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19 La misión implica a todos, todo y siempre Corresponsabilidad de todos: la misión universal “El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas”. Aparecida 131 Tema 2:

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19La misión implica a todos, todo y siempre

Corresponsabilidad de todos: la misión

universal

“El discípulo experimenta que la vinculación

íntima con Jesús en el grupo de los suyos es

participación de la Vida salida de las entrañas

del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo

de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6, 40b),

correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión

de hacer nuevas todas las cosas”.

Aparecida 131

Tema 2:

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20 La misión implica a todos, todo y siempre

Objetivo

Que los discípulos misioneros asuman la importante tarea de anunciar el Evangelio como una respon-sabilidad compartida en la que todos y cada uno contribuyen a la misión universal.

Desarrollo

Los escenarios para la misión son adversos porque la vida misma es hostil y difícil, pero ello no debería perturbar el entusiasmo a nuestro espíritu. Porque la tarea de anunciar el Evangelio a todo el mundo no es una tarea imposible de alcanzar. Desde luego que no negamos que existe una crisis en los valores traída por los cambios de la modernidad, que afecta a la misión; tampoco somos insensibles a las dificultades que enfrentan los misioneros dedicados por vocación, a llevar el mensaje de Jesús. Pero sí es importante manifestar que la Buena Nueva de Jesús, siempre se encontrará muy por encima de cualquier contexto negativo. Porque la misión existe para estas realidades y no sólo para enfrentar escenarios ideales.

El Santo Padre Benedicto XVI conoce a bien la dinámica en la que actualmente se encuentran insertos los cristianos, y en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones advierte la necesidad de permanecer atentos y cautelosos para que el anuncio de la Buena Nueva sea develado en el mundo. Nos pide, para lograrlo, no perdernos en la búsqueda de bienestares efímeros como lo son: el poder, el éxito y la ganancia. Él nos exhorta a que cada uno trabajemos con nuestras propias herramientas y desde

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nuestras respectivas actividades por la evangelización de todas las gentes. Por otro lado, nos ofrece pistas para que como Iglesia caminemos juntos. Por ello propone que todos los cristianos asumamos la tarea de evangelizar y que convirtamos al anuncio en una “responsabilidad de todos”. Porque los cristianos debemos penetrar en el mundo este mensaje de amor con nuestro testimonio, a pesar de la cultura des-cristianizada del mundo de hoy; a pesar de las ideologías capitalistas y mercantilistas; e incluso a pesar de nuestra propia incredulidad de sabernos portadores de la Buena Nueva.

En este apartado buscaremos meditar en torno a la necesidad de que todos los cristianos cola-boremos y asumamos a la misión como una responsabilidad compartida, no importando la actividad que cada uno desempeñe según su estado clerical (Obispos, presbíteros y diáconos) religioso o laical. Entendamos entonces que la corresponsabilidad es más que una forma de cooperación, de solidaridad; es vivir por los hermanos del mundo entero, pero no sólo por un momento sino para siempre y en todo momento. La corresponsabilidad conlleva a vivir para otros sin prejuicios, ni limitantes, es tener presente en todo momento nuestra dimensión misionera como bautizados e Hijos de Dios.

Iglesia evangelizadora

Existe una especie de ruptura cada vez más marcada entre la fe y la vida; por ello la Iglesia vive cada día con más dificultad su misión universal. Todos los bautizados somos responsables del anuncio, pero no todos somos conscientes de ello, queremos o deseamos serlo.

Algunos cristianos se encuentran muy decepcionados porque cimentaron su fe en personas e ins-tituciones, mas no en Jesucristo vivo y resucitado. Otros están cansados de luchar contra las adversidades, quizá porque no fueron capaces de ver a Dios en lo que hacían. Muchos están perdidos en el confort, la seguridad y el prestigio que representa un puesto, una familia, cosas materiales a las que se aferran porque les dan estatus. Otros se aferran a tradiciones pseudo religiosas o supersticiosas, a un pietismo tradiciona-lista e inconsciente, o a prácticas sencillas de piedad popular como «ejercicio perfecto de su fe».

En realidad son pocas las personas que están listas y preparadas para anunciar el Evangelio al mundo. Tal vez por ello, nuestro impulso misionero sea débil. Estamos llenos de egoísmos e inmadurez para ir hacia todos con la fuerza del Espíritu Santo.

