Tessa Dare - Serie Spindle Cove 01,5 - Érase una Vez en Vísperas de un Invierno

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1,5º de la Serie Spindle Cove1,5º de la Serie Spindle CoveOnce Upon a Winter's Eve (2011)

ARGUMENTO: ARGUMENTO:

Algunas flores florecen por la noche...Violet Winterbottom es una chica tranquila. Habla seis idiomas, pero rara vez levanta la voz,

incluso ha soportado un amargo desengaño en perfecto silencio. Los caballeros nunca habían hecho cola a su puerta... hasta la noche del baile de Navidad de

Spindle Cove, cuando un misterioso extraño irrumpe en el salón de baile y se desploma a sus pies. Su burda vestimenta y casi criminal buena apariencia pondrían en guardia a cualquier joven sensata. El desconocido está empapado, congelado, sangrando y hablando un idioma desconocido. Sólo Violet le entiende… y sabe que él no es lo que parece.

Violet tiene una única noche para averiguar los secretos de ese granuja peligrosamente guapo. ¿Es un contrabandista? ¿Un fugitivo? ¿Un espía enemigo? Necesita respuestas antes de amanecer, pero su cautivo prefiere seducir a confesar. Para conocer sus secretos, Violet debe revelar los suyos… y abrirse a la aventura, a la pasión, y a lo impensable... al amor.

Advertencia: La heroína lleva una pistola, el héroe maldice en varios idiomas, y juntos empañan la noche de un frío invierno.

SOBRE LA AUTORA: SOBRE LA AUTORA:

Tessa Dare es una bibliotecaria a tiempo parcial, mami a tiempo completo y una autora de romances históricos de turno de noche. Tiene su hogar en el Sur de California, donde comparte un acogedor y desordenado bungalow con su marido, sus dos hijos y un gran perro marrón. Vivió una infancia bastante nómada en el Medio Oeste. De niña descubrió que no importaba cuántas veces se haya mudado, dos tipos de amigos viajaron con ella: los de los libros, y los de su cabeza. Todavía conversa con ambos diariamente.

Tessa escribe novelas históricas frescas y coquetas. Para disgusto de su familia, no escribe listas de compras ni tarjetas de Navidad. Disfruta de un buen libro, una buena risa, una larga caminata en el bosque, una buena película, una buena comida, un vaso de buen vino, y la compañía de buena gente.

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CAPÍTULO 01CAPÍTULO 01

En diciembre de 1813, el baile de los oficiales tuvo un efecto profundo en la economía de Spindle Cove. Y considerando que el pueblo era en su mayoría mujeres, ciertos productos comenzaron a escasear.

Horquillas, por un lado. Cintas, por otro. Papeles rizadores llegaban como un premio.Y rincones. Los rincones eran lo más escaso de todo.Porque sólo había cuatro en cualquier salón de baile, y aquí en Spindle Cove, muchas damas se

sentían atraídas hacia ellos.Como una experimentada florero, Violet Winterbottom sabía plantarse en su sitio y protegerlo.Había reclamado su nicho al llegar. Un nicho cómodo en la gran sala de Summerfield,

ligeramente perfumado con una colgante corona de flores de arrayán y convenientemente situado cerca del pote de vino caliente.

—¿Por qué te escondes en un rincón, Violet? —Kate Taylor se aproximó y la tomó por el brazo. Vivaz y sensata, Kate era la tutora de música residente de Spindle Cove—. Es Navidad. Debes bailar.

Violet se resistió con una sonrisa. —Gracias. Estoy feliz aquí. Kate alzó una ceja.—¿De verdad?Violet se encogió de hombros. En la superficie, no encajaba en el molde de florero. Era una

joven de buena familia, poseedora de una generosa dote, y era, si no una legendaria belleza, pasablemente bonita a la luz de las velas. Sus logros en la música y en el dibujo no merecían ninguna jactancia, pero hablaba seis idiomas modernos y podía leer varias lenguas muertas. No era torpe o ictérica o sufría de algún ceceo.

Y sin embargo... pasaba mucho tiempo en los rincones. Más que nunca, desde La Decepción.—Te encontraremos una pareja —dijo Kate, tirando de su muñeca—. Este vestido tuyo hará un

hermoso contraste con el abrigo rojo de un miliciano.—Déjela tranquila, señorita Taylor. —Sally Bright se unió a ellas—. Usted sabe que no está de

buen humor porque nos deja mañana.Kate le apretó la mano.—Querida Violet. Te extrañaremos terriblemente.—Y yo las extrañaré a todas ustedes.Sus padres finalmente habían perdido la paciencia con la ausencia prolongada de Violet.

Querían ver a su hija menor establecida, y habían decidido que la próxima temporada sería La Temporada. El carruaje de la familia vendría por ella mañana, y Violet no tendría más remedio que empacar todas sus pertenencias y volver a Londres. A la casa de la ciudad de su familia. La cual estaba tan horrible y dolorosamente situada justo al lado de la de él.

Por favor, no dejes que él esté en casa. Que todavía esté a océanos de distancia.En un gesto nervioso, Violet pasó las manos enguantadas sobre su seda esmeralda.

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—Mis padres me quieren en casa con la familia para Navidad.—Bien, eso es bueno, ¿no? —dijo Sally—. Nosotros los Bright siempre pasamos la Navidad con

la esperanza de que nuestro padre no se presente. Ese viejo canalla es como la fiebre. Tiene una manera desagradable de aparecer en invierno.

La familia Bright compartía dos características: todos tenían un sorprendente pelo rubio, y todos ellos trabajaban en conjunto para administrar la tienda del pueblo: Todas las Cosas. Sally atendía el mostrador, alegremente distribuyendo mercancías y chismes. El mayor, Errol, traía los productos procedentes de otros pueblos. Los gemelos Rufus y Finn abastecían el lugar, mientras que su atribulada madre cuidaba de los más pequeños. Su padre estaba ausente y, por lo que Violet había conjeturado, no se le echaba de menos.

—Pero, Violet, si te vas mañana, esa es una razón más para que bailes esta noche —dijo Kate—. Todos deberíamos estar bailando. Dios mío, míralos.

Hizo un gesto hacia el otro extremo de la sala. Allí, los milicianos reunidos de Spindle Cove estaban en fila india, como si se tratara de su deber solemne el reforzar la pared. Llevaban abrigos color rojo langosta, pantalones blancos como la nieve, galones dorados, botones de latón y las correspondientes expresiones de inquietud.

Kate sacudió la cabeza. —Después de todos los meses que hemos estado esperado este baile, ¿tienen la intención de

quedarse parados allí como estacas y sólo mirarnos?—¿Qué esperaba? —preguntó Violet.—No lo sé. —Suspiró Kate—. ¿Romance, tal vez? ¿No sueñan que algún día un oscuro,

misterioso y guapo caballero de repente las notará a través de un salón de baile lleno de gente? ¿Y cruzará la sala hasta llegar a ti, y te pedirá un baile, y se enamorará locamente de ti para siempre?

Sally negó con la cabeza. —Nunca sucede en la vida real. Pregúntele a mi madre.Pregúntenme a mí, Violet estuvo a punto de decir en voz alta.El sueño de Kate describía lo que le había sucedido una vez. En un entorno muy similar a éste,

hace casi un año. Un hombre al que había adorado durante años finalmente se había fijado en ella. Sus miradas se habían encontrado a través de una habitación llena de gente, y luego había avanzado entre la multitud para tomar su mano.

Pero, al final, había resultado ser una decepción.La Decepción.—Los finales felices sí existen —insistió Kate—. No hay más que mirar a Lord y Lady Rycliff para

comprobarlo.Todas se volvieron para admirar a sus anfitriones. Violet tuvo que admitirlo: eran una pareja

espléndida.—Es tan romántico, la forma en que él mantiene contacto con la parte baja de la espalda de

ella. Y la mirada en sus ojos... —Kate suspiró con nostalgia—. Siente devoción por ella. Y Susanna es la imagen de la felicidad.

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—Por supuesto que ella es feliz —dijo Violet—. Lord Rycliff es muy honorable, un hombre muy decente. —A diferencia de algunos tan llamados caballeros—. Todas deberíamos ser tan afortunadas.

—Tal vez —dijo Kate—. ¿Pero y si la suerte no tiene nada que ver con esto? Es Spindle Cove. ¿Quién dice que tenemos que estar paradas esperando a los hombres? Tal vez deberíamos dejar de esperar que nos noten y hacernos notar nosotras mismas.

Lo que Violet notó fue un grito. El grito de sorpresa atravesó el atestado salón de baile, congelándolos a todos en su lugar.

—Querido Señor —murmuró—. ¿Qué fue eso?—¿Qué es eso? —preguntó Kate. Los otros invitados se pegaron a los bordes del salón de baile, revelando lo que Violet no podía

ver. Un conjunto de puertas que daba al jardín se había abierto de golpe.Una figura se perfilaba en la entrada. Alta. Oscura. Amenazante.Los milicianos fueron por sus sables colgados a los costados. Violet se habría sentido más

tranquila si no supiera que eran espadas ornamentales, mejor adaptadas para cortar quesos blandos que a un intruso.

Como anfitrión, lord y comandante en jefe, Lord Rycliff se adelantó.—¿Quién es usted? —exigió—. ¿Qué quiere?No hubo respuesta.Pero algo fue evidente inmediatamente. El hombre no era de Spindle Cove. Este era un pueblo

pequeño, y todos los vecinos se conocían de vista, o por su nombre. Este intruso era un desconocido para todos ellos.

También era de gran tamaño. Manchado de suciedad. Goteando agua.Y moviéndose. Tambaleándose, tropezando... directamente hacia su nicho.Los hombres sacaron las espadas ahora, y algunos de ellos se precipitaron hacia adelante. El

cabo Thorne parecía completamente preparado para ensartar al hombre… a pesar de tener sólo una espada desafilada.

Pero el intruso no representó una amenaza por mucho tiempo. Antes de que los milicianos pudieran llegar hasta él, se desplomó.

Justo a los pies de Violet.—Oh, bien. Mientras se deslizaba hasta el suelo, se aferró a sus faldas, enredándose con ellas. En el

momento en que la cabeza del hombre encontró el suelo de parquet con un gran ruido sordo, una larga raya de sangre estropeó su seda mojada.

Violet se puso de rodillas. No tenía mucha elección. Presionó la mano enguantada en el cuello del intruso, buscando el pulso. Sus dedos forrados de raso se mancharon de un rojo brillante. Y tembló.

Kate y Sally se agacharon a su lado.—Querido cielo —susurró Kate—. Está cubierto de sangre.—Y de tierra —dijo Sally—. Pero, caray, él es precioso de todos modos.

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—Sally, sólo tú puedes pensar en una cosa así en un momento como este.—No puede decirme que no se dió cuenta. Basta con mirarle los pómulos. Esa fuerte

mandíbula. Lástima lo de la nariz, pero sus labios están hechos para el pecado. Es como un ángel caído, ¿no?

—Ha caído —dijo Kate—. Eso es seguro. Violet se quitó el guante sucio y presionó la mano desnuda contra el rostro helado y surcado

de suciedad del hombre. Él gimió y se aferró con más fuerza a sus faldas.Sally le dirigió una mirada astuta. —Sea quien sea, parece que está bastante cautivado con la señorita Winterbottom.El rostro de Violet se calentó. Nunca sabía cómo actuar en un baile, pero esta situación estaba

completamente ausente en los libros de etiqueta. Cuando un hombre avanza pesadamente a través de un salón de baile y se desploma a los pies de una dama, ¿la dama no debía ofrecerle algún consuelo? Parecía que era lo único decente por hacer.

Por otra parte, ella había cometido ese error en el pasado: ofrecerle consuelo a un hombre herido, y permitirle tomar demasiado. Se había pasado el año pasado pagando por ese mismo error.

—Perdóneme. Déjenme pasar. —Susanna, Lady Rycliff, se abrió paso entre la multitud y se arrodilló al lado del hombre—. Tengo que encontrar la fuente de su sangre.

Lord Rycliff se unió a ella. —Déjame comprobar si tiene armas primero. No sabemos quién es.—Es alguien que necesita ayuda —respondió Susanna—. Sin demora. Está helado. Y tiene un

corte feo en la cabeza, ¿ves?—Susanna…—Mira ese hombre. ¿Cómo puede ser una amenaza? Apenas está consciente.—Aparta tus manos de él —exigió Lord Rycliff en voz baja y severa—. Ahora.Con un pequeño resoplido, Susanna levantó ambas manos a la altura del hombro. —Está bien. Hazlo rápido, por favor.—Thorne, busca en sus botas. Yo en sus bolsillos. —Lord Rycliff palmeó el pecho del hombre y

cintura y removió los bolsillos de su sencillo abrigo azul oscuro—. Nada.—Nada aquí tampoco. —Thorne volteó hacia abajo las desgastadas botas del hombre y las

sacudió.—¿Ni siquiera un poco de dinero? —preguntó Kate—. Tal vez fue víctima de un robo.—¿Puedo hacer mi trabajo ahora? —preguntó Susanna. Ante el consentimiento de su esposo,

le hizo una seña a un lacayo—. Traiga mantas y vendas, de inmediato. —Se volvió hacia las mujeres—. Kate, ¿puedes traer mi equipo de la despensa? Sally, trae un vaso de vino caliente. — Después de quitarse los guantes, ella presionó las manos contra los pies del hombre herido—. Como hielo —murmuró ella, haciendo una mueca—. Ladrillos calientes, por favor —les gritó a los sirvientes, alzando la cabeza.

Thorne arrancó un racimo de musgo irlandés de la bota del hombre. —Es agua de mar. Debe de haber varado en la caleta.

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—Oh, Dios. Pero si naufragó en la caleta, ¿cómo pudo hacer todo el camino hasta aquí? La mandíbula de Lord Rycliff se endureció. —Más precisamente, ¿por qué? El desconocido se puso a temblar violentamente. Unas palabras se derramaron de sus labios

azulados. Murmuraba un flujo continuo de palabras en un idioma extranjero.Rycliff frunció el ceño.—¿Qué idioma es ése? No es inglés. Tampoco francés.—Violet sabrá —dijo Susanna—. Ella conoce todos los idiomas.—Eso no es cierto —protestó Violet—. Sólo una docena más o menos.—Tonterías. Una vez aprendiste romaní en una hora, cuando el bebé estuvo enfermo.—De verdad que no.No había aprendido romaní en absoluto. Ella había aprendido, a través de ensayo y error, que

una de las mujeres hablaba un poco de italiano, y habían traducido de ida y vuelta, con una gran cantidad de gestos con las manos y la pantomima añadida a la mezcla. No había sido una traducción elegante, pero había sido eficaz al final, lo suficiente como para ayudar a una madre asustada y a su febril bebé.

El idioma era un tapiz enorme y complicado. La clave de la comunicación era encontrar un hilo conductor.

Con ese fin, Violet apartó sus emociones y se concentró en las palabras del hombre. —Es... una especie de dialecto celta por el sonido de las cosas. No es mi área de especialización.

¿Tal vez él es galés?Ella levantó una mano para pedir silencio. Quiso incluso que los latidos de su corazón

detuvieran su embate para escuchar mejor sus palabras.Sin duda era un idioma celta de algún tipo. Pero al seguir escuchando, no sonaba como galés

después de todo. Mucho menos gaélico o manés.—Toma. —Sally regresó con un humeante vaso de vino caliente—. Haz que beba esto.Con ayuda, Violet levantó la cabeza del hombre y llevó el vaso a sus labios. Él bebió un sorbo y

tosió, luego bebió de nuevo.—Estoy escuchando —dijo ella en inglés, esperando que el tono tranquilizador se traduciría aun

cuando las palabras no lo hicieran—. Dígame cómo ayudarlo.Él rodó sobre su espalda y levantó la mirada hacia ella. Violet se quedó sin aliento. Una sacudida de reconocimiento la golpeó con tanta fuerza, que

hizo girar todo el salón.Sus ojos. Dios mío, esos ojos. Eran las ricas capas de marrón de especias y tabaco. Contenían

una inteligencia que desmentía sus ropas toscas y simples. Transmitían desesperación, una súplica de ayuda.

Pero, sobre todo, esos ojos parecían... familiares.No podía ser, se dijo. No tenía ningún sentido racional. Pero cuanto más tiempo se quedaba

mirando esos ojos marrones de especias, más fuerte se volvía su sentido de afinidad. Violet sentía

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como si estuviera mirando un rostro que había visto antes. Un conjunto de rasgos más familiares que su propio reflejo en el espejo. El rostro que la perseguía en sus sueños.

—No puede ser —susurró.Su mano se apoderó de ella. Ella jadeó ante el contacto repentino, y el frío doloroso de su

carne.El flujo de sus palabras se redujo. Empezó a repetir una frase. Justo la misma cadena de sílabas,

una y otra vez. Violet escuchó con atención. Una vez que captaba la construcción de la frase y se detenía en ella un par de veces, era capaz de desentrañar su significado.

—¿Puede entenderlo? —preguntó Lord Rycliff.—Un poco. Creo que está hablando en... —Hizo una pausa y volvió a escuchar—. Bueno, es casi

como de Cornwall. Pero no del todo. Creo que es... bretón.—¿Bretón?—Nunca lo he estudiado, así que no puedo estar segura. Pero he oído algo de Cornualles, y sé

que el bretón es su más estrecha relación lingual. Están tan cerca, ve: Cornwall y Bretaña. Sólo separados por un pequeño brazo de mar.

—Bretaña —repitió Rycliff—. Como Bretaña, Francia.Violet asintió.—La misma Francia con la que estamos en guerra.—Sí.Todos en el salón de baile se pusieron en alerta. Violet vio la alarma en sus ojos mientras los

uniformados se miraban de uno a otro. ¿Un francés, varado en la playa de Spindle Cove? Habían organizado una milicia para evitar que esto ocurriera.

—Pregúntele de dónde viene —dijo Rycliff—. ¿Hay otros?Un lacayo volvió con mantas. Pero cuando se movió para apilarlas sobre el hombre tembloroso,

Lord Rycliff lo detuvo con una mano abierta. —¿Qué es lo que está diciendo, señorita Winterbottom? Debemos saber si Spindle Cove está

bajo ataque.—Sólo dice algo que puedo entender. Es la misma frase una y otra vez. —¿Y qué es?Posó los dedos sobre la mejilla del hombre. —Nedeleg laouen —repitió—. Feliz Navidad.

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CAPÍTULO 02CAPÍTULO 02

Ella era un ángel.Su ángel propio.Había pensado que iba a morir, tambaleándose a través de la fría noche. La sangre corría por su

cuello. El agua le corría por todas partes, congelando sus ropas en su cuerpo. Mientras había caminado sobre prados y campos hacia la estrella brillante, reluciente de este lugar, había estado muy seguro de que moriría.

Había caído. Había perdido la esperanza. Pero se había puesto de pie y continuado, porque no había nada más que pudiera hacer. Y cuando casi había llegado a las puertas de este calor resplandeciente, la había vislumbrado… una visión de seda esmeralda y cabello dorado. Parada en un rincón, como si estuviera esperando allí por él. Ella le dio la fuerza para arrastrar hacia adelante sus extremidades entumecidas, diciéndose a sí mismo... Si muriera esta noche, moriría abrazando a esa hermosa chica.

O, como sucedió, moriría con la muchacha hermosa abrazándolo a él.—Nedeleg laouen —balbuceó una vez más a través de sus labios congelados.Ella curvó su boca en una sonrisa. Sus suaves dedos le acariciaron la mejilla una vez más.—Nedeleg laouen.Dios misericordioso. Un milagro. Ella lo entendía. Ella lo tocó. Este era un regalo que no

merecía.Nada había salido como debería. Tantos errores estúpidos. Tonto. Imbécil. Azen gomek. Sus

superiores se disgustarían. Si es que sobrevivía para verlos de nuevo, quizás le harían desear haber muerto.

Pero ella estaba aquí. Y estaba vestida de seda verde y tocando su cara. Esto era el paraíso, por el momento.

Un abrigo rojo apareció en su visión. El que llamaban Rycliff. Evidentemente era el lord o comandante, o las dos cosas. Este Rycliff lo tomó del cuello y le ladró unas preguntas. Primero en inglés, luego en francés.

Sólo podía responder en bretón.—Corentin Morvan eo ma anv. Me a zo un tamm peizant. —Mi nombre es Corentin Morvan. Soy

un humilde jornalero. Rycliff lo soltó, luego de intercambiar frases con el ángel de seda verde. Otra mujer reclamó su atención. Esta tenía el pelo color fuego, y pecas espolvoreadas como

cenizas a través de sus mejillas. No se molestó en hablar en inglés o francés, sino que hizo una pantomima con grandes movimientos. Podría haber encontrado esto divertido, si estuviera menos dolorido.

Ellos iban a moverlo, conjeturó. Vendarían su cabeza.Él asintió.Bueno, bueno. Que así sea.

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No podía ir a ningún lado en esta condición. Y ella le salvaría de la desagradable tarea de hacerlo él mismo.

Se aferró a la mano de su ángel mientras los hombres lo cargaban a otra habitación. Se encontraba instalado en un banco largo y tapizado cerca de un fuego. La llamarada repentina de calor le hizo temblar más fuerte.

Sabía que debería estar planificando. Su mente nunca debería estar ociosa en una situación como esta. Como mínimo, debería estar observando la habitación buscando potenciales armas y la mejor vía de escape.

Pero tenía demasiado frío. Mucho dolor. Y estaba enormemente perdido en el azul de sus ojos. Demasiado esclavizado por la ternura de sus dedos. Este momento de su vida debía ser vivido en pequeños incrementos. Una diminuta acción tras otra.

El corazón le dio un suave golpe en el pecho.Sus pulmones respiraron dolorosamente.Él agarró su mano pálida y suave como si fuera lo único que lo aferraba a la conciencia. Tal vez

lo era. Aún le quedaba bastante orgullo para no querer desmayarse delante de una chica bonita.Una manta cubrió su cuerpo. Pesada. Caliente. Unas manos lo pusieron de costado. En algún

lugar debajo de la tapicería, un mástil de madera se clavó en sus costillas.Algo afilado le arrancó el cuero cabelludo. Hizo una mueca y maldijo.La mujer pelirroja dijo palabras en inglés mientras destapaba un pequeño frasco de vidrio. Su

ritmo cardíaco se aceleró. Sospechaba que no iba a disfrutar del contenido de ese frasco.Tenía razón.Ella volvió su cabeza. Fuego líquido se virtió sobre su herida en carne viva y abierta y el dolor

atravesó su cráneo palpitante. Los bordes de su visión se volvieron negros.Tenían la intención de torturarlo, tal vez. Pero él no se rompería.—Corentin Morvan eo ma anv —gruñó la eterna letanía. Mi nombre es Corentin Morvan. Soy un

humilde jornalero. No sé nada. Nada. Lo juro por la Virgen que esto es cierto. El dolor arrancó las palabras de su garganta y se colaron por sus dientes apretados.

Cuando había dominado la respiración, miró a su ángel de seda verde. La preocupación dibujaba líneas de expresión por su frente. Sus ojos azules eran pozos de desasosiego.

Pero aún así, ella lo tocó, con tanta suavidad. Con tanta gentileza.Una verdadera misericordia, después de todo lo que había hecho.Una aguja tiró de su cuero cabelludo. Esta vez, él no tomó nota del dolor. Ya habría tiempo

suficiente después para el dolor. En cambio, se concentró en su dulce caricia. Acercándose, ella le susurró algo al oído. No pudo responder, pero pudo disfrutar de la

fragancia de azahar de sus cabellos. Su vestido estaba ribeteado con encaje. Contó sus vieiras y puntos, atesorando cada uno.

