Traza y Morfologia de La Ciudad de Mexico en El Vineirrato

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149 Traza y morfología de la Ciudad de México en el virreinato José Ángel Campos Salgado* Resumen: Este artículo pretende mostrar cómo fue la ciudad de México que fundaron los españoles, cuyas características esenciales siguen presentes. El énfasis está puesto en la mor- fología urbana, por lo tanto, se trata de observar cuáles son las diferencias, en lo urbano y lo arquitectónico, entre esta nueva ciudad y la ciudad de los mexicas, que hasta el momento de la conquista tenía más de doscientos años de desarrollo. La reconstrucción aquí presentada toma en cuenta las caracte- rísticas de la ciudad prehispánica, las experiencias previas de los españoles en cuanto a fundación de ciudades y las leyes o cédulas reales emitidas hasta la fecha de fundación de la ciudad. Toda la visión morfológica se realiza sobreponiendo los datos recabados con los planos catastrales actuales de la Ciudad de México. Se hace un revisión sucinta de las transformaciones de las arquitecturas españolas a lo largo de dos siglos en la ciudad y el trabajo apunta a cómo fue la vida de los conquistadores en aquellos años concluyendo con la imagen de la ciudad en el momento de los últimos cambios en el virreinato y las nuevas visiones políticas y filosóficas emanadas de la península ibérica, antes de la Independencia. Palabras clave: morfología urbana, ciudades virreinales, modos de vida. * Profesor del Departamento de Métodos y Sistemas de CyAD de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Abstract: This article intends to show how Mexico City was, as the city founded by the Spaniards and which essential features are still present. The emphasis is on urban morpholo- gy, therefore, it is highlighted the differences in the urban and architectural aspects of this new city and the Mexica city, as the latest had more than two hundred years of development at the moment of the conquer. The reconstruction shown here takes into account the characteristics of the pre-Columbian city, the prior experiences of the Spaniards on founding cities and the royal charters issued up to the city’s foundation date. All the morphologic vision is carried out by layering the data gathered from the current cadastre drawings of Mexico City. In this work, the Spanish architecture transformations suffered on more than two centuries are briefly reviewed. After the outline the life of the conquerors during those years, the work concludes with an image of the city during the last changes in the viceroy and in the political and philosophical ideas from the Iberian Peninsula, just before the Independence. Keywords: urban morphology, viceroy cities, lifestyles.

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Breve historia de la evolución de la morfología urbana y arquitectónica en México durante el Virreinato

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Traza y morfología de la Ciudad de México en el virreinatoJosé Ángel Campos Salgado*

Resumen: Este artículo pretende mostrar cómo fue la ciudad

de México que fundaron los españoles, cuyas características

esenciales siguen presentes. El énfasis está puesto en la mor-

fología urbana, por lo tanto, se trata de observar cuáles son las

diferencias, en lo urbano y lo arquitectónico, entre esta nueva

ciudad y la ciudad de los mexicas, que hasta el momento de

la conquista tenía más de doscientos años de desarrollo. La

reconstrucción aquí presentada toma en cuenta las caracte-

rísticas de la ciudad prehispánica, las experiencias previas de

los españoles en cuanto a fundación de ciudades y las leyes o

cédulas reales emitidas hasta la fecha de fundación de la ciudad.

Toda la visión morfológica se realiza sobreponiendo los datos

recabados con los planos catastrales actuales de la Ciudad de

México. Se hace un revisión sucinta de las transformaciones de

las arquitecturas españolas a lo largo de dos siglos en la ciudad

y el trabajo apunta a cómo fue la vida de los conquistadores en

aquellos años concluyendo con la imagen de la ciudad en el

momento de los últimos cambios en el virreinato y las nuevas

visiones políticas y filosóficas emanadas de la península ibérica,

antes de la Independencia.

Palabras clave: morfología urbana, ciudades virreinales, modos

de vida.

* Profesor del Departamento de Métodos y Sistemas de CyAD de la

Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

Abstract: This article intends to show how Mexico City was,

as the city founded by the Spaniards and which essential

features are still present. The emphasis is on urban morpholo-

gy, therefore, it is highlighted the differences in the urban and

architectural aspects of this new city and the Mexica city, as the

latest had more than two hundred years of development at the

moment of the conquer. The reconstruction shown here takes

into account the characteristics of the pre-Columbian city, the

prior experiences of the Spaniards on founding cities and the

royal charters issued up to the city’s foundation date.

All the morphologic vision is carried out by layering the data

gathered from the current cadastre drawings of Mexico City. In

this work, the Spanish architecture transformations suffered

on more than two centuries are briefly reviewed. After the

outline the life of the conquerors during those years, the work

concludes with an image of the city during the last changes in

the viceroy and in the political and philosophical ideas from the

Iberian Peninsula, just before the Independence.

Keywords: urban morphology, viceroy cities, lifestyles.

