Territorio,-cultura e Identidades

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LAS REGIONES

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LAS REGIONES

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Territorio, cultura e identidades.

La región sociocultural

Gilberto Giménez

1. ¿Fin del territorio?

Una importante corriente de pensamiento alimentada por ensayis­tas, economistas y filósofos neoliberales plantea insistentemente la tesis de que la globalización socioeconómica ha acarreado la "des­territorialización" o "deslocalización" de los procesos económicos, sociales y culturales1. La mundialización de la economía habría pro­vocado la disolución de las fronteras, el debilitamiento de los pode­res territoriales (incluido los de los Estados nacionales), la muerte por asfixia de los particularismos locales y la supresión de las "ex­cepciones culturales", imponiendo en todas partes la lógica homo­logante, niveladora y universal del mercado capitalista. La exten-

1 Las teorías de la modernización inspiradas en el estructural-funcionalismo ya habían sustentado la tesis de que la revolución de los medios de comunicación, la movilidad territorial y las migraciones internacionales habían cancelado el apego al terruño, el localismo y el sentimiento regional. La antropología llamada "post­moderna" (C.Geertz, J. Clifford, 1991) introdujo un discurso paralelo sobre la re­lación entre cultura y territorio. La cultura "postmoderna" sería, casi por definición, una cultura "desterritorializada" y "desespacializada", debido a los fenómenos de globalización, al crecimiento exponencial de la migración internacional y a la "des­localización" de las redes modernas de comunicación. Cf. Giménez, 1996: 9-10).

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sión de la globalización, que genera el concepto antinómico de

"aldea planetaria", habría eclipsado la relevancia de los territorios

interiores, como las regiones y los Estados-naciones, por ejemplo,

sustituyéndolos por redes transnacionales de carácter comercial, fi­

nanciero y massmediático, etc., que escapan de todo control estatal y

territorial (Braman y Sreberny-Mohammadi, 1996). En un libro

reciente, titulado precisamente El fin del territorio, B. Badie (1995)

anuncia "la descomposición de los territorios" en razón del surgi­

miento de una economía mundial "que se presta cada vez menos a

los procesos de regulación estatal-nacional". O, dicho de otro modo,

las lógicas transnacionales del mercado se inscriben obligadamente

en el seno de "solidaridades sin territorio". En suma: el mundo se

habría convertido en un gigantesco mercado global {global mar-

ketplace).

La reacción contra esta tesis extremosa y en buena parte ideoló­

gica no se ha dejado esperar en el campo de las ciencias sociales.

Numerosos economistas, sociólogos y hasta historiadores (v.g.,

Wallerstein, 1979; Fossaert, 1994; Braudel, 1985), a los que se aña­

den geógrafos y analistas de la geopolítica de territorios (v.g., La-

coste, 1993; Baud, 1995; Hoerner, 1996), interpretan de otro modo,

sin negarlo, el fenómeno de la globalización. Según estos autores,

la globalización, lejos de provocar la "desterritorialización" univer­

sal, tiene por patria de origen y principal beneficiario a un centro

constituido por un núcleo reducido de Estados-naciones Aos más

poderosos y prósperos del orbe (la tríada EE.UU., Europa, Japón)—,

y se difunde de modo desigual por varias periferias, clasificables se­

gún su mayor o menor grado de integración al centro (v.g., perife­

rias muy integradas, medianamente integradas, débilmente integra­

das y totalmente marginales). Esta configuración tiene, por supues­

to, un carácter territorial y es perfectamente cartografiable. Es cierto

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que la dinámica de las firmas transnacionales, lo mismo que los flu­

jos comerciales, financieros y massmediáticos mundiales, escapan al

control de los Estados-naciones y poderes territoriales situados en las

periferias, pero no al de los Estados y "ciudades mundiales" situados

en el centro, de los que son más bien una prolongación cuasiimpe-

rial. Las grandes transnacionales, por ejemplo, no existirían sin los

Estados centrales, ya que "tienen siempre, a fin de cuentas, una base

nacional" (Fontaine, 1996). Hoerner concluye que dichos Estados-

naciones "jamás han pesado tanto sobre el mundo. No sólo tratan

de controlarlo todo, sino que intentan imponer la transnaciona­

lización misma en su provecho [...]. Lejos de ser borrados bajo la

presión planetaria de toda clase de redes que presentan la aparien­

cia de una desterritorialización, los Estados-naciones (centrales) im­

ponen ia omnipotencia de sus territorios" (Hoerner, 1996: 251).

Pero hay más: según estos autores, la mundialización, antes que

borrar definitivamente del mapa los territorios interiores, como las

regiones, por ejemplo, los requiere como soporte y estación de rele­

vo de su propia expansión. "Como lo demuestran todas las anti­

guas estructuras englobantes de tipo imperial (cf. el Imperio oto­

mano...), todo desarrollo de la mundialización descansa sobre nudos

urbanos que son, como sabemos, la piedra angular de las regiones"

(Ibid.: 217).

En conclusión: los territorios interiores, considerados en dife­

rentes escalas (v.g., lo local, lo regional, lo nacional, etc.), siguen en

plena vigencia, con sus lógicas diferenciadas y específicas, bajo el

manto de la globalización, aunque debe reconocerse que se encuen­

tran sobredeterminados por ésta y, consecuentemente, han sido pro­

fundamente transformados en la modernidad. Hay dos lecciones que,

pese a todo, debemos aprender de los teóricos neoliberales de la

globalización: 1) no todo es territorio y éste no constituye la única

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expresión de las sociedades; y 2) los territorios se transforman y evo­lucionan incesantemente, en razón de la mundialización geopolítica y geoeconómica. Pero esto no significa su extinción. Los territorios siguen siendo actores económicos y políticos importantes y siguen funcionando como espacios estratégicos, como soportes privilegia­dos de la actividad simbólica y como lugares de inscripción de las "excepciones culturales", pese a la presión homologante de la globa­lización.

2. Viaje alrededor del territorio

¿Pero qué es el territorio? Diríamos, en una primera aproximación inspirada en las enciclopedias, que es "cualquier extensión de la superficie terrestre habitada por grupos humanos". Para trascender esta definición puramente descriptiva, necesitamos articular una teoría del territorio. Una manera de hacerlo es partir de la noción de espacio. El territorio sería el espacio apropiado y valorizado —sim­bólica y/o instrumentalmente— por los grupos humanos (Raffestin, 1980: 129 y ss.). El espacio —entendido aquí como una combina­ción de dimensiones (Nyangatom, 1978: 152), incluidos los conte­nidos que las generan y organizan a partir de un punto imagina­rio2— se concibe aquí como la materia prima del territorio o, más precisamente, como la realidad material preexistente a todo conoci­miento y a toda práctica. El espacio tendría entonces una relación de anterioridad con respecto al territorio, se caracterizaría por su

2 Verbigracia, la naturaleza en su dimensión topográfica, el suelo con sus carac­terísticas propias (composición, fertilidad, relieve, estructura, morfología, recursos naturales integrados, etc.), la flora, la fauna, las características climáticas e hidrológicas particulares...

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valor de uso y podría representarse como un "campo de posibles",

como "nuestra prisión originaria". Correlativamente, el territorio

sería el resultado de la apropiación y valorización del espacio me­

diante la representación y el trabajo, una "producción" a partir del

espacio inscrita en el campo del poder, por las relaciones que pone

enjuego, y en cuanto tal se caracterizaría por su "valor de cambio"

y podría representarse metafóricamente como "la prisión que nos

hemos fabricado para nosotros mismos". En resumen, serían tres

los ingredientes primordiales de todo territorio: la apropiación de

un espacio, el poder y la frontera3.

La representación moderna del territorio así definido se vale de

la sintaxis euclidiana, cuyos elementos esenciales son el plano o su­

perficie, las líneas o rectas y los puntos o momentos del plano (Ra-

ffestin, 1980: 131 y ss.). Cualquier designio del poder con respecto

a un espacio determinado tendrá que acomodarse necesariamente a

esta sintaxis, sea que se trate de la delimitación de un territorio, del

control de ciertos puntos (poblaciones, ciudades, islas...) o del tra­

zado de vías de comunicación4.

En correspondencia con esta sintaxis, las prácticas de produc­

ción territorial por parte de los poderes pueden reducirse a tres ti­

pos de operaciones: delimitar las superficies creando mallas, implan­

tar nudos y trazar redes.

3 Algunos autores han estudiado la génesis histórica del largo proceso de apro­piación del espacio, siguiendo el lento movimiento del hombre de la comunidad tradicional a la ciudad-estado, y de ésta a los modernos Estados-naciones (Frémont, 1976; Fossaert, 1983:93).

4 Desde el Renacimiento, las grandes políticas territoriales han tenido por de­signio objetivos estratégicos muy concretos como, por ejemplo, lograr acceso al mar, preservar el acceso a grandes vías de comunicación, fundar ciudades, hacer coincidir una frontera con accidentes geográficos naturales, etc.

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Las mallas, que implican la noción de límite (linearizado o

zonal), son el resultado de la división y subdivisión del espacio en

diferentes escalas o niveles (v.g., delimitación de espacios munici­

pales, regionales, provinciales, etc.) y tienen un doble propósito: el

funcionamiento óptimo del conjunto de las actividades sociales

dentro de una determinada población, y el control óptimo de la

misma. Las mallas pueden transformarse por subdivisiones o rea-

grupamientos.

Los nudos son centros de poder o de poblamiento jerárquica­

mente relacionados entre sí (aldeas o pueblos, ciudades, capitales,

metrópolis...), que simbolizan la posición relativa de los actores so­

ciales dentro de un territorio, ya que todo actor se ve y se representa

a sí mismo a partir de un "centro".

Una red es un entramado de líneas que ligan entre sí por lo

menos tres puntos o "nudos". Se deriva de la necesidad que tienen

los actores sociales de relacionarse entre sí, de influenciarse recípro­

camente, de controlarse, de aproximarse o alejarse el uno con res­

pecto al otro. Por eso, las redes —viales, ferroviarias, bancarias, de

rutas aéreas, de comunicación electrónica, de ejes viales, etc.- se

conciben primariamente como medios de comunicación, aunque

también pueden expresar límites y fronteras que impiden la comu­

nicación (v.g., ejes viales de una ciudad o carreteras que perturban

el tráfico en las pequeñas poblaciones).

El sistema de mallas, nudos y redes jerárquicamente organiza­

dos -que constituyen el sistema territorial- permite, en su conjun­

to, asegurar el control sobre todo lo que puede ser distribuido, asig­

nado o poseído dentro de un determinado territorio; imponer uno

o varios órdenes jerarquizados de poder y jurisdicción, y, en fin,

garantizar la integración y la cohesión de los territorios. Así estruc­

turados, los territorios constituyen, en última instancia, el envolto-

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rio material de las relaciones de poder, y pueden ser muy diferentes

de una sociedad a otra.

Hemos dicho que el territorio es el resultado de la apropiación

y valoración de un espacio determinado. Ahora bien, esta apropia­

ción-valoración puede ser de carácter instrumental-funcional o simbó­

lico-expresivo. En el primer caso, se enfatiza en la relación utilitaria

con el espacio (por ejemplo, en términos de explotación económica

o de ventajas geopolíticas); mientras que en el segundo se destaca

el papel del territorio como espacio de sedimentación simbólico-cul-

tural, como objeto de inversiones estético-afectivas o como soporte

de identidades individuales y colectivas. Dicho de otro modo: como

organización del espacio, se puede decir que el territorio responde,

en primera instancia, a las necesidades económicas, sociales y polí­

ticas de cada sociedad, y bajo este aspecto, su producción está sus­

tentada por las relaciones sociales que lo atraviesan; pero su fun­

ción no se reduce a esta dimensión instrumental: el territorio es

también objeto de operaciones simbólicas y una especie de pantalla

sobre la que los actores sociales (individuales o colectivos) proyec­

tan sus concepciones del mundo. Por eso el territorio puede ser con­

siderado como zona de refugio, como medio de subsistencia, como

fuente de recursos, como área geopolíticamente estratégica, como

circunscripción político-administrativa, etc.; pero también como

paisaje, como belleza natural, como entorno ecológico privilegia­

do, como objeto de apego afectivo, como tierra natal, como lugar

de inscripción de un pasado histórico y de una memoria colectiva

y, en fin, como "geosímbolo".

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3. El apilamiento de los territorios

Así definido, el territorio se pluraliza según escalas y niveles histó­

ricamente constituidos y sedimentados que van desde lo local hasta

lo supranacional, pasando por escalas intermedias como las del

municipio o comuna, la región, la provincia y la nación. Estas di­

ferentes escalas territoriales no deben considerarse como un con­

tinuum, sino como niveles imbricados o empalmados entre sí. Así,

lo local está subsumido en lo municipal y éste, a su vez, en lo re­

gional, y así sucesivamente. Esta situación ha dado lugar a la teoría

de los "territorios apilados", originalmente introducida por Yves La-

coste. Para aplicarla basta con "clasificar por orden de magnitud los

múltiples conjuntos de todos los tamaños que deben tomarse en

cuenta [...] y representar estos diferentes órdenes (de lo local a lo

planetario) como una serie de planos superpuestos" (Lacoste, 1993).

Esta misma idea ha generado la metáfora de los nichos territoriales

del hombre, constituidos por capas superpuestas pertenecientes a

diferentes escalas. Así, por ejemplo, si mi residencia está situada en

una aldea o en un barrio citadino, también pertenece a una deter­

minada área municipal, a una determinada región, a un determi­

nado Estado-nación, a una área cultural supranacional, etc. Jean-

Michel Hoerner (1996: 11) propone un ejemplo clarificador:

Tomemos el caso concreto de un automovilista. Mientras

que su residencia principal lo vincula más bien a un sistema lo­

cal, trátese de una aldea o de un barrio urbano, su vehículo lo

integra en mayor medida a su departamento de origen (matri-

culación, patente...) dentro de cuya área se desplaza. Luego,

cuando compra gasolina, ignora frecuentemente que su carbu­

rante se inscribe en una red de distribución regional (almacena-

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miento, empresa) y nacional (empresa, impuestos sobre hidro­

carburos), que a su vez depende de fuentes de suministro lejanas

(el golfo Pérsico, por ejemplo), y más aún, de orientaciones

económicas mundiales (precio del mercado a futuro en Nueva

'ibrk...) y de estrategias geopolíticas igualmente planetarias (in­

tereses enjuego en la Guerra del Golfo, etc.). Ahora bien, a cada

uno de los niveles considerados corresponden territorios más o

menos bien delimitados: los límites del municipio, el departa­

mento, las región, el Estado, la Unión Europea, ios territorios

petroleros de Oriente Medio y los de la mundialización de la

economía.

Figura 1. Los nichos territoriales del hombre según A. Moles y E. Rohmer (1972)

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A. Moles y E. Rohmer (1972, ver página anterior) ilustraron

esta implicación del hombre en una multiplicidad de territorios "api­

lados" en su célebre diagrama de los "nichos territoriales" (coquilles)

del hombre, cada uno de ellos con sus escalas y sus ritmos tempo­

rales propios y específicos. Así, partiendo de un punto de origen

situado en la recámara de una casa-habitación y ocupado por "el

hombre y su gesto inmediato", los autores diseñan cuatro envoltu­

ras que los va englobando sucesivamente: el barrio, la ciudad cen­

trada, la región y el "vasto mundo" vagamente conocido. El diagra­

ma pretende representar la percepción psicológica que tiene el

individuo (o el grupo) de su entorno territorial próximo, mediato y

lejano. Esta percepción induce a distinguir-como lo hace Hoerner-

dos tipos fundamentales de territorio: los territorios próximos, llama­

dos también territorios identitarios, como la aldea o pueblo, el ba­

rrio, el terruño, la ciudad y la pequeña provincia; y los territorios

más vastos, como los del Estado-nación, los de los conjuntos supra-

nacionales (como la Unión Europea) y los "territorios de la glo­

balización". La región (o la gran provincia) sería la bisagra o pun­

to de conjunción entre ambos tipos de territorio. De este modo, se

estaría oponiendo esquemáticamente territorios más vividos y sólo

accesoriamente administrativos a territorios, por así decirlo, más con­

ceptuales y abstractos5. Los "territorios identitarios" se caracterizarían,

5 Esta distinción no deja de tener consecuencias para el sentimiento de apego o de pertenencia a un territorio. Entre muchos otros, Yi-Fu Tuan (1974: 100) afirma que "el Estado moderno es demasiado amplio, sus límites demasiado arbitrarios, su área demasiado heterogénea para motivar el tipo de afecto que surge de la experien­cia y del conocimiento íntimo". Y añade: "En el transcurso de una vida, un hombre -ahora como en el pasado- puede echar raíces profundas sólo en un pequeño rincón del mundo". Los países pequeños serían la excepción: "Inglaterra es un ejemplo de nación moderna suficientemente pequeña para ser vulnerable y despertar en sus ciu-

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entonces, por el papel primordial de la vivencia y del marco natu­

ral inmediato (piedemontes, valles, colinas, etc.), juntamente con

la posibilidad de desplazamientos frecuentes, si no cotidianos. Se­

rían a la vez espacios de sociabilidad cuasicomunitaria y refugios

frente a las agresiones externas de todo tipo. Los territorios abstrac­

tos, en cambio, estarían más lejos de la vivencia y de la percepción

subjetiva, y justificarían en mayor medida las nociones de poder

(jerarquías), de administración y de frontera.

4. La cultura, una noción compleja

Los territorios culturales, frecuentemente superpuestos a los geográ­

ficos, económicos y geopolíticos, son el resultado, como se ha visto,

de la apropiación simbólico-expresiva del espacio. Los geógrafos,

los historiadores y los economistas suelen prestar escasa atención a

la dimensión cultural del territorio. Sin embargo, esta situación ha

comenzado a cambiar a partir del surgimiento reciente de la llama­

da geografía de la percepción, estrechamente asociada a la geografía

cultural, que concibe el territorio como lugar de una escritura geo-

simbólica (Bonnemaison, 1981: 249; Staluppi, 1983: 71).

De todos modos, en nuestros días parece imponerse cada vez

más la convicción de que el territorio no se reduce a ser un mero

dadanos preocupación visceral cuando es amenazada. Shakespeare ha expresado esta clase de patriotismo local en Ricardo II (acto 2, escena 1)...: "breed of men", "little world", "blessed plot". El mismo autor nos advierte que el patriotismo —que signi­fica amor a la tierra patria o a la tierra natal— era en tiempos antiguos un sentimiento estrictamente local. "Los griegos no aplicaban el término indiscriminadamente a todas las tierras de habla griega, sino a pequeños fragmentos territoriales como Ate­nas, Esparta, Corinto y Esmirna. Los fenicios, por su parte, se decían patriotas con respecto a Tiro, Sidón o Cartago, pero no con respecto a Fenicia en general".

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escenario o contenedor de los modos de producción y de la organi­

zación del flujo de mercancías, capitales y personas, sino que tam­

bién es un significante denso de significados y un tupido entrama­

do de relaciones simbólicas. Para abordar este aspecto, necesitamos

esbozar una teoría de la cultura.

Entre las muy diversas acepciones posibles, aquí adoptamos la

llamada concepción "simbólica" de la cultura, que implica definir­

la como "pautas de significados" (Clifford Geertz,1992: 20; J. B.

Thompson, 1990: 145-150). En esta perspectiva, la cultura sería la

dimensión simbólico-expresiva de todas las prácticas sociales, in­

cluidas sus matrices subjetivas (habitus) y sus productos materiali­

zados en forma de instituciones o artefactos. En términos más des­

criptivos, diríamos que la cultura es el conjunto de signos, símbolos,

representaciones, modelos, actitudes, valores, etc., inherentes a la

vida social.

Como se echa de ver, la cultura así definida no puede ser aisla­

da como una entidad discreta dentro del conjunto de los fenóme­

nos sociales porque "está en todas partes": "verbalizada en el dis­

curso, cristalizada en el mito, en el rito y en el dogma; incorporada

a los artefactos, a los gestos y a la postura corporal..." (Eunice R.

Durham, 1984: 73).

Resulta útil distinguir tres dimensiones analíticas en la masa de

los hechos culturales: la cultura como comunicación (es decir, como

conjunto de sistemas de símbolos, signos, emblemas y señales, en­

tre los que se incluyen, además de la lengua, el habitat, la alimen­

tación, el vestido, etc., considerados no bajo su aspecto funcional,

sino como sistemas semióticos); la cultura como stock de conocimien­

tos (no sólo la ciencia, sino también otros modos de conocimiento

como las creencias, la intuición, la contemplación, el conocimiento

práctico del sentido común, etc.); y la cultura como visión del mun-

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do (donde se incluyen las religiones, las filosofías, las ideologías y,

en general, toda reflexión sobre "totalidades" que implican un sis­

tema de valores y, por lo mismo, dan sentido a la acción y permiten in­

terpretar el mundo)6.

Por ser meramente analíticas, estas dimensiones se hallan imbri­

cadas entre sí y no son disociables. La religión, por ejemplo, com­

porta simultánea e indisolublemente una visión del mundo, un

modo de conocimiento y un modo de comunicación propios. La

cultura específica de una colectividad implicaría una síntesis origi­

nal de las tres dimensiones señaladas. Esta síntesis delimita la capa­

cidad creadora e innovadora de la colectividad, su facultad de adap­

tación y su voluntad de intervenir sobre sí misma y sobre su entorno.

En resumen: la cultura hace existir una colectividad en la medida

en que constituye su memoria, contribuye a cohesionar sus actores

y permite legitimar sus acciones. Lo que equivale a decir que la

cultura es a la vez socialmente determinada y determinante, a la vez

estructurada y estructurante (M. Bassand, 1981: 7-11).

Abordaremos a continuación sus modos de existencia. Según

Pierre Bourdieu (1979: 3-6), el "capital cultural" puede existir bajo

tres formas: en estado incorporado, en forma de habitus; en estado

objetivado, en forma de "bienes culturales" (patrimonio artístico-

monumental, libros, pinturas, etc.), y en estado institucionalizado (v.g.,

la cultura escolar legitimada por títulos, prácticas rituales insti­

tucionalizadas, etc.). Nosotros reduciremos esta trilogía a una dico-

6 Otra clasificación importante de los hechos culturales es la que, tomando como criterio la estructura de clases, distingue entre cultura "legítima" o dominante, cul­tura media o pretensiosa y culturas populares (Bourdieu, 1991: 257-403). Si, en cambio, se asume como criterio el desarrollo histórico de la sociedad sobre el eje tradición / modernidad, se obtiene la distinción entre culturas tradicionales y cultura moderna( o también "postmoderna").

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tomía y llamaremos "formas objetivadas de la cultura" a los dos últimos "estados", y "formas subjetivadas" o "interiorizadas" al pri­mero. Existe, por supuesto, una relación dialéctica entre ambas formas de la cultura. Las formas objetivadas o materializadas sólo cobran sentido si pueden ser apropiadas y permanentemente reac­tivadas por sujetos dotados de "capital cultural incorporado", es decir, del habitus requerido para "leerlas", interpretarlas y valori­zarlas. De lo contrario, se convertirían en algo semejante a lo que solemos llamar "letra muerta" o "lengua muerta"7.

5. Cultura y territorio

Ahora estamos en condiciones de precisar las relaciones posibles entre cultura y territorio. En unaprimera dimensión, el territorio cons­tituye por sí mismo un "espacio de inscripción" de la cultura y, por lo tanto, equivale a una de sus formas de objetivación. En efecto, sa­bemos que ya no existen "territorios vírgenes" o pieriamente "natu­rales", sino sólo territorios literalmente "tatuados" por las huellas de la historia, de la cultura y del trabajo humano. Ésta es la perspecti­va que asume la llamada "geografía cultural", que introduce, entre otros, el concepto clave de "geosímbolo". Éste se define como "un lugar, un itinerario, una extensión o un accidente geográfico que por razones políticas, religiosas o culturales revisten a los ojos de

7 "En cuanto sentido práctico, el habitus opera la reactivación del sentido objetivado en las instituciones [...]; el habitus [...] es aquello que permite habitar las instituciones, apropiárselas prácticamente y, por ende, mantenerlas activas, vivas y en vigencia; es lo que permite arrancarlas continuamente del estado de letra muer­ta y de lengua muerta, haciendo revivir el sentido depositado en ellas, pero impo­niéndoles al mismo tiempo las revisiones y las transformaciones que constituyen la contrapartida y la condición de la reactivación" (Bourdieu, 1980: 96).

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ciertos pueblos o grupos sociales una dimensión simbólica que au­

menta y conforta su identidad" (Bonnemaison, 1981: 256). Desde

este punto de Asta, los llamados "bienes ambientales" -como son

las áreas ecológicas, los paisajes rurales, urbanos y pueblerinos, los

sitios pintorescos, las peculiaridades del habitat, los monumentos,

la red de caminos y brechas, los canales de riego y, en general, cual­

quier elemento de la naturaleza antropizada- deben considerarse

también como "bienes culturales" y, por ende, como formas obje­

tivadas de la cultura.

En una segunda dimensión, el territorio puede servir como marco

o área de distribución de instituciones y prácticas culturales espa-

cialmente localizadas, aunque no intrínsecamente ligadas a un de­

terminado espacio, como en el caso precedente. Se trata siempre de

rasgos culturales objetivados, como son las pautas distintivas de

comportamiento, las formas de vestir peculiares, las fiestas del ciclo

anual, los rituales específicos que acompañan el ciclo de la Ada —co­

mo los que se refieren al nacimiento, el matrimonio y la muerte-,

las danzas lugareñas, las recetas de cocina locales, las formas lin­

güísticas o los sociolectos del lugar, etc. Como el conjunto de estos

rasgos son de tipo etnográfico, podemos denominarlo cultura etno­

gráfica (Bouchard, 1994: 110-120).

En una tercera dimensión, el territorio puede ser apropiado sub­

jetivamente como objeto de representación y de apego afectivo, y sobre

todo como símbolo de pertenencia socioterritorial. En este caso, los

sujetos (individuales o colectivos) interiorizan el espacio integrán­

dolo a su propio sistema cultural. Con esto hemos pasado de una

realidad territorial "externa" culturalmente marcada a una realidad

territorial "interna" e invisible, resultante de la "filtración" subjeti­

va de la primera, con la cual coexiste. Esta dicotomía —que repro­

duce la distinción entre formas objetivadas y subjetivadas de la

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cultura- resulta capital para entender que la "desterritorialización" física no implica automáticamente la "desterritorialización" en tér­minos simbólicos y subjetivos. Se puede abandonar físicamente un territorio, sin perder la referencia simbólica y subjetiva al mismo, a través de la comunicación a distancia, la memoria, el recuerdo y la nostalgia. Cuando se emigra a tierras lejanas, frecuentemente se lleva "la patria adentro"8.

6. Pertenencia socioterritorial

En este apartado nos proponemos profundizar la relación del terri­torio con los procesos identitarios, relación a la que apenas hemos aludido en el parágrafo anterior. Partimos del supuesto -que aquí no podemos justificar- de que las identidades sociales descansan en gran parte sobre el sentimiento de pertenencia a múltiples colec­tivos. Por lo tanto, las identidades territoriales —v.g., las locales y las regionales- tendrán que definirse primariamente en términos de per­tenencia socioterritorial.

Según G. Pollini (1990: 186 y ss.), las pertenencias sociales, en general, implican la inclusión de las personas en una colectividad hacia la cual experimentan un sentimiento de lealtad. Esta inclu­sión supone, desde luego, la asunción de algún rol dentro de la co­lectividad considerada, pero implica sobre todo compartir el comple-

8 Alusión a una canción folklórica argentina de Calchay y César Isella, llamada "Patria adentro", algunas de cuyas estrofas rezan así: "Y} llevo mi patria adentro / regresaré como siempre / sin pensar que estoy volviendo / porque nunca estuve ausente / [...] Yo estoy allí, nunca me fui /no he de volver ni he de partir / [...] Yo llevo mi patria adentro / en mi cerebro y mi voz / y la sangre de mis venas / va regando mi canción / Yo llevo mi patria adentro / y en cada nueva mañana / siento mi tierra encendida /en medio de las entrañas "

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jo simbólico-cultural que funge como emblema de la misma. En

efecto, a partir de la interiorización de por lo menos algunos rasgos

de o elementos de dicho simbolismo, las personas se convierten en

miembros de una colectividad y orientan recíprocamente sus pro­

pias actitudes adquiriendo la conciencia de una común pertenencia

a una misma entidad social9. Así, por ejemplo, se pertenece a una

Iglesia en la medida en que se comparte con otros muchos, por lo

menos, los elementos centrales del complejo simbólico-cultural que

la define y constituye: el credo, los dogmas, los valores ético-reli­

giosos inculcados a través de un vasto sistema ritual, etc. Así enten­

dida, la pertenencia comporta grados, según la mayor o menor pro­

fundidad del involucramiento, que pueden ir del simple reconoci­

miento formal de la propia pertenencia al compromiso activo y

militante. Dentro de una Iglesia, por ejemplo, también existen

miembros periféricos, nominales y marginales.

Ca pertenencia socioterritorial designa el estatus de pertenencia a

una colectividad (generalmente, de tipo Gemeinschaft), caracteriza­

da prevalentemente en sentido territorial, es decir, en el sentido de

que la dimensión territorial caracteriza de modo relevante la estruc­

tura misma de la colectividad y de los roles asumidos por los acto­

res. Tal sería el caso, por ejemplo, de una comunidad pueblerina,

de un vecindario urbano, de una comunidad citadina y, para algu­

nos, de la unidad familiar (home territory), de la etnia e incluso de

la nación. En todos estos casos, el territorio desempeña un papel

simbólico relevante en el contexto de la acción y de las relaciones

humanas, y no simplemente el papel de "condición", de "contene-

9 Esta tesis converge con la de los psicólogos sociales de la escuela europea, según los cuales un grupo sólo existe si sus miembros comparten representaciones comunes (Cf. Abric, 1994: 16).

Page 20: Territorio,-cultura e Identidades

G I L B E R T O G I M É N E Z

1 0 4

dor", de "recurso instrumental o de "fricción". Digamos entonces

que, cuando se trata de pertenencia socioterritorial, la misma terri­

torialidad se integra en el simbolismo expresivo-evaluativo de la co­

munidad como uno de sus componentes o elementos.

Para comprender lo anterior hay que recordar que el territorio

puede ser en sí mismo objeto de apego afectivo (topofilia), inde­

pendientemente de todo sentimiento de pertenencia socioterritorial.

En este caso no se rebasa lo que algunos autores (como Parsons y

los teóricos de la ecología humana) consideran como relación me­

ramente ecológica con el territorio (v.g., mera localización territo­

rial o relaciones meramente simbióticas con otros agentes del entor­

no territorial, que no implican solidaridad alguna ni participación

social). Para alcanzar el nivel del involucramiento sociocultural se

requiere todavía, como queda dicho, la adhesión compartida al

complejo simbólicocultural de una colectividad, dentro de la cual

el territorio desempeñe un papel central.

Figura 2. La pertenencia socio-territorial y sus referentes

Complejo

ccológico-temtonal

Identidad

personal

Pertenencia

socio-territorial

Simbolismo expresivo

y evaluativo

Colectivo solidario

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Territorio, cultura e identidades

105

Figura 3. Niveles de involucramiento social

Dimensión

no simbólica

Dimensión

simbólica

<

localización

territorial

participación

ecológica

pertenencia social

conformidad

normativa

apego a la community

) pertenencia socio-territorial (a la Gemeinschaft)

¿Cómo se adquiere una identidad personal marcada por la territo­

rialidad? Siempre según Pollini (1990: 192), mediante la socializa­

ción primaria de los individuos en el ámbito de múltiples colectivi­

dades de pertenencia territorialmente caracterizadas. En efecto, a

través del proceso de socialización, los actores individuales inte­

riorizan progresivamente una variedad de elementos simbólicos

hasta llegar a adquirir el sentimiento y el estatus de pertenencia

socioterritorial. De este modo, coronan de significado social sus pro­

pias relaciones ecológicas con el entorno territorial. A propósito de

este tipo de pertenencia, las investigaciones empíricas revelan la im­

portancia de variables como la relativa homogeneidad de valores y

costumbres locales; la intensidad de los vínculos familiares, de

amistad y asociativos, y, finalmente, el grado de integración y soli-

Page 22: Territorio,-cultura e Identidades

GILBERTO GIMÉNEZ

1 0 6

daridad de la colectividad de referencia. Por lo que toca a las moti­vaciones, éstas son múltiples. Se puede tener el sentimiento de per­tenecer a una región sociocultural por nacimiento, por habitación prolongada, por integración social, por radicación generacional, por actividad profesional, etc.

Una última cuestión: cha perdido relevancia la pertenencia socioterritorial en las sociedades modernas marcadas por la movili­dad y la globalización económica? En parte, ya hemos respondido a esta pregunta al afirmar que los "territorios internos" perduran, aunque transformados, bajo la presión homologadora de la globa­lización. Pero quisiéramos añadir aquí que las investigaciones em­píricas más recientes parecen confirmar esta tesis (Giménez, 1996: 15 y ss.). Sus conclusiones refrendan la persistencia de las identida­des socioterritoriales, aunque bajo formas modificadas y según configu­raciones nuevas. Así, por ejemplo, el territorio ha perdido el carácter totalizador que ostentaba en las sociedades tradicionales, y ha deja­do de ser un horizonte de orientación unívoca para la vida cotidia­na de los individuos y de los grupos. Lo anterior significa que la pertenencia socioterritorial se articula y combina en un mismo in­dividuo con una multiplicidad de pertenencias de carácter no terri­torial, como las que se relacionan con la identidad religiosa, políti­ca, ocupacional, generacional, etc. La propia pertenencia sociote­rritorial tiende a fragmentarse, tornándose multifocal y "puntiforme" para muchos individuos marcados por una prolongada experiencia itinerante, sea por razones profesionales o de trabajo, sea por exilio político o por migración laboral. En muchas situaciones, el apego territorial asume un valor simbólico-expresivo y una carga emocio­nal directamente y por sí mismo, sin pasar por la mediación de la pertenencia a una comunidad local fuertemente integrada desde el punto de vista normativo.

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Territorio, cultura e identidades

107

Todo ello no impide, sin embargo, el "retorno al territorio",

incluso en los países centrales, bajo diferentes formas de neolocalismos

que revalorizan el entorno rural, la naturaleza salvaje, las pequeñas

localidades y las comunidades vecinales urbanas, invocando temas

ecológicos, de calidad de vida o de salubridad ambiental.

7. Ea región: entre el Estado y la localidad

El concepto de región tiene un carácter extremadamente elusivo.

"Las regiones son como el amor", dice Van Young; "son difíciles

de describir, pero cuando las vemos las sabemos reconocer" (1992:

3). En efecto, la región es una representación espacial confusa que

recubre realidades extremadamente diversas en cuanto a su exten­

sión y a su contenido (B. Giblin-Delvallet, 1993: 1.264).

Pero, por lo general, el término suele reservarse para designar

unidades territoriales que constituyen subconjuntos dentro del ám­

bito de un Estado-nación. Se trata, por lo tanto, de una "subdivi­

sión intranacional" que corresponde a una escala intermedia entre

la del Estado y la de las microsociedades municipales llamadas

"matrias". Si retomamos nuestra distinción entre territorios próximos

o identitarios y territorios abstractos, la región —"demasiado grande

para responder a las preocupaciones de la vida cotidiana y demasia­

do pequeña para ser institucionalizada como un Estado"— sería,

como hemos dicho, la bisagra o punto de conjunción entre ambos

tipos de territorio.

Aceptemos, como punto de partida, la definición formal "aprio-

rística" propuesta por Van Young (1992: 3):

La región sería un espacio geográfico más amplio que una

localidad, pero menor que la correspondiente a un Estado-na-

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GILBERTO GIMÉNEZ

1 0 8

ción, cuyos límites estarían determinados por el alcance efecti­

vo de ciertos sistemas cuyas partes interactúan en mayor medi­

da entre sí que con sistemas externos... Por un lado, no se re­

quiere que sus fronteras sean impenetrables y, por otro, tampoco

se requiere que dichas fronteras coincidan con las divisiones po­

líticas o administrativas más fácilmente identificables, o inclu­

so con accidentes topográficos (ibid.).

Aun así definidas por aproximación, las regiones recubren to­

davía realidades muy diferentes. J. M . Hoerner (1996: 65 y ss.) dis­

tingue tres tipos:

1) Las regiones históricas, ancladas en las tradiciones rurales, más

bien aisladas de los centros urbanos, dotadas de cierta homogenei­

dad natural, cultural y económica (economía predominantemente

agrícola), pero claramente marginadas de las dinámicas económi­

cas urbanas y mundiales. Tales regiones serían las que mejor ex­

presan los particularismos locales y los regionalismos.

2) Las regiones polarizadas y funcionales10, delimitadas por el área

de influencia (umland) de una red jerarquizada de ciudades (me­

trópolis, ciudades medianas...) y plenamente integradas a la diná­

mica de la mundialización de la economía. A este tipo de regiones

se refería M . Le Lannon (1949) cuando afirmaba que "la ciudad

es el fermento de la vida regional".

3) Las regiones programadas o regiones-plan, resultantes de la

"división del espacio nacional en circunscripciones administrativas

10 Esta denominación fue introducida, como sabemos, por economistas y geó­grafos alemanes como W. Christaller, quienes, refiriéndose a las teorías de los "lu­gares centrales" y de la base económica, analizaron los vínculos entre urbanización, industria y región.

Page 25: Territorio,-cultura e Identidades

Territorio, cultura e identidades

109

destinadas a servir de marco a la política de desarrollo regional y de

organización de territorio" (Hoerner, 1996: 76). Estas regiones, que

son fruto de una creación política e institucional, tienen una orien­

tación fuertemente prospectiva (en la medida en que comportan un

proyecto de desarrollo) y no son creadas ex nihilo, sino a partir de

las potencialidades y complementariedades inscritas en su geogra­

fía física, humana y cultural. Son, por lo tanto, regiones simultá­

neamente homogéneas, polarizadas y funcionales.

J. M . Hoerner alude todavía a las antirregiones de los países del

Tercer Mundo, construidas en torno a "polos urbanos del subdesa­

rrollo" en un contexto de pauperismo absoluto. Ellas serían espa­

cios indiferenciados, surcados por delimitaciones administrativas

puramente formales, y carentes de servicios y de vías de comunica­

ción. Tales serían los espacios de las periferias urbanas anárquica­

mente pobladas, de las villas-miseria y de los suburbios-gueto ca­

racterizados por el amontonamiento de todas las pobrezas.

8. La región sociocultural

Como todo territorio, la región no constituye un dato a priori, sino

un constructo resultante de la intervención de poderes económicos,

políticos o culturales del presente o del pasado. "Las regiones son

más bien hipótesis que necesitan ser probadas antes que datos que

deben ser registrados", dice Van Young (1992: 3).

A nosotros nos interesa aquí la región en cuanto constructo cul­

tural que, aunque frecuentemente imbricada en la región geográ­

fica, económica o geopolítica, o superpuesta a ellas, puede coinci­

dir o no con los límites correspondientes a estas últimas.

En cuanto constructo cultural, la región es producto del medio

ambiente físico, de la historia y de la cultura. Surge así el concepto

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GILBERTO GIMÉNEZ

1 1 0

de región sociocultural, definida por Guillermo Bonfil como "la ex­presión espacial, en un momento dado, de un proceso histórico par­ticular..." (1973: 177).

El geógrafo francés Olivier Dollfus (s.f, p. 101) describe así este proceso: "Durante varias generaciones los pobladores de una determinada área territorial experimentaron las mismas vicisitudes históricas, afrontaron los mismos desafíos, tuvieron los mismos lí­deres y se guiaron por modelos de valores semejantes: de aquí el surgimiento de un estilo de vida peculiar y, a veces, de una volun­tad de vivir colectiva que confiere su identidad a la colectividad con­siderada".

Si comenzamos por el sustrato físico-territorial de la región, éste ha sido estudiado por los economistas, pero sobre todo por los geó­grafos. Generaciones de geógrafos han concebido de diferentes maneras la dilimitación o división regional, antes de llegar al con­cepto actual de "región percibida-vivida", que es la base de lo que llamamos región sociocultural.

La noción de región natural fue la primera que forjó la geogra­fía en una época (fines del siglo XIX) en que el medio ambiente natural ejercía todavía un impacto tan grande sobre el hombre, que resultaba natural considerar un valle, una cuenca fluvial, etc., como marco de un estudio regional, sobre todo en los países de reheves muy contrastados.