Dios, cómo deseaba tocarla. Ella estaba tan cerca, tan encantadora. Había pasado tanto tiempo. Quería extender la mano y rozar con sus dedos fríos y callosos ese borde de encaje y la perfección cremosa de su clavícula.

Una docena de soldados armados se cernían alrededor, dispuesto a destriparlo en momentos, en caso de que se atreviera. Aun así, la idea era tentadora. Una caricia robada podría valer su vida.

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Pero había otras vidas en juego. Vidas más importantes y valiosas que la vida de Corentin Morvan, un humilde jornalero. Entonces cerró los ojos y suprimió la tentación.

Cuando la costura se terminó, la mujer pelirroja guardó sus frascos e implementos. Ella habló con el oficial. Los planes se estaban realizando. Los hombres estaban siendo despachados.

La chica de seda esmeralda asintió con la cabeza cuando alguien le entregó un par de guantes. Guantes finos de cuero suave, forrados de piel. Guantes destinados para llevar en el frío.

Lo que significaba que ella se iba. Lo separaraban de su ángel.No.Reuniendo lo que quedaba de sus fuerzas, pasó un brazo alrededor de su cintura y arrojó su

cabeza en su regazo. Ella se sorprendió y se quedó inmóvil, pero no retrocedió. Seda fría jugueteaba contra su mejilla, y debajo de ella, sentía el calor de su piel.

—Solamente ella —murmuró en bretón—. Nadie más que ella. Sólo ella entiende. No pueden alejarla de mí.

Y luego hizo un verdadero imbécil de sí mismo.Se desmayó. —Colapsó —dijo Susanna—. Por el dolor, lo más probable.Violet tragó saliva, mirando al hombre tan indecentemente tumbado boca abajo en su regazo.

Podía ver las puntadas que Susanna había utilizado para reparar su lesión. Era un trabajo limpio, pero la herida era fea. Un rojo corte irregular surcaba su pelo castaño oscuro.

Lord Rycliff se acercó a ella.—Lo apartaré de usted.—Está bien. —Violet pasó de forma tentativa una mano por los anchos hombros del hombre—.

Está herido y confundido. Es natural que se aferre a la única persona que lo entiende un poco.—Ya sea que lo entendamos o no... —Rycliff negó con la cabeza—. No confío en él.Tampoco estoy segura de que yo confíe, pensó Violet. Pero ella no estaba dispuesta a

abandonarlo. No hasta que averiguara más.—¿Te importa que se quede aquí, papá? —preguntó Susanna a su padre. Todos habían migrado

hacia la biblioteca de Sir Lewis Finch. Había sido la habitación más cercana a la gran sala con fuego en la chimenea.

—En absoluto, en absoluto —respondió Sir Lewis—. Sabes que recolecto curiosidades de todo tipo. Pero podríamos mandar algunos lacayos por una lona. —Él inclinó la cabeza y observó el creciente charco de agua que se formaba bajo el hombre.

—Y ropa seca —agregó Susanna—. Debería quedarle algo de Bram.Justo en ese momento, Rufus Bright y Aaron Dawes entraron en la habitación, jadeando por el

esfuerzo. Cuando el desconocido había interrumpido el baile, Lord Rycliff había enviado a algunos milicianos para evaluar la situación en la caleta.

—¿Han visto algo? —preguntó Rycliff.

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—No hay barcos —respondió Rufus, jadeando en busca de aire—. Y todo está bien en el castillo.

—Pero cuando tomamos el camino de bajada a la caleta, encontramos restos de un bote pequeño —agregó Dawes—. Restos que llegaron a la costa.

—Esto es una mierda. —Al lado de la habitación, Finn Bright habló—. No puedo creer que bajaran a la caleta sin mí.

—Por supuesto que lo hicimos —dijo su hermano gemelo, sin complejos—. Teníamos que correr.

Finn no discutió. Él sólo golpeó el suelo con su muleta.Violet sintió dolor por el joven. Todos lo sintieron. Finn tenía quince años, lleno de energía e

inteligencia. Y por un accidente hace unos meses, el muchacho había perdido un pie. En su mayor parte, Finn enmascaraba su frustración con buena cara y su característico buen humor. Pero el hecho de que tuviera un gemelo sano en Rufus, una copia exacta de sí mismo que aún podía correr, marchar, subir, y bailar con facilidad, tenía que hacerlo más difícil.

—¿Un bote, dices? —Susanna miró al hombre en el regazo de Violet, frotando su sien rasguñada con un paño humedecido—. Tal vez es un pescador que perdió el curso y se accidentó.

Rycliff pareció claramente escéptico. —Un pescador de Bretaña, que perdió el curso hasta llegar a Sussex y fue arrastrado a nuestra

caleta. —Negó con la cabeza—. Imposible.—No es imposible —dijo Susanna—. Pero debo admitirlo, me parece bastante improbable.—Es un contrabandista, lo garantizo. —Esta declaración vino de Finn—. Separado de sus

compañeros al intervenir Aduanas. Mi padre se juntaba con bastantes de esos granujas. Yo lo sé.—Un contrabandista. Ahora, eso es creíble —dijo Rycliff—. Buena idea, Finn.—Me alegra seguir siendo bueno para algo. —Finn se abrió paso con sus muletas desde la

esquina. Le dirigió al intruso una mirada escrutadora—. Tenga cuidado con él, milady. Se despertará mañana para encontrar que se ha ido, y la plata de todo Summerfield con él.

Rycliff dijo: —Haré traer un magistrado en la mañana. Pero, mientras tanto, no podemos descartar otras

posibilidades.—¿Qué otras posibilidades? —preguntó Violet.—Que sea de Francia —explicó Rycliff, como debería ser obvio—. Podría ser un soldado o un

espía, explorando posibles sitios de invasión. —Él bajó la voz—. Podría estar escuchándonos en este momento.

¿Estaba escuchando? Violet miró al hombre en su regazo y se preguntó si realmente estaba inconsciente. Para probarlo, ella le dio al lóbulo de su oreja un pellizco subrepticio.

Ninguna reacción.Bueno, eso era tranquilizador.¿O sospechoso?Violet, honestamente, no podría decirlo. Ella nunca había pellizcado el lóbulo de la oreja a un

hombre inconsciente, y no sabía qué reacción esperar. Tampoco conocía la reacción esperada de

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un hombre que sólo estaba fingiendo estar inconsciente. Y si él era bueno en fingir, haría exactamente lo opuesto a la reacción esperada. Cualquiera que fuera esa.

Señor, era una tonta. Una boba pellizcadora de lóbulos. Vaya con sus poderes deductivos.—Bram, estás exagerando. —Susanna negó con la cabeza—. Napoleón ciertamente no nos

invadirá aquí, si ni siquiera un bote de remos puede llegar a tierra sin hacerse astillas en nuestras rocas.

—Sin embargo, debemos estar preparados. —Lord Rycliff se volvió hacia Rufus Bright y Aaron Dawes—. Los dos acompañarán a las damas de vuelta a la casa de huéspedes. Entonces patrullarán el pueblo por el resto de la noche.

Una vez que se fueron los dos, Rycliff se dirigió a los milicianos restantes. —El resto de nosotros marchará al castillo. Hay una razón por la que los normandos colocaron

ese montón de piedras en los acantilados. Son el mejor lugar para estar en caso de ataque. —Voy con ustedes —dijo Finn.Rycliff puso una mano en el hombro del muchacho.—No tan rápido. Tú te vas a quedar aquí.—¿Quedarme aquí? —La voz de Finn tenía el filo de la frustración—. Soy un voluntario de la

milicia. No puede dejarme atrás, milord.—Te voy a asignar a Summerfield. Fosbury se quedará también. Junto a Dawes, es el más

grande, y un tabernero resulta útil con hombres inconscientes. Este es un deber importante, Finn. Los dos tien que vigilar al cautivo y…

—¿El cautivo? —Susanna rió un poco—. Lo haces sonar todo tan melodramático. ¿No te refieres al paciente?

Su marido le dirigió una oscura mirada.Susanna alzó las manos. —Nada más lejos de mi intención arruinar tu entusiasmo.—Como estaba diciendo, Finn. Tienes que vigilar al cautivo y proteger a la señorita

Winterbottom.—¿Protegerme? —preguntó Violet—. ¿Me voy a quedar también?Lord Rycliff se volvió hacia ella.—Tengo que pedírselo. Lo más probable es que despertará. Necesitaremos alguien aquí que

pueda hablar con él. Trate de averiguar quién es, de dónde viene.—¿Pero cómo voy a…?—Sea creativa. —Lanzó una mirada al hombre desplomado sobre su regazo—. Le gusta. Utilice

eso.—¿Utilice eso? —preguntó ella—. ¿Qué quiere decir?—Seguramente no estás sugiriendo que Violet emplee algún tipo de artimaña femenina para

ganar su confianza —dijo Susanna.Rycliff se encogió de hombros. Una clara admisión de que sí, que esa era exactamente su

sugerencia.

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Todos en la sala se volvieron hacia Violet. Y se la quedaron mirando. Ella podía fácilmente imaginar los pensamientos que pasaban por sus mentes. ¿Podría Violet Winterbottom poseer una una sola artimaña femenina?

Incluso si ella poseyera artimañas, no sabría cómo usarlas. Su mejor arma en la técnica del interrogatorio involucraba pellizcos en el lóbulo de la oreja, y mira cómo había resultado.

—Me sentaré contigo, Violet —dijo Susanna.—No, no lo harás —dijo Rycliff a su esposa—. Hoy ya ha sido demasiado esfuerzo, con lo del

baile y la emoción de esto. Necesitas descansar.—Pero, Bram...—Pero nada. No voy a poner en riesgo tu salud, mucho menos... —La expresión de su rostro

era severa, pero amorosa, y la mano protectora que puso en el vientre de su esposa hizo su argumento perfectamente claro. Susanna necesitaba descansar porque...

—Está embarazada —susurró Violet para sí misma.Cuando la pareja compartió una tierna mirada cómplice, Violet se llenó de felicidad por su

amiga. Sentía un poco de envidia también. Susanna y Lord Rycliff eran, en su observación, el matrimonio ideal. Ellos se entendían, completamente y de manera implícita. Si no estaban de acuerdo, discutían abiertamente, exigiendo mucho el uno del otro y de sí mismos, y se amaban a pesar de todo. Eran socios. No sólo en el amor, sino en la vida.

Las posibilidades de Violet de encontrar esa profunda afinidad eran más delgadas que una tela de cebolla. Sólo hubo un hombre que había soñado que pudiera conocerla tan bien, y la respetara como a una igual. Pero había estado tan equivocada con respecto a él. Y desde La Decepción, ella no…

El hombre en su regazo se movió, murmurando y enganchando un brazo alrededor de su cintura.

Violet se congeló, aturdida, inmóvil por la oleada de sensaciones ya olvidadas. La sensación de ser tocada. De ser necesitada.

No hagas el ridículo otra vez.—¿Bueno, Violet? —Susanna la miró con expectación.Ella se estremeció. —Lo siento, ¿qué?—¿Vas a sentirte a salvo con él? —Susanna indicó al hombre dormido en su regazo.Cuidado, su corazón bombeó. Cuidado, cuidado.Ella asintió con la cabeza.—Tengo a Finn y al señor Fosbury conmigo. Y toda la casa de sirvientes en caso de que los

necesitemos.Y así fue como la señorita Violet Winterbottom, florero habitual, se encontró en la biblioteca de

estilo egipcio de Sir Lewis Finch, manteniendo la vigilia con un joven cojo, un tabernero, y un hombre inconsciente que podría ser un espía.

Un par de lacayos entraron llevando mantas y nuevas prendas secas. Mientras atendían al hombre inconsciente, Violet estaba ocupada estudiando las estanterías del suelo al techo. Sir

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Lewis Finch era un célebre inventor de armas y un coleccionista de antigüedades. Su biblioteca contenía todo tipo de tesoros.

Al final, ella seleccionó un compendio ilustrado, Aves de Inglaterra, pues pensó que no sería capaz de leer realmente. Si iba a sentarse al lado del misterioso y apuesto intruso toda la noche, su concentración estaba destinada a quedarse comprometida.

Con suerte, sería lo único comprometido.Para el momento en que los lacayos se fueron, la gran casa se quedó en silencio. Finn se

paseaba de un lado a otro frente a la ventana, medio patrullando, medio poniendo mala cara. Fosbury estaba instalado en un sillón cerca de la chimenea y se puso a recortar las uñas.

Violet tomó la silla más cercana al extraño durmiente y puso su libro en un atril. Pero en vez de mirar el libro, lo miraba a él. Le habían limpiado la suciedad y sangre del rostro. Por fin, podía darle una buena y larga mirada al hombre y dejar de lado sus sospechas absurdas.

La camisa de lino que los lacayos le habían dado cubría sus hombros. El cuello se abría, revelando su pecho. Ella no podía dejar de mirar. Estaba bronceado y musculoso allí, como suponía que todos los jornaleross debían estar. Violet había tocado el pecho desnudo de un hombre, una vez. Pero ese había sido un torso delgado y aristocrático… ni de cerca tan robusto y… firme

Lástima lo de la nariz, había opinado Sally antes.Una lástima en realidad. La nariz del hombre, se había roto claramente, al menos una vez. Tenía

una línea resistente en ella, casi como un relámpago. Una significativa parte de la sien y de la mejilla izquierda estaban erosionadas y rojas.

Violet no podía decir que las raspaduras y la nariz rota le hicieran menos atractivo, e incluso si lo hicieran una fracción menos guapo, lo volvían diez veces más viril y atractivo. ¿Qué había en una visible marca de violencia de carne y hueso, que hacía a un hombre tan atractivo? No podía explicarlo, pero lo sentía.

Oh, ella lo sentía.Tragó saliva. Ningún hombre había despertado su interés desde hace bastante tiempo. De

hecho, sólo un hombre la había hecho sentir así… y ese hombre estaba a medio mundo de distancia.

¿O era él?El pulso de Violet se aceleró. Ella arrastró la mirada sobre cada mechón de su pelo grueso,

oscuro y por todas las facetas de sus pómulos exquisitamente definidos. Recordó el cálido tono especia-marrón de sus ojos y la afinidad instantánea que había sentido cuando se habían encontrado sus miradas en el salón de baile.

Si miraba más allá de las lesiones y de la barba incipiente y oscura de su mandíbula, lo imaginaba finamente vestido de lana hecha a la medida en lugar de con esa tela burda... Querido Señor, el parecido sería asombroso.

Es él, le susurró el corazón.¿Pero qué sabía el corazón? Era una estupidez.Violet se sacudió. Estaba imaginando cosas, eso era todo. Sí, los dos hombres compartían el

pelo oscuro, los ojos marrones, y los pómulos finos. Pero las similitudes terminaban allí. Las diferencias eran enormes. Uno de ellos era bretón, y el otro, inglés. Uno era musculoso y hecho

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para trabajar, y el otro, aristocrático y delgado. Uno estaba tendido inconsciente en el diván, y el otro estaba de correrías en las Indias Occidentales, sin pensar en ella para nada.

Este hombre no era La Decepción.Era un misterio. Y Violet tenía una noche para resolverlo.Ladeó la cabeza. ¿Era eso una cicatriz, justo debajo de la mandíbula? Tan delgada como una

espada y recta. Como si alguien hubiera presionado un cuchillo contra su garganta.Con una mirada hacia Finn y Fosbury, movió su silla más cerca del diván. Luego se inclinó,

ladeando la cabeza para ver mejor.—¿De dónde vienes? —susurró ella, casi para sí misma—. ¿Qué quieres aquí?Una mano salió disparada, cogiéndola por el pelo. Violet se quedó sin aliento ante el fuerte

tirón en miles de terminaciones nerviosas.Los ojos del hombre se abrieron de golpe, claros e intensos. Leyó la respuesta en ellos.A ti. Te quiero a ti.

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CAPÍTULO 03CAPÍTULO 03

Los dos guardias se lanzaron sobre él al instante. Gritando, tirando. Casi antes de que él entendiera lo que estaba pasando.

Estaba en posición horizontal. A medio vestir. Su dulce rostro se cernía sobre él, y él tenía una mano firmemente enganchada en la seda dorada de su pelo. Si no fuera por el par de zopencos de abrigo rojo que estaban furiosos con él, esto podría haber sido sólo otro sueño.

Suéltala, gesticulaban.Suéltala, se dijo él mismo.Y, sin embargo, de alguna manera, no podía. Sus dedos no le obedecían. Estaban atendiendo al

instinto, no a la razón. Y todos los instintos de su cuerpo lo instaban a sostenerla con rapidez y fuerza.

—Tranquillez-vous —suplicó ella—. Calmez-vous.¿Que se quede quieto? ¿Qué mantenga la calma? Dios del cielo, no podía calmarse. No con su

voz fluyendo sobre él como miel cruda, su aroma de azahar en todas partes. Su corazón se aceleró por debajo de la camisa prestada que le habían dado. Unos pocos metros más abajo, su miembro se agitó bajo la manta de lana.

Bueno. Era bueno saber que la cosa no se había congelado.La verdad de Dios, hombre. Eres una bestia indigna.Suéltala.Por fin, sus dedos se aflojaron.En un instante, ella saltó hacia atrás. Entonces los dos casacas rojas saltaron sobre él. Le

asestaron algunos golpes, nada que no mereciera. Cuando forcejearon con él tirándolo al suelo, presentó sólo una débil resistencia. Si luchaba contra ellos, tendría que matarlos, y no quería hacer eso.

El grande lo mantuvo pegado al suelo presionando una rodilla contra sus riñones y jalándole los brazos detrás de la espalda. El joven arremetió contra sus muñecas con una cuerda. Luego, después de una breve conversación entre ellos, lo recogieron y lo arrojaron a una pesada silla de respaldo recto. Enrollaron una soga alrededor de su pecho cuatro veces atándolo a la silla.

Permaneció así durante unos instantes, tratando de controlar su respiración. Cada vez que tragaba aire, las cuerdas le daban un mordisco más agudo a su carne.

Era consciente de la conversación al otro lado de la habitación. Estaban debatiendo qué hacer con él.

Eventualmente, su ángel regresó.—Les gustaría darle una paliza —dijo ella en francés, dejándose caer en una silla distante unos

pocos metros—. Pero les he convencido para que me dejen intentar una conversación con usted primero.

Él la miró fijamente, manteniendo cuidadosamente su expresión en blanco. No revelando ningún indicio de comprensión.

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—Es seguro —continuó, anticipándose a sus preocupaciones—. Es seguro hablar de esta manera. Puede confiar en mí. No se lo diré a nadie. Mi bretón es pobre, pero mi francés es bastante bueno.

Su francés era impecable. Podría haber cerrado los ojos e imaginarse que era un hablante nativo. Pero maldito si cerraba los ojos cuando la tenía tan cerca. Por fin, podía contemplar abiertamente cada rasgo de su rostro dulce y encantador. Enigmáticos labios de pétalos de rosa y ojos azules de porcelana, equilibrados por una nariz sensata y una frente inteligente.

Ella deslizó una mirada hacia sus guardias.—No nos entienden —dijo—. No saben nada de francés.Todavía vacilaba. Tal vez los guardias no hablaran francés, pero quizás reconocieran el idioma si

los oían hablar. Y si supieran que hablaba francés, se lo informarían a Rycliff. Entonces sería sometido a un interrogatorio. No tenía miedo del interrogatorio en sí, sino de que no podía permitirse más retrasos.

Ella le sostuvo la mirada. —Sé que me puede entender. Lo veo en sus ojos. Me gustaría entenderlo también.Dios. Ella expresaba el mayor deseo de su corazón.—Et bien —dijo en voz baja—. Vamos a entendernos.Ella acercó su silla un poco más, bloqueando parcialmente la vista de los milicianos de su

conversación. Sin embargo, los guardias seguían estando demasiado cerca. Tendría que jugar esto con cuidado. Mientras estuvieran siendo vigilados, no podía decir nada, en ningún idioma, que pudiera ser escuchado, recordado y descifrado más tarde.

Ella preguntó en francés:—¿Por qué no me dice quién es en realidad?—Mi nombre es Corentin Morvan —respondió—. Soy un humilde jornalero bretón.Una ceja se arqueó. Ella no le creyó.—¿Cómo llegó aquí? —peguntó.—Caminé a través de los campos.—¿Desde la caleta?Él asintió con la cabeza. —¿Y cómo llegó a la caleta?—En un bote.Su respiración se liberó en un pequeño suspiro de frustración. —Me está tomando el pelo.—No puedo evitarlo. Es un gran placer tomarle el pelo a una muchacha bonita.Un rubor calentó sus mejillas. El repentino deseo de tocarla fue casi insoportable. Tensó su piel

e inquietó sus dedos. Se removió contra sus ataduras.La voz de ella adquirió un tono severo. —Si no me contesta honestamente, le avisaré a Lord Rycliff el hecho de que usted habla

francés. Entonces podría sacarle a golpes las respuestas. Él negó con la cabeza.

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—Ninguna cantidad de puñetazos podría lograrlo. ¿Pero por otro sorbo de ese vino y por un solo roce suyo, mon ange? Me temo que traicionaría a mi propia madre.

Ella le ofreció la copa de vino, llevándosela a los labios. Él frunció el cuello para beber, sosteniendo su mirada mientras sorbía.

Cuando ella bajó la copa, el más pequeño chorrito de vino se le escapó. Ella alargó la mano instintivamente, secándole la gota errante con el pulgar. Su toque rozó la comisura de su boca.

Una cascada de pura felicidad lo estremeció por entero. Como estrellas girando en la oscuridad de la noche. Rotando por los lugares oscuros de su cuerpo, de su corazón, de su alma.

—Es usted muy amable, mademoiselle. —Él inclinó la cabeza y la miró desde un nuevo ángulo—. ¿Es mademoiselle? No "madame".

Sus labios se curvaron.—No estoy casada, si eso es lo que está preguntando.—¿Prometida?Una vez más, ella negó con la cabeza.—Entones usted es especial.—No soy especial, soy casi una... —Hizo una pausa—. No sé la palabra en francés. Soy soltera

porque nadie se ha interesado en mí.—¿Nadie se ha interesado en usted? —Él hizo un ruido con la garganta—. Los ingleses son

tontos.—Y los jornaleros bretones—dijo ella— son aparentemente unos coquetos descarados. No crea

que no me doy cuenta de lo que está haciendo. Está esperando distraerme cambiando de tema.—No, en absoluto. Su estado civil es un tema que deseo mucho discutir.Ella suspiró. —En serio, se lo ruego. Tiene que decirme la verdad. ¿No lo puede ver? Lord Rycliff buscará al

magistrado mañana.—Los magistrados no me asustan.—Tengo miedo por usted.Él miró esos ojos azules, y pudo ver que era verdad. Le importaba. Tal vez a ella le importaba él

no más de lo que le importaría cualquier otra alma perdida ignorante. Pero en este momento, no tenía importancia. Le importaba, y él lo sentía en sus huesos.

—¿Por qué ha venido esta noche a Spindle Cove? —preguntó.—Yo... —Se aclaró la garganta—… yo tenía una cita.—¿Una cita? ¿Con quién?Él la recorrió con una mirada cálida y acariciante.—Con un ángel, al parecer.Ella chasqueó la lengua. —Más burlas.—Nada de burlas. Yo estoy aquí por usted.—Si eso no es una burla, es una mentira total.

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Él impulsó su silla hacia delante, desesperado por cerrar la distancia entre ellos. Le habló en voz baja, con honestidad. Desde lo más profundo de su frío y muy sufrido corazón.

