Taller de Crónicas 201201

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Taller de Crónicas 2012-1 Profesor: Jeremías Gamboa

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Trabajos finales de los alumnos del Taller de Crónicas 2012-1 de la Carrera de Comunicación y Periodismo de la UPC

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Taller de Crónicas

2012-1

Profesor: Jeremías Gamboa

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Las Mil y Una Caras del Poeta La vida de Rodolfo Hinostroza: poeta, cuentista, dramaturgo, gastrónomo y astrólogo

Por Mauricio Niño Desde que en 1971 Rodolfo Hinostroza Clausen publicó su poemario “Contra Natura” los premios literarios no han parado de lloverle: en lírica, cuento y teatro. A los 19 años viajó a Cuba a estudiar Literatura pero terminó casi como un guerrillero castrista. Desde 1980 es el primer gran impulsor del boom de la gastronomía peruana. El creador del concepto de comida nikkei (peruano-japonesa). El abanderado de la reivindicación de la astrología con métodos científicos. La compleja vida de un hombre tildado de genio y excéntrico es impo-sible de resumir en unas cuantas páginas.

-Yo nunca tuve la menor duda de mi éxito. Cuando uno se mete en algo tan difícil como la poesía, mejor que esté seguro de lo que está haciendo.

No es fácil imaginar a Rodolfo Hi-

nostroza Clausen como un poeta vein-teañero. Pareciera que en 1941 nació ya viejo. Y sabio. El adjetivo no le queda grande. Basta googlearlo para encontrar que su nombre es infaltable en cualquier antología poética hispanoamericana. El guiño tecnológico no está fuera de lugar. Rodolfo Hinostroza está por cumplir 71 años -el 27 octubre: un íntegro escorpio- pero la tecnología no lo repele. Redacta en su MacBook Air. No se ve como un romántico poeta enamorado del papel. Acaba de publicar en edición digital El Tercer Diluvio: un ensayo sobre mitolo-gía, la Atlántida, los gigantes, la Muralla China y el fin del mundo. Sus lectores ya no tendrán que deambular por el Jirón Quilca o Amazonas para conseguir sus poemarios a 15 o 20 soles.

Bastará con descargar su ensayo de Ama-zon.com por 10.97 dólares.

-Mi discurso incorpora al Mito como fuente histórica, cosa que Herodo-to, llamado “el padre de la Historia” ex-cluye, taxativamente y de manera arbi-traria –responde cuando se cuestiona la objetividad de un ensayo científico con fuentes tan etéreas como la mitología.

Porque Hinostroza puede contra-decir al mismísimo Herodoto si así lo de-cide. Habla con un dejo de arrogancia que confieren las decenas de premios literarios e intelectuales que lleva a cues-tas. Decidirse por una publicación virtual fue un asunto comercial. La crisis eco-nómica en España, en donde solía publi-car sus obras, ha reducido la producción editorial a la mitad. Fue en Barcelona en 1971 que publica el libro que lo haría famoso: Contra Natura, ganador del Premio Internacional de poesía Maldo-ror, que tenía a Octavio Paz como cabeza del jurado en esa edición.

Cuando habla de su primer poe-mario “Consejero del Lobo” se le viene a la mente un bloqueo. Pero no de escritor,

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porque nunca ha tenido problemas para que las palabras fluyan. El problema fue que después de publicado, ningún editor quería incluirlo en las antologías poéticas hispanoamericana, de Latinoamérica o siquiera de Perú. Nadie quería reconocer la calidad de su obra.

-Yo sabía que ganarme un premio era la única manera de romper ese blo-queo editorial. Y lo logré con el Maldoror.

Después de ganar el premio, se encontró con Octavio Paz en el barrio latino en Paris. Paz le prometió que el libro le cambiaría la vida. No se equivocó. Llegaron los reconocimientos, homena-jes, las antologías que tanto había espe-rado. Llegó el éxito que Hinostroza ya se había augurado a sí mismo antes de es-cribir una sola palabra.

Rodolfo Hinostroza me recibe una tarde fría y sin sol en su departamento del décimo primer piso en un edificio la avenida Brasil, en Magdalena. Se arrella-na en todo lo ancho del sillón de cuero verde oscuro de su sala. Pone los pies sobre la mesa de centro como su madre Gloria –también poetisa– debe haberle prohibido tantas veces durante su infan-cia en Huaraz. Sus cejas pobladas se diri-gen hacia arriba con connotaciones dia-bólicas, pero le dan la solemnidad de un abuelo de otra época. De las arrugas de su frente se puede deducir que ha pen-sado mucho; de las marcas verticales a los costados de su boca, que ha hablado mucho. Sus manos no son las que se es-peraría de un escritor: tienen marcas que parecen haber sido causadas por el uso de herramientas. O, al tratarse de Hinos-troza el Gourmet, por utensilios de coci-na. Pero es su cabello completamente blanco, casi largo, revuelto, no peinado, sino apenas guiado hacia atrás el que le da un aire de loco, de poeta.

Hinostroza también ha sido pe-riodista, así que se siente cómodo frente a una grabadora y sabe adueñarse de la situación. Empieza a hablar acerca de su padre: Octavio Hinostroza, apodado “Ta-chito”. El señor Hinostroza padre se de-dicó a escribir poesía indigenista durante las décadas de 1930 y 1940. Pero nunca encaminó a su hijo hacia la literatura. Nunca comentó su obra, nunca le dio indicaciones puntuales, nunca se preocu-pó por su trabajo. Su influencia sobre su hijo Rodolfo fue indirecta. La huella del padre estuvo en la sonoridad heredada de la tradición andina, en los libros de Rubén Darío, Juana de Ibarborou y Ama-do Nervo que el niño Rodolfo leyó duran-te su infancia como su primer acerca-miento al mundo de la poesía.

-No hay mejor guía que el ejem-plo- Hinostroza levanta la vista como si su padre se dibujara en sus pupilas y no solo en su mente. Hinostroza corta la entrevista un mo-mento. Me ofrece un vino blanco para amenizar la conversación. Un sauvignon blanc. Por primera vez, sonríe. Da la im-presión que ahora le está hablando a su copa.

Es muy difícil catalogar a Hinos-troza dentro de un género o un tipo de escritor. Su obra lo abarca todo. Los críti-cos no se atreven a encasillarlo porque Hinostroza se jacta –con razón– de no haber escrito nunca dos obras parecidas. Pero la curiosidad puede más que yo y me animo a lanzar un par de preguntas sobre su labor de escrito “en general”:

-¿La inspiración existe? ¿O las buenas obras literarias son producto del trabajo duro?

-Los escritores que creen que no existe la inspiración son escritores real-mente aburridos. Son chamberazos, pero

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no tiene gracia, no tiene vuelo. No les sale bien la cosa –su voz se agudiza con un tono de lástima- La inspiración es la gran prebenda que tiene un poeta. Sin eso uno no puede trascender. Es una manera de ponerse en automático. No es que no exista inspiración, es que no les llega.

-Hay escritores que escogen retra-tar la realidad que viven y otros que bus-can la ficción pura. ¿En cuál grupo se en-cuentra?

-Sí es posible darle la espalda a la realidad, elegir no verla. Por ejemplo Borges escogió la fantasía. No tuvo una vida muy interesante que digamos, pero la compensaba con la imaginación. Yo, en cambio, he tenido una vida bastante mo-vida y he tratado de retratarla en mis poemas -Es cierto, La poesía de Hinostro-za siempre mantuvo un vínculo con su época

“Movida” es un eufemismo. En 1962, mientras estudiaba en la Universi-dad de San Marcos, Hinostroza se ganó una beca para estudiar literatura inglesa en La Habana, Cuba. Partió a los 19 años, con autorización paterna firmada y nota-riada. El detalle de la aventura está en que a ninguno de los muchachos que iba becado se les informó que iban a ser en-trenados como guerrilleros para ser parte de la revolución Cubana en toda América. Es cierto que San Marcos siempre fue muy cercana a la izquierda y el joven Ro-dolfo sentía una inclinación romántica hacia la Revolución, pero jamás pensó en formar parte de las huestes castristas. Una vez en Cuba, Hinostroza se preguntó qué iba a hacer en el monte. Se encontró con Fidel Castro en al menos tres ocasio-nes. Lo llama un megalómano. Compartió tiempo con Javier Heraud, el peruano poeta guerrillero. Hinostroza tiene escri-

tos sueltos sobre la época. No está segu-ro si planea publicarlo algún día. La iz-quierda ya tampoco lo atrae.

-Por suerte, ese episodio de mi vida ya está cerrado.