Esta noción -todavía utilizable allí donde el control de la na­turaleza por el hombre es débil— fue sustituida gradualmente por la de región homogénea en todos los lugares marcados por las hue­llas del hombre (naturaleza antropizada). La región homogénea, también llamada región-paisaje, designa una unidad territorial que presenta cierta uniformidad en cuanto a sus rasgos físicos y hu­manos (o por lo menos cierta complementariedad entre los mis-

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Territorio, cultura e identidades

mos)11. Gracias al enfoque sistémico y al análisis diferencial, la noción de región homogénea puede ser aplicada no sólo a las áreas agrícolas, sino también a las zonas urbano-industriales o a la com­binación de ambas (Dauphine, 1979).

Los procesos de urbanización y de industrialización que mar­can nuestro siglo indujeron a algunos investigadores, como hemos visto, a introducir el concepto de región polarizada (W. Christaller, 1953; E. Juillard, 1962). Ésta no se caracteriza por su homogenei­dad, sino por la función polarizante de un centro urbano ligado a su umland (periferia o entorno rural) por una serie de flujos centrí­petos y centrífugos, entre los cuales pueden citarse las migraciones alternantes por razones de trabajo, los desplazamientos por razones de compras o de diversiones, el aprovisionamiento de los centros urbanos de productos agrícolas, la difusión de periódicos citadinos, etc. La cartografía de estos flujos permite la delimitación de regio­nes polarizadas de diferentes dimensiones, que van desde la micro-rregión polarizada por un burgo hasta la macrorregión dominada por una metrópoli.

La necesidad de superar el objetivismo positivista inherente a los conceptos precedentes, así como también la de tomar en cuenta el punto de vista subjetivo de los habitantes o actores sociales de la región considerada, condujo a los geógrafos a elaborar en los años setenta el concepto de región percibida-vivida (Frémont, 1976), que

1 ' Así, por ejemplo, los geógrafos y los historiadores han contrapuesto las re­giones caracterizadas por paisajes de "openfield" (campo abierto) a aquellas donde predominaba el paisaje boscoso. Estos dos conceptos permitían explicar a la vez la organización espacial y la organización social de dichas regiones rurales; en efecto, se podía contraponer con razón la pareja "prácticas comunitarias y habitat agrupado" del "openfield" a la pareja "individualismo agrario y habitat disperso" de los territo­rios boscosos.

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GILBERTO GIMÉNEZ

I 12

no debe considerarse como excluyente de los demás. De este modo,

se introdujeron métodos de delimitación regional basados en la per­

cepción que tiene la población de su propia región (v.g., encuestas

por fotos, bajo forma de entrevistas semidirigidas). Muchas veces

la delimitación de una región por vía de la percepción permite diri­

mir la controversia entre los partidarios de la región homogénea y de

la región polarizada. Así, los habitantes pueden percibir su región,

según los casos, como una entidad dominante natural (un largo va­

lle, por ejemplo), o más bien homogénea o más bien polarizada.

Esta última concepción de la región nos permite acceder a su

composición cultural, ya que la percepción del espacio depende en

gran medida de la memoria histórica de sus habitantes.

En efecto, si asumimos el punto de vista de la cultura objetivada,

podemos decir, en primer lugar, que la región sociocultural es un

territorio literalmente tatuado por la historia. Podríamos decir inclu­

so, parafraseando a Bachelard, que "está hecha de tiempo compri­

mido". Aquí viene a propósito una cita de Halbwachs:

El lugar ocupado por un grupo no es un pizarrón donde se

escribe y después se borra números y figuras. La Asta de un pi­

zarrón no podría recordarnos todo lo que en el pasado se ha es­

crito en su superficie, ya que es indiferente a los números, y en

un mismo pizarrón pueden reproducirse todas las figuras que se

quiera. Pero el territorio ha recibido la impronta del grupo, y

recíprocamente (citado por R. Bastide, 1970: 4).

Concluyendo: la región sociocultural puede considerarse en pri­

mera instancia como soporte de la memoria colectiva y como espacio de

inscripción del pasado del grupo, que funcionan como otros tantos

"recordatorios" o "centros mnemónicos".

Page 29: Territorio,-cultura e Identidades

Territorio, cultura e identidades

1 1 3

En segundo lugar, numerosos elementos geográficos —antro-

pizados o no— funcionan no sólo como resúmenes metonímicos de

la región, sino también como verdaderos monumentos y, por ende,

como símbolos que remiten a los más variados significados. Para

dar cuenta de este hecho, la geografía cultural ha introducido el

concepto dcgeosímbolo, ya definido más arriba. Los símbolos cobran

más fuerza y relieve todavía cuando se encarnan en lugares. En esta

perspectiva, la región sociocultural se concibe como un espacio

geosimbólico cargado de afectividad y de significados. En su ex­

presión más fuerte, se convierte en territorio-santuario, es decir, en

"un espacio de comunión con un conjunto de signos y valores"

(Bonnemaison, 1981: 257) A Desde este punto de vista, el territo­

rio regional —y afortiori, el local— es un gran proveedor de referen­

tes simbólicos. Franco Demarchi (1983; 5) distingue dos grandes

conjuntos: por un lado, elementos discretos, naturales o antropizados,

presentes en el territorio regional de modo permanente u ocasional:

campos, bosques, lagos y lagunas; montañas, nieve, lluvia, valles y

píameles; muros de las aldeas, santuarios, cementerios, torres de igle­

sias; monumentos, edificios, fauna, flora y sitios pintorescos...; y

por otro, grandes conjuntos panorámicos: v.g, el valle del Cauca en

Colombia, la cuenca del río Balsas en tierra caliente, la pampa ar-

12 Así se entiende por qué este "espacio simbólico" tiende a ser reproducido en el espacio extranjero por las personas que abandonan su lugar de origen, su "tierra natal". Es así como surgen barrios urbanos transformados por las minorías étnicas inmigradas (Litle Italy, China Town, etc.). Dice Roger Bastide (op.cit., p. 11): "Toda colonia extranjera comienza intentando recrear en la tierra de exilio la patria aban­donada, ya sea bautizando los accidentes geográficos con nombres metropolitanos, ya sea compendiando su patria en el pequeño espacio de una casa que entonces se convierte en el nuevo centro mnemónico que reemplaza al que ha sido afectado por el traumatismo del viaje...".

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1 1 4

gentina, el desierto de Texas, el Teposteco en Morelos, el Popo-catépeti en el valle de Atlixco, etc.13.

Siempre en el plano de las formas objetivadas de ia cultura, el territorio regional puede fungir también como espacio de distribu­ción de la cultura etnográfica, es decir, de una variedad de institucio­nes y prácticas simbólicas que, si bien no están ligadas materialmen­te ai territorio como en los casos precedentes, están vinculadas con el mismo en cuanto lugar de origen y área más densa de distribu­ción14. Tales manifestaciones culturales suelen funcionar también, por sinécdoque o metonimia, como símbolos de la región socio-cultural considerada. Cabe nombrar aquí, entre otras manifestacio­nes posibles, la música, el cancionero, la danza y los trajes regiona­les; los poetas, narradores y figuras ilustres del panteón regional; una cultura alimentaria propia y distintiva; determinados produc­tos agrícolas o artesanales; el sociolecto regional; las fiestas, las gran­des ferias, los mercados y los centros de peregrinación; el tipo hu­mano característico de la zona y la belleza idealizada de sus mujeres, etc. El conjunto de esta vasta simbólica regional, cuyos elementos suelen estar claramente jerarquizados, se revela en las grandes cele­braciones y festividades regionales, así como también en el discur­so social común, en el discurso de la lírica, de la narrativa y de la historia regionaiistas, en el periodismo local, en el discurso políti­co, etc.

13 Las funciones del simbolismo territorial parecen claras; 1) sustentar la iden­tidad del grupo en cuanto "centro mnemónico" de la memoria colectiva; 2) hacer posible la interiorización del territorio para integrarlo al propio sistema cultural; 3) marcar visiblemente la apropiación de un determinado territorio por ocupación o conquista (v.g., la bandera americana en la luna).

14 Así, aunque el mole poblano se encuentre en un restaurante de París, estará vinculado siempre a Puebla como a su lugar de origen y área mayor de distribución.

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Territorio, cultura e identidades

115

9. La identidad regional

Pasemos ahora al plano de la cultura interiorizada de los actores re­gionales, generadora, como sabemos, de procesos identitarios que, por hipótesis, deberían estar íntimamente relacionados con las for­mas objetivadas de la cultura, ya que éstas sólo cobran sentido cuan­do pueden ser "leídas", interpretadas o aprendidas desde los esque­mas culturales (habitus) de dichos actores.

La identidad regional -cuya existencia nunca puede presumirse a priori—, se da cuando por lo menos una parte significativa de los habitantes de una región ha logrado incorporar a su propio sistema cultural los símbolos, valores y aspiraciones más profundas de su región. Puede definirse, con M. Bassand (1981; 5), como la ima­gen distintiva y específica (dotada de normas, modelos, representa­ciones, valores, etc.) que los actores sociales de una región se forjan de sí mismos en el proceso de sus relaciones con otras regiones y colectividades.

Esta imagen de sí puede ser más o menos compleja y tener por fundamento, ya sea un patrimonio pasado o presente, un entorno natural valorizado, una historia, una actividad económica específi­ca, o una combinación de todos estos factores. De aquí la distin­ción, frecuente pero no siempre analítica, entre tres tipos de identi­dad, introducida por E Centlivres y retomada por el mismo Bassand (1990:219-220):

1) Identidad histórica y patrimonial, construida en relación con acontecimientos pasados importantes para la colectividad y/o con un patrimonio sociocultural natural o socioeconómico.

2) Identidad proyectiva, fundada en un proyecto regional, es decir, en una representación más o menos elaborada del futuro de la región, habida cuenta de su pasado.

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GILBERTO GIMÉNEZ

I I Ó

3) Identidad vivida, reflejo de la vida cotidiana y del modo de

vida actual de la región. Este último tipo de identidad puede con­

tener, en forma combinada, elementos históricos, proyectivos y

patrimoniales.

Frecuentemente estos tres tipos se imbrican entre sí para definir

y constituir la identidad regional. Pero a veces pueden ser asumi­

dos en forma aislada por los actores regionales. De aquí la necesi­

dad de establecer una tipología de los mismos en relación con su

grado de pertenencia o de identificación regional. Bassand distin­

gue los siguientes tipos (1990: 221-222):

-Los apáticos y los resignados, que se caracterizan por su acti­

tud pasiva y por no identificarse ni con los intereses de su munici­

pio ni con los de su región.

—Los migrantes potenciales que consideran irrealizable su pro­

yecto de vida personal dentro de la región y sólo esperan el mo­

mento propicio para emigrar.

—Los modemizadores, bien integrados social, económica y

políticamente, y partidarios a ultranza de la modernización bajo

todas sus formas. Sin embargo, desprecian el patrimonio y la histo­

ria regional, que consideran como tradiciones obsoletas y retar­

datarias.

—Los tradicionalistas, dotados de una identidad histórica, pa­

trimonial y emblemática muy fuerte, y propugnadores de un pro­

yecto regional consistente en fijar la región en su estado de desarro­

llo actual o, mejor, en reconstruirla según un modelo antiguo de

carácter mítico.

—Los regionalistas, que preconizan el desarrollo autónomo de

su región a cualquier precio y mediante el recurso a cualquier me­

dio, frente a lo que consideran asfixiante centralismo estatal.

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Territorio, cultura e identidades

117

Figura 4. Perfil de los actores de las regiones periféricas

TIPOS DE ACTOR

Emigrantes potenciales

Modemizadores

Tradicionalistas

Regionalistas

ORIENTACIÓN DÍ­LA ACCIÓN Y DE LA ADAPTACIÓN Anemia/alienación Consumidor de lodo tipo de productos de la cultura de masas

Éxodo

Modernización

Mantener la región tai

Regionalismo

IDENTIDAD RECIONAL

Ausente

Ausente

Ausente 0 estigmatizada

Muy túerte.de tipo histórico y patrimonial

Muy fuerte

PROVECTO REGIONAL

Ninguno

Ninguno

"Urbanizar" la regum

Conservación. Re chazo de todos los cambios que alteren el antiguo estado de cosas

Desarrollo regional

PODER

Nulo

Débil

Considerable

Mediano y

Mediano}

ESPACIO DE REFERENCIA

No explicitado

La ciudad

La ciudad

! ,a región de pertenencia en su

menos mitificado

1 -a región de pertenencia

Concluyamos este apartado con algunas observaciones comple­

mentarias.

1) La identidad es creatividad permanente y exploración conti­

nua, y en cuanto tal implica una dialéctica de continuidad y cam­

bio. Si en un contexto de modernización y cambio la identidad

regional se fija sólo en la continuidad, se convertirá fatalmente en

repliegue y negación de sí misma.

2) En nuestra época, la identidad ya no puede fundarse exclu­

sivamente en el culto a las propias raíces y tradiciones, so pena de

perecer por asfixia.

3) La identidad regional puede ser evaluada positiva o negati­

vamente por los actores regionales. Si es evaluada positivamente,

engendrará en estos actores orgullo de pertenencia y un fuerte ape­

go a la región. Si éste es el caso, la identidad estimulará la solidari­

dad regional y reforzará su resistencia frente a la penetración exce­

siva de elementos externos, así como también frente a todo lo que

aparezca como amenaza a la especificidad regional. Si es evaluada

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GILBERTO GIMÉNEZ

1 1 8

negativamente -llegando hasta el extremo de la estigmatización-, los actores regionales se convertirán en migrantes potenciales que sólo esperan el momento oportuno para abandonar su región en bús­queda de identidades más gratificantes.

4) No todos los actores comparten unánimemente o del mismo modo una identidad regional. Lo que es emblema de orgullo para unos, puede ser estigma para otros.

5) No existe, en principio, incompatibilidad entre identidad regional y apertura al mundo. Por el contrario, cuanto más amplia y generosa es la apertura al exterior, tanto más fuerte y compartida tendría que ser la identidad regional.

6) No hay identidad sin autonomía al menos relativa. Una co­lectividad que no pueda decidir sobre su modo de vida, que no pueda vivir según los valores que considera fundamentales, que no pueda organizar su vida colectiva de acuerdo con sus propias nor­mas, es una colectividad desprovista de identidad. Es, con otros tér­minos, una colectividad moribunda.

10. La región como un entramado de "matrias"

Los desarrollos precedentes han puesto de manifiesto que la homo­geneidad no es el criterio mayor para definir lo regional en térmi­nos culturales, sino la articulación de diferencias frecuentemente complementarias, aunque intrínsecamente jerarquizadas (Lomnitz, 1995: 45 y ss.), dentro de la unidad expresada por cierto estilo de vida y por ciertas formas simbólicas —sociolectos, canciones, fiestas, hábitos alimentarios...- difundidas por todo el área regional. Más aún, la articulación regional de las diferencias culturales no es ne­cesariamente armoniosa, ya que frecuentemente incluye contrastes y contradicciones entre los diversos sectores sociales, sin que esto

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Territorio, cultura e identidades

119

impida considerar que todos participan del mismo patrón cultural. Tales conflictos son un factor esencial en la dinámica regional y deben ser tomados en cuenta para su definición.

Podemos relacionar las diferencias culturales intrarregionales con la diversidad de microrregiones definidas a escala municipal. Se trataría de los "pequeños mundos municipales" Mamados tam­bién localidades, terruños, "patrias chicas" o tierra natal. El histo­riador Luis González (1992: 477 y ss.) ha forjado el término matria para designar a estas microrregiones culturales de fuerte sabor lo­calista, "al pequeño mundo que nos nutre, nos envuelve y nos cui­da de los exabruptos patrióticos, al orbe minúsculo que en alguna forma recuerda el seno de la madre cuyo amparo, como es bien sa­bido, se prolonga después del nacimiento (ibid., 480).

En términos descriptivos, las "matrias" serían espacios cortos, en promedio diez veces más cortos que una región. "El radio de cada una de estas minisociedades se puede abarcar de una sola mi­rada y recorrer a pie de punta a punta en un solo día" (ibid.). Según el mismo autor, los nichos ecológicos de una matria pueden ser un valle estrecho, una meseta compartida, parte de una llanura, parte de un litoral marítimo, etc. Su población se reparte, por lo general, en uno o varios pueblecitos con su periferia de rancherías. En to­dos los casos, se trata de "sociedades de interconocimiento" con dé­bil estratificación social. Por eso —continúa nuestro autor— los con­flictos interfamiliares suelen ser más visibles en ellas que la lucha de clases.

Lo que Luis González se ha olvidado de mencionar es la enor­me desigualdad socioeconómica y cultural entre las matrias. Éstas no se configuran en el espacio como un mosaico plano armado con piezas equivalentes, sino que están rigurosamente jerarquizadas según su mayor o menor proximidad a los polos urbanos. Hay

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1 2 0

matrias perdidas en el aislamiento de las "regiones históricas tradi­

cionales" de carácter rural; otras se hallan sumidas en la desolación

y pobreza ancestrales de las "antirregiones" que recuerdan las na­

rraciones de Rulfo; otras, en fin, viven más o menos contagiadas de

la relativa prosperidad de las "regiones polarizadas" más dinámicas

económicamente, todo lo cual indica que, al igual que las regiones,

las matrias se distribuyen en el espacio geográfico según la polari­

dad centro/periferia.

En conclusión: la región se caracteriza internamente por una

dialéctica de unidad y de diversidad. Se nos manifiesta como un

haz de microrregiones, como un entramado de matrias.

El corazón de la matria es el pueblo o la aldea. Por eso en las

regiones periféricas, en particular, la identidad regional se funda

en un tejido de identidades pueblerinas polarizadas por cabeceras

municipales. En términos culturales, la cabecera suele ser el lugar

de la cultura dominante representada por la "Gran Tradición", es

decir, por la Religión oficial, el Poder y la Ciencia (Molino, 1978:

633); mientras que su periferia pueblerina y rural suele ser el lugar

de las culturas étnicas y populares representadas por las "pequeñas

tradiciones" de Redfield (1965).

11. Cultura, identidad y desarrollo regional

Llegados a este punto podríamos preguntarnos qué tanto vale la

pena pensar la región en términos de cultura e identidad. ¿Qué

eficacia pueden tener estos conceptos para el funcionamiento, la or­

ganización y el desarrollo regional?

Para responder a esta cuestión habrá que comenzar argumen­

tando sólidamente la importancia de la cultura en la dinámica so­

cial frente a las corrientes tecnocráticas y economicistas que tienden

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Territorio, cultura e identidades

121

a devaluarla como algo después de todo prescindible por su carác­

ter accesorio, residual y cuasiornamental.

La cultura, tal como la hemos definido, no sólo está socialmen­

te condicionada, sino que constituye también un factor condicionante

que influye profundamente sobre las dimensiones económica, po­

lítica y demográfica de cada sociedad. Max Weber, por ejemplo,

ha ilustrado magistralmente la influencia de la religión sobre la eco­

nomía en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1985).

Y después de él, numerosos investigadores han demostrado que la

cultura define las finalidades, las normas y los valores que orientan

la organización de la producción y del consumo. En cuanto al

ámbito político, sabemos que la base del poder no es sólo la fuerza,

sino también la legitimidad (que es un concepto cultural), y que las

grandes familias políticas invocan siempre fundamentos ideológi­

cos, filosóficos y hasta religiosos. Por último, Talcott Parsons se ha

empeñado en demostrar a través de toda su obra que, si bien la

energía y los recursos materiales condicionan la acción, la cultura

la orienta y la controla.

Ahora bien, como la cultura no puede ser operativa más que a

través de los actores sociales que la portan (agency), la tesis prece­

dente puede ser ampliada añadiendo que la cultura sólo puede pro­

yectar su eficacia por mediación de la identidad. En efecto, en cuanto

dimensión subjetiva de los actores sociales, la identidad no es más que

el lado subjetivo de la cultura, resultante, como queda dicho, de la

interiorización distintiva de símbolos, valores y normas. Esto mis­

mo se puede expresar diciendo que todo actor individual o colecti­

vo se comporta necesariamente en función de una cultura más o

menos original; la ausencia de una cultura específica —es decir, de

una identidad-, provoca la anomia y la alienación, y conduce fi­

nalmente a la desaparición del actor.

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GILBERTO GIMÉNEZ

1 2 2

Aplicando esta tesis a nuestros propósitos, podemos concluir que la cultura puede influir sobre el desarrollo social y económico de una región sólo por mediación de la identidad. Por consiguiente, la identidad constituye una dimensión importante del desarrollo regional. Sin identidad no hay autonomía, y sin autonomía no puede haber participación de la población en el desarrollo de su región. Lo que equivale a decir que no puede existir un desarrollo endógeno sin identidad colectiva.

A continuación nos proponemos ilustrar brevemente las rela­ciones entre vida cultural y desarrollo regional, por referencia a una experiencia suiza de la década de los ochenta (Bassand, 1981 y 1985; Fischer, 1985) . Se trata de un proyecto de investigación patrocina­do por el Consejo Federal Suizo, que tenía que responder a tres cuestiones centrales:

1) ¿Cuáles son las disparidades y diferenciaciones regionales que pueden observarse en el país?

2) ¿Cuáles son sus principales causas y consecuencias? 3) ¿Cuáles han sido los efectos de la política de desarrollo prac­

ticada hasta ahora y qué política alternativa puede proponerse para el porvenir?

Los investigadores se encontraron de entrada con que no exis­tía una teoría general del desarrollo regional, por lo que se vieron obli­gados a construirla. Sólo disponían de punto de referencia de las dos conocidas teorías globales del crecimiento económico que oponen entre sí a liberales y marxistas: la doctrina neoclásica y la de la po­larización.

"Según la argumentación neoclásica, las primeras fases del creci­miento pueden ir acompañadas por un aumento de las desigualda­des, pero a partir de cierto punto el libre mercado desencadena efec­tos distributivos que las atenúan. Según esta argumentación, el sis-

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Territorio, cultura e identidades

123

tema tiende al equilibrio. En el sector económico, por ejemplo, se

da un reequilibrio automático de los factores de producción en el

espacio, a través del mecanismo de los precios.

"La teoría de la polarización, en cambio, sostiene que el creci­

miento no es uniforme en el espacio. En efecto, el crecimiento se

genera con una intensidad variable en los polos de desarrollo, don­

de hay procesos circulares que lo amplifican, lo que conduce a un

crecimiento acumulado en los principales centros de un país. Por

consiguiente, el crecimiento conlleva siempre un desequilibrio,

dado que las interacciones entre centros y periferias benefician so­

bre todo a los primeros" (Fischer, 1985: 14).

El debate entre ambas teorías comporta consecuencias impor­

tantes. Así, si se adopta la primera, toda política regional resulta

inútil e innecesaria, ya que el mercado se encarga de orientar por sí

solo todo el sistema hacia el equilibrio. Más aún, en este caso la mejor

política sería no tener política alguna. Sólo la segunda alternativa

permite concebir y elaborar programas destinados a corregir y a

controlar los desequilibrios y disparidades crecientes.

Los investigadores suizos optaron por la teoría de la polariza­

ción, ya que parecía la más adecuada para explicar la historia y la

configuración actual del desarrollo en el país. En efecto, todos sus

planteamientos y programas parten del anáfisis regional en térmi­

nos de centro y periferia.

Con la industrialización y la urbanización se imponen dos

tipos principales de regiones: por un lado, las regiones centra­

les y urbanas, y por otro, las regiones periféricas. Las primeras

tienen la forma de una inmensa bomba aspirante de capitales,

de mano de obra y de tecnología. Las segundas son el reverso de

las primeras: bombas expelentes. El modelo cultural de las pri-

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GILBERTO GIMÉNEZ

1 2 4

meras tiende a imponerse a las segundas. De este modo, estas

últimas pierden no sólo su autonomía política, sino también su

identidad colectiva. Actualmente, estas regiones han perdido sus

fuerzas productivas, ya no pueden adaptarse a las exigencias

tecnológicas modernas y ya no tienen medios para emprender

una iniciativa económica autónoma. Además, la mano de obra

es menos calificada que en otras partes, los dirigentes económi­

cos no son originarios de la región y, por lo mismo, sus acciones

ignoran el horizonte regional y la anomia se generaliza (ibid.,

pp. 13-14).

Hubo que dar todavía un paso adicional: tratándose de desa­

rrollo regional, se requería ampliar la perspectiva meramente económi­

ca centrada en el crecimiento, para introducir una óptica global que abar­

cara también las dimensiones culturales, sociales, políticas y ecoló­

gicas del desarrollo. Esta orientación tendrá una peso decisivo a la

hora de formular los objetivos principales del desarrollo regional.

Por último, se pretendía favorecer un desarrollo endógeno basado

en la participación amplia y democrática de la mayor parte de la

población.

Sobre la base del conjunto de estas consideraciones, los investi­

gadores formularon los siguientes objetivos básicos de la política

regional;

—reducción de las desigualdades regionales indeseables, que concierne

fundamentalmente a la política de redistribución;

-estabilidad económica de las regiones, que busca salvaguardar los

empleos existentes y crear, dentro de lo posible, otros nuevos;

-crecimiento del conjunto de la economía nacional, ya que ningún

desarrollo regional puede realizarse independientemente del desa­

rrollo del conjunto del país;

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Territorio,cultura e identidades

125

—protección del_ medio ambiente y del paisaje, que busca salvaguar­

dar los fundamentos naturales de la existencia y mantener el equi­

librio ecológico;

—autonomía y diversidad sociocultural, que se propone promover

la identidad regional y mantener vivo el patrimonio cultural de la

región;

-mantener y reforzar el federalismo, ya que no se trata de disol­

ver, sino de reforzar la unidad nacional como condición de estabi­

lidad política.

Por lo que toca al papel particular de la cultura y de la identi­

dad en esta política de desarrollo, los investigadores diseñan dos es­

cenarios, el primero de los cuales modeliza el diagnóstico de la si­

tuación actual, mientras que el segundo visualiza los procesos

correctivos correspondientes.

El primer escenario (figura 6, ver página siguiente) ilustra cla­

ramente que las formas actuales del desarrollo capitalista erosionan

la identidad colectiva de las regiones periféricas. Esta situación tie­

ne una doble consecuencia: por un lado, acelera el éxodo de capita­

les y de habitantes, y por otro, suscita una fuerte anomia entre los

actores que permanecen en la región. El éxodo y la anomia colec­

tiva, a su vez, acrecientan los tres males característicos de las regio­

nes periféricas: la regresión económica, la dependencia política y la

marginación cultural.

Page 42: Territorio,-cultura e Identidades

GILBERTO GIMÉNEZ

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Page 43: Territorio,-cultura e Identidades

Territorio, cultura e identidades

127

El segundo escenario (figura 7, ver página siguiente) parte de la hipótesis de que el reforzamiento de la identidad regional esti­mula la autonomía económica y política de la región, lo que contri­buye a contener la regresión económica, la dependencia política y la marginalidad cultural. Naturalmente, estos procesos interactúan con las demás dimensiones socioeconómicas de la región y de la so­ciedad englobante.

Figura 6. Desestructuración de la identidad y desarrollo regional

S E - * ' De sestructuración de la identidad regional

i

SE = facto es socio-eco

,

lóitiicos

X

SE

É»d„ \

Anomia

t SE

Regresión económica, dependencia política y marginalidad cultural

^

Ambos escenarios ilustran claramente que la identidad regio­nal desempeña un papel considerable en el desarrollo regional, pero es evidente que una política pública que interviniera sólo sobre estos aspectos culturales no podría contener ninguno de los procesos de deterioro señalados más arriba. Sólo las políticas públicas que com­binen acciones simultáneamente sobre la economía y sobre la iden­tidad regional pueden garantizar el éxito, es decir, permitirían a las actuales regiones periféricas liberarse de su dependencia e inventar su futuro.

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GILBERTO GIMÉNEZ

1 2 8

Figura 7. Fortalecimiento de la identidad colectiva y desarrollo regional

i Freno al éxodo de la mano de ob y de los capitales

• t Fortalecimiento de la identidad

Estímulo para la participación en las instituciones políticas locales y regionales

Ac recenta míe nt

económica regio

Acrecentarme nt la autonomía política regional

lal

de

Bloqueo de la regresión económica, de la dependencia política y de la marginalidad cultural

En resumen, una política sensata de desarrollo cultural en el

plano regional implica poner en juego conjuntamente tres tipos de

acciones: abrir la región al mundo, cultivar su especificidad histórica

y cultural, y, finalmente, estimular la participación de los habitantes,

ya que se trata de un desarrollo endógeno autosustentado. En otros

términos, para nuestros colegas suizos una política de desarrollo

cultural regional consiste en forjar una amalgama hecha de tradi­

ción y modernidad, que sea creadora de autonomía y dinamismo

colectivo.

Page 45: Territorio,-cultura e Identidades

Territorio, cultura e identidades

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Page 49: Territorio,-cultura e Identidades

Intelectuales y regiones a comienzos del siglo XX

Gilberto Loaiza

Entre barbarie y civilización

.Las ciudades ejercen enorme influjo sobre los intelectuales y és­

tos, a su vez, las estiman imprescindibles. Más precisamente, la ciu­

dad capital tiene un efecto magnético sobre quienes se consideran

intelectuales. Las razones —que pueden ser también consecuencias-

son muchas y tan sólo mencionaré algunas: la centralización de ser­

vicios culturales; el supuesto cosmopolitismo de la capital; la nece­

sidad de participar en el control del Estado; la dependencia de un

empleo oficial y la garantía de un vínculo más inmediato y elevado

con la actividad política. En Latinoamérica, esta huida hacia las

ciudades capitales ha sido determinante en el moldeamiento de los

intelectuales desde, incluso, los tiempos coloniales. En nuestro caso,

la consolidación de Bogotá como centro político-administrativo

determinó cierta homogeneidad de ios miembros de las élites ilus­

tradas y las enajenó de un necesario vínculo con las comunidades

locales. La escasa expansión del intelectual civil laico, animal urba­

no por excelencia, contribuyó al afianzamiento del control social

ejercido por la Iglesia católica en lugares recónditos para el difusor,

desde las comodidades capitalinas, de las bondades de un proyecto

liberal de nación moderna.

Page 50: Territorio,-cultura e Identidades

GILBERTO LOAIZA

134

Quizás la pobre y vaga idea de nación que tenemos hoy, junto con su proporcional o consecuente invocación de un centro omní­modo, se deba en buena parte a que los intelectuales civiles del si­glo XIX no contribuyeron, como máximos productores y regula­dores de símbolos, a construir a partir de la sumatoria de diversida­des regionales una nación moderna. Es cierto que hubo esfuerzos para recorrer y reconocer científicamente el país en todas sus varian­tes, que no sólo se apeló a imaginar una comunidad desde la mese­ta cundiboyacense. Dicho de otro modo, el patrón de la exclusión, que fue el que se impuso en definitiva, no siempre predominó; una relectura de la revista El Mosaico, incluso la simple evocación del nombre de esa publicación, nos remite a una voluntad de compren­der una nación compuesta de una gran variedad de colores. Pero muchos de esos intelectuales civiles decimonónicos constataron con sus relatos de viajes que el Estado no poseía la burocracia que en número y en preparación pudiera cumplir tareas hegemónicas y unificadoras en todos los ámbitos regionales; dejarles a los curas de aldea el peso de una presunta labor civilizadora fue la aceptación, después refrendada durante la Regeneración, del modelo católico hispanista como pauta principal del control social.

Hoy, la reiteración de ese proceso de concentración de los inte­lectuales en la capital ha incidido en el desconocimiento de las rea­lidades concretas regionales y en el desprecio de la Ada intelectual de la periferia. Peor aún, en el autodesprecio: hace poco un amigo, cuyo nombre no voy a delatar, me confesaba que su trasteo a Bogo­tá se debía a que en su entorno, según él muy parroquiano, no podía garantizar la escritura de su proyectada novela. Lúcida o candida, la decisión de mi amigo denota el sentimiento de postración con que se identifican muchos intelectuales en sus lugares de origen. Lo que presumo con este y muchos otros ejemplos es que no se

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

135

abandona solamente la aridez o la estulticia culturales de ciertos lugares, más bien se busca huir de unas condiciones premodernas que hacen de la vida intelectual una situación marginal. Hay ciu­dades regidas por fuertes redes de endogamia y por nociones seño­riales que hacen del intelectual un ser extraviado y además incapaz de ejercer alguna función hegemónica notable, a no ser que se con­vierta en un corifeo del clientelismo local, como le ha venido suce­diendo a los remanentes de lo que fue la izquierda hace un par de décadas. La condición actual de la Universidad del Valle —no evo­carla ahora sería inexcusable— es muy semejante a algo que, ins­titucionalmente, oscila entre ser el apéndice burocrático de una so­ciedad premoderna, el fortín político-administrativo de apellidos políticos locales o un suburbio de la cultura que intenta autorre-gularse, con mucha dificultad, mediante formas modernas de con­cepción y de organización de la sociedad. La Universidad del Va­lle, en su actual condición, es tal vez un buen testimonio de lo pre­cario que es el uso de la razón en eso que denominamos, con algo de desprecio, provincia.

El intelectual en Colombia siempre se ha debatido entre apren­der a ser de su ámbito y escapar de él. La literatura costumbrista del siglo XIX, por ejemplo, contiene esa escisión: el hombre que quiere pintar la fisiología de su sociedad, que quiere delinear todos los tipos sociales posibles y, a la vez, desea contemplarlos a pruden­te distancia por temor a que esas costumbres se prolonguen en el tiempo o contagien a las gentes de buen tono. En este siglo, poetas como De Greiff contuvieron en su obra una ambivalencia seme­jante. Se debieron a sí mismos y al vínculo con una comunidad artística local con características lo suficientemente singulares como para diferenciarse de otras, pero a la vez quisieron huir, así fuera en base al exotismo de su estilo literario, de la asfixia de la aldea me-

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GILBERTO LOAIZA

136

dellinense de los primeros decenios de este siglo. El escritor Tomás

Carrasquilla, cuya obra representa la fecunda síntesis de la cultura

popular y la cultura de élites en Antioquia, tuvo que asumir como

un condenado la necesidad de viajar a la gris Bogotá, como él la

llamaba, a desempeñar un mediano cargo burocrático que le ga­

rantizase su subsistencia; este último ejemplo testimonia la tiranía

del centralismo estatal que había diseñado la Constitución política

de 1886, en menosprecio del libre desarrollo de las regiones en sus

múltiples formas de expresión.

La atracción magnética de Bogotá es todavía inconmovible y

ha acendrado las distancias, las diferencias, la concentración de fun­

ciones y de servicios institucionales del aparato cultural. Todo eso

ha ido en desmedro de la conformación de comunidades específi­

cas de intelectuales y ha alimentado la subestima por lo que pueda

producirse desde la supuesta periferia. Sin embargo, invocar la ca­

pital como un núcleo cosmopolita en el comercio de las novedades

ideológicas de todo tipo ha sido, sin duda, un equívoco. Precisa­

mente, la elección definitiva de Bogotá como centro regulador de

la actividad del Estado reafirmó la prolongación de patrones cultu­

rales de la Colonia en los umbrales del siglo XX. Bogotá ha sido el

símbolo topográfico de nuestro aislamiento, de nuestro abandono

de cualquier proyecto de diálogo con ei mundo, ha sido la prueba

de nuestra prolongada obstinación por matarnos encerrados en es­

tas montañas.

El desigual ingreso a la modernidad

Ciertos procesos históricos pueden demostrarnos que entre regio­

nes, incluida Bogotá como tal, se presentaron desarrollos desigua­

les en la formación de núcleos de intelectuales. Aquello que noso-

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

137

tros conocemos como el hito del ingreso a la modernidad, ese tar­

dío y tímido vínculo con lenguajes, valores, concepciones de la vida

relacionados con prácticas artísticas y científicas secularizadas del

dominio religioso; la exaltación de la libertad individual en la crea­

ción, el alejamiento de nociones de verdad y belleza instauradas

desde los reductos de la fe católica, todo eso tuvo diferentes niveles

de asimilación entre la nueva intelectualidad de las primeras déca­

das del siglo XX. Y Bogotá, en este caso, evidenció con respecto a

otras regiones que estaba alejada de los vaivenes y novedades de esa

modernidad; no tanto porque allí se ejerciera una tenaz censura a

formas de expresión artística demasiado heterodoxas, sino más bien

porque la nueva intelectualidad que en otras partes estaba en con­

flicto con las jerarquías eclesiásticas, en Bogotá había logrado una

estrecha afinidad con las principales figuras letradas del clero capi­

talino. En esa ciudad, el papel hegemónico de monseñor Rafael

María Carrasquilla no se hizo cuestionable hasta 1922, con la ayu­

da de los inquietos jóvenes antioqueños que ya habían teñido de

algún color distinto al gris la vida intelectual bogotana.

Hasta 1918, Bogotá no conoció actitudes desafiantes e im­

pugnadoras provenientes de nuevos grupos de intelectuales. Eran

escasos los tertuliaderos y pocos los literatos que se atrevían a pro­

longar las horas de conversación. Desde 1915, la revista Cultura y

los veteranos intelectuales que la orientaban eran la más consistente

oposición secularizadora a la imponencia del sermón eclesiástico o

a las rígidas clases de escolástica. El famoso Windsor apenas comen­

zaba a hacerse conocer como el "café de los intelectuales". Un es­

critor de la nueva generación, recién llegado en el año 1918 desde

Medellín, comprobó que aún eran pocos y muy moderados los

intelectuales de la capital colombiana que dejaban escapar las horas

en las charlas vespertinas y nocturnas del café:

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GILBERTO LOAIZA

138

En un rincón veremos uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco li­

teratos conocidos. Sin embargo, no beben el ajenjo clásico de

los soñadores; tampoco fuman en grandes pipas; no se distin­

guen en nada de los demás concurrentes. Hablan moderada­

mente, sin ofender al interlocutor. No se peroran a grandes gritos

como en otros tiempos de poetas locos; tampoco se encaraman

sobre las mesas y las botellas permanecen incólumes y las fren-

En 1919 hubo una tímida eclosión juvenil en Bogotá, cuando

se instaló en la Sala Samper, sitio de exposiciones y conferencias

organizado por la revista Cultura, la Asamblea de Estudiantes, más

por el influjo del poeta mexicano Carlos Pellicer, promotor de la

organización hispanoamericana de los estudiantes, que por la au­

dacia de los jóvenes universitarios bogotanos. En esa Sala Samper

expuso por primera vez en Bogotá, en 1918, su obra pictórica el

caricaturista Ricardo Rendón. Germán Arciniegas, por entonces

dirigente estudiantil universitario, evocó hace poco la importancia

que tuvo aquel recinto para el surgimiento de la nueva intelec­

tualidad bogotana:

En la Sala Santiago Samper nació la Asamblea de estudian­

tes. Ahí pronunciaron sus primeros discursos Gabriel Turbay,

Camacho Carreño, Elíseo Arango, Guillermo Londoño Mejía,

Hernando de la Calle, Nicolás Llinás, los muchachos de toda

Colombia que habrían de producir revoluciones, es decir, todo

lo contrario de lo que habían sido las del siglo XIX.

! Luis Tejada, "El café", El Espectador, Bogotá, junio 20 de 191 í

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

139

Grandes agitaciones de ideas, academias de poesía desobe­

diente, disidencias políticas, escuelas de economía, periódicos

y sociedades literarias2.

Ese mismo año, hablamos de 1919, apenas si se insinuaba algo de la agitación mencionada por Arciniegas. Los hermanos Juan y Carlos Lozano y Lozano fundaron la Revista Azul, repitiendo el nombre de la publicación modernista que creó en el siglo pasado Gregorio Gutiérrez Nájera. Aquella revista de la juventud univer­sitaria bogotana fue una modesta publicación que alcanzó cinco números en los que se presentaron algunos nuevos escritores: Ger­mán Pardo García, Clemente Manuel Zabala, Rafael Maya, Ra­fael Bernal Jiménez. Vale destacar la presentación de unos poemas de León de Greiff y del extraño Abel Fariña. Pero al lado de estos nombres apareció un sentido homenaje a quien por entonces regen­taba el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y a la vez presidía la Academia Colombiana de la Lengua, el ya mencionado monseñor Rafael María Carrasquilla. Es decir, mientras en tierras de Antioquia se apelaba al nihilismo nietzscheano para combatir la tiranía moral de la Iglesia católica o mientras en Barranquilla la revista provanguardista Voces circulaba con el disgusto de la curia local, en Bogotá los discípulos de los claustros en que se impartían las severas doctrinas escolásticas brindaban homenajes de admira­ción a sus maestros de sotana:

Crecimos oyendo —decía la revista— el elogio rotundo de las virtudes, la sabiduría y el patriotismo de Monseñor; fuimos

Germán Arciniegas, "La Sala Samper", El Tiempo, Bogotá, diciembre 29 de 1994.