Necesitamos un renovado espíritu misionero para constituir la Iglesia evangelizadora de Jesús. Dejemos de pensar que la misión de la Iglesia es algo facultativo o adicional de la vida eclesial (cf. VD 93). O que toda misión compete únicamente a los clérigos o a los consagrados, o sólo a los laicos. Hay que mejorar para cumplir con la tarea de evangelizar. Pues “la Iglesia lo sabe [...] Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, per-petuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa” (EN 14). Porque lo que la Iglesia anuncia al mundo es el Logos de la esperanza; el hombre necesita la «gran espe-ranza» para poder vivir el propio presente, la gran esperanza que es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo» (cf. VD 91).

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Vivamos entonces nuestra esencia de ser Iglesia y comprometámonos ya, a ser discípulos misio-neros de Jesús desde nuestra propia vocación, carisma y profesión.

La Iglesia responsable de la Misióna)

Nuevos y cambiantes paradigmas en la sociedad, el gobierno y la economía global se presentan frente a la Iglesia para atentar contra sus estructuras y su razón de ser y existir, incluso los fieles que la constituyen manifiestan comportamientos que la atacan y desprestigian. Pero más allá de cualquier tipo de injurias y difamaciones, la Iglesia tiene a su cargo la labor irrenunciable de cumplir con la misión “siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes. Él siendo el Señor se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz; siendo rico, eligió ser pobre por nosotros, enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros […] En la generosidad de Dios, en la gratuidad de los Apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio” (DA 31).

Existe una relación vital entre la misión y la Iglesia porque la misión implica a personas que son movidas para encontrar a Jesús. La Iglesia es responsable de la misión porque ésta le da sentido, entonces la Iglesia es en sí misma misión, pues “el cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas y particu-larmente en la nuestra es «dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo»” (cf. Rmi 4).

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¿Quiénes constituimos la Iglesia?b)

Por principio, siempre basta con afirmar que «la Iglesia la conformamos todos los bautizados» y por consiguiente es fácil interpretar que «todos los bautizados son responsables de la misión». Sin em-bargo, no hay que perder de vista, ni dejar de enfatizar que los bautizados están catalogados en distintos «tipos» de cristianos. Estos cristianos pueden ser: Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas, consagra-dos y laicos. Dentro de estas distinciones encontramos categorías como lo son: incrédulos, fanáticos y blasfemos. O su contraparte; cristianos congruentes, comprometidos, creyentes, valientes y con fortaleza espiritual de sobra.

Lo dicho en el párrafo anterior nos sirve para ir reflexionando en torno al impacto y alcances de esta Iglesia misionera y las estrategias pastorales que puedan ponerse en práctica, de tal suerte que repensemos nuestras estrategias para la misión universal para que en verdad incluyan «a todos, todo y siempre».

Un hecho fáctico en la misión es: «No porque todos seamos cristianos, implica que todos esta-mos preparados para la misión».

Un estado permanente de misión implica una gran disponibilidad a repensar y reformar muchas estructuras pastorales, teniendo como principio constitutivo la “espiritualidad” de la comunión y de la audacia misionera. Lo principal es la conversión de las personas. No cabe duda. Pero ello debe llevar naturalmente a forjar estructuras abiertas y flexibles capaces de animar una misión permanente en cada Iglesia Particular (La Misión Continental para una Iglesia Misionera, 8).

Bajo estas consideraciones y siendo honestos, muchos de los bautizados no cumplen con nin-guna de estas características. Hay quienes ni siquiera tienen conocimiento de que tienen una misión y mucho menos de las instituciones que colaboran con los misioneros en el mundo. Para varios bautizados, la responsabilidad cristiana concluye con la primera comunión o con la sola y –siempre que se pueda– parcial asistencia a “eventos sociales” como bodas, bautismos y confirmaciones.

En este sentido, la Iglesia tiene que cuestionarse si corresponde a este tipo de bautizados asumir el mismo nivel de responsabilidad al de quienes a la inversa, están por demás preparados para asumir la misión. Dice la Verbum Domini (94):

Los Obispos y sacerdotes, por su propia misión, son los primeros llamados a una vida dedicada al servicio de la Palabra, a anunciar el Evangelio, a celebrar los sacramentos y a formar a los fieles en el conocimiento auténtico de las Escrituras. También los diáconos han de sentirse llamados a colaborar según su misión, en este compromiso de evangelización.

