Tartesos y Las Colonizaciones

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Tarteso y las colonizaciones José Manuel Roldán Hervás Con la presencia de colonizadores fenicios en las costas meridionales de la Península se considera tradicionalmente concluida la Prehistoria y comienza un período de transición que lleva a las sociedades peninsulares a la Historia propiamente dicha. Se trata de un proceso lento cuya característica esencial es la modificación de los sistemas de organización simples de las comunidades indígenas por sociedades complejas y articuladas basadas en la división en clases y en la creación y desarrollo de instituciones de carácter estatal. Este proceso es inseparable de los estímulos proporcionados por la llegada de colonizadores del Mediterráneo oriental, de los que los fenicios son los primeros en el tiempo. Y por ello se justifica que el análisis de la Protohistoria hispana comience con la consideración del papel que representan los fenicios en la península Ibérica. 1. Los fenicios en la Península No es posible determinar las causas y el desarrollo de la expansión ultramarina ni establecer precisiones sobre la cronología de los viajes fenicios hacia el sur de la península Ibérica por falta de testimonios fidedignos. Aunque la tradición literaria remonta la fundación de Gadir (Cádiz) a finales del siglo XII a.C., sólo hay pruebas arqueológicas de la actividad fenicia a partir del 800 a.C. No obstante, se han tratado de acercar ambas fechas con la suposición de empresas esporádicas de exploración anteriores a la cronología que cuenta con confirmación arqueológica. Se acepta así la existencia de una fase precolonial, en la que las navegaciones de tanteo habrían precedido al establecimiento de asentamientos permanentes. Si la fuentes históricas referentes a los comienzos de la empresa comercial fenicia no pueden verificarse, existen testimonios de su existencia en Creta ya en el siglo XI y un siglo después en el Mediterráneo central, en Cerdeña. Fue probablemente este el camino que trajo a los fenicios a la Península siguiendo rutas que ya se practicaban durante el bronce Final y que unían el Mediterráneo central con las costas atlánticas a través del estrecho de Gibraltar y de las costas meridionales peninsulares. La rentabilidad de los intercambios con comunidades dotadas de importantes recursos fue el estímulo que atrajo a navegantes mediterráneos de distinto origen hacia las costas del extremo Occidente. Y de estos recursos, destacaban los metales y, en concreto, la plata, el oro y el estaño, abundantes en zonas concretas de la península Ibérica. Si, como parece seguro, fue Cádiz el establecimiento más antiguo, hay que suponer desempeñó un papel activo en la organización de la posterior empresa colonial, que se extendió en una primera fase, a partir del siglo IX, por las costas de Cádiz, Málaga, Granada y Almería, para desbordar desde mediados del siglo VII este horizonte hacia el litoral levantino y en sentido opuesto, por el Atlántico, hasta la desembocadura del Mondego.

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  • Tarteso y las colonizaciones Jos Manuel Roldn Hervs

    Con la presencia de colonizadores fenicios en las costas meridionales de la Pennsula se

    considera tradicionalmente concluida la Prehistoria y comienza un perodo de transicin que lleva

    a las sociedades peninsulares a la Historia propiamente dicha. Se trata de un proceso lento cuya

    caracterstica esencial es la modificacin de los sistemas de organizacin simples de las

    comunidades indgenas por sociedades complejas y articuladas basadas en la divisin en clases y

    en la creacin y desarrollo de instituciones de carcter estatal. Este proceso es inseparable de

    los estmulos proporcionados por la llegada de colonizadores del Mediterrneo oriental, de los que

    los fenicios son los primeros en el tiempo. Y por ello se justifica que el anlisis de la Protohistoria

    hispana comience con la consideracin del papel que representan los fenicios en la pennsula

    Ibrica.

    1. Los fenicios en la Pennsula

    No es posible determinar las causas y el desarrollo de la expansin ultramarina ni

    establecer precisiones sobre la cronologa de los viajes fenicios hacia el sur de la pennsula

    Ibrica por falta de testimonios fidedignos. Aunque la tradicin literaria remonta la fundacin de

    Gadir (Cdiz) a finales del siglo XII a.C., slo hay pruebas arqueolgicas de la actividad fenicia a

    partir del 800 a.C. No obstante, se han tratado de acercar ambas fechas con la suposicin de

    empresas espordicas de exploracin anteriores a la cronologa que cuenta con confirmacin

    arqueolgica. Se acepta as la existencia de una fase precolonial, en la que las navegaciones de

    tanteo habran precedido al establecimiento de asentamientos permanentes.

    Si la fuentes histricas referentes a los comienzos de la empresa comercial fenicia no

    pueden verificarse, existen testimonios de su existencia en Creta ya en el siglo XI y un siglo

    despus en el Mediterrneo central, en Cerdea. Fue probablemente este el camino que trajo a

    los fenicios a la Pennsula siguiendo rutas que ya se practicaban durante el bronce Final y que

    unan el Mediterrneo central con las costas atlnticas a travs del estrecho de Gibraltar y de las

    costas meridionales peninsulares. La rentabilidad de los intercambios con comunidades dotadas

    de importantes recursos fue el estmulo que atrajo a navegantes mediterrneos de distinto origen

    hacia las costas del extremo Occidente. Y de estos recursos, destacaban los metales y, en

    concreto, la plata, el oro y el estao, abundantes en zonas concretas de la pennsula Ibrica.

    Si, como parece seguro, fue Cdiz el establecimiento ms antiguo, hay que suponer

    desempe un papel activo en la organizacin de la posterior empresa colonial, que se extendi

    en una primera fase, a partir del siglo IX, por las costas de Cdiz, Mlaga, Granada y Almera,

    para desbordar desde mediados del siglo VII este horizonte hacia el litoral levantino y en sentido

    opuesto, por el Atlntico, hasta la desembocadura del Mondego.

  • As pues, tras una fase de exploraciones, de duracin imprecisa, navegantes tirios

    erigieron un santuario a Melqart en la punta de la pennsula por donde se extiende la actual Cdiz

    (isla de Sancti Petri), que dara origen a la colonia. Su posicin, frente a la desembocadura del

    Guadalete, dominaba la ensenada de acceso al valle del Guadalquivir, artera por donde flua el

    rico trfico de metales del rea tartsica y, en general, de la Baja Andaluca. Muy cerca, en el

    estuario del Guadalete, el asentamiento del Castillo de Doa Blanca, se convirti en el primer

    punto de contacto con la poblacin indgena.

    La arqueologa documenta un buen nmero de asentamientos fenicios, escalonados a lo

    largo del litoral mediterrneo andaluz entre el Estrecho y Almera. La mayor parte se fecha en los

    siglos VIII-VII y son los principales, de oeste a este, el Cerro del Prado, en la baha de Algeciras;

    la colina del Villar, en la desembocadura del Guadalhorce; la propia Mlaga; Toscanos, a orillas

    del ro Vlez; Morro de Mezquitilla y Chorreras sobre el Algarrobo; Almucar, en el estuario de

    los ros Seco y Verde, y Adra, la ms oriental. Slo de estas dos ltimas, adems de Mlaga

    (Malaka), conocemos sus antiguos nombres, Sexi y Abdera, respectivamente.

    Pero, paralelamente a la fundacin de estos ncleos permanentes o incluso en ocasiones

    en fechas anteriores, los fenicios exploraron otros espacios, que conocemos ms deficientemente.

    As, los fenicios accedieron al litoral atlntico de Portugal, donde establecieron colonias al menos

    desde la mitad del siglo VII, que irradiaron sobre el mundo indgena circundante los rasgos

    orientalizantes de su cultura. Desde emporios o puntos de contacto concretos, como Tavira,

    Lagos o el estuario del Tajo, los fenicios captaban los recursos del interior: estao, oro, cobre,

    plomo y pieles.

    Pero tambin en las costas levantinas peninsulares son numerosos los hallazgos fenicios,

    de Murcia al golfo de Lyon. Durante el siglo VII, los fenicios se establecieron tambin en Ibiza.

    As lo prueban ncleos como Sa Caleta en los que se buscaba, adems de enclaves estratgicos

    en las rutas de navegacin con Levante y la costa noroeste mediterrnea (Catalua y sur de

    Francia), recursos de suelo y subsuelo.

    Arqueologa fenicia

    Las localizaciones de los establecimientos fenicios parecen ajustarse a un patrn

    fcilmente identificable: emplazamientos en la lnea costera distinguidos por su posicin aislada,

    en cabos, bahas, pennsulas o islas, con fondeaderos resguardados, abundancia de agua

    potable, tierras de cultivo y accesibilidad de comunicacin con el interior. El ejemplo mejor

    conocido es la colonia de Toscanos, levantada a mediados del siglo VIII en una isla sobre la

    desembocadura del ro Vlez.

    Cada poblado contaba con su correspondiente necrpolis, separada del ncleo de

    poblacin. Conocemos relativamente bien cuatro de ellas: la de Toscanos, situada en las laderas

    del Cerro del Mar; la correspondiente al ncleo de Morro de Mezquitilla, en Trayamar; la de Lagos,

    a poca distancia de Chorreras, y la del Cerro de San Cristbal, en Almucar. Es frecuente, en

  • todos los cementerios, depositar en las sepulturas ofrendas funerarias: jarros de engobe rojo,

    platos, lucernas y pebeteros, nforas y objetos personales como amuletos, fbulas y joyas.

    Es la cermica el elemento ms abundante de la presencia fenicia. Destaca en especial

    la de barniz rojo, con formas-gua como platos, lucernas de uno o dos picos y jarras de boca de

    seta o trilobuladas.

    Los objetos metlicos son en su mayora de bronce y no falta la orfebrera en plata y oro

    en forma de colgantes, anillos, pendientes y collares. Por ltimo, hay que mencionar los hallazgos

    de pasta vtrea, algunas piezas de marfil y los caractersticos huevos de avestruz, utilizados en los

    ritos funerarios.

    Aspectos econmicos

    Fue el abastecimiento de materias primas, y en especial de metales -plata, hierro, oro y

    estao-, el mvil inicial de la colonizacin fenicia en en la Pennsula y, ms concretamente, en

    Andaluca occidental.

    El acceso hacia las riquezas del interior se vio favorecido por los cursos fluviales y, en

    especial, el Guadalquivir. En la depresin del valle se asentaban buen nmero de poblados,

    concentrados en la vertiente oriental del Aljarafe, como El Carambolo, Cerro de las Cabezas y

    Cerro Macareno, que mantuvieron intensas relaciones con los colonizadores. Siguiendo el curso

    del Guadalquivir, aguas arriba, desde Carmona y Setefilla, se abra la ruta hacia la Alta Andaluca

    con los centros mineros de la zona de Castulo (Linares, Jan), tambin abiertos al comercio

    fenicio, lo mismo que el interior occidental de Extremadura, donde es evidente la influencia fenicia

    desde finales del siglo VIII.