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GILBERTO LOAIZA

140

luego sus discípulos, le oímos varios años en las aulas, le obser­

vamos en el rectorado del Rosario, recibimos reiteradas prue­

bas de bondad y pudimos apreciar, por conocimiento personal,

cómo se aunan en él las más elevadas prendas del corazón y de la

inteligencia'.

Otras ciudades, parece, ofrecieron en aquellos años un ambiente

menos proclive a los dictámenes de la autoridad eclesiástica. Segui­

mos creyendo que las bondades del puerto marítimo y el contacto

con inmigrantes europeos hicieron de la Barranquilla de comien­

zos del siglo XX un nicho cosmopolita para los intelectuales; aun­

que, al igual que en otros lugares del país, se practicó la descon­

fianza ante la novedad extranjera y, sobre todo, se quiso evitar la

propagación de ideologías funestas para el orden social de la He­

gemonía Conservadora. En Barranquilla, como en Cartagena, va­

rias veces la Iglesia católica prohibió que se bailase en público la

cumbia o influyó en las autoridades civiles para hacer expulsar com­

pañías teatrales con antecedentes anarquistas. Aun así, Barranquilla

presentaba el panorama de una vigorosa incorporación a las nove­

dades del progreso tecnológico y de la evolución ideológica del

mundo. Era la ciudad abierta y cosmopolita que permitió el ingre­

so del siglo XX en Colombia. A ese puerto llegaron a comienzos de

este siglo marineros anarquistas y socialistas; banqueros ingleses,

franceses y alemanes; comerciantes italianos y catalanes; allí se con­

centraron lectores de Nietzsche, traductores de Kant y Apollinaire.

El extranjero y el nativo dieron lugar a una cultura cosmopolita, tal

como un historiador lo confirma:

3 Revista Azul, Bogotá, n° 4, octubre 12 de 1919; pp. 78 y 79.

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

141

Culturalmente, Barranquilla expresaba una sociedad más

abierta, mostrando el doble carácter de ciudad receptora y cen­

tro difusor de nuevos valores e ideologías. Por ser puerto fluvial

y marítimo, era el lugar privilegiado para el encuentro de mu­

chas corrientes de pensamiento. Tanto los migrantes internos

como los extranjeros, y la trashumante presencia de marineros y

agentes comerciales, contribuyeron a esa apertura cultural. Allí

se conocían antes que en el resto del país tanto los inventos y

novedades científicas como las nuevas ideologías revoluciona-

Los almacenes tomaban en serio su estrecho vínculo con el res­

to del mundo y seducían a la clientela con anuncios como este:

"English Spoken, On Parle Francais, Si Parla Italiano". Para los

intelectuales era deliciosamente posible el consumo de novedades

librescas. Fácilmente, algún escritor de renombre podía ser encon­

trado en la calle con un fárrago de libros que trataban los asuntos

más diversos, libros recién llegados en un vapor trasatlántico o re­

cién adquiridos en alguna exuberante librería. Así se recuerda la

figura del inquieto escritor Julio Gómez de Castro, primer direc­

tor de la revista Voces de Barranquilla:

Julio Gómez de Castro va por la calle con media docena de

libros debajo del brazo... En ese ambiente claro, que el sol de las

Antillas hurga con su millón de tenedores, disociados grupos

de intelectuales realizan el portento de mantener en la cabeza

4 Mauricio Archila Neira, Cultura e identidad obrera, Cinep, 1991, Bogotá, p. 66.

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GILBERTO LOAIZA

1 4 2

las últimas novedades de librería. Julio Gómez de Castro es sin duda alguna el más "renseigné" de todos los muchachos letra­dos de la costa adámica5.

Precisamente, la revista Voces, que vivió entre 1917 y 1920, fue el resultado de la conjunción de esfuerzo juvenil con la experiencia crítica de Ramón Vinyes y Enrique Restrepo. Voces fue una revista ecléctica y cosmopolita: se ocupó de filosofía y literatura; hizo crí­tica de escritores consagrados y presentación de nuevos valores; hubo promoción de las tesis fundamentales de la vanguardia europea y divulgación de la Ada literaria del interior del país. No tuvo pre­tensión de adherirse a ningún credo político, pero no desatendió la novedad del socialismo victorioso en Europa. Su mayor vitalidad consistió en difundir lo novedoso, lo que en Europa comenzaba a palpitar y apenas se extendía subversivamente por el continente americano. Para esa labor difusora de lo nuevo en cualquier campo del conocimiento, y sobre todo en el literario, la revista contó con la erudición políglota de Ramón Vinyes. Gracias a él, la revista pudo preparar un audaz número dedicado a la exposición de los idearios vanguardistas en boga. A él se debe la presentación de la poesía de Apollinaire y la del poeta alemán Hugo Hoffmansthal. También los comentarios sobre las obras de Cario Gozzi, John Keats y Frie­drich Hebbel, entre otros. Él es igualmente responsable del fami­liar contacto que tuvo la revista con publicaciones del viejo conti­nente, como English Review, Sic, Nord-Sud y La Crítica de Benede-tto Croce. A propósito del aporte de Vinyes a la revista barranqui-llera, el historiador Alvaro Medina precisa que:

5 Jaime Barrera Parra, Notas de Week-End, Imprenta Departamental, Bucara-manga, 1933, pp. 64 y 65.

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

143

En Voces se leen por primera vez en español, poemas de

Guillaume Apollinaire, Paul Dermée, Luciano Folgore, Lino

Cantaralli, Pierre Albert Birot, Pierre Reverdy, Max Jacob y

otros escritores de los grupos post-futuristas y pre-surrealistas6.

La revista Voces y los raros esbozos de novelas de ficción de

aquellos primeros decenios del siglo delatan que en Barranquilla

hubo un microclima cultural muy relacionado con una ilusión de

prosperidad a largo plazo que, ya todos sabemos, no pasó de ser

una ilusión, bien alimentada incluso por los menos soñadores. Al­

guna vez, el ingeniero civil Alejandro López le había adjudicado

a ese puerto una pujanza industrial incuestionable, pero a medida

que avanzaba el siglo el optimismo de los primeros años se fue

desvaneciendo ante las evidencias7. Para el escritor Ramón Illán

Bacca no había razones para la desmesura del optimismo, Voces era

un acto aislado y singular en una ciudad sin universidades, sin mu­

seos y con pocos lectores. Pero, eso sí, era una ciudad que entre 1918

y 1925 había permitido que los extranjeros fundaran sus propios

periódicos, montaran obras de teatro y contribuyeran a fundar nú­

cleos de sindicalismo protosocialista o protoanarquista. Eran, al fin

y al cabo, algunas de las consecuencias afortunadas de un puerto

de importancia en Suramérica durante aquel tiempo.

6 Alvaro Medina, "Don Ramón; el maestro catalán de Cien años de soledad", revista Pluma, n° 5, noviembre de 1975.

7 Véanse sobre ese tiempo del optimismo en Barranquilla a: Ramón Illán Bacca, Escribir en Barranquilla, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 1998, pp. 80-117. Tam­bién la colaboración de Eduardo Posada Carbó en Historia económica y social del Ca­ribe colombiano, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 1994.

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GILBERTO LOAIZA

144

Durante ese proceso de transición a la modernidad, Medellín fue

escenario de sutiles y no por ello menos ardientes disputas. En

medio de la incipiente modernización capitalista, la Iglesia católica

continuaba ostentando, como en los tiempos coloniales, un inmen­

so poderío cultural. La Constitución política de 1886 le había de­

vuelto la dirección de la enseñanza y le confirió el papel de ideolo­

gía oficial que pretendió combatir el inatajable oleaje de voces

profanas. Ella prohibía periódicos, folletos, libros, librerías. Adver­

tía qué obras podían ser leídas por los jóvenes y cuáles debían ser

censuradas; ella seguía cada paso de un alumno, porque no quería

que en un descuido se desviara por lecturas que podían "pervertir

la mente y el corazón"8. Bien afirma la investigadora Patricia Lon­

doño que "durante la primera mitad del siglo la Iglesia en Antioquia

mantiene su enorme poder de sanción social"9. Y quizá más que en

cualquiera otra región del país, la Iglesia católica ejerció allí un in­

menso control sobre la intimidad de los hombres y quizá con ma­

yor virulencia ocasionó conflictos con individuos que se resistieron

a aceptar su omnipotencia.

Desde 1910, la Escuela Nacional de Minas, fundada en An­

tioquia en 1887, se convirtió en la institución "vocera de la clase

burguesa nacional en ascenso". En una minuciosa descripción de

la influencia de esta Escuela en la organización del país a comien­

zos de este siglo, se afirma que allí se cimentaron, en la educación

8 El clero católico colombiano tenía a todas las novelas por lecturas peligrosas que causaban daño a la fe y las buenas costumbres. Véanse las descripciones sobre los medios para combatirla " prensa mala", resolución de 1913, contenida en Conferen­cias episcopales de Colombia, desde 1908 hasta 1930, Imprenta del Colegio de Jesús, Bogotá, 1931, pp. 116-119.

9 Patricia Londoño, "La vida diaria: usos y costumbres", en Historia de An Editorial Presencia, Bogotá, 1988, p. 338.

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

145

de las jóvenes generaciones, "los valores del utilitarismo y del prag­

matismo conjuntamente con un acento mayor en las normas ra­

cionalistas"10. Uno de los propósitos de esa institución fue confor­

mar una élite de ingenieros y técnicos capaces de dirigir la nación e

imponer " costumbres, usos, ideologías, modos de pensar y sentir

la vida, cualidades y debilidades propios de esa clase social en as­

censo" '1. Entre sus iniciativas se destacó la de tratar de controlar la

intimidad del individuo obrero, con tal de comprometerlo con los

fines del sistema productivo. En este aspecto, la Iglesia católica y el

empresario capitalista conformaron una tácita alianza para ejercer

una estricta vigilancia sobre la conducta de los hombres. Al clero le

preocupaba salvar almas obreras de las tentaciones modernas. Al

burgués le interesaba garantizar elevados niveles de producción y

más fuertes compromisos del obrero con los objetivos de la empre­

sa.

Así que cuando la juvenil reAsta Panida se disponía a nacer, en

febrero de 1915, la Iglesia católica ya había cumplido con prohibir

el juego, la vagancia, el consumo de bebidas alcohólicas y ya había

censurado espectáculos teatrales. Siempre con el afán de hacer pre­

valecer la supuesta "autoridad doctrinal" que ejercía desde el siglo

XIX. Mediante sus publicaciones La Familia Cristiana y La Buena

Prensa, la curia de Medellín señalaba pautas de comportamiento

para los asuntos más cotidianos. Mientras tanto, los dirigentes de la

Escuela Nacional de Minas se encargaron de exaltar los métodos y

doctrinas de la administración científica del trabajo. En periódicos

como Progreso y El Correo Liberal se recomendaba leer libros tan

10 Alberto Mayor Mora, Ftica, trabajo y productividad en Antioquia, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1989, p. 55.

1' Op. cit., p. 226.

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GILBERTO LOAIZA

146

"útiles" como La cartera del negociante, manual muy apropiado para

las cuentas urgentes en las agencias de café, u otros con los signifi­

cativos títulos El hombre que hace fortuna o Para abrirse camino en la

vida. Otro precedente significativo, el liberal radical Rafael Uribe

Uribe, de quien el primer director de la revista fue por breve tiem­

po su secretario privado, había pronunciado en 1907 una frase ta­

jante de dirigente positivista que no admitía los devaneos poco pro­

ductivos de los literatos. A los amigos de una revista recién fundada

en Manizales, el jefe liberal les había enviado esta recomendación:

"Dejen la revista, dejen la literatura, y tomen otro oficio"12. En

definitiva, Panida apareció cuando se imponían los lemas de una

sociedad sobria, concentrada en los propósitos del progreso mate­

rial y, por tanto, hostil para el artista y sus urgencias expresivas. De

ahí que su existencia hubiese contrastado con los sentidos predo­

minantes; y no solamente por los contenidos que difundió la revis­

ta, sino también por el modo de vivir que obtuvo carta de ciudada­

nía en torno a esa publicación. Estas palabras nostálgicas de uno de

los participantes testimonian que Panida, más que una revista lite­

raria, fue una praxis vital organizada por una nueva generación de

intelectuales: "Luego vino Panida, y con Panida aquella vida, aque­

lla vida..."13.

Fue en el café El Globo, un refugio de literatos que estaba

ubicado frente a la puerta del Perdón de la catedral de Medellín y

que prestaba a la vez los servicios de biblioteca, dulcería y cafete­

ría, donde comenzaron a reunirse los jóvenes fundadores de Panida.

12 Rafael Uribe Uribe, "El mayor flagelo", escrito enviado a los directores de la revista Albores de Manizales, 1907, en Escritos políticos, El Ancora, Bogotá, 1984.

13 José Manuel Mora, "Un panida, Teodomiro Isaza", revista Voces, n° 25, ju­lio 10 de 1918, p. 212.

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Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

147

Primero se dedicaron a ruidosas libaciones acompañadas de recita­

les y largas tertulias combinadas con interminables partidas de aje­

drez. Pepe Mexía, el segundo director de la revista, recordó que

habían tomado "por asalto" a la ciudad "ante la estupefacción de

los burgueses y tranquilos comerciantes de la Candelaria que, en

las mañanas, al salir de misa primera, los veían cantando y recitan­

do después de una noche intelectual y ardiente"14. En ese café se

reunieron los diez miembros fundadores de la revista (después fue­

ron trece): León de Greiff, quien dirigió los primeros cuatro nú­

meros; Félix Mejía Arango, quien dirigió los seis números restan­

tes. Los acompañaron Teodomiro Isaza, Rafael Jaramillo, Bernardo

Martínez, Libardo Parra, Ricardo Rendón, J. Restrepo Olarte,

Eduardo Vasco G., Jorge Villa Carrasquilla. Más tarde se unieron

al grupo Fernando González, José Manuel Mora y José Gaviria.

Todos habían nacido entre 1894 y 1898; eran pintores, poetas, mú­

sicos, filósofos autodidactas y estudiantes con el glorioso antecedente

de la expulsión de sus respectivos colegios. Entre los estudiantes

expulsados estaban León de Greiff y el filósofo en ciernes Fernan­

do González. El poeta De Greiff había sido por corto tiempo el

secretario privado de Rafael Uribe Uribe, asesinado a golpes de

hacha en octubre de 1914. A sus veinte años, eljoven poeta denun­

ciaba en sus versos el estrecho ambiente que le ofrecía a los artistas

la pacata capital antioqueña:

Villa de la Candelaria

Vano el motivo

desta prosa:

14 Pepe Mexía, "Rendón", revista Pan, Bogotá, n° 27, febrero de 1939. Pepe Mexía fue el seudónimo del caricaturista y arquitecto Félix Mejía Arango.

Page 64: Territorio,-cultura e Identidades

GILBERTO LOAIZA

I48

nada...

Cosas de todo día.

Sucesos

banales.

Gente necia,

local y chata y roma.

Gran tráfico en el marco de la plaza.

Chismes. Catolicismo.

Y una total inopia en los cerebros...

cual

si todo

se fincara en la riqueza,

en menj urges bursátiles

y en el mayor volumen de la panza15.

En Medellín fue especialmente virulenta la oposición eclesiás­

tica a cualquier forma secularizada de expresión artística y quizás

eso contribuyó a dar cimiento a formas más desafiantes de apari­

ción en sociedad de una contraélite que desafiara tanto las admoni­

ciones del pulpito como los lemas de progreso ingenieril. Esa con­

traélite se diluyó en la vida bohemia local o, en el mejor de los casos,

viajó a la estirada Bogotá.

Movilidad entre regiones o la relatividad del centro

En consecuencia, Bogotá pudo sumarse a las palpitaciones de una

tímida vanguardia colombiana gracias a la llegada paulatina de esos

15 Poema de 1914, publicado en su libro Tergiversaciones, Tipografía Augusta, Bogotá, 1925, p.28.

Page 65: Territorio,-cultura e Identidades

Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

149

muchachos de provincia y no porque poseyera ella misma un nú­

cleo de jóvenes imbuidos de alguna animosidad radical. Fueron los

jóvenes intelectuales de Antioquia y del Gran Caldas, y los ecos de

la lejana Voces, los que tiñeron a esa ciudad de algún colorido inno­

vador.

La movilidad de los intelectuales hacia la fatalidad de ese cen­

tro tiene otros hitos apenas sí registrados pero de enorme trascen­

dencia. El 17 de julio de 1923 desapareció la edición vespertina de

El Espectador en Medellín; hasta entonces la dirección de ese pe­

riódico había sostenido la edición antioqueña y la edición matutina

de Bogotá y para ese momento tuvo que rendirse ante la evidencia

de que ese doble esfuerzo era innecesario y que en aras de contri­

buir a la caída de la Hegemonía Conservadora era mejor concen­

trar esfuerzos en la conquista diaria de un mercado de lectores cada

vez más amplio e influyente como opinión pública en Bogotá. Esa

decisión dejó sus damnificados, todos aquellos poetastros, cronistas

e iniciados en el comentario periodístico diario que pasaban sus horas

de tertulia en la sala de redacción de El Espectador en Medellín.

En otras ocasiones, la élite capitalina reconocía que en la periferia

se había avanzado mucho más en materia pedagógica. Cuando

Agustín Nieto Caballero funda en Bogotá el Gimnasio Moderno,

la planta de profesores no sólo se nutrió de algunos extranjeros, sino

sobre todo de aventajados discípulos de Pedro Pablo Betancur, uno

de los más destacados formadores de docentes en los principios de

las escuelas modernas pedagógicas en Antioquia.

Es cierto que para muchos fue importante incluir el paso o la

permanencia en Bogotá como parte determinante de su ascenso en

el campo de la creación artística o de la actividad política o de la

simple consecución de un empleo público. Pero también es cierto

que a pesar de la condena al ostracismo otros prefirieron el retorno,

Page 66: Territorio,-cultura e Identidades

GILBERTO LOAIZA

1 5 0

aunque por entonces se entendiera como un fracaso. En la mitolo­

gía elaborada por la década del veinte acerca de la trascendencia de

ir a realizar sueños letrados en Bogotá, se decía de manera muy

gráfica que a la provincia debía regresarse cargado de fama, así se

estuviera "flaco como una escoba" y tan "pobre como un santo";

bastaba el logro de una notoriedad pública que casi siempre estaba

vinculada a la actividad periodística. Quizás un caso representativo

de renuncia al desasosiego de una vida incierta en Bogotá es el del

escritor quindiano Adel López Gómez, quien prefirió retornar a

Manizales, aunque tuviese que enfrentarse y conformarse con un

medio intelectual demasiado incipiente. Lo relevante de este caso

es que su obra literaria y sus gestiones públicas en el Gran Caldas

brindan el testimonio de un intelectual que prefirió asumir com­

promisos culturales con su región.

Bogotá no ha sido el exclusivo destino de la diáspora de los

intelectuales que parten de su sitio nativo. La Universidad del Cau­

ca en la década del treinta fue muy frecuentada por intelectuales de

otras regiones; por allí pasó el boyacense Antonio García Nossa,

futuro ideólogo del socialismo en Colombia; y también el médico

y novelista antioqueño César Uribe Piedrahita, en una fugaz rec­

toría de esa universidad. Para muchos jóvenes intelectuales del Gran

Caldas, el destino preferido fue la Escuela Nacional de Minas de

Medellín o incluyeron en su proceso formativo la permanencia en

la Universidad de Antioquia. Pero quizás la diáspora más sistemá­

tica y transformadora de la vida intelectual regional fue la expan­

sión colonizadora antioqueña. Grupos de familias de educadores,

con una tradición afianzada en la Escuela Normal de Institutores

de Antioquia llegaron a cumplir periplos que se iniciaron en Me­

dellín y terminaron en Cali, pasando por Manizales, Pereira, Car­

tago, Circasia y Armenia. En cada uno de estos lugares dejaron la

Page 67: Territorio,-cultura e Identidades

Intelectuales y regiones a comienzos del siglo veinte

1 5 1

impronta de un colegio privado, de la fundación de un periódico o

del liderazgo en alguna campaña cívica.

Bogotá ha sido, pues, un centro ilusorio, un relativo centro de

un cosmopolitismo conseguido a fuerza de visitarla. Nosotros la

hemos ido volviendo cosmopolita mediante el simple intercambio

entre intelectuales de parroquia. Y ese intercambio ha trascendido

sobre la atracción capitalina; si algo merecerá un estudio detallado

es ese intercambio interregional, ese nomadismo que ha incluido

de manera accidental - o simplemente ha obviado— el paso por Bo­

gotá. Esas movilidades en la periferia han construido sus propias

identidades y sus propias categorías de intelectuales orgánicos con

cierta capacidad de regulación y moderación de procesos de forma­

ción de una institucionalidad cultural local. La rapidez, la tardan­

za, la seguridad o la timidez con que se han ido delineando las capas

de intelectuales laicos en las provincias han incidido en la construc­

ción de una institucionalidad cultural que no sólo sirva de au-

torreconocimiento para esos intelectuales, sino como el conjunto de

bienes culturales que contribuyen a la cualificación de esas socie­

dades específicas. Parroquias —como Cali- de dos millones de ha­

bitantes sin un sistema público de bibliotecas, sin un sistema pú­

blico de escuelas, colegios y universidades están sirviendo de testi­

monio de nuestra marginal importancia, del débil papel regulador

y modelador que hemos podido cumplir.

Page 68: Territorio,-cultura e Identidades

Los estudios sobre música popular

en el Caribe colombiano1

Adolfo González Henríquez

rLn el año de 1936, que ya parece lejano y no sólo por razones

cronológicas, Daniel Zamudio, profesor del Conservatorio Nacio­

nal, sintetizó su opinión sobre la cumbia y otros ritmos de la músi­

ca del Caribe en estos términos nada sorprendentes para la época:

Su melodía... es muy corta y se hace terriblemente fastidio­

sa, pues se repite durante toda la noche mientras se baila... poco

interés tiene el baile; los bailarines se concretan a dar vueltas en

torno de los que tocan, moviéndose perfectamente desligados

del ritmo. Van caminando sin hacer figuras, ni movimientos ni

pasos especiales, haciendo el efecto de cjue no hay intención de

expresar nada... Al hablar de ella es forzoso preguntar si debe­

mos expedirle carta de naturaleza en nuestro folclore... Estudian­

do el schimmy, la rumba y sus derivados, tal escrito podría llevar

por epígrafe: Primera tentativa de la humanidad a la regresión',

para volver al mono... esa música, que no debiera llamarse así,

es simiesca. La rumba pertenece a la música negra y traduce fiel-

1 La investigación de base que sirvió para la elaboración de este ensayo forma parte de un trabajo de mayor extensión que contó con financiación de Colciencias y la Universidad Nacional de Colombia.

Page 69: Territorio,-cultura e Identidades

Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

153

mente el primitivismo sentimental de los negros africanos... La

rumba y sus derivados, porros, sones, boleros, desalojan nues­

tros aires típicos autóctonos ocupando sitio preferente en los

bailes de los salones sociales... En cuanto a los negros colom­

bianos, hablando culturalmente, cabe la posibilidad de des­

rumbarlos a pesar del atavismo... Existen en las regiones costeras

algunos (aires) llamados merengue, fandango, cumbiamha, etc.,

pero lo poco que conocemos de ellos nos hace pensar que care­

cen de interés y de originalidad... El aporte de la música negra

no es tal vez necesario considerarlo como parte del folclore ame-

Una vez más en la historia de la humanidad, la invisibilidad

de los excluidos.

Zamudio no sabía mucho de música costeña, es cierto, pero lo

importante es que su texto contenía lo nacional definido desde el

cerro de Monserrate. Era el lenguaje de la mentalidad santafereña,

o mejor, de los tan mentados cachacos, en fin, de la tendencia a con­

fundir el centro del país con todo el país, a considerar que música

colombiana es la del interior y a excluir a las culturas musicales re­

gionales del tejido nacional, sobre todo a la música del Caribe co­

lombiano que no era sino ruido y África, o peor, simios del África.

Sin embargo este etnocentrismo montañero, provinciano, formuló

en negativo el problema central de los estudios sobre la música

popular del Caribe colombiano: el de su valoración como fenóme­

no social y cultural y, de paso, la valoración de toda la región coste-

- Daniel Zamudio G., El folklore musical en Colombia. Textos sobre música y folklo­re, vol. 1 (Hjalmar De Greiff y David Feferbaum, comp.), Colcultura, Bogotá, 1978, pp. 415-418 (subrayados en el original).

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ADOLEO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

154

ña y su lugar en el tejido nacional colombiano. A este problema le han dado respuesta, cada cual a su manera, todos los investigadores del tema pero, eso sí, con la satisfacción de ver que no se cumplió el desrumbamiento anhelado por Zamudio, sino todo lo contrario, el país tiende, en medio de sus problemas y para bien o para mal, a enrumbarse y costeñizarse.

Pioneros: antropólogos, folcloristas, etnomusicólogos y aficionados

Las primeras aproximaciones intelectuales a los materiales musi­cales costeños tienen su origen, por una parte, en la visión román­tica, prevaleciente entre muchos sectores dirigentes latinoameri­canos del siglo XIX, del indio como factor telúrico de nacionalidad y, por otra, en el desarrollo de la antropología como disciplina interesada en estudiar el bagaje cultural de los primeros poblado­res del territorio colombiano. En este sentido, a comienzos del siglo XX, antropólogos extranjeros como Konrad T Preuss, Ge­rardo Reichel-Dolmatoff, John Alden Masón y muchos otros se dedicaron a estudiar la vida de algunas comunidades de la Sierra Nevada; particularmente John Alden Masón, en 1923, recogió en cilindro las primeras muestras grabadas de música aborigen de la costa caribe3 y, en general, se puede decir que estos investi­gadores aportaron registros descriptivos de instrumentos musica­les y fiestas que sirven para el análisis de las formas mestizas de la música popular. Además, más allá de la perspectiva ideológica o las intenciones personales de cada investigador, y sin polemizar necesariamente con el ya citado Zamudio, estos trabajos abrieron

3 Anthony Seeger & Louise S. Spear (comp.), Early FieldRecordings, Indiana University Press, Bloomington & Indianapolis, 1987, pp. 29-31.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

155

la posibilidad de valorar la diferencia referida, por el momento, a la cultura aborigen.

Posteriormente se hicieron recolecciones de materiales popula­res (entre ellos musicales) por investigadores empíricos. Estimula­dos tanto por el deseo de conocimiento como por convicciones po­líticas radicales interesadas en la reivindicación cultural y/o étnica, recogieron datos destinados a ser utilizados en estudios descripti­vos, y también para construir idealizaciones románticas del "pue­blo", visto como el espacio de lo telúrico, de la tradición y de lo nacional, en contraposición a la "civilización", vista como el espa­cio de lo urbano, de lo artificial y cambiante. Perspectivas de nin­guna manera excluyentes si se piensa que algunos de éstos tendie­ron a preferir cierta música rural, que consideraban "auténtica", por encima de ese espacio mestizo, urbano, ergo "impuro" por antono­masia que es la música popular.

De todos modos, lo importante es que se constituyó un primer acopio de materiales de apoyo para futuras investigaciones sobre música popular. En este sentido, aparecieron los primeros escritos sobre música costeña a cargo de aficionados que reemplazaban sus carencias científicas con devoción hacia el objeto de estudio. La primera referencia escrita que intenta valorar la música costeña está conformada por los artículos periodísticos del abogado magdale-nense Antonio Brugés Carmona, publicados durante los años treinta en El Tiempo, el semanario Sábado y la Revista de América. Entre 1936 y 1945 escribieron sobre este tema algunos intelectuales del interior libres de prejuicios, como Enrique Pérez Arbeláez y Oc­tavio Quiñones Pardo4. En 1942 el músico corozalero radicado en

4 Jacques Gilard, "Surgimiento y recuperación de una contracultura en la Co­lombia contemporánea", Huellas, n" 18, 1986, pp. 41-46.

Page 72: Territorio,-cultura e Identidades

ADOLEO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

I 5 6

Barranquilla, Emirto de Lima, egresado del Conservatorio de Pa­

rís y corresponsal de Vincent D ' Indy, publicó Folklore colombiano,

un libro dedicado en su mayor parte a la música costeña. De Lima

muestra erudición y apertura en lo que es, evidentemente, una pe­

queña enciclopedia de cultura popular, destacándose la conexión

que establece entre música costeña y Carnaval de Barranquilla,

desde entonces tema de discusión interminable. Curiosamente, este

autor tan cosmopolita se asemeja a los folcloristas en su prevención

frente a los formatos denominados "jazzband", de moda en aque­

llos tiempos, suponiendo que desplazaban y descomponían a la

música típica de la región5. Se refería De Lima nada menos que a

la Emisora Atlántico Jazz Band, dirigida por el italiano Guido

Perla, una de las mejores orquestas que haya tenido este país, por­

tadora de influencias jazzísticas y cubanas que no eran tan ajenas a

la cultura local como creían los folcloristas, y, en todo caso, escuela

de la época dorada de la música costeña, por obra de un ilustre trom-

petista suyo: Pacho Galán.

Desde la perspectiva de los folcloristas, en 1948 apareció Aires

guam-alenses de Gnecco Rangel Pava, hombre de Guamal, mono­

grafía sobre la cultura popular de Guamal, pueblo ribereño del de­

partamento del Magdalena que forma parte de la depresión mom­

posina, y es, por tanto, punto clave para el estudio de la música

costeña. Marcado por eí culto al indio ancestral, en este caso la en

otro tiempo orgullosa y fiera nación chimila, este libro construye

un registro lugareño de gran riqueza que incluye la descripción de

fiestas y danzas junto con trazos de color local. Pese a que Rangel

Pava sabe narrar, la falta de una metodología profesional para ana­

lizar relaciones sociales y culturales incide en la gran limitación del

' Emirto De Lima, Folklore colombiano, Barranquilla, 1942.

Page 73: Territorio,-cultura e Identidades

Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

157

libro: desconoce la presencia del negro en una de las comarcas más

negras de la región, a pesar de lo que toda la costa caribe, región

mestiza por excelencia, tiene de negro, y a pesar de lo que la casi

totalidad de las expresiones culturales que registra, y que atribuye a

los chimilas, tienen de negro . Como se aprecia, Rangel Pava no

comprendía lo novedoso de las relaciones sociales costeñas, deriva­

do de su condición de pueblo nuevo, según Darcy Ribeiro, esto es,

el mestizaje costeño; el hecho de que los fenómenos típicos no son

ni lo uno ni lo otro aunque tienen de lo uno y de lo otro, y en rea­

lidad, son otra cosa'.

Otro autor insoslayable, también aficionado, fue Gabriel García

Márquez, quien entre 1949-1950 tuvo el acierto de valorar la mú­

sica popular, urbana (la del sector rural, de comunidad, también,

pero con menos insistencia), a veces con folclorismo, otras con

antintelectualismo, pero siempre con sentido de compromiso y con­

testación. La mayoría de sus notas de entonces giraba en torno a

ciertas situaciones de la música popular (sobre todo Pérez Prado y

el vallenato), sin desestimar ninguna, pero no se propuso o no pudo

abarcar la totalidad de la música costeña, cosa de lamentar, porque

quedó sin su registro un buen momento de esa historia. Lo mejor

de todo: el discurso de coronación de la reina del carnaval de Ba-

ranoa y la nota sobre el velorio de Joselito Carnaval, piezas del gé­

nero carnavalesco entre nosotros, y su idea de Escalona como agen­

te culto o ingrediente literario del vallenato (no lo dijo García Már­

quez, pero esto permitió una asimilación elitista); y lo peor: su falta

de objetividad y distancia en ciertos puntos sensibles, que lo con-

6 Gnecco Rangel Pava, Airesguamalenses, Editorial Kelly, Bogotá, 1948. ' Darcy Ribeiro, IMS Américas y la civilización, Casa de las Américas, La Haba­

na, 1992, pp. 68-70, 163-173.

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vierten en amigo de sus amigos, antes que en verdadero analista de la música popular, con la circunstancia agravante de que algunas de sus construcciones arbitrarias, como eso de que el vallenato dizque no se baila, el capítulo insólito de una fiesta de tambores rígida y de mimesis restringida, y otros cuentos aún peores, han hecho carrera en la Colombia contemporánea8. Con todo, su ma­yor aporte no es en el terreno del conocimiento sino en haber con­tribuido decisivamente, con Cien años de soledad, a cambiar positi­vamente la visión que el país tenía del Caribe colombiano y su cul­tura popular.

Además de estos pioneros empíricos o que trabajaban por fuera de la universidad, se hicieron trabajos académicos serios tendientes a valorar las culturas regionales excluidas por la mentalidad san­tafereña predominante. Hay que reconocer, en este sentido, la la­bor desarrollada desde la Universidad Nacional por Guillermo Abadía Morales; su Compendio general de folklore colombiano ,̂ entre otras publicaciones, junto con su trabajo docente y de extensión, este último sobre todo en la Radiodifusora Nacional de Colombia, constituyeron, para generaciones de colombianos, una referencia objetiva sobre la importancia de la cultura típica del Caribe colom­biano. Más recientemente, en 1994, se publicó Música y poesía en un pueblo colombiano de George List10, primera edición colombiana

8 Gabriel García Márquez, Obra periodística 1. Textos costeños. (Jacques Gilard, comp.), Editorial Norma, Santa Fe de Bogotá, 1997. En notas periodísti­cas posteriores García Márquez ha mantenido, con algunos cambios, las caracterís­ticas generales anotadas aquí.

9 Guillermo Abadía Morales, Compendio general de folklore colombiano. Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1977.

10 George List, Música y poesía en un pueblo colombiano, Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Santa Fe de Bogotá, 1994.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

159

del original en inglés publicado por la Universidad de Indiana en 1983. Centrada en Evitar, pueblo costeño habitado por negros y ubicado en las cercanías de pueblos similares como Mahates, Ma­lagana y San Basilio de Palenque, presenta como fortaleza el regis­tro descriptivo de instrumentos y conjuntos típicos, fiestas y ritos locales y transcripciones de música y canto, donde busca, apoyado en su capacidad de comparar con otras culturas musicales, identifi­car los elementos africanos, europeos y aborígenes, con lo cual se avanza en la reflexión sobre el mestizaje cultural costeño. Sus prin­cipales debilidades son: en primer lugar, no haber podido apoyarse en un acumulado importante de investigaciones sobre la región costeña, inexistente por demás fuera de unas pocas obras dispersas; y en segundo lugar, no haber utilizado métodos de trabajo antro­pológicos en todo el rigor que, al exigir convivencia prolongada con la comunidad estudiada, hubiera permitido analizar el pro­ceso de cambio cultural visible en Evitar, cuando List estuvo por allá.

Eos estudios sobre música popular

Los estudios sobre música popular se desarrollaron a partir de los años sesenta y setenta, como resultado de una creciente valoración de la cultura popular que hundía sus raíces políticas en el contexto de aquellos tiempos marcados por la proliferación de ideas radica­les. Tanto Cien años de soledad como el movimiento estudiantil con­llevaban la apertura hacia una cultura Asta como residual o extraña al tejido nacional. Asimismo, durante estos años se hizo evidente el predominio de la música costeña entre las preferencias de los co­lombianos; y como expresión insólita de lo anterior, una cumbia inmortal, "La pollera colora" (1962), estuvo de moda durante casi

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ADOI.EO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

IÓO

todo un año y Colombia adquirió, en el exterior, la imagen de país

de la cumbia. Por supuesto, a partir de este momento los autores

son sobre todo, aunque no exclusivamente, de origen costeño.

La primera historia de la música costeña

Mención aparte en este recuento merece Cuarenta años de música

costeña (1967), álbum discográfico conmemorativo de la fundación

de la Cafetería Almendra Tropical, procesadora industrial de café

con sede en Barranquilla y de propiedad del santandereano Celio

Villalba. Como autores de este trabajo deben considerarse Plinio

Apuleyo Mendoza y Esther Forero, el primero como director del

proyecto y autor de los libretos y la segunda como conocedora del

tema; además, contaron con la colaboración de Félix Chacuto,

Miguel Lugo Villarreal y la Cumbia Soledeña. Prensado por Dis­

cos Tropical, el álbum contiene dos Ip que constituyen un trabajo

periodístico de buen gusto, vale decir insuperado, y una investiga­

ción pionera sobre la historia de la música costeña en su conjunto.

Allí se registran hitos de la música costeña que todavía no han sido

debidamente estudiados, hitos presentados, y esto es muy en el es­

tilo del Caribe, como viajes históricos: el viaje de Ángel María

Camacho y Cano a Nueva lork en los años veinte, que conectó a la

música costeña con la industria fonográfica internacional; el viaje

de Luis Carlos Meyer, "El Negro Meyer", a México y Estados

Unidos, que conectó al porro con las grandes orquestas mexicanas

de los años cuarenta; el viaje de Esther Forero a las Antillas en los

años cincuenta, que la maduró como artista y estudiosa de la cultu­

ra popular, al tiempo que estimuló la retroalimentación histórica

entre culturas sonoras distintas pero iguales, como son las del Cari­

be. También se registra una hipótesis, no comprobada ni descarta-

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

161

da aún, sobre la cumbia como madre de los ritmos costeños; ade­

más, un inventario de momentos cumbres de la música costeña

(creación del merecumbé, el porro cosmopolita de Lucho Ber­

múdez, la gesta del juglar cienaguero Guillermo Buitrago, el auge

de la cumbia, la difusión del vallenato por Bovea y Sus Vallenatos,

que no eran vallenatos sino cienagueros y villanueveros discípulos

de Buitrago), de escenarios como los "salones burreros" y de for­

matos como los conjuntos de gaitas y las bandas de viento o

"chupacobres"; y una antología de canciones, incluida una versión

única del paseo "Toño Miranda en el Valle", inspiración de Gui­

llermo Buitrago, grabada por Esther Forero en Puerto Rico, acom­

pañada por la orquesta del legendario Rafael Hernández. Han

pasado más de treinta años y el álbum se sigue escuchando con

provecho.

Ea música costeña de acordeón: vallenatologta y localismo

Los primeros libros sobre la música popular del Caribe colombia­

no trataron acerca de la música costeña de acordeón, que incluye tanto

la música vallenata como la música sabanera (Andrés Landero y

los Corraleros de Majagual, por ejemplo) y la del río Magdalena

(Alejo Duran y Pacho Rada, por ejemplo), así como algunos casos

de acordeón urbano (Aníbal Velázquez y Carlos Román, por ejem­

plo) y un caso único de hibridismo (José María Peñaranda). Con

excepción de los trabajos de los investigadores académicos, estos

libros quedaron marcados por el localismo, del lado vallenato in­

tentado apropiarse gran parte de la música costeña, y de los demás

lados buscando no ser absorbidos en esta apropiación, destacando

sus propios procesos y, de paso, mostrando aspectos distintos de la

música costeña.

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ADOLFO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

I Ó 2

En 1973 apareció Vallenatología de Consuelo Araújo Noguera1', producto de la irrupción del departamento del Cesar en el panora­ma social y cultural del país, que rompió, para bien y para mal, con el aislamiento de la antigua provincia de Padilla, valle de nostalgia y canciones, dando lugar tanto a los Festivales Vallenatos como a la reflexión organizada sobre lo propio. Araújo, mujer intelectual en un medio difícil, equipada con una riquísima vivencia personal, acertó en publicar un libro que recogía anhelos colectivos de reco­nocimiento y visibilidad, pero mostró voluntad y sesgo localista, antes que entrenamiento científico en el análisis de la música po­pular. Introdujo una serie de construcciones arbitrarias, como los "mapas del vallenato", tendientes a reducir toda música costeña de acordeón a música vallenata; en cambio, no profundizó en los ele­mentos de gusto y cultura necesarios para apreciar la música tradi­cional, que hubiera sido su aporte para un eventual clásico de la cultura regional. De hecho, la orientación de este libro, que no pue­de confundirse con su intención personal, llevaba una lógica con­traria, la difusión masiva de algo que no pertenecía a la cultura de masas, con el riesgo, imprevisible para Araújo, de sufrir transfor­maciones profundas, no siempre en el buen sentido. Posteriormente, en 1988, publicó Rafael Escalona, el hombre y el mito12, un inventa­rio de datos útiles pero limitados en su significación, por estar ubi­cados por fuera de una biografía rigurosa, es decir, del análisis de una existencia humana individual conectada con la cultura y la so­ciedad. A pesar de contener páginas de buena crónica, en términos

1 ' Consuelo Araújo de Molina, Vallenatología, Editorial Tercer Mundo, Bogo­tá, 1973.

12 Consuelo Araújo Noguera, Rafael Escalona, el hombre y el mito, Planeta Co­lombiana Editorial, Bogotá, 1988.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

163

generales ésta se mantiene intrascendente y parroquiana y se con­firma lo que escribió en el Diario del Caribe Armando Benedetti Jimeno al leerlo: "Lo que me temí: de Escalona lo mejor son sus vallenatos".