Desde la publicación de Contra Natura y la fama ganada por su autor, corre un rumor: en 1967 Rodolfo Hinos-troza publicó un libro de poemas tan ma-lo que él mismo decidió sacarlo de circu-lación. El libro que busca ser aclamado como su segundo poemario después de Consejero del Lobo lleva como título El mundo de la Inteligencia. Hinostroza ya lo ha desmentido innumerables veces. Incluso llega a exasperarse. Parece que considera a ese libro como un castigo por mal karma. Víctor Ruiz Velazco, editor de Lustra, encargado de la publicación de la edición conmemorativa de los 40 años de Contra Natura en el 2011 recuerda tam-bién haberle preguntado a Rodolfo Hi-nostroza por el libro perdido. El detalle de la dedicatoria del libro le parece rele-vante: “Para Octavio Rodolfo Hinostroza Clausen”. Hinostroza hijo decidió empe-zar a utilizar su segundo nombre para distinguirse de su padre, también poeta. “Debido a que cuando publicó su primer cuento en un periódico de Huaraz fue abordado por un vecino para felicitarlo por el cuento que “su padre” (el de Ro-dolfo) había publicado. Rodolfo le explicó que no había sido su padre, sino él, quien se llamaba igual. Desde entonces el autor de Contra Natura firmaría como Rodolfo Hinostroza” Refiere Ruiz Velazco. El libro ha quedado como la broma de un envi-dioso o competidor para desprestigiar al poeta. Pero aún hay quienes creen que es un tropezón en el mito del gran poeta Hinostroza.

Se sirve su segunda copa de vino y yo apuro la mía para no rechazar su ofre-

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cimiento. Mira mi grabadora. Me mira a los ojos esperando que lance mi siguien-te pregunta. Me interesa su labor como periodista. ¿Le fue difícil adaptar su dis-curso a los medios?

-Entrar al periodismo fue facilísi-mo. Estaba sin chamba y me dijeron que necesitaban un publirreportaje para Ca-retas. Pagaban bien –rememora con sa-tisfacción luego de otro sorbo de vino.

Dos días después de darle la co-misión, llegó a la redacción con el texto listo. Apenas se enteraron que estaba sin trabajo lo contrataron como redactor estrella. Para él siempre será una anéc-dota curiosa porque nunca había escrito para ningún medio de prensa.

-Me dieron la comisión más can-dente del momento: un escándalo de contrabando. Habían contratado a un detective privado que entregó un dossier así de ancho–separa el índice y el pulgar de la mano derecha lo más que puede–para que yo lo lea. Mi primer artículo salió tan bien que cumplí el sueño de todo periodista: me tumbé al ministro –Lo fácil que fue le causa un ataque de risa.

“Lo que Natura no da, Salamanca no presta” es una de sus frases favoritas. A él Natura le dio el don de la palabra. A Rodolfo Hinostroza nadie le enseñó a redactar para medios. Nadie le enseñó tampoco cómo escribir poesía. Ni cuen-tos. Ni teatro. Ni ensayos. A cocinar le enseñó su hermana Gloria, una aclamada chef. Lo que tiene Hinostroza es un talen-to innato para la palabra. No solo como escritor, también es un excelente entre-vistado: sabe hablar y darte bites.

-Ser autodidacta es mi gran don -la falsa modestia no va con él- No es fácil hacer todo lo que yo he hecho. Hay gente que no puede ni con la poesía.

Todos sus intereses son una for-ma de explorarse a sí mismo. Consciente de su don literario, Hinostroza quería saber hasta dónde podría llegar, cuáles eran sus límites. Por eso es que después de los premios en poesía decide incur-sionar en el cuento. Con “El Benefactor” en 1987 ganó el mayor galardón que puede ganar un cuento escrito en espa-ñol: el Premio Juan Rulfo. Otro check a su larga lista. Hora de probar en la drama-turgia. Aprender el esquema de una pie-za teatral es una de las pocas cosas que le dio trabajo durante su vida.

-La gente del teatro se quedó muy cabreada conmigo: si este cojudo es poe-ta, ¿qué hace escribiendo teatro?

Su fama de poeta no era una buena tarjeta de presentación, siempre le ha complicado poder poner sus piezas en escena. La gente del teatro no lo quie-re mucho. Hinostroza escribe un teatro muy barroco, que requiere demasiado oficio. Incluso después de ganar el pre-mio "Arte Nuevo" convocado por Carsa con su pieza teatral "Cuadrando el Círcu-lo" encontró dificultades para montar su obra. La anterior edición la había ganado un pintor. Las bases especificaban que el premio era para todo tipo de arte, pero los pintores creían que se limitaba su arte. El escándalo se armó. Hinostroza parece sentenciado a la confrontación. Es el destino de todo Escorpio con ascen-dencia en Sagitario.

Tras regresar al Perú en 1984, luego de quince años imbuido en la rica vida cultural europea, quiso encontrar su lugar en Lima. Después de mucho inves-tigar descubrió una gran verdad acerca del Perú: las dos grandes culturas vivas que había en Perú eran la gastronomía y la poesía. Su amor por la comida le viene de familia. No es una cuestión patriota.

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En su libro “Primicias de Cocina Peruana” oficia de historiador y lingüista. Desen-traña los orígenes de la comida peruana a la que califica como producto de un mestizaje no violento.

-Me importa un pito Machu Pic-chu y todo eso. Lo único que digo es que el Perú tiene dos grandes virtudes: la comida y la poesía.

Aunque es el primer y más grande gastrónomo del Perú, dejó de tener un plato favorito cuando era crítico de coci-na. Su palmarés en el mundo de la comi-da es igual de interesante. Fue el creador del concepto “comda nikkei”: el mestiza-je entre la comida peruana y la japonesa. La tradición cuenta que lo nikkei ya se disfrutaba en las fondas de los cocineros japoneses que vinieron a trabajar al Perú durante la República del Guano. Su hijo más célebre sería el “Sivichi”, en quecha “marinado en ácido”. Es decir, el plato bandera del nacionalismo peruano –y lo escribió en un artículo para el diario La República en 1983- el ceviche, que para Hinostroza es un residuo del sashimi ja-ponés con algo de limón.

Su otra pasión, la astrología, ha caído en las manos de mercaderes. Hi-nostroza se queja de que nunca nadie -ni los científicos ni la gente- se ha esforzado por entenderla. Tiene grandes referentes y habla de ellos con la misma pasión con la que hablaría de sus escritores favori-

tos. Tycho Brahe fue el primero en sentar las bases matemáticas en la astrología a finales del siglo XVI. Es gracias a la astro-logía que Hinostroza cambió sus creen-cias durante su vida. Fue criado como católico, se volvió ateo por voluntad pro-pia, pero ahora es politeísta.

En 1973 publicó el libro “El siste-ma astrológico”. Llegó a best-seller. Pa-rece que es imposible que un libro suyo no reciba elogios, incluso un libro sobre astrología. En 1986 lanzó el software As-trocentro, para las computadoras perso-nales revolucionarias para la época. Hi-nostroza está por revivir ese proyecto como una página web Astro100.com.

Sus intereses confluyen. No es que cada faceta de Hinostroza se dé por separado. Piensa que solo los poetas y los astrólogos se alimentan del misterio. Que ellos son también los únicos que se preguntan qué es el amor. Jamás pondría en duda la veracidad de una carta astral, si es que se ha realizado con los métodos adecuados.

El vino se terminó. La entrevista, también. Le agradecí por el tiempo y es-fuerzo que dedicó en responderme. Me miró decepcionado.

-¡Ah! ¿Hasta allí no más llegaste? Si me quieres preguntar algo más, me llamas.

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La Fundación Vega para combatir la ignorancia a punto de cerrar por un ojo menos

El librero del siglo

A Veguita nadie le quita la alegría de lo gozado y lo vivido de su hilarante

trayectoria como librero delivery de los periodistas e intelectuales más em-

blemáticos del círculo limeño.

Por Casandra Larico

Jorge Vega es conocido en las redacciones de los principales diarios de Lima como “Vegu i-

ta”. Con un libro –o una frase– ha ayudado a decenas de periodistas a socavar la falta de

intelecto en lo que él denomina Fundación Vega, una institución imaginaria que ha desa-

rrollado casi toda su vida desde que se hizo librero. Ahora, a sus setenta y siete años atra-

viesa la etapa menos alegre de su existencia: se ha quedado tuerto. Con un parche negro

en el ojo izquierdo se autodenomina la versión pirata de él mismo. Un lector apasionado,

un amante empedernido, putañero de oficio en sus mejores años, Jorge Vega abre las

puertas de su biblioteca mental para descubrirse en la bohemia felicidad que le ha dado a

su vida vivir de vender libros, pero –sobre todo– el leerlos.

¿Cómo explicarle a alguien que ama la lectura, ama el libro como nunca amó a una

mujer, que va a perder un ojo? Pienso en Cervantes Saavedra, el más genial escritor de la

lengua española. Era manco. Pienso en Gabo, en García Márquez y “Cien años de sole-

dad”. La demencia senil que le adjudican ha hecho que empiece a perder la memoria. Jor-

ge Vega “Veguita” el librero más ilustre del ambiente periodístico e intelectual limeño ha

perdido un ojo. Un novelista manco. Un escritor sin memoria. Un lector tuerto. Es verdad,

los dotes de la genialidad no corresponde a la naturaleza humana.

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– ¿Fue difícil aceptar que perdería un ojo?

–Al principio pensé que era una venganza. Ahora lo considero una venta-ja.

