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CONFERENCIA ‘GABRIEL MIRÓ’

TERTULIA ‘EL BÚHO DE ATENEA’ -ATENEO DE MADRID: 24 de abril de 2012

Breve biografía

Gabriel Miró Ferrer nace el 28-7-1879 en Alicante y fallece el 27-5-1930 en Madrid, a los 50 años, en su plenitud creadora y vital.De familia acomodada. Estudió interno, de los 7 a los 12 años, en el colegio de Santo Domingo de Orihuela, regentado por los Jesuitas y pasó largas temporadas en la enfermería del colegio, debido a su reuma en la rodilla y a su hipocondría. Su experiencia poco afortunada en este colegió la refleja Miró en algunas de sus obras, especialmente en ‘El Obispo leproso’. Pero allí recibió esa ‘disciplina’ para desarrollar luego su obra, al igual que James Joice que hace una crítica despiadado de los métodos jesuíticos, reconociendo que sin esa disciplina impuesta no hubiese surgido el ‘Ulises’. Sus padres lo trasladaron al Instituto de Alicante y marchó un tiempo con su familia a Ciudad Real (por destino laboral del padre, ingeniero de Obras Públicas), y de vuelta a Alicante acabó el bachillerato.En 1895 empezó Derecho (sin excesiva vocación) en la Universidad de Valencia; decide estudiar por libre y termina sus estudios en la Universidad de Granada en 1900.

En 1901 contrae matrimonio con Clemencia, hija del cónsul de Francia (con quien tuvo dos hijas), y escribe su primera obra, ‘La mujer de Ojeda’Entre 1905 y 1907 hizo oposiciones a judicatura, sin éxito, y ocupó cargos modestos como escribiente y cronista en el Ayuntamiento y Diputación de Alicante. Cronista oficial, aunque no llegó a escribir ninguna crónica por quedar cesante. Secretario del Alcalde de Alicante.

En 1908 obtiene el premio, con una novela corta ‘Nómada’, con el reconocimiento literario, en el concurso convocado por ‘El Cuento Semanal’, cuyo jurado lo formaban Pío Baroja, Valle-Inclán y Felipe Trillo. Esto le permite colaborar en ‘Los Lunes del Imparcial’ y en ‘Heraldo de Madrid’.

En 1914 estuvo empleado en la Diputación de Barcelona y otro empleo como contable en la Casa de Caridad. Aquí colabora en varios periódicos en los que ya colaboraba antes, como ‘La Publicidad’, ‘Diario de Barcelona’, ‘La Vanguardia’, con artículos y sobre todo cuentos para redondear su maltrecha economía.Una Editorial le ofrece dirigir una ‘Enciclopedia Sagrada’ y deja el puesto en la Diputación; con tan mala fortuna, que después de haberle dedicado un trabajo duro y entusiasta durante catorce meses, la empresa fracasó. Económicamente se resintió pero le dejó un cúmulo de conocimientos religiosos que le sirvieron extraordinariamente para sus posteriores novelas.

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Siempre llevó una existencia gris, de pobres empleos burocráticos, mal remunerados.

En 1920 se trasladan a Madrid, con un empleo en el Ministerio de Trabajo, gracias al gran prócer Alicantino, D. Rafael de Altamira, (a quien antes había dedicado artículos)y colabora en ‘ABC’, ‘El Sol’ y ‘La Nación’ de Buenos Aires.Pasa luego al Ministerio de Instrucción Pública, en un puesto creado para él. En 1925 le dan el premio ‘Mariano de Cavia’ por su artículo ‘Huerto de Cruces’.En 1927 Azorín propone su candidatura para ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua; sillón que no consigue por la campaña desatada contra él, por los elementos más reaccionarios, de signo clerical-jesuítico, por su novela ‘El Obispo leproso’. No se atendieron a consideraciones meramente literarias, apoyados, incluso, por unas críticas despectivas de Ortega y Gasset sobre la obra de Miró, aún cuando le defendieron escritores como Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Azorín.... El sillón se lo dieron a Antonio Porras, afín a Ortega y hoy olvidado y un perfectamente ignorado.

En 1929 queda libre otro sillón, pero ya G. Miró no se interesa por su ingreso en la Academia.

Publicó su primera novela a los 22 años (1901): ‘La mujer de Ojeda’, novela que él mismo eliminó de sus obras completas.En 1904, con su libro ‘Del vivir’ aparece por primera vez su personaje (una especie de auto retrato) Sigüenza, su ‘alter ego’, que aparecería ya permanentemente en sus obras ‘Libro de Sigüenza’ (1917), ‘El humo dormido’ (1919), ‘Años y leguas’ (1928), y ‘Glosas de Sigüenza’ (1952), artículos que recopiló su hija Clemencia desde 1908 a 1930.