Las posiciones de Consuelo Araújo Noguera, sustentadas con mucha emotividad, han sido enriquecidas en Cultura vallenata: origen, teoría y pruebas1^ del abogado Tomás Darío Gutiérrez, quien agrega una dosis necesaria de trabajo metódico y erudición. El li­bro pretende ser un tratado de folclor vallenato donde la experien­cia de su autor, un excelente observador empírico, se conjuga con una gran riqueza de datos recogidos en la bibliografía disponible, en la tradición oral y en documentos de archivo, y constituye una buena síntesis de los puntos de vista sostenidos por las clases diri­gentes de Valledupar en su propósito de apropiación de la música costeña, reduciendo injustificadamente gran parte de ella a la con­dición de música vallenata, una de sus muchas expresiones. Para esto se diseña una apropiación localista del indio ancestral montada sobre una cadena deductiva ciertamente original: todo lo chimila es vallenato, toda la música que se encuentra en el valle del río Cesar, antiguo territorio chimila, pertenece a Valledupar y es música va­llenata. Se construye así una "vallenaticidad" (acabo de inventar la expresión) con base en la creación apresurada de mitos urbanos que cubren necesidades simbólicas en el paso instantáneo del mundo rural a la modernidad, elaboraciones improvisadas pero frescas, como los cuentos de García Márquez sobre el vallenato, precisos para descrestar cachacos, o como aquel otro cuento, la leyenda vallenata, leyenda blanca, etnocéntrica, que conmemora una masacre de in-

13 Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa, Cultura vallenata: origen, teoría y pruebas, Plaza yjanés Editores, Santa Fe de Bogotá, 1992.

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ADOLFO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

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dios a manos de conquistadores favorecidos por Argén peninsular. Son cuentos de pueblos nuevos, sociedades mestizas donde lo único auténtico, incontaminado, es la eterna mezcla de todo con todo.

Estas tesis "oficiales" del vallenato fueron confrontadas por po­siciones alternativas que cuestionaban su localismo y, a través de él, su carácter de instrumento de las clases dirigentes del Cesar. La contribución más importante a esta discusión fue Vallenato, hombre y canto, de Ciro Quiroz Otero14, publicado en 1983, que introdujo los criterios interpretativos de las ciencias sociales en el estudio del vallenato, conjugados con una impresionante experiencia personal, dando lugar, por consiguiente, a nuevas perspectivas analíticas. Entre éstas, la idea de que la música costeña no se reduce al va­llenato, y más todavía, que la música del Magdalena Grande tam­poco, siendo el vallenato una de sus múltiples facetas. Ligando a esto la idea de que la depresión momposina y los pueblos del río Magdalena no son, desde el punto de Asta cultural, epifenómenos vallenatos, sino comarcas y subregiones con características específi­cas como, por ejemplo, un mestizaje con presencia negra mucho mayor que en la antigua provincia de Padilla (Valledupar y sus al­rededores) y, por consiguiente, ritmos y cantos de características más negras. Quiroz destaca el papel de la hacienda, el ganado y el con­trabando en el surgimiento de los cantos de vaquería, una de las fuentes más importantes de la música costeña (con y sin acordeón), e insiste, con buena intención pero poca claridad, en la influencia antillana en la música del Magdalena Grande. De todos modos, llevó la "vallenatología" a un nivel aceptable para los investigado­res académicos.

1 Ciro Quiroz Otero, Vallenato, hombre y canto, ícaro Editores, Bogotá, 1983.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

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El interés por la música costeña de acordeón tocó a los investi­

gadores vinculados al medio universitario, quienes han introduci­

do erudición y distancia en unos temas dominados usualmente por

el localismo y, en general, por las distorsiones del afecto. Pero con

frecuencia las ventajas del entrenamiento profesional y la metodo­

logía científica tienen sus límites en este mismo rechazo al localis­

mo, justificado, por demás, en el deseo de unidad que dificulta cen­

trar la mirada en los procesos socioculturales de las diferentes sub­

regiones y comarcas costeñas que tienen, cada cual a su manera, un

lugar en la historia de la música popular. Éste es un defecto protu­

berante de Memoria cultural en el vallenato, de Rito Llerena Villa­

lobos15, donde, con prevenciones válidas frente al interés dis-

torsionador de los poderes locales, desconoce diferencias significa­

tivas, cayendo sin querer en ia visión de la "vallenatología" oficial,

el más agresivo de todos los localismos costeños. No puede pos­

tularse el vallenato como lenguaje común de la costa (distinto a decir

que a todos los costeños les gusta), siendo que entre la antigua pro­

vincia de Padilla, verdadera tierra del vallenato, y subregiones como

la depresión momposina y el valle del Magdalena, por ejemplo,

hay diferencias en versificación, danza, sensualidad, ritmos, lo su­

ficientemente significativas como para justificar un análisis por se­

parado del universo construido sobre ritmos bien negroides como

el chande, el pajarito y la tambora. Acoger este enunciado implica­

ría enriquecer en forma notable la lectura del magnífico trabajo de

campo realizado para este libro.

Más distanciado frente al localismo de la "vallenatología" ofi­

cial, el libro Canción vallenata y tradición oral de Consuelo Posa-

l j Rito Llerena Villalobos, Memoria cultural en el vallenato, Universidad de Antioquia, Medellín, 1985.

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da16 introduce el fundamental tema de la presencia hispánica en el vallenato, cuyo componente literario está inspirado en su mayor parte en la poesía española. También introduce con claridad otro tema central para el análisis de la sociedad costeña contemporánea: el del vallenato urbano, distinto del viejo vallenato de Escalona y antece­sores, marcado por su conexión total con la industria del disco, y donde, en consecuencia, tanto formatos musicales como composi­tores, temas, letras y destinatarios se salen de la antigua provincia de Padilla para asomarse al mundo globalizado y diverso. Y lo hace, como lingüista, con un rigor sin precedentes, en páginas que son el inicio de un trabajo persistente que la llevará con el tiempo hacia reflexiones que permitirán pensar la cultura rural y urbana del Caribe colombiano desde la tradición oral.

En este recuento sería una injusticia notoria dejar por fuera a Jacques Gilard, de la Universidad de Toulouse, conocido entre no­sotros por sus investigaciones sobre el Grupo de Barranquilla y la obra de García Márquez. Sin tener un libro al respecto, Gilard ha sido el crítico más agudo de la "vallenatología" oficial; y sobre la base de sus ensayos17, y de los libros de Posada y Quiroz, podría hacerse un estudio sistemático de la música vallenata, sin localismos, formulando una interesante hipótesis sociológica tendiente a expli-

16 Consuelo Posada, Canción vallenata y tradición oral, Universidad de Antioquia, Medellín, 1986. Jacques Gilard hizo una interesante reseña de este libro en Huellas, n°22,1988, pp. 57-60.

17 Jacques Gilard, "Crescendo ou Don Toba? Fausses questiones et vrai res-ponses sur le vallenato", Caravelle, n°48,1987, pp. 69-80; "Surgimiento y recupe­ración de una contracultura en la Colombia contemporánea", Huellas, n° 18,1986, pp. 41-46; "Vallenato ¿cuál tradición narrativa?", Huellas, n° 19, 1987, pp. 59-67; "Veinte y cuarenta años de algo peor que la soledad", Centre Culturel Colombien, París, 1989.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

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car la apropiación de la música costeña por las clases dirigentes de Valledupar, mostrando que esto ocurrió en el contexto de la crea­ción apresurada de mitos urbanos durante el paso instantáneo del mundo rural a la modernidad.

Ea música costeña de acordeón y otras cosas: el Magdalena Grande y la región sabanera

Un resultado positivo de la labor de Consuelo Araújo Noguera fue haber contribuido a despertar el gigante dormido de la reflexión sistemática sobre la música costeña. No fue sino salir su primer li­bro para que se armara, como reza la expresión popular, el "beren­jenal" en toda la costa, tanto en pro como en contra, saliendo a re­lucir especialmente los procesos socioculturales de las subregiones y comarcas vulneradas por sus tesis. En 1976 apareció Mi vidax%, una colección de entrevistas con Crescencio Salcedo recogidas por Jorge Villegas y Hernando Grisales; es una transcripción lo más fiel posible de las palabras de este pintoresco juglar que recorrió toda la costa recogiendo materiales que luego divulgó, a veces en medio de gran controversia por los derechos de autor. Lo principal aquí es el registro descriptivo de la vida social en los pueblos costeños de otros tiempos, sobre todo sus memorias infantiles y juveniles en Palomino y las fiestas del pueblo; se destaca su posición crítica frente a la apropiación de la cultura regional por las clases dirigentes de Valledupar enunciando una verdad contundente: no se puede in­dicar con precisión el lugar donde se originaron los ritmos coste­ños.

18 Crescencio Salcedo, Mi vida (Jorge Villegas y Hernando Grisales, eds.), Ediciones Hombre Nuevo, Medellín, 1976.

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Poco tiempo después, en 1979, apareció Historia de un pueblo

acordeonero de Francisco Rada, otro juglar legendario sólo que con

la memoria más objetiva y organizada. Pacho Rada, "el tigre de la

montaña", introduce elementos que permiten una visión más pe­

netrante de los procesos socioculturales de la música costeña, siem­

pre en contraste con la vallenatología oficial19. Presentó como no­

vedad un tema de análisis desconocido, un período histórico crucial

pero ignorado por todos los investigadores anteriores: los años veinte

en la Zona Bananera del Magdalena, cuando Ciénaga, epicentro

de esta comarca, era un importante centro receptor de flujos mi­

gratorios nacionales e internacionales, cuando se quemaban los bi­

lletes en las cumbiambas, cuando sus sectores elitistas educaban a

sus hijos en Bruselas y buena parte de su Ada cotidiana transcurría

en francés. Durante esta década se masificó el uso del acordeón

(vendido en la Zona por comerciantes extranjeros, entre ellos ára­

bes o "turcos", quienes les pintaban figuras de animales para lla­

mar la atención del cliente pueblerino), que había entrado al país

desde el siglo pasado por todos los puertos disponibles, legales o

ilegales, y que había sido recibido sobre todo por comarcas mesti­

zas de gran influencia negra.

Por otra parte, como punto de encuentro de múltiples corrien­

tes, la Ciénaga de aquellos tiempos contribuyó decisivamente a la

música costeña del siglo XX: allí maduraron figuras como Lucho

Bermúdez, Antonio María Peñaloza, Esteban Montano, y allí flo­

recieron, por influencia cubana, las "academias", salones de baile

popular con "académicas" que cobraban por pieza bailada y donde

nació la "Cumbia cienaguera", con música de Andrés Paz Barros y

19 Francisco Rada, Historia de un pueblo acordeonero, Editorial Mejoras, Ba­rranquilla, 1979.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

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letra de Esteban Montano, originalmente un número picante titu­

lado la "Cama berrochona", con letra de Humberto Daza (a quien

le decían "Chámber", maestro de bohemios). Allí también, y esto

explica la presencia de la guitarra en la música costeña, floreció la

trova que, entre versos y serenatas, consagró a un inmortal: Gui­

llermo Buitrago, ídolo popular indiscutible de todo el país y pri­

mer éxito de ventas masivas de la naciente industria disquera co­

lombiana en los años cuarenta; asimismo, primer gran divulgador

de la música del Magdalena Grande; también consagró a una serie

de figuras menos conocidas pero igualmente fascinantes como

Efraín Burgos, un empírico que tocaba música popular con di­

gitación erudita y quien, reza la leyenda, jamás vivió sino en Cié­

naga y París, dos ciudades hermanas según él.

La creciente fertilidad de estos estudios se aprecia en la publi­

cación de libros dedicados ya no a todo el campo, sino a un músico

en particular, como es el caso de Alejo Duran, a quien todos reivin­

dican como propio porque sobresalía en todas las formas posibles

de la música costeña de acordeón. Quien fue el músico más caris­

mático de la región inspiró dos libros de valor desigual. En primer

lugar, Alejo Duran, del abogado cordobés José Manuel Vergara ,

un librito bien escrito y conciso, con abundancia de elementos ana­

líticos donde, sin localismos, considera al legendario acordeonero

negro de las riberas del Magdalena como un músico vallenato, equi­

vocadamente en mi opinión, y creo que Vergara fue inducido al

error por el propio Alejo, quien, en este punto, solía acomodarse al

interlocutor. Y aquí un paréntesis: según mi propia experiencia per-

20 José Manuel Vergara, Alejo Duran, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1981.

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sonal, Alejo era en ciertas ocasiones ladino21, acomodaticio, pero consciente de pertenecer a una zona, como la de las riberas del Magdalena, muy distinta de la vallenata en el peso del aporte indio y negro, siendo ambas mestizas, y que esto determinaba diferen­cias significativas a la hora de hacer música22. Por demás, es en los protocolos de las conversaciones de Vergara y sus amigos con el negro Alejo donde se introducen temas como sus orígenes ligados a la hacienda (lamentablemente, sin insistir en el crucial aspecto étnico y, en consecuencia, olvidando que El Paso, su pueblo natal, es tie­rra de música negra, no vallenata, y que su mamá, Juana Francisca Díaz, era cantadora de tambora), a su trashumancia, su filosofía de la Ada (el acordeón y las mujeres, sobre todo) y algunos elementos históricos de su carrera musical. La ausencia del negro en la obra de Vergara se corrige en Alejandro Duran: su vida y su música, de Arminio Mestra Osorio y Albio Martínez Simanca23, que presen­ta una información actualizada basada en diversas fuentes, incluso

21 Sobre el ladinismo: Adolfo González Henríquez, "El Caribe colombiano; historia, tierra y mundo", en Cultura y globalización (Jesús Martín Barbero, Fabio López de la Roche yjaime Eduardo Jaramillo, eds.), Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional de Colombia, Santa Fe de Bogotá, 1999, pp. 340-361; y Gabriel Restrepo, La esfinge del ladino. Arte y Cultura Democrática, Instituto para el Desarrollo de la Democracia Luis Carlos Galán, Santa Fe de Bogotá, pp. 157-248.

22 Esto debería apoyarse en estudios comparativos de carácter musicológico o etnomusicológico, prácticamente inexistentes. Entre los pocos ensayos dignos de mención: Guillermo Carbó, "Al ritmo de... tambora-tambora", Huellas, n°39,1993, pp. 27-58; María Eugenia Londoño, Introducción al vallenato como fenómeno musical, Rito Llerena Villalobos, Memoria cultural en el vallenato. Universidad de Antioquia, Medellín, 1985, pp. 125-134. Esto, aparte del libro de List ya mencionado.

23 Arminio Mestra Osorio y Albio Martínez Simanca, Alejandro Duran: su vida y su música, Domus Libri, Santa Fe de Bogotá, 1999.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

171

en la consulta de más de veinte periódicos (aunque dejaron por fuera

los archivos del desaparecido Diario del Caribe, de Barranquilla, tal

vez el más importante para este tema). La consulta bibliográfica

también fue insuficiente sobre todo tratándose de una investigación

que duró dos años y contó, presumiblemente, con cierta financia­

ción. Este trabajo contiene una crónica (descriptiva, periodística,

biográfica) escrita directamente por los autores, unos textos ree­

ditados escritos por otros para formar una especie de compilación y

unas fotografías excepcionales. Con todo, tiene una limitación im­

portante porque su intención, más que avanzar en el conocimien­

to, es apropiarse a la música costeña de acordeón y presentar al ne­

gro Alejo como músico vallenato, de acuerdo con las codificaciones

establecidas por la "vallenatología" oficial.

El porro, los Montes de María y las sabanas

Las investigaciones sobre el porro muestran un interesante contras­

te con la "vallenatología" oficial: por una parte, son de un localis­

mo débil porque ni el Sinú ni las sabanas de Bolívar y Sucre, tie­

rras del porro, cuentan con un epicentro urbano, una capital del

porro, capaz de absorber la música del sector rural y de apoyarse en

ella para vender imagen en el ámbito nacional e internacional; por

otra parte, la "vallenatología" oficial expresa el pensamiento de una

clase dirigente subregional, sus investigadores son personas naci­

das en el seno de esta clase y, en cambio, los estudios sobre el porro

expresan un pensamiento crítico, sin conexión con las clases diri­

gentes subregionales respectivas, y sus investigadores son intelec­

tuales críticos (profesores universitarios, maestros de escuela, coreó­

grafos) salidos de las capas medias de la población; finalmente, la

"vallenatología" oficial salió de la pujanza social, económica y cul-

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tural de la antigua provincia de Padilla, en tanto que los estudios

sobre el porro surgen en el contexto del problema agrario en la costa

caribe, sobre todo en Córdoba y Sucre, por la necesidad de mante­

ner la cohesión del campesinado y preservar valores populares frente

al avance disolvente del capitalismo.

De hecho, los primeros estudios sobre el porro, tanto las pági­

nas incidentales de Orlando Fals Borda en la Historia doble de la

costa24 como El músico de banda, libro de Alberto Álzate2 f de los

cuales surgieron las dos grandes hipótesis sobre el origen del po­

rro, se dieron en un contexto de rescate de la historia regional y la

cultura popular, ligado al movimiento campesino. Ambos mues­

tran al porro como producto del mestizaje cultural, del cruce entre

grupos vernáculos e instrumentos europeos, de unos procesos crea­

tivos originales de la cultura popular, con la diferencia de que Ál­

zate centra su análisis en el pueblo de San Pelayo y Fals en la de­

presión momposina (vale la pena anotar que éstos no son los únicos

localismos porque, por ejemplo, los orenses, habitantes de Ciénaga

de Oro, también dicen que el porro es de allá, sólo que no hay in­

vestigación que avale esta pretensión). Fals insiste en la transforma­

ción de la banda de guerra en banda de viento a partir de los con­

tactos entre la primera y los conjuntos de gaitas en ese clima de

aluvión, de movimiento y libertad, propio de la depresión mom­

posina, y las guerras civiles del siglo XIX costeño; Álzate, por su

parte, centra su mirada en la indiscutible riqueza musical de San

Pelayo y explica el cambio de gaitas a bandas con un esquema au-

24 Orlando Fals Borda, Historia doble de la costa. Tomo II: El presidente Nieto, Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1981; y tomo IV: Retorno a la tierra, Carlos Va­lencia Editores, Bogotá, 1986.

25 Alberto Álzate, El músico de banda, Editorial América Latina, Bogotá, 1980.

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temático e insuficiente: cambios técnicos en los instrumentos mu­

sicales generados a partir del desarrollo de las fuerzas productivas

en Europa.

Éste, sin embargo, no profundiza en el análisis del porro mis­

mo, en tanto que Fals presenta a la gran pareja tradicional: porro

tapao, porque al dar el ritmo con el bombo se tapa con la mano el

parche derecho y se golpea el izquierdo, y porro paliteao, porque el

bombo hace una pausa, llamada la boza, durante la cual se golpea

el borde del mismo con los dos palitos, cosa que da lugar a una va­

riación rítmica que permite cierta improvisación y apertura. El porro

tapao, según Fals, nació en las sabanas de Bolívar y Sucre a media­

dos del siglo XIX, en tanto que el porro paliteao nació en el Sinú a

comienzos del siglo XX. Y ambos desconocen el papel de la carraleja

en la difusión y permanencia de la banda de viento, por requerir

de un formato capaz de hacerse sentir en medio del estrépito, de un

volumen sonoro que no podía obtenerse con los conjuntos de gai­

ta26. Además, el libro de Álzate es una verdadera monografía de

San Pelayo, en tanto conecta el oficio de músico con la totalidad de

la vida social, y la obra de Fals presenta un impresionante volumen

de información, no siempre bien organizada, sobre la cultura re­

gional y la música popular.

Más recientemente aparecieron trabajos más específicos como

Con bombos y platillos, del licenciado William Fortich Díaz -7, nota­

ble por su riqueza de datos e intuiciones sobre el porro pelayero y

ritmos afines, organizados a través de su labor como investigador y

26 Entrevista con la niña Pablita Hernández (de más de 100 años), San Pelayo, 1985.

' William Fortich Díaz, Con bombos y platillos, Domus Libri, Montería, 1994.

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también como promotor del Festival del Porro de San Pelayo. Una investigación sobre danzas y coreografía del porro, con la idea de salvar lo tradicional, quedó condensada en El fandango sinuano, de los licenciados Margarita Cantero y Carlos Díaz28, con informa­ción recogida directamente de viejos bailadores de San Pelayo. Fi­nalmente, es justo reconocer los méritos del folclorista del porro, Guillermo Valencia Salgado, "Compae Goyo", con más de cincuen­ta años dedicados a la cultura popular de Córdoba29 y también los de su maestro, el pedagogo francés Jaime Exbrayat quien, en más de medio siglo como educador en Montería, fue el autor de Canta­res de vaquería, primera recolección de materiales relacionados con la cultura popular del Sinú30.

Estrechamente conectada con el porro, pero también con su ex­presión propia, la música de las sabanas de Bolívar y Sucre y los Montes de María tiene menos libros en su haber, pero no por ello menos aplausos y méritos. Pola Berté, del arquitecto Manuel Huertas Vergara31, es una bien escrita investigación histórica sobre una le­gendaria fandanguera de Sincelejo, donde también se avanzan ele­mentos relacionados con la música sabanera de acordeón y, en ge­neral, con la música popular de las sabanas de Bolívar y Sucre. Alberto Hinestroza Llanos, periodista del interior de paso por la

28 Margarita Escocia Cantero Pérez y Carlos Enrique Díaz, El fandango sinuano, Montería, 1988.

29 Gillermo Valencia Salgado, Córdoba: su gente, su folclor, Publicaciones Casa de la Cultura, Montería, 1987.

30 Jaime Exbrayat, Cantares de vaquería, Editorial Bedout, Medellín, 1959. También hay páginas con materiales sobre cultura popular en su Historia de Monte­ría, Imprenta Departamental, Montería, 1971.

31 Manuel Huertas Vergara, Pola Berté, Junta Regional de Cultura de Sucre, Sincelejo, 1989.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

175

costa, es el autor de Andrés Eandero: mis memorias, recuerdos de los

Gaiteros de San Jacinto y Pacho Rada: remembranzas de una historia ,

trabajos periodísticos que aportan información para futuras inves­

tigaciones.

Procesos urbanos y temas sueltos

Los procesos urbanos de la música costeña están menos estudiados,

siendo los más interesantes, tal vez por sus complejidades me­

todológicas que requieren de investigaciones competitivas difíciles

de montar en la costa caribe. Con todo, hay importantes avances

por este camino, provenientes de investigadores no costeños. Sin

clave y bongó no hay son, de Fabio Betancur Alvarez33, una de las

más rigurosas investigaciones sobre música popular en nuestro

medio, se concentra en las relaciones musicales entre Cuba y Co­

lombia. Introduce una necesaria pero muy corta reflexión sobre las

raíces intelectuales del afrocubanismo y su relación con la música

popular; señala la obra del cubano Fernando Ortiz como uno de

los componentes metodológicos del análisis de la música del Cari­

be y destaca el tema del nacionalismo como básico en este contexto.

Otra investigación penetrante está contenida en Diez juglares en su

patio, de los periodistas Jorge García Usta y Alberto Salcedo Ra­

mos34, colección de crónicas sobre los juglares costeños más repre-

32 Alberto Hinestroza Llanos, Andrés Tandero: mis memorias. Recuerdos de los Gaiteros de San Jacinto, editados ambos por San Jacinto Editores, 1989; Pacho Rada: remembranzas de una historia (sin fecha y sin pie de imprenta).

33 Fabio Betancur Alvarez, Sin clave y bongó no hay son, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1993.

34 Jorge García Usta, y Alberto Salcedo Ramos, Diez juglares en su patio, Ecoe Ediciones, Santa Fe de Bogotá, 1994.

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ADOLFO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

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sentativos, unas excelentes y otras simplemente buenas, pero todas

muy sugestivas: la conexión entre el decimero y la modernidad, la

visión introspectiva del juglar moribundo en la ciudad y lejos del

pueblo, la vida cotidiana del gaitero, y muchos más.

No hay que olvidar, en este momento, las observaciones de Fals

Borda en Campesinos de los Andes35 sobre un crucial aunque poco

estudiado cambio cultural en los pueblos montañosos del interior

colombiano: ritmos costeños que desplazan a los de montaña por

obra de las campañas políticas y los medios de comunicación. El

tema desafía prejuicios y localismos, y esto explicaría parcialmente

la poca atención que ha merecido, pero está en el centro de la re­

flexión contemporánea.

Por otra parte un cundiboyacense, quién lo creyera, escribió el

único libro conocido sobre Cartagena: La música en Cartagena de

Indias, de Luis Antonio Escobar36, una serie de cuadros históricos

que van desde la música religiosa de tiempos coloniales hasta el pre­

sente, y no todo tan superficial como podría suponerse en una vi­

sión a vuelo de pájaro, donde se destaca una interesante compara­

ción entre La Habana y Cartagena, y todo ello atravesado por el

ostensible amor del autor hacia su objeto de estudio.

Finalmente, los periodistas culturales, conscientes de coyunturas

y noticias, han publicado libros de valor diverso sobre los procesos

urbanos de la música costeña. Tal vez el primero de éstos fue Perso­

najes y episodios de la canción popular, de Alvaro Ruiz Hernández37,

35 Orlando Fals Borda, Campesinos de los Andes, Punta de Lanza, Bogotá, 1978, pp. 222-229.

36 Luis Antonio Escobar, La música en Cartagena de Indias, Bogotá, Lito-camargo 1985.

37 Alvaro Ruiz Hernández, Personajes y episodios de la canción popular, Luz Ne­gra Ediciones, Barranquilla, 1983.

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

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una colección de crónicas de farándula aparecidas originalmente en

Diario del Caribe, que se refieren a sucesos ocurridos a músicos fa­

mosos, costeños o no. Su contenido defrauda al lector que busca

inspiración o información pero, aun así, presta un servicio relativo

que amerita su consulta. Lucho Bermúdez: maestro de maestros, de José

Arteaga38, sobre uno de los músicos más queridos de todos los co­

lombianos, es un trabajo de divulgación que tiene el mérito de

agrupar información dispersa y el defecto de hacerlo con métodos

de trabajo no profesionales; y Tertulias musicales del Caribe colom­

biano, Vol. 1, compilación de Mariano Candela39, es una recopila­

ción de discusiones sobre la vida y obra de destacados músicos cos­

teños, que constituye una valiosa fuente de información para los

investigadores del futuro. Ismael A. Correa Díaz Granados, fol-

clorista y hacendado, publicó Música y bailes populares de Ciénaga,

Magdalena^, una colección de recuerdos sobre esta importante co­

marca.

Coda

Si algo claro queda en todo lo anterior es que el tema de la música

popular despierta en el Caribe colombiano un interés extraordina­

rio, no sólo en el mundo académico, sino también a nivel de masas;

se trata del tema de investigación más importante en términos cuan­

titativos que puede mostrar la región. También queda claro que este

38 José Arteaga, Lucho Bermúdez: maestro de maestros, Intermedio Editores, Santa Fe de Bogotá, 1991.

39 Tertulias musicales del Caribe colombiano (Mariano Candela, comp.), Fondo de Publicaciones de la Universidad del Atlántico, Barranquilla, 1998.

Ismael Correa Díaz Granados, Música y bailespoprulares de Ciénaga, Magda­lena, Editorial Lealon, Medellín, 1994.

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ADOLFO GONZÁLEZ HENRÍQUEZ

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interés se ha concretado en un buen número de perspectivas suges­tivas. Por supuesto, se nota, salvo los casos de investigadores acadé­micos como Posada y Betancur, ia escasa recepción de teorías socio­lógicas, antropológicas, filosóficas e históricas adecuadas para la interpretación de fenómenos socioculturales como la música popu­lar, además del virtual desconocimiento de obras latinoamericanas indispensables, como las de Fernando Ortiz, Gilberto Freyre, Gon­zalo Aguirre Beltrán y Darcy Ribeiro y, en este sentido, se puede decir que la investigación de la música popular en el Caribe co­lombiano apenas comienza en serio.

Hay en el horizonte la expectativa de nuevos trabajos que pro­meten animar una discusión de por sí animada: el antropólogo in­glés Peter Wade y el sociólogo costeño Adolfo González Henríquez están comprometidos, cada uno desde su propia perspectiva, en una investigación sobre música costeña e identidad nacional, un poco más nacional aquél y un poco más regional éste. Como libros próxi­mos a salir están dos casos ejemplares: el del veterinario Jesús Za­pata Obregón sobre historia de la música en Mompós y el del agri­cultor cienaguero Edgar Caballero Elias sobre la vida y obra de Guillermo Buitrago. Se trata de investigaciones que duraron años y años recogiendo información muy difícil de obtener si no se vive en el sitio, y generalmente sin otra perspectiva que el amor al arte. Finalmente, la tesis de doctorado, próxima a publicarse, del musi­cólogo barranquillero Guillermo Carbó sobre la tambora de la de­presión momposina y las riberas del Magdalena.

Quiero terminar recordando a alguien insoslayable en estos te­mas, Nina de Friedemann, autora de páginas que inspiraron mu­chas investigaciones sobre música costeña. Quien tanto se obsesio­nó porque los temas afrocolombianos tuvieran espacio en la uni­versidad, vería con agrado que hoy termino con una frase preparada

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Los estudios sobre música popular en el caribe Colombiano

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por los dos para una ocasión en Barranquilla que nunca llegó: los estudios sobre música costeña son la esperanza de la universidad costeña.

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Los afrocaribeños

del litoral pacífico

Jaime Arocha

Algo más que salsa

Considerando que una de las metas de este Encuentro sobre Cul­

tura y Región consiste en cartografiar "dinámicas [regionales] de

desarrollo cultural" enfocaré a los pueblos afrodescendientes que

ocupan las selvas húmedas del Pacífico. Mostraré que debido a las

huellas de africanía que aún portan, el mapa de su geografía cultu­

ral presenta extensiones hacia el Caribe continental e insular, y ha­

cia África centrooccidental y central, las cuales pueden servir de base

para la creación de nuevas formas de solidaridad y veeduría inter­

nacional como medios de combatir el desplazamiento violento al

cual están sometidos.

El litoral pacífico se extiende desde el tapón del Darién en Pa­

namá, hasta la costa de Esmeraldas en Ecuador. Por la posición de

ese territorio, parecería poco evidente que haga parte del Caribe.

Sin embargo, los afrocolombianos de lugares como Quibdó, la

capital del Chocó, le han hecho aportes significativos a la salsa y a

otros ritmos de ancestro africano, los cuales además forman ejes

fundamentales de fiestas a la usanza del Caribe, tan vitales como

las de San Pacho, la cual se celebra en la misma ciudad cada año a

comienzos de octubre. Sin embargo, lo más importante es que ese

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

181

ámbito caluroso y húmedo continúa escenificando africanías pro­

venientes de culturas afiliadas con las familias lingüísticas bantú,

akán y yoruba, y permanece integrado al Caribe por otros dos

medios. El primero es de carácter geográfico: el río Atrato nace en

el interior del Chocó biogeográfico, pero desemboca en el golfo de

Urabá, hito de enorme importancia geopolítica en el Caribe, debi­

do a su proximidad con el canal de Panamá, con las otras conexio­

nes que se tienen proyectadas para mejorar el tráfico naval intero­

ceánico, y con la posible prolongación d e la carretera Panamerica­

na por el tapón del Darién (Arocha, 1998b; Presidencia, 1996). El

segundo medio está por aproximarse con el detalle que merece: con­

siste en los ires y venires de los marineros que —por lo menos du­

rante el último siglo— mantienen conectados a Guayaquil y a Bue­

naventura con Colón y Cartagena, y a esos cuatro puertos con

Kingston, y a Kingston con San Luis de Marañón y a todos ellos

con los de África occidental (Muñera, 1998; Rodríguez, 1995).

A continuación, caracterizaré las memorias de africanía que

perviven en el Pacífico y lo integran con el Caribe y África; luego,

señalaré las especificidades de los sistemas productivos que les sir­

ven de cimiento y, argumentando qué riesgos enfrentan para so­

brevivir, indicaré desde qué perspectiva podría aplicarse el saber

académico para contribuir en su proyección futura.

La bantmdad

Con respecto a la memoria bantú, la historiadora Adriana Maya

(1998) recuerda un mito luba sobre el origen de las estatuas:

Después de que el cielo se hubo separado de la tierra, la gente

se instaló en ella aún desierta [...] Su desobediencia le había acá-

Page 98: Territorio,-cultura e Identidades

JAIME AROCHA

1 8 2

rreado males y sufrimientos de toda clase: enfermedades, ham­

brunas, homicidios, querellas entre parientes y robos.

Viendo todo eso, Ngoy, el Gran Genio, fue a buscar a Nkulu,

Genio Primordial, con la intención de interceder ante él a favor

de la gente. Éste lo escuchó debido a que Ngoy —como su nom­

bre lo indica— era quien "terminaba con las imperfecciones".

Nkulu se sumergió en el lago Kisale donde habitaba, y re­

apareció con una estatuilla tallada en madera que le entregó a

Ngoy, diciéndole:

—Lleva contigo este objeto. Es el "bwanga", es decir, el re­

medio que espera la gente para curar sus males. Dile que escul­

pa muchos iguales y tú me los traerás aquí [...].

Ngoy partió con la talla y la confió a un sacerdote y adivino,

con el fin de que hiciera otras. Este último trabajó sin descanso,

días y noches, y al cabo de un tiempo le entregó a Ngoy muchas

tallas distintas. Ngoy se las llevó al Genio Primordial, quien en­

tonces le reveló a Ngoy las palabras mágicas susceptibles de ani­

mar las tallas y dotarlas de poder curativo. Además, Nkulu le

enseñó las virtudes de las plantas y la naturaleza de los ingre­

dientes con los cuales era necesario impregnar las estatuillas para

mantener contacto con los otros genios del cosmos [...] Ésta es

la razón por la cual, desde tiempos inmemoriales, la gente fa­

brica estatuillas para curar sus sufrimientos y para estar en con­

tacto con Nkulu, su benefactor (Maya, 1998).

En Colombia, el litoral al cual me refiero es por excelencia un

espacio de talladores de madera. De Friedemann (1989) reseñó la

difusión de los calados que adornan los balcones de las casas de ciu­

dades como Tadó en el valle del río San Juan y describió los deta-

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

183

lies de las canoas de moro que albergan a nenes y nenas hasta que

comienzan a caminar o hasta que adquieren su alma sombra, como

explica Losonczy (1991). En el valle del río Baudó, los carpinteros

también hacen calados y sobresalen en la talla de los rayos, median­

te los cuales las mujeres se apoyan dentro de sus canoas y restriegan

la ropa tomando el agua del río. Se trata de profesionales de la

madera que además transmiten a las nuevas generaciones mitos como

el de E l diamante de Nauca y el saber acerca de los poderes curati­

vos de las plantas. Sin embargo, son los cholos, indígenas embera y

waunan, y no los afrodescendientes, quienes hacen las tallas y las

usan de forma muy parecida a la prescrita por el mito luba. Et­

nógrafos como Henry Wassen han recalcado la memoria africana

que evidencian los patrones estéticos y estilísticos de las tallas embera

y waunan. ¿Por qué los afrodescendientes parecerían haber perdi­

do la creencia de que la madera tallada puede manipularse para

hacerla encarnar poderes curativos? ¿Será posible que —más bien—

ellos hayan hecho clandestinas sus prácticas de sanación mediante

tallas?

Para responder estos interrogantes será necesario explorar los

efectos que ha podido ocasionar el terror que se difundió muy tem­

prano -desde los comienzos del siglo XVII— debido a la persecu­

ción y castigos que el tribunal del Santo Oficio de Cartagena de

Indias instituyó contra los cautivos africanos que osaban practicar

sus religiones ancestrales. Entre los acusados, perseguidos y con­

denados sobresalieron los curanderos de la familia bantú, a quienes

nunca fue necesario torturar para que confesaran el haber sido inicia­

dos en el conocimiento de las plantas y sus poderes espirituales (Maya,

1999). Habrá que averiguar si una forma de poner a salvo toda esa

sabiduría pudo haber consistido en la estrategia de entregársela a

quienes no eran perseguidos por los inquisidores, los cholos.

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JAIME AROCHA

184

Akanidad

La reverencia por las plantas también incluye la construcción de

"altares" que la gente del Afropacífico edifica en las orillas de casi

todos sus ríos de oro y platino, cerca de las casas. Los llaman zoteas

y consisten en plataformas de madera sobre las cuales ponen canoas

viejas, ollas que ya no usan o cajones de palo, y forman el ámbito

de la agricultura femenina. Las mujeres rellenan las zoteas con aque­

lla tierra que dejan las hormigas a la entrada de sus hormigueros, y

que traen con sus hijos desde el monte, y la cual sus antepasados en

África también trataron con deferencia sacramental, conforme lo

describió el jesuita Alonso de Sandoval. Allí siembran matas que

dan los aliños para el tapao, descansel (Amaranthaceae, Suárez, 1996)

para hacerse baños durante la menstruación, en fin, yerbas para la

pócima que amarre al marido y disuada a su amante (ibid.).

Cuando se percatan de que están embarazadas, ellas ponen en

la zotea la semilla de un árbol que germinará a lo largo de la con­

cepción, y que el día o la noche del alumbramiento plantarán junto

con la placenta en la cual venía la criatura. Como árbol y persona

crecen al unísono, esta última llamará al primero mi ombligo (Arocha,

1999a: 15,16).

Hoy en día, en Ghana, la gente de la familia akán sigue ente­

rrando el ombligo para emparentar al nene o nena con la tierra natal.

Allí mismo, sus parientes también tendrán que enterrar los restos

de esa persona, porque éstos últimos deben descansar en el mismo

sitio donde yace el ombligo. Así, la conexión entre nacimiento y

muerte es evidente (Dagó Dadié, 1999), como también lo es entre

los afrocolombianos del valle del río Baudó, al noroccidente del

departamento del Chocó, en cuyos cementerios marcan cada tum­

ba sembrando el árbol que se conoce como palma de Cristo y cuyos

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

185

linderos delimitan mediante enormes ceibas y guayacanes (Arocha,

1999a: 142-151).

Y entre estas mismas personas, cuando la criatura pierde el

ombligo, curan la herida con polvos del animal o planta cuyas cua­

lidades los padres aspiran a ver personificadas en ese nene o nena.

Sin embargo, donde más se manifiesta la "akanidad" del Afropací­

fico es en las ombligadas con Ananse, Este ser sobrenatural encar­

nado en la araña es un héroe astuto, egoísta y embaucador, tan

autosuficiente que de su propio cuerpo saca su casa, la cual —ade­

más— le sirve para capturar su comida. Emparentado con Elegguá,

otra deidad de la astucia, parece haber servido de vehículo para

socializar a las nuevas generaciones en la resistencia a la esclavización.

Al considerar que los seres humanos no pueden hacerle daño

alguno a las arañas, debido a las desgracias que por hacerlo les so­

brevienen al agresor y a toda su familia, siempre me pregunté cómo

hacía la gente del Afropacífico para preparar el "unto de araña", y

con él curar el ombligo del recién nacido. Albert Dagó Dadié (1999)

me dio una pista para profundizar nuestras averiguaciones. En

Ghana y Costa de Marfil, los ashantis, los fantis y sus hermanos se

valen del saquito blanco en el cual vienen envueltos los huevos de

la araña. De esa manera, no le hacen daño al animal, pero sí logran

captar sus poderes espirituales.

A lo largo de sus vidas, los afrocaribeños del Pacífico renuevan

sus alianzas con Ananse1, haciéndole su "rezo cruzao", conforme

don Pío Perea le contó a Nina S. de Friedemann (q.e.p.d.):

1 La palabra akán es Ananse, la cual se conserva en varios lugares del Afropacífico, pero que en el Afrocaribe puede ser Anansi, Anances, Miss Nances y Breda (Brother) Nancy

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JAIME AROCHA

186

Mi mayor anhelo cuando niño era poder caminar sobre el

agua como Anansi. Entonces, con mis amiguitos conseguimos

la oración de Anansi para convertirnos en arañas y poder pasar

de un cuarto a otro en las casas que eran de tabla. Yo, de acólito,

de sacristán tenía que aprenderme muchas oraciones. En un

santiamén aprendí la de Anansi. Decían que en Semana Santa

las oraciones eran más efectivas. Entonces, nos íbamos varios

niños al San Juan, al mediodía y uh, a las 12 de la noche, nos

zambullíamos en el agua y abajo rezábamos tres veces con po­

tencia, sin respirar, sin salir a la superficie:

¡Oh, divina Anansi,

préstame tu poder!

para andar como tú

sobre las aguas del río,

sobre las aguas del mar,

oh, divina Anansi

(Friedemann y Vanín, 1991: 190)

Eso sí, en el Afropacífico colombiano hace falta recoger mu­

chas más historias y cuentos para niños de aquellos que resaltan la

astucia, inteligencia y rivalidades de Ananse, los cuales abundan

tanto en todo el Caribe insular como en la costa occidental de Áfri­

ca. Sin embargo, el mismo don Pío Perea le entregó a De Friede­

mann evidencias de que esa forma de mitificación sí ocurría en

nuestra región de interés:

[...] la araña era sacristán como yo en ese tiempo y [...] por

comerse unas hostias la iban a matar. Entonces, Anansi se subió

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Los afrocaribeños del litoral pacífico 187

a la torre más alta de la iglesia y, repicando las campanas, gritó

con una voz delgadita:

—Si Anansi muere, el mundo se acabará, la candela se apa­

gará para siempre, la gente se acabará también.