– ¿Cómo puede ser una ventaja perder un ojo para alguien que ha leído casi toda su vida?

–Lo bueno está – lo dice conven-cido- en que voy a tener la ventaja de ver solo la mitad de las cojudeces que hace la gente. Y eso es un alivio.

En la sala de su casa en La Victoria es perceptible que no se hace otra cosa más que hablar de libros. Libros en la mesa de centro. Libros en la vitrina. Li-bros en el asiento de un solo espacio. Una cortina amarilla y detrás de ella una estantería de libros viejos, pero bien cui-dados. Las zapatillas grises que lleva puestas tienen las hileras sucias, la planta desgastada. Pantalón color claro y una polera negra con inscripciones blancas. No hay sol dentro de la casa pero Veguita tiene sobre la calva llena de pecas un sombrero de paño. No hay forma que ese cerebro deje de citar libros y frases. La expresión de Veguita es taciturna, fija, intrigante. Tiene la piel arrugada sobre las falanges que, involuntariamente, tiemblan sobre el asiento. Su hablar es flemático y sus respuestas albergan toda la ironía que se necesita en la vida para ser inmune al aburrimiento.

A Jorge Vega la vida –o la salud- le ha dado un golpe nefasto, una parada en bruto, un semáforo en rojo. De todos los males que pueden aquejar a un hombre de setenta y siete años, además de la columna desviada y las vértebras daña das, un mal cancerígeno se ensañó con las herramientas básicas con las que ha

sido testigo imaginario de las aventuras de El Quijote y la labor de Montag en Fahrenheit 451 –faena que él mismo hizo en la vida real-: rescatar libros de la ho-guera de la indiferencia. Por supuesto, el cáncer ocasionó que perdiera, irreme-diablemente, el ojo izquierdo.

Jorge Vega, antes que otra cosa en la vida, es un lector encomiable. La pasión por la lectura, la libertad y las prostitutas es el sello que ha dado un distintivo a su carrera anónima, a su ca-mino ilustrado, a su vida entera. Quien habla de Veguita, habla de un personaje entrañable. Habla de un caminante adus-to, pausado y ligero que deambulaba entre pasajes y jirones de Lima para lle-gar al destino predilecto: las salas de re-dacción de los diarios locales. Jirón Cara-baya, camino a El Comercio. Jirón Cama-ná, destino a La República. Vuelve al jirón Carabaya y a media cuadra en se encuen-tra El Maury, uno de sus más concurridos bares. Quizás fue un designio que naciera el mismo día en que Lima cumplía cua-trocientos años de existencia. Por eso es que Lima, y el periodismo, o el periodis-mo en los jirones del Centro de Lima, lo haya adoptado como su más exclusivo proveedor de libros. Un libro viejo es como algunos lo llaman. Veguita ya no sale a recorrer las calles añejas del Cen-tro de Lima. Las mismas que fueron –tantas veces- escenarios de sus anécdo-tas paganas en los años en que el librero presumía de su vitalidad.

–Vi en una galería un retrato que

Daphne Dougall le hizo, sentado sobre una roca cerca al mar, en calzoncillos, sonriente y con libros bajo el brazo ¿a qué le recuerda la imagen?

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–A la Herradura seguramente. Yo he pasado desde los veinte años en la Herradura, y en uno de los restaurantes donde me amanecía tomando, guardaba mi tabla.

– ¿Cómo era un día en La Herra-dura?

–Yo dormía cuatro horas y luego me despertaba para meterme al mar. He corrido olas todo el tiempo, pero la tabla la he usado más para remar, que es el gran ejercicio. Y cuando tú te paras sobre ella, es un ballet sobre las olas, pero el ejercicio es la remada.

Correr olas no es lo único que es-te viejo bibliómano ha hecho en sus años envidiables. Así como gran lector y de-portista, ha mantenido con proeza la facilidad para ejercer en el arte de doblar el codo. De todas las bebidas, el pisco es la elegida. Si hasta aquí alguien imaginó que en su relato las mujeres eran las grandes ausentes, se equivocó. De todas las mujeres que cruzaron su camino –el camino de la noche, los bares y los bur-deles– él siempre las prefirió de calzones ligeros. Putas. En el dixit de Jorge Vega hay un lema que resume su concepción del amor: agítese, úsese y bótese.

–El amor es descartable –lo dice avalado por la experiencia- porque uno ama al principio algo, pero quien ama su libertad, respeta la ajena.

– ¿Alguna vez se ha enamorado? –Sí, pero nunca como para perder

mi libertad, porque como sufría de claus-trofobia al poco tiempo me fugaba.

Cláusula básica en el amor: no te enamores. Jorge Vega ha sido soltero toda su vida. Le ha entregado más afecto y tiempo a los libros que a las mujeres. Ha gastado más plata en libros que en putitas Ha experimentado más emocio-nes con los libros que con las mujeres. A

los dieciséis años, aun menor de edad, no quería perderse ese aprendizaje vital que era el único que no encontraba en los libros que ya por entonces él devoraba. El burdel “Huatica”, que ahora es solo un recuerdo del siglo pasado- fue durante muchos años el lugar que albergó a sus putas frecuentes. La Shimabuco fue la única geisha a la que Jorge Vega le dedica una semblanza. Para él, fue la única geis-ha bien formada, y no habla de formas corporales, sino de inteligencia y seduc-ción.

–La Shimabuco era un personaje increíble: preguntaba tu nombre y si eras joven poeta te decía el título de tu si-guiente poemario.

Era un putañero de oficio. Y lo suscribe.

*** En una oficina abarrotada de

apuntes en las paredes, periódicos y li-bros en los escritorios, Ángel Páez, perio-dista de La República, lanza el dato en el que se resume la discreta e íntima inter-acción entre los periodistas y su provee-dor de libros.

-Comprarle un libro a Veguita era el ritual que todo periodista mediana-mente culto debía hacer.

El oficio del librero consistía en vi-sitar a sus amigos periodistas y ofrecerles el libro ideal para sus intereses. Veguita analizaba el perfil del periodista y sabía inmediatamente el título y el autor que ayudaría a ese confundido peregrino. Como el ritual en el que el doctor auscul-ta a su paciente, el librero examina al próximo dueño del libro en cuestión. El primer ritual termina en una receta; el segundo, en una fórmula para escapar a la ignorancia.

El virus inocuo del periodismo se incubó en Jorge Vega a la edad de dieci-

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séis años. A esa edad él cumplía el único requisito para ser periodista: el no saber nada. O saber muy poco que es lo mis-mo. Si de atleta y borracho empedernido se le podía otorgar todos los honores en la escala de mérito, de periodista en el casi mítico diario Última Hora consiguió un despido a los cuatro meses. César Lévano, además de ser un personaje del periodismo peruano de todos los tiem-pos ha sido considerado por Veguita co-mo el mejor cliente-feligrés de la Funda-ción Vega, una fundación imaginaria en la que la directiva es ocupada por Jorge Vega en todos los puestos, cuya única misión ha sido ilustrar a los soberbios intelectuales y, por supuesto, ha fracasa-do.

–Tengo entendido que a Jorge lo echaron de Última Hora por flojo. Es de-cir, escribía una página con datos sobre deportes como el tenis o el box –agrega Lévano–.

Al haber dado por concluida su efímera carrera de periodista, Jorge Vega encontró la oportunidad para crear su propio oficio. Empezó a comprar libros usados, a rescatar lo que otros estuvie-ron a punto de tirar al basurero o utilizar como insumo para juegos artificiales. Cazador de libros. Pienso en Montag, el personaje emblema de la obra de Ray Bradbury, nuevamente. Es solo que Ve-guita no era bombero; al contrario, siem-pre fue incendiario.

No se ha atrevido a deslizar el nombre del escritor del que un día, de manera sorpresiva y como solo le pasa a

un individuo en la vida, heredaría toda una colección de libros valorizados en veinte mil dólares. La viuda del escritor lo llamó para conversar sobre qué hacer con todos esos libros que le habían qui-tado el tiempo, el dinero de su marido e, incluso, el espacio de su casa. Profunda-mente resentida –asegura Veguita– la viuda le pidió que se llevara todos esos libros de una vez. Él, perfectamente in-crédulo, pensó en que tendría problemas si se llevaba todos los libros; pero la mu-jer le dijo “Si se los lleva, lléveselos todos de una vez. Yo le pago la mudanza”.

*** El prodigio de la buena memoria

se lo otorgaron a Jorge Vega al nacer. Aunque cite las mismas frases y los mis-mos párrafos de sus obras favoritas, es perfectamente perceptible que deja el hablar pausado y lerdo a la hora de citar, quizás, las oraciones más significativas a esta edad, en este tiempo, luego de todo lo vivido y todo lo gozado. Luego de las caminatas con los libros bajo el brazo. Mira al vacío por un instante y recoge de la biblioteca de su memoria una cita de Borges:

-Como los hombres de la bibliote-ca he pasado los días de mi vida buscan-do el libro de los libros. Ahora que mis ojos apenas puedan descifrar lo que es-cribo, me preparo para morir no muy lejos del hexágono donde nací –lo dijo atropellándose en las palabras como para que la idea no se le escape en el instante- para mi ese es el canto del librero.