La vida consagrada brilla en toda la historia de la Iglesia por su capacidad de asumir explíci-tamente la tarea del anuncio y la predicación de la Palabra de Dios, tanto en la misio ad gentes como en las más difíciles situaciones, con disponibilidad también para las nuevas condiciones de evangelización, emprendiendo con ánimo y audacia nuevos itinerarios y nuevos desafíos para anunciar eficazmente la Palabra de Dios.

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Los laicos están llamados a ejercer su tarea profética, que se deriva directamente del bautismo, y a testimoniar el Evangelio en la vida cotidiana dondequiera que se encuentren. A propósito, los Padres sinodales han expresado «la más viva estima y gratitud, junto con su aliento, por el servi-cio a la evangelización que muchos laicos, y en particular las mujeres, ofrecen con generosidad y tesón en las comunidades diseminadas por el mundo, a ejemplo de María Magdalena, primer testigo de la alegría pascual». El Sínodo reconoce con gratitud, además, que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son en la Iglesia una gran fuerza para la obra evangelizadora en este tiempo, impulsando a desarrollar nuevas formas de anunciar el Evangelio.

Con lo anterior no se pretende deslindar de responsabilidades a muchos cristianos, pero es ur-gente comprender que no es viable incluirlos de la misma forma en la tarea de evangelizar, porque en todo caso, varios de estos bautizados deberían ser objeto de la propia misión «Nueva Evangelización».

Veamos el caso de aquellos misioneros a quienes el recurso financiero, la formación misionera, su contexto de vida, entre otros factores, los lanzan a la misión para difundir la Buena Nueva; pero que por desidia, falta de decisión o egoísmo se niegan a acercar a otras culturas el Evangelio de Jesús. Por el contrario, hay quienes por causa de enfermedades u otros padecimientos físicos les es imposible llegar hasta estos lugares, pero cooperan con la misión desde otra perspectiva y se sienten alegres de saber que con sus contribuciones muchos discípulos misioneros comprometidos están llegando a rumbos nunca imaginados.

O vas o envías o ayudas a enviar

En su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, el Papa nos exhorta a ver las condiciones de vida en las que gran parte de los cristianos están viviendo y, asimismo, a considerar esos elementos para discernir que la tarea misionera, aunque compete a todos, no es posible exigirla a todos de la misma forma ni pedir que los cristianos contribuyamos con la misión bajo iguales condiciones. “Tantos herma-nos están bautizados pero no suficientemente evangelizados. Con frecuencia, naciones un tiempo ricas en fe y vocaciones van perdiendo su propia identidad, bajo la influencia de una cultura secularizada” (VD 98).

“O vas o envías o ayudas a enviar” es un lema que deja ver los alcances de la misión, para difundir el mensaje de Jesús desde lo profundo, permeando en la cultura y en la vida de quienes no conocen la Buena Nueva. En esta máxima, los cristianos bautizados comprometidos con el Evangelio encontramos el impulso necesario para admitir que en cualquier caso es posible y es viable aceptar nuestra vocación de discípulos misioneros y que aunque existan limitantes como la formación, el recurso financiero, etcétera, hay hombres, mujeres, niños, adolescentes y jóvenes que con su ayuda dan esperanza al mundo.

La Iglesia misionera se consolida a partir de discípulos misioneros responsables y entusiastas en asumir la Buena Nueva como una noticia que es imprescindible difundir. “O vas o envías o ayudas a enviar” ofrece la posibilidad a todos los bautizados de trabajar por las misiones desde cualquier circuns-tancia.

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Hacia dónde va la misión

Una pregunta que incesantemente se plantea la Iglesia es: ¿hacia dónde debe estar dirigida la misión? La necesidad de conocer hacia dónde va la misión es una inquietud real y constante. Algunos misionólogos, biblistas, teólogos, etc., defienden el postulado de que la misión ad gentes1 es la más impor-tante. Pero para otros, la misión ad intra2 puede responder mejor a los nuevos retos de la misión. En fin, pareciera que la opinión de unos y otros, con su juicio muy particular, poco contribuye al entendimiento de la misión.

