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TAGORE - PÁJAROS PERDIDOS 6. Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas. 10. Como el anochecer entre los árboles silenciosos, mi pena, callándose, callándose, se va haciendo paz en mi corazón. 34. ¡Nadie da gracias al cauce seco del río por su pasado! 37. Mi corazón se mustia en silencio, y no sé decir por qué. Son cosas pequeñitas que nunca pide, ni entiende, ni recuerda. 40. No culpes a tu comida si no tienes hambre. 41. Cual si fueran anhelos de la tierra, los árboles se ponen de puntillas para asomarse al cielo. 42. Me sonreiste y me hablaste de nadillas. ¡Y yo sentía que toda mi esperanza de tanto tiempo había sido expresamente para eso! 56. La vida se nos da, y la merecemos dándola. 59. No temáis nunca al instante, dice la voz de lo eterno. 66. La flor niña, abriendo su capullo exclama: "¿Mundo de mi corazón, no te marchites nunca!" 68. El bien puede resistir derrotas; el mal, no. 69. Canta la cascada: "Aunque una poca de mi agua basta al sediento, ¡con qué alegría se la regalo toda!" 74. La niebla, tocando el corazón de los montes, les arranca, como si fuera el amor, sorpresas de hermosura. 75. Leemos mal el mundo, y decimos luego que nos engaña. 77. Cada niño que viene al mundo nos dice: "Dios aún espera del hombre" 79. ¡Cuánta barricada levanta el hombre contra sí mismo! 83. El bienhechor llama a la puerta, pero el que ama la encuentra de par en par. 84. La vida hace muchos de uno; la muerte, uno de muchos. La religión será una cuando mueran los nombres de Dios. 86. -Fruto, ¿estás muy lejos de mí? -Estoy en tu corazón, flor.

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TAGORE - PÁJAROS PERDIDOS 6. Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas. 10. Como el anochecer entre los árboles silenciosos, mi pena, callándose, callándose, se va

haciendo paz en mi corazón. 34. ¡Nadie da gracias al cauce seco del río por su pasado! 37. Mi corazón se mustia en silencio, y no sé decir por qué. Son cosas pequeñitas que nunca

pide, ni entiende, ni recuerda. 40. No culpes a tu comida si no tienes hambre. 41. Cual si fueran anhelos de la tierra, los árboles se ponen de puntillas para asomarse al

cielo. 42. Me sonreiste y me hablaste de nadillas. ¡Y yo sentía que toda mi esperanza de tanto

tiempo había sido expresamente para eso! 56. La vida se nos da, y la merecemos dándola. 59. No temáis nunca al instante, dice la voz de lo eterno. 66. La flor niña, abriendo su capullo exclama: "¿Mundo de mi corazón, no te marchites

nunca!" 68. El bien puede resistir derrotas; el mal, no. 69. Canta la cascada: "Aunque una poca de mi agua basta al sediento, ¡con qué alegría se la

regalo toda!" 74. La niebla, tocando el corazón de los montes, les arranca, como si fuera el amor,

sorpresas de hermosura. 75. Leemos mal el mundo, y decimos luego que nos engaña. 77. Cada niño que viene al mundo nos dice: "Dios aún espera del hombre" 79. ¡Cuánta barricada levanta el hombre contra sí mismo! 83. El bienhechor llama a la puerta, pero el que ama la encuentra de par en par. 84. La vida hace muchos de uno; la muerte, uno de muchos. La religión será una cuando

mueran los nombres de Dios. 86. -Fruto, ¿estás muy lejos de mí? -Estoy en tu corazón, flor.

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87. Este anhelo mío es para ti, que te siento en lo oscuro; no para ti, que te veo en el sol. 91. Con ayuda de la yerbecilla, la basta tierra se hace hospitalaria. 92. El brote y la caída de la hoja no son sino el rápido giro menor del torbellino inmenso,

cuyos círculos más grandes ruedan lentamente entre los astros. 95. ¡Corazón mío, calla tú, que estos grandes árboles son oraciones! 100. La nube esperaba humildemente en un rincón del cielo, y la mañana la coronó de

esplendor. 114. Se quiere bullicioso el camino, porque no se le ama. 121. Yo llevo en mi mundo en flor los mundos todos que fracasaron. 126. No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su

canción. 128. Es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad. 130. Si cierras la puerta a todos los errores, dejarás fuera la verdad. 134. La raíz escondida no pide premio alguno por llenar de frutos la ramas. 141. Cuando yo iba y venía, ¡qué cansancio me dabas, camino! Pero ahora que me llevas a

todas partes, somos como dos enamora dos. 154. No porque arranque sus hojas a la flor, cogerás su hermosura. 156. Lo más grande va sin reparo con lo más pequeño. Lo mediocre, va solo. 157. La noche abre en secreto las flores, y deja al día que se lleve el agradecimiento. 166. El canal se complace pensando que los ríos no existen sino para traerle agua. 167. El mundo dolorido me besa el alma y quiere luego que le devuelva su dolor en

canciones. 168. ¿Qué es esto que así me aprieta el pecho? ¿Mi alma que quiere salir a lo infinito, o el

alma del mundo que quiere entrar en mi corazón? 170. Sumergí el cáliz de mi corazón en esta hora de paz, y lo he levantado lleno de amor. 178. A mis amados les dejo las cosas pequeñas; las cosas grandes son para todos. 184. El que se ocupa demasiado en hacer el bien, no tiene tiempo de ser bueno. 199. "¡He perdido mi gotita de rocío!", dice la flor al cielo del amanecer, que ha perdido todas

sus estrellas. 219. Los hombres son crueles, pero el hombre es bueno.

