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PRESENTED TO

THE L IBRARY

BY

PROFESSOR MILTON A . BUCHANAN

OF THE

DEPARTMENT OF ITAL I A N AND SPAN I SH

1 906- 1 946

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OBRAS del AUTOR

V idas sombr ías ; un vo lumen .

L a casa d e Aizgorri , n ove la en s ie te jornadas ; ídem .

Aven turas , inven to s y m ix t ificac ion es d e Silvest re Para dox ; ídem .

Cam in o d e perfecc ión (pas ión m is t ica nove la;ídem .

El Mayorazgo d e L abraz , nove la; idem .

Id il ios vascos ; co n i lustrac iones de F . Perique t y

R. Baroja; idem .

LA L UCHA POR LA VIDA

L a Busca (novela) ; un volumen en 8 .

º

,

pesetas .

Ma la Hierba (novela) ; un vol. en 8 .

pesetas .

Aurora Roj a (novela) ; un vol. en 8 .

º

,

pesetas .

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NOVE L A 298

P í o B a r o j a

MA DR ID

L I B R E R Í A D E F E R N A N D O FE:

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L a Feria de los discre tos

CAP ITULO PR IMERO

Conversac ión en el tren

SE despertó Quin t ín , abr io los ojos , miró áderecha y á i zqu i erda , y entre bostezo y

bostezo,exclamó

Si estaremos ya en Andalucía.

El coche de segunda estaba ocupado por se ispersonas . Fren te al Quintín un señor francés ,grueso

,afe itado

,de ai re d istingu ido

,con una cin

ta roj a en el ojal , mostraba á un aldeano con trazas de ganadero acomodado una i l ustración ,

yle expl icaba amablemente lo que s ign ificaban laslám inas .

El aldeano o ia las expl i caciones sonri endo conmal icia , y en un aparte cómico murmuraba decuando en cuando en voz baja :

¡Qué inocente !Apoyada en el hombro del francés dorm ia su

señora , una mujer march i ta,con un sombrero

extravagante , l os pómu los rojos y las manos ,

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6 P I O B A R O J A

grandes , agarradas á una cartera ; l as otras personas eran un cu ra de color de bronce , arrebuj ado en una capa , y dos recién casados andal uces que se hablaban á l a boca con l a más du lcede l as melosidades .

¿Pero no habremos entrado enAndalucía?p r eguntó Qu intín de nuevo , impac i en te .

¡Oh ! ; s i, señor contestó e l francés Laestac ión próx ima es Baeza .

¡Baeza ! Imposibl e .

¡Oh , s in embargo , sin embargo ! rep l i cóel francés dejando las erres a l otro lado de l agarganta. Voy contando las estaciones .

Quintín se l evantó , con las manos metidas ene l abrigo . En los cri stal es de l vagón

,empañados

por l a humedad , picoteaban cont inuamente lasgotas de l l uv ia .

No reconozco m i tierra exclamó Quintín

en voz alta , y para reconocerla mejor abrió laventan i l l a y se asomó a e l la .

Pasaba el tren por del ante de ti erras ronzasencharcadas ; á l o l ej os se ergu ían cerríllos de

poca al tu ra sombreados por arbustos y matorra

l es , en el a i re húmedo y gri s .

¡Qué tiempo ! excl amó Quin tín malhumo

rado , cerrando la ven tana . Esta no es mi ti erra .

¿Es usted español? preguntó e l señor

francés .

Si, señor .Yo le hubiera tomado á usted por i nglés .

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L A FER IA DE LOS D ISCRETOS 7

De al lá vengo , de Inglaterra , donde he pasa

do ocho años .

¿Y es u sted de Andal uc ía?

De Córdoba .

El francés y su señora , que se había despertado

,contemplaron á Quintín . C i e rtamente

,sus

trazas no eran de español . Al to , corpu lento , afe i

tado,de buen color, con el pe lo castaño

,envuel

to en un sobretodo gris , l a gorri ta á cuadros en

l a cabeza,parecía un muchacho inglés enviado

por su fam i l ia á recorrer el continente . Ten ía la

nariz fuerte , l os labios gruesos , los ojos claros ,la expresión de mozo ser io y grave, pero al f sonre ir una sonri sa de truhán , mal i c iosa , agitanada,

le desenmascaraba por completo .

A Córdoba vamos mi señora y yo d ijoel francés guardando su i l ustrac i ón en el bols i l lo .

Quin tín sal udó .

Debe ser una c i u d a d in teresan t ís ima,

¿verdad?

¡Oh , ya l o creo !

Mujeres encantadoras con e l traj e de seda .

todo el día en el balcón .

No , todo el d ía no .

Y el cigarrito en la boca, ¿eh?

No .

¡Ah ! , pero , ¿no fuman las e5pañolas?Mucho menos que las francesas .

Las francesas no fuman,cabal l e ro d i jo

la señora un tan to indignada .

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8 P IO B A R O J A

¡Oh ! Yo las he vi sto en Paris exclamóQuintín . En cambio , en Córdoba no ve rá usted una que fume . En Francia no nos conocen ;c reen que todos los españoles somos tore ros , yno es verdad .

¡Ah ! , no , no , perdón repl i có el francésnosotros conocemos muy bien España . Hay dosEspañas : una , la del Mediodía , que es la deTheoph i l e Gauti er, y otra, la de Hernan i , de Victor Hugo . Porque no sé si u sted sabrá que Hernan i es una ciudad española .

Si, la conozco d ij o con apl omo Quintín,

que no había o ído c i tar en su vida el nombre delpueblec i l lo vascongado .

Una gran ciudad .

Seguramente .

Qu intín , al dec i r esto , eneendro un c igarro ,pasó la mano por el cri stal empañado de la ventan illa hasta dej arl o transparente , y se puso acanturrear m ientras contemplaba el paisaj e . Con

el t i empo húmedo y l l uv ioso , era tr iste aquelcampo des ierto , s in una aldea en toda la extens ión abarcada por la v i sta , sin caseríos , ún icamente con algún cortij o pardo á l o l ej os .

Pasaron estaciones abandonadas , cruzaron ex

tensos ol i vares con sus ol ivos en grandes cua

d ros , puestos en l ínea , sobre las lomas roj izas . Eltren

se acercó á un río ancho de aguas arc i l losas .

¿El Guadalqu i vi r? pregun tó el francés .

No sé contestó Qu intín distraído . Luego

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LA FERIA DE LOS DlSCRETOS 9

sin duda le parec 1o mal esta confes ión de suignoranc ia

,mi ró al río como si és te l e fuera a

deci r su nombre , y añad ió : Es un afl uente del

Guadalqu ivi r .

¡Ah ! ¿Y cómo se l lama?

No recuerdo . C reo que no ti ene nombre .

Empezó á l l over más fuerte . L a t ie r ra iba con

v irt iéndose en un barrizal , las hoj as v i ej as de l oso l ivos humedec idos rel uc ían negruzcas

, las nue

vas bri l l aban como s i fueran de metal . A ! moderar el tren su marcha , parecía arreciar la l l u v ia ,se oía el rep iqueteo de las gotas en la cubiertadel vagón , y el agua se desl i zaba por los cristalesde las ventan i l l as en anchas fajas bri l lantes .

En una de las estaciones , subieron al vagóntres mocetones vest idos de corto

,con sendas

mantas , sombrero ancho , faj a negra y gran cadena de plata en el chal eco . No dej aron de hablarun i n stante en todo el camino de sus mol inos , desus cabal l os , de muj eres , de j uego y de toros .

Estos señores preguntó el francés en voz

baja acercándose á Qu intín ¿qué son? ¿to

gegos?

No . gente ri ca de por aqu í .Hidalgos, ¿eh?

¡Pse ! Vaya usted el saber .Hablan mucho de j uego . Se j ugará mucho

en Andaluc ía, ¿verdad?

Si.

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10 P IO B A R OJ A

He o ido contar yo que una vez un h idalgoiba el cabal lo y se encontró en la carretera conun mend igo . E l cabal l ero le arroj ó una monedade plata

,pero el mendigo no la qu iso aceptar

,y

sacó una baraja de entre sus harapos y l e propuso echar una partida al h idalgo y le ganó el

d inero y e l cabal lo .

¡j á . j á . j á ! r ió estrépitosamen teQuintín .

Pero, ¿no es verdad? dij o al go p i cado el

francés .

Quizás,qu izás lo sea .

¡Qué inocen te ! murmuró el al deano parasu capote .

¿No es verdad tampoco que todos los mend igos tienen derecho al usar el don?

Eso si, ve usted , eso ya es verdad contestó Qu intín sonriendo con su sonri sa agitanada .

En una estac i ón próx ima a Córdoba , bajaronlos tre s mocetones de las mantas . Escampó uninstante ; por el andén iban y ven ían hombres consombrero ancho y calañés, mujeres con fl ores enla cabeza, v iej as con grandes paraguas encar

Y estos j óvenes que ven ían aquí pre

gun tó el francés l l eno de cu rios idad por todo

¿l l evarían su correspond iente navaca, eh?

¡Ah ! Si . Es probabl e— d ij o Qu intín , im itando s in darse cuen ta la manera de hab lar desu interlocutor .

¿Y las navacas que l l evan son muy grandes?

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LA FER IA DE LOS D ISCRETOS

¡L as navacas ! Si, muy grandes .

'

¿Qué d imensiones tendrán?Dos 6 tres palmos d ij o Quintín

,á qu ien

palmo más ó menos no le importaba gran cosa .

¿Y es fáci l el maneco d e esa terribl e arma?

T iene sus d ificu ltades .

¿Y usted lo sabrá?Naturalmente . Pero lo d i fíc i l de veras es

dar en un punto una navacaa'

a a vei n te ó tre intametros .

¿Y cómo se hace eso?Pues nada , se pone la navaca asi y

Qu in tín supuso que la pon ía en l a palma de la

mano , y se l anza con toda la fuerza . L a na

vaca va como una flecha á clavarse donde unoquiere .

¡Qué horror !A eso l e l l amamos nosotros p in tar un ia

beque .

Un ca. un cha. ¿cómo?

Jabeque.

Es verdaderamente extraord inario d ijoel francés después de hacer vanos intentos parapronunciar e l son ido gutural . ¿Y usted habrámatado toros también?

¡Oh ! , ya lo creo .

Pero es usted muy joven .

Veintidós años .

¿Y no me ha d icho usted que ha estadoocho en Inglaterra?

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S í .

¿Y el l os catorce años mataba usted toros?No . En l as vacac i ones .

¡Ah ! ¿Venía usted desde Inglate rra ún icamente para eso?

Si, para eso y para ver ami novi a .

La señora francesa son rió , el marido d ij o

¿Y no ten ía usted miedo?

¿Miedo de qu ién? ¿De los toros , ó de m inovia?

De las dos cosas exc lamó el francésriendo á carcaj adas .

¡Qué inocente ! rep i t ió el aldeano sonríendo , mirándole como a un n iño .

A las muj eres y á l os toros d ij o Quintíncon el tono de un conocedor consumado — no

hay más que saberlos en tender. Que el toro embi ste por la derecha , pues usted se pone á la

i zqu ie rda , 6 al contrari o .

¿Y si no se t iene tiempo de hacer eso?preguntó e l francés con cierta ans i edad .

Entonces puede u sted contarse entre los

d ifuntos y ped i r que digan unas cuantas m isaspor la salvac ión de su alma .

Es espantoso . ¿Y á las muj eres les entu

s iasmará un buen toreador, eh?C laro

,por razón del ofi c io .

¿Cómo por razón del ofic i o?

¿No nos torean el las á nosotros?Es verdad d ij o el a ldeano ri endo .

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Probablemente en todo lo que he proyectado me sucederá lo mismo . Nada sale comouno se lo imagina . Según mi condisc ípulo Harris

,

es una ventaj a . ¿Qué se yo? Habría que d iscuti rl o .

Este recuerdo de su condisc ípu lo le l l evó apensar en el colegio d e Eton .

¿Qué harán ahora al l á?Embebido en sus recuerdos

,miraba por la ven

tah i l l a . A medida que el tren avanzaba , se veía elcampo más cu l t ivado ; en l as dehesas pastabanesbeltos cabal los de largas col as .Los v iaj eros comenzaron á preparar l os equi

paj es para bajar ráp idamente ; Quintín se puso elsombrero , metió l a gorrita en el bols i l l o y col ocóla mal eta en el as ien to .

Señor le d ij o d e pron to el francés le

doy a usted las grac ias por l os informes que meha fac i l i tado . Soy j u

'

l es Matignon , profesor deespañol en París . Creo que nos volveremos á veren Córdoba .

— '

Yo me l lamó Quin t ín García Roelas .

Ambos se dieron la mano y esperaron á quepar

'

ase el tren , que ya aminoraba su marcha al

acercarse a la estación de Córdoba .

Llegaron , bajo Quintín ráp idamente , atravesóel andén persegu ido por cuatro ó cinco mozos , yencarándose con uno de el los de pañuelo roj o enla cabeza , le entregó la mal eta y el talón y le en

cargó que los l l evara á su casa .

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L A FERlA DE L os D ISCRETOS 15

A la cal l e de la Zapatería le d ijo . Al

a lmacén de u l tramar inos que hay al lá . ¿Sabe usted dónde es?

La caza de d on Rafaé . Ya lo creo .

Bueno .

Hecho esto , Quin tín abrió el paraguas y co

menzó á marchar hac ia el centro de la c i udad .

Me parece que no he atravesado el canalde l a Mancha se dij o y que voy por uno

de aque l los caminos que rodeaban el colegio . Elmismo cie l o gris

,el m ismo barro

,l a misma llu

v ia . Ahora voy á ver los parques y el río .

Pero no,lo que v ió fué l os naranj os de l a Vic

toria , l l enos de frutos dorados , bri l lantes… por el

agua .

Me voy convenc iendo de que estoy en Córdoba — murmuró Quintín , y entró en e l paseodel Gran Capitán , tomó después por l a cal l e deGondomar hasta l as Tend illas , y de aqu i, comos i el d ía anterior hubi ese paseado por aquel lascal l es , se p lan tó en su casa . No l a reconoci ó elprimera vi sta ; el almacén no ocupaba ya doshuecos como antes

,smo toda la fachada ; en las

puertas había láminas de z inc,sólo una ten ia

cr istales , a través de los cual es se ve ía e l i nteriorrepl eto de sacos amontonados y en fi l a .

Quintín subió al p i so pri ncipal,l l amó varias

veces , le abrieron y pasó adentro .

Aquí estoy yo excl amó con voz fuerterecorriendo un pasi l l o obscuro . Se oyó que se

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abria una puerta , y el muchacho se s intió abrazado y besado repetidas veces .

¡Qu in tín !

¡Madre ! No te veo aquí , con esta obscu r idad .

Ven y su mad re, abrazándole , le h i zo

pasar á un cuarto y le acercó al bal cón ¡Quéal to estás h ij o m ío ! ¡Qué al to y qué fuerte !

Estoy hecho un bárbaro .

L a madre vol v ió á abrazarle .

¿Y has estado bien? Ya nos contarás . ¿Ten

dras hambre? ¿Quieres tomar algo? Una taza dechocolate .

No , no , nada de chocolate . Algo más sóli

do , j amón , huevos tengo un hambre feroz .

Bueno, di ré que te preparen el almuerzo .

¿Y todos están bien?Todos . Vamos al verl os .

Recorr i eron un estrecho pasi l l o y entraron en

un cuarto , en donde dos muchachos , el uno de

quince años y el otro de doce , se acababan de

vesti r . Quin t ín les abrazó sin gran efusión , y deeste cuarto pasaron á una al coba en donde una

n iña de ocho el nueve años dorm ía en una camamuy grande .

¿Esta es Dolores? preguntó Qu intín .

Sí .Y cuando yo la vi era tan ch iqu i ta . ¡Qué

bon i ta es !L a n iña se despertó , y v iendo á un descono

c ido al l í , se asustó :

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L A FERIA DE Los D ISCRETOS 17

Pero si es Quin t ín , tu hermano , que ha ve

n ido .

Entonces ya se tranqui l izó y se dej ó besar .Ahora vamos á ver á tu padre .

Vamos d ij o Qu intín de mala gana .

Sal ieron de la al coba , y al final del pas i l l o d esembocaron en un cuarto con una ventana y una

mampara negra en l a puerta .

Esperaremos un rato . Habrá ido al almacén dij o l a madre sentándose en un sofá d e

gutapercha.

Quin tín examinó d i straídamente los muebl esdel de5pacho ; el pupi tre grande l l eno de cajoncitos , la caja de caudal es con sus botones dora

dos , l os l ibros y la prensa colocados sobre unamesa arrimada á la ventana . En la pared , frentea la mampara , colgaban dos grandes l i tografiasi l uminadas , borrosas , del Vesubio en erupci ón ;en medio de las dos había un gran re loj exagonal y debajo un cal endario perpetuo, de cartónnegro, con tres aberturas el ípticas en l ínea ver

ti cal , la de arri ba para la fecha , la de en med iopara e l mes y la de abajo para el año .

Madre é hij o esperaron un i nstante mientras elre l oj med ia el tiempo con un t ic-tac duro . De

pronto se abrió la mampara y entró en el de5pacho un hombre afe itado

,e legantemente vestido ,

con la cara l l ena, rosácea , y el ai re ari stocrático .

Aqu i ti enes aQuintín d ij o la madre .

Hola—excl amó el señor , tend i endo la mano

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al mozo ¿Has ven ido s in avisar? ¿Qué tal poral l á?

Muy bien .

Ya sé que vienes hecho un hombre , d ispuesto á hacer algo

'

útil.

Creo que s i contes tó Qu intín .

Me al egro, me al egro mucho de verte transformado .

En esto en tró en el despacho un señor al to ,delgado , viej o, con el bigote cano caído . Saludóincl i nándose , y la madre de Quin tm ,

señalando ásu h i j o , le pregun tó :

¿No le conoce usted , Palomares?

¿A qu ién , doña Fuensanta?A este muchacho . Es Quintín .

¡Qu intín ! excl amó el viej o hablando ágri tos . ¡Es verdad ! ¡Ch iqu i l l o cómo has crecido ! ¡Estás hecho un g igante ! ¡Qué barbar idad ! ,¿y qué tal esos ingl eses? Mala gente, ¿verdad?A mi me han j ugado cada mala

'

pasada! ¿Y cuándo ha venido este mozo , doña Fuensan ta?

Ahora mismi to .

Bueno d ij o el padre de Quintín á Palomares .

Vamos advi rtió la madre á su h ijotendrán que trabajar.

Luego en la mesa hablaremos más despac io repu so el padre .

Sal i eron madre é h ij o, y fueron al comedor . Sesentó Qu intín á la mesa y devoró como un ogro

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LA FER IA DE LOS D ISCRETOS

l os huevos,e l j amón , e l panec i l l o , un trozo de

queso y un pl ato de du l ce .

Pero se te va á qu i tar el apeti to para lahora de comer l e advi rti ó su madre .

¡Cá ! A mi no se me qu ita el apeti to nunca ,

segu i r ía comiendo todavía repuso Quin t ín ;luego saboreando el vino y metiendo la nari z enel vaso , añadió : ¡Qué vino , madre ! De éste nobebíamos en e l co legio .

No , ¿eh?Ya lo creo que no .

¡Pobre !Quintín , conmovido , exclamóAl l í he estado sol o , muy solo , durante mu

cho tiempo . Y ahora . ya no me querrás comoá l os demás .

Si, lo m ismo . He pensado tanto en ti .y la madre volvió á abrazar á su h ij o , y l l oróemocionada du rante algún tiempo sobre suhombro .

Vamos , no l l ores más —,d 1jo Qui n tín , y

agarrándola de la cin tu ra esbel ta , l evantó á sumadre en el aire como á una p luma y la besó enla mej i l la .

¡Qué bruto ! ¡Qué fuerzas tienes ! — excla

mó el l a admirada y sati sfecha .

Luego los dos recorrieron la casa . Algunos detal l es man i festaban cl aramente el sal to económicodado por la fam i l ia ; la sal a con grandes espejos ,consol as de mármol y ch imenea francesa

,estaba

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alhajada con l ujo; en el comedor, en un armariocon cristal es , se exh ib ía una vaj i l l a d e l oza deSevres , y platos , teteras y fuentes de plata repujada .

Esta vaj i l l a d i jo la madre de Quin tínse la compramos á un marqués arru inado , poruna friole ra ; ten ían todos los pl atos y fuentes unacorona de marqués y las i n ic ial es p intadas

,y en

tre las muchachas y yo , con p iedra pómez , l as hemos ido borrando . Hemos tardado meses en esto .

Después de ver toda la casa,madre é h ij o

bajaron al almacén . Aquí se adve rtía el l astrecomerc ia l de la casa ; pi l as de sacos de todascl ases se amontonaban , dej ando en med io estrechos pasad izos . Fueron á sal udar á Qu intín l osmozos del almacén ; l uego madre é h ij o volvie

ron á subir las escal eras y entraron en casa .

Ya tienes arreglado tu cuarto d ij o la

madre Dentro de un momento comeremos .

Qu intín se mudó de ropa, se l avó , y muy pei

nado y muy pul c ro , se presentó en el comedor. Supadre

,e legante , con el cuel lo de la camisa blan

quísimo , presid ía la mesa ; l a madre repartía la

comida ; los ch i cos estaban l imp ios y ati ldados .

Servia l a mesa una muchacha con delantal bl anco .

Hubo duran te toda la comida c ie rta frialdad ,unos momentos de s i l enc io , largos , pertu rbadores . Quintín se encontraba vio lento , y cuandoconc luyó la com ida , se l evantó inmed iatamente yse marchó á su cuarto .

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2 2 P IO B A R OJ A

tas por el pueblo . Llovía á chaparrón,y aburrido

,

al poco rato vol v ió á su casa .

En el comedor, su madre Palomares y todoslos ch icos j ugaban á la lo ter ia con cartones . Inv i

taron á Quin t ín á tomar parte en el j u ego , y aunque no l e pareci ó una cosa muy d ivertida

, no

tuvo más remedio que aceptar. Un motivo de ri say de algazara fu é que Quintín no comprend ieralos motes que Palomares pon ía á los númerosal can tar los , pues además de l os ya vu lgaresy conoc idos , como el 15 d a n iña bon ita » ,

ten íaen su repertorio otros más p intorescos que áQuintín hubo que explicárselos . El 2

,por ejem

plo , era << Ia pavita » ; e l 1 1 , << Ia horca de los catalanes » ; el 6 , d a rata del batanejo » ; el 2 2 , d os

pavitos de la mae I rene » el 1 7 , <<Maoliyo el to rc ido »

, y había entre los motes alguno de una

fantasía estu pefaciente , como el 10 , que Palomares des ignaba d ic i endo que era <<María Franc i sca ,que va con las naguas puercas al teatro » .

Al terminar cada j uego , Palomares tomaba un

azafate con su vaso de agua y dec ía al ganan

c iosoTú que has ganao, tu vasi to de agua y tu

azucarao; tú que has perd io y señalaba al

perd idoso te vas por donde has ven ía.

Se celebró la graci a todas las veces que se

rep i t ió .

Bueno,ahora cuenta l o que h ici ste en

Ch i l e d ij o uno de los ch icos .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 2 3

No,no d ijo la madre de Qu intín ahora

vosotros á estudiar, y esta n iña á la cama .

Obedeci eron s in protestar, y poco después seoyó e l moscardoneo de los dos ch icos que l e íanla l ecc ión en voz alta.

Vaya d ijo Palomares me voy á cenar .

Y tomando la capa se fué á la cal l e .

Llegó el padre de Qu intín , y se cenó . La cenatuvo e l m ismo carácter que l a comida . Quintín ,inmed iatamente de acabar con el pos tre

, se l evan tó y se fué á su cuarto .

Se acostó , y entre la gran confus ión de imagenes y de recuerdos que dominaban su memoria ,se acentuaba si empre una idea, y era que en

aquel l a casa no iba á poder v iv i r .

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CAP ITULO II

¡Oh , pueb lo oriental , c iudad románt i ca!

día sigu i en te Qu intín se despertó muytemprano . Una sensac ión i nsól i ta de cal or

y d e sequedad sorprend ió sus hermos . Se asomóal bal cón . La l uz fi na, aguda, algo mate de la mañana i l uminaba la calle . En el c i e lo l imp io

, pá l i do ,vagaban lentamente algunas nubes blancas .

Quintín se visti ó con rapidez ; sal ió de casa , enla que todos aún dormían ; tomó hac ia abajo ; seinternó por una cal l ej ue la estrecha; cruzó una

plaza ; s igu ió una cal l e , l u ego otra y otra, y al pocot iempo se encontró sin saber por dónde iba.

Es grac ioso murmuró .

Estaba desor ientado . No supon ia n i aun á quélado del puebl o se encontraba .

Esto l e produjo una gran alegría , y fe l iz , conel alma l igera , s i n pensar en nada , gozando delaire suave , fresco de una mañana de inv ierno ,s iguió con verdadero p lacer perd iéndose en aque llaberinto de cal l ej ones

, de pasad izos , de verdaderas rendij as l l enas de sombra .

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2 6 P I O B A R O J A

Las cal l e s de lante de é l se estrechaban, se en

sanchaban hasta formar una plazol eta,se torc ían

s inuosas , trazaban una l ínea quebrada . Los canalones , terminados en bocas abi ertas de d ragón ,se amenazaban desde un alero á otro

,y las dos

l íneas de los tej ados , rotas á cada momen to porel sal iente d e los miradores y de las azoteas ,l im i taban el c ie l o , dej ándolo red uc ido á una ci ntaazul

, de un azu l muy puro .

Term inaba una calle estrecha y blanca, y á unlado y á otro se abrían o tras igualmente estrechas ,blancas y s i l enciosas .

Quintín no se figuraba tanta soledad , tan ta luz ,tanto m i sterio y s i l enc io . Sus ojos, acostumbrados á la l uz cern ida y opaca de l Norte , se cegaban con la reverberación de las paredes ; en suoído zumbaba el a ire como esos grandes caracoles sonoros .

¡Qué distinto todo ; qué d iferencia del ambienteclaro y l imp io , con e l ai re gris , del sol ,

refulgente

de Córdoba,con

aque l sol tu rbio de l os puebl osbrumosos y negros de Inglaterra !

Esto es so l pensó Quintín y no aque lde Inglaterra , que parece una obl ea pegada en

un pape l d e es traza .

En las p lazoletas , las casas blancas de pers ianas ve rdes

,con sus al eros sombreados por trazos

de p in tu raazul , sus ari stas torc idas y bombeadas

por la cal , centel l eaban y refulgían , y al l ado deuna p lazuela de estas , i ncend iada de sol , part ía

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L A FER IA DE LOS D ISCRETOS

una estrecha cal lej uela húmeda y s i nuosa l l ena

d e sombra vio l ácea .

En algunas partes,ante las suntuosas fachadas

de los vi ej os caserones solariegos , Quintín se

deten ía . En el fondo del ancho zaguán , la canceladestacaba sus labrados y flores de h ierro sobrela c lari dad bri l lante de un patio esp lénd ido , desueño, con arcos en derredor y j ard ineras colgadas desde e l techo de los corredores , y en medio ,de una taza de mármol , un su rtidor de agua cri stal ina se e l evaba en el ai re .

En las casas ricas , los grandes plátanos ar

queaban sus enormes hoj as ; los cactus decorabanla entrada

,ente rrados en ti estos de madera ve rde ;

en algunas casas pobres , l os pat ios aparec ian desbordan tes de l uz al final de un largu ís imo y teh ebroso cor redor l l eno de sombra .

Iba avanzando el día ; de cuando en cuando unembozado , una v i ej a con una cesta ó una muchacha despei nada , con e l cántaro de Andújar en laredonda cadera

,pasaban de pr i sa

,y al momento

,

en un instante , desaparec ían unos y otros en larevuel ta de una cal lej ue la . En una rinconada , unavieja colocaba una mesi ta de t ij e ra

,y encima

, só

bre unos papel es , i ba pon iendo arropías de co

lores .

Sin advert irlo , Quintín se acercó á l a Mezqui tay se encontró ante el muro

,frente á un al tar con

un so techado de madera y unas rejas adornadascon tiestos de flores .

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2 8 P IO B A R O J A

En el al tar habia este le tre ro :

Si qu ieres que tu do lorse conv ierta en a legría,no pasarás , pecador,s in a labar á Maria .

Cerca d el altar se abría una puerta , y por ellapasó Quin tín al Pati o de los Naranjos .

Desde e l arco de entrada , la torre de la catedral , ancha , robusta , bri l lante de l uz , se erguía ene l c i e lo , y su s i l ueta se recortaba clara y neta en

el ai re puro y d iáfano de la mañana .

Alguna que otra muj er cruzaba el patio ; algúncanón igo , con el birrete y la muceta roj a, paseaba

al sol , despac i o , fumando , con l as manos cruzadas sobre la espalda . En el hueco de la Puertade l Perdón , dos hombres amontonaban naranjas .

Se acercó Quin tín á la fuente , y un v iejec illo le

preguntó solicito

¿Qui ere usted ver la Mezquita?No , señor— contestó Qu i ntín amablemente .

¿El Al cázar?Tampoco .

¿La tor re?Tampoco .

Está bi en , señori to . Perdone us ted s i hemolestado .

N ada de eso .

Al sal i r Qu intín de l Patio de l os Naranj os , seencontró cerca del T ri unfo con el francés del tren

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30 P IO B AROJ A

Que aye r noche fu imos al café y se me 0 !

vido el bastón en la s i l la,y al vol ver á recogerl o

ya no estaba .

¡C l aro ! Alguno que se lo l l evó .

¡Pero eso no es moral idad ! d i jo e l señorMatignon ind ignado .

No . Los españoles no tenemos moral idadcontestó Quin tín con c ie rta melancol ía .

¡Pero sin moral idad no se puede v iv i r !Qué qu iere usted , viv imos sin ella. Para

nosotros , robar un bastón ó pegarl e una puñalada á un amigo son cosas sin importanc ia .

Así no puede haber orden .

C laro .

Ni d isc ip l ina .

Es c ie rto .

Ni soc i edad .

Segu ramente ; pero aquí v i v imos'

sin esascosas .

El Sr . Matignon movió la cabeza tristemente .

¿Y usted vá paseando?—preguntó el francés .

Si .

I remos con usted , s i no l e mol es ta .

De ningún modo . Vamos .

Los tres reunidos comenzaron á internarse poraquel dédal o enmarañado de cal lej uel as . El barriopor donde penetraron , proximidades del P otro ,

comenzaba á animarse . Algunas v iej as de rostroavinagrado

,unas con el manto de bayeta de An

tequera, otras con manti l l a negra, marchaban á

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LA FER IA DE L OS D I SCRETOS 3 1

o ir misa , l levando una s i l l a de t ij era baj o el brazo .

Las dueñas, ¿eh'

º d ij o el francés señalando á las viej as con el dedo ¿Y las damas ,dónde estarán ahora?

Probabl emente roncando á pierna suel tacontestó Quintín .

¿Pero roncan?Algunas , si .

¿Roncar? ¿Qué es eso? preguntó en francés l a señora Matignon á su marido .

Ronj ler, amiga m ía d ij o Matignon

La señora h izo una mueca de desdén .

Al ver los á los tres , las comadres de la cal l ecambiaban alguna guas ita de portal á portal ; enlos patios

,l as c r i adas fregaban el s uel o con aljo

fi fa,cantando canci ones flamencas ; se abrían los

balcones con estrépi to , y salían muj eres á sacud ir las al fombras y los ruedos .

Pasaban hombres ti znados empujando un ca

f r i to y gri tando : ¡Picón ! ; vendedores de h ierbasmed ic i nal es las pregonaban de un modo lángu ido

,

y algún aríº iero , montado en el ú ltimo borriquillode su recua, iba cantando al compás del cascabeleo de sus adornados asnos .

A veces , á través de una rej a , se ve ía una carapál ida, anemica , con unos ojazos negros y tristesy una fl o r blanca en el ébano del cabel lo .

¡Oh ! ¡Oh ! excl amaba Matignon acercandose inmediatamente á l a rej a .

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32 P I O B A R OJ A

L a muchacha , ofendida de esta curios idad , d ej aba caer el v isi l l o y segu ía bordando ó cosien

do,esperando al apuesto galán , que quizás n o

l legaba nunca .

Son odal i scas dec ía el francés con ci ertodespecho .

En algunas cal l es , en los portales , se veia trabajar á los torneros á esti l o moro con una espec iede arco , ayudándose en su faena con el p i e .

Quint ín , ya cansado del paseo y de las observaciones y comentarios del francés , advi rt ió asus compañeros que se iba.

Antes yo qu i si era ped i rl e á usted un favor

CIl Matignon .

Diga usted .

Yo quiero ver una funeraria para cadá

veres .

Funegagz'

a paga cadaveges , pronunció el buenseñor .

Por aquí no hay n inguna repl icó Qu int ín Todas están muy l ejos ; pero s i ve usteduna ti enda donde se vendan gu i tar ras

,al l í puede

usted dec i r que se hacen caj as de muerto .

¿Pero es pos ible?

Si, es una costumbre cordobesa .

El Sr . Matignon quedó con l a boca abierta,

l l eno de asombro .

Es extraord inario exc lamó repuesto de

su admi ración y sacando un cuaderno y un l áp i zdel bol s i l l o de dónde v i ene esa costumbre?

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 33

¡Oh ! Es muy antigua . L os constructores deataúdes de aquí d icen que no qu ieren hace rsólo cosas tristes , y de la misma madera con quehacen una caja de muerto sacan un trozo parauna gu i tarra .

¡Admirable ! ¡Adm i rabl e ! ¡Y eso no se conoce en Franc ia ! ¡Qué fi losofía la de esos construetores de ataúdes ! ¡Oh , Córdoba ! ¡Córdoba ! ¡Cómose te desconoce en el mundo !En aquel momento , por una plazuela muy

ch ica con un rótu l o muy grande , pasó un san

tero andraj oso y melenudo . Llevaba un sombrero como un soporta ! de grande , seboso ymugrien to sobre l as greñas blancas ; la anguari na al r evés : la espalda del abrigo sobre el pecho y las mangas atadas y abu l tadas en l osextremos

,cayendo por encima de los hombros

á l a espa lda ; en el brazo derecho e l santo,y en

el cin to una caj eta de cobre con una ranura paraechar los cuartos .

¡Psch t ! ¡Si l enc io ! d i jo Qu in t ín Va us

ted á ver una cosa in teresantísima .

¿Qué hay?

¿Ve u sted ese hombre?Si .

¿A que no se figura usted qu ién es?No .

El obispo de Córdoba :¡El obispo !Si, señor .

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Pero no t1ene facha de ec lesiástico , n i aunde persona l impia .

No importa . Si le s igue usted dis imuladamente podrá usted observar algo muy curioso .

Luego de d icho esto , Qu intín saludó al matrimoni o y echó á correr en di recc ión de su casa .

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CAP ITULO III

Infanc ia: sombrío vest íbd lo de la vida

UARDAN los arqueólogos como oro en pañocuriosos documentos , escri tos dos veces ,

á los que l l aman pal impsestos . Son pergaminosen los cual es en épocas remotas se borró la primera escri tura , susti tuyéndola por otra . En ti em

pos reci entes , investi gadores tenaces sup ierondescubri r l os borrosos signos

, descifrarlos yleerlos .

La idea de esos extraños documentos V ino ala memoria de Quin tín al pensar en su v ida .

Los ocho años del co legio inglés habían borrado , al parecer, por completo los recuerdos desu infancia . La un iformidad de la exi stenc ia d ecol egial , el con tinuo sport , adormeció su memoria. Durante noches y noches

,Quintín se acostó

rend ido por la fatiga , sin más preocupac ión quela de sus temas y lecc iones ; pero había bastadoel desarraigarse del medio escolar, el volver á sucasa , para que los recuerdos de su infanc ia co

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menzaran á brotar , hoy vagos , mañana más fuertes, más d istintos , con más detal l es .

La escri tu ra borrosa del pal impsesto vol v ia áhacerse comprensible ; en la memoria de Quin t ín

se amontonaban recuerdos dormidos en la con

cienc ia,y entre estos recuerdos hab ia cosas tris

tes,sombrías ; algunas , muy pocas , al egres ; otras

aún no bien comprend idas por él .

Quin tín trató de recons tru i r la i n fancia . Recordaba haberla pasado en una casa de l a cal l e d e

Librerías , próxima á la de la Feria y á la cuestade Luján

,y fué á ver l a casa . Estaba en un ángul o

entran te de la calle; era una casi ta de color de

rosa , con una plateria en el piso baj o , dos balcones grandes , de mucho vuelo , en el princ ipal , yencima de el los dos ven tanucos rectangu lares .

Sobre el tej ado se asentaba una azotea d im inuta ,con una cerca de mampostería .

Ah í estaba yo de ch ico se d ijo Quintín .

Recordó vagamen te que en tre las l osas de laazotea nac ían los jaramagos, y que ten ía un gatoblanco , con el que j ugaba .

Miró al i nterior de la t i enda y le vino á la ¡ma

ginación un señor de pelo blanco á qu ien sumad re quer ía que besara , l o que no consigu iónunca .

Entonces yo debía ser un salvaj e pensóQui ntín .

Baj ó por la cal l e de la Feria y recordó las es

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Pero, ¿qué t i enes? l e preguntó una vez

su madre .

Que me han d icho en la escuela que mi ma

dre está enredada con un pl atero .

¿Y qu i én te l o ha d icho?Todos me lo han d icho — contes tó tosco

Quin t ín .

¿Y tú qué has hecho?Pegarme con todos .

La madre nada repuso,y sacó á Qu intín de la

escuela y lo l l evó á otra regen tada por un dómine, á l a que acud ían hasta un par de docenas dech icos .

Este dóm ine, exclaustrado , hombre fós i l , l lenode ranc ias preocupac iones

,se l lamaba Piñuela .

Era partidario acé rr imo del antiguo pri nc i p io pedagógico , tan querido á nuestros antepasados , d ex la l e tra

, con sangre en tra » .

Ten ía el dóm ine Piñuela un “ tipo extravagan tey rid ícu lo : la nari z gruesa , l arga é i nfl amada; el

labio infer ior colgante,l os ojos grandes , tu rbios ,

abul tados,como dos huevos , s i empre l lorosos ;

vestia una l ev ita larga y ental lada , en algún ti empo negra , después de grasa sobre mugre y decaspa sobre sebo ; l os pan tal ones estrechos , co nrod i l l e ras de bul to , y un sol id eo negro .

L os ún icos conocim ientos de Piñuela eran el

latín,l a retóri ca y l a cal igrafía : su s i stema de eu

señanza se basaba en la d ivi s i ón de su clase en

dos grupos , Roma y Cartago , en un l i bro de tra

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L A FER IA DE LOS D ISCRETOS 39

ducciones y una Gramática latina . Además deestos med ios educadores , el exclaustrado contaba con la p almeta , las d isc ip l inas , una cañalarga y un saqu i to de cuero l l eno de perd igones ,Piñuela enseñaba á escri bi r á la español a , con

unas l etras que concl u ían en punta : para estohabía que saber cortar y tajar l as p lumas , y pocosl e aventajaban al dómine en tal ejerc i c io .

Además, Piñuela corregía la pronunc iac ión v i

c iosa de sus al umnos , y para consegu irlo exageraba é l haciendo dobl es zedas y dobles eses . Uno

de los trozos de l ectu ra en sus l abios comenzaba

así : “Amanezz ía; era la mass pel la mañana de

primafera» ; y todos los ch icos ten ían que dec i raprimafera»

,si no que r ían trabar conoc i

m ien to con la palmeta .

Andaba constantemente e l dóm ine paseando ,con su pluma en la oreja : s i ve ía que algún ch icono estud iaba , que otro en su plana no había puesto á las l etras la sufic iente punta , según los principios de Iturzaeta, l e so l taba un cañazo ó l e t iraba la bo lsa de perd igones á la cabeza .

Bromítaz , ¡eh ! , bromitaz murmurabaYa daré yo bromitaz .

Para casos más graves,aque l es túpido dóm ine

ten ía las d iscip l inas ; pero los padres casi todosiban advirtiendo que no las empleara en sus h i jos;l o cual para Piñuela era e l s íntoma más claro d ela degeneración de los t i empos .

Quintín , al princ ip io l l egó á senti r por el dó

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mine un od io profundo ; s iempre que podía molestarle lo hacía con un place r indecible : le rom

pia los t i nteros , le agujereaba los pup itres , y áesto Piñuela contes taba calentando las orej as deQuin tín . Entre maestro y discípu lo se l l egó á entablar

,á fuerza de golpes d el uno y barbaridades

del otro , c ierta estimación i rón ica y al egre . Se con

s ideraban los d os como enemigos l eal es , y lastravesuras de Quintín provocaban la r i sa en Piñuela , y los gol pes del d óm ine arrancaban unasonrisa i rón i ca á Qu intín .

Hubo vez que se vió á Piñuela avanzando conel puntero enarbol ado y á Quintín corri endo , escond iéndose detrás d e l as mesas y lanzando lost in teros á la cabeza del dóm ine .

Quintín l l egó á extremos de audac ia y de c in ismo tal es que Piñuela lo dej ó por impos ible .

Ten ía e l muchacho un motivo ocul to de tri stezay desesperac ión .

Una vez en la t ienda de su casa hablaban dosvi ej as . Eran dos vendedoras cal l ej e ras, á una delas cual es l lamaban Siete Tonos , por los maticesd i ferentes de sus pregones .

T i enen mala su erte con esa criatu ra . Esmalo como un demonio decía una de e l l as .

Si; no se parece á su padre añad ió la

Pero si su padre no es el Pende .

¡Ah ! , ¿ no?

No .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 4 1

Quintín escuchó por s i seguían hablando, pero

el dependiente entró en la ti enda y las comadres

cal laron .

El Pende era el apodo del que pasaba por pádre de Quintín . E l muchacho pensó durante mucho ti empo en l a conversación de las dos comadres

,y comprend ió que en su nacimi ento había

algo obscuro . Era orgul loso , soberbio; se con si

deraba digno de descender de un rey, y la i dea

de una deshonra le i rr i taba y le desesperaba .

Un d ia la madre fué á preguntar al dóm inecómo se portaba el ch ico .

¡ Cómo se porta ! excl amó Piñuela con

una j ov ial idad i rón ica ¡Mal ! ¡Muy mal ! Es lopeor de la c lase . Una verdadera deshonra parami escuela . No sabe una palabra de l atín , n i deGramáti ca , n i de Lógica , n i de nada . Estoy seguro que no sabe decl inar musa , musa .

¿De manera que usted cree que no s i rvepara estud i ar?

Es un tarambana. Incapaz de l l egar á poseer e l subl ime lenguaj e del Lacio .

L a madre contó á su marido lo d icho por Piñuela, y el Pende espetó un sermón á Quintín .

Después de los sacrificios que estamos hac iendo por t i . Así te portas .

Quintín no contestó á los cargos que le h icieron ; pero cuando el Pende l e d ij o que s i segu íaasí, le despacharía de casa , lo que estaba en el

corazón de Quintín brotó á sus labios .

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No me importa nada exclamó porqueusted no es m i padre .

El Pende se enredó á bofetadas con el ch i co ;la madre l lo raba : aquel la noche Qu i ntín se mar

chó de casa y anduvo por el campo , hasta que,hambr i ento lo encontró Palomares el depend iente , y lo l l evo an te sus padres .

El muchacho comenzaba á darse cu enta de lascosas y man ifestó á su madre que en vez de estud iar l atín prefería , como un cond isc ípu lo suyo ,h ij o de un re loj ero su izo

,aprender el francés y

marcharse l uego á Amér ica .

Efecti vamente ; le l l evaron á la academia deun señor francés , em igrado , republ i cano furibun

do, el cual , al m ismo tiempo de enseñar á con

j ugar á sus d i sc ípu los e l verbo avoir Ies habl abacon entus iasmo de Danton , d e Robesp ierre y deHoch e .

Qu izás esto exal tó la imaginac ión de Qu intín ;qui zás no ten ia 'neces i dad de ser exal tada; l oc i er to fué que un domingo por la mañana Quint in se dec id i ó á l l evar á cabo su gran proyectod e v iaj e .

Su madre escond ía la l l ave del armario en

donde guardaba e l d i ne ro , debajo de l a almohada .

Mientras su madre estaba en misa , Quint ín cogi ól a l l ave , abrió el armario , meti ó sesenta duros queencontró á mano en e l bol s i l l o y momentos despué s se l argaba tranqu ilamente .

A los qu ince d ías de su escapatori a se le de

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 43

tuvo en Cád iz al i r á embarcarse para América ,y conducido por la Guard ia c iv i l se l e traj o a

Córdoba .

Enton ces su madre l e l l evó á un conventode frai l es ; pero Quin t ín estaba decid ido á sal tarpor todo , é inten tó varias veces fugarse , al meslos frai le s d ij eron que no l e querian tener .Ya Quintín era para los muchachos de su edad

el prototipo de l a barbarie , del descaro y de l adesobed iencia ; se l e augu raba un mal porven i r .En esto un d ía su madre le d ij o

Vamos á i r á una casa . Haz el favo r de contestar al l á de buena manera á lo que te pre

gunten .

Quintín nada repl icó y acompañó á su madrea un palac io de la cal l e de Santiago . Sub i eronpor unas escaleras de mármol y entraron en una

sala , en donde había un señor v i ej o , de pelo b lanco , hund ido en un si l lón , y una n iña rub ia , que á

Quin tín l e pareció un ángel .

¿Este es el calavera? preguntó el vieje

c i l lo sonr i endo .

Si, señor marqués contestó la madre deQu intín .

¿Y tú qué qu ieres hacer, muchacho? le

d 0 e l marqués .

¡Yo ! Marcharme de aqu í cuanto antesrespond ió Quin t ín con voz sorda .

¿Y por qué , hombre?Porque od io este pueblo .

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L a n iña deb ia mirar á Quin tín con horror; asial menos l o supuso él .Charlaron un rato la madre de Qu intín y el

v iej o , y al ú l timo éste exclamó :Bueno , muchacho .Vas á i r á Inglaterra . Que

le preparen el equ ipaj e añad ió d i rigiéndose ála madre y cuanto antes que se vaya .

Partió Quintín ; h izo el v iaj e á trechos acompañado, á trechos solo , é ingresó en el colegio deEton , cerca deWi ndsor . Al poco tiempo , toda suv ida anterior desaparec i ó ante é l .No era en e l colegio inglés el profesor el ene

migo del al umno , s ino sus mismos cond iscípu los .