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El maestro de los inocentes

El autor Oswaldo Reynoso también es profesor además de autor leyenda.

Por Omar Mejía Yóplac

Su libro ‘Los inocentes’ es uno de los más editados de la literatura peruana. Su vida, fuera y dentro de las letras, no tiene más disciplina que la disciplina del placer. Bromea diciendo que le gusta piratearse a sí mismo. Y afirma que le encanta la docencia. Cuando le preguntan ¿qué puedo hacer para volverme escritor?, él responde vive, si no, ¿sobre qué chucha vas a escribir? Aunque dice que está más para ser aconsejado que para aconsejar, Oswaldo Reynoso sigue siendo un maestro.

Cuando asoma, aunque pocos de ellos sepan que ha publicado nueve libros y que es considerado por muchos un autor de culto, hay algo de su apariencia que hace que los alumnos le presten total atención desde que se presenta. Oswaldo Reynoso, con ochenta y un años encimas pero con un espíritu envidiablemente joven, trueca en un par de segundos la mueca seria que lleva en la boca y mien-tras ve a su audiencia ensaya una sonrisa paternal. El auditorio de otro colegio de los que visita para hablar, casi siempre, acerca de su libro ‘Los inocentes’, se queda prendido a su exposición. “Tiene pinta de maestro bohemio, de poeta”, dice el escritor Sergio Galarza, desde España, a través de la pantalla de un computador. Y no es gratuita esta descripción. Oswaldo Reynoso no sola-mente se ha dedicado a la pedagogía desde temprana edad, sino que en toda su vida ha sabido apoyar, acompañar y guiar (y casi apadrinar) a cuanto aspiran-te a escritor se le haya cruzado, como es

el caso de Galarza, y todos han tenido a bien considerarlo como tal, como un maestro. Reynoso se entrega completa-mente a los que lo escuchan. Una vez puesto a hablar, casi no tiene tics. Con-versa con ritmo, con cadencia, con pa-ciencia. Los colegiales no tardan mucho en quedarse enganchados al discurso de este señor robusto, de cara noble y an-cha y de cabello blanco blanco, que esta mañana está vestido con un pantalón negro, una camisa gris con rayas más claras, y con sus clásicos lentes color champán con las lunas ligerísimamente ahumadas. Se nota, cuando les conversa, que no solamente es un escritor, sino que también ha sido, y es, obviamente, un ‘profe’. Así, en corto. Mote y cariño. Oswaldo Reynoso: un profe. Encandila. Esa palabra usa Jorge Eslava cuando se refiere a las exposicio-nes de Reynoso. Cuando se para frente a la multitud de muchachos y comienza su siempre didáctico discurso, Reynoso en-

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candila. Converso con Eslava en su casa, ubicada en el distrito de Miraflores. Lleva una camisa anaranjada de mangas cortas a pesar del frío que hace, y un chaleco de cuero marrón. Su personalidad es calma-da y amable. Igual su rostro. A penas menciono el nombre de Reynoso, se de-tiene un poco, sonríe y hace un par de preguntas. Hace tiempo que no lo ve, al parecer. Como le cuento que hace poco acabo de verlo, quiere saber cómo está. También me pregunta sobre la presenta-ción de su nuevo libro. —Una firmita, profe —John, un ex alumno suyo, le pide un autógrafo en el libro que Reynoso le acaba de regalar. Es su última novela: En busca de la sonrisa encontrada. Reynoso lo hace. Firma el libro, mientras John le comenta que se nota que ha adelgazado. Termina la dedicatoria y se lo alcanza a su ex alumno. “Eres muy in-grato”, le dice Reynoso. Hace un año que no se ven según sus cálculos. Cuando deciden ponerse de acuerdo y corroborar números telefónicos, Reynoso saca dos inmensas agendas de tapa de cuero ne-gro y hojas más que amarillentas. —Es que me paran robando celulares —dice John. — ¿Es este número? —pregunta Reynoso señalando con su lapicero un apunte en una de las agendas. —Sí, sí, ese es. —Ya, entonces coordinamos —Reynoso cierra las agendas y ve a John—, tengo algunas cosas que conversar contigo. El departamento en el que vive queda en Jesús María. No es muy grande, pero es suficiente para él, que vive solo. Las pa-redes de la sala son de un color crema suave, opaco. Ni bien uno cruza la puer-ta, una foto en blanco y negro llama la atención: en ella aparece un hombre jo-

ven echado en una cama, como dormido, con el dorso desnudo y la cabeza hacia un lado. En el medio de la pequeña sala hay una mesa chiquita, redonda. Al lado, sobre una mesa ahora rectangular, des-cansan algunos ejemplares de la última edición de su libro más reconocido: Los inocentes, que según Eslava debe ser el libro más exitoso de la literatura peruana por la cantidad de veces que se ha edita-do. Justo frente a esa mesita y a todos esos libros, hay una gigantografía de la portada del mismo libro, pero de otra edición, la de Estruendomudo, mitad foto a blanco y negro, mitad naranja vivo. Un poco más allá hay dos estantes. Uno pe-queño en los que se exhiben diez pre-mios. Y uno más grande con algunos chopps de cerveza en la parte baja (“para usar, para usar, no son solo de adorno” ), un escarabajo de la selva peruana dise-cado y enmarcado en lo más alto de la repisa, y algunos adornos, uno hecho en corcho, conseguidos durante su estadía en China. “En la época en que pudimos habernos conocido, él estuvo en China, en los ochentas más o menos”, recuerda Jorge Eslava. Él dirigía una editorial, ‘Colmillo blanco’, y había conseguido trabajar con algunos compañeros de Reynoso, por lo que tenía muchas expectativas de editar-lo en algún momento. Eslava es un gran admirador suyo: ‘Los inocentes’ le ense-ñó por primera vez una literatura cercana a él y a su círculo de amigos en Magdale-na, su tesis para la licenciatura fue acerca de la psicología adolescente en los textos de Reynoso y, aunque aceptó la entrevis-ta bajo la promesa de hablar solamente veinte minutos, conversamos casi de dos horas acerca del escritor. Cuando regresó de China, Reynoso fue operado del estómago. Ahí, en una cama

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de hospital, fue su primer encuentro con Eslava. Las conversaciones acerca de una nueva edición de ‘Los inocentes’ fueron muy puntuales. A Reynoso le sedujo la propuesta de que el libro contenga algu-nas ilustraciones internas y lo único que le pidió a Eslava es que se tratara de una edición popular, que no cueste mucho dinero. A veces bromea diciendo que le gusta piratearse a sí mismo, por el hecho de que, ni bien saca un libro con una edi-torial grande e importante, le gusta luego lanzar una edición más cómoda y barata con una empresa más pequeña. Lo que Reynoso quiere, y esto hay que tenerlo claro, es que la gente lo lea. Le gusta el lector real, el de la calle, el que no es un exquisito. El muchacho que, de repente, quién sabe, ni siquiera llegue a estudiar una carrera ni nada. El inocente. Al preguntarle por sus influencias, bási-camente las literarias, él suelta nombres como los de Abraham Valdelomar, Arthur Rimbaud y Martín Adán. Pero luego aña-de rápidamente que también ha influido en él Francisco de Asís, sin el ‘san’, por-que Reynoso es ateo y no cree en santos. De él dice que aprendió la humildad y la necesidad de acercarse y reconocer a los pobres. Reynoso escribe desde los trece años más o menos. Desde los dieciséis se ha dedicado también a la docencia. Ado-lescente aún, daba clases de lenguaje en un colegio nocturno que administraban los franciscanos, para alumnos de entre veinte y veintidós años que no habían llegado a asistir a la escuela. El periodista y escritor Enrique Planas lo considera “un pedagogo por excelencia”. Es bastante conocida la amabilidad y predisposición de Reynoso con los jóve-nes interesados en la literatura. No es solo un “escritor fundamental”, como también lo describe Planas, sino que se

ha encargado, de la mejor gana siempre, de instruir a cuanto aspirante a narrador se le ha acercado. Y no solo eso, sino que además es considerado un maestro tam-bién por artistas plásticos que han recibi-do consejos suyos, que se han visto in-fluidos por sus libros y su personalidad. Prueba de esto es que en abril del año pasado, tras iniciativa de Enrique Planas, se llevara a cabo una muestra artística en el Centro Cultural España que se llamase ‘El tesoro de la juventud’. Una muestra que, como decía Planas, no era sino un homenaje a Oswaldo Reynoso: dibujos de él con su habitual gesto con una mue-ca seria y convexa, con los ojos pequeñi-tos y con un mentón prominente e ilus-tre; representaciones de los personajes de sus libros; fotografías de jóvenes muy parecidos a los que describía en ‘Los inocentes’. Siempre procura estar cerca de los jóve-nes. Ya sea dando conferencias sobre su libro en colegios, ya sea en ferias conver-sando con el público, ya sea en su casa alrededor de una cerveza con alguien que da sus primeros pasos en la literatu-ra, o ya sea como profesor universitario, donde, al contrario de muchos, él prefe-ría dictar cursos de los primeros ciclos porque es de la idea de que los profeso-res más antiguos y más experimentados son los que deben recibir a los alumnos que recién ingresan a la vida universita-ria, para ayudarlos, guiarlos. Y él siempre ayuda y él siempre guía. Ante algunas preguntas, y después uno ya puede adivinar ante qué otras, su res-puesta siempre empieza con un ‘no sé’. ¿Por qué empezó a escribir? No sé. ¿Por qué el gusto de enseñar? No sé. ¿Por qué escribe ahora? No sé. Pero hay una pregunta que, de tanto que se la han hecho, ya tiene una respuesta