—Estoy aquí por ti, mon ange. Violet. Cruzaría un mundo por ti. Violet se quedó completamente inmóvil.Cuando lo consiguió, le susurró cuatro palabras. En inglés. —Usted sabe mi nombre.Su expresión no traicionó ninguna comprensión. Él se echó hacia atrás en su silla y parpadeó.Violet lo intentó de nuevo.—Usted me conoce.Ninguna respuesta.En su regazo, Violet cerró los puños. No entendía. Si él la conocía y necesitaba su ayuda, ¿por

qué no sólo decirlo? Pero si era realmente un extraño, ¿cómo había sabido su nombre?Al otro lado de la habitación, el señor Fosbury levantó la vista. —¿Algún progreso, señorita Winterbottom?Bueno. Allí estaba la respuesta a una de sus preguntas. ¿Sus amigos no la habían llamado por su

nombre toda la noche? Partiendo por Kate y Susanna en el salón de baile, y terminando con el señor Fosbury en estos mismos momentos. El nombre Violet Winterbottom era un secreto a voces.

Violet se levantó de su silla.—Estoy teniendo dificultades en entenderle —le dijo al tabernero, dedicándole una sonrisa

tímida—. Tal vez un poco de té me ayudará a concentrarme.Ella se levantó y se dirigió a una mesa donde las criadas habían puesto el servicio de té. Cuando

se sirvió una fragante y humeante taza, su mente se revolvió.Era bastante fácil de explicar cómo se había enterado de su nombre. Pero eso no explicaba la

intensidad de sus ojos. No explicaba la forma en que la afectaba, en lo profundo de ella.No explicaba la peca inquietantemente familiar por debajo de su oreja izquierda.Violet. Cruzaría un mundo por ti.El recuerdo envió un escalofrío por su piel.Era imposible, impensable. Pero cuanto más observaba y hablaba con el hombre, más se sentía

segura de que él era La Decepción.Cerró los ojos. Era hora de dejar de esconderse de ese nombre.Estaba segura de que era Christian. Había diferencias, sí. Pero las similitudes eran tan

numerosas, y su reacción a él tan fuerte, que estaba empezando a creer que debía ser él.Y sin embargo, si era Christian, ¿qué estaba haciendo aquí, y no en las Antillas? ¿Por qué se

molestaría en remar hacia la caleta, caminar por los campos, y fingir ser un jornalero bretón? Podría simplemente haberse detenido en la entrada, llamado a la puerta, y dicho: "Soy Lord Christian Pierce, tercer hijo del duque de Winford". No es como si fuera a tener dificultades para hablar con Violet, si quisiera hacerlo. Y él no había querido, no en casi un año.

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Christian no habría cruzado un mundo por ella. Ni siquiera se había molestado en cruzar la plaza y despedirse de ella de manera apropiada.

Mientras agitaba el azúcar en su té, echó otra mirada subrepticia al hombre oscuro e intrigante atado a una silla. Tal vez ni siquiera él sabía quién era. Tal vez estaba loco de atar, o sufriendo de amnesia.

Ella dejó caer la cuchara a la bandeja, exasperada con las contorsiones salvajes de su mente.—De verdad, Violet —murmuró para sus adentros—. ¿Amnesia?Volvió a su silla, sin saber qué pensar, ni siquiera qué esperar.—¿Va a tomar té? —preguntó en francés.Él hizo una mueca. —El vino es más de mi gusto.—Muy bien. —Ella le ofreció el vino, sosteniendo la copa en sus labios. Él tomó un lánguido

trago, mirándola todo el tiempo. Violet miró su desnuda garganta sin afeitar moviéndose al tragar. La vista se sintió sensual e íntima.

Cuando ella bajó el vino, esos ojos ardientes recorrieron su cuerpo. —He llegado a una conclusión, mon ange. Los ingleses no son simplemente tontos. Son

perfectos idiotas.Un sonrojo quemó su camino hasta su pecho.Violet, concéntrate.—Parece que estamos en un punto muerto —dijo—. Usted se niega a revelar sus secretos. Así

que he estado pensando... tal vez por primera vez deba compartir los míos.Él arqueó una ceja. —¿Tú? ¿Con secretos? —Oh, sí. —Ella miró a su alrededor—. Este lugar, Spindle Cove es un lugar de vacaciones para

señoritas que están enfermas o son torpes. O no convencionales.—¿Y qué tipo de señorita eres?—Del cuarto tipo. Escandalosa.Ella tomó un sorbo de té, ganando tiempo. Después de un año de guardar silencio, ¿realmente

iba a contar esta historia, de esta manera? Pero a ella no se le ocurría mejor manera de ponerlo a prueba.

—Hace un año —dijo—, entregué mi virtud. Fácilmente. A un hombre que no me había hecho ninguna promesa, ni la más mínima insinuación de matrimonio. Y cuando él me dejó, escapé a este lugar. Porque temí que pudiera encontrarme embarazada, y no quería que nadie supiera lo que había hecho.

Ella observó su reacción con cuidado. Pero al igual que con el pellizco en el lóbulo de la oreja, no estaba segura de qué reacción esperar. El conjunto de su mandíbula transmitía preocupación. Sus ojos se abrieron con un dejo de sorpresa.

—¿No le contaste a tu familia? —preguntó.—Nunca hablé ni una palabra de esto con nadie. Hasta ahora.

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Y el secreto no se había vuelto más fácil de llevar. Muy por el contrario. Cada vez que había sentido la tentación de compartir la historia con alguien, era como si lo hubiera lacado con una nueva capa de resina. Añadiendo una capa tras otra, a veces a diario, hasta que la verdad era un bulto duro y pesado en el pecho.

—¿Tus temores de estar embarazada…?Ella negó con la cabeza. —No fue así. Pero está claro que no soy un ángel. —Tú —se inclinó hacia adelante, tanto como sus ataduras se lo permitían—eres un ángel

todavía. ¿El que te hizo esto? Es un demonio.—Oh, sí. —Ella sonrió un poco—. El demonio de al lado. Lo había conocido toda mi vida y lo

había adorado en silencio durante la mayor parte de ella. Cuando éramos más jóvenes, se burlaba de mí sin piedad. Luego vinieron varios años en que él no era consciente de mi existencia. Siempre parecía tan fuera de mi alcance. Pero de alguna manera, nos hicimos amigos. Nos encontrábamos con nuestros perros en la plaza casi todos los días, y mientras ellos corrían, nosotros hablábamos. Él sabía cómo me gustaban los idiomas, ve. Él tenía un don para ellos también. Hizo un hábito de coleccionar pequeñas frases y probarme con ellas. "Buenos días" en letón o "gracias" en javanés.

Tengo una nueva para ti, Violet. Tan oscura. A que no adivinas esto.Y, sin embargo, ella siempre lo hacía. A veces le tomaba varios días de registrar su biblioteca,

pero siempre encontraba la traducción.Su compañero soltó un bufido. —¿Eso? ¿Eso fue suficiente para que tú lo amaras? —Pensé que habíamos descubierto algo en común. —Ella se encogió de hombros—. Bueno, y

no puedo decir que fuera sólo una admiración intelectual. Era muy guapo.—¿Qué tan guapo?Violet sonrió un poco.—Mucho más guapo que usted si eso es lo que está preguntando. Su nariz era recta. Su

mandíbula estaba siempre afeitada. Nunca un pelo fuera de lugar. Nunca una preocupación mostrándose en su ceño.

—Lo haces sonar como un pavo real.—En un momento, supongo que lo fue. Pero cambió. Su hermano murió en la guerra, y eso

afectó a toda la familia. En sólo unos meses, lo vi pasar de un granuja joven y despreocupado a un hombre luchando bajo el peso de un gran dolor. —Ella combatió la tentación de mirar hacia otro lado—. Me dolió verlo dolido.

—Y entonces este demonio se aprovechó de tu bondad.—Yo... no estoy segura.Hasta el día de hoy, Violet seguía insegura de sus motivos de esa noche. ¿Él se había propuesto

seducirla, o las cosas simplemente habían... ido más allá?Esa noche, había habido una fiesta en la casa de su familia. Sólo un pequeño grupo de

familiares y amigos, la primera incursión de vuelta a la sociedad después de meses de luto. Violet había ido a su lugar favorito: un rincón… como siempre. Para verlo subrepticiamente… como siempre.

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Y entonces él había levantado la vista y la había visto. Realmente la había visto. Tal como ella siempre había rezado que lo hiciera. Su mirada marrón pareció explorar las profundidades de su alma, descubriendo todas sus esperanzas, todos sus sueños, todos sus miedos y preocupaciones y deseos... y sobre todo, su amor por él.

Al menos, ella había querido creer que estaba mirando directamente a su alma. Pero en retrospectiva, quizás él estaba viendo a través de ella, más allá de ella. Como si fuera una especie de puerta de entrada que tenía que atravesar, y el resto de su vida estaba al otro lado.

Y él había cruzado la habitación hacia ella, su comportamiento había sido tan decidido.Tengo un libro para ti, Violet. Vamos, está sólo en la planta de arriba.Así que ella le había seguido. En el camino hasta la escalera, había hecho una pequeña broma

acerca de la impropiedad. Pero eran viejos amigos, y nadie sospecharía. Ella conocía esta casa tan bien como la suya, y casi parecía tonto que nunca hubiera estado dentro de sus habitaciones. Él ya ni siquiera las ocupaba. Durante los últimos años, había mantenido un apartamento de soltero.

Él la llevó a una alcoba y cerró la puerta. Una oleada repentina de calor hizo que se sintiera confundida, el cerebro como una ciénaga.

—¿Dónde está el libro? —había preguntado.—No hay ningún libro —había dicho él.Y entonces la había tomado en sus brazos.Ese beso —esa primera mágica presión de sus labios sobre los de ella— cómo deseaba poder

volver atrás y revivirlo. La había tomado tan completamente por sorpresa, después de toda una década de anhelo por sólo este momento. Todos esos años de desear y esperar y practicar de su mano... arrojados por la ventana, al instante. Porque estaba sucediendo.

Sintió que su propia vida se aceleraba adelantándose a ella, dejándola sin aliento en su persecución. Cada paso en la progresión sensual la tomaba por sorpresa. Sus manos sobre sus pechos. Entonces su boca sobre sus pechos. La prisa vertiginosa de inversión cuando inclinó su espalda sobre la cama. Su gran peso presionándola contra el colchón.

Espera, había querido suplicar. Dame un momento para pensar.Pero ella no había dicho ni una palabra. Porque lo conocía demasiado bien. Si hubiera

expresado la menor duda, él hubiera dejado sus atenciones. Y eso habría sido una tragedia.Ella lo deseaba también. Cada beso, cada caricia. Lo deseaba todo.Todo él.—¿Qué cree? —preguntó—. ¿Fue una seducción implacable o un simple error?Su compañero frunció el ceño. Y soltó una robusta cadena de lo que sonaba como puras

blasfemias bretonas.Violet miró en dirección a Finn y Fosbury, brindándoles seguridad con una leve sonrisa.Cuando volvió a hablar, ella mantuvo la voz baja y calmada.—No es que no hubiera estado dispuesta, si es eso lo que está pensando. Más bien al contrario.—A pesar de ello. Fue un demonio al tomar ventaja. Y un tonto por dejarte ir.—Él fue una decepción. Así es como llegué a llamarlo en mi mente, ve. La Decepción. Me dolía

demasiado pensar en él por su nombre.—La Decepción. —Él soltó un bufido—. ¿Fue tan malo?

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Su rostro enrojeció.—No fue malo.—Entonces no fue bueno.—Por lo que se me ha dado a entender, fue casi tan agradable como cualquier chica puede

esperar para su primera vez. Algunas partes fueron maravillosas. Podría haber mejorado en un segundo intento, pero…

Pero luego él se había ido. Había dejado Inglaterra al día siguiente.Aunque había pasado casi un año, sus entrañas, de manera oportuna, reconstruyeron toda la

conmoción y el dolor de la traición. Su estómago se contrajo, y sus latidos asumieron el golpe hueco de un timbal.

—Su padre había comprado un terreno en Antigua, y se fue a inspeccionar la propiedad. Ni siquiera me lo vino a decir él mismo, sino que envió una nota. Nunca lo volví a ver. Esa fue la decepción.

—Bastardo cobarde.—También fui cobarde. —Ella estudió su té—. Yo no le había pedido ninguna promesa. Nunca

le conté mis sentimientos. Tal vez él no se dio cuenta de que me hubiera gustado más.—Él lo sabía. Lo sabía con toda seguridad. —Agachó la barbilla, buscando su mirada—. Tu

corazón está escrito en tu rostro, mon ange. Eso es lo que hace tu rostro tan hermoso.Su pulso se agitó. ¿Qué quería decir? ¿Qué significaba todo esto?Deseó poder recoger toda la calidez y compasión en sus ojos y pesarlos en una especie de

escala. ¿La suma daría una simple y cortés preocupación, o algo más? La culpa o disculpa, quizás. ¿Quizás hasta amor?

Ella dijo: —Usted es extraordinariamente bienhablado para ser un humilde jornalero bretón.Él no se tragó el anzuelo de su afirmación. —Te han tratado mal y has sufrido mucho. Lamento eso. Pero yo estoy aquí.—Sí. Usted está aquí. Pero yo no sé si es alguien confiable. Hasta que esté convencida de lo

contrario, debo asumir que usted es un enemigo. Una amenaza para mi seguridad y la de mis amigos.

—Ven. —Él inclinó la cabeza, instándola a acercarse.Con una mirada cautelosa hacia Finn y Fosbury, ella se inclinó hacia delante. Hasta que ella

pudo sentir el calor de su aliento contra la curva expuesta y vulnerable de su cuello. El corazón le retumbó en el pecho.

—Si logras que estemos a solas —susurró él—, te lo contaré todo.

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

CAPÍTULO 04CAPÍTULO 04

¿A solas?Con el pulso bombeando, Violet se sentó en su silla y miró al hombre atado. Sus ojos brillaban

de desafío. Le pedía que arriesgara su propia seguridad y la de sus amigos, a pesar de que no le había dado ninguna razón para confiar él.

Bueno, entonces. Si no podía confiar en él, Violet no tenía más remedio que confiar en sí misma. Debía seguir sus propios instintos.

Con la decisión tomada, se levantó y se volvió. —¿Señor Fosbury? ¿Finn? He hecho un descubrimiento importante. Nuestro hombre habla

francés. Muy bien, de hecho.Ella le lanzó una mirada a su cautivo. Sus ojos no brillaban ahora. ¿Se sentía traicionado, tal

vez? Muy bien. Tal vez le haría bien conocer ese sentimiento.—Caray. —Finn se deslizó torpemente desde la ventana—. Lo sabía. Bien por usted, señorita

Winterbottom.—Naturalmente —dijo Violet—, el hombre ha expresado su deseo de confesar todo. Pero sólo

va a hablar directamente con el comandante.Finn se enderezó. —Hay que informar inmediatamente a Lord Rycliff.—Vamos a enviar un par de lacayos al castillo —dijo Fosbury.—¿Lacayos? —repitió Finn—. A la mierda con eso. —Apoyado en la muleta, el joven abotonó el

frente de su chaqueta—. Yo voy.—Ahora, Finn —dijo Violet en tono maternal—, sé que te sientes frustrado con tus limitaciones

después de tu lesión, pero esto no es un trabajo para ti. Puedes…—Puedo. Y lo haré. Si me perdona, señorita Winterbottom, lo que me frustra es sólo que todo

el pueblo me trata como a un niño. —Él levantó la muleta y apuntó al reloj adornado de Sir Lewis—. Estaré de vuelta aquí con Lord Rycliff a cuestas, en menos de una hora. Ya verá.

Y con una reverencia apresurada, el joven se había ido, dejando a Violet y al señor Fosbury, ambos encogiéndose de hombros.

—Estará bien, señorita Winterbottom —dijo el tabernero—. El chico tiene agallas.—Oh, sé que las tiene.Se volvió hacia la ventana, observando a Finn alejándose con la esperanza de ocultar su

satisfacción. Eso había salido incluso mejor de lo que esperaba.Uno menos. Resta uno.Tenía una hora. Durante ese tiempo, ella haría todo lo posible para idear unos minutos a solas

con Christian, o Corentin, o quienquiera que fuese. Quería oír lo que tenía que decir. Tenía que saber la verdad. Pero no la haría tonta.

Ahora, ¿qué hacer con Fosbury?Se volvió hacia el tabernero.

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—Yo no sé usted, señor Fosbury, pero me gustaría un pequeño refrigerio.El hombre grande se estiró y se frotó el vientre. —Ahora que lo dice, tengo mucha hambre.—No me gusta despertar a las criadas a esta hora. ¿Por qué no nos trae algo de la cocina?La mano de Fosbury dejó de dar vueltas en el estómago. Violet se quedó muy quieta y contuvo

el aliento.—¿Pero y si —Fosbury señaló con la cabeza al hombre amarrado— intenta algo mientras estoy

fuera? Estoy encargado de su protección. —Estoy segura de que voy a estar bien. Está atado a la silla.Él lo consideró, pero finalmente negó con la cabeza.—No. No la puedo dejar sola con él, señorita Winterbottom.—Maldita sea —murmuró Violet.—¿Perdón?—Eh... jamón. Dije jamón. Ya sabe. Quiero decir, no dejo de pensar en toda esa comida que

debe haber quedado después del baile, ve. El...—Jamón—terminó él por ella.—Sí. El jamón. —Señor, se sentía indeciblemente estúpida—. Y la carne asada. Y el ganso. Las

frutas glaseadas, los panes recién horneados. Todos esos pasteles encantadores que usted trajo del salón de té, todo helado y azucarado... —Ella suspiró—. Qué pena pensar en que están desperdiciándose.

—Bueno... —Fosbury contempló el hombre atado y encorvado en la silla—. Creo que podríamos llevarlo con nosotros.

El tabernero desenrolló la cuerda que amarraba a su cautivo a la silla. Las manos del hombre permanecieron bien atadas a su espalda.

Fosbury lo empujó hacia adelante. —Vamos.Violet levantó un candelabro y los guió hacia la cocina Summerfield. Tal como ella había

sospechado, la mesa de trabajo central estaba repleta de platos cubiertos de restos de comida, restos del baile interrumpido.

No había sillas adecuadas en la cocina, sólo unos taburetes. Fosbury empujó al cautivo a uno cerca de un extremo de la mesa y ató sus pantorrillas a las piernas de madera del taburete. Si el hombre se inclinaba demasiado hacia un lado, perdería el equilibrio y se estrellaría contra el suelo. Si se caía hacia delante, se ahogaría en el cuenco de vino caliente.

Violet dijo: —Por favor, tome asiento, señor Fosbury. Siempre está sirviendo a los demás en el Toro y la

Flor. Esta noche, yo le serviré un plato.—Eso es muy amable de su parte, señorita Winterbottom. Le acepto la invitación, gracias. —El

tabernero se dejó caer en una silla en el otro extremo de la mesa.Violet encontró unos cuantos platos y bajó unos pocos guardados, amontonando los platos con

empanadas de langosta, embutidos y pasteles espolvoreados con azúcar. Cuando ella había

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amontonado las delicias, puso un plato delante del señor Fosbury. Él murmuró su agradecimiento, alcanzando un bollo con una mano y pinchando una empanada de langosta con la otra.

Sirvió dos copas generosas y empujó una hacia Fosbury. El tabernero bebió un largo trago.En el extremo opuesto de la mesa, puso el otro plato y la copa delante del cautivo. El misterio.

Era hora de ver cuál de ellos se desenmascararía primero.Una vez más, ella le habló en francés. —Debe tener hambre.Él se quedó mirando el plato, encogiéndose de hombros para llamar la atención sobre el hecho

de que sus manos permanecían atadas a su espalda. —¿He de comer como un perro?—Sabe que no lo puedo soltar. Mucho menos dejarle cerca un tenedor y un cuchillo.—Entonces tal vez serías muy amable si me dieras de comer.Por un momento, su expresión fue de verdadera hambre. Hambre de qué, ella no se atrevía a

adivinar.Dobló una loncha delgada de jamón y, sujetándola con la punta de los dedos, se la ofreció.—Más cerca —exhortó él.Con un suspiro, ella obedeció. Estiró su brazo sólo un centímetro más.Él agachó la cabeza y la besó en la parte inferior de la muñeca. Una pequeña chispa de calor

abrasó la carne delicada, y ella se apartó como si la quemara.—¿Qué…?—No grites —murmuró rápidamente—. No grites. Se acabó. Ya está hecho. No me pude

resistir. Sólo estoy muerto de hambre, mon ange. Apenas he probado bocado en días. Pero aún así, no me pude resistir, sólo una vez. —Cerró los ojos un momento—. No va a suceder de nuevo.

Violet extendió su brazo, pero no tan lejos. Él no intentó besarla u otra trastada esta vez, pero cogió el jamón entre los dientes y se lo comió. Ella le ofreció un trozo doblado de carne, y luego una empanada de langosta… ambos desaparecieron con la misma rapidez. No había faltado a la verdad en este aspecto. Se estaba muriendo de hambre, tal vez literalmente. Su corazón se retorció con nueva preocupación.

—¿Vino? —preguntó ella, tratando de alcanzar la copa que había llenado.Él negó con la cabeza, tragando saliva. —Sólo pan, por favor.Al alcanzar un bollo, ella bajó la mirada hacia la mesa. Fosbury tenía un tenedor en una mano y

el vino en la otra, y toda su atención se alternaba entre los dos.Esta era su oportunidad.—Este es lo más cercano a la privacidad que puedo ofrecer. Rycliff regresará en menos de una

hora. Me gustaría ayudarlo. Pero tiene que decirme la verdad.Él lanzó una mirada cautelosa hacia Fosbury. —Mi nombre es Corentin Morvan. Soy un humilde jornalero.—Pero... —Ella no pudo evitarlo. Arrojando al viento cualquier formalidad y sensatez, susurró

—: ¿No eres Christian?

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Una expresión de pura conmoción se apoderó de su rostro. Él juró. Luego inclinó la cabeza y murmuró un flujo constante de palabras apresuradas.

Violet contuvo el aliento y escuchó, frenética por entender su confesión... hasta que reconoció su voz. Era la gracia usual de los católicos que recitaban antes de cada comida.

—Por supuesto que soy cristiano1. —Con una sonrisa tímida, levantó la cabeza—. Gracias, mon ange. ¿Olvidar una bendición en tiempos de Navidad? —Él chasqueó la lengua—. ¿Qué vas a pensar de mí?

—Realmente.Violet pensaba que se volvería loca. No había manera de que ella pudiera simplemente soltar:

"Perdóname, pero ¿no eres Lord Christian Pierce, el hombre que creció al lado de mi casa y tomó mi virginidad el invierno pasado?". Aparte de ser totalmente humillante, hacerle una pregunta así sería estúpido. Podía entregarle cada loncha de jamón de la mesa, pero no podía alimentarlo con más respuestas. Entonces nunca estaría segura de que estuviera diciendo la verdad.

Ella rompió un pedazo pequeño de un bollo y se lo ofreció.—Tu francés es notable. Lo hablas sin rastro de acento bretón. En toda mi vida, sólo he

conocido a un hombre con un don así para los acentos.Ninguna respuesta. Ni una palabra de confirmación, ni una mirada de complicidad. Él se

encogió de hombros y masticó.Eso era todo, entonces. Violet se rindió.Una vez más, su naturaleza confiada la hacía hacer el ridículo. La lógica decía que la explicación

más simple generalmente es la correcta. En este caso, la explicación más simple es que ella poseía una imaginación hiperactiva. Y este hombre era un extraño. Una especie de criminal, con la esperanza de lograr escapar de una segura prisión jugando con las ingenuas esperanzas de romance de una florero.