    Los enclaves costeros de Mlaga, Granada y Almera obtenan, por su parte, metal que,

    en algunos casos, se elaboraba en los propios centros fenicios, como prueban las escorias de

    hierro de Morro de Mezquitilla y Toscanos. Desde la costa, el comercio fenicio extendi sus redes

    por el sureste peninsular. En poblados indgenas como Los Saladares de Orihuela o la Pea

    Negra de Crevillente se atestigua cermica fenicia ya en el siglo VIII.

    Si el comercio fue el sector ms dinmico de la economa fenicia, se desarroll

    paralelamente en el mbito colonial un floreciente artesanado. Abundante en especial fue la

    elaboracin del bronce, pero tambin el oro y la plata, trabajados en los talleres de Cdiz.

    La instalacin de los colonizadores en establecimientos permanentes no slo les oblig a

    la produccin de bienes alimenticios, sino tambin impuls la explotacin de otros recursos, como

    las industrias de salazn y, en general, los recursos procedentes del mar. Precisamente del mar

    proceda la materia prima de una de las industrias fenicias ms apreciadas: los tejidos teidos de

    prpura. Los abundantes restos de moluscos -en especial de mrex- en los establecimientos

    fenicios muestran la existencia de talleres dedicados a la produccin de prpura, sin duda,

    conexionados con una industria textil que permita ofrecer un codiciado artculo de exportacin.

    Tambin el marfil constituy un objeto de la artesana fenicia, que con objetos de bronce y joyas,

  • perfumes, telas tintadas, marfiles y artculos alimenticios -salazones, vino y aceite-, junto a los

    contenedores de cermica necesarios para su almacenamiento y transporte, constituyeron los

    principales artculos del comercio fenicio en Occidente. Fueron las elites indgenas los principales

    receptores de estos productos, que obtenan de los fenicios a cambio de metales, excedentes

    agropecuarios y quizs esclavos.

    Aunque menos evidente, tambin se deduce una actividad agraria destinada en un

    principio al autoabastecimiento, unidas a faenas pesqueras. En el desarrollo de las colonias

    fenicias de Occidente se produjo al parecer hacia mediados del siglo VII un aumento demogrfico,

    debido, sobre todo, a un desplazamiento de poblacin campesina que en el mbito rural

    peninsular reanudara sus tradicionales actividades agrcolas. Es muy importante sealar la

    presencia de colonizadores agrcolas no ya en las colonias antiguas o nuevas sino en el interior

    del territorio, integrados en comunidades autctonas o establecidos en ncleos de explotacin

    agrcola en reas no ocupadas por indgenas.

    La crisis del siglo VI y la reorganizacin del espacio colonial

    En el poblamiento fenicio peninsular se produjo en el siglo VI un complejo proceso de

    cambio, que ha sido etiquetado como crisis y del que no es posible determinar con seguridad ni

    su alcance ni sus caractersticas. Su ms evidente consecuencia fue una importante

    reordenacin del poblamiento. Muchas pequeas factoras se abandonaron y la poblacin se

    concentr en los grandes centros urbanos -Gadir, Malaka, Sexi, Abera o Baria (Villaricos)-, que

    experimentaron un importante crecimiento. Paralelamente a esta concentracin del hbitat fenicio

    peninsular se detecta tambin una reorganizacin del poblamiento en el interior del territorio. Es

    constatable la desaparicin de los pequeos ncleos indgenas y la concentracin de la poblacin

    en grandes ciudades, los oppida, que desarrollan nuevos modos de organizacin poltica en torno

    a nuevos grupos aristocrticos con una reestructuracin de las actividades econmicas y de las

    relaciones sociales de produccin. Se trata, como veremos, del proceso de transformacin que

    lleva del mundo tartsico al turdetano.

    El impacto colonial en las poblaciones indgenas

    Como consecuencia de los contactos directos o indirectos con la poblacin autctona, se

    produjo un proceso de aculturacin que, desarrollado a lo largo del tiempo, signific la aceptacin

    por parte de los indgenas de rasgos culturales orientales, que afectaron no slo a los aspectos

    ecnomicos o puramente materiales sino tambin a los sociales y espirituales. As, las

    poblaciones sobre las que extendieron su influencia desarrollaron un conjunto de rasgos

    culturales que se conocen como orientalizantes.

    Gracias al comercio y a la colonizacin fenicia, distintas poblaciones peninsulares

    quedaron interconectadas en el marco de redes de comunicacin y comercio suprarregionales.

    Las aristocracias indgenas aprovecharon su posicin social para acumular riquezas y consolidar

  • con ellas sus posiciones polticas, favoreci la aparicin de nuevas relaciones de dependencia,

    que afectaron a la estructura poltica, social y econmica de las regiones del interior, dando lugar

    al nacimiento de la ciudad, bajo nuevos modos de organizacin y articulacin del territorio.

    La imitacin de las tcnicas de metalistera y orfebrera, motivos de decoracin e

    iconografas, que los artesanos fenicios utilizaban en la elaboracin de objetos de prestigio

    dirigidos a las aristocracias indgenas, fomentaron el desarrollo de una produccin autctona de

    alta calidad, como reflejan los tesoros de El Carambolo (Sevilla), el Cortijo de vora o La Aliseda

    (Cceres). Pero tambin la introduccin de otras tcnicas como el uso del torno contribuyeron a

    una sustancial mejora de las condiciones de vida de las poblaciones indgenas.

    El impacto cultural fenicio tambin alcanz al mbito de las creencias. De las divinidades

    fenicias destacaban Melqart y su pareja femenina, Astart. Otros dioses presentes en el espacio

    colonial eran Baal Hamn, Baal Safn, Bes y Resef. Una mencin especial merecen los

    santuarios y lugares sagrados, entre los que el templo de Melqart en Cdiz ocupa un lugar

    especial por el gran prestigio del que estuvo rodeado incluso hasta poca imperial romana.

    Adems llama la atencin la proliferacin de espacios sagrados fenicios en el interior, como los

    de Carmona, Coria, El Carambolo y Castulo.

    2. Tarteso y el Orientalizante

    El problema de Tarteso

    Tarteso ha sido uno de los tpicos ms manoseados de nuestra Historia. De la mano de

    fuentes literarias antiguas, arbitrariamente interpretadas, se le otorg el carcter no slo de

    primera cultura urbana peninsular sino de fabuloso Eldorado del extremo Occidente

    mediterrneo. El paciente estudio de los restos materiales de sus poblados y necrpolis permite

    trazar hoy un cuadro quizs an borroso pero ms ajustado al contexto histrico en que sus

    manifestaciones se desarrollan.

    La primera discusin, todava abierta, se centra en el origen de la cultura tartsica. No

    podr nunca comprenderse satisfactoriamente el alcance y el significado de la formacin tartsica

    en su fase de culminacin u orientalizante sin atender previamente al horizonte cultural previo a

    la llegada de los colonizadores orientales. Y este se encuentra en las comunidades locales del

    Bronce Final del suroeste peninsular. Recordemos cmo a partir de mediados del siglo XIII a.C. la

    incorporacin a redes comerciales de larga distancia hizo del Suroeste una zona privilegiada por

    su abundancia de recursos minerales. No obstante, slo es a partir del Bronce Final, muy

    avanzado el siglo X, cuando puede establecerse con ciertas garantas una continuidad

    demogrfica y cultural en el rea tartsica.

    Llama la atencin en primer lugar una mayor densidad demogrfica, con la ocupacin de

    nuevas zonas que conformarn la geografa tartsica: el Bajo Guadalquivir, la Tierra Llana

    onubense, las campia gaditana y cordobesa y la costa, en especial, en derredor de la

  • desembocadura del Guadalquivir, abierta en una extensa baha, y a lo largo de los esteros que

    forma el tramo final del ro.

    Sociedad y economa

    Son muy endebles los datos con que contamos para intentar caracterizar las estructuras

    socio-econmicas del Bronce Final del Suroeste: apenas conocemos las necrpolis y los poblados

    no estn an suficientemente excavados. Parece prudente suponer que se trata de comunidades

    aldeanas no demasiado complejas, en las que, no obstante, ya existe una cierta especializacin

    entre poblados dedicados a las actividades relacionadas con la minera y la metalurgia y otros

    dedicados al aprovechamiento agropecuario. La pobreza de las aldeas de chozas, la cermica a

    mano, el carcter simple del utillaje, la falta de diferenciacin funcional del espacio o la restrigida

    actividad metalrgica, que abogan por una organizacin familiar del trabajo y, en consecuencia,

    estn en contra de una acusada especializacin productiva. Se tratara, pues, verosmilmente de

    pequeas sociedades aldeanas poco desarrolladas y organizadas, estructuradas en base a

    vnculos de parentesco.

    El Orientalizante

    El segundo gran problema que hoy ocupa a la investigacin sobre Tarteso es el del

    alcance de la influencia de la colonizacin fenicia sobre la poblacin autctona, ligado al tema de

    la aculturacin. Sin duda, Tarteso no se comprende sin el contexto colonial, al que se subordina

    durante el llamado Orientalizante.

    Es evidente que fue la demanda de metales y, esencialmente, la plata, por parte de los

    colonizadores orientales el agente responsable del fuerte incremento que experimenta la

    produccin minero-metalrgica de Tarteso. Aunque fue Huelva el centro de la minera tartsica, la

    bsqueda, extraccin, produccin y comercio de minerales -adems de la plata, cobre, plomo,

    hierro y oro- configuraron una extensa zona que, partiendo del extremo occidental de la provincia

    de Sevilla, atravesaba Huelva de este a oeste, y se introduca profundamente en Portugal. Las

    zonas mineras ms importantes se localizaban en Ro Tinto, donde se han excavado los

    poblados mineros de Cerro Salomn y Quebrantahuesos, y en Aznalcllar, con los

    establecimientos de Tejada la Vieja y San Bartolom de Almonte. Hay que mencionar la

    existencia de poblados fortificados, que servan de proteccin a los focos mineros, como es el

    caso de Tejada la Vieja, probablemente un centro de almacenamiento y redistribucin de la

    minera procedente de la zona de Aznalcllar.

    Pero con ser la metalurgia el aspecto ms llamativo de la economa tartsica, no hay que

    olvidar la importancia del sector agropecuario. Una buena parte de los hbitats indgenas eligen

    lugares estratgicos favorables a la explotacin agrcola o a actividades ganaderas, como las

    riberas del Guadalquivir o la regin de Los Alcores.

