Trémulo

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TRÉMULO COTIDIANEIDAD CONVERTIDA EN VERSO La diferencia de salir con una chica que lee y una que no… S al con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca. Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un li- bro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las pá- ginas de un libro, y más si están amarillas. Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota en- cima del café porque ella está absorta en la lectu- ra, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mi- rada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos. Por Rosemary Urquico (Continúa en la página 2) “El hombre ha nacido para morir. ¿Qué quiere decir eso? Perder el tiempo y esperar. Esperar el colectivo. Esperar un par de tetas alguna noche de agosto en un cuarto de hotel en Las Vegas. Esperar que canten los ratones. Esperar que a las serpi- entes le crezcan alas. Perder el tiempo”(...) Charles Bukowski-

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Cotidianeidad convertida en verso.

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TRÉMULOCOTIDIANEIDAD CONVERTIDA EN VERSO

La diferencia de salir con una chica que lee y una que no…

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado

demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un li-

bro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las pá-ginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota en-cima del café porque ella está absorta en la lectu-ra, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mi-rada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

“ “

Por Rosemary Urquico (Continúa en la página 2)

“El hombre ha nacido para morir.¿Qué quiere decir eso? Perder el tiempo y esperar. Esperar el colectivo. Esperar un par de tetas alguna noche de agosto en un cuarto de hotel en Las Vegas. Esperar que canten los ratones. Esperar que a las serpi-entes le crezcan alas. Perder el tiempo”(...)

Charles Bukowski-

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Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consci-ente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumplea-ños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras co-sas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escri-birle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cu-ando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siem-pre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casu-alidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres ex-traños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Cami-narán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax (...) Existe

la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia.

Sal con una chica que no lee.(Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres,

descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca in-cluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de con-quista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has cel-ebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan de-masiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas in-significantes como que la maldita cortina de la ducha debe per-manecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo con-trario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de cham-paña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mu-cha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una car-rera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte con-sigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vi-brar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá ar-repentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

“ “

Cautívala con trivialidades poco sen-timentales; usa las típicas frases de

conquista y ríe para tus adentros.

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“ “(continúa en la página 3)

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Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgato-rio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos es-porádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la im-portancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a con-tar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de sig-nificado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, vari-ada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como cor-responde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te de-scribí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

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Christian Coigny Photography

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Nunca me siento tan desbaratada como entre dos picos de borrachera. Eso es lo peor, aquel momento en el que se experimentan al mismo tiempo la completa conciencia y el remordimiento completo. Ahí es donde puede llegar el sueño, el vomito o un nuevo trago. El nuevo trago es lo mejor, porque

el sueño suele venir envuelto en visiones que pensaría si las pudiera ver sin estar dentro de ellas, pero que son tan reales que no puedo hacer otra cosa que sufrirlas. El vomito era un alivio en otros tiempos, cuando significaba la liviandad y detenía de los giros del mundo, pero ahora duele como si no sólo el contenido del estómago saliera por la boca sino también el estómago se saliera. Además el mundo ya no gira nunca y ya no siento mareos, sólo la nausea y ese temblor que la primera vez me pareció gracioso “Mira, estoy llegan-do al delirium tremens” le dije a mi prima, la que vive conmigo, o más bien la que me da posada. A ella no le hizo gracia. “Zelanda”, me dijo “el trago te va a acabar de joder. Vas a terminar como Harold”. Dicen que Harold está mal. Llevado. Que está viviendo en la Calle del Muro que es la peor calle de Santa Marta y que para fumar enciende las colillas que encuentra en la calle. Yo no lo he visto. Incluso a veces he pasado por

ahí en taxi, he mirado y no lo he visto. Pero ya varias personas me lo han dicho o sea que debe ser medio cierto. Si Harold está viviendo allá debe también estar metiendo mucho.

Pero no creo que yo llegue a terminar en la Calle del Muro. No creo, sinceramente.