El cura se fue a ver quién tocaba las campanas anunciando

semejantes desastres, pero como Anansi era tan liviana, con ese

cuerpo tan chiquito, no la vio y pensó que era una voz del cielo.

Mientras tanto, la condena a muerte fue suspendida, por­

que la multitud de gente así lo pidió. Pero con la condición de

que dejara las malas mañas y trabajara (Friedemann y Vanín,

1991: 189).

El vacío que existe alrededor de las historias de Ananse en el

Pacífico estimula la formulación de preguntas no sólo sobre la per­

manencia de la memoria akán en esa región, sino de la fortaleza del

puente que une a la región con el Caribe insular y continental, y con

África. En el ámbito de la actual globalización signada por la uni­

formidad de corte occidental, también podrían surgir globalizaciones

disidentes, como ésta, alrededor de memorias de africanía akán.

Yorubidad

En el litoral pacífico, la familia yoruba también dejó impresas hue­

llas de africanía en los altares fúnebres que se hacen para los velo­

rios y los subsiguientes novenarios. Están presididos ya sea por

enormes lazos hechos en tela negra o tallas de madera, ambos en la

forma de la mariposa que siempre se asocia con el hacha doble de

Changó. Y en el ámbito profano que se escenifica por fuera del

recinto fúnebre, donde yace el cadáver y se le cantan los alabaos,

pululan mesas para dominó, cuyos jugadores narran historias que

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JAIME AROCHA

188

por lo general involucran rayos, centellas, fuegos resplandecientes,

diamantes brillantes y demás atributos de los orichas.

Estando en una de ellas, se me aproximó un joven para contar­

me que él era una especie de elegido porque era gemelo sietemesi­

no, y que —por si fuera poco— había nacido en un Viernes Santo y

sobrevivido a su hermano. Varias veces había convulsionado y, por

lo tanto, había estado cerca de la muerte. Entonces, había tenido

visiones de lugares llenos de luz. Él le había contado esas visiones

a una mujer que sabía curar y ella le había dicho que el destino le

deparaba misiones especiales que lo mantenían expectante. M e

hablaba como si de alguna manera yo pudiera ayudarle a encontrar

ese destino vaticinado por aquella mujer.

M e turbé cuando me identificaron como una persona de saber

y porque no podía hacer nada con respecto a las inquietudes del

interlocutor, toda vez que yo era un extraño en ese pueblo baudoseño

de Boca de Pepe y, por lo tanto, no podía ofrecer otra respuesta que

el silencio. Sin embargo, al mismo tiempo quedé sorprendido por

hallar otra posible memoria de africanía. Como se sabe, Mintz y

Price (1995) consideran que una de las orientaciones cognoscitivas

de las culturas del África occidental consiste en las conductas espe­

ciales hacia los gemelos. Mientras que los yorubas sacrifican a uno

de ellos, después de su nacimiento, los ibos los deifican a ambos.

Polifonía ecológica2

El cimiento territorial de todas estas culturas, con sus huellas de

africanía, consiste en complejos sistemas productivos que integran

2 Esta sección se basa en Arocha, 1991, 1992, 1999 (capítulos II y III); Friedemann y Arocha, 1986: 301-378, y Machado, 1996,1997.

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

189

e intercalan en el tiempo y el espacio múltiples actividades con ni­

veles demostrables de sustentabilidad ambiental (Arocha, 1992,

1999b). Los denomino "polifonías sistémicas", y a los afrodes­

cendientes del Pacífico les habrían permitido superar la pobreza, si

no fuera por los poderes monopolices de carácter local que cobran

en exceso sus labores de intermediación con el mercado.

Después de alcanzar la libertad por cimarronaje y automa-

numisión, desde los comienzos del siglo XVIII, los exesclavizados

comenzaron a tejer filigranas que aún hoy superponen la minería

artesanal del oro con policultivos centrados alrededor del plátano.

Así sucedió en las áreas ribereñas de ríos como el Atrato, el San Juan,

el Patía y el Telembí, y que en la época colonial eran los ejes de los

distritos mineros de Citará, Nóvita y Barbacoas, respectivamente.

Cuando las lluvias abundan, se lleva a cabo la minería en com­

pañía, es decir la que realiza toda la parentela, que en el río Güel­

mambí en el departamento de Nariño se conoce con el nombre de

tronco3. Ésos son los días cuando todos los parientes pueden alinearse

a lo largo de un canalón cuyas aguas arrastran sedimentos ricos en

oro, y cuyo manejo corresponde a un capitán experimentado. Sin

embargo, nadie va para el colino; el cuidado del plátano sembrado

allí, así como los de los otros cultivos, tienen que esperar a que llue­

va menos, cuando también tiene lugar el barequeo o lavado indivi­

dual de las arenas auríferas de las orillas del río.

En áreas no mineras, como el valle del río Baudó, el tejido es

entre los policultivos de plátano, frutales, maíz y arroz, con la cría

y levante de cerdos. Los afrobaudoseños no mantienen estos ani-

3 Tronco: conjunto de parientes consanguíneos que pueden establecer su ascen­dencia, tanto por línea paterna como materna, hasta llegar a un antepasado común, fundador de la parentela (véase Friedemann, 1971).

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IQO

males en cautiverio, sino que les permiten ramonear por las franjas agrícolas que delimitan. Eí maíz y el arroz actúan como relojes del intercalado: mientras esos cultivos crecen y maduran, los marranos tienen que estar en la orilla opuesta del río, donde pueden recorrer los colinos de plátano, y comerse los frutos caídos o los retoños que brotan de la tierra, y les quitan fuerza a las matas en producción. De allí, los mudan a los rastrojos que denominan monte alzao y donde crecen frutales que como el aguacate sirven para cebar a los porcinos o los chontaduros que cumplen un papel fundamental en la purga de los mismos animales. Una vez cosechados el maíz y el arroz, embarcan sus cerdos en canoas y los ponen en las franjas ribereñas para que hagan el caneo, comiéndose los tallos secos que han quedado.

Por su parte, en la ensenada de Tumaco, sobre la costa sur del litoral, la filigrana es entre pesca, recolección de crustáceos y agri­cultura. Allá, se pesca durante las quiebras o bajamares, y se hace agricultura durante las pujas o pleamares. Los afrotumaqueños zonificaron el mar, de modo tal que la cultura material, la tecnolo­gía y la organización social varían de acuerdo con la distancia des­de la costa y, por lo tanto, con la especie que intentan capturar. Y así como sectorizan el mar, también lo hacen con sus fincas. Éstas es­taban localizadas en las laderas empinadas que se erguían a pocos metros del estero y de las desembocaduras de ríos y quebradas. Pese a que no había monocultivos, formaban sectores dentro de los cua­les primaban ciertas plantas sobre otras. De ahí que hablaran por lo menos de tres segmentos fundamentales, el de frutales, el del choco­late y el colino para el plátano.

El que a lo largo de todo un año hubiera plátano y pescado es una manera de simplificar el resultado de la integración e intercala­do —en primer lugar— de las actividades productivas y comercia-

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

191

les llevadas a cabo por los afrodescendientes de los ríos ya mencio­

nados. Esa seguridad alimentaria que se había alcanzado al mar­

gen de las políticas del Estado, en un ámbito de marcada segrega­

ción espacial y sociorracial, tampoco comprometía la seguridad del

entorno físico y orgánico, no sólo debido a su moderada escala

extractiva y económica, sino a su amplia dispersión espacial. Hoy

por hoy, estas "polifonías sistémicas" serían paradigma nacional e

internacional de la utopía del desarrollo sustentable o sostenible

consagrada por la Constitución de 1991. Su desaparición se inició

a mediados del decenio de 1980 en respuesta a varios factores, entre

los cuales destaco:

1. El desarrollo que hasta finales del decenio de 1980 tuvo

la camaricultura en la ensenada de Tumaco. La construcción de

los estanques necesarios para la cría de larvas involucró buena

parte de las tierras muy pocas veces tituladas a nombre de los

campesinos-pescadores de la ensenada. La consecuente ola es­

peculativa desplazó a estos cultivadores hacia los barrios mar­

ginales de Popayán y Cali.

2. Desde finales del decenio de 1980, tiene lugar la expan­

sión de los cultivos de palma africana en la zona de la carretera

entre Pasto y Tumaco. Esas tierras escenificaron otra ola de es­

peculación con la finca raíz, la cual —con la ayuda de las ba­

las— llevó al desplazamiento de los campesinos, así como a la

erosión de la red polifónica que formaban pesca y agricultura.

3. Por el lado de los ríos mineros, a finales del decenio de

1980, profesionales de Corponariño comenzaron a promover

la modernización de la minería artesanal (Bravo, 1990). Otor­

garon créditos para la compra de motobombas que propulsa­

ban por los canalones el agua de las quebradas, y pequeñas dragas

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JAIME AROCHA

1 9 2

que absorbían y luego zarandeaban las arenas del fondo de los

ríos, hasta dejar la jagua lista para ser tratada con mercurio y así

separar el oro que antes se obtenía meneando la batea. Enton­

ces, mientras que mineras y mineros se independizaban de las

lluvias y podían lavar oro todo el año, abandonaron sus colinos.

Éstos se fueron enmotando, hasta que dejaron de producir. En­

tretanto, sus dueños racionalizaban el fracaso de la agricultura

diciendo que la malaria había atacado los cultivos. Cuanto más

palúdicas sus matas de plátano, más tenían que aprovisionarse

desde lugares que —como las costas de la región ecuatoriana

de Esmeraldas— nunca habían figurado dentro de su noción de

mercados para comprar los alimentos que antes cultivaban4. Los

costos de los productos traídos de otras regiones se sumaron a

los del combustible, mantenimiento y reposición de equipos y,

juntos, absorbieron las ganancias que provenían de la mecani­

zación de la minería. Los créditos se hicieron onerosos y la

emigración surgió como alternativa al fracaso. A principios del

decenio de 1990, la relación entre endeudamiento y éxodo

poblacional era tan evidente que uno se preguntaba si la moder­

nización de la minería no habría sido parte de una conspiración

malévola para expulsar a los mineros tradicionales de la región

del río Patía (Arocha, 1990).

Acosados por la pobreza y las carencias propias de ámbitos que

el Estado ha mantenido en una marginalidad cómplice de la dis­

criminación sociorracial, los mismos afrodescendientes del litoral

4 Esta región ecuatoriana también ha ido desapareciendo de la cartografía alimentaria del Pacífico sur, debido a la expansión de la camaricultura en esas tierras (Veach, 1996).

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

193

coadyuvaron en la modernización. Parece que nunca pensaron que uno de los resultados del proceso consistiría en su desplazamiento y que muchos de ellos tendrían que enfrentar mayores niveles de pobreza en las ciudades a las cuales llegaron. Empero, a lo largo de los últimos 130 años, el factor más perverso quizás haya sido la ile­gitimidad de sus dominios territoriales.

Memoria sutil

Los pueblos afrocaribeños del litoral pacífico hace poco tiempo que comenzaron a ejercer la militancia política con base en sus legados culturales. Se les educó en el sentido de que la colombianidad no podía ejercerse desde la diferencia, sino desde la homogeneidad. El que en el Afropacífico no haya apropiaciones tan fuertes como las de la religión de los orichas en Cuba, el vudú haitiano o el candomblé brasileño se explica, en primer lugar, por el terror di­fundido tanto mediante las condenas públicas que -a lo largo del siglo XVII— los inquisidores les impusieron a quienes consideraron ser brujos, sortílegos y curanderos, como por la represión militar contra el cimarronaje armado que —desde los inicios del siglo XVII— los cautivos interpusieron contra la esclavización, y el cual se exten­dió por casi todos los valles interandinos y parte de las selvas del Pacífico. Y es que también desde mediados del siglo XVIII comen­zaron a desaparecer los cautivos que venían desde el África. Para entonces, la capital minera de Popayán, localizada en los Andes del sur, lejos del mar, sustituyó al puerto caribeño de Cartagena de Indias como mercado esclavista, y comenzaron a preponderar los criollos producto de lo que para autores como Germán Colmenares fueron verdaderos "criaderos de cautivos". Lo anterior en adición a la na­turaleza dispersa de los asentamientos propios de las áreas mineras

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JAIME AROCHA

194

del litoral, donde no hubo concentraciones urbanas como las de La

Habana o Matanzas o rurales en enormes barracones como los del

central de Santa Rita de Baró, cerca de Agramonte. Allá fui testigo

de la adoración que hoy por hoy le siguen dando los trabajadores

del hoy central Rene Fraga, a un enorme jagüey dedicado a Ogún

-oricha de los herreros-, en cuyas raíces además están los altares de

santa Bárbara -Changó— y san Lázaro -Babaluayé-, y cuyos ado­

radores y oficiantes incluyen hispanodescendientes que se han apro­

piado de la religión de los orichas.

Esto de la sutileza (¿clandestinidad?) de la africanía ha sido

disculpa fácil de la invisibilización a la cual han sido sometidos los

afrodescendientes, sus territorios y sus culturas. Al no expresar una

conciencia explícita sobre su pasado africano, se ha considerado que

los afrodescendientes carecen de etnicidad. En consecuencia, hasta

cuando se aprobó un nuevo marco constitucional en 1991, se les

negaron derechos territoriales consagrados por la legislación inter­

nacional suscrita por el Estado colombiano. Al respecto, hace diez

años, el abogado Adolfo Triana explicaba:

El acuerdo de la OIT de 1957, que se convirtió en Ley 31

del 67, define dos tipos de situaciones para la posesión territo­

rial: la de poblaciones que tienen formas culturales diferentes a

las de la sociedad nacional y la de grupos precolombinos que

viven más de acuerdo con estructuras políticas e ideológicas an­

teriores a la Conquista. Con base en tal diferenciación, plantea­

mos ante el Ministerio de Agricultura la posibilidad de reco­

nocer la territorialidad de las comunidades negras agrupadas en

la Asociación Campesina Integral del Atrato [ACIA]. El Mi­

nisterio se pronunció en contra [...] (Cano Correa y Cano Bus-

quets ,1989: 6).

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

195

La legislación de baldíos

El hito al cual Triana se refirió es paradigmático, debido a que ha­bían fallado los intentos anteriores por lograr que el Estado les titu­lara a los afrodescendientes del litoral pacífico los territorios que humanizaron sus antepasados. Dentro de esta exclusión juegan un papel fundamental las leyes mediante las cuales se crearon terrenos "baldíos" de propiedad del Estado. El ya citado Triana ha subra­yado la perversidad del supuesto desde el cual se emitieron esas leyes, a partir de 1870: existían grandes extensiones que por estar "vacías" podían ser incorporadas al mercado de tierras mediante estrategias de colonización. Empero, el "vacío" de esas áreas tan sólo existió en los ojos de los gobernantes. Todos ellos eran miembros de la aristocracia eurodescendiente que a finales del siglo XIX —se­gún Triana— halló en las teorías evolucionistas justificaciones adi­cionales para excluir a pueblos étnicos como los afrodescendientes: se trataba de razas inferiores, incapaces de ejercer dominio sobre sus territorios (Triana, 1987).

En su estudio sobre ese período, el historiador Marco Pala­cios ha demostrado cómo se desarrollaron otros mecanismos de ex­clusión. Uno de ellos consistió en los peritales de abogados y agri­mensores que requirió el Estado para extender la correspondiente titulación (Palacios, 1983: 297). Se trató de fórmulas bastante in­accesibles para muchos pueblos étnicos que ni disponían de me­dios económicos, ni habían tenido acceso al sistema educativo que les demostrara el valor del papel sellado, es decir, de las escrituras (ibid.-. 310). Otro era que los mismos peritos tenían que testimo­niar qué área selvática había sido talada, para dar vía a monocul­tivos permanentes. Entonces, terminó por instituirse el supuesto de que no establecían "mejoras" y, por lo tanto, no podían acce-

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der a la titulación quienes conservaran la selva y además reprodu­

jeran las características de ella en los claros o "colinos" que le abrían

para cultivar las plantas que usaran (Comisión, 1987: 108-109).

Fue tan sólo a partir de que la Constitución de 1991 entró en

vigencia que —por primera vez en la historia colombiana— el Es­

tado colombiano hizo visibles a las comunidades negras y a las de

las regiones ribereñas del litoral pacífico que les reconocería de­

rechos territoriales colectivos, moldeados por su trayectoria histó­

rica y cultural (Arocha, 1994). La Ley 70 de 1993 materializó las

intenciones de los reformadores constitucionales, luego de que por

un año la Comisión Especial para las Comunidades Negras ela­

borara, debatiera y aprobara diferentes propuestas del articulado.

El nombramiento de este grupo de trabajo, que era requisito del

artículo transitorio ya mencionado, le tomó más de nueve meses

al presidente César Gaviria. La mayoría de sus miembros repre­

sentaba a las comunidades de la base afrodescendiente de Nariño,

Cauca, Valle y Chocó, pero también incluía al viceministro del

interior, a funcionarios de institutos descentralizados y a un nú­

mero minoritario de académicos. Luego de que el Congreso de

la República modificara y aprobara la última versión del proyec­

to, el 27 de agosto de 1993, el presidente César Gaviria sancionó

la respectiva ley en una ceremonia que tuvo lugar en el plaza

Mosquera Garcés de la ciudad de Quibdó. Para esa fecha, los

sindicatos chocoanos afiliados con la CGTD repartieron el volante

titulado ¿A qué viene al Chocó, señor presidente? Entre sus apartes

destaco:

[...] Ninguna organización chocoana solicitó [...] la adju­

dicación de terrenos en forma de propiedad colectiva e ine-

nanejable [...] Esta forma inferior de propiedad [...] sólo es

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Los afrocaribeños del litoral pacífico 197

aceptada por algunas comunidades indígenas que permanecie­

ron incomunicados (sic) en resguardos [...]

H a sido frustrante constatar que persiste la noción de "formas

inferiores de propiedad" para referirse al complejo sistema de rela­

ciones que los afrodescendientes han desarrollado para manejar sus

ríos y sus bosques. No obstante el que yo sabía que ni el eurocen-

trismo ni el evolucionismo dogmático tenían por qué desaparecer

con los años de debate sobre la reforma constitucional, me pregun­

té si el valor que la ley sancionada ese día le concedía a lo ancestral

podría haber sido una imposición del antropólogo que había parti­

cipado en las sesiones de la Comisión Especial de Comunidades

Negras. Sin embargo, más tarde constaté que miembros de las or­

ganizaciones de la base disentían del eurocentrismo. Ese mismo día,

cuando el presidente de la República y el director nacional del Plan

Nacional de Rehabilitación instalaron el consejo chocoano de re­

habilitación, Zulia Mena —quien también había pertenecido a la

Comisión Especial- explicó por qué los miembros de las organi­

zaciones de las comunidades negras habían presionado para que la

titulación fuera colectiva: el sistema de producción de los campesi­

nos negros que ocupan zonas ribereñas del litoral no se basa en una

sola actividad, sino que combina la agricultura con la pesca, la ex­

plotación forestal y, donde pueda hacerse, con la minería. La titu­

lación individual rompería la unidad que debe existir entre río,

orilla, bosque y —en el caso de las comunidades costeras— estero,

playa y mar, máxime cuando algunas de las faenas, como la mine­

ría de la época de lluvias, tienen que hacerse de manera colectiva,

convocando a los miembros de los troncos. Algo parecido puede

decirse de la selva, la cual pocas veces es objeto de explotación indi­

vidual, sino que la colectividad, asociada en sus troncos, vigila la

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JAIME. AROCHA

198

preservación de los recursos. De otro modo, también sería difícil

realizar y regular las faenas de cacería y recolección de frutos silves­

tres. Y por último, Mena argumentó que la gente negra siempre

ha mantenido vínculos con los grandes poblados y los puertos.

Apelando a las relaciones que existen con miembros del propio tron­

co, hombres y mujeres pasan temporadas laborales por fuera de sus

fincas ribereñas. Si la propiedad se fracciona, también lo harán las

redes de familiares que unen orilla, poblado y puerto.

¿Renacimiento del racismo?

El que doña Zulia y los otros comisionados comprendieran la com­

plejidad de la filigrana que la gente del Afropacífico había tejido

entre su vida, ríos, bosques, esteros y playas, y por lo tanto, el senti­

do de su lucha, no quiere decir que esta última estuviera ganada.

Por el contrario, tuvieron y tienen que enfrentar otra faceta de una

oposición generalizada que los sindicatos ya mencionados expresa­

ron del siguiente modo dentro del mismo comunicado que se re­

partió ese 27 de agosto:

Los trabajadores chocoanos en su inmensa mayoría somos

negros, pero consideramos a los trabajadores del resto del país

como nuestros hermanos de clase. En nuestra confederación [...]

rechazamos todo tipo de discriminación racial. Contrario a crear

un guetto (sic) o apartheid en el Chocó, luchamos por evitar todo

tipo de discordia racial [...]

Esta posición podría combatirse argumentando que la legis­

lación de baldíos más bien habría permitido la formación de un

enclave de aristócratas eurodescendientes cuya magnitud —para

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

199

el decenio de 1980— hacía de Colombia uno de los países con

mayor concentración de la propiedad agraria (Palacios, 1983: 293-

316). Sin embargo, hay que reconocer que está muy difundida la

noción referente a que quien toma conciencia de sus raíces histó­

ricas y culturales y —además— las reivindica, practica el racis­

mo. El raciocinio que fundamenta esta idea confunde la igual­

dad de derechos con la igualdad de conductas y, de paso, niega la

esencia de la democracia. Así suene obvio, el sello distintivo de

este tipo de régimen consiste en garantizarles los mismos dere­

chos a quienes son distintos. En el caso que nos ocupa, porque

tienen un origen particular, forzado desde África, y un pasado

también específico: el desarrollo de una existencia dentro de los

márgenes estrechos de la esclavización y la rebelión contra ella,

escapando mediante el cimarronaje armado o comprando la liber­

tad. De no respetar las conductas que se derivan de esa historia y

propender a que se subsuman en la monofonía, es impensable

cualquier opción para la disidencia y, por lo tanto, para la demo­

cracia.

Pero el pensamiento expresado -entre muchos otros— por los

sindicalistas es además ahistórico. El fortalecimiento de los movi­

mientos étnicos obedece a que ni los partidos políticos, ni las or­

ganizaciones de clase social han podido darles respuesta a las reivin­

dicaciones de quienes no sólo son atípleos, sino que pugnan por

serlo. Por períodos, la izquierda ha mostrado fascinación por lo que

durante los años sesenta el Partido Comunista Colombiano mar­

xista leninista llamó los "comunistas silvestres" y a quienes se aproxi­

mó con la esperanza de que se convirtieran en la base de un gran

movimiento de masas que se tomara el poder (Alape, 1985: 296-

314). Sin embargo, cuando los convocados dieron muestras de su

capacidad de autodeterminación y, por lo tanto, de su autonomía

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JAIME AROCHA

2 0 0

frente a las imposiciones partidistas, fueron abandonados (ibid.). En el caso de la gente negra, el escepticismo es aún mayor porque, en Colombia —como ya he explicado—, las particularidades de la africanía aún son poco difundidas. El cartografiarlas quizás le dará fuerza al surgimiento de formas de globalización disidentes y polifónicas, como las que podrían elaborarse alrededor de las me­morias bantú, akán y yorubá.

De estas formas de globalización discordante deben despren­derse solidaridades aún inexploradas con respecto a la trágica co­yuntura que enfrenta la gente del Afropacífico. En lugares como los ríos Cacarica y Truandó, entre otras zonas ribereñas del bajo Atrato, quienes han solicitado u obtenido las escrituras que legiti­man la territorialidad colectiva especificada por la Ley 70 de 1993 han sido desplazados por la violencia (Arocha, 1999b). El caso de ellos indica que el papel sellado no es buen escudo contra las balas que disparan las máquinas de la guerra dentro de la competencia que ellas libran por controlar las riquezas de esos territorios. Ade­más del oro, el platino y las maderas finas, hoy sobresalen la bio­diversidad y la posición privilegiada del litoral en los ámbitos geopolíticos del futuro canal interoceánico por el río Truandó, y de la prolongación de la vía Panamericana hacia Panamá por el tapón del Darién. Los planes de apertura económica hacia los países de la cuenca del Pacífico, impulsados desde la administración del presi­dente Belisario Betancur, requieren mejorar tanto las conexiones entre el sur y el norte de América, como ei flujo de materias primas y mercancías por nuevos puertos, cuya construcción también figu­ra en la agenda de la apertura (ibid.).

El 15 de junio de 1998 surgió una leve esperanza de detener la expulsión territorial de la gente del Afropacífico colombiano. Se trataba del punto 16 del llamado Acuerdo de la Puerta del Cielo

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

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suscrito en Maguncia (Alemania) por el Ejército de Liberación Na­

cional y representantes de la sociedad civil, y cuyo texto dice:

Impulsar con todos los actores armados y partes concernien­

tes el respeto a la autonomía, creencias, cultera y derecho a la neu­

tralidad de las comunidades indígenas y demás etnias y sus terri­

torios. (El Tiempo 1998c: 3A; las cursivas son mías).

Sin embargo, esta manifestación excepcional por parte de los

llamados actores armados en pro de los derechos derivados de la

etnicidad tuvo corta Ada. A las pocas semanas de firmado el pacto

de Maguncia tuvo lugar el "[...] atentado cometido por la compa­

ñía Cimarrones del [Ejército de Liberación Nacional] contra el

oleoducto Central en Machuca [...] que arrasó al empobrecido

caserío minero y acabó con la Ada de 60 campesinos, la mitad de

ellos niños" (Revista Cambio, n° 280 de octubre 26 de 1998).

Fotografías tan dramáticas como las que publicó la revista en

mención muestran que un buen número de los dolientes era de as­

cendencia africana. Este hecho sería predecible desde una perspecti­

va histórica: el primer ciclo de la minería del oro tuvo lugar en el

distrito de Segovia, al cual pertenece Machuca, y fue protagonizado

por esclavos en su mayoría traídos del África occidental. Las vícti­

mas, pues, han sido parte de un pueblo de profundas raíces étnicas,

cuyas prácticas mineroagrícolas están regidas por antiguos sistemas

que, como en otros casos comparables, involucran a la familia exten­

dida y memorias espirituales africanas ("De los editores", América

Negra, 1998: 14, 15).

Pero la falta de compromiso con el marco constitucional de la

inclusión étnica de los afrodescendientes también ha sido propia del

Estado colombiano. Durante lo que va corrido de 1999, las comu-

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2 0 2

nidades del Afropacífico sur han visto cómo toma fuerza la argu­mentación referente a la imposibilidad de otorgar títulos colectivos sobre las áreas cubiertas de manglares. Tres agencias estatales -Mi­nisterio del Medio Ambiente, Incora y Procuraduría- estudian la posibilidad de catalogar esos territorios como de uso público y, por lo tanto, inalienables, imprescriptibles e inembargables (Yunis Me-barak, 1999). La decisión que ellas tomen compromete el futuro de comunidades como las de la ensenada de Tumaco que, por lo menos durante los dos últimos siglos, han cifrado su subsistencia ya sea en la producción de carbón de mangle, o en la extracción de los crustáceos que crecen en el manglar, como las pianguas y chiri-pianguas (Machado, 1990,1996) Uno de los conceptos emitidos por el Ministerio pone en duda el que los afrodescendientes utilicen ese bosque particular de manera sostenible, pese a que existen estu­dios que señalan que los usos indebidos de los recursos de esas franjas han respondido a aquellos períodos de intensa demanda interna­cional, como sucedió con el tanino durante la Primera Guerra Mun­dial (Machado, 1996, 1997; Leal, 1998)5.

En este contexto de invisibilización reiterada, la solidaridad internacional acerca de la cual hablo no es la de frazadas y alimen­tos para con quienes podrán ser desplazados por los medios legales del Estado, o para quienes desde febrero de 1997 han sido testigos de la masacre de sus familiares y, en consecuencia, han tenido que refugiarse en el estadio de Turbo o en los barrios periféricos de Quibdó, Cali y Bogotá. Es más bien una adhesión transnacional que debe edificarse en torno a los derechos que por primera vez

5 A las pocas semanas de realizado este evento, varias organizaciones de la base lograron que el Ministerio de Medio Ambiente reversara su decisión, de modo tal que buena parte de las áreas de manglar quedaron dentro de las áreas susceptibles de titulación colectiva definidas por la Ley 7 0 de 1993.

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Los afrocaribeños del litoral pacífico

203

una ley nacional les otorgó a los pueblos del Afropacífico (ibid.).

Como expliqué, la disidencia cultural de ellos ya había sido reco­

nocida por la legislación internacional de la OIT. No obstante tal

reconocimiento, esas comunidades permanecían en la ilegitimidad

territorial porque a los funcionarios estatales no los asistía la volun­

tad política de cambiar el hábito de igualar mejora agrícola con tala

de la selva.

Se trataría de que académicos, adalides y otros miembros desta­

cados de las familias akán, bantú y yorubá que están regadas por

toda América y África occidental, centro occidental y central hicie­

ran de veedores de la responsabilidad que el artículo 7 de la consti­

tución le asigna al Estado colombiano en cuanto al reconocimiento

y salvaguardia de la etnodiversidad de los colombianos. La veeduría

también se referiría al deber que le compete a cualquier régimen

de derecho en cuanto a la conversión de las escrituras en escudo que

ampare la territorialidad contra las balas. En su formación será fun­

damental el papel de aquellos programas internacionales que con­

gregan a los más destacados africanistas y afroamericanistas alrede­

dor del delineamiento de la arquitectura del puente que sigue

uniendo a África con América. Tal es el caso de la Ruta del Esclavo

de la Unesco o de la Red Alfa sobre etnicidad y cultura negras en Eu­

ropa y América Latina, la cual vincula a más de una decena de uni­

versidades de ambos continentes, y cuya coordinación depende del

Centro para el Estudio de la Diáspora Africana en Europa y Amé­

rica Latina de la Universidad de Amsterdam. De ese modo, se

podrá garantizar la adhesión de Colombia al régimen internacio­

nal de la segunda y tercera generación de derechos humanos, los

que se refieren a las diversas identidades de las personas y al futuro

de los paisajes creados por sus antepasados (Hernando Valencia

Villa, en Cano Correa y Cano Busquets, 1989: 10).

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JAIME AROCHA

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Page 125: Territorio,-cultura e Identidades

Mapa de nubes: los estudios culturales

en la región surcolombiana

William Fernando Torres

D e s d e hace un tiempo los colegas del CES proponen invertir los

términos del debate que ocupaba a activistas, funcionarios e inves­

tigadores de la cultura tres lustros atrás. En lugar de reflexionar so­

bre región y cultura - o mejor, sobre regiones culturales y culturas

regionales—, el reto que sugieren ahora es el de estudiar primero las

dinámicas contemporáneas de las culturas y, a partir de allí, explorar

las concepciones emergentes de región. ¿Qué ocurrió para que se inter­

cambiaran los términos?

Para ello debemos recordar que a mediados de los ochenta, ac­

tivistas, funcionarios e investigadores nos aproximábamos a las cul­

turas de nuestros departamentos y regiones con el ánimo de saber

quiénes éramos o íbamos siendo, cuáles nuestras procedencias, desde

dónde hablábamos, qué tradiciones considerábamos pertinente con­

solidar. Asimismo, nos urgía establecer el estado de nuestra rela­

ción con los otros: precisar si era cierto que oscilábamos entre el chau­

vinismo y la veneración acrítica de lo ajeno; si teníamos de verdad

un dilema tan extremo y tan simple.

Pero, como se sabe, de manera casi imperceptible, durante es­

tos últimos quince años fuimos descubriéndonos insertos en nue­

vos paisajes, cuyos confines nos resultan inestables, inasibles, bo­

rrosos. Cambiaron el espacio, el tiempo, las lógicas, las formas de

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WILI.IAM FERNANDO TORRES

2 1 0

expresión, el cuerpo, la mirada, los aprendizajes y los saberes mis­

mos; en una palabra, cambió la cultura. En consecuencia, estas cir­

cunstancias nos generaron nuevas interrogaciones: ¿De qué manera

y con qué herramientas aproximarnos a las nuevas situaciones para com­

prenderlas e intervenir en ellas y no caer en la parálisis que generan los

deslumbramientos o la confusión? ¿Cuáles los caminos para construir cul­

tura y territorio?

Responder los interrogantes precedentes obliga a ir por partes.

En primer lugar, debemos evocar algunos momentos del debate,

con el fin de saber cuándo y por qué se invirtieron los términos re­

gión y cultura. Y, luego, para tener en cuenta en la discusión en

curso sobre Cómo aproximarnos a aquéllas, podemos examinar las

líneas gruesas de una experiencia de investigación/intervención que

se adelanta en la región surcolombiana.

Encuentros periféricos

y una postdisciplina

Tal vez el debate más antiguo y recordado sobre cultura regional

en tiempos recientes, fue el que convocó la Oficina de Extensión

Cultural de Antioquia en Sonsón, en 1984. Allí coincidieron polí­

ticos, creadores, investigadores, funcionarios y activistas culturales,

que escucharon el relato sobre importantes esfuerzos aislados que

avanzaban en diversos lugares del país. Entre ellos, estaban los de

consolidar un archivo sobre problemas regionales, construir una

biblioteca moderna en una ciudad intermedia, mantener unas fies­

tas populares tradicionales con alta participación o reconocer la sen­

sibilidad estética de niños y niñas de estratos bajos. Sin embargo,

estos logros eran resultado más del empeño de ciertas personas que

de políticas estatales a largo plazo.

Page 127: Territorio,-cultura e Identidades

Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

211

En noviembre de 1985, la Universidad Surcolombiana de

Neiva invitó a los directores de las oficinas de extensión cultural

universitarias, con el fin de compartir sus experiencias y dificulta­

des para indagar las expresiones culturales y artísticas del entorno,

capacitar para acceder al disfrute y creación de las artes, realizar

programaciones coherentes, estables y de amplia cobertura y divul­

gar información sobre los anteriores temas. En su transcurso, el

encuentro dejó ver que se concebía la extensión cultural como el

desarrollar la sensibilidad artística de los universitarios, formar pú­

blicos capaces de disfrutar los goces estéticos que propician las artes

o divulgar textos y noticias para minorías informadas. Con el pro­

pósito de ampliar esta concepción -que calificaron de elitista-, al­

gunos asistentes insistieron en que las extensiones culturales uni­

versitarias deberían comprometerse más a investigar los procesos

culturales de sus áreas de influencia con una intención muy defini­

da: la de suscitar un diálogo de saberes entre comunidades y uni­

versitarios que, en últimas, contribuyera a romper el enclaustramien-

to de las casas de estudios y su mera dedicación a otorgar credenciales

académicas.

En 1986, la Universidad Nacional, sede de Medellín, citó a

un segundo encuentro de extensiones culturales universitarias. En

él se compartieron nuevas experiencias —entre ellas, el proyecto de

desarrollo de las culturas regionales que adelantaba Colcultura—, y

se discutieron conclusiones de investigación académica sobre el tema.

Con base en ellas, se advirtió que la tarea de la promoción cultural

en los departamentos y las comunidades estaba, en su mayoría, en

manos de entusiastas que con frecuencia tenían tres problemas: uno,

se guiaban por ideologías patrimonialistas y nostálgicas; dos, como

evidenciaba lo anterior, carecían de herramientas conceptuales so­

bre cultura y de elementos para investigarla, y tres, debían enfren-

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WILLIAM FERNANDO TORRES

2 1 2

tar a menudo la incomprensión y resistencia de las mismas comu­

nidades, de los funcionarios públicos y los políticos, o laborar bajo

sus presiones y derivas. En suma, para calificar el trabajo en el área,

era imperativo integrar científicos sociales con activistas y funcio­

narios del sector.

Esta aspiración se comenzó a satisfacer con el Primer Semina­

rio Nacional sobre Metodologías para Investigar la Cultura que citó

el Instituto de Integración Cultural Recinto Quirama, en Rionegro,

en septiembre de 1987, al que asistieron gentes de los oficios y pro­

fesiones recién mencionados. Allí, como era de esperarse, la pala­

bra la tuvieron los científicos sociales. Sin embargo, desde la co­

municación, Jesús Martín Barbero cuestionó la eficacia de sus

ciencias para dar cuenta de lo que estaba ocurriendo en nuestros

países, puesto que estaban divididas en compartimentos estancos,

insistían en investigar la cultura sin tener en cuenta sus especi­

ficidades, ya que se aproximaban a ella según la "tradición positi­

vista" —de querer alcanzar "objetivos"—, en lugar de comprender

sus procesos, y, además, al interpretarla se basaban en teóricos de la

alta cultura, para quienes lo popular y lo masivo eran —dicho de

manera esquemática- simplemente mal gusto. Como alternativa,

Martín Barbero propuso indagar la cultura en América Latina des­

de la construcción de mapas nocturnos. Sus argumentaciones coin­

cidían con un apunte hecho poco antes:

Mientras que las teorías, métodos e investigaciones en otras

áreas de las ciencias sociales se han acumulado a un ritmo im­

presionante a lo largo de las últimas décadas, el estudio de la

cultura parece haber avanzado poco en su derrotero. La princi­

pal teorización, así como la mayor parte del trabajo empírico,

realizados en el campo de las ciencias sociales desde la Segunda

Page 129: Territorio,-cultura e Identidades

de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

213

Guerra Mundial, han tendido a prestar poca atención al factor cultural1.

Los eventos reseñados, más los que promovió Colcultura sobre memorias locales y el programa de investigación en historia local y regional que apoyaron el PNR y el ICAN, estimularon la continua­ción del debate sobre la cultura colombiana y, en especial, el clima requerido para discutir el Plan Nacional de Cultura, entre 1988 y 19912.

En esos finales de los ochenta, Colombia vivía en una atmósfe­ra de tensiones y expectativas. Atrás habían quedado los diálogos de paz de 1984, la toma del Palacio de Justicia de Bogotá por el M-19, en 1985, y los intentos del Plan Nacional de Rehabilitación para llevar la presencia del Estado a las zonas en conflicto y gene­rar procesos de planeación participativa. Estas circunstancias, au­nadas al asesinato de tres candidatos a la presidencia, hicieron ina­plazable crear un nuevo pacto social mediante el llamamiento a una Asamblea Constituyente. Por primera vez en la historia colombia­na, ésta reconoció el carácter multicultural y pluriétnico de la na­ción, el derecho de todos los ciudadanos a la cultura, y dispuso reordenar el territorio.

1 R. Wuthnowy otros, (1984). Análisis cultural, l a obra de Peter L Berger, Mary Douglas, Michel Foucault y Jürgen Habermas. Buenos Aires, Paidós Studio, 1988, p. 9.

2 Este debate tuvo momentos de síntesis en un encuentro en Bogotá, en no­viembre de 1988, que hoy se recuerda como "de la cultura con preposiciones" -debido al pomposo título que se le dio—, y en un foro realizado unos meses después, al que asistieron José Joaquín Brunner y Néstor García Canclini.

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WILLIAM FERNANDO TORRES

214

Desde entonces, se comenzó a hablar cada vez más de investi­

gación y gestión cultural. En el caso de la primera, durante 1991 se

aspiró a integrar diversos esfuerzos disciplinarios para hacerla des­

de el Instituto Colombiano de Antropología, pero este proyecto tuvo

resistencias3. Sobre el segundo tema, se convocaron eventos, se

publicaron sus memorias y algunas universidades comenzaron a

abrir cursos y especializaciones en Gestión o Administración Cul­

tural, cuyo impacto, por cierto, no se ha evaluado públicamente4.

En consecuencia, en estos últimos 15 años, se consiguió:

1) Propiciar un mayor interés por la investigación y gestión

de las culturas regionales,

2) Calificar a gestores y funcionarios y acercarlos con los

investigadores culturales,

3) Insistir en la necesidad de tener en cuenta la dimensión

cultural y la participación de las comunidades a la hora de hacer

planes de desarrollo,

4) Incidir en la transformación de las concepciones coti­

dianas sobre cultura, región e identidad.