Exasperada, fue a coger la copa de vino. Si él no lo quería, ella misma la bebería.—Attends —dijo él bruscamente—. No lo hagas.Ella bajó la copa. —¿Por qué no?—Es Navidad. Debes brindar.Con un encogimiento de hombros, Violet levantó la copa y dijo con ironía:—Joyeux noel.La copa estaba a medio camino de sus labios cuando la interrumpió una vez más.—God jul.Ella se detuvo, confusa. —Eso es... ¿"Feliz Navidad"en noruego?Él asintió con la cabeza. —Kala Christouyenna.El corazón le retumbó en el pecho. —Lo mismo, en griego.

1 Christian es cristiano en inglés.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Feliz Natal.—Demasiado fácil. Portugués.Ella sonreía. Tontamente, pero no podía evitarlo.Por fin, estaba admitiendo la verdad de su identidad, con tanta seguridad como si hubiera

pronunciado su nombre. Y ahora ella entendía, se lo había estado diciendo desde que había puesto los pies en el salón de baile y susurrado: "Nedeleg laouen".

Tengo una nueva para ti, Violet. Tan oscura. A que no adivinas esto.—Lo sabía. —Se apresuró a colocar el vino a un lado—. Oh, sabía que tenías que ser tú.De repente, él estaba muy cerca. —Feliz Navidad, Violet. Él la besó. Rozó sus labios sobre los de ella, en una caricia casi tan dulce y embriagadora como

el primer beso que le había dado, hace casi un año. Y al igual que la primera vez, ella no pudo reunir algo de voluntad para resistirse.

—¡Eh! ¿Qué está pasando? —Fosbury golpeó la mesa con su vacía copa de vino. Echó hacia atrás su taburete y se levantó—. Aléjate de ella.

—No lo creo. —De un impulso, Christian se puso de pie. Deslizó un brazo alrededor de la cintura de Violet y con la mano derecha sacó un cuchillo de grandes dimensiones—. Alto ahí.

Violet se quedó sin aliento y se quedó mirando sus dedos, enroscados alrededor del brillante mango del cuchillo.

—P-pero estabas atado.—Corté la soga.—¿De dónde sacaste un cuchillo?—Es una cocina. Los cuchillos abundan. —Christian no apartaba la mirada de Fosbury, sólo

seguía agitando el cuchillo lentamente hacia adelante y hacia atrás —. No te preocupes, no tengo la intención de hacer daño alguno. Todos vamos a estar aquí sólo un minuto o dos, mientras tu amigo se vuelve muy, muy somnoliento. No pasará mucho tiempo.

Violet vio lo que quería decir.Cuando ella lo observó, Fosbury levantó una mano. Lentamente, como si estuviera ebrio.—Tú. —Apuntó un dedo tembloroso en dirección a Christian—. Tú no hablas... inglés. —Su

forma arrastrada de hablar le dio a la palabra "inglés" una sílaba extra y una abundancia de eses.Christian sonrió. —Lo hablo mejor que usted, en este momento.—¡Tu mano! —espetó Fosbury. Aún de pie en el mismo lugar, agitó el brazo hacia atrás y hacia

adelante—. Fuera. Manos. ¡Fuera manos de la señorita Win...! —Avanzó un paso pesadamente—. Señorita Winterbrother.

Fosbury dejó de hablar. Miró a Violet parpadeando un par de veces.Él dijo:—¿Señorita Window-bother?Luego se desplomó en el suelo de baldosas.—¡Oh! —Violet se lanzó hacia él.

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—Está bien. —Christian se agachó junto a ella al lado de Fosbury—. Estará bien. Se despertará por la mañana con un poco de dolor de cabeza, pero sin recuerdos desagradables.

—¿Lo envenenaste?De su bolsillo, sacó un pequeño frasco vacío de vidrio marrón. —Sólo es láudano. Lo robé de las cosas de tu amiga pensando que podría ser útil. Lo vacié en el

vino cuando no estaban mirando.—Dios mío, Christian. —Ella miraba desde el frasco hacia él—. Christian.—Sí, amor. Soy yo. —Le tocó la mejilla—. ¿No me reconociste de inmediato?—Yo... creo que lo hice. Pero luego me pregunté cómo podía ser. Y justo cuando pensaba que

podía estar segura, me hacías dudar otra vez. Eras tan insistente en esas tonterías de jornalero, y ha pasado casi un año. Has cambiado.

Y los cambios no eran sólo físicos. Las alteraciones iban más allá de la nariz rota y una cicatriz debajo de su mandíbula. Este nuevo Christian era más oscuro, más fuerte. Mucho más peligroso. El hombre que una vez había adorado era diabólico, sí, pero nunca habría amenazado a un miembro de la milicia británica a punta de cuchillo, y mucho menos lo habría drogado.

Nunca había temido al viejo Christian. Pero este hombre le erizaba los vellos de la nuca. Incluso con su identidad confirmada, todavía no podía comprender cómo había llegado aquí, y mucho menos por qué.

Y todavía no tenía idea de si merecía su confianza.—Tienes que decirme qué está pasando.—Te lo explicaré pronto. —Él se movió detrás de Fosbury y lo levantó por los brazos,

arrastrando su cuerpo inconsciente—. ¿Pero primero me ayudas con esto?—Yo... yo no creo que debiera.Él actuó sin su ayuda, arrastrando al inconsciente miliciano a la despensa y depositándolo

detrás de los contenedores de zanahorias y nabos.—¿Alguien te está persiguiendo? —Rindiéndose, ella lo siguió y trató de poner cómodo al

durmiente Fosbury con un saco de harina como almohada—. ¿Has hecho algo que no deberías haber hecho? ¿Visto algo que no deberías haber visto? ¿Una fiebre tropical atrofió tu cerebro?

Él la hizo ponerse de pie.—Te diré todo lo que pueda, te lo juro. Pero no tenemos mucho tiempo. No se suponía que me

vieran, y ahora tengo que desaparecer por completo. Pero no antes de que aproveche mi oportunidad.

Él deslizó sus brazos alrededor de ella, atrayéndola hacia sí. Cuando sus cuerpos se encontraron, Violet lo oyó gemir de placer. Presionó pequeños besos en su frente, en su mejilla.

—Dios mío, es tan bueno abrazarte. No puedes saber cuántas veces he soñado con esto. Soñado contigo.

Violet no podía creerlo. ¿Había soñado con ella? Y todas esas mismas noches que había permanecido despierta, derramando amargas lágrimas por él. Preguntándose por qué se había ido tan de repente y si ella podría haber hecho que se quedara.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Había soñado con ella, dijo. Y sin embargo, no se había comunicado en casi un año. En su lugar, aparecía empapado y sangrando en medio de un baile de Navidad, murmurando en un idioma extranjero.

Ella negó con la cabeza. —No lo entiendo. Él la besó. Tan profundamente que el sabor picante del vino con especias moderó bastante su

juicio. Y por un momento, fue encantador. Su lengua incitó la de ella, atrayéndola a un ritmo. Él tomaba, ella daba. Él provocaba, ella lo provocaba a su vez. Como si este beso fuera el vals que nunca habían bailado. El cortejo que nunca habían emprendido. El debate abierto que nunca habían compartido.

—Violet. Dulce, encantadora Violet.Pasando sus manos a la parte trasera de su vestido, él estrechó su abrazo hasta pegar su cuerpo

al suyo. Su sólido, musculoso muslo presionó entre sus piernas. Sus pechos se aplastaron contra su pecho. El calor de Christian la abrasó a través de las capas de lino y seda.

Allí iba él, corriendo delante de ella otra vez. Y por mucho que su cuerpo anhelara seguir su guía...

—No, para. —Sin respiración, ella posó una mano entre ellos e hizo palanca para alejarse. Los latidos de su corazón tronaban contra su palma—. No puedo dejar que me confundas. Necesito respuestas.

Su respiración era trabajosa. Cerrando brevemente los ojos, él asintió. —Lo sé. Las tendrás.En algún lugar cercano, una puerta se abrió. Tal vez en el pasillo de los criados.Él volvió la cabeza hacia el ruido, y uno de sus brazos alrededor de su cintura se movió. En un

rápido movimiento, tiró de ella hacia atrás de la despensa.—No te muevas —le murmuró al oído—. En silencio.—Rycliff no puede haber regresado. Todavía no. Es probable que sólo sea uno de los sirv…Christian pegó una mano a su boca.—Shh.Ella luchó por soltarse y gritó objeciones contra su palma callosa... todo inútil. La tenía

atrapada.Desde la cocina, oyeron el sonido de alguien arrastrando los pies por la habitación, silbando

suavemente. La vajilla chocó contra el peltre. La puerta del armario se abrió, luego se cerró.Mientras, Christian la mantenía inmovilizada contra su cuerpo con un brazo alrededor de su

cintura y la otra mano tapando su boca. Su corazón retumbaba contra la columna de Violet en tanto los sonidos apagados y comunes de la actividad en la cocina continuaban. Su agarre nunca menguó, pero su pulgar comenzó a moverse arriba y abajo, acariciándola ligeramente por encima de su caja torácica.

Él inclinó la cabeza, presionando la mejilla contra su sien.—Lo siento —dijo, en un susurro apenas audible. Entonces la besó en la oreja.Oh, no. Ten misericordia.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

El más ligero roce de sus labios contra su oreja, y ella lo sentía en todas partes. Sus rodillas se volvieron manjar blanco. Las plantas de los pies le hormiguearon. El calor se disparó al centro de su corsé. Y su corazón... Su corazón amenazaba con estallarle en el pecho. Su cuerpo —todo su ser —era muy consciente del suyo.

Nadie más podía hacerla sentir tan estimulada. Nadie más podía causarle tanto dolor.Él era su captor ahora. Su amante de una noche. Su futuro... Dios-sabe-qué.A sus pies, Fosbury gimió y se movió en su sueño. Su bota tropezó con una caja vacía. Un cubo

de leche cayó al suelo de baldosas con un ruido fuerte.La cocina quedó en silencio.—¿Hay alguien ahí? —preguntó un hombre.Violet conocía esa voz. Pertenecía a Sir Lewis Finch.Christian mantenía una mano sujeta firmemente sobre su boca, pero su otro brazo se deslizó

lentamente por su cintura. Buscando algo.El cuchillo. Cuando lo levantó en la oscuridad, vio su brillosa punta afilada.—No tengas miedo —susurró—. Moriría antes de verte herida.Oh, no. No, no, no.Ahora, su corazón corría con el de Cristian, golpeando frenéticamente.El padre de Susanna no representaba más peligro que una polilla en una col. Pero no podía

decírselo a Christian mientras tuviera su mano como un bozal. Y no podía permitirle que atacara o amenazara a Sir Lewis.

Ya los pasos se estaban encaminando hacia la despensa, en dirección a su escondite. Violet tenía que actuar, y pronto.

Cuando él extendió una mano para alcanzar el cuchillo, dejó sus brazos libres de su prisión. Entonces ella juntó las manos y usó toda su fuerza para llevar un codo hacia atrás y arriba, directamente al esternón de Christian.

—Uf. —Él cayó hacia atrás con un sonido extraño y ahogado que le dijo que había tenido éxito en sacar el aire de sus pulmones.

Se retorció para liberarse y se abalanzó hacia la puerta de la despensa. Maldita sea.Christian no tuvo más remedio que dejarla ir.¿Había dicho lo suficiente como para persuadirla? Sólo habían tenido unos minutos a solas.

Maldición, debería haber pasado más de esos minutos explicándose y menos besando. Pero no había podido evitarlo.

Contuvo la respiración, esforzándose por oír. ¿Tenía intención de protegerlo o traicionarlo? A decir verdad, habría merecido lo segundo. Había traicionado su confianza hace casi un año.

—Vaya, Sir Lewis —la oyó decir con tono ligero—. No esperaba verlo despierto.¿Sir Lewis?

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Sir Lewis. El pulso de Christian se disparó al darse cuenta de lo que casi había hecho. Querida y dulce Violet. ¿Qué no le debía? En el momento, sus instintos defensivos habían apabullado todo sentido o razón. Violet le había salvado de apuñalar a Sir Lewis Finch —uno de los más condecorados héroes civiles de Inglaterra—, con un cuchillo de cocina.

Cuando silenciosamente dejó el arma a un lado, escuchó a Violet y al anciano intercambiando unas pocas palabras. Evidentemente, el inventor no había podido dormir. Se había quedado hasta tarde trabajando en su laboratorio.

—¿Está trabajando en un nuevo tipo de arma de fuego? —preguntó Violet. Christian reconoció esto como su voz de simple interés de cortesía.

—No, no. No es la perspectiva de la batalla lo que me mantiene despierto. Es la perspectiva de un nieto. —Unos papeles crujieron—. He comenzado a hacer bocetos para una cuna. Uno con un mecanismo de cuerda y una manivela, ve. De manera que se puede activar sólo un par de veces, y luego mece al bebé durante horas.

—¡Qué ingenioso! —dijo Violet—. Debe estar muy orgulloso.Christian sonrió. Sabía que Violet se refería al orgullo de ser abuelo, pero el viejo distraído la

malinterpretó.—La mecánica de la idea es sólida —dijo Sir Lewis—. Esperemos que pueda hacer que funcione.

¿Cómo está nuestro invitado, por cierto?El silencio se prolongó. Cada músculo de Christian se tensó.—Durmiendo profundamente —respondió ella finalmente —. Sólo vine por un poco de comida.Él exhaló. Gracias, Violet.Violet y Sir Lewis empezaron a servirse unos platos y a conversar. En la despensa, Christian

inclinó su peso contra un estante de madera y se dispuso a volver a aprender a respirar.Después de algún tiempo, Sir Lewis se despidió. Christian esperó hasta que los pasos del

anciano se perdieron. Luego esperó unos segundos más.—Se ha ido —le informó ella en voz alta.Cuando Christian salió de la despensa, Violet no se volvió hacia él. Mantuvo la cabeza baja,

mirando cuidadosamente las manos que estaban presionadas contra la encimera de azulejos.Él se movió en silencio a su lado.—Gracias.—No me lo agradezcas. Lo hice para proteger a Sir Lewis. —Ella levantó la barbilla y lo miró a

los ojos—. No he decidido todavía qué hacer contigo. Me estoy inclinando a exponerte por completo, a menos que me digas la verdad. De inmediato.

—He dicho la verdad. No me fui a las Indias Occidentales como todo el mundo cree. Durante la mayor parte del año pasado, he estado viviendo como un jornalero bretón llamado Corentin Morvan.

—¿Pero por qué?Él inclinó la cabeza.—Eres una chica inteligente. Seguramente no necesito explicarlo en detalle.—Entonces Lord Rycliff tenía razón. Eres un espía.Él asintió con la cabeza.

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Ella susurró: —Para Inglaterra, ¿verdad?—Violet. No puedo creer que siquiera me preguntes eso.—Bueno, ¿qué voy a pensar de ti? ¿Por qué estás aquí?—Por ti. Por ti, querida. En eso fui honesto también. —Maldijo por lo bajo—. No quería que la

noche resultara así. Un error estúpido el naufragar en la caleta. Y lo peor, muchas personas me han visto. En el momento en que llegué aquí, tenía tanto frío y dolor, que no sabía lo que estaba haciendo. Mi único pensamiento —y por un momento allí pensé que iba a ser mi último pensamiento— eras tú.

Alargó la mano hacia ella, pero su aguda mirada le hizo arrepentirse del gesto. —He venido aquí sólo para verte. Tenía la esperanza de encontrarte sola, llevarte a un lado

para conversar unos momentos. Dejarte una nota, si no otra cosa.Ella hizo un ruido indignado. —¿Otra nota?—Una carta apropiada, más bien. —Se pasó la mano por el pelo—. Violet, sólo necesito una

oportunidad para explicarme. En la forma en que debería haberlo hecho antes de que me fuera el año pasado. Y luego debo volver a mi barco. De alguna manera. —Él se rascó la parte de atrás de su cuello—. No creo que sepas dónde puedo conseguir algún tipo de…

—Espera. Christian, si realmente estás trabajando al servicio de la Corona, no necesitas esconderte de esta manera. Nadie es más leal a Inglaterra que Lord Rycliff. ¿Por qué no vamos juntos a él y le decimos la verdad? Estará encantado de ayudarte.

Él negó con la cabeza. —No puedo correr el riesgo. A menos que sea un tonto, él nunca creerá sólo en mi palabra. Y si

pierdo el barco... —¿Qué, entonces? Si pierdes el barco, ¿qué pasaría? —Sería repudiado, sin duda. Corentin Morvan dejaría de existir. Soy relativamente poco

importante, así que mi desaparición sería más un inconveniente que otra cosa. Sin embargo, todos los lazos se romperían discretamente. Me vería obligado a volver a Londres, y mi carrera, tal como la conozco, se terminaría.

—Eso no suena como una tragedia para mí. Un poco de vergüenza no sería más de lo que mereces.

—Estoy seguro de que tienes razón. Pero un poco de vergüenza es el mejor resultado posible.—¿Y el peor?Se encogió de hombros y lanzó un suspiro largo y lento.—¿Acusaciones de traición a la patria?—Oh. —Apareció una arruga de preocupación en su bella frente—. No podemos permitir eso.

Tu familia ha sufrido demasiado. Sí, pensó Christian. Sin duda había sufrido. Y él la adoraba por entender eso. Por pensar en

ellos.—Te voy a ayudar —dijo—. Te voy a ayudar por el bien de tu familia. ¿Qué es lo que necesitas?

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Él le pasó las manos desde los hombros hasta las muñecas. Dios, era tan suave. Su voz se volvió ronca por la emoción.

—Te necesito, Violet. Sólo un poco de tiempo contigo. Necesito tenerte en mis brazos otra vez y besarte y decirte lo extraordinariamente encantadora que te ves de verde. Necesito hacerte entender por qué yo…

—No, no, no. —Ella cerró los ojos, luego los volvió a abrir—. No me refiero a eso. Si vas a encontrarte con tu barco por la mañana, ¿cuáles son tus necesidades materiales inmediatas?

—Necesito un bote de remos. Mi abrigo y las botas. Y un arma, si se puede conseguir.Ella asintió con la cabeza. —Vamos a encargarnos de la última parte primero. Sígueme.

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CAPÍTULO 05CAPÍTULO 05

Un arma, si se puede conseguir.Christian se rió de su propia locura. Por supuesto, un arma podía conseguirse. Estaban en la

casa de Sir Lewis Finch, el innovador de armas de fuego más célebre de Inglaterra. Mientras Violet le guiaba por el pasillo, vio las armas de la famosa colección del hombre cubriendo todas las paredes. Lanzas, mazas, cohetes, espadas, dagas...

Y armas. Armas por docenas.Violet le condujo a un cuarto estrecho y oscuro hacia la parte posterior de la casa. El piso de

piedra se sentía helado bajo las plantas de sus pies descalzos.—Esta es la sala de armas —susurró, dándole el candelabro.—Sin duda. —Desde el suelo hasta el techo, estaba ocupado por estantes que albergaban una

variedad de mosquetes pulidos, rifles, pistolas y más. Cogió una reluciente pistola Finch de dos cañones—. Dios mío. Esta es una belleza.

—No —dijo ella bruscamente—. No la toques. No puedes tomar nada. No voy a permitir que le robes a Sir Lewis.

Él miró a su alrededor. —No sé si notaría si le robara algo.Uno de sus pálidas cejas se alzó.—Él lo notaría. Yo lo notaría. —Se dirigió a un estante en el lado opuesto de la habitación y sacó

una pequeña pistola—. No voy a dejar que le robes, pero puedes tener esta.Christian miró el arma. Era de un solo cañón, bastante básica, pero parecía ser capaz de

funcionar de manera excelente. —¿Por qué esta? —Porque puedo darla. Es mía.Él se echó a reír, aturdido. —¿Tuya?—Sí, mía. —Ella alcanzó un cuerno de pólvora y hábilmente dosificó una carga—. Durante las

estaciones de buen tiempo, tenemos un programa aquí en Spindle Cove. Los lunes, tenemos paseos por el campo. Los martes, baños de mar. Pasamos los miércoles en el jardín. Y los jueves —ella metió una bala de plomo en el cañón —, disparamos.

Silbó débilmente a través de sus dientes. —Pensé que Solteronas Cove era un lugar para señoritas… solteronas. Para leer libros. Hacer la

costura. Donde usan medias ásperas y vestidos poco atractivos.—Bueno, estabas equivocado acerca de este lugar. Acerca de nosotros.—Evidentemente. —Él la miró con asombro mientras ella giraba el arma pulida y bien

engrasada entre sus manos delicadas —. Dios, Violet. Siempre supe que eras la chica perfecta para mí.

—Por favor —resopló ella—. No sabías nada de eso.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Honestamente, yo... —Ante un respentino clic, él dio un respingo—. Santo Dios.Ella había amartillado el arma y la apuntaba directamente a su corazón.—Violet...—No intentes nada. Sé cómo usar esto.—No lo dudo.Él tragó saliva. Las manos de Violet ni siquiera temblaban.—La noche del debut de tu hermana —dijo—. Acababa de salir del colegio, pero mis padres me

dejaron asistir, siempre y cuando yo no bailara. Tú llevabas un abrigo azul marino, pantalones de ante, y un chaleco con hilos dorados. Y tus nuevas botas Hessianas. Estabas tan orgulloso de ellas. Tenías un pañuelo de bolsillo de brocado, pero lo perdiste en algún momento entre la cuadrilla y la cena de medianoche. Ahora, ¿qué hay de mí?

—¿Qué hay de ti? —preguntó. Ella empujó la pistola hacia adelante, y él levantó las manos—. ¿Quieres que te diga qué llevabas?

Ella asintió con la cabeza. —¿Llevaba mi vestido crepé marfil, o el percal azul?Christian agitó las manos en el aire. —No lo sé... ¿El azul? No, el marfil.—Ninguno. Usaba el de seda india amarilla.—Ni siquiera sabía que tenías uno de seda india amarilla.—Precisamente. No lo sabías. No te dabas cuenta de mi existencia para nada. Te vi perseguir a

las cortesanas durante tus vacaciones de Oxford. Y oí los rumores escandalosos que intercambiaban nuestras hermanas durante las temporadas de sus debut. —Ella sujetó el arma y dio un paso hacia él—. Así que no me mientas ahora. No puedes hacerme creer que soy la única mujer que has deseado.

—Tienes razón. Tienes razón. Ni siquiera lo intentaré. —Haciendo todo lo posible por ignorar la pistola, la miró a los ojos—. Pero puedo decirte, con toda honestidad, que eres la única que he amado.

Ella permaneció absolutamente inmóvil.—Amado. ¿Esperas que crea que tú me has amado?—Sí.—¿Desde cuándo?—Yo... yo no sé el momento preciso en que comenzó, querida.—Porque nunca realmente comenzó.—Espera, espera. Déjame pensarlo. Mi incertidumbre tiene el tinte de la honestidad, ¿no es

así? Si estuviera mintiendo, me tomaría la molestia de inventar una historia específica.—Tal vez se te agotó la imaginación con la historia del jornalero bretón. — Hizo un gesto con la

pistola—. Date vuelta y camina. Por el pasillo. Estaré justo detrás de ti. Chritian echó un vistazo por encima del hombro. —¿Por qué?—Quiero respuestas, pero no confío en ti en esta habitación. Demasiadas armas.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Cuando él se volvió, murmuró: —Chica lista.Ella mantuvo la pistola presionada contra su espalda mientras caminaban por el pasillo. Con

cada paso, se devanaba los sesos por encontrar y decir las palabras correctas.Maldita sea, Christian no podía recordar con precisión cuándo había empezado a sentir este

cariño profundo por la chica tranquila y sin pretensiones de al lado. Podría decir el día en se había vuelto consciente de ello, pero sospechaba que ese cuento sólo aumentaría su resentimiento.

