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Textos – Ética – Moral José Luis Aranguren: “Parece haber, pues, un círculo êthos- hábitos- actos. Así se comprende cómo es preciso resumir las dos variantes de la acepción usual de ethos, la que ve en este un «principio» de los actos y la que lo concibe como su «resultado». Ethos es carácter, /, acuñado, impreso en el alma por hábito. Pero de otra parte, el ethos es también, a través del hábito fuente; / de los actos. Esta tensión sin contradicción entre el êthos como kharaktér y el êthos como pegé, definiría el ámbito conceptual de la idea central de la ética. En efecto de cuanto llevamos dicho en este parágrafo parece resultar que los tres conceptos éticos fundamentales son el de êthos, ëthos o héxis y el de enérgeia. Según la etimología, el fundamental, aquel del que deriva el nombre mismo de «ética» debe ser el primero. Y sin embargo, la ética clásica y moderna se ha ocupado constantemente de los actos morales y de los hábitos (virtudes y vicios), pero ha preterido el êthos.” 1 Comenta Julio de Zan: “Mediante la introducción de esta convención terminológica quería marcar Hegel la diferencia del concepto de la «moralidad» como reflexión de de la conciencia sobre la ley moral y sobre el deber como principio universal de la moral autónoma, que es el punto de vista de la ética kantiana, con la «eticidad», en cuanto realizada como una forma de vida, o como el ethos de una comunidad, que es lo que había sido tematizado en la filosofía griega antigua de Platón y de Aristóteles”. 2 Para Hegel el estado civil moderno ha logrado una síntesis entre ambas: respeto del ethos y cumplimiento de las exigencias universales de la moralidad. Sigue de Zan: “Algunos filósofos continentales contemporáneos han retomado esta diferencia independientemente de los presupuestos sistemáticos de la filosofía de Hegel, (…) «Moralidad» alude a la forma incondicionada del deber, de la obligación, o al orden de los principios y de las normas 1 Ob.cit., p. 22 2 de Zan, J. Panorama de la ética continental contemporánea, Madrid, Akal, 2002, p. 18

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Textos – Ética – Moral

José Luis Aranguren: “Parece haber, pues, un círculo êthos-hábitos- actos. Así se comprende cómo es preciso resumir las dos variantes de la acepción usual de ethos, la que ve en este un «principio» de los actos y la que lo concibe como su «resultado». Ethos es carácter, /, acuñado, impreso en el alma por hábito. Pero de otra parte, el ethos es también, a través del hábito fuente; / de los actos. Esta tensión sin contradicción entre el êthos como kharaktér y el êthos como pegé, definiría el ámbito conceptual de la idea central de la ética. En efecto de cuanto llevamos dicho en este parágrafo parece resultar que los tres conceptos éticos fundamentales son el de êthos, ëthos o héxis y el de enérgeia. Según la etimología, el fundamental, aquel del que deriva el nombre mismo de «ética» debe ser el primero. Y sin embargo, la ética clásica y moderna se ha ocupado constantemente de los actos morales y de los hábitos (virtudes y vicios), pero ha preterido el êthos.”1

Comenta Julio de Zan: “Mediante la introducción de esta convención terminológica quería marcar Hegel la diferencia del concepto de la «moralidad» como reflexión de de la conciencia sobre la ley moral y sobre el deber como principio universal de la moral autónoma, que es el punto de vista de la ética kantiana, con la «eticidad», en cuanto realizada como una forma de vida, o como el ethos de una comunidad, que es lo que había sido tematizado en la filosofía griega antigua de Platón y de Aristóteles”.2 Para Hegel el estado civil moderno ha logrado una síntesis entre ambas: respeto del ethos y cumplimiento de las exigencias universales de la moralidad.Sigue de Zan: “Algunos filósofos continentales contemporáneos han retomado esta diferencia independientemente de los presupuestos sistemáticos de la filosofía de Hegel, (…) «Moralidad» alude a la forma incondicionada del deber, de la obligación, o al orden de los principios y de las normas morales con pretensiones de validez universal. La moral o ética de la justicia busca los criterios y los procedimientos para fundamentar principios morales y normas que puedan ser reconocidas como tales por todos, de tal manera que permitan regular la interacción en la sociedad, el igual tratamiento de todos los individuos, el respeto de la dignidad de la persona y de los grupos y en general los derechos humanos fundamentales. (Esta es la dimensión de lo moral que ha sido especialmente puesta de relieve y estudiada por Kant y las teorías éticas de orientación kantiana).El ethos (en cuanto tema de la ética en el sentido en el que nos estamos refiriendo) se puede describir como un conjunto de creencias, actitudes, e ideales que configuran un modo de ser de la persona, o la «personalidad cultural básica» de un grupo humano, tal como la conciben los antropólogos. Por eso la ética alude en este sentido a una concepción de la buena vida, a un modelo de la vida virtuosa y a los valores vividos de una persona, o de una comunidad, encarnados en sus prácticas e instituciones, los cuales deben ser respetados como opciones que definen una identidad, un ethos particular y valioso, pero que no pretenden (y no pueden) universalizarse, porque tienen un carácter singular e histórico-cultural

