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E L HUMANISMO cristia- no se expresa de forma articulada en la Doc- trina Social de la Iglesia. Mi tesis es que, a pesar de sus in- discutibles avances en el reco- nocimiento de la libertad de mercado, dicha doctrina, tal como aparece en su versión más renovada en la Centesimus Annus, comparte la tensa am- bivalencia del intervencionis- mo económico más o menos moderado que ha prevalecido durante el siglo XX, porque defiende la libertad pero tam- bién justifica su limitación. Este ensayo intentará probar dicha ambigüedad recorriendo con detalle la encíclica que a propósito del centenario de la Rerum Novarum publicó Juan Pablo II en 1991. TENSIÓN ECONÓMICA EN LA CENTESIMUS ANNUS a CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN* Este artículo analiza el humanismo cristiano de la Doctrina Social de la Iglesia explorando ampliamente la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II. Reflexiona sobre la contradicción fundamental que representa su respaldo a la economía de mercado y simultáneamente a su limitación, y critica la equí- voca equidistancia entre el Estado y el mercado. Palabras clave: Doctrina Social de la Iglesia, economía de mercado, Estado. * Carlos Rodríguez Braun es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universi- dad Complutense.

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EL HUMANISMO cristia-no se expresa de formaarticulada en la Doc-

trina Social de la Iglesia. Mitesis es que, a pesar de sus in-discutibles avances en el reco-nocimiento de la libertad demercado, dicha doctrina, talcomo aparece en su versiónmás renovada en la CentesimusAnnus, comparte la tensa am-bivalencia del intervencionis-

mo económico más o menosmoderado que ha prevalecidodurante el siglo XX, porquedefiende la libertad pero tam-bién justifica su limitación.Este ensayo intentará probardicha ambigüedad recorriendocon detalle la encíclica que apropósito del centenario de laRerum Novarum publicó JuanPablo II en 1991.

TENSIÓN ECONÓMICA

EN LA CENTESIMUS

ANNUSa

CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN*

Este artículo analiza el humanismo cristiano de la Doctrina Social de laIglesia explorando ampliamente la encíclica Centesimus Annus de Juan PabloII. Reflexiona sobre la contradicción fundamental que representa su respaldo ala economía de mercado y simultáneamente a su limitación, y critica la equí-voca equidistancia entre el Estado y el mercado.

Palabras clave: Doctrina Social de la Iglesia, economía de mercado, Estado.

* Carlos Rodríguez Braun es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universi-dad Complutense.

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INTERPRETACIONESDE LA ENCÍCLICA

NO SOY practicante,pero me interesanmucho los proble-

mas religiosos y morales, habi-tualmente mal tratados por elvano relativismo ético que ca-racteriza nuestro tiempo. Hesido y soy un defensor de JuanPablo II, que me parece unpensador muy fino; no sólosuele atinar en sus juicios mo-rales y políticos sino que tam-bién emite en ocasiones men-sajes económicos sumamenteacertados1. Conozco también,por mi profesión, la tradicióndel pensamiento económicocatólico, que es larga y rica,pero también tensa y contra-dictoria. Incluye indudableselementos de reconocimientoy respeto a la libertad, y enparticular a la libertad econó-mica, pero también nocionesmuy hostiles al mercado, desdeque el primer Concilio, el deNicea, condenó el turpe lucrumya en el año 325.

En estas condiciones y espe-cialmente tras el colapso visi-ble del comunismo en 1989era natural que los liberales ca-tólicos saludaran a la Centesi-mus Annus como el comienzode una fértil jornada que iba a

aproximar a los liberales y laIglesia Católica, tras siglos demutua incomprensión y recí-proco recelo. Sus esfuerzospueden verse en un interesantevolumen (Pham 1998) publi-cado recientemente sobre laencíclica pero que, a pesar deestar editado por el Vaticano, yde incluir a los más destacadospensadores del catolicismo li-beral, no deja de definir níti-damente la tensión entre am-bos, reflejada en las opinionesde las autoridades eclesiásticas.

En este volumen, donde senos recuerda el interés del Pa-pa por conocer las doctrinaseconómicas (Mejía 1998, pp.43-44) y donde el reputadocatólico liberal Michael Novakcompara la fecha de publica-ción de La riqueza de las nacio-nes de Adam Smith y la Revo-lución Francesa, y nos aseguraque: “Mejor que ningún otropapa anterior, Wojtyla percibeque 1776 ofrece a la Iglesia unsendero muy distinto del de1789” (Novak 1998, p. 231), elpresidente del Consejo Ponti-ficio para la Justicia y la Paz,François-Xavier Nguyen vanThuan, pone las cosas claras:el Papa no es liberal, y lo queaconseja es un “sistema tripar-tito donde la política demo-crática y una cultura moral di-

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námica disciplinan y templanel mercado libre” (Thuan1998a, p. x)2. Abordaré másadelante la cuestión “triparti-ta”, pero cabe apuntar que elpensamiento intervencionistamoderno parte de esa mezclade mercado y controles políti-cos, que ha dado lugar a losgraves problemas que conoce-mos de paro, impuestos, desin-centivos de todo tipo y fomen-to de la irresponsabilidad indi-vidual.