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característica en él, y todo el que lo co-noce la sabe. ¿Qué consejos puede dar, señor Reynoso, si uno quiere ser escri-tor? Tres cosas. Primero, lee, lee, lee. Segundo, escribe, escribe, escribe. Y ter-cero, y más importante, vive, vive, vive. “Porque yo les digo, si no viven, ¿de qué chucha vas a escribir?” y me pide que lo ponga así, tal cual, y tomo nota. Y él vive, vive, vive. Nadie puede hablar de él sin llegar a contar una anécdota suya. Él invitando pan con atún si es que iban a tomar cervezas a su casa, él con-tándole a unos universitarios que habían ido a entrevistarlo que le echó marihua-na a la papa a la huancaína que les aca-baba de invitar, él acercándose a Martín Adán a preguntarle por qué ya no publi-caba nada en prosa. Lo suyo, dice Eslava, es la consagración del placer. Placer a la hora de escribir, placer a la hora de la pedagogía, placer a la hora de vivir. Y en ningún momento deja de enseñar, aun-que él diga que a su edad está más para recibir consejos de los jóvenes que para darlos. Este tipo de humildad, de cerca-nía, hace que sus ex alumnos sigan visi-tándolo, que no sea necesario pensarla mucho antes de mandarle algún texto para que él lo lea, que nadie tema acer-carse a él a tomarse una cerveza. Básicas las cervezas para él, que no quiere misas de salud si algún día cae enfermo, sino que prefiere cervezas a su salud. Así, asegura, pueden hacer más por él sus amigos. Porque para él no hay discípulos ni aprendices ni alumnos, todos son sus amigos. —Oswaldo es el último maestro de ver-dad que queda —escribe Sergio Galarza desde España—. El resto han muerto, como Washington Delgado. Él pertenece a una especie en extinción, nadie ha to-

mado el relevo de educar a las genera-ciones que vienen en el sentido humano. Oswaldo (llamémoslo así en este final, porque es más amigable) y sus ochenta y un años tienen una agenda cargada. Así como se pasó una semana dando confe-rencias y charlas por la sierra, igual sigue visitando colegios una vez que ha llegado a Lima y ultima detalles para la próxima presentación de su último libro e invita a sus amigos a cervezas y coordina reunio-nes. Oswaldo, incansable, vive, vive y vive. Los que quieran, pueden aprender de eso.

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La pequeña maravilla

Pauchi Sasaki, la violinista virtuosa y poeta de la música contemporánea.

Por Diana Hidalgo

A Pauchi Sasaki le gusta hacer música en el baño. No llega ni al metro y medio de estatura y es considerada por la mayoría de críticos como la mejor violinista contemporánea de los últimos tiempos. Ha tocado junto a Charly García y una vez llegó a pesar 38 kilos por tra-bajar mucho y olvidarse de comer. Aprendió a tocar violín antes que a leer y organiza su vida en calendarios gigantes según las estaciones del año, los colores y las emociones ¿Cómo la periodista con futuro prometedor se convirtió en la promesa virtuosa y chica genio de la música contemporánea que trabaja todo el tiempo y hace de su vida una eter-na poesía? Pauchi Sasaki dejó boquiabiertos a buena parte de su público cuando era muy jo-ven. La noche del 11 de setiembre de 2003 –exactamente dos años después de la caída de las Torres gemelas de Man-hattan-, el rockero e ídolo hasta las venas de muchos fanáticos, Charly García, arri-bó a Lima para demoler hoteles. Ocho mil personas se reunieron en el Círculo Militar del Perú para escuchar al argen-tino. De pronto, bajo las luces magenta-moradas que iluminaban el escenario apareció una menuda chinita con violín en mano y un talento que parecía rebal-sársele de su pequeño cuerpo. Esa chini-ta, violinista, músico y compositora era Pauchi. Esa noche tocó el violín al lado de Charly durante las canciones Dinosaurios, Asesíname y Yendo de la cama al living.

El recital acabó a la una de la ma-ñana y algunos de los asistentes no po-dían evitar preguntarse « ¿Y quién era esa chinita que tocaba tan maravillosa-mente el violín…tan virtuosa?» Sasaki

apenas tenía 21 años y con las justas lle-gaba a los cuarenta kilos.

Han pasado casi diez años desde aquel episodio y muchas personas que la escuchan tocar siguen haciéndose la misma pregunta. Es sábado por la noche y Pauchi Sasaki se afinca, como de cos-tumbre, sobre un escenario. Esta vez no es el Círculo Militar, ni ningún baño de algún territorio (uno de sus lugares favo-ritos para hacer música y del que días antes de este show me dijo «tienen una carga emocional importante»), sino el auditorio del Parque de la Reserva o Cir-cuito Mágico del agua, como prefieren llamarlo algunos. El segundo nombre entusiasma más a la violinista, es más poético. El Circuito Mágico del agua es un lugar peculiar que se ubica en el Cercado de Lima -distrito limeño que se caracteri-za por su complicada congestión vehicu-lar y sus altos niveles de smog-.

En sus muchos metros cuadrados, aquel recinto mágico alberga piletas co-loridas, túneles de agua, arte topiario,

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tazas gigantes a lo Alicia en el País de las Maravillas y un séquito de comensales que asiste tanto en invierno como en verano a mojarse duro y registrarlo en sus cámaras fotográficas. Lejos de esa algarabía de chapotear, el auditorio del lugar (que es notablemente pequeño) ahora se encuentra en silencio. Cien per-sonas se han reunido para escuchar a Pauchi en el marco de la Exposición Bina-cional Perú-Colombia, Agua: un patrimo-nio que circula de mano en mano. Un festival del agua que tiene como principal objetivo velar por el cuidado de dicho elemento de la naturaleza que para ellos es muy escaso y corre riesgo de extin-guirse muy pronto.

Se enciende una luz azul en el es-cenario. Pauchi aparece de pie con el cabello suelto, un menudo vestido mora-do, unas leggings oscuras y unas botas del mismo color del vestido. Junto a ella, se lucen seis músicos que en los próxi-mos sesenta minutos la acompañarán en todas las canciones que forman parte de la performance que ella creó hace un tiempo y que se titula Drop (gota, en in-glés). Concierto electro acústico que re-presenta una travesía por diferentes imágenes poéticas encapsuladas en en-volturas con la lógica del agua. Sasaki toma su violín y en pocos segundos entra en una especie de trance que consistirá básicamente en ojos brillantes, movida de cabeza de un lado a otro y movimien-tos ondulantes y desesperados. «Soy bien emocional en mi ejecución», me dirá días después al recordar esta escena. Una de las cosas que caracteriza a la vio-linista es su aparente espiritualidad poé-tica del tipo las cosas no ocurren por gus-to – hay que cuidar las emociones.

En un momento, hace una pausa y una luz morada baña la figura de su

rostro pálido y su cabello negro azaba-che. La sombra del micrófono interviene su pequeña silueta y proyecta extraña-mente una sombra que se refleja en la pared blanca que está justo detrás de ella. La imagen que forma la sombra en la pared es la de un arquero que parece estar a punto de disparar una flecha con precisión. La misma precisión con la que ella dispara su música en cada presenta-ción. Aunque la escena resulte poco creí-ble al lector, no es en lo absoluto extraña para lo que suele rondar en torno a Pauchi y su música.

La persona encargada de presen-tar el evento esa noche toma el micró-fono y anuncia que a continuación sonará la última canción de la gala. Sasaki sonríe y levanta del suelo un instrumento metá-lico y de forma un poco extraña que, lue-go me explicará, se llama Ocean Harp y es un utensilio oriental que produce so-nidos por medio de las varillas que posee y el agua que lleva en su interior. Pauchi lo coge con su mano izquierda, se mueve arremolinadamente y da unos pequeños saltos sobre su sitio. Por momentos, el instrumento luce desproporcionalmente grande entre sus manos y parece que se le va a caer, pero nunca se le cae. Sasaki mide un metro con cuarenta y cinco cen-tímetros y pesa 45 kilos. La canción ter-mina y se oyen aplausos constantes en todo el auditorio. Pauchi se acerca al mi-crófono.

—Muchas gracias a todos por ve-nir, espero que les haya gustado todo —pronuncia con la voz suave de niña que resulta contradictoria con la fuerza de su música.

