismos y costumbres de sus familias, regiones y/o países de procedencia. En el
marco de la política estatal, educar “al” ciudadano se convierte en un elemento
decisivo del proceso de conformación nacional.
De este modo la escuela pública, y especialmente el maestro, tenían una meta clara:
civilizar, regenerar, disciplinar, a una población que se consideraba “desajustada”,
en relación con un modelo de sociedad deseado para el futuro. Este proceso común
en regiones diversas, halla en la mayoría de los estados de América Latina notas
singulares. La consolidación nacional en nuestras sociedades tuvo lugar bajo
regímenes de dominación “excluyentes”,3 en lo que se refiere a la participación
política de las mayorías poblacionales. Se comprenderá así que el “proyecto
educativo oligárquico” contemplara la extensión y desarrollo de la instrucción
pública con vistas a obtener un “tipo” de hombre más parecido al “habitante de
ciudad” —con hábitos de trabajo, disciplina, compostura exterior, costumbres y una
particular cosmovisión—, que al “natural de un Estado con derechos y deberes
políticos que le permitan formar parte en el gobierno del mismo”. Ambas son
acepciones diferentes de un mismo término: “ciudadano”.4
Diremos entonces que, en nuestras sociedades, la escuela pública, con un
predominio bastante marcado de moralidad, se desarrolla sistemáticamente para
educar —antes que para instruir— a las clases más bajas de la población. Esta
3
escuela nace, pues, para socializar antes que para transmitir conocimientos. Tal
finalidad se enuncia expresamente en las documentaciones de la época:
Nuestra escuela debe tener una misión más educadora
que instructiva, por las condiciones peculiares de
nuestra organización social, (...) y la consiguiente
imposibilidad de confiar exclusivamente esa misión a
la familia. (...) [Nuestra escuela] debe ser una reunión
de futuros ciudadanos, y el maestro, mirando a sus
alumnos a través del patriotismo, que es el más
poderoso lente inventado por la óptica de los
sentimientos, debe ver a éstos preparados por su
acción y por su ejemplo....5
A partir de tal definición la tarea específica del maestro (la instrucción, la
enseñanza) se diluye y va cobrando forma el maestro “socializador”, moralizador,
educador. Pensemos las consecuencias que esta ambigüedad funcional trae
aparejadas.
El ejemplo enseña más que el precepto
Para el desarrollo de una tarea eminentemente socializadora, se requería que el
maestro encarnara en sí mismo, en su persona, aquellos “atributos” que se pretendía
fueran patrimonio de todos los que acudían a la escuela pública. Cobra existencia, de
este modo, el maestro “ejemplar”, transformado en modelo viviente para quienes
había que moralizar. En tal “modelo” de maestro, el maestro “modelo” debía poseer
una serie de cualidades morales. De allí que las exigencias para con el “ser” del
maestro adquieran preponderancia frente a las exigencias de saber. Analizando la
documentación de la época, encontramos el siguiente precepto, referido al maestro
de escuela primaria: entre ser buenos y sabios, lo primero es más importante.6
Consideramos relevante destacar la escasa importancia asignada al saber
“especializado” del maestro, precisamente en el momento en que la enseñanza se
profesionaliza. Esta peculiar relación entre el maestro y el saber, junto con el énfasis
puesto en la persona de los educadores, favorece el anclaje de una doctrina de
salvación que a su vez le servirá de sustento. Veamos cómo este “sello” produce una
impronta particular en el devenir de la “profesionalización” docente. En la medida
en que se depositaba en la escuela el logro de una transformación social —en el