Quintín se encontró con ch icos tan atrev idoscomo él , más fuertes que é l y tuvo que avisparse .

El colegio aquel era algo como una se lva prim itiva , donde el fuerte se comía al débi l y lo suj etaba y lo maltrataba .

La brutal idad de la educación ingl esa ton ificóá Quintín y lo h izo atlé ti co y bien humorado .

Lo más importante que aprend ió al l á fué que hayque ser en l a v ida fuerte , l i sto , sereno y ponerseen cond iciones de vencer si empre .

As í como aceptó este concepto por l o que l e hal agaha , rechazó las i deas morales y sentimentalesde sus cond i scípulos y maestros . Aquel los jóve

nes dogos , val i entes , forn idos por el foot ball y el

remo,al imentados de carne cruda , estaban l lenos

de preocupac iones rid ículas , de respetos por lacl ase socia l

,por la jerarquía y la autoridad .

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o ía y l l egaba á en ternecerse con la músi ca . Elalma innamorafta de L ucía y la cava tt ina de

Hernan i l e hac ían l lo rar; pero su mayor en tus iasmo , lo que le hablaba más al corazón , e ran las

canc iones de bravu ra de las óperas i tal ianas ,como aquel l a de Rigolet to

L a cos tanza t iranna del core.

Esta canci ón,rebosante de j actancia , de al egre

fanfarroneria, de ind iferenc ia , de egoísmo , le eu

cantaba .

En cambio , á sus compañeros , en tonadores desalmos , les parec ía esta mús ica alegre y fanfarrona d igna del mayor desprec io .

En el banquete de desped ida que d ió Qu intíná sus cuatro ó c inco compañeros y al profesorital iano hubo sus bri nd i s .

Yo no soy protestante duo Quintín al

ú ltimo un poco tu rbado por e l w isky n i tampoco catól i co . Soy horac iano . Creo en el v i no deFalerno y en el Cécubo y en las v iñas de Cal és .

También creo que debemos de dej ar á los diosesel cu idado de calmar los vientos .

Después de esta dec l aración importante , no sesabe más s ino que todos l os comensales quedaron dormidos .

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CA P ITULO IV

Ojos azules , ojos negros

YE Quintín le d ij o su madre deb íasi r á ver al señor marqués .

Bueno con testó Qu intín ¿Quieres quevaya hoy mismo?

Es lo mejor .Pues i ré .

¿Recuerdas dónde v ive?Si, creo que daré con la casa .

Está en l a cal l e del Sol; cualqu i era te i nd icará el pal acio .

Sal i ó Qu intín de casa ; baj o á la Corredera, ypor l a cal l e del Po

'

yo , rodeando una iglesia, sal ióá la de Santiago . L loviznaba; el d ía de Enero éstaba templado , t i b io , e l c i e lo gri s .

Iba Quin tín muy preocupado con la v i si ta queten ía que hacer .

No se había preguntado nunca hasta en toncesqué relac ión tendría él con aquel señor. Seguramente existía una re l ac ión

,un parentesco de bas

tard ía , algo den igrante para Quint ín .

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48 P I O B A R O J A

Embebido en estas preocupaciones, Quint ín se

desvi ó de su camino y tuvo que preguntar paradar con la calle.

El palac io de l marqués de Tavera se l evantabaen una cal l e de l os barri os baj os

, que con d is tintos nombres en sus d i feren tes trozos

,iba, desde

la plaza de San Pedro , al Campo de la Madre deDios .

Era el palac io del marqués muy grande . C incobalcones sal i entes , encuadrados por gruesa moldura , con sus h ierros l l enos de adornos y susporn os de cobre , se abrían en l a fachada de p iedra amari l l a y porosa . En el bal cón central , demás vuelo , se ergu ían á un lado y á otro dos p ilastras con un t ímpano enc ima , en med io de l cualcampeaba un escudo med io borrado ; en la há

laustrada, l os h i erros ya carcomidos se retorc íanen compl icados d ibujos .

En l a planta baja , cuatro grandes rej as rasgaban las espesas paredes del caserón , y en mediose abría la gran puerta , cerrada por un portónmacizo cl ave teado y con un ventanal de cri stal esen l o al to en fo rma de aban ico .

Delan te del palacio se ensanchaba la cal l e formando una p lazo le ta . Entró Quin tín en e l anchozaguán , en donde las pisadas resonaban á hueco .

En el fondo,por en tre l os barrotes de la cancela,

muy á lo l ejos, al final de una galería obscura , secolumbraba un huerto l l eno de l uz , y esta zona desombra , te rminada por un foco de c lar idad , recor

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LA FER IA DE Los D ISCRETOS 49

daba los j uegos de l uces de las tabl as de los an

t iguos p intores .

T i ró Quintín de una cadena , y sonó á lo lej osuna campana con un tañ ido grave .

Pasaron algunos minutos sin que nad ie apare

ciese en el zaguán , y Quintín vo lvi ó á hacer sonarla campana .

Un momento después , la cl aridad del huertolejano

, que bri l l aba como un rectángu lo de luz

al final del corredor tenebroso,quedó in terrum

pida por la s i l ueta de un hombre , que fué avanzando hasta aproximarse á la cancel a y abri rla .

Era un v iejec illo con zajones , el ásti ca y sombrero de alas anchas .

¿Qué quería u sted? le preguntó el v iej o .

¿Está el señor marqués?

Si, señor .

¿Podré verl e?No sé , pregunte us ted arriba; y el v i ej o

abri ó la cance l a y Quintín pasó adel ante .

A la derecha, por una puerta, se d ivi saba unpatio abandonado con una fuente en med io , formada por una taza que vertia e l agua en el p i lónen se is chorros bri l l antes ; á la izqu i e rda de un

ancho vestíbulo se e levaba una esca l era monumental de mármoles blancos y negros, y arriba ,en el techo al tís imo , se veían grandes artesona

dos rotos y carcomidos .

¿Es por aqu í? preguntó Qu intín al v iej oind i cándol e la escalera .

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Si, señor.Sub ió hasta l l egar al re l lano y se detuvo frente

á una gran puerta de dos hojas , á cuart erones ,en cuyo centro se advertían dos grandes escudosl abrados primorosamente . A la i zqu ierda de estapuerta se abría una reja , y Quintín se asomó ámirar por el la .

¡Oh , qué hermosura ! murmuró asom

brado .

Se veía un j ard ín espl énd ido , l l eno de naranjos cargados de fruta . En med io eran como arboles al tos , ergu idos ; j unto á las paredes , como en

redaderas , escalaban las a l tas tap ias y las cubríancon su fol laj e verde profundo .

Estaba l lov iendo,y era un espectáculo mágico

ver sobre las hojas negruzcas humedec idas porla l luvia, las naranj as cen tellean tes como bolas

de oro roj o y amari l l o . Esta bri l lantez de l fol laj ey de los frutos encend idos , el c ie lo gris , el ai rehúmedo , daban una gran impres ión de exuberanc i a y de v i da .

Re inaba el s i l encio en el huerto en sombra ; decuando en cuando algún pájaro , escond i do en unárbol

,can taba suavemente , y un rayo de sol de

una amari l l ez enferm iza pugnaba por i l uminar el

j ard ín , y al refl ejarse sobre l as hoj as húmedas lashacía rel uc ir con un bri l l o metál i co .

Sobre una tapia de enfren te se perfi laba uncampan i l ennegrecido y musgoso con un angelote en la punta; á lo l ej os , por encima de los teja

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 5 1

dos pardos,brotaba la s ierra negra , escond ida á

trechos por n ieblas azu l adas . Pasaban es tas n ieblas movidas por el viento , y al correrse ó al d i

siparse en el ai re , descubrían las huertas b lancas ,antes ocu ltas en l a bruma .

En los árboles de l as cumbres, los bl ancosj irones de n iebl a dejaban á su paso fi l amentostenues

,como las hebras de pl ata tej idas por las

l arvas en el ramaj e de los esp inos .

Mi raba Quintín sin cansarse,cuando oyó pasos

tras él . Era una n iña de d iez á doce años , con elpe lo suel to .

Buenas tardes d 0 l a n i ña al pasar conun acento andaluz muy marcado .

Qu intín se qu i tó el sombrero respetuosamentey la n iña sonrió .

¿Ha l lamado usted? d ijo .

No .

Llamó el la, abr io la puerta una moza grandul l ona y preguntó á Quin tín lo que deseaba .

Dele usted al señor marqués m i tarj eta(Il é l y d ígal e usted que he ven ido á sal udar l e .

Pase usted .

Entró Qu in tín . Deseaba que el señor marquésno qu is i era recibirle , para de este modo rehu i runa v i si ta enojosa; pero no se cumpl i ó su deseo ,pues al brev.e rato la moza grandullona le d ij oque h i c ie ra el favor de segu i rl e .

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Recorrieron una gal ería con ventanas que daban al patio de la fuente; l uego cruzaron dosgrandes habitac iones obscuras hasta sal i r á un

sal ón de techo al to, con artesonado de cuero y

al fombra roj a desl ustrada por los años .

Sién tese u sted, que ahora vendrá el señor

le d i jo la criada .

Qu intín no se sentó y estuvo contempl ando lasala . Era grande , rectangu lar, con tres bal con es

al huerto , anchos y muy separados . Ten ía aquel l a estancia un aire completo de desolación . Enlas paredes p i n tadas , l l en as de desconchaduras,había retratos d e cuerpo entero de señores conun i forme y hábitos de nobl eza ; algunos cuadrosten ian el l ienzo roto ; otros , los marcos carcom idos por la pol i l la; los s i l l ones de cuero, desvenc ijados, se bambol eaban al apoyar l a mano en surespal dar; dos tapi ces an tiguos con figuras de rel i eve que ocul taban las puertas , estaban l l enos ded esgarrones ; en los artesonados de l techo , l asarañas tej ían sus telas bl ancas ; un re loj muy compl icado de l s iglo XVI I , con la esfera y el péndu lod e cobre , no andaba , y sólo d isonaba en este salón , viej o y arcai co , l a ch imenea francesa , dondeardían unos leños

,y un relojito dorado puesto

sobre la tabl a de mármol, que como buen adve

ned izo l l amaba la atenci ón de un modo impertinente .

Pasado un momento de espera se com o una

cortina y aparec i ó en l a sala un v iej o encorvado ,

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El j orobado lanzó una carcaj ada estriden te .

Pues entonces no es de tu fam i l ia excla

mó porque en tu fami l ia todos , empezandopor t i sois unos menteca tos .

Cál late bufón,cál l ate

,porque s i no te voy

a calentar las costi l l as .

Esta amenaza en boca de un octogenario achacoso era compl etamen te cóm ica ; pero el j orobad o parec ió tenerla en cuenta y comenzó á hacermuecas y á re i r en s i l enc io .

Mira , Colmenares d ijo el v iej o hazmeel favor de l lamar á Rafael a . ¿Quieres?

Bueno .

Sal i ó el j orobado , y el marqués y Quin tín quedaron sol os .

Pues si, muchacho ; he preguntado variasveces á tu madre por t i . Me dec ía que estabasb ien

, que te apl i cabas . Me alegro mucho de verte y volv i ó a coger la mano de Quin t ín entrel as suyas

,débi l es y trému las .

Qu intín contemplaba al viejo enternec ido , s insaber qué dec i r . En esto entró el j orobado , y trasél una muchacha y una n i ña . L a n iña era la queQui ntín sal udara en la escal era ; l a muchacha la

misma que Quin t ín había vi sto hacía muchosaños—probabl emente en aquel m ismo cuarto .

Quin t ín se l evantó á saludar l as .

Rafael a d ij o e l anciano di ri giéndose á la

mayor este muchacho es pariente nuestro . Novoy á recordar cosas que me entristecen ; l o ún i co

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L A FER IA DE L os DISCRETOS 55

que qu iero es que sepan ustedes que son parien

tes . Quintín vendrá aqu í á menudo , ¿ve rdad?Si, señor contestó é l cada vez más asom

brado del gi ro que tomaba la entrev i s ta .

Bueno , nada más .

En esto el j orobado , dando en la manga al

marqués,le preguntó :

¿Quieres que toque para que nos oiga?

Si, toca .

El jorobado traj o una gu i tarri l l a en forma del aud

,arrastró un tabu rete y se sentó á los p i es

del marqués . Luego comenzó á puntear en lascuerdas

,con su s manos largas y finas como patas

de araña . Tocó un paso dobl e de gu itarri sta , ydespués, con gran asombro de Qu in tín , el viej ocomenzó á cantar . Cantaba con una voz cascadauna canción patr ióti ca , muy viej a , que terminabacon este estrib i l lo :

Ay m i patria, patria miay tamb ién de m i querida;luchar val ien te por patria y amores e l deber del guerrero españo l .

Al concl u ir la canc ion las n ietas le abrazaronal viejo , que sonre ía muy con tento .

Quin t ín se figuraba que le habían transportadoá otro siglo . Aquel l a casa destartalada

, el señorviejo , el bufón , l as muchachas hermosas, todoten ía un aspecto inus itado .

Las hermanas eran bon i tas ; Rafae la, la mayor,era todo s impatía ; de unos ve inti trés á vein t icua

5

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tro años ; con los oj os azules , c laros , unos ojosde col or d e raso pál ido; e l pelo rub io , la nari zrecta y la sonri sa l l ena de encanto . No ten ia lafrescura de l a pr imera j uventud , había en su rostro algo de march itez, qu izás esto le daba mayoratractivoLa cara de Remed ios , la n i ña , era más inoo

rrecta, pero más dec id ida ; ten ía los ojos grandes ,negros y la expres ión entre audaz , infanti l y arrogante . De vez en cuando ten ia una r isa s i l enc iosa, l l ena de mal ic ia .

Cuando Quintín creyó que hab ía pasado untérmino prudente de ti empo , se l evantó , dió lamano á las dos muchachas y luego se acercó vacilan te al v iej o , que le echó los brazos al cuel l o yle abrazó so l l ozando .

Sal udó al j orobado con una inc l inac ión de cábeza, el cual apenas le contestó; baj ó la escal era ,y al l l egar al vest íbu lo , el hombre que le hab íaabi erto al en trar la cancela l e pregun tó :

Dispénseme usted , señori to ; ¿usted es el

que ha vuel to hace poco d e Ingl aterra?Si, señor .

Me lo había figurado . ¿Y va usted á que

darse en Córdoba?Creo que si .

¿Entonces le veremos a usted?

Si, vendré de cuando en cuando .

Se sa ludaron los dos estrechándose la mano ,y sal i ó Qui n tín á l a cal l e .

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L A FER IA DE Los D I SCRETOS 57

Este viejo es mi abuelo d ijo Quin tínno puede ser otra cosa . Su emoc ión , el ai re conmovido . No puede ser o tra cosa .

Quizás l o mejor sería preguntarl e á su madrec laramente las c ircunstancias de su nacimiento ;pero temía ofenderla .

Pronto se olvidó de esto y comenzó á pensaren la muchacha rubia , en Rafae la . Era bon i ta . ¡Ya

lo creo ! Los ojos c laros , du lces ; la sonrisa ama

ble, y sobre todo la voz , una voz opaca , le habíanl legado á Qu i ntín al alma ; pero como Qu in tín no

era un soñador, s ino un beocío, un horac iano ,como había d icho él , asoc i ó á los oj os azules ydu lces de Rafael a la casa solariega , e l hermosohuerto

,l a r iqueza que aún debía conservar la fa

mi l ia .

Los d ías sigu i entes á es ta v i si ta, Quintín se ded icó á refl exionar sobre este punto .

Era Rafaela una presa adm irabl e , bon i ta , amable, ari stocrática . El debía intentar su conqu ista .

Es verdad que era un bastardo . Esto l e daba ganas de re i r, l e parec ía una cosa de ópera , podriacantar l a romanza de El Trovador

Deserto sulla terra .

Bastardo y todo,cons ideraba pos ible el in

tento . El era alto,guapo

,y sobre todo fuerte . En

Eton hab ia v isto que, en el fondo , el atractivomayor en el hombre para las mujeres es la fuerza .

Decian que l a casa del marqués se arru inaba ;

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é l l a salvaría d e l a ru i na y la arreglaría esplénd idamente . Luego , todo el que estorbase , á la calle .

El gran pl an .

Verdaderamente Rafaela era una presa admirabl e . Casarse con el l a y v iv i r en aquel la casasuntuosa , entre las dos hermanas , hasta sanearla hac ienda . ¡Vaya una v ida ! Escrib i ría á sus ami

gos de colegio , les contaría su boda con una an

daluza descend iente del C i d , y les describi ría l ospatios poblados de naranjos . Entonces pod ríadeci r como su poeta : <<Que nos refresquen prontoen e l vec ino arroyo esta botel la del ard ien te Fal erno » . Después . ya eran nuevos capítu los ,apenas de l ineados en su imaginac ión .

Se presentaría desde el pri ncip io como un hombre románti co

,ideal i sta

,de5preciador de las rm

purezas de la real idad . Mani festaria por e l la un

en tus iasmo respetuoso , como el de un hombre

que no se atreve á soñar s iqu i era tan ta d icha .

Tú vencerás Qu int ín,tú vencerás se d l]0

alegremente ¿Qué deseas tú? Vivi r bien , teneruna hermosa casa

,no trabajar . ¿Acaso esto es un

crimen? Y s i fuera un crimen , ¿qué? No l e l l evaná uno por eso á la cárcel . No . Tú eres un buenbeoc ío , un buen cerdo de la piara de Epi cu ro . Túno has nacido para v i l es menesteres de comerc ian te . F i nge un poco, h i jo m io , finge un poco ;

¿por qué no? Afortunadamente para ti , eres un

gran farsante .

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CAPITULO V

¡Los nob les caserones ant ighos !

NA semana después , un d ía l l uvioso , querecordaba el de su primera vi si ta, Quintín

se acercó al pal ac i o . A pesar de su epicuri smo yde su beocia, no se atrevió á entrar; pasó de l argohasta el Campo de l a Madre de Dios .

Se asomó al pret i l de l río . Ven ia el Guada !

quivir tu rb io , de col or de arci l l a ; algunos pescadores , en barcas negras , tendían sus redes en lasproxim idades de la presa y del mol ino de Martos ; otros,de caña, subidos á las rocas del MuraIlón , esperaban paci entemente á que picasen l ossábalos .

Volvió Qu intín de nuevo , i nd ignado por su debi l idad , á la cal l e del Sol , y al l l egar fren te a lacasa desaparec ió de nuevo su energ ía . Afortunadamente para él

, el hombre que le había abiertola cancel a d ias antes estaba sentado en el zaguánen un poyo .

Buenas tardes le d ijº.

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Buenas tardes , señor i to . ¿V iene usted á veral señor marqués?

No ; iba paseando .

¿No qu i ere usted entrar?Bueno . Entraré un rato .

Abrió el viej o la cance la , l a vol vió á cerrar ytomaron por l a l arga galería . Al final

,después de

subi r dos escalones , sal i eron al huerto . Era hermoso y grande ; l as paredes se hal laban ocu ltaspor el fol l aj e de los naranj os y l imoneros , abiertos en aban ico . Limitaban las avenidas arrayanesrecortados , y en el suelo , l os musgos amar i l l os yverdes tapizaban las p iedras .

Y o cu ido de este j ard ín desde hace cincuenta años d ij o e l hombre .

¡Caramba !

Si; empecé á trabajar á los d iez y ocho años .

Ahora esto está muy abandonado porque yo yano puedo .

¿Y cómo son tan al tos estos naranj os del

cen tro?Los naranjos así encerrados crecen más que

en e l campo contes tó el j ard inero.

¿Y qué hacen ustedes con tanta naranj a?

E l amo las regala .

En un extremo del j ard ín hab ía un estanquerectangu lar . En uno de su s lados l argos se le

vantaba un fron tón de p iedra berroqueña, adornado con gruesos y toscos jarrones , que se re

flejaban en el agua verdosa é i nmóvi l .

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No. Toque usted d i jo Quin tín .

¿Qué quie re usted que toque?Lo que usted qu iera .

Rafae l a tomó un cuadern o , lo col ocó en el atri ly lo abri ó .

Qu intín pudo leer en la pasta que pon ia : Mozart .Escuchó una sonata en si l enc i o; no comprend íagran cosa de músi ca cl ás i ca , y mientras la muchacha tocaba , Quin tín estuvo pensando en la

exclamac i ón más prop ia que habría que hacercuando concluyera .

¡Oh ! ¡Muy bien ! ¡Muy bien ! exclamó

¿De qu i én es esta música tan del ic iosa?Es de Mozart con testó Rafael a .

¡Es admirabl e ! ¡Admirable !

¿Y usted no toca el piano , Qu i nt ín?Muy poca cosa . Algo para acompañarme a

cantar.

¡Ah ! , ¿pero canta usted?En el col egio cantaba al go; pero tengo mala

voz y lo hago mal .B ueno

,cante usted ; si lo hace usted mal, ya

se l o d i remos d ij o Rafae la .

Si, ¡que cante ! , ¡que can te ! exclamó Remedios .

Qu in t ín se sentó al piano y prelud ió el aria del

conde de Luna de El Trovador :

Il baten del sao sorriso

d'una s tella vince al raggio .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 63

Luego comenzó la canc 10 n con una voz de baritono bien timbrada , y al l l egar al final de l a romanza d ió á su voz una expresi ón de melancol íaprofunda

Ah l'

amor, l'

amore ona"

ard o

lefavellz'

in mío favor

sperda il sole d'

un suo sguardo

la tempes ta, ¡ ah ! . la tempes ta del mio cor.

Y repiti ó la frase con un acen to cada vez másexpresivo . Cualqu iera hub iese d icho al oírl e que,efec t i vamente , la tempesta hac ía estragos en sucorazón .

¡Muy bien ! ¡Muy bien ! exclamó Rafaela .

Remedios aplaud ió al egremente .

Va á l lover advirtió la v iej a cr iada mirando al c ie lo .

Por lo mal que l o he hecho yo d ijo Quint ín riendo .

Se acercaron al balcón . El c ie l o se ennegrecía;comenzaba á l lover . La l l uv i a densa caía en l íneas obl i cuas y bri l l aba en las hoj as verdes delos naranjos y en los tejados musgosos ; en el éstanque , é l continuo salp icar de las gotas producíacomo un herv i dero .

De pronto cesó la l l uv ia , sal ió el sol y todo elj ard ín re luc ió como un ascua; resp landecieron lasnaranj as entre el fol laj e húmedo ; los jaramagosverdes mancharon con su nota gaya los relucientes y gri ses tejados ; un campanario , negro, ve

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tusto,de una torre se destacó chorreando agua ,

y en la s ier ra sonrieron unas cuantas huertasblancas .

Ezte e el zo de ! oz gitanoz dij o Remed ios

,que á veces tenía una pronunc iación exage

radamente andaluza .

Quin tín se echó á rei r; l e h i zo mucha gracia lamanera de hablar de l a ch iqu i l la .

No se ria u sted — d ij o Rafaela á Qu intíncon una seri edad aparente Es muy suscept i

ble mi n iña .

¿Qué le has d i cho? preguntó Remed iosá su hermana .

¡Ah , qué bribona ! Ya lo ha oído exclamóRafaela cóm icamen te; y cogiendo de la c intura ála n iña la besó en el cue l lo .

Comenzaba á escampar; las nubes negras co

rrían ,dej ando descubie rto el c i e lo ; un rayo de sol

iba á dar sobre una torre formada por dos arcosy un tercero enc ima . En los tres huecos se veíanl as campanas i nmóvi les ; en la punta se levantaba un San Rafae l con l as alas ab iertas .

¿Qué es esa figura? preguntó Quin tín .

Es de la iglesia de San Ped ro contestóla criada .

¿Pero es como una ve l e ta?

No ; creo que es de bul to .

Ya ha dej ado de l lover d ijo Remed ios, yanad ió d irigiéndose á Qu intín ¿Has visto la

casa?

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 65

No contestó Qu intín .

Esta habla de tú á todo e l mundo advi rtió Rafaela .

Sal ieron del cuarto , y en un gabinete próximo

le enseñaron á Qu i ntín varios espejos b ise lados ,una v itri na l l ena de min iatu ras , de cantas labradas , col lares antiguos , dos vargueños i ncrustadosde nácar, mayólicas de colores v ivos y cornucopias de l unas borrosas .

Es el cuarto de mi madre d ijo Rafaelal o tenemos igual que cuando el la v iv ia .

¿Murió hace mucho?Hace se is años .

Anda,vamos d i jo Remed i os agarrándole

de la mano y m irando á su hermana á la cara consus grandes ojos inqu i etos .

Bajaron los tres l a escal era y recorrieron lagale r ía que iba del zaguán al huerto . Había á unlado y á otro una infin idad de cuartos

,unos gran

des y obscu ros,con armarios y muebles arrum

bados á las paredes ; otros pequeños , con escaleras para sub ir á el los . Al final de la gal er iaestaban las cuadras , Iarguisimas, con ventanasenrejadas . Entraron .

Ya verá usted qué cabal lo tenemos aquíd ijo Rafaela ¡Pajar i to ! , ¡Pajar i to ! gritó , yse acercó un borriquillo blanco que comía h ierbaen un rincón .

En l a misma cuadra hab ía un coche enorme ,

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p intado de amar i l lo , l l eno de adornos , con unasven tanas muy ch i cas y e l escudo de la casa en

las portezuelas .

Este era el coche que l l evaba el abue lod ijo Rafae la .

Pero para arrastrar esto neces itarían másde dos cabal los .

Si, sol ían ponerl e ocho .

Estas muchachas son de un esto ic ismo admi rabl e pensó Qu intín .

Después de las cuadras v ieron los corrales yla bodega , grande , con enormes tinajones enterrados en el suelo , que parec ían gigantes .

Aqu i no se puede en trar d ij o Rafaela irón icamen te.

¿Por qué?Porque á esta tonta, y agarró á su herma

na, l e asustan las tinaj as .

Remedios no contestó; s igu i eron adelan te, cruzando pas i l l os tortuosos

, con escondrij os , y corredores Iaberínti cos , y desembocaron en un huerto grande y abandonado .

¿Quiere s entrar? preguntó Rafaela á Remedios .

Si .

¿No te da miedo la gineta ya?No .

¿Qué pasa? preguntó Qu i ntín .

El jard i nero ti ene aqu í un bi cho metido en

una jaula y nos asusta y nos parece un monstruo.

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L A FER I A DE L os D ISCRETOS 67

Eres mala d ijo Remedios á su hermana

¿A que voy donde está la gineta y la saco de l aj au la y la cojo en la mano?

No ,no

,porque te morderá .

¿Y dónde está ese monstruo? preguntóQuintín .

Ahora lo veremos .

Era una especie d e comadreja con un rabolargo y una mirada furi osa .

Si que t i ene facha de malo este bi chod i jo Quin t ín .

Recorri eron el huerto abandonado ; una alfombra e5pesa de l ampazos y beleños , de d igi tal es yde ortigas , cubría el suelo . En med io , rodeado deun c írcu lo de arrayanes amari l l os , se l evantabaun cenador con una puerta podrida; dentro de élse advertían en las paredes restos de p intura yde dorado . En la vi ej a tap ia se enredaban lash ied ras . Envuel ta en su fol laj e negruzco

,y ado

sada á l a pared , se ad iv inaba una fuente con una

cabeza de medusa , por cuya boca de un caño roñoso sal ía un h i lo cris tal ino que cara sonoro sobreel pi lón cuadrado , l l eno de agua hasta l os bordes .

Hab ía para subi r á la fuen te dos anchos escalones musgosos , y los h ierbajos y las h igueras si lvestres nac ían en l as j unturas

,l evantando las

losas . Entre las h ierbas brotaba un pedestal demármol , y un naranjo s i lvestre

, con sus frutospequeños y rojos , parec ía salp icado de sangre .

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En el ve rano hay por aqu i toda cl ase debichos d 0 Rafael a Los lagartos v i enen ábeber á la fuen te . Hay algunos preciosos , con lacabeza to rnaso lada .

Esos son enemigos de l as muj eres advi rtió Remed i os .

Quintín se echó á re i r .Son tonterías que le d i cen las cri adas ré

pusoRafaela Ya l as he proh ib ido yo que lacuenten nada .

Volvieron los tres a l corredor .

¿Y la azotea? No le hemos enseñado la azotea d ij o l a n iña .

Bueno , vamos á verla.

El señor Juan tendrá la l lave ; se la voy

á ped i r .Remed ios sal ió corriendo en busca del j ard i

nero y vol v i ó en segu ida .

Subieron por la escal era princ ipal hasta una

puerta , próx ima al techo .

¡Qué artesonados ! exclamó Qu intín .

Están l l enos de murcié lagos d ij o Ra

Y de zalamandraz añad 10 Remed ios .

Quint ín con tuvo la sonrisa .

¡Qué graci oso ! ¡Vaya una grac ia ! murmuro l a n iña i ncomodada .

No me río de l o que ha d icho usted re

puso Quint ín Es que me ha recordado que, dech i cos

,nosotros decíamos también así .

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t ie r ras de sembradura, i n te rrumpidas á trechospor alguna loma parda cubierta de ol i vares .

Voy á subi r el anteoj o d ij o de pronto Remed ios .

No te vayas á caer le advi rt ió su hermana .

¡Ca !Quedaron so los Rafael a y Quin t ín .

¡Qué graciosa es su hermana de ustedd ijo é l .

Si . Es l i sta como una ard i l la , pero suscep

tibl e como nad ie . L a cosa más pequeña la ofende .

¿L a habrá usted m imado demas iado?C la ro ; tengo d iez años más que ella. Para

mi es como una h ij a .

Debe querer la á,

usted mucho .

Si; yo la acuesto y la duermo todavía . ¡T i eneá veces unas rabi etas por cualqu ie r cosa ! Es deun corazón de oro .

En esto l l egó la n iña con un anteoj o que abu l.taba más que e l la .

¡Qué ch iqu i l la ! exc l amó Rafae l a tomandoel anteoj o de manos de Remed ios .Colocaron e l an teoj o sobre la cerca de l a azotea

y m i raron al ternativamente .

Iba ya avanzando la tarde ; por enc ima de l ostejados húmedos se l evantaban torres amar i l l as ,campanarios rosados

,l uceros de cr i stales , r el u

c ientes con l os ú l timos rayos del sol ; alguna cu

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LA FER IA DE LOS D ISCRETOS 7 I

pula ancha,pizarrosa destacaba su mol e en el ho

rizon te; algún ciprés sobresal ía como una pirám ide negra entre los paredones bl ancos , y los mi les

de tej ados gri ses ; y las vel e tas de h ierro , unascon un San Rafae l apac ibl e, otras con un dragónrampante de fi eras garras y puntiaguda lengua ,se ergu ían sobre los cabal l e te s y l as tejavanas yadornaban los viejos campan i les , cubi ertos depátina por el sol de los siglos .Hácia Pon ien te , el c ie lo fué tiñéndose de rosa ;

nubes incend iadas pasaron por encima de l a s ie

rra. El sol se ocu l tó ; el fuego de las nubes se con

virtió en grana , en nácar, en cen i za fría . Ya lanoche con su mirada negra acechaba la c i udad y

el campo . El v iento comenzó á murmurar en l osárbol es

,agitó las pers ianas y las cortinas

,secó

ráp idamente los tejados . Una campana vo lteó , ysu tañido grave se extendió en el ai re si l encioso .

Lentamente fué i nvad iendo e l c ie lo un azu lprofundo , obscuro , morado en algunas partes ;bri l l ó Júpiter en lo alto con su luz de plata , y lanoche se poses ionó de l a ti erra

,una noche clara ,

estre l l ada , que parecía la continuac ión pál ida delcrepúsculo .

Desde el jard ín de la casa subía un perfumefresco de los mi rtos , de l os naranj os , de efluv iosde plantas y de tierra mojada .

Vámonos ya— d ij o Rafael a que hace frío .

Bajaron las escal e ras . Quin t ín se desp id ió delas dos muchachas

,y sal ió á l a cal l e .

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CAPÍTULO VI

De Un encuentro qUe t imo Quint in en las

pro)gimidades del Potro

URANTE una semana Qu intín paseó la cal ledel Sol de d ía y noche , buscando una

ocas ¡ on de ver aRafae la s in i r á su casa . No le

parec ía b ien volver tan pronto, tem ía pasar porimportuno y l e hubi e ra gustado que una casual idad

,más bien aparente que real, pues Qu intín

rondaba las proxim idades del palac io , le hubieseproporc ionado un encuentro con Rafaela .

Una noche de Enero , t ibia, Quintín sal ió decasa con i ntenc i ón de pasar por delante del palac io de la cal l e del Sol.Era una noche hermosa

,serena , no se movía

n i una ráfaga de v ien to . La gran faz de la lunabri l laba en el cen i t redonda, muy al ta, y su l uzd ivid ía las cal l es en una zona bl anca y otra negraazulada .

Algunas plazuelas parecían cubiertas d e n i eve ,tan blancas estaban las paredes de las casas ylas pi edras del suelo .

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Cal lej eando , d istraído , Qu intín se acercó á laMezquita; sus mu ros se alzaban sombríos y ne

gros como los de una fortaleza ; sobre el dentel l ado d e sus almenas la l una corría vertiginosamente

, en e l fondo azu l , velado , del c ie lo .

Todo esto ti ene algo de sueño pensó

Quin t ín .

Nadie trans i taba por allá y los pasos resona

ban fuertes eu e l empedrado .

Se d irigió Quintín al Potro , para i r haci a l a cal ledel Sol , casi al otro extremo del pueblo , é ibapensando en las mi l contingencias favorables óadversas que pod ian interven i r en sus planescuando un ch iquillo j o robado se l e acercó co

rriendo, y l e d ij o :

Zeñorito , una limozna, que ez tamos mi mad re y yo zin comé .

¡A esta hora sales á pedi r l imosna ! murmuró Qui n tín Pues á bi en que vas á encontrar mucha gente por aqu í .

Ez que m i madre ze ha desmayao .

¿Y dónde'

está?

Aquí, en esta cal l e .

Entró Qu intín en un obscu ro cal lejon,y no h izo

más que entrar cuando se s intió agarrado por brazos y p i ernas , l u ego atado por los codos y vendado con un pañuelo .

¿Qué hay? ¿Qué qu i eren de m i? excla

mó Quintín tratando en vano de desasi rsetodo el d inero que tengo lo daré .

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L A FER IA DE Los D ISCRETOS 75

Cayese osté— d ijo una voz ronca , con acehto gi tano y véngase con nosotro , que hay

arguienque tre que arreglá una cuenta con oste.

¡Conmigo ! Conmigo no hay nad ie que tengaque arreglar nada .

Sons i, compae, y vamo andando .

Vamos . Quitadme e l pañuelo , que yo iré ádonde me d igan .

No pué ser .“

Quintín , al verse así dominado , s in ti ó que lasangre l e sub ía á la cabeza de ira. Echó á ah

dar dando tropezones . A los ve inte pasos sedetuvo .

Digo que i ré donde sea .

No señó .

Quintín se asentó bien en la p ierna i zqu i erda,y con la derecha sol tó una patada por dondehabia oído la voz . Se oyó el gol-pe de un cuerpoen el su elo .

¡Ay ! ¡Ay ! gimió una voz Me ha dadoen la cadera . ¡Ay !

O anda osté ó le zalto la tapa de los zezosCIl l a voz del g itano .

Pero , ¿por qué no me qu itan el pañuelo?vociferó Qu intín .

Dentro de un momento .

Quin t ín s igu ió andando á trompi cones , d ieronvarias vue l tas . Quin t ín no conocía bastante l ascal l es próximas al Potro para ori entarse en sucamino . Pasado un cuarto de hora

, se detuvi eron

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todos y l e h i cieron entrar á Quin tín en el porta lde una casa .

Aquí traemo á este gaché CIl la voz delgi tano .

Bueno repuso otra voz enérgica y al tanera Soltad le .

Le ha dejao mu mal herío ar Mochuel oañadió el gitano .

¿Llevaba armas?No, pero le ha dado una pata que lo ha

reven tao .

Bueno . Quitad le el pañue lo , que nos vea

mos las caras .

Quintín sin t10 que le desataban la venda , y seencontró en un pati o del ante de un hombreci topál ido y rubio , con un ademán dec id ido y uncalañés en l a cabeza . L a luz de l a l una esc l areciael pati o

,en l as paredes colgaban jard i neras y

floreros,y arriba

, en e l espac io l im i tado por lostej ados , resp landecía el azu l de la noche , con una

veladura lechosa .

¿A qu i én me traé i s aquí? exc lamó el

hombre ci to Este no es el sargento .

Toma . Pué é verda. Na , que no hemo confund ío .

De buena se ha l ibrado usted , amigoexclamó el hombrec i l l o d i ri gi éndose á QuintínSi l l ega á ser el sargento , a esta hora tendrían

que recogerlo á pedazos .

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de las cuales l a mayoria j ugaba al ren toy , yo tros bebían .y ch

_arlaban . Al entrar en el bode

gón , Quin tín y el hombrec i l l o d el calañés se d iri

gieron á una mesi l la y se sentaron uno fren te áotro . El cand i l negruzco , colgado por un alambrede una viga de l techo , desti laba gota tras gotaun ace i te verdoso que caía sobre la mugrientamesa .

El hombre ci l l o mandó traer al tabernero dos

vasos d e vi no bl anco , y mien tras l legaba, Quint in lo observó atentamente . Era un tipo rub io ,pál ido

, con l os oj os azu les y las manos finas ,blancas y

_bien cu idadas . A la m irada escruta

dora de Quin tín contes tó é l con otra fría, clara,

componiendo su acti tud .

En esto un hombre fen cho y raro , que hablabaá borbotones

'

enseñando unos d i entes de cabal l o ,grandes yamari l l os , acercándose á la mesa , d ij oal compañero de Quintín :

¿Quién es este p ip i, señor José?Este pipi contes tó el otro es un gaché

terne , ¿sabes tú?, que se las puede ver con Dios .

Pues más val e as í .Quint in—con templó sonriendo al que le había

l l amado plp l . Era un t ipej o de edad i ndefin ibl e ,afe itado

, e ntre barbero y sacr istán , de tan pocafren te que el pe lo l e serv ía de cej as , y con una

mandíbu l a de s im ioY es te punto

, ¿quién es? preguntó Qu in—t ín á su vez .

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¿Este? Este es un sinvergttenza muy mayorAqu i anda rondando por s i l e dan algunas perrasgordas de barato . Aunque Viejo y mohoso , siem

pre l e verá usted con mozas de partido y gentealegre . Pregun te usted en todo Córdoba porCurri to Martín , y en todas partes sabrán dec ir

qu i én es .

En todas no , señor José repl icó Curri to ,que había escuchado impas i b l e el panegírico ,accionando con una mano de dedos sarmentosos S i le pregunta usted al obispo por m i, nome conoce .

Pues yo l e hub iera tomado á este señor porun sacri stán d ij o Quintín .

Sacri stán de l as mirlas y de l as garduñassoy yo , para que usted lo sepa — d ij o Cu rri topi cado . A m i no me conocen más que en las

tascas , en los casucos de la cal l e de la Feria, y enla Higueri l l a .

Y t i enes bastante d ijo uno de los j ugadores .

Eso es ve rdad .

Dos mozos espectadores de l j uego se l evantaron del banco y comenzaron á embromar á Currito . Era el bel laco socarrón y amigo de burlas ,y contestó con gran cin i smo á las pu l l as que ledi rigieron .

¡Vaya una boqui l la de ámbar , Curri to ! le

d i jo uno de el los .

Del marqués contestó é l .

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¡Vaya una capi ta , gaché ! CIl el otro volvi endo los embozos de la capa que l l evaba el

tru hán .

Del marqués volv i ó a repe ti r é l .Este Curri to d ij o el señor j osé no ti ene

n i p i zca de vergiienza; v ive hace mucho ti empo

de su muj er, que está enredada con un marqués ,y hace alardes de c i n ismo . Pero á veces es buenapersona . Ven acá , Curri to .

Curri to se acercó á la mesa .

¿Qué necesidad tienes tú preguntó el señor j osé de alardear de tu desvergii enza? Del ante de m i no v uelvas á hacer eso . ¿Estamos?

Porque te desue l lo .

Está bien , señor José .

Anda,toma una copa , y mira l uego s i por

ah í,en l os cuartos , está la Generosa .

Vació Curri to el vaso de vino , se l impió los labios con el dorso de l a mano , y sal ió del bodegón .

¿Usted es extranj ero? preguntó el señorJosé á Quin tín .

Me he educado fuera de España .

¿Y va usted á estar mucho tiempo en Cór

doba?C reo que si .Pues me alegro , porque me es usted s im

panco .

Muchas grac ias .

Yo le d iré á usted qu ien soy, y si despuésde saber lo no l e parece mal, seremos amigos .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 8 1

Y antes tambi én .

No,antes no . Y o soy Pacheco el cabal l ista ;

vamos,Pacheco el band ido . Ahora , s i qu iere

usted ser amigo de Pacheco , aquí está mi mano .

Aqu í está la mía .

Vaya,que es usted un mozo templado

exc lamó Pacheco Así me gusta á m i l a genteJuncal . O iga usted . Cuando me necesi te ustedpara algo

,aqu í me t iene usted , en l a taberna

del Cuervo . Ahora vamos á ver qué d ice estagente .

Se levantó Pacheco,y tras é l Quin tín , y se

acercaron á la mesa de los j ugadores .

¡Hola Pajaro te ! d ijo Pacheco al que llevaba l a banca .

¡Hola, señor j osé ! ¿Estaba usted ah í? No le

había v isto .

¿Qué hay por Sevi l la y por la t i e rra baja?Nada , aburric ión nada más . Todo está pa

rado con el hambre y la m iser ia , y aqu í está unocon estos malange, que l e l levan á uno hasta el

resue l lo , y ya empi eza uno á renegar hasta del

mismís imo San Rafael .Ya ha echado usted á perder el credo , com

padre d ij o uno de los j ugadores arrojando lascartas con rab ia . ¿Qué necesidad ten ía ustedde meterse con el ángel? Pues , mire us ted , ya noj uego .

Pajarote sonrio . Era un truhanazo , tahur, y leconven ía pasar siempre como desgrac iado m ien

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tras i ba l impiando de monedas á los amigos . Répart i ó las cartas .

Env ido d ijo un hombre bizco,con un

ojo más alto que otro , á qu i en l lamaban Charpan ej a , con una voz aguda de j orobado .

Envido se i s repuso roncamen te un p i conero apodado el Torrezno .

Se t i raron más cartas , y ganó , como antes ,Pajarote .

Y o no qui ero j ugar ch i l l ó Charpaneja.

¿Y por qué? preguntó el banquero .

Porque todas tus j ugadas son de faro l .Es que t iene usted poco án imo repuso

fríamen te Pajarote ; usted ha ten ido sal ida depotro cordobés y parada de burro manchego .

En esto entró Curri to, y acercándose al señor

j osé , l e d ij o :No ha ven ido la Generosa . Los que están

ah í en un cuarto de al l ado son la señora Rosariocon dos niñas y don Gil Sabad ía.

Pues vamos al l á d ijo Pacheco .

Sal i eron é l y Quintín de nuevo al patio, y en

traron en un cuart i to i luminado por un vel ónpuesto sobre una mesa redonda . A la l u z del

velón se ve ía una Vieja estan tigua de nariz en

gancho y barba con l unares , dos muchachas con

fl ores en el pel o y un señor melenudo y barbudo

ya machucho .

¡A la paz de D i os ! d ij o al entrar Pache

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L A FER IA DE Los D ISCRETOS 83

co ¿Cómo va don Gi l? B uenas noches, señoraRosario

, ¿qué hay de nuevo?Nada ; aqu í hemos ven ido á que tomen algo

estas n i ñas .

Diga usted esos p impol los— in terrumpw

Cu rri to .

Muchas gracias , Curri to d i jo una de lasmuchachas ri endo .

Niña exclamó Pach eco tenga ustedmucho cu idado con Curri to , porque Curri to se

l as trae .

¡Este ! repl icó l a v iej a Este está ya enla comparsa de los desmayados .

Yo estoy como el gu ía antiguo de l a Mezqu i ta repuso el al ud ido—que cuando me ve íame sol ía decir : <<A ver s i me da usted un trajecicoviejo

,que estoy más en án ima que resuc i tado » .

¡ j esús ! ¡Que poca graci a ti ene ! d ij o una

de las n iñas con un ademán desd eñosoPues de l a gracia v i vo , h ij a

Cu rrito picado .

Pues maldi ta la que ti ene usted,padre

repl icó el la con el m ismo gesto de enfado .

Cal ló Cu rrito , moh ino , y Pacheco presentóQu intín al señor melenudo .

Este cabal lero é indicó á Quin tín esun val i ente á qu i en he ten ido el gusto de conocer esta noche por una confus ión . El señor yseñal ó al de l as mel enas es don Gi l Sabad ía, laún ica persona de Córdoba que sabe la historia

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d e todas las calles, cal l ej uelas y r incones de la

poblac ión .

No tanto , hombre , no tanto repl icó donGi l sonriendo .

L o que usted no sepa repuso Pachecono hay nad ie que lo sepa en Córdoba . Bueno . Silas n i ñas y ustedes qu i eren tomarse una bote l lade Monti l la del superior , yo convido .

Aceptado .

¡ Cuervo ! gritó Pacheco sal iendo á la

puerta del cuarto .

Se presentó el tabernero,un hombre de unos

cincuenta años,cargado de espaldas

,mal afe i ta

do,pati l las de hacha y faja encarnada en la c in

tu ra .

¿Qué qu ie re el señor j osé? preguntó .

Tráete unas botel las del bueno .

Mientras l l egaba el v ino,volv ieron á reñ i r la

muchacha mal humorada y Cu rri toCu ide usted á esta n iña d i jo Curri to

porque no está muy buena del sentido .

¡Quien habló ! — excl amó e l l a con desprec io .

Yo creo que esta muchacha padece la

t iricia .

¡Jesús ! ¡y que mala follá t i ene este tio!d i jo el la .

O i ga usted,niña repuso Curri to la

voy á regalar para endulzarla la boca una meren

ga y un cachondo .

Curri to, que aqu i no neces i tamos cachon

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el obi spo exclamó don Gi l cuando estabayo delante .

Usted , ¡qué había de estar ! Si fué en el

ti empo que se marchó usted á Sevi l la .

Bueno , no estaba . Lo d ij o B las y punto re

dondo .

Pero eso , ¿qué importancia tiene? pre

gun tó Quint ín .

B áj e l es usted — in terrumpió la muchachamalhumorada ¡Son dos t ios con más malasombra !