Me detendré unos instantesen este hombre, porque meparece admirable, y es cual-quier cosa menos un simpati-zante de las ideologías antica-pitalistas. Cuando los comu-nistas tomaron Vietnam delSur en 1975, Nguyen vanThuan fue arrestado y encar-celado hasta 1988; de estostrece años pasó nueve en unacelda aislado. Esta víctima delcomunismo no quiere aceptarel capitalismo; algo parecidoparece sucederle al propio Pa-pa, que también vio los horro-res del socialismo “real”. VanThuan empleó la DoctrinaSocial de la Iglesia para defen-derse del comunismo, que laatacaba; nos relata que durantelos interrogatorios, la polícíacriticaba esa doctrina. El de-senlace es que este individuo

de extraordinaria dignidadafirma seriamente que el pro-blema de Vietnam es mante-nerse al margen tanto del co-munismo como del capitalis-mo: “Mi país estaba (y aún es-tá) frente a un doble peligro: eldel comunismo que a pesar detodo sigue bramando, y el delcapitalismo y consumismo deOccidente, que amenaza conahogar a nuestro pueblo”(Thuan 1998b, pp. 4, 7). Él,que había visto al monstruodel comunismo en sus propiasentrañas, ¿cómo pudo decireso, cómo pudo plantear unaequidistancia entre capitalismoy comunismo, cómo pudopensar que se trataba de dosmales equivalentes?

Otros textos de este volu-men recogen también los luga-res comunes del intervencio-nismo, la alabanza de la eco-nomía intervenida europea, lacrítica al “liberalismo egoísta”,los “abusos del mercado” y lanecesidad de limitarlo o el po-der de la publicidad3. Pero na-da resulta más impresionanteque el testimonio de este reli-gioso encarcelado por el co-munismo que una vez en li-bertad habla del “doble peli-gro” del comunismo y el capi-talismo.

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Esta distorsión —no le cabeotra definición— de monseñorvan Thuan prueba que persistela brecha que separa a católi-cos y liberales, aquello que Ra-fael Termes llama el “malen-tendido histórico” entre laDoctrina Social de la Iglesia yel espíritu del capitalismo, ma-lentendido porque según Ter-mes “no hay nada en la doctri-na social católica que se opon-ga, desde el punto de vistamoral, al sistema capitalista”(Termes 1997, pp. 102, 113).La Iglesia, sin embargo, conti-núa viendo al liberalismo co-mo hostil o en el mejor de loscasos ajeno a la moral, igualque lo ha visto siempre el in-tervencionismo de izquierdas yderechas. Me pregunto si nosobrevive entre personas reli-giosas y liberales el dilema deelegir entre la autoridad espiri-tual y la razón; ha escrito elpadre Sirico que esto es algoque los escolásticos tardíos ha-brían visto como un gravequebrantamiento de las ense-ñanzas de su maestro SantoTomás (Sirico 1998, pág. 259).Pero vayamos ahora a lo queJuan Pablo II tiene que decir-nos “a todos los hombres debuena voluntad”.

LA CENTESIMUS ANNUS

DESDE EL principio elPapa sostiene que va arecoger pero también

a actualizar la visión de la Igle-sia sobre un problema que hasido objeto de numerosas ac-tualizaciones: tras León XIIIcelebraron también diversosaniversarios de su encíclica PíoXI, Pío XII, Juan XXIII y Pa-blo VI, es decir, virtualmentetodos los pontífices que le su-cedieron.

En el capítulo 1, “Rasgoscaracterísticos de la RerumNovarum”, se observan loserrores en los que cayó LeónXIII, por su énfasis en los pro-blemas del capitalismo, la po-breza, la explotación y la dis-criminación, precisamente enel siglo que empezaba a dejar-los atrás. Por desgracia, la Igle-sia se apuntó al carro de la de-monización del siglo XIX,fantasmagoría que impidió yaún impide la comprensión dela ruptura que significó esacenturia, en términos no sólode libertades civiles y políticassino también de una prosperi-dad económica que por vezprimera en la historia alcanzóa grandes masas de la pobla-ción. En vez de ello, el Papaparece repetir el dogma mar-

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xista con las propias palabrasde Marx, algo que resultaríaasombroso en un conocido an-ticomunista, cuando lamentaque “el trabajo se convertía enmercancía, que podía com-prarse y venderse librementeen el mercado” (1.4)4. Tambiénsigue la prédica socialista alhablar de “la pobreza de la in-mensa mayoría” (1.5), que eralo que había regido antes. Ata-ca la lucha de clases pero lapaz que propicia requiere unajusticia intervencionista; vol-veré sobre ello.

Juan Pablo II matiza conacierto opiniones de su prede-cesor. Los condicionamientosque la encíclica leoniana adju-dica a la propiedad privada,por ejemplo, son menos subra-yados que su defensa de lamisma, que hay que reivindi-car hoy “tanto frente a loscambios de los que somos tes-tigos, acaecidos en los sistemasdonde imperaba la propiedadcolectiva de los medios de pro-ducción, como frente a los cre-cientes fenómenos de pobrezao, más exactamente, a los obs-táculos a la propiedad privada,que se dan en tantas partes delmundo, incluidas aquellasdonde predominan los siste-mas que consideran comopunto de apoyo la afirmación

del derecho a la propiedad pri-vada”(1.6).

Es un texto notable, porqueefectivamente el problema dela pobreza es de falta de pro-piedad privada, de falta de se-guridad en la misma y de posi-bilidad de su libre aprovecha-miento, utilización o inter-cambio, es decir, la pobreza sedebe al intervencionismo quedificulta u obstaculiza la pro-piedad.