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220. Hazme tu cáliz, y que mi plenitud sea para ti y para lo tuyo. 231. Engarza en oro las alas del pájaro y nunca más volará al cielo. 232. El loto de mi tierra florece aquí, en esta tierra extraña, con otro nombre, pero con la

misma dulzura. 258. Lo falso, por mucho que crezca en poderío, nunca puede elevarse a la verdad. 275. El día de mi trabajo ha terminado. ¡Déjame esconder mi cara entre tus brazos, Madre;

déjame soñar en ti! 281. Moriré una vez y otra, y sabré que es inagotable la vida. 288. Apaga, si quieres, tu lámpara; yo conoceré tu oscuridad, y la amaré. 291. Vinieron nubes a mi vida, y no llovieron ni tronaron, sino que me encendieron el cielo

del Poniente. 292. La verdad levanta tormentas contra sí, que desparraman su semilla a los cuatro vientos. 293. La tormenta de anoche, ¡de qué paz dorada ha coronado la mañana! 324. ¡Líbrame de este pasado sin cumplir, que se cuelga a mi espalda, y me hace difícil la

muerte! 325. Sean estas mis últimas palabras: Confío en tu amor.

- EL JARDINERO 5. Inquieto estoy y sediento de cosas lejanas, y el alma se me abre en un anhelo de llegar al

fin de las remotas vaguedades. Y tu flauta me llama penetrante, ¡oh más allá sin nombre!, y yo me olvido de que estoy sin alas, preso en esta cárcel para siempre.

Ando ansioso y desvelado; como un extranjero soy, en tierra dura. Tu aliento me llega, susurrando una lengua que mi corazón entiende como suya, una esperanza imposible. Y tu flauta me llama penetrante, ¡oh secreto lejano!, y yo me olvido de que no sé la senda, de que el alado corcel no está conmigo.

Desganado, voy peregrinando por mi propio corazón. En la niebla soleada de las horas lánguidas, ¡qué inmensa visión de ti se alza en el azul del cielo! Y tu flauta me llama penetrante, ¡oh último fin!, y yo me olvido de que esta casa en que vivo solo tiene cerradas todas sus puertas.

24. ¡No me escondas tú el secreto de tu corazón! ¡Dímelo a mí, que soy tu amigo, solo a

mí!... Dímelo tan dulce como te sonríes, que no lo oirán mis oídos, sino mi corazón. La noche es profunda; está la casa silenciosa; el sueño amortaja los nidos de los

pájaros... ¡Anda, dime tú, en un llorar vacilante, en un tímido sonreír, en una dulce vergüenza, en un dolor dulce, el secreto de tu corazón!

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35. Para que yo no te conozca tan pronto, juegas conmigo. Me ciegas con tus repentinas risas para que no te vea tus lágrimas... Conozco, conozco tu arte. ¡Nunca dices lo que quieres decir!

Por miedo a que yo no te tenga en lo que vales, me evitas de mil modos. Te apartas de la multitud para que yo no te confunda con ella... Conozco, conozco tu arte. ¡Nunca vas por donde quisieras ir!

Como puedes más que nadie sobre mí, te callas. Me dejas mis regalos con descuido juguetón... Conozco, conozco tu arte. ¡Nunca aceptas lo que quisieras aceptar!

40. Cuando vengo a despedirme de ti, una sonrisa incrédula te salta en los ojos. Me he

despedido tantas veces ya, que siempre crees que he de volver; y, a decir verdad, yo lo creo como tú... Porque los días de primavera vuelven y vuelven; y la luna llena se despide y vuelve; y vuelven las flores a las ramas... Si yo te digo adiós, ¿por qué no he de volver también?

Pero guarda un momento la ilusión; ¡no la espantes tan rudamente! Cuando te digo que me voy para siempre, créeme; y que un velo de lágrimas haga más hondos tus ojos un instante. Luego, cuando yo vuelva, ¡ríete burlonamente de mí cuanto quieras!

41. Querría decirte las palabras más hondas que te tengo que decir; pero no me atrevo, no

vayas tú a reírte. Por eso me río de mí mismo y deshago en bromas mi secreto. Sí, me estoy burlando de mi dolor, para que no te burles tú.

Querría decirte las palabras más verdaderas que te tengo que decir; pero no me atrevo, no vayas a no creerme. Por eso las disfrazo de mentira, y te digo lo contrario de lo que quisiera decir. Sí, hago absurdo mi dolor, no vayas a hacerlo tú.