1 La actividad misionera específica, o misión ad gentes, tiene como destinatarios “a los pueblos o grupos humanos que todavía no creen en Cristo”, “a los que están alejados de Cristo”, entre los cuales la Iglesia “no ha arraigado todavía”, y cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio. Esta ac-tividad se distingue de las demás actividades eclesiales, porque se dirige a grupos y ambientes no cristianos, debido a la ausencia o insuficiencia del anuncio evangélico y de la presencia eclesial. Por tanto, se caracteriza como tarea de anunciar a Cristo y a su Evangelio, de edificación de la Iglesia local, de promoción de los valores del Reino. La peculiaridad de esta misión ad gentes está en el hecho de que se dirige a los “no cristianos”. Por tanto, hay que evitar que esta “responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia”, se vuelva una flaca realidad dentro de la misión global del Pueblo de Dios y, consiguientemente, descuidada u olvidada. Por lo demás, no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados. No obstante, es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio y por la fundación de nuevas Iglesias en los pueblos y grupos humanos donde no existen, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra. Sin la misión ad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar (Rmi 34).2 La misión ad intra expresa aquella misión que se realiza de modo ordinario en los lugares donde la Iglesia se ha radicado. Son esas situaciones donde hay una estructura bien definida: Las diócesis, las parroquias, los ordinariatos. Es la tarea permanente de evangelización por eso también se llama «misión de nueva evangelización» y es la famosa «Misión Continental».

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En realidad, la misión de la Iglesia es «una y única», porque surge del mandato misionero de Jesús y tiene su actividad ad intra y ad extra (cf. AG 2).

El sentido universal de la misión tiene que ver con este principio, que es un principio incluyen-te, no dirigido a una élite o a un sector privilegiado de la sociedad. Es más bien todo lo contrario, tiene prioridad más no está concesionado a un territorio o lugar específico. “Ya no podemos comprender más la actividad misionera como suministro de las bendiciones de la civilización occidental para con los pue-blos y las culturas «subdesarrolladas» o «en vías de desarrollo»; ya no podemos concebir más la misión como proveniente del cristianismo del norte dirigida hacia un sur no cristiano o subdesarrollado en lo religioso” (Teología para la misión hoy 2009). Así lo manifiestan las Sagradas Escrituras: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

La misión va dirigida a todos sin excepción porque su espíritu es universal y no pende sólo de un aspecto geográfico o de sectores, la universalidad implica una interconexión o sintonía con todo aquello de que está rodeado el hombre. Todos necesitamos de la misión porque la misión es acogida y no hay quien se niegue a ser acogido por el amor de Dios. Sea cual sea el territorio, sea cual sea el contexto cul-tural y social, la misión tiene que llegar hasta ellos porque el anuncio de la Buena Nueva es un regalo, no exige precio, no es motivado por influencias. Por ello es importantísimo no minimizar a la misión confun-diéndola simplemente como un acto de expansión y dominio de la propia Iglesia o del hombre.

Los discípulos misioneros irán por todo el mundo a anunciar la Buena Noticia sin prejuzgar, sin buscar privilegios o tratos especiales, sin pretensiones de poder y hegemonía sólo por ser portadores del más grande mensaje de amor.

Responsables de la misión

La contextualización en la misión es un elemento que debe abrirle paso a la misión, más no cerrár-selo, el conocimiento de los posibles puntos de quiebre por los que atraviesa la humanidad serían el aliento que impulse a los discípulos misioneros, pues la Buena Nueva transforma. La misión debe contribuir a vivir mejor y plenamente por ello la colaboración que se haga a la misión debe hacerse con responsabilidad y coherencia, puesto que no se trata de imponer un pensamiento o una ideología. La Buena Nueva se abre ca-mino por cuenta propia cuando los discípulos misioneros permiten que ésta entre en sus vidas, de tal suerte, que se genera un cambio radical en las personas que por consecuencia impacta a su entorno.

El discípulo misionero debe ser consciente que el Reino de Dios avanza a pesar de él, pero que al actuar con responsabilidad, el mensaje se fortalece. Recordemos además que la tarea evangelizadora se experimenta con plenitud cuando se ejerce colectivamente, cuando se hace acompañar de muchos miles de cristianos bautizados que emprenden con coherencia su vocación cristiana.

Seamos entonces responsables todos de los dones que Dios nos dio para cooperar con la misión universal y anunciar el Evangelio al mundo.

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Preguntas de reflexión

Reflexiona y comparte ¿quiénes son los encargados de la misión? ¿Y por qué?•

Reflexiona y comparte ¿a quiénes debe estar dirigida la misión? ¿Y por qué?•

Reflexiona y comparte qué te dice la siguiente frase: “O vas o envías o ayudas a enviar”.•

Lic. Yuliana Navarrete MerlosDepartamento de Investigación y Apoyo

OMPE-México