  • Los intercambios

    El sistema econmico, que la demanda fenicia orientaba hacia la produccin, necesitaba

    de redes y agentes comerciales. Estamos pasablemente bien informados sobre el objeto de este

    comercio: adems de plata y otros metales, los indgenas podan ofrecer a los colonizadores

    productos agrcolas, carnes, pieles, lana y, quizs, esclavos. A cambio de estas materias primas y

    excedentes agropecuarios, reciban manufacturas y artculos de lujo, fabricados en las metrpolis

    levantinas o en las colonias occidentales -en especial, Cdiz-, pero tambin obtenidos de otras

    zonas, como Grecia, Chipre o Egipto, mediante un comercio intermediario: joyas y telas de

    calidad, perfumes, cermicas finas, marfil, vinos y aceite.

    Se nos escapan, en cambio, los mecanismos concretos de articulacin del sistema

    econmico. La clave del problema se encuentra en la falta de datos para conocer el

    funcionamiento de la sociedad indgena. Slo con ayuda de las necrpolis -la principal fuente de

    informacin-, podemos intentar un acercamiento a los caracteres de esta sociedad, que puede

    calificarse de jerarquizada.

    La principal caracterstica de las necrpolis tartsicas es su diversidad: la incineracin se

    alterna con la inhumacin. A partir del siglo VIII a.C. , es decir, desde que se detecta la presencia

    fenicia, adems de los enterramientos de carcter familiar caractersticos del Bronce Final, sin

    apenas diferencias de rango o prestigio, surgen las cmaras individuales funerarias de

    mampostera, rematadas en tmulos de diferentes tamaos y alturas. Pero la novedad esencial

    est en los ajuares depositados en las tumbas, en ocasiones de extraordinaria riqueza, que tratan

    de manifestar la categora social del difunto.

    Un ejemplo elocuente es la necrpolis de La Joya, en Huelva. Pero tambin decenas de

    necrpolis en la costa y el interior -La Cruz del Negro, en Carmona, o Las Cumbres, junto al

    poblado del Castillo de Doa Blanca, por citar slo dos ejemplos relevantes- manifiestan estas

    desigualdades.

    La diferencia en los ajuares y el exceso de materiales ricos, de una vulgar ostentacin son

    claros indicios de una manifiesta desigualdad social. Podemos suponer, antes de la llegada de los

    primeros colonos orientales, una estratificacin de la sociedad indgena, dentro an de un sistema

    familiar o de clanes, que comienza a disolverse con las nuevas posibilidades abiertas por el

    comercio. La aportacin colonial vino a subrayar las tendencias, ya presentes en la sociedad

    indgena, de desigualdad social, fomentando la formacin de una aristocracia, en cuyas manos se

    encuentra, si no la propiedad, el control de los medios de produccin -explotaciones mineras y

    recursos agrcolas y ganaderos-, que pone al servicio de una acumulacin de riqueza, cuya

    manifestacin ostentosa es el ndice visible de su prestigio y poder.

    Sus fuentes de riqueza

    La incidencia del factor comercial, con ser relevante, slo afecta parcialmente al conjunto

    de la economa tartsica, cuyo peso fundamental contina residiendo en la agricultura. Pero

  • aunque parece asegurada la existencia de una aristocracia, no es posible dibujar sus

    caractersticas. Por debajo de los grupos dominantes, el resto de la poblacin constitua una

    masa poco articulada en proceso de estratificacin. No sabemos si tena acceso a los medios de

    riqueza y, al menos por la documentacin de que disponemos, se desconoca el fenmeno de la

    esclavitud.

    En el estado actual de los conocimientos, puede afirmarse que en el perodo considerado

    como orientalizante se haban superado el sistema de organizacin tribal, aunque sin llegar an

    al urbanismo pleno, previo al concepto de Estado. En estas condiciones pierden su valor los

    textos literarios griegos que suponen un reino centralizado, extendido sobre un amplio territorio y

    dirigido por reyes de carcter hereditario, que habran gobernado, con una codificacin escrita,

    sobre una poblacin articulada en grupos sociales con un alto grado de civilizacin. Si las

    dinastas mticas slo puede considerarse como smbolo de los diferentes estadios evolutivos de

    cualquier sociedad -ganadera, agricultura y civilizacin, representados respectivamente por

    Gerin, Grgoris y Habis-, tampoco a la que protagoniza Argantonio puede otorgrsele mucha

    ms verosimilitud.

    Frente a la existencia de un poder centralizado de tipo monrquico, fundamentado en

    estructuras de tipo estatal, a lo sumo slo puede suponerse alguna forma de concentracin de

    poder personal. Habra ms bien que hablar de jefaturas complejas: una sociedad gobernada

    por prncipes o seores, representantes de los grupos elitistas de carcter aristocrtico, que

    garantizan la centralizacin del poder en territorios en los que comienzan a ejercer un incipiente

    control poltico.

    Las ciudades

    A la ausencia de un reino, corresponde la ausencia de una capitalidad. Tras los

    infructuosos intentos de localizacin en el Coto de Doana o en Mesas de Asta (Jerez), la

    investigacin arqueolgica ha difuminado el inters por hallar la supuesta capital para

    concentrarse en los muchos yacimientos que la geografa tartsica proporciona. Buen nmero de

    establecimientos turdetanos, posteriormente convertidos en ciudades romanas, como Hispalis

    (Sevilla), Hasta Regia (Jerez), Carmo (Carmona), Urso (Osuna), Onoba (Huelva) o Corduba

    (Crdoba) podran haber sido grandes ncleos de poblacin y centros de poder poltico y

    econmico tartsicos. Pero la ciudad de Tarteso no pasa de ser una entelequia, imaginada en el

    oriente griego, para definir un espacio geogrfico donde durante un tiempo era posible cerrar

    pinges negocios.

    Arqueologa tartsica: los restos materiales

    Es en los objetos materiales donde el complejo mundo tartsico se refleja ms

    plsticamente. En especial, la gran cantidad de ofrendas funerarias -cermicas y objetos de

    bronce, oro, plata y marfil- proporciona amplia informacin sobre las tcnicas y los gustos

  • artsticos. Ms dificultades presenta decidir sobre la procedencia de los artesanos, el carcter del

    trabajo y el propio emplazamiento de los talleres. Si los objetos -y, sobre todo, la joyera- fueron

    producidos por los fenicios occidentales en talleres propios o por artesanos locales siguiendo las

    instrucciones de los especialistas fenicios, no es fcil decidirlo. En todo caso, est claro que las

    muestras materiales del orientalizante se caracterizan por su alto nivel tecnolgico y por la

    utilizacin en la decoracin de motivos de inspiracin oriental.

    Por lo que respecta a la cermica, el empleo del torno y la purificacin de los barros por

    sedimentacin coinciden con los primeros contactos fenicios. Los antiguos estilos de cermica a

    mano originarios del Bronce Final no desaparecieron pero hubieron de competir con las

    variedades a torno, que copiaron las caractersticas cermicas de barniz rojo fenicias, aunque con

    distintos acabados de impronta indgena.

    Llaman la atencin las tcnicas de trabajo del laminado de metal, utilizadas en la

    elaboracin de muy distintos objetos, entre los que habra que destacar las numerosas jarras de

    bronce decoradas con motivos orientales -animales fantsticos, palmetas y flores de loto-,

    grandes fuentes y pebeteros para quemar perfumes othymiateria.

    Pero es la joyera en oro y plata y la artesana de marfil las que ms claramente

    muestran el impacto del mundo oriental. Tanto las tcnicas -empleo de la filigrana, granulacin y

    aleaciones de oro- como la eleccin de diseos, smbolos e iconografa son orientales. As lo

    manifiestan tesoros como los de El Carambolo y el Acebuchal en Sevilla, la Aliseda (Cceres) o

    Cortijo de vora (Cdiz).

    El colapso del mundo tartsico

    Son muchos los problemas sin resolver. La bien trabada historia de una Tarteso

    articulada en una monarqua centralizada, enriquecida con el comercio exterior y capaz de

    desarrollar la primera civilizacin urbana de Europa, ha cedido a una casi total deshistorizacin,

    donde apenas si quedan unas cuantas piezas sueltas de un puzzle, incapaces de transmitir una

    imagen coherente.

    Y esta deseperanzadora impresin an la subraya la oscuridad en la que se sumerge el

    mundo tartsico hasta difuminarse y desaparecer. Frente a los finales dramticos que propone la

    historia tradicional ofrecen m s verosimilitud los motivos que apuntan a factores internos de

    ndole socio-econmica. A partir de mediados del siglo VI la economa tartsica acus una

    recesin importante. La produccin minero-metalrgica haba sido uno de los principales soportes

    de la economa tartsica. Y precisamente en este sector la arqueologa pone de manifiesto una

    crisis, de la que parecen suficientes indicios el descenso de las labores de extraccin de Ro

    Tinto, con sus correspondientes efectos en los centros redistribuidores de mineral, y el prctico

    cese de las importaciones de cermica griega en Huelva. La recesin en este sector pudo estar

    causada por dificultades tecnolgicas para seguir explotando las minas a mayor profundidad, una

    vez agotadas las vetas superficiales, o por simples cambios en la orientacin de la demanda

  • exterior de metales, que habran frenado la demanda y, en consecuencia, la produccin, sobre

    todo, de plata.

    Por las mismas fechas -ltimos decenios del siglo VI a.C.- se produce en las colonias

    fenicias occidentales una reorganizacin de los patrones de asentamiento -desaparicin de

    pequeas factorias y paralela concentracin de la poblacin en grandes centros urbanos-,

    acompaada de una reorientacin en las actividades econmicas, ms atentas a la explotacin

    de los recursos marinos que al comercio minero.

    Si, como parece, las aristocracias indgenas orientalizantes fundamentaban su poder y

    prestigio en la relacin comercial con los fenicios basada en el trfico de metales, la crisis del

    sector y la reorientacin econmica fenicia en la Pennsula hacia otras actividades no podran

    dejar de afectar a los fundamentos de su posicin preeminente. Frente a un sector minero

    hiperdesarrollado como consecuencia de los intercambios coloniales, renace la tradicional

    economa agropecuaria, donde esa aristocracia orientalizante en decadencia termina

    desapareciendo en el marco de una reestructuracin de la economa, que repercute, ciertamente

    de forma an no suficientemente clara, en las relaciones sociales. La llamada fase orientalizante

    de Tarteso o, mejor an, la propia Tarteso, como denominacin de una etapa de la evolucin de

    las culturas indgenas del Suroeste, llega a su ocaso, mientras se inicia sin solucin de

    continuidad una nueva etapa, la turdetana, que slo termina con la incorporacin de la regin al

    mundo romano.