Don Gi l d ijo Pacheco guiñando un oj o yriendo no perm ite que nadi e esté enterado deuna cosa que é l no sepa .

Pues ¿á qué no sabe usted sal tó de pronto Curri to l o que dij o el Golot ino cuando tuvoel ple i to con e l Manano?

A ver, á ver. Eso es muy importanteafi rmó Pacheco .

Pues nada . E l Golotino , como saben uste

des, ten ía un rebaño con un par de docenas decabras , y el Manano

, que era piconero , habiaarrendado un monte, y por s i las cabras habianentrado en el monte ó no

, el Golotino y el Ma

nano tuv ieron un p le i to,que perd i ó el Golot ino .

Estaba e l escribano don Nicanor haci endo un ihven tario de l os bi enes del dueño de l as cabras , ysumaba : dos y cuatro se is

,y tres, n ueve , me l levo

una; catorce y sei s ve inte , y tres , vein titrés , me

l l evo dos ; vein ti s iete y ocho tre i nta y c inco , y

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LA FER IA DE Los D ISCRETOS 87

sei s,cuarenta y uno , me llevo cuatro . El Golo

ti no c reyó que cuando el escribano decía : me l levo una, i ba á l levarse una cabra , y gri tó mediol lorando : <<Puez pa ezo llevezelaz ozté toas » .

Eso no fué as í comenzó á dec i r el señorSabad ía, pero todo el mundo se echó á re i r .

Vaya,n iñas . Vámonos á casa dij o la se

ñora Rosario .

Yo me voy saltó d ic i endo don Gi l,eno

j ado por l as ri sas .

Y yo también añadió Qu intín .

Se despid ieron de Pacheco , y á las tres muj e

res y á l os dos hombres e l tabernero les acom

pañó con e l cand i l h asta la puer ta . Cruzaron varios cal lej ones y sal ieron a la parte baja de lacal l e de la Feria . Se detuvieron f rente á una casucha blanca

,l lamó la v iej a con los n udi l l os en la

puerta , abri eron de dentro , y entraron la señoraRosar io y l as muchachas . Por una ventan i l l a de al

lado de la pue rta se ve ía un cuarto muy pequeño ,blanqueado , con un zócal o de azu lej os , una có

moda barn izada y floreros con *

flores de papel .

¡Qué jau l a ! ¡Qué casa más ch ica ! d ijoQu in tín .

Todas las Casas de este lado de la cal l e soncontestó el señor Sabad ía.

¿Y por qué?Por la mural la .

¡Ah ! ¿pero había aqu i una mural la?

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88 P I O B A R O J A

¡No hab ía de haber ! Hab ia la que separabala c i udad al ta de la c i udad baja . L a c iudad altase llamaba”Almed ina y la baj a Ajerquia.

Es curioso .

Tomaron . por la calle de l a Feria arriba . La

ancha cal l e en cuesta , con sus casas altas , blancas, bañadas por l a luz de la l una , presentaba unaspecto fantástico ; las dos l íneas de tej ados se

destacaban en el azul del cie l o , rotas á cada instante por azoteas y tej ad i l los .

Pues si añadió e l arqueólogo estamural l a iba desde la Cruz del Rastro hasta laCuesta de Luján , avanzaba después por la Zapateria y la Cuesta del Bai l io y l l egaba á la torre del a Puerta d el R i n cón , en donde te rm inaba .

¿De modo que cortaba el pueblo y no se

pod ía pasar de un l ado á o tro? Pues era una

grac ia .

No . ¡ Qué d i spara te ! Había puertas parapasar . Ah í arriba, cerca del Arqu i l lo de Cal ceteros , estaba la Puerta de la Almedina , que en

t i empo de lo s romanos se l lamaba P iscatoria , óde lap esca. El Port i l lo no existía, y cuando edificaron contra el muro , en e l s it io que ahoraocupa

,había una casa que en 1 496 la compró la

c iudad á su dueño Franci sco Sánchez Torquemada para abr i r un arco en el adarve . Estedato añad ió don Gi l confidenmalmen te— procede de una e scri tu ra orig inal que se conservaen el Ayuntamiento . Es un dato curioso , ¿eh?

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 89

Curios ísimo .

Subieron á la Cuesta de Luján . Las cal les vec inas estaban desiertas , en el inte r ior d e algunascasas se oía un vago rumor de guitarras , en las

rejas pelaban la pava los enamorados .

¿Ve u'

s ted?— dij o don Gi l mi rando a la partebaja de l a cal l e de la Feria por l a l ínea que lal una hace en la cal l e iban los fosos de la mural l a .

Muy interesante murmuró Qu intín .

¿No se ha fi j ado usted en lo al tas que son

las casas en esta cal l e?Hombre

, s i . ¿Y por qué es eso?Por dos razones contestó don Gi l hecho

un d óm ine Primera, por ganar la altu ra que

les qu i taba la mural l a, y segunda , porque aqu i sece lebraban an tiguamente la mayoría de los espectáculos . Ahí se ej ecutaba

,se corrían toros y

cañas , y durante l os ocho días anteriores al de laVi rgen de Linares , los cal ceteros ten ian una granferi a . Por eso en las casas hay tantas ventanas ygal erías , y la cal le se l l ama de l a Feri a .

El arqueólogo se agarró al brazo de Qu in t ín yse puso á contar una porc ión de h i storias y del eyendas . Recorrieron los dos cal lej ones estrechos , plazol etas con casas bl ancas y puertasazu l es .

¿Usted no conoce aquí á nad ie? pregun

tó el arqueólogo .

No .

¿A nadi e absolutamen te?

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90 P I O B A R O J A

No . Es deci r . conozco á un muchacho deCórdoba que se ha educado conmigo en Ingla

terra . Se l lama . Qu intín Garc ia Roelas . ¿L e

conoce usted?A él no , pero conozco á su fam i l ia .

Es un ch i co taci tu rno , cal l ado . Me parece ám i que en l a v ida de ese muchacho hay algunacosa rara . Me han contado algo .

Si, hay una h istoria inte resante .

¿Usted la sabe?C l aro cont estó don Gi l .

¿Pero es usted discre to , y no qu i ere con

Es natural.

Bueno , señor don Gi l . Yo me voy ; s ientomuc ho dejar su agradable compañ ía, pero

¿Se va usted?

Si, no tengo más remed io .

Hombre . No se vaya usted . L e tengo queenseñar un rincón inte resan tísimo

,con una h is

tori a .

No,no puedo .

L e l l evaré á u sted á un s i tio que l e ha d egustar .

No,perdone usted .

L e contaré á usted además la h isto ri a de su

amigo y cond isc ípu l o .

Es que .

Si es temprano todavía. No es más de

la una .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 9 1

Bueno“

,vamos donde usted qu iera .

Cruzaron casi todo el pueblo hasta sal i r al

paseo del Gran Capitán .

¡Qué pueblo este ! exclamó don Gi l A

mi que no me habl en de Granada , n i de Sevi l l a;porque fíj ese usted que Granada ti ene tres aspec

tos: la Alhambra , Puerta Real y el Albai c in , queson tres cosas muy d ist i ntas . Sevi l l a es másgrande que Córdoba , pero es ya más cosmopol i ta

, se parece á Madrid ; pero Córdoba no ,Córdoba es una é i nd ivi s ibl e , Córdoba está en

su propi a sal sa . Esto es un pueblo .

De ! paseo del Gran Capitán tomaron por losTejares

,y á mano derecha el señor de Sabad ía

se detuvo frente a unas cas itas adosadas á unapared almenada. Eran cuatro , muy pequeñas ,muy blancas , de un solo p iso , estaban todascerradas , menos una , que tenía la puerta ún i camente entornada .

Lea usted este carte l— d ijo don Gi l— señalando un l etrero con un marco

,pendien te á un

l ado de la puer ta .

A la luz de la l una , Quin t ín l eyó

Patrocin io de l a Mata,vi s te

cadáveres a todas horas deld ia y de la noche en que sele avi se , á precios muy arre

glados .

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¡Demon io , que cosa más fúnebre ! exc la

mó después de lee r esto Quin tín .

¿Ve usted este casuco? d ijo don Gilpues aquí hay cada l ío que Dios ti r i ta . Pero va

mos adentro .

Pasaron,y una voz cascada gri tó

¿Qu ién es?Y o , señora Patrocin io; don Gi l Sabad ía, que

viene con un amigo . Tráiganos usted luz,que

vamos á pasar un rato .

Al l á voy .

Bajó la Vieja con un velón en l a mano,é h izo

entrar á los dos hombres en una sal ita en dondese sen tía un ol or fuerte de al hucema . Col ocó elvel ón sobre la mesa , y d ij o :

¿Qué quieren ustedes?Unas aceitun illas y un poco de vino .

Abrió la v iej a una alhacena , sacó un plato conacei tunas

,otro con man tecadas y dos botel las

de vino .

¿Quieren us tedes algo más?Nada más

,señora Patroc i n io .

Sal i ó la v iej a y cerró la puerta .

Qué tal e l s i tio,eh? preguntó don Gi l .

¡Magnífi co ! Ahora venga la h i storia de m iamigo Quin tín .

Antes de historias , bebamos . Por la de us

ted , compadre .

Por la suya .

Y vayan al aire todas l as penas .

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CAPITULO VII

En donde se ( ti enta la h istoria de Un

venlorrillo de Sierra Morena.

principios del s iglo pasado , y como á m i tadde camino entre Pozo B l anco y Córdoba

,

en uno de losre pl i egues de Sierra Morena , sobreun prad i l l o férti l próximo á un ol ivar

,se l evanta

ba un ventorro denominado el Ventorro de laSangre .

Su nombre procedía de una colíswn sangrientahabida al l i en tiempo de la francesada entre dragones y guerri l l eros .

El te rreno donde se asentaba e l ventorro era unras i l l o siempre verde

,l im itado por al tas chum

beras , próximo aun barranco , y cercano á un o livar, en el cual se advertían ru inas

,vest ig ios de

fortal eza y de atalaya . Este terreno pertenec ía áun lugar metido en lo más áspero y quebrado d el a s i er ra , y su nombre ahora no hace al cuento .

No era el ventorro muy grande n i muy e5pac ioso ; no ten ía cal idad de parador, ni aun siquiera de venta . Su fachada , de c i nco á se is metros

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de l arga , enjal begada de cal y agujereada por lapuerta y tres ventanucos, daba á un mal caminode herradu ra sembrado de pied ras suel tas ; sutej ado terrero se torc ía hacia e l sue lo y se un ía al

de un cobertizo , en donde se hal laban l as cua

dras,e l pesebre y el paj ar .

Se pasaba la puerta de entrada del ventorri l lo ,en cuyo dinte l colgaba un manojo de sarm ientos ,l o cual ind i ca , para que usted lo sepa, que en

la casa asi adornada se vende zumo de uva, y seentraba en un zaguán miserable que era

,además ,

coc ina , despensa y á las veces dorm i torio .

Al lá,por los años de 1838 al 39 , era dueño del

Ventorro de la Sangre un hombre l lamado el Cartagenero , de qu ien malas l enguas asegurabanhaberse l i cenciado , y no de fi l osofía , en una un i

versidad con alcaides por profe sores y cabos devara por bedeles . L a verdad nad ie la supo , i nd icios claros no había de la mala conducta del ventero ; el hombre pagaba bien , se portaba como seportan los hombres , y era capaz , s i se te rc iaba ,de prestar un serv i c i o á cualqu ie r cort ijero ve

c ino .

Demostraba el Cartagenero, en su conversa

c ión amena y entreten ida , haber v iaj ado por muchas partes , por tier ra y por mar; conocía l osnegocios del mesonaje, que t ienen sus secretoscomo todas l as cosas del mundo; no robaba macho ; era trabaj ador, sensa to , hombre de bien , y sil legaba la ocasi ón

,bragado , juncal y val i ente .

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encontraban por allá, como antes , buen vino , n iuna persona d i l igente que les aviase l a comida yles echase el p i enso á las caballerías; y esta vezporque e l med iero se había marchado renegan

do , l a otra porque el buhonero había ten ido unari ña

,todos los parroquianos fue ron desfi lando

,y

al año no se apeaba un alma en la venta, y la

madre y las h ij as , con sus dos gachós correspond ientes , se pasaban la vida i nsu ltándose y reganando , tend idos al sol en verano , quemando sar

m ien tos en l a ch imenea en i nvi erno y lanzandoen todas las estaci ones quej as amargas contra eldestino adverso .

Al año de este rég imen no quedaba en la casanada que comer

,n i que beber, n i que vender ,

porque se habían vendido hasta las puertas,y

entonces determ inó la fami l ia deshacerse de l ventorro . Los dos amigos de l as h ij as v in ieron á Córdoba y propusieron el negocio á todos sus conocidos

,y ya desesperaban de hacer changa cuando

se presen tó en e l ventorro un granj ero de poraqu í

,conocido por el Mojoso , hombre l i s to y de

chapa y prop i etario de una recuada de c inco borriquillos muy cucos .

Entró el Mojoso en tratos con l a viuda , y por

menos que nada se quedó con e l establ ecim iento .

Era e l Mojoso av isado y comprend ió en segu idal a si tuación del ventorri l l o , y pensó en l os med ios conducentes para restabl ecer e l créd i to de la

casa . Lo primero que se le ocurr ió á los pocos

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L A FER IA DE Los D ISCRETOS 99

días de ins talarse en la venta , fué cambiarla e lnombre , y á un pintor amigo suyo le h izo ponercon l etras gordas , sobre la cal de la pared

,en

c ima de la puerta , este letrero

VENTA DE LA ENCRUCIJADA

Tenía elMojoso mujer y tres h ij os , uno varón ,minero en Pueblo Nuevo del Terribl e , y dos muchachas , y con éstas y la mujer se establ eció enla venta .

L a mujer , á qu ien l lamaban la Temeraria , erauna matrona al ta y fuerte , trabaj adora y dec id ida ; las h ij as dos real es mozas , pero demasiadoseñori tas para viv i r en aque l desierto .

El Mojoso era un flamenco aficionado a l ostoros

, d icharachero y un poco fanfarrón . Comohombre que había pasado la infancia en el barriodel Matadero

,que es la cáted ra del toreo más

fino de todo el orbe, sab ia d isti ngu i r de suertes .

A ! princ i pio,e l Mojoso no abandonó su recua ;

eran pocos los rend imientos del ventorri l lo y nole pareció oportuno dejar su ofi cio de harruqueró ; pero en vez de andar po r l as cal l es de Córdoba se ded icó á i r y á veni r por los pueblos dela sierra l l evando trigo á mol er

,subiendo úti l es

de labranza á los cortij os y haci endo una porciónde comisiones y de favo res que l e iban dandoamistades por los contornos .

Cuando no tenía encargo ni comis i ón que hacer, l l evaba p i edra eu sus borrico s á su casa y

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la amontonaba debajo de l cobertizo . Al año deesta faena

,cuando reun ió la suficiente , l lamó á

un albañ i l de Córdoba,y bajo su d irecc 10 n , entre

la Temeraria y é l y las h ij as y un mozo que tomaran de criado , alargaron la casa , la l evantaronun p i so , la tejaron y la blanquearon .

El Mojoso tuvo que vender la recua para págar los gastos , y se quedó sólo con un borriqui

l l o . Ya los arr i eros iban p i cando de nuevo en laantigua costumbre de pararse en l a venta .

El vino en los primeros meses era puro , y había un pard il l o y un clarete que hacía ya muchosaños no se conocían por allá . Poco á poco la ventacomenzó á cobrar fama ; se reun ía al l i gente an imada y alegre ; e l v i no empeoró , según el d i ctamen de l os in te l igentes , pero no fal taba bueno s iel parroquiano que l o ped ía tenía trazas de pagarsin protes ta n i reparo el tripl e ó el cuádrupl e desu valor; duran te l a matanza había l omo á di screción , y en l as demás épocas del año chori zos ,morci l l as y o tros embutidos .

El Mojoso aprendió su nuevo ofi c io á la carrera . Sin duda el hombre era l adrón a nat ivi íate.

Aguaba el v i no y j u raba en fal so,d ic i endo que

era el único pu ro que se vend ía en toda la s i erra ;echaba pim ienta en el aguard iente ; s i saba en lacebada y en l a paja ; embrollaba las cuen tas , ysiempre sal ía ganancioso .

Cas i todos los d ias marchaba á la ciudad consu borriquillo con el pretexto de hacer compras ;

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Por la suya .

Ahora verá usted l o bueno .

Un d ía l l uvioso del mes de Febrero , al anochecer, estaban reunidos en l a coc ina de la Ventade la Encruc ijada una gavi l l a de arrieros de unpuebl o próx imo . Hallábanse unos al amor de la

l umbre sentados en dos bancos largos que habíaá los lados del hogar; otros , más lej os de l fuego ,

en s i l las y escabeles de pleita y cordelillo .

A la l uz del cand i l negruzco y de las l lamas del a candel a se entreveía todo el ámbito de la co

c ina , que era grande , con la enorme ch imenea decampana , e l techo de v igas torc idas y negras porel humo , e l p iso de grandes losas y l as paredesh isto riadas con una colecc ión de tapaderas , cácerolas, cucharas de palo y j arras de color suj etas con c lavos .

Platicaban l os arri eros animadamente esperando la cena que la Temeraria av iaba en aque l momento en dos sartenes rep letas de lomo y de patatas ; el Mojoso l l enaba el ce l em in de cebada que

sacaba de un arcón ; echaba luego el grano en unharnero de pie l y lo entregaba á un mozo que iba

y ven ía de la coc ina á la cuadra .

Bra'

ya al anochecer, l l ovía s i D ios ten ía qué ,cuando sonaron golpes repetidos en la puerta .

¿Quién es? gri tó con voz rec ia el Mojoso Que pase qu i en sea.

Dicho esto , el posadero tomó un farol i l lo , lo

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LA FER IA DE Los D ISCRETOS 103

encend ió con una tea, cruzó la coc ina y se colocó

en e l zaguán con la luz en alto para ver qu iénentraba . Era el zaguán estrecho como un co

rredor; ten ía las paredes de tablas , y en el las ,colgando por garabatos de madera

,se veían

d iversas c lases de albardas,serones , jaqu imas y

otros aparejos de cuero , te la y esparto . En el

suelo de pedruscos , en cuesta ,habían hecho… su

cama algunos arrieros , que dorm ían tranqui lamente .

Volv ieron á l lamar en l a puerta .

Adelan te d ij o el Mojoso .

Se abrió rechinando la med ia puerta de tablas ,y se presentó en el umbral un hombre envueltoen una manta jerezana empapada en agua .

¿Hay posada? preguntó el hombre .

Hay buena vol untad contestó el ven

te ro ¿Viene usted á cabal lo?

Si .

Páse le usted . Yo lo l l evaré a la cuadra .

Entre usted por aqu í .Entró el hombre en la coc i na .

¡A la paz de D ios , cabal leros ! d ijo .

El os guarde contestaron todos.

Se adelantó e l remen ven ido ; se despojó de lamanta adornada de grandes borlones, y se sentóen una s i l l a de esparto al lado de la l umbre .

La hija mayor de l ventero,por curi os idad más

que por otra cosa , echó al hogar una brazadaseca de jara

, que comenzó á arder al egremente ,e

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produc i endo una l l a'

marada y dejando en la co

c ina un olor de i nc i enso .

A la luz de las llamas se veía que el rec iénl l egado era un j oven de unos ve i nte años

,al to

,

fuerte , á qu ien no le apuntaba el bozo todav ía .

Eran sus trazas de cabal l ero nobl e y principal ;vestía traj e corto , cal zón aj us tado con botones depl ata, pola inas de clavi l l os , faj a azul , pañuelo deseda de co lor en el cuel lo y calañés pequeño yrecogido . L a huéspeda observó que l os botonesde la Chorrera eran de diamantes .

Mal t iempo tiene u sted para viaj ar le d ijo .

Malo es contestó secamente e l mozo sin

apartar la vista del fuego .

Los arri eros exam inaron en si l enc i o al j ovensin dec i r una pal abra ; volv ió el Mojoso de dej arel cabal lo , traj o después un saco al hombro á med io l l enar que vac i ó en el arcaz ; midió la cebadaen el cel emin y preguntó al cabal l ero

¿Qué le pongo a l a bestia?Dele usted buena raci ón .

¿Le echaré dos cuart illos?Si.

Sal i ó el Mojoso con el harnero en una mano yel farol i l lo en la otra .

Este és—murmuró para su capote—algúnnene r i co que ha hecho en Córdoba un estropi

c i o . El cabal lo es hasta al lá , la s i l la recamada .

Este gache pagará bien .

El Mojoso era un hombre que sabía su profe

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arri eros , qu ienes charlando esperaban que estuv iese aderezada su cena .

La Temerari a arrimó una trébede á la l umbre ;poco después v ino la h ij a mayor de la casa conun ve lón .

Padre , ya está e l cuarto murmuró .

El ventero , d i rigiéndose al mozo , l e d ij oPuede usted subir

,s i gusta .

Se l evantó el mozo y sigu i ó al vente ro,que

i l um inaba el camino ; sal ieron al zaguán , y unotras otro , por una empinada escalera , subieron áun granero . El v ien to soplaba alli fuerte por entre l as rend ij as del tej ado ; á la l uz osc i lan te delvelón se veían en el suelo montones de nueces ,de bel lotas , y grandes calabazas colocadas en

fi la . El Mojoso empuj ó una puerta bl anca , conlas maderas rec ién cepi l ladas ; entró en un cuartocon una al coba, puso el velón sobre una mesa, ydespués de despabilarlo con todas las reglas delarte , d ij o

Ahora le serv i rán la cena . S i necesita algol l ame us ted ; y reti rándose cerró la puerta .

El mozo oyó los pasos del ventero en el so

brado , y al verse solo sacó dos pistoletes de lafaja , entró en la alcoba y los escond ió en la camadebaj o de la almohada ; in specc ionó la puerta delcuarto

,vió que era sól ida con fuerte cerroj o ; des

pués abri ó una ven tana, y una bocanada de airefrio h izo osc i l ar v iol en tamente las l lamas d el velón . Se asomó á la ventana.

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 107

Esto,s in duda alguna, cae al otro l ado del

camino se d ij o .

Ce rró l a contraventana y se paseó de arr i ba áabajo esperando la cena . El cuarto era estrecho ,bajo

,enjalbegado de cal, con v igas azu l es en e l

techo y una alcoba en el fondo ocupada por unacama cubier ta por una col cha roja . Adosada áuna pared había una cómoda de caoba con unavirgen del Carmen dentro de un fanal , y enfren teun canap

'

é de paj a con la madera de caoba . Enmed io del cuarto había una mesa redonda , y sobre su mante l burdo “dos p latos

,un vaso y e l

vel ón . En l as paredes había grabados toscos desantos y una escopeta .

El mozo daba pruebas de impac ienc ia,escu

chando atentamente los menores ruidos l ej anos .Cansado de andar se sentó en e l canapé y quedópensati vo contemplando las v igas del te cho .

Había transcurrido una medi a hora de la sal ida del Mojoso, cuando se oyeron gol pes recatados en la puerta . En su ensim i smamiento no oyóel mozo hasta l a tercera ó cuarta vez que l lamaban y que una voz decía

¿Se puede?Adelan te .

Se abrió l a puerta y entró una muchacha, l a segunda h ij a del ventero , con una fuente en la manoy una j arra de Andújar en la otra .

Se maravi l l ó e l mozo al ver una don ce l l a tanl i nda , y se tu rbó por completo al verla .

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¿Qué hay? l e preguntó .

L a cena .

¡Ah ! ¿Usted es la h i ja del dueño de la casa?Si , señor respond ió el lasonriendo .

Colocó la muchacha la fuente sobre la mesay é l se sentó sin dejar de m irar la . Le había hechouna impres i ón tremenda . La ch i ca e ra verdaderamen te preciosa ; ten ía los oj os negros en formade almend ra ; la tez pál ida , y en el cabel l o

,reco

gido con gracia , negro y Iustroso como los élitrosde algunos insectos , una flor roja .

¿Y cómo se llama usted , si se puede saber ,prenda? d ij o é l .

Fuensanta con testó el la .

¡Ah ! ¡Se l lamaba Fuensanta ! exclamó involuntari amente Qu intín .

Si . Es un nombre aqu í muy común ; ¿por quél e choca á usted ?

Nada , nada ; s iga usted

Pues s igo . Su5piró el mozo , y como la adm irac ión sin duda no le había qu itado el apeti to ,p icó con el tenedor las tajadas aderezadas por laTemeraria

,y en tre sorbo y sorbo del j arro de

Andúj ar acabó de vaciarlo y de pespuntar á todapri sa los trozos del sabroso gu isote .

Volv i ó“

poco d espués la muchach i ta al cuartopara traer el pos tre al vi aj ero , y char l aron . El la

preguntó s i ten ia novio ; el la le contestó que no ; é l

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CAP ITUL O

Lucha en t mol ivar

NOS d ías después , al alborear la mañana ,tornaba el Mojoso desde Córdoba para su

ventorro , cuando en l a revuel ta de un camino seencontró con una pequeña tropa formada porsei s hombres de los cuales c inco eran m igueletesy el otro un j oven de ai re e l egante .

El Mojoso , á qu i en no le gustaban los malosencuentros , pi có su cabalgadura para adelantarcamino á

'

la tropa y meterse por las sendas ; peroel j efe , que ten ia ins ign ias de sargento , al notarla intenc i ón del ven tero

,l e l l amó gritando

Eh , buen hombre , espéres e un in stante .

El Mojoso detuvo su bur ro y preguntó malhumorado :

¿Qué hay?Hay que tenemos que decirl e á usted una

palabrita .

Pues con oírla nada se pierde .

Usted es el dueño de la Venta de la Encruc ijada, ¿verdad?

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Si, señor ; ¿qué más?Que no corra mucho el amigo , porque te

nemos gana de acompañarle .

¿Van u stedes á Pozo B lanco?No , señor .

¿A Obej o , qu izás?Tampoco . Vamos á l a Venta .

¡A la Venta ! exclamó el Mojoso sobresal tado ¿Y á qu ien buscan en mi casa?

Buscamos al Marquesito .

¿Al Marquesito ¿Qué Marquesito?

¿No le conoce usted?

¡ Palabra ! Que me muera si no d igo la

verdad .

Pues parece que la h i ja de usted le conocemuy bien con testó con sorna el migue lete .

Se obscu reció el rostro del Mojoso, que ya depor si no ten ía nada de c laro , y mirando al sargen to de través, murmuró con voz sorda :

0 ha d icho usted demasiado , 6 ha d i cho demas iado poco .

He d icho lo necesar io contestó el mi l i tarcon dureza .

Cal l ó e l Moj oso , arreó su borriquillo y siguieron al ventero los migueletes y el j oven cabal le rodesconoc ido .

Ya el sol se derramaba por l a s i erra; á lo l ej osse ve ía una seri e de col inas bajas y la Venta de

la Enc ruc ij ada, próxima al barranco , en med io desu rasi l l o verde .

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Ha mandado el sargen to que se saque fuera .

¿Para qué?Para que no se escape ese hombre que está

¿Pues qué ha hecho ese j oven? pregun tóla Temeraria mirando de3preciat ivamen te al so ldado .

Ese joven ha matado á un hombre en Córdoba hace un mes .

En esto el ventero , que se había internado enla casa , vol v i ó al zaguán dando gri tos

Y Fuensanta , ¿dónde está? preguntó ásu muj er .

Estará en su cuarto .

No está .

¿Que no está?No . Lo acabo de ver .

El Mojoso y la Temerari a se miraron d e un

modo furibundo y se entend i eron .

Entretanto,

'

el sargento,segu ido de uno de sus

soldados , tomó por la escal era arriba hasta l l egaral desván . Al ru ido que h i c i e ron con las botas ylas espuelas , el persegu ido debió comprender laasechanza; se oyó el golpe de un cuerpo que se

l anzó contra la puerta, l u ego el correr de un ce

rrojo y después un murmul lo de voces .

El sargento desenvainó el sabl e , se acercó ála pue rta tras de l a cual habían sonado las vocesy la golpeó con la empuñadu ra de su arma.

Abran á la j ustic i a— d ij o con voz de trueno .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 1 15

E5pere usted , que me estoy v i stiendocontestaron del inte rior .Pasó un m inuto

,y el sargen to , impaciente , ex

clamóBueno

,vamos . Abra u sted la puerta .

Espere usted un instante .

Nada,no e5pero más . Abra usted . L e pro

meto no hacerl e daño .

Las palabras son ai re y todas se las l l evael v i ento repl icó l a voz del persegu ido irón icamente .

¿Abre usted 6 no?No , y ti ene pena de la vida el que diga otra

cosa . Aqu í me han de matar .Echó á correr e l sargento , bajo las escal eras

de tres en tres , á riesgo de romperse la cabeza ,y dirigiéndose á sus soldados excl amó

¡Muchachos ! Ven id arriba con los fusi l es .

Hay que echar una puerta abaj o . Que quede aqu íuno de cent inela , y si algu ien trata de hu i r, fuegocon él.

Dos de los migueletes desmontaron con rapidez, atravesaron el zaguán y, preced idos del sargento , subieron precip i tadamente la escal e ra , llegaron al desván y comenzaron á golpear la puertacon las culatas de sus pesados fusi l es .

¡R índase usted ! gri tó vari as veces el sargento .

Nad ie contestaba .

¡Hala ! ¡Pronto ! Echad la puerta abajo .

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L a puerta era nueva y no ced ió á los primerosgolpes; poco á poco fueron ced iendo las tablas ,y al úl timo un cul atazo formidable h izo sal tar el

cerroj o .

En traron los soldados : tend ida en e l suel o ha

bía una muj er medio desnuda . L a ventana estabaabierta .

Se ha escapado por aquí e l bribón —d ijouno de los m igueletes .

¡C risto ! No hay que dejarle escapar gr itó

el sargento ; y asomando la cabeza por l a ventanavió á un hombre que corría á campo traviesa ,med io ocu lto entre l os ol i vos . Sin cerc iorarse des i era é l ó no e l que perseguía , sacó una pisto l adel ci nto y la d i5paró .

Nada, se va. Vamos á darle al cance .

Sal ieron todos de l cuarto ; se oyó en l as escale ras un estrép i to de m i ! d iablos de las botas yde l as espue las ; atravesaron el zaguán .

¡ Hala ! A montar á cabal l o — d ij o el sar

gento .

En un i n stante se efectuó la orden .

Tú , Aragonés , y tú _Segura os poné i s en

aquel almear— y el j efe ind icó un gran montón depaja negra Vosotros dos dais l a vue l ta hastael extremo de este campo , y este cabal lero y yoi remos á buscar al Marquesito cara á cara .

Se apostaron las dos parej as en los l ugares designados y avanzaron por en med i o del ol i var elj efe de los m igueletes y el i ncógnito cabal lero .

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Cara os va á costar mi muerte mu rmu rócon rabia el Marquesito .

R índete gritó el sargen to , y se acercó alfugi tivo al tro te de su cabal l o .

El Marques ito esperó , y cuando se hal laba ávein te pasos el sargen to , le d isparó la escopetay le atravesó de un t i ro .

¡ Eh , muchachos ! gr i tó el sargentoEstá ah í . ¡Matad le ! Luego se l l evó la mano alpecho , comenzó á echar sangre por l a boca y sedesplomó del cabal l o , murmurando : ¡Ay , Jesús !A m i ya me ha matado .

Un p i e del sargento quedó enredado en el es

tribo , y e l cabal lo , espantado , arrastró por el suel o

el cadáver del j inete durante algún tiempo .

Ahora ven tú , ¡cobarde ! gritó el Marques i to d i rigiéndose al cabal l ero .

Pero éste había vuel to grupas y no encontrabati e rra bastante para hui r .E l mozo comenzó á creerse en salvo : manaba

la sangre abundantemente por la herida; se sacóel pañuelo del cuel lo y con é l se ató fuertemen tela pierna . Luego vol v i ó á cargar su s armas, ycoj eando , con l entitud , guareciéndose entre l osol ivos , mirando á un lado y á otro, fué avanzando .

A ! aparecer en una plazoleta que formaba unespacio vacío de árboles, v i ó á uno de los m igueletes en acecho . Qu izás era el úl timo que seguíala part ida .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS *

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Persegu idor y persegu ido , al verse, se guare

cieron i nmed iatamente tras de los árbol es . El m i

guelete d i sparó ; una bala pasó silbando por enc ima de la cabeza del Marquesito; éste apoyó laescopeta en el tronco de un árbol

,d isparó tam

bién y e l morrion del soldado cayó á ti erra .

Uno y otro se escondier'

on para cargar sus ar

mas, y durante más de un cuarto de hora '

51guie

ron tiroteándose, sin decid irse n inguno á entraren el raso descubierto .

El Marquesito empezaba a desfal lec er por lapérd ida de sangre y se decid ió …á jugar el todopor el todo .

Vamos a ver s i esto se acaba murmuróentre d ientes , y coj eando avanzó resue l to y caraá cara hacia el soldado , y á pocos pasos le—d isparó su escope ta á quemarropa , y luego, inmed iatamen te

,la p istola .

Al ver que no había… caído, que el

—enemigo astaba de pie , i ntentó hu ir, pero le fal taron l as fuerzas. El m igue lete entonces apuntó . é h izo fuego .

El Marquesito cayó de bruces ; estaba …muerto . L a

bala l e hab ia entrado por la nuca y sal i do . por unojo , hac iéndole estal lar el cráneo .

Era un val iente murmuró »el soldado contemplando el cadáver; l u ego se arrod i l l ó junto áé l y registró sus ropas ; envolv ió el reloj, l a cade tna, los botones de la chorrera y el d inero en un

pañuelo , le h izo un y se d irigió …al'

ven =to rro .

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Al acercarse se o ía una voz que gri taba desesperadamente

¡Ay , madre ! ¡Ay, madre ! ¡Ay , madre de m ia lma !

En el raso de la venta estaba la Fuensantamed i o desnuda , l iv ida , con la cara amoratada porlos golpes que le había dado su padre . Gemía lamuchacha , en el suelo , l l ena de terror . L a Temeraria , con los brazos levantados trágicamente ,gri taba :

¡Nos ha deshonrado ! ¡Nos ha deshonrado !La otra h i j a del ventero m i raba desde la puer

ta á su hermana arrastrándose por el suel o, mol i da a golpes .

No pegue usted así á la muchacha d ijoel miguele te .

¡Que no la pegue ! voc i fe ró el MojosoNo , ya no le voy á volve r á pegar y agarrando del brazo á su h ij a y empujándola brutalmenteg r i tó :

Vete y no vue lvas .

L a muchacha, aturd ida, ocu l tó el rostro entre lasmanos , y echó á andar la pobrecilla, l l orando sindarse cuenta de lo que hac ía n i de adonde iba.

Meses después, una mujer de un—mol ino deObejo se presentó al Mojoso d i c iendo que laFuensan ta hab ía ten ido un h i j o , que deseaba serperdonada y volve r al hogar; pero el ventero d ij o

que la mataria si se presentaba por al l á

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de mochuelo empapados en sangre de saporepuso D . Gil .

l as yerbas venenosas de las que'

se críancon abundanc ia en Y olcos y en la l ejana Iberiasigu ió d ic i endo Qu in tín .

O l os huesos arrebatados de la boca de unaperra hambrien ta añad ió el arqueólogo

¡Señora Patrocin io ! ¡Señora Can id ia !—gritóQuin tín .

¡Señora Patroc in io ! ¡Señora Can id ia !c iferó el Sr . Sabad ía.

¿Pero qué qu ie ren ustedes? preguntó laviej a entrando de pronto en el cuarto .

¡Ah ! ¡Estaba aqu í ! excl amó Quin tín .

¡Estaba aqu í ! repi tió el Sr. Sabad íaQueremos unas bote l las más .

¿De qué qu ieren u stedes?Yo creo , venerable anc iana sal tó Qu in

tín que á m i amigo l o m ismo le da que sean delas v iñas de Falerno , que de las de Formio ó de l asde Cécubo , con tal que sea vino ; ¿verdad , don G il?

C i e rto . Veo que es us ted un j oven sagaz .

Saca , pues , venerable anc iana dij o el arqueólogo di rigiéndose á la señora Patrocin io sacasin miedo ese excel ente v i no de cuatro años queti enes tan guardado en cántaros sabinos .

La v i ej a trajo dos bote l l as ; Qu in tín l lenó el

vaso de D . Gi l “y luego el suyo ; l o vac iaron am

bos,y el señor de Sabad ía reanudó su re l ato en

estos términos

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CAPITULO IX

En donde el senor de Sabadía abasa de la

palabra y del vino

N la cal l e de L ibrer ías,ya cerca de la cues

ta de Luj án , en una ri nconada, había haceaños un tal l er de platero , con su t ienda establecida en el portal de l a casa un estrech ísimo escaparate, en el que se exh ib 1an unos cuantos rosar ios , an i l l os , medal las y cruces , una muestramezquina y med io borrada con este le trero : <<Tal ler de Sal vador» , y en el extremo de la muestra

,

á modo de enseña, una romana de cartón .

Sal vador, el dueño de este tal l e r de p lateria ,era un hombre rico , sol tero , que hab ía v ivido

durante muchos años con una hermana,hasta la

muerte de ésta .

En la época de m i re lato, don Andrés , as í se

l l amaba el platero , era un hombre de unos sesenta años , pequeño , afeitado , con el pel o blanco

,

l as mej i l l as sonrosadas, los ojos claros y la bocasonriente . Parec ía una medal la de plata.

Con su cara d ul ce , de beato , don Andrés era en

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el fondo un ego ísta; de poca inte l igencia y pococorazón , la vida le acobardaba ; se le figuraba

que las cosas marchaban demas iado deprisa , yera

, por tanto , enem igo de todo l o nuevo . Uncambio cualqu iera , aunque fuese benefi cioso , lemol estaba profundamente .

Hasta ahora hemos v ivido así sol ia dec ir y no veo la necesi dad de que se varíe .

En su ofi c i o , don Andrés Salvador era igualmente rutinari o ; no ten ía más que alguna habil idad para trabaj os de paci encia . De su casa sa

l ían por gruesas los rosarios, cruces , medal las ysortij as , pero todo lo e laborado en su tal l e r erasiempre igual , s in cambio n i mejora , del mismogusto barroco y decadente .

Además de rutinario , don Andrés era la desconfianza en persona ; no quería que nad ie le vi esetrabaj ar . Entonces todav ía el repuj ado era algomi sterioso

,que ten ía sus secretos , y el platero ,

para que nad i e sorprend i e ra los suyos, cuandoiba á labrar algo de importanc ia , se encer raba ensu cuarto , y al l i hac ía su obra sin que nadie lev iese .

Una mañana en que don Andrés estaba aso

mado á la puerta de su tienda , vió acercarse á éluna muchacha que ven ía corriendo por la cal l ede la Feri a

,persegu ida por una viej a .

Su instin to de hombre de orden h izo sal i r ádon Andrés y detener á la muchacha .

Déjeme usted,señor gri tó el la .

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La viej a , que sabía la i nfl uenc ia y el prestigio

que gozaba el platero en el barrio , volvió á lamentarse del perj u ic io grande que le ocasionaban

,pero don Andrés cortó l a cuestión , d ici endoO se va usted , ó llamo al alguaci l .

L a Ce l estina no d ij o una palabra más , se atóe l pañuelo de l a cabeza al cue l lo , como s i se qu is i e ra extrangular con é l , y se l argó l anzando mald iciones cal l e abajo .

Quedaron sol os en la t i enda la muchacha y elpl atero . Este sigu i ó con la v ista á l a v i ej a, quefué por la calle de l a Feria ch i l l ando entre lachacota de la gente que sal ía a l os portal es , ycuando la perd ió de vi sta , d ij o á la muchacha.

Ahora puedes marcharte. Se ha ido ya.

L a muchacha, al o i r esto , comenzó nuevamente á so l lozar.

¡Por D ios ! ¡No me despida usted , s eñor !

¡Por Dios !Y o no te despido . Puedes estar un rato

todavia s i'

quie res .

No , dejeme usted estar aqu í . Usted es bueno . Le serv i ré de criada , aunque no me dé ustednada.

No, no me convi ene repl icó el platero .

Entonces la muchacha se arrod i l l ó en el suelo ,y con l os brazos abiertos excl amó :

¡Señor ! ¡Señor ! , déj eme usted quedarme

No , no . ¡Levántate ! No hagas tonter ías .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 1 2 7

Pues s i me mato gri tó e l la irguiéndoseu sted tendrá la cu lpa .

Yo no .

Si, usted y la muchacha, cambiando detono

,añadió : Pero usted no qu iere que me

vaya . Usted no me echará , me dej ará v iv i r aqu í;yo le servi ré , l e cu idaré , se ré su criada y no medará usted nada, y le daré las gracias y rezarépor usted .

Pero, ¿qué va á dec i r la gente? murmuródon Andrés , que veía una compl i cac i ón en su vida .

Yo le j u ro á usted por la vi rgen del Carmen — exclamó el la— que no he de dar quehablar, que nad ie me verá . ¿Me deja usted viv i raqu í , verdad?

¡Qué remed io ! L e pones á uno el puñal enel pecho. Ensayaremos . Pero te advierto una

cosa , que á la menor fal ta que note , con que medigan nada más que un hombre ha rondado lacasa, te despacho inmed iatamente .

No la rondará nad ie .

Entonces ahora m ismo te daré yo unosvestidos viej os, y env ías esos á casa de la señoraConsolac i ón , é inmed iatamente á trabajar á lacocina .

Así se h izo, y la Fuensanta , porque aquel lamuchacha era la Fuensan ta

,la hij a del Mojoso,

entró á serv i r en casa del pl atero , y fué , comohabía prometido , formal , sumi sa, si l enc iosa y trabajadora.

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Poco á poco el platero se encariñó con e l la ; lahermana de don Andrés había s ido un basi l isco ,una sol terona de gen io malhumorado y violento ,y sus malos humores los pagaba s iempre él . L a

Fuensanta tuvo para el viej o atenciones y del i cadezas á las cual es no estaba acostumbrado ; el

hombre se ve ia á la vej ez en un ambiente decari ño y de respeto .

Mira le d ij o una vez don Andrés— tú estás mal separada de tu h ij o . T ráete el ch i co aqu i .Fuensanta marchó á Obej o , y al d ia sigu iente

estaba de vue l ta con el ch ico . Ten ía este tresaños , y era un salvaj e completo . La Fuensanta ,que comprend i ó que una criatura tan montarazno agradaria á un hombre tan ordenado y me

t iculoso como el pl atero , lo tuvo s iempre aparta

do , en la azotea, en donde el ch iqui l l o pasabalas horas muertas j ugando .

A los tres años de estanc ia en casa de donAnd rés Salvador la Fuensanta se casó .

Entre los comis ion istas y buhoneros que se

surtían en casa de don Andrés , hab ia un joven ,Rafael de nombre , a qu ien daban el apodo de elPende .

Este Rafael era entonces un muchacho esbel to ,grac ioso , de unos vein titantos años ; ten ía famade tumbón , primeramen te por ser del barrio de

Santa Marina,y,además

, por ser h ij o de Matapalos

, uno de l os hombres más gandu l es de

Córdoba .

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tero,hasta que elmismo don Andrés l l egó á acon

sejar á su criada que se casara y l e ind i có lasventajas que tendría un iéndose con Rafae l .Se casaron , y fueron á viv i r á una guard i l la

próxima á la azotea . El plate ro les ced ía la guard i l l a á gusto , pues l e asustaban los l adrones y leconvenía tener un hombre joven en la casa, quepud iese cu idarla .

Sigu ió la Fuensanta si rv iendo como antes . E lPende sal ía á v iaj ar, había conseguido d el platero ventajas eh las comis iones , y el v i ej o y é l seentendían admi rabl emente .

La Fuensanta comenzó á ver en su marido uncolaborador úti l . Era el hombre intel igente ysagaz ; ten ía una ambic ión dorm ida, que se des

pertó en é l al casarse , con verdadera v iol encia .

El ch ico fué un obstácu l o para la tranqu il idadde todos . Era Quintín torpe , bruto , orgu l loso yenredador .

A los dos años de matrimon io la Fuensantatuvo un hij o , á qu i en l lamaron Rafae l como á supadre . Quin t ín no l e pod ía ver al ch ico

,y esto

provocó el od io de l Pende por su h ij astro .

Quintín no iba á l a escuela,n i sab ía nada .

Sal ía andraj oso a j ugar en la cal l e con granuj asy man teses . Un día el Pende , al ver á Quin t ínentre gi tanos , lo cogió, l o l l evó á casa, y d ij o á sumuj er

Con este ch ico hay que tomar una determinación .

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L A FER IA DE LOS D ISCRETOS

Si, hay que hacer algo —r epuso el la .

¿Por qué no preguntas al señor por si élsabe de una escuela que no cueste?La F uensanta habló al platero , qu ien la escu

chó atentamente .

¿Sabes lo que vamos á hacer? d ijo don

Andrés .

¿Qué?Enterarnos de la fami l ia de su padre .

¿Cuánto ti empo hará que lo mataron?Siete años .

Bueno , pues yo me enteraré .

En l a m isma cal le,esqu ina á la Espartería, en

una casa en cuyo chaflán hay una cruz de h ie rro ,habitaba un cap itán de m igueletes reti rado , donMatías Echava

'

rria . El platero fué á visitarle,

contó lo suced ido en la Venta de la Encrucijada ,y preguntó al capi tán si recordaba el suceso y sisab ía e l nombre del protagonista .

Si d ij o don Matias El muchacho eseque se echó al campo y que mataron camino

de

Pozo B l anco , era h ij o d el marqué s de Tavera .

Cuando ocurrió la cosa , se echó tierra al asun to,y se d ij o que

'

había muerto á consecuenc ia de lacaída de un cabal l o , y nad ie l l egó á en terarse .

El p late ro , al volver á su casa , no d ij o nada áFuensanta , y, encerrado en su de5pacho , escr ib i óuna carta al viejo marqués

,dándole cuenta deta

llada de los hechos,y d ic i éndol e cómo un n ie to

suyo v i vía en sumodesta casa .

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La contestac ión se h izo esperar . Al cabo dedos semanas , don Andrés rec ibió un recado del

marqués d ic i éndole que fuera Fuensanta á sucasa para hablar con é l , y que l l evara al n i ño .

Fuensanta arregl ó lo mejor que pudo á Quinfin , y fué con é l al palac io del marqués . El v iej orec i b i ó muy amabl emente á Fuensanta , l e h i zocontar su h i storia , acaric ió al n iño , y murmuróvarias veces

Es igual , igual que é l Después añad i o ,

d i r igiéndose á la madre ¿Usted estará en situac i ón apu rada?