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Una nueva ciudad sobre la ciudad prehispánica

En este artículo pretendo reseñar cómo se produjo la invención de una nueva ciudad en la que se albergarían los conquistadores españoles, una vez sometidos los antiguos habitantes de Tenochtitlan. Lo importante de esta revisión está en considerar que las características de esa nueva ciudad siguen presentes hasta nuestros días. Cabe también precisar que, como lo he intentado en un trabajo anterior, el énfasis está puesto en observar y reconstruir la morfología urbana de lo analizado con el fin de conocer el trazado urbano de este nuevo entor-no; es decir, cuál es el orden geométrico que rige la dis-posición de los espacios abiertos y las áreas que serán ocupadas por las arquitecturas para que, consecuente-mente, se comprendan las diferencias que van a existir entre esta nueva ciudad y la que los mexicas habían logrado construir a lo largo de los dos siglos previos.

Esta geometría, en apariencia diferente a la que existía anteriormente, se complementará además con una nueva arquitectura, ésta sí absolutamente diferen-te a la preexistente, sobre todo en los edificios públi-cos y en las construcciones dedicadas al culto religio-so, además de las diferencias en los espacios abiertos, tanto de las calles como de las plazas preexistentes, si es que de ese modo pudiera denominarse a los espa-cios abiertos de la ciudad prehispánica.

Lo anterior nos puede dar una imagen de lo que significó el cambio y del grado en que se transformó la vida de sus habitantes, tanto de los originales po-bladores como de los recién llegados para conquistar estos territorios, pues es importante señalar que la forma de vida de los conquistadores también se vol-vió diferente a la que llevaban en España. Todo ello nos puede proporcionar una conciencia de lo que hay que tener presente para mantener viva la memoria urbana de la ciudad que hoy vivimos y sufrimos.

Destrucción y la traza de la nueva ciudad

Como es sabido, el conquistador intentó primero ganarse la confianza de Moctezuma, quien mantenía

la creencia de que el destino divino estaba decidido y los conquistadores habrían de ser los portadores de la destrucción de su mundo. El primer encuentro que ambos sostuvieron no permitía prever el desarrollo de los acontecimientos posteriores (Figura 1).

Tampoco era posible considerar que la celebra-ción de los ritos religiosos que los conquistadores comenzaron a llevar a cabo en suelo mexica iba a ser implantada en poco tiempo en el mismo lugar, pues la finalidad de tales ceremonias era implorar la protec-ción divina y así salir airosos de la lucha emprendida, que tenía dos vertientes: ganar propiedades para el Rey y adueñarse del oro de los indígenas, y conver-tirlos a la religión católica, ganando sus corazones para el nuevo Dios. Este proceso fue largo y doloroso y sus consecuencias serían fatales para los antiguos mexicanos (Figura 2).

El mismo Hernán Cortés señala en su IV Carta de Relación el 13 de agosto de 1521 como la fecha en que, después de casi dos años de acoso y se-senta y cinco días de cerco, fue derrotada la defensa que hacían los mexicas de Tenochtitlan y capturado su líder, rey y señor Cuauhtémoc. La ciudad cayó luego de cruentas luchas llevadas a cabo en todos los frentes, es decir, por el lado del lago de Texcoco usando los bergantines que Cortés había mandado construir y, por el lado de las calzadas, avanzando paulatinamente a través de las calles hasta llegar al centro ceremonial, superando la última valla que estaba representada por el cuatepantli, especie de muralla que rodeaba el conjunto de “pirámides” en el corazón de la ciudad (Figura 3).

Estas luchas tuvieron un enorme costo en vidas y acarrearon una indescriptible destrucción de las construcciones civiles, sociales y religiosas, de tal modo que, luego de la derrota de los mexicas, indígenas y españoles dedicaron mucho tiempo y esfuerzo a recoger los cuerpos de los fallecidos, a limpiar las acequias de la gran cantidad de sangre derramada y a limpiar los puentes de las calzadas, que habían sido rellenados para permitir el paso fácil de la caballería de los conquistadores. Relata Bernal Díaz del Castillo:

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1 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de

la Nueva España, Porrúa, México, 2005, p. 370.

Digamos que los cuerpos muertos y cabezas que

estaban en aquellas casas adonde se había retraído Gua-

temuz; y es verdad, y juro, ¡amén!, que toda la laguna y

casas y barbacoas estaban llenas de cuerpos y cabezas

de hombres muertos, y que yo no sé de qué manera lo

escriba. Pues en las calles y en los mismos patios de Tla-

telulco no había otras cosas, y no podíamos andar sino

entre cuerpos y cabezas de indios muertos. Yo he leído

la destrucción de Jerusalén; mas si en ella hubo tanta

mortandad como ésta yo no lo sé; la laguna y barbacoas,

todo estaba lleno de cuerpos muertos, y hedía tanto,

que no había hombre que sufrirlo pudiese (Figura 4).1

Figura 1. El encuentro de Moctezuma y Cortés.

Fuente: Sociedad Estatal para la Conmemora-

ción de los Centenarios de Felipe II y Carlos V,

Los siglos de oro en los virreinatos de América

1550-1700, Museo de América, Madrid, España,

p. 83.