La historia involucraba otra mujer.Y tomó lugar en un salón de baile, muy parecido por el que Violet ahora le obligaba a marchar.

En una de las más escandalosas mascaradas de sus padres, había estado coqueteando con una cortesana, sin ninguna razón en particular. Ella era un objetivo, y todos los jóvenes le disparaban. Y ella le había dicho a Christian, con la sonrisa de una coqueta experta:

—No voy a perder mi tiempo contigo. Eres un cachorro. Jadearás y babeareás por mí durante algún tiempo, pero luego madurarás y le serás fiel a una chica como ella.

Y había inclinado su abanico hacia el rincón ocupado por Violet Winterbottom.¿Casarse? ¿Con Violet Winterbottom?Christian se había reído mucho y en voz alta, descartando la idea completamente. Pero la idea,

impertinente como era, no iba a ser descartada. Se aferró a él, flotó a su alrededor como una bocanada de humo de cigarro mientras andaba en sus noches de juerga con los amigos. Con el tiempo, había dejado de quedarse fuera hasta tarde y empezado a levantarse temprano para llevar los perros a su carrera matutina.

Y para ver a Violet.Porque de repente, había comenzado realmente a ver a Violet. A apreciar a la mujer inteligente

y reflexiva en que se había convertido. Ella tenía un verdadero don para los idiomas, lo cual lo hizo darse cuenta que él mismo era muy hábil con ellos. Y a ella le gustaban los desafíos.

La compañía de Violet, descubrió, era una manera estimulante de comenzar cada mañana. Y una mañana en particular, cuando el terrier de su hermana los llevó a una alegre persecución a través de los arbustos, después de la cual, él había admirado a Violet, ruborizada y jadeante, sus ojos brillantes de risa, a pesar de su volante desgarrado y su dobladillo embarrado... Ahí fue cuando había comenzado a pensar en que la compañía de Violet podría ser una manera estimulante de termirar cada noche.

Muy pronto, se le ocurrió un poco más. Tenerla en su cama y en su vida. No sólo en la parte pública de su vida, la compuesta por las cenas y las visitas sociales y paseos por la plaza iluminada por el sol. Sino en la partes ocultas, discretas y más oscuras de ella, también.

—Tus botas y el abrigo están ahí. —Ella agitó la pistola hacia la esquina—. Adelante, póntelos.Él obedeció.—Violet, tenía intenciones contigo. Buenas intenciones. Tenía planes de cortejarte

apropiadamente con el tiempo. —Se interrumpió momentáneamente mientras luchaba con sus botas—. No veía ninguna razón para apresurarme. Pero entonces...

Lentamente bajó la bota al suelo.—¿Frederick? —preguntó ella con suavidad.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Él asintió con la cabeza. —Frederick.Christian respiró para calmarse, recordando el día en que había empujado para quedar frente a

una pared de ladrillo y buscar en una lista de los caídos el nombre de su hermano. Allí había estado, con letras negras sobre un fondo blanco. Lord Capitán Frederick St. John Pierce. El adormecimiento había golpeado a Crhistian como un mazo. De alguna manera, seguía conmocionado.

Se tragó un nudo de emoción.—Fuiste una amiga para nosotros, cuando lo perdimos.Recordó la forma en que había llegado a la casa, moviéndose como una de la familia. Se sentó

con sus hermanas en la sala, leyendo en voz alta libros o periódicos y ayudándolos a recibir a las muchas personas que venían a presentar sus condolencias. Y cada mañana, llevaba a sus perros a correr.

—Traté de ser una amiga para la familia. —Su tono se alteró. Ella bajó la pistola—. Pero estaba preocupada sobre todo por ti, Christian. Cambiaste, y estaba muy preocupada.

Él había cambiado. Para mejor en muchos aspectos. Su padre siempre había hecho hincapié en la importancia de servir a la Corona y al país. George era el heredero, Frederick tenía su comisión. Pero la facilidad de Christian con los idiomas lo había llevado a una forma particular de servicio: el espionaje. No había mucho glamour y emoción en la traducción de panfletos políticos y en la ocasional carta interceptada, pero Christian había estado feliz de desempeñar su pequeño papel desde las sombras.

Con esfuerzo, metió los brazos en las mangas de su abrigo todavía húmedo.—Había estado trabajando para la Corona durante algún tiempo. Mayormente en traducciones

escritas, todas realizadas en la ciudad. Pero después de lo de Frederick…—¿Era un espía, también?—No, no. Frederick fue siempre sólo lo que parecía. Un hombre honesto y honorable. No

debería haber haber muerto tan joven. Cuando recibimos la noticia de su muerte, de inmediato comencé a presionar para una asignación de campo. —Él se rió entre dientes—. Y me dieron una, literalmente. Estoy asignado a un campo de trigo. El propietario del terreno es simpatizante de Inglaterra, y yo principalmente hago el trabajo de la granja. De vez en cuando, ayudo que paquetes y documentos pasen de un punto a otro. No es mucho, pero...

—Pero, ¿qué?Se pasó una mano por la cara.—Después de Frederick, no podía quedarme sentado en Londres. Tenía que hacer algo. ¿Lo

puedes entender? La expresión de ella se suavizó.—Lo puedo entender. Y yo lo habría entendido, si sólo me lo hubieras dicho todo.—Juré silencio. Sólo mi padre sabe la verdad. —No se lo habría dicho a nadie. Puedo guardar un secreto muy bien. Nunca le dije a nadie

acerca de... acerca de nosotros. —Lo sé.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Él cerró la distancia entre ellos y en silencio la invitó a sentarse en el suelo. Allí, en el centro del vacío salón de baile. Ella dobló sus faldas de seda color esmeralda debajo de sus piernas y apoyó la pistola en su regazo. Se sentó frente a ella, apoyando un brazo sobre una rodilla.

—Violet, la forma en que te traté fue imperdonable. He vivido con la culpa desde entonces. Sabía que me iba. No sentí que podía hacer ninguna promesa, pero no me atreví irme sin abrazarte, sólo una vez. No tenía la intención de ir tan lejos, pero en el momento... —Se frotó la cara—. Honestamente, sospecho que parte de mí quería arruinarte. Entonces aún estarías allí para mí cuando volviera. No dice mucho de mi fibra moral, pero es la verdad.

—Eso es horrible.—Lo sé. —Él hizo una mueca—. No sé cómo puedo pedirte que me perdones. Realmente fui un

demonio desvergonzado. Y por todas las maneras en te fallé... ni siquiera fue bueno.—Bueno. —Su boca se torció en la comisura—. No estuvo mal.Él se rió un poco, sólo para mitigar el ardor de su orgullo. Y entonces los recuerdos de ella, de

aquella noche, surgieron en su mente, ahuyentando cualquier otra emoción. La forma en que ella le había puesto una mano en la mejilla, justo en el momento en que se habían unido. El más dulce gesto, afianzado en la más pura felicidad.

Empujando a un lado la seda de su dobladillo, deslizó un solo dedo a lo largo de su tobillo cubierto con la media. Bajo su toque, ella se sentía tan sedosa, tan dulce. En su juventud disipada, Christian había pasado los dedos por muchas medias de seda, pero ahora... Había pasado casi un año desde que había acariciado algo tan fino.

No era un seductor seguro ahora. Era un jornalero ordinario, humilde, con la mano bajo la falda de una dama de buena cuna. En una casa llena de gente dormida que podría despertar en cualquier momento. El placer era deliciosamente prohibido. La prisa potente de la excitación era como la vida misma. Y el crujido de sus enaguas, el sonido más excitante que jamás había escuchado.

Incapaz de resistirse, deslizó la mano hasta su pantorrilla. Él presionó dos dedos en el hueco de la rodilla. Un pulso cálido se agitó bajo su toque.

—Christian... —Su voz era entrecortada. Necesitada.Debería irse, se dijo. Tenía que huir antes de que la milicia descendiera, o todo habría

terminado. Su carrera, y tal vez su vida también, dependía de que escapara pronto.Pero su alma necesitaba esto.Con cuidado, se acercó más, apoyando la frente en el hombro de ella. —Dame otra oportunidad, Violet. Tengo muy poco que ofrecerte, y tenemos tan poco tiempo.

Déjame darte placer, por lo menos. —Su mano ascendió por su pierna—. Déjame mostrarte lo bueno que puede ser.

Mientras él le acariciaba el muslo, el aliento de Violet abandonó sus pulmones en un suspiro

largo y lánguido.—Violet. —Sus labios le rozaron la garganta.¿Realmente estaba sucediendo esto? ¿Estaba realmente permitiendo que sucediera de nuevo?

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Mientras él le besaba el cuello, le empujó la barbilla hacia arriba. Ella dejó que su cabeza rodara hacia atrás en implícita rendición. En tanto su lengua caliente dibujaba diseños perversos en su piel, ella levantó la mirada hacia el esplendor navideño del salón de baile. Las ramas apagadas del candelabro en lo alto. Guirnaldas rojas y verdes adornaban las columnas y recortadas estrellas color dorado metálico colgaban de las vigas del techo.

Él inclinó la cabeza hacia su escote, acariciando la parte superior de sus pechos expuestos. Trazó besos a lo largo de su escote. Al mismo tiempo, sus dedos inquisitivos subían por la pendiente de la cara interna de su muslo. Su toque, puede que más rudo que antes, todavía la dejaba húmeda y anhelante. Tal como había sucedido esa primera noche.

—Déjame mostrarte —murmuró—. Hay tanto placer para compartir.Él deslizó una mano entre sus piernas.Oh. Oh, tan bueno.Sus pezones se endurecieron cuando la acarició allí. Ella se retorció un poco, permitiendo que

las sensibles puntas se frotaran contra el límite restrictivo de su corsé. La estaba incitando, y ella se incitaba a sí misma. Haciendo el dolor tan dulce, tan bueno. Haciendo todo peor.

—Sí —gimió él, apartando los pliegues de sus bragas—. Esta vez, voy a hacerlo mejor para ti.Sus palabras le dieron la sacudida de la realidad que necesitaba. Iba hacerlo mejor para ella,

dijo él. ¿Cómo, exactamente? ¿Usando su cuerpo, y luego yéndose por la mañana?—Detente. —Ella apretó los muslos, atrapando sus dedos—. Detente.Él no dejó de besar su escote.—Cariño, te lo prometo, esta vez lo haré bien. Mejor que bien. Podemos encontrar la dicha,

entre nosotros. La mayor alegría que alguna vez has soñado.Christian estiró los dedos atrapados, tratando de llegar a su carne íntima.Ella apretó el agarre de sus muslos.—Realmente. ¿Realmente crees que puedes llegar aquí esta noche, delirar tonterías en un

idioma oscuro, drogar a mi protector, y, a pesar de lo mal que te portaste conmigo la última vez, convencerme de acostarme y levantar las faldas para ti? ¿Aquí en el suelo, en el centro de un salón de baile? ¿Realmente crees que soy tan tonta?

—Bueno, yo...Ella resopló.—Por supuesto que crees que soy tan tonta. ¿Por qué no lo creerías? Después de todo, soy la

misma chica que te siguió hasta tu dormitorio y te entregó su virtud, mientras que nuestros padres jugaban a las cartas abajo, sin ninguna oferta de matrimonio sobre la cama, mucho menos declaraciones de un amor tierno. No debería requerir un gran esfuerzo seducirme esta noche. ¿Es eso lo que estás pensando?

Él negó con la cabeza. —No. No, yo…—Soy una tonta. —Su voz se quebró—. Demasiado fácilmente deslumbraba para resistirse.

Demasiado boba para detenerse un momento y considerar las consecuencias. Demasiado estúpida para saber lo que es un orgasmo. "Oh, Violet", imitó ella. "Déjame mostrarte lo bueno que puede ser". Bueno, permíteme que te muestre algo, Christian.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Ella levantó la pistola y presionó el cañón contra su sien.Él se encogió. —Violet, por el amor de Dios.—Saca esa mano. Ahora. —Ella relajó los músculos de su muslo lo suficiente para que él

pudiera deslizar su mano.Sabiamente, él obedeció.—Vas a escucharme por un minuto. —Respirando hondo, Violet se deslizó hacia atrás sobre el

encerado suelo de parquet hasta que un metro más o menos los separó. Con mano firme, mantuvo la pistola apuntando a su pecho—. Yo te adoraba. Toda mi vida, te adoré. No te pedí nada. Ninguna promesa, ningún cortejo. Te entregué mi virtud. Te di mi confianza. Y me dejaste con una nota.

Con su boca torciéndose en una expresión de pesar, él se pasó una mano por el pelo.—Estoy muy…—¡Veintiséis palabras! —replicó ella, en el susurro más fuerte que pudo—. Te entregué mi

virginidad, y me dejaste con veintiséis palabras escritas a la carrera.—Pensé que sería más fácil para ti de esa manera. Así, podías odiarme y olvidar.—Sí te odié. Te odié por hacerme sentir barata y tonta. Te odié por hacerme sentir tan

avergonzada y distanciada de mi propia familia. Y me odié a mí misma por haber permitido que todo esto sucediera. ¿Pero olvidar? ¿Cómo podía olvidarlo? —Ella parpadeó para contener las lágrimas—. Se me rompió el corazón en veintiséis piezas ese día. ¿Pero sabes algo, Christian? Durante los últimos meses aquí en Spindle Cove, he cosido las piezas otra vez.

Cuando pronunció las palabras, Violet se dio cuenta de lo verdaderas que eran. Ella no podía decir el día que había hecho a un lado La Decepción y comenzado a vivir de nuevo. La cura había sido lenta y gradual. A veces dolorosa. Pero de alguna manera, mientras había estado distraída con baños de mar y paseos por el campo y lecciones de tiro —y absolutamente ningún bordado— lo imposible había ocurrido.

Su corazón se había sanado.—Soy una chica diferente ahora —le dijo ella, irguiéndose—. Más fuerte. Maldita sea, no soy

una chica en absoluto, soy una mujer.Christian curvó la boca en una ligera y apreciativa sonrisa. —Eso puedo verlo.—Entonces deberías entender y creerme cuando digo esto: no voy a dejar que me lastimes de

nuevo.Él la miró fijamente durante unos momentos. —Entiendo, y te creo. —dijo entonces sin alterar la voz—. Tengo mucho que me gustaría

decirte, pero prefiero no decirlo a punta de pistola. Si te doy mi palabra de que no te tocaré, ¿bajarás la pistola?

Ella negó con la cabeza.—Violet. —Su voz adquirió un tono más oscuro—. Podría quitarte el arma si quisiera. Pero

podría hacerte daño en el proceso, y preferiría no herirte otra vez.Ella exhaló lentamente. Luego bajó la pistola a su regazo. Eso era todo lo que le concedería.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Estoy escuchando.Él se acercó más. —La forma en que te traté fue inexcusable. Me merezco tu desprecio. Puedo ver cómo has

cambiado, y eso me enorgullece. Eres más valiente y más fuerte y estás más hermosa que nunca. Quiero que sepas que también he cambiado en este tiempo que hemos estado separados. Aunque no de la forma más encantadora. —Lentamente le tomó la mano libre y se la llevó a la cara, trazando su dedo por la pendiente escarpada de su nariz—. ¿Sientes esto?

—Está rota.Él asintió con la cabeza. —Dos veces. A propósito. Parte de mi entrenamiento. Tenía que practicar sufriendo de dolor,

ves. De manera que yo respondiera sólo en bretón, no en inglés. —Él cerró la mano de ella en un puño y golpeó juguetonamente contra su nariz—. Corentin Morvan eo ma anv. Mi nombre es Corentin Morvan. —Le deslizó el dedo por la cicatriz en su garganta—. Me a zo un tamm peizant. Soy un humilde jornalero. —Él puso los dos dedos de Violet contra su corazón como una pistola—. N'ouzon netra. No sé nada. Lo juro por la Virgen que es la verdad.

—Suena como una tortura.—Lo fue, pero era necesario. Por mi propia seguridad y para proteger la seguridad de los

demás. —Él besó su mano y la mantuvo entre las suyas—. Arrasaron con ese hijo de duque despreocupado e imberbe y dejaron un humilde jornalero en su lugar. Pero nunca te eliminaron de mi corazón. —La miró profundamente a los ojos—. Te amo.

Ella sintió que el corazón le retumbó contra las costillas.—Te amo, Violet. Te amé entonces. Te amo ahora. Nunca dejaré de amarte.Sus palabras la abrumaron al punto de la muda parálisis. Oh, cuanto quería creerle. Pero no

tenía ningún sentido racional.Finalmente, se las arregló para una pequeña sacudida de cabeza.—No puede ser verdad.—Es verdad. Créeme, amor. He paleado tanta mierda real en el último año que he perdido la

paciencia con el estilo figurativo. —Él le volteó la palma hacia arriba y se la quedó mirando, como si pudiera leer su fortuna allí. Su pulgar trazó un círculo en el centro de la palma—. He sido humillado, de muchas maneras. Sólo soy un pequeño engranaje de una gran máquina, prescindible y sin importancia. He aprendido lo que es trabajar duro, durante largas horas con muy poca comida.

Ella creía esta parte, sin duda. La evidencia estaba escrita sobre él. Cuando había estado presionada contra él en la despensa, había sentido lo esbelto que estaba su cuerpo ahora, todo músculo y tendones. Su rostro estaba moreno y curtido por la exposición regular al sol. Y sus manos... Ella sentía los callos en el dedo pulgar mientras le acariciaba la palma.

—Más que nada —dijo—, he sido humillado por la calidad extensa e ineludible de mi propia estupidez. Mi arrogancia colosal. Pensé que podría compartir esa noche contigo y luego ir a cumplir mi misión sin que me afectara. Estaba equivocado. Tan terriblemente equivocado. Violet, he pensado en ti todos los días. Soñado contigo todas las noches. Anhelándote en cada momento privado y leído detenidamente las cartas de mi casa buscando cualquier palabra de tu…

—¿Cartas de tu casa? Pero dijiste que tu familia no sabía dónde estabas.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—No lo saben. Escriben a una dirección en Antigua, y las cartas son desviadas. Una vez cada pocos meses o algo así, me dan permiso para "visitar a mi madre", lo que significa un viaje a nuestra base regional. Allí, me siento en una pequeña habitación a leer sus cartas y responderlas. Es la única oportunidad que tengo para leer o escribir en inglés. Por lo demás, es la única oportunidad que tengo de leer algo. No he leído un libro en un año.

—Oh. Que privación. —Ella dijo las palabras sin ningún atisbo de ironía. Para ella, estar sin libros sería una prueba tan grande como estar sin comida.

—En una de sus cartas, mi hermana mencionó que habías venido a Solteronas… —Contuvo el apodo burlón y comenzó de nuevo—. Spindle Cove. —Le soltó la mano y extendió la suya para acariciarle la mejilla—. Me encantaba pensar que estabas sólo al otro lado del Canal. Sobre todo, me encantaba saber que no estabas casada con otro hombre.

—No estoy casada aún, querrás decir. Mi familia perdió la paciencia. Mi madre insiste en que vuelva a Londres y encuentre un marido. El carruaje de la familia viene por mí mañana.

—Lo sé. —Él soltó un suspiro entrecortado—. Es por eso que estaba decidido a venir esta noche. Creo que hubiera cruzado a nado el Canal, si no hubiera habido otra manera.

—Pero ¿cómo diablos has llegado hasta aquí?—La semana pasada, tuve mi día habitual para la correspondencia. Y había una carta de mi

hermana. Ella decía que ibas a volver a Londres, y que estabas destinada a ser su gran proyecto para casarte esta primavera. Cuando leí esas palabras, mi corazón se hundió como una piedra. Teníamos una pequeña embarcación haciendo el cruce a Hastings. Negocié todos los favores que me debían, dejé caer el nombre de mi padre en varias ocasiones. Hice de todo menos ponerme de rodillas y suplicar. Finalmente me dieron permiso para hacer el viaje, y cuando estábamos a un paso de distancia de Spindle Cove, tomé una chalupa. Esa parte no salió como estaba previsto. Se estrelló la maldita cosa contra una roca. De alguna forma tengo que encontrar un nuevo bote a tiempo para alcanzar el barco que sale al amanecer. Pero antes de irme...

Él se acercó a donde estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, envolviendo sus brazos y piernas alrededor de ella.

—¿Puedo convencerte que esperes por mí? Soy un tercer hijo, por lo que no voy a heredar nada. Mis perspectivas materiales fueron siempre modestas, y ahora he arruinado mi apuesta apariencia.

Ella empezó a hablar, pero él la interrumpió con la rápida picadura de abeja de un beso. La dejó aturdida y palpitante. Sólo un poco inflamada en algunos lugares.

—No puedo imaginar una vida sin ti, Violet. No voy a insistir en tu mano todavía. Pero si me dices que me esperarás, sólo esperar hasta que esta loca guerra se termine, y darme una oportunidad para conquistarte, lo consideraría el mejor regalo de Navidad que he recibido.

Violet lo miró fijamente, tratando de descifrarlo. Había tejido una bonita historia para ella en este salón de baile. Un relato que lo distinguía como un gran héroe al servicio de la Corona para vengar a su hermano caído, en secreto amándola todo el tiempo. Quería confiar en él tan desesperadamente. Y era precisamente ese desesperado deseo de creer lo que la hacía dudar de su propio juicio. Él había hecho todo esto antes: la había hecho sentirse querida y adorada una noche, luego se había ido, con apenas una palabra al día siguiente. Le había llevado casi un año recuperarse.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Tal vez ella no era la verdadera razón por la que había venido. Quizás él la estaba usando otra vez, alimentándola con las palabras que quería oír, dándole las sensaciones que quería sentir... de manera que él pudiera conseguir todo lo que quería y desaparecer. Con su propia percepción tan nublada por años de enamoramiento, ¿cómo podía estar segura?

Sobre ellos, la araña de luces tembló y se tambaleó.Los ojos de Christian se abrieron como platos.Pasos.Se apartaron en silencio. Christian apagó la vela con los dedos. El olor acre del humo de las

velas llenó el aire.El ruido del tintineo de la araña de luces se tranquilizó cuando los pasos se detuvieron.Violet contuvo el aliento, sin saber qué hacer.Podría gritar para pedir ayuda. Capturarían a Christian, lo detendrían, lo interrogarían. Tendría

la verdad.O podía confiar en él, en contra toda la evidencia anterior. Podía confiar en él y ayudarle a

escapar.—Júrame —susurró—. Júrame por el nombre de Frederick que estás diciendo la verdad.Sus ojos se encontraron con los suyos, tan sinceros como la noche de Sussex era oscura.—Lo juro. Lo juro por la tumba de mi hermano. Y por la vida de nuestro futuro hijo. —Cuando

su boca se abrió, él se encogió de hombros—. Sabes que tendremos que llamar a nuestro primer hijo Frederick.