    3. Griegos

    Los foceos y el comercio con Tarteso

    A partir de la primera mitad del siglo VIII a.C. comienza la colonizacin griega en el

    Mediterrneo, que tiene como destino la costa tirrena italiana, donde se fund la primera colonia

    conocida en Occidente en Pithecusa, en la isla de Ischia, a la que seguira poco despus Cumas.

    Las desfavorables condiciones polticas y socio-econmicas en buen nmero de comunidades

    griegas -conflictos entre ciudades, tensiones sociales entre aristocracia y pueblo, escasez y

    pobreza de las tierras de cultivo y mal reparto social de la riqueza, entre otras causas-,

    desencadenaron el inicio de un intenso proceso colonizador, que durante los siguientes dos siglos

    salpicara de ciudades griegas amplios territorios costeros del Mediterrneo y Mar Negro.

    Aunque la pennsula Ibrica slo mucho ms tarde entrara en este proceso de

    colonizacin, tradiciones antiguas griegas convirtieron sus tierras en destino de fantsticos viajes

    de hroes legendarios. Tal es el caso de Herakles, Ulises, Anfloco o Teucro, que, establecidos

    en diversos lugares de Iberia, habran dado sus nombres a pueblos y ciudades.

    En este ambiente de informaciones legendarias habra que incluir tambin el relato de

    Estrabn sobre la fundacin de Rhode, en el golfo de Rosas, por colonos rodios, en fechas

    anteriores a la primera Olmpiada (776 a.C.).

  • Pero es slo a partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C. cuando comienza a detectarse

    arqueolgicamente en suelo peninsular la presencia de objetos griegos, aunque no como

    consecuencia de una actividad directa de comerciantes helenos. Hacia mediados del siglo VII se

    sita la referencia histrica ms antigua sobre una presencia griega en la Pennsula, no exenta

    an de ciertos ribetes semilegendarios. La noticia coresponde a Herdoto, que narra la aventura

    de Coleo de Samos, cuya nave, desviada de su rumbo a Egipto por un fuerte viento del Este, fue

    empujada ms all del Estrecho de Gibraltar hasta la lejana Tarteso, de donde regres cargada

    de plata. El reflejo de las transacciones comerciales que atestigua Herdoto entre los foceos se

    manifiesta en la abundante cermica griega que llega a la Pennsula desde fines del siglo VII a. C.

    y que no cesa de aumentar durante la primera mitad del VI.

    La rentabilidad del comercio con el suroeste peninsular no fue obstculo para que la

    oligarqua focea tratara de diversificar riesgos extendiendo tambin sus intereses por el

    Mediterrneo central, el Adritico y el golfo de Lyon con centros de desigual importancia que

    unan los nudos de una importante red costera, cuyos intereses se extendan por todo el

    Mediterrneo; entre ellos destacaban Alala en Crcega, Massala (Marsella) en el golfo de Len,

    y Emporion en la costa catalana.

    Pero en el Suroeste, las relaciones griegas no pasaron de una fase comercial precolonial,

    que no evolucion, como en otros puntos del Mediterrneo, hacia la fundacin de nuevas

    ciudades. Por lo que respecta al comercio con Tarteso, ya se ha mencionado a Huelva como

    centro neurlgico, aunque tambin llegaba a otros puntos costeros y, probablemente a travs de

    los propios indgenas o comerciantes fenicios y en cantidades limitadas, al interior. Las relaciones

    de intercambio con los jefes locales comenzaran con la arcaica frmula aristocrtica del

    intercambio de dones, como sugiere la presencia de objetos de lujo, bronces y cermica. A

    cambio de la plata, principal producto solicitado por los griegos, puede suponerse que los griegos

    podan ofrecer aceite y vino, como sugieren las nforas halladas en Huelva, y manufacturas

    variadas como cermicas de lujo, tejidos y bronces.

    Durante la primera mitad del siglo VI, la actividad comercial focea mantuvo con Tarteso los

    rasgos aristocrticos que denuncia la exquisita calidad de las cermicas, pero a su lado, se

    detectan recipientes de peor calidad, que aumentan en nmero con el paso de los aos y que

    denuncian la existencia de un comercio ms estandarizado de objetos de masa.

    No obstante, a partir del 546 a.C., fecha de la conquista de Focea por los persas, tambin

    el comercio foceo experimenta una occidentalizacin. Frente a los productos procedentes de

    Jonia se intensifican los manufacturados en el Mediterrneo central o en las colonias foceas de

    Occidente, sobre todo, Marsella. Disminuye la calidad y el volumen de los productos importados,

    que terminan por desaparecer del sur peninsular durante el ltimo cuarto del siglo VI,

    precisamente en la poca que ve el ocaso de la formacin tartsica.

    Por unas u otras razones, la falta de rentabilidad del mercado tartsico dej de interesar a

    los comerciantes griegos y fenicios, que desplazaron sus actividades al levante peninsular. A

  • partir del siglo V, la comercializacin de los productos griegos en la antigua Tartside, donde

    ahora surge la cultura turdetana, se encuentra en manos de Cdiz, incluida en los nuevos

    circuitos econmicos y comerciales controlados por Cartago.

    La colonizacin en las costas levantinas

    Hacia la misma poca en que se iniciaban las relaciones comerciales con el sur tartsico,

    los foceos comenzaron a frecuentar otra ruta que, a travs del Mediterrneo central, alcanzaba la

    costa tirrena y las riberas del golfo de Lyon. En torno al 600 a.C. se fecha la fundacin de

    Massala (Marsella), llamada a convertirse en la colonia focea ms importante de Occidente. Por

    la misma poca, se instala en la costa gerundense una pequea factora, un emporion, como

    base de apoyo para el comercio con el levante peninsular. Ser el origen de la ms importante

    colonia griega en suelo peninsular, Emporion (Ampurias). Un poco ms tarde, hacia el 560, surge

    Alala, en la isla de Crcega.

    No es muy diferente el carcter del comercio en el levante peninsular con el que se ha

    descrito a propsito de Tarteso. Tambin en Levante, desde el ltimo tercio del siglo VII al

    menos, se documenta una actividad comercial tanto fenicia como griega, en principio limitada al

    mbito costero.

    El primero de ellos es la cambiante situacin poltica en Anatolia. La conquista de Asia

    Menor por Ciro (547/6), obligara a los griegos de la costa oriental egea a entrar en el mbito de

    dominio persa. La mayor parte de las ciudades jonias aceptaron el yugo, pero la poblacin de

    Focea prefiri huir en masa para buscar nuevos asentamientos. Un buen nmero de exiliados

    opt por instalarse en la isla de Crcega, en la ciudad no mucho antes fundada de Alala. Pero

    los recursos de la ciudad resultaron insuficientes ante el incremento masivo de poblacin

    ocasionado por la reciente llegada de huidos de Focea, que trat de paliarse con el viejo recurso

    de la piratera. Esta actividad termin convirtindose en un peligro para la estabilidad de los

    intercambios en una zona tan crucial, en la que confluan los intereses tambin de pnicos y

    etruscos. No es extrao que se llegara a una coalicin de los perjudicados, etruscos y

    cartagineses, que hacia el ao 540, en la primera batalla naval que se recuerda en Occidente,

    trat de expulsar a los refugiados de Alala.

    Pero tambin, por la misma poca, se estaban produciendo decisivos cambios en el sur

    peninsular, cuyos ms evidentes resultados seran el ocaso de Tarteso y un redimensionamiento

    econmico y ocupacional de las factoras fenicias de la costa meridional. La retraccin del trfico

    griego en la zona de Huelva se corresponde con un incremento de la actividad comercial en la

    costa levantina y, en especial, en la zona del Bajo Segura, puerta de acceso hacia los distritos

    mineros de la alta Andaluca.

    Un tercer factor a tener en cuenta es la creciente presencia de cartagineses en suelo

    peninsular a partir de la segunda mitad del siglo VI.

  • As y como consecuencia de todos estos factores, la ciudad de Ampurias se convertir

    dese finales del siglo VI en el centro de la actividad econmica griega, con una extensin de sus

    intereses no slo a las zonas costeras sino tambin al interior de la Pennsula.

    La colonia de Ampurias

    Como se ha dicho, a comienzos del siglo VI a.C. se instal una pequea factora de foceos

    en un islote de la costa del Ampurdn. Se sabe muy poco de la vida de este emporion en sus

    primeros aos, dependiente de los centros foceos del Mediterrneo oriental e inserto en una red

    de intercambios que desde el Oriente griego a travs del Mediterrneo central se dirigan hasta el

    golfo de Lyon, donde Massala se levantaba como el gran centro redistribuidor de la zona.

    No obstante, a mediados de siglo VI la colonia haba crecido hasta el punto de resultar

    insuficiente el estrecho marco insular de su primitiva ubicacin. El islote, en su papel de

    palaipolis o ciudad vieja, qued reservado a los lugares sagrados y la poblacin, seguramente

    aumentada con la presencia de inmigrantes huidos de la invasin persa, se traslad a tierra firme,

    a la autntica ciudad o nepolis.

    El colapso de Tarteso y la interrupcin de relaciones con el Oriente griego dieron un fuerte

    impulso al comercio emporitano, que se convirti en heredero de los intereses foceos en Iberia,

    con producciones propias y participacin en los trficos regionales. Ampurias se incluy as en las

    rutas comerciales de Occidente en competencia con los massaliotas, que extendan sus trficos

    por la Galia meridional, y los fenicios occidentales y pnicos, que desde Ibiza haban estimulado

    una amplia red comercial, en la que participa la colonia gerundense desde finales del siglo V.

    Desde las ltimas dcadas del siglo VI, el comercio de Ampurias se va desvinculando

    lentamente de Marsella y se vuelca definitivamente hacia las regiones ibricas, extendindose

    progresivamente hacia el sur por las desembocaduras de los ros Llobregat y Ebro y, ms all, por

    la costa levantina, hasta territorio contestano.

    Aunque el comercio con el mundo indgena ibrico durante el siglo IV no ceso de

    aumentar, hubo de tener en cuenta la creciente competencia de los pnicos, ltimos responsables

    de la comercializacin de los productos indgenas.

    Desde mediados del siglo V, el comercio ampuritano comenz a servirse de moneda

    propia. Las acuaciones de poco peso y a imitacin de las massaliotas, evolucionan con piezas

    de mayor peso y patrones que las acercan al mundo pnico. Pero slo desde mediados del siglo

    III se constatan los caractersticos tipos con el Pegaso, objeto de imitacin por los iberos.

    A lo largo de la segunda mitad del siglo IV, no obstante, disminuye progresivamente la

    llegada de cermicas ticas a Ampurias, que se sustituyen por cermicas de produccin

    occidental y locales, con un radio de distribucin ms restringido. En competencia con otros

    centros, Ampurias, aunque sigue centralizando gran parte del comercio griego en la Pennsula,

    termina por caer en la rbita de Marsella.