Querría decirte las palabras más ricas que guardo para ti; pero no me atrevo, porque no vas a pagarme con las mejores tuyas. Por eso te nombro duramente y hago alarde despiadado de osadía. Sí, te maltrato, de miedo que no comprendas mi dolor.

Querría sentarme silencioso al lado tuyo; pero no me atrevo, no se me vaya a salir el corazón por la boca. Por eso charlo y disparato y me escondo el corazón tras mis palabras. Le pego a mi pena rudamente, no vayas a pegarle tú.

Querría irme de tu lado; pero no me atrevo, no vayas a conocer mi cobardía. Por eso llevo alta mi cabeza y paso como distraído junto a ti, que con el rayo constante de tus ojos renuevas siempre mi dolor.

52. Guardé del viento la lámpara en mi manto, y la luz se me apagó. Apreté la flor contra mi corazón, ansioso de cariño, y se me quemó la flor. Apresé el agua porque fuese para mí, y se me secó la fuente. Quise llegar a un son que no alcanzaba mi arpa, y la cuerda se me saltó.

- OFRENDA LÍRICA 4. Quiero tener mi cuerpo siempre puro, vida de mi vida, que has dejado tu huella viva

sobre mí. Siempre voy a tener mi pensamiento libre de falsía, pues tú eres la verdad que ha

encendido la luz de la razón en mi frente. Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor, pues que tú

estás sentado en el sagrario más íntimo de mi alma. Y será mi afán revelarte en mis acciones, pues que sé que tú eres la raíz que fortalece mi

trabajo.

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32. Los que me aman en este mundo hacen todo cuanto pueden por retenerme; pero tú no eres así en tu amor, que es más grande que ninguno, y me tienes libre.

Nunca se atreven a dejarme solo, no los olvide; pero pasan y pasan los días y tú no te dejas ver.

Y aunque no te llame en mis oraciones, aunque no te tenga en mi corazón, tu amor siempre espera a mi amor.

34. Que solo quede de mí, Señor, aquel poquito con que pueda llamarte mi todo. Que solo quede de mi voluntad aquel poquito con que pueda sentirte en todas partes,

volver a Ti en cada cosa, ofrecerte mi amor en cada instante. Que solo quede de mí aquel poquito con que nunca pueda esconderte. Que solo quede de mis cadenas aquel poquito que me sujete a tu deseo, aquel poquito

con que llevo a cabo tu propósito en mi vida: la cadena de tu amor.

- LA COSECHA 18. No, tú no sabes abrir los capullos y convetirlos en flores. Los sacudes, los golpeas...,

pero no está en ti el hacerlos florecer. Tu mano los mancha; les rasga sus hojas; los deshace en el polvo..., pero no les saca color alguno, ni ningún aroma.

¡Ay, tú no sabes abrir el capullo y convertirlo en flor! El que puede abrir los capullos, ¡lo hace tan sencillamente! Los mira nada más, y la savia

de la vida corre por las venas de las hojas. Los toca con su aliento, y la flor abre sus alas y revolotea en el aire; y le salen, sonroja dos, sus colores, como ansias del corazón; y su perfume traiciona su dulce secreto.

¡Ay, el que sabe abrir los capullos, lo hace tan sencillamente! 46. ¡Ya no podré pagarle a ella todo lo que me dio! ¡Su noche tiene ya mañana, y Tú te la

llevas en tus brazos! ¡Toma Tú este agradecimiento y estos regalos que traía para ella! ¡Perdón por todo lo que pudo dañarla y ofenderla en mí! ¡Coge, y hazlas tus esclavas,

estas flores de mi amor, que no florecieron cuando ella esperaba que floreciesen! 80. Cuando Tú vivías solo no te conocías. Ninguna llamada, ningún mensaje llevaba el

viento de una a otra orilla. Vine yo, y te despertaste, y los cielos florecieron con luz. Tú hiciste que yo abriera en

mil flores, y me meciste en la cuna de mil formas, y me escondiste en la muerte, y me volviste a hallar en la vida.

Vine yo, y se te dilató el corazón. Conociste el dolor y la alegría, y me tocaste, y vibraste hasta enamorarte.

Pero mis ojos se nublan de vergüenza, y mi pecho palpita de temor, porque mi rostro está velado. ¡Y cómo lloro cuando no te puedo ver!

Sin embargo, conozco la infinita sed de tu corazón por verme, la sed que llama a mi puerta, cada día, en los golpes redoblados de la aurora.

82. Diré tu nombre en mi soledad, sentado entre las sombras de mis callados pensamientos...

Y lo diré sin palabras, y sin razón, como un niño que llama a su madre cien veces, contento solo con poder decir Madre.

- TRÁNSITO

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4. Acéptame, Señor; cógeme este rato; y que se lleve el olvido los días huérfanos que pasé sin ti.