—No compliques las cosas —suplicó—. No puedo pensar cuando hablas así.—¿No fue un momento precioso antes, entre Rycliff y su esposa? No pude evitar desear que

fuéramos nosotros. —Él le tocó el brazo—. Algún día.Su corazón saltó alegremente en su pecho. Se llevó una mano al pecho, tratando de calmarlo.Y entonces, justo cuando sus palabras la habían hecho olvidarse de ellos, los pasos se

reanudaron. Más fuertes, y con un ritmo más pausado. Alguien se dirigía hacia las escaleras.Sin discutir y en perfecta armonía, ambos se pusieron de pie.Él le hizo una seña para que Violet le pasara la pistola. —Esa es mi señal para irme.—Oh, no, no lo harás.Ella apretó su agarre en la pistola y lo agarró por la muñeca con la otra mano, tirando de él

hacia el mismo conjunto de puertas del jardín por el que había irrumpido hace unas horas.—Esta vez, no te vas sin mí.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

CAPÍTULO 06CAPÍTULO 06

Christian estaba preocupado mientras corrían a través de la noche hacia el pequeño pueblo de Spindle Cove. Preocupado porque pronto los echarían de menos. Le preocupaba que Violet no llevara su capa, y que esas sandalias de seda poco prácticas no pudieran proteger sus pies del terreno cubierto de escarcha. Le preocupaba que ella nunca lo perdonara y de cualquier modo, él no merecía su perdón.

Pero no le preocupaba que ella lo estuviera guiando.Violet sabía exactamente hacia adonde lo llevaba. Sabía cómo evadir los perros que ladraban y

los charcos congelados del camino. No tropezaba, o se encogía, ni se detenía para tomar aire, o se agarraba su costado rogando por un descanso. Se movía con rapidez y seguridad a través de la noche. Implacable.

En algún lugar se escuchó el llamado de un búho:—¿Quién? — y Christian se hizo eco del sentimiento.¿Quién? ¿Quién era esta intrépida mujer que empuñaba un arma y qué había hecho con su

vecina Violet, la dulce y callada Violet?Ella había cambiado, dijo. Claro que sí. ¿Acaso no había cambiado él durante el último año?

Había sido estúpido de su parte haber soñado lo contrario. Christian la había aferrado en su recuerdo, puesto bajo un cristal para atesorarla y admirarla, como si ella fuera un espécimen disecado. Pero Violet era una criatura viva. Cambiante, que crecía, se adaptaba. Una belleza en movimiento, con esa seda esmeralda fluyendo en la noche.

Christian tenía que enfrentar los hechos. Él no deseaba a Violet de la misma forma que antes.La deseaba más. Mucho, mucho más.Cuando llegaron al pueblo, aminoraron la marcha. Se movieron en silencio entre las sombras.—Lord Rycliff envió a Rufus y a Dawes a custodiar la casa de huéspedes —susurró ella—.

Tendremos que cuidarnos de ellos.Violet lo guió para escabullirse por una esquina cerca de la plaza del pueblo y juntos se

acurrucaron en la puerta de entrada de una tienda. Todas las cosas de Bright, se leía en el cartel de la puerta.

Christian deseó que la promesa de Todas las cosas incluyera unos botes pequeños.Ella probó el pestillo de la puerta. Cerrada, por supuesto. Sin decir palabra, tomó una horquilla

para el pelo y se la entregó a Christian.Él se quedó mirándola. —¿Qué te hace pensar que sé cómo abrir una cerradura? —susurró él—. ¿Sólo porque soy un

espía?—No. Porque siempre robabas el dinero de tu padre del cajón de su escritorio.Maldición. En verdad había estado prestando atención.—No lo he hecho en una década. —De cualquier modo, tomó la horquilla. Luego de unos

minutos de generosa exploración y de alguna declarada persuasión, la cerradura respondió—.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Buena chica —murmuró él, girando el pestillo y abrió la puerta abierta sin hacer ruido, gracias a su bisagra bien aceitada.

Entraron a la tienda. La luz de la luna bañó la habitación con un brillo lechoso. Echando un vistazo a las estanterías, Christian espió los rollos de tela apilados hasta el techo. Botellas de tinta alineadas como soldados. Filas de bobinas de cintas.

Ningún bote.—¿Para qué estamos aquí?—Una lámpara —dijo ella, dejando la pistola a un lado—, si puedes llamarla así. Sally Bright me

la mostró una tarde. Dijo que una vez perteneció a su padre.Levatándose las faldas hasta los tobillos, Violet trepó una pequeña escalera y alcanzó el objeto

que estaba en una repisa.—Casi la tengo…—refunfuñó. Luego anunció triunfante —. Ya está.Descendió y apoyó la lámpara sobre el mostrador. Christian la reconoció al instante. Era un

pequeño cilindro hecho de estaño, enfundado con un disco de metal plisado y entallado con un largo y estrecho pico adherido hacia fuera. Parecía como la cabeza de un disparejo muñeco de nieve. Una cara pequeña, un sombrero redondo y una enorme nariz de zanahoria.

—Una linterna de contrabandista —dijo él.Ella asintió. —Voy a utilizarla para guiarte fuera de la caleta. Inventaremos un sistema de señales. De otro

modo, encallarás y te hundirás de nuevo.Christian lo consideró. Esa caleta tenía más rocas que dientes un tiburón. Tenía que reconocer

que la idea de Violet era inteligente, pero…—No puedo permitir que tomes ese riesgo. Si nos ven desde el castillo, los hombres podrían

disparar.—La luz no se verá desde el acantilado del castillo. Ese es el punto de una linterna de

contrabandista.—Lo sé. —Levantó esa cosa y la giró entre sus manos. El dispositivo estaba diseñado para

arrojar con precisión un angosto de rayo de luz hacia el mar. Una señal que alguien a bordo de un barco pudiera ver, si la estuviera buscando, pero una que no pudiera ser vista por otros desde la costa—. Aún así, no me gusta la idea de que tú…

—Christian, si te ayudo a escapar, voy a ayudarte de verdad. No sólo decirte adiós y ver como te mueres ahogado.

—Gracias. —Puso sus manos sobre las de ella—. Por no desear que muera ahogado. Sólo eso es más de lo que merezco.

Con un movimiento enérgico ella retiró sus manos. —Aún no he tomado mi decisión respecto al resto.En el silencio, Christian expresó sus peores temores. —No puedes perdoname. No me quieres a tu lado. —No dije eso.Tampoco lo refutó. Simplemente se dirigió a llenar la pequeña reserva de la linterna con

combustible y preparó la mecha.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

En el pecho de Christian, la desesperación se enredó con la desesperanza.—Maldición. —Se pasó una mano por el cabello—. ¿Por qué me querrías? Sólo mira esta

noche. Una vez más, estás arriesgando tu salud y reputación por mí, cuando debería ser yo el que te defendiera. Batiéndome a duelo para preservar tu honor. Rescatándote de una casa en llamas. Salvando tu gato. Algo, cualquier cosa, para probarme a mí mismo. En cambio, no te he dado nada más que dolor.

Ella hizo una pausa. —Bueno. Una vez me salvaste de un incendio.Christian frunció el ceño. —¿Lo hice? ¿Cuándo fue eso?—Yo tenía ocho años. Tú tendrías… ¿catorce? Era una noche de otoño cerca de Todos los

Santos y las niñas fuimos al altillo con la idea de jugar a la adivina. ¿Seguro que no te acuerdas?Él recordaba, ahora que le pintaba la escena. El juego había sido una idea de las niñas. Su

hermana Annabel siempre había sido muy amiga de Poppy Winterbottom, y algunas veces permitían que Violet se les uniera. Christian, como siempre, se había sentido feliz de tener la oportunidad de hacer diabluras. Él y Frederick se habían escondido en la ventana de la buhardilla, riéndose mientras las niñas encendían solemnemente las candelas e invocaban a los espíritus del más allá.

—Estaba aterrorizada de estar allí —dijo Violet—. Mi niñera me había contado muchas historias de horror acerca de vampiros y bestias acechando en el ático. Para evitar que lo explorara, estoy segura. Y luego Frederick, bendito sea, saltó por detrás de esa cortina…

—Sí. Lo recuerdo.Sorprendida, la pequeña Violet había gritado y girado y cuando lo hizo, batió el fleco del chal

justo a través de la llama de la vela. En cuestión de momentos, la tela barata ardió en llamas. Afortunadamente, Christian estaba en la posición correcta para tirar de las cortinas y sofocar las llamas.

—Si no hubiese sido por ti, podría haberme quemado —dijo ella—. Y con lo que pasó, perdí unos buenos centímetros de mi trenza. La casa olió a cabello quemado por días. Mis padres estaban furiosos.

—¿Tus padres estaban furiosos? —dijo Christian riendo, recordando su trasero ampollado—. Comí todas mis comidas de pie durante la semana siguiente.

—Lo sé. —Su voz se volvió pensativa—. Lo sé. Y eso es lo que nunca entendí. No fue tu culpa. Tú me salvaste, pero cargaste con toda la culpa.

—Lo hice de buena gana. —Se encogió de hombros—. De verdad fue mi culpa. Todas sabían que era una persona revoltosa. Frederick nunca hubiera estado en esa buhardilla si no hubiera sido por mí. Y además, aguantaba las palizas mucho mejor que él.

Mientras hablaba de su hermano, la garganta de Christian se hinchaba con incomodidad. Sus ojos comenzaron a dolerle.

—No era que Frederick fuera débil. Para nada. Él era valiente, decente y… —Golpeó el mostrador con el puño—. Y tan endiabladamente bueno. No era la paliza lo que lo hería. Él no soportaba que papá se enojara con él. Yo, por otro lado, estaba bien acostumbrado a ese

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

sentimiento. —La miró con una sonrisa irónica—. Tú me conoces, Violet. Siempre he sido La Decepción.

Ella dejó de juguetear con la lámpara. —Christian…Él alejó la pena de su tono. —Es por eso que me comprometí en esto. El trabajo de campo. Cuando lo perdimos, mis padres

perdieron el orgullo de la familia. Yo siempre estoy en apuros y George es… Bueno, él es George. Nació hace cincuenta y ocho años atrás, creo. Pero estaban tan condenadamente orgullosos de Frederick, y quise devolverles ese sentimiento. Quise ser un hijo del que pudieran sentirse orgullosos.

—Oh, Christian. —Violet rodeó el mostrador—. Siempre han estado orgullosos de ti.Christian exhaló. —Dificilmente. Sólo mira lo que te he hecho a ti. En la víspera de mi supuesta redención, te

lanzé mi peor trampa. Si alguien tratara a mi propia hermana de esa manera… Si algún otro canalla llegara a tocarte, Violet… —Christian maldijo, alejándose del mostrador—. Mataría a ese bastardo.

Se paseaba de un lado a otro. Maldición, esto era intolerable. Cualquiera fuera el curso que tomara, le fallaba a alguien. Si volvía a casa para casarse con Violet, abandonaría su deber. Deshonrando el mismo nombre que deseaba que ella adoptara como propio. Pero si permitía que ella volviera a Londres sin él, se arriesgaba a perderla para siempre y perder toda oportunidad de enmendar sus fechorías.

Sumado a ello, sabía que nada de lo hecho, en este lado del Canal o del otro, compensaría alguna vez la pérdida de Frederick. Ni en una pequeña porción.

Nunca se había sentido tan despreciable o tan poco digno de ella.—¿Vamos por el bote? —preguntó ella.¿Qué importaba? ¿Qué importaba todo?—Al diablo con el bote.

Violet se encogió al verlo ir y venir de un lado a otro. Su agitación era evidente. Tenía que calmarlo de alguna manera o llamarían la atención. Aaron Dawes y Rufus Bright estaban en algún lugar cerca, vigilando el Rubí de la Reina y el resto del pueblo.

—Sé que estás enojado —dijo ella.—Maldita sea, vaya que tienes razón, estoy enojado.—Estás enojado porque mataron a Frederick. Es perfectamente natural.—Es perfectamente tonto, eso es lo que es. —Cubrió la distancia de la habitación en tres largas

zancadas, luego volvió sobre sus talones—. No debería haber sido él. Debería haber sido yo.—No. Christian, por favor no hables así. No hubieras podido salvarlo y no puedes traerlo de

vuelta. Pero lo amamos y honramos su memoria. Y lo extrañamos. Muchísimo.Christian se detuvo de golpe.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Lo he extrañado. —Giró su cabeza abruptamente, y su mirada atrapó la de ella—. Pero no tanto como te he extrañado a ti, lo que me hace sentir aún peor.

Mientras la observaba, su pecho se elevaba y caía. —Cada mañana, Violet. Cada mañana, debería haberme levantado pensando en Frederick.

Agradeciendo a Dios por cada pequeña parte que pudiera actuar para vengar su muerte. En cambio, cada mañana despertaba deseándote. Deseando poder pasear por la plaza para encontrarte allí esperando con los perros. Viéndote tan encantadora como el amanecer. Una pequeña sonrisa en tu rostro, porque acababas de desentrañar una nueva traducción. — Se aclaró la garganta—. Como esta: Tumi amar jeeboner dhruvotara.

Ella ladeó la cabeza, desconcertada por la frase. —Eso no es indostaní.—Bengalí. Significa “eres la estrella que brilla en mi vida”.— Las dulces palabras tenían el filo de

la frustración, no de la ternura. Sus nudillos crujieron—. Evidentemente, estaba guardándomela. Para la mañana oportuna.

Una fuerte punzada en su corazón dejó a Violet sin aire.Él la amaba. De verdad la amaba.Christian maldijo y reanudó su paso de un lado a otro, con las manos cerradas en un puño a

ambos costados del cuerpo. —Pero ahora, nunca habrá una mañana oportuna para nosotros. Entonces sí, estoy enojado.

Estoy endemoniadamente furioso conmigo por haberlos perdido a los dos, a ti y a Frederick, para siempre. Y tengo muchas, muchas, muchas ganas de golpear algo.

Se paró en seco, mirando la fila de vajilla y ella se puso nerviosa. Si golpeaba con el puño esa estantería, el ruido sería alarmante.

—Toma. —Violet se lanzó por detrás del mostrador—. Golpea esto.En la esquina de la tienda había un maniquí, que llevaba puesto un moteado vestido de

muselina y con un bonete de paja, de ala ancha. Los Bright lo usaban para exhibir la nueva mercadería.

Violet sostuvo el maniquí por la cintura y lo giró sobre sus ruedas. —Vamos —dijo—. Hazlo.Por un tenso momento, Christian miró el maniquí. Violet se encontraba a un costado, sentía un

cosquilleo en el cuello por el temor. La furia de Christian era palpable, aún desde el otro lado de la tienda.

Al final, Christian levantó el puño y lo atacó con fiereza.Se detuvo en seco en el último momento.Y dejó caer el puño.—No puedo —dijo, sonriendo—. No puedo golpear a una mujer.Violet rió. —Nellie no es una mujer real.—¿Ella tiene nombre? —Alejándose del manequí, levantó las manos—. Eso sella el asunto.

Demasiado para arrojar puñetazos.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Apoyó ambos puños sobre el mostrador y se inclinó sobre ellos, apoyando la frente sobre la madera lustrada. Un sonido de salvaje angustia salió de su pecho.

Violet no soportaba verlo sufir de ese modo. Las lágrimas empañaron sus ojos mientras se le acercaba y apoyaba una mano en su hombro.

—Christian, lo lamento mucho. Lo lamento muchísimo. Sé cuanto lo amabas.—Nunca se lo dije.Ella le acarició los tensos músculos del cuello, recorriendo con sus dedos los pesados mechones

de pelo de su nuca. —Él lo sabía. Claro que lo sabía.—Tú no lo sabías. —Levantó la cabeza—. Debí habertelo dicho, Violet. Debí decírselo a los dos,

todos los días.Una sola lágrima recorrió su mejilla. —Lo sé ahora.La rodeó con sus brazos. En la débil luz, sus ojos se veían salvajes por la emoción. —¿Lo dices en serio?En respuesta, lo besó. Rodeó su cuello con ambas manos y atrajo su cabeza hacia abajo para

poder besar su mandíbula, su mejilla, la pequeña cicatríz a lo largo de su garganta. Incluso besó la accidentada pendiente de su nariz rota.

Y luego los labios de Christian encontraron los de ella. Calientes, desesperados. Sus brazos la rodearon mientras la besaba, sus manos grandes aferraron puñados de su vestido. Los pechos de Violet se apretaban y dolían contra el duro pecho de Christian. Ella quería que la sostuviera así para siempre, tan firmemente que no existiera lugar para secretos.

El beso de Christian era implacable, intenso, embuído de toda la pasión con la que siempre había vivido su vida. La besaba como si esto fuera la vida misma, el único momento que tendrían juntos. Y ella lo besaba del mismo modo, sin reprimirse nada. Violet no sería tímida esta noche. No dejaría emoción sin expresar, ni deseo sin cumplir. Quería acariciar, explorar y poseer cada parte de él, de su cuerpo y alma.

Los bañó un destello de luz originado desde afuera de la tienda.Christian se quedó quieto. —¿Quién está alli? —susurró entre los labios de ella.—Dawes and Rufus —dijo ella—. Rápido, escóndete.Lo empujó hacia la despensa, en el fondo de la tienda. Dentro del armario esperaron jadeantes

en la oscuridad. Escuchando.Por favor, rezó Violet. Por favor, que sigan de largo.La puerta de entrada de la tienda se abrió. —¿Hola?Maldición.—Espera aquí —susurró rigurosamente a Christian—. Saldré yo.—No voy a dejar que salgas sola.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Son sólo los dos milicianos que Lord Rycliff asignó para vigilar el pueblo. Los otros no pudieron habernos encontrado aún. Esos hombres me conocen. Hablaré con ellos para salir de esto, tal como hice en la cocina de Summerfield.

—Pero se supone que debes estar en Summerfield. No hay razón para que estés aquí.—Inventaré una. —Buscó en su cabeza alguna idea—. Yo… les diré que tenía algunas

necesidades femeninas porque estoy con mi periodo. Créeme, eso acallará cualquier pregunta. Los hombres nunca insisten en detalles.

Él agarró firmemente su brazo. —Pero, Violet…—Shhh. No hagas ruido. —Ella abrió la puerta, diciendo mientras salía—: No se alarmen,

señores. No hay intrusos. Sólo soy yo.Cerró la puerta del armario y giró.—¿Y quien diablos eres tú? —Un hombre levantó una lámpara, cegándola momentáneamente.

Apenas podía verlo. Sin embargo, Violet supo instantáneamente dos cosas. Primero, ese hombre no era ni Aaron Dawes ni Rufus Bright. Era alguien que nunca había visto antes, pero conocía bien su reputación. Su mala reputación.

Segundo, sabía que debía mantener a Christian escondido a toda costa. Después de esta noche, ella entendía por qué había rogado que lo asignaran a Bretania. Y supo que Christian quedaría destruido si esta misión se veía comprometida.

Con dedos temblorosos, deslizó el pestillo de la puerta de la despensa, dejando a Christian a salvo. Usando la punta de su chinela acomodó el maniquí Nellie frente a la puerta para mitigar cualquier ruido o movimiento.

Y luego giró para enfrentarse al intruso, al señor Roland Bright. El padre díscolo de Sally, Finn y Rufus. Nunca había visto a ese hombre, pero su impactante pelo rubio lo había identificado al instante.

—Respóndeme, jovencita. —Movió la lámpara en la cara de ella—¿Quién eres tú? ¿Y qué crees que estás haciendo en mi tienda?

Violet tragó con fuerza. —Soy Violet Winterbottom. Y no quería dañar nada, señor. Me levanté en la noche con un…—

cruzó un brazo sobre su estómago—. Con un dolor femenino. No quise molestar a Sally, entonces…

—Entonces viniste a robarme.—No es así, señor. —Violet tragó saliva.El labio superior del señor Bright se curvó mientras le dirigía una fría mirada de pies a cabeza.—Te levantaste en la noche vestida con un traje de seda.—Estaba tan cansada que me quedé dormida vestida. Tonta de mí. —Violet se alejó de la

despensa, de nuevo hacia el mostrador donde había dejado la pistola. No quería tener que usar el arma, pero se sentía contenta de saber cómo utilizarlo.

Pero primero tenía que encontrarla.Sólo algunos pasos hacia el costado…Él comenzó a reir y ella captó el olor a ron saliendo de su respiración.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—¿Un dolor femenino, dices? Estoy deseando adivinar de qué se trata. Tu pequeño coño se estaba quejando, tiene hambre de pene.

Violet se quedó helada. Nadie antes le había hablado de ese modo. Esas crudas palabras tuvieron el efecto que ese hombre deseaba probablemente. Se sintió pequeña y con náuseas.

—No… no entiendo qué quiere decir.—Claro que sí, bruja libidinosa. —Su bota hizo un pesado ruido al avanzar hacia ella—. ¿Crees

que no sé que clase de palomas mancilladas vienen a este pueblo últimamente? Enviadas aquí por sus familias de clase alta que no soportan seguir mirando sus rostros sucios. Esa casa de huéspedes…—giró su cabeza y escupió—. No es otra cosa que una casa de putas de clase alta con cortinas de encaje.

—Eso no es verdad. Violet dio otro paso hacia atrás. El extremo del mostrador tocó su columna.Tan cerca.Se dispuso a no mirar hacia la pistola. Necesitaba la ventaja del factor sorpresa. En cambio,

mantuvo sus ojos fijos en ese rostro desagradable y lascivo.—Las damas en el Rubí de la Reina son bastante virtuosas. —La mayoría.—Excepto tú, pareciera. Saliste para encontrarte con alguien esta noche, adivino. ¿Viniste por

unos condones de mi estantería primero? ¿Un poco de vinagre y una esponja, antes de ir a revolcarte con un granjero? La clase alta no puede arriesgarse a tener un mocoso de humilde cuna. —Su expresión burlona reveló una dentadura grisácea—. Eres una astuta y pequeña zorra.

Ella se aferró del extremo del mostrador mientras sus palabras la llevaban a un rincón oscuro y vegonzoso. Astuta y pequeña zorra.

Esa era la razón por la que Violet nunca había confiado a nadie esa noche con Christian.¿Cómo podía admitir que había entregado su virtud tan fácilmente? Todas sabían que las

jovenes bien criadas no hacían esas cosas. Había temido que la marcaran como una perdida, una licenciosa. Una astuta zorra.

Y una parte de ella había temido que pudieran tener razón.Pero no. No era cierto. No había habido nada obsceno o sórdido respecto a lo que ella y

Christian habían compartido. Nada malo acerca de lo que sentían el uno por el otro, en ese momento o ahora. Él la amaba y ella a él.

Ella lo amaba. Siempre lo había amado.—No soy una…—Ella enderezó su columna—. No soy una zorra.—Bien, entonces. —Las pupilas negras de sus ojos brillaron. Con ominosa deliberación, dejó la

lámpara a un lado—. Quizás te convierta en una.El bruto trató de agarrarla.Violet giró y se movió frenética buscando la pistola.Oh. Dios. No estaba ahí. No estaba ahí.El pestillo de la puerta de la despensa comenzó a sacudirse. Christian estaba tratando de forzar

su salida.Con un gruñido, Roland Bright se giró hacia el ruido. Una risita amenzadora surgió de su pecho.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—¿Es tu enamorado?Dejó a Violet y fue a investigar la fuente del ruido. Pero antes sacó el cuchillo de su cintura.Oh, Dios. Christian.Violet se subió al mostrador y se deslizó por el costado de la tienda. Abrió cajón tras cajón.Tijeras. Había tijeras ahí, para cortar tela y cintas. En algún lugar. Las encontraría y las usaría.

Para salvar a Christian, apuñalaría a ese desagradable patán en el riñón y no sentiría remordimiento.