  • No sabemos cuando surgi, apenas a 17 km al norte de Ampurias, en la misma baha, la

    ciudad de Rhode, Rosas, la otra nica fundacin griega peninsular que cuenta con testimonios

    arqueolgicos. En el transcurso del siglo V Rhode se dio los elementos constitutivos

    caractersticos de una polis, incluida la acuacin de moneda propia, y estableci sus propios

    circuitos comerciales, aunque todava se nos escapa su verdadero papel y su relacin con la

    vecina Emporion. Es probable que a lo largo del siglo III, acabara cayendo en la rbita

    emporitana, para desaparecer en los disturbios de la II Guerra Pnica.

    Griegos e indgenas

    Ampurias, junto con la vecina Rosas, nico centro urbano de poblamiento griego en la

    Pennsula, ejerci un indiscutible influjo cultural que transmiti al mundo indgena a lo largo del

    proceso de iberizacin. En primer lugar, sobre el propio mundo circundante.

    La presencia focea en el territorio circundante se constata con suficiente claridad en el

    yacimiento de Ullastret (Illa dEn Reixach), un poblado indgena, modlicamente excavado, que,

    desde mediados del siglo VI, manifiesta el influjo cultural procedente de la vecina Ampruias. La

    presencia de cermica tica de lujo, la estructura urbanstica, las tcnicas constructivas e incluso

    la cultura mueble muestran de forma bien patente la intesidad de esta influencia, as como el

    avance del proceso de iberizacin, inseparable del impacto cultural griego.

    Este impacto se manifiesta no slo en el vecino hinterland, sino en el amplio espacio por

    el que se extiende el mundo ibrico. Los griegos se convirtieron en referente cultural de las

    comunidades indegnas con las que directa o indirectamente entraron en contacto y modelaron o

    influenciaron un buen nmero de mbitos de la cultura ibrica. El ms inmediato, el de las artes

    plsticas. La escultura, sobre todo, la zoomorfa en piedra, con variados tipos de animales

    fantsticos, se remonta al perodo orientalizante. Pero la presencia griega se tradujo en la

    adopcin por parte de la escultura ibrica de prototipos formales y estilsticos de caracter heleno,

    aunque modificados y reinterpretados en diferentes grados por los artistas indgenas, con

    personalidad propia.

    Tambin se debe a directa influencia griega el desarrollo de uno de los sitemas alfabticos

    de escritura con que cuenta el mundo ibrico, el llamado greco-ibrico, limitado a territorio

    contestano, que se extiende por las regiones alicantina y murciana.

    Desde la segunda mitad del siglo IV y probablemente en relacin con el reparto de

    influencias que parece mostrar el tratado del 348 a.C. entre Roma y Cartago, al que nos

    referiremos ms adelante, cesan incluso las relaciones indirectas del mundo ibrico con el griego.

    A partir de entonces los comerciantes pnicos asumen un decisivo papel en la distribucin incluso

    de los productos griegos y las regiones levantinas, como antes el sur peninsular, se integran

    progresivamente en la red comercial liderada por Cartago.

    4. Pnicos

  • La ciudad de Cartago y su entorno

    Cartago, como Gadir, fue fundada por fenicios de Tiro, segn la tradicin, en el 814/813

    a.C. Su privilegiado emplazamiento en el golfo de Tnez serva a intereses estratgicos, a medio

    camino entre el Levante mediterrneo y el extremo Occidente, pero al mismo tiempo incrustado

    en el meollo del comercio africano. Durante los dos primeros siglos de su existencia, la colonia

    tiria apenas ha dejado rastros arqueolgicos que permitan reconstruir su ms antigua historia. El

    testimonio de las necrpolis indica que durante el siglo VII el asentamiento experiment un

    notable crecimiento, entre otros factores, por la inmigracin de nuevos contingentes fenicios

    procedentes de Oriente, escapados del sofocante imperialismo asirio. Fue en este perodo cuando

    Cartago adquiri una personalidad propia, culminando el proceso de gestacin urbana: al tiempo

    que defina su territorio, dominado por un ncleo urbano provisto de sistemas defensivos,

    converta a la poblacin que lo habitaba, producto de un fecundo mestizaje y socialmente

    estratificada, en una comunidad cvica consciente de un destino comn.

    El dinamismo de su origen fenicio pero tambin las dificultades territoriales de expansin

    en un entorno hostil dominado por las tribus autctonas libias, incentivaron la apertura de Cartago

    a las empresas martimas. Desde comienzos del siglo VII se constata un aumento de las

    importaciones chipriotas, griegas y etruscas, aunque apenas sabemos de la actividad cartaginesa

    en el exterior, si exceptuamos la noticia de Diodoro de Sicilia sobre la fundacin de una colonia

    en Ibiza en el ao 654 a.C.

    Las limitaciones geogrficas que hemos de suponer en la fase ms antigua del comercio

    pnico, fueron reducindose con el tiempo y Cartago, adems de intensificar sus relaciones con el

    Levante mediterrneo, pudo extender sus empresas mercantiles por los emporios norteafricanos

    de la Sirte y por los mercados del mar Tirreno.

    Durante el siglo VI a.C., Cartago no pone las bases de un imperio martimo, pero s es

    cierto que se integra con griegos, etruscos y fenicios en el juego de las relaciones polticas y

    econmicas del Mediterrneo occidental. No obstante, y desde finales de siglo, un conjunto de

    circunstancias contribuirn a que Cartago pase a ocupar una posicin hegemnica en el mundo

    fenicio-pnico de Occidente.

    Los establecimientos fenicios de la costa mediterrnea occidental a ambos lados del

    Estrecho presentan un hiato entre finales del siglo VI y comienzos del siguiente. Esta constatacin

    no puede utilizarse para defender la existencia de un bloqueo martimo cartagins en Occidente,

    pero es lcito preguntarse sobre el papel que habra que atribuir a la colonia norteafricana en este

    panorama.

    Tradicionalmente el papel hegemnico de Cartago en Occidente se ha puesto en relacin

    con la decadencia de Tiro y su posterior cada en manos babilonias, probable desencadenante

    de una crisis, que habra significado la decadencia de una gran parte de los establecimientos

    fenicios de Occidente. Hoy sabemos que esta crisis no tuvo existencia real, pero es cierto que al

    socaire de esta retraccin del comercio fenicio occidental y aprovechando las experiencias de

  • comercio ultramarino iniciadas un siglo antes, Cartago tuvo la oportunidad de intervenir ms

    activamente en el trfico mediterrneo. De este modo, desde mediados del siglo VI, Cartago

    pudo imponerse sobre las otras colonias fenicias de Occidente, aparentemente sin violencia ni

    enfrentamientos abiertos, y plant las bases de un imperio comercial como principal agente

    redistribuidor de metales, en competencia o circunstancial alianza con las otras potencias

    martimas de la zona, etruscos y griegos.

    Con esta expansin Cartago alcanz un puesto preeminente en el Mediterrneo, que le

    permiti desarrollar una presencia activa para garantizar el acceso a los puestos de comercio.

    Esta ascendencia se materializ en una estrategia diplomtica de tratados y alianzas con otros

    establecimientos fenicios, en principio, en pie de igualdad, pero, con el tiempo, desiguales por el

    creciente predominio martimo de la ciudad norteafricana. As se fueron creando las condiciones

    para una efectiva supremaca, fundamentada en garantizar frente a otras potencias la proteccin

    de sus aliados y, con ello, una reorientacin de sus relaciones exteriores.

    Los tratados con Roma

    La estrategia expuesta queda bien manifiesta en los tratados comerciales firmados por

    Cartago con un nuevo factor de poder surgido en el Mediterrneo occidental y destinado a

    convertirse en enemigo irreconciliable de los pnicos: la repblica romana.

    En los aos finales del siglo VI, de acuerdo con Polibio, cartagineses y romanos firmaron

    un primer tratado, que por parte romana buscaba alejar del Lacio cualquier influjo extranjero y por

    parte pnica, proteger sus intereses comerciales, cerrando a los romanos los territorios situados al

    oeste del Kaln Akroterion, identificado probablemente con el Cabo Bon, en la costa

    norteafricana. Frente a la suposicin de que el tratado pretenda cerrar tanto a los romanos como

    a sus aliados el Estrecho de Gibraltar, parece que la prohibicin de navegar se diriga solamente a

    obtener un bloqueo de la costa norteafricana. La razn de la prohibicin estara en el deseo de

    los cartagineses de proteger los emporios y el trfico con la Sirte, restringiendo la navegacin

    hacia esas regiones. Por parte etrusca se expresara la preocupacin por mantener a los

    cartagineses alejados del Lacio, en un tiempo en que el control de los etruscos sobre el territorio

    se estaba resquebrajando por momentos.

    Las reas de influencia pnicas

    A lo largo del siglo V, las relaciones internacionales en el Mediterrneo occidental sufrieron

    trascendentales cambios, de los que el ms sobresaliente fue la decadencia etrusca y la creciente

    influencia de Roma, que fue destacndose poco a poco como un estado digno de ser tenido en

    cuenta en el sector septentrional de este mbito. Sin embargo, no hubo conflictos de intereses ya

    que los diferentes radios de accin de Roma y Cartago permitan una delimitacin de la esfera de

    influencias sin interferencias peligrosas. De hecho estamos muy mal informados sobre la nueva

  • situacin, pero, por fortuna, el aspecto que nos interesa queda iluminado por un documento de

    mediados del siglo IV, el segundo tratado romano-cartagins, del 348 a.C.

    El tratado, transmitido tambin por Polibio, vena a delimitar las respectivas reas de

    intereses de ambas potencias bajo una base de entendimiento y amistad. En el primer prrafo

    textualmente se convena: Habr amistad entre los romanos y los aliados de los romanos con los

    cartagineses, tirios, uticenses y sus aliados; ms all del Kaln Akroterion y de Mastia de Tarsis

    los romanos no podrn hacer presas, ni comerciar, ni fundar ciudades.

    Mastia de Tarsis se ha identificado con la capital de los mastienos o massienos, con un

    calificativo lo suficientemente oscuro para que, en ocasiones, se piense en dos localidades

    distintas, Mastia y Tarsis. Tradicionalmente, aunque sin bases ciertas, se ha localizado en algn

    lugar de la zona de Cartagena, al sur del cabo de Palos. En cualquier caso, el tratado favoreca,

    sobre todo, los intereses cartagineses y los delimitaba con mayor precisin. Frente al primero, en

    donde slo se haca alusin al Cabo Bon, en este segundo la frontera de trfico de los romanos

    estaba determinada por dos puntos: el mencionado Cabo Bon y Mastia .