1 Ob.cit., p. 222 de Zan, J. Panorama de la ética continental contemporánea, Madrid, Akal, 2002, p. 18

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(…) En la ética se revelan o se encuentran ya dados incluso los fines más elevados que orientan la existencia del hombre (…) a través de los cuales se cree que el hombre alcanza la felicidad o el bien supremo. Estos son los temas en los cuales se han centrado las teorías de orientación aristotélica, hegeliana, hermenéutica. Así entendida la ética se vincula, íntimamente, casi siempre, con la religión.”3

Paul Ricoeur propone una integración de las dos instancias en su obra Si mismo como otro4. “El problema es bastante más complejo -no se puede resolver en la separación entre lo público (moral) y lo privado (ética)- por cuanto la adopción de principios morales presupone siempre alguna opción ética, que ordene el sentido de la propia existencia personal y le permita al individuo responder a la cuestión existencial última de «¿por qué ser en definitiva moral?» (…) el núcleo profundo del contenido del ethos de las comunidades humanas conlleva unos elementos éticos que son constitutivos del sí mismo, que se reencuentran siempre y se conectan con los principios universales de la moral.Pero por otro lado la ética, la idea del bien y los planes de vida de los individuos y los grupos deben estar abiertos y expuestos siempre a su vez, a la confrontación racional crítica del discurso moral y público.”5

“En toda actuación del hombre se esconde un «lógos» que la dirige. Es muy difícil reproducir en una lengua moderna el significado que encierra el sustantivo «lógos», como resulta patente en los esfuerzos de Fausto por encontrar una traducción certera de este término. Con «lógos» nos referimos por un lado a un “orden objetivo” de los entes, en el que también está incluida la acción humana. Aludimos también a una «concepción viva» en el hombre de este orden, que le permite conducirse en su praxis con arreglo al mismo (es decir «con sentido»).”6

Es importante para la reflexión ética mostrar que el obrar debidamente (conforme a la naturaleza), es idéntico a la realización de las posibilidades propias y es a su vez el camino al cumplimiento de nuestros deseos más profundos. La ley se funda en la misma naturaleza que, en tanto no acabada, necesita seguir un determinado orden de evolución para conquistarse a sí misma en plenitud.7

Con demasiada frecuencia se ve la norma ética como algo que se impone desde fuera a un hombre en rebelión; aquí el bien ha de entenderse como aquello cuya realización es lo que de veras hace al hombre ser hombre.8

Yo tengo experiencia de mi vida. Impulsos internos e influjos externos realizan en mí múltiples procesos. En ellos se manifiesta – prescindiendo del objeto –

3 Ibbidem, p. 19. La negrita es nuestra4 Bs. As., S. XXI, 2003,. Cfr. principalmente los estudios octavo y noveno5 Cfr. de Zan, op. Cit., p. 846 La estructura de la persona humana, Madrid, BAC, 1998, p. 37 M. Mosto, Aspectos del tiempo en la ética, Educa, Buenos Aires, 2005, pp 77-788 R. Guardini, Una ética para nuestro tiempo, Lumen, Buenos Aires, 1994, p. 12

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una distinción esencial. Unos – como las operaciones orgánicas, los movimientos involuntarios, correspondientes a sucesos convenientes o perjudiciales; la coacción en sus múltiples formas, todo lo que significa rutina – se realizan necesariamente. En ellos no soy “yo” propiamente quien actúa, sino “algo” que está en mí y en torno a mí: mi sistema orgánico-psíquico, el paisaje, el medio social, la situación histórica, todo – en suma – lo que se pone en marcha sin intervención.Tales acciones me “pertenecen” sólo en cierto sentido, muy limitado, desde luego. Ciertamente que habré de soportar sus consecuencias, ya que se realizan en mi circunstancia, en el ámbito de mi vida. Pero no puedo, ni quiero, habérmelas con ellas en ese sentido último que funda el carácter de verdadero autor.Además de estos, observo en mí otros procesos de sentido contrario, en los cuales soy “yo”, con toda propiedad, quien actúo. En ellos me siento a mí mismo realmente como punto de partida del suceso, que ahora debemos llamar ya – hablando con rigor – acción.Esta procede originariamente de mí. No sólo como un movimiento mecánico del centro impulsor de la máquina, o como el desarrollo de la planta del germen, o de una tensión afectiva del sentimiento. En estos casos se trata simplemente de la transformación de impulsos externos, del despliegue de una potencialidad orgánica, o del aflorar de una conmoción psíquica.Por el contrario, los procesos, a que nos referimos suponen un comienzo auténtico. Podrá tal acción presuponer materiales, elementos, energías, instrumentos, cosas... Pero ella en sí tiene un verdadero principio – su origen – en nosotros. Brota al exterior porque yo quiero que brote, porque yo la produzco, porque soy su autor.En consecuencia, la acción libre me pertenece de una manera especial y, además, mientras la realizo, me poseo también a mí mismo de una manera igualmente especial. Tal acción no sólo acaece a través de mí, sino que procede de mí. Y no sólo procede, sino que tiene en mí propia y realmente su principio., de tal manera, que yo soy dueño de él. En su ejecución no soy causa, sino autor, no un “algo” que obra, el cual remitiría, como tal a otros “algos”; sino un “yo”, una persona que es en sí consciente de sí y poderosa por sí misma.

(R. Guardini, Libertad, gracia y destino, Lumen, p. 15-16)