Té maría belén garcía

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Té, otro saludable vicio, por María Belén García Prosigo mis escritos sobre vicios saludables. Durante mucho tiempo se consideró que no debían ser buenos y que algún efecto negativo sobre la salud debían tener. Hoy se comprueba cada vez más que los efectos negativos sólo se dan en caso de consumo excesivo –lo cual, dicho sea de paso, podría aplicarse a todo, incluso a los alimentos más sanos- y que nada hay que temer ni del chocolate ni del café ni del té. Identificamos en el mundo occidental al té con Inglaterra y con cierta institución llamada “el té de las 5”. El té de las 5 es nada menos que la merienda y la popularidad del té entre los ingleses data, según parece, de los tiempos en que Britania “cabalgaba sobre las olas” y era la “Soberana del Universo”. Un vasto imperio colonial proporcionó la oportunidad de abastecerse de té a buen precio. O quizás los oficiales y funcionarios coloniales se aficionaron a esta bebida y la llevaron de vuelta a su tierra natal. Otro pueblo con gran afición por el té son los rusos. Entre los árabes, el té y el café se disputan la preferencia. Sea como sea, está claro que del Extremo Oriente –la India, China y zona de influencia- es de donde procede el té. Como el café y como el chocolate, el té posee antioxidantes. Como el café y como el chocolate, ayuda a prevenir las enfermedades cardiovasculares. Pero además el té ayuda a proteger la piel de la radiación excesiva e incluso ayuda a adelgazar. Tiene, pues, el té, algunas cartas propias con las que jugar. La diferencia entre el té verde y el té negro radica en el proceso. Sin entrar en detalles engorrosos, podemos decir que el té negro es té verde fermentado. Aunque el té siempre es beneficioso, se considera mejor al té verde. El té tiene, aproximadamente, la mitad de la cantidad de cafeína que contiene el café (cerca de 40 mg. por taza en el té, de 80 a 120 en el café), lo que lo hace más recomendable para personas nerviosas. Asimismo, esa proporción nos ayuda a establecer cuál sería el máximo a consumir. Pero, vamos, ¡a no exagerar!

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Té, otro saludable vicio, por María Belén García

Prosigo mis escritos sobre vicios saludables. Durante mucho tiempo se consideró que no debían ser buenos y que algún efecto negativo sobre la salud debían tener. Hoy se comprueba cada vez más que los efectos negativos sólo se dan en caso de consumo excesivo –lo cual, dicho sea de paso, podría aplicarse a todo, incluso a los alimentos más sanos- y que nada hay que temer ni del chocolate ni del café ni del té.

Identificamos en el mundo occidental al té con Inglaterra y con cierta institución llamada “el té de las 5”. El té de las 5 es nada menos que la merienda y la popularidad del té entre los ingleses data, según parece, de los tiempos en que Britania “cabalgaba sobre las olas” y era la “Soberana del Universo”. Un vasto imperio colonial proporcionó la oportunidad de abastecerse de té a buen precio. O quizás los oficiales y funcionarios coloniales se aficionaron a esta bebida y la llevaron de vuelta a su tierra natal.

Otro pueblo con gran afición por el té son los rusos. Entre los árabes, el té y el café se disputan la preferencia. Sea como sea, está claro que del Extremo Oriente –la India, China y zona de influencia- es de donde procede el té.

Como el café y como el chocolate, el té posee antioxidantes. Como el café y como el chocolate, ayuda a prevenir las enfermedades cardiovasculares. Pero además el té ayuda a proteger la piel de la radiación excesiva e incluso ayuda a adelgazar. Tiene, pues, el té, algunas cartas propias con las que jugar.

La diferencia entre el té verde y el té negro radica en el proceso. Sin entrar en detalles engorrosos, podemos decir que el té negro es té verde fermentado. Aunque el té siempre es beneficioso, se considera mejor al té verde.

El té tiene, aproximadamente, la mitad de la cantidad de cafeína que contiene el café (cerca de 40 mg. por taza en el té, de 80 a 120 en el café), lo que lo hace más recomendable para personas nerviosas. Asimismo, esa proporción nos ayuda a establecer cuál sería el máximo a consumir. Pero, vamos, ¡a no exagerar!