    No obstante esta prohibicin, las excavaciones en poblados ibricos del sureste y levante

    peninsular muestran un aumento de las importanciones griegas durante la primera mitad del siglo

    IV. No se tratara, pues, de prohibir el comercio en el sureste y sur peninsulares. Mientras

    Cartago, a finales del siglo VI, no se encontraba en condiciones de influir en las relaciones de los

    puertos de comercio con los que trataba, si atendemos a las clusulas del primer tratado, a

    mediados del IV, convertida en potencia martima, extiende sus relaciones comerciales en

    Occidente mediante una serie de acuerdos bilaterales que la convierten en portavoz de sus

    socios y aliados; puede as imponer sus intereses en las relaciones internacionales desde una

    posicin de ventaja.

    Entre los aliados romanos, aunque no explcitamente, se encontraban, sobre todo, los

    griegos de Massalia (Marsella) y de las dems colonias del Mediterrneo occidental. No sabemos

    cmo, en el transcurso del siglo IV, Massalia y, con ella, otras colonias griegas de su esfera de

    influencia buscaron en la naciente potencia romana un conveniente apoyo internacional. Si las

    clusulas del tratado imponan restricciones al comercio griego al sur del Cabo de Palos, les

    quedaba abierta la extensa zona del levante hispnico, por donde se extendan los principales

    intereses griegos en la Pennsula, con Emporion y Rhode (Ampurias) como centros ms

    importantes. El tratado, pues, secundariamente, autorizaba el desarrollo del comercio e industria

    griegos en Iberia sin estorbos por parte cartaginesa.

    Por lo que respecta a la pennsula Ibrica, una separacin entre cultura fenicia y

    cartaginesa es en gran medida arbitraria y por ello, en ocasiones, se prefiere hablar de zona o

    crculo del Estrecho y considerar la cultura semtica como un todo. En cualquier caso, en los

    ltimos aos se ha iniciado una profunda revisin sobre el carcter de la presencia cartaginesa en

    la Pennsula, cuyos testimonios no son fciles de interpretar.

  • Los cartagineses en Ibiza

    Segn Diodoro, como ya se ha mencionado, fueron los cartagineses los primeros en

    fundar una colonia en Ibiza hacia el 654 a.C. Hoy se est de acuerdo en que la fundacin se

    debe a comerciantes fenicios del sur peninsular, seguramente procedentes de Cdiz, que se

    sirvieron de la isla como punto estratgico en su expansin comercial. Hasta mediados del siglo

    VI, Ebussus no pas de ser una modesta factora, pero a partir de esta fecha la poblacin

    experimenta un sensible crecimiento, como muestra la necrpolis de Puig des Molins, cuyos

    materiales, lo mismo que los de la vecina Sa Caleta, tienen una clara impronta pnica. Santuarios

    como los de Illa Plana, Puig den Valls y Es Cuieram, con centenares de figurillas de terracota de

    la diosa Tanit, mscaras grotescas de barro y amuletos de pasta de vidrio coloreada, refrendan

    esta impresin. La isla se convirti en parte importante de la estrategia comercial de Cartago y las

    intensas relaciones con la ciudad norteafricana, que incluyen el establecimiento de nuevos

    colonos, fueron modelando la Ibiza cartaginesa.

    A lo largo del siglo V, al tiempo que se colonizaba toda la isla, el centro urbano de Ibiza

    se convirti en una comunidad prspera, con una extensa red comercial que enviaba sus

    productos -lana y tejidos tintados, aceite, vino, salazones y garum- a Marsella, Emporion y

    muchos otros puertos del Mediterrneo. Desde Ibiza se establecieron contactos con la poblacin

    talaytica de la vecina Mallorca, que permitieron la instalacin de puestos comerciales. Uno de

    ellos en Illot Na Guardis, con restos de escorias de hierro, sugieren la introduccin de este metal

    por los pnicos en las islas. Esta prosperidad, basada en un comercio de largo alcance, queda

    plsticamente documentada por restos de naufragios como los pecios de Tagomago o Sec, que

    confirman la diversidad de procedencia de las mercancas que llegaban a la isla.

    Los establecimientos pnicos del sur peninsular: el Crculo del Estrecho

    En la Pennsula, los yacimientos son ms parcos en noticias y, por ello, ms difcil sealar

    influencias norteafricanas, que adems vienen a imponerse sobre zonas de fuerte arraigo fenicio.

    No obstante, a partir del siglo VI, se detectan en algunos de los establecimientos fenicios, como

    Villaricos (Baria), Almucar (Sexi), Mlaga (Malaka) o el entorno de Cdiz, ciertas novedades en

    los usos funerarios -incremento de las inhumaciones y enterramientos en hipogeos y cistas de

    piedra- , as como cantidades importantes de cermica cartaginesa y de productos artesanales

    caractersticos como los huevos de avestruz decorados, las mscaras y figurillas de terracota y

    los menudos objetos de pasta vtrea, claramente distintos de las manufacturas fenicias de

    Occidente. Ello probara la presencia de poblacin cartaginesa en las viejas factoras fenicias y su

    papel como elemento impulsor de las transformaciones que se operan en estos centros.

    Como se ha mencionado repetidamente, durante la primera mitad del siglo VI a.C. se

    advierte un cambio en el patrn de asentamiento colonial fenicio. Mientras muchas pequeas

    factoras se abandonaron al hacerse superfluas las funciones para las que haban sido creadas,

    algunos centros experimentaron un sensible crecimiento demogrfico. Se produjo as un proceso

  • de constitucin de ciudades-estado como mbito de nuevas frmulas de relacin social, poltica y

    econmica. Las ciudades se dotaron de prctica jurdica para defender los intereses de las

    oligarquas ciudadanas y para regular las relaciones entre los ciudadanos, pero tambin para

    garantizar el acceso y la proteccin de las prcticas comerciales a larga distancia, mediante

    tratados suscritos de ciudad a ciudad.

    La reorganizacin poltica y econmica del Crculo del Estrecho signific, pues, el

    crecimiento de establecimientos como Gadir, Malaka, Sexi o Abdera, que adquirieron la fisonoma

    de autnticas ciudades.

    De todos modos, no es hasta finales del siglo V o comienzos del IV cuando las

    importaciones cartaginesas comienzan a llegar a la Pennsula, con una fuerte concentracin en el

    Sureste y Levante, as como en los asentamientos ibricos de la costa catalana.

    Desde mediados del siglo IV y como consecuencia de una hbil poltica de acuerdos

    bilaterales con otras ciudades fenicias de Occidente, suscritos en pie de igualdad, pero en la

    prctica desiguales, Cartago se erige en defensora de sus intereses comerciales pudiendo as

    extender de forma pacfica una hegemona ms econmica que poltica, que se expresa

    claramente en la difusin de sus acuaciones de plata, con metal obtenido en la Pennsula.

    Precisamente la concentracin de importaciones en torno a Castulo y Cartagena durante el siglo

    IV seala tanto el inters como la presencia activa cartaginesa en las principales regiones

    argentferas peninsulares.

    Gracias a la tutela de Cartago, que queda bien expresada en el tratado de Cartago con

    Roma del ao 348 a.C., las ciudades fenicias del sur peninsular pudieron prosperar ejerciendo sus

    tradicionales actividades econmicas: al lado de componentes esenciales como la agricultura y la

    ganadera, se intensific la pesca y las industrias especializadas destinadas a la conserva de

    pescado y derivados. Estas actividades estaban dirigidas fundamentalmente al comercio a larga

    distancia, con intercambios que tambin incluan sal y plata, el estao procedente del noroeste

    peninsular y productos griegos, como vino, perfumes y cermica. Los circuitos comerciales de

    estas ciudades -en especial de Gadir- alcanzaban desde las costas marroques y argelinas al

    levante hispano, las Baleares, el mbito del Tirreno y Grecia; por el interior de la Pennsula, a los

    pueblos ibricos del Guadalquivir y de la Alta Andaluca.

    Cartagineses e indgenas

    El carcter de la influencia ejercida por Cartago en la Pennsula antes de la accin militar

    brquida ha sido objeto de discusin. Por supuesto, hace mucho que se abandon la absurda

    teora que haca a Cartago directa responsable de la destruccin de Trateso. Pero el testimonio

    de Polibio, al hacer hincapi sobre la intencin de Amlcar de restablecer el imperio de Cartago

    en Iberia, podran crear falsas premisas sobre la extensin efectiva de este dominio para la

    poca anterior a la Primera Guerra Pnica. La arqueologa ha demostrado que no puede hablarse

    de un imperio territorial, ni de un mbito de dominio o epikrateia cartaginesa como la de la costa

  • occidental de Sicilia, sino slo de colonias que comerciaban con los indgenas. La presencia

    cartaginesa se fundament en su hegemona martima, que le permita enviar grupos de colonos a

    las ciudades fenicias de la costa peninsular como representantes de sus intereses y con el objeto

    de concluir tratados bilaterales con las comunidades autctonas en cuyos territorios se

    encontraban los recursos que solicitaban los pnicos. Eran las propias elites indgenas las que se

    encargaban de movilizar la mano de obra necesaria, mientras los cartagineses, adems de las

    mercancas de prestigio que solicitaban, pudieron introducir ciertos elementos tcnicos.

    Este parece ser el caso de una serie de pequeos recintos fortificados, dispersos por la

    alta Andaluca, fechados entre los siglos V Y III a.C., cuya semejanza con la arquitectura militar

    pnica les ha proporcionado el nombre de torres de Anbal. Descartado su uso directo por los

    pnicos como elemento de un sistema de soberana sobre territorio indgena impuesto por la

    fuerza de las armas, se interpretan ms bien como ejemplo del acercamiento entre las

    aristocracias locales y los cartagineses de la costa, en el marco de pactos, alianzas e

    intercambios, que incluyen la ayuda tcnica necesaria para dotar a los territorios gobernados por

    estas elites de atalayas y sistemas de defensa.

    El interior peninsular, a partir de mediados del siglo V, desarrolla una cultura autnoma en

    la que, si bien aparecen productos de importacin pnicos y griegos que prueban su contacto con

    ambos mundos, es evidente su independencia poltica, social y cultural de ellos. Exista un control

    por parte de Cartago de las aguas del sur de la Pennsula y los tratados con Roma reafirmaban

    como zona de influencia cartaginesa estas costas meridionales, pero ello hay que entenderlo ms

    como mbito de intereses comerciales, con factoras enclavadas en distintos puntos a lo largo de

    la costa atlntica y mediterrnea, que como imperio territorial, ni siquiera en la franja costera. Ello

    no impide que dichas factoras fueran muy numerosas y que el largo trasiego durante varios siglos

    diera a muchas ciudades de la costa, sobre todo mediterrnea, una impronta cultural pnica,

    como demuestra el nombre de libiophoenikes y blastophoenikes, con los que las fuentes griegas

    y romanas nombran a los habitantes de la zona, y el uso de alfabetos pnicos en sus acuaciones

    monetarias.