Si, señor marques .

Bueno . Tomé usted ahora c ien duros . Ya

veremos l o que hacemos con el ch ico .

Contó la Fuensanta á su marido lo que habiapasado en casa del marqués , y el Pende se apoderó inmed iatamente de l os cien duros .

Ten ía é l ahorrado otro tanto,y creyó que había

l l egado el momento de real i zar sus planes de

establ ecerse . Efec t i vamen te , poco después alqu il aba una tienda de la cal l e de la Zapateria

¿Qué le pasa á usted , don Gi l? pregun tóQuintín v iendo al narrador que buscaba al go conla vi sta .

Que nome echa usted v i no .

Si no queda nada .

Pues l l ame usted á sor Patroc i n io .

¿Qué quie re usted , don Gil? ¿ El Fale r

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CAPÍTULO x

tiraba don Gil su relato

E sentó la señora Patroc i n io a la mesa . Era

una vi ej a magra y esm irriada, de col or deorejón

,l a nariz ganchuda en amistad con la bar

ba; el pelo gri s y la p i e l arrugada .

Don Gi l bebió , y continuó asíEstaba la t ienda en una casa grande , an ti

gua, pintada de azu l . Ten ía esta casa en el pisobaj o

,además de l portal

,cuatro rejas y dos ti en

dec illas , una que era una espartería, y la otra la

que alqu i l ó el Pende .

Esta última era un ch iscón que apenas tendríatres metros en cuadro , con una trasti enda obscura y unas habi taciones en el in terior .No l e puso e l Pende muestra n i portada a su

ti enda; plan tó en medio un mostrador p intadocon almazarrón h izo colocar unos estan tes depino , y comenzo á despachar .Se vendían en l a t ienda toda clase de géneros

de comer , beber y arder; en los estantes se amontonaba un surtido heterogéneo : había jabón , se

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das,arropías de todas clases , y colores de la fá

br ica más acred i tada del mundo entero , que esla de la cal l e de Mucho Tr igo ; había cañamonestostados con m iel , piñonates , alfaj ores y esosbarqu i l los que habrán ustedes v i sto

, que parecen un sombrero de cura

B ueno , no sea u sted pesado—duo l a señora Patroc in io .

Si me i nterrumpe usted , sor Patroc in io , nocontestó el narrado r .

Es que p i erde usted el h i l o . Al grano , donGil , al grano rep l i có l a v iej a .

Es verdad añadi ó Qu intín riendo á car

cajadas Al grano , Don Gi l , al grano .

Nada, no s igo .

Aude usted,hombre

,ande usted

, que ti eneu sted más mala sombra que un zarandero

d ij o la vi eja .

¿En dónde iba? murmu ró D . G i l C reo

que se me ha olvidado la especie .

Iba usted en lo que ten ían en la t iendad ijo Qu intín .

De beber— sigu ió d i c iendo el arqueólogohabía toda c l ase de aguard ientes y miste las ; ro

sol í, que aqu í l l aman resóli; Cazal l a , y el aguar

d i ente de gu indas en su bot i jo verde , al cual unoslo conocen por el loro y otros por el verderón .

Esta t iendecilla de la cal le de la Zapateria

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viej o marqués l lamó á la Fuensanta y le d ió otroscien du ros .

De las manos de la muj er pasaron á las delmarido , y se emplearon ín tegros en la casa .

El Pende pid ió al propietario que le cedie ra uncuarto y arrancara una de l as rej as para poderextender l a tienda . Se h izo lo que deseaba , y enel lugar de la rej a se abri ó el escaparate .

Luego el Pende mandó pintar un l e tre ro,y co l

gando de l a mues tra puso una estrel la doradacon muchas puntas .

¡Qué d i scusiones tuv i e ron Palomares y el Pende por si la estre l l a estaba bien 6 mal !Recu erdo que un d ía que iba al Casino me

l l amaron á m i para d i luc idar la cuestión,y les d i

una conferenc ia sobre las enseñas de cada ofi cio ,que había que oírme . Es una cosa en que nad i ese fi j a .

Vaya , ya está usted otra vez marchándose

por los cerros de ! beda d ij o la v i ej a .

Usted cál l ese — balbuceó D . Gi l Estode l as enseñas es muy interesante , ¿no es ver

dad? preguntó á Qu i n tín .

No sé qué es eso .

¿Ah , no? Usted ve,por ej emplo , dernoclie

una ti enda cerrada , con un l e trero que pone :“ Pé rez »

,y colgando de la muestra dos manos ro

jas, ¿qué c l ase de comerc io ind ican esas dos manos roj as?

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 139

¿Una guanteria qu izás? preguntó Quin t ín .

Eso es . ¡ Qué talento tiene este muchacho !Y una bacía, ¿qué indica?

Eso es sabido , una barber ia .

¿Y un gal lo sobre una bola?Eso no lo sé .

Pues una pol l er ia . ¿Y una bola azu l ó rojaen un escaparate?

Una boti ca .

Muy bien . ¿Y un colchoncito muy ch iqu irritillo colgado?

Una colchonería.

¿Y una ó dos manos negras que suj etanunas l laves?

Eso me parece que lo he v i sto en las cerra

Eso es . ¿Y un l ibro mayor?En las encuadernac iones .

¡Pero qué tal ento ti ene este muchacho ! ¿Yunos quevedos grandes

,muy grandes?

L as ti endas de l os ópticos .

¿Y un busto de muj er que se asoma á unhal cón como á tomar el fresco?

No sé .

Los salones de pe inar señoras ; pero aqu íno hay eso tanto como en Madrid . ¿Y una he

rradura?

A usted si que le debían de herrar saltóla señora Patroc in io por machaca y por asaúra . ¿Sigue usted la h istoria

f

ó no , don Gil?

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¡Si me confunden ustedes ! Me hacen perde rel h ilo . ¿En dónde iba?

Iba usted d ij o la señora Patrocin io en

que arreglaron l a ti enda con el d inero del marqués .

¡Ah ! Es verdad

Ensancharon la ti enda; dejaron algunos géneros que no produc ían gran cosa, y se ded icaron exclusi vamente a la ven ta de comestib l es .

Compraron barri cas de v ino de Monti l la , ace itede Montoro , azúcar, café , y l lamaron molenderospara hacer chocolate .

Palomares , á qu ien , en vista de la prosperidaddel establec im iento

,había tomado e l Pende como

depend iente , se pasaba el d ia envol v iendo past il las d e chocolate

,tostando café y mezclándo lo

con cacahuets y ach i coria .

Palomares ten ía un gran tal ento para c las ifi ca restas mezclas . ¿Se trataba de una cosa falsifi cada? : la l lamaba <<Extra—super ior » ; que la falsificación era tan compl eta que no se conoc ía quéclase de producto era: en tonces la denominabaSuperior » óDespués de estas c l ases de nombres tan pon

derativos ven ían otras más modestas , que se

clas ifi caban l lamándolas de <<Segunda » y Estas d iv i s iones e ran d ifíc i l esde defin i r; si n embargo , Palomares afi rmaba, no

que fuesen buenas , s ino que entre e l las se notaba claramente la d ife renc i a .

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vida'

se su apodo de fami l i a , y todo el mundo lel l amaba Rafae l , 6 el señor Rafael , y algunos l edec ían don Rafae l .La famil ia iba progresando económicamente

,

adqu iri endo más respetabi l idad , cuando el ch i co ,Quintín , comenzó á hacer de las suyas . Se escapó de casa , robó; una vez estuvo á punto de en

venenar á toda la fam i l i a ; h izo enormidades .

Entonces el v iej o marqués,á cuyo conocí

miento habían l l egado las calaveradas de sun leto, l o mandó l l amar y l o envi ó á un col egio deInglaterra .

Partió Quintín , y la casa sigu io su marcha ascenden te; Fuensanta tuvo el cuarto h ij o , una n iña,y durante el sobreparto , el platero , don AndrésSalvador , murió de un ataque al corazón .

Al abrirse el testamento del platero , se encontraron con que su fortuna , cas i integra , exceptounas mandas para dos parien tes lej anos , la l egaba á la Fuensanta . Era entre el d inero y la casa ,una fortuna que ascend 1a á unos du ros .

Ent onces la Fuensanta y el Pende trataron dealq u i lar toda la planta baj a de la casa de la Zapateria para converti rl a en un gran almacén ; el dueño acced ió , pero el que ten ía alqu i l ada la ti endapara espartería d ij o que é l no se marchaba, queten ía un con trato para d iez años con e l dueño de

la casa , y que no se iba. L e ofrec ieron una indemn izac ión , pero el hombre sigu ió en sus trece .

¡Y que no era te rco el gachó ! ¡E l Capi ta ! Era

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L A FER IA DE LOS D ISCRETOS

un hombre que se l as traía , con una h i storia pistonuda. V iv ía hacia algún ti empo amontonadocon una viuda que ten ía dos h ij as educándose en

un colegio . Al sal i r la mayor de las h ij as de supensión , el hombre se enamoró de e l l a , y se casó,pero s igu ió enredado con la madre . El Cap ita eraun punto . Se enteró su muj er del contubernio , éind ignada, y para vengarse , se escapó con el depend iente de su mar ido ; pero el Capita no se

apu ró por el caso . V i no la segunda h ija , y el

Capita, que ten ía mucha mano , comenzó á came

larla, y ésta, más transigente que su hermanamayor, aceptó los hechos consumados .

El Capi ta se encon traba bien en su tienda,ten ía

, sin duda , caríño'

á todos aquel los se rones yjaquimas

,testigos mudos de sus borracheras y

de sus amores tempestuosos , y se le metió en lacabeza que no se había de marchar , pero el hombreno contaba con la huéSpeda, y la huéspedaaqu i fué la Fuensanta

, que cuando dec ía queten ía que hacer una cosa , la hacía por encima de

la cabeza de D ios .

L a Fuensanta , á la ch i ta cal lando , traspasó la

pl ateria heredada , l uego vend ió la casa de l acal le de Librerías, y con el d i ne ro del traspaso yel de la venta, compró la casa de la cal l e de laZapateria , y el Cap i ta tuvo que sal i r pitando ,

hala que hala, con su s albardas y sus serones .

La Fuensanta y el Pende convh t ieron toda laplanta baj a en almacén . Sumin istraban género al

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por mayor á los cuartel es y á la cárcel , pero no

les conven ía matar el negocio al menudeo yalqu i laron en la Esparteria l a tienda que ti enenj un to al Arco Alto , cerca del cal l ej ón de Gi tanos .

Este s i tio , conoc ido antiguamente -con el nombredel Gollizno,por su mucha estrechez , es uno de

los s i tios más an imados de Córdoba . Por c ierto

que ah i.

¡Por D i os ! ¿O tra h i stori a? exclamó Quin

¿No ha acabado usted ya?

Si .

Cuéntenos usted el fi nal d i jo la vieja

¿qué le pas ó á ese Pende?—' Nada, que le nombraron concejal y luego

ten iente alcalde , y hoy es un comerc ian te rico ,un banquero , y los que é ramos ri cos antes notenemos una perra . ¿Eh? Pues esa es la h i storia . Bueno . Venga más v ino .

Don Gi l cogió con una mano la botel la, se laacercó ala boca , y comenzó á beber .

Basta , hombre , basta d i j o la señora Patroc in io .

El arqueó logo no h i zo caso , y no term inó hastavaciar la botel la . Entonces paseó la mi rada pore l cuarto , cerró l os oj os , apoyó la cabeza en la

mesa, y un i nstante después comenzó á roncares trep i tosamente .

Vaya una in toxicación que t iene e l compad re d ij o Qu intín con templando á don Gi l .

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Anda,vete á casa l e d ijo O tro d ía te

contaré algo que te pueda interesar . S i necesitas

d i nero , ven aquí antes de i r á n inguna otraparte .

D i cho esto empujo á Quin tín al med io de lacal le . El frío de la noche l e despej ó la cabeza .

Aún no habia amanecido, el c ie l o estaba l impio

y puro ; l a l una , ya baj a , tocaba en el horizonte .

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CAP ITULO XI

Más impenetrab le que el corazón de las

mujeres , el de las n iñas

o le abandonaba á Quintín la idea de in t imar con Rafae la .

Sabía ya el parentesco cercano que le unía áel la . Eran de la misma fami l ia . Mal se habían dedar las cosas , para que Quintín no obtuviera alguna ventaja .

Una mañana , Quin tín fué de nuevo á casa d esu prima . Vió la cance la abierta

,y pasó sin l l a

mar hasta el i n terior del huerto . Hallábase el se

ñor Juan , el j ard inero , muy ocupado , tratando deabri r la l l ave de desaguar e l estanque

, sin póderl o consegu i r.

¿Qué qu iere usted hacer?— le pregun tóQu in tín .

Abri r esta l l ave ; pero como está tan ró

Déme usted — d ijo Quintín ; y cogi ó una

gruesa pal anca, y sin esfuerzo apenas,abrió la

l l ave . Sal ió un chorro de agua á un pequeño pi

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lón , y de aqu i cor rió por l os canales a regar lasparcelas del huerto .

¿Y las señoritas? preguntó Qu intín .

Están en misa ; dentro de poco vendrán .

¿Y qué tal por aqu i? ¿Cómo va esto?Mal . Cada d ía peor con testó el j ard i

nero . ¡Como yo he v isto esta casa ! ¡Qué d iferencia ! Aquí se apal eaba el dinero . Se dec ía que

por cada hora que daba el re loj , el señor mar

qués cobraba una onza de oro . ¡Y qué luj o ! Hacetrein ta años entraba usted por estos patios , ydaba

gloria .

¿Pues qué había?

Se encontraba usted en el portal con los éscopeteros de l a casa , todos tan maj os , vestidosde corto

,con su calañés y su escopeta .

¿Y para qué serv ia esa gen te?

Para acompañar al señor marqués en susViaj es . ¿Ha visto usted el coche? ¡Qué hermosoes ! Cabían dentro ve inticuatro personas . Ahoraestá sucio y roto , y no t iene vi sta ; pero entonceshabía que verl o . Sol ía l l evar ocho cabal lo s y post illon es á la Federica . Cuando se daba la ordende sal ida, ¡qué lío ! L os escopeteros , montados ácabal lo , esperaban en esa plazoleta de enfrente a

que sal i era el coche . Luego , l a com itiva se poníaen marcha . ¡Y qué cabal l os ! Siempre había dos 6

tres de esos tigres que costaban mi les de duros .

Pues l e costaría un p ico el sostener una

cuadra así .

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manos y pr imos de la gitana le han dado encerronas en las tabernas , hac iéndol e fi rmar papeles , amenazándo le con pegarle ; nada , que le handejado s in un maraved i . Y ahora

,como no tiene

d i nero , no l e qu ie ren , y la Mora le despacha decasa á puntapiés , y él c reo que suel e volver derod i l las .

¿Y su muj er, mientras tanto?Hecha un pendón . Ha andado por ah í con

un ten ien te . Es una tiaca.

El hortel ano cogi ó la azada é h i zo un montónde t ie rra en una canal para impedi r que e l aguapenetrase en una parce la . Mientras el señor j uan

trabajaba , Quin tín revolvía en su mente sus proyectos amb ic iosos .

¡ Qué gol pe más soberbio l— pensaba .

¡Casarse con la muchacha y sanear la hac i enda !Esto si que sería matar dos pájaros de un ti ro .

¡Quedarse con los cuartos y pasar, además , comoun hombre románti co ! Sería adm irab le .

Ya v i enen las señori tas d i jo de pronto el

señor Juan,mirando por el l argo pas i l lo .

Efec tivamente ; Rafae la y Remedios, acompañadas de la c r iada al ta y seca , se presentaron enel j ardín . Estaban las dos á cual más boni tas , consu manti l l a y su traj e negro .

Mire usted qué prec iosas exclamó el señor]uan , d irigiéndose á Qu int ín y pon iéndose en

j arras . Son dos cach itos de ci e l o estas n iñas .

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L A FERIA DE L os D ISCRETOS 15 1

Rafae la se echó á re i r con su ri sa de mujer queno tiene coquetería; Remed ios miró á Qu i ntín consus grandes ojos negros , esperando qu izás una

ratificac ión de los p i ropos del j ard inero.

Rafaela se quitó la manti l la , l a dobló, c l avó en

el la dos alfi le res grandes y se l a d ió á la muchacha; l uego se al iso el pelo con su mano bl anca dededos largos y finos .

Tengo que ped i rl e á usted un favor le

d i j o a Quintín .

¿A mi?Si, señor .

Pues ya me está usted mandando, porqué

me consideraré muy dichoso en ser su esclavo .

R ió sonoramente Rafaela , y d ijo

¡Ay, j esús ! ¡Qué pronto que ha tomado us

ted la ti erra !No exagero nada ; d igo lo que si en to .

Pues tenga cu idado,porque para esclavo

me parece usted muy moved i zo , y le voy á tener

que poner gri l los .

No neces i ta usted ponérmelos . D ígame lo

que quiere usted que haga .

Pues una cosa muy senci l la. Mi padre, que

es un hombre como no debía ser , se l l evó el otrod ía de mi cuarto un j oyero de p lata

, que era unrecuerdo de mamá . Yo creo que l o habrá vend i =

do , y quis iera que usted se tomara el trabaj o d ebuscarlo . En algún barati l lo de l a p laza lo encontrará El joyero tiene en la tapa una corona, y en

1 1

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la seda con que está forrado , las in i c ia les R. 8 .

S i encuentra usted el cofrecillo , haga e l favor decomprarlo y yo le abonaré lo que sea.

No ; eso no .

Ah ; sin esa cond ic 10 n no lo quiero.

Con motivo del cofrecillo,Rafael a habló d e su

m adre con gran melancol ia .

Remed i os , que se había qui tado la mantilla

, sacó un aro de un ri ncón y se puso á j ugarcon é l .

¡Remed ios ! d ijo Rafae la Estás con el

traj e nuevo . Mudate , y en segu ida á estud iar latecc ión .

No ; hoy no repuso la ch iqu i l l a .

¿Cómo que no? ¡Y lo d ice con esa calma !

Las niñas mayores no j uegan al aro . Esta mu

chacha, cuando no la veo , j uega al trabuco , - á la

bilarda, á la re ina mora , como los ch i cos de lacal l e . ¿L e parece á usted j us to eso, n iña?Remed ios , por toda contestación se puso á si l

bar tranqui lamen te,mirando con descaro á su

hermana .

A ver s i no s i lba usted .

Pues silbaré contes tó Remed i o s .

La voy á encer rar á usted en el cuartoobscu ro . En esta semana l l evamos dos d ías sinlecc i ón . Si no aprende más , va us ted á ser una

borriquilla. Tan l is ta como Paj ari to .

No exc l amó la n iña dando una patada e nel su elo .

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¿De qué te r íes? la preguntó Remedios .

No me rio , h ija .

Si te ries . Vámonos de aqu í .

¿Pero , por qué?Si; vámonos .

Vaya un capri cho que t i ene la n iña murmuró Quin tín .

¿Y á usted qué le importa?Muchacha

,s i de mayor eres asi , no va á

haber quién te res ista.

Remed ios quedó en furruñada,s in apartarse de

Rafae la ; l uego v ió al perrillo del señor Juan , locogió en brazos , y acercándose al estanqu e lot i ró al agua .

¡Qué cr iatura ! d ij o incomodada Rafae la .

Se acercaron al estanque ; e l perro, nadando ,l ogró l legar al borde , comenzando á manotear s inpoder sal i r. Quintín s e arrod i l ló en el suelo , y extend iendo é l brazo sacó al an imal i to del agua .

Está ti ri tando d ij o Rafae l a ¿Ves lo

que has hecho? añad ió d i r igi éndose á su her

mana A ver s i ahora se muere .

Remedios, que había presenc iado impasible e l

salvamento, se fué á un rincón y se sentó en la

ti erra de cara á la pared .

¡Remed ios ! l l amó Rafaela.

La n iña no contestó .

Vamos , Remed ios d ijo Quint ín acercan

Quite u sted .

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L A FER IA DE L o s D ISCRETOS 155

Anda , vamos , porque me estás hac iendoperder la paciencia .

No quiero .

T rató Rafaela de coger a la ch i ca , pero éstaechó á correr, gritando

Si me s igues , me ti ro al estanque .

E iba camino de é l , cuando Qu intín la agar rófuertemente por la cintura , y sin hacer caso desus gri tos y de sus patadas , l a entregó á Rafae la .

Nada,nada ; al cuarto obscuro . ¡Habráse

v i sto la n iña !No ; no haré más , no haré más sol lozó

Remed ios,y ocu l tó la cara , l l ena de vergiienza,

en el cuel l o de su hermana , y comenzó á l lorarcomo una Magdalena

Cuando se le pase el berr inche , se pondrácomo un cordero . ¿De modo que hará usted m iencargo? preguntó Rafaela á Qu intín .

Si la caj i ta está en Córdoba , cuente ustedcon el la .

Bueno . ¡Ad ios ! Nos vamos hasta que se nospase esto — d i j o Rafaela sonri endo con iron ía .

Y Rafae la y Remedios subieron á su casa,y

Quintín sal ió á la cal le .

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s ierra con el trabuco en l a mano ; allí tamb ién losúltimos verdugos de Córdoba , los dos j uanes ,

j uan Garc ía y j uan Montano , ambos maestros ene l arte de gu indar á sus semejantes , tuv i eron bel l as ocas i on es de ej e rc i tar la importan t ís ima misión que se les había conferido . Por ú l timo

, de

ahí , de la Corredera , sal i eron los man teses deCórdoba , pari en tes de los pícaros del Zocodovery del Azoguejo , padres de l os charranes de l Perchel y d e los l an ceros de Murc ia y ascend ientesl ejanos de los gol fos madr i l eños .

_Y D . Gil Sabad ía, después de enumerar las

bel l ezas de la Corredera , term inaba su artícu locon esta lamentac ión : ¡ O tra cosa más que tenemos que _

agradeeer al tan decantado progreso !A Quintín le habían di cho que en la Corredera

es taban cas i todos los barati l l os de Córdoba , y ála mañana s igu i ente d e su conversación con Ra

fael a se p resentó al l í, dispuesto á no dejar r i ncóns in revolver hasta encon trar e l cofrecillo que lehab ían encargado que buscase .

Entró en !a Corredera por el Arco A l to . Presentaba desd e allá l a p l aza un aspecto graciosoy p intoresco . Era como un puerto l l eno de velas

amari l l as y blancas , agitadas por e l a i re , re5plan

decien tes de luz, que l l enaban toda la extens iónd e la plaza . En los soportales , obscuros y som

bríos , en tenderetes y puestos , se amontonaban

una porc ión de cosas negrasQu intín echó á andar por el centro de la plaza .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 159

Había puestos fi j os , como barracas grandes , donde se vend ían granos y legumbres; había otrosmovibl es

,como grandes paraguas , con un l argo

mást i l,de las verdu leras y los vendedores de

fruta. O tros puestos , más senci l l os , eran anchasmesas sin toldo , sobre l as cuales se amontona

ban las nueces y las ave l lanas ; otros , más senc il los aún

,estaban en e l sue lo , sobre e l mostrador

de piedra,según una frase de l os vendedores

ambu lantes .

Abandonó Qui ntín e l centro d e la plaza y entróen l os soportales , decid ido á no dej ar prenderían i barat i l lo sin revo lve r . No había debajo de losarcos rinconada sin puesto n i col umna s in tendere te al pie . En el fondo de los porches aparecíanlos portalones de las posadas , con sus patios clásicos y sus nombres cas tizos , como la posada dela Puya, la del Toro . L as alpargaterías ostentaban como enseña sus ruedos de pleita; los éstablec imien tos d e bebidas , sus anaqueles l l enosde botel l as de colores ; las ti endas d e los talabarteros, sus jaqu imas , c in chas y ataharres; las triperias

,las vej igas y cedazos hechos de p iel de

burro de Lucena . Aquí,un tej edor de caña iba

construyendo cestas ; al l á , un barat illero ponía enmontón unos cuantos l i bros gras ientos

,y cerca ,

una v i ej a estan t igua sacaba del fondo de u na

sartén una rodaja de merluza y la ponía sobreuna lámina de hoj a de lata .

L as aceras estaban ocupadas ; un vendedor de

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Andujar se paseaba delante de sus fuentes y platos

,t i najones y bot ijos verdes , puestos en cuadro

en e l sue lo ; una viej a campes ina vend ía mantasde yesca para los fumadores ; u n hombre de gorraexh ibía petacas y pe inetas en una mesa de tij e ra .

En cada columna había un amolador con sumáqu ina , un bonetero con sus gorros en una grancesta , un churrero con su caldera

,un zapate ro

con su banco y sus p ie les cortadas y su jofainapara humedecerl as . Hab ia las notas alegres

, que

l as daban las medias y l os pañuelos de coloresch i l lones, y las notas sin iestras : unas cuantas fi lasd e navaj as de d i stintos tamaños suj etas á una

pared , en cuyas hoj as se l eían l etreros tan suges

tivos como aquel que dice :

Si esta v íbora te pica ,

no hay remedio en la bot ica.

0 esa otra leyenda, lacón ica de fi d e l idad , escri tadebaj o de un corazón grabado en el acero

Soy de mi dueño y señor.

Quintín , después de mirar y revo lver en todoslos bara ti l los y prenderías de la plaza , no d ió conla caj i ta . Algo mareado por el sol y los gritos , sedetuvo un momento y se apoyó en una columna .

Era una algarabía de pregones , de voces , de cán

t i cos , de mil ru idos . Los beloneros de Lucenapasaban repiqueteando un belón contra otro; los

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lo s ojos . La mayoría se hal laban tan abstra ídosen su nobl e ocupaci ón d e no hacer nada , que

Quintín no se atrevió á mo lestarles con preguntas, y se d ir igió á un vendedor de altramuces queestaba sentado debaj o de un to ld illo que l e guarec ia del so l.Este hombre ten ía suj eto á l a pared , con unas

cuerdas , un basti dor que le servía de toldo . A med ida que e l rub io baj aba en el cie l o , el hombreiba incl i nando el bastidor

,y s i empre se encon

traba á la sombra .

Este hombre sabio, que con los anteoj os pues

tos l e ía en aquel momento un peri ód i co,l l evaba

un sombrero de catite al to de copa; ten ía l os oj osdulces y pequeños , d e borracho ; l a nariz larga,roj a y torcida; la barba bl anca en punta . Al o ír

que Qu intín l e d irigía la palabra , l evantó la v istacon i nd iferencia

,miró por enc ima d e sus crista

l es y d ij o :

¿Chochos? ¿Altramuces?No ; qu i s ie ra qu e me dij ese usted s i hay por

aqu í algún barati l lo más que los de la Corre

dera .

Si, señor; hay uno en la plaza de la Al

magra .

¿Y en dónde está?Ah í cerca . ¿Quiere usted que l e acompañe?

No , muchas gracias . Le pueden l l evar lamercancia

¡ Ps ! ¿P_

ara qué la qu ieren ? Y el hombre…

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 163

ingen ioso del cati te sa l i ó de debajo de su toldo ,in cl inó su sombrero hac ia una oreja, se acari c ióla peri l la , y esgrim iendo una blanca garrota ,abandonó al desti no su ces to de altramuces yfué acompañando á Quintín hasta dejarle fren tepor frente de una prendería .

Muchísimas gracias,cabal le ro le d i jo

Qu intín .

El hombre sab io sonr ió ; l l evó su alto som

brero puntiagudo de la orej a izqu i e rda á la derecha , h izo un mol inete con su bastón y se re

ti ró , después de inc l inarse de un modo ceremo

n ioso .

Quintín entró en el barat i l l o y expl i có a l a lmonedero lo que buscaba . El hombre, despuésde escucharl e , le d ijo :

Ese cofrecito lo tengo yo .

¿Quiere usted enseñármelo?No hay i n conven iente .

El hombre abrió una pape lera , y del fondo d euno d e los caj ones sacó una caj i ta ennegrecida .

Tenía una corona en la tapa , pero el forro se lo

habian arrancado y no podían verse las in ic iales

que Rafael a l e ind icara á Quin tín . Sin embargo ,debía ser aquel el cofrec ito . Quin t ín qui so ce rc iorarse .

¿Se puede saber preguntó de dóndeha ven ido esta caj a?

¿T i ene usted i nterés en e l lo? rep l icó elbaratillero con cierto retintín .

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Si pero es porque qu i ero cerciorarme de

que es la que busco.

Pues no me importa dec i r de dónde v i ene ,porque ya sé que el que me l a ha vendido era sudueño .

¿Es de casa de un marqués?

Si, señor .

¿De uno que v ive en l a cal le del Sol?Si, señor .

¿Cuánto qu iere usted por el cofrecito?Sesenta du ros .

¡Demonio ! Es mucho .

Los val e . Un i nte l igente me daría por é lc ien du ros ; qui zás más .

B ueno . Si no puedo ven ir hoy á l l evarme

el cofrec illo , vendré mañana .

Está bi en .

Qu intín se encaminó á su casa preocupado .

¿De dónde sacar aquel l os sesen ta duros? Entróen el almacén y fué á ver á Palomares .

¿Me podrias proporci onar tú sesen ta duroshoy mismo? l e d ij o .

¡Sesenta du ros ! ¿De dónde los voy á sacar?

¿No conoces á nad i e que pre ste?Para que te presten d inero necesi tas garan

t ia, ¿y tú qué garanti a vas á presentar?El caso es que necesi taba el d inero hoy

m ismo .

Mira,vete á la t ienda de la Espartería a

anochecer , y ya veremos si se puede hacer algo .

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s i l la ; era hombre sesen tón , de perfi l romano ; lacara con arrugas carnosas , la nariz corva , aqu iIina , que caía sobre el labio superior

,como un

bu i tre sobre su presa ; los oj os fi j os , profundos ;la boca desdeñosa y amarga

,y el color cetrino .

Llevaba este hombre un pañuelo negro atado al a cabeza ; enc ima un sombrero de ala ancha , también negro

,y sobre los hombros una ampl ia capa

parda , de grandes pl iegues .

Este señor , dueño de una porc ión de cort ijosde l os al rededores de Córdoba , se l l amaba d on

Matías Armen ta .

Los cuatro señores hablaban l entamente y a

med ias palabras .

Yo creo que hay garantías mu rmurabaalguno de el los de cuando en cuando .

Eso me parece también á m i .

El estado de la casa .

No es satisfac torio , es i ndudabl e ; pero pararesponder .

Eso creo yo .

O tro d ía hablaremos de eso .

Aqu i estoy estorbando p ensó Qu intín , ysal ió á l a tienda, se sen tó en un banco y esperóá que vin i era Palomares .

Este entró en la trastienda , y al cabo de pocorato sal i ó y d i j o á Quin tín :

Pues , ch ico , no puede ser.

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L A FER I A DE L os DISCRE£'

I“

US t 67

Sal i ó Quintín á la cal l e echando pos tes d e su

padrastro y de los compadres que le acompañaban

, que trascend ían á'

la l egua á usureros ; ahduvo cal l ej eando

,pensando la manera de encon

trar el d inero , cuando se acordó de l a oferta d e

la señora Patroc in io la noche en que habían éstado don G i l Sabad ía y él en su casa.

Vamos al l á se dij o Veremos s i cum

ple lo ofr ec ido .

Se d i rigi ó a los Tejares , donde v ivía l a señoraPatroc in io . La puer ta de l a casa estaba en tor

nada . Quintin l l amó ,y no contestándole nadie

pasó adentro .

¡Señora Patroc i nio ! gri tó .

¿Quién es? dij eron desde arriba .

Un hombre que viene pid iendo algo .

Pues aqu í no se da nada .

Soy Quin t ín .

¡Ah ! ¿Eres tú? Entra y e5pérarhe .

¡Qué confi anza más hermosa ! d i jo Qu int in sen tándose en el zaguán , que estaba cas i aobscuras .

En esto se oyeron pasos en la escalera, y en

compañ ia de la señora Patroc in io bajó una mujerde manti l la y vel o negro .

La tapada mi ró á Qu intín al pasar; él l a contempló con curios idad , y se hubiera asomado ála puerta de la cal l e a verla mejor si la señoraPatroci n io no le agarrara de l brazo .

Vamos á ver d ij o la viej a ¿qué pasa?1 2

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Señora Patrocin io bal buceó Quintínd espácheme usted y téngame usted como un id iota s i m i pretens ión le parece estúp ida . Vengo a

ped i rl e d inero .

¿Has j ugado?No .

¿Cuánto necesitas?Sesenta duros .

Vamos , no es gran cosa . Ven .

Subieron la v iej a y Qu intín al segundo piso ,entraron en una alcoba con una cama ; la señoraPatroc in io sacó una l l ave de la faltriquera y abrióun armario . Revolv i ó el i n terior con sus manosdeformadas , hasta sacar un abultado portamonedas . Lo abrió , extraj o de dentro un cartucho envuel to en un papel , lo rompió sobre la cama yse desparramaron por enc ima de la col cha unascuantas monedas de oro . La v i ej a contó veintecen tenes y se los

_

ofrec ió á Qu i ntín .

Toma le dij o .

Pero me da usted de más , señora Patro

¡Bah ! No te pesarán .

¡Much ís imas gracias !No me debes dar l as gracias . No quiero más

que una cosa , y es que vengas de vez en cuando ,Un d ía te expl i caré el parentesco que hay entrenosotros dos y lo que ,

espero de t i .

Muy bien .

Quintín cogió su d i n e ro y sal i ó al egremente de

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Algo .

Para golosa , esta repuso la muchachaseñalando á Remed ios Vámonos de aqu i , po r

que s i no va á pescar una ind igesti ón .

Rafae la se lavó l as manos y los brazos, se

secó cu idadosamente y sal ió de la cocina para el

gabinete .

Aqu i tra igo l a caj i ta le d i j o Quint ín .

Ah, ¿si? Démel a us ted . ¡Muchas gracias !

¡Much is imas grac ias ! ¿Qué le ha costado a

usted?

Nada , una bicoca .

No ,no . No es posible . Dígame usted lo que

ha pagado por el la .

¿No q u ie re usted aceptar de m i ese favorpequeño?

No,porque comprendo que le ha debido

costar mucho .

¡Bah !Ya me enteraré y hablaremos .

Remedios , acercándose á Qu intín m isteri osamente , le d ij o

¿Es verdad que en tu casa hay una t ienda?

Sí .

¿Y tienes dulces?

Si .

¿Ya me traerás algunos?

¿Qué qu ieres que te traiga?T ráeme arropía blanca, y arropía de c lavo ,

y un suspi ro,y un merengue .

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L A FER IA DE L o s D I SCRETOS 1 7 1

¡Pero ,h ija

,tú qu ieres una confi te ría ! d ijo

Rafaela .

Entonces unas arropías y unas perrunas ,

B i en .

Pero muchas .

Si .

Bueno ; ahora ¡canta !

¡Jesús , qué n iña mas atrev ida ! exc lamóRafae la .

Abi ieron los balcones del gabinete , que estaban cerrados , y Quintín se sentó en el p iano yprelud ió el aria de barítono de Rigoletto . Luego

,

con una voz robu sta,comenzó

Deh non parlare al m ísero

del suo perdato bene.

Se acordó inmediatamente del co l egio, de sus

amigos ; l uego se s inti ó sentimen tal y d i ó á su

voz entonac iones de verdadera tristeza . Cuandodec ía

Solo, d i)forme, pavero,

casi s i nt io ganas de l lorar.Después de Rigolet to v i no aquel lo de Un balla:

Eri tu che mech iavi,

Agotó Qui ntín su repertorio , cantó todas lascanc i ones de ópera i tal iana que sab ia

,y luego

,

exagerando el acento inglés, el ¡Ru le Britannia !

y el ¡Dios salve á la Reina!

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Las dos hermanas y una criada vi eja , mientrascosían , escuchaban á Quin tín , que charlaba po rl os codos , como á un cómico . Se re ían de sus

h i storias y de sus payasadas .

Quin t ín era inagotable,y refi ri ó una porc ión

de anécdotas y de suced idos , la mayor ía inventados por é l .La tarde pasó en un vuelo . Desde el balcón

del gabinete se veía la s i erra negruzca , recortada con un reborde fuerte en el azul del c ie lo .

El so l , ya muy ca ido en el horizonte , iba dejandosombras largas de l as ch imeneas y de l as torreci l l as sobre los tej ados grises y sonrosaba loscampanar ios con una l uz idea l que pal idec ía po rmomentos .

No se ve ía en el cuarto ; trajo la vi ej a cr iada

un qu inqué y lo colocó sobre la mesa . Qu in tín

se despid i ó de las dos hermanas .

Al sal i r se detuvo en la rej a que daba al huerto .

El ai re tomaba una tran sparencia inaudi ta, el ci el ose hacía p rofundo de u n azu l intenso . Los objetos l ej anos

,las huertas blancas de la s ie rra , las

ermi tas entre c ipreses,los grandes p inos de copa

redonda de'

l o alto de las cnmbres se veían con

todos sus detal l es .

Obscureci ó más ; en l a mancha rectangu lar,negra del estanque comenzó á bri l lar una estrella

,l uego otra , has ta que un herv idero de puntos

lumino sos tembl ó en aquel l as aguas profundas yqu ietas .

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i 7_

4 P I O B A R O J A

Cal ló Rafae la , dando á en tender , qui zás s in

quererl o , que pod ia ser verdad lo d i cho por

Quin tín , y éste , algo confuso , d ij o :

¿Y qué hacen al l i?

Ahora poca cosa respond ió la v i ejahay al gunos bai l e s y mer iendas . pero antes

,lo

bon ito era al volver ; había la costumbre de quecada mozo l levara una muchacha en la grupa delcabal lo hasta el puebl o .

¿Y ya se abandonó esa costumbre? pre

gun tó Quin t ín .

Sí .

¿Y por qué no l a siguen?Preci samente por l as camorras que se ar

maban á la vuel ta contestó l a v i ej a . Sol íanponerse los mozuelos y también los hombres áespantar á los cabal los , y algunos j inetes se caian ,y , fu r iosos , andaban á t i ros y a puñaladas .

Estás muy ente rada d ij o Rafaela á lav ieja . ¿Es que has estado alguna vez en los

Ped roches?Si . Con un novio que tuve , que me l levó en

el anca del cabal l o .

¡Ay, qué tu na ! ¡Qué tuna ! d ijo Rafae la .

Al l l egar á la Malmuerta s igu i ó d i c iendola v iej a criada nos asustaron el cabal l o , y min ov io , que ll evaba en el arzón un retaco , h izocomo que d i sparaba y la gente no encontrabat i erra para correr.

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 1 75

Qu intín se dec id ió a i r á l a romería .

Voy á los Pedroches , madre —d i jo á laFuensan ta .

Haces bi en , hno — contestó e l la . Sal yd iv iértete .

El caso es que n o tengo d inero .

Yo te daré lo que necesi tes y te encontrarétraj e para montar .

Alqu i ló Quin tín un cabal lo de al zada con sus i l la vaquera; se vist i ó , s iguiendo las ind icacio

nes de su madre , un marsel lés l l eno de c intasy alamares , polainas de fl eco , manta de borlonesen el arzón y ancho sombrero ec ijano .

Montó á l a puerta de su casa . Era buen j i nete ,y al caer sobre e l cabal lo lo h izo encabritar áposta . Lo refrenó en segu ida , sal udó á su madre

que estaba en el bal cón y se al ej ó en el cabal loal paso .

Sal i ó por la Puerta del Osar io al Campo de laMerced , atravesó el Arco de l a Malmuerta y sed i rigió hac ia la Carre ra de la Fuensant illa. Al l í senotaba el movimiento de la gente

,que marchaba

en grupos a los Pedroches .

La tarde de Febre ro era espl énd ida . El sol se

d erramaba como una l l uvia de oro por la campiña verde y re ía en l os bancal es de trigo reciente ,

gran izados de flores rojas y de capu l los amari

¡ los . Alguna choza negra,algún montón de paj a

con una cruz enc ima se destacaban en la gran extens i ón d e l os c ampos de sembradura.

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Quintín marchaba al paso por la carrete ra , bordeada á trechos por grandes pi tas gri ses , d e entrecuyas carnosas ramas se l evantaban pájaros piadores .

Ll egó Qu in t ín al l ugar d e la romería,una pra

dera próxima al arroyo de los Pedroches .

Desparramada en aque l prado , en grupos , estaba la gente . De l ejos bri l l aban al sol los traj esc laros y vi stosos de las muchachas

,destacando

se en el fondo verde de l a pradera . Quin t ín se

acercó al l ugar de l a fi esta ; en unos grupos semerendaba , en otros, tocaban la gu i tarra y ba il aban .

En algunos , en donde sin duda los bai ladorese ran maestros , se amontonaban los curiosos . Unviej o pat illudo tocaba la gu i tarra garbosamente, yun bai lador de traj e ceñ ido perseguía á una ésbel ta bai l adora con los brazos en al to

,y se oía el

repicar de las castañuelas y l as voces de lós jal eadores .

Era una alegría tranqu i la , d igna , l l ena de seren idad . Las muchachas , con el traj e l lamativo , e lmantón de Man i la

,l a flor en el cabe l lo , paseaban

acompañadas de la dueña de rostro avinagradoy del mozo arrogante .

Aparte del centro de l a romería , fami l ias aco

modadas merendaban pac íficamen te, y los ch i

quillos y las n i ñas , en los co lumpios atados d e

árbol a árbol, se balanceaban y ch i l laban .

Había vendedores de naranjas y de manzanas ,

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flamados de od io , el uno contra el otro . El j ovenera al to , rub io , con c ierta facha de gañán , á pesard e su vestimenta el egante . Quintín oyó que lel l amaban J uan de D ios. Hablaba el mozo de un»modo algo bárbaro, convi rt iendo las eses en

zedas , las erres en el es , y al contrario . Contem

plaba fi jamente á Rafaela , y de vez en cuando led ecía :

¿Pero pol qué no bebe osté una m ijita?Rafaela daba las gracias sonriendo . Entre las

muchachas estaban las dos pr imas de Rafaela; lamayor, María de l os Ange l es , ten ía la nari z de

loro,l os oj os verdes y algo sal tones y el lab io

infe rior sal i en te ; la otra , Tránsi to , era más bon ita

, pero su expresión , entre orgu l l osa é ind ife

rente , no le captaba simpat ías ; como su hermana, ten ía los ojos verdes , los l ab ios finos , si ncarne

,con una curva extraña de una expresi ón .

crueL

T ráns i to h izo algunas preguntas aQuin t ín en

tono burlón y sarcástico ; contestó é l amablemen

te,con una modesti a fingida y en un caste l lano

estropeado adrede,y dij o al poco rato que se

marchaba .

¿Qué , se va usted ya? le preguntó Ra

Si.

¿Es que nos t iene usted miedo? le d i joTránsi to .

Miedo de hacerme i l u si ones repuso Qu i—n

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L A FER IA DE L o s D ISCRETOS 1 79

t in con galantería , saludand o y yendo a buscar

su cabal lo .

¡Anda ! Llé vame á la grupa— sal tó Remed io s .

No , no ; te vas á caer d ij o Rafae l a .

Si no me caigo repl i có l a n iña .

El cabal lo es manso advirtió Qu intín .

Bueno ; entonces l l éve la usted un poco .

Montó Quintín ráp idamente , y Remed ios subióen el estribo del coche que estaba al l í cerca .

Quin t ín se l e acercó y le presen tó su p ie izquierdo para que le s i rviera de sostén . La n iña se

apoyó en é l , y agarrándose á la c intu ra de Qu int ín sal tó á la grupa del cabal lo y rodeó con los

dos brazos el cuerpo de l j i n ete .

Ves como sé dij o á su he rmana, queve ia estas man iobras con m iedo .

Ya lo veo , ya.

¿Adónde vamos? preguntó Qu intín á lan iña .

Por en med io de la romería .

Pasaron por entre los grupos ; la arrogancia delj ine te y la grac i a de Remed ios , con su fl or roja enel pelo , l lamaba la atenc i ón de l a gente .

¡Vaya una parej ita!—d ecían algunos al verl os pasar, y el l a sonreía y le bri l l aban los ojos .

Quintín , s igu iendo las órdenes de Remed ios ,fué y vino y pasó por los s i tios que e l la l e d ij o .

Ahora , vamos á la s ie rra .

Avanzó Qu intín cuesta arriba du rante una med ía hora .

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Iba cayendo la tarde ; l as sombras de los árboles se alargaban en la h i e rba ; nubes blancas ,densas

,como bloques de mármol , con las en tra

ñas i ncend iadas , avanzaban lentamente por enc ima de la s ie rra ; el aire ten ía sabor á romero y átomil lo . Córdoba , envuel ta en un polv i l l o de oro ,

aparec ía en la l l anura ; tras e l l a ondu laban col inasbajas de un verde c laro , y estas col inas se escalonaban unas con otras , hasta perderse á lo l ej osen una bruma dorada produc ida por la v ibrac i ónde la l uz . Sobre los tej ados de l pueblo se ergu íanlas torres de las igles ias , l as cúpulas pizarrosas ,los c ipreses negros y puntiagudos . Entre las tapias de una huerta , con el tronco muy alto y torcido

, se l evantaba una gigantesca palmera , comouna araña pegada al c ie l oVolvió Quin t ín con la idea de dej ar á Reme

d ios con su hermana .

¡Vaya ! ¡Vaya ! la d i jo Rafae la no te pue

des quejar. Te estamos esperando para volver .Anda , baja .

No , ahora me va á l l evar a casa . ¿Ve rdad ,Quintín?

Lo que tú qu i eras .

Pues andando .

Vamos al lá .

Tengan us tedes cu idado con l os guasones d ij o T ráns i to , la prima de Rafaela.

Tomaron el camino del pueblo , entre los grupos que volvían de la fi esta .

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¿Qué te ha parecido , n iña? d i jo Qu in t ín .

¡Muy bien ! ¡Muy bien ! exclamó Rem e

d ios, que no cabía en s i d e gozo Querían

ti rarnos á nosotros .

Y se han caído el l os .

R i ó la n iña al egremen te . Quintín se d irigió a

la puerta del Osario , y , pasada ésta , se inte rnó

por cal l ej ue las sol i tarias . Iba el cabal l o al paso ,y sus herraduras resonaban fue rtemen te en las

piedras .

¿Quieres que te convide?— preguntó Quintín .

Si .

Pasaron por delante de una taberna que llamaban del Postiguillo ; Quintín de tuvo su cabal l o ,d ió dos sonoras palmadas , y aparec ió el tabernero en la puerta .

¿Qué qu iere esta n iña? d ijo el hombre .

Lo que haya contestó Remed ios .