El pontífice expone otrosaspectos confusos de la RerumNovarum, como cuando habladel “salario justo” y rechazaque pueda ser el de mercado,pero indica que ese salario esel de subsistencia y sobre todoque no es justo si ha sido fija-do coactivamente; pero la co-acción es incompatible con elmercado. Recoge la apuesta deLeón XIII por la “justicia dis-tributiva”, una idea que trans-formada en “justicia social” haamparado la masiva invasiónpor el poder político de la li-bertad y los bienes de los ciu-dadanos, y critica tanto al libe-ralismo como al socialismo.Juan Pablo II observa que supredecesor no dedica una sec-ción especial a criticar al libe-ralismo y llama la atención quese le reserven críticas “a la hora

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de afrontar los deberes del Es-tado”, que no debe limitarse afavorecer a una parte de losciudadanos, los ricos, y descui-dar a las mayorías; si lo hace,“viola la justicia, que mandadar a cada uno lo suyo”. Estano es, por supuesto, la justiciadistributiva sino la conmutati-va, o genuina. Y es muy intere-sante, porque ¿cómo hace elEstado para dar a cada uno losuyo? Lógicamente, debe dejara las personas en paz sin inter-venir en sus tratos y contratos,es decir, precisamente lo con-trario de lo que hace hoy. Peroel Papa, en lo que se convertiráen la norma de la CentesimusAnnus, cambia de tercio y acontinuación afirma que lospobres son los que “más nece-sitan el apoyo y el cuidado delos demás, en particular la in-tervención de la autoridad pú-blica” (1.10).

Tras esta invitación al inter-vencionismo, el Papa recuperael liberalismo y termina el pri-mer capítulo así: “Si LeónXIII apela al Estado para po-ner un remedio justo a la con-dición de los pobres, lo hacetambién porque reconoceoportunamente que el Estadotiene la incumbencia de velarpor el bien común y cuidar quetodas las esferas de la vida so-

cial, sin excluir la económica,contribuyan a promoverlo, na-turalmente dentro del respetodebido a la justa autonomíadentro de ellas. Esto, sin em-bargo, no autoriza a pensarque según el Papa toda solu-ción de la cuestión social debaprovenir del Estado. Al con-trario, él insiste varias vecessobre los necesarios límites dela intervención del Estado ysobre su carácter instrumental,ya que el individuo, la familia yla sociedad son anteriores a ély el Estado mismo existe paratutelar los derechos de aquél yde éstas, y no para sofocarlos”(1.11).

El capítulo 2 analiza las “co-sas nuevas” de nuestro tiempo,alude a la caída del Muro deBerlín y rescata a León XIIIpor haber criticado al socialis-mo y previsto “los males deuna solución que, bajo la apa-riencia de una inversión de po-siciones entre pobres y ricos,en realidad perjudicaba a quie-nes se proponía ayudar”. Esmuy buena su crítica al socia-lismo y a su error antropológi-co fundamental: “considera atodo hombre como un simpleelemento y una molécula delorganismo social, de maneraque el bien del individuo sesubordina al funcionamiento

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del mecanismo económico-so-cial”. Defiende la libertad y lapropiedad privada, y las orga-nizaciones que montan laspersonas libremente, la “subje-tividad de la sociedad”, y seopone al ateísmo pero tambiénal “racionalismo iluminista”(2.13). No acepta los conflic-tos sociales que no estén limi-tados “por consideraciones decarácter ético o jurídico”(2.14).

Aspira a un equívoco equili-brio entre lo bueno del merca-do y lo pretendidamente bue-no del Estado, porque afirmaque al Estado le correspondedeterminar el marco institu-cional “y salvaguardar así lascondiciones fundamentales deuna economía libre, que presu-pone una cierta igualdad entrelas partes, no sea que una deellas supere talmente en podera la otra que la pueda reducirprácticamente a esclavitud”(2.14). Esta es una de las gran-des equivocaciones con que hacrecido el intervencionismo: laidea de que el Estado debe re-cortar la libertad y los bienesde los ciudadanos para lograrigualarlos. El Papa apoya unamplio abanico de tareas parael poder político, como el se-guro de paro y la formaciónprofesional para que el Estado

pueda “defender al trabajadorcontra el íncubo del desem-pleo” (2.15). Este argumentoignora las causas del paro, queno es un fruto demoníaco sinopolítico, debido a mecanismosque el Papa parece no com-prender, puesto que ve al Esta-do como solución, no comoproblema. De ahí que no leparezca preocupante pedir enaras del principio de la solida-ridad “algunos límites a la au-tonomía de las partes que de-ciden las condiciones de traba-jo”(2.15).

A este lenguaje impreciso lesigue otra imprecisión funda-mental que es la identificacióndel mercado con el egoísmo:“la libertad se transforma enamor propio, con desprecio deDios y del prójimo; amor queconduce al afianzamiento ili-mitado del propio interés yque no se deja limitar por nin-guna obligación de justicia”(2.17). Es importante destacarque el intervencionismo ha si-do fomentado a través de estasargumentaciones de carácterético y paternalista: como loshombres son egoístas y sólo sefijan en su propio interés, esmejor que las autoridades lesquiten su dinero y lo adminis-tren en bien de la sociedad.