Bang.Violet levantó la cabeza, justo a tiempo para ver explotar la habitación. Pedazos blancos

volaban en todas direcciones.El maniquí Nellie se impulsó con la fuerza de la bala, tambaléandose fuera de la despensa y

tirando a Roland Bright al suelo. Como una indignada mujer sin cabeza, cargada con su propio poder. La cabeza de Bright hizo un agudo estallido cuando conectó con el suelo.

Cuando el polvo, o pelusa, desaparecieron, Violet vio a Christian, con la pistola en la mano, golpeando para salir a través de la puerta de la despensa.

Violet se llevó una mano al pecho, abrumada. Con ese disparo, Christian había arriesgado todo. Su vida, su misión, el nombre de su familia. Pero él solo pensó en Violet.

—¿Te lastimó? —preguntó—. ¿De alguna forma?—Estoy bien.Él se paró sobre Roland Bright y le golpeó el hombro con la bota.—¿Le disparaste?—No lo creo, desafortunadamente. Sólo está inconsciente. Christian lo tomó por el cuello y golpeó la parte de atrás de su cabeza con la culeta de la

pistola. Luego lo soltó, permitiendo que su fea cara cayera al piso con un golpe seco.—Bien. —Jadeó para tomar aire—. Necesitaba esto.Una risa nerviosa salió de la garganta de Violet cuando observó la escena. El insconsciente

Roland Bright tumbado inerte, inmovilizado en el suelo por un maniquí destripado que llevaba puesto una muselina moteada. Pedazos de algodón caían al suelo como nieve recién caída.

No había manera de encubrir este clamor. Ya escuchaba gritos y pasos. Debía olvidarse de engañar a Rycliff y a sus hombres. El pueblo entero había despertado. En cualquier momento serían descubiertos.

Ella buscó la linterna de contrabando. Luego sus ojos encontraron los de Christian y llegaron inmediatamente a un acuerdo silencioso.

Correr.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

CAPÍTULO 07CAPÍTULO 07

Con las manos entrelazadas, salieron corriendo de la tienda. Violet tenía la intención de guiarlo rodeando la esquina, así podrían bajar por una de las calles mas pequeñas y oscuras. Pero vislumbró una luz de antorcha viniendo del callejón.

—Por aquí. —Cambiando el curso a medio camino, lo guió en una carrera loca a través del callejón hacia la plaza. Corrieron de árbol a árbol. Detrás de ellos, los curiosos habitantes de Spindle Cove salían a las calles. Violet rezaba para que la atención estuviera puesta en la tienda y no en el par de amantes encubiertos en las sombras que se dirigían hacia Santa Ursula.

—Aquí. —Lo empujó hacia el hueco de la puerta lateral de la catedral gótica—. Esperaremos aquí hasta que sea seguro continuar.

Por detrás de la columna de piedra, espió la plaza. Vio a Aaron Daves y a Rufus con sus uniformes. Odiaba que el pobre Rufus encontrara a su padre de ese modo, pero por lo que sabía de la historia de la familia Bright, no sería la primera vez.

Los habitantes salían de sus hogares, para ver qué había causado la conmoción.—Una vez que la atención de todos se focalice en Todas las cosas —dijo ella—, huiremos.Se volvió a Christian y lo encontró mirándola.—Dios mío, Violet. Mírate. Eres increíble.Violet se sonrojó. Después de todo este tiempo, era agradable que se fijaran en ella.Él la tomó por los hombros y la giró para lo enfrentara. —Debes saber cuanto lo siento y cuánto me importas. Quiero compensarte y lo haré. Si sólo me

esperas. ¿Es mucho para tu corazón?—Christian… desde que era una muchacha mi corazón te ha esperado. Esperé todos estos años

para que te fijaras en mí. Y eso era cuando tú eras un joven imberbe de poco mérito. Hemos madurado ahora y mejorado nuestro carácter en el último año. Mi corazón puede hacer ahora mucho más que esperar. Puede mentir por ti, robar por ti, llevar tus secretos a la tumba. Estaba…—Su voz se quebró por un momento—… estaba dispuesta a matar por ti hace unos momentos.

Él frotó los brazos de Violet y maldijo. —Odio haberte puesto en esta situación.—Me malinterpretas. No estoy pidiendo que me tengas lástima. Estoy diciendo, que confies en

mí. Que pidas más de mí. — Violet tomó la mano de Christian y la apretó contra su pecho—. Este corazón puede hacer más que esperar. Este corazón podría amarte con tanta fuerza, tan intensamente, que sentirías la fuerza de él a través de toda Bretaña. O en Bali, de hecho. Pero debes darme algo más que vagas nociones de un futuro cortejo. Mis padres están decididos a verme casada. Tu propia hermana será mi casamentera. ¿Se supone que debo resitirme a todos, por Dios sabe cuanto tiempo, simplemente con la promesa de unos pocos helados de durazno en el parque y una noche o dos en Vauxhall?

—No puedo ofrecerte otra cosa —dijo él—. A menos que abandone mi misión, termine mi carrera y colme de vergüenza a toda mi familia. No puedo hacerles eso, Violet. No después de todo lo que ha pasado.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—No te pediría eso. No quiero pedirte nada. ¿No puedes entenderlo? Hay una pregunta que quiero que me hagas.

La expresión de Christian cambió. —Oh.—Una pregunta bastante importante.Él parpadeó. —Ya veo.¿Era así? Si se había dado cuenta, no mostraba intención de hacerlo. Quizás no estaba

preparado para ir tan lejos. Pero ahora que ella había dicho tanto, no podía echarse atrás.—Pasé mucho tiempo en los rincones. Viéndote vivir tu vida al máximo y esperando

pacientemente llamar tu atención algún día. No puedo seguir esperando así más tiempo. — Christian bajó la mirada y ella bajó la cabeza para encontrarla—. Todo sería diferente si… Si no estuviera esperando la fantasía de algún día, sino actuando fiel a mi compromiso.

Los brazos de Christian la estrecharon contra su pecho. —Violet. No me atreví siquiera a soñar que podrías aceptarme tan pronto. Primero mereces

que me arrastre y te desagravie mucho más. Pero si estás segura que quieres esto aquí, ahora…Ella asintió. En realidad, lo hubiera deseado en Londres, hace un año. Pero aquí y ahora sería

suficiente. —Sí. Lo quiero.Una sonrisa desconcertada y eufórica encendió el rostro de Christian. La había dominado

rápidamente, simulada bajo una compostura masculina. Pero no antes de que ella viera su emoción. Fue como un parpadeo de pura felicidad. A Violet le encantó que ella lo hubiera provocado.

Ella lo amaba.—Un momento. —Él retrocedió. Tiró de las solapas de su abrigo para enderezarlo, luego se

pasó ambas manos por el cabello para calmar las ondas alborotadas. Violet lo amó por ese adorable y pequeño gesto de vanidad. Aún con el cabello salvaje, el atuendo ordinario y su nariz dos veces rota, era el hombre más atractivo que conocía.

Giró para enfrentarla y tomó sus manos entre las de él. —Violet. Querida, dulce Violet.El corazón de Violet brincó. Aunque sabía bien lo que seguiría, su corazón insistía en rebotar de

alegría. Al fin, latía. Al fin, al fin.—Violet, yo…—Se detuvo, levantando una ceja.Ahora el corazón de Violet se contrajo. No, no te detengas. ¿Por qué te detienes?—Santo Señor. Estás temblando como una hoja.—Estoy bien. —Se obligó a decir a través del castañeo de sus dientes. Una ráfaga de viento

helado lastimó sus mejillas. Su nariz debía estar de un rojo brillante—. C-continúa.—Por Dios. —Envolvió sus brazos con los suyos, envolviéndola en una deliciosa y masculina

calidez—. Querida, sabes que caería de rodillas, rogaría tu perdón, elogiaría tus virtudes y suplicaría tu mano. Pero hace demasiado frío para discursos. Sólo quiero que sepas que te amo,

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

hasta el centro de tu valiente, hermosa y generosa alma. Y si me aceptas, no te pediré que me esperes otro día. Me casaré contigo aquí y ahora.

—¿Aquí y ahora? —Sin duda había escuchado mal—. Si eso fuera posible.Christian besó sus labios. —Es Navidad, Violet. Todo es posible.—No entiendo.Miró hacia la iglesia que emergía sobre ellos. —Sé que tendremos que hacerlo de nuevo algún día. Dentro de una de éstas, más que

escondidos afuera de la puerta. Con nuestras familias, amigos, un clérigo y una licencia, y todo el despilfarro de espuma que siempre soñaste. Estarás muy bella y yo tan orgulloso. —Él tocó su rostro—. Pero haré mis votos frente a ti ahora, en esta puerta, con Dios y todos los santos mirándonos. Y si me aceptas… desde esta noche en adelante, serás Lady Christian Pierce en mi corazón.

Su pulgar acarició la mejilla de Violet. Sus ojos fijos en ella, cálidos y fuertes. —Yo, Christian James, te tomo a ti, Violet Mary, como mi esposa. Para tenerte y sostenerte.

Para amarte, honrarte y cuidarte. Para sorprenderte, darte placer, hacerte sonreir. Para bailar en cada oportunidad. Para respetarte siempre y provocarte cuando corresponda. Para confiar en ti, cuando sea necesario. Para atesorarte, protegerte, admirarte…

Ella no pudo evitar reir con nerviosismo. —No creo que esas palabras estén en los votos.—Están en mis votos —dijo con seriedad—. Pero por una cuestión de tiempo, volveré a las

formas. Todo lo que respecta a la riqueza-pobreza, salud-enfermedad va sin mencionarlo. Y con alegría prometo serte fiel hasta que la muerte nos separe. —Su mano se deslizó en la de ella, estrechándola con codicia. Una emoción salvaje puso áspera su voz—. Necesito toda una vida contigo.

Ella comenzó a temblar y no por el frío.—Yo, Christian —susurró él—, te tomo a ti, Violet. Y rezo a Dios que tú consideres conveniente

tomarme.El corazón de Violet se derritió. Amaba tanto a este hombre que le dolía.—Christian —tomó las manos de él entre las suyas. Y susurró —, es hora de correr.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

CAPÍTULO 08CAPÍTULO 08

No había tiempo que perder.Ahora que todos estaban reunidos delante de la tienda Todas las Cosas, Violet supo que tenían

el camino libre alrededor de la iglesia y por el resto de la plaza a la casa del Rubí de la Reina, donde Violet y el resto de las damas se hospedaban.

Lo guió por detrás del edificio, por una entrada pequeña. Ella sospechaba por las luces de las ventanas del salón, que todas las damas se habían reunido en el gran salón del frente.

Violet avanzó por el pasillo y apoyó un oído en la pared.—Señoritas. — A través de la confusa conversación, reconoció la voz de Diana Highwood. Como

siempre, una voz de calma y razón—. Señoritas, por favor. Sé que las noticias que vienen de Summerfield son alarmantes, pero tengo fe que todo va a salir bien. El señor Dawes nos ha instruido para que permanezcamos juntas en el salón hasta que él regrese. La milicia está revisando el pueblo.

Violet se mordió el labio. Si la milicia buscaba en el resto del pueblo, significaba que el lugar más seguro para ella y Christian estaba ahí. Por el momento.

Las damas respondieron con otro coro de comentarios y Violet aprovechó el ruido. Tomó a Christian de la manga y lo empujó hacia las escaleras de atrás.

—¿Dónde me llevas? —susurró él, mientras se encaminaban por el pasillo desierto.Violet se llevó un dedo hasta los labios indicando silencio. Abrió la puerta de su dormitorio y lo

empujó adentro.Le costó una suprema paciencia no cerrar la puerta de un golpe. Pero Violet se forzó a sí misma

a hacerlo lentamente. Centímetro a tortuoso centímetro. Para cuando finalmente el pestillo giró con un suave click, su corazón debía haber latido cientos de veces.

Por último, giró hacia él en la habitación oscura. —No te estoy llevando a ningún lado. Solo estoy… tomándote.—Oh —exhaló él—. Gracias a Dios.Colocó sus manos sobre el pecho de él, y lo hizo retroceder hasta la cama. Cuando el colchón

golpeó la parte de atrás de sus rodillas, él se sentó sobre el cobertor. La tela crujió cuando ella levantó sus faldas, justo lo suficiente para sentarse sobre su regazo.

—Yo, Violet Mary, te tomo a ti, Christian James. —Ella tocó su mejilla—. Como mi esposo. Para tenerte y sostenerte. Para amarte y honrarte. En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza también. Y prometo serte fiel hasta que la muerte nos separe.

Las manos de Christian encontraron las de ella. —No prometiste obedecer.—No, no lo hice. —Ella lo besó en la mandíbula— ¿Qué tal si lo reemplazo con hacer el amor

apasionadamente en cada oportunidad posible?—Lo acepto y me alegro, siempre y cuando… —se quedó sin aliento cuando los labios de ella

rozaron su cuello.—¿Siempre y cuando qué? —Ella besó su oreja.

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Siempre y cuando esto cuente como una oportunidad.—Por supuesto. Es toda la luna de miel que podremos tener.Los brazos de Christian se aferraron a ella, y juntos cayeron sobre la cama. Besándose,

acariciándose, firmemente agarrados el uno al otro. Tirando inútilmente la ropa de uno y otro.Con una rápida y excitada flexión de brazos, Christian volteó a Violet boca abajo. Sus dedos

fuertes y toscos rasgaron las costuras de su vestido y las cintas de su corsé. Mientras sus prendas se aflojaban, podía sentir que la respiración de Christian se volvía más irregular. Su deseo incrementaba el de ella. Sintió la humedad entre sus piernas.

Él le levantó las faldas hasta la cintura. Su peso la cubrió mientras se ubicaba entre sus piernas extendidas. Violet estaba conmocionada. ¿Qué intentaba hacer?

Sintió el calor húmedo de su lengua contra su nuca. Mordió su hombro expuesto.—Algún día —gruñó contra su oído—, te tomaré de este modo.Con una mano, él le empujó las caderas hacia arriba y hacia atrás, pegando su inflamado sexo

contra el duro reborde de erección. Él empujó contra ella algunas veces, frotándola a través de sus pantalones y las enaguas de ella. Sus pechos doloridos se frotaban contra el cubrecama. Se encontró a sí misma montando los movimientos de Christian, anhelando más fricción. Era salvaje y animal, y se sentía muy, muy bien.

Luego él se detuvo, haciendo rodar su peso a un costado y levantándola de la cintura. La reposicionó para que se sentara sobre sus rodillas, a horcajadas sobre él, cara a cara. Besó su cuello y sus hombros, jalando hacia abajo la tela suelta.

—Y algún día —respiró—, me tomarás así. Lenta y dulcemente. Y nos besaremos por horas.Sosteniendo sus caderas en sus manos, balanceó su pelvis. Un gruñido de puro placer salió de

los labios de Violet.Más. Necesitaba más.Christian tiró del vestido y de su ropa interior más abajo, dejando sus brazos libres y luego

desnudándola hasta la cintura mientras ella se mecía contra él de modo instintivo.—Sí —gruñó él, tomando los pechos desnudos en sus manos y manoseando sus pezones

erectos —. Eres adorable. Tan hermosa.Ella no se detuvo a discutir que estaba demasiado oscuro para ver algo. Se sentía adorable y

hermosa en sus manos. Y lo mejor de todo, poderosa. Ella estableció su propio ritmo, deslizándose sobre su miembro rígido una y otra vez. Dejándose llevar más y más cerca del clímax.

Pero en el siguiente momento, él la despojó de todo su poder. Con una maldición entre dientes, la giró sobre su espalda y la desvistió.

—Por Dios, Violet. Cuando regrese, te haré el amor de cuarenta formas. Pero esta noche, creo que lo mejor es hacerlo simple.

Se movió entre las piernas de ella. Mientras Violet lo observaba, se quitó la camisa por la cabeza, dejándola a un lado. Sólo un débil brillo de luz penetraba en la pequeña habitación. Sin su camisa blanca, era un amante de sombras y humo. Ello lo buscó, deslizando sus manos sobre sus brazos, necesitando reafirmar que él era real. Lo sentía fuerte, sus músculos esculpidos bajo sus palmas. Ella movía sus caderas, desesperada por más contacto.

—Ahora —rogó —. Hazme el amor ahora. De la forma que desees.

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Aún no. —Se inclinó para acariciar con su nariz los pechos de Violet. Ella jadeó mientras la lengua de Christian giraba alrededor de su pezón, jugando con su punta antes de llevarlo bien adentro de su boca.

—Por favor. Te necesito.—Yo también te necesito. Necesito sentir que te corres conmigo. Y considerando el tiempo que

ha pasado, no confío en que pueda esperar. —Antes de tomar su otro pecho en su boca, besó todo el camino hasta su ombligo —. De esta manera primero.

Con sus toscos dedos callosos llegó hasta el sexo de Violet. Y luego la tocó, ahí, con su lengua perversa y aterciopelada.

Para bien o para mal, siempre había sido una joven callada. Pero por primera vez en su visa, Violet quería ser ruidosa. Quería gritar y llamar a Dios en veinte idiomas diferentes.

En cambio, se cubrió la boca con su antebrazo y gimió contra su propia piel afiebrada, mientras él le daba placer con su lengua y labios habilidosos. Llevó su mano libre por encima de su cabeza, aferrando con fuerza el poste de la cama.

—No te detengas —gimoteó ella.Él no se detuvo ni un momento en el dulce placer que le brindaba.Sí. Sí.Cuando llegó al clímax, mordió su muñeca para no gritar. El pequeño arrebato de dolor sirvió

para aumentar su placer. El éxtasis la convulsionó en oleada tras oleada de placer.Mientras yacía relajada, él besó su camino de regreso hasta el ombligo y volvió a succionar sus

pechos. La erección de Christian volvió a despertar su excitación, un recordatorio de que mientras ella se sentía plenamente saciada, las necesidades de Christian no habían sido aliviadas.

Pero mientras abría sus ojos, Violet notó otro llamado de urgencia. Christian soltó su pezón y la remota luz que llegaba de la ventana que daba al este, iluminó la brillante punta.

La mañana.No estaba aquí aún. Pero llegaría pronto.Aferró los hombros de Christian, tirando de ellos. —Christian. Christian, está comenzando a amanecer. Tenemos que…Él maldijo.—No.

No.No esta vez. Habían sido interrumpidos una y otra vez en el curso de esta noche salvaje y

maravillosa. A Christian no le importaba si el mismo Príncipe Regente estaba en la puerta. Esto iba a suceder, y ahora mismo.

—No me detendré —susurró, enterrando su cabeza entre los pechos de Violet. La acarició con la nariz cerca del corazón, que latía rapidamente—. No me importa si me cuelgan por ello. Necesito estar dentro de ti. No me digas que me detenga.

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—No te iba a decir que te detuvieras. —Él pudo escuchar la sonrisa en su voz—. Sólo que te apresuraras.

Muy bien. Eso podía hacerlo.Christian alcanzó el cierre de sus pantalones, abriéndolo y tirando de la pretina hasta sus

rodillas. Su pene ansioso saltó hacia delante, volando hacia ella en expresión de pura necesidad carnal.

—¿Estás lista? —preguntó.—Oh, sí. — Ello lo buscó, deslizando sus dedos hasta sus brazos. El pene de Christian rozaba su

muslo. Una sacudida de deseo se disparó a través de él, convirtiéndose en un hormigueo en la base de su columna.

Tomó su miembro con una mano y lo posicionó en el suave y húmedo centro de Violet.Dulce piedad.Entró más fácil que la primera vez, pero ella era aún la pálida sombra detrás de la inocencia.

Tan, tan estrecha.Se obligó a hacer una pausa, permitiendo que el cuerpo de ella se ajustara. Estaba tan oscuro.

No podía ver en sus ojos ninguna pista respecto de sus emociones. ¿Estaba asustada? ¿Arrepentida? ¿Con dolor?

—Christian —suspiró ella.Su voz contenía sólo deseo. Confianza. Amor.—Violet.Levantó su peso con el otro codo, y se deslizó un centímetro más adentro. Jadeó para tomar

aire y rezó por poder contenerse.—Así fue, Violet. Así fue que lo supe realmente. En el momento en que nos unimos, se sintió

tan correcto. Me sentí como si… —Empujó hacia adentro, profundamente—. Como si hubiera encontrado mi otra mitad.

Los dedos de ella acariciaron su espalda. —Nunca me arrepentí de haber hecho el amor contigo. Sentí que debía arrepetirme, pero no

pude. Por eso guardé el secreto todo este tiempo. Porque temí que me etiquetaran de débil o zorra… pero no era ninguna de esas cosas. Sólo estaba enamorada.

Y en ese momento, Christian supo que era el bastardo más afortunado de Inglaterra. Maldición. El bastardo más afortunado del mundo.

Estirando el cuello, ella besó su garganta. —Amáme —susurró ella —. Amáme ahora.Al principio, Christian estableció un ritmo lento, tratando de ser lo más silencioso posible. Pero

la forma en que ella se ondulaba bajo su cuerpo, susurrando lujuriosamente con cada embestida suya, hizo que abandonara el lento y firme recorrido. Sus caderas se sacudieron más rápido, hasta que el ruido del encuentro de sus cuerpos resonó a través de la pequeña habitación. Las uñas de ella en su espalda lo urgían a ir aún más rápido. Una de las piernas de ella se enredó en la de él, agregando otra fuente de elegante y femenina fricción que lo volvía más salvaje.

—Violet. Oh, Dios. Violet.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Se arrodilló para un mejor anclaje, levantando las caderas de Violet. Ella se arqueó contra él, haciendo rodar su cabeza hacia un lado. ¿Podría ella…?

Presionó su pulgar contra su sexo, trabajando fervientemente. —Sí, querida. De nuevo.El cuerpo de ella se apretó alrededor de él mientras encontraba su placer por segunda vez.Santo cielo.Christian se sentía casi en el borde, su miembro siendo acariciado por el cuerpo de Violet.

Odiaba pensar en acabar afuera, pero sabía que debía hacerlo. Habían tenido suerte la primera vez, y no podía arriesgarse a dejarla embarazada.

Pero Dios, le encantaba imaginarla embarazada. Se volvió salvaje el pensar en ella con su vientre hinchado debido a su hijo. Dando de mamar a su bebé con esos pechos suaves y perfectos…

Mascullando, se liberó y acabó en su mano, derramándose sobre el estómago plano de Violet.Luego se desplomó encima de ella, enterrando la cara en su cuello. Ella abrazó su torso. Su

semilla los pegaba en el medio. Algún día se fundirían los dos en un alma nueva y única.Algún día, pronto, si Dios y Wellington lo permitían.Sintió que un pequeño temblor la estremecía y se apoyó en un codo, preocupado.—¿Estás bien? ¿Estás llorando?—No. Para nada.Ella se convulsionó nuevamente, pero por una risa apagada, no por lágrimas. Su sonrisa podría

haber encendido toda la habitación. Y ciertamente encendía el fuego en el corazón de Christian.—¿Qué es tan divertido, amor?—Sólo que tendré que cambiarte el nombre. —Violet le acomodó el cabello de la frente—. Oh,

Christian. Esto no fue para nada decepcionante.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

CAPÍTULO 09CAPÍTULO 09

Por extraño que pareciera, conseguir el bote fue la parte más sencilla de todo.Mucho más facil que dejar la cama.Violet deseaba que pudieran dormir juntos y entrelazados hasta el amanecer. ¿A quien le

importaba si los descubrían? Que los encontraran. Christian se casaría con ella y volverían a casa juntos. Sus familias estarían encantadas. Sólo estaría el pequeño problema de la culpa de Christian y las posibles acusaciones de traición.

Ella suspiró. Podría dejarlo ir. Sólo esta vez, por Dios y el país. Pero no podría dejarlo partir por algo menor.