¿Unos bollitos y dos medios vasos de Mon

¿Te parece b ien? preguntó Quin t ín .

Muy bien .

Tomaron los bol los , bebieron , y sigu i eron adel ante . Al l l egar á la cal l e del Sol, en e l m ismo momento se detuvo un coche en la puerta , del quebaj aron Rafae la , sus primas y el j oven rubio . Este ,que ayudó á baj ar á las muchachas

,d ij o á Reme

d ios : ¡Al lá voy ! Pero la n iña h izo como s i no lehubiera o ído

,y l lamó al señor Juan . Qui ntín tomó

a Remedios por la c i ntu ra y la dejó en l os bra

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L A FERIA DE L os D ISCRETOS 183

2 0 5 del hortelano ; l uego sa ludó , y se d i rigi ó calle arriba .

Al i r á su casa , se encontró con que su fam ilia no había vuelto del paseo ; en la cal le v ió aPalomares y se reun ió con él ; encargó aun ch ico

que l l evara el cabal l o a casa del alqui lador , y encompañía del depend iente entró en un café . L e

contó cómo había pasado la tarde , y de aqu í pasóa hablar con indiferencia de la fami l ia de su

abue lo .

Parece que están arru inados , ¿eh?Si, por completo .

Pues debían tener parne'

, ¿verdad?

¡U i ! El v iej o ha s ido riqu ísimo , más que po ré l

,por su muj er . Es una buena persona

,pero

manirro to . Cuando el cabec i l l a Gómez se apoderó de Córdoba , el v iej o marqués , que en toncesera carl ista , le hospedó y le d ió

'

muchos mi l es deduros . Y siempre ha gastado el d inero á es

puertas .

¿Y el h i jo?El h ij o no se parece nada al padre . Es un

perd ido de mala sombra .

¿Y la muj er del h ij o?

¿ L a Aceitunera? Esa es una pécora demarca mayor .

Guapa , ¿eh?

¡Ya lo creo ! Una real moza y hablando conla mar de gracia . Cuando se separó de su mar i

i 3

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d o , fué á v iv i r con Periqu i to Gálvez ; pero ahorad i cen que está chalada por un ten iente . T írale dela l engua al señor Juan el j ard inero , y é l te con

tará cosas cu riosas .

¿Y no ha ten i do esa fami l i a algún parien tebastante l isto para poder sal var l a casa?

Si; el marqués t i ene un hermano á qu ienl laman e l Pol l o Real ; pero éste es un egoísta queno se qu iere meter en nada por temor a que le

p idan d inero . ¿No le has v isto alguna vez?No .

Pues el Pol lo Real ha sido un Tenorio .

Ahora está med io paral íti co , y, según d icen , seded i ca a escribi r la h istoria de sus amores , yt i ene un pintor á sue ldo para que le p inte el rétrato de sus queridas . Ya hace años que anda enesto . El pintor que tuvo antes era un sev i l l anoamigo m io , y me sol ia contar que el Pol lo Rea ll e daba una miniatura ó una fotografía para quela cop iase en tamaño mayor, y l uego l e exp l i caba cómo eran las retratadas

,s i rubias ó more

nas, al tas ó baj as , marquesas ó gitanas .

Y Rafae la — preguntó Qu int ín ¿la co

noces?

¡Si la conozco ! ¡Ya l o c reo ! ¡Pobrecilla!

¿Pobrecilla? ¿Por qué? —excl amó Quintíns in tiendo frio en todo el cuerpo .

Ha ten ido mala suerte esa muchacha .

¿Pues qué le ha pasado?Nada , cosas de las familias ricas, que son

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CA P ITU L O X I V

Primavera

0 ; no era un beoc io ; no era un epi cúreo ; nopodía dec i r que seguía de todo corazón e l

consej o admi rable del c i sne venusino : Coge la fl ordel d ía s in cu idar demasiado de l a de mañana .

Estaba pasando por todas las fases del ena

moramien to más vulgar y ramplón ; sen tía momentos de tr isteza

,de rab ia , de amor prop io he

rido y maltrecho .

Trató de anal i zar fríamen te su s i tuac ión esp ir i tual

,y cons ideró lo mejor y más oportuno real i

zar un esfuerzo y no p resentarse durante algúnti empo en casa d e Rafae la .

Hay que ser enérg ico se d i j o a si m ismo ; pero otras veces su razón se preguntaba :

¿Por qué no voy , como antes , a verl a? ¿Qué eslo que pretendo? ¿Que el la dej e de haber ten idoun nov io que ya tuvo? Es una estupidez . Aceptemos los acontecim ientos ya real izados .

A esto , su amor prop io herido respondía con

arrebatos de rab ia,obscurec iendo su in teligen

c ia, y é l amor propio quedaba v i ctorioso .

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188 e lo B A R O J A

Quin t ín no se presentó duran te mucho tiempo

en casa de Rafaela . Solo , s i n ocupaci ones, s inam igos

, se abu rría de una manera desesperada .

¡Cómo le abrumaba aque l la pr imavera andaluza !Vagaba de aqu i para al l í , s in p lan , s in obj e to ,

sin rumbo .

El sol i n undaba las cal l es si l enc i osas , desiertas ; el ci e lo azu l , de un azu l puro , sin transparenc ia

,parec ía algo compacto

,una gran turque

sa ó un gran zafi ro , en donde se empotraran te

jados y torres , azo teas y terrazas .

Todo daba una impresión de l etargo profundo . Las casas bl ancas

,azul es

,amari l las , de un

rosa pál ido, de c rema , cerradas herméticamente ,

parecían abandonadas ; los zaguanes , regados,chorreaban agua ; se olía vagamen te á flores , y unperfume penetrante de azahar sal ía de l os patiosy de l os huertos .

L as plazas , blancas , como pozos de sol, cegagaban por la reverberación de l a l uz en l as pared es . En los cal l ej ones , tenebrosos , angostos , l l enos de sombra , se sentía u n frío húmedo , decueva . En unas par tes y en otras dom inaba elsi l enc io y la sol edad ; en alguna ri nconada un borriquillo ,

atado á una reja, permanecía inmóv i l ,

un perro famél i co escarbaba un montón de basura

,ó un gato asustado corría

, con l a cola eri

zada , hasta desaparecer por un escondr ij o .

A lo l ej os,estal l aba . como un clarín g uerrero ;

en el ai re, s ilencmso , el cacareo estriden te de al

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190 P IO B A R O J A

acera una c in ta de sombra y se agrandaba , y seensanchaba , hasta ocupar todo el empedrado .

Luego subia lentamente por las paredes , l l egabaa las rej as y á los ba lcones , escal aba los al erostorc idos . El sol desaparec ía por compl eto dela calle, y sólo quedaban entonces res tos de suc laridad en l as torrec i l l as

,en los al tos m i rado

res,en l as cen tellean tes v idrie ras .

El a i re se d iafa—n izaba, adqu ir ía más transparenc ia , é l horizonte más profund idad , y los l i enzos d e paredes blancas de guard i l l as y de esqu inazos

,al refl ejar el c ie l o de escarl ata ó de rosa ,

semejaban bloqu es de n ieve , an imados por losrayos pál idos de un so l borealPoco después se encend ían los faro les ; tem

blaban sus Ilam it_

as roj as en l a penumbra , y agu

jereaban l as fachadas de l as casas , ya obscuras ,los r ectángu los de l uz de las ventanas i l uminadas .

En esta hora , los d ías de labor, l as muj eres sál ían á las t i endas , l as famil ias r i cas vol v ían en

su coche d e los hu er tos , los mozos paseaban ácabal lo

,y l a vida nocturna d e Córdoba se de

rramaba por las cal l ej u el as céntricas , i l um i nadaspor los faro les y las l uces de l os escaparates .

Quin t ín vagaba de un l ado a otro , rum iandosus tri stezas ; paseaba ind i feren te por cal l es ypl azas

,m i rando á las señoritas , que i ban y venían

con sus mamás,seguidas por sus nov ios . Cuan

do cesaba su i r r i tación, se sentía aplanado . Aque

l la calma melancól i ca del pueblo , aquel ambiente

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 19 1

d e ensueño , le producía una gran laxitud y una

gran pereza .

A veces cre ía fi rmemente que no le preocupa

ba nada Rafaela ; que su enamoramien to hab ias ido una fantasía superfi c ial .

Por las mañanas , Quin t ín iba muchas veces alPatio de los Naranjos , en donde el padre delPende sol ía pasar e l ti empo en una reun ión deviejos

,mendigos y vagos

,á la que l lamaban iró

n icamen te en todo Córdoba l a Potrá .

Pende padre ó Matapalos , se pasaba la v idaal l í

,charlando con sus amigos . Hombre muy ocu

rren te y sabiondo , hablaba por apotegmas y sentencias . Dominaba el mat i z como pocos . Nadiecomo él para insinuar mal ic i osamente una porción de cosas en una parada d e l a conversac ión ,ó en el acto de l iar un cigarro . C i erto que esto ,para é l

,no era una cosa senci l l a , n i mucho me

nos , s i no una operac ión que exigía t iempo yc iencia . Primeramente , Matapalos sacaba una navaj ita y comenzaba con el la á raspar un ch icotede tabaco negro ; después del raspado segu ía lamol ienda entre las dos manos ; l uego arrancabadel l ibr i l l o una hoj a de papel de fumar, l a poníacon t iento pegada en el lab io infer ior , y despuéscomenzaba el l iado del c igarro

,primero por un

extremo , l uego por otro , hasta que l a maniobrase real i zaba fel izmente . Terminada la operac ión ,Matapal os se descubría , pon ía el calañés entre

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las piernas , y de las in ten on dades del sombreroreando sacaba una bol s i ta de cuero , de donde sál ía el pedernal , el esl abón y la yesca .

Tras de esto , Matapalos se cubría con lentitud

,y de cuando en cuando , en medio de l a con

versación ,daba un golpe con el acero en el

pedernal , hasta que al guna vez se encend ía layesca y con e l l a e l p iti l l o .

Vivía el v iej o en una casucha del barrio del

Matadero ; sab ía todo lo ocurrido desde hacíamuchos años en Córdoba , y se vanagl ori aba deel l o . Para Matapalos no había toreros como losde su tiempo .

Y o no le qu i to el méri to á Lagart i jo,n i á

Manuel Fuen tes dec ía pero toreros como

el Panchón , como Rafae l B ej arano, como Pepetey como el Camará , eso ya no se ve más en e l toreo . Había que verl e al Bejarano , que se las manten ía tiesas con Cost illares nada menos ; tan to ,

que sol ían cantar en mi ti empo así

Arrogan te Cos t illares,

anda, vete al A lmadé n ,para v er b ien matar torosal famoso cordobés .

El Matapalos ten ía en este punto un contrad ictor formidable

,que era otro v iejo á quien

llamaban el doctor Prosopopeya , que, como natural de Sevi l la , no admi tía que un torero cord obés pud iese estar n unca a la al tura de un se

vi l l ano .

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ii llen ta; bastan tes se envolv ían en la capa pardade paño grueso y grandes pl i egues . Casi todosten ían una casa particu lar en donde les daban lassobras y las col i l l as ; los que no ,

i ban á un cuartel ó á un convento ; á nad ie le fal taba el bodrionecesari o para i r pasando

,aunque malamente

,

los tragos amargos de la v ida .

De cuando en cuando caía algún d ineri l lo en

la tertu l i a , y entonces se reunían en soc iedad d iezó doce para j ugar á la lotería .

En tre aquel la tropa,había un mendigo

,más jo

ven que los demás , de barbas negras , doblado

por la c intu ra, que andaba apoyado en una muleta corta . Llamaban á este hombre el Engurruñao . Llevaba una pierna encogida

,envuel ta en

trapaj os suc ios,aunque mald i to s i ten ía enferme

dad alguna . Aul l aba con voz dol or ida detrás detodo el que pasara regu l armente traj eado , y sa

caba bastan te d inero .

Por las conversac iones de aque l los vagos ymend igos , Qu intín comenzó á conocer la v ida deCórdoba y la de las pri n cipal es fam il ias del pue

blo . Por el los supo que l a mayoría de las grandes casas de la ciudad iban á la m iseria .

Un caso de catástrofe económica era el de un

señor que paseaba todas las mañanas por los ar

cos de la Mezqu i ta . Este señor ves tía como un

currutaco de otros ti empos : l evi ta ental lada, corbata negra de muchas vue l tas , sombrero de copad e alas p lanas , y algunos d ías de frío, una escla

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 195

vina azu l . Tenía e l pobre hombre un ai re mac il ento, y l l evaba grandes mel enas , ya gri ses , yguantes amar i l l os .

Era un ari stócrata arru inado . Daba pena ver áesta ru ina v iviente pasear de un lado á otro po rdebajo de los soportal es , con las manos en laespalda

,hab lando solo

, con un gesto de res ig

nac i ón y de tristeza .

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¡Qué sé yo !

¿Y tan mal va la casa para que el marquéshaya tomado esa dec is i ón?

Muy mal. El abuelo tiene ya para pocot iempo , el padre de las señori tas es tá hecho unperd ido , el Pol lo Real s in querer ocuparse denada . ¿Con qu ién van á dejar á esas n iñas?

Luego , l a madrastra , la Aceitunera está desbaratada . ¿Usted ha o ído hablar de una señora Patrocin io , que t iene una casa en l os Tej ares? Puesallí está todos los d ías . Vamos

,que es una ver

gúenza .

¿Y ese Juan de Dios , es rico ? preguntóQui n tín .

Mucho ; pero es muy bruto . De ch i co dec ia :Yo quiero ser cabal l o ; y sol ía i r á la cuadra , co

gía estiércol—en las manos , y dec ía á la gen te :

Mira , mi ra lo que h e hecho .

¿De manera que es bruto , ¿eh?

Si; pero es noblote .

Dejó Quintín al señor Juan , y se marchó a su

casa atortolado . Indudablemente,no era un beo

c io , si no un sentimenta l vu lgar, un pobre cadete ,un desd ichado

,si n fue rza bastante para apar

tar de su vida como inúti l es y pe rj ud i c ial es esasi deas y sentim ientos solemnes : amor, abnegac i óny demás .

¡El , que se había figurado Ser un“

ep i cúreo ! ¡Uno

de los pocos hombres capaces de segu i r el consej o de Horac i o : Coge la fl o r del d ía si n cu idar de

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 199

masiado de la de mañana ! ¡El ! ¡Enamorado de unaseñori ta de l a ari stocracia , no por su d inero , n iaun s iqu iera por su palacio , s i no por e l la ! Estabaá la altu ra de cualqu ie r carpin tero romántico deuna capital de provinc ia . No era digno de haberestado en Eton , cer ca deWindsor , ocho años, n ide haber paseado por Picad i l ly , n i de l eer á Horacio .

En el miserable estado en que se encon trabaQu intín

,no se le pod ían ocurri r más que tonte

rias . La primera fué i r á ped i r una expl icación áRafae la ; la segunda escr i b irl e una carta , y en estatontería insi stió como si fuera una idea luminosa ,hac iendo borrador tras borrador

,que ninguno le

dejaba satisfecho ; unas veces e l tono que em

pleaba era al tisonante y enfáti co ; otras , s in advertirlo él mismo , daba á su carta un carácte rchabacano y vulgar ; tan pronto parec ía adiv inarseentre l íneas una i ron ía burda y áspera

,como un

orgu l lo extraord i nario ó una hum i ldad rastre ra .

Por fin , y en vista de que no encontraba una

forma clara para expresar su sentim iento , se dec id ió á escrib i r una carta lacón i ca , pid iendo á Rafae la que l e otorgase una entrev ista .

Fué con la carta al señor j uan para que éste laentregara á su señori ta . Estaba esperando en la

puerta á que se presentara alguno,cuando apa

reció Remedios y se acercó á él .Oye le dij o la n iña.

¿Qué pasa?

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2 00 P I O B A R OJ A

¿No sabes? Rafaela se va á casar con j uande Dios .

¿Y e l la qu i ere?No ; .yo creo que no .

Entonces , ¿por qué se casa con él?Porque j uan de Dios es muy ri co y nosotras

no tenemos d inero .

¿Pero el l a querrá?El l a no ha d icho nada . j uan d e Dios l e ha

hablado al abuel o y el abuelo a Rafaela . ¿Vas áver á m i hermana?

Si; ahora m ismo .

En el cuarto de costu ra está .

Subi eron los dos has ta l a puerta .

Di le tú que no se case con Juan de D ios .

¿No le qu i eres?No . Le od io . Es un bru to .

P asó Quint ín ,…se desl i zó por l a galería, y l l amó

en l a puerta del cuarto de costura con l os nud illos .

¡Adela nte ! le d ij eron de adentro .

Estaban Rafael a y la vi ej a cr iada cosiendo . AI

presen tarse …Quin t ín ,un l igero rubor ti ñó las me

j illas de l a muchacha .

¡Cuánto ti empo que no ven ía usted poraqu í ! d ij o Rafaela Si éntese usted .

Quintín d ió a en tender con el gesto que pretería estar de p ie .

¿Ha ten ido usted que hacer? preguntó la

muchacha .

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2 02 P IO B A R O J A

suyo . En su compañía fui por primera vez al teatro y asi stí al pr imer bail e . Lo poco agradabl e

que me ha suced ido en la v ida fué en la época

que l e conocí . Entonces v iv ia m i madre ; mi fam i

lia pasaba por ri ca . Ya ve usted : s i ahora ese

hombre fuera l ibre y qu is i era casarse conmigo ,no me casaría con é l , no por despecho , no , s inoporque para m i ya es otro hombre . Le d igo austed esto porque c reo que l e conozco , y ustedes como mi hermana Remedios : de los que exi

gen un cariño excl usivo .

Y usted no preguntó bruscamente

Quin tín .

Yo también ; qu izás no tanto como usted ;pero tampoco c reo que podria comparti r el cariño con otra persona . Por eso no debo engañarle .

Usted seria capaz de tener celos del pasado .

Es probabl e d ij o Quin tín .

Es seguro . Yo no creo que he coqueteadocon usted , ¿verdad?Rafae la habl ó duran te l argo rato . Ten ia esa

gracia de l as personas que no se emocionan rá

pidamen te . Su corazón neces itaba tiempo para elcariño ; un impul so del momento no pod ía hacerl ecreer que estaba enamorada .

Era una muj er para el hogar; para verl a i r yven i r, arreglándolo todo , d ispon i éndol o todo ; parao írla tocar el piano por l as tardes . Rafae la , en unmomento de smceridad , dij o :

Si hubiera atend i do sus msmuaciones , l e

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 03

hubiera hech o á usted desgrac iado sin querer,y

usted me hub iera hecho desgrac iada á m i .Entonces

, ¿ cómo se va usted a casarcon Juan de Dios? preguntó Qu intín brutalmen te .

Rafae la se turbó .

Es d istin to d ijo balbuceando pr imeramen te, no estoy decid ida aún . y he puestomis condic iones . Después

,hay una gran d iferen

cia : Juan de Dios no está ce loso de m is amorespasados . pretende mi tí tu lo (en este momento ,Rafael a ten ia la seguridad de que estaba calumniando á su prometido , para sal i r de l a tol ladero) .Además , toda m i fam i l i a t iene interés en que mecase con él . Si me caso , mi abuelo , el pobre , queda tranqu i lo ; Remed ios ti ene una seguridad paraviv i r conforme á su c l ase , yo misma l a tengotambién .

Es usted muy di screta ; demasiado d isereta y previsora d ij o amargamen te Quintín .

No; demasiado , no . ¿Qué sería de nosotrasde otro modo?

¿Y yo?

¿Usted?Si, yo ; trabajaría por usted , si usted me qu i

Eso no puede ser .

¿Por qué?Por muchas razones . Primeramen te

,por

que soy más vieja que usted .

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¡Bah!

Déj eme usted hablar . Primeramente , por

que soy más v ieja que usted ; l u ego , porque tendria usted celos y me mortifi caría de continuo , ydespués , por lo más importante de todo : porqueusted es pobre y yo también .

Ganaré dij o Qu intín .

¿Cómo? ¿Con qué? ¿Por qué no gana ustedahora?

¿Ahora? repuso Quintín tragando sal iva Ahora no tengo yo n ingún ideal ; lo mismome da ser r i co que pobre . Pero si usted me creyera , ver ia usted cómo era capaz de sacar d inero del fondo de l a t ierra .

Si, es posibl e d ij o tranqu i lamente Rafaela porque usted tiene tal ento . En fin , esos sonm is motivos . Algún día

,cuando recuerde lo que

hemos hablado,d i rá usted : t en ía razón .

Es usted muy d i scre ta— d ij o Qui ntín acercándose á l a puerta demasiado d i screta , yd iscre tamente me ha arrancado usted todas m isi lusiones y me ha hecho pedazos e l alma .

¿Me od i a usted ahora? preguntó el l a conmelancol ía .

No ; od iarla, no exclamó Quin tín conmov ido y estre chando con efusión la mano que leofrecía Rafaela de todas man eras , es usteduna muj er admi rable .

Y con l as pi ernas algo temblorosas sal io del

cuarto .

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CAPITULO XVI

Comienza a man ifestarse el hombrede acc ión

UINT ÍN se l evantó muy tarde , comió y escribió varias cartas á los amigos de In

glaterra. Por la noche mi ró la secc ión de espectáculos en el periód ico , y vió que había func iónen el café del Recreo .

Preguntó á Palomares en dónde estaba e l talcafé , y l e dij o que en el Arco Real

,una cal l e que

afl u ía á las Tend illas .

Era ya tan mol esta para Qu intín la constanteexc i tac ión de su cerebro , que se deci d ió tranquilamente á emborracharse .

Diga usted d ij o al mozo después de sentarse en una mesa del café ¿qué refrescos hay?

Pues hay grose l la, l imón , zarza , mantecado .

Bueno . Traiga usted una bote l l a de cognac .

El mozo traj o lo ped ido,l l enó una copa

,é iba

a l l evarse la bote l l aNo

, no , déj ela u sted ah í .

¿No va usted a ver la funmon? le pre

gun tó el mozo con obsequ iosa fami l i aridad

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2 08 P I O B A R O J A

Echan la Isla de San Balandrán ; una cosa muyd ivertida .

Ya veré si voy .

Quintín bebió copa tras copa,y comenzó á

senti rse an imado ,en una d isposición excel ente

para cualqu ie r barbar idad . En una mesa de al

l ado hablaban unos cuantos de una cómica quehac ía el pape l princi pal en la zarzue la que acababan de representar . Un señor que l l evaba la vozcan tante en la te r tu l ia

,pon ía á la actri z por los

sue los .

Era este señor un hombre obeso,una espec ie

d e cachalo te,con l as facciones abu l tadas , propias

de un h idrópico ; la p i e l re l u ciente y la voz d eeunuco . Ten ía una nari z microscópica , que nautragaba entre los dos mofletes , de una pal idezamari l l enta ; unas pati l las de boca de hacha tannegras que parec ían pin tadas con tin ta , y un peloduro

,azu lado

,nacido sobre l a frente, con un pico

sobre las cejas . Llevaba bri ll an tes en la pechera ,sortij as en los dedos amorcillados, y , para acabarde ser molesto , fumaba un pu ro k i lométrico consu correspond i ente an i l la .

El porte, la voz , los bri l lantes , el puro , l os me

neos y las carcajadas de aquel hombre quemaronl a sangre á Qu intín d e ta l modo

,que levantan

dose y dando un puñetazo en l a mesa en dondeel cachalote habl aba con sus amigos , gr itó :

Todo eso que está u s t e d d i c i e n d o es

menti ra .

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2 10 P I O B A R O J A

¡Ah ! ¿Pero no te acuerdas del h i jo del re loj e ro su izo? ¿De Pablo Springer?

¿Eres tú , Pablo?

Si .

Pues lo s iento .

¿Por qué?Porque me hubiera al egrado que fuera el

hombre gordo ó alguno de sus amigos , para re

ven tarle de un puñetazo .

Veo qu e s igues tan loco como antes .

¿Loco yo? ¿Uno de los pocos cuerdos deeste planeta? Además , estoy dec id ido á se r unhombre de acc i ón . Créeme.

Ahora no se te puede creer nada,ch i co . Lo

que debes hacer es ponerte la chaqueta y marcharte á la cama . Vamos , te acompañaré .

Quin t ín acced i ó , y en compañ ia de su am igofué hasta su casa .

Ya nos veremos , ¿verdad?—le d i jo e l su izo .

Si .

Entonces , hasta otro día .

Se desp id i e ron . Quin tín se quedó á la puerta .

No entro en casa se d ij o ¿No soy un

hombre de acc ión? Pues andando . ¿Adónde po

dr ia i r yo? Voy á ver á la señora Patrocinio . Daréunas vueltas por ah í hasta que se me refresque

la cabeza .

Llamó en la casa de los Tejares , y se abrióinmed iatamente la puerta .

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L A FER IA DE LOS DISCRETOS 2 1 I

¡Ah ! ¿Eres tú? d ijo la vieja levantando e lcandi l para ver qu ién l l amaba .

Si, soy yo .

Anda , pasa .

Encend i ó la viej a el qu inqué en el mismocuarto del piso baj o en donde habían estado donGi l Sabad ía y Quin t ín .

¿Qué te sucede? d i jo la señora Patroci

¿Necesi tas d i nero?No ; ¿usted también qu i e re ofenderme?No ; era para dárte lo .

¡Muchas gracias ! Usted es la ún ica personaque se interesa por m i, no sé por qué . Hoy hevenido á verla porque me s iento desd ichado .

Ya lo sé . Se casa Rafae la .

¿Y cómo sabe usted que eso es lo que hacemi desd icha?

Para mi no hay nada secreto . A tí te gustaba, pero eso se te pasará pronto . Tú también lai nteresabas á el l a.

¿C ree usted .

Si; pero la pobre muchacha ha ten ido unprin ci pio muy malo en la vida , y hace b ien en nometerse en aventuras

,porque la mayoría de los

hombres no valen la pena n i de que se les mi reá la cara . Bueno

,l o que h i zo su novio fué una

canal lada . Rafael a ' se ha criado s i empre muydébi l , entre faldas ; l uego , con el cu idado de sumadre y el noviazgo

,iba pon iéndose rozagan te .

Y se muere la madre , se casa su padre en segu i

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da, a los pocos meses se habl a d e que l a casa va

mal y el nov io toma las de Vi l lad iego . De castale v iene al galgo . ¡Figúrate tú ! L a pobre muchacha, abandonada , empezó á ponerse amari l l a , ycre ían que se l as l iaba . Gracias á las j aquecas quele daba l a hermana menor , yo creo que se curó .

Si; se compr ende que no tenga confianza enlos hombres . Es .muy probable que haya hechobien en no hacerme caso— añad ió ingenuamenteQu in tín ¿Y ese Juan de Dios no la hará

'

sufrir?

No . Es bruto , pero buenazo . ¿Y tú,qué

piensas hacer?

¡Yo ! No sé . ¡Viv imos en una época tan des

preciable ! ¡Si h ubie ra nac ido en ti empo de Na

poleón ! ¡C r i sto ! Ahora estaría muerto ó l l evar íacamino de ser general .

¿Y te hubi e ras a l istado con Napoleón?

¡Ya lo creo !

¿Y hubi eras pel eado contra tu patri a?Contra e l mundo entero .

Pero contra Espana no .

Contra España mej or . Que no sería pocohermoso entrar en esos pueblos defendidos porsus mural las y por su s preocupaciones contratodo lo que es nobl e y humano

,y arrasarlos .

Fus i l ar á todos esos chatos , piojosos farsan tes ,h idalgos de pacoti l la ; pegarl e fuego a todas lasi gl es ias y v iolar á todas l as monjas .

Tú has bebido,Qu intín .

¿Y o? Estoy sereno como una mata de ha

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2 14 P I O B A R O J A

Hay en l os puebl os fam i l ias en las cuales seperpetúan los od ios durante s iglos . En las Ci udades, al cabo de una 6 de dos generac iones

, el

od io y la riva l idad se van borrando hasta quedesaparecen ; en l os pueblos no ; l a gente ind iferente Ileva l a h i s toria de los padres á los h ij os ,presenta á unos y aotros e l cap i tu l o de l os agrav ios, y va al imentando la l l ama del rencor cuandoésta ti ende á extingu i rse .

He nacido en un pueblo grande de l a tie rraal ta , de una fam il i a tan i l u stre como los Tavera .

Mi madre muri ó joven , mi hermano mayor se fuéá Inglaterra , el otro entró en Madrid en l a d i

plomacia, y yo quedé v iv i endo en el puebl o conm i padre y dos tias sol teronas .

Mi madre , á la que yo apenas conocí , era muybuena

,pero al go simpl e , tanto , que se contaba de

el la que como en el estanque de nuestra casahabía peces y no picaban , l l amó a un pescadorde ofi cio y l e d ió un buen j ornal para que enseñara á picar á los peces .

Proced ía mi fami l ia d e un principal l ugar del a provi ncia de Toledo , próximo á La Puebla , endonde ten ían antiguamente torre y casti l lo y varias casas fuertes en l a comarca , de las cual es no

quedaban más que las ru inas .

Según decía m i padre,hombre duro y or

gulloso de sus títu l os y l inaj e , procedíamos de l amás ranc ia nobleza

,de los conqu istadores de

Córdoba,y estábamos emparentados con toda la

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 15

ari stocrac ia andal uza : con los Baenas, Arjonas ,Córdobas , Castriles , Velascos y Guzmanes .

Nuestra fam i l ia,á pesar de su al curn ia , n o

gozaba de gran respetabi l idad en el pueblo po rl os escándalos que d ieron , porque sus haciendas habían d isminuido un tanto y también por

que las nuevas ideas l iberal es iban d ifund ién

dose .

Mi padre era dueño de cas i todo el pueblo ,cobraba una contri buc ión por cada ch imenea ,ten ía la ún ica capi l la con enterram iento en la

igl es ia mayor y patronato en una porción de

iglesias y de ermitas . A pesar del prestigi o de sual curn ia y de su riqueza , era od iado

q por todo elmundo

, yo creo que con motivo , pues se man ifestaba despótico , viol en to y crue l .Hace ya l a friol era de c incu enta años ; mi nariz

no andaba al encu entro de l a barba, n i me fal

taban l os d ientes,y era yo una moza que hab ia

que verme ; garrida como un pino de oro y másrub ia que las candelas. ¡Quién me conoc i era dela gente de aquel ti empo si me viese ! Viv ía yoentre mi padre

, que de vez en cuando me l anzabaun bufido , y mis tias , que eran enredadoras , entremet idas y locas .

Mi padre,como he d icho ,

ten ía enemigos ;unos declarados francamente

,otros sordos , pero

que hacían el mayor daño posibl e . Entre éstos ,el más poderoso era el conde de Doña Mencía,cuya fam i l ia , mucho más moderna en el pueblo

15

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2 16 P IO B A R O J A

que—* la nuestra , iba l entamente adqu i riendo ha

c ienda y poder .L a r ival idad entre l as dos casas se hizo mayor

por un ple i to que ganaron los de Doña Mencíacontra nosotros

,y l legó á converti rse en un od io

sal vaj e con un aten tado que cometi ó mi pad rev io lando á una de las ch i cas de la fam i l ia r ival .L os de Doña Mencía l l evaron á l a muchacha á

Córdoba ; mi padre oyó una vez si l bar una bala

por enc ima de su cabeza al i r á un cortij o, y enesta s i tuac ión , od iados por la fam i l ia enem iga y

por casi todo el pueblo , s in más consejo que el

d e mis t ias , cumpl i yo d iez y s ie te años .

Era, como he d i cho antes , muy bonita , y l lamaba la atenc ión por donde iba; había ten ido yapara esa edad dos ó tres novios , con quienes hablaba por l a rej a , cuando comenzó á rondarme ,y te rminó p id iéndome re l ac iones

, el h ij o mayordel conde de Doña Men cía. Todo el pueblo se

asombró del suceso ; yo estaba d i spuesta á nohacerl e caso ; además , me escr ib i eron varios anó

n imos d ic iéndome que sr le daba o ídos al h i jo del

conde pod rían sobreven irme consecuenc ias desagradabl es

,porque el od io segu ia latente entre

las dos fami l ias . Me hal l aba dec id ida á darl e unanegativa , cuando mis tías , l ocas y noveleras comoeran , se empeñaron en que debía atenderle , por

que el muchacho l l evaba buenas intenciones , yde este modo acabarían de una vez las rivalidade s y los od ios .

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rio ; se cel ebró el bai l e . L a fiesta du ró hasta med ia noche

,en que nosotros nos reti ramos .

A la mañana sigu iente , al despertar busqué ámi mar ido á m i l ado , y no lo encontre . En todoel día n o aparec ió ; le buscaron , nada . Y pasarond ias y más d ías en que yo le esperé , s iempretemiendo una desgrac ia más que una afrenta .

Al cabo de algún ti empo recib í una carta suyabu rlona

,en la que me decía que no vol ve

ría más .

En aquel d ia de matr imon io quedé embarazada, y sufrí con este moti vo grandes pesares . Mipadre, á qu ien el hecho había rean imado e l od iopor la fami l i a rival

, me aseguró que estrangu lar iaá mi h ij o s i nacía vivo ; mis tías no supieron más

que l amentarse á cada paso .

Yo , desasosegada, no sé s i de pena 6 de qué ,malparí á los ocho meses un n iño muerto .

Poco después m i padre mur i ó de una caidadel cabal lo ; el admin istrador nos puso pl e ito , ynos embargaron todos l os

bienes ; m i hermanomayor estaba v iaj ando

, el otro en Roma; l es escribí, no me contes taron ; mis tías se refugiaronen casa de unos pari entes , y yo me marché á la

buena de Dios .

A ! princ ip io sentí verdadero terror, l u ego me

acostumbré y me h ice á todo . He v iv ido á lo

príncipe y á lo mendigo , he i ntrigado en las al tasesferas y he s ido cantinera del ej érc i to . He presenciado batal las en l a guerra carl i sta y he anda

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 19

do entre balas con la misma tranqui l idad queme paseo ahora por las cal l es de Córdoba .

Después , con los si nsabores que he sufr ido , lohe ol vidado todo , todo menos la infamia de mimarido y de toda su fam i l i a .

Esa fami l ia ha segu ido implacablemente haciendo la desgrac ia de l a nuestra . Cuando mata

ron a tu padre iba un hombre pers iguiéndolo conlos migueletes . ¿Sabes qu ién era? El h ij o de mimar ido . Y el n ieto fué el novio de Rafae la , el

que la dej ó por creerla arru inada .

Mi marido se casó de nuevo . Es bígamo,y

probabl emente haria fals ifi car la partida de mimuerte . Hoy está en la al tu ra , pero el golpe queha de dar al caer será mayor .

¿Qué piensa usted h a c e r? preguntóQu intín .

Denunciarl e ; no lo he hecho antes por m ihermano mayor. No qu iero avergonzarle en susúl timos d ías . Por el otro no me importa , es unegoísta . Cuando muera el marqués verás lo quehago . Si yo muero antes que é l tú me vengarás .

¿Verdad , Qu intín?

Si .

Nada más . Me basta tu pal abra . Lo quenecesi tes pídemelo , y ven á verme .

La señora Patrocin io'

besó en la mej i l la á Qu int ín , y éste sal i ó de l a casa confundido .

Ahora murmuró resul ta esta señora

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hermana de un marqués , casada con un conde yt ía m ía . Y qu iere que nos venguemos . Pues ven

guémonos . ó s ino no nos venguemos . A m i mees i gual . Tú ya sabes tu plan , Quin tín se d ij oa si mismo ¿Qué eres tú? se preguntó , yse contestó en seguida ' Ere s un hombre deacc ión . Muy bien .

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2 2 2 P IO B A R O J A

En aque l la reun i ón se despellejaba alegremente al prój imo . Entre ri sas y bromas desfi l aban

,

flagelados por una sátira j ovial , todas las personas de s ign ifi cac ión del pueblo

,por sus méri tos ó

por sus v i c ios , por su estupidez ó por su gracia .

Era la ci udad , á creer l o que alli se contaba,un

sem il l e ro de líos , de torpezas y de barbaridades .

Entre las fam i l ias ari stocráticas aparec ian una

tu rba d e al cohol izados y de enfermos , productospodridos por la vida v i c iosa y l os matrimon iosconsangu íneos . Había en estas fami l ias una grancantidad de i nd i v iduos que parecían estar empeñados en quedarse sin nada, en marchar prontoá la ru i na; otros i ban á el l a s in querer, por los robos de sus admin i stradores y de los usureros ;la mayoría eran solamente id iotas ; los l istos, losavisados

, se marchaban á Madrid á pol i tiquear,dejando desmante lada la viej a casa solari ega .

Los escándal os de la gente del puebl o se mez

claban con l os de la ari stocrac ia , y los ch istes ingen iosos de los piconeros, y las grac ias desgarradas de l as Ce lestinas , se comentaban y se ce l ebraban con fru i c ión .

Se hablaba también á todas horas d e los bandidos d e l a S ierra ; se sab ia qu iénes e ran sus protectores en Córdoba y fuera de Córdoba, en dónd e estaban sus guaridas , y esto no se m irabacomo una desdicha, s ino como algo que const ituía, s i no un t imbre de glori a , un atract ivo sabroso y p icante del pueblo .

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LA FER IA DE Los D ISCRETOS 2 2 3

Aqu í mismo, en la cárcel , se organ izan laspar tidas

,y andan por la c iudad los band idos .

¿Pero , es de veras? — pregun taba algúnforastero horrori zado .

Lo que usted oye — le dec ían riendohasta los secuestros de Málaga y de Sevi l l a sepreparan aqu í .

¿Y cómo no acaban ustedes con esa plaga?Al o ír esto , el cordobés m iraba sonr iendo al fo

rastero , y añad ía que en Córdoba nunca se habíaconsiderado mal á los cabal l is tas .

Mientras que aristócratas y plebeyos dabanpasto á l as murmuraciones , l a clase med ia laboraba : abogados , curas y comerciantes se enriquec ian , hac ían negocios , y una nube de gente deSoria ca ia , como la langosta , sobre el puebl o ,y se apoderaba con malas artes

,prestando á

usura, del d ine ro y de las t i erras de los antiguosricos …

Una noche , ya á la entrada de l O toño , estabancharlando unos cuantos señores en un sal ón delCas ino . Era el res to de la tertu l ia de primerahora . Unos cuantos l e ían peri ód icos

,y otros

charlaban sentados en los d ivanes ó paseandode arriba a abaj o .

Habia entrado Spri nger, el h ijo del re l oj erosu i zo , á leer un periód i co , y , mientras l e ía, oyóhablar de su amigo Quintín

,á qu ien hac ía t iempo

no veía . Prestó atenc ión .

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2 2 4 P I O B A R OJ A

¿Pero es verdad que ha heredado? pre

gun tó un señor grueso y roj o , de bigote gri s .

Yo no sé contestó uno,ca lvo

,de barba

negra que ti ene d inero es i ndudable . D icen

que le ha comprado una casa á Mar ia Lucena .

Eso no l o creo .

Es un niño de suerte ese Quin tín añad i ó

Vaya s i lo es repuso el de la barba ne

gra Afortunado en el j uego,y afortunado en

amores .

¿No le habrá dado algún d inero el mar

qués? preguntó e l señor grueso .

¡El marqués ! Si no ti ene un cént imo .

¿Pues de dónde saca el d ine ro ese mucha

Y o no l o sé . A no ser que robe .

Pero eso se sabría .

Quedaron si l enc iosos todos los con tertulios, ye l señor grueso descabezó un momento el sueño ;l uego d ij o

¿Y ustedes saben s i ese per iod ico que se haempezado á publ i car es de é l?

¿Qué per iód ico ? ¿L a Víbora? preguntóel calvo .

Si .

Yo c reo que no .

Pues d icen eso .

A m i se me figura que ese periód ico es del os masones .

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¿Qué hay?Vengo d i jo Springer en voz baj a á dar

te un consej o de un j ugador, que acaba de sal i rde aqu i despl umado . Ha dicho : Si se reti ra átiempo va á sal i r b ien ; s i se queda , es posibl e quepierda todo .

¿De veras? exc lamó Quin tín l evantandose como si le acabaran de dar una noti c i a importan t ísima Pues entonces

,no tengo más reme

d io que sal ir . Señores— añad ió d i r igiéndose á lospun tos vol veré dentro de poco y guardólos bi l l etes en su cartera , y recogió con rapidezl as monedas de oro .

Se oyó un murmu l lo de ind ignac ión entre losj ugadores .

¡Vámonos ! d ijo Quin tín á Spri nger .Sal ieron de pri sa del salón , bajaron las escal e

ras y no pararon hasta la cal l e .

Pero , ¿qué te ha pasado? preguntó al l í e lsu izo

, en el co lmo del asombro .

Nada ; ha sido una estratagema contestóri endo Quintín No encontraba el momento demarcharme decorosamente . Estaban todos comoperros contra m i, y yo echándomelas de hombreá qu ien no le importan cuatro ó c inco m il pesetas más ó menos . Se habrán quedado echandoch i spas .

A la l uz de un farol,Quintín sacó un manoj o

de bi l l etes , separó los que l e parec ieron , losguardó en una carte ra , y desabrochándose pri

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 2 7

mero la americana y l uego el chal eco , los guardóen un bols i l lo interior

¿Y no ti enes miedo de que te pase algo en

la ca l le? preguntó el su izo

¡Ca !

¿Sabes que estás preocupando al pueblo ,Qu intín?

¿Sí?De veras . T ienes , además , una reputación

tremenda .

¿De qué?De Tenorio

,d e calavera

,de j ugador y de

masón .

Quintín se echó á re i r á carcaj adas .

Ahí , en l a tertu l ia de l Casino , he estadooyendo sigu ió d ic iendo Spri nger que ya no

vives en tu casa , sino con una actri z .

Es verdad .

¿Reñ is te con tu fami l ia?Si; le mandé á paseo á m i padrastro . Me

dan asco los u su reros .

También parece que has heredado de no

sé qué par iente tuyo . ¿Es verdad?Ch ico , no l o sé d ij o ingenuamente Qu in

tin he i nven tado tan tas cosas, que ya no sé lo

que es verdad y lo que es menti ra Luego,pó

n iéndose melancól ico añad ió : L o que á m i mep ierde , es que no estoy en mi centro . Soy un hombre del Norte .

¡Tú ! —d ijo Springer ; y comenzó á re i rse

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de tan buena gana , que Qu intín n o tamb ién .

¿De qué te r ies?De lo bi en que te conoces . De manera que

te pi e rde el ser del Norte . ¡Qué farsante e res !Lo que me choca es que te hayas hecho masón .

Eso es una majadería .

Si; es una majadería para t i y para mi , perono lo es para mucha gente .

¿Y dónde tené is l a logia?En la cal l e del C íster, cerca de la del Si l en

c io . ¿Quieres ven i r?

¿Para qué?Hombre te bauti zaremos de nuevo ; te lla

maremos Caton , Robespierre , Espartaco .

Creo que no val e la pena .

Como quieras .

Me choca mucho tu masonería .

Es una r idicu l ez , pero s irve para algo : paral a p ropaganda es úti l .

¿Y tú qué propaganda haces?Ahora soy republ i cano federal .

Springer se echó á re i r de nuevo .

¡Tú eres republ icano federal ! Como mis paisanos

,l os su i zos .

¿Te hace grac ia?Mucha , ch ico . Si tú fueras á Suiza , no po

d rias v iv i r .Entonces , al l í sería monárqu ico . En el fon

d o,yo no soy nada . Soy un hombre de acc ión

que neces ita d inero y compl i cac iones para viv i r .

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¿Val e la pena la vida d e otra cosa? Yo creo

que no .

¡Hombre ! Eso , según como se mire .

Y o lo miro asi . El espectácu lo es pel igroso ,pero d ivertido . ¿Qué? ¿Vienes á l a l ogi a?

¿A qué?O i rás perorar á unos cuantos oradores , y te

presentaré á don Paco Sánchez O lm i l lo,maestro

ci ruj ano y maes tro masón . Si quieres,en tu ob

sequio , echaré yo un speech acerca de la l ibertadhumana . Es un d iscu rso que me he aprendido dememoria , y con algunas l i geras vari aciones , l ol argo en todas partes y parece d istinto .

No me seduce el proyecto .

Pues s i no qu ieres i r á la logia,te l l evaré á

la taberna del Bodegon cillo .

¿Qué vas á hacer al lá?Voy á pagar mi mesnada . De paso te pre

sen taré á Pacheco .

¿A qué Pacheco? ¿al band ido?

Al mi smo . Es mi lugar ten ien te .

¡Demon io ! ¿Se va seguro á tu lado?

Si; más segu ro que con el al calde .

Pero tienes muy malas rel ac iones .

¿Por qu ién lo d ices? ¿Por Pacheco? Pacheco es un infe l i z . Pregunta á cualqu iera, y ted i rá que ese hombre se ec hó al monte nada más

que por un gal l o .

¿Nada más que por eso?Nada más . Por un gal lo que se l lamaba

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 3 1

Tumbanav íos ,ó Tumbalobos , no recuerdo bien .

Iba Pacheco al C i rco gallíst ico de l a cal l e de l asDoblas

,y estando un d ia al l í , se en redó con

un j aque, por s i este gal lo era mejor que el

otro . y nada ; tuv i e ron unas palabras , y Pacheco le pegó una puñalada al j aque , con mala suerte, y le dejó seco . ¡Cosas de hombres ! aña

dió con c ie rta res ignac ión Quin tín Entonces,

un sargen to d e l a Guard ia c iv i l , de esos que qu ieren mete rse en todo , se empeñó en que ten ía quecazar á Pacheco , y le persigu ió , y lo encontró , yPacheco , v iéndose perd ido , recordó aquel lo qued ice Quevedo : que más val e ser adelan tado de uncachete que de Cast i l la , y fué y d i sparó el re

taco al guard ia , también con mala suerte, por

que lo descalabró y lo env ió á hacer compañíaal jaque .

Cel ebró el su i zo la re lac i ón , r iendo por lo bajo .

¿Y es de aqu í ese ti po? preguntó luego .

De Ecij a ó de por ah í debe ser.

¿Qué clase de hombre es?Una buena persona .

¿Y hace daño en e l campo?No . Se presenta en un cor tijo

,y pide al ape

rador d iez ó doce du ros prestados , y el aperadorse los da . Es un buen hombre .

¿Y está en Córdoba ahora?Sí.

¿Y cómo no le prenden?No se atreven . ¿No ves que yo le protejo?