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El paralelismo de las ideasdel Papa con el credo socialde-mócrata reluce hacia el finaldel capítulo: rechaza las dicta-duras que se oponen al mar-xismo y que destruyen la liber-tad, una clara referencia a Ibe-roamérica al mencionar ladoctrina de la seguridad nacio-nal, pero también la sociedadde bienestar o de consumo,que “tiende a derrotar al mar-xismo en el terreno del puromaterialismo” sin moral y sinderecho y sin religión, y que“coincide con el marxismo enel reducir totalmente al hom-bre a la esfera de lo económicoy a la satisfacción de las nece-sidades materiales” (2.19).

Su apoyo al consenso demo-cristiano-socialista-conserva-dor que edificó el Welfare Stateeuropeo no puede ser más cla-ro: “una sociedad democráticainspirada en la justicia social,que priva al comunismo de supotencial revolucionario, cons-tituido por muchedumbres ex-plotadas y oprimidas. Estasiniciativas tratan, en general,de mantener los mecanismosde libre mercado, asegurando,mediante la estabilidad mone-taria y la seguridad de las rela-ciones sociales, las condicionespara un crecimiento económi-co estable y sano, dentro del

cual los hombres, gracias a sutrabajo, puedan construirse unfuturo mejor para sí y para sushijos. Al mismo tiempo, tratande evitar que los mecanismosde mercado sean el único pun-to de referencia de la vida so-cial y tienden a someterlos aun control público que hagavaler el principio del destinocomún de los bienes de la tie-rra. Una cierta abundancia deofertas de trabajo, un sólidosistema de seguridad social yde capacitación profesional, lalibertad de asociación y la ac-ción incisiva del sindicato, laprevisión social en caso de de-sempleo, los instrumentos departicipación democrática enla vida social, dentro de estecontexto deberían preservar eltrabajo de la condición de‘mercancía’ y garantizar la po-sibilidad de realizarlo digna-mente” (2.19).

Es interesante apuntar que aestas alturas el Papa no se hayareferido a algunas consecuen-cias problemáticas del inter-vencionismo en campos eco-nómicos, como la subida de losimpuestos, e incluso morales,como la irresponsabilidad.

El capítulo 3 se titula “Elaño 1989”. En su reivindica-ción del papel de la Iglesia en

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la caída del comunismo sinviolencia escribe el pontíficeunas líneas coherentemente li-berales: “Donde la sociedad seorganiza reduciendo de mane-ra arbitraria o incluso elimi-nando el ámbito en que seejercita legítimamente la liber-tad, el resultado es la desorga-nización y la decadencia pro-gresiva de la vida social…don-de el interés individual es su-primido violentamente, quedasustituido por un oneroso yopresivo sistema de controlburocrático que esteriliza todainiciativa y creatividad” (3.25).

Se aparta nítidamente de lateología de la liberación cen-surando a los creyentes quebuscaron “un compromiso im-posible entre marxismo y cris-tianismo. El tiempo presente,a la vez que ha superado todolo que había de caduco en es-tos intentos, lleva a reafirmarla positividad de una auténticateología de la liberación hu-mana integral” (3.26), y reco-noce la moral del mercado alponderar las “virtudes relacio-nadas con el sector de la eco-nomía, como la veracidad, lafiabilidad, la laboriosidad”(3.27). No obstante, solicitaayudas para el desarrollo yotras consignas caras al socia-lismo.

El extenso capítulo 4, “Lapropiedad privada y el destinouniversal de los bienes”, reflejael eclecticismo de la DoctrinaSocial de la Iglesia, que el Pa-pa hace explícito al hablar deuna “doble afirmación: la ne-cesidad y por tanto la licitudde la propiedad privada, y asícomo los límites que pesan so-bre ella” (4.30). Con esta am-bivalencia se difumina la cues-tión central del Estado de de-recho: los límites del poder.

Es muy interesante su reco-nocimiento de la división deltrabajo: “Hoy más que nuncatrabajar es trabajar con otros ytrabajar para otros: es hacer al-go para alguien” (4.31). Tam-bién alude al justo precio co-mo al “establecido de comúnacuerdo después de una librenegociación” (4.32), lo que seinscribe coherentemente en elextenso debate que recoge lahistoriografía del pensamientoeconómico. Y vuelve a subra-yar las “importantes virtudes”económicas como la diligen-cia, la laboriosidad y la pru-dencia, y enlaza la economíade empresa y la libertad de lapersona. Pero acto seguidoapunta “los riesgos y los pro-blemas” relacionados con laempresa y habla de los pobresque “aunque no explotados

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propiamente, son marginadosampliamente” (4.33). La pre-sunta lucha contra la margina-ción y la exclusión es uno delos pretextos utilizado por lossocialistas para la ampliacióndel poder político a expensasde las libertades ciudadanas.

Repite el error de hablar delos momentos oscuros de laindustrialización (como si lahistoria no industrial previahubiese sido brillante) y de la“explotación inhumana”, cuan-do dice: “A pesar de los gran-des cambios acaecidos en lassociedades más avanzadas, lascarencias humanas del capita-lismo, con el consiguiente do-minio de las cosas sobre loshombres, están lejos de haberdesaparecido; es más, para lospobres, a la falta de bienes ma-teriales se ha añadido la delsaber y de conocimientos,que les impide salir del esta-do de humillante dependen-cia” (4.33). Estas son las ideasque han justificado el creci-miento estatal.