—¡Maravillosa! —exclama una señora de unos setenta años que obser-vaba el concierto desde la primera fila.

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—¡Extraodinaria!... esta chica es impresionante —comenta la amiga de la señora de la exclamación anterior.

Pauchi baja del escenario e inme-diatamente se le acerca una familia de cinco integrantes y le pide que se tome fotos con ellos, ella acepta y les sonríe. Segundos después, las señoras efusivas de base siete se acercan a felicitarla y, luego, un hombre de estatura promedio y de aparentes treinta años también la felicita y le pide su número de teléfono. Su música lo ha fascinado y, le dice, le gustaría trabajar con ella pronto. Se apa-gan las luces, la violinista recoge y guarda con cuidado sus instrumentos y se mar-cha con su novio -que le lleva varias ca-bezas de estatura y que la ha estado ob-servando durante todo el espectáculo-. Sasaki ha trabajado todo el día y necesita descansar. Me dice que mejor hablamos en otro momento, tengo que cuidar mis emociones, descansar. La noto realmente cansada y entonces no me ofende el pe-dido. Luego me daré cuenta que esto ocurre porque ella no para de trabajar. (Casi) nunca.

***

Muy a menudo, se tiene la a in-fundada creencia de que la mayoría de artistas son vagos, bohemios, que solo “trabajan” de vez en cuando y que lo que hacen es más un hobbie que un trabajo serio que puede ocupar la mayor parte del tiempo de vida de una persona. Este familiar prejuicio se desmorona casi en el acto cuando uno conoce a Pauchi Sasaki. Por estos días, con sus casi 30 años enci-ma –aunque no los aparente en lo abso-luto por su pequeña figura y rasgos de niña-, lleva a cuestas el cargo de ser, para muchos críticos, la mejor violinista pe-ruana de los últimos tiempos. Compone,

toca, organiza, ensaya, crea, contacta y todos los verbos que lleven una termina-ción que signifique hacer algo. Todo el tiempo. «A veces trabaja hasta los do-mingos», me contará días después Mi-guel Cervantes, su novio desde hace tres años y que la conoce hace quince. «En ocasiones, incluso, cuando salimos a rela-jarnos también está trabajando porque se le acercan fotógrafos, pintores o músi-cos y ahí se pone a hacer contactos, pla-near cosas. Muchas personas quieren trabajar con ella», agregará con la resig-nación aparentemente autoimpuesta de un novio que solo puede admirar y com-prender tanto a su chica como él lo hace. Ya se ha acostumbrado y, asegura, no le molesta.

Paula Cristina Sasaki Otani, cono-cida simplemente como Pauchi (“Paula Cristina” sonaba muy largo” y “Paula” muy seco), toca violín desde los cinco años, piano desde los cuatro y flauta desde los dos. Desde los 17, ha tocado con bandas y músicos de culto como Lí-bido, Cementerio Club, Klambuco En-samble, Dolores de Lirio y Tito la Rosa. En los últimos años, su nombre a figurado en las páginas nacionales –y extranjeras-, de arte y cultura por haber presentado novedosas performances en espacios públicos y privados, musicalizado corto-metrajes y piezas teatrales, lanzado dos discos a la venta, realizado giras musica-les y presentaciones en varias partes del mundo –entiéndase Japón, España, Esta-dos Unidos, Suiza, entre otros- y, haber creado y ejecutado (junto con el colecti-vo OIE, que fundó también hace unos años), uno de los espectáculos mejor elaborados y más aplaudidos del Teatro Municipal de Lima, Muru: fuerza de lo inevitable. Espectáculo teatral y musical que inauguró, a comienzos de este año,

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la primera temporada de dicho teatro luego de su remodelación. Tres noches de localidades agotadas, 1200 personas por vez. Todo un éxito. «Luego de eso me di cuenta de que si hay un público en el Perú para el arte contemporáneo, eso me alegra mucho», me dijo días después del espectáculo del agua.

Ese sábado de felicitaciones de base siete, de entre todos los músicos que la acompañaban en el escenario se encontraba el músico, compañero uni-versitario y amigo incondicional, Rodrigo Ráez (conocido en la escena local por su banda de música El hombre misterioso), y quien también trabajó con Pauchi en la locura que fue Muru. «En Muru ella or-ganizaba todo pues, convocó a to-dos…producción, música…todo. Ese es el monstruo que a veces maneja. Muru fue su mérito», me dijo muy convencido cuando recordó los días de ensayo del espectáculo. «Pauchi es recontra chéve-re, tiene una capacidad melódica impre-sionante y lo paja es que en la música no solo busca el lado académico, sino el sen-timental», agregó con admiración de amigo y de músico.

En palabras de su hermana me-nor, Nomi Sasaki, Muru pudo nacer y hacerse realidad gracias a Pauchi: «Se creo todo de cero en menos de dos me-ses y el trabajo de Pauchi es clave: los invitados internacionales son amistades que ella fue conociendo en sus viajes a Estados Unidos y Japón. Artistas que ella admira y que tuvo la oportunidad de invi-tar para trabajar con ellos. Su trabajo inició desde la invitación hasta todas las coordinaciones, pero lo mas importante es la articulación que ella realiza entre los diferentes grupos interdisciplinarios... danza, música, video, ensamble y pro-ducción», pronunció desde un lejano

mail. Nomi ha trabajado con Pauchi en múltiples ocasiones y, al igual que ella, trabaja todo el tiempo y duerme muy poco. Durante la preparación de Muru, Pauchi me confesó, llegó a pesar 38 kilos. Casi no comía ni dormía y hasta se “olvi-daba” de tomar agua. Todo tenía que salir perfecto. Parece que a Nomi le viene de familia.

La familia de Pauchi es bastante peculiar y es necesario hace un breve repaso en su historia para ser capaces de entender los sucesos que aquí se están constatando. Su mamá nació en la ciudad de Tokio (Japón) y su papá es peruano criado en Perú e hijo de japoneses (exac-tamente nacidos en la isla menor de Ehime). Papá Sasaki viajó a Europa para estudiar apicultura (actividad dedicada a la crianza de abejas), al poco tiempo, fue a hacer unas prácticas a Japón y ahí co-noció a mamá Otani. Se casaron, vinieron a vivir a Perú y tuvieron cuatro hijas. En orden de llegada: Arioko, Angie, Pauchi y Nomi. Cuando Pauchi tenía ocho años, sus papás se divorciaron. El carácter tí-mido en extremo de su metódico padre chocaba en demasía con la alegría des-bordante de artista que caracteriza a su madre (la misma que le enseñó a tocar el piano a tan temprana edad). Matricula-ron a sus hijas en un colegio alemán de Chosica -sierra de Lima- y, algunos años después, mamá Otani se volvió a casar y tuvo otra hija. Vinieron tiempos difíciles. No es fácil mantener a cuatro hijas muje-res que aspiran a ser profesionales, y, aunque nunca les faltó nada, Pauchi se dio cuenta que tenía que recursearse, que tenía que trabajar mucho y que su talento le daba dinero (al comienzo, cien soles y un vale para el almuerzo cuando estaba en la universidad). Luego, muchos éxitos más.

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Mamá Otani se mudó al Cusco con su nueva pareja, aprendió a hablar quechua y adquirió dos chanchitos sim-páticos que hacen de sus mascotas. Papá Sasaki se quedó en Lima. Recientemente casi no sale de su casa y hay que llevarlo con engaños a algunos de los conciertos de su penúltima hija. Los teatros y audi-torios grandes lo ponen muy nervioso. Según Pauchi, su padre ha desarrollado una especie de antropofobia (miedo a las personas).

***

La primera vez que vi a Pauchi Sa-saki, ella representaba su espectáculo Drop en un auditorio de un Centro Cultu-ral limeño conocido. Estaba vestida con un pijama como de niña, y, cuando acabó el show, una señora bastante mayor que se ubicaba en la primera fila del auditorio se paró a aplaudir con efusividad y dijo con tono emotivo: «Yo soy Martita…mi Pauchi ha sido mi alumna de lengua en el colegio. Muy talentosa ella desde chiqui-ta, escribía su poesía, te felicito hiji-ta…ella es una maravilla». Pauchi no pa-raba de sonreír y la audiencia, enterneci-da, se puso de pie a aplaudirla al uní-sono. También hubo ronda de fotos, au-tógrafos y felicitaciones. Sasaki abrazó a Martita, no se veían desde que ella era una niña. Varios meses después de aquel re-encuentro, la primera vez que hablé con Pauchi (por teléfono), me dijo muy segura « ¿Y cuándo es tu deadline?».

Deadline es un término que se ha convertido en una jerga periodística para referirse al momento trágico en el que uno debe entregar el material (texto, video, etcétera) que se le ha encargado aunque no quede más tiempo para su realización. La sorpresa que, de primera impresión, me causó aquella pregunta, se

disipó momentos después cuando me enteré que Pauchi tiene un cartón profe-sional de periodista, graduada en la Pon-tificia Universidad Católica del Perú. Además, aclamada por sus profesores y acogida en algunos medios locales en donde hizo prácticas.