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El su izo miró á su am igo , a quien , en el fondoadmiraba

,y murmuró varias ve ces :

¡Pero qué farsante !L e he sol ido conv idar a comer al café Puz

z in i y á la fonda R izz i añad ió Quintín y nad ie se ha atrev ido á meterse con él .Conversando así habían sal ido a las Tend illas

y subían por la calle de Gondomar al Gran Capi ?tán . Pasaron por cerca de San Nicol ás de la Villa,y tomaron por la cal l e de la Concepción

,hacia

la puerta d e Gal legos .

8oplaba un v iento fuer te , q ue hac ía que pers ianas y balcones gol pearan con es trép i to .

¿En dónde está esa taberna ? — preguntóSpringer .

Aquí mismo contestó Quin t ín Esta esl a cal l e del Niño Perd ido , s in sal ida ; no es l anuestra . Esta otra la de los Ucedas ; tampoco es

l a que buscamos .

Dieron unos cuantos pasos .

Esta es l a cal l e del Bodegoncillo d ij o

Quin t ín y aquí está l a taberna .

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L o cogió Quin t ín ,sacó del bol s i l lo del chaleco

unos cuantos duros , y los fué echando en el

plato .

¿Está bien? le preguntó al Pullí .Estará b ien s i usted lo ha contado repu

so é l hombre .

Ah i va para el ch ico añad io Quintín pón iendo un du ro encima de la mesa .

Tengo dos , d on Qu in tín advirt io el Pul l imal i c iosamente .

Pues ah í va para el otro .

En la taberna , aque l ru ido de plata h izo unefecto extraord inario . Todos miraron á Qu intínel cual , fingiendo que no se en teraba

,se puso a

comer y a charlar an imadamente con su am igo .

En esto se acercaron á la mesa dos hombres ;uno al to

,son r iente , de unos trein ta años , sin

d ien tes, con la barba negra y los ojos roj izos é

i nyectados ; el otro baj i to , rub i o , de ai re t ímido éinsign ifi cante .

Quin tín l es sal udó á los dos con una l eve inclinación de cabeza , y les ind icó que se sen tasen .

Aqu í t ienes d ij o Qu intín á Spri nge r señalando al de la barba á todo un poeta; no t ienede malo más que el apel l i do ; se l lama Cornej o .

Es un Cornei l le traduc ido al cordobés . Pero sién

tense ustedes y pidan lo que qu ieran ; l uego hablaremos .

Los dos hombres se sentaron .

El poeta era una especie de tchea, con los oj os

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 35

0 pacos y apagados . Ll evaba pantalones muy cor

tos,á cuadros amar i l l os y negros ; un bastón que

se le hab ia desgastado tan to , que para dar coné l en el suelo tenía que extender el brazo . Por lo

que contó Qu intín , Cornej o era un ser fan tásti co ;ten ía un traj e azu l desgastado , al que l l amaba m iropa negra, y un gabancillo raído , de color d ebuey

, al que l lamaba mi sobre todo . Si empre llevaha cuch i l los en los pantal ones , unas veces d epaño

,otras de cuero v i vo ; vivía en combinac ión

continua,el hambre en ce lo y el estómago vacío ;

no se al imentaba más que d e alcohol y de va

n idad ; así sus composic iones poét i cas eran tanaéreas

, que más que poesías de alas parecíanpoesías de flato .

El había d icho paseando con un compadresuyo

,también poeta y también desarrapado

, se

ñalando á unas señoronas de coche :Chico . Nos miran con un desdén

expl i cable .

Se pasaba este hombre l a v ida de taberna entaberna , rec i tando versos de Espronceda y de Zorri l la , hac iendo él m ismo , entre madrigal y mad rigal y romance y romance , alguna poesía ter r ible, en l a cual se man i festaba como un hombreferoz , á qu i en no l e gustaba más l íqu ido que lasangre , ni más perfume que el ol or de los cam

posan tos , n i más c ie lo que e l tempestuoso .

Cornej o era popularísimo en tr e la gente delbronce , y conocía á todos l os tahures y . rufianes

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que pulu laban en l as tabernas . El baj i to rubio q uel e acompañaba estaba impac i ente .

Este señor d ij o el poeta á Qu intín señañalando al hombrec i l l o es el impresor . Si l epu edes dar algo

Está bien . ¿Qué se le debe á usted? le

pregun tó Quint ín .

Aqu í está la factura d ijo el hombrec i l lohumi ldemente .

¡A m i no me venga usted con facturas !

¿Cuánto es?Cuaren ta duros .

Bueno . Está b ien .

Quintín l l enó un vaso de vino , y el impresor lemiró con c ie rta ans iedad .

Para asegu rar l a ti rada de l periód ico duran te tres meses , ¿cuánto se necesitará?El impresor sacó un láp iz y un papel

,é h izo

rápidamente unos números .

Dosc ientos duros d ijo .

Bueno repuso Qu intín , y sacó de la carte raunos cuantos bi l le te s y los co locó en la mesaAqu í están los dosc ientos duros . Los cuarenta

que l e debo á usted se l os pagaré cuando pueda .

Está muy bien d ij o el impresor recogiendo é l d inero y sin atreverse á contarlo ¿Quieré usted que le dé un recibo?

¡Yo ! ¿Para qu é?El impresor se l evanto saludó incl inándo se

ceremoniosamente , y se fue .

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Y o no ent iendo nada d e lo que habland ijo el su i zo r i endo .

Ni el los tampoco se ent ienden añad ióQu intín .

Hablan á su manera repuso el poeta .

¿Y qu iénes son estos ti pos? pregunt óSpr inger .

El Sard ino es un vendedor ambulanterespond ió Cornej o hace trabucos para los ch icos , con ramas

'

de ade l fa , y pi tos de culantri l lo ,d e esos que t i enen una sem i l l a dentro para quesuenen . El Manano es piconero .

¿Y de qu ién hablan?Probabl emente de Pacheco .

¿Del band ido? pregun tó Spri nger .Cornej o enmudec ió; miró á Qu intín , y después ,

tragando sal iva,murmuró :

No lo d iga usted muy alto, que hay aquí

am igos suyos .

Nosotros lo somos repuso Qu i ntín .

Al poeta no debió agradarl e esta conversac ión ,porque

, s inañad ir palabra , se d i rigió al piconero

d iscutidor :

¡Ad iós , Manano ! le gri tó ¡Parece que

l a hemos cogido,eh ! Pues anda con cu idado de

que no te l l even á la H igueri l la .

¿A la Higueri l la á m i? exclamó el borra

¡No hay qu ién !

¿Ya no qu i eres i r por al l á?

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 39

¿Y por qué? Antes ibas á gusto .

Porque antes le trataban á uno bien ; peroahora

,como usted ha d i cho en el verso

,al l í no

dan más que agua , algún estacazo d e vez en

cuando,y ese fu lano que huele mal. el armo

n iaco .

Sonrió el poeta con este testimon io de su po

pularidad .

S igu ieron d iscuti endo el Sard ino y el Marianod e la misma manera paraból ica, cuando entrótarareando en l a taberna un hombre baj i to , derechete, con un b igote negro y corto que parec iapintado , sombrero an cho sobre los ojos , cadenade reloj grande , que le cruzaba el chaleco , y bastón nudoso y retorc ido .

Sonrió Springer burlonamen te al ve r un tipotan cómico , y el poeta d ij o :

Aquí está Carraho la.

¡Qué ti po más grac ioso !Pues es un hombre tem e repuso Cor

¡Bah l— exclamó Quintín un pobre hombre que, como es tan baj i to , tiene la man ía del l evar todo grande ; el bastón , el sombrero

,la

petaca .

Efectivamente , como para demostrar esto , el

Carrahola sacó del bols i l lo del chaleco un re lojde plata, blanco , y grande como una cazue la , ydespués de enterarse de la hora

,preguntó al ta

bernero :

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¿Ha ven ido el señor j osé?

No,señor .

Pero , ¿vendrá?No le puedo dec i r á usted . Creo que s í .

Carrahola se acercó á l a mesa en donde estaban Quintín , Spri nger y Cornej o , acercó una silla,y , s in sal udar , se sentó .

Vaya una noche para buscar borricos moh inos, Carraho la — d ijo e l poeta , d i rigiéndose alhombrec i l l o .

Este volv ió la cabeza como s i hubiese oído lavoz en otro lado , y no h izo caso . El Carraholaven ía , sin duda , de bravo ; notó la e5pectación detoda la taberna

,y cogió l a copa de Quin t ín , la

con templó al tras l uz y la vació de uh sorbo . Quintin cogi ó la copa

,y sin dec i r nada , apuntó á un

ventan i l l o que estaba abi erto y la ti ró por él . Luegobatió palmas , y al acercarse e l Pul l i , l e d ijo :

Un vaso , y haga el favor de avi sarle á estehombre y señaló á Carrahola que aqu í mol esta .

Anda tú le dij o el tabernero que estamesa está ocupada .

El Carrahola se h i zo el desentend ido ; sacó dela chaqueta un ch icote y una navaja , y se puso á

p i car tabaco ; l uego , de un golpe , colocó la he rramienta en l a mesa .

¿Y eso , para qué l e s i rve á usted? —,d l

Quin tín ,é i nd icó la chai ra con e l dedo

correr?

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En l a taberna se escucharon por todas partesmurmul los de admi rac ión . En esto un muchachoó un hombrec i l lo , no se d isti ngu ía bien su edad ,con el pe lo bermejo y la cara muy pecosa , un cálañés estropeado y una chaquet i l la de d ri l , se

acercó á Qu intín andando á salt itos .

Buenas noches— dij o Esos am igos d i cen

que s i ese carre te ro , el Garroso , echara un pu lsocon usted

,qu i zás se lo l l ev ara , y nosotros dec i

mos que no . ¿Qu iere usted echar un pu lso con él ,don Quintín?

No , ahora no ; grac ias .

Dispensen ustedes si he fal tado ; pero unosapostaban por usted y otros por é l .

¿Y tú , por qu ié n apostabas?Yo

,por usted .

Bueno , pues vamos al lá .

El Ran'

o siempre haciendo apuestas d ij oCornej o .

¿Se l l ama el Rano?

¿No se ha fi j ado u sted en su cara?Se volv i ó e l hombrecito , y Springer tuvo que

d is imular la r isa . Parecía completamente una rana, con los oj os sal ientes , abul tados y entonteei dos ; la cara ancha , l a nariz de alcuza y la bocad e oreja á orej a .

¿Y en dónde está e l Garroso? preguntó

Quin t ín .

Ah í,en esa mesa .

Se l evantó sonri endo un hombretón cargado de

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 43

espaldas,con las p i ernas arqueadas y los brazos

lo mismo,la cabeza cuadrada , el cuel l o de toro ,

y un bul to,á manera de testuz , sobre el entrecejo .

El Rano, el Garibald i no y e l An imero col oca

ron una mesa en med io de la taberna y dos s il las . Se sentó el Garroso , y poco después Quintín .

Bueno ; aqu i no se tra ta de reñ i r— d ij o Qu int in al Garroso Echaremos dos pu l sos . ¿Eh?

Si, señor .

Se fi j aron los codos sobre la mesa , se agarraron las manos , y comenzaron á cruj i r las s i l las ,la tabla d e la mesa y hasta los huesos de los

dos contr incan tes .

El Garroso i ba poniéndose colorado ; una venade su frente , gruesa como un dedo , parecía quese le iba á sal tar . Quintín estaba impasibl e .

¿Tú crees que voy a perder, Rano? le

d ijo Quin tín al hombrec i l l o .

Yo , no .

Haces bien . Ahora verás . Y s in hacer esfuerzo aparente , crac , el brazo del Garroso cayó sobre la mesa y sus nud i l l o s d i eron fuertemente enla tabla .

Todo el mundo quedó admi rado .

Bueno , vamos otra vez d ij o Qu i ntín .

No , no . T i ene usted más fuerza que yomurmuró el Garroso .

Quintín d ij o que era cuesti ón de costumbre,y

estaban hablando , cuando el Carraho la, que no

deb ió hacerse daño en l a caída,l evantándose

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s in duda con las manos é i zándose hasta l legarcon l a cabeza á la al tu ra del ventan i l l o por dondehabía sal ido tan bruscamente , gri tó al argandola o

¡Gal lego !Voy á sal i r y le voy á arr imar un estaca

zo d ij o el Pullí que va á ver lo que es cánela ; y el hombre cerró el ventan i l lo y lo atrancócon un pal o .

Poco después la voz d el Carrahola, por el aguj e ro de la puerta de la cal l e

,gritó

¡Oscuran tista !En esto l l amaron á la puerta

,abrió el Pullí , y

penetraron Pacheco y un amigo embozados en lacapa , y , tras e l l os , el Carrahola.

A la paz de D ios,cabal l eros d i jo Pache

co ¿Quién es e l que se entretiene en tirar ám is am igos por l as ventanas?

He s ido yo contes tó Qu intín .

¡Ah ! ¿Es usted? No le había visto .

Si , señor; y le t i raré otra vez s i me mo

Si es usted, es otra cosa dij o Pacheco

porque yo sé qu e á usted no l e gusta meterse connad ie .

Spri nger v i ó con asombro el prestigio que tenía Qui ntín entre aquel la c lase de gente . Se sentaron Pacheco y é l amigo que iba con é l

, que era un

torero l lamado Bocanegra,y Quintín los presen

tó al su izo y charlaron todos an imadamente .

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casado más que una vez,como todo el mundo .

Basta con ir al puebl o en segu ida y sacarla partida de matrimon io . Envíe usted alguno desu gente .

Para eso se necesi ta d i nero , compadre .

L o tengo . L e voy á dar á usted todo lo queme queda . Si t ien e usted t i empo , páguele ustedlo que l e debo al Cuervo .

Está bien .

Vació Quintín el bol si l l o sobre una mesa .

Aqu í sobra d i j o el band ido Quédeseu sted con algo .

Guardó Quin t ín unos bi l l etes , y se acercaronde nuevo al grupo .

La conversaci ón volvi ó á girar de nuevo sobrelas i deas revol uc ionarias , que á Pacheco y á Bo

canegra l es en tu siasmaban . Hablaba el band idocon gran devoci ón del general Prim .

Yo creo que en el mundo no hay un hombrecomo ese , y usted no se ria, compad re l e dij oPacheco á Quint ín porqu e usted no es tan patrio ta como yo .

Cada cual admira lo que es semejante a

é l repl i có con frialdad Quintín .

¿Y usted cree que yo me parezco aPrim?preguntó el bandido .

No . Es Prim quien se parece á Pacheco .

C reo que me debia incomodar con usted .

De pron to,i nte rrumpi endo la conversación , se

oyó l a voz aguda del Sard ino,que gri taba

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 47

Mira,déjame ya, que me estás cal en tando

la cabeza .

E l Manano, en med io de su con fusmn ,

recordó

sin duda en aque l ins tante su ofici o de carbonero ; miró atentamente la cabeza de su in terlocutor,que era de enormes proporc iones

,y murmuró

con voz parda :

¡Pero s i para templártela sólo , se neces i ta uncarro d e j ara !R i eron todos v i endo la expres i ón ind ignada del

Sard ino , y sigui eron charlando .

Aqu i d ij o Pacheco á Spri nger no se

puede hacer nada . Se habla mucho y todo se

queda en palabras . Nosotros,los andaluces , so

mos como los potros de esta ti erra : mucha p lantay poca suela .

No d iga usted eso , señor José saltó ind ignado Cornejo .

Lo d igo porque es verdad . ¿Qué hacen todos esos hombres del Com i té? ¿Me lo qu iere usted dec ir? ¿Para qué s irve esta logi a?

Eso no l o sabe n i el in trép ite de Diosd ijo el Manano , que se había acercado al grupo

ya en el u ltimo grado de l a i n toxi cación alcohól ica Pero aqu í y se golpeó el pecho hayun hombre , señor José . para otro hombre . ypara mori r en l as barri cadas . Si, señor . y el d ía

que usted ó don Quin t ín señal e , nos veremos conlos ¡Y viva la constipación , ymuera Isabel I I !

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P IO B A R OJ A

Bueno,bueno . Vete le d ij o el band ido .

Pero l iberal s iempre , señor José . aquí yen todas partes .

Vámonos— d ijo Qu intin porque este nosva á dar l a gran soba .

Se levantaron , y el tabernero fué al umbrandoles hasta l a pu erta de la cal l e con un cand i l . Marcharon j un tos hasta e l Gran Cap itán ; Cornej o ,Bocanegra y Pacheco , se d i rigieron hacia l os Tej ares ; Qu in tín y el su izo bajaron por la cal l e d eGondomar .

Pero tú , ¿ qué esperas de esta gente?preguntó de pronto Spri nger .

¡Y o ! No sé , ch i co ; por ahora , tener fu erzal uego

, ya veremos .

¿Tú l ees á Maqu iavelo?Yo no leo nada . ¿Para qué?Eres un hombre extraord inario

,Quintín .

¡Bah !

De veras . Un tipo de es tud io .

Pues mira , si qu ieres estud iarme, vete al

café del Recreo alguna noche . Al l í conocerás á lamuchacha que v ive conmigo .

Iré .

Habían l l egado á l as Tend illas; era muy tarde ,y los dos amigos se despid ieron dándose un apre

tón de manos .

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Rafaela debió d eci r al cochero que dejara el paseo , porque sigu ie ron adel ante . Remed ios volviórepetidas veces la cabeza . Quintín se acercó al

coche y se puso al habl a con las dos he rmanas .

Rafae la estaba pál ida y oj erosa ; se hal laba em

barazada, ya en el úl timo mes ; ten ía l os ojos hundidos y las orejas transparentes .

Remed ios estaba más bon i ta ; en el comienzode ese periodo inte rmedio en que una n i ña se

convie rte en muj e r .

¿Están ustedes b ien? l as preguntó Qu int in con verdadero in terés .

Yo bien contestó Rafae la con l a voz un

poco débi l Esperando de un d ía á otro . Y

a Remed ios ya la ve u sted , más guapa y más rózagan te que nunca .

Remedios se echó á re ir con su risa si lenc iosa .

Si contestó Qu intín Se ve que á Remed ios le s ienta bien el campo .

Pues no creas exclamó la n i ña pre

fer i ria v iv i r en nuestra casa .

Y usted está hecho un hombre te rr ible , se

gún d icen i ndicó Rafael a creo que escr i beusted en l os periód icos . que anda usted con

muy mala gente .

Nada . Habladurías .

Y ya no va u sted por casa tampoco . Le haabandonado usted al pobre abue lo .

Eso es verdad . Siempre estoy pensando en

ir, por al l á y nunca voy.

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LA FER IA DE LOS D ISCRETOS 2 5 1

Pues é l pregunta á todas horas por usted .

El pobreci to está muy mal i to , y tan solo . Nos

otras desde que estamos aqu í vamos todos los

días a verl e .

Pues yo tamb ién i ré,no tenga usted cu i

Vete mañana d ijo Remedios .

Bueno,i ré mañana . ¿Pero ustedes han d e

j ado el paseo por mi?

No respond io Rafae la a m i no me

gusta andar en esa fi l a mucho t i empo . Me mareo .

Vamos ya hac ia casa . Adiós , Quintín .

Adiós .

Quintín tomó el camino de l a s i e rra é h izo tro

tar su cabal lo hasta el merendero del B r i l l ante .

Le había producido el encuentro una impres ión mezclada de tristeza y de i ron ía , algo quel e parecía tan pronto muy penoso como muygrotesco .

¿Y ti ene algo de partic u lar? se pregún

taba a Sl m ismo .

No, no ten ía nada de part icu lar . Era lo l ógico .

Se había casado ; su marido era j oven ; iba a tenerun hij o . Era lo natural ; y sin embargo , á Quintínle admiraba .

Muchas veces se ven en el ai re extraños pajaros que vuel an j unto al c ie lo , como las i l us ionesde los hombres . A veces estos páj aros caen heridos por algún cazador, y al verl os en l a ti erra ,sus ojos tri stes

,sus plumas blancas

,son una sor

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presa para el que l os mi ra . y es que el hombre poetiza todo lo l ejano .

Quintín , dominado por su impresión entre do

lorosa y grotesca , vol v ió despac io al pueblo .

Cuando l l egó á la Victoria era ya el anochecer .Continuaba el paseo . L a s ierra se l l enaba de brumas; el sol se pon ía sobre la campiña , y su grand isco roj o iba ocu l tándose por enc ima de los cam

pos amari l los , y en el fondo de l hori zonte, en

vue lto en un ai re de co lor de rosa , se destacaba

un cer ro azul ado con un cas ti l l o en la punta .

Ya iban quedando pocos coches ; por encimade la v i ej a mural la y de la puerta de Almodóvar aparecía en e l c ielo azul , que se iba cua

j ando de es tre l las , la torre amari l l enta de la cátedral .De la Vi ctoria , todos los coches pasaron á dar

vue ltas por el Gran Cap i tán .

Quint ín entró en un café .

Yo debo marcharme de aqu í pensóDeb ía i rme a Londres .

Y recordó la l l uv ia menuda , los cocheros calados , en sus cabs , la n ieb la azul de los campospróximos áWindsor, y los barcos que se desl izaban por el Támesi s entre la bruma .

Sal ió del café . Los coches seguían dando vucltas por el Gran Cap i tán , envuel tos en una atmós

fe ra polvor i en ta .

Fué Quin t ín á su casa . María Lucena se pre

paraba para i r al teatro .

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CAP ITUL O XX

Los f i lósofos sin notarlo

día s igu iente,Quintín , ya tranqu i l izado d e

su fiebre nebu losa y anglomana, i ba á ccnar por la noche al café del Recreo . María Lucena , con su madre y una amiga corista le esperaban

¿

Pues no has tardado poco d i jo MaríaLucena al verl e entrar en el café .

Quin tín se encogió de hombros, se sentó y

l lamó al mozo .

María Lucena era h i ja d e un aperador de uncortij o del ruedo de Córdoba . Ten ía poca voz ,pero mucha grac ia cantando y bai l ando

,unas

caderas fuertes que al andar osc i l aban con unmovim iento agitanado ,

una cara pál ida é incorrecta y unos ojos negros y bri l l antes . María Lucena estaba casada con un traspunte

, que á lostres ó cuatro mese s de matrimonio cons ideró natural y lóg ico v ivi r á costa de su mujer; pero éstale quebró l a combinac ión despachándole de casa .

L a muchacha que estaba con María Lucena en

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el café era una corista de las que se d i st inguen ycomienzan a hacer pape les cortos . Era una muj erbaj ita , con los ojos negros y muy vivos , la narizafi lada , l a boca con una sonrisa burlona que levan taba las comisuras de l os lab ios para arribay el pelo rubio , adornado con dos c l ave l es roj os .

La vi ej a que les acompañaba era l a madre deMar ia

,una v iej a gorda , arrugada y l l ena de l una

res , con l a m irada vi va y susp i caz .

Quin t ín se puso á cenar con las tres muj eres .

Se le había pasado la murria melancól i ca del d iaanterior

,pero se man ifestaba tri ste por d ign idad

y por ser algo consecuente cons i go mismo.

María Lucena , que hab ía notado la preocupaC ion de Quintín , l e m i raba de cuando en cuandoaten tamen te .

Bueno,vamos d ij o María .

Se levantaron l as dos muchachas y la v i ej a»porque era hora de comenzar la función , y Quin

tín quedó solo , dis tra ído en hacer esfuerzos paraconvencerse á si mismo y á los demás de queestaba muy tri ste .

En esto entró Springer e l su izo y se sentó al

l ado de Quintín .

¿Qué te pasa? le d i j o , tomando en seriosu a ire fúnebre .

Hoy estoy melancól i co . Vi ayer á una mu

chacha que me gustaba . La n i eta del marqués .

La que se casó con j uan de Dios .

¿Y qué? ¿Qué le pasa?

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P IO B A R O J A

Cosas de muj eres .

Es que las hembras de aquí t ienen un gan

cho,compadre , que hay que verlas .

A m i me parecen i nsign ificantes d i joQu intín .

Hombre,no d igas eso repl i có el su izo .

Paliduchas ,oj erosas

,débi l es

,mal alimen

¿No les negarás tamb ién la gracia? pre

gun tó Springer .

Si contestó Quintín hacen muchosgestos y t ienen una manera de hablar fan tást i cay recargada de imágenes . Un hablar de negro .

Yo,cuando cuenta algo María Lucena , me fi j o

en que s i empre l as cosas , mater ial es ó no , lascompara con algo material : es más bueno que elpan

,es más soso que l a calabaza . todo nece

s ita materializarlo ; s i no , yo creo que no l o enti ende . Es como un niño . como un n iño nupert i nente .

¡Qué retrato ! exclamó el su izo r iendo .

Luego , en cualquier cosa hace d ivis io nes ysubdivi s iones ; cada obj e to ti ene ve in te nombres .

Hay en casa u n botij illo con aguardiente de gui ndas , ese aguard iente de gu indas que aqu í lo t i enen como cosa sagrada ; pues Maria unas vecesle l lama el l oro , otras el verderón , otras el páj aroverde . Pues aún no le basta . El otro d ia l e dec ía á su madre desde la cama , señalándole el

botijillo : Madre , tráeme ese fu lano . Es deci r,

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 2 59

que el lenguaj e para esta gente no es lenguaj e n inada .

¿Y eso no ind ica ingen io? pregun tó e l

¿Pero yo para qué qu iero el i ngen io , Springer? excl amó Quintín á grandes voces . ¡Si

una mujer no necesita ingen io ! L e basta con ser

guapa,sumisa y nada más .

Eres tremendo d ij o el su izo . ¿De manera que l a inte l igenc i a de l a muj er para ti notiene valor?

¡Pero si eso no es i n te l igenc ia ! Eso es parala inte l igencia lo que es para l a activ idad e l movim iento de esos hombres que andan á saltitos ,y saludan á uno , y hablan á o tro . Ni una cosa esintel igenc ia

,n i la otra es actividad . L a cuesti ón

es tener un núcleo de ideas grandes , fuertes , quedi rij an la vida . Lo que les pasa a los i ngleses .

A m i l os ingleses me son muy antipáti cosd ijo el su i zo Re5pecto á Andal u c ia , yo creo

que s i esta tierra tuviera más cu ltu ra , constitu i ríauno de los pueblos más comprens ivos y en tu

siastas . Los demás españoles regatean s iempresu aprecio ó

_

su admiraci ón ; e l v i c io nac i onal deEspaña es la envid ia ; los andalu c es no . Estándispuestos á adm i ra rse por cualqu ier cosa .

Debi l idad de raza excl amó Quin tíntodos son unos boleros .

No d igas eso, que eres anda luz .

¿Yo? Nunca . Yo soy un hombre del Norte .

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Aquel Lond res,aquelWi ndsor . ¿Para qué ha

bré ven i do yo aqu í?

Vin i e ron María Lucena,su am igu ita y su madre .

L as sal udaron el su izo y don Gi l .Defienda usted á los andal u ces d ijo Sprin

ger á l a cóm ica porque Quin tín les está pon iendo de vuel ta y med ia .

¿Para qué está aqu í entonces? preguntóásperamente María .

Eso dec ía yo añad ió Qu intínqué habré ven ido á este pueblo?

Ya sé toda esa tristeza de qué v iene d i joMaría Lucena al o ido de Qu intín .

¿Si? Pues me alegro .

Vi ste el otro d ía á la pr ima , a la que ti enecara de mal de estómago . Dicen que no se puedeconsolar todavía d e que el nov io antiguo la de

j ara . Así está de esm irriada.

Quintín se encogió de hombros .

¿Ha par ido ya , ó es que t i ene h idropes ia?Quintín tampoco se d ignó contestar . El la , in

d ignada,vol vió á la carga .

Y porque la has vi sto hecha una l ombrizven ias ayer tan triste y afl igido , ¿eh?

Es pos ibl e d ij o fr íamente Qu in tín .

Si me hubieses vis to á mi de ese modo , lohubieras sen t ido menos .

¡Qué penetración !

Pues h ij o , á ti empo de conc lu i r estamos

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2 6 2 P I O B A R OJ A

acababan de ver º

no estaba del todo mal; el hombre al to de la barba negra aseguró por su parte

que se habia aburrido soberanamente .

Este hombre tétrico afi rmó después que paraél la vida daba poco de si, y que de todas lasvidas desagradables y enojosas

,l a más enojosa

y la más desagradable era l a de l as cap ital es deprovinc ia , y de todas l as v idas de las cap ital esde prov inc ia

,la peor la de Córdoba .

Contrar ió en todo á Leibn i tz y á su d isc ípul oel doctor Pangloss

, el hombre de la barba negrahubiese afi rmado con verdadero convenc im ientoque v ivía la peor v ida en e l peor puebl o del peorde los mundos posibles .

Está usted en lo c i erto d ij o Qu intín , conla sana intenc i ón de molestar á los oyentesnada tan antipáti co como estas capitales de prov in cia .

El arq ueólogo don Gi l h i zo un gesto comoqu ien no qu i ere tomar en cuenta lo que oye , y

d ij o d i rigiéndose a Springer :Usted también es como yo , ¿verdad? Par

tidario de lo antiguo .

En muchas cosas,s i contestó el su izo .

Era la v ida mucho mejor. ¡Qué sabiduría la

d e nuestros antepasados ! Todo cl as ifi cado , todoen orden . En la cal le de l a Zapateria , l os zapateros ; en l a de Librerías , l os l ibreros ; en la de la

Plata,l os pl ateros . Cada ofi c io con su cal l e : pl e i

t ineros , barberos , l etrados . Hoy todo al revés .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 6 3

¡Un desbaraj uste tremendo ! En la cal l e de Zapa

fer ias apenas hay zapateros , n i en la de Librer iasl ibreros . Estos ed i les varían de nombre á todo .

L a cal le de Mucho Trigo , en donde había antesalmacenes de ese cereal , hoy t i ene la especial idadde fabri car arropías . ¡ Qué absurdo , señor ! ¡ Quéabsurdo ! ¡Y a esto lo l l aman progreso ! Tratan loshombres de ahora de borrar el recuerdo de toda

una c iv i l i zac ión , de toda una h istoria .

¿Y para qué le s i rve á usted ese recue rdo?

preguntó el hombre de la barba negra .

¡ Para qué me s i rve ! exclamó don G i lasombrado .

Si, ¿para qué le s i rve?Siqu iera para saber que estamos en l a d e

cadencia . No comparando la Córdoba de hoy co nla del t i empo de los árabes , s ino comparándolacon la del s i glo XVI I I , se ve una d ife renc i a enorme . Había aqu í c i entos de te lares , fábri cas de pa

pel, de botones , de espadas , de cueros , de gu i tarras . Hoy . nada . Se han cerrado fábri cas , tal l eres , hasta los mesones .

Será verdad ; pero usted , don Gi l , ¿para quéqu iere saber esas calam idades?

¡ Para qué quiero saber, Escobedo ! ex

c l amó don Gi l , á qui en las preguntas del hombre de la barba negra dejaban estupefacto .

Sí , porque yo no veo que ese conocim ientos i rva para nada. Que desaparece Córdoba , puesotro pueblo aparecerá . ¡Si eso es igual ! ¡Oj alá

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2 64 P IO B A R O ] A

sigu ió d ic iendo Escobedo se pud iera borrar lah i stori a , y con l a h istori a todos los recuerdos

que entri stecen y march itan la v ida de los hombres y de las multi tudes ! Una generac ión deb iaaceptar de la que le preced ió lo que es ú ti l, laC ienc ia únicamente ; por ej emplo : el azúcar seextrae de es ta manera , l as patatas se fríen asi.Lo demás olv idarlo . Qué necesidad tenemos deque nos d igan : ese amor que t i enes , ese sufrímiento que padeces , ese acto hero i co que haspresenc i ado , no es n i s iqu iera nuevo ; l o tuvieron ,lo padec ieron , l o presenc iaron hace c inco ó sei sm i l años otros hombres lo m ismo que tú , igual

que tú . ¿Qué adelantamos con eso? ¿Me qu i ereu sted dec i r?El arqueólogo se encogi o de hombros .

C reo que está usted en l o c ierto — d ijoQu intín .

La h i s toria,como todo lo que es conocer,

nos envej ece s igu ió d i c i endo Escobedo E lsaber es el enemigo de l a fe l i c idad . Ese estadode paz , de sos iego , que los griegos l lamaban conrelación al organ i smo euforia, y con relac ión al

alma ataraxia, no se puede obtener más que noconociendo . Así , en la vida , al princi p io , á losveinte años , cuando se ve todo de u na manerasuperfi c ial y falsa, l as cosas aparecen bri l lan tesy d ignas de ser cod iciadas . El teatro es relativamente bon i to , la músi ca agradable , la función d ivertida ; pero el mal in stinto d e conoce r hace que

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2 66 P IO B A R O J A

Yo creo que lo ve tal como é s re pusoQuintín .

Luego se podría pasar d i jo Escobedo

que algunas cosas al tas , hermosas , no fueran tansubl imes como d icen los poetas ; por ej emplo , elamor; pero las otras más humi ldes , más modestas

,debían de ser hondamen te verdaderas y no

lo son . ¡La amistad ! No hay am istad más quecuando de dos amigos uno se sacrifi ca por el otro

¡La sinceridad ! Imposibl e también ; n i aun en lasol edad creo que se puede ser s incero . Grande óch ico

,i l ustre ó humi lde

,todo hombre que se mire

al espej o verá s iempre reflej ado en el fondo un

solemn ísimo farsante .

Estoy con usted dij o Qu intín .

C reo repl icó el su izo que ve ustedsólo el l ado de sombra de l as cosas .

Me esfuerzo en ver l os dos respond ioEscobedo el l ado de sol y el lado de sombra .

C reo que si, que en cada acc ión , en cada hombre ,hay luz y hay obscuridades

,hay también cas i

s i empre una faz seria y trágica y otra burlona ygrotesca . Yo

,á fuerza de mi rar con tinuamente l a

faz trágica,comienzo á ver la grotesca .

¿Y de qué le s irve austed eso? preguntódon Gil .

De mucho . De un hombre fúnebre y lacrimoso , me voy transformando en un misántropojov i al . Cuando U

_

egue a v iej o p ienso ser al egrecomo unas castañuelas .

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L A FERIA DE LOS D ISCRETOS

¡ Fi l osofia griega ! d i jo con desdén don

Señor Sabad ía repuso Escobedo ustedt iene el derecho de molestarnos á todos hablandonos de los l etreros de l as cal les de Córdoba yde las costumbres de nuestros respetabl es antepasados . Concédanos usted el perm iso de comentar la v ida á nuestro modo .

Risnm teneat is d ij o d on Gil .

¿Ven ustedes? repl i có Escobedo . Esotra de las cosas que me molestan . ¿Qué necesi

dad ten ía don Gi l de espetarnos una cita tan vu lgar que hasta los mozos de café la saben?El arqueólogo

,desdeñando lo que oía , comen

zó á reci tar un antiguo romance cordobés que

decía así :

Jueves , era jueves ,d ía d e mercado ,

y en San ta Marinatocaban rebato .

Escobedo s igu io fi l osofando ; un mozo de cafécomenzó á colocar las s i l las sobre l as mesas , otroapagó los mecheros d e gas

,y los parroqu ianos se

fueron á la cal l e .

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2 70 P IO B A R O ] A

Quin t ín s e acercó al señor Juan .

¿Qué hay? ¿No se puede pasar? le pre

gun tó.

Usted , si rep l icó el j ard inero pero no

esa pécora .

¿Quién es?

L a condesa . Después de que está d ic i endoenorm idades de la señori ta Rafae la y d el abue lo ,v iene aqu í esa t íaca á echárselas de cari tat iva .

¿Cómo está el señor marqués?

Muy mal .

¿Pero se ha agravado , ó s igue la enfermedad su cu rso?

Se ha agravado . Y,m ientras tan to

,el se

ñor conde , ¿sabe u sted lo que hace? Pues estávend iendo todo lo que encuentra amano . Ha vend ido hasta las cañer ías de plomo y las l osas dela cuadra, que é l m i smo ha arran cado . L e digo á

u sted que es una vergúenza.

¿Y cómo no se l o imp iden?

¿Quién? Es una cosa que da pena . Mientras el señor está en l a cama , vienen los baratilleros, y á carros se l o l l evan todo . Han sacadotap ices , bronces , los vargueños qu e habia en la

sala , el bu fete , los tocadores . y esta tunan ta,

que lo sabe , qu iere ven i r aqu í á tomar parte en

el robo . Al conde no l e pu edo dec i r nada ; peroa esta mala muj e r

, si . ¡Y si vi era usted ! Y o no sécómo se atreve á m irarme

,después de lo que ha

pasado entre los dos .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 7 1

¿Entre qu iénes? ¿Entre usted y e l la?

Si, señor . ¿No se lo han contado?

No .

Pues yo tengo un h i j o , ¿sabe usted? y ahora no tanto ; pero hace unos años , era un niñomuy bon ito

,más blan co que la n ieve , y con unas

mej i l las que chorreaban sangre . Era,además

,

fu erte,muy robusto , y muy inocen tón . Bueno ;

pues de pronto , el chico se me ¡empieza á ponermuy pál ido , y flaco , y oj ero so . Y su madre , y yo ,

¿qué le pasará al ch iqu i l l o? ¿y qué tendrá? Y nada ,s in poder comprender l o que le pasaba ; hasta queuna noche , el cochero le ve que i ba sal tando porlos tejados . E l hombre se puso en acecho

,y lo

averiguó todo . La condesa , entonces , v ivía aquícon su marido , y mi h ij o iba á buscarla . Cuandole d ij e al marqués lo que pasaba , fué , cargó unapistola , y quería pegarl e un t i ro á su nuera . Y e l la ,la muy t ía, se acerca á m i y me d ice : Si necesitausted algo para su h ij o , avísemelo usted . L o

que es usted , señora , le contesté , muy v i c iosa , yá m i h i j o no le volverá usted a ver más .

¿Y ahora el la con qu ién está?Ahora , con Periqu i to Gálvez .

¿Y qu ién es ese?

Un labrador r ico .

¿Joven?No ; t iene ya más de c incuen ta años . Pero se

la pega con cualqu iera . Cuando se entend ió conel la , d i cen que Periqu ito encon tró una v ez una

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P IO B ARO_IA

l i ga de l a condesa , y esta l iga ten ía un l etrero quedec ia :

ln t répido es amor;d e todo sa le vencedor.

Periqu i to mandó hacer un par de l igas iguales,

con el l e tre ro en d iamantes y perlas,y se lo

regal ó .

¡Qué rumboso !Eso si lo es .

Se separó Quintín d e l señor j uan , y sub ió áver al enfermo .

En un gabinete,próximo á la alcoba

,estaban

Rafael a y Remed ios hablando con un señor delgado , esbel to , muy aci calado . Era el Pol lo Real

,

e l hermano del marqués y de l a señora Patroc in io . De cuando en cuando , Colmenares , el j orobado , sal ia de l a al coba , con l os ojos enroj ec idosy volvía en segu ida .

Voy a i r á rezar á l a erm i ta de la Fuensanta d ij o Remedios á Qu intín ¿Quieres acom

pañarme?

Fueron Remedios , la criada joven y Qui n tín , alcaer de la tarde .

Rezaron e l l as,y volvi eron de l a ermi ta char

l ando . Remedios contó á Quintín que habían l l egado á oídos de Rafaela las i nvect i vas de su madrastra; Quin tín prometi ó á l a n iña que har iacal lar a la condesa . Pensó dedicarl e en L a Víbora

unas cuantas p icadu ras que l a mortificasen . Des

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P I O BARO_IA

el resplandor escarlata del c iel o , y á l o lej os , alfinal de la calle , el campanario vetusto de una

igles ia, que rec ibía de l leno los úl t imos rayos delsol, bri l l aba como un ascu a de oro .

Al volver á casa , ya el c i e lo perd ía su color depúrpura ; un ve lo amari l l o pál ido , de ópalo , invad ía toda l a bóveda cel es te ; hacia el poniente eraverde ; al otro lad o , azul , de un azu l i ntenso , congrandes faj as moradas .

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CAP ITULO XXI I

Palos , t iros y pedradas

OR la noche , Quintín fué abuscar á Cornejoá la imprenta donde se hacia L a Víbora .

La imprenta estaba en un sótano , y tenía unamáquina antiqu ís ima , que en un d ía entero ti rabasus qu in ientos ej emplares .

Hay que hacer, para el número que v ie

ne le d ijo Qu intín al poe ta un romance venenoso , por e l esti lo de l os que se han publ icadocontra el alguaci l Ven tosi l l a

, el padre Tumbón ,

y la Garduña.

Bueno . ¿Contra qu ien va á ser?Contra la Aceitunera.

¿La condesa?Si .

¡Demonio ! ¿No es pariente tuya?Si; por l a mano izqu ierda .

Venga de ah í . ¿Qué hay que deci r?Tú ya sabes que l e l l aman la Aceitunera .

Si .

¿Que es una perd ida tamb ien lo sabrás?

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2 76 P I O B A R O J A

Si.

Pues con eso ya lo tienes hecho todo . Pue

des poner al romance un estri bi l l o : el l etrero quee l la l l eva en sus l igas

, que d ice asi

I n trépido es amor;d e todo sa le vencedor.

Muy bien ; pero dame la idea .

¿Aún neces itas más? Puedes empezar conuna i nvocac ión poéti ca , preguntando á todos loscasucos de Córdoba quién es una dama de estasy de estas señas ; aqu í pones las suyas, que ti eneunas l igas con este letre ro

In trépido es amor;

de todo sale vencedor.

Bueno ; por ej emplo , d i ré que tiene l os oj osnegros , y unas caderas de padre y muy señorm ío

,y .

Y e l color ace itunado .

Y el col or ace itunado . y terminaré d iciendo :

'

Y esta leyenda escrita en la ancha l iga,que tan tos v ieron con igua l fatiga.

In trépido es amor;

d e todo sale vencedor.

¿Eh? ¿Qué tal?Muy bien .

Bueno,pues dentro d e un momento está

h echo . ¿Cómo título el romance?

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2 78 P IO B A R OJ A

¿Y usted qu ien es? Sepamos primero qu iénes usted .

Y o soy Carrahola.

¿No me t iene usted rabia por lo del otro d ía?No

,señor ; porque u sted es un val iente .

Gracias .

Pues bi en ; el señor j osé nos ha mandado á

Can taro te el gi tano y á m i para que le acompa

ñemos á casa .

¡Bah ! Conmigo no se mete nad i e .

No d iga usted lo que no sabe . Tenga ustedeste garrote y le dió uno que l l evaba ocul to enla capa y eche usted á andar .

¿Y usted no va armado , Carraho la?

¿Yo? mire usted y l evan tando el vuelo

de la capa , enseñó la faj a , l l ena d e p i edras .

Cogió Quintín el garro te , se embozó en la capahasta los oj os

,y echó a andar por en medio de

l a cal l e , despac io , mirando bien antes de pasar

por delante de las bocacal les y rinconadas . All l egar á una esquina v ió dos hombres , apostadosen el hueco del por tal de un convento , y otrosdos enfrente . No bien los hubo col umbrado , sedetuvo

,se paró j unto á una puerta , se desem

bozó , arrol l ó la capa en e l brazo izqu ierdo , y em

puñó e l garrote con la mano derecha .

L os cuatro hombres,al ver a uno que se es

cond ía, supusi eron que era Qu in tín , y se l anzaron todos contra é l . Paró Quintín dos ó tres go l

pes con el brazo izqui erdo .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 79

¡Evohé ! ¡Evohe ! gri tó l uego,y en un mo

mento repart i ó una l l uvia de garrotazos aderechay ai zqu ierda, con tal ímpetu , que hizo r etrocederá los que l e atacaban ; en un mol inete d ió á unode los persegu idores en mitad de l a cabeza , y el

garrote se h i zo trizas . El hombre d ió un a vuel ta ,y cayó á ti e r ra

,de bruces, como un saco .

Carraho la y Can tarote se acercaron corrien

do al l ugar de la l ucha , el uno tirando piedras ,e l otro con una navaja larga como una bayoneta .

Carraho la dió á uno una pedrada en la cara, yse la dej ó echando sangre . De los tres que quedaban relativamente sanos , dos huyeron , y el

más fuerte,e l que parec ía e l d i rector de la par

tida,quedó enredado con Quintín en una l ucha á

puñetazos . Este , que conoc ía el boxeo,le metió,

sin saber el otro cómo , el puño por entre los brazos, y le d ió tal golpe en la barba , que l e h i zo caerde espaldas

,y se h ubiera desnucado s i no tro

pezara con l a pared . El hombre, al caer, sacóuna pisto la del bolsi l lo y d i sparó .

Señores d ij o Quin t ín á Carrahola y áCantarote. ¡A casa , y sálvese e l que pueda !Cada cual por su lado echó acorrer

, y l os tresse escabul l eron por las estrechas cal l ej ue l as .

Al d ía s igu iente , Quintín fué , por la tarde , alCasi no . Los per iódicos hablaban de la batal l a deldía an terior como de una cosa ép i ca; un rufián ,conoc ido por el Mochuel o , había sido encontrado

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en la cal l e con una congesti ón cerebra l y una hérida contusa en l a cabeza ; había , además , huel lasde sangre en la cal l e . L as pas i ones , según decian los papeles , estaban sobreexc i tadas ; trasde la descripc ión de l a l u cha

,i nmediatamente

d espués , ven ía la noticia de que e l notabl e poetaCornejo habia s ido victima de una agresión porparte de unos desconocidos .

Lo han reventado pensó Quintín .

Fué á casa de Cornej o y lo encontró en la

cama , con la cabeza l l ena d e trapos , ol iendo áarn ica .

¿Qué te pasa? le preguntó Quintín .

¿No ves cómo estoy? ¡Que me han pegadouna pal i za qu e me han hecho c isco !

A mi me la quis i eron dar ayer; pero tumbeá unos cuan tos .

Pues no te fics .

No ; no me fío ; l l evo una p istola en cadabolsi l l o , y al que se meacerque , no te d igo nadalo que le sucede .

Esto se pone muy maloCa, hombre . No hay que ami lanarse .

Tú hará s lo que te parezca . Yo no salgo

hasta cu rarme ; n i escri bo más en L a Víbora .

Bueno . Haz lo que quieras .

Yo tengo necesidad de vivi r .

¡Pchs ! No veo la necesidad repl i có Quint in desdeñosamen te; y añad ió : Mira , ch i co , sieso te asusta

,

ded icate á coser á máqu ina . Qui

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CAP ITULO XXIII

Persecuc iones y escapatorias

l as tenía Qu intín todas cons igo,y á pe

sar de las dos pistolas y de l bastón de estoque que l l evaba , temía que á la mejor ocas iónle tendieran un lazo y le dejaran en un estado párec i do al de Cornejo .