El Papa respalda la integra-ción de los mercados mundia-les y rechaza el proteccionis-mo; habla del mercado librecomo instrumento “más efi-caz” pero a continuación acla-ra: “Sin embargo, esto vale sólopara aquellas necesidades que

son ‘solventables’, con poderadquisitivo, y para aquellos re-cursos que son ‘vendibles’, estoes, capaces de alcanzar un pre-cio conveniente. Pero existennumerosas necesidades huma-nas que no tienen salida en elmercado. Es un estricto deberde justicia y de verdad impedirque queden sin satisfacer lasnecesidades humanas funda-mentales y que perezcan loshombres oprimidos por ellas”(4.34).

Aunque la excusa de que al-gunas cosas no se puedencomprar y vender sólo ha ser-vido para que sea el poder po-lítico el que las compre y lasvenda, aquí cabría argumentarque el pontífice se está refi-riendo a la garantía de los mí-nimos de subsistencia; no esasí, porque alude específica-mente a la seguridad social, lossalarios “suficientes”, y la “ade-cuada tutela”. No hay límitepara el Estado del Bienestarque se puede construir con es-tos mimbres, como se vio enEuropa.

Se aparta del “predominioabsoluto del capital”, pero laalternativa no es el socialismosino “una sociedad basada en eltrabajo libre, en la empresa y enla participación”. ¿Apunta elPapa a una sociedad liberal?

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Su objetivo parece ser la so-cialdemocracia, y ningún in-tervencionista podría resumir-lo mejor que el propio JuanPablo II: “Esta sociedad tam-poco se opone al mercado, si-no que exige que éste sea con-trolado oportunamente por lasfuerzas sociales y por el Esta-do, de manera que se garanticela satisfacción de las exigenciasfundamentales de toda la so-ciedad” (4.35).

Condena el Papa la deudaexterior y el consumismo, ypone como ejemplo la droga(4.36), lo cual llevaría a pensarque la Iglesia no entiende laracionalidad del fenómeno delconsumo. Las doctrinas inter-vencionistas se apoyan en esamisma idea: como la gente nosabe elegir, alguien deberá ele-gir por ella. No podía faltar lamención a la ecología y su re-lación con la torpeza de laspersonas y su “consumo demanera excesiva y desordena-da” (4.37).

Más frases antiliberales: “Laeconomía es sólo un aspecto yuna dimensión de la complejaactividad humana. Si es abso-lutizada, si la producción y elconsumo de las mercancíasocupan el centro de la vida so-cial y se convierten en el únicovalor de la sociedad, no subor-

dinado a ningún otro, la causahay que buscarla no sólo y notanto en el sistema económicomismo cuanto en el hecho deque todo el sistema sociocultu-ral, al ignorar la dimensiónética y religiosa, se ha debilita-do, limitándose únicamente ala producción de bienes y ser-vicios” (4.39).

En vez de pensar en cómo elintervencionismo ha relativi-zado la moral, y en cómo el li-beralismo la ha defendidosiempre, el pontífice se alineacon el discurso intervencionis-ta, que alega que como los ciu-dadanos se ofuscan por la eco-nomía, entonces la salida esarrebatarles la libertad. El Pa-pa carga de misiones al poderpolítico: “Es deber del Estadoproveer a la defensa y tutela delos bienes colectivos como sonel ambiente natural y el am-biente humano, cuya salva-guardia no puede estar asegu-rada por los simples mecanis-mos de mercado. Así como entiempos del viejo capitalismoel Estado tenía el deber de de-fender los derechos funda-mentales del trabajo, así ahoracon el nuevo capitalismo elEstado y la sociedad tienen eldeber de defender los bienes co-lectivos”. Y condena la “’idola-tría’ del mercado, que ignora la

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existencia de bienes que, porsu naturaleza, no son ni pue-den ser simples mercancías”(4.40).

Todo este lenguaje es carac-terístico del intervencionismo,incluso del más extremo. PeroJuan Pablo II da un nuevo vi-raje al preguntarse si la caídadel comunismo comporta eltriunfo del capitalismo. Esta essu notable contestación, queha alborozado con toda lógicaal catolicismo liberal: “La res-puesta es obviamente comple-ja. Si por ‘capitalismo’ se en-tiende un sistema económicoque reconoce el papel funda-mental y positivo de la empre-sa, del mercado, de la propie-dad privada y de la consi-guiente responsabilidad paracon los medios de producción,de la libre creatividad humanaen el sector de la economía, larespuesta ciertamente es posi-tiva, aunque quizá sería másapropiado hablar de ‘economíade empresa’, ‘economía demercado’ o simplemente de‘economía libre’. Pero si por‘capitalismo’ se entiende unsistema en el cual la libertad,en el ámbito económico, noestá encuadrada en un sólidocontexto jurídico que la pongaal servicio de la libertad huma-na integral y la considere como

una particular dimensión de lamisma, cuyo centro es ético yreligioso, entonces la respuestaes absolutamente negativa”(4.42).

Es una declaración liberalimpecable, aunque es menestersubrayar que no hay liberalis-mo que sea sólo económico yque no esté encuadrado en uncontexto institucional al servi-cio de la libertad del hombre ysu moral. Pero el Papa parecearrepentirse de esta concesióny en el mismo apartado, aun-que reitera que el marxismo hafracasado, vuelve a referirse aque “ingentes muchedumbresviven aún en condiciones degran miseria material y moral”y a criticar “una ideología radi-cal de tipo capitalista, que…confía su solución al libre de-sarrollo de las fuerzas del mer-cado”.