A ella le apasionaban muchas co-sas y distintas y hacía casi todo bien. «Quería escribir, leer, me apasionaba el periodismo….también quería ser fotope-riodista. Escribía muchas ideas sobre la percepción de la realidad, quería saber qué es lo real para sentirme llena, por eso estudié periodismo», me dijo al ha-blar de las cosas que quería hacer en la vida. Se decidió por la música por consejo de su hermana Angie y ahí comenzó la aventura de las performances locazas que mantenían a la gente en colas a las afueras de los lugares en los que se pre-sentaba. La primera se llamó Cuarto Blanco. Luego vinieron El Baño nro 1, El Baño nro 2, El Baño nro 3 y El Depósito. A Pauchi le gusta hacer música en los ba-ños. «A los 18 años tomó la costumbre de tocar-practicar en el baño, siempre le ha gustado tocar en los baños... de ahí su performance en el baño de la tienda Neomutatis», constató con gracia su hermana Nomi desde su trinchera tecno-lógica.

Pero los baños ahora se divisan le-jos. Ahora es martes por la noche (10 pm para ser exactos), y Pauchi Sasaki se baja con una gran mochila en una mano y, en la otra, su violín, de un taxi blanco. Me dice que la disculpe por la demora (la cita era a las 9pm) y que ha trabajado mucho, todo el día. Momentos antes, cuenta, había estado trabajando junto con Salva-dor Del Solar en la musicalización de un cortometraje. Del Solar, conocidísimo actor de telenovelas, fue su profesor en

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la PUCP de Comunicación Política y otras materias que nadie sospecharía que el galán de Pobre Diabla pudiese enseñar. Los prejuicios suelen ser mezquinos.

Sasaki cruza la pista y abre la puerta del edifico (uno cubierto por una gran puerta metálica blanca que lo hace parecer misterioso), ubicado en el distri-to apacible de Miraflores. Sube cuatro pisos, se prepara una taza de té, y en la azotea del lugar, de pronto, aparece un cuarto colorido, desordenado e hilarante al que ella llama cariñosamente “depósi-to”. Deja sus cosas y coge (de encima de un estante embutido de ropa y libros), una bolsita de tabaco Natural American Spirit y se arma un pucho. Se apoya en el marco de la puerta del cuarto y se oye un prolongado silencio.

—Este es mi momento —dice en estado de relajación mientras observa su cigarro y sostiene, con la otra mano, su taza verde de té. Lleva una cola de caba-llo y nada de maquillaje.

Sasaki trabaja todo el tiempo y un cigarro armado por ella a esta hora del día, suele reconfortarla. Se reincorpora luego de algunos segundos y, luego, en los próximos minutos hablaremos de arte, psicología, poesía, emociones, espi-ritualidad, dragones y surrealismo. Sus temas favoritos. En un lapso de poco tiempo citará al psicólogo Jung, al drama-turgo Paul Auster, a Dalí y a la sabiduría oriental. No es tan fácil hablar con ella, sabe muchas cosas.

—¿Te molesta que te digan que eres virtuosa? —le pregunto.

—No, pero lo que pasa es que yo no soy virtuosa. Más que nada mi logro ha sido haber desarrollado mi propio estilo, así libre, mi propia música, que soy flexible y que he logrado entrar en el espacio subjetivo de muchas personas

con mi música. Los he hecho sentir —dice con la mirada fija en una especie de papelógrafo gigante con fechas y escritos de colores que se luce pegado en la pa-red central de la habitación. A los costa-dos aparecen dos más, son más peque-ños.

Ese papelógrafo es su agenda-calendario. En pocos minutos me cuenta que esa es su manera de organizarse desde hace siete años. Un calendario según las estaciones, los colores y que sea gigante en su pared para que no se olvide nada y para que tenga presente todo lo que le queda por hacer (o lo que tiene que lograr) Dicho método de orga-nización además consiste en que cada tres meses, ella debe marcar nuevos pro-yectos grandes. En estos días planea, como es usual, varias cosas a la vez: pa-peleos para la maestría llamada Recor-ding media and experimental music -que está a punto de hacer en San Francisco en el mes de agosto-, el acto inaugural del XVI Festival de Cine de Lima y varios conciertos. Es altamente emocional, pero a la vez pragmática.

De una esquina del cuarto (justo al costado de unos cuadros, adornos y una botella de agua florida), saca un gru-po de fotos y postales y unas telas de colores alegres. En las fotos aparece ella de pequeña en momentos felices, con su familia, amigos, postales y tarjetas que le han enviado personas que ella quiere. De todo este grupo de recuerdos resaltan tres fotos. Un par son de ella a los cinco años con un cerquillito gracioso y el ca-bello negrísimo; en una aparece con su violín entre las manos, y en la otra, escri-biendo (poesía, me dirá momentos des-pués) en una hoja de papel blanco mien-tras se tapa la boca con la otra mano. El otro elemento resaltante en el paquete

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de recuerdos es una postal de Guan Yin, deidad oriental de la compasión. Sasaki cree que la protege y además, le simpati-za porque, en la figura, la dama oriental pisa a un dragón y eso para ella es pisar la ira, espiritualidad.

—Yo llevo todas esas fotos con-migo en cada viaje que yo hago… ¿cómo vistes un espacio?, ¿cómo lo vuelves tu-yo?....ah…con eso pues. Yo pongo mis telas, mis fotos y ya creo un ambiente, una emoción, el espacio ya es mío —dice mientras pasa una a una las fotografías entre sus manos.

Algunas de las telas mencionadas parecen nuevas. Al cabo de un momento, Pauchi está a punto de hablarme más acerca de su método calendario gigante cuando suena su celular (son las 11 de la noche). Es una llamada de trabajo, com-prendo inmediatamente.

—Ya pues, entonces se hace pues…..mira, te hace mover un solo dedo solo lo que te hace llorar. Te voy a dar el número…llama tú, a mí me da roche y a ti te corresponde —exclama subiendo el tono de voz.

Cuelga, una pausa y, acto seguido, coge un lapicero del escritorio y anota algo en su agenda gigante. Yo no alcanzo a ver más, pero, me asegura, es otro pro-yecto. Hay mucho trabajo para mañana y ya es casi media noche. Pauchi bosteza un poco y me dice que ya se tiene que dormir. ¿Dormir?, me pregunto después de todo. No estoy tan segura si lo hará. En todo caso, ya guardó el violín y cerró la laptop. Lo dudoso es que entró al ba-ño.

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La aventura musical de manongo mujica Un viaje por los sonidos de una de las percusiones más virtuosas del Perú.

Por Talia Atanasovski

Manongo Mujica, uno de los más grandes percusionistas peruanos vive, busca, toca y respira el silencio que le permite encontrar su propia música in-terior y la de la naturaleza a su alrededor. Manongo Mujica ve la música, es-cucha los paisajes y pinta el silencio que a sus 62 años todavía logra asom-brarlo como a un niño pequeño. Son casi de las siete y es una noche fría en el malecón de Chorrillos. A pesar de su color rojo, los treinta metros de la fachada de la casa de Manongo Mujica pasan desapercibidos junto a los edificios enormes que han acaparado la vista al mar. La casa es cálida y acogedora. Está decorada con cuadros, estatuas y lámpa-ras de estilo colonial que contrastan con las paredes celestes de la sala. A la dere-cha, al lado de las escaleras que suben al segundo piso y tras dos puertas de ma-dera, acondicionadas para que no se fil-tren los sonidos, está su estudio de músi-ca casero.

El círculo es una figura predomi-nante dentro del estudio de Manongo Mujica. No solo los tambores, bongós, congas, udus, platillos y bombos que abundan en el lugar son circulares, sino también la habitación es circular. Ade-más, a modo de andenes, dos círculos más pequeños le dan profundidad al sue-lo y crean una pequeña atmosfera propi-cia para la creación y la acústica de la percusión. Dentro del estudio no hace frío ni calor y se puede estar en silencio total, un silencio que Manongo Mujica ha buscado desde que era pequeño.

-Me escondía de los adultos para escuchar mi propio silencio y me encan-taba porque sentía que ahí podía ser yo mismo. Siempre me ha gustado escuchar el silencio.

Mientras que tomamos un emo-liente sentados en el piso del cuarto cir-cular me explica el porqué de la percu-sión y su búsqueda incesante de un soni-do y un silencio cada vez más conectado con la tierra misma y con el paisaje, a través de un mito sobre el origen del tambor en los andes del Perú. Un mito que, al igual que todos los mitos, se re-monta a un sitio muy lejano hace mucho tiempo. Una aldea en lo alto de los andes peruanos en donde los chamanes que-rían atrapar el sonido del dios trueno. El alma del trueno. Para lograrlo, los cha-manes ascendían hasta la cima del monte y se escondían entre las rocas para espe-rar paciente la llegada del trueno, listos para atraparlo entre sus manos. Pero cada vez que el trueno descargaba su energía y sonido, era tal su velocidad que nunca lograban retenerlo. Año tras año intentaron tener para ellos su espíritu pero como nadie lo logró, uno a uno

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fueron desistiendo. Todos desistieron menos uno.