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  • Los pueblos prerromanos Jos Manuel Roldn Hervs

    En la segunda mitad del I milenio a.C. y como consecuencia de muy diversos factores, se

    cumple el proceso de transformacin paulatino del sustrato indgena de la Edad del Bronce en las

    etnias y culturas de los pueblos prerromanos. En principio, podran distinguirse varias amplias

    regiones culturales, coincidentes con reas geogrficas concretas y asociables en parte a

    grandes agrupaciones tnicas. El sur y levante, donde predominantemente ejercen su influencia

    estmulos mediterrneos, es el marco geogrfico de los pueblos ibricos; las regiones del interior

    y el oeste, desde el Sistema Ibrico al Atlntico, acogen a las etnias clticas o indoeuropeas; el

    norte, aislado por las barreras montaosas que separan el mar Cantbrico de la Meseta,

    conforma el rea cntabro-pirenaica.

    1. Los iberos

    El proceso de iberizacin

    El origen de la cultura ibrica es inseparable del impacto que sobre las poblaciones

    indgenas ejerci el fenmeno colonizador procedente del Mediterrneo oriental. Abarca, por

    tanto, la Baja Andaluca y la costa levantina hasta el SE. de Francia, aunque penetra hacia la

    Meseta por el sur de la Mancha y por el valle del Ebro hasta Zaragoza. En todo este amplio

    espacio el resultado final de este impacto es una cultura con rasgos bsicos comunes y una gran

    fuerza de expansin. Pero los substratos culturales diferentes sobre los que se desarrolla y la

    distinta intensidad de las influencias exteriores explican las variaciones internas que manifiesta y,

    en consecuencia, los numerosos grupos regionales en los que se escinde, cuyos rasgos

    culturales comunes van de la mano con otros claramente diferenciados.

    Las fuentes antiguas distinguan entre los iberos diferentes pueblos con una etnonimia

    precisa, aunque ignoramos los fundamentos de estas distinciones. De ello se deduce, por un lado,

    la percepcin de fundamentos comunes -lengua, sociedad, cultura material...-, pero tambin

    diferencias suficientemente acusadas para fundamentar individualizaciones precisas. En esta

    condiciones, el trmino no supone una unidad tnica, sino cultural, consecuencia del desarrollo

    de un proceso de iberizacin, que afect en grados y pocas distintos a un conjunto de pueblos

    del sur y oriente de la Pennsula.

    El proceso de iberizacin puede considerarse como fruto de las influencias griegas

    focenses sobre el precedente sustrato orientalizante de origen tartsico y fenicio colonial, que

    tienen su epicentro en el sureste peninsular. En consecuencia, la cultura ibrica habra que

    definirla como una evolucin del sustrato indgena orientalizante del sureste peninsular por

    influencia de la colonizacin focense.

  • Del Sureste, la cultura ibrica se extendi por el norte hasta el Medioda francs y por el

    oeste hasta la Alta Andaluca y el sureste de la Meseta para penetrar en Andaluca occidental,

    donde impregn a las poblaciones herederas de la cultura tartsica.

    Podra fecharse hacia 600 a.C. el inicio de la cultura ibrica en Andaluca oriental, Sureste

    y Levante, mientras en Andaluca occidental se asiste todava al desarrollo de la fase tarda del

    Orientalizante tartsico. A lo largo del siglo V a.C. se produce el desarrollo de la cultura ibrica,

    caracterizado por la generalizacin de grandes poblados, los oppida, de carcter protourbano,

    asociados a necrpolis de incineracin, que en la zona turdetana no son sino herederos de los

    poblados tartsicos y de sus correspondientes necrpolis. El siglo IV asiste al auge de la cultura

    turdetano-ibrica, que desarrolla plenamente sus rasgos caractersticos con una evidente

    uniformidad. A esta etapa pondr fin la expansin pnica en tierras ibricas y la subsiguiente

    confrontacin pnico-romana en la Segunda Guerra Pnica, cuyo desenlace significa el inicio de

    la incorporacin del mundo ibrico al romano. Se trata de la etapa final de la cultura ibrica, cuyos

    rasgos se van diluyendo en un creciente proceso de romanizacin, prcticamente cumplido hacia

    el cambio de era.

    Los pueblos ibricos

    Durante el perodo ibrico se conoce como Turdetania el rea geogrfica de Andaluca

    occidental, donde precedentemente se haba desarrollado la cultura tartsica. En este se

    produjo a partir del siglo V a.C., la penetracin de elementos procedentes sobre todo de la Alta

    Andaluca, que contribuyeron a uniformar los rasgos culturales de impronta ibrica de los

    turdetanos, consolidando un modelo de hbitat concentrado que tiene en el oppidum su principal

    frmula de asentamiento. Se trata de grandes ncleos de poblacin, de 10 a 20 Ha de superficie

    en su mayora, aunque excepcionalmente, como son los casos de Hasta Regia (Jerez), Carmo

    (Carmona) o Corduba (Crdoba), de hasta 50 Ha, fortificados y levantados en lugares de fcil

    defensa. Adems de los citados, ncleos importantes eran tambin Onuba (Huelva), Acinipo

    (Ronda la Vieja), Hispalis (Sevilla), Ilipa (Alcal del Ro), Nabrissa (Nebrija), Urso (Osuna), Tucci

    (Martos) o Illiturgis (Menjbar), adems de otros de nombre antiguo desconocido como los

    yacimientos de Tejada la Vieja, Castillo de Doa Blanca, Cerro Macareno o Setefilla.

    La Alta Andaluca haba experimentado desde muy temprano las influencias

    orientalizantes. Sobre un sustrato cultural orientalizante, a lo largo del siglo V se inici un

    proceso de iberizacin, con la presencia de crecientes influjos focenses procedentes de la costa

    mediterrnea del Sureste. En las fuentes greco-romanas la regin albergaba a los oretanos,

    cuya vitalidad se muestra en una expansin poltica y cultural, que se extiende por la vecina

    Turdetania, aunque tampoco falt una penetracin de gentes clticas, que parece mostrar, por

    ejemplo, el nombre de su ciudad epnima Oretun Germanorum (Cerro de las Cabezas,

    Valdepeas).

  • Todava bajo influencia tartsica se fueron constituyendo en Oretania durante el siglo VI

    estructuras urbanas, que daran lugar a grandes oppida, como Ipolca/Obulco (Porcuna) o Castulo

    (Linares).

    Los oretanos lindaban hacia el oriente y el sur con los bastetanos, cuyos confines son

    difciles de delimitar, no en pequea medida por las imprecisiones de las fuentes literarias, que

    mencionan junto a ellos, unas veces como idnticos y otras como pueblo distinto en su frontera

    occidental, a los bstulos, en un doblete que recuerda al de turdetanos-trdulos. La ciudad

    epnima de la Bastetania era Basti (Baza, Granada), cuya necrpolis proporcion una de las

    esculturas ms emblemticas del arte ibrico, la famosa Dama. Se extendan por las hoyas

    granadinas, parte de la margen izquierda del Alto Guadalquivir y cuenca del Almanzora, entre los

    oretanos, al norte, los turdetanos, al oeste, los contestanos, al este, y los asentamientos pnicos

    y mestizos de la costa meridional, a cuya poblacin las fuentes dan el nombre de libio-fenicios y

    bstulo-fenicios La regin contaba con numerosos centros ubicados en puntos estratgicos de

    control de los nudos de comunicacin, como la propia Basti, Acci (Guadix), Tugia (Toya), Ilurco

    (Pinos Puente) o Iliberri (Granada).

    La expansin hacia el Sureste de los bastetanos, difumin la identidad de los mastienos,

    un pueblo que desaparece muy pronto de las fuentes escritas y que tena en Mastia (Cartagena)

    su ciudad epnima. Debieron extenderse por la costa suroriental, en la vecindad de los

    bastetanos, con los que sin duda compartan muchos elementos comunes.

    El rea ms meridional del levante ibrico corresponde a la Contestania, extendida entre

    el Jcar y el Segura hasta el interior de la provincia de Albacete. Los ncleos de poblacin

    contestanos, entre los que se cuentan La Alcudia de Elche, Saitabi (Jtiva), La Albufereta de

    Alicante o La Escuera y el vecino El Oral (San Fulgencio, Alicante), son menos extensos que los

    del medioda peninsular y relativamente dispersos. Ocupan lugares fcilmente defensibles, tanto

    en la costa como en el interior, y estn dotados de fortificaciones.

    Al norte de la Contestania, los edetanos, extendidos por la llanura costera desde el Jcar

    hasta el Mijares y por el interior hasta las sierras del borde oriental de la Meseta, cuentan con

    abundantes yacimientos, entre los que destacan los poblados de La Bastida (Mojente, Valencia) y

    Liria y las necrpolis de La Monravana o el Corral de Saus.

    Al norte de la Edetania, el nordeste ibrico, en el que se incluye Catalua, la zona oriental

    de la cuenca del Cinca, el Bajo Aragn, el norte del Pas Valenciano y el medioda francs, se

    inicia desde el Bronce Final un proceso de fijacin al territorio, relacionado con el cultivo de una

    agricultura intensiva, que recibe a partir de mediados del siglo VII a.C. los aportes de colonos

    fenicios y griegos.

    Es en la evolucin de estas sociedades donde se encuentra el origen del proceso de

    iberizacin, que conduce al surgimiento del mundo ibrico a lo largo del siglo VI en las regiones

    costeras, desde donde se generaliza en el curso de los siglos V y IV a.C. por el interior y que se

    manifiesta en una organizacin territorial en pequeos oppida. Ejemplos de este hbitat son los

  • poblados de Ullastret, inmediato a la colonia griega de Ampurias, Ausa (Vic), Cesse (Tarragona),

    el Castellet de Banyoles de Tivissa (Tarragona) o Alorda Park (Calafell).