Tras lo visto hasta aquí, lomás asombroso de CentesimusAnnus es esta conclusión delPapa: “La Iglesia no tiene mo-delos para proponer” (4.43).

Y lo afirma pocas líneas an-tes de defender el mercado y laempresa pero añadiendo que“éstos han de estar orientadoshacia el bien común”. Tal hasido la norma del intervencio-nismo, pero el liberalismo pos-

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tula que el mercado y la em-presa en libertad ya estánorientados al bien común y nonecesitan ningún conductorque los dirija a esa meta. Algu-nos pensadores católicos libe-rales, en la línea ya comentadade monseñor van Thuan, si-guen a Michael Novak y con-ciben un sistema tripartito:económico-político-cultural.De este modo, intentan pre-sentar al liberalismo como unesquema primordialmenteeconómico y material, capazde funcionar en entornos polí-ticos y ético-culturales muy di-ferentes, y que requiere sercomplementado con libertadespolíticas y criterios morales;Rafael Termes aporta un buenanálisis en este sentido (Ter-mes 1992, cap. VI, especial-mente pp. 172-181). El padreSirico, al comentar la referen-cia del Papa al capitalismo “ra-dical”, que acabamos de citar,también cree que lo que estáhaciendo Juan Pablo II es cri-ticar a los que sostienen que elmercado posee una ética (Siri-co 1998, p. 258).

Comprendo que esta argu-mentación sea atractiva paralos católicos, porque parte denegar al liberalismo la ética,precisamente aquello en lo quela religión ostenta evidentes

ventajas comparativas. Pero setrata de una interpretaciónquizá algo forzada, puesto queel mercado no es un artefacto,y es peligroso razonar como silo fuera. La idea de que paracasar las dos cosas, religión ymercado, es necesario que elmercado sea axiológicamenteneutral, con lo que basta coninyectarle la religión paracompletarlo, acarrea el riesgode ver al mercado sólo comoun instrumento, y este es el ar-gumento intervencionista: co-mo el mercado no lo es todo yademás es un instrumento, ca-be desmontarlo y dirigirlo enaras del interés general. Sinnegar que no es lo mismo elmercado que la moral, los sereshumanos concurrimos a losmercados con nuestra moral ycon ella lo influimos. Haymercados de biblias y merca-dos de asesinatos, pero sólo unreduccionismo extremo sos-tendría que, como ambos sonmercados, como ambos com-portan compromisos y tran-sacciones, no median entreellos diferencias apreciablesporque apenas reflejan el fun-cionamiento de un mecanismopuramente técnico.

El capítulo cuarto de la en-cíclica termina así: “La propie-dad de los medios de produc-

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ción, tanto en el campo indus-trial como agrícola, es justa ylegítima cuando se emplea pa-ra un trabajo útil; pero resultailegítima cuando no es valora-da o sirve para impedir el tra-bajo de los demás u obtenerunas ganancias que no son fru-to de la expansión global deltrabajo y de la riqueza social,sino más bien de su compre-sión, de la explotación ilícita,de la especulación y de la rup-tura de la solidaridad en elmundo laboral. Este tipo depropiedad no tiene ningunajustificación y constituye unabuso ante Dios y los hom-bres. La obligación de ganar elpan con el sudor de la frentesupone, al mismo tiempo, underecho. Una sociedad en laque este derecho se niegue sis-temáticamente y las medidasde política económica no per-mitan a los trabajadores alcan-zar niveles satisfactorios deocupación, no puede conseguirsu legitimación ética ni la justapaz social. Así como la perso-na se realiza plenamente en lalibre donación de sí misma, asítambién la propiedad se justi-fica moralmente cuando crea,en los debidos modos y cir-cunstancias, oportunidades detrabajo y crecimiento humanopara todos” (4.43). El pontífice

aprovisiona a la vez a liberalese intervencionistas.

El capítulo 5, “Estado y cul-tura”, empieza con la defensapor León XIII de la divisiónde poderes, “lo cual constituíaentonces una novedad en lasenseñanzas de la Iglesia”, y delEstado de derecho, dondemandan las leyes y no loshombres (5.44). Censura al to-talitarismo y destaca el papelde la Iglesia en el combatecontra él, una Iglesia que am-para al hombre y la familia y“diversas organizaciones socia-les y las naciones, realidadestodas que gozan de un propioámbito de autonomía y sobe-ranía” (5.45). Apoya la demo-cracia y la participación de losciudadanos pero no “la forma-ción de grupos dirigentes res-tringidos que, por interesesparticulares o por motivosideológicos, usurpan el poderdel Estado” (5.46). Reivindicala ética frente al relativismo:“Una democracia sin valores seconvierte con facilidad en untotalitarismo visible o encu-bierto, como demuestra la his-toria”. Se aparta del funda-mentalismo, “la fe cristiana nopretende encuadrar en un rígi-do esquema la cambiante rea-lidad sociopolítica”, y repiteque la Iglesia “no posee título

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alguno para expresar preferen-cias por una u otra solucióninstitucional o constitucional”(5.46).