Un día, ese único chamán que nunca se venció, caminaba por el bosque cuando un trueno poderosísimo impactó sobre un árbol cercano que terminó en el suelo. De repente, junto al árbol caído, caminaba un ciervo tranquilamente. El chamán lo cazó y con su cuero tapó am-bos extremos del tronco poseído por el trueno para que cada vez que alguien hiciera sonar aquel tronco sonara el trueno atrapado ahí dentro.

Para Manongo Mujica, la percu-sión es como el latido, como la respira-ción de un paisaje, de una canción, de una persona. Es la columna vertebral de una banda y el percusionista en como un volcán en constante ebullición.

-Todas las culturas tenían un tambor. No todas tienen una trompeta o una guitarra, pero todas tienen un tam-bor. -Me explica Manongo mientras que acomoda cuidadosamente un udu afri-cano, un instrumento de percusión de cerámico que más parece una garrafa con un hueco extra a uno de los costa-dos; unas campanas tibetanas y un bom-bo andino. Uno al lado de otro.

Mientras toca arrodillado en el suelo, su barba blanca y abundante, su pelo largo pero escaso y el sonido ances-tral de esos tres instrumentos, tan leja-nos en su origen geográfico, se combinan de manera tal que parecen un solo espíri-tu. Durante ese transe momentánea Ma-nongo parece pertenecer a todos los continentes, como si el arte tibetano, africano y andino corrieran por sus ve-nas. En ese momento entiendo porque llaman a este estilo particular de música “World Music” o música universal.

Manongo Mujica es uno de los percusionistas más destacados del Perú y

uno de los precursores del Jazz en nues-tro país, que a lo largo de su vida y, a través de distintos instrumentos de per-cusión, se ha propuesto oír atentamente los impresionantes paisajes del Perú. Oírlos sumido en el más absoluto y per-fecto silencio “para poder escucharlos realmente”.

Aunque inició esta conexión espe-cial con el silencio desde muy pequeño, su pasión por el arte ancestral y, por en-de, de la música de distintos paisajes de la cosca, sierra y selva del Perú, se conso-lidó con su documental Autorretrato So-noro, que es “una búsqueda del rostro de la música” en el que vuelca años de in-vestigación y de intimidad con el en-torno. Uno de los paisajes que a él per-sonalmente le quita el sueño y en el que se siente más compenetrado con la natu-raleza y con él mismo es el desierto de Paracas.

-Para mí las dunas son como las partituras que te dictan qué tocar, igual con el agua de un lago, del mar o una catarata o un bosque. Son partituras que nos dicta la naturaleza y que uno tiene que aprender a leer en completo silencio, tanto exterior como interior. Si tienes rollos y cosas en la cabeza o en tu espíri-tu no vas a poder escuchar tu entorno. Es como una meditación, tienes que estar en completa armonía contigo mismo pa-ra poder escuchar a la naturales.

Andrés Prado, guitarrista y amigo con el que Manongo ha compartido es-cenario en innumerables oportunidades encontró en él a una persona con la que compartía una sensibilidad por el paisaje y sus sonidos. Prado recuerda que uno de los primeros recuerdos que tiene del per-cusionista es en su estudio de Chorrillos, en el que hoy en día funciona su produc-tora Cernícalo, rodeado de instrumentos

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raros. “Tenía uno en forma de cucara-cha” –recuerda.

-Lo que yo rescato enormemente de Manongo –me dice Andrés– es que incluso ahora –a sus 62 años– es como un niño que no ha perdido la capacidad de asombrarse con los paisajes, con la vida, con los sonidos, con la gente. Pero, definitivamente la parte paisajística es lo que nos une.

Ese aspecto paisajístico es lo que caracteriza los últimos proyectos y la búsqueda constante e intensa de Ma-nongo Mujica. La capacidad que ha desa-rrollado para escuchar los horizontes del Perú es impresionante. Escuchar y transmitir la melodía de las dunas de Paracas, del viento rozando la arena del desierto, de la horizontalidad y fluidez del lago Titicaca le ha tomado años de silencio, contemplación y viajes fuera de Lima la gris y la bulliciosa en busca de paisajes que lo conmueven y emocionan. Para lograr transmitir el latido de ese espacio en particular. Como si llegara a un punto en el que la sinestesia logra aflorar naturalmente. Pero no siempre fue un cazador de retratos sonoros.

Su padre quería que él fuera pin-tor y la verdad es que no esta lejos de serlo. En su estudio hay pequeños mon-tones de acuarelas hechas por él, clasifi-cadas por temas: Asombro, Profundidad, Agua, Emoción. Tienen muchos colores y texturas distintas.

-Una vez quise hacer un mar de papel –me cuenta mientras me muestra algunas de sus pinturas y tomamos otra taza de emoliente– para poder recrear el sonido de la arena y el agua en la orilla.

Cogió una de las cartulinas bajo el rótulo de Asombro y la deslizo suave-mente sobre un bombo pequeño y ahí estaba la orilla del mar en el estudio cir-

cular de su casa en Chorrillos. No por las puras Rogelio Chongalés escribió en una crítica para Autorretrato Sonoro que “si Dios hubiera conocido a Manongo cuan-do creó el universo le habría encargado la música de la naturaleza”

-Cuando tenía 15 años mi papá me llevó a conocer a Pablo Picasso. Fue en una cena en Viena cuando mi padre era Embajador de Belaunde. Esa fue una experiencia que me cambió la vida y me inspiró muchísimo. Nunca voy a olvidar lo que Picasso me dijo: “aunque a mi se me atribuye la creación del arte moderno, de la síntesis. En realidad mi pintura es el resultado de mis dos principales influen-cias. La cultura africana y el arte pre his-pánico del Perú, de los Paracas y los Mo-che por ejemplo.”

Tras la muerte de su padre en 1976 Manongo emprendió una de sus más grandes aventuras. Diez años en Londres, durante el auge de la cultura hippie y las enseñanzas de Eduardo Nu-gent Valdelomart, director del Colegio Chaclacayo, al que asistía el pequeño Manongo, le dieron un lenguaje único: el Jazz.

Producto de sus años en Europa y el contacto con diversos exponentes del jazz internacional, en 1984 fundó Perú Jazz junto al saxofonista Jean Pierre Magnet, el bajista Enrique Luna y el cajo-nero Julio “Chocolate” Algendones. Con-virtiéndose en la banda peruana de jazz más reconocida del mundo, que luego de casi 30 años, varios discos y giras en su haber y nuevos, pero no menos talento-sos, integrantes alistan su último disco para fines de año.

-Manongo es más que un gran músico, es el amigo con el que he tenido las vivencias musicales y las aventuras más grandes de mi vida –me dice Jean

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Pierre con una sonrisa cómplice, como recordando sabe dios que anécdotas del apogeo del hipismo–. Vivimos aventuras musicales en Europa que dieron origen a Perú Jazz, no todos los músicos se atre-ven a tomar riesgos, en ese momento nosotros lo hicimos y ahora podemos decir, con mucho gusto, que lo seguimos haciendo.”

Aunque parezca contradictoria su necesidad por ser parte de la naturaleza y por sentir su pulso ancestral frente a la complejidad que implica ser un virtuoso del jazz y de la improvisación que éste género exige, en realidad, ambos aspec-tos musicales de Manongo se comple-mentan y se nutren el uno al otro.

-Toda mi experiencia como músi-co es fundamental para mi nueva etapa como productor –me dice Manongo con una sonrisa en el rostro–. Me encanta esta nueva etapa porque puedes aportar muchísimo y darle al resultado final todo lo que te habías imaginado. Además es una forma distinta de compenetrarse con la música que no había experimentado y la verdad me esta trayendo muchas satis-facciones.

Cernícalo Producciones es el es-cenario en el que Manongo Mujica esta viviendo su nueva aventura musical junto a Pepita García Miró, su compañera de vida y de escenario hace más de 15 años. Dueña de una voz privilegiada, Pepita es además “el cable a tierra” que él necesi-ta. Para ella la música tiene dos ritmos, el colectivo, es decir el que se comparte en el proceso de creación y el comercial. Para Manongo es un conflicto que no logra superar. Pero para los dos es sim-ple.

-Cuando haces música o cualquier arte con la intención de transmitir y dar, sin pensar en quien lo comprará o cuanto

pagarán por él, entonces el resultado es bueno y no tiene porque no ser un éxito.

Una llamada nos interrumpe en su estudio circular. Tenemos largo rato conversando, parece que el tiempo no pasara en aquel espacia silencioso.

-Una amiga vino con nosotros el otro día y quiere volver a sentir la magia, o sea que nos estamos yendo a Chosica ahora mismo, tu puedes venir la próxima vez para que también sientas la magia- me dice a modo de despedida.

Ya no queda emoliente, son las nueve de la noche y la familia Mujica sale rumbo a Chosica cargados de tambores.