Su etapa de madurez la inicia en 1910 con ‘Las cerezas del cementerio’; después siguieron varios volúmenes de cuentos publicados en diarios, premiándole con el ‘Mariano de Cavia’, por sus narraciones breves, con ‘Huerto de cruces’.En 1915 publica ‘El abuelo del rey’, relatando la historia de tres generaciones en un pueblecito alicantino, con la pugna entre tradición y progreso y la presión del entorno, preocupaciones que aparecerán en sus siguientes obras. En 1916 publica el libro ‘Dentro del cercado’ y en 1916/17 los dos tomos de ‘Figuras de la Pasión del Señor’.

En 1921 publica el primero de los dos libros ‘Nuestro Padre San Daniel’ y en 1925 ‘El obispo leproso’; esta última obra recibió duras críticas de los sectores más conservadores de la época, considerada anticlerical, y motivó que no le eligiesen para ocupar un lugar en la Real Academia de la Lengua en 1927.

Ha sido relegado a uno de los rincones de la narrativa española.

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Su trato con alicantinos, como Óscar Esplá (músico), su tío Lorenzo Casanova (pintor que dio clases a Miró de estética y empedernido lector, de un grupo de pintores con quienes tendrá permanente amistad) o Rafael Altamira, a quien pidió que por su intermediación le pudiese Canalejas conseguir un empleo. Tanto Miró como Esplá recurrían a Rafael Altamira, como el prócer y hombre reconocido y bueno que era, a quien podían acudir en sus desventuras. Ahora, el retrato de este personaje prominente, Rafael Altamira, ateneísta insigne, permanece arrumbado, sin visibilidad ni reconocimiento por este Ateneo de Madrid.

Gabriel Miró fue ateneísta, pero... del ‘Ateneo Científico y Literario’ de Alicante.

1. Entorno cultural y social

A Miró le encuadran en la ‘Generación del 14’, junto con Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors, Gregorio Marañón, Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, José María de Cossío, Díez Canedo, Salinas. Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Ramón Gómez de la Serna, Blasco Ibáñez. Daniel Vázquez Díaz. Ignacio Zuloaga...

La preocupación que mejor definió a la ‘Generación del 14’, impulsores de la europeización de España, fue la ciencia y la técnica españolas; de ahí las continuas referencias de Miró al tren, a la industria, a diferencia de la ‘Generación del 98’, preocupados fundamentalmente con la situación política y lamentable de la España que dejaba la ‘Restauración’, y del modernismo, aunque se aproximaba más a esta tendencia literaria (han llegado a calificarle como ‘neomodernista’).Buen narrador, algunos le han tachado de esteticista; pero en su obra, además de interesarse por la estética narradora y descriptiva, subyace una gran preocupación por las costumbres tradicionales que no permiten que personas de valía e interés consigan encontrar su propio camino sin que se las asaetee permanentemente.

Como los de su Generación, es un gran prosista.Vivió en un momento especialmente crítico y fecundo para el género novelístico y, aún así, Miró se mantuvo ajeno a grupos, tendencias, escuelas, ‘ismos’. Siempre estuvo alejado y retraído de lo que llamamos ‘vida literaria’. No ‘ejercía’ como escritor, porque no sabía ser un ‘escritor profesional’ (él mismo lo confiesa en cartas). Fue, por tanto, un escritor solitario, en el sentido de autodidacta, sin maestros que le guiasen en sus lecturas, supliéndolo con sus propios estudios, con abundantes lecturas y con un gran espíritu de observación; era muy comunicativo y afectuoso.

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No obstante, frecuentaba algunos círculos de amigos (no literatos), especialmente pintores y músicos, no en tertulias vocingleras, de escaparate, como acostumbraban a ser las de principios del siglo XX.

Fue asiduo lector: Nietzsche, Cervantes (especialmente ‘El Quijote’), Goethe, Shakespeare, Stendhal (lo cita en francés en ‘Las cerezas’), Galdós, Blasco Ibáñez, Zola, Balzac...

Conocía todo lo que se publicaba en España y en el extranjero; y él mismo evoluciona en paralelo; especialmente de Unamuno, Pérez de Ayala, Azorín o Valle-Inclán, que junto a Miró, renovaron la novela, después del naturalismo.Con Azorín y el músico Óscar Esplá tuvo una estrecha amistad(como alicantinos que eran); con Unamuno, que visitaron juntos el monasterio de Poblet ( llevaba el manuscrito del ‘Cristo de Velásquez) y Miró lo reseña en unas de las glosas de ‘Sigüenza’.

2. Su obra. Trascendencia y reconocimiento .

Se encuentra entre los más grandes prosistas de la lengua española.Obra selecta y minoritaria. Domeñador de la lengua y maestro del estilo, especialmente en el uso de la elipsis; emplea las palabras justas y necesarias, siempre insinuando.Un léxico abundante y muy rico, con imágenes sensoriales. Impresionismo poético, frente al modernismo

Dijo a lo largo de su vida que nunca había escrito un verso ni una comedia. Siempre fue una prosa narrativa, no exenta de lírica.