Aunque si he metido, pero solo un par de veces. Ni comparación a lo que he to-mado. Y coca solo una vez, la misma noche que regrese a Santa Marta y pase por el hotel donde Harold tocaba en otro tiempo. Espere a la salida a Carreras, uno de sus compañeros de orquesta, y él se emociono de verme. Caminamos por la playa y nos sentamos a tomar cerveza frente a la Gobernación. Cuando lo conocí el no metía, pero dem-ostró maestría al servir un cuartico de tubo, armar las rayitas,Inhalarlo y pasarme otro cuartico. Me pregunto si yo había metido coca en Estados Unidos (con la pinta de Johnny B., supongo que Carreras se imaginaba que nos la pasábamos metiendo). Le dije que sí, pero era mentira porque Johnny B. solo metía marihuana. Chupe con la nariz como el había hecho. Se me vino la sangre, pero antes la boca me supo a ajax y se me seco la lengua. Solo entonces, sin que yo preguntara, me hablo de Harold. Dijo que había salido de pelea con todos y ya no tocaba con ellos. Que la gringa que se había traído a vivir lo había dejado al mes. Que estaba jodido. Que vivía en la calle.

Lo de la calle era nuevo para mí, pero que ya no seg-uía con ellos ya lo había notado. Cuando llegue esa noche al hotel, la orquesta estaba tocando y, aunque la mayoría de los músicos eran los mismos que dos años atrás, no tuve ni que buscar a Harold para darme cuen-ta que no estaba. El siempre destacaba. Era el más alto de todos y no solo eso, tenía porte. El tipo que ocupaba su puestotambién era alto pero flacuchento y encorvado. Toda la or-questa se veía miserable sin el. Ningún empresario que pasara por ahí volvería a llevarlos a una gira por los Estados Unidos.

flash back

ricardo abdahllah

fayetevillefayetevilleflash back

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Aunque para que gira si uno regresa en las mismas. Así sea tarde como yo, pero regresa en las mismas. Y si uno se demora peor, porque, a pesar de la cara de alegría que iba haciendo el día que por fin me largue de regreso a Santa Marta, salir de Fayetteville no fue fácil. Ni siquiera a los latinos del pueblo les caía bien y si tuve que vender las dos guitarras que Johnny B. había dejado en la casa fue porque ni siquiera el-los me ayudaron para el pasaje de regreso. Le pedí dinero a todo mundo, al fin y al cabo no pensaba a volver. Incluso al tipo que me vendía el trago y a una rumana que de vez en cuando tomaba conmigo. Ella era amable, tal vez era la única persona que me hubiera prestado el dinero; pero había perdido su trabajo dos semanas antes y no podía disponer de sus ahorros. Solo a ella, en la misma semana en que perdió su trabajo, le conté que mi intención era largarme. Solo a ella, si me hubiera prestado el

dinero, me habría importado pagárselo.

Éramos buenas amigas; llevaba años viviendo en Fayetteville

y tenía dos hijos. Su esposo había muerto cuando tuvo

la brillante idea de viajar a Rumania para ayudar a las guerrillas. No com-batió ni un solo día, se mato en el camino en un

accidente de tren y el gobierno de Ceauses-

cu cayó sin su ayuda. Desde entoncestomaba y era la ebria del pueblo,

hasta que yo llegue y empecé a tomar

con ella. Sola tam-bién, pero muchas

veces con ella. Se llamaba Helena o Elena y creo quepara ella yo era

Zelanda o Selanda o tal vez Celanda. Tomaba lo que fuera con tal de poder sobrevivir la tarde. Le iba a hacer falta pero igual tenía que irme.

Tenía que irme porque yo sabía que Johnny B. iba a terminar por no volver de una de sus giras y si él no volvía yo no podría seguir soportando Fayetteville. Yo sabía cómo eran esas giras, yo sabía que aunque había perdido casi todos los dientes de enfrente en peleas y se le veían los huecos, John-ny era capaz de sacar una sonrisa a labio puro. Es-taba de gira en el norte de California y luego iría a San Francisco. El día que se fue dijo que buscaría tra-bajo en Frisco y volvería por mí. Pero lo mismo había dicho cuando estuvo en Baton Rouge y en Kentucky y cuando duro dos meses tocando con su banda en cuanto bar les abriera las puertas en Nueva Jersey.