3 Sobre el asunto se realizó un encuentro en Albán, Cundinamarca, convocado por Colcultura/Instituto Colombiano de Antropología, y con la participación de Colciencias y las Facultades de Ciencias Sociales.

+ La relación sobre los eventos mencionados se hizo con base en los documen­tos de conclusiones y las memorias de los mismos. Para seguir este proceso a partir de 1993, véase Martha Lucía Bustos. "Hacia una estrategia para la formación en gestión cultural", en Fabio Rincón Cardona, compilador (1998), Gestión cultural. Manizales, Programa Interinstitucional de Formación en Gestión Cultural para Caldas, pp. 60 a 62; también puede consultarse Víctor Guédez y Carmen Menéndez, eds. (1994). Formación engestión cultural. Santafé de Bogotá, Colcultura/Secab, que resume las conclusiones de un encuentro internacional celebrado en 1993.

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

215

Estos logros se advierten en las publicaciones sobre los proce­

sos regionales5; también en el número cada vez mayor de encuen­

tros, cursos, diplomados y especializaciones sobre gestión cultural6

y en el interés por contar con investigadores culturales en el diseño

de planes de desarrollo7. Con todo, lo más significativo del trayec­

to narrado ha sido la transformación de las concepciones cotidianas

sobre cultura, región e identidad.

Ahora se percibe que la concepción elitista, esteticista y dis­

criminatoria impuesta por la alta cultura —y hegemónica una déca­

da atrás—, se comienza a apreciar como otra más posible que, si bien

aspira a descifrar y exponer las complejidades de la condición hu­

mana y suscitar la perfectibilidad de ésta, hoy por hoy suele estar

atrapada en la telaraña calculista de la industria cultural. Esta nue­

va percepción la prueban, por un lado, eí intenso interés con que

académicos, intelectuales independientes, periodistas y realizado­

res audiovisuales se dedican a indagar múltiples aspectos de la cul­

tura popular y masiva, como fiestas, oficios, personajes, centros co­

merciales, series televisivas, deportes o el mundo de Internet; y, por

otro, la actitud de las gentes -en especial de las minorías étnicas- al

5 Véase, entre otros, la Historia de Antioquia que publicó por fascículos El Co­lombiano (Medellín) a finales de los ochenta; Gerardo Ardila C , ed. (1990), La Gua­jira. Bogotá, Universidad Nacional y Fondo FEN; Bernardo Tovar, ed. (1995), His­toria general del Huila. Neiva, Gobernación del Departamento, AHH, IHC.

6 Entre ellos, encuentros como el que realizaron las universidades en el Politéc­nico de Medellín en 1995, los cursos en Administración Cultural de la Universidad de los Andes, la Especialización en Gestión de la Universidad del Rosario o el Pro­grama Interinstitucional para Caldas.

' Véase mi texto (1986), Para encontrarnos en la deriva. ¿Esposible planear el desarrollo de manera participativa? Santafé de Bogotá, Cider-Universidad de los Andes, Curso Territorios organizados para el desarrollo.

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WILLIAM FERNANDO TORRES

2 1 6

asumir y reivindicar sus culturas y su derecho a la cultura. De ahí que, para los ciudadanos, no sólo haya ya culturas étnicas, regiona­les y de clase, sino también por creencias religiosas o políticas, de género, generación, oficio y según los lenguajes o las tecnologías que usan.

A su vez, las concepciones de región también han ido cambian­do. Unas fueron las que se vivieron desde la Colonia hasta la Re­pública, que exploró el profesor Jaime Jaramillo Uribe8; otra, la regionalización cultural que asumió Colcultura durante ios años setenta9; otra más, de carácter administrativo, la que utilizaron los Corpes en los ochenta y noventa; y otras diferentes, las propuestas por Orlando Fals Borda —su concepción ecológica y sociocultural y la del Estado-región10-, o por doña Virgina Gutiérrez de Hneda, en particular, en su trabajo sobre "Complejos culturales regiona­les" , y, por último, las promovidas por la Comisión de Ordena­miento Territorial creada por la Constitución de 1991. Con todo,

8 Jaime Jaramillo Uribe (1986), "Ideas para una caracterización socio-cultural de las regiones colombianas", en Ensayos de historia social. Tomo II: Temas americanos y otros ensayos. Bogotá, Tercer Mundo/Ediciones Uniandes, 1989. Cabe recordar aquí su aserto: "La pluralidad de culturas prehispánicas, sobre todo su desigual po­tencial demográfico y el diverso carácter de los colonos españoles que contribuyeron al poblamiento, unidos a la participación del elemento africano, produjeron un cua­dro de culturas regionales de gran vigor cuyo aporte a la formación nacional debe analizar quien intente dar una interpretación de nuestro ser histórico", en Jaime Jaramillo Uribe (1977), La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos. Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, p. 10.

9 jorge Eliécer Ruiz (1976), La política cultural en Colombia. París: UNESCO. Orlando Fals Borda (1988), La insurgencia de las provincias. Hacia un nuevo

ordenamiento territorial para Colombia. Bogotá, lepri-UN, Siglo XXI Editores. 11 Virginia Gutiérrez de Pineda (1989), Identidad. Memorias del V Congreso

Nacional de Antropología. Bogotá, Icfes, Serie Memorias de Eventos Científicos, s.f.

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

217

en la Ada cotidiana, es a menudo evidente que los departamentos

con mayor desarrollo económico e influencia nacional se conside­

ran a sí mismos región, mientras que los de economías precarias e,

incluso, no viables, proponen alianzas entre sí porque conciben que

la región se construye12. Esta última tendencia conecta con las reflexio­

nes sobre desarrollo regional y territorial que proponen, entre otros,

Sergio Boisier o Milton Santos desde la planeación, la economía o

la sociología13.

Al mismo tiempo, se han replanteado las concepciones sobre la

identidad. Pues, en primer lugar, imperó durante mucho tiempo

- y aún ahora se escucha en algunos discursos- la noción de identi­

dad nostálgica y patrimonial que pregonaban los primeros activis­

tas que mencionamos, y que pretendían fundarla "rescatando la

cultura"; es decir, retornando al pasado —pero idealizándolo y en­

cubriendo sus horrores-, con el propósito de "buscar las raíces" y

establecer la "prístina pureza" de supuestas antiguas tradiciones14.

En segundo término, hubo quienes historiaron el lento proceso de

conformación de la unidad nacional y, por tanto, sugirieron la difi-

12 Para comprobar esta afirmación basta seguir en detalle los discursos de los gobernadores actuales o libros como el compilado por José Jairo González y María Nancy Ramírez (1993), Caminos amazónicos. Construir región.

13 Javier Medina y Andrea Várela, editores (1996), Globalización y desarrollo regional. Cali, Universidad del Valle. Ver también, Sergio Boisier, El vuelo de una cometa. Una metáfora para una teoría del desarrollo territorial y Post-scriptum sobre de­sarrollo regional: modelos reales y modelos mentales, documentos 97/37 y 98/45 del ILPES.

14 Frente a esta postura, debe recordarse la respuesta de Jesús Martín Barbero en 1989: "No hay, pues, ninguna posibilidad de ser fiel a una identidad sin transfor­marla", en (\99 5) Pre-textos. Conversaciones sobre la comunicación y sus contextos. Cali, Centro Editorial Universidad del Valle, p. 48.

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W I L L I A M F E R N A N D O FORRES

218

cuitad para consolidar la identidad cultural del país15; por haberlo

advertido así, varios comentaristas sostienen, sin ironía, que alcan­

zamos la identidad estimulados por los logros internacionales de la

selección nacional de fútbol durante las últimas décadas y, asimis­

mo, insisten en que el único momento en que los colombianos nos

reconocemos como tales es cuando la selección juega y va ganando

el partido, porque si ocurre lo contrario, nos convertimos en críti­

cos deportivos o nos encerramos en nuestras fuertes identidades

locales y regionales16.

En cambio, en la actualidad, a partir de nuestras identidades

básicas vamos forjando y superponiendo otras, día a día y a cada

instante. Depende de con quién interactuemos, dónde, y de lo que

hagamos; de si compartimos con los de nuestra etnia, clase, creen­

cias, generación, género u oficio. Así lo acepta incluso alguien tan

poco sospechoso de carencia de identidad o de self —pero, además,

tan extraterritorial— como George Steiner:

Toda experiencia modifica la conciencia. No hay un solo

suceso psíquico o físico material, ya sea subliminal o traumático,

que no altere el conjunto de nuestra identidad. En el flujo de lo

instantáneo, ese impacto, como el de las partículas eléctricas que

Véase Marco Palacio, ed. (1987), La construcción de la unidad nacional en América Latina. Ciudad de México, Colegio de México.

16 Véase la ponencia de Andrés Dávila Ladrón de Guevara sobre fútbol e iden­tidad nacional, en el VI Encuentro de Afacom, Santafé de Bogotá, Universidad Javeriana, septiembre 23 de 1999.

Nada extraño, entonces, que Jorge Luis Borges hubiera escrito que "ser co­lombiano es un acto de fe".

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219

recorren nuestro planeta es infinitesimal e imperceptible. Pero

el ser individual es proceso, se encuentra en perpetuo cambio'7.

Por eso me atrevo a sugerir que en una sociedad de la informa­

ción y en una época de desterritorialización cultural, más que soste­

ner que seguimos siendo sólo raíces —o árboles detenidos a la vera

del camino—, habría qué estudiar cómo nos vamos convirtiendo también

en nubes. Cómo —con base en la memoria que tejemos sobre nuestro

entorno, nuestra cultura y nosotros mismos— vamos adquiriendo

otras improntas en el nuevo paisaje tecnológico que vivimos y en

donde transformamos las formas de percibir, soñar, amar, morir.

Cómo ya no sentimos que pertenecemos sólo a un espacio geográ­

fico determinado, sino, además, a unas generaciones u oficios con

unos cuerpos, gustos, músicas y consumos similares en todo el pla­

neta. O cómo nos instalamos en espacios tecnológicos desde donde

creamos nuevas identidades, esta vez virtuales.

Este reto de estudiar las culturas en la era de la desterrito­

rialización es al que nos incitan los del CES. Y, por eso, invierten

los términos con que veníamos trabajando. Porque para ellos no se

trata ya de examinar las regiones y sus culturas, sino de indagar cómo

las nuevas formaciones culturales van transformando nuestros te­

rritorios y nuestras nociones sobre ellos y, a la vez, cómo estas nue­

vas formaciones crean nuevos y complejos territorios, ya no sólo

geográficos. Por eso, a lo largo de sus encuentros sobre investiga­

ción cultural, desde 1997 para acá, han querido aprehender otros

mapas del continente y el país.

17 George Steiner (1997), Errata. Ed examen de una vida. Madrid, Ediciones Siruela, 1998, p. 38.

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Desde luego que no unos con fronteras estables y convencio­nes tradicionales. Ellos proponen perseguir otros: móviles, labe­rínticos, hipertextuales, de borrosos bordes. Otros que van cambian­do a medida que se les mira, pues cuando parecen adquirir sus formas y colores definitivos, se difúminan en matices que nos ha­cen sentir próximos a alcanzar una revelación o se abren en un punto determinado para dejarnos ver profundidades y dimensiones que no imaginábamos18.

Pero, Aon qué herramientas aproximarnos a esos mapas? ¿Con las de nuestras ciencias sociales insulares, de metodologías rígidas y perspectivas teóricas "ilustradas", como lo señaló Martín Barbero páginas atrás? ¿Con el desinterés o temor de algunas de ellas por acercarse al presente e intervenir en la sociedad? ¿Desde la preocu­pación por abordar temáticas más cotidianas con voluntad inter­disciplinaria, que se está consolidando en las ciencias sociales co­lombianas?19 O, más bien, ¿acercarse desde un punto de Asta que supere los aislamientos disciplinarios, desde metodologías com­prehensivas de las especificidades con las que trabaja, desde una reflexión abierta y crítica y, en especial, comprometida con el en­torno?

Y esta última es, ciertamente, la perspectiva de los Estudios Culturales, que Nelly Richards -una crítica de los mismos- resu­me de esta manera:

18 Para una discusión sobre las nuevas concepciones de mapas, Robert D. Kaplan (1996), Viaje a los confines de la tierra. Barcelona, Ediciones B. Véase en particular pp. 495 y 496.

19 Esta tendencia se hace perceptible en los panoramas sobre el estado del arte de nuestras ciencias sociales, que está presentando la Revista de Estudios Sociales (Bo­gotá), Facultad de Ciencias Sociales Uniandes/Fundación Social, números 3 y 4, 1999.

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

221

Los estudios culturales —se sabe— nacieron de la idea de

mezclar, colaborativamente, pluridisciplinariedad y transculturali-

dad para responder a los nuevos deslizamientos de categorías

entre lo dominante y lo subalterno, lo culto y lo popular, lo cen­

tral y lo periférico, lo global y lo local, que recorren hoy las

territorialidades geopolíticas, las simbolizaciones identitarias,

las representaciones sexuales y las clasificaciones sociales. Y

para reformular así un nuevo proyecto democratizador de trans­

formación académica que permita leer la subalternidad (para

citar a John Beverly) en los cruces de "un amplio rango de dis­

ciplinas académicas y de posiciones sociales".

Es decir que los Estudios Culturales -a l menos en su ver­

sión más fuertemente motivada por lo que el mismo Beverly lla­

ma una "vocación política"— pretenden dos cosas; 1) desje­

rarquizar el conocimiento y las fronteras entre disciplinas para

producir un nuevo saber más plural y flexible: es decir, un saber

mezclado que permita comprender más adecuadamente las nue­

vas realidades híbridas de un paisaje social en mutación de cate­

gorías e identidades, y 2) no sólo estudiar ese paisaje sino inter­

venir en él, haciendo explícito, contra la voluntad de autonomía

de las disciplinas tradicionales, su compromiso con los movi­

mientos sociales y las prácticas culturales de sujetos contrahe-

gemónicos (postcolonialismo, feminismo, multiculturalismo,

etc.)20.

20 Nelly Richards, "La intersección de los Estudios Culturales y de la crítica cultural: saberes académicos y texto crítico", en Peri-feria. Revista de Comunica­ción y Estudios Culturales (Neiva), 1, Universidad Surcolombiana, agosto-diciem­bre de 1997. En este mismo número se traduce una historia sobre los Estudios Culturales, preparada por Norma Schulmann.

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WILLIAM FERNANDO TORRES

2 2 2

Y, por su lado, Fredric Jameson sostiene que éste es un punto

de vista postdisciplinario:

Sean lo que fueren, los estudios culturales surgieron como

resultado de la insatisfacción con las otras disciplinas, no sólo por sus

contenidos sino también por sus muchas limitaciones. En este

sentido los Estudios Culturales son posdisciplinarios; pero a pe­

sar de eso, tal vez precisamente por dicha razón, uno de los ejes

fundamentales que los sigue definiendo es su relación con las

disciplinas establecidas [bastardillas nuestras]21.

Veamos un intento para estudiar una región periférica y en

guerra desde esta perspectiva.

Los estudios culturales en la región surcolombiana

De acuerdo con las concepciones de región referidas atrás, la sur-

colombiana hace parte de las que se concibe como proyecto en cons­

trucción. En principio, está conformada por el territorio del sur-

oriente del Tolima, el Huila, el nororiente del Cauca y el Caquetá;

y a ella se va integrando el Putumayo, debido a la apertura de la

carretera Mocoa-Pitalito. En este espacio habitan mayorías mesti­

zas y minorías indígenas y negras que viven, en especial, de la agri­

cultura y la ganadería, del comercio, de las pocas industrias exis-

21 Fredric Jameson, "Sobre los Estudios Culturales" (1993), enEstudios Cultu­rales. Reflexiones sobre el multiculturalismo. Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 72. Este ensayo reseña el volumen de Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula A. Treichler (compiladores), Cultural Studies. Nueva "ibrk, Routledge, 1992.

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

223

tentes y de los empleos que generan un Estado y unos departamen­

tos con permanentes carencias de presupuesto y una elevada pre­

sencia de clientelismo. Al lado de esta economía legal, existe otra

basada en el cultivo y procesamiento de la coca en gran escala, que

da oportunidades a campesinos yjornaleros pobres, atrae raspachines

itinerantes, intimida o corrompe funcionarios, genera un clima de

violencia y zozobra en la vida cotidiana; estas prácticas proponen

modelos de vida que rompen con los valores colectivos y tejidos

comunicacionales que habían permitido alcanzar antes una cierta

coherencia social .

Por otra parte, cuenta con una muy rica pero frágil biodiversi­

dad, pues posee una estrella fluvial —el Macizo Colombiano—, sel­

va -amazónica—, desierto -de la Tatacoa-, cordilleras —oriental y

central—, nevado —del Huila— y valles. No obstante, esa alta poten­

cialidad no es muy explorada por carencia de recursos científicos y

tecnológicos en el país; por supuesto, estas circunstancias, más el

amparo de la legislación internacional, permite a científicos e in­

dustriales del Primer Mundo patentar plantas nativas para su usu­

fructo económico, sin importarles que mucho antes los indígenas

hayan descubierto y establecido sus posibles usos rituales y médi-73 eos .

22 Sobre los matices y complejidades de este tema véanse, entre otros: Fernan­do Cubides, Jaime Eduardo Jaramillo y Leónidas Mora (1986), Colonización, cocay

Bogotá: Universidad Nacional de Colombia; Bernardo Tovar (editor) (1996), Pobladores de la selva. Santafé de Bogotá, ICAN-PNR; Alfredo Molano, "Parábola del retorno", en Alternativa (Santafé de Bogotá), 1, 1996; y los artículos sobre el tema de Myriam Jimeno y José Jairo González, en Luz Gabriela Arango, compiladora (1997), La crisis socio-política colombiana: un análisis no coyuntural de la coyuntura. Santafé de Bogotá, CES-UN/Fundación Social.

23 Alvaro Tjexái., "No a la patente del Yagé: tatequieto a la biopiratería", en Un Periódico (Santafé de Bogotá), 5, diciembre 12 de 1999, p. 18.

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WILI.IAM FERNANDO TORRES

224

Estos territorios periféricos, por lo general, fueron contados

primero por viajeros, luego narrados por novelistas o colonos; des­

pués, y en la medida en que aportaban a la economía o generaban

conflictos, fueron investigados por científicos sociales externos; por

último, surgieron investigadores de la región que se han ido espe­

cializando en algunas temáticas durante las tres últimas décadas, en

las que -sirva anotarlo— ha habido presencia de la universidad pú­

blica. Ese ha sido nuestro caso.

Como se sabe, sobre la zona en referencia existen análisis cada

vez más amplios y rigurosos aunque, con frecuencia, no dedicados

específicamente a ella, sino inscritos en el examen de procesos na­

cionales. Estas elaboraciones van -para seguir el rastro de las más

recientes- desde los estudios sobre la cultura agustiniana que vie­

nen desde la Colonia, los informes de la Comisión de Cultura Al­

deana y los apuntes sobre sus gentes consignados en De cómo se ha

formado la nación colombiana de Luis López de Mesa, en los años

treinta de este siglo, hasta los trabajos de Juan Friede sobre los andakí

en los cuarenta; las descripciones del territorio en los cincuenta; los

análisis sobre el impacto de la Violencia en los sesenta; la indaga­

ción sobre las haciendas ganaderas del siglo XVIII en los setenta;

los aportes sobre culturas indígenas, movimientos campesinos y

obreros, desarrollos agroindustriales del arroz, las relaciones con la

economía central, la guerrilla y el narcotráfico, en las últimas dos

décadas24.

24 Registrar la bibliografía sobre las temáticas enunciadas desbordaría las limi­taciones de espacio que tiene este trabajo. Sin embargo, valga mencionar que entre los autores que se han ocupado de la región, de manera incidental o específica -ade­más de los ya mencionados—, están Konrad T. Preuss (1914), Pérez de Barradas (1943), Guzmán Campos, Umaña Luna y Fals Borda (1962), Luis Duque Gómez

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

225

Los primeros investigadores de la región durante la primera

mitad de este siglo se preocuparon por describir el territorio, el

desarrollo de sus parroquias y caracterizar las gentes, hacer el re­

cuento de las costumbres, los hechos significativos, los personajes

sobresalientes y las genealogías, con el fin de construir una memo­

ria y generar un sentimiento de pertenencia y autoestima25. A con­

tinuación, desde mediados de los setenta, se avivó el interés por ela­

borar las monografías locales y, andando los ochenta, por allegar

esfuerzos para preparar historias generales de los departamentos,

como las dirigidas por Bernardo Tovar Zambrano sobre el Huila y

Caquetá, la Historia general del Caquetá, redactada por Félix Ar-

tunduaga, o la escrita por Justo Pastor Casas sobre el Putumayo26.

En ese contexto, desde mediados de los ochenta, algunos profe­

sores indagamos las culturas hegemónicas y subalternas del departa­

mento del Huila durante el siglo XX.

En el caso de las primeras, empezamos por precisar cómo se

fueron transformando las concepciones de cultura de las élites27.

Luego, examinamos los tipos de maestros, escuelas y metodologías

pedagógicas que imperaron en el departamento durante las prime -

(1966 en adelante), Virginia Gutiérrez de Pineda (1968), Germán Colmenares (1970), Gerardo Reichel-Dolmatoff(1972,1975), Julio César Cubillos (1981), Salomón Kalmanovitz (1982), Catherine LeGrand (1990), Mauricio Archila (1989), Al­fredo Molano (1987, 1989, 1992,1997), Santiago Mora (1992).

25 Jorge Bermeo (1980), Bibliografía huilense. Bogotá, Incora. 26 Las dirigidas por Bernardo Tovar son las ya mencionadas Historia general del

Huila y pobladores de la selva; la de Artunduaga se publicó en 1984 y ya va por la cuarta edición; la de Casas es de 1998, ECOE (Santafé de Bogotá).

27 William Fernando Torres, "De la insularidad al naufragio", en Ricardo Mosquera y otros (1986), Economía, política y cultura -Huila, años 80. Neiva, Uni­versidad Surcolombiana.

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WILLIAM FERNANDO TORRES

22Ó

ras ocho décadas de esta centuria, con la aspiración de establecer cuáles eran los seres humanos y ciudadanos que esas clases domi­nantes aspiraban a formar28. Más tarde, para seguir con este análi­sis, quisimos percibir el papel que jugaron los intelectuales frente a aquellas, apoyándonos, sobre todo, en la obra no literaria de José Eustasio Rivera29.

Posteriormente nos remitimos a las culturas subalternas para ca­racterizar sus oficios, delitos y las luchas que libraron por la sobre­vivencia, lo político, lo gremial o lo simbólico durante el presente siglo.

Con todo, aunque este recuento general ayuda a entender los procesos del Huila desde la frecuentada óptica de las clases socia­les, advertimos que debíamos hacerlo más amplio y útil desde el análisis de los lenguajes de las culturas. Para ese fin elaboramos una reflexión previa sobre las características de las culturas orales, escri­tas y audiovisuales electrónicas, en especial, de sus nociones de es­pacio, tiempo, lógicas, formas de expresión, cuerpo, mirada y esti­los de aprendizaje, y, una vez construidas las herramientas, confron­tamos los discursos de las culturas orales, escritas y audiovisuales hegemónicas con sus similares de las culturas subalternas30.

28 William Fernando Torres (1988), Proyectos escolares de ser humano en el Huila entre 1905-1985. Neiva, Universidad Surcolombiana/Ceid-Adih, copia.

29 Hilda Soledad Pachón (1993), Los intelectuales colombianos en los años 20: el caso de José Eustasio Rivera. Santafé de Bogotá, Colcultura, Premio Nacional de Ensayo Joven.

30 Un resumen de estas caracterizaciones y confrontaciones se encuentra en William Fernando Torres (1998), "Amarrar de la cola a la burra. ¿Qué ciudadanos formar desde la periferia para la globalización? El caso del Huila", en Jesús Martín Barbero, Fabio López de la Roche yjaime Eduardo Jaramillo, eds. (1999), Cultura y globalización. Santafé de Bogotá, CES-UN.

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

227

Vistas las oposiciones, el paso siguiente obligado fue el de enten­

der las aproximaciones, integraciones o intercambios entre estas cultu­

ras. Para hacerlo, no había en el Huila otro tema más fecundo que

el de las fiestas de San Juan y San Pedro, que tienen fama nacional

y en las que -como canta Serrat para Cataluña- "el prohombre y el

pagano bailan y se dan la mano sin importarles la facha". En ellas

elegimos estudiar la transformación de los contextos, las prácticas y

los símbolos durante el siglo XX3'. A continuación, para ahondar

en el asunto, nos adentramos en las celebraciones familiares, reli­

giosas, cívicas y populares en el Departamento32.

Llegados a este punto, fuimos empujados a establecer los con­

flictos culturales en el Huila durante el último medio siglo, con la

intención de intuir/precisar qué ciudadanos podríamos ser para poten­

ciar una sociedad civil que, en un territorio en guerra, fuera capaz de

pensar su propio camino e impedir la polarización a la que la quieren

aventar los múltiples bandos en pugna33.

Sin embargo, descubrimos entonces que para alcanzar este reto

no bastaba simplemente con construir una línea de investigación

diacrónica en procesos culturales, como la que estábamos desarrollan­

do: era preciso abrir otras líneas sincrónicas que llevaran a compren­

der los universos y conflictos culturales de los actores menos tenidos

en cuenta pero siempre presentes -campesinos, mujeres, jóvenes,

31 William Fernando Torres (1989), La ebriedad de los apóstoles. Neiva, Beca de Investigación Francisco de Paula Santander-Colcultura, mecanoscrito.

32 William Fernando Torres (1995), "Lo que pide el cuerpo: las fiestas en el Huila", en Historia general del Huila, op. cit., tomo V.

33 William Femando Torres, Luis Carlos Rodríguez y Mercedes Salazar (1995), Historias de la sierra y el desierto. Conflictos culturales en el Huila entre 1940-1995. Neiva, Universidad SurcolombianaACAN/Red de Solidaridad.

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WILLIAM FERNANDO TORRES

2 2 8

desplazados—, en especial, desde sus propias voces. En consecuen­

cia, desde 1989, decidimos trabajar con maestros de la escuela bási­

ca para recoger información, elaborar análisis y proponer alternati­

vas en colectivo. Con ellos iniciamos una indagación sobre sus

propios universos culturales, entendiendo por éstos:

Los sistemas de valores que van surgiendo de las prácticas

sociales y modelando la actividad humana mediante signos y

símbolos que, al mismo tiempo, se convierten en memorias o

tradiciones modeladoras, cuestionadas, a su vez, por nuevas prác­

ticas sociales34.

La tarea anterior dio a conocer sus carencias personales —en lo

creativo y comunicativo— y profesionales —en su capacidad para in­

vestigar los procesos de su entorno y los universos y conflictos cul­

turales de sus alumnos, colegas y padres de familia—, e implicó crear

un espacio académico que sirviera para enfrentar los problemas

advertidos. Éste fue la Especializadón en Comunicación y Creati­

vidad para la Docencia35.

Ella inició sus tareas docentes en febrero de 1992 con maestros

de muy diferentes disciplinas y diversos municipios del Huila que,

a pesar de sus reticencias, encontraban interesante especializarse en

temas que no eran los de su formación inicial y que, además, los

34 William Fernando Torres (1990), "Proyecto para una investigación sobre los conflictos culturales en el Huila". Neiva, Universidad Surcolombiana, copia.

35 Para un relato sobre la misma, William Fernando Torres (1997), "Preguntas para construir una nube", en Comunicación, educación y cultura. Relaciones, aproxima­ciones y nuevos retos. Santafé de Bogotá, Cátedra Unesco de Comunicación Social, 1996-1998, pp. 55-71.

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

229

incitaban a trabajar de manera transdisciplinaria. El proceso con­

dujo a plantearse la pregunta ¿cómo vincular la cultura del entorno

con la cultura de la escuela?

Para responderla, unos equipos examinaron los universos cul­

turales de áreas rurales (como las cercanas a las zonas de explota­

ción petrolera) y los de municipios y barrios representativos; otros

se encargaron de los imaginarios de campesinos, mujeres, jóvenes

y niños, en temas como la transformación de las mentalidades o de

las nociones del amor, la relación con el mundo adulto y los consu­

mos culturales, respectivamente. A su vez, otros abordaron el aná­

lisis de autobiografías, el uso del tiempo libre y los roles de los

maestros, las transformaciones de las metodologías y textos escola­

res durante las últimas décadas. Hubo quienes ahondaron en las

coplas de la fiesta o en la confrontación de la religiosidad popular

con la oficial36.

El experimento precedente generó una segunda cohorte de la

Especialización, que abrió en Neiva, en agosto de 1993, y convocó

maestros del sur y occidente del Huila. Ellos se propusieron abor­

dar la pregunta del postgrado en sus entornos y, entre otras pesqui­

sas, siguieron los procesos culturales de Pitalito o la transformación

de las mentalidades de los maestros de San Agustín.

El trayecto andado estimuló al equipo docente a concretarse en

la zona central del Huila en la que le faltaba responder su pregun­

ta de investigación. Con ese interés abrió su tercera promoción para

maestros del centro y sur del Huila y el Caquetá a finales de 1994.

Esta tarea tuvo como resultados unos primeros panoramas de los

36 Un recuento más detallado sobre estas monografías se encuentra en la revista Harataria (Neiva), 3,1994.

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WILLIAM FERNANDO TORRES

2 3 0

procesos, universos y conflictos culturales escolares (entre ellos, en

especial, los imaginarios de alumnos y maestros) en 28 de los 37

municipios del Huila, en los de la zona paez del Cauca y los de

Florencia, Caquetá.

En este momento, el equipo asumió que su reto era el de estu­

diar la región. Por ello, adelantó dos promociones del postgrado en

Florencia y una en el municipio de Doncello, entre 1996 y 1998.

Empero, dadas las particulares características del territorio en estu­

dio, formuló dos nuevas grandes preguntas de investigación: ¿Qué

escuela construir para un territorio en guerra? y, consecuente con la

anterior, ¿Qué sujetos ser para asumir críticamente nuestra culturay la

globalización?

Estos nuevos interrogantes obligaron a consolidar una nueva

línea de trabajo sobre tejidos comunicativos (familiares, escolares,

comunitarios, organizacionales y mediáticos), que se venía vislum­

brando desde la primera cohorte, y que ahora experimenta con

medios escolares para contribuir a la renovación de los currículos.

Al mismo tiempo, las preguntas urgieron fortalecer una línea de

investigación en alternativas para el desarrollo de la creatividad.

Por último, la Especialización generó otros desarrollos acadé­

micos al interior de la Universidad Surcolombiana. En primer lu­

gar, los análisis adelantados impusieron la necesidad de restablecer

los tejidos comunicativos rotos en la región y de crear canales de

comunicación más participativos: para responder a estas exigencias

se abrió el programa de Comunicación Social y Periodismo en 1995.

Luego, en segundo término, el contar con cerca de 200 monografías

sobre las líneas de investigación ya referidas, y la exigencia de per­

manecer atentos ante los conflictivos procesos regionales, hizo que

el equipo docente propusiera la apertura de la Facultad de Estu­

dios Culturales, que fue aprobada en 1998 —dado el peso de las tra-

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Mapa de nubes: los estudios culturales en la región surcolombiana

231

diciones académicas- como Facultad de Ciencias Sociales y Hu­manas. Hoy la misma se aventura en un macroproyecto sobre "Transformaciones de la sociedad civil y de sus organizaciones en la región surcolombiana durante el último medio siglo".

Las anteriores son las líneas de nuestra manera de asumir el estudio de los nuevos desplazamientos entre lo dominante y lo sub­alterno, lo culto y lo popular, lo central y lo periférico, lo global y lo local y, a la vez, de intentar formular un proyecto de transforma­ción académica e intervención en el paisaje social. Con ellas nos hacemos cargo de los retos que se proponen los Estudios Cultura­les, según lo precisó Nelly Richards párrafos atrás.

Coda

Aunque nuestros estudios culturales corran el riesgo de instituciona­lizarse y, por ende, de tornarse inocuos, la labor adelantada hasta ahora deja en claro que debemos luchar por formarnos como ciu­dadanos con autoconocimiento, autoestima y autonomía. Es decir, por ser personas capaces de tener un proyecto de vida, de ser solidarios, de negociar conflictos y vivir la incertidumbre.

Y eso, para nosotros, es todavía una asignatura pendiente.

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La investigación cultural en el Cauca:

un proceso incipiente

María Cecilia Alvarez, Matilde Eljach y Diego Jaramillo Salgado

Introducción

U n acercamiento a la elaboración de la investigación cultural puede volverse complejo si delimitamos el ámbito de lo cultural desde el punto de vista teórico. Mucho más si, como en este caso, introdu­cimos su ubicación en el contexto regional. Por eso nos orientamos por una definición general de cultura de Geertz, esto es, conside­rarla como el entramado de "redes de significación" que producen los seres humanos y que son producidos por ellas. Lo cual implica la identificación de cómo se producen y reproducen los saberes y las relaciones con la vida de los seres humanos en un sistema de significaciones. En el aspecto de la conceptualización de región, adoptamos la actitud cómoda de asociarla con departamento, en este caso el del Cauca, puesto que es conocido que la plurietnici­dad, la tradición política de su capital y las diferentes dinámicas económicas orientan muy bien hacia la identificación de diferen­tes regiones.

De allí que hiciéramos una clasificación amplia de diferentes investigaciones y líneas de investigación que alcanzamos a regis­trar en el departamento, que tratan sus problemas y procesos cultu-

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La investigación cultural en el Cauca

233

rales. 1. Historia política, en especial aquella que estudia imagina­

rios, representaciones, simbologías, la cotidianidad. 2. Política y

educación, como algo más específico relacionado con prácticas pe­

dagógicas, discursos educativos o procesos institucionales relacio­

nados con la educación. 3. Política, considerada en un sentido

amplio, no sólo relacionada con el Estado, sino también con en­

tramados de poder y ejercicio de la justicia. 4. Hibridaciones cul­

turales, aquellas más específicas en las que hay imbricación de di­

ferentes prácticas culturales. 5. Religiosidad popular. 6. Salud y

cultura. 7. Cultura afrocolombiana. 8. Espacio y sociedad, y 9.

Lenguaje y cultura.

Debemos admitir que el estudio realizado no lo pudimos desa­

rrollar con la profundidad que se requiere. Sin embargo, sí logra­

mos efectuar una aproximación seria que respalda los ejes que lo­

gramos identificar. En primera instancia, hemos encontrado que,

en general, la investigación es incipiente y que la que se refiere a lo

cultural no se escapa de ello. Esto indica que los procesos actuales

obedecen a dinámicas que tuvieron cercanos antecedentes en ini­

ciativas individuales relacionadas, la mayoría, con profesores de la

Universidad del Cauca y con las exigencias de tesis de grado de la

misma institución. Eso explica que muchas de las investigaciones

fueran respaldadas por Colciencias, la FES, Ecopetrol, Banco de la

República, Federación de Cafeteros, a partir de la gestión indivi­

dual de algunos investigadores, sujetos a los vaivenes de las limita­

ciones que imponían las entidades financiadoras.

Es así como registramos que no hay políticas institucionales

consolidadas. En el caso de la Universidad del Cauca, sólo hace

dos años que se estructuró un sistema de investigaciones, con una

vicerrectoría en esta área, que permite concluir la consolidación de

las líneas de investigación que se desenvolvían desde ámbitos de

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ALVAREZ, EI.JACII Y JARAMILLO

234

liderazgo individual. De igual forma, el Fondo Mixto de Cultura hace sólo tres o cuatro años que adquirió una iniciativa en esta di­rección, para ejecutar políticas de apoyo a la investigación, de acuer­do con los lineamientos nacionales y gestionando aportes locales. No tiene investigadores adscritos a su administración, pero es rescatable el énfasis adoptado en los años señalados. Sabemos de la investigación que hace el ICAN, pero, al parecer, está sujeta a la ini­ciativa de sus investigadores, y no a una política definida hacia la región. Igual se puede decir de otros organismos o instituciones, como la Universidad del Valle, que esporádicamente hacen inves­tigaciones en el departamento. Respecto de las ONG, sólo encon­tramos en la Fundación para la Comunicación Popular (FUNCOP) un intento por abrir espacio a la investigación. En cambio, en cer­ca de 23 o 25 universidades que fueron localizadas en el departa­mento, principalmente en la capital, no hay siquiera proyectos in­dividuales de investigación, y lo poco que encontramos son trabajos monográficos, requisitos para graduación, sobre todo en algunos postgrados.

Desde el punto de vista disciplinario, es relevante el liderazgo efectuado por la antropología. En particular, por la unidad acadé­mica que tiene la Universidad del Cauca, que, a pesar de no en­contrar políticas institucionales para el desarrollo de proyectos de investigación de sus investigadores, logró la formación de un buen equipo de trabajo que hoy es base para la consolidación de diferen­tes líneas de investigación. Sin embargo, allí mismo se producen desplazamientos que permiten la articulación interdisciplinaria con la historia, a través de la etnohistoria, que posibilitó la realización, en octubre de 1994, del Primer Seminario Internacional de Etnohis­toria del Norte del Ecuador y Sur de Colombia; acercamientos con la semiótica y la lingüística, que favorecen un área de etnolingüística;

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La investigación cultural en el Cauca

235

interrelaciones entre el derecho y las formas de justicia indígena, que condujeron a la formación del área de antropología jurídica. Es contradictorio, por cierto, que sólo en los últimos dos o tres años este proceso pueda inscribirse en una política institucional.

También encontramos igual desarrollo interdisciplinario en la historia con la antropología, la sociología, la lingüística y la semió­tica, que permitió el acercamiento al estudio de las mentalidades, los imaginarios, las representaciones, los discursos, la cotidianidad. Circunstancia que también es registrada en la lingüística, la semió­tica y la filosofía, cuya interrelación entre sí y con otras disciplinas ha llevado al estudio de ideologías, discursos, lenguas o dialectos, explicados desde sus procesos culturales, históricos y sociales, como dan cuenta diferentes líneas de investigación que registramos. De todas maneras, es un proceso en formación que augura un desarro­llo disciplinario e interdisciplinario bastante consistente.

Un vacío grande es el que se refiere a publicaciones. Tampo­co hay una política institucional fuerte. La mayoría de publica­ciones son iniciativas individuales. Sólo este año la Universidad del Cauca planteó un plan de apoyo a publicaciones de sus pro­fesores universitarios, lo cual anima a pensar que esto consolidará los procesos de investigación en curso, por la incidencia que tie­ne en su fortalecimiento difundir aquello que se estudia, tanto en la relación y confrontación con las respectivas comunidades aca­démicas, como por la apropiación de los procesos investigados por los sujetos inscritos dentro de esas dinámicas. Aunque débil, es significativo el apoyo que el Fondo Mixto de Cultura del depar­tamento del Cauca está dando a algunas publicaciones. Da cuen­ta del tratamiento que se le ha dado a este trabajo, el hecho de que sólo al finalizar el siglo XX se empiece a prestarle la atención que se merece.

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ALVAREZ, ELJACII Y JARAMILLO

236

Es claro que no hay un proceso fuerte en este campo en el con­junto del departamento y que lo poco que hay está centrado en la capital. Ello implica que las dinámicas institucionales apenas insi­núan procesos de consolidación. Por tanto, "las dinámicas de desa­rrollo cultural de la región" son vividas por las comunidades y por los pueblos, sin que todavía se desarrolle un proceso fuerte de su interpretación y de su socialización, del cual hace parte la actividad que se despliegue en la investigación. De todas maneras, pensamos que lo poco que hay alimenta el optimismo de que su tendencia sea hacia su ampliación y fortalecimiento, con las consabidas impli­caciones positivas que eso puede tener. Aunque las restricciones que impone el neoliberalismo sean una advertencia de que la inactivi­dad del pasado no se supera fácilmente con políticas que imponen exigencias del mercado, en un campo que difícilmente puede ser el de la competencia mercantil.

Historia política

En esta línea de invesrigación, encontramos el trabajo que desarro­lla el Departamento de Historia de la Universidad del Cauca, titu­lado "Nación y región: el siglo XIX colombiano" y dirigido por la profesora Zamira Díaz López.

El trabajo intenta rastrear el concepto de nación, desde el mis­mo momento en que Colombia se constituye en una república. El análisis se lleva a efecto teniendo en cuenta como telón de fondo las condiciones históricas generales del país (Nueva Granada) y de las regiones, y en torno a una pregunta que se convierte en el eje de la investigación: ¿cómo llega a consolidarse a nivel nacional el proce­so que buscaba el reconocimiento de una "soberanía del pueblo"? El estudio está focalizado en el Cauca Grande, como región de gran

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La investigación cultural en el Cauca

237

peso político en el siglo XIX, para el período de 1832 a 1858, en la Nueva Granada.