Figura 2. Primera misa celebrada en medio de

los lagos que rodeaban a la ciudad. Fuente: Los

siglos de oro... op. cit.

Figura 3. Las batallas para la conquista de

Tenochtitlán. Fuente: Fray Bernardino de Sahagún,

Códice Florentino.

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En el tiempo de realización de estas tareas y todavía en medio de los escombros, es que procedió Alonso García Bravo a trazar la nueva ciudad con la ayuda de Bernardino Vázquez de Tapia y de dos indígenas, según las crónicas. Ello se hizo por orden del Capitán Cortés, quien proponía que la nueva se edificara sobre la antigua ciudad de los mexicas, imponiéndose sobre las ideas del primer cabildo (que funcionó probablemente en septiembre de 1521, inicialmente en Coyoacán), el cual deseaba que se fundara en la periferia de la laguna. Dice Cortés:

Y viendo cómo yo tenía ya pobladas tres villas de

españoles y que conmigo estaban copia de ellos en

esta ciudad de Cuyoacán, habiendo platicado en qué

parte haríamos otra población alrededor de las lagunas,

porque de ésta había más necesidad para la seguridad

y sosiego de todas estas partes; y así mismo viendo

que la ciudad de Temextitlan, que era cosa tan nom-

brada y de que tanto caso y memoria siempre se ha

hecho, pareciónos que en ella era bien poblar, porque

estaba toda destruida; y yo repartí los solares a los que

se asentaron por vecinos, e hízose nombramiento de

alcaldes y regidores en nombre de vuestra majestad.2

Las experiencias previas

Ya se ha discutido sobre los antecedentes que pu-dieron haber influido en la forma que adoptó la traza de la nueva ciudad sobre las ruinas de Tenochtitlan. La idea más comúnmente expuesta es que el trazo en damero fue una experiencia llevada a cabo en al menos una veintena de lugares de España pocos años antes de la conquista de nuevos territorios en América. Particularmente, se cita la fundación de Santa Fe de Granada, a los pies de la Alhambra, en 1491, luego que los españoles lograron desalojar a los árabes de la península tras más de 800 años de su presencia.

En esa ciudad se siguen cabalmente las órdenes de los Reyes Católicos para el trazado de las nue-

2 Hernán Cortés, “Tercera carta de relación, 15 de mayo de 1522”,

Cartas de relación, Porrúa, México, 2005, p. 209.

Figura 4. La caída de Tenochtitlan. Fuente: Los siglos de oro... op. cit., p. 82.

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vas ciudades: un orden dado por la formación de manzanas que recuerdan al trazado hipodámico. Todo pretendidamente regular, más allá de las condiciones del sitio. También se ha especulado sobre la influen-cia que pudieron haber ejercido las bastides del sur de Francia, campamentos militares que recordaban las viejas formaciones del Imperio Romano, igualmen-te ortogonales y regidas por un orden abstracto cuyo origen obedece a una estrategia militar.

Por otra parte, está la fundación de ciudades antes del trazo de la capital de la Nueva España, como inicialmente denominaron los conquistadores a la antigua Tenochtitlan: Santo Domingo en la isla La Española, que reubica en 1502 Nicolás de Ovando, testigo del episodio de Granada (ya que la primera ciudad de Santo Domingo se fundó en 1496); La Habana, fundada por Diego de Velásquez en 1511; Panamá la Vieja, fundada en 1519 por Pedrarías Dávila y Veracruz, en 1519, por órdenes del mismo Cortés (Figura 5).

Al menos en una de ellas, Santo Domingo, se sabe que estuvo presente Alonso García Bravo, el

“geómetra” que trazó la futura Ciudad de México. Esta experiencia, es cierto, pudo haber marcado los lineamientos generales que siguió García Bravo, y mucho se ha considerado que Santo Domingo tuvo un trazado rigurosamente regular, pues así lo relata-ban quienes la conocieron en aquellos años. El poeta Castellanos señalará esa regularidad en su descripción de 1535: “[…] está su población tan compasada que ninguna sé yo de mejor trazada. Ninguna cosa, por menor que sea hay en cualquiera parte de vía que desde un cabo a otro no se vea según la rectitud con que se guía”.3

El hecho cierto es que las irregularidades son evidentes en el plano real de la ciudad y no corres-ponden a la idea que sus contemporáneos se forjaron, pues la imperfección del trazado no resulta per-ceptible recorriendo a pie la ciudad, y así, se piensa que ésta es el damero regular perfecto que idealiza-

3 Rene Martínez, “El modelo clásico colonial Hispano-americano”,

en ARS, Revista Latinoamericana de Arquitectura, núm. 10,

Santiago de Chile, Mayo de 1988, p. 12.

Figura 5. Traza de Santo Domingo. Interpretación del autor basada en Los

siglos de oro... op. cit., p. 48

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damente se aplicó como modelo en las siguientes fundaciones de ciudades en América.