Fue durante esa gira cuando por primera vez com-pre una botella y me la tome sola. “En Fayetteville, perdí a Harold, en Fayetteville conocí a Johnny y enFayetteville me voy a volver alcohólica” pensé y aunque era un chiste tenia razón. En Fayette-ville cualquiera se vuelve alcohólico. En medio de la quietud calurosa de un mediodía que dura todo el día no hay otro camino. En ese largo me-diodía el aire asfixia como si uno todo el tiempo respirara frente a una hoguera. Y si uno está solo pues bebe. “Voy a terminar como la rusa esa”pensé, también en chiste, mientras servía la primera copa. Y no era rusa sino rumana, pero en el fondo da lo mismo. El vino que me tome era californiano ytambién da lo mismo. En la única licorera grande de Fayetteville los vinos estaban organizados por países y regiones, pero yo escogí ese porque el nombre me recordó una canción. Había salido de la casa con ganas de tomar vino, quizás porque antes me había tomado

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cuatro cervezas. Las cuatro que quedaban del twelvepack que Johnny compro la noche antes de que se fuera de gira.

Esa noche tomamos las otras ocho y también fumamos un poco. Cu-ando Johnny estaba en casa todo marchaba bien. Llevábamos un año juntos y hablábamos de matrimonio, lo que de paso me ser-viría para legalizar papeles y poder trabajar en algo. Johnny solo decía que tan pronto tuviera un contrato fijo lo haríamos. Yo le decía que por supuesto, que iba a llegar el gran día, que esperaba con paciencia. Yo estaba feliz aunque en la mañana habíamos me-dio peleado. Se levanto tarde y me hablo emocionado de Nueva Jersey, a donde nunca habíamos ido. También menciono otra canti-dad de pueblos y al nombrar cada uno se emocionaba un poco más.

“Irónico”, le dije casi regañándolo. “Empecé a ser tu amante cuando Harold me dejo tirada en Fayetteville por irse de gira y ahora tú haces lo mismo. Mala hora en la que me dio por enamorarme de músicos con talento”. La frase no me salió a la ligera, llevaba tiempo pensándola, dándole vueltas. Que hacía yo atrapada en Fayetteville, el pueblo más aburrido que conocí en mi vida. Porque me había quedado con Johnny B. si Harold tenia los dientes completos y no fumaba marihuana y no que a mí no me gustara la marihuana sino que uno crece con la idea de que una persona que no fuma marihuana es mejor que una que sí.Pero Harold no volvió a Fayetteville.

El que regreso fue Johnny. Me dijo que Harold se devolvía para Colom-bia con una gringa, que ya había terminado la gira y que no iba a rec-ogerme. Yo lo sabía, o me lo suponía por el día en que de entre todos los músicos de todos los grupos invitados al Fayetteville World Music Festi-val los organizadores sacaron una orquesta de jazz latino. Harold no sa-bía que putas era el jazz latino pero se le hacía que podía tocarlo. Johnny B, era el bajista, ya me lo habían presentado. Era de California y no tenia dientes. Johnny me miraba a mí y Harold miraba a una de las coristas. Era gringa y bonita, la única de todos los seleccionados que había estudiado música en la universidad. Eso lo dijeron el ultimo dia del festival, que de todas las orquestas iban a sacar músicos para hacer una orquesta de jazz latino para una gira de un mes. Cuando nombraron a Harold yo lo bese, antes estábamos abrazados con todos los de la orquesta. A Johnny y a la corista ya los habían nombrado. A ningún otro de la orquesta, ni siquiera a Carreras, que era el que más tiempo llevaba, lo llamaron.

Fue un final emocionante para un festival emocionante. La orquesta de Harold había tocado el día anterior y ya todos estábamos borrachos. Y lo mismo el día anterior y lo mismo el día anterior y en una de esas bor-racheras conocí a Johnny B. y me pareció buen tipo. Todos eran bue-nos tipos. Siempre estábamos de fiesta y nos encantaba Fayetteville.