Tiende este momentillo mío, descansadamente, en tu falda, y tenlo bajo tu luz. He vagado persiguiendo voces que me atraían, pero que no me llevaron a ninguna parte. ¡Déjame ahora que me siente, tranquilo, a escuchar tus palabras en el corazón de mi

silencio! ¡No apartes tu cara de los oscuros secretos de mi alma, sino enciéndelos hasta

consumírmelos en tu fuego! 7. ¡Líbrame de mi propia sombra, Señor; de la ruina y la confusión de mis días! ¡Cógeme de la mano, que la noche está oscura, y tu peregrino ciego; sácame de la

desesperación; prende con tu llama la lámpara sin luz de mi pena; despierta de su sueño mi fuerza cansada!

¡No me dejes rezagarme, contando lo que perdí; que el camino me cante de la casa, a cada paso mío!

¡Que la noche está oscura, y tu peregrino ciego; cógeme de la mano!

- LA FUGITIVA 43. El padre volvió del funeral. El niño estaba en pie en la ventana, con los ojos muy abiertos, y su amuleto dorado

colgado de su cuello. Su frente le pesaba de pensamientos demasiado difíciles para sus siete años.

El padre le cogió en brazos y el niño le preguntó: "¿Dónde está madre?" "En el cielo", contestó el padre señalando arriba. Aquella noche, el padre se quejaba en sueños, rendido por la pena. Una lámpara ardía débilmente junto a la puerta de la alcoba, y una lagartija perseguía las

moscas por la pared. El niño despertó, tocó con sus manos la cama vacía, se levantó callado y se salió a la

azotea. Levantó los ojos al cielo y lo miró y lo miró en silencio. Su confuso imaginar hundía en la noche inmensa esta pregunta: "¿Dónde está el cielo?"

No le respondieron. Y las estrellas parecían lágrimas ardientes de la ignorante oscuridad.

- WALT WHITMAN

-1 Me celebro y me canto a mí mismo. Y lo que diga ahora de mí, lo digo de ti, Porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

-40 Porque yo soy el que ayuda al enfermo que gime desplomado en el lecho, y el que a los hombres fuertes y sanos les trae más fuerza y más salud. (He oído cuanto se ha dicho sobre el universo, todo lo que se ha dicho desde hace miles de años, y no está mal hasta ahora... pero ¿es eso bastante?)

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Vengo a darme a todos y a engrandecer a todos. A pisarle la oferta al ganguero y a pujar, desde el principio, más alto que ninguno en la subasta. He tomado las medidas exactas de Jehová y aquí en mi portafolio llevo una litografía de Cronos, y otra de Zeus, su hijo y otra de Hércules, su nieto; dibujos bastante buenos de Isis, de Osiris, de Baal, de Brahma, de Buda, de Odín, del terrible Mexitli, un grabado de Alá y una estampa del Crucificado. Todas estas imágenes las he comprado por lo que valen, en su precio justo, sin dejarme engañar, sin pagar un centavo de más. Acepto que han vivido todos y que en su día hicieron su labor y cumplieron su destino. (Engendraron mitos para pájaros implumes que ahora tienen que levantarse, volar y cantar por

su cuenta.) Acepto sus divinos esquemas elementales para completarlos y llenarlos yo mismo y para

repartirlos con largueza entre todos los hombres y mujeres que me encuentre. Pero digo que en un constructor que construye una casa hay tanto como en ellos, y en el que maneja el mazo y el cincel con los brazos desnudos, también. No desdeño ninguna revelación especial y considero que la voluta del humo y el vello del dorso de mi mano son tan sorprendentes como cualquier revelación. Los bomberos manejando las mangas y trepando por las escalas de cuerda enganchadas en el

balcón o en el tejado, no valen menos que los dioses de las guerras antiguas. (Oigo tronar sus voces entre el fracaso y el derrumbe, veo sus brazos musculosos pasar milagro-

samente sobre las vigas encendidas y surgir invulnerables sus cabezas por la lengua roja de las llamas.)

La esposa del mecánico, con un hijo al pecho, me parece que da de mamar a todos los niños de la tierra;

esas tres guadañas que silban en fila, segando la cosecha, las mueven tres arcángeles fornidos vestidos de labriegos;

y aquel caballerizo monstruoso, de colmillos salientes y pelambrera roja, que vende cuanto tiene, su casa y sus caballos, para pagarle un defensor a su hermano acusado de estafa, y con el cual se sienta en el banquillo, es un redentor que redime los pecados de ayer y de mañana.

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En la gran siembra, los granos cayeron en mi campo, pero no cayeron en todos los campos de la Tierra. El escarabajo y el buey no han sido adorados aún como se merecen; y el lodo y el estiércol son más admirables de lo que se pensaba. Y los sobrenatural no existe. Llegará un día en que yo haga prodigios. Ahora mismo, soy yo un creador. Mírame aquí, erguido, en la entraña profunda de la sombra.