La legislación existente

También se ha considerado que el trazado de la nueva ciudad obedeció a las órdenes que recibió Cortés desde la península. Y en efecto, Carlos V emite un documento conocido como las Ordenanzas de 1523, que especifica ciertas consideraciones que se deben tener al fundar la nueva ciudad. Sólo que éstas no se refieren a dimensiones, geometría o aspectos similares, sino son únicamente vagas recomendacio-nes, según se desprende de su redacción.

[…] aveys de repartir los solares del lugar para hacer las

cosas y estos han de ser repartidos según la calidad de

las personas, y sean de comienzo dadas por orden, de

manera que hechas las casas en los solares, el pueblo

aparezca ordenado, ansi en el lugar que dexaren para

la plaza como en el lugar que hubiere de ser la iglesia,

como en la orden que tuvieren los tales pueblos y

calles de ellos: porque los lugares que de nuevo se

hacen, dando la orden en el comienzo sin ningún

trabajo no consta quedan ordenadas, y los otros jamás

se ordenarán (Figuras 6 y 7).4

El conquistador debió haber considerado importantes los aspectos que más tarde se le señalan en estas ordenanzas, aunque probablemente llegaron después de haber sido trazada la ciudad, y por ello en su Car-ta de relación de mayo de 1522 relata que:

4 Ibid., p. 13.

Figura 6. Villa rioplatense San Juan de la Frontera, 1562. Fuente: Los

siglos de oro... op. cit.

Figura 7. Plano de Mendoza, 1572. Fuente: Los siglos de oro... op. cit.

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De cuatro o cinco meses acá, que la dicha ciudad de

Temextitán se va reparando, está muy hermosa, y crea

vuestra majestad que cada día se irá ennobleciendo en

tal manera, que como antes fue principal y señora de

todas estas provincias, que lo será también de aquí en

adelante.5

De este modo, cuando Cortés ordena que se lleve a cabo el nuevo trazo, lo que realmente influye en el re-sultado son las condiciones que presenta el sitio luego de que las edificaciones existentes han sido destruidas casi en su totalidad. Esta condición es literal si uno se imagina el tiempo que fue necesario invertir para acabar con cualquier vestigio de las construcciones prehispánicas, el cual debe haber sido mucho mayor que el dedicado a realizar la nueva traza.

Es importante señalar que para la organización de la ciudad, Cortés procuró la formación de un cabildo que regulara su administración. El cabildo colonial es heredero del viejo cabildo castellano, pero se adapta a las nuevas condiciones de la Ciudad de México y funciona como conducto directo entre el grupo de conquistadores y la Corona. Su radio de acción era muy grande, alcanzando las 15 leguas (83 km) como límite de su jurisdicción y, según el acta respectiva, emitió su primer acuerdo el 8 de marzo de 1524, por el cual inicia la repartición de propieda-des a los soldados del Capitán General, identificando los solares por su ubicación en las nuevas calles trazadas, cuya nomenclatura todavía no se tenía en ese momento, lo cual explica que sólo se indicaran en las actas de dicho cabildo las colindancias con las propiedades cercanas o alguna otra referencia.

El trazo inicial de la Ciudad de México

Como ya señalé, las condiciones de la antigua ciudad de Tenochtitlan recién destruida dieron pie para las medidas que tomó Alonso García Bravo al definir el nuevo orden de la ciudad. Así, lo que en principio no se modificó fue la presencia de las calzadas que unían a la isla con la ribera de la laguna principal y el lago de Texcoco, aunque tuvieron que ser reparadas luego

de haber sido llenados los pasos por donde circulaba el agua, para que pudieran caminar los caballos del conquistador durante las batallas. Rigieron el trazo en la dirección norte-sur, la calzada que iba a Iztapalapa y la que iba al Tepeyac; en la dirección este-oeste, la del Centro Ceremonial a Tacuba, así como la calle que llevaba al embarcadero del lago de Texcoco.

Tampoco se modificaron las acequias por donde llegaba el agua dulce a la ciudad desde Chapultepec, ni los canales que permitían el acceso de canoas desde los lagos. Tales elementos regirán la concepción inicial, además de la significativa presencia de los anti-guos “palacios” de los gobernantes mexicas y del cen-tro ceremonial que, dadas su enormes dimensiones, podemos imaginar que pasó mucho tiempo para que pudiera olvidarse su majestuosidad (Figuras 8 y 9).

Otro aspecto que debe tomarse en cuenta al analizar el trazo de la nueva urbe es la organización de la población que la habitaría. Como es evidente, los soldados que habían participado en las batallas fueron los primeros en reclamar su compensación en propiedades que les serían asignadas en las calles de esta ciudad. Sin embargo, desde el momento en que se alcanzó una cierta paz con los pueblos indígenas fue evidente la necesidad de mantener una buena relación con éstos para garantizar la seguridad de la población española. De ahí que, por una parte, Cortés haya mandado construir las Atarazanas, en donde antes se encontraba el embarcadero de Texcoco.