Su obra se centra en una continua pugna entre tradición y progreso y la presión del entorno. Pero, ante todo, es una meditación sobre el paso del tiempo y cómo este actúa sobre las personas.

Su obras principales sobre la ciudad de Oleza, como la Vetusta (Oviedo, ‘La Regenta, de Leopoldo Alas ‘Clarín’), o Macondo (de G. García Márquez), no tienen nada que envidiarles, así su descripción del Colegio de Jesuitas, lo describe magistralmente, sin envidiar al ‘A.M.D.G.’ de Pérez de Ayala.

Fino observador del paso del tiempo; no se circunscribe al presente, ni repara apenas en el futuro; solamente la permanencia de las cosas, a pesar nuestro, con algunos cambios en las costumbres. Las cosas en su realidad como se sienten. El ciclo entre la vida y la muerte. Personajes sometidos a la moral del resentimiento y el odio por la vida y su disfrute.

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No ‘fija’ sus personajes creando prototipos universales desde el inicio de la novela cuyos caracteres prefijados van dominando los acontecimientos a lo largo de la novela. Los va creando a medida que las circunstancias y el entorno operan en esos caracteres. “Es decir, en esos libros cada carácter está ya formado desde antes de ocurrirle nada. Eso no es una creación. Hay que crear al hombre desnudo y que él se las componga”. (El Obispo leproso). No crea, al estilo de Stendhal, un Julien Sorel (en ‘Rojo y Negro’), ni un Fabrizio del Dongo (en ‘La Cartuja de Parma’) La palabra en Miró y para Miró es descubrimiento y creación. Crea ‘espacios’, más que personajes. No ahonda en la psicología humana para determinarlos; deja intuir siempre y describe cómo las circunstancias que nos rodean van configurando las características de cada uno de los personajes de sus novelas: En pocas ocasiones un personaje sobresale realmente del resto. Para él la ciudad o los paisajes y las sensaciones, sentimientos y emociones que experimentan y reciben los protagonistas, en su vida cotidiana, son los verdaderos motores y el fundamento de sus obras para la comprensión de cada existencia y la singularidad de cada personaje, con un rico mundo interior.Van surgiendo diferentes caracteres a media que avanza la novela y casi todos ellos tienen su propia vida dependiendo de las circunstancias en que se desarrollan. No determina con detalle el carácter de cada personaje, porque prefiere insinuarlo y dejar al lector, de forma libérrima, que él los complete con su experiencia, ya que, en circunstancias distintas, las personas no actúan de forma predecible, de acuerdo con los estereotipos marcadas con anterioridad.

Busca la felicidad en lo cotidiano, en la naturaleza, sin pensar en grandes empresas que realizar: como el ‘Beatus Ille’ de Horacio o el ‘¡Qué descansada vida...!’ de fray Luis de León.

Defiende siempre a la mujer, cualquiera que sea su condición, de cotilleos y malas reputaciones dados por personas murmuradoras y ancladas en viejas costumbres.

Tratando siempre del amor, no entendido solo como amor sexual sino en toda su plenitud e integridad (a los demás, a los animales, a las plantas y árboles), y del desamor. “Los amantes de los animales son amantes y compasivos del hombre” (dice en ‘Las cerezas’).

Para Miró, más que explicar lo que pretendía con tal o cuál novela, escribir significaba para él emprender la aventura del descubrimiento, renovar creadoramente las realidades por medio del hallazgo de unas palabras que no lo

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digan todo, pero lo contengan todo. Insinúa para que el lector complete el mundo que va describiendo y saque sus propias consecuencias.En su obra no hay opiniones ni definiciones, sino la presencia de un mundo denso y sugerente que va lentamente evolucionando ante nuestros ojos, mediante un acertado uso de la elipsis.

‘Las cerezas del cementerio’ (1910)

Es una gran novela. En opinión de su prologuista Horacio Vázquez-Rial, de la edic. de ‘El Mundo de 2001, una de las más bellas obras de la literatura española del siglo XX.Los primeros encuentros se realizan en la estación del tren o en el mismo tren, que también aparece en ‘El Obispo leproso’, obsesión de Miró por la modernización y la técnica que hace que cambien las ciudades y las personas. Los personajes, aunque sobresale Félix Valdivia, son Beatriz (antigua amante de Guillermo, llamada ‘la madrina’ porque lo era de Félix, junto con Guillermo)) y su hija Julia; Guillermo tío de Félix (a quien decían todos que se parecía), liberal y asesinado en un viaje por sicarios del marido de Beatriz; el marido de Beatriz, Lambeth, hombre sin pasión y solo interesado en los negocios y el dinero; Giner Ripoll, diputado y su esposa (‘interesada’ por Félix); D. Lázaro y su esposa (padres de Félix); Dulce Nombre, sirvienta de los Valdivia; tío Eduardo; su primo Silvio y su prima Isabel...