Para su realización, dispone de los Documentos del Archivo Central del Cauca, la investigación de historia social y económica colonial llevada a cabo por la misma profesora —resaltamos así que la presente línea de investigación es un esfuerzo continuado y con­solidado de varios años atrás—; la producción de prensa del siglo XIX en diversos archivos y bibliotecas del país, así como el Fon­do Gobernaciones Varias del Archivo General de la Nación. Igual­mente, se complementará con relatos de viajeros, los informes de la Comisión Corográfica, Anales del Congreso, la Codificación Nacional de Leyes de Colombia y, obviamente, bibliografía teó­rica.

Por último, si bien la investigación esta referida al suroccidente colombiano, no desecha el trabajo de otras regiones o localidades diferentes. Incluso, se han iniciado estudios comparativos acerca de la configuración del Estado-nación en Colombia y Brasil.

Política

1. Dentro de esta dinámica hay una línea de investigación que pa­reciera orientarse por la relación de Estado, modernidad y movi­mientos sociales en el Cauca andino. Es desarrollada por el Depar­tamento de Antropología de la Universidad del Cauca, bajo la di­rección del antropólogo Jairo Tocancipá. Se centra en un municipio del sur del Cauca, a través de un trabajo etnográfico y de revisión de archivo.

Los avances de la investigación dan cuenta de tres documen­tos, escritos por el director de la investigación: 1. "Disciplina, orga­nización campesina y desarrollo en los Andes colombianos". 2.

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ALVAREZ, ELJACII Y JARAMILLO

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"Coca, campesinos y contextos de modernización en el Cauca an­dino" y 3. "Etnografía y análisis de una votación".

Si bien los trabajos están orientados por un antropólogo, su eje­cución tiene una articulación disciplinaria con la historia. En parti­cular, por la revisión de archivo que realizó para estudiar las dinámi­cas de la formación del Estado-nación y su concreción en el Cauca. Orientación que le permitió identificar las convergencias que se pro­dujeron para la fundación del corregimiento en el que centra su estu­dio y su desarrollo a lo largo del siglo XX. A la vez, con la ciencia política, cuando analiza las relaciones de poder y los movimientos sociales y las organizaciones políticas que intervienen en su defini­ción. No es descartable una orientación sociológica, cuando estudia la composición de los sectores o grupos sociales, tanto en su forma­ción como en su relación con las dinámicas económicas del lugar. Valga decir, el trapiche panelero que le dio origen, luego el café y por último la coca, con sus respectivos procesos culturales y políticos.

Esta investigación trabaja las figuras del inspector de policía y la escuela como constructores de modernidad en el proceso de fun­dación e inicio del corregimiento estudiado. Así mismo, las Juntas de Acción comunal, cuando se crearon, al finalizar la década de los cincuenta, y el café y la coca, cuyas prácticas no se reducen a lo económico, sino que las encuentra ampliadas a la urdimbre cultu­ral que producen. Concluye en el estudio del papel del Estado en este proceso y los desplazamientos que se producen en las luchas políticas, con la presencia de los llamados movimientos alternati­vos, las guerrillas y el forcejeo de los partidos tradicionales por man­tener el control del poder político.

Es una línea de investigación en proceso de consolidación. Su adscripción a la Universidad del Cauca garantiza su continuidad y, prospectivamente, articulaciones interdisciplinarias.

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La investigación cultural en el Cauca

239

2. Otra línea de investigación se identifica como "Intercultura­lidad y formas de justicia indígena". Es orientada por el antropólogo Herinaldi Gómez Valencia. Se inició con peritajes, con una mira­da estrictamente antropológica, realizados a indígenas acusados de delitos comunes por la justicia ordinaria. A partir de la Constitu­ción de 1991, por las atribuciones autonómicas dadas a los cabildos indígenas en materia de justicia, y del estudio de tradiciones jurídi­cas de varios grupos étnicos, desarrolló todo un proceso de investi­gación en justicia indígena. Redefiniendo el marco disciplinario de las relaciones con la ciencia política, la semiótica, la lingüística y la historia.

Varios son los trabajos, entre otros, producidos por el profesor Gómez: 1. "El sentido cultural y político del territorio y el poder en las etnias andinas", 1994. 2. "El derecho étnico ante el derecho estatal", 1995. 3. "Movimiento indígena y poder étnico en Colom­bia", 1996. 4. "Crisis de la justicia y la jurisdicción indígena en Co­lombia", 1999. Libro en asocio con Carlos Ariel Ruiz: Eos paeces: gente territorio. La metáfora que perdura, 1997.

Si bien la mayoría de los trabajos se centran en la etnia paez, muchos de los temas y problemas son estudiados haciendo relación comparativa con otras etnias del país o de Latinoamérica. A la vez, en la medida que confronta la normatividad sobre los indígenas o hace alusión a problemas del Estado, el análisis se entrecruza con los problemas políticos del contexto. Muchos de los temas estudia­dos incorporan detenidamente los procesos culturales necesarios para la explicación de lo que se propone.

Es una línea de investigación consolidada, con un amplio res­paldo institucional de la Universidad del Cauca. Producto de su desarrollo, se crearon la especialización en Estudios jurídicos y cul­turales y la Maestría en Antropología Jurídica, que empezarán el

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ALVAREZ, EI.JACH Y JARAMILLO

24O

primer semestre del año entrante. De igual manera, la creación de un observatorio jurídico, que comenzará tan pronto empiecen a eje­cutarse las dos iniciativas académicas aludidas. De ello se puede de­rivar también la continuidad del trabajo de investigación.

3. En la antropología política, se destaca el trabajo de la antro­póloga Miryam Amparo Espinosa sobre Violencia y cultura, que realiza hace más de diez años. Ha publicado, entre otros documen­tos, los siguientes: "Fragmentos antropológicos de un discurso sobre violencia y cultura" (s.f), "La violencia y algunos aspectos culturales regionales" (1990). Su más reciente investigación es: "Coca y desa­rrollo: un estudio comparativo en área andina y fronteras de coloni­zación".

La profesora articula este trabajo con una línea de investigación que podríamos ubicar en la frontera entre aspectos o problemas indígenas y la política. En efecto, desarrolla estudios sobre territo­rio, identidad y movimientos sociales. En un principio circunscritos a la etnia paez, y luego ampliados a otros grupos y movimientos. Inició con un acercamiento antropológico, muy circunscrito a los procesos culturales internos del grupo. Luego, enfatizó el estudio etnográfico, articulado con análisis del discurso, estudio político sobre las relaciones de poder intercultural y en relación con el Es­tado, y un seguimiento etnohistórico de los grupos, comunidades o procesos que investiga.

Su trabajo investigativo está articulado directamente con las or­ganizaciones que estudia y, a la vez, con un desarrollo académico institucional a través de la Universidad del Cauca, a la cual perte­nece, lo cual plantea posibilidades de continuidad, tanto por la for­mación de los indígenas en este campo, como por los estudiantes de la carrera de antropología y los postgrados en antropología jurí­dica, estudios sobre problemas políticos latinoamericanos e historia.

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La investigación cultural en el Cauca

241

Hay una investigación en proceso que se denomina "Procesos

políticos regionales en las décadas de los ochenta y noventa en el

Cauca". Entre los trabajos publicados, en esta dirección, encontra­

mos el libro Surgimiento y andar territorial del Quintín Lame, 1996,

y "Práctica social y emergencia armada en el Cauca", 1998.

4. En esta misma dirección podríamos ubicar la investigación

dirigida por el antropólogo Carlos Vladimir Zambrano. Su eje cen­

tral es etnicidad y alteridad étnica y los procesos de modernización.

Lo hace con el pueblo yanacona, y lo extiende a la región del Ma­

cizo Colombiano, que desarrolla procesos de identidad regional,

mas no étnicos. Esta investigación ha estado registrada fundamen­

talmente en el Instituto Colombiano de Antropología. Eso ha per­

mitido una continuidad desde 1993 hasta hoy. Entre sus trabajos

están el libro Hombres de páramo y montaña. Eos yanaconas del Ma­

cizo Colombiano, 1993, y los artículos "Etnicidad y cambio cultural

entre los yanaconas del Macizo Colombiano", 1995, y "Conflictos

y cambio en el proceso de modernización del Macizo Colombia­

no. Un caso de alteridad étnica", 1998.

5. Hay una línea de investigación enmarcada dentro del "Plu­

ralismo jurídico" y dentro de ella la "Justicia comunitaria". Plantea

la necesidad de estudiar lo que se denomina el "derecho no escri­

to", entendido como "un conjunto de normas de carácter jurídico,

no escritas que existen al interior de grupos humanos cohesionados,

tendientes a establecer principios, finalidades, derechos, deberes,

competencias y obligaciones, todas ellas válidas pero no legisladas

oficialmente, y dirigidas a lograr el mantenimiento de unas deter­

minadas y concretas formas de poder". En el caso del Cauca tiene

la particularidad de la proliferación de diversidades y pluralidades

étnicas y culturales que le da mayor importancia a la investigación

en proceso.

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ALVAREZ, ELJACII Y JARAMILLO

2 4 2

Esta dirigida por el abogado Roberto Rodríguez y radicada en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad del Cauca. De sus resultados se publicará pronto un documento que es el compromiso que sus responsables tienen con la institución y que permitirá su difusión y socialización.

6. Desde la relación entre filosofía e historia, hay constituida una línea de investigación sobre los discursos socialistas en Colom­bia, orientada por el profesor Diego Jaramillo. Rastrea los discur­sos, formas de representación e imaginarios del socialismo y el co­munismo, y lo que sobre ellos se produce a lo largo de la historia colombiana del siglo XX. En la actualidad, realiza una investiga­ción sobre socialismo y comunismo en el Cauca. Entre los trabajos realizados está el libro Las huellas del socialismo. Los discursos socia­listas en Colombia, 1997.

Espacio y sociedad

Dentro de esta dinámica de investigación cultural encontramos el trabajo desarrollado por el arqueólogo Cristóbal Gnneco y el histo­riador Gonzalo Buenahora, titulado "Espacio y sociedad en el su­roeste de Colombia".

El hilo conductor de la investigación centra su atención en la pregunta de cómo tuvo lugar el poblamiento en el sur de Colom­bia, qué espacios existían en el siglo XVI y para ello desarrolla te­mas como la violencia, las guerras indígenas, el proceso de la Con­quista en Colombia, las jurisdicciones, etc.

Como avance del proyecto, está la tesis de postgrado del profe­sor Gonzalo Buenahora que versa sobre la historia de Almaguer y los pueblos de indios adscritos a su jurisdicción, durante el período colonial. En la actualidad continua el proyecto, avalado por Col-

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La investigación cultural en el Cauca

243

ciencias, para el estudio de problemas espaciales durante la Con­quista de Colombia y localizados en el Macizo Colombiano. Aquí trabaja en los caminos de los valles interandinos que llevan a orien­te, como el valle del alto Magdalena, el camino Popayán-Alma-guer-Mocoa y el camino Pasto-Sibundoy-Mocoa, insistiendo en los poblamientos fundados por los conquistadores en la cordillera oriental.

La investigación trabaja interdisciplinariamente, con los apor­tes propios de la historia, la arqueología, la antropología y la geo­grafía social y humana. Está desarrollando trabajos de dirección de tesis de la Universidad de los Andes y de la del Cauca, sobre la zona arqueológica en el Macizo Colombiano, lo que les per­mite avances en la misma; al igual que rastrean documentos his­tóricos en los Archivos General de la Nación, General de Indias en Sevilla, el Archivo Nacional del Ecuador y el Archivo Cen­tral del Cauca, y también recogen los aportes de cronistas y viaje­ros.

Salud y cultura

En este campo hay una línea de investigación que, al parecer, es pionera en el país. Es definida como "Sistemas de representación del cuerpo humano en los procesos de salud y enfermedad al inte­rior de las culturas de salud de comunidades indígenas, negras y campesinas". Inició como un proceso de investigación entre comu­nidades indígenas paeces y luego se fue haciendo extensiva a otros grupos étnicos. Igualmente, al comienzo se centró en el uso de las plantas por parte de los indígenas y su relación con su cosmogonía, luego trabajó estas prácticas con los elementos simbólicos y repre­sentaciones que estructuran una cultura de la salud y de ia enfer-

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ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

244

medad diferente de la de la cultura occidental. En un principio fue dirigida por los antropólogos Herinaldy Gómez y Hugo Pórtela Guarín. Ahora es dirigida sólo por este último.

Está registrada institucionalmente por la Universidad del Cauca y a la vez se articula con las organizaciones indígenas, campesinas y de comunidades negras de la región. El Departamento de An­tropología posibilita una continuidad a través de trabajos de grado y de seminarios de investigación. Hay una significativa relación con instituciones de salud del departamento del Cauca. Fuera de ello, ha generado una proyección hacia el departamento del Putumayo.

Actualmente está en ejecución el proyecto de investigación "La construcción del cuerpo humano en las culturas de la salud andinas". Está en edición el libro La cultura del agua en comunidades indíge­nas. Fmtre sus artículos están "Cultura médica en la cosmovisión paez" y "Cosmovisión paez o armonía de la salud".

Política y educación

En la línea política y educación predominan los estudios de caso, puntuales, localizados e inscritos desde la perspectiva de la sociolo­gía de la Educación. No constituyen procesos permanentes, ins­titucionalizados de investigación, excepto el trabajo que desarrolla la Universidad del Cauca, en el Departamento de Pedagogía. Por tanto, no es fácil encontrar el registro integral de estudios académi­cos o investigaciones sobre procesos educativos relacionados con la política, en razón del alto grado de dispersión y desarticulación de los estudiosos del tema, muchos de los cuales responden al interés académico de elaborar la monografía de grado. Si bien son coinci­dentes en el tema, los problemas planteados difieren y se comple­mentan al mismo tiempo.

Page 161: Territorio,-cultura e Identidades

La investigación cultural en el Cauca

245

1. El trabajo de grado "La democracia escolar, algo más que

participación" (Celia Hortensia Solarte de Armas y otros, 1997),

desarrolla la crítica a los contenidos académicos vaciados de defini­

ciones filosóficas y pedagógicas. Es un tema recurrente en múlti­

ples problemas de investigación académica, tipo monografía de

grado, pero aún no se constituye en un proceso investigativo.

2. "Autoritarismo y currículo. Factores de violencia escolar. Es­

tudio de caso en las escuelas Mercedes Pardo y El Libertador (Po­

payán)", (Asteria Sinesterra de Quiñónez y otros, 1996).

El objetivo del trabajo es demostrar cómo algunos comporta­

mientos violentos son generados por un currículo sin pertinencia al

contexto de la comunidad educativa, las precarias condiciones

locativas y económicas de los establecimientos, el desconocimiento

de la cultura barrial, de la biografía o historia social de la comuni­

dad educativa, y por el ejercicio autoritario del educador en las es­

cuelas públicas.

Igual que el documento reseñado anteriormente, no constituye

un proyecto de investigación institucionalmente establecido y con­

ducente a desarrollos posteriores.

3. La relación entre política y cultura se manifiesta en el pro­

yecto "Desarrollo cultural y capacitación de gestores en los munici­

pios de Almaguer, Silvia, Popayán y Santander" (Luis Félix Gua-

tindoy, 1996). El objetivo es descubrir aquellos gestores culturales,

que, inmersos en su comunidad, requieran promocionarse como

seres humanos y como artistas, propendiendo a la solución de parte

de sus problemas culturales y sociales.

4. Desde el campo de la educación hay una línea de investiga­

ción que se centra en la relación democracia participativa y cultura.

Está orientada por los pedagogos Freddy Hernán Pisso y Ligia L o ­

rena Calvache, con la participación, en algunos de los trabajos, de

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ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

246

la socióloga Fulvia Pérez Ángel y el psicólogo Luis Hernando Rin­cón. Parte de estudiar la denominada educación popular, mas no contenidos curriculares de la enseñanza, sino más bien su produc­ción de cultura y su papel en el desarrollo de la participación ciu­dadana y la incidencia en ella de procesos culturales. Así mismo, estudia instituciones, como casas de la cultura, concentraciones es­colares, y entidades como las Comunas, producidas por la Ley 11 de 1986.

Asumen explícitamente la orientación metodológica de la In­vestigación Acción Participativa (IAP), enfatizando en el carácter cualitativo de la misma. En los diferentes trabajos resaltan la im­portancia de la participación de actores sociales que hacen parte del problema o fenómeno que se investiga, como, también, la necesi­dad de que el resultado de la investigación pueda ser apropiado por las comunidades con las que se realiza la investigación. En gene­ral, hacen una ubicación histórica, geográfica y cultural, en que iden­tifican tradición oral, mitos, leyendas, folclor, etc. Por otra parte, se detienen en historias locales y en las formas como perciben los ac­tores sociales su propio medio. También, cómo se entrelazan las políticas estatales con las dinámicas propias de las comunidades.

Por eso no es excluyente que en un trabajo se detengan en el estudio de una comuna, o en una Asociación de Mujeres, o en una Casa de la Cultura, o en una Concentración escolar. Al contrario, se imbrican al reconstruir la urdimbre simbólica, cultural y social que le da sentido a cada una de esas experiencias en el contexto lo­cal.

Algunos de sus trabajos son: "Proceso de sistematización de la experiencia de educación popular: Capacitación para la organiza­ción y participación comunitaria del Comité Coordinador de la Co­muna n° 6 de Popayán", 1992. "Experiencias significativas en edu-

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La investigación cultural en el Cauca

247

cación popular de adultos en Colombia (Estudio de caso). Asocia­ción de Mujeres Campesinas de Cajibío. Asomuca", 1995. "Ex­periencias significativas en educación popular de adultos en Co­lombia (Estudio de caso). Casa de la cultura 'José María Vivas Balcázar' de Tunía, Piendamó", 1995. "Recuperación histórico-cultural de la Concentración de Desarrollo Rural de San José del Morro. Municipio de Bolívar, Cauca", 1997.

Es una línea de investigación en proceso de consolidación y de construcción de articulaciones interdisciplinarias. La radicación en la Universidad del Cauca, su Facultad de Educación, le ha permi­tido su continuidad y desarrollo. Acentuado ahora a través de una Licenciatura en Educación Básica, a través de la cual aspiran a for­talecer la articulación con las comunidades de donde provienen sus alumnos.

5. La construcción de una concepción diferente, novedosa, so­bre el papel de la relación política y educación, se explícita en el proyecto "Popayán, ciudad educadora", ejecutado por Funcop, la Universidad Luis Amigó y la Alcaldía de Popayán durante este año, fundamentado en el criterio de hacer de la ciudad, en este caso la capital del Cauca, un espacio de formación y construcción de la ciudadanía, apoyándose en las múltiples posibilidades que el espa­cio urbano cultural ofrece.

El propósito es efectuar talleres de capacitación a líderes comu­nitarios, preparándolos en temas como Derechos Humanos, Fun­damentos Constitucionales, Ecología Humana, Medio Ambiente, Familia, Juventud, etc. Al efectuar un seguimiento y sistematiza­ción de la experiencia buscan reorientar el trabajo y afinar la meto­dología, con lo cual proyectan abrir un campo de investigación en esta línea.

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ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

248

Hibridaciones culturales

1. En la línea de hibridaciones, el desarrollo investigativo sigue sien­do desarticulado. Encontramos tres trabajos de relativa significa­ción: "El fique, la fibra de una tradición", de Ricardo León Urrego Ruiz, 1998, en el cual se propone el estudio de la actividad fiquera en algunas zonas del departamento del Cauca, para rescatar el va­lor cultural de las artesanías elaboradas con esta planta.

2. Por otra parte, en "Diagnóstico cualitativo y plan de desarrollo artesanal del departamento del Cauca", realizado en 1998 por Nuvia Barrera y otros, encontramos una definición del artesano del Cauca, un diagnóstico cualitativo artesanal de las regiones del departamen­to, y una propuesta de un Plan de Desarrollo Artesanal del Cauca.

El departamento del Cauca es básicamente artesanal. Esta iden­tificación es alimentada permanentemente por su condición mul­tiétnica, y por sus características geográficas, económicas y cultura­les. La cerámica y el tejido figuran entre los oficios más conocidos y tradicionales. A raíz de la crisis económica, el trabajo propone una solución, aunque precaria, en el desarrollo artesanal como mecanis­mo de defensa y de super vivencia.

Se inserta dentro de las políticas institucionales, en tanto pueda coadyuvar al impulso del Plan de Desarrollo Artesanal, y está conce­bido dentro de la disciplina antropológica o de la sociología cultural.

Género

En esta línea hemos encontrado dos trabajos importantes: 1. Por una parte, lo desarrollado por Historia de la Universi­

dad del Cauca, que como línea de investigación se ocupa del pro­blema "Familia, mujer y sociedad. Enfoques regionales".

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La investigación cultural en el Cauca

249

A la cabeza del proyecto está la profesora María Teresa Pérez,

quien desde un marco teórico y metodológico del conocimiento

histórico ha encarado interrogantes acerca de la historicidad de la

familia y la condición de las mujeres, apoyada por las nuevas con­

cepciones de la historia social, la historia de las mentalidades, la

historia cultural y la demografía histórica.

Dentro de una visión amplia ha insistido en el estudio de la Ada

cotidiana, las subjetividades, los sentimientos y comportamientos

de los actores sociales, y plantea la pregunta por las construcciones

históricas de las mujeres y las formas familiares que han caracteri­

zado al suroccidente del país.

Como avances de la investigación, ha realizado una serie de

estudios exploratorios. H a trabajado en la identificación de fuentes

notariales y judiciales, permitiéndole elaborar ensayos como:

- "El poder femenino colonial. La marquesa de San Miguel

de la Vega" (1992).

- "Relaciones ilícitas en la Gobernación de Popayán, siglo

XVIII" (1995) .

- "Mujeres, familia y conflicto en Popayán colonial" (1997).

Aproximaciones temáticas relativas a transgresiones sexuales,

amancebamiento, homosexualidad, concubinato, entre otras. Así

mismo, ha señalado factores de conflicto entre las parejas, sus ex­

pectativas, las percepciones de cada uno y las actitudes e identida­

des personales, étnicas y sociales que se expresan en los conflictos

de una sociedad "patriarcal", pero con notable influencia de perso­

najes femeninos, como la ya mencionada marquesa.

Este proyecto está en pleno desarrollo; por lo tanto, presenta

continuidad y está considerado como una de las líneas de investi­

gación en ejercicio dentro del Departamento de Historia de la Uni­

versidad del Cauca.

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ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

2 5 0

2. En un segundo momento, encontramos el proyecto realiza­do por la Fundación para la Comunicación Popular (Funcop), que si bien apunta a la misma temática, resaltamos el hecho de que no tiene propiamente un interés académico, disciplinario y de cons­trucción teórica, sino que su interés, en tanto misión de la institu­ción, es más de servicio a la comunidad, buscando alentar y gene­rar procesos de orden local, con impacto regional y departamental, que logren la formación de una ciudadanía para la democracia, la justicia social y la paz.

En tal sentido, uno de las actividades de Funcop es el proyecto "Mujer y género". En él se hace un esfuerzo, por parte del grupo de la organización social en el que realiza su trabajo, para desarro­llar procesos de anáfisis, autorreconocimiento y autocrítica en la dis­cusión temática sobre mujer y género. A la cabeza del mismo está en la actualidad la antropóloga María Cecilia López, quien, como avance del programa, ha presentado un ensayo titulado "Una mi­rada de mujer al siglo XX". Dicho trabajo fue coescrito con la antropóloga María Cecilia Velásquez, y busca, desde una perspec­tiva antropológica e histórica, rastrear la condición y situación de la mujer en el siglo XX en Popayán. El texto toma como base el se­guimiento a la información a nivel del periódico local, revistas, in­formación oral, archivo histórico y percepciones personales y fami­liares de las propias autoras.

Este trabajo fue precedido por otros, realizados por la doctora Esperanza Cerón, en la perspectiva de la preocupación por el tema género y salud, así: "Mujer, crisis, ambiente y desarrollo" y "Otra metáfora para la salud: la equidad entre los géneros".

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La investigación cultural en el Cauca

251

Religiosidad popular

1. En 1990 un grupo interdisciplinario de profesores de la Univer­sidad del Cauca, antropólogos y filósofos, se propuso desarrollar un proyecto de investigación que se tituló: "Cultura popular en el Cauca: religiosidad y rituales".

El proyecto, en su espectro más amplio, se proponía rescatar del olvido, y de su propia localidad, expresiones rituales y religio­sas que daban cuenta de la idiosincrasia y existencia social propias de diferentes comunidades y grupos sociales en el Cauca, expresio­nes de religiosidad popular que tenían una tradición significativa en la historia del departamento y que subrayaban de manera espe­cial su diversidad étnica y cultural.

Si bien el proyecto se propuso en primera instancia la realiza­ción de una serie de videos, dicha realización visual suponía un tra­bajo de investigación con las comunidades y un previo análisis y debate teórico-conceptual que diera cuenta o informara sobre lo que significan cultura y religiosidad populares. En tal sentido, los vi­deos no son de carácter informativo, de registro de imágenes ni periodístico, sino que, al suponer un esfuerzo teórico, plantean una metodología de realización especial, que invita a encontrar propues­tas de lectura e interpretación de los diferentes grupos sociales y de la cultura en general.

La investigación se mueve en un marco teórico dado por las investigaciones antropológicas de Clifford Geertz, al considerar la cultura como un concepto semiótico y al invitar a su interpretación a partir del decantamiento de los símbolos que las gentes constru­yen cuando viven en comunidad. Igualmente, se encaran proble­mas desde la historia de las religiones, en las nociones de lo sagrado y lo profano de Eliade, como también, el debate teórico actual que

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ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

2 5 2

intenta indagar sobre un concepto de cultura popular frente a lo que es cultura en general y cultura hegemónica (autores como Re­nato Ortiz, García Canclini, García García, Luigui Lombardi, e incluso el mismo T S. Eliot, entre otros). Igualmente, se encaró el debate frente a una confrontación y diferenciación entre religión y religiosidad popular. Por último, se discutieron abiertamente pos­turas desde el pensamiento filosófico contemporáneo, como la her­menéutica de Paul Ricoeur y Hans George Gadamer, confrontán­dolas con el marco de la interpretación de procesos culturales del departamento del Cauca.

El marco teórico se nutrió, entonces, de aportes antropológicos, de la filosofía de la cultura, la filosofía antropológica, la hermenéu­tica y la historia de las religiones, así como el debate más reciente, frente a la posibilidad de una conceptualización sobre cultura y religiosidad popular. El marco metodológico trabajó con aportes de la etnografía geertziana, el trabajo directo con la comunidad, la reseña de periódicos, revistas y el archivo histórico de la ciudad.

Como avances del proyecto macro, se realizaron 4 videos que dan cuenta de:

— La Semana Santa en Popayán, titulado "Hacedores de sue­ños", en donde el interés fue subrayar la puesta en escena de una tradición histórica de la ciudad, profesores Herynaldi Gómez, Gui­llermo Pérez y María Cecilia Alvarez.

— Sobre la Fiesta del Santo Ecce Homo en Popayán, celebrada el Io de mayo, titulado "Voces populares y religiosas", en donde en­contramos claros conectores sociales que hacen ver cómo lo religio­so se articula a lo político, a intereses sociales, y dan cuenta de una estratificación social, profesores Guillermo Pérez y María Cecilia Alvarez.

Page 169: Territorio,-cultura e Identidades

La investigación cultural en el Cauca

253

- Sobre las Fiestas al Niño Dios en Santa Rosa, Caloto, Cauca,

comunidad negra, titulado "Adoraciones al Niño Dios", que plan­

tea las relaciones cultura, religiosidad y economía, y que insiste en

el aspecto de lo ritual y los imaginarios, profesores Guillermo Pérez

y María Cecilia Alvarez.

- Sobre la Adoración y la Fiesta a la Niña María de Caloto,

Cauca, titulado "Devociones y flores. Fiesta de la Niña María de

Caloto", que trabaja la expresión religiosa misma, cómo lo religio­

so invade todas las otras dimensiones sociales, la cotidianidad de las

gentes, y cómo define la identidad de una existencia social, profe­

sora María Cecilia Alvarez.

Como avances, también encontramos la presentación y publi­

cación de dos ensayos:

- "Religiosidad y política en la Fiesta Del Santo Ecce Homo",

de Guillermo Pérez y María Cecilia Alvarez.

- "Símbolo e identidad en la cultura y religiosidad popular",

de María Cecilia Alvarez.

2. En la misma línea encontramos el trabajo de investigación

presentado por José Rafael Rosero Morales y titulado "Primero de

Mayo en Popayán: política y religiosidad popular", el cual urge la

comprensión del concepto de lo popular en relación con la religio­

sidad y la política para los procesos de interpretación, apropiación

existencial e identidad cultural de Popayán en su fiesta religiosa.

Dicho trabajo se presenta para optar al título de Magister en Estu­

dios Políticos Latinoamericanos; en tal sentido, no constituye una

línea como tal, pero afirma el interés por el desarrollo de esta diná­

mica en el departamento del Cauca.

Page 170: Territorio,-cultura e Identidades

ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

254

Comunidades afrocolombianas

Bajo esta dinámica de desarrollo cultural encontramos el trabajo de

la profesora Hortensia Alaix de Valencia del Departamento de Li­

teratura de la Universidad del Cauca. La profesora ha consolidado

desde 1987 una línea de investigación que insistentemente viene

trabajando con las comunidades negras del Patía, Guapi, norte del

Cauca, y con conexiones con el Chocó y la costa atlántica, políticas

de etnoeducación y etnocultura para el desarrollo de una pervivencia

afrocolombiana.

La línea de investigación ha retomado los aportes de la lingüís­

tica, determinando los rasgos fonéticos y la estructuración de la fra­

se, que permitan apuntar a un análisis semiótico de la poesía afro-

colombiana, presente en el departamento del Cauca. El marco

teórico recoge los aportes del semiólogo Umberto Eco y el trabajo

sobre tradición oral realizado por Walter Ong, al igual que la

concepción de la antropología simbólica de Clifford Geertz. En tér­

minos metodológicos, ha implementado un trabajo con la comuni­

dad en el ejercicio de la tradición oral, complementado con una labor

de búsqueda histórica en los archivos. H a contado con la asistencia

y colaboración de antropólogos, historiadores y lingüistas.

Como avances de la investigación encontramos los siguientes

ensayos: "Arrullos y villancicos en la poesía de Helcías Martán

Góngora", 1988. "Persistencia africana en la poesía de Helcías

Martán Góngora y Luis Pales Matos". "Sentido sociocultural de

la tradición oral del Pacífico colombiano", que busca dar cuenta de

las costumbres compenetradas por el grupo social, a partir del aná­

lisis que se detiene en una copla, un cuento o un alimento. Su libro

Literatura popular, tradición oral, en la localidad de Patía, Cauca, fue

premio nacional de Colcultura en 1994.

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La investigación cultural en el Cauca

255

Si bien existe una línea de investigación desarrollada con con­

tinuidad, no se inscribe ésta en un proyecto institucional; aunque

se mantiene con el trabajo sobre "Nazario ta d'mandao", cuento que

subraya la tradición mágica y alimenticia.

Finalmente, como resumen del presente trabajo, incluimos un

"Apéndice" con las líneas maestras de investigación cultural encon­

tradas por los autores.

Page 172: Territorio,-cultura e Identidades

ALVAREZ. ELJACH Y JARAMILLO

256

A P É N D I C E

La investigación cultural en el Cauca.

Principales dinámicas de desarrollo cultural

LÍNEAS O DINÁMICAS

Historia ta política

1. Departamento de Historia Universidad del Cauca

"Nación y región: el siglo XIX colombiano"

Profesora Zamira Díaz

Política

1. Universidad del Cauca, Departamento de Antropología

"Estado y modernidad y movimientos sociales

en el Cauca andino"

Profesor Jairo Tocancipá

2. Universidad del Cauca, Departamento de Antropología

"Interculturalidad y formas de justicia indígena"

Profesor Herinaldy Gómez

3. Universidad del Cauca, Departamento de Antropología

"Violencia y cultura"

Profesora Miryam Amparo Espinosa

4. Universidad del Cauca, Departamento de Antropología

"Territorio, identidad y movimientos sociales"

Profesora Miryam Amparo Espinosa

5. Universidad del Cauca. Departamento de Antropología

"Etnicidad y alteridad étnica y los procesos de modernización"

Page 173: Territorio,-cultura e Identidades

La investigación cultural en el Cauca

257

Profesor Carlos Vladimir Zambrano

6. Universidad del Cauca, Departamento de Filosofía

"Los discursos políticos en Colombia"

Profesor Diego Jaramillo

Espacio y sociedad

1. Universidad del Cauca. Departamento de Historia

"Espacio y sociedad en el suroeste de Colombia"

Profesores Cristóbal Gnneco y Gonzalo Buenahora

Salud y cultura

1. Universidad del Cauca, Departamento de Antropología

"Sistemas de representación del cuerpo humano en los procesos

de salud y enfermedad al interior de las culturas de salud de co­

munidades indígenas, negras y campesinas"

Profesor Hugo Pórtela

Política y educación

1. Universidad Antonio Nariño.

"La democracia escolar, algo más que participación"

Licenciada Celia Solarte y otros

2.. Universidad Antonio Nariño.

"Autoritarismo y curriculum"

Licenciada Asteria Quiñónez y otros

3. Fondo Mixto del Cauca

"Desarrollo cultural y capacitación de gestores en los municipios

de Almaguer, Silvia, Popayán y Santander"

Page 174: Territorio,-cultura e Identidades

ALVAREZ, ELJACH Y JARAMILLO

258

Licenciado Luis Félix Guatendoy

4. Universidad del Cauca, Departamento de Pedagogía

"Democracia participativa y cultura"

Profesores Freddy Hernán Pisso y Ligia Lorena Calvache

5. Alcaldía de Popayán, Funcop, Universidad Luis Amigó

"Popayán, ciudad educadora"

Dr. Julio César Payan

Hibridaciones culturales

1. Universidad Antonio Nariño

"El fique: la fibra de una tradición" Ricardo León Urrego

2. Fondo Mixto

"Diagnóstico cualitativo del Plan de Desarrollo Artesanal"

Antropóloga Nubia Edilma Barrera

Género

1. Universidad del Cauca, Departamento de Historia

"Familia, mujer y sociedad. Enfoques regionales"

Profesora María Teresa Pérez

2. Funcop

"Mujer y género"

Antropóloga María Cecilia López

Religiosidad popular

1. Universidad del Cauca, Departamento de Filosofía

"Cultura popular en el Cauca. Religiosidad y rituales"

Profesores María Cecilia Alvarez y Guillermo Pérez

Page 175: Territorio,-cultura e Identidades

La investigación cultural en el Cauca

259

2. Universidad del Cauca.

"Primero de Mayo: política y religiosidad popular"

Magister Rafael Rosero.

Comunidades negras

1. Universidad del Cauca, Departamento de Literatura

"Políticas de etnoeducación y etnocultura para el desarrollo de

una pervivencia afrocolombiana en el Cauca"

Profesora Hortensia Alaix de Valencia

Lenguaje y cultura

1. Universidad del Cauca. Departamento de Literatura

"Lengua guambiana y educación bilingüe"

Profesora Beatriz Vásquez.

2. Universidad del Cauca. Departamento de Literatura

"Lengua y comunidad indígena eperara"

Profesora Nelly Mercedes Prado

3. Universidad del Cauca. Departamento de Literatura

"Habla caucana y sociedad"

Profesor Eduardo Rosero Pantoja

Page 176: Territorio,-cultura e Identidades

Recorridos, recodos y nuevos caminos. Una mirada crítica a las políticas culturales regionales:

el caso de Antioquia y Medellín 1984-1995

Marta Elena Bravo de Hermelin

In memoriam de los profesores

Hernán Henao Delgado y Jesús Antonio Bejarano,

colegas y amigos, destacados académicos

y trabajadores de la cultura comprometidos, hombres de paz,

absurdamente sacrificados.

Tenemos una ganancia afínales del siglo XX:

las regiones han vuelto a ser objeto de trabajo teórico, econó­

mico, social y político. Ea globalización ha producido, quizás como re­

sistencia, quizás como complemento a su

dinámica, una nueva emergencia de lo regional

y lo local. Nos corresponde por ello asumir desde la acade­

mia el reto de volver a pensar

la urdimbre y la trama.

Hernán Henao Delgado,

"Una perspectiva sociocultural en el desarrollo regional".

Page 177: Territorio,-cultura e Identidades

Recorridos, recodos y nuevos caminos

261

£Ln el mes de marzo de 1984, en la ciudad de Sonsón -hoy some­tida a los conflictos de la guerra, municipio clave en la historia cul­tural del departamento y desde el cual salió buena parte de lo que se ha llamado la "colonización antioqueña del occidente colombia­no", tan estudiada en la obra de Parsons, de la Universidad de Berkeley, y en trabajos de otros académicos colombianos—, se re­unían más de 100 personas del sector cultural y educativo del de­partamento, con la participación como invitados de otros represen­tantes de diferentes regiones del país, que lideraban proyectos culturales de envergadura para definir lo que en ese entonces se lla­mó "pautas" para considerar en la elaboración del Plan de Desarro­llo Cultural de Antioquia. Éste constituyó la primera experiencia regional de su género en el país. Hoy, dos meses y medio antes de terminar el siglo, en estos quince años de intenso y trágico transcu­rrir histórico del país y la región, y en medio de la peor crisis eco­nómica, política y social de esta mitad de siglo, Antioquia ha ela­borado un Plan Sectorial de Cultura para el departamento hacia el año 1998-2000 y un Plan Estratégico para Medellín y su Área Me­tropolitana 2015. ¿Qué ha pasado con las diversas experiencias que ha habido sobre formulación de políticas culturales, qué significan en el contexto regional, nacional e internacional, qué retos hay que asumir?

Intentaré una mirada objetiva y crítica, aunque a veces descrip­tiva, desde la experiencia que he podido tener en la participación de la formulación de la mayoría de ellas, en la ejecución y evalua­ción de algunos planes y sobre todo en el ejercicio de la investiga­ción y de la docencia como profesora de la Universidad Nacional. Una aclaración: no es éste un trabajo de investigación -está por ha­cerse un trabajo en esta dirección-, es una mirada que espero pue­da aportar a nuevas propuestas hacia el futuro.

Page 178: Territorio,-cultura e Identidades

MARTA ELENA BRAVO DE HERMELIN

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Debo agradecer a la historiadora Cecilia Gómez por su valiosa colaboración y a los profesores Jesús Martín Barbero, Jorge Echa­varría y Edgar Bolívar por su generosa interlocución.

Dividiré mi exposición de la manera siguiente: 1. Puntos de partida y referentes regionales y nacionales. 2. Recorridos y recodos. 3. Paisajes inéditos y caminos para recorrer con prisa.

1. Puntos de partida y referentes regionales y nacionales

Es necesario hacer un esquema de los referentes que he tomado como regionales y nacionales para en mirada:

1.1. Referentes regionales

—Las Bases del Plan de Desarrollo Cultural de Antioquia, elabo­radas entre 1984 y 1986, que contemplaron tres estrategias funda­mentales: valoración del patrimonio cultural, descentralización cul­tural y racionalización de recursos. Uno de sus proyectos, la orde­nanza 59 de 1986, hizo posible una transformación de la Dirección de Cultura y la organización del Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe.

—El Plan de Desarrollo Cultural de Medellín, constituido en el acuerdo municipal N° 41 de 1990, que contempló 5 políticas prin­cipales: relaciones educación-cultura, relaciones comunicación-cul­tura, valoración del patrimonio cultural, política de participación comunitaria y política de racionalización de recursos.

—El Plan Estratégico de Medellín y el Área Metropolitana, que propuso varias líneas de trabajo y que está en proceso de con­solidación, definió como proyecto prioritario dentro de la Línea

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Estratégica Dos -"Medellín y el Área Metropolitana, epicentro la­tinoamericano de políticas sociales y culturales"- el denominado "Sistema Cultural Metropolitano Público Privado".

—El Plan Sectorial de Cultura de Antioquia 1998-2000 que se expuso en este seminario.