Desconfiaba mucho de María Lucena, porqueésta iba tomándol e od io , y era capaz de j ugar l euna mala pasada .

Unos qu ince d ias después del ataque noctur

no , Quint ín se acercó al café del Recreo . Comoandaba muy escamado , antes de en trar m i ró porun cri stal , y vió á María L ucena

'

que hablaba conun señor e legante . Esperó un momento

,y al pá

sar un camarero,le d ij o :

Oye , ¿qu ién es aquel señor que está al l í?

¿Aquel afe i tado , de traj e negro?Si .

El señor Gálvez .

¿Periqu i to Gálvez?Si, señor .

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2 84 P IO B A R OJ A

Entró Qu intín en el café , é h izo como que nose fij aba en el vecino . Encontró que María Lucena estaba más amable con él que l os demás d ias .

Aquí hay gato ence rrado se dij o Es

tos me preparan algo .

Quin tín no era celoso ; María Lucena pesaba yamucho en su vida , y s i al gu ien se la hubiera llevado

,en vez de ind ignarse l e hubie ra dado las

grac ias .

Entre estos dos pensó Qu intín refirién

dose á Gálvez y á Mar ia han tramado algo

contra m í .

De pronto , Quin tín se l evantó , y sin sal udar áMaría se fué del café .

Voy á ver á Pacheco murmuró .

Iba por la cal l e del Arco Real , cuando al vo lver l a cabeza vió que dos hombres caminaban

tras é l .Mala os espera d ijo empuñando una pis

tola .

Se levantó el embozó de l a capa, y echó á andar muy de prisa . Hacia una noche fría y desapacibl e ; l a luna, en crec ien te , bri l l aba entre grandes nubarrones , que pasaban por delante de e l l a .

Trató Quintín de desp istar á sus perseguidores ,desl i zándose rápidamente por las tortuosas ca

llejuelas ; pero l os dos hombres conocían , sin

duda,muy bien las vueltas y revuel tas del pue

blo ,porque s i d urante un i nst ante no los veía , al

poco rato ya los ten ia t ras é l .

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2 86 P IO B A R O J A

¿Si me meti e ra aquí? Pero esto lo regi strarán mejor que nada . ¿Qué hago?T i rarse al río e ra demasiado pel igroso . Atacar

á los persegu idores una barbaridad .

Para mayor desd icha , l a l una comenzó á sal i rdel nubarrón que la hab ía ten ido ocu lta

,y espar

ció su l uz por el puente . Quin tín se meti ó en lahornac i na .

Lo que más le índ ignaba era se r preso de unmodo tan estúp ido . No tem ía la cárce l , s ino el

de5prestigio an te la gente . L os que se habían entusiasmado con sus hazañas, al saber que estabapre so comenzarían á tenerl e por un hombre vu l

gar, y esto no le convenía .

Hay que hace r algo . Cualqu ier cosa . ¿Quépodría in tentar?Hacer fren te á sus persegu idores á t i ros desde

la hornacina sería gal l ardo , pero era exponerse áque lo matasen al lá ó á i r á pres i d io .

Revolv iéndose dentro de l a hornac i na , Quintíntropezó con un pedrusco .

A ver . Intentemos una farsa .

Quintín se qu i tó la capa y envolv10 en el l a elped rusco

,haciendo como una muñeca . Luego

cogi ó el lio en brazos y se sub ió en el pre ti l del

puente .

¡Ah í está ! ¡Ahí está ! d ij eron sus perse

guidores .

Quin tín i ncl i nó e l muñeco haci a e l río .

¡Se va á ti rar !

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 2 87

Quintín lanzó un gri to y ti ró el pedrusco en

vuel to en l a capa al agua , en donde se zambu l lócon gran estrép i to . Hecho esto , se ti ró hac ia atrás ,luego , á gatas, vol v ió de pri sa á l a hornacina, sesubió á ella, y quedó dentro agazapado j unto ála pared .

Pasaron corri endo los persegu idores por delante de las hornacinas , sin mirar al i n terior den inguna de l as dos .

Pero , ¡qué bárbaro ! —decía uno de el los .

Pues no se l e ve .

Yo creo que s i .Vamos al mol i no del Medio d ijo e l que

parecía el j efe Ah í debe haber una barca . Us

ted , sereno , quédese aqu í .Quintín oyó esta conversac10 n , acurrucado en

su aguj ero ; s inti ó los pasos de todos , y cuandoel ru ido de éstos se fué alej ando

,se l evan tó y

miró por una estrecha aspillera lateral qu e ten íala hornaci na . El sereno había puesto el farol i l l osobre el preti l d el puente , y miraba al río .

No hay que perder t iempo murmuróQuintín .

Se sacó rápidamente la corbata y el pañuelo ,sal tó de la hornac ina sin meter el menor ru ido , yse acercó al sereno . Simul táneamente , una manocayó sobre el pescuezo del vigi lan te

,l a otra sobre

la boca .

Si gri tas , vas abajo murmuró Qu intíncon voz sorda .

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2 88 P IO B A R OJ A

El hombre , del susto no resol l ó . Quin t ín le

amordazó con el pañuelo , l u ego le ató las manos

por detrás , le qu i tó la gorra , le metió su sombrero hasta los ojos , y cog¡endole como á unn iño

,lo met ió en la hornac ina .

Si in tenta u sted sal i r de ahí , es hombremuerto dij o Qu intín .

Hecho esto , se caló la gorra del sereno , cog ioel chuzo y el farol i l lo , y fué andando con l entitudhac ia la puerta del puente .

Había dos hombres al lá , de guard ia .

Por ah í,por ah í va l es d ij o Quin t ín in

d icándoles l a pradera del Corregidor .Los dos hombres echaron á corre r en la d irce

ción ind i cada . Quin tín atravesó la puerta delpuente , ti ró el faro l i l l o y el chuzo al suelo , y echóá correr como un desesperado . Se segu ían oyendo l os si lbidos de los serenos ; Quin tín , al ver unfarol i l lo , se escabul l ía por cualqu ie r cal lej uela , ygalopaba . Por fin , pudo dar con l a taberna d elCu ervo , y l l amó desesperadamente .

¿Quién es? d ij eron de aden tro .

Yo , Quintín . Que me v ienen pers igu iendo .

Abrió e l Cuervo la puerta,y l evantó el cand i l

hasta la cara de Quintín para cerc iorarse de queera é l .

Bueno . Pase usted . Tome usted la l uz .

L a tomó Quintín , y el tabernero corri ó un parde cerrojos form idabl es .

Ahora , déme usted e l cand i l y s ígame usted .

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2 90 P IO B A R O J A

Se le enviará la com ida . Cuando venga el

señor José l e i rá á v is itar .Bueno ; venga l a l l ave .

Ahí la t iene usted . Ad i ós,y buen viaj e .

El tabernero desapareció por donde hab ia sal ido . Quintín , de aprend i z de gato , avanzó rom

piendo tej as .

Desde al l á arriba se veía la c iudad,acari c iada

por l a l uz de plata de la l una . En e l si l enc io del a noche resonaba el murmul lo de l rio . En elfondo , por encima de los tej ados del pueblo , ibaaparec iendo la sombra negruzca de Sierra Mo

rena,con sus huertas blancas bañadas de l uz

azu l y su contorno , que se destacaba en el c ie l ovelado por una l igera bruma .

Llegó Qu int ín á la guard i l l a , empuj ó la ventana, baj ó los escal ones que le habían i nd icado ,abr i ó la puerta, encend ió un fósforo , y no acababa de hacerl o cuando oyó un gri to de terror .

Quintín ti ró e l fósforo,asustado . En la guard i l l a

había al gu ien .

¿Quién está aqu í? preguntó .

Cabal l ero contestó una voz quejumbro

no me haga usted daño,por D ios .

Quintín , que v i ó que le ped ían auxi l i o, supuso

que no había pel igro , y encend ió otro fósforo , yl u ego un ve lón . A la l uz de éste v i ó auna señoraincorporada en una cama , con l a cabeza l l enade pap i l lo tes .

Señora,

no tenga u sted cuidado d ij o

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 2 9 1

Quintín yo me he debido equ ivocar, y he entrado en un cuarto en vez de en trar en otro .

Pues,s i es asi, ¿por qué no se va usted?

Es que me choca que sea asi . No había más

que esta guard i l la enfrente . ¿Quiere usted que

nos expl iquemos? Yo he venido aqu í porque elCuervo

,el tabernero de esa esqu ina , me ha d icho

que venga , que esta guard i l l a es suya .

Pues yo he venido aquí porque me ha traldo José Pacheco .

¿Pacheco?

Si .

Entonces , es la m isma guardi l l a .

¿Conoce usted á Pacheco? preguntó ladama .

Es muy amigo mío . ¿Usted también le conoce?

Si, cabal l ero . Es mi amante y la señorasuspi ró .

Qu intín s intió unas enormes ganas de sol taruna carcajada .

Pues , señora d ij o yo lo sien to mucho;pero vengo persegu ido por la pol icía y no puedomarcharme de aqu í .

Pues yo , cabal l ero , tampoco puedo perm iti r que esté usted en mi alcoba .

¿Y qué qu i ere usted que haga?Salga usted á dormi r fuera .

¿A dónde? ¿Al tejado? Usted no sabe la nºche que hace .

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P IO B A R O J A

Es usted muy poco galante,cabal lero .

L a pu lmon ía sería menos galante conmigo,

señora .

¿Cree usted que le voy á dejar estar aqu ítoda la noche en el cuarto?

Mire usted , señora , yo no trato d e viol entarla á u sted , n i mucho menos . Permítame ustedsacar un col chón y me tenderé en el suelo .

Imposibl e .

Si tiene usted miedo , dej e usted la l uz encend ida. Además , para más tranqu il idad y paradefensa de su honor, le entrego á usted estas dospistol as . Están cargadas — d ij o Qu intín desear

gándolas cu idadosamen te .

Bueno ; asi me avengo repuso la dama .

Quin tín sacó un col chón , l o tend ió en el suelo ,y se echó encima .

Ay de usted , cabal l ero d ijo la dama con

voz terri b le s i se atreve usted á propasarseen algo .

Quintín , que estaba cansado , á los pocos miun tos roncaba como u n aguador. L a dama se incorporó en la cama y l e miró aten tamente .

¡Oh ! ¡qué ser tan antipoético ! murmuró .

Al despertarse Quin tín y encontrarse en e l cuarto, por donde entraba un rayo de l uz por un altoventan i l lo entornado , se l evantó para abr i rlo . La

poé t i ca dama roncaba en aque l momento , con

una pi stola agarrada entre sus dedos .

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2 94 P IO B A R OJ A

Al lá lej os , en una azotea , una muchacha arreglaba unos ti estos . Probablemente seria bonita .

Quintín se acercó á verla .

En este esp ionaj e le sorprend ió Pacheco,

que ven ía gateando por el cabal l ete de un tej ado .

Buenos d ias , compadre d ij o Pacheco .

Hol a,amigo .

L e tengo que dar a usted la enhorabuena,compadre , porque lo que usted ha hecho ayer esuna de las cosas más saladas del mundo .

¿Quién se lo ha contado á usted?

¡Pero s i en todo el pueblo no se habla deo tra cosa ! Esta mañana , todav ia algunos apostaban á que el cadáve r de usted estaba en e l fondodel río

,y han ido en lanchas , y en vez del atún que

esperaban coger, han sacado una p iedra envuel taen una capa . Todo Córdoba se está ri endo delcaso . Ha estado usted pero que muy bueno .

Pero o iga usted,compadre d i j o Quintín

señalando la guard i l la ¿Qué calandria ti eneusted en esa j au la?

¡ Ah ! ¡ Es verdad ! Es una señora que estámala del sentido . Dice que está enamorada de m i,y yo

,para l ibrarme de e l l a

,me la he traído á este

r i ncón,donde no me fast id ia .

¿Y cómo ha ven ido? ¿Por los tejados también?

Si; d is frazada de hombre . Ten ía una fachacon pantalones , que estaba para darl e una patada en el ombl igo y ti rarla á un patio .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 2 95

Bueno ; vamos á l a guard i l l a , que al l i esperael almuerzo . Lo que s iento , compadre , es no po

der sal i r .Pues por ahora , impos ibl e ; la gente de j us

t icia está oj o avizor.

¿Y á usted no han i ntentad o prenderl e ,amigo?

¿A m i? No hay qwen . Tengo cada sá

bueso que husmea desde aqu i l o que pasa en el

otro extremo de Córdoba , y á cualqu iera de e l l osle da usted un recado y corta el aire mejor queun galgo .

Llamaron en la guardi l l a .

No estoy vestida aún d ijeron de dentro .

Vamos , señora exclamó Quin tín que

está usted abusando de mi apeti to . S i no qu iereusted abri r, déme usted la cesta . L e advierto queestá aqu í Pacheco .

Al o ír esto , la dama abrio la puerta y se echóen l os brazos del band ido . Llevaba todo e l pe lor izado , l l eno de lazos, y un peinador blanco .

Quintín cogió la cesta .

Bueno d ij o s i ustedes qu ieren,l es de

jaré solos .

No exclamó Pacheco con terror ; luego ,dirigiéndose á la dama , añad ió Este señor yyo tenemos que habl ar de asuntos importantes .

Nos j ugamos la v ida .

Antes tomaremos un bocado d ijo Qu int ín Es una idea .

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2 96 P I O B A R OJ A

Una idea al imenti c i a .

Se repart i eron el pol lo .

¿Y se d i ce en el pueblo qu ién mandó persegu irme? preguntó Qu in tín .

Todo el mundo lo sabe : que ha s ido laAceitunera contestó Pacheco Se ha empeñado u sted en desacred itarla, y el l a se ha crecidoal cast igo, y ya no quiere más picaduras de LaVíbora . Luego , según se d ice , al gobernador nole parece la gach i costal de paj a , y el l a se ha dej ado galantear y ha ped ido que le metan á usteden l a cárce l y que acaben con el periód ico .

Eso habrá que verl o .

Eso se verá . El que manda hace aqu i lo quequ iere repuso el bandido Ya sabe usted lo

que se d i ce en Córdoba : La caridad en el Potro , lasalud en e l cementerio , y la verdad en e l campo .

Pues nos e charemos al campo á buscarla d ij o Qu i ntín .

Eso no — rep l i có Pacheco que yo no

perm ito que usted se p ierda; pero s i usted qu iereque á esa muj er l e demos un s usto .

¿T i ene usted pensado algo?Todavía no; ¿u sted es capaz de hacer una

gorda?Yo soy capaz de todo , compadre .

Bueno . Espéreme usted hasta la noche .

Está b i en d ij o Quint ín ¿Qui ere ustedl l evarme de paso estos papeles á la impren ta?

¿Qué son?

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CAPÍTULO xxrv

Una víct ima del fol letí n

UEDARON la señora y Qu intín solos .

S i no qu i ere usted que esté aqu íd ijo Quintín d ígamelo usted .

¿Tanto me odia usted por lo de anoche? ,preguntó e l la .

¿Yo? No , señora ; pero como este chiscón estan estrecho que apenas se puede uno mover ené l , si la estorbo av ísemelo usted .

No , no me estorba usted .

Quintín se sentó en una si l l a,sacó su cuaderno

y su l áp iz , y se decid ió á i ntentar una de lascosas para el más desagradabl es y di fíc i l es : hacer versos . No se l e ocurría

,n i por casual idad

,

un consonante , n i le sal ía un verso con l as sílabas j ustas , s i no iba contándolas con l os dedos .

La buena señora , con su pelo rizado , l l eno deIac itos, y su pe inador blanco , contemplaba la techumbre de la guard i l l a

, con un abu rrimientodesesperado .

Así estuvieron los dos durante largo rato . De

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300"

P IO B A R O J A

pronto , l a señora ,con una voz ahogada

, ex

c lamó :

¡Cabal l ero !

¿Qué hay, señora?Debo parecerl e á usted rid ícu la ¿ver

No , señora , ¿por qué? pregun tó Quint ín ,y murmuró por l o baj o : desnudo , crudo , j uanetudo , engrudo . nada ; n i nguno viene b i en .

Soy muy desgrac i ada , cabal l ero .

¿Pues qué l e pasa a usted , señora? yQu intín s igu i ó mascul lando : rudo

, pantorrilludo ,

patudo . nada, que n o v i enen bien .

¿Quiere usted oí rme , cabal l ero? En este momento , usted sólo me puede aconsej ar .

Habl e usted señora,que soy todo oídos

contestó Quin tín , cerrando su cuaderno y guardando el l áp iz :

La señora susp iró profundamente y comenzóasí :

Yo, cabal l ero , me l lamo Gumersinda Monleón . Mi padre era mi l i tar

,y mi infanc i a transen

rrió en Sevi l l a . He sido h ij a ún ica y muy mimada .

Todos los capri chos que pod ían darme m i s padres

, en su posi c ión me los daban . Sinda poraquí

,Sinda por al la

,habían abrev iado as í mi

nombre . Como yo me figuraba en aquel la epoca ser algo excepcional , y creía que estaba fuerade mi centro en l a modesta casa de mis padres,

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302 P IO B A R O J A

d er lo que hab ia s i do para m i el pobre Monleón .

Ten ía Esti rado un humor de todos los d iablos ,l legábamos á hacer una v isi ta , preguntaba lacriada qu i énes éramos ; dec ia él : <<El señor Estirado y su esposa » , y si sonre ía la muchacha , yaestaba insu l tándol a del modo más grosero .

A los se is meses de casado , mi marido dej ó elservicio act ivo y se reti ró para cu idar de la ti enda. Esti rado no ten ia espíri tu m i l i tar; vend ió losgalones del un i fo rme

,y su espada estaba en un

r incón . Una vez la criada la cogió para desatrancar el retrete , y después de desatrancarlo , la dejóal lá . Al ver aque l l o me d ieron ganas de l lorar;cogi l a espada por la empuñadura , que era ún i

camente por donde podía cogerse,y enseñando

se l a á mi marido , l e d ij e : << L a espada que te handado para defender l a patria m ira cómo está .

»

El me insu l tó , y tapándose las nari ces de un

modo cín i co , me d ij o que me marchara, que no leimportaba n i la espada, n i la patria , y que l e dej ara en paz . Desde aquel d ía comprendi que todohabía concluido entr e los dos .

Al poco t iempo,Esti rado desp id i ó á un depen

d ien te antiguo que hab ía en la casa , y puso en laaban iquería á dos muchachas hermanas :Asuncióny Nati vidad .

A los seis meses , Asunc ión tuvo que sal i r ápasar una temporada a un puebl eci l l o

,y volv ió

con una cr iatu ra . Al poco tiempo volvió á repeti rse el viaj e .

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L A FER IA DE Lo s D ISCRETOS 303

En toda la vecindad no se hablaba de otracosa ; yo , en vista de la acti tud de las dos hermanas para conmigo , no me atrevía á bajar á latienda

,y el las hac ían lo que l es daba la gana .

Al cabo de seis años , un d ia mi marido desaparece

,l l evándose todo e l d inero

, en compañía

de Natividad , la hermana menor . La otra , laAsunc ión

,viene á m i con la quej a y con los cua

tro ch icos colgados de l brazo , y me cuenta una

historia románti ca , d e su madre que se emborrachaba

,de su novio . Yo me acordé de la F l or de

María de L os Mis terios de París, de la Fantinade L os Miserables, y le d i l o que pude , ¿qué ibaá hacer? Pasó el ti empo , y Esti rado comenzó áescribirme pid iendo d inero ; l uego cesaron lascartas

,y al cabo de medio año mi marido me

escribió una carta d i c i éndome que Nativ idad sehabía escapado , que é l estaba gravemente enfermo en Madrid

, en una casa de huéspedes , y quefuéramos Asunción y yo á cuidarle . Yo comprend ía que esto no era honroso , n i cristiano , n i razonable , pero acced í también y fu imos la muj er yla querida , y le cu idamos hasta que se muri ó . Asu muerte , señal é una pens ión á la muchacha ,dej é Sevi l la

,y me vine á vivi r á Córdoba . Esta

ha s ido mi vida .

Señora . C reo que ha s ido usted una san

ta dijo Quintín Lo que me asombra es

cómo , con un aprend izaj e así, se ha metido usted en esta aven tura .

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304 P I O B A R O J A

Pues ya ve usted,no he escarmentado . L e

conocí á Pacheco en el campo , una vez que entróen un cortij o m io . Me recordó una novela deFernández y Gonzál ez . Hablamos , me sedujo suv ida , l e escribí , me contestó é l por atenc i ón se

guramente , y se l lenó m i cabeza de locu ras ,hasta el -punto de d isfrazarme de hombre y desegu i rl e .

Afortunadamente , señora , ha dado , ustedcon personas bas tante d ignas d ij o Quint ín

que no abusarán de su buena fe .

¿Qué me aconsej a usted que haga?Pues una cosa muy senci l l a . Esta noche,

probablemente,saldremos Pacheco y yo de aquí .

Usted v iene con nosotros,la dejamos en su casa ,

y se acabó la aventu ra .

Es verdad . Es lo mejor .Ahora veamos d i j o Quin tín s i el Cuer

vo ha puesto algún lastre en l a cesta .

Se subi ó en una si l l a y abrió e l ven tan i l lo .

Hay peso — d ij o,ti rando de la cu erda

ergo hay prov is iones . Alégrese usted , doña Sín

da añad i ó y prepare usted la mesa .

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306 P IO B A R OJ A

vuel to de Cabra Periqu i to Gálvez , y éste le acom

pañe, volverá á su casa sola en el coche . Que es táPe r iqu i to y le acompaña

,no se hace nada ; que

sale sola , pues la robamos .

Pero bueno, ¿cómo?

Primeramente , yo me encargaré de ajumarleal cochero y de o cupar su s i ti o ; mientras tanto ,u sted va al teatro

,ve usted que sal e sol a , pues

se planta usted en l a otra acera , enfrente de lapuerta

,qu ieto ; que sale acompañada , pues eu

c iende usted un fósforo como s i fuera usted áfumar, ¿comprende u sted?

Y en ese momento , ¿usted dónde está?En el pescante . ¿Que l a condesa va acom

pañada? L a l l evo a su casa , y dejamos la cuest ión para otro d ía. ¿Que va sola? Pongo los cahal los al trote y voy al Campo de la Merced ; al l iparo , u sted monta , y hala .

Muy bien . ¡Chóquela usted , compadre ! Peroveamos con frial dad los i nconven i entes .

Vamos á verl os .

Primeramente,la sal ida de aquí . Están ron

dando la cal le,según ha d i cho el Cuervo .

Ah, ¿pero usted cree que yo soy tan pimpi

que voy á sal i r por la taberna del Cuervo? ¡Ca,hombre !

¿No?C laro que no .

¿Pues por dónde?Ya l o verá usted .

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LA FER IA DE L os DISCRE '

I os 307

Bueno . Está resuelta la primera d ificul tadsegunda

,yo tengo que i r al teatro para ver s i la

condesa sale sola ó no , y á mí me conocen , y sialguno de la pol i c ia

No pasa nada . Tome usted esta entrada .

Usted se cuel a cuando la representac i ón hayaempezado

,y sube usted hasta arriba

,abre usted

unos de los pal cos al tos , que suel en estar s iempre vacíos , y si viene el acomodador l e da usted

una pese ta . Es amigo mío .

Bueno,entonces av i semos a esta señora

,y

andando . ¿Cenamos antes? preguntó Qu intín .

No ; hay que tener la cabeza despejada . Cenaremos en el cortij o de l Pino ó en la cárce l .

Ha hablado usted como un hombre . Vamosal lá .

Entraron en la guard i l l a .

Dona S inda d ij o Qu intín vamos á gatear un poco por ah í .

Espere usted un instan te,compadre ad

vírt ió Pacheco A mi no me han de hacer nada ,pero si á usted le ven lo trincan y al deci resto , abrió un armario , sacó una capa parda , unpañue lo de h i erbas y un sombrero ancho .

Eso para qu ién es?Para usted .

Hizo Pacheco un l ío con estas prendas,y

d ijo :Andand ito; primero i ré yo , l u ego la señora

y después usted, Quin tín .

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308 P IO B A R O J A

Se pus ie ron en fi l a y echaron á andar . La nocheestaba obscura

,amenazando tormenta , algunos

re lámpagos l ejanos i l um inaban de cuando en

cuando el ci elo .

Doña Sinda marchaba despacio penosamente .

Vamos señora , vamos—le dec ía Quin t ínque ya estamos cerca .

Me lastimo las manos y las rod i l las murmuró e l l a Si pud i era andar á pi e .

No es pos ibl e d ij o Pacheco Iria ustedá caer á un patio .

¡Ay , Dios m io ! Yo no voy más al l á .

Vamos s iqui era hasta aquel la azotea .

Doña Sinda se conform ó; recorri eron el caballete de un l argo tej ado , baj aron á l a confl uenci ad e dos tej ad i l los y sal i e ron a l a azotea . Sal taronel barandado .

¡Ay, Dios m io ! Yo me quedo aqui excla

mó doña Sínda.

Pero señora,s i falta poco— d ijo Qu intín .

Pues yo no me muevo ya .

Bueno , pues nos i remos nosotros d ijoPacheco .

¿L a vamos á dej ar aquí? preguntó Quint in .

El band ido se en cogio de hombros , y sin másexpl icac iones sal tó el barandado de nuevo , l e s igu ió Qu intín y los dos ráp idamente recor r i e ronuna l arga d istanc ia .

Ahora , cu idado advirt ió Pacheco hay

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3 10 P I O B A R O J A

Quédese usted aquí , l e d ijo el band ido ; ycuando haya entrado todo el mundo , en tra usted .

Yo voy á casa de la condesa .

Iba pasando l a gente al teatro , l l egaron dos ótres coches

,alguna que otra fam i l ia , unos cuan

tos artesanos . Cuando ya no se v ió nadie en e lvestíbulo

, Quin t ín sal ió de l a t iendecilla, entró enel teatro , dió su bi l lete , subió á zancadas l as éscaleras hasta e l úl timo pi so , y al ver al acomodador le alargó una peseta .

El acomodador abrió la puerta de un pal co .

¿Cómo está el señor j osé?— le preguntó .

B i en .

Es una buena persona .

Es verdad .

Yo le conozco desde hace mucho tiempo , yno es que yo sea de Ec ij a , preci samente , pero soyde un puebl eci l l o que está cerca de Monti l l a y queno sé s i u sted habrá o ído nombrar .

Mire usted dij o Quin t ín yo he venidoaquí porque soy parien te del barba y tengo interés en oi r la func ión y en ver cómo trabaj a ; s i sepone usted a hablarme

,no oigo nada .

¿De González? ¿Es usted pari ente de González?

De Gonzál ez , ó de Martinez , ó d el demon io . Tome usted otra peseta y déj eme usted solo ,que voy á estudiar las condic iones de actor queti ene m i pariente .

Es un buen cómico .

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LA FER IA DE L os DISCRETOS 3 1 1

Bueno,bueno d i jo Qu intín y empu

jando al acomodador charl atán hac ia el pas il lo ,cerró la puerta .

Al lá arr iba apenas había luz y nadie pod ía co

nocer á Quint ín . El teatro estaba cas i vac ío ; répresentaban un melodrama l acrimoso , en dondeaparecía un cura evangél i co , un coronel que gritaba : á mi l bombasl» , un traidor u surero ,con l os ojos torc idos , que hac ía apartes en l os

que confesaba sus malas intenc i ones, una pa

loma, un palomo y acompañamiento de mari

neros , marineras , pol i zontes , magistrados y demás pl ebe .

Mientras Quintín se aburría en las al tu ras, Pa

checo , recostado en l a pared de la casa de laAceitunera, esperaba !a l l egada del coche de vuclta del teatro .

No se h izo esperar mucho . Se detuv i eron loscabal l os del ante del portal

,y antes de que abrie

sen las puertas , el band ido se acercó al cocheroy l e dij o :

¡Hola , señor Anton io !

¡Hola , señor José !Ten ía que hablar con usted un momento .

¿De qué se trata?De unos cabal los que me han encargado

que compre , y como usted es tan en tend ido .

Ahora mismo salgo .

Se abrió la puerta de l a casa , el cochero metió2 1

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P IO B A R O J A

su coche en e l portal , y al poco rato sal ía á réun irse con Pacheco .

Era un vrejecillo charl atán y alegre .

Vamo'

s á entrar aqu í en cualqu ier l ado á tomar un poco de vino y hablaremos — d ij o e l band ido ¿Usted tendrá tiempo?

Hasta l as once y media estoy l ibre .

Y son las nueve .

Entraron en una taberna , y Pacheco expl i có ásu amigo cómo le habían encargado que fuesenlos cabal los . La cuestión debía de ser ardua yd ifíc i l

,porque e l cochero se perd ió en un labe

rinto de considerac iones h íp icas que no ten ía fin .

El band ido l e l l enaba el vaso á cada momento , yel otro bebía.

Hombre dij o Pacheco hoy me han llevado á una taberna en donde hab ia un vino superior

,como no se bebe en otra parte .

¿De veras?Ya lo creo . ¿Quiere usted que vayamos á

ver s i l a encontramos?E l caso es que yo tengo que i r á las once y

media .

Hay t iempo de sobra .

Bueno,haga usted e l favor de av isarme

cuando sean las once .

S i no tenga usted cu idado ¿T i ene usted quevol ve r a recoger á l a señora?

Si .

¿Y enganchar los cabal los de nuevo?

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3 14 P IO B A R O J A

Yo no .

¿Y usted ? preguntó el gitano al co

chero .

¿Yo? El caso es que tengo que hacer . ¿Quéhora es?

L as d iez y cuarto d ijo el Cuervo .

Bueno echaré una partid illa.

Despues de todo , ¿usted qué tiene que hacer? preguntó Pacheco Nada , l l amar, quele abran la puerta, subir al pescante .

No, s i tengo la l l ave aqu í respond ió el

cochero , dándose con l a mano en el bol s i l lo del a chaqueta .

Pacheco miró á Can tarote, l e h izo una seña yun movimiento con la mano como qu i en arrebaña . Can tarote baj ó los párpados dando á entender que había entend ido , y con l a mayor pul critud metió la mano en la chaqueta del viejecillo ,sacó la l l ave , y mi entras ten ía las cartas en l ai zqu ierda

,alargó

,por detrás de la espalda d e l

cochero, con la derecha, la l l ave á Pacheco .

El band ido se l evantó .

Dame una gorra l e d ijo al Cue rvo .

Este trajo / una.

En tretenedle hasta dentro de una hora .

Dicho esto,Pacheco echó á andar de pri sa á

casa de la condesa, abrió la puerta de par en

par, se subió al pescante y sacó el coche ; l u egocerró las puertas , vol vi ó á montar, y se plantóen el teatro .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 3 15

Quintín,desde su escondrij o

,había encontrado

algo curioso y d igno de l lamar la atenc ión . En

uno de los pal cos próx imos al tel ón de boca estaba la condesa sola , de espaldas al escenario , ymiraba á algu ien con l os gemelos . Sigu ió Qu intínla visual , é inc l inándose mucho , y sacando el

cuerpo fuera , vió que el pal co adonde d i rigíasus miradas se hal l aba ocupado por el gobernador y dos personas más; pero mi raba la condesatambién á otra parte , y era auna platea en dondeestaban un torero y varios señori tos .

¿A qu ién mira? se preguntó Qu in tín

¿Es al gobernador 6 es al torero?L a condesa dej ó sus gemelos d i s traídamente

en el pasamanos de l pal co .

Quizás no mira á nad i e pensó Qu int ín .

En e l escenario se vertia un mar de lágrimasel cu ra

, con sus cabellos'

de n ieve , dic i endo acadapaso : <<H ijos míos »

,se ocupaba en hacer fe l i ces

á sus semejantes .

L a condesa arroj ó una m irada d istraída á laescena; tomó los gemelos y apun tó .

Es al gobernador d ij o Qu in tín .

Después los gemelos de l a dama bajaron, y

Quin t ín tuvo que rectificar :Es al torero repuso .

Tras de muchas vaci l ac i ones Quin tín pudocomprender que l a condesa j ugaba con dos barajas y repart ia su s m iradas entr e la primera autoridad de la prov inc ia y el torerillo aque l , rec ién

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P I O B A R O J A

sal ido á l a vida el egante , de una carn icería delbarrio del Matadero .

El gobernador muy se rio , muy enguan tado ,

mi raba á la dama ; e l torerillo, de pie en el pal co,

se pavoneaba y sonre ía, enseñando una dentad ura blanca de an imal sano .

Al comenzar el úl timo ac to , e l torero , que había estado escond ido tras de las cortinas de laplatea

,aparec i ó con un papel cuadrado en la

mano, que parecía una carta , lo mostró d is imula

damen te y le d ió vari as vuel tas en tre sus dedos .

Poco después l a dama , mirando al escenario,

movi ó la cabeza dos veces con ademán'

afirma

ti vo .

Se iba á acabar la func ión ; ya todos eran fel ices en l a escena , desde el cu ra y los dos tortol itos hasta el coronel ¡Voto á m i l bombas ! ; sólo e lde los oj os atravesados , en el momento de sumayor maldad , había si do agarrado por la pol ic ía. Quintín abrió su palco , y á sal tos baj ó la é scal era y se colocó frente por frente de l a entrada

d el teatro . Comenzaban á caer gruesas gotas deagua

,y los truenos seguían gruñendo arriba . En

la puerta del teatro había dos coches . En e l primero no estaba Pacheco , en el segundo no seadver tía s i e ra é l ó no .

Comenzó á sal i r la gente del teatro ; al ver lasgruesas gotas que manchab an las ace ras , algu

nos vaci laban en sal i r, l uego se decid ían y echaban á andar de prisa , arr imados á las paredes .

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Expl i c ac i on es

ERO , qué hay? ¡D ios mío ! ¿Qu ien es usted?exclamó temblando la condesa .

No se alarme usted , señora d i jo Quin t ín ;no tratamos de hacerla daño .

¿Qué qu ieren ustedes de m i? Aqu i no l l evod inero .

No buscamos su d inero .

Pues entonces , ¿qué desean?Luego se lo d i remos á usted . Tenga usted

un poco de paciencia.

Pasaron en e l i n ter i or de l coche momentos sin

que la dama dij era una palabra . Arrimada á unaventan i l l a, no se movia .

Los cabal los , al cabo de algún ti empo , moderaron su marcha ; se o ía el gotear d e la l l uvia enla capota del coche . De pronto oyó Qu intín el

ruido del pesti l l o de la portezuela .

No haga us ted tonterías,señora d ijo ru

damen te n i trate de escaparse . Sería pe l igrosopara usted .

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P I O B A R O J A

Les puede costar muy cara esta v iol enciamurmuró l a condesa .

Con seguridad . Somos hombres d ispuestosá todo .

Pero s i no qu i e ren mi d inero, ¿qué es l o

que qu ieren? Dígamelo usted y concluyamos deuna vez .

Es un secre to que no me pertenecePero

,señor exclamó la dama

daré lo que quieran s i me vuel ven á casa .

En esto un re l ámpago i l uminó la noche violentamen te

,y la condesa y Qu intín pudieron con

templ ar sus caras pál idas ante aquel la luz espectral ; luego sucedió un trueno como un cañonazo .

¡Jesús ! ¡Dios m ío ! balbuceó l a condesa,

y se pers ígnó devotamente .

Sint ióse Quintín estremecido an te el t error dela dama

,y l e d ij o :

Señora, no se asuste usted por nosotros .

Tenga usted l a segu r idad de que no se trata dehacerl a daño . Yo más b ien c reo que el que vaen e l pescante es algún cabal l ero enamorado deu sted , que no pud iendo consegu i r nada alas buenas , l a l l eva á usted secuestrada .

El acen to , l a intenci ón gal ante en"

aquel las c i rcunstancias debieron chocar á la condesa y nocontestó .

¿No le parece á usted , señora? d ijo Qu i ntin .

—¿No cree usted que sea alguno que trate

de cortejarla?

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32 2 P I O B A ROJ A

n io , y estuvo a punto de caerse al río y de trabar re l ac iones con todos los sábalos que andan

por ahá .

¿De modo que es usted Quint ín?Soy el más humil de serv idor de la señora

condesa .

¡Qué miedo me ha hecho usted pasar ! Nole perdono es ta noche .

Ni yo tampoco la que pasé an teayer.Y mi cochero , ¿va en el pescante?No , señora .

¿Pues dónde está?Queda conveni entemente embri agado en

una taberna de l Potro .

¿Y qu ién es el que conduce el coche?Pacheco .

¡Pacheco ! ¿El bandido?En persona . Todo un cabal l ero , á qu i en ten

d re el gusto de presentar á usted esta noche encuanto l l eguemos al cortij o en donde vamos áparar .

¿Y qué van ustedes á hacer al l í conmigo?L o pensaremos .

C reo que no tendrán intenc iones de matarme

¿Nosotros matarl a? Nada de eso. L a obsequiaremos, paseará usted por la sierra, se pon

drá usted un poco morena . Además la estamoshaciendo un gran favor .

¿A m i? ¿Cuál?

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LA FER IA DE Los D ISCRETOS 32 3

El de imped irle que conteste á ese torerilloque ha tenido el atrevimiento de d irígirle una

carta .

¿A m i?Si, señora , á usted . A la sal ida del teatro .

Lo he v i sto con estos oj os que se han de comerla t ierra .

Será verdad si l o ha v isto usted .

¡No ha de serl o ! Y ese torerillo , primeramente é s un maleta y un pamplinoso muy grande

, é i r ía jactándose por ah í d ic i endo que ustedle miraba con s impatía y que .

Nada,que aún tengo que darl es las gracias

por haberme tra ido aquí .Y que es verdad .

La condesa se hab ia tranqu i l izado é iba perdiendo por momentos su temor.

¿Y cuántos d ias me van ustedes á tener secuestrada? preguntó con c ierto tono zumbón .

Los que usted qu iera . Cuando se aburramucho mucho la l levaremos á Córdoba . Entonces, s i usted nos guarda rencor, nos denuncia .

¿Y s i no?Y s i no , nos permi te usted que vayamos a

sal udarla un d ía cualqu iera .

Ya veremos cómo se portan ustedes .

En esto se detuvo el coche . Quintín se preparóá baj ar y d ijo á la dama

No sé qué quer rá Pacheco . Quizás esté cansado de i r en el pescante .

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32 4 P I O B A R O J A

No me dej e usted sola con é l mu rmuról a condesa .

No crea usted , Pacheco es todo un cabal lero y no había de propasarse .

No importa .

Entonces le adverti ré su deseo . Si ustedqu iere i r sol a , d ígamelo usted y yo iré en el pescante .

No , no ; prefi ero que venga usted conmigo .

Pacheco había sal tado del pescante,y acercan

dose á Quin t ín le d ij o

Me parece que he cumpl ido como un hombre y que es hora de que me susti tuya usted unrato .

A m i tamb ien me lo parece . Venga usted ,que le voy a presentar á la señora .

Abrió Quintín l a portezu ela d el coche y d ijoSeñora condesa, aqu í t iene usted a mi

amigo .

Buenas noches,Pacheco .

Muy buenas noches,señora .

Vaya un aj etreo que se están ustedes dandopor c ulpa m ía .

¡ Señora condesa ! balbuceó el band idoturbado .

Son ustedes muy amables añad ió el l a congrac ia .

Para m i que tamb ién usted es muy guasorepl icó Pacheco .

No ; l os guasones son ustedes .

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tomó á m i ese od io para sacarme en l os papeles?

¿Porque dij e que Rafael a era una gi lona , que sehabía casado con j uan de Dios por el dinero?

Si, señora .

¿Y no es verdad lo que d ij e?Verdad es que se casó , pero no porque e l la

qu i so n i porque el l a ambicionaba ser ri ca , s inoporque la fami l ia l e obl igó .

¡R iase usted de eso , compadre ! — repl i cóla condesa . ¡A bi en que no es sacudida la n iña !Una muj er, cuando no quiere casarse con un hombre no se casa . . Por supuesto

,que usted i ba

por e l parné .

Yo , ¡ca !No sé por qué se me figura que lo he calado

á usted . Usted es un ambic ioso muy grande , ycon todas esas locu ras que d i cen que hace ustedno trata más que de pescar algo . A m i no me la

da usted .

Pues se engaña usted d ijo Quin tín

¿Yo ambicioso? S i yo no ambic iono nada .

Eso se l o cuenta usted á su abuela , á m ino . Usted es un ambi c ioso y el l a una dami sel amuy románti ca

,pero muy arrimada á l os cuartos .

Si se casan ustedes , ¡vaya un chasco que se huh i e ran l l evado l os dos ! Y el la estaba por us

ted , l o puede creer; pero como usted no es mar

qués n i duque , s ino un pobretillo h ij o de un ten

dero , pues no qu iso nada con usted .

Quintín se sintió hondamente mortifi cado por

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 32 7

la frase y se cal ló . El la al poco rato se echó áf

re ir con donai re .

¿De qué se ríe usted? d ijo Qu int ín , p i

De que con todos sus alardes val e ustedmenos que yo y tiene usted sus reconcomios porcosas que no val en la pena . A mi no me importanada que me l lamen la Aceitunera, y usted , encambio

,está acharao porque le he d i cho que es

h ij o de un tendero .

Si, es verdad asinti ó i n g e n u a m e n t eQu intín .

¿Y por qué , cri st iano? preguntó la con

desa . Si la gente del pueblo val emos más quetodos esos duques y marqueses , con sus ceremon ias y ringorrangos . ¿Dónde está la sal? En el

puebl o . ¿Por qué soy yo como soy? Porqueme casé con su tío de usted que es un cabestro .

La ambic ión de mi fami l i a me fast id ió ; me l l enaron la cabeza de v iento con el títu l o y las grandezas y me hici eron un mal avío . Ten i endo corazón , l o mismo da ser h ij o de un duque , que deun acei tunero como yo , ó de un u ltramarinos,como usted .

Ante los ojos de Qu intín l a condesa crecía .

Este desdén , sentido , s incero por las cosas ari stocrát icas , le parec ió á él un rasgo de superioridad . Quintín era íntimamente

,con relación á es

tas cuestiones de cuna, de casta y de categor íasoc ial , de una susceptibi l idad v idriosa; y aunque

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ocultaba lo . mejor que pod ia estos sentim ientos ,muchas veces se tras lu cían en é l c laramente .

L a condesa comprend ió que era aquél uno delos puntos vulnerabl es de Quintín y se entretuvoen

En aque l l a t ienda se debía de vender mucho . Era una t i end a muy hermosa , muy grande .

Señora —d ij o Quintín cóm icamen te cuando l a mol estia que le ocasionaban las palabrasde la dama comenzó á tomar un carácter irón icoy alegre es usted muy mordaz , pero comprendo que está usted en su derecho .

¿Lo comprende usted?Si , señora; y si sigue usted as í, l e voy á

ped i r aPacheco que me susti tuya en esta del icada mis ión .

No le permito a usted que salga de aqu íd ij o burlonamen te la condesa .

Pues s i este v iaj e du ra mucho , me van a

encontrar en el suel o del coche muerto .

¡Muerto ! ¿De qué , Quin t ín?De los alfi l e razos que me está usted dando

en med io del corazón . Me va u s ted á recordar

por qui nta vez el chocolate que fabr i camos en

casa, que está fal s ificado . Ya l o sé .

No , s i yo no he d i cho nada .

Me va usted á hablar del café , que estámezclado con ach icoria , y por últ imo , sacará usted a r e l uc i r el apodo de mi padrastro para quela ofensa sea más completa .

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Y oiga usted . otra cosa . ¿Por qué no haceusted el amor á Remed ios?

¡A Remedios ! Si es una ch iqu il la .

T iene catorce años . ¿Usted cuántos ti ene?Yo veinti cuatro .

Pues muy bien .

Si, pero ¿y los u ltramarinos?El la pasa por eso . Esa n iña , créame usted

á mi,tiene alma . L a mayor de las h ij as de mi ma

ri do es buena , yo no d i ré lo contrario ; pero esuna pava . L o mismo que se ha casado con j uande Dios se hubiera casado con cualqu ie ra , y leserá fie l como á cualqu ie ra , porque n o t i ene bríopara otra cosa ; pero la ch iqu i ta no ; esa se l astrae .

Quin t ín recordó a las dos hermanas y pensóque qu izás l a condesa tuv iera razón . Con el re

cuerdo , enmudeció l argo rato .

Bueno dij o e l l a s i s igue usted así, tan

s i l encioso,va a parecer que soy yo l a que le se

cuestro á usted , y no me conv iene . ¡ Pues nada ,s i se entera algún gacet i l l ero de esos que hacenversos tan desaboríos ! Me ponen verde .

No seré yo , señora , e l que vue l va á decirnada contra usted , porque .

¿Por qué , cristi ano? ¿Qué iba usted á dec i r?Nada, que al l i donde vaya diré que es us

ted una de las muj eres de más .

¿De más qué?De más . que ya hemos l l egado al cort ijo .

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LA FER IA DE LOS D ISCRETOS 33 1

Y Quin t ín abrio la portezue la del coche .

Yo le cre ía á usted un hombre más tem ed ijo la condesa .

Se de tuvo el coche y saltó Quin tín al caminol leno de barro . Empezaba á l lover de nuevo .

¿No se podría acercar más el coche á la

preguntó Quin tín á Pacheco .

Tome usted de la brida á uno de los caballos . Eso es .

¿Llamo aquí?Llame usted .

Quintín d ió dos aldabonazos sonoros .

Pasaron algunos minutos s i n que aparec iesenad ie á l a puerta .

Vuelva usted á l lamar d ijo Pacheco .

D io Qu in tín nuevos aldabonazos y los adornócon un estrep itoso repiqueteo .

¡Ya va! ¡Ya va ! d ij e ron de adentro .

Se v ió una rend ija de luz en la juntu ra de lapuerta; l uego se abrió un postigo y aparec ió en

é l un hombre con un farol en la mano .

Soy yo ,tío Frasqu ito d ij o Pacheco

que vengo aqu i con unos amigos .

Buenas noches tenga el señor]osé y la compaña d ij o e l hombre .

¿Estará e l sue lo imposible? preguntó lacondesa desde e l i nterior del coche .

Si, está l l eno de barro contestó Quintín .

¿Y cómo salgo con estos zapatos blancos?Me voy a poner perdida .

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¿Quiere usted que la saque yo en brazos?d ijo Qu intín .

No , señor .Entonces Pacheco , que había baj ado del pes

can te , se desembozó , cogió la capa como si fueraá dar un qu iebro y la dej ó caer extend ida sobrel a ti e rra mojada , desde e l estribo del coche hastala puerta .

Vaya,ahora puede u sted sal i r .