Es una novela sobre el amor y, ante todo, sobre el desamor. Se van sucediendo historias de enamoramientos, unas veces conseguidos y otras no.“Sí, sí, madrina, hábleme como a un chiquito.... Yo gozo tanto queriendo, que... padezco, porque me exprimo y entrego mi vida. Pues sentir que me quieres me es tan delicioso que oyéndolo parece que me duermo y todo, como un rapaz bebiendo del pecho de la madre. Amigos de mi padre, muy graves, desaprueban mi natural; dicen que el hombre debe de ser tierno un momento, pero luego fraguarse y endurecerse. Y eso es confundir la humanidad con la argamasa. ¿Se ha fijado usted en la argamasa, que no cría ni musgo?”. (Las cerezas del cementerio) Las esperanzas de conseguir el objetivo y objeto, no exclusiva ni necesariamente físico, sino ante todo la ternura, el acompañamiento, la identificación con el objeto amado.Transcurre en Valencia, a principios del XX, donde una moral ultraconservadora y radical, frena los sentimientos y condena las conductas de

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Félix Valdivia, soltero y joven, y Beatriz, casada y ya madura que no encuentra cariño ni interés por parte de su marido Lambeth, como anteriormente lo había hecho con Guillermo (asesinado en un viaje) y Beatriz. Guillermo era padrino de Félix a quien todo el mundo veía como su reencarnación, con el mismo carácter aventurero, independiente, enamoradizo y liberal de Guillermo.La novela no pretende ser una novela social, sino de puros sentimientos, de piedad y crueldad, de paisajes maravillosamente descritos, sin pretensiones de grandeza y heroísmo de los personajes que sencillamente soportan, la mayoría de las veces en silencio, las murmuraciones y condenas tácitas o explícitas de algunos miembros de esa sociedad intransigente. En suma, de belleza integral.

Seres destruidos por la mezquindad de su entorno, que provoca una desarmonía, un desajuste psicológico entre los personajes y el ambiente humano en el que viven y desarrollan su existencia.

Una realidad caciquil que impone su moral represiva en un espacio local y provinciano, con devociones beatas y superficiales, en lugar de la vivencia de un cristianismo pleno, vivífico y salvador de la condición humana.

Beatriz es la figura femenina, la ‘madrina’, casada y que ha amado a Guillermo y vuelve a amar a Félix, como su ideal de hombre tierno, no apático, parecido en casi todo a Guillermo, que se entrega en cuerpo y alma a esa ilusión. Miró se sirve de la intuición, sin ser excesivamente explícito, para que lector intuya, imagine y desarrolle las circunstancias y el entorno de esas relaciones. Beatriz crea un Félix para su propio sentir y necesidades vitales que, al igual que la exquisita mujer del diputado Giner Ripoll, son desgraciadas con un marido inadecuado, creyendo ver en Félix, -un hombre bondadoso, con demasiado amor hacia todo- no la atracción física y la pasión sexual, sino el marido que ellas necesitan. ¿No es esto contemporáneo?.

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‘Nuestro Padre San Daniel’ (1921)

‘Nuestro Padre San Daniel’ y ‘El Obispo leproso’ son -en palabras de Miguel Ángel Lozano Marco, prologuista de ellas en Colección Austral, edic. de 1991-, “la culminación de la novela de Gabriel Miró y uno de los monumentos de la literatura española”. Personalmente, aún considerando la gran prosa narrativa de ambas obras, prefiero ‘Nuestro Padre San Daniel’.

Presentada por Miró como la primera parte del ‘Obispo’, aunque diferenciadas, como la 1ª y 2ª parte del ‘Quijote’. No tienen autonomía plena y no es posible una lectura independiente, sin perder la comprensión de toda la obra.Ortega y Gasset, hizo una crítica de la parte del ‘Obispo leproso’ sin haber leído antes ‘Nuestro Padre S. Daniel’, entendiendo solo parcialmente la novela al ‘perderse’ cómo se fueron ‘formando’ los personajes, aunque sean partes independientes, pero dentro de una unidad cronológica de la historia de Oleza: La ‘historia’ continúa, pero cambia la novela, con un ‘subtema’ y una estructura diferente.