Puse luego por obra, como esta ciudad se ganó, de

hacer en ella una fuerza en el agua, a una parte desta

ciudad es que pudiese tener los bergantines seguros, y

desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se pudie-

se y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez

que yo tuviese y hizose.6

Y por otra parte, haya previsto que la población indí-gena tuviera las condiciones de subsistencia que le permitieran además servir como mano de obra para

5 Hernán Cortés, “Tercera carta de relación..., op. cit., p. 209.

6 Hernán Cortés, “Cuarta carta de relación”, op. cit.

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Figura 8. El islote, el centro ceremonial, las

calzadas y las acequias. Las figuras 8 a la12 son

dibujos del autor sobre el plano catastral de la

Ciudad de México.

Figura 9. El trazo de las acequias.

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la construcción de todo cuanto tuviera que edificarse en la nueva ciudad. Una decisión importante fue la creación de una república de españoles en el centro de la nueva ciudad y el permiso para que se asenta-ran los indígenas en los barrios periféricos de la isla que antes ocupaban, ahora llamados parcialidades y rebautizados con nombres españoles: Teopan devino en San Pablo, Moyotlan en San Juan, Cuepopan en Santa María la Redonda, Atzacualco en San Sebas-tián y Tlatelolco en Santiago. Como señala Sonia Lombardo,7 existía en cada uno de los campa un núcleo semejante al del centro de México, sólo que de menores dimensiones, que se componía de un templo (que fue sustituido en la época colonial por una iglesia), un palacio y una plaza que en todos los casos perdura frente a la iglesia, funcionando como mercado. Aunque como dice Lucía Mier y Terán Rocha,8 la estructuración física del espacio ocupado por los indígenas no preocupaba a los españoles, siempre y cuando éstos estuvieran fuera del recinto español (Figura 10).

Así, el primer paso que dio quien trazó la ciudad fue delimitar hasta dónde debería llegar esta repú-blica de españoles y, según las condiciones que he señalado, dicho límite estaba dado por las acequias, por lo que es dentro de esta área que se define el nuevo trazado, el cual idealmente debería seguir los lineamientos de las ordenanzas que supuestamen-te habían sido dictadas en aquellos tiempos por la Corona española. De ser así, la ciudad se conformaría por manzanas cuadradas de 150 varas por lado (125 x125 m) separadas por calles de 12 varas de ancho (10 m). Y decimos que supuestamente porque, según lo ha comprobado un estudioso como René Martínez,9

7 Sonia Lombardo de Ruiz, Atlas histórico de la Ciudad de Méxi-

co, Smurfit Cartón y Papel de México, México, 1997, p. 159.

8 Lucía Mier y Terán Rocha, La primera traza de la ciudad de

México 1524-1535, Universidad Autónoma Metropolitana,

Fondo de Cultura Económica, México, 2005, p. 112.

9 René Martínez, “El modelo clásico colonial Hispano-americano”,

en ARS. Revista Latinoamericana de Arquitectura, núm. 10,

Santiago de Chile, Mayo de 1988, pp. 10-17.

Figura 10. La República de Españoles.

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estas ordenanzas no se concretaron como legislación sino hasta más de un siglo después de la fundación de la capital de la Nueva España, aunque el pasaje más famoso y citado de la historia del urbanismo americano diga:

[…] y cuando hagan la planta del lugar, repártanla por

sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comen-

zando desde la plaza mayor, y sacando desde ella las

calles a las puertas y caminos principales, y dexando

tanto compás abierto, que aunque la población vaya

en gran crecimiento se pueda siempre proseguir y

dilatar en la misma forma.10

Lo que puede observarse en el caso de la Ciudad de México, es que existía una obra prehispánica previa para la conducción del agua que llegaba a la ciudad; que ya existían las “puertas de la ciudad” que se abrían donde los caminos llegaban a la isla desde la ribera de la laguna; que subsistieron algunos “pala-cios” donde habitaban los principales gobernantes

mexicas que no se consideró conveniente mover de su lugar, y que la plaza principal de la que habla la ordenanza estaba claramente establecida en la ciudad de Tenochti-tlan y con dimensiones y características inimaginables para la cultura española, como ya lo citamos en un trabajo anterior.11

La traza parte entonces de dos decisiones que debe haber tomado el propio Hernán Cortés: primero, construir viviendas y el templo cristiano sobre las ruinas del centro ceremonial, para ocultar a los ojos de los conquistados el recuerdo de sus antiguos dioses, y en segundo lugar, ocupar para su propio uso y del cabildo que llevará a cabo la organización de la ciudad, las casas de los antiguos gobernantes: el llamado Palacio de Axayácatl y las Casas Nuevas de Moctezuma (Figura 11).

10 Ordenanza II de 1523; Ordenanzas 34 y 45 de 1573.

11 José Ángel Campos, “La morfología urbana en el México

Tenochtitlan”, Investigación y diseño 03, Anuario de posgrado

de la División de Ciencias y Artes para el Diseño, uam-x, 2006,

p. 83.

Figura 11. Los límites de la traza y los

predios para los conventos.