La condesa , ri endo , recogiéndose l a falda deseda

,pasó por encima de la capa con sus zapa

titos blancos y entró de prisa en e l zaguán .

¡V i va m i reina ! — excl amó Pacheco en elco lmo del entusi asmo y ¡olé l as muj eres va

l ichtes !Comenzaba á d i l uviar .

¿Qué hará esa pobre doña Sinda? d i jo

Quin t ín .

¿Quién es doña Sinda? preguntó Pa

Esa muj e r que hemos dej ado en la azoteaal pasar por el tej ado . Debe estar hecha una

sopa .

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P I O B A R O J A

No , rio puede ser. ¿Usted cuándo se va?

Pensaba marcharme hoy , pero s i ustedqu iere que la acompañe , l o dej aré para mañana .

Bueno , lo dejaremos para mañanaLa condesa ten ía amigas en el cortij o; al cae r

de l a tarde sal ia con su labor á la puerta, y á lasombra , entre las muj eres de la casa , trabajaba .

L e contaban su v ida y sus apuros , e l la las escuchaba con gran interés . Quintín y Pacheco solíanun irse al grupo y charl aban hasta que la campana del cort ij o daba la señal a l os braceros , y sehac ia de n oche , y vol vían hac iendo sonar las ésqu i las los =

rebaños de cabras .

Los ch iqu i l los de los trabaj adores so lían j ugarde lante de la puerta; tres de éstos se habíanhecho amigos de l a condesa . Eran tres n iños quese habían quedado si n madre ; el mayor, Miguel ,ten ía s iete a ños , la segunda Dolores c inco , y late rcera Carmen tres .

El mayor era muy vivaracho , ya un pillete; la

segunda ten ía una melena enredada , rubia , losojos azu l es y melancól i cos , la cara tostada por elsol ; l l evaba una chaqueta de su padre , un delantal suc io, las med ias caídas y unos zapatos grandes . L a pequeña , con e l dedo metido en la boca ,se pasaba las horas muertas .

Estos tres n iños , acostumbrados á la soledad ,se bastaban á s i mismos ; j ugaban dándose gol

pes , t i rándose por el suelo , no l l oraban nunca .

'Esta l os ar regla á todos le d ij o á la con

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LA FER I A DE Los D ISCRETOS 335

desa -una de las comadres , señalando á la segunda .

Pobre h ija . ¿Cómo te llamas?Dolores .

La condesa mi ró á la n i ña , que bajaba la v ista .

¿Quieres ven i r conmigo , Dolores? le pre

gun tó .

No .

Te daré traj es bon itos , muñecas , ¿quieres?

La dama besó á la n iña , y todas las tardes lostr es hermanos se le acercaban esperando que l esd iera alguna moneda .

Ve usted dij o la condesa á Qu in t ín señalando á la gal l i na que i ba con sus pol l i tos , todavía sin pl uma , por e l raso del cortijo yo la env id io .

¿Si? preguntó Qu intín Es usted másromántica de l o que yo supon ía .

¿Román tica , cristiano? ¿Por qué? Esa es laverdad , la Naturaleza .

¡Ah ! ¿pero u sted cree en la bondad de laNatural eza?

¿Y usted no?Yo no . La Natural eza es una farsa .

¡Usted si que es una farsa ! dij o la condesa . No podría v iv i r con un hombre como usted , Qu intín .

¿No?

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336 P I O B A R O ] A

No . Si me hubi era casado con usted hubiesemos concluido mal .

¿Nos hubié ramos pegado?Es probable .

Pues mire usted , las dos cosas me hubiesengustado repl icó Quin t ín ; porque d ejarmepegar por usted sería magnífi co, pero darl e áusted una somanta también sería bueno .

¿Y se atrevería usted? dij o la condesacon las mej i l l as l igeramente coloreadas y los ojosbr i l l antes .

Si fuera su marido de usted , s i con testóQuin tín con tranqu i l idad .

No le haga usted caso á este hombred ijo Pacheco porque todo eso no es más que

fantas ía .

Pacheco manifestaba por la condesa un cutusiasmo respetuoso

,pero á veces pensaba si

Quintín,con sus barbaridades y sal idas de tono ,

no i n te resaría más á l a dama .

Y mientras charl aban,l a tarde sol ía avan

zar, el sol caía de plano , cegaba al refl ej ar suluz en las p iedras y en las matas , y el ai re , que

v ibraba por e l calor, hacía temblar los contornosde la sierra y del paisaj e l ej ano .

¿Quiere usted que demos una vuel ta , seño

ra? d ij o Pacheco .

Vamos .

¿L a ensillo á usted el cabal lo?

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y otro med io de mala . A veces me parece quesoy demagogo , y resu l to un reacc ionario . Tengodentro de m i todas las humi ldades y todas lasarrogancias . Que mañana me d icen , por ej emplo :“Vend i endo á todos los habi tantes de Córdobacomo esclavos

, se puede hacer una fortuna »,

pues los vendería .

¡Menti ra ! — repl icó la condesa , no l osvend ería usted .

Si u sted me d ijese que no l os vend ie

ra,no .

¡Vaya usted á paseo !

¿Saben ustedes lo que yo pensaba cuandoestaba en Inglaterra? d ij o Quin t ín .

¿Qué? preguntó Pacheco .

Poner una capi l l a . Ustedes habrán visto en

Madrid una capi l la,creo que en la cal le de Fuen

carral , donde la gen te echa mucho dinero . Puesyo la v i al pasar por la corte , y en el colegios iempre pensaba : Cuando llegue á España pongocuatro 6 cinco cap i l l as

,y todo el d inero que se

recoj a para mi .Vaya unas ideas que ti ene usted d ij o la

condesa .

Yo siempre he pensado que lo primero es

hacerse ri co .

¿Y por qué no t rabajar?T rabajando es como no se pued e uno hacer

ri co . Yo tengo dos afori smos como regla de mivida; son éstoszP rimero, sea tuyo ó de otro, no

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 339

te acuestes nunca sin d inero ; segundo , la perezasiempre ti ene su premio , y el trabaj o su castigo .

Usted es un farsante , con qu ien no se puede hablar— dij o la condesa . ¿Y usted

, Pa

checo?

¿Este? Este es otro romántico repl i cóQu i ntín .

¿De veras? preguntó la dama .

Si, hay algo de eso respond ió el band idosuspirando .

El d ía menos pensado añad ió Quintínoye usted que Pacheco ha hecho una barbari dadó una heroicidad muy grande .

Dios le oiga usted murmuró el ban

¿Ve usted?

¿No vale más hacer algo sonado que no v iv i r como un sapo en su aguj ero toda la vida?

¿Y qué qu i s i era usted hacer? — preguntóla condesa con curiosi dad .

¿Y o?, tomar parte en una batal la, y d i r igi rlaá ser pos ibl e .

Vamos, desearía usted ser m i l i tar .General qu i ere deci r in terrumpio Qu in tín

Hendo .

¿Y por qué no , s i tuvi era suerte?

¿Qué se necesi ta para ser general? pre

gun tó Pacheco Tener alma,ser val i ente

,estar

d ispuesto á dejar l a vida á cada momento .

Y además tener una car rera repuso iró

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n icamen te Quin t ín tener buenas recomendac iones .

Pero usted todo lo ve pequeño y raquíti coexclamó el band ido exal tado .

Y usted , compadre , qu i ere encontrar en una

soc iedad raqu íti ca cosas grandes y fue rtes . Estáu sted engañado .

Cal ló Pacheco, Quin t ín enmudec ió, y la con

desa contempló á los dos hombres que ibansi l enciosos .

Caia la tarde . De la tierra seca , caldeada porel sol , se exhalaban l os aromas del romero , deltomi l l o y de la h ierba seca . En los cabezos rédondos de l a si erra se destacaban los árboles

,las

matas,l as p ied ras , todo con l os más pequeños

detal l es , en e l ai re d i áfano .

El sol iba pon iéndose . Las peñas desnudas,los

matorrales de brezo y de retama enroj ecían comos i fueran á incend iarse . Entre el fol laj e amari l l o

de l os árboles aparec ían de trecho en trecho ,blancas y son r i entes

,las fachadas de algunos

cort ij os .

Luego comenzó á anochecer; franj as de v io l eta obscuro corrieron por l as laderas , se o ía á lolejos e l cacareo de los gal los y el t i n ti neo de lasesqui las que resonaba más fuerte en e l crepúscul o l l eno de reposo ; e l a i re quedó tranqu i l o , elc ie l o azul . Por los descampados

,cubier tos de

matojos secos , se desparramaron los rebaños , y

por l os h úmedos senderos , bordeados de gran

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sosten ía una jar ra y un vaso , un vi ejo tañ ía lagu itar ra , un hombre con una cara y unas pati l lasde hacha que estaban pid iendo el trabuco .

Se celebró l a entrada de la condesa y de susacompañantes con gran algazara , y uno de losbraceros preguntó , no era fáci l saber s i en bromao en ser io , s i aquel la señora era la re ina de España .

El casero del cortijo , después de instalar en els i t io más aparente á l os tr es conv idados

,trajo

para e l los unos mostachones y unas copas devino blanco .

Alternaron bol eras y fandangos,y en los inter

med ios se beb ió aguard iente y v ino a discrec ión .

La condesa vis i tó á la madre del n iño bauti zado .

¿Y usted no va á bai lar, Pacheco? pre

gun tó Qu intín .

¿Y usted?Hombre , yo no tengo gracia para eso . Y o

tocaré l a gu i tar ra . Invítele usted á la condesa .

No querrá .

¿Quiere usted que se lo d iga yo?Bueno .

Al volver se l o d ijo Quintín . El l a se echóa re ir .

Eh, ¿qu ier e usted?

Si, hombre .

O lé por las muj e res val i en tes . Señoresd ijo Quintín di rigiéndose á la concurrenc ia L a

senora va a bai lar con Pacheco , yo tocaré la

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L A FER IA DE L OS D ISCRETOS

guitarra y la mejor cantaora de aqu í que se ponga

á mi l ado .

Se sentó Quintín en la s i l l a en donde antes estaba el viej o , y á su lado una muchach i ta .more

na, de ojos grandes . Templó la gu i tarra , apretando una clavij a y l uego otra , y comenzó unrasgueado de dos m il demon ios . Poco apoco esterasgueado tosco se fué afinando, y se convi rtióen un pun teado que era la fi nura misma :

Hale ah í d ij o Quin tín ¡A ver ese cuer

pecito serrano !

Se l evantó la condesa ri endo á carcajadas ycon los brazos en al to ; Pacheco , muy serio , se

l evan tó también y se pl antó frente á el la . Unavieja

,maestra en el arte

,comenzó á rep i car las

castañue las con ri tmo l en to .

Niña dij o Quin tín á l a cantaora Va

mos á ver.

L a muchacha , en voz casi baja , cantó

Con aba lorios , car i no ,

con aba lorios ,

Hic ieron los bai ladores la sal idalangu idez .

La muchacha s igu i ó

con abalorios ,tengo yo una chapona,

t engo yo una chapona,

¡cariño ! , con aba lorios .

Hicieron los bai larines la parada con más brío ,“

2 3

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las castañue las repicaron más fuerte , y la voz dela muchacha , de ti p le , muy al ta , se e l evó enel a i re

Están bai landoel c lave l y la rosa

están ba i landoel c lave l y la rosa

¡ay, están bai lando !

Esta frase final , al go triste , estaba acompañada de un Castañeteo form idable

,como si con

é l se qu isi e ra hacer olvidar l a melancolía delcanto .

La muchacha s igu ió

Porque la rosa

en tre más encarnada,porque la rosa

en tre más encarnada,¡ay , es más hermosa!

Ya las castañue las repicaban l ocas y todo el

concu rso jaleaba á los bailadores . Pacheco perseguía á su parej a con l os brazos abie rtos , y el laparecía provocarle y hui r y escaparse cuando éliba á dominarla, y en estas mudanzas y mov im i entos , las faldas de la condesa iban y ven ían yse rep legaban sobre sus muslos , y sus caderasse d ibujaban poderosas

,y había en toda la es

tancia como un efluvio de vida .

Qu intín seguía rasgueando la gu itar ra, en tu

s iasmado… La can tadora l e había ofrec ido una

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Córdoba , y no fué . Quin t ín se puso en el pes

cante del coche y condujo á la condesa .

Al anochecer estaban en la cuesta de Villavic iosa . Se ve ía desde al lá arri ba , á l a luz del solá med io extingu ir, Córdoba , muy l lano , muy ex

tenso , entr e campos de amari l los rastrojos y ne

gruzcos ol ivares . Una bruma tenue se l evan tabadel cauce del río . A lo lej os , muy á lo l ejos , seergu ía un monte alto y puntiagudo de la sierra deGranada .

Volv ían los carros por el cam inó dando tumbos y traqueteos ; se o ía la canci ón moruna delcarrete ro , tend ido sobre los sacos ó los pel l ej osde acei te ; pasaban j inetes en cabal los gal lardos ,sobre l a silla vaquera , l a manta en un arzón y laescopeta en e l otro .

Al en trar en Córdoba era ya de noche ; el c ie loestaba estre l lado ; á los l ados del camino , queterm i naba ya entre casas , grandes p iferas demuchos brazos bri l l aban en la obscuridad .

Quintín l l evó el coche hasta el palac io de la

condesa,y sal tó del pescante con gran asombro

de l porte ro ,Adiós

,señora— d ijo é l alargándole la mano

y ayudándol e á bajar del carruaj eAd iós

,Qu int in — contestó el la con c ie rta

mel ancol ía .

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CAP ITULO XXVIII

El recado del masón .

E manera que no se sabe nada de él?—pre

gun tó e l su izo .

Nada respond ió María Lucena sal ioaque l l a misma noche de aquí, cuando le quisieron prender, y ya no ha aparec ido . Se d ice queentre Pacheco y él han robado a la condesa .

¡Demonio ! Un secuestro .

Si . C rea usted que me está dando unos d i sgustos ese hombre , que ya me pesa haberl e conocido .

Pablo Springer contempló con simpatía el rostro pál ido de l a cómica .

Ya vendrá d ij o .

¡Oj al á no vin i era ! contestó el l a .

E l su izo quedó algo turbado .

¿Y cómo le conoció usted á Qu intín? ¿Porel escándalo que armó aqu i mismo?

Por eso . Me dij eron que había habido unad isputa entre un j oven y un h ombre muy soez

que me estaba insu l tando. Y á este Cornej o, que

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P IO B A R O J A

es el que hace cantabl es de actual idad en las

zarzue las , le pregunté qu ién era mi defensor,y

me d ij o : << Ya se l o enseñaré á usted ». Todas l as

noches l e preguntaba : ¿Pero qu ién es? ¿Quiénes? Y él s i n ven ir. Hasta que ya me impacien tól a cosa y le dij e á Cornej o : Mire usted ; dígal eusted a su amigo que qu i ero conocerl e

,y que s i

no v i ene al teatro , que vaya por m i casa , que v ivocerca de aqu í

, en una casa de viaj eros que l l amande l a Mariqu i ta . ¿Querrá usted creer? Yo , e5peraque espera un d ía y otro , y é l sin ven i r.

¿Y usted estaría ind ignada?— d ij o Springer .

¡Y es natu ral ! Porque yo dec ia : si no me conoce

, ¿á qué v iene el defenderme? Y s i me conoce

, ¿por qué no qu i ere ven i r?—¿Y al ú l timo , como fué el conoc imiento?Pues verá usted ; un d ía aparece aquí Quin

t in con Cornejo , y éste me l o presen ta y me d iceque era é l e l que me había insul tado y se habiapegado con mi defensor . Yo le d ij e una porc iónde barbaridades y de insolencias , y en esto entra

un amigo y le saluda d ic i éndol e : <<Hola Quintín ».

Entonces ya comprend í que e ra é l e l defensor y

nos h ic imos amigos .

Si, es muy afi cionado á esas farsas .

Pero , ¿para qué hace eso? Es un hombre

que yo no l e comprendo .

Ni é l m ismo se comprenderá, probablemen

te; pero es un buen muchacho .

En el m ismo momento en que pronunciaba el

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350 P IO B A R O J A

contrario? —7 gritó el la alzando la voz enfurec ida tú qué te has figurado que soy yo?

¿Tú qué, te has cre ído?Bueno , no ch i l les tanto d i jo suavemente

Quin t ín .

Chil lo , porque qu iero . Di, mala sangre ; ¿porquién me has tomado á m i? ¿Es que crees quepuedes re i rte d e m i de esa manera?

¡Es una l ógica admi rabl e ! repl i có Quint ín Aquí todo el mundo cree que su v ida es eleje del un iverso ; ahora , l a de los demás , no tienemmportancia.

Es que .

Hazme el favor, que estoy hablando . Salgol a otra noche del café , y , grac ias á l a i nfl uenc iadel señor Gálvez , con qu i en estabas aqu í .

¡Yo ! d ij o María No es verdad .

Yo mismo te v i .

¿De dónde pud iste haberme visto?De l a puerta

,h i j a m ía.

¡Si t ú no conoces aGálvez ! repuso el la ,creyendo que la noti c ia la tendr ía Qu intín desegunda mano .

Es verdad ; pero conozco al mozo y á élle pregunté : ¿Quién es ese señor que está hab lando con María? Y é l me contes tó : El señorGálvez . De manera que no mientas . Bueno; puesgrac ias á la i nfl uencia benéfi ca de ese señoramigo tuyo

,estuve á punto de que me l l evaran á

la cárce l , de caerme al río . y, sin embargo , no

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L A FER IA DE Los D ISCRETOS 35 1

he venido ch i l l ando , porque no creo que mi vidasea e l eje del un iverso .

¡Desaborío ,más que desaborío ! gritó

e l la te machacaría l os sesos ahora mismo .

No machaques nada , y oye s i qu i eres .

¿Para qué? Si vas á menti r .Bueno ; pues no o igas .

Oj alá que te l l even á presid io y te tengantoda la vida con una argol la a l cue l lo , por fulero .

S i qui eres oi r, te d iré con qu ién he estado .

O igo .

Pues he estado con la condesa .

Entonces es que tú no tienes n i pizca devergiienza dij o fur iosa María .

L a condesa — s igu ió d ic iendo Quintínestaba incomodada por los versos de L a Víboray queria vengarse

,y había hablado al goberna

dor para que me prend ie ran .

¿Y qué ?Pues que Pacheco y yo nos reun imos , y en

vez de prendernos á nosotros,l a prend imos a

el la , y en un coche la l l evamos á un cort i j o .

Y al l í, ¿qué ha pasado? —dij o la cómica .

Al l í , nada ; que nos hemos hecho buenosamigos .

¡Bah !

¡Qué idea tienen las muj eres de las o tras !d ijo Quintín sarcásti camente Para el l as todaslas demás son unas perd idas .

Todas , no ; algunas , si.

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P IO E AR0 ¡ A

¿Es que tú crees que la condesa es una cor ista? preguntó Quin t ín con acri tud .

Maria pal idec ió y le m i ró á Quin t ín con una ira

reconcen trada.

¿Y qué ha hecho la condesa al l á? pre

gun tó e l su izo .

Nada , pasear . Ha estado como lo que es

una gran señora . El que ha quedado loco por el laha sido Pacheco .

¿Y tú no?Ya sabes Springer, que para las mujeres

soy de mármol .

¡Qué farsante ! exclamó el su izo .

¡Qué menti roso ! añad ió María Lucena .

Que se me pelen las can i l las,como dicen

los gitanos , s i no d igo la verdad . Tú ya sabes ,María

,que soy como las caj as de mixtos buenas

,

que no ti enen trampa n i cartón .

No te creo .

Pues d i que eres un Santo Tomás con

fal das .

Iba ya tranqu i l izándose María , y tomando untono más amabl e

,se d isponía á marcharse al es

cenario, cuando un hombre al to, fl aco , con unasbarbas negras, unos brazos de kanguro y unasmanos formidables , se acercó á Qu int ín , y después de hacer unas muecas misteriosas y de gu iñar l os oj os , le habl ó al o ído .

¿Qué te ha d icho ese hombre? preguntóMaría .

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P I O B A R OJ A

Pobre hombre d ijo Quin tín está ch icon esto de la masonería .

¿Y cómo le has l lamado? preguntó el

Diagas io . El se l lama D iego , pero ami meparece más eufón ico Diagasio . En la logia lo hemos bautizado por Marat .R ió el su izo , y Qu intín sal io de l café . C ruzó

varias cal lej uelas , é iba por la cal le de l os Dolores Ch i cos á la d el C ister, cuando un embozadose acercó á él .

Alto ah í Qu in tín d ijo una voz .

Hola , don Paco .

¿Adónde se va?

A la logia, que me han avisado hace un

momento .

L e he avi sado a usted yo .

¿Si? ¿Qué pasa?Tenemos que hablar á so las , Quintín .

Cuando usted quiera .

Esto va por la posta, amigo . La revol uciónva ganando terreno ; pero aqu í el Comi té Révol ucionario no hace nada ó cas i nada . Para ín ter nos,l os que forman parte de é l no t i enen bastantec i vi smo , ¿sabe usted? Esto hay que activarlo , yusted

, que conoce gen te decid ida , puede ayudarmucho .

En eso , el que ti ene más infl uencia que yo ,es Pacheco .

¡Pero eso de al iarse con un bandido !

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 355

Eso , ustedes verán si les convi ene ó no .

A usted , ¿qué le parece?Hombre , yo l e hablaría .

¿Está en Córdoba?Cerca de Córdoba está .

Bueno ; yo hablaré aqu i en l a l ogia y en l a

j un ta ; s i están de acuerdo , usted l e c i ta á Pácheco y nos veremos .

Está bien . ¿Mañana sabrá usted si están deacuerdo?

Si . Yo le avisaré á usted , y cuando tengausted l a contestac ión , i remos á ver le .

Está bi en . Hasta otro día .

Hasta pronto .

Y l os dos conspi radores se desp id ieron dandose un apretón de manos, y embozándose ensus capas , se desl i zaron por las estrechas ca

llejuelas .

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CAPITULO XXIX

Una c on f eren c i a

Nos d ias después , á las nueve y media dela noche , subía Qu intín la escal era de una

casucha de l a cal l e del C íster.

Entró en el piso segundo , atravesó l a escuelalai ca , un cuartucho con mesas en fi l a y carte lesen l as paredes , y pasó a l a logia , que era un za

quizami, con una mesa en el fondo , y un qu inqué de petról eo por toda l uz .

No sabía Qu intín s i los honorables masones ,al l í congregados

,estaban en una ten ida blanca, 6

en una ten ida de color ; debía de haber term inadol a ses i ón , y el presidente , don Paco , peroraba,pero ya desprov i sto de su dign idad presidenc ial ,en tre l as tu rbas del Aventi no .

Don Paco era un río de palabras . Todas lasgrandes frases revol ucionarias acud ían de una

manera fl u ida á sus l ab ios . El derecho del c iuda

dano , el yugo om inoso de ta reacción . el es

fuerzo heroi co de nuest ros padres . esa fibertad que nos ha costado mares de sangre . j u stocast igo á su pervers idad .

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P I O B A R O J A

Fuera de estas farsas pol í ti cas , don Paco Sanchez O lm i l l o , maestro ci rujano y maestro masón ,era una buena persona , sin maldad ; un viejecillobaj i to , calvo , granuj ien to y apoplé t ico . Ten ía elcue l l o grueso , los ojos á flor de cara , tan abulta

dos , que parecían metidos debaj o de la piel . Almenor esfuerzo , con la más ins ign ificante de susfrases , en roj ecía hasta los pelos; si lanzaba unaexclamación de las suyas, entonces ya pasaba deroj o á v io l eta y hasta azu l .Don Paco ten ía grandes adm iradores entre los

concurrentes á l a logia ; l o cons ideraban como unhombre formidabl e .

Quin tín l lamó á Diagasio , el ferre tero longimano , y le d ij o

Dígal e usted á don Paco que le espero .

Está hablando .

Bueno ; pues yo tengo prisa .

Fué Diagasio , y poco después se acercó donPaco , rodeado de vari os amigos , y perorando .

No— decía l o afi rmo y lo afi rmaré'

s iempre . Los españoles no estamos, por ahora , capaci tados para aceptar la forma republ i cana . ¡Ah ,señores ! ¡Si estuv iésemos en Inglaterra ! ¡En ese

país l ibé rrimo , que es l a cuna de l as l ibertades .

sacrosantas .

Bueno d ijo Quintín vivamente á mi no

me co loque ese di scurso . He ven ido á dec i rl e a

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L A FERIA DE L os D ISCRETOS 359

usted que he recibido una contestac i ón a l a carta

que env ié , y me dan una ci ta .

Don Paco se d i rigió á sus amigos , y durantealgún tiempo se oyó deci r : excu rs ión pel igrosa

,

m isterios, pol ic ía , el resul tado se sabrá después .

Luego, e l d igno presidente se acercó á Qui ntín .

¿I rá alguno con nosotros?No; ¿para qué? Cuanta más gente vaya ,

Es verdad ; se desconfía .

Se desp id ió don Paco de sus am igos como sehubiera despedido si r Roberto Pee l

, si á este s i rle hubieran l l evado al patíbu lo ; bajaron los escalones , y sal i eron á l a cal le .

Se d ir igi eron al Gran Capitán,de al l í pasaron

á la V i ctoria , y luego , por delante de l a Puerta deGal l egos , se encaminaron hacia la de Almodóvar .Quintín sentía una gran satisfacci ón vi endo al

viejo l leno de m i edo . A cada paso,don Paco

preguntaba á Quin tín :Mire usted si nos siguen .

No diga usted necedades . ¿Qu ien nos va ásegui r?

¡Ah ! No sabe usted la pol ic ía terribl e queti enen el los .

Para don Paco , en la vida todo era misterio,

obscuridades , espionajes , confabulacíones; en resumen : todo era miedo , y el miedo en aquel i nstante lo contrarrestaba hablando alto y tarareando trozos de zarzuel a .

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360 P IO B A R O J A

Esta mezcla de petu lanc ia y de ¡ indama constitu ia para Quin t ín un gran entreten im i ento . Cuando la ve ia al viejecillo muy an imado, hac iendoflorituras en un aire de Marina ó del Dominóazu l, le decia

Calle usted , don Paco ; me ha parec ido ver

en tre l os árboles un hombre espiándonos .

Al ins tante , la an imación del d igno presidentese transformaba en un s i l encio de mal aguero .

Mientras los dos fueron bordeando la mural la,

la l una roj a , enorme , como un sol extingu ido , sel evantó sobre el pueblo ; la torre de la cated ralaparec ió muy blanca en el c ie l o azul obscu ro .

Pasaron por delante de un tej ar , y Quintín , viendo á don Paco mustio le d ij o :

Ya creo que podemos estar tranqu i l os , porque de aqu í en adelante no hay guard ias n i se

renos que puedan espiarnos .

Estas palabras tranqu i l i zaron al viejo ; un momento después , don Paco tarareaba un trozDom inó azul, d ic iendo que no queria su palomtan cerca del gavi lán .

Luego , tranqui l izado por completo , comenz

d i ciendo con voz campanudaHay momentos en la vida de los pueb lo

como en la de los i nd iv i duos .

¡Un d iscurso ! don Paco, ¡por Dios ! ¡A estahoras ! exclamó Quintín .

El v i ejo,viendo que no podía segu i r su d iscu

so, dij o en tono fami l iar

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P I O B A R O J A

te y ruda , que resonó poderosa en el s i l enc io dela noche .

¡Al to ! ¿Quién v ive'

?

Dos hombres contestó en broma Quinpor l o menos, en aparienc ia .

Por D ios exclamó don Paco que pueden d i sparar .La voz

,aún más fuerte y amenazad ora , gritó

de nuevo

¡Alto á la Guard ia c ivi l !Estamos quedos balbuceó don Paco tem

bl ando .

Acérquense .

Se aproximaron al l ugar donde se o ían las voees; uno de l os guard ias , después de mirarlesatentamente , les d ij o :

¿Qué andan u stedes hac iendo á estas horas?A este señor d ij o Qu intín le han lla

mado á un cortij o para sangrar á un enfermo.

¿Es sangrador?Soy méd ico d ijo don Paco .

¿Y usted?Yo soy su ayudante .

¿Por qué no han contes tado ustedes en segu ida?

La impres ión que nos ha hecho d i jo

Quin tín con sorna .

Pues de buena se han l i brado i nd i có el

guard ia .

¿Pues qué pasa? pregun tó Qu intín .

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L A FER IA DE Los D ISCRETOS 363

Que Pacheco ha andado por aquí estas no

ches .

Don Paco comenzó á temblar como un azo

gado .

Bueno ; vamos á sangrar á ese enfermod ijo Quin t ín . Ad iós, señores .

Buenas noches .

Dieron la vue l ta á la mural l a , y de pronto , donPaco se detuvo con deci sión .

No ; no voy excl amó .

Pero, ¿qué le pasa á usted?

Es una imprudencia i r á ver á Pachecobalbuceó el v i ejo desacr ed i tamos la causa .

Eso lo podría usted haber pensado antes .

Bueno ; pues no voy .

Está bien ; i ré yo so lo .

No,no . ¡Ay , Dios m ío !

¿Está u sted malo , don Paco?

Si; c reo que me he const ipado con testóel terrible revo luc i onario con voz temblorosaAdemás

,no veo la necesidad de v isi tar á Pache

co á estas horas .

Pues i ré yo ,s i usted quiere .

Pero, ¿para qué? añad ió e l v iejo con voz

insinuan te Al l í todo el mundo habrá cre ídoque hemos ido a ver á Pacheco . Usted no ha

de dec ir que no , y yo tampoco ; ¿para qué vamosahora á exponernos á un d isgusto seri o? Además ,está fresca la noche , y este frío no es sano .

Pero se le ha dado una c ita á Pacheco .

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P IO B A R O J A

¿Y eso qué imp'orta?Además , hay otra cosa repuso Qu intín .

¿Qué?

Que si ahora volvemos en seguida y nos

ven l os guard ias,van á entrar en sospechas .

¿Pues qué hacemos?C reo que lo mejor es i r ade lante .

Don Paco suspi ró,y á regañad i entes s iguió

detrás de Quin t ín . L a l una iba l evantándose en elc i e lo . El viej o marchaba presa de profundo abatim ien to . A la media hora d ijo :

Ya nos podemos volver .

¿Para qué? Si no nos fal ta casi nada .

Un momento después se desviaron de la ca

rretera y se acercaron á una casa. Quin tín metiódos dedos en la boca

,y lanzó un si lbido estr i

d ente .

Van á ven ir — d ij o don Pac'

o temblando .

A los pocos segundos se oyó otro si l bido .

Quin tín se acercó á l a puerta de la casa ; en el

mi smo momento se abrió un ventani l l o , y Pa

checo dij o en voz queda :

¿Es usted , Quin tín?

Si; yo soy .

Ahora bajo .

Se abrió,s in hacer el menor ru ido , l a puerta , y

don Paco y Quin t ín pasaron á un zaguán obscuro .

—Por aqu i dij o la voz de Pacheco

¿Por qué no en cienden una luz?

tó don Paco .

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P IO B A R OJ A

Si; en princ i pio , eso es .

Bueno ; pues ya lo sabe usted , Pacheco . Us

ted d i rá si puede trabajar, …y en qué cond ic iones .

Mire usted , Quin t ín — dij o el band idoUsted ya sabe mis i deas , y que soy más l iberal

que R iego . Yo , por ayudar a la revol uc ión , noqu ie ro nada , n i d inero n i premio alguno , que yono voy a Iogrear con

eso . Lo que si quie ro es

que no me j ueguen una mala pasada . Porqueesos de la Junta

,y no l o d igo por este señor , son

capaces d e dárse la al l ucero del alba. Yo i ré aCórdoba , y y eré con qué gente se puede contar,y trabaj aré lo que haya que trabaj ar; pero con

una cond ic ión , y es que todos los señores de laJunta me garanti cen á m i que no me va á pasarnada con la j us t ic ia . Es dec i r, que yo no tengoinconven iente en exponerme á que me peguenun ti ro ; lo que no quie ro es que me metan en la

trena por una cosa de nada .

Yo d ij o don Paco no tengon i atribuc iones .

Habrá que tratar eso con los de la Juntad ij o Quin tín ¿Por qué no va usted al lá , compadre?

No ; yo no voy á Córdoba .

¿Por qué?Porque me temo que me han vend ido , y el

que l o ha hecho no lo va á pasar b ien .

Ah í,unos civ i les nos han parado y nos han

d i cho que le espe raban a usted d ij o Qu in tín .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 367

¿En dónde?Cerca del cementerio de la Sal ud .

Pues que e speren al lá sentados d ijo Pa

checo Pero vamos á lo que vamos . Si usted ,compadre

,me qu iere hacer e l favor de ver á esos

señores de la Junta y de hablarles , l es exponeusted claramente lo que yo deseo . Si e l los aceptan

, se lo d ice usted al Cuervo ; é l se encargaráde enviarme á mi la contestac ión , y al d ía s igu i ente estoy en Córdoba .

Entonces, no hay más que hablar .

Se l evantaron los tres ,Bueno ; vamos, don Paco d i jo Qu intín .

Hombre, ¿no sería mej or que ya nos que

dáramos á pasar la noche?L o que usted qu iera .

¿Habrá camas aqu í?

¡Qué ha de haber !Yo duermo en el paj ar d ijo Pacheco

Les acompañaré , s i ustedes qu ie ren .

Don Paco vaci ló en recorrer el camino de nuevo ó pasar una mala noche

,y optó por es to ú l

timo .

Vamos al pajar. d ijo con resignac iónPacheco tomó un farol i l lo , abrió l a puerta de la

coci na , atravesó un patio , l u ego otro , y por unaescal eri l la subió á un agujero ; era el paj ar .

Vaya , á tenderse d ij o Pacheco Mañana amanecerá, y verá e l tuerto sus espárragos .

¡Buenas noches !

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368 P IO B A R O J A

Q uin t ín se qu i tó las botas , y al poco rato estaba dormido .

Por la mañana, una voz fuerte l e despertó .

¡Arri eros ! ¡que está amaneci endo !

Se incorporó Qu i n tín ; el sol entraba por lasrend ijas del paj ar ; cantaban los gal los . Pachecose hab ía marchado . Don Paco , sentado sobrela paj a , con un pañuel o de color en la cabeza ,gem ia .

¡Qué noche , D ios m ío ! ¡Qué noche ! le

oyó deci r Quin t ín .

Qué , ¿no ha dorm i do usted , don Paco?Ni un momen to . En cambio

,u sted ha dor

mido como un tronco .

Bueno ; vámonos .

Se levantaron ; se qu i taron las pajas comoqu ien se despluma .

Sal i eron del cort ijo . Hacía un día soberbio . All l egar cerca del cementerio de la Salud baj aronhacia el rio , y por la al ameda del Corregidor ,entre e l Seminar i o y el mol ino árabe , sal i eron al a puerta de l puente .

Esta tarde en el Cas ino d ijo don Paco ,que dentro del pueblo iba adqu i riendo ya su presen cia de ánimo .

¿A qué hora?Al anochecer .Al l í e staré .

Ya ve usted lo que uno hace por las ideasdecía don Paco en el Cas i no Se sacrifica

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370 P IO B ARO J A

c ión con Pacheco . Este señor se acercó á Qu i nt ín y l e d ij o :

Dígal e usted á Pacheco que por m i puedeestar tranqu i lo . Haré todo lo que esté de mi partepara que no le prendan .

¿Oye usted lo que d ice el señor conde dedoña Menc ía? preguntó don Paco á Quintín .

Si; pero eso no basta contestó Quin t ín ,

que al o i r aquel nombre sinti ó una profunda i rritac ión Yo he ido á ver aPacheco , porque donPaco me d ij o que Pacheco podría ser úti l a us

tedes organizando la gente del pueblo . Si m i am igo t i ene fuerza ó no

, eso yo no l o sé ; lo que s i sées que Pacheco , para ven i r á Córdoba , pone comocondición el que ustedes se comprometan á queno le prendan cuando venga aqu í, y que no lehagan una canal lada . Ahora ustedes verán si eso

l es conv iene ó no .

E l tono violento empleado por Quintín sor

prend ió á los señores de l a Junta ; algunos protestaron , pero el conde se acercó a l os protestantes , y les habló en voz baja . Discutie ron lapropos i c i ón de Pacheco ; unos dec ían que talcompl icidad con un band ido era deshonrosa ;otros no querían tener en cuenta más s i era úti l6 no . Por úl timo se dec id ieron , y uno de ellos ,

acercándose á Quintín,le d ij o :

Puede usted deci r á su amigo y el señorrecalcó la palabra que en Córdoba no le molestarán .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 37 1

¿Responden ustedes todos por é l?Si .

Está bien . Buenas tardes .

Y Quintín h izo una l igera incl inac ión de cabeza, sal ió del despacho , cruzó la sala , y sal ió á lacalle . Se d irigió á la taberna del Cuervo , y l e d ij oal tabernero que av i sara al señor José que podíaven i r l i bremente á Córdoba .

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Proyectos .

conven ía á Quin tín que Pacheco estuv ieraen Córdoba . Este l levaba la cuesti ón del

chantage como una seda ; se había entend ido con

el secretario d el conde de doña Menc ía, el cual

no esperaba para pagar más que la venta en Mad rid de unos títu l os de la Deuda . También l e conven ía aQu in tín que Pacheco agitara el pueblo ; sil a agitación ten ia éxi to

,se aprovecharía; si no , se

ret i raría tranqu i lamente .

Unos días después, Quin tín aún n o se habíal evan tado cuando se presen tó Pacheco en sucasa . La madre de María Lucena le abr ió lapuerta y le h i zo pasar á la al coba .

No se l evante usted— dij o Pachecou ste d en la cam a .

¿Qué hay? ¿Qué le trae á usted por aqu i?

Vengo á estas horas , porque no quiero encon trarme con nadie en la cal l e ; podría pareceruna provocac ión . He hablado con uno de los senores de la Jun ta , y me ha vuel to á asegurar que

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P IO B A R OJ A

á un casuco del campo de la Verdad,porque no

qu iero estar dentro de la poblac ión .

Ha hecho usted bi en .

Es una casa que da frente al rio , que t i eneen el zaguán un herrador . Vaya usted por

al l ámañana .

¿A qué hora?A la tarde .

Al lá estaré .

Los d ías s igu ientes por la tarde , Quin tín iba ala casa de Pacheco en el campo de la Verdad ;se sentaba en una mecedora de te la , pon ía lospies en el marco de la ventana , y fumaba su pipa .

Oia las conversac iones y miraba ind iferente elpueblo .

Con los ojos med io entornados veía la puertadel puente , medio arru i nada ; mas atrás , comopor enc ima de e l l a , se l evan taban los murospardos de l a Mezqui ta , con sus almenas dentelladas, sobre estos paredones amari l l en tos pesaba l a cúpu l a negra de la cated ral y se ergu íagrac i osa la torre

,br i l lan te de sol , con un ángel

en l a punta que se incrustraba en el gran zafi rode pied ra del c ie lo .

A un l ado del puente , el j ardín del Alcázarmostraba sus altos y negruzcos c i preses y susachaparrados naranjos ; l uego la mural l a romana ,gri s

,manchada de un verde polvor iento por las

h ierbas parás i tas , cont inuaba hacia la izquier

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 375

da, y se.extend ía , cortada de trecho en

' trec ho ,

por cubos de pied ra hasta e l cemen terio ' d e . _ la

Salud .

Al otro lado , —l as casas de la Ribe ra formaban un semic írc u lo , s igu iendo el a rco de he iradura del río , que avanzaba como á socavar loscimien tos d el pueblo .

Eran estas casuchas, que se reflejaban ;eh lasuperfi c ie del río serpiente que a? todas ho rascambiaba de color pequeñas , gri ! es y d errengadas . En sus paredes , que el sol ca lc inaba

con

t inuamen te, crecían las h ied ras obscuras en tresus tapias brotaban chumberas de grandes pencas entrec ruzadas ; y de sus pat izué los , d e suscorrales

,sal ian las copas de los eipreses y las

ramas de las h igueras de hojas blanquecmas .

L os tejados eran grises , roñosos , mohiatlosunos sobre otros

, con azoteas , con mi radores,con torrec i l las ; en a lgun os , una

*

vegetació tt de

jaramagos los convertía en verdes prad erasPor encima de estas casuchas se destacaba en

el cr istal del cielo la l ínea quebrada de l os tejados del pueblo , i n te rrumpida por alguna torre , yesta l ínea iba bajando hac ia el rio hasta terminaren unas cuantas casas azu l es y rosadas

,próximas

al mol ino de Martos .

A casi todas horas sonaba alguna campana .

Quintín las o ía adormecido , soñol i en to , mirandoel c i e lo nublad o por la cal ina y el rio de mudablecolor .

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376 P IO B A R OJ A

La c asa d e Pacheco ten ía u n cuarto con una

ventana que = daba al o t ro lado, á una plazo letaen donde una porc ión de vagos tomaban tranqui l

l am ente el só'

l.'

Hab ia'

entre ellos un tipo que á Qu intín le i nteresaba.

*blevaba este tipo un pañue lo rojo en lacabeza , pati l las hasta la al tura

'

de las'

orejas y unagran—faja

º

h eéha pedazos . Solía sentarse “ en un

poyo , y »'

c'

on la fren té apoyada en .la-mano estud iaba—los andares y los movim ientos de nu

'

gal l i tod e plumas dolor de fuego .

E ste observador del gal lo era, al m ismo ti em

po ,—pedagogo del a l ado bípedo , l o cual debía te

ner sét ias d ificul tades,á j uzgar por el ai re reflexi

vo que tomaba el hombre en algunas ocasiones .

Qu in tín escuchaba lo que dec ían en l as reunion

'

es'

que alli se c e l ebraban

¡Q t ié : lejos ºso lia estar su pensamiento en aquel l os instant es ! De

'

v ez en cuando ,P acheco ó alguno de los c on sp i radores l e hacía

'

una'

pregunta ,

que'

él contes taba maqu inalmente . Su si l enc io se

traduc ía por *reflex ión .

Quin t in'

exc itaba el amor propio del band ido?Esperab a el.

'

momen to de que cobrase el dinerod el conde para tomar su parte y marcharse áMad rid .N o quería que este intento suyo se trans

paren tase ,* y dabaa entender al band ido que de

seaba'

el dinero ú nicamente para ej ercer una ac

c ión revo l uc ionaria .

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P I O B A R O J A

Quint ín contempl ó atentamente á—Pacheco.

El. pobre hombre pensó ti ene . mo noman ía .de grandezas .

E n este momento el Taco , un pe rd ido que sehabía hecho lugarten iente de Pacheco

,entró á

dec ir l e que unos hombres le esperaban abajo .

Ahora vuelvo d ijo el band ido .

Qu intín se quedó solo ”

.

Este hombre va á hacer alguna ,barbari

dad murmuró y l o peor es que me va áquebrar la combinac i ón . No hay que dej arle ásol n i á sombra hasta coge r e l d inero . ¿Y s i loguarda aqu í y

—Iuego l e pegan un ti ro en la cal l e?

Se acabaron los cuar tos . ¿Cómo se demuestra

que el d i nero le corresponde á uno? L e pod ía ped i r una l l ave de este cuarto ; pero se escamará .

y no conviene que desconfíe . Vamos á ver esa

l lave .

Quin tín se acercó a la pue rta ; la ll ave era pé

queña, l a cerradura nueva ; sin duda la habíapuesto Pacheco ,

Hay que sacar un molde de esto

Qu in t ín .

Al d ía s igu iente , con do s pedazos de cerabl anca en el bolsillo , se presentó en casa de Pa

checo . Como de costumbre, e scuchó , tend ido enla mecedora, las d i scusi ones y

cábalas de l osconspi radores . Y cuando notó que i ban á marcharse

,d ijo al ban d ido :

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LA FER IA DE Los D ISCRETOS 379

O iga usted,compadre; deme usted un poco

de papel y ti nta , que voy á escrib i r .Bueno ; ah í ti ene us ted . Nosotros nos vá

mos á la taberna del Cuervo ; al l í le esperaremos .

Quin tín se sentó á fingir que escribía ; peronotó que algu i en se quedaba al l í . Era el Taco .

Sigu ió escribi endo palabras s in sentido , y el

Taco s igu ió en el cuarto . Ya incomodado é impaciente Qu intín , se l evan tó .

Seme ha olvidado el tabaco d ijo

por aqu i algún estanco?Si, aqu i ce rca .

Voy á comprar una caj eti l la .

Yo se la traeré á usted .

Bueno . Sacó Qu intín una peseta , y se la

d ió al Taco . Inmed iatamente que sal ió el hombreapretó la… ce ra entre los dedos hasta ablandarla,

sacó la l lave , é h i zo el molde . Estaba ablandandoel otro trozo de ce ra, por s i acaso e l primero sal ía mal, cuando oyó los pasos de l Taco , que su

bía las escal eras a sal tos ; apresu radamente , i ntrodujo Quintín la l l ave en la cerradu ra y se

sentó a l a mesa . Sigu ió hac i endo como que-

é s

cribia, met ió el pape l en un sobre,y sal ió de

casa . El Taco ce rró la puerta .

Vamos á la taberna del Cuervo d ijo

Quin t ín .

Cruzaron e l puen te y entraron en la taberna .

Estaban al lá , sentados en grupo , Cornejo , yacu rado de los palos ; Curri to Martin , Carrahola,

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380 P IO B A R O J A

el Rano,dos ó—tres desconoc idos , y un hombre

feroz á qu ien l lamaban el Ahorcado,porque , aun

que pareciese extraño , l o había s ido po t = manodel verdugo . Este hombre ten ía una h i storia terrible . En otro ti empo había s ido dueño vde í una

venta próxima á De5peñaperros . Una noche se lepresen tó en l a venta un hombre

,al parece r ri co .

Entre la muj er y él asesinaron al viaj ero para robarl e ; l u ego resul tó que este hombre era h ij o delventero

, que en l a n iñez se habia ido á Amér icay en riquec ido al l í . Condenado á muerte el Ahorcado

,fué al patíbu l o ; pero el aparato del

'

verdu

go no func ionó y lo indul taron . Enviado á Ceuta ,cumpl ió su condena y volv ió á Córdoba .

El Ahorcado ten ía l os nombres de los afi l i adosen su barrio á l a banda de Pachecº,

y los le íapon iéndose una mano en la garganta

,pues de

otro modo , no lograba emiti r son idos .

Bueno . Vamos á ver la l ista d ij o Pa

checo .

El Ahorcado comenzó á l eer .

Argote .

Ese es bueno ; un hombre de pelo en pécomentó Cu rr i to .