-44 Ya es tiempo de que me explique. Levantémonos, arriba, de pie todos... Desnudo y desgarro todo lo desconocido y a todos los hombres y mujeres los empujo conmigo hacia lo desconocido. El reloj marca los minutos... pero ¿y la eternidad? ¿Qué marca la eternidad? Hemos gastado ya trillones de inviernos y de veranos y delante de nosotros hay otros trillones y otros más adelante de aquéllos. Los nacimientos nos han traído riqueza y variedad y nuevos nacimientos traerán más riqueza y variedad. Yo no digo que éste es más grande y que aquel es más pequeño. El que llena su período y ocupa su lugar es tan grande como cualquiera. ¿Han sido los hombres envidiosos y criminales contigo? Pues lo siento mucho, conmigo han sido siempre bondadosos. Y yo no soy un registrador de lamentos. (¿Qué tengo que ver con los lamentos?) Yo soy una infinidad de cosas ya cumplidas y una inmensidad de cosas por cumplir. Con mis pies huello los picos de las estrellas, cada paso mío es una ristra de edades y entre cada paso voy dejando manojos de milenios... Todo cuanto hay debajo de mí lo han andado mis pies y aún asciendo... y asciendo... En cada zancada hacia la luz, detrás de mí se inclinan los fantasmas. Allá veo la inmensidad de la nada primera... Allí estuve yo,

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allí estuve yo esperando desde siempre y sin que nadie me viera, dormido en la niebla letárgica, aguardando paciente mi turno sin que me asfixiase la fetidez del carbón. Allí estuve yo acurrucado, apelotonado siglos y siglos... Inmensa ha sido la preparación de mi ser y fieles y amigos fueron los brazos que me ayudaron. Ciclos y ciclos transportaron mi cuna remando sin cesar como barqueros alegres, las estrellas me apartaron un sitio en sus órbitas mismas y enviaron su luz para cuidar de los que había de sustentarme. Antes de que mi madre me pariese, generaciones me condujeron. Mi embrión nunca ha estado dormido ni enterrado. Por él la nebulosa se cuajó en una estrella, y para que en ellos descansase se apiñaron los enormes y lentos estratos geológicos. Árboles inmensos le dieron su sustento y saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces y lo depositaron con cuidado. Todas las fuerzas del universo han trabajado sin descanso y obedientes para completarme y deleitarme... Y ahora estoy aquí, ¡miradme! en este sitio, con mi alma robusta y vigorosa.

-46 Lo mejor del tiempo y del espacio es mío, del tiempo y del espacio que nunca se han medido, del tiempo y del espacio que nadie medirá. Marcho por u camino perpetuo. (Escuchadme todos.) Mis señas son un capote de lluvia, zapatos recios y un báculo que he cortado en el bosque. Ningún amigo mío se sentará en mi silla. Yo no tengo silla, ni iglesia, ni filosofía; yo no conduzco a los hombres ni al casino ni a la biblioteca ni a la Bolsa... Los llevo hacia aquellas cumbres alta. Mi mano izquierda te tomará por la cintura, con la derecha te mostraré paisajes del continente y del camino abierto. Nadie, ni yo, ni nadie, puede andar este camino por ti, tú mismo has de recorrerlo. No está lejos, está a tu alcance. Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste, acaso lo encuentres de improviso en la tierra o en el mar. Echate el hato al hombro,

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yo cargaré con el mío... Vámonos. Ciudades magníficas y naciones libres hallaremos en nuestra ruta. Si te cansas, dame tu carga y apóyate en mi hombro. Más tarde harás tú lo mismo por mí... Porque una vez que partamos, ya no podremos detenernos. Hoy, antes del alba, subí a la colina, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: Cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que

contienen, ¿estaremos ya tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu me dijo: No, ganaremos esas alturas sólo para continuar adelante. Tú también me haces preguntas y yo te escucho. Y te digo que no tengo respuesta, que la respuesta has de encontrarla tú solo. Siéntate un momento, hijo mío. Aquí tienes pan, come, y leche, bebe. Pero después que hayas dormido y renovado tus vestidos, te besaré, te diré adiós y te abriré la

puerta para que salgas de nuevo. Largo tiempo has soñado sueños despreciables. Ven, que te limpie los ojos... y acostúmbrate ya al resplandor de la luz. Largo tiempo has chapoteado a la orilla, agarrado a un madero. Ahora tienes que ser un nadador intrépido. Aventúrate en la alta mar, flota, mírame confiado y arremete contra la ola.

-48 Y yo he dicho que el alma no vale más que el cuerpo, y que el cuerpo no vale más que el alma, y que nada, ni Dios, es más grande para uno que uno mismo. Y aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral. Tú y yo, si un céntimo, podemos comprar el pico más alto de la sierra; y el fulgor de una pupila y el guisante en su vaina humillan toda la sabiduría del mundo. No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña al mozo a ser héroe. Y por blando que sea un objeto, puede ser un día el eje en el que descanse la rueda del universo. Y digo a todos los hombres y mujeres: Serenad vuestro espíritu frente a los universos infinitos. Y digo también: No os preocupéis de Dios. A mí, que todo me preocupa, no me preocupa Dios. No me preocupan ni Dios ni la muerte. Yo oigo y veo a Dios en todas las cosas, pero no lo comprendo, como no comprendo que haya nada en el mundo más admirable que yo. ¿Por qué voy a empeñarme en que Dios sea otra cosa mejor que este día? En cada hora hay algo de Dios y e cada minuto también.