Aquí aborda directamente elpapel del Estado en la econo-mía. Asevera con razón que laeconomía necesita un marcoinstitucional que garantice lalibertad, y la estabilidad mo-netaria y la seguridad.

En el apartado número 48aparecen varias muestras deeclecticismo. El Estado, ase-gura el pontífice, vigila los de-rechos humanos en el sectoreconómico, “pero en este cam-po la primera responsabilidadno es del Estado sino de cadapersona y de los diversos gru-pos y asociaciones en que searticula la sociedad. El Estadono podría asegurar directa-mente el derecho a un puestode trabajo de todos los ciuda-danos sin estructurar rígida-mente toda la vida económicay sofocar la libre iniciativa delos individuos”.

De inmediato, el Papa cam-bia de rumbo: “lo cual, sin em-bargo, no significa que el Es-tado no tenga ninguna compe-tencia en este ámbito, comohan afirmado quienes propug-nan la ausencia de reglas en laesfera económica”.

Esta caricatura del liberalis-mo es inaceptable, porque elliberalismo no propugna la au-sencia de reglas. El esfuerzo dequienes han buscado incom-patibilizar al Adam Smithmoralista y al Adam Smitheconomista es fundamental-mente vano (Rodríguez Braun1997, pp. 20-3; Termes 1992,pp. 111-132). Es cierto que al-gunos liberales han sido anti-rreligiosos y han fomentado elcitado “malentendido” del quehabla Rafael Termes, pero laalternativa a esa posición nopuede ser un retrato descon-textualizado de un liberalismoque en realidad ha defendidosimultáneamente el mercado,la justicia y la moral desdeSmith hasta Hayek.

Asimismo, la imagen del li-beralismo como anárquico haservido para apuntalar el inter-vencionismo, igual que otrasideas que el Papa expone: “elEstado tiene el deber de se-cundar la actividad de las em-presas, creando condicionesque aseguren oportunidadesde trabajo, estimulándola don-de sea insuficiente o soste-niéndola en momentos de cri-sis”.

También recomienda inter-venir para evitar el monopolio,pero además “ejercer funciones

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de suplencia en situaciones ex-cepcionales, cuando sectoressociales o sistemas de empre-sas, demasiado débiles o envías de formación, sean inade-cuados para su cometido”, in-tervenciones que “en la medidade lo posible deben ser limita-das temporalmente…para noampliar excesivamente el ám-bito de la intervención esta-tal”. Otra vez, una cosa y lacontraria.

Sólo en este punto admite elPapa que ha habido “excesos yabusos” en el Estado del bie-nestar, pero la solución es elprincipio de subsidiariedad: “unaestructura social de orden su-perior no debe interferir en lavida interna de un grupo socialde orden inferior, privándolade sus competencias”, y a con-tinuación un nuevo zigzag, “si-no que más bien debe soste-nerla en caso de necesidad yayudarla a coordinar su accióncon la de los demás compo-nentes sociales, con miras albien común”. Esta segundamitad de la oración puede jus-tificar una vasta intervenciónpolítica.

Más cambios. El Papa criti-ca el intervencionismo: “Al in-tervenir directamente y quitarresponsabilidad a la sociedad,el Estado asistencial provoca la

pérdida de energías humanas yel aumento exagerado de losaparatos públicos, dominadospor lógicas burocráticas másque por la preocupación deservir a los usuarios, con enor-me crecimiento de los gastos”.

Esto es lo más cercano quehay en la encíclica a una pro-testa por el incremento de losimpuestos, palabra que el Papano utiliza, y está por ello de-trás de León XIII, que sí hablóde la “tributación excesiva” enla Rerum Novarum5. Pero acontinuación pide más Estado:“promover iniciativas políticasno sólo a favor de la familia,sino también políticas socialesque tengan como objetivoprincipal a la familia misma,ayudándola mediante la asig-nación de recursos adecuadose instrumentos eficaces deayuda, bien sea para la educa-ción de los hijos, bien sea parala atención de los ancianos”(4.49).

Parece apuntarse el Papa, apesar de haberla negado en elapartado número 41 de la So-llicitudo rei socialis, de 1987, ala tercera vía: “El individuohoy día queda sofocado confrecuencia entre los polos delEstado y del mercado”. Elerror, que se repite en variasoportunidades, estriba en que

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no se trata de extremos igual-mente nocivos, de los que hayaque mantenerse equidistante.La idea de que lo mejor es unequilibrio entre la libertad y lacoacción no sólo es errónea, si-no que abre la puerta a una ex-pansión del poder político dedifícil delimitación, sobre todocuando se juega con ideas re-duccionistas como que elhombre es sólo productor yconsumidor de mercancías, ocondenando el economicismoque tantas justificaciones haprodigado para el intervencio-nismo. No falta una mención ala cooperación para el desarro-llo, otra excusa para la expan-sión estatal: “así como a nivelinterno es posible y obligadoconstruir una economía socialque oriente el funcionamientodel mercado hacia el bien co-mún, del mismo modo son ne-cesarias también intervencio-nes adecuadas a nivel interna-cional” (4.52).