El inicio se remonta a siglos pasados cuando se creó el obispado, el origen de las imágenes que se convirtieron en el mundo religioso de Oleza, “en el principio era el Olivar’”, dice Miró, con ironía, para recrear después el ‘carácter’ cerrado, inmóvil que reinaba en Oleza, con sus devociones patronales, con sus tradiciones y dominio del ‘espíritu’ carlista, donde no hay escapatoria; y en torno a él, giran los sectores más tradicionalistas, con la crueldad del cura Bellod, el trato inhumano de D. Álvaro (representante del carlismo que llega a Oleza para dar una conferencia en el ’Círculo de Labradores’, carlista y luego regresa a Oleza para casarse con Paulina, hija de D. Daniel) y su hermana Elvira (mujer estricta, murmuradora y relatora de supuestos vicios de los habitantes de Oleza), con D. Amancio, el padre Bellod, (cruel hasta con los animales), D. Cruz (que aspiraba a que le nombrasen nuevo obispo, aunque cínicamente se revestía de humildad, ‘Cara-rajada’, un pobre defensor militante de la ‘causa carlista’ hasta que ve que le engañan y se reconvierte para rechifla de los habitantes más pobres), en contraposición a D. Daniel, su hija Paulina, el viejo cura Jeromillo, Doña Corazón, Doña Jimena, los condes de Lóriz y, sobretodo D. Magín, (sacerdote culto, liberal-conservador,de exquisita sensibilidad, de trato llano, compasivo, que gusta de los placeres como el tomar los dulces monjiles que se expenden en la tienda de Doña Corazón y preocupado por los que sufren, los más débiles y desfavorecidos, no rehuye el compromiso y se conmueve por Oleza: Es el personaje en el que Miró encarna un ideal de comportamiento, “ver el mundo según es y amarlo”; narra los ‘conflictos internos’ hasta que llega el ‘enviado’, el nuevo obispo, que era arcipreste en Tarazona.“Solemos decir que un alma goza de un estado de gracia cuando vive de beneficios del cielo, en una dulce quietud. Eso no es un estado de gracia, es vivir

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gratis, vivir a costa de Dios; y se ha de vivir a costa de sí mismo; claro que algunos viven de su trabajo, y otros de sus rentas”. (D. Magín en ‘Nuestro Padre San Daniel’).

‘Nuestro Padre’ (cuyo primer milagro fue dejar manco al escultor que la talló), con su sombría religiosidad (se salvó de una riada que hubo en Oleza y le empezaron a llamar también ‘el Ahogao’) está omnipresente, vigila celosamente las costumbres y la rígida moral que acaba por instalarse entre los olecenses; “Los ojos de Nuestro Padre, ojos duros, profundos, de afilado mirar, que atraviesan las distancias de los tiempos y el sigilo de los corazones, sobrecogen y rinden a los olecenses”. (‘Nuestro Padre San Daniel’)

Frente al ‘profeta del olivo’, se alza la imagen de ‘Nuestra Señora del Molinar’, imagen hallada a las afueras de Oleza, que representa una religiosidad no estricta, casi ingenua, comprensiva, culta, asociada a la Naturaleza, a imágenes de blancura y luminosidad y a la fecundidad, que compite en devoción con ‘Nuestro Padre’ y representa a los sectores liberal-conservadores de Oleza.

D. Álvaro da la imagen de hombre puro, de elegido, pero que encubre un alma sombría e inhumana. ‘Cara-rajada’ dice de él: “Es ruin y triunfa”.

También participa de la acción el apodado ‘Cara-rajada’, (hijo del ‘Miserias’ y de la ‘Amortajadora’ de Oleza) que se fue de joven a pelear con D. Álvaro por la causa carlista y volvió con la cara rajada después de la ‘traición’ de que fue objeto por D.Álvaro, al que odia y se vuelven a encontrar en Oleza); ser cruel y desvalido, trágico y conmovedor, pero muy humano, empujado hacia la violencia y el odio, pero rescatado por el amor y la humanidad con que le trata D. Magín y le presta apoyo (le consigue hasta un empleo en el Palacio Episcopal, con el nuevo obispo); carácter extremista y apasionado; rechazado por todos por su aspecto, sus ataques de epilepsia y su sombría pasión (estaba enamorado de Paulina (con quien luego se casa D. Álvaro). Se madre decía: “A mi hijo no le quiere nadie en el pueblo”. El odio entre D. Álvaro y ‘Cara-rajada’ es un odio solapado, de miradas que matan, desafíos que se quedan en monólogos interiores, que Miró trata tan magistralmente, que parece que no pasa nada engañosa que encubre violentas pasiones y sentimientos mostrados en una gran ‘tensión interna’.Representa las maldiciones bíblicas y se le considera un ‘endemoniado’. Es aquél que espira a acciones heroicas, se convierte en asesino despiadado. El único calor humano lo encuentra en el trato cariñoso que recibe de D. Magín y en la compasión de Paulina. El antagonismo fratricida entre D. Álvaro y ‘Cara-rajada’, muestra el odio alimentado entre partidarios de una misma causa (no entre enemigos), en una ciudad donde dice Mª Fulgencia “No se quiere nadie”. Muere como había vivido, entre el desprecio y la burla de los demás.