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Y en el rostro de las mujeres y en el rostro de los hombres está Dios, y en mi propio rostro lo veo también cuando me miro al espejo. Encuentro cartas de Dios en la calle, cartas firmadas con su nombre y no las recojo porque sé que en cualquier sitio encontraré otras semejantes. Miles y miles me saldrán al paso, puntuales, por dondequiera que camine.

- LORCA ROMANCE SONÁMBULO Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir

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decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No veis la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa. Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡Dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento. Verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe, se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde.

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Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña.

- ROMANCE DE LA PENA NEGRA Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad: ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache carne y ropa. ¡Ay mis camisas de hilo! ¡Ay mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya.

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Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota!

- SANGRE DERRAMADA ¡Que no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Que no quiero verla! La luna de par en par. Caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño con sauces en las barreras. ¡Que no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Que no quiero verla! La vaca del viejo mundo pasaba su triste lengua sobre un hocico de sangres derramadas en la arena, y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra. No. ¡Que no quiero verla! Por la gradas sube Ignacio con toda su muerte acuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su carne abierta.

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¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada vez con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¿Quién me grita que me asome? ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vio los cuernos cerca, pero las madres terribles levantaron la cabeza. Y a través de ganaderías hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza, y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué buen serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgo y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos, vacilando su alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas

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como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Que no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡¡Yo no quiero verla!!

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TE RECUERDO ¡Que llorabas...!, eso dicen, Federico. ¡Que llorabas...!, ahora dicen que llorabas, Y lo cuentan con sonrisas a los niños, a los niños... que te saben con el agua. Dulce llanto del encuentro enamorado, verde anhelo la caricia de tu amada... de tu luna, de tu fragua, de tu noche... de tu muerte que en tu sangre te abrazaba. Los gitanos ahora lloran y dan gritos, y la luna no nos mira a la cara, que han perdido el cantor de sus suspiros, que ha perdido a su amor, la enamorada. ¡Fue de noche...!, con sigilo... los caballos no relinchan para no ensuciar la calma, ya te llevan ¡fue de noche!¡por la noche!... a hurtadillas para no alertar el alba. ¡Te han matado!... ¿a qué juegas Federico?, ¡Te han matado!... yo conozco tu jugada, tu te escondes... en las nubes de colores, y en la brisa, y en los brazos de los montes, y en los libros, y un poquito... en mi alma.

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- MACHADO

RECUERDO INFANTIL Fue una clara tarde, triste y soñolienta tarde de verano. La hiedra asomaba al muro del parque, negra y polvorienta... La fuente sonaba. Rechinó en la vieja cancela mi llave; con agrio ruido abrióse la puerta de hierro mohoso y, al cerrarse, grave golpeó el silencio de la tarde muerta. En el solitario parque, la sonora copla borbollante del agua cantora me guió a la fuente. La fuente vertía sobre el blanco mármol su monotonía. La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano, un sueño lejano mi canto presente? Fue una tarde lenta del lento verano. Respondí a la fuente: No recuerdo, hermana, mas sé que tu copla presente es lejana. Fue esta misma tarde: mi cristal vertía como hoy sobre el mármol su monotonía. ¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares, que ves, sombreaban los claros cantares que escuchas. Del rubio color de la llama, el fruto maduro pendía en la rama, lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?... Fue esta misma lenta tarde de verano. -No sé qué me dice tu copla riente de ensueños lejanos, hermana la fuente. Yo sé que tu claro cristal de alegría ya supo del árbol la fruta bermeja; yo sé que es lejana la amargura mía que sueña en la tarde de verano vieja. Yo sé que tus bellos espejos cantores copiaron antiguos delirios de amores: mas cuéntame, fuente de lengua encantada, cuéntame mi alegre leyenda olvidada. -Yo no sé leyendas de antigua alegría, sino historias viejas de melancolía. Fue una clara tarde del lento verano... Tú venías solo con tu pena, hermano;

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tus labios besaron mi linfa serena, y en la clara tarde dijeron tu pena. Dijeron tu pena tus labios que ardían; la sed que ahora tienen, entonces tenían. -Adiós para siempre la fuente sonora, del parque dormido eterna cantora. Adiós para siempre; tu monotonía, fuente, es más amarga que la pena mía. Rechinó en la vieja cancela mi llave; con agrio ruido abrióse la puerta de hierro mohoso y, al cerrarse, grave sonó en el silencio de la tarde muerta.

EL POETA

Maldiciendo su destino como Glauco, el dios marino, mira, turbia la pupila de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.

Él sabe que un dios más fuerte con la sustancia inmortal está jugando a la muerte, cual niño bárbaro. Él piensa que ha de caer como rama que sobre las aguas flota, antes de perderse, gota de mar, en la mar inmensa.

En sueños oyó el acento de una palabra divina; en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina, sin odio ni amor, y el frío soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

Bajo las palmeras del oasis el agua buena miró brotar de la arena; y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros animales carniceros…

Y supo cuanto es la vida hecha de sed y dolor. Y fue compasivo para el ciervo y el cazador, para el ladrón y el robado, para el pájaro azorado, para el sanguinario azor.

Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades, todo es negra vanidad; y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades: sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

Y viendo como lucían miles de blancas estrellas, pensaba que todas ellas

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en su corazón ardían. ¡Noche de amor!

Y otra noche sintió la mala tristeza que enturbia la pura llama, y el corazón que bosteza, y el histrión que declama.

Y dijo: Las galerías del alma que espera están desiertas, mudas, vacías: las blancas sombras se van.

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de ayer, ¡Cuán bello era!

¡Qué hermosamente el pasado fingía la primavera, cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado, mísero fruto podrido, que en el hueco acibarado guarda el gusano escondido!

¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día, arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!

ELEGÍA DE UN MADRIGAL Quiso el poeta recordar a solas, las ondas bien amadas, la luz de los cabellos que él llamaba en sus rimas rubias olas. Leyó... La letra mata; no se acordaba de ellos... Y un día -como tantos-, al aspirar un día aromas de una rosa que en el rosal se abría, brotó como una llama la luz de los cabellos que él en sus madrigales llamaba rubias olas, brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos... Y se alejó en silencio para llorar a solas.

CAMPO La tarde está muriendo como un hogar humilde que se apaga. Allá, sobre los montes, quedan algunas brasas. Y ese árbol roto en el camino blanco hace llorar de lástima. ¡Dos ramas en el tronco herido, y una hoja marchita y negra en cada rama!

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¿Lloras?... Entre los álamos de oro, lejos, la sombra del amor te aguarda.

- BECQUER

OLAS GIGANTES QUE OS ROMPÉIS BRAMANDO Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán que arrebatáis del alto bosque la marchitas hojas, arrastrado en el ciego torbellino, ¡llevadme con vosotras! Nubes de tempestad que rompe el rayo y en fuego ornáis las desprendidas orlas, arrebatado entre la niebla oscura, ¡llevadme con vosotras! Llevadme por piedad a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!

VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a tus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar aquellas que aprendieron nuestros nombres... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... ésas... ¡no volverán!

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Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar, tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate, nadie así te amará.

- ALBERTI

SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar y dejarla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombrarla capitana de un blanco bajel de guerra. ¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela!

SE EQUIVOCÓ LA PALOMA Se equivocó la paloma. Se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba. Creyó que el mar era el cielo; que la noche, la mañana. Se equivocaba. Que la estrellas rocío; que la calor, la nevada. Se equivocaba. Que tu falda era su blusa; que tu corazón, su casa. Se equivocaba. (Ella se durmió en la orilla. Tú, en la cumbre de una rama.)

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- PEDRO CUYAS

ROMANCE EN A Me he muerto en tierras lejanas y nunca podré llegar... Ojos dulces en el cielo, ojos dulces en el mar, ojos dulces en el monte, mirar, mirar y mirar. Mirador de mis encantos y de mis dichas sin par, dile una tarde en secreto que no me vuelva a esperar... Oraciones a la Virgen, lamparitas en su altar, esperanzas que se esfuman, bordar, bordar y bordar. Y ojos dulces en el cielo, y ojos dulces en el mar, y ojos dulces en el monte, mirar, mirar y mirar. Mirador de mis encantos y de mis dichas sin par, dile una tarde en secreto que no me vuelva a esperar... Que no vendré por el monte, que no vendré por el mar, que no vendré por el cielo ni por el verde pinar... Ojos dulces de mi vida, ¡cuánto tenéis que llorar!... Me he muerto en tierras lejanas y nunca podré llegar.

- GABRIEL Y GALÁN

EL EMBARGO Señor jues, pase usté más alanti y que entrin tos ésus, no le dé a usté ansia, no le dé a usté mieu... Si venis antiyél a afligila, sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'a muertu! ¡Embargal, embargal los avius,

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que aquí no hay dineru; lo he gastao en comías pa ella y en boticas que no le sirvierun; y eso que me quea, porque no me dió tiempo a vendellu, ya me está sobrandu, ya me está gediendu! Embargal ese sachu de picu y esas jocis clavás en el techu, y esa segureja y ese cachu e liendru... ¡Jerramientas, que no quedi una! ¿Yo pa qué las quieru? Si tuviá que ganalu pa ella, ¡qualisquiá me quitaba a mí esu! Pero ya no quió vel esi sachu, ni esas jocis clavás en el techu, ni esa segureja y ese cachu e liendru... ¡Pero a vel, señor jues: cuidiaitu si alguno de ésus es osau a tocali a esa cama ondi ella s'a muertu; la camita ondi yo la he querio cuando dambus estábamos güenus, la camita ondi yo la he cuidiau, la camita ondi estuvu su cuerpu cuatru mesis vivu y una noche muertu! ¡Señor jues, que nenguno sea osau de tocal a esa cama ni un pelu, porque aquí lo jincu delante usté mesmu! Lleváisoslu todu, todu, menos esu, que esas mantas tienin suol de su cuerpu... ¡y me güelin, me güelin a ella ca ves que las güelu!...