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A partir de estas condiciones, el trazado se hace con manzanas rectangulares en vez de cuadradas, de 205 varas en los paramentos norte y sur, por 80 varas en los paramentos oriente y poniente. La dimensión larga surge de las que tenían los predios que ocupaban los “palacios” de Axayácatl y el llamado “casas” nuevas de Moctezuma. El primero pasa a ser inicialmente el lugar donde se alojaron los conquistadores a su llegada a la ciudad y posteriormente, el sitio donde sesione el cabildo; el segundo será la casa de Hernán Cortés y luego, el asiento del Virrey. Todo lo anterior dará como resultado que las calles queden de 15 varas de ancho.

Además de estos espacios, quedaba por definir qué hacer con el gran vacío que había quedado en el sitio que ocupara el pequeño mercado que estaba fuera del cuatepantl, la muralla que rodea-ba al centro ceremonial. Su posición era ideal para dejar la plaza que recomendaban las ordenanzas y las experiencias previas, pero su tamaño demasiado grande de acuerdo a los espacios abiertos previa-mente conocidos. En ningún lugar de España existía

una plaza de esas dimensiones. Las plazas mayores como tales no se crearon hasta después del trazo de la Nueva España, por lo que se puede coincidir con la idea de Carlos Chanfón, quien afirmaba que éstas tuvieron su origen en las reseñas que se hacían de los grandes espacios abiertos prehispánicos. Esto llevó, posteriormente al trazado de la ciudad, a que la plaza fuera ocupada por el edificio de estancos conocido como El Parián.

Hay que señalar también que como en otros ca-sos que se repetirán, está la presencia de los espacios que ocuparon las órdenes religiosas. En los límites de la traza fueron quedando grandes extensiones de suelo correspondientes a más de dos manzanas de la traza, concedidas a estas organizaciones religiosas. De este modo se ubicaron como frontera entre la república de españoles y los barrios indígenas, y tal vez para mantener el control, a través de la religión, de cualquier brote de inconformidad de esa pobla-ción. Quedaron ubicadas así: al norte, el convento de los dominicos; al sur, el de los agustinos y al poniente,

Figura 12. La traza de Alonso García

Bravo.

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el de los franciscanos, que llegaría a ser el más grande de todos los espacios religiosos de la ciudad. Otros edificios religiosos fueron ocupando muchos espacios de la traza, de tal modo que el control del suelo, en muchos casos, quedó en manos de estos grupos, aspecto que posteriormente abordaremos.

La traza definitiva sufrió algunas irregularidades. Se invirtió la posición de las manzanas en las zonas detrás de los “palacios” citados y se dividieron éstas por la mitad para tomar una conformación casi cua-drada. Finalmente, conforme se extendió el trazado hasta los límites de los barrios indígenas, algunas manzanas fueron haciéndose irregulares, adoptando una forma trapezoidal y otras fueron cruzadas por una acequia u otra, conservando sus dimensiones rectan-gulares similares a las originales (Figura 12).

El proceso de edificación de la nueva ciudad

Como está ampliamente documentado, la construc-ción de los diversos edificios que darían albergue a los nuevos pobladores, se realizó con la mano de obra gratuita de los indígenas y muchos de los materiales utilizados se obtuvieron de los escombros que dejó la destrucción de lo que antes existía. Además se explota-ron los bosques que rodeaban los lagos y cuya madera era transportada a mano por los mismos indígenas.

Estos trabajos sometieron a duras cargas de trabajo a la población aborigen, tanto que ello fue cali-ficado como la séptima plaga que azotó a este pueblo en la crónica que hace Motolinía:

[…] y en las obras, a unos tomaban las vigas, y

otros caían de lo alto, sobre otros caían los edificios

que deshacían en una parte para hacer otras; e la

costumbre de las obras, es que los indios las hacen a

su costa, buscando materiales y pagando los pedreros

o canteros y los carpinteros, y si no traen qué comer,

ayunan. Todos los materiales traen a cuestas; las vigas

y piedras grandes traen arrastrando con sogas y como

les faltaba el ingenio e abundaba la gente, la piedra

o viga que habían menester cien hombres, traíanla

cuatrocientos.12

Este proceso duró muchos años, e incluso puede decirse que pasaron dos siglos para que la ciudad se consolidara plenamente, para ocupar la totalidad de la traza y para que empezara a crecer mas allá de los bordes de la misma (Figura 13).

Figura 13. La construcción de la ciudad según el Códice Florentino. Fuente: Códice Florentino.

12 Fray Toribio de Benavente Motolinía, Historia de los indios de

la Nueva España, México, Porrúa, 1969, citado en Florescano,

Enrique y Rodrigo Martínez, Historia Gráfica de México, tomo

2. Época colonial I, Editorial Patria, Instituto Nacional de Antro-

pología e Historia, México, 1988, p. 63.