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D. Daniel Egea (padre de Paulina) es personaje central en ‘Nuestro Padre’: rico hacendado, propietario del ‘Olivar’ (donde antiguamente se cortó la madera para la talla de ‘Nuestro Padre’); hombre bondadoso, débil y vulnerable, afectuoso, sonriente, que al quedarse viudo, necesita de la presencia de su hija Paulina. Queda ‘prendado’ por la figura y porte de noble de D.Álvaro y se entusiasma cuando éste decide pedirle la mano de Paulina, a quien D. Álvaro se la ‘arrebata’ casándose con ella y llevándosela a vivir a la ciudad, no al ‘Olivar’ (para evitar las sospechas de Oleza y no reconocieran en él a un caza dotes), cuando D. Daniel había echo obras en la casa para acogerlos allí y a sus futuros nietos, junto con Elvira (hermana de Álvaro) a quien trajeron de Gandía para que viviera con el matrimonio. D. Daniel es víctima de la crueldad de Álvaro, al separarlo de su hija. D. Daniel muere y Álvaro y su círculo de facciosos no permiten que Paulina le asista en sus últimos momentos, por temor a que la impresión causada desembocase en que Paulina perdiese al hijo que llevaba ya en sus entrañas.

Gran intensidad dramática.

Con la riada que sufre Oleza, los facciosos estallan en su odio y sacan las armas para luchar contra un enemigo inexistente, cuando los habitantes del barrio de S. Ginés, gente marginal y marginada en un barrio suburbial de Oleza, disparan morteretes y salvas por la festividad patronal y aquellos imaginan una nueva Covadonga. Cesa la lluvia y toda la gloria imaginada por los carlistas se queda en un disparo anónimo a D. Magín que cae de gravedad, aunque no fallece; esto recae sobre la conciencia de los tradicionalistas.

‘El obispo leproso’ (1927)

Es su obra mayor según algunos críticos

La 2ª parte de la obra, titulada ‘El Obispo leproso’ aparece 6 años después de ‘Nuestro Padre S. Daniel, y se inicia con el capítulo de ‘Pablo’ (hijo de D. Álvaro y Paulina, en edad escolar –8 años- que es internado en el colegio ‘Jesús’ de Oleza, regentado por los jesuitas. Al final de la novela está en sus 17 años) que, junto al Obispo, Mª Fulgencia y D. Magín, constituyen los personajes que dan vida al paso del tiempo en Oleza. La mayoría de los personajes han sido ya ‘retratados’ en ‘Nuestro Padre’, y algunos desaparecen, por fallecimiento, como D.Daniel y ‘Cara-rajada’.

Doña Elvira(hermana de D. Álvaro soltera que vive con el matrimonio, chismosa y obsesiva); María Fulgencia, murciana, sobrina del penitenciario que entra ‘como monja’ en ‘La Visitación’; Purita, muchacha joven y bella, que al final se

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queda soltera; el ‘Jesús’ (con su Rector, Prefecto y el padre Ferrando, confesor del Obispo); Mauricio, militar y primo de María Fulgencia; ‘San Josefico’; ‘el Ángel’ de Salcillo y representado ahora por Fulgencia en Pablo; el Obispo que, enfermo y desde el silencio, el estudio y el trabajo, consigue ir modernizando Oleza, apostando por la sociedad civil.

En esta novela no se plantea un mundo circular y cerrado, sino con una solución lineal, hacia un futuro más abierto en Oleza y representa la vida y la muerte en un microcosmos, la tragedia de la existencia mostrada en un ambiente de monotonía mortal, donde los personajes se mueven inmersos en una densa atmósfera en donde hombres y mujeres aman y odian, sometidos al poder devorador del tiempo.

Nos narra las relaciones de amistad que desde pequeño tiene Pablo con D. Magín y el Obispo (se inicia en un entorno más liberal, con la aquiescencia de Paulina y a pesar de las precauciones de D. Álvaro).

Ya van apareciendo los primeros síntomas de lepra en el Obispo, y nos presenta la figura de Mª Fulgencia -murciana, sobrina de un clérigo de Oleza que, al morir su padre y quedar huérfana, decide llevársela a Oleza (y allí ingresa como novicia del convento de la Visitación) ante los desvaríos y ataques místicos que sufre en Murcia, queriendo comprar el ‘Ángel’ de Salcillo aunque le cueste toda su fortuna y heredades-, que acaba siendo también víctima, como Paulina, D. Magín y Pablo, de la estricta moral imperante.

Los condes de Lóriz (tenidos por los facciosos como liberales y de costumbres ‘relajadas’), habían tenido a su hijo Máximo al mismo tiempo que Paulina tuvo a Pablo. Se marcharon a vivir a Madrid, pero vuelven a vivir a Oleza para que su hijo ingrese en el colegio de los jesuitas (el ‘Jesús’), siendo compañero de Pablo. Mientras han estado ausentes (8 años) D. Magín les relata cómo está la ciudad y los sucesos de mayor trascendencia.