- JUANA DE IBARBOURGOU

LA HIGUERA Porque es áspera y fea, porque todas sus ramas son grises

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yo le tengo piedad a la higuera. En mi quinta hay cien árboles bellos; ciruelos redondos, limoneros rectos y naranjos de brotes lustrosos. En las primaveras todos ellos se cubren de flores en torno a la higuera. Y la pobre parece tan triste con sus gajos torcidos, que nunca de apretados capullos se viste... Por eso, cada vez que yo paso a su lado digo, procurando hacer dulce y alegre mi acento: "Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto" Si ella escucha, si comprende el idioma en que hablo, ¡qué dulzura tan honda hará nido en su alma sensible de árbol! Y tal vez, a la noche, cuando el viento abanique su copa, embriagada de gozo le cuente: -¡Hoy a mi me dijeron hermosa!

- MISTRAL

BALADA El pasó con otra. ¡Yo le vi pasar! Siempre dulce el viento y el camino en paz. ¡Y estos ojos míseros le vieron pasar! El va amando a otra por la tierra en flor. Ha abierto el espino, pasa una canción. ¡Y él va con otra por la tierra en flor! El besó a la otra a orillas del mar. Resbaló en las olas la luna de azahar. ¡Y no untó mi sangre la extensión del mar!

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El irá con otra por la eternidad. Habrá cielos dulces. (Dios quiere callar). ¡Y él será con otra por la eternidad.

- NERUDA

NOCHE TRISTE Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y titilan, azules, los astros, a lo lejos." El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi alma la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

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De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

- LUIS DE OTEYZA

LA VUELTA DE LOS VENCIDOS Por la estepa solitaria, cual fantasmas vagorosos, abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos, se encaminan lentamente los vencidos a su hogar, y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea, a la luz opalescente que en los cielos alborea, van el paso retardando, temerosos de llegar. Son los hijos de los héroes que, en los brazos de la gloria, tremolando ante sus filas el pendón de la victoria regresaron otras veces coronados de laurel. Son los hijos, la esperanza de esa raza poderosa que, los campos fecundando con su sangre valerosa, arrastraran siempre el triunfo amarrado a su corcel. Son los mismos que partieron entre vivas y clamores, son los mismos que exclamaron: ¡Volveremos vencedores!... Son los mismos que juraban al contrario derrotar, son los mismos, son los mismos; sus caballos sudorosos son los potros impacientes que piafaban ardorosos de los parches y clarines al estruendo militar. Han sufrido estos soldados los horrores de la guerra, el alud en la llanura y las nieves en la sierra, el ardor del rojo día, de las noches la traición; del combate sanguinario el disparo, la lanzada -el acero congelado y la bala caldeada- y el empuje del caballo y el aliento del cañón. Pero más que estos dolores sienten hoy su triste suerte, y recuerdan envidioso el destino del que muerte encontró en lejanas tierras. Es mejor, mejor morir, que volver a los hogares con las frentes abatidas,

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sin espadas, sin banderas y ocultando las heridas, las heridas que en la espalda recibieron al huir. A lo lejos el poblado ya percibe su mirada: ¿Qué dirá la pobre madre? ¿Qué dirá la enamorada que soñaba entre sus brazos estrecharle vencedor? ¿Qué dirá el anciano padre, el glorioso veterano, vencedor en cien combates? ¿Y el amigo? ¿Y el hermano? ¡Callarán avergonzados, si no mueren de dolor!... Y después, cuando a la lumbre se refiera aquella historia del soldado, que al contrario disputando la victoria, en los campos de batalla noble muerte recibió; y los viejos sus hazañas cuenten luego, entusiasmados, se dirán los pobres hijos del vencido, avergonzados, ¡Los valientes sucumbieron y mi padre regresó!... Tales cosas van pensando los vencidos pesarosos, que, abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos, caminando lentamente se dirigen a su hogar, y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea, a la luz opalescente que en los cielos alborea, van el paso retardando, temerosos de llegar.

TU BOCA UNA NUBE BLANCA Amor que vigila el nido, todo se le vuelven sombras, maldigo las madrugadas, a solas. Peleando con la memoria, los fantasmas y las horas, las manos deshabitadas, solas. No sé qué tiene el deseo, que me consume en silencio. Amor como llamarada, como vino que emborracha, tu boca una nube blanca. Como siembra carnal busco los surcos que se palpan, se muerden, se apetecen, se acometen, se enlazan, desfallecen, y otra jornada más que estamos juntos. Y otra jornada más, que estamos juntos. Amor como agua dormida, voy y vengo a tus colinas, que no me falte tu risa, nunca.

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No sé qué tiene el deseo, que me consume en silencio. ........................... ........................... Como siembra carnal busco los surcos que se palpan, se muerden, se apetecen, se acometen, se enlazan, desfallecen, y otra jornada más que estamos juntos. Y otra jornada más, que estamos juntos. Amor como llamarada, como vino que emborracha, tu boca una nube blanca. ........................ Tu boca una nube blanca. ........................ VICTOR MANUEL