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La morfología generada y la persistencia de la anterior

Cuando, sobre todo, las casas van ocupando los predios concedidos por el cabildo de la ciudad a los solicitantes, se comienzan a alcanzar las condiciones morfológicas que tendría la ciudad durante los dos siglos posteriores. Calles rectas delimitadas en sus paramentos por arquitecturas de máximo dos niveles, con un uso en contacto con la calle en la planta baja y un uso más privado en el nivel superior. La casa de plato y taza fue la tipología más común en esa época y propició una forma de apropiación del espacio que fue registrada de diversos modos por quien la vivió o la visitó. Sin embargo, esta tipología no fue exactamente la inicial con que se construyó la ciudad. De aquella primera arquitectura, como dice Tovar y de Teresa, no quedó vestigio alguno y sólo tenemos una lejana referencia en el plano de la plaza central elaborado aproximadamente en 1562, donde aparecen los edificios que originalmente la rodeaban. En ese dibujo las construcciones tienen un tratamien-to más próximo a las edificaciones de tipo militar que

civil pues todas ellas, incluyendo la primera catedral, tienen almenas para colocar desde las azoteas los elementos de defensa frente a los indígenas que aún resisten a la conquista (Figura 14).

Dicho plano, orientado con el norte hacia arriba, también puede ser útil para comprobar que los elementos preexistentes determinaron la traza: la gran acequia sigue presente en el primer plano del dibujo; un edificio de grandes dimensiones es el palacio real con la leyenda Philipus Rex Hispaniar et Indiarum ocupaba precisamente la parcela de la antigua casa de Moctezuma; hacia el norte del palacio se ubica la Casa Arçobispale ocupando el espacio donde antes estaba uno de los templos; la iglesia mayor está cons-truida con el ingreso por el poniente y se especifica que se ha iniciado el cimiento de la nueva iglesia que sustituirá a la primera. En cuanto a las construcciones detrás de esta área de los cimientos, dice el plano que “éstas son las escuelas”; se dibuja el portal de Mercaderes hacia el poniente de la plaza, donde permanece aún en nuestros días y el edificio más grande del plano es una casa también almenada, la del Capitán Hernán Cortés, que ocupa toda la parcela

Figura 14. La Plaza Mayor de la Ciudad de México. 1562. Fuente: Sonia Lombardo de Ruiz, Atlas

Histórico de la Ciudad de México, Smurfit Cartón y Papel de México, México, 1997.

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ubicada entre las calles de Tacuba y de San Francisco, hoy Madero, y que fue el predio donde se erigía la casa de Axayácatl, padre de Moctezuma.

Otro tipo de espacios que es necesario destacar en este periodo son los que ocupaban los conventos. Dentro de la traza no se definió más que la gran plaza central pero, en el proceso de asignación y densifica-ción, fueron quedando los espacios que ocuparían las órdenes religiosas, así como varios espacios abiertos que darían aire a las calles, tales como la Plaza del Vo-lador, donde se construiría la primera universidad; la plaza frente al Convento de Santo Domingo; la plaza frente al Hospital de Jesús; la plaza frente al convento de Santiago de Tlaltelolco y varias más que pueden observarse en el plano de Gómez de Trasmonte. Todas ellas van a estar delimitadas por edificaciones, es decir, de la misma manera que se confinaban las plazas europeas y muy diferentes a la morfología de los espacios abiertos de la ciudad prehispánica. Aun-que por sus dimensiones, sobre todo las de la Plaza Mayor, se percibieran como algo fuera de lo común para su tiempo (Figura 15).

Vida virreinal y morfología urbana

El trazado de calles y plazas que hasta aquí he intenta-do analizar se verá espacialmente definido por las ca-

sas y los palacios de los conquistadores, que paulatina-mente irán cambiando su apariencia de la construcción tipo militar a la influencia de los lenguajes renacen-tistas, tal como puede observarse en otro plano de la plaza central, donde se aprecia que los edificios que la rodean han sido modificados y poseen ahora colum-nas inspiradas en los órdenes clásicos, además de que han desaparecido las almenas (Figura 16).

De este modo, la morfología urbana será tal que los antiguos callejones y los agrupamientos de viviendas al modo de la ciudad de Teotihuacan im-plantados en la ciudad mexica, que en otro trabajo he referido,13 serán sustituidos por calles más anchas y delimitadas claramente por edificaciones que ocupan lotes que han subdividido las manzanas del damero, llenando totalmente los frentes de calle y alineándo-se a los límites de la misma. Ello da como resultado la típica calle-corredor europea, cuyos paramentos tendrán dos niveles y alturas bastante similares entre ellos, serán más largos en el sentido oriente-poniente y más cortos en el sentido norte-sur, de acuerdo con la traza que antes analicé y que puede observarse en las pinturas realizadas sobre biombos que aún se conservan. También en estas imágenes puede verse, ya en el siglo xvii, que las manzanas se han llenado

13 José Ángel Campos, op. cit.

Figura 16. La Plaza Mayor, 1596. Fuente: Sonia Lombardo de Ruiz,

op. cit.

Figura 15. Plano de Juan Gómez de Trasmonte, 1628. Fuente:

Sonia Lombardo de Ruiz, op. cit.

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casi en su totalidad, densificando plenamente el área ocupada y dejando espacios al interior de las cons-trucciones: los patios, que serán un rasgo tradicional de la ciudad durante muchos de los años subsecuen-tes (Figura 17).