A partir de este momento, la historia va narrando las costumbres y acontecimientos religiosos Oleza: cómo el obispo hace gestiones en Madrid para iniciar las obras del ferrocarril de Oleza a Murcia (el obispo ya muestra síntomas ostensibles de su lepra, con las manos vendadas); de cómo los jesuitas muestran sus diferencias morales y educadoras con el obispo, aún cuando éste eligió como confesor a un jesuita, sencillo (escasamente reconocido en el colegio, el padre Ferrando, que luego el Rector le utilizaría para conseguir ante el Obispo que no abandonasen el colegio de ‘Jesús’; narra el boato y opulencia del colegio, su fiesta de fin de curso);“-Repare, monseñor, en el padre Francisco de Agullent (capuchino): tiene la barba roja como Judas. El capuchino tocó suavemente sus vellones bermejos, y

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dijo con simplicidad: -¿De veras, de veras que resulta comprobado que Judas fuese rojo? ¡Quién sabe, Dios mío!. No hallé ningún texto que lo afirme. Ni era flaco, ni menudo, ni orondo: ¡nada!. Lo único cierto es que Judas perteneció a la compañía de Jesús”. (‘El Obispo leproso’) las fiestas religiosas en Oleza y cómo las viven los olecenses (independientemente de que sean facciosos, liberales, conservadores o indiferentes), hasta llegar el momento en que Pablo y Máximo acaban sus estudios y salen del colegio.

Se va cerrando un ciclo de la vida en Oleza, que apunta situaciones nuevas y temidas por los tradicionalistas que ven con temor, diciendo D. Amancio ‘Alba-Longa(el director del periódico local): “Siempre lo mismo; pero quizá los tiempos fermentasen de peligros de modernidad”. Los hijos son diferentes; las nuevas gentes piden cambios en las relaciones sociales; los ingenieros y trabajadores (muchos de ellos extranjeros) que han venido a Oleza para construir el ferrocarril fundan el ‘Casino’, de corte liberal, en contraposición del ‘Círculo de Labradores’ (sede de los tradicionalistas); se emprenden obras para contener las riadas estudiando embalses y no dejarlas a expensas de la naturaleza o designios divinos; se mejoran las parroquias más pobres de Oleza; en el Palacio obispal tuvieron lugar reuniones para poner de acuerdo a los técnicos del ferrocarril con los hacendado.s TODO ELLO BAJO LA INTERVENCIÓN DECISIVA DE LA MITRA, DEL OBISPO LEPROSO al que los tradicionalistas odiaban desde el primer momento en que llegó a Oleza, al considerarle hombre culto, instruido y preocupado por mejorar las condiciones de vida de todos, especialmente de los más necesitados. Temen que desaparezca la Oleza levítica.Como ‘Nuestro Padre S. Daniel’ representaba la figura tenebrosa, vigilante, omnipresente, opresora de la ciudad, en ‘El Obispo leproso’ al obispo lo representa ausente y retirado en silencio en el palacio, que soporta su lepra del cuerpo pero no del espíritu (insinuación mironiana) y se preocupa por todo y por todos (también omnipresente, sin sentirse), ‘dejando hacer’.

Para D. Álvaro, su hermana Elvira y el grupo faccioso que dominaban una sociedad con una religión opresora y una política tradicionalista, lo que va sucediendo en la Oleza, que se va transformando, es el núcleo originario de los males de la ciudad. Una sociedad civil que se va conformando, que conserva sus tradiciones religiosas pero no les oprime y les permite ser ellos mismos. En la figura del prelado no debemos mirar un sentido meramente simbólico: los personajes de Miró no están diseñados ni concebidos de forma lineal; no los dota de una clara significación trascendente que puedan precisarse en conceptos definidos y definitivos, sino que consigue ‘contener’ e insinuar sugerencias , de no agotar a los personajes en una única dirección conceptual y emocional, que solo

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van a depender de la inteligencia y la sensibilidad del lector que reciba el estímulo.

Si en ‘Nuestro Padre’ tema central (o el subtema) considerando toda la obra es el odio con la crueldad , en ‘El Obispo’ el subtema es el amor con varias relaciones, explícitas o insinuadas.

Mº Fulgencia (‘la Monja’ como ya se la apodará) acaba saliendo del convento y se casa, según su expresión, con el primero que se encuentre (y fue con el faccioso D. Amancio), habiendo estado íntimamente enamorada de su primo murciano Mauricio (hijo de su tío Eusebio), militar de carrera y diplomático que, en un viaje de vacaciones a Murcia, le piden desde el convento que se pase por la localidad de Francia donde está la reliquia de la madre fundadora de la congregación para traer una reliquia y dársela al Obispo para implorar su curación. Reliquia que, una vez recibida, en el obispado registran la entrada y la ponen en un armario como ponen tantos obsequios que le hacen al Obispo, quien al final fallece, quedando de nuevo Oleza como ‘sede vacante’. En un momento de la novela Mª Fulgencia va pasar a los colegiales del ‘Jesús’ y se alborota e inquieta al ver a Pablo, diciendo a todas las monjas que ha visto al ‘Ángel’.