    La escasa jerarquizacin del territorio explica la atomizacin tribal del nordeste ibrico

    que transmiten las fuentes antiguas y que slo de forma aproximada es posible identificar

    geogrficamente con cierta precisin. Al norte de los edetanos se extendan los ilergavones,

    ocupando la costa y la zona del Maestrazgo hsata la desembocaduras del Ebro, donde limitaban

    con los cessetanos, extendidos por el campo de Tarragona y el Peneds, con su centro principal

    en la ciudad epnima de Cesse, convertida por los romanos en Tarraco (Tarragona). Layetanos y

    lacetanos habitaban las comarcas del Maresme, Valls y la Segarra, mientras los indicetes

    poblaban el Ampurdn. Al norte de ellos se extendan los sordones por la costa y los ausetanos

    en el interior, en torno a Vic. Ms all en la Catalua interior y piranaica una serie de pueblos -

    bergistanos de Berga, ceretanos de la Cerdaa y Alto Segre, andosinos de Andorra y

    airenosios del valle de Arn- con una economa pastoril y rasgos muy conservadores, iniciaron

    una tarda iberizacin cultural, ahogada por la presencia romana.

    La iberizacin se extiende tambin desde la costa para ascender por el valle del Ebro

    donde conforma un rico y complicado mosaico etno-cultural. Desde la desembocadura del

    Gllego en el Ebro hasta la frontera catalano-aragonesa se extendan ilergetes y sedetanos, los

    primeros en torno a Ilerda (Lrida), su ciudad epnima, y el bajo Urgel -cuencas del Segre y el

    Cinca-, y los segundos en los valles del Martn y Guadalalope, con Salduvia (Zaragoza) como uno

    de sus centros principales.

    La cultura ibrica

    La diversidad de los pueblos que se incluyen en la cultura ibrica no impiden intentar aislar

    los elementos comunes que la caracterizan como tal y la diferencian de las vecinas. En primer

    lugar, un rea lingstica ibrica marcada por una escritura prelatina especfica. Pero tambin la

    temprana asimilacin de la moneda o la aceptacin de innovaciones tcnicas, sistemas

    constructivos y elementos culturales procedentes de reas litorales e interiores, que terminan

    diferenciando a los pueblos del rea ibrica de los poblaciones de su entorno inmediato.

    -Estructuras econmicas

    La informacin de la que disponemos no permite conocer suficientemente las estructuras

    econmicas de los pueblos ibricos.

    Como otras sociedades antiguas, el sistema econmico ibrico se basaba en la

    agricultura. Por los restos materiales podemos suponer el predominio de una agricultura de

    secano, con instrumental de hierro propiedad de los agricultores, de los que destaca el arado

    como innovacin esencial. Los cultivos fundamentales correspondan a la trada mediterrnea -

    cereal, vid y olivo- y se completaban con leguminosas, frutos y una elemental horticultura.

    Complemento de esta agricultura y, en ocasiones, elemento preponderante en zonas concretas

  • era la ganadera, que proporcionaba fuerza de trabajo, medios de transporte, alimentos y materias

    primas. Caza, pesca y marisqueo en las zonas martimas y apicultura completaban las

    actividades de una agricultura, a juzgar por los restos materiales, con un fuerte carcter familiar.

    El trabajo artesanal en las sociedades ibricas, aunque objeto de especialistas, tambin

    tena carcter individual o familiar. Especial relevancia dentro del mbito domstico tenan las

    actividades ligadas al tejido, la cordelera y la espartera. Piezas de telar -fusayolas y contrapesos-

    son elementos materiales comunes en un buen nmero de viviendas ibricas. La abundancia de

    hornos y de productos cermicos informan detalladamente sobre la alfarera, con objetos

    comunes y refinados, consumidos en la comarca u objeto de exportacin.

    En ciertas regiones -Alta Andaluca, Sureste- la produccin minera continu siendo, como

    en poca anteriores, un pilar irrenunciable de la economa. El mineral proporcionaba la materia

    prima para una actividad metalrgica de gran trascendencia econmica. Hierro sobre todo, pero

    tambin plomo, cobre y metales preciosos, se trabajaban en todas las reas ibricas, incluso en

    aquellas faltas o escasas de fuentes mineras.

    Aun en economas de tendencia a la autosuficiencia como las ibricas, el comercio

    constitua una actividad importante. En lneas generales podemos suponer un comercio local,

    territorial, interterritorial y exterior, canalizado por vas terrestres, fluviales y martimas, que

    testimonian ciertos restos materiales, sobre todo, cermicas. Aparte su incidencia econmica, el

    comercio de largo alcance -interterritorial y exterior- fue un vehculo imprescindible no slo en la

    propia conformacin de la cultura ibrica sino en la iberizacin , esto es, en su expansin por

    otros territorios peninsulares.

    En un momento tardo, a partir de finales del siglo III a.C., los iberos acuaron moneda

    propia en plata y bronce, a imitacin de la griega que precedentemente haba circulado por su

    territorio. Su empleo como instrumento bsico de intercambio tard mucho en arraigar entre los

    iberos; adems, en su mayor parte, fue de circulacin reducida, limitada al entorno y rea de

    influencia de la localidad emisora.

    -Las sociedades ibricas

    Puede aceptarse que las sociedades ibricas presentaran una diversificacin social y

    econmica variable, con unos rasgos muy semejantes al de otras muchas sociedades antiguas:

    grupos sociales altos, ligados a la propiedad de las tierras, ganados y fuentes de recursos,

    probablemente con fuertes componentes guerreros; grupos intermedios de artesanos y

    propietarios de tierra y grupos inferiores constituidos por pequeos propietarios y jornaleros,

    pero sin que pueda postularse la existencia de masas enteras de dependientes comunitarios; por

    ltimo y como en otras muchas sociedades antiguas de cierta entidad, esclavos, que no

    suponen, no obstante, la existencia de un sistema esclavista en el estricto sentido del trmino.

    A juzgar por los textos literarios antiguos, entre los iberos estaba ampliamente extendida la

    monarqua como forma de gobierno. Los monarcas -trmino que slo puede aceptarse en un

  • significado muy amplio- reinaban sobre dominios territoriales de fronteras no bien definidas, que

    podan agrupar una o varias unidades de poblamiento. En ciertos casos, el control poltico no

    lleg a personalizarse, por lo que esas comunidades continuaron regidas colectivamente por los

    miembros del consejo aristocrtico.

    El desconocimiento de la lengua ibrica, hasta el momento imposible de adscribir a ningn

    grupo lingstico conocido, impide la interpretacin de los abundantes textos con los que

    contamos, conservados en diversos materiales como inscripciones, cermicas, plomos,

    monedas.... El complejo fenmeno de la iberizacin explica la existencia de numerosas variantes

    de escritura. Se pueden diferenciar tres grandes reas: levantina, meridional y del Suroeste.

    -Religin

    De los testimonios arqueolgicos parece deducirse tanto una fuerte religiosidad como un

    sustrato religioso bastante similar entre los pueblos que se incluyen en la cultura ibrica. Si la

    estatuaria, mayor y menor, nos ofrece posiblemente representaciones de divinidades masculinas

    y femeninas, as como de sus servidores o sacerdotes, los santuarios, las necrpolis y

    monumentos funerarios y las escenas de contenido sacro de las cermicas descorren el velo de

    las ceremonias y ritos con los que los iberos trataban de comunicarse y congraciarse con las

    potencias que dirigan su vida y el curso de los acontecimientos.

    La identificacin de los dioses ibricos es todava problemtica.Un puesto relevante

    parece tener un dios de la guerra y, sobre todo, las divinidades femeninas, de las que destaca la

    versin ibrica de la Gran Madre, la diosa de la fecundidad y del mundo de ultratumba, extendida

    por todo el Mediterrneo, de la que es un ejemplo la Dama de Baza. Al lado de los dioses,

    debemos suponer otros seres sobrehumanos, en su mayora ligados al mundo del ms all, como

    los genios alados o la rica iconografa animal, con figuras de monstruos -esfinges, grifos, bichas

    y otros seres mixtos- y representaciones de jabales, serpientes, crvidos, toros y caballos.

    El ritual funerario ms extendido era el de la cremacin. Con los restos, se enterraban sus

    adornos personales y recipientes con alimentos. Estos ajuares varan mucho de unas necrpolis a

    otras e incluso dentro de un mismo cementerio y descubren las diferencias de posicin y de

    riqueza en el seno de las sociedades ibricas.

    Si no tenemos noticias concretas sobre la posible existencia de un sacerdocio entre los

    iberos, al menos conocemos un cierto nmero de santuarios, cuyas estructuras y preferencias de

    ubicacin difieren sensiblemente en las distintas reas. En la Alta Andaluca se prefieren las

    cuevas y lugares escarpados, como el Castellar de Santisteban, con estructuras muradas

    concntricas de carcter minumental, o el Collado de los Jardines, asociado a un manantial y

    probablemente a un bosque sagrado. Los santuarios del Sureste, aunque tambin en lugares

    elevados, no son de tipo rupestre. Los ms conocidos son el Cerro de los Santos, que ha

    proporcionado un gran nmero de esculturas, la Serreta de Alcoy y el Cigarralejo, en Murcia.

  • - Arte

    Como la propia cultura, tampoco el arte ibrico es unitario y, aunque con una personalidad

    original, revela su dependencia de modelos y corrientes estilsticas de origen oriental, fenicio o

    griego. Su naturaleza es de carcter funerario o religioso y sus realizaciones tenan como

    destinatarios a las clases dirigentes, en cuyas tumbas o monumentos funerarios han aparecido.

    Llama la atencin la escasez de manifestaciones arquitectnicas. Ejemplo de arquitectura

    religiosa es el templo del Cerro de los Santos. Ms abundantes son los de carcter funerario,

    como el monumento turriforme de Pozo Moro, decorado con estatuas y relieves o la cmara

    sepulcral de Toya Peal de Becerro, Jan).

    Gracias a la abundancia de ejemplares, estamos en condiciones de precisar tanto la

    calidad artstica como el proceso de fabricacin y la funcionalidad de la ms importante

    manifestacin artstica ibrica, la escultura. Conocemos en territorio ibrico ejemplares de gran

    escultura en piedra de bulto redondo, que representan figuras humanas o de animales. Destacan

    entre las primeras las conocidas damas, como las de Elche, Baza o del Cerro de los Santos.

    Personalidad propia tienen las excelentes estatuas de guerreros y grifos alados, procedentes del

    heroon o mausoleo de Porcuna.

    Pequeas figurillas de bronce, con representaciones humanas masculinas y femeninas, de

    pie, en actitud oferente, o a caballo con armas o sin ellas, se dispersan por una amplia rea

    geogrfica desde Andaluca ocidental al Pas Valenciano. Se trata de producciones en serie cuyos

    destinatarios eran los fieles que acudan a los santuarios para depositarlos luego en los lugares

    sagrados.

    Aunque menos abundante que las esculturas exentas, conocemos tambin relieves

    figurados en piedra, de las que sobresalen los de Pozo Moro y los famosos de Osuna.

    La produccin cermica ibrica es muy variada y en ella se expresa con