En el capítulo final, el sexto,“El hombre es el camino de laIglesia”, sostiene Juan Pablo IIque el valor de las encíclicassociales deriva de que son do-cumentos del magisterio, in-sertados en la misión evangeli-zadora de la Iglesia. ”Solamen-te bajo esta perspectiva” (6.54)se ocupa la Iglesia de lo demás,

lo que es cómodo pero cuestio-nable. No se trata, por supues-to, de caer en lo que GabrielZanotti llama “neosaduceísmode derechas…[que] pretendeque en lo temporal haya unaúnica y sola solución específi-ca, derivada directamente delos datos teológicos” (Zanotti1988, p. 17). Es clara y correctala actitud de la Iglesia al reivin-dicar competencia específicaen lo religioso y no en lo tem-poral, pero eso no quita paraque sus mensajes temporalestengan un contenido confusoni para que estén abiertos a lacrítica. No acierta, pues, RafaelTermes, al subrayar como he-mos visto que nada se oponeen el Magisterio de la Iglesia alliberalimo económico. Son nu-merosas las opiniones de dichoMagisterio que se oponen, ma-tizan o condicionan la doctrinaliberal. El hecho de que estasopiniones acompañen a otrasmanifestaciones que propicianun nítido liberalismo no puedeser sólo saludado como signode finura intelectual, sino tam-bién lamentado como muestrade un pensamiento, en esteúnico aspecto, incoherente6.

Un ejemplo de esta tensacontradicción, como esperohaber demostrado, es la propiaCentesimus Annus y lo que sos-

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tiene el Pontífice a continua-ción. Alega que tras el de-rrumbe del comunismo “lospaíses occidentales corren elpeligro de ver en esa caída lavictoria universal del propiosistema económico, y por ellono se preocupen de introduciren él los debidos cambios”(6.56). No hay elementos sufi-cientes en esta encíclica, y pro-bablemente en ninguna otra,para calibrar esos peligros nipara ponderar esos cambios“debidos”, menos aún cuandorepite el Papa que “cada día sehace más grave” el problemade la pobreza y el subdesarro-llo, lo que es discutible.

El Papa pide un cambio devalores a todos, sin percibirhasta qué punto él puede ha-ber contribuido a distorsionar-los, por ejemplo con declara-ciones que vinculan la pobrezamundial con el hecho de que“se siente cada día más la ne-cesidad de que a esta crecienteinternacionalización de la eco-nomía correspondan adecua-dos órganos internacionales decontrol” (6.58), que es lo quepiden los intervencionistas deizquierda y derecha, que tam-bién coinciden en el rechazo alliberalismo como si fuera unextremo nocivo del que hayque mantenerse apartado.

El Papa procura definir otravez una Iglesia no programáti-ca: “Para la Iglesia el mensajesocial del evangelio no debeconsiderarse como una teoría,sino por encima de todo, unfundamento y un estímulo pa-ra la acción”. Pero no es razo-nable postular que la doctrinade la Iglesia pretende impulsarexclusivamente la acción y nola intelección.

Quizá reconociendo lascontradicciones que afectan asu texto y que he intentadoponer de relieve en estas pági-nas, Juan Pablo II terminaCentesimus Annus con esta re-veladora declaración: “Hoymás que nunca la Iglesia esconsciente de que su mensajesocial se hará creíble por el tes-timonio de las obras, antes quepor su coherencia y lógica in-terna” (6.57).

Y así es, en efecto. Ningunadesconexión lógica, ningunatensión económica empañarájamás la ejemplar, extraordina-ria y abnegada labor de la Igle-sia católica en pro de los des-favorecidos y de toda la huma-nidad. Pero ello no es óbicepara sostener, primero, que laIglesia está defendiendo (entreotras) una teoría, y segundo,que es una teoría equivocada.

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a Agradezco la ayuda y los comenta-rios de Isabel Gómez-Acebo y RafaelTermes, con quienes comparto siem-pre amistad pero no siempre ideas.Por eso, los errores que contienen es-tas páginas no derivan de sus consejossino de mi contumacia.

1 Pueden verse las páginas que dedi-co al pontífice en Rodríguez Braun(1999).

2 Thuan, François-Xavier Nguyenvan (1998ª), p. xi, también alude a las“desigualdades sociales y económicasintolerables”, habitual excusa del in-tervencionismo para recortar las li-bertades.

3 Véanse en Pham, John-Peter, Op.cit., las pp. 15, 18, 38, 89, 91, 119,126, que rezuman intervencionismo.Son destacables, desde la otra pers-pectiva, los textos de Novak, D. Anti-seri, J. Roback Morse y muy especial-mente el de George Gilder.

4 Las cifras entre paréntesis corres-

ponden a los capítulos y números dela encíclica, Juan Pablo II (1991).

5 Y lo hizo cuando sólo el 2 por cien-to de la población pagaba impuestosdirectos, Palladino (1998), p. 35.

6 En correspondencia privada, RafaelTermes me recuerda una frase queambos escuchamos más de una vez enboca de nuestro querido amigo co-mún, Lucas Beltrán: “moriré católicopenitente y liberal impenitente”. Estáclaro que el pensamiento de Lucasapuntaba a convencer a los católicosde que, precisamente como católicos,deben preferir el modelo de econo-mía de mercado, porque es el mejorsistema para el bienestar y la libertadde los hombres (véase, por ejemplo,Beltrán 1986). Con todo, y arriman-do el ascua a mi sardina intelectual ya mi tesis de la “tensión”, no puedoevitar subrayar una palabra notable enesa frase de Lucas Beltrán, la palabra“impenitente”, a saber: “que se obsti-na en el pecado”.

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NOTAS

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