Posteriormente, Mª Fulgencia y Pablo tienen relaciones amorosas (entre dos adolescentes, ‘un ángel’ y ‘la monja’), escondiéndose, al principio, de todos, pero ya abiertamente cuando se conocen en Oleza estas relaciones que D. Álvaro y Elvira condenan, pero Paulina no, sabiendo que ella ha estado siempre ‘prisionera’ de las costumbres y la moral social de Oleza..

Al final de la novela, Mª Fulgencia se va a vivir con su marido D. Amancio a la casa y heredad de Murcia, pero no olvidándose de Pablo. Éste queda desolado y solo el tren que promovió el Obispo les mantiene en sus pensamientos, esperando lo que ya no llegará nunca más.

Elvira, conocedora de esas relaciones, acaba siendo enviada de vuelta a Gandía, en el tren, por su hermano D. Álvaro, al sorprender a Elvira, siempre reprimida, intentando abrazar y besar apasionadamente a su sobrino Pablo, con gran sorpresa de éste que intenta zafarse.

Solo quienes no saben amar, como D. Álvaro y D. Amancio, viven un matrimonio falso, incompleto, cometiendo un ‘fraude de amor’, y los seres más aptos para amar, como Paulina, Purita, Mª Fulgencia, Pablo no logran la plenitud amorosa pero no renuncian por ello a su propia vida e historia.

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Paulina y D. Álvaro acaban ‘refugiándose’ en el ‘Olivar’, aferrándose Paulina a encontrar esa felicidad que allí tuvo en su infancia y juventud y que, por mor de los tradicionalistas que se adueñaron de Oleza, jamás volvió a conseguir.

Purita, mujer hermosa, joven y de costumbres ‘liberales’, pero extraordinaria persona que participa en todos los eventos y congregaciones de Oleza, por quien D. Magín siente, como hombre y como sacerdote una profunda admiración, acaba quedándose soltera y marchándose de Oleza en el tren que la llevará a Valencia llamada por su hermana, casada y con hijos, para que la ayude en su crianza y educación.D. Magín acude a despedirla a la estación del ferrocarril -que une por fin a Oleza con el mundo- y queda en el andén emocionado cuando ella se va, llenándole antes de flores, que compra en la estación, todo el asiento.

Todos se van en el tren, que tuvo al Obispo como el principal valedor y llevó a cabo las gestiones para su construcción; no en vano el último capítulo lo titula F.O.C.E. que son las siglas de la Compañía del ferrocarril (Ferrocarril de Oleza-Costa-Enlace)

Estos personajes, aparecen destruidos, no degradados, adquiriendo en su infortunio una talla humana que antes no tenían, y mueven al lector a compadecerse de ellos; solo D. Magín sigue siendo él, el único que se mantiene en pie en medio de tanta ruina; él que, aceptando como buenos los dulces que industrialmente se fabrican ya en Oleza, en competencia con los de los conventos, sigue fiel, -manteniendo algunas buenas tradiciones, y conservándolas-, a estas pequeñas cosas como preferir los dulces de Doña Corazón y los que se hacen en los conventos de Oleza.“Le rodearon las vendedoras (a D. Magín); y él les arrebata rosas ardientes, rosas pálidas, capullos de naranjo, broches de jazmines, y todo lo volcó en el asiento y en el regazo de la viajera (Purita). Ella le besó la mano, y cortó un nardo y también lo besó y se lo dio diciéndole: -Cuando yo iba de corto, usted me dijo que me parecía a un nardo. ¡Tómeme chiquitina!. Descubrióse D. Magín y se inclinó en silencio. Silbó la máquina, retumbó todo y comenzó a salir el correo de Oleza. -¡Adiós, D. Magín; adiós, doña Nieves! ¡Ya no me quedo para vestir imágenes; voy a vestir y lavar y besar sobrinos que dan gloria!” ( final de ‘El Obispo leproso)

OBRAS MÁS SOBRESALIENTES DE G. MIRÓ ( por orden cronológico)

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La mujer de Ojeda (1901Hilván de escenas (1903)Del vivir, primer libro de su personaje ‘Sigüenza (1904)Nómada (1908)Las cerezas del cementerio (1910)El Abuelo del Rey (1915)Dentro del cercado (1916)Figuras de la Pasión del Señor (estampas viejas) (1916-1917)Libro de Sigüenza (1917)El humo dormido (1919)Nuestro padre San Daniel (1921)El obispo leproso (1927)Años y leguas (1928)Glosas de Sigüenza: recopilación de artículos por su hija (1952)