Christian se estiraba y se vestía mientras ella se levantaba de la cama. Se puso su vestido de seda verde y se ató una capa de lana oscura e insulsa.

Sacó de uno de sus trajes guardados un par de guantes tejidos a mano y un pequeño cuchillo enfundado.

—He estado guardando estos como regalo de Navidad para alguien. Ahora sé que eran para ti.Él aceptó los pequeños obsequios con un beso. —Los atesoraré por siempre.Una vez vestidos, ella lo guió hacia las escaleras traseras y hacia fuera, a un cobertizo anexo al

edificio. Había un candado, pero Christian trabajó brevemente con él. Juntos atravesaron la puerta, limpiando con las manos la nube de polvo y alumbrando con la linterna de contrabandista un pequeño bote de remos.

—Las damas lo utilizan durante el verano —dijo ella—. Para excursiones de placer por la caleta, o arriba en el canal. Nadie notará que falta en meses.

Él hizo una mueca. —Es rosa.—Christian, no es momento de quejarse por el tema del color.—No, no. Sería mejor si fuera azul o marrón o negro. Algún color más oscuro.—Odiaría que te llevaras un bote de pescador, sólo para abandonarlo. Los pescadores lo

necesitan para ganarse la vida.Christian exploró el pequeño galpón. —Encuentra algo negro —dijo él—. Lo oscureceremos. Dame la lámpara y le daré calor.Trabajaron juntos, embadurnando el exterior del bote con una apresurada capa oscura. Luego,

levantaron entre ambos la embarcación invertida, llevando su peso sobre sus hombros y colgando la lámpara en el centro.

Muy pronto, estaban en la caleta, despidiéndose. Una fina capa de nubes había cubierto la luna, difuminando su luz en un brillo cálido y cremoso. Unos aislados copos de nieve comenzaban a caer.

Obligándose a ocultar su tristeza, Violet fue a encender la linterna. —¿Recuerdas las señales? —preguntó ella.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

Él asintió.—Conozco esta caleta en la oscuridad. Solo mantén tus ojos en mí. No te conduciré mal. Con sus dedos, Christian giró el rostro de Violet hacia el de él. —Sé que no lo harás.

Christian la mantuvo ahí, permitiéndose un último y prolongado minuto para memorizar cada uno de sus rasgos. Para simplemente contemplar su amor. Su dama.

Y qué dama era. El orgullo creció en su corazón. Violet era su compañera ideal. Valiente, inteligente, discreta, diestra con un arma, poseía una extraordinaria facilidad para los idiomas…

Y era tan hermosa. Su piel brillaba con la primera y débil luz del amanecer. Sus ojos eran grandes y tan azules como para contener en ellos toda la mágica noche. Dios, como desearía no tener que dejarla. Si sólo pudiera…

—Llévame contigo. —Su ruego atravesó el corazón de Christian. Ella se aferraba a su abrigo con ambas manos y poniéndose en puntas de pie—. Por favor, Christian. Llévame contigo. Puedo ayudarte. Sé que puedo hacerlo. Sabes que mi francés es impecable, y perfeccionaré mi bretón. Me haré pasar por tu es…

Ella tragó con fuerza y se apoyó en el suelo. —Por supuesto… a menos que el humilde jornalero ya tenga esposa.—No. —le aseguró él, sonriendo apenas—. No, Violet. El humilde jornalero no tiene una

esposa. Ni una enamorada, ni una amante. —Sacó el cuchillo del bolsillo de su abrigo y cortó un mechón del cabello de Violet, luego lo guardó—. El humilde jornalero tiene un mechón trenzado de cabello dorado. Lo guarda debajo de un tablón suelto y algunas veces lo besa tontamente en la oscuridad. Está solo.

—No necesita estarlo.Un copo de nieve cayó arremolinado y se pegó a la mejilla de ella, derritiéndose al instante en

una lágrima. Él la borró con un beso, y luego la abrazó. —Desearía que así fuera. Desearía poder llevarte conmigo como si fueras mi esposa. Pero no

estarías segura. No ahora, no de este modo. Estaría poniendo otras vidas en riesgo. E imagina, ¿si tú desaparecieras tan repentinamente… al parecer raptada por un francés delirante…? Tu familia se angustiaría muchísimo. Spindle Cove dejaría de ser un paraíso para las damas que lo necesitan. Ninguna familia razonable enviaría sus hijas o hermanas a semejante lugar.

—Lo sé. —Enterró su rostro en el cuello de Christian—. Sé que tienes toda la razón. Sólo quisiera…

—Oh, mi amor. —Aseguró sus brazos alrededor de la cintura de Violet—. Yo también lo quisiera.

La abrazó y la besó mientras podía. Y entonces la abrazó y la besó por varios segundos más. Pero sabía que tenía que terminar.

Aún un amor tan verdadero y tan fuerte, no tenía oportunidad de evitar el amanecer.Él se separó.

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Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

—Haz esto por mí, Violet. Debes volver al pueblo y continuar tu vida y debes hacer todo esto sin contar una palabra acerca de esta noche. A nadie, ni siquiera a nuestras familias. Mi propio padre desconoce los detalles de esta misión. Es por mi seguridad, ¿entiendes? Para mí ya eres mi mujer. Pero para el mundo, debes comportarte como si esta noche nunca hubiera sucedido.

Ella asintió, mordiéndose el labio.—Prométemelo —dijo él.—Te lo prometo. Y tú debes hacer lo mismo.—Sí. O ya.—Juró él—. Esta noche he hablado demasiado en inglés, lo que es peligroso.Ella retrocedió y lo observó, su mirada brillaba en la oscuridad.—¿Violet? ¿Qué sucede?Violet se soltó de la solapa de Christian. Antes que él pudiera preguntarse que le sucedía, la

mano de Violet conectó con su mejilla.Santo Cielo. Violet lo había golpeado. De lleno en el rostro y lo suficientemente fuerte como

para forzar su cabeza a la derecha.—¿Quién eres? —preguntó Violet.Cuando Christian dudó, otra bofetada azotó su cabeza a la izquierda. En su visión, un coro de

copos de nieve le deseaba Feliz Navidad.Alejó el dolor y susurró:—Corentin Morvan eo ma anv. —Mi nombre es Corentin Morvan.—Más alto. —Lanzó su puño al instestino de Christian—. ¿Quién eres? ¿De donde vienes?—Me a zo un tamm peizant —gruñó él—. Soy un humilde jornalero.—Mentiroso. —Buscó en el bolsillo del pecho de Christian y sacó el cuchillo. En menos de un

segundo, tenía la hoja abierta. Su punta brillaba bajo la luna. Con una mano, ella lo tomó del cuello. Con la otra, mantuvo el cuchillo en su garganta. El frío

acero lo tocó justo debajo de la mandíbula, amenazando el vulnerable lugar donde latía el pulso.—¿Quién eres? —preguntó—. Dime la verdad.Él bretón salió de sus labios. Como la sangre manando de una herida vital. —Mi nombre es Corentin Morvan. Soy un humilde granjero. Duermo en un granero. No sé nada.

Por la Virgen y todos los Santos, juro que es verdad. Tirando de su cuello, bajó el cuchillo a su pecho expuesto. Ahí, presionó la navaja, tanteando su

piel. Una vez y luego otra. Dos cuidadas y ardientes líneas de dolor quedaron grabadas justo debajo de su clavícula. Sus ojos se humedecieron mientras suprimía la urgencia de golpear o maldecir. Con un gesto de dolor, miró hacia abajo.

Finos tajos rojos formaban una pequeña V.Ello lo había marcado. Ese acto era espeluznante. Bárbarico. Salvajemente excitante.—Eres mío. —Tiró de su cuello y bajó su cara hasta la de ella—. Eres mío. No lo olvides.Sus labios reclamaron los de él. La ferocidad y pasión de su beso quedaron grabados en su

mente. Su cuerpo respondió con necesidad salvaje y visceral.Ella dejó caer el cuchillo sobre la playa de guijarros. Luego deslizó ambas manos por el cabello

de Christian, tomando un puñado de su cabello para acercarlo más. Lo agarró con fuerza. Lo besó

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con más dureza. Hasta que llegó a poseerlo tan completamente que hasta olvidó su propio nombre.

Solo sabía que él era de ella. Lo había marcado y reclamado y él era de ella. Carne y hueso, corazón y alma.

—Me da gar —murmuró él, aferrándola con fuerza. Dejó caer su cabeza para besar su cuello con besos calientes, luego mordisquéo su labio superior—. Me da gar, me da gar.

Te amo.Se separaron tan rápido como se habían unido. Pequeñas nubes ocasionadas por sus

respiraciones llenaron el espacio entre ellos.—Vete. —dijo ella—. Vete ahora o no podré soportarlo.Él asintió y se movió en silencio hacia el bote. Mientras metía la pequeña embarcación en el

agua negra, ella preparaba la lámpara. Cuando el agua le llegó a las rodillas, Christian estabilizó el bote y entró en él con la ayuda de una roca.

—Una vez que esté despejado, debes volver a Summerfield. Recuerda que no tienes idea qué me ocurrió. No sabes ni mi identidad ni mi origen. Y nunca dirás una palabra de esto. Todo debe ser como me prometiste.

—Será como te lo prometí. —Christian metía los remos y ella repetía las instrucciones—. Un destello largo para el este. Tres destellos cortos significan virar al oeste.

Él asintió. Apoyó sus pies en el zócalo y dio un tirón con todas las fuerzas con ambos remos. El bote rozó la superficie del mar en respuesta, doblando el espacio entre ellos.

Silenciosas brazadas lo alejaban mientras él la observaba. Su ángel guiaba su camino a través de la oscuridad.

Tú eres la estrella de mi vida. No importaba lo que sucediera, él volvería por ella. Siempre.—Volveré por ti —juró, tirando de los remos —. Lo juro. Y cuando vuelva por ti, Violet… no

dejes que te encuentre escondida en un rincón.

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CAPÍTULO 10CAPÍTULO 10

Violet cumplió todas las promesas que le hizo a él esa noche.Todas sus promesas, excepto una. Tan pronto como el bote de remos de Christian estuvo seguro, lejos ya de la caleta, escondió la

lámpara detrás de una roca y se alejó presurosa por el sendero de la playa. Tomó el largo camino que rodeaba el pueblo, echando carreras con el amanecer, traspasando praderas y terrenos baldíos. Con una punzada de pesar, dejó caer su capa de lana en un arroyo. No iba a ser capaz de explicarlo más adelante.

A medida que se acercaba al jardín trasero de Summerfield, fue oyendo las voces airadas. Sin duda estaban dando vuelta la casa buscándolos, a ella y al misterioso desconocido.

¿Cómo iba a deslizarse hacia el interior sin que la notaran? ¿Qué excusa plausible podría inventar?

Si hubiera tenido días, semanas o siquiera unas pocas horas, podría haber sido capaz de formular un plan. Pero ni siquiera tenía unos segundos. Una puerta trasera se abrió con un silbido escalofriante.

Dos milicianos. En cualquier momento, la verían.Violet aflojó el cuerpo. Se dejó caer cuan larga era al suelo cubierto de nieve.Y allí se quedó, por un angustiosamente frío cuarto de hora o más, hasta que los hombres la

encontraron. ¡Si sólo se hubiera derrumbado un poco más cerca de la casa!Pero la encontraron. Eventualmente. Ella se dejó llevar hacia el interior. Miró a sus mejores

amigos a los ojos y con gran desparpajo les contó una sarta de mentiras durante el desayuno.Había sido drogada, les dijo. Igual que el señor Fosbury. Se las había arreglado para permanecer

consciente sólo el tiempo suficiente para seguir afuera al extraño. Lo había seguido hasta el jardín trasero, y allí se había derrumbado.

No, no había logrado averiguar nada que diera un indicio de su identidad.No, no tenía idea de lo que podría haber querido o dónde podría haber ido.Sí, era algo notable que no fuera un carámbano humano, después de permanecer en la helada

todas esas horas. Podría haber muerto de frío. Un milagro de Navidad, supuso.Lord Rycliff estaba muy disgustado con Fosbury, y reprendió duramente al tabernero por su

distracción en la vigilancia. Violet sintió una ligera punzada de culpabilidad.Sin embargo, no dijo ni una palabra.Los milicianos buscaron por la costa y el campo, pero no se encontró ningún rastro del

misterioso intruso, sólo la lámpara de contrabandista escondida detrás de una roca, en la caleta. Eso parecía una explicación de por sí. Era evidente que el misterioso desconocido había sido algún socio de Bright. O un enemigo. En cualquier caso, se trataba de un asunto del departamento de Aduanas.

Mientras era sacado a empujones, Bright desvariaba disparates acerca de una chica desaliñada que había irrumpido en su tienda. Pero teniendo en cuenta cómo había sido descubierto— apestando a alcohol y enredado en una posición comprometedora con un maniquí— la mayoría se

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inclinaba a creer que había confundido a Nellie. La pobre había sido arruinada en más de un sentido.

La milicia entregó a Bright al magistrado, Violet volvió a Londres, y ese fue el fin de la emoción.Violet siguió con su vida. En la noche de Reyes, cenaron con la vecina familia Pierce. Ella

preguntó cortésmente por la salud de Christian y escuchó al duque describir las aventuras de su hijo menor en las Indias Occidentales. Pasó gran parte del mes de febrero con la hermana de Christian comprando un nuevo guardarropa, pacientemente escuchando todos sus consejos para atraer un adecuado pretendiente. Tal como había prometido, Violet nunca habló de esa noche con nadie de su familia, o de la de él.

Ella cumplió todas sus promesas. Excepto una.Por mucho que lo intentó, Violet no pudo comportarse como si esa noche nunca hubiera

ocurrido. Sus efectos estremecían su vida en una docena de pequeñas maneras, apenas perceptibles.

Violet decía lo que pensaba un poco más a menudo. Sus gustos cambiaron a estilos y colores atrevidos en su visita a la modista. Era más audaz, más segura.

¿Cómo no iba a serlo? Otros la miraban y veían a la señorita Violet Winterbottom, una florero floreciendo tardíamente. Pero bajo el disfraz, ella sabía que era Lady Christian Pierce, seductora y agente secreto.

Desde el primer baile de la temporada, su mayor confianza atrajo miradas interesadas de los caballeros y varias observaciones complementarias de las amigas de su madre. Su madre lo atribuía el ambiente saludable de Spindle Cove, y tanto Lady Melforth como la señora Busk expresaron el deseo de enviar a sus propias hijas indisciplinadas durante las vacaciones.

Bien, pensó Violet, sonriendo para sus adentros. Muy bien. Ella no sabía si las chicas encontrarían marido allí, pero quizás pudieran encontrarse a sí mismas.

Antes de que se diera cuenta, era abril. Cuando la noticia llegó a Inglaterra de la rendición de Napoleón en Versalles, todo Londres se regocijó. Y desde ese día en adelante, los nervios de Violet se tensaron como las cuerdas de un arco. Pasaba mucho tiempo sentada en la sala del frente, mirando la plaza. Por la noche, estaba atenta a alguna luz en sus oscuras habitaciones.

En el baile de los Beaufetheringstone, Violet incluso se encontró inspeccionando la multitud en busca de su cabello oscuro y ondulado y su pícara sonrisa.

Se dijo que no debía buscarlo. Podrían pasar semanas o incluso meses antes de que pudiera volver, y cuando lo hiciera, él se presentaría en casa. Pero Christian vendría por ella. Con el tiempo.

—¿Señorita Winterbottom? —El señor Gerald Jemison se paró a su lado, sosteniendo una copa rebosante de ratafía en cada mano—. ¿Gusta un refresco?

Violet quiso dar alguna respuesta cortés y atenta, pero no pudo.Porque de repente, él estaba allí.Él estaba allí.Christian.Fue como si su corazón lo sintiera, incluso antes de que ella lo atisbara en el otro extremo del

salón. Sí, era él. Su pelo era todavía demasiado largo, y esa pícara nariz suya nunca sería recta otra vez. Pero llevaba una corbata blanca reluciente, un chaleco de brocado de seda, y un abrigo negro

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ceñido y que brillaba como la piel de una foca. El atuendo del hijo de un duque, no del de un jornalero. Tenía un aspecto magnífico.

Y se dirigía directamente hacia ella.A Violet le tomó todo lo que tenía para no recoger sus faldas y correr a su encuentro. Pero

hasta que él le dijera lo contrario, ella seguiría desempeñando el papel que le había asignado. Debía actuar como si esa noche nunca hubiera sucedido.

Como si él no fuera su amor, su amante, el señor de su corazón atravesando con grandes y decididas zancadas el parquet encerado.

Si era capaz de fingir indiferencia a esto, Violet sabía que podría fingir cualquier cosa.—¿Es usted, Pierce? —El señor Jemison lo saludó, inclinando la cabeza en lugar de una

reverencia—. Que sorpresa. No tenía idea de que había vuelto de las Indias Occidentales.—Sí, desde esta tarde. Pero estoy solo en Londres temporalmente.—¿Temporalmente? —El estómago de Violet se estrujó.Una pequeña sonrisa tocó las comisuras de sus labios.—Mi padre quiere que inspeccione algunos posibles terrenos en Guayana.—Guayana. —El señor Jemison todavía equilibraba las dos copas de ratafía—. Vaya. ¿Eso queda

en África?—América del Sur —murmuró Violet. Ella se quedó mirando el suelo, tambaleándose

subrepticiamente. Christian debía de haber sido reasignado. Tal vez no a Guayana, pero a algún otro lugar, irremediablemente lejos.

Iba a dejarla de nuevo.—Me pregunto por qué se ha tomado la molestia de venir a Inglaterra —dijo Jemison—. ¿No

habría sido más sencillo tomar un barco desde Antigua a Guayana en su lugar?—Sin duda —coincidió Christian—. Pero tenía un asunto importante del que encargarme aquí

en Londres.—¿Un asunto? —rió Jemison—. ¿Lo suficientemente importante para que cruzara el océano? Los cálidos ojos marrones de Christian atraparon la mirada de Violet.—Lo suficientemente importante como para cruzar un mundo. De manos y rodillas. Y luego

volver a cruzarlo de nuevo.El corazón de Violet se derritió. Sus rodillas tendieron hacia un estado líquido también.—Usted ve —continuó—, volví por una sola razón. Para pedirle a la señorita Winterbottom un

baile. —Su mano enguantada cogió la de ella, y le susurró tiernamente—: ¿Quieres, Violet? —Sí. Oh, sí.Se trasladaron a la pista de baile, dejando al señor Jemison con las dos copas de ratafía y una

expresión de confusión extrema. Violet sintió una punzada de remordimiento, pero la olvidó pronto al llegar a la pista de baile.

Cuando la mano de Christian se deslizó entre sus omóplatos, ella lo oyó inhalar bruscamente. Violet sintió que las lágrimas presionaban sus ojos.

Estar tan cerca de él, después de tantos meses... Apenas podía soportar tener un centímetro de espacio entre sus cuerpos. Quería arrojarse contra su fuerte pecho, sentirlo estrecharla entre sus

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

brazos, inhalar profundamente su aroma único. Su cuerpo se calentó, y su sentido del ritmo la abandonó. No se movían al ritmo de la música para nada, pero a ninguno de los dos les importaba.

—Por la sorpresa en las miradas de todos —murmuró él—, parece que cumpliste tu parte del trato.

—No fue fácil. He acumulado un gran grupo de pretendientes, sabes.—No puedo decir que estoy sorprendido. —Sus ojos se estrecharon—. Pero tengo que admitir

que estoy celoso.—No tienes que estarlo. En todos estos meses, apenas he pensado en algo más que en ti. Estoy

tan contenta de que estés a salvo. —Cuando ella le apretó el brazo, la emoción inflamó su pecho—¿Cuánto tiempo pasará antes que tengas que partir otra vez? Por favor, dime que tenemos algo más que una noche.

—Tenemos unas pocas semanas.Oh, Dios. ¿Sólo unas pocas semanas?—Las aprovecharemos al máximo —dijo ella, tratando de ser fuerte. Esta era la carrera de

Christian, su homenaje a Frederick, su deber solemne al servicio de la Corona. Si él podía soportar la separación, también ella—. ¿Supongo que no vas realmente a Guayana?

Él la atrajo hacia sí y le susurró al oído:—No, mi amor. Nos vamos al sur de Francia.—¿Vamos? —Su corazón saltó. Oh, la punzada de pura esperanza… fue fuerte y dulce—.

¿Dijiste vamos?—Asumiendo que estés de acuerdo, por supuesto.—Tú sabes que te seguiría a cualquier lugar. ¿Pero a Francia? La guerra terminó. Napoleón se

fue al exilio. —Muchos de sus partidarios permanecen. Se necesita una vigilancia, sobre todo en el sur. Así

que tengo un nuevo puesto. Seré un profesor itinerante, quien lo iba a decir. Dios sabe que necesitaré de tu ayuda para lograr eso. El trabajo no será mucho, pero me han prometido una casa de campo cerca de algunos viñedos. El paisaje es hermoso, me han dicho.

Violet no tenía ninguna duda de ello. Una imagen apareció en su mente. Colinas ondulantes con numerosas hileras de vides. Una vieja casa de campo con postigos verdes, situada en una ladera orientada al sur. Ropa blanca recién lavada colgando de una cuerda y ondulando como velas con la brisa olor a lavanda. Perros. Pollos.

Christian.La emoción impulsó su próximo giro en la danza.—Va a ser perfecto.Él sonrió.—Sé que te prometí una fiesta lujosa. ¿Pero te podrías conformar con una boda simple?

Quieren que estemos instalados a finales del verano, y tendrás que completar el entrenamiento. Me gustaría una luna de miel apropiada antes de partir.

—A mí también me gustaría. ¿Adónde iremos de luna de miel?—A cualquier lugar. —La atrajo hacia sí, quedando indecentemente cerca, mientras su mano

descendía por su espalda, hasta que sus dedos le rozaron el trasero. El calor estalló entre sus

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TESSA DARE1,5º de la Serie Spindle Cove

Érase una Vez, en Vísperas de un Invierno…

cuerpos—. Siempre y cuando te tenga a ti y una cama caliente y suave, no necesitamos un paisaje exótico. Ni siquiera necesitamos ropa.

Ella se rió para sus adentros. Oh, qué vida maravillosa, emocionante, apasionada y llena de amor iban a compartir.

—A partir de esta noche, deberíamos hablar francés cuando estemos solos. Nos van a dar nuevos nombres, pero voy a hacer un hábito de llamarte mon ange, para que sea más fácil. ¿Se te ha ocurrido un nuevo apodo para mí? —Él alzó una ceja—. Espero que ya no sea La Decepción.

—Por supuesto que no. —Inclinando la cabeza para evaluarlo con la mirada, ella pensó en varios términos cariñosos... mon coeur, mon amour, mon cher.

—Ma moitié —decidió—. Mi mitad. Porque cuando te fuiste, mi corazón fue rasgado por la mitad. Y cuando volviste, hiciste que mi gozo fuera completo. —Su voz se quebró un poco, y su mirada se posó en el níveo nudo de su corbata—. Christian, yo... yo no sabría vivir sin ti.

Él dejó de bailar y deslizó ambas manos hacia su rostro, alzándolo para encontrar sus ojos. La mirada de Christian era solemne y ardiente.

—Nunca tendrás que aprender.Todos los espectadores quedaron en el olvido. El salón de baile dejó de existir. Cerraron la

distancia entre ellos, cada uno inclinándose hacia adelante lentamente... hasta que sus labios se encontraron en el medio.

Dos mitades de un beso perfecto y apasionado.

FINFIN

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