sentido aludido—, los maestros adquirían la fisonomía de “salvadores” de una
Nación que se estaba conformando. La educación, concebida como un preciado bien,
otorga a la tarea de enseñar una grandeza cuasi sacra; a tal punto que la convierte en
una “misión” social. Tal concepción ideológica pone de manifiesto la semejanza
entre la tarea del educador y el obrar del sacerdote. Al respecto, leemos en un libro
de Pedagogía: Los deberes del maestro son escasamente menos sagrados y
delicados que los del sacerdote.7
4
Aunque el maestro laico “predicaba” un mensaje basado en una moral racional —
cargado de principios, normas y preceptos—, con la propagación de dicho mensaje
se esperaba alcanzar una especie de reconversión social. Es decir, si bien el
contenido cambia, los fines no difieren respecto de la tarea religiosa. Impregnado
por esta concepción, el discurso pedagógico “moderno”, concibe la ignorancia como
un pecado y al “ignorante” como un infiel a la patria. Asimismo, tal discurso
prescribe la relación social del maestro en estos términos: Bajo varios importantes
aspectos se halla en una relación semejante (a la del sacerdote) con la sociedad: y
sus motivos y emulaciones para obrar, deben ser de la misma clase en una
considerable estensión (sic).8 Pero, además, mientras el maestro laico se
transformaba en “maestro de vida” hacia quienes su labor se destinaba, se mantenía
vivo el carácter sacro que le dio origen al oficio. En la figura originaria del maestro,
atribuible al cristianismo, éste era maestro de vida y de salvación. En una posición
social semejante el maestro “moralizador” mantiene los componentes sagrados “del”
oficio, en tanto se define como “maestro modelo” (con la fuerza de imponerse ante
otros) antes que como instructor o enseñante.9
Sólo nos resta señalar que el “modelo dominante” de maestro exigía que el maestro
“modelo” poseyera, además de ciertas cualidades morales, vocación por la
enseñanza. La vocación, entendida como “llamado interno”, no racional, promueve
consagración, entrega, sacrificio, en pro de una “gran” causa. Ser maestro por
vocación implica consagrarse a la enseñanza “por amor a...”, cualesquiera que sean
las necesidades personales y las condiciones objetivas en que ésta se desarrolle. Y
eso no es todo. Tal como el obrar del sacerdote, cuanto más sacrificada, humilde y
silenciosa sea la tarea del maestro pareciera ser más merecedora de elogio. Si bien la
ideología de la vocación se contradice con las demandas de cientificidad, propias de
una formación profesional, veremos cómo en las escuelas normales se conjugaron
ambos requerimientos.
La formación “normal”
Por su denominación “normal” las instituciones formadoras de maestros parecieran
remitir a la norma, al método, es decir, a las maneras de enseñar los contenidos al
niño. Las escuelas normales serían, desde esta perspectiva, las instancias que se
crean para transmitir ese saber especializado. El surgimiento de la Pedagogía como
ciencia de la educación se constituye en el fundamento teórico y racional de la
enseñanza. Con el afianzamiento de la ciencia, quedan definidas y fundamentadas
“maneras”, formas y métodos de enseñanza. El saber pedagógico “cambia de
estado”.10
De ser un saber “práctico”, alcanza cierto grado de objetivación y
sistematización. Desde esta “nueva” concepción la tarea de enseñar supone
aprendizajes planeados y calculados. El maestro debe “saber” enseñar y no enseñar
como le parezca. Las escuelas normales serían, en principio, las instituciones
especializadas encargadas de formar maestros capacitados en el “arte” de enseñar.
A pesar de tal especificidad desde su surgimiento como tales, las escuelas normales
parecieron hacer honor a su nombre bajo otra acepción del término, precisamente el
que remite a la normalización como disciplinamiento. La importancia asignada a la
5
posesión de saber pedagógico, por parte de los maestros, no puede hacer que
perdamos de vista la exigencia prioritaria de otro tipo de cualidades: La primera
condición para ejercer el magisterio es una conducta intachable y una moralidad
probada.11
En efecto, la formación “normal” apuntaba a formar maestros
ejemplares, provistos de una serie de valores, principios y costumbres, acordes con
la tarea a desempeñar. Tales pretensiones morales para con los maestros se
enmascaraban en la medida en que la enseñanza se “profesionalizaba” y asumía una
actitud técnica mediante el uso de la ciencia.12
La educación moral se convierte, así, en un objetivo prioritario de la práctica
pedagógica y constituye la formación de base de la escuela normal. La educación
moral no era materia de enseñanza específica; se llevaba a cabo por distintos medios,
pero atravesaba toda la formación del maestro. Aún más, la enseñanza pedagógica la
contemplaba. En los programas de estudios de las escuelas normales la enseñanza
pedagógica comprendía los siguientes contenidos: “Educación física, moral e
intelectual”, “Psicología” y “Metodología de la enseñanza”. Del mismo modo, en los
libros de texto de pedagogía se destinaban capítulos al estudio de la “moral y buenas
maneras” o a las “cualidades del maestro”.
En uno de los libros de pedagogía utilizados en la escuela normal de ese entonces, en
su capítulo preliminar “Del magisterio de instrucción primaria y de las cualidades
del maestro”, encontramos el siguiente pasaje:
Para ser maestro se requiere virtud, ciencia, prudencia,
celo, perseverancia y otras cualidades análogas. El
maestro ha de consagrar los mejores años de la
juventud y de la vida entera, sin descanso y sin
perdonar cuidados, a proporcionar a sus discípulos,
que son sus hijos, el bien más precioso y esencial, cual
es la educación. (...) Para esto es preciso conocer el
carácter y las inclinaciones de los discípulos, servirles
de ejemplo, y presentarles por modelo su misma vida
como una protesta continuada contra el vicio y un
llamamiento perenne a todas las virtudes.13
Aparecen enumerados en esta cita una serie de requerimientos referidos
fundamentalmente al orden de lo moral. Sin embargo, entre las cualidades del “buen
docente”, se menciona la posesión de ciencia.
Señalado el predominio de educación moral, en las escuelas normales, nos
preguntamos por el lugar que ocupó el “saber especializado” en estas instancias de
formación profesional. Al respecto hallamos definiciones que remiten al “saber
hacer” del maestro. Desde esta concepción “práctica” de la enseñanza, el maestro
debía saber, tanto de metodología como de los contenidos de las distintas disciplinas,
lo indispensable como “para” enseñar y nunca saber por saber. “[El maestro]
necesita de una instrucción sólida y extensa, sin que se entienda por eso que debe ser
un sabio”.14
Paradójicamente, el discurso pedagógico moderno desvaloriza el
6
contenido científico en sí mismo, aun en materia pedagógica. Tratándose de la
formación docente, no es tan importante la ciencia como su “digestión”, su
asimilación. La siguiente comparación, a la vez que sugerente, es clara al respecto:
El lavado y la cocina también tienen sus reglas de
química y de física, pero la lavandera y la cocinera
necesitan más la escuela de la práctica que engolfarse
en los principios de la ciencia que nunca llegan a
estudiar.15
Desde esta concepción de cientificidad, relacionada con el empirismo y el
positivismo, la formación docente se ocupaba de “problemas” prácticos. Si además
de la epistemología, propia de la formación, consideramos al maestro en su papel de
“salvador”, la ciencia no correrá mayor suerte. Como difusor de un nuevo mensaje
que llegaría a producir el “milagro” de la conversión social, el maestro, antes que
apelar a la ciencia, tendrá que creer en dicho mensaje. Al igual que el sacerdote, el
maestro laico debía creer en las posibilidades de salvación contenidas en su mensaje
y sólo saber lo mínimo, como para llevar a cabo la labor “civilizadora” de manera
efectiva.
¿Por qué “señoritas” maestras?
Llamamos “primera etapa” de fundación de las escuelas normales, al período
comprendido entre la creación de la primera escuela normal del país16
y el momento
en que se logra contar al menos con una de estas instituciones en cada capital de
provincia. Este período se extiende, aproximadamente, desde 1870 a 1885.
El cuadro 1 refleja que, durante la “primera etapa”, las escuelas que se iban creando
eran normales de “maestras”. En los años siguientes esta tendencia se revierte,
aunque de modo parcial, pese a lo cual llama la atención la referencia constante —en
el plano discursivo— a “la” mujer como educadora por excelencia. De las mujeres
se hacían resaltar ciertas cualidades consideradas “naturales” al género femenino y
acordes con la tarea de enseñar, por contraposición a las características masculinas.
Para la realización de una tarea eminentemente educadora, socializadora, resultaba
imprescindible contar con un “ejército de maestras”, dado que: “es un hecho
probado por la experiencia que las maestras, en las escuelas, si bien instruyen menos,
educan más”.17
La presencia de maestras mujeres en las escuelas aseguraba que: “ésta se encontrara
escudada por nobles sentimientos y abrigada con el manto de ternura que la mujer
sabe oponer a las violentas pasiones de los hombres”. Para la inculcación del
“patriotismo”, considerado “más un sentimiento que una convicción, porque se
siente y no se discute, la mujer parecía más apta: tendrá allí noble asilo, así como
entre la cabeza y el corazón, sitio de predilección el segundo...”.18
Estas cualidades,
relacionadas con la seguridad emocional, el cuidado de los sentimientos, fueron
tradicionalmente asignadas a la esfera femenina. Así como en el seno familiar la
mujer aparece más directamente comprometida en la educación de los hijos, en la
7
esfera escolar se ocupará de tareas similares. La formación primaria, en su
dimensión socializadora, requerirá de las mujeres: “maestras que eduquen” o
“madres educadoras”,19
antes que instructoras o enseñantes. Precisamente, se destaca
de la mujer maestra: “ese gran sentimiento, fuente de toda bondad, que ellas tienen:
la maternidad”. A los hombres nos falta ese gran sentimiento, tanto es así que una
madre puede más ella que diez padres, en la educación de sus hijos.20
En alusión directa al tema que nos ocupa encontramos en el discurso de la época
“modelos de mujeres” consideradas dignas de ser imitadas. Éstas eran las mujeres
que componían la Sociedad de Beneficencia. “Es allí en su seno, y mejor aún en los
institutos de educación que sostiene, verdaderos modelos de su género, donde se
conserva con religioso cariño el verdadero tipo de la mujer argentina”.21
He aquí un
dato muy interesante si se tiene en cuenta que se debe a la Sociedad
de Beneficencia el primer tipo de ensayo de escuela normal. Las primeras maestras
se formaban en tales instituciones y aún creadas las escuelas normales, ésta siguió
siendo en muchos casos una instancia legítima de formación.
Una nueva nota remite al carácter apostólico del que queda investida la enseñanza.
En este caso, la tarea de enseñar se asemeja a una obra de caridad, por la cual hasta
parecería ilícito reclamar recompensas de cualquier tipo: “No seáis objeto de
desprecio y de desdén convirtiendo un apostolado en un medio de tráfico
económico”.22
Tal como aparece expresado en este pasaje, educar a los niños se
convierte en sinónimo de hacer el bien, desinteresadamente, en pro de una causa
grande y justa: la patria. Será precisamente la grandeza de la causa lo que
dignificará al que a ella se dedique o mejor se consagre.
El deseo de hacer el bien, en el silencio y en el olvido, aparece definido, desde esta
concepción, como “el móvil puro y verdadero de abrazar la vocación docente”.
Motivos “elevados”, tales como el amor (a la patria, la escuela, los niños) sirven de
impulso para la carrera docente. Bajo este sustento ideológico, la mujer se
consideraba “naturalmente” dispuesta para dedicarse a la enseñanza, lo que no
sucedía con los hombres: “Para la mayor parte de éstos el magisterio es un modus
vivendi, dispuesto a abandonarlo en la primera ocasión propicia, a causa de la poca
remuneración que percibe y por la poca consideración social de que es acreedor”.23
Sobre esta explicación “natural” cabría introducir un análisis sociológico preciso, a
fin de comprender cómo es que fueron efectivamente las mayorías femeninas
las que se incorporaron a esta profesión que se estaba gestando. Para ello tendremos
que considerar la “posición” social de las mujeres en ese momento histórico. Con
menor posibilidad de acceso a las carreras universitarias, el magisterio representó
para la mujer el acceso a una profesión “calificada” y “honorable”. La carrera
docente aseguraba cierta “formación cultural” para las mujeres de sectores
sociales más elevados, mientras que para los sectores sociales más bajos era una
vía legítima de ascenso social. Muel- Dreyfus, al estudiar la historia del magisterio
francés, hace referencia al carácter liberador que representó la carrera docente para
los sectores sociales en proceso de ascensión. Esto es aún más evidente tratándose de
las mujeres. La experiencia personal de “liberación” por la escuela se utiliza, en el
8
mencionado trabajo, para explicar la adhesión que obtuvo la tesis de una escuela
liberadora.24
Al considerar la posición social de la mujer en un momento histórico preciso —en
calidad de recién incluida en el campo profesional y de acuerdo con su carácter de
hija o esposa—, se comprenderá por qué fueron las mujeres quienes se ajustaron más
“modestamente” a la enseñanza. “Y así lo comprendieron muchas de esas almas
abnegadas y hermosas de mujer, que entregan al niño toda la fuerza de su juventud y
todo el amor de sus corazones sin más recompensa que la de ver florecer su alma en
cultura y belleza”.25
De este modo, en la medida en que iba cobrando existencia una
profesión escasamente remunerada y poco reconocida, las mujeres engrosaban sus
filas. De ellas se consideraba: “no pueden optar por una profesión mejor; el hombre,
en cambio, preferirá cualquier otra que le ofrezca más ventajas con menos trabajo y
menos sacrificio de su dignidad”.26
El análisis precedente permite identificar las características socialmente asignadas
según sexo. Baste por el momento con señalar las consecuencias que dichas
asignaciones aportan en la definición de un nuevo puesto: el de maestro. Intentamos
mostrar que así como las mujeres fueron “las elegidas”, en cuanto que se ajustaban
mejor a las exigencias de una nueva actividad, del mismo modo fueron las
características femeninas las que definieron de forma predominante la profesión
docente.
A modo de conclusión
La presencia mayoritaria de mujeres en el magisterio fue tanto la causa como el
efecto de las características mediante las cuales se origina y consolida la profesión
de maestro. Algunos autores hacen referencia a la “semiprofesionalidad” y tal
denominación se basa en el alejamiento de la docencia respecto de otras actividades
profesionales. Si se considera la enseñanza en su doble peculiaridad de trabajo
femenino y escasamente profesionalizado, se comprenderá la dependencia recíproca
entre ambos factores. Ya que “ha existido una decidida tendencia a garantizar el
pleno status profesional a una actividad, únicamente cuando ésta estaba dominada
por hombres”.27
Sin embargo, las características que hacen de la docencia una
cuasiprofesión y que hoy aparecen “naturalmente” ligadas a esta actividad,
fueron social e históricamente constituidas. El carácter arbitrario de estos procesos
nos impulsa a tratar de comprenderlos y explicarlos, con vistas a su modificación.
Con este trabajo hemos querido señalar algunos de los orígenes históricos de:
El carácter difuso que adquiere la tarea de enseñanza en el momento de su
institucionalización como tal. La pérdida de especificidad del trabajo
docente, en cuanto tarea que se afianza en su dimensión socializadora —
“maestros de vida”— en detrimento de la dimensión cognoscitiva —
“instructores o enseñantes”.
El alejamiento del conocimiento “teórico” y sistemáticamente elaborado en
las instancias encargadas de otorgar una formación profesional. Esta fue la
9
realidad, propia de las escuelas normales, “a pesar de” o “gracias a” el
surgimiento de la pedagogía como ciencia de la educación.
El bajo reconocimiento social y material para con el maestro, absolutamente
desproporcionado en relación con la gran importancia asignada a la
educación como motor para el cambio social.
El escaso grado de “autonomía”. La profesión docente, a diferencia de otras,
no se originó a partir de una asociación espontánea de sus miembros. Fue el
Estado el encargado de crear y organizar instancias de formación, de definir
planes y programas de estudio, de regular formas de acceso al ejercicio.
A esta serie de rasgos vinculados entre sí debemos sumar “entrecruzadamente” la
conservación en todo el sistema de enseñanza “moderno” de la impronta religiosa
que le dio origen.
Toda semejanza entre las características mencionadas y la realidad del magisterio en
la actualidad no es mera coincidencia. Las notas que definen al maestro de hoy, y
que hacen que se lo reconozca como tal, están inscritas en la lógica del “campo
educativo” y en las “disposiciones” históricamente constituidas para y por la
pertenencia de ciertos sujetos a dicho campo.
El carácter de imbricación que presentan los rasgos aludidos y su perdurabilidad en
sujetos concretos esterilizan intentos parciales tendientes a profesionalizar la tarea
docente.
Dentro de esta compleja empresa queremos formular un primer paso. Recuperar
la historia colectiva del magisterio constituye un desafío importante en el momento
de enfrentar procesos de transformación. El análisis y reflexión de los “núcleos
constitutivos” de la docencia puede ser una contribución relevante para
desprendernos del pasado como fijación y alentar un porvenir acorde con desafíos
del presente. Para ilustrar sólo con un ejemplo, nótese que en tanto puedan revisarse
y cuestionarse los componentes que definen un “modelo de maestro” en el cual
domina, preponderantemente, el maestro ejemplar, la “tendencia a modelizar”28
—
propia de la práctica docente más actual— comenzará a transformarse. Es que
precisamente debido al desconocimiento del pasado colectivo de la institución
magisterial se nutre un presente cargado de estereotipos. Aunque dicho pasado
asume formas diversas y es resignificado en la práctica escolar por sujetos concretos,
planteamos el siguiente interrogante: “¿por qué el profesor de mañana sólo podrá
repetir los gestos de su profesor de ayer y, como éste no hacía más que imitar a su
propio maestro (...), de qué modo, en esta sucesión ininterrumpida de modelos que
se reproducen unos a otros, va a poder introducirse un día alguna
novedad?”29
Coincidimos con la respuesta que aparece seguidamente enunciada: El
enemigo y el antagonista de la rutina es la reflexión.
SUMMARY
10
As with any social institution, in Argentina teaching has its own
history. The reconstruction of the origins and development of the
teaching profession may contribute to “unveil” the characteristics of
the profession today. In this sense, the recovery of the collective
history of teaching presently constitutes a great challenge as we face
the transformation. This paper attempts to understand—from a
historical perspective—the traits that characterize teaching as a
minimally professionalized activity. This article presents a social
explanation which demythifies and challenges the concepts of
teaching as strictly a women’s job, the “model” teacher, and the
ideology of the vocation.
RÉSUMÉ
Comme toute institution sociale, l’enseignement an Argentine a son
histoire. Reconstituer la genèse et le développement de la profession
enseignante peut contribuer à en “dévoiler” les caractéristiques
constitutives réelles. Dans cette perspective, et alors que l’on est
confronté à des processus de transformation, retrouver l’histoire de
l’enseignement constitue un véritable défi. Ce travail tente
d’appréhender, par le biais de l’histoire, les traits qui font de
l’enseignement une activité à peine professionnalisée.
L’enseignement comme travail féminin, le maître “exemplaire”,
l’idéologie de la vocation, autant d’éléments analysés ici à l’aune de
paramètres sociaux qui les démythifient et les remettent en question.
RESUMO
Como todas as instituições sociais, o magistério Argentino tem sua
história. Reconstruir a gênese e desenvolvimento da profissão
docente, pode contribuir a um “desvio” das características que em
realidade a constituem. Nesse sentido, recuperar a história coletiva
do magistério representa um grande desafio no momento de
enfrentar os processos de transformação. Este trabalho procura
compreender, do ponto de vista histórico, aqueles aspectos que fazem
do ensino uma atividade pouco profissionalizada. A docência como
trabalho feminino, o professor “exemplar”, a ideologia da vocação,
encontram nesta análise uma explicação social que os discute e
desmitifica.
* Licenciada en Ciencias de la Educación, Universidad de Buenos Aires (UBA) y
Master en Sociología y Educación (FLACSO). Es miembro del Instituto de
11
Investigaciones en Ciencias de la Educación y ejerce la docencia universitaria en el
Departamento de Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras
(UBA). Este trabajo presenta algunas de las ideas desarrolladas en Los maestros y
su historia. Un estudio socio-histórico sobre los orígenes del magisterio argentino,
Tesis de Maestría, FLACSO/ ICE/UBA, 1992.
NOTAS
1. Misión: Serie de predicaciones para la instrucción de los infieles y la
conversión de los pecadores. Diccionario Español Larousse. Ed. 1986.
2. Ley 1420, de Educación Común. Sancionada en 1884, prescribe el carácter
obligatorio, gratuito y laico del nivel primario de enseñanza.
3. La referencia a los Estados oligárquicos en su doble calidad de “capturados y
excluyentes”, se desarrolla en el trabajo de: M. Cavarozzi, “Elementos para una
caracterización del capitalismo oligárquico”, Revista Mexicana de Sociología 4
(1978).
4. Diccionario Español Larousse, op. cit.
5. Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública (Escuelas
Normales, 1892): 524.
6. Memoria (Educación Común, 1882): 33.
7. J. P. Varela, La educación del pueblo (Montevideo: Tipografía de la
Democracia: 1874).
8. Varela, op. cit.
9. Ver: C. Lerena, “El oficio de maestro (posición y papel del profesorado de
primera enseñanza en España)”, Educación y Sociología en España (Madrid: Akal,
1987).
10. Ver: E. Tenti, El arte del buen maestro (México: Pax, 1988).
11. Memoria, 1882, op. cit.
12. Ver: T. Popkewitz, “Ideología y formación social en la formación del
profesorado. Profesionalización e intereses sociales”, Revista de Educación 285
(1988). (Madrid)
13. J. Avedaño y M. Carderer, Curso elemental de pedagogía (Madrid: Hernando,
1985).
14. Memoria, 1882, op. cit.
15. Memoria, 1883, 34.
16. La primera escuela normal de Argentina fue la fundada en la ciudad de Paraná
por la Ley del 6 de octubre de 1869.
17. “Conferencia Doctrinal Maestros de la Capital”, Instituto de Didáctica,
Folletos, 1898.
18. “Discurso de Graduación. Escuela Normal de la Capital”, Memoria, 1892,
527-28.
19. Para profundizar el análisis sobre la configuración de la enseñanza como
“trabajo femenino”, ver: G. Morgade, La feminización de la escuela primaria.
Políticas educativas y significación del trabajo (1870-1930) (Buenos Aires:
ICE/CONICET, 1991).
12
20. “Conferencia ...”, op. cit.
21. Memoria, 1892, 530.
22. “Discurso de...”, op. cit.
23. “Conferencia...”, op. cit.
24. Ver: F. Muel-Dreyfus, Le métier d’éducateur (Paris: Minuit, 1893).
25. “Discurso de...”, op. cit.
26. Monitor de Educación Común, 1888.
27. En: M. Apple, Maestros y textos (Madrid: Paidós/MEC, 1989) 53.
28. Ver: C. Carrizales Retamoza, La experiencia docente (México: Línea, 1986).
29. En: E. Durkheim, Historia de la educación y de las doctrinas pedagógicas. La
evolución pedagógica en Francia (Madrid: La Piqueta, 1982) 30.