Estos cambios en la morfología urbana están evidenciando que la vida de los habitantes de la ciudad se ha modificado, pues aquellos tiempos en que el sometimiento extremo de los indígenas estaba considerado como una práctica normal se han sustituido por el desarrollo de un intercambio en el que las diferencias entre las diversas clases sociales se mantienen, pero la participación en la vida urbana es posible; por supuesto, sin que lleguen a mezclarse más allá del uso del espacio público. La presencia de las iglesias es la causa probable de estos cambios. “La vida estará regida por el tañer de las campanas”,14 dice Fernando Benítez, y los mismos edificios religio-sos habrán cambiado con su presencia la morfología

urbana, sustituyendo las techumbres de dos aguas con sus artesonados interiores y por las cúpulas que se construyen a partir del mil seiscientos. De hecho, serán estas cúpulas y las torres de los múltiples tem-plos lo que dará su perfil particular a la urbe, siendo el referente de cualquier identificación en los barrios, las calles, las plazas y la ciudad toda (Figura 18).

Los cambios a lo largo de dos siglos

Es necesario señalar que existió en ese tiempo otra conformación urbana ligada a la que he descrito: la república de indios, que no tuvo una ordenación predefinida como la que trazó García Bravo para la capital de la Nueva España. Los barrios donde éstos habitaban se fueron conformando de una manera bastante arbitraria, pues por una parte los españoles fueron desecando los lagos que rodearon la ciudad y con ello desaparecieron las chinampas que se ubica-ban en la periferia de ésta; esa pérdida motiva que el trazado que regulaba las vías de agua y de tierra que rodeaban a cada chinampa hubiera desaparecido. Por otra parte se produjo una disminución considerable de la población y los pocos habitantes de los barrios quedaron dispersos alrededor de la ciudad.

Por supuesto que todas estas transformaciones requirieron un largo proceso, como puede observarse en diversos planos de aquella época, condición que va a permanecer hasta los últimos años del siglo xviii (Figura 19).

Una nueva visión se anuncia

La nueva ciudad mantendrá su morfología por más de dos siglos, pues aunque la vida urbana vaya en desarrollo, las modificaciones de sus condiciones son menores y las normas que están detrás de su organización seguirán siendo las mismas. La propie-dad del suelo continuará siendo regida por la Corona

Figura 17. Biombo de dos caras, ca. 1690 (Detalle). Fuente: Sonia

Lombardo de Ruiz, op. cit.

14 Fernando Benítez, La ruta de Hernán Cortés, Fondo de Cultura

Económica, México, 1964, p. 296.

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y el intercambio de suelo estará sujeto a las normas provenientes de la metrópoli, aun cuando la Iglesia irá ampliando sus propiedades paulatinamente por vía de la amortización de los préstamos que conce-de. Salvo la construcción al interior de la Plaza Mayor del Mercado de El Parián y la aparición del Paseo de la Alameda, que Diego Correa registra en su plano de 1737, no se observa un cambio sustancial en la ciudad, que vive el boato imperial en la celebración

de múltiples ceremonias de tipo cortesano. No es que no existieran tensiones en este ambiente; basta recordar que el Palacio Virreinal fue incendiado por una masa de trabajadores urbanos encabezados por frailes rebeldes en 1692, según reseña Carlos Fuen-tes15 (Figura 20).

15 Carlos Fuentes, El espejo enterrado, Fondo de Cultura Econó-

mica, México, 1992, p. 220.

Figura 18. Plano de Pedro de

Arrieta, 1737. Fuente: Sonia

Lombardo de Ruiz, op. cit.

Figura 19. Estreno del Santuario

de Guadalupe, 1709. Fuente:

Los siglos de oro... op. cit.

Page 17: Traza y Morfologia de La Ciudad de Mexico en El Vineirrato

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Sin embargo, ya en la segunda mitad del siglo xviii en España se habrán establecido las ideas de la Ilustración. De tal manera, el ímpetu modernizante de los Borbones españoles se verá reflejado en la Ciudad de México con medidas que tienden a corregir los problemas de salud, seguridad y los demás que se observan en los servicios que la ciudad debe brindar. De ahí que en 1775 se inaugure el Paseo de Buca-reli, primera acción urbana que dota de un espacio

Figura 20. La Plaza Mayor de México, Cris-

tóbal de Villalpando, 1703. Fuente: Sonia

Lombardo de Ruiz, op. cit.

Figura 21. Plano del Conde de Tepa, 1776,

dibujado por Ignacio Castera. Fuente: Sonia

Lombardo de Ruiz, op. cit.

para disfrutar del aire puro fuera de los límites que la ciudad mantuvo por dos siglos. El plano del Conde de Tepa de 1776 nos muestra esta condición y al mismo tiempo anuncia una serie de cambios, por ejemplo en la implantación de los nombres de las calles en el pla-no y las medidas en varas que tienen los límites de la ciudad, los cuales se concretarán en los años siguien-tes a la guerra de Independencia, y que serán motivo de su análisis en un siguiente artículo (Figura 21).

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