1.2. Referentes nacionales

Creo que es importante hacer alusión a las políticas culturales na­cionales en general. Parto para ello del Plan Nacional de Cultura en 1974, durante la presidencia de Misael Pastrana Borrero, el pri­mer Plan en su género realizado por el Instituto Colombiano de Cultura en los primeros años de su fundación y cuando estaba en su dirección el poeta Jorge Rojas. Vale la pena resaltar que en él se proponía como uno de sus grandes programas la descentralización que permitiría conocer e inventariar las diversas expresiones cultu­rales y regionales. Se buscaba también la creación de juntas regio­nales de cultura y se planteaba ya la conveniencia de convertir a Colcultura en un Ministerio de Cultura.

En 1976, durante el gobierno de López Michelsen y con Glo­ria Zea en la Dirección del Instituto, se formuló el Plan Nacional de Cultura que apareció en el libro Ea política cultural en Colombia, pu­blicado por la Unesco y redactado por Jorge Eliécer Ruiz, un inte­lectual que por muchos años estuvo vinculado a los procesos de for­mulación de políticas culturales en el país. Este documento orientaba las políticas de Colcultura y aunque fue importante, no creo que tu­viera mucha resonancia en las diversas regiones, ni participación de ellas en la formulación. En él se esbozaba, como segundo progra­ma, la descentralización de la actividad cultural, y se buscaba entre otros aspectos impulsar la comunicación interregional, hacer conocer

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en el país los valores culturales de cada región, así como crear cen­tros culturales regionales en cada una de las ocho regiones identifi­cadas, que fueron: la costera, la antioqueña, la santandereana, la cundiboyacense, la caucana, la tolimense, la llanera y la nariñense. Vale la pena anotar que no aparecen en el mapa de regiones señala­das varios departamentos que antes de la constitución se llamaban peyorativamente "Territorios Nacionales" y que constituyen hoy en día zonas de intenso conflicto político y social.

Durante la presidencia de Belisario Betancur, quien ya desde su Plan de Desarrollo "Cambio con Equidad" había enunciado la necesidad de una política cultural, se formuló un "Plan sectorial de desarrollo cultural 1983-1985" que no fue adoptado ni publicado y que se constituyó más bien en un documento de trabajo interno (Mena y Herrera: 157). Entre sus objetivos se proponía garantizar las expresiones culturales regionales mediante la descentralización de la administración y la prestación de servicios culturales. Es im­portante resaltar, para efectos de este trabajo, que por esta época fue cuando en Antioquia se inició el proceso de formulación para las Bases del Plan de Desarrollo Cultural.

Al comienzo de esta última década, en 1990, durante la admi­nistración Barco y con Liliana Bonilla como directora de Colcultura, se propuso al país un documento denominado "Nueva orientación de una política cultural para Colombia", bajo el lema "Una cultura para la democracia y una democracia para la cultura", que tuvo la importancia de ser aprobado por el Conpes y que contempló como estrategias la incorporación de la dimensión cultural en los planes de desarrollo y en el proceso de descentralización administrativa. Es interesante anotar que en esta formulación de una política cul­tural hubo un intercambio con diversas regiones que permitió un diálogo sobre su realidad sociocultural.

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El año de 1991 fue muy significativo en materia de consolida­ción de una política cultural, cuando en la nueva Constitución co­lombiana se incorporan preceptos que, sin lugar a dudas, han sido fundamentales en el planteamiento de las políticas culturales y que se expresan, entre otros conceptos, en la aceptación de la pluriet­nicidad y la pluriculturalidad del país, así como en la postulación de la cultura como fundamento de la nacionalidad.

El camino que se siguió después en la formulación de las polí­ticas culturales nacionales es conocido de todos. Se enmarca en el gobierno de Gaviria en los dos planes nacionales de cultura, "La cultura en los tiempos de transición (1991-1994)" y el "Plan Na­cional de Cultura 1992-1994: Colombia, el Camino de la Paz, el Desarrollo y la Cultura hacia el siglo XXI". En el primero se con­templa entre otros aspectos la descentralización y en ella el munici­pio como escenario propicio para el desarrollo cultural, la reestruc­turación y consolidación de los consejos regionales y locales de cul­tura y la constitución de los Fondos Mixtos Regionales y Locales. En el Plan Nacional de Cultura 1992-1994, que se formuló du­rante la administración de Ramiro Osorio, luego primer ministro de Cultura, se contempla entre sus estrategias la descentralización y modernización del sector, el establecimiento del Sistema Nacio­nal de Cultura a través de los Consejos Regionales, Departamenta­les y Municipales y la financiación institucional a través de los Fon­dos Mixtos Nacional y Regionales para la Cultura y las Artes.

La Ley General de Cultura, Ley 397 de 1997, que compendia las bases de la política cultural nacional actual en el Título IV "De la gestión cultural", contempla el Sistema Nacional de Cultura en el cual las regiones tienen participación en el Consejo Nacional de Cultura, pero sobre todo se expresan por medio de los Consejos Departamentales, Distritales y Municipales de Cultura.

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El Plan "Cambio para Construir la Paz", del gobierno Pastrana

y sobre el cual presenté un trabajo en las Audiencias del Consejo

Nacional de Planeación - y que fue publicada por éste—, reitera la

importancia del Sistema Nacional de Cultura.

H e querido hacer este recorrido esquemático para poder tener

una referencia paralela entre la elaboración de un discurso de polí­

tica cultural nacional y un discurso político cultural regional y lo­

cal, donde resalto el concepto de descentralización como una cons­

tante en los planes nacionales. Creo además que en ese concepto de

descentralización se ha focalizado la concepción de región para la

política cultural, obedeciendo más a una perspectiva político admi­

nistrativa, que a un desarrollo conceptual del significado de lo "re­

gional" en términos políticos culturales.

2. Recorridos y recodos

Al dar una mirada a los procesos de formulación de políticas cultu­

rales en la región a partir de 1984, se podrían resaltar en ellos, agrosso

modo, los siguientes aspectos y características:

2.1. Procesos inéditos

Si bien en el orden nacional, como ya se dijo, desde los primeros

años del Instituto —creado en 1974— se habían formulado planes de

desarrollo, poco o nada habían participado las regiones en la for­

mulación de ellos. De otra parte ninguna región había formulado

políticas al respecto. Las "Bases del Plan de Desarrollo Cultural de

Antioquia", iniciadas en su formulación a principios de 1984, cons­

tituyeron una novedosa propuesta en el plano regional y acuñaron

una metodología que se convirtió en referencia para otras regiones,

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pues se divulgaron ampliamente en el país. Recogieron trayectos del trabajo cultural recorridos desde años atrás en el departamento, pero se alimentaron también con los aportes académicos, las pers­pectivas del trabajo político administrativo, las experiencias y sobre todo los deseos y proyectos de la comunidad, ya que tuvo una par­ticipación de estos sectores, con las limitaciones de un momento en el cual apenas se empezaban a dar experiencias en este sentido.

En la misma dirección, el Plan de Desarrollo Cultural de la ciudad de Medellín de 1990 fue la primera experiencia realizada en una ciudad colombiana. También fue ampliamente difundido en diversas ciudades del país, incluida Santa Fe de Bogotá, que lo con­sultó para sus proyectos Bogotá Siglo XXI y Cultura Ciudadana.

El Plan Estratégico de Medellín y el Área Metropolitana 2015, un esfuerzo enorme en una proyección más amplia, que contem­pla de manera relevante la política cultural como parte estructurante, convocó a la participación comunitaria especialmente con el con­curso de Asencultura -Asociación de Entidades Culturales de Me­dellín- y de la mesa de trabajo de cultura surgida a partir de los fo­ros y seminarios Alternativas de Futuro para Medellín y su Área Metropolitana, organizados a propósito de las convocatorias de la Consejería Presidencial para Medellín y su Área Metropolitana. En éstos la ciudad se descubre a sí misma en su polifónica dinámi­ca cultural.

2.2. Dimensión y proyección regional

Esta mirada a los procesos de Antioquia de 1984 a 1999, en rela­ción con las políticas culturales, constata una dimensión regional en el sentido de consultar e investigar, así sea precariamente, proce­sos que se venían generando en el departamento, impulsados tanto

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desde la institucionalidad oficial como desde la privada y comuni­taria. En la misma dirección se pretendió que se proyectaran regio-nalmente y que jalonaran, a la vez, procesos similares de políticas culturales en los diversos municipios del departamento. En varios de ellos se han materializado esfuerzos: según la Dirección de Cul­tura de Antioquia, 35 municipios los han formulado. La política del municipio de Bello, culminada en 1998, es muy significativa por la complejidad de su realidad política, social y cultural y espe­cialmente por la rica experiencia comunitaria que la sustentó.

2.3. Conexión e interlocución con la academia

Éste es un aspecto que vale la pena resaltar. El divorcio tradicional entre el sector académico y el público y comunitario empieza a re­solverse con un acercamiento que benefició a todas las partes. Se enriqueció, sin lugar a dudas, la concepción y metodología en la formulación de políticas culturales con los aportes teóricos e inves­tigativos de la academia, en un momento en que paralelamente se dan unos avances muy importantes en el desarrollo de las ciencias sociales y humanas en nuestro medio. Al mismo tiempo, el trabajo con el sector político y comunitario en la formulación de políticas culturales enriquece también a la academia, que rompe con su tra­dicional asepsia e involucra la problemática sociocultural como ob­jeto más directo de sus funciones de docencia, investigación y ex­tensión, ampliando así indudablemente su horizonte de reflexión e intervención.

Convendría hacer un análisis pormenorizado, para ver hasta qué punto estos procesos de formulación de políticas culturales per-mearon e hicieron circular conceptos y saberes entre los dos secto­res, y cómo se han complejizado términos claves en la formulación

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de las políticas culturales, tales como: política cultural, identidad,

región, patrimonio y democracia cultural, entre otros. Así mismo,

considerar si existe una relación con proyectos de investigación y

tesis en el campo de las ciencias sociales y humanas. Con un vista­

zo a vuelo de pájaro, en ellos se ven temas concernientes que po­

drían haber influido en la formulación de políticas culturales. Creo

que esto es importante especialmente en las dos universidades públi­

cas, la de Antioquia y la Nacional, por ejemplo en relación con el

Instituto de Estudios Regionales, INER, que nace en 1988; en los

departamentos de Antropología, Español y Lingüística e Histo­

ria, en las Facultades de Ciencias Sociales, Comunicaciones y Ar­

tes, así como en el Centro de Investigaciones Sociales y en la Direc­

ción de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia. Es­

pecial significación tienen los trabajos del INER, pues han sido muy

divulgados tal como lo hemos visto en este seminario.

El trabajo de la Universidad Nacional, sede de Medellín, en

esta dirección también ha sido relevante, sobre todo el de su Facul­

tad de Ciencias Humanas y Económicas —Departamentos de His­

toria y Humanidades y Posgrados en Estética, Semiótica y Her­

menéutica del Arte—, así como el de la Dirección de Extensión

Cultural de la universidad, que estuvieron estrechamente vincula­

dos a los procesos pioneros de formación de gestores culturales y de

la formulación de las políticas culturales.

En los últimos años también ha habido participación de otras

universidades privadas como la Bolivariana, Eafit y Luis Amigó.

2.4. Conexión y relación con otros proyectos culturales

Éste es un aspecto interesante, pues permite inferir cómo se dio, en

la formulación de políticas culturales, ia relación y la conexión con

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otros proyectos culturales que hicieron posible la confrontación y el enriquecimiento mutuo. Me refiero por ejemplo al de "Memo­ria Cultural", cuyas primeras experiencias en Antioquia, pilotos en el país, fueron paralelas a la formulación de políticas culturales, como en el caso de las Bases del Plan de Desarrollo Cultural de Antioquia 1984-1986 y del Plan de Desarrollo Cultural de Me­dellín, que están vinculadas a la realización de las historias de Antioquia y Medellín, ambiciosos proyectos patrocinados por Su­ramericana de Seguros, con amplia participación de la Academia y extensamente divulgados en la región; los trabajos del INER, como las monografías de varios municipios de Antioquia, y el acompa­ñamiento de los planes de desarrollo de los municipios. Así mis­mo, algunos trabajos del postgrado de Planeación Urbano Regio­nal y del Cehap de la Universidad Nacional, vinculado especial­mente este último al Plan Estratégico de la ciudad y el Área Me­tropolitana 2015 y a los planes de ordenamiento territorial.

Creo que es necesario mencionar la importancia de los trabajos de otras instituciones y organizaciones no gubernamentales, como Faes, la Corporación Región, IPC (Instituto Popular de Capacita­ción), el Programa Paisa Joven, Presencia Colombo-Suiza, el tra­bajo de la Asociación Departamental de ONG y la Fundación Co­rona, muy involucrados, especialmente en la última década, en el análisis de la realidad política y sociocultural de la región y de la ciudad, y en proyectos con la ciudad y el departamento a través sobre todo de su relación con la Consejería Presidencial para Medellín, con los sectores políticos administrativos y académicos de la región y con sectores comunitarios, lo que ha permitido confrontar, enri­quecer y propiciar políticas culturales.

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2.5. Sintonía internacional

Cuando nos reuníamos por primera vez en 1984, para la Formula­ción de las Bases del Plan de Desarrollo Cultural de Antioquia, circulaban apenas tímidamente las conclusiones de la Conferencia Mundial Intergubernamental de Políticas Culturales "Mundial-cult" de México 1982. Por primera vez se puso en circulación la definición de cultura que en estos últimos años ha sido tan difun­dida, y que se ha consagrado en diversos documentos regionales y nacionales, como por ejemplo en la Ley de Cultura. Curiosamen­te, también en reuniones internacionales como la última mundial sobre políticas culturales realizada en Estocolmo en 1998. (Valdría la pena preguntarse el por qué de este hecho a ló años de la reunión de México, en un momento tan importante del desarrollo de las ciencias humanas y sociales y de los estudios culturales que han per­mitido enriquecer y complejizar aún más el concepto). Debe rele­varse que en esos planes también se pusieron en circulación térmi­nos y conceptos que se tramitaron en las reuniones de México 82 y en la de Políticas Culturales Latinoamericanas y del Caribe de 1978, realizada en Bogotá; en las reuniones de ministros de Cultura en diversos países, así como en la declaración de la Reunión de Mi­nistros de Cultura de los Países no Alineados, realizada en Medellín en 1997.

Pero esta conexión internacional no sólo se da en términos de los aportes de los organismos o de las reuniones gubernamentales. Es interesante destacar la vinculación que empieza a darse con una comunidad académica internacional que ha generado una investi­gación y un saber al respecto. Los dos nombres más significativos son, sin lugar a dudas, Martín Barbero y García Canclini. Sin em­bargo, pese a la circulación de sus valiosos trabajos, es necesario y

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urgente que aprendamos más de lo que yo llamaría "una pedago­gía para la política cultural", que encierra la dimensión, profundi­dad y proyección de la obra de estos dos destacados académicos. Otros nombres son así mismo importantes y han influido con sus trabajos: Brunner, Landi —del Consejo Latinoamericano de Cien­cias Sociales, Capítulo de Políticas Culturales (Clacso)-, Renato Ortiz, Mattelat, Castells, Bonfill Batalla y Carlos Monsiváis. En el campo de la animación sociocultural, Ander Egg y Antonio Cor­nejo Polar, entre otros.

Personalmente, creo que en el grupo de las personas que nos ocupamos de las políticas culturales en la región, hay un reto nece­sario que es incorporar aún más estos valiosos aportes. Es preocu­pante la tendencia, percibida en el país, a la formación de gestores culturales y de los que se han llamado "planificadores culturales" influenciados por una concepción basada en una razón instrumen­tal, así como por el recurso permanente a una terminología que al­gunos llaman despectivamente "unesquiana". Comparto esta apre­ciación cuando se traduce en ideas esquemáticas para el tratamiento de las políticas culturales, y no en una utilización inteligente de los aportes que las reuniones de la Unesco han hecho.

2.6. Participación comunitaria

Cuando hablo de ella, quisiera evitar el tópico en que se ha conver­tido su uso, banal y demagógico. En la perpectíva de estos quince años de formulación de políticas culturales en la región, no puede dejar de percibirse un cambio que corresponde obviamente a los postulados del nuevo proyecto político del país, al proponer un paso de la democracia representativa a una participativa, con las dificul­tades y la dolorosa y cruel realidad que ha significado su imple-

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mentación. Creo que ha habido más voces convocadas, más voces escuchadas o que quieren hacerse oír o dialogar en torno a lo que significa un proyecto político de democracia cultural. Pienso que en este tiempo, con los errores cometidos, con las distorsiones o aprovechamientos que a veces se hacen en este sentido, es un hecho político-cultural de trascendencia la necesidad y bondad de esta participación, sin duda focalizada en la sociedad civil, tan mencio­nada pero tan difusa en sus límites conceptuales y reales, y a la vez tan dinámica y heterogénea.

Vale la pena resaltar en esta dirección, luego de tantos años de experiencias en Antioquia en la formulación de políticas cultura­les, la presencia de casas de la cultura y bibliotecas públicas en los 125 municipios del departamento: más de 100 casas de la cultura, numerosas bibliotecas y en los últimos años el impulso a los Con­sejos Municipales de Cultura. Al respecto es muy interesante con­sultar los diagnósticos que el Plan Sectorial de Cultura de Antioquia 1998-2000 ha realizado. Debe señalarse sobre todo el aporte de lí­deres y grupos comunitarios y juveniles, de artistas y de organiza­ciones "sectoriales", si se pueden llamar así. Es muy significativo el caso de "Asencultura", Asociación de Entidades Culturales de Medellín, con casi 20 años de existencia y más de 50 instituciones vinculadas, cuya presencia en los procesos de formulación de polí­ticas culturales ha sido constante.

Sin embargo, frente a las organizaciones comunitarias y juve­niles, pienso —y esto lo he sostenido ya en otros recintos—, que a pesar de las dificultades y crisis que muchas veces afrontan, y sobre todo del peligro que implica su trabajo con el azote implacable de la violencia, y de sus desiguales desarrollos, su dinámica y fuerza rebasan la respuesta que la "institucionalidad cultural" pública, pri­vada y también la académica les han dado en términos de acompa-

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ñamiento y compromiso conjunto en la formulación, ejecución y seguimiento de las políticas culturales.

• El concepto de lo regional y su cuestionamiento

Poco a poco, en el paso de estos quince años y a través de los proce­sos político-culturales y académicos, creo que hemos tenido una ga­nancia: hemos empezado a entender, solamente en algunos círcu­los, es verdad, el concepto de pluralidad regional en nuestro depar­tamento. Cuando nos quejábamos de la insolencia centralista y esgrimíamos el "Colombia, país de regiones", olvidábamos los pro­blemas de nuestra propia casa: la pluralidad cultural de lo que se ha llamado la región antioqueña: "Antioquia, región de regiones". Una especie de esencialismo narcisístico con algo de fundamen­talismo había construido una especie de "Idola Regiones", recor­dando a Bacon. "La antioqueñidad", una especie de "En esencia única, unidad santísima".

Sin embargo, ya en las "Bases del Plan de Desarrollo Cultural de Antioquia", al criticar la identificación de las ocho grandes re­giones culturales de Colcultura, se decía en el documento de Polí­ticas Culturales de 1976: "... una mirada más en detalle sobre el mapa cultural colombiano puede llevar a la identificación de nue­vas regiones culturales. Para el caso concreto de Antioquia, es muy importante identificar las regiones o subregiones culturales que pue­den existir y que muchas veces un discurso estereotipado, falto de contenido y con frecuencia mal interpretado como el de la "antio­queñidad" no permite vislumbrar" (Bases del Plan de Desarrollo Cultural de Antioquia: 22).

En el Plan Estratégico de Medellín y su Área Metropolitana 2015, al presentar el enfoque del plan se habla de la necesidad de

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renovar "la herrumbre de la añoranza y la ideologizada zaga de una antioqueñidad homogenizante" (Plan Estratégico, 1998: 96).

Sin lugar a dudas se ha manipulado ideológica y políticamen­te este concepto de "antioqueñidad". Ya nos lo expresaba el Rec­tor de la Universidad sede de este certamen, el Dr. Juan Felipe Gaviria, en el discurso inaugural, y el historiador de la Universi­dad Nacional y profesor de Eafit, Manuel Bernardo Rojas, en una ponencia densa y que suscita, sin lugar a dudas, una profunda y compleja polémica, pues elabora una excelente reflexión al res­pecto.

Es cierto que esta manipulación de la "antioqueñidad" se utili­zó como defensa contra el excesivo centralismo. Pero así mismo se constituyó en un obstáculo político-cultural para mirar a nuestro departamento desde una perspectiva regional crítica y especialmente como perteneciente a una nación.

2.7. Mayor capacidad de formulación que de evaluación, seguimiento y recontextualización

Cuando me refiero a esto quiero aclarar que debe hacerse un análi­sis más pormenorizado y crítico, no sólo de la ejecución de los pro­yectos concebidos en los planes, sino también de los fundamentos y diagnósticos que sustentan nuestra política cultural. Mi percep­ción en estos quince años es que ha habido más cuidado en la for­mulación, que en los procesos de seguimiento y evaluación, así como de la necesaria recontextualización de las políticas y planes en una sociedad tan vertiginosamente cambiante. Esto puede llevar a una especie de "fetichización de los planes".

Es interesante resaltar que cuando se formuló la primera expe­riencia con las "Bases del Plan de Desarrollo de Antioquia", nos

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pareció a los miembros de la coordinación técnica y del Consejo Directivo encargado de la elaboración final, que era más riguroso llamarla "Bases" que tajantemente "Plan". Era una primera expe­riencia y, como dije, nos había tocado construir una metodología. Se trabajó con esta carta de navegación durante años, de manera efec­tiva sí, porque impulsó transformaciones profundas en las políticas culturales e hizo posible realizar proyectos de envergadura, algu­nos pilotos en el país. Sin embargo, a pesar de que se llevaron a cabo evaluaciones, nunca se hicieron con el rigor y profundidad que exigían. Pienso en ese sentido que el Plan Sectorial de Cultura de Antioquia 1998-2000, aunque su horizonte lo propone más como un plan de gobierno que una política a largo plazo, realiza un diag­nóstico que se constituye en cierto sentido en una evaluación si bien insuficiente.

Es cierto que en estos últimos años se ha dado en ios procesos planificadores el esfuerzo por construir indicadores de gestión que, en el caso de las políticas y planes culturales, deben ser muy espe­cíficos y tener una gran complejidad al contemplar como funda­mental el concepto de rédito social.

2.8. Dificultad en los recursos financieros que materialicen los planes y políticas culturales

En los análisis sobre desarrollo cultural, se ha vuelto un tópico mencionar la falta de apoyo financiero suficiente desde el Estado, referirse a la cultura como la cenicienta del Estado, hablar de que la cultura no se apoya lo suficiente porque no da votos, entre otras comunes expresiones. Se han hecho algunos anáfisis sobre los avan­ces que en materia de financiación de la cultura ha habido en la ciudad y en el departamento sin mayores profundizaciones. Sin

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lugar a dudas la formulación de políticas ha hecho posible, como es lógico, al entrar en las estrategias de planificación del desarrollo social en el departamento y en el municipio, una mayor posibili­dad de apoyo regional, nacional e incluso internacional. No obs­tante, el trabajo cultural es de tal dimensión en el departamento que los recursos son insuficientes. De todos modos la capacidad de ges­tión administrativa y financiera se ha cualificado en las institucio­nes culturales donde la "cultura de proyectos" ha realizado esfuer­zos y logrado definiciones.

De todos modos, al finalizar este siglo, la situación financiera es supremamente delicada en el sector cultural, no sólo por la hon­dísima crisis económica del país, sino también por la del departa­mento y de la ciudad que, en relación con el contexto nacional, con­taban con cierta solvencia y, aunque nunca alcanzaba a cubrir las grandes necesidades educativas y culturales regionales, por lo me­nos apoyaba muchos proyectos y sacaba adelante otros.

No deben dejar de mencionarse como preocupantes también las transformaciones llevadas a cabo, debido al modelo económico que se ha impuesto y a la concepción del papel del Estado. Era necesaria y urgente una modernización del aparato estatal, y en el campo cul­tural también había que hacer transformaciones que buscaran una mayor eficacia y eficiencia del Estado y una lucha contra la corrup­ción y burocratización. Pero es grave que en aras de una pretendida modernización del Estado, se olvide que la educación y el acceso a la cultura como derechos fundamentales humanos consagrados en nues­tra constitución y postulados en nuestras políticas educativas y cultu­rales son deberes ineludibles del Estado como garante del bien co­mún. Por lo tanto, someterlos sólo a las leyes del mercado es peligroso.

En medio de esta dolorosísima y trágica crisis y entre tanta con­fusión una cosa es absolutamente clara: un proyecto de región y de

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país de regiones, económica, política y socialmente sólido pasa por el afincamiento en un proyecto político cultural y educativo que le dé orientación y sentido.

En la perspectiva de estos 15 años de políticas culturales, es ne­cesario y urgente un análisis profundo y exhaustivo de los procesos de financiación de la cultura, la utilización y el beneficio obtenido con los recursos comprometidos, el papel del Fondo Mixto en los últimos años en relación con la materialización de las políticas cul­turales, la participación del sector privado y los procesos de au-tofinanciación que se han generado.

2.9. Limitaciones en la concertación

El proceso de formulación de políticas culturales en el departamento y en la ciudad en estos 15 años se realizó con una significativa par­ticipación también de sectores no estatales y grupos comunitarios.

El Plan de Desarrollo Cultural de la ciudad en 1990 y el Plan Estratégico de Medellín 2015 se formularon en momentos de una agudización de la crisis que logró una amplia convocatoria y res­puesta de diversos sectores sociales. Sin embargo, creo que desde los organismos del Estado que los lideraron, ha habido inercias, falta de iniciativa y falta de liderazgo para comprometer sobre todo en su ejecución y evaluación a diversos sectores políticos, empresaria­les, gremiales, artístico-culturales, de medios y comunitarios que pierden el entusiasmo y la credibilidad si no hay un interlocutor, un "concertante" sólido que exprese y proponga con claridad y ener­gía los caminos que deben seguirse. También ha faltado un mayor apoyo y no sólo exigencias en los sectores sociales comprometidos. Esto permitiría enfatizar el carácter público de las políticas que cada vez me parece más importante.

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Es innegable que se ha logrado mucho. En ese sentido, cuan­do se habla de avances en el departamento y la ciudad, sin lugar a dudas se está en lo cierto, y sin embargo falta mucho por hacer y por aprovechar de una dinámica sociocultural de la ciudad y la región que potencialmente es muy grande, a pesar de la gravedad de los problemas que vive, pero que presenta y puede presentar aún más síntomas de decaimiento y pérdida de fe si no se maneja esta concertación.

Por consiguiente, con mayor razón deben afinarse las políticas culturales, al ver en retrospectiva estos quince años de formulación de planes, realizando la necesaria recontextualización y buscando el apoyo del Estado y de otras organizaciones de la sociedad civil.

• Los dramas de la violencia

En este trágico cruce de fuegos que es el diario acontecer en el país y la región, los proyectos que han materializado políticas culturales se han visto afectados, y lo que es peor, con víctimas: líderes, artis­tas, académicos y trabajadores culturales han sido dolorosa y absur­damente sacrificados; casas de la cultura e instituciones culturales afectadas y destruidas, y algunas propuestas paralizadas. La dolo-rosa pérdida de Hernán Henao, en el ejercicio de su trabajo acadé­mico, nos hiere personal, real y simbólicamente, y golpea duramen­te el proyecto político cultural. Las imágenes recientes del municipio de Nariño, la destrucción de su población y de su proyecto muni­cipal, incluyendo la Casa de la Cultura, nos lacera muy hondo, para no mencionar sino dos de los más cercanos y trágicos sucesos.

Sin embargo, ha habido valor y coraje para seguir formulando políticas y planes y trabajando en proyectos. La cultura no es una panacea para ei conflicto. Tiene que existir, eso sí, un proyecto cul-

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tural en medio del conflicto, que lo contemple y sobre todo que acepte la complejidad y el riesgo que significa ahora más que nun­ca el trabajo cultural.

3. Paisajes inéditos, caminos por recorrer con prisa

Creo que puede colegirse de lo expuesto que hemos recorrido ca­minos con algunos recodos que a veces pueden volverse más bien encrucijadas. Vale la pena señalar en esta última parte lo que deno­mino "paisajes inéditos". Los paisajes no sólo son idílicos y bucóli­cos. En nuestro medio no son escasos los que son duros y rudos. Pero existen caminos por recorrer con prisa, con ojos y oídos abier­tos y pasos seguros y rápidos.

Trataré someramente de hacer referencia a algunos que además tocan limitaciones y escollos encontrados:

• Una política cultural para los desplazados

Paisaje rudo en realidad éste que se nos presenta en todo el país y en el departamento en forma lacerante. Podría preguntarse "para qué sirve la cultura en épocas de conflicto" parafraseando a Hólderlin.

FJ desplazamiento es una realidad económica, política y social, pero es sobre todo una compleja realidad cultural. ¿Cómo diseñar una política cultural en un país con más de 1'200.000 personas des­plazadas? He ahí un reto ético y político-cultural.

• Perspectiva de continuidad, no continuismo

Las ciencias sociales y específicamente la historia nos han enseñado el concepto de larga duración (recordemos al maestro Braudel). En

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políticas educativas y culturales esto es un elemento imprescindi­ble. Continuidad consiste en que no haya cortes de proyectos, abor­tos, costos y pérdidas innecesarias. Tener sólo políticas culturales de gobierno, sin políticas de Estado o aún más sin políticas públicas, es un desdibujamiento del proyecto político cultural.

En educación y en cultura el departamento y el país han paga­do costos altísimos por este problema, o porque por inercia se per­siste tercamente en un continuismo narcisista, o con apetencias po­líticas. Continuidad, por el contrario implica: análisis de lo hecho, seguimiento, evaluación y sobre todo recontextualización y refor­mulación atendiendo a las nuevas dinámicas socioculturales y a los avances científicos y técnicos, no sólo regionales sino nacionales e internacionales en la perspectiva de una cultura mundo.

• Descentramiento más que descentralización

Nos lo ha dicho Jesús Martín Barbero. Descentralización significa transferir, descentrar implica reconocer las posibilidades de otros centros. En este caso las regiones deben desatar procesos que obe­dezcan a su geografía y a su paisaje cultural, pero al mismo tiempo no deben perder su relación con otros paisajes y geografías cultura­les de esta compleja nación.

• Afrontar más profundamente las relaciones educación-cultura

En la formulación de políticas culturales tanto regionales como nacionales, así como en Latinoamérica, se ha vuelto un tópico, a veces una especie dtflatus vocis, como decían los escolásticos, acu­dir a la política cultural de la relación educación-cultura. En la pers­pectiva de la educación y de la cultura en el departamento, aunque

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existe mucho por hacer, se han logrado significativos avances pero hay problemas de fondo.

No es suficiente que nos quejemos de la crisis de la educación en Antioquia, especialmente cuando vemos los resultados del Icfes y añoramos proyectos educativos como los de Berrío a finales del siglo pasado, o los que permitieron en este siglo que Antioquia tu­viera un liderazgo nacional en este campo.

Las nuevas reformas educativas y culturales, tanto universita­rias como las de la Ley 115 y las políticas departamentales en rela­ción con la educación y la cultura, nos permiten dar mayor conte­nido y trazarle nuevos horizontes a esta relación. A guisa de ejemplo, creo que los Planes Educativo Institucionales PEÍ y los Planes Edu­cativos Municipales PEM ofrecen posibilidades grandes que están por explorarse. Debe señalarse que en la actualidad el departamen­to realiza un trascendental proyecto con la Facultad de Ciencias Hu­manas y Económicas de la Universidad Nacional, en la perspecti­va del mejoramiento de la gestión educativa y cultural con el apoyo del Banco Mundial, que involucra a 40 educadores y gestores cul­turales y que se propone efectos de largo alcance.

• Educación de la sensibilidad

En esto hemos soñado y dibujado hermosos paisajes y es un hecho que se han realizado esfuerzos. Pero hay que buscar y pintar más. He tenido oportunidad de asistir a talleres de capacitación en este campo; de observar el proyecto del "Museo, un aula más en la Ada de los estudiantes" que se planteó desde la Universidad Nacional de Bogotá en asocio con otras instituciones de la capital, incluido en el Plan de Desarrollo Cultural de Medellín de 1990 y cuyos avan­ces más importantes han sido en el Departamento de Antioquia.

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Educar la sensibilidad es una de las propuestas educativo-cultura-les que más propician la innovación, la creación. El estudiante del departamento no sólo debe tener un acercamiento al fenómeno ar­tístico, que le ofrece deleite estético, y en especial instrumentos para la comprensión y transformaciones de su entorno personal y social; debe tener también una educación de la sensibilidad en sentido amplio, que estimule su capacidad de asombro, comprensión y so­lidaridad. De allí se desprenden políticas de estímulo a la creación, urgentes en el desarrollo de las políticas en relación con el sector cultural. Pienso a veces, y esto puede sonar duro, que estamos for­mando un funcionario educativo-cultural muy preocupado por aspectos burocráticos, y no lo digo en el sentido peyorativo de la palabra, aunque también existen burocracias en el sentido perverso de la concepción, problema no sólo de este sector, sino de otros sec­tores, y no sólo de la región y del país. No consuela el que aún en países de desarrollo cultural muy avanzado también existan estos escollos.

¿Cómo contemplar la formación, en el sentido integral de la palabra, en las nuevas formulaciones y ejecuciones de políticas? "Gestores culturales" como se dice actualmente, "mediadores" como ha insistido Jesús Martín Barbero, que sepan, sí, las normas del Banco Nacional de Proyectos de Planeación, de los Ministerios, Se­cretarías y Fondos Mixtos para formular sus proyectos, que pien­sen en la perspectiva de la planeación estratégica con manejo ade­cuado de Matrices Dofa, con capacidad de definir misión y visión y no confundirlas, y con capacidad de diseñar indicadores de ges­tión, pero ante todo y sobre todo con capacidad de conmoverse en la di­mensión estética de la palabra, sin lo cual todo trabajo en cultura, es es­quemático, árido y estéril.

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•Asumir en serio las relaciones estrechas comunicación-cultura

Incorporar la dimensión cultural de la comunicación es un estribi­llo que hemos venido oyendo especialmente en los últimos años. Es urgente que digamos pero sobre todo que aprendamos de la valiosa pedagogía cultural del profesor Martín Barbero y de cole­gas suyos así como discípulos, pues la afortunada realidad es que ha creado escuela y que ya ha empezado a dar frutos valiosos que hemos escuchado en éste y otros seminarios.

En las Bases del Plan de Desarrollo de los años ochenta se plan­teaba casi imperceptiblemente este asunto. A partir del Plan de De­sarrollo de Medellín en 1990, durante toda la década se ha recalca­do la urgencia de políticas culturales a este respecto.

Pero hay mucho camino por recorrer y necesidad de hacerlo muy de prisa. Cómo incorporar y reorientar un proyecto agresivo en una región que tiene una historia pionera del desarrollo de la radio comercial, así como de la radio cultural: tres emisoras, una de ellas la de la Universidad de Antioquia, que después de la emisora de la Biblioteca Nacional, surgida a finales de los veinte y que des­apareció en los treinta, es la más antigua del país; otra con más de 40 años, la de la Bolivariana, y una del sector empresarial, la Cá­mara de Comercio, de amplia aceptación y de invaluable trabajo pedagógico. Cómo incorporar los medios escritos al contar con un periódico de primera importancia en el país y con otros dos de cir­culación regional. Cómo trabajar con la televisión: TeleAntioquia, el primer canal regional existente desde 1984. Una excelente pro­puesta, TeleMedellín, que pareciera dispuesto a jugársela toda al proyecto político cultural y educativo. Un canal interuniversitario que agrupa a 5 universidades del país, entre ellas dos públicas y que ha empezado a operar recientemente.

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Qué hacer en un departamento que tiene el número y la diver­sidad de medios alternativos, tanto en la ciudad como en los otros municipios, a veces precarios y frágiles, pero importantísimos en una comunicación comunitaria más directa.

Y no por último menos importante, qué hacer con los espacios públicos, campos de conflicto en nuestra violenta geografía, pero campos también de diálogo, de convivencia, de encuentro, de una efectiva política cultural de comunicación.

Pienso en estas responsabilidades de los comprometidos con las políticas culturales y me asustan, pero me azuzan a la vez a imagi­nar e impulsar acciones cada vez de mayor urgencia: investigacio­nes de consumo cultural e incorporación a las políticas culturales, de comunicación y formación de públicos, sobre lo cual ya se viene trabajando. Por ejemplo, el Teatro Pablo Tobón Uribe, el Teatro Matacandelas y la Oficina Central de los Sueños realizan un pro­yecto en esta dirección que se espera sirva de puntal para definir políticas.

• Incorporación del patrimonio consolidado y del que está por consolidarse con mayor fuerza en nuestras políticas culturales

Empiezo por este último, la distinción es de los brasileños y en úl­tima instancia es la creación que está -y permítanme la repetición, que es más bien reiteración— creando patrimonio. La educación ar­tística nos ofrece posibilidades. En el contexto de las leyes de cul­tura y educación aparece muy claro. En el plano regional hay pre­mios, estímulos y becas. Pero cómo incorporar más políticas que propicien el fomento a la consolidación de patrimonio, a la crea­ción, en el contexto de la vida escolar, laboral, en el ejercicio de la jubilación y aún más en el drama del desempleo. No podemos ol-

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vidar a más de 20% de la población que con las perspectivas labo­rales tan sombrías tiene derecho a ser objeto de una política cultu­ral, a que se le ofrezca estímulos a la creación, a su autoestima y dignidad mediante un proyecto político educativo y cultural, a la par que se buscan las propuestas de generación de empleo.

Para terminar me refiero al patrimonio consolidado como tra­dicionalmente lo entendemos. Las políticas culturales en la región y en la ciudad han propiciado avances. Pero queda muchísimo tre­cho y, lo que es más importante, que se incorpore como patrimonio simbólico en las memorias individuales y colectivas para alimentar procesos de reconocimiento, de referentes, de esas esquinas por las que preguntaba algún pobre ciego perdido en esta ciudad en mo­mento de su destrucción por la construcción del metro. Esquinas que son cruces de caminos, y comienzo de nuevas rutas.

Valdría la pena tener presente los esfuerzos e innovaciones que en este último campo se han venido haciendo en el plano arquitec­tónico, documental, de memoria oral y visual (por ejemplo el va­lioso aporte de la Biblioteca Pública Piloto) y los proyectos del Pala­cio de la Cultura Rafael Uribe Uribe, del Paraninfo de la Univer­sidad de Antioquia y de la Estación del Ferrocarril, entre otros. Vale la pena mencionar la constitución de un grupo interdisciplinario de Cultura y Patrimonio con unos 15 académicos de las universi­dades Nacional y Bolivariana, vinculado ya a la Red Caldas de Colciencias y que ha emprendido desde hace un año propuestas de investigación, docencia y extensión con posibles consecuencias be­néficas para la formulación y ejecución de políticas culturales en el departamento y el país.

• Proyecto de evaluación de 15 años de las políticas culturales re­gionales y locales en Antioquia y Medellín

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La retrospectiva de 15 años de formulación de políticas culturales y de elaboración de planes de cultura de 1984-1995 es una oportuni­dad importante para proponer un proyecto de investigación que evalúe sus logros, avances y recepción en la sociedad civil. Sería un trabajo de gran utilidad para el departamento y para el país, pues podría servir de referencia a muchas regiones. El trabajo que he pretendido hacer en este seminario quiere ser un llamado a realizar una investigación formal en esta dirección.

• Coda y estribillo

Mis referentes y nostalgias poético-musicales no me abandonan al referirme a las políticas culturales, cuyo desarrollo y exposición pue­de volverse muy árido. Un leit motiv: para adelante, oídos polifó­nicos, miradas caleidoscópicas.

Muchas, muchas voces, muchas formas y colores hay para in­corporar en las políticas culturales. Unas sinestesias: cruzar formas, colores con sonidos, racionalidades y sobre todo sensibilidades. "Volver a pensar la urdimbre y la trama".

Decía hace poco, en un seminario en Cartagena y refiriéndo­me al bellísimo cuento de Saramago, titulado "La isla desconoci­da", llevado a una conmovedora versión dramatizada por el Pe­queño Teatro de Medellín: hay que tener ojos abiertos y espíritu corajudo para buscar y seguir incorporando a nuestra geografía cultural nuevas islas que no están consignadas en la cartografía que nos guía.

Y una recomendación. En medio de la aridez de la formula­ción de proyectos, de luchar con matrices dofas, de precisar misio­nes, visiones, objetivos, indicativos, invocar a Leo, Leo le Gris, León de Greiff el de "Bolombolo país exótico no nada utópico", y

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el de las valquirias, el vate musical que nos cantara al oído y a la

vista "... pero es que es tan bello ver fugarse los crepúsculos...".

ta

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