Nos encanto desde el principio, desde el primer día que llega-mos. A pesar del calor y de que nos dijeron que no llovía nunca y que el pueblo solo se sentía vivo durante los cuatro días que du-raba el Festival, le dije a Harold que me gustaría quedarme a vi-vir en Fayetteville. No sé si era en serio, yo estaba feliz de viajar con él y le hubiera dicho la misma bobada en cualquier lugar delmundo. No, ni siquiera viajar. Era el hecho de estar con él, de que me mi-raran y dijeran que yo estaba con el tipo más lindo del festival. Era el hecho de que en Santa Marta decían lo mismo y a pesar de eso la gente nos quería.

T a n t o que el ger-ente del hotel no dudo en regalarme uno de los cuatro cupos que sobraron cuando a toda la orquesta le salió viaje a un fes-tival en Estados Unidos porque uno de los promotores del festival había pasado una temporada en Santa Marta y se había enamorado de la orquesta. Ahora los invitaba a Fayetteville. Nadie, ni siquiera la gerente, sabia donde quedaba Fayetteville, toco buscar en unos libros y luego el gerente del hotel llamo a una agencia de viajes y luego a otra y luego a otra hasta que le dijeron más o menos donde quedaba. El viaje de toda la orquesta debía costar mucho dinero, pero el Festival lo pagaba todo. Hasta los acompañantes.

Harold se había enterado desde antes y me había dicho que me tenía una sorpresa. El gerente hablo con él antes de anun-ciárselo al resto. Y eso que Carreras era el más veterano. Pero Harold era el fundamental. Lo de los cupos extras estaba arregla-do. Harold y yo llevábamos un ano saliendo y dos meses viviendoJuntos y como yo no estaba trabajando siempre iba a verlo a los ensayos. Siempre desde el día en que le dije a mi prima que me iba porque Harold me había invitado a vivir con él. Mi prima estaba un poco ebria cuando se lo dije pero me felicito. Ella se embriaga con dos cer-vezas, pero se tomo una tercera conmigo. Le conté todo con detalles.

Le conté que me dijo que si me quería ir a vivir y yo le dije que sí. Los mo-mentos cumbres son simples y pasan rápido. Antes de que él me lo dijera habíamos tomado champaña y me sentí un poco mareada. En esos días me mareaba un poco con el trago, pero su propuesta me quito el mareo. Lo veía venir, lo veía venir desde la primera noche que pasamos juntos. Antes de que acabara de quitarme la ropa le dije a Harold que nunca íbamos a abandonarnos, que íbamos a estar juntos toda la vida. Yo solo confirmaba lo que él había dicho cuando entramos al cuarto alumbrado con una lámpara de kerosene en el hotelucho que un francés atendía cerca de la parte más sucia de la playa de Santa Marta. “Nunca te voy a abandonar” dijo y yo le creí. No estoy segura pero creo que le creí.

Creo que le creí porque había estado esperando que di-jera esas palabras desde la primera vez que hablam-os. O tal vez desde antes, desde la noche de mi baile dedespedida del colegio, cuando al terminar una canción me quede mi-rando a los ojos al músico que para mí era el más hermoso de la orquesta.

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Me desconozco de mi cuerpo que fue dulce

De las muchas calles y las múltiples voces

mi propia voz es un misterio ahora, algo lejano

Un piso sin nombre que transpira.

Mi nombre es ajeno a mi cuerpo

si me llaman no acudiré

si me buscan mis sombras

no me hallaránPorque caigo fuerte y en costumbres

En horas atrasadas y calles solitarias.

Alguien me reconoce desde lejos, cree saberme

y señala mi estado antiguo, dime, llámame, nómbrame

No me reconoceré en ninguna de tus invocaciones

vengo de un lugar perdido, de un sitio encontrado

del paraíso que había escudriñado hace siglos.

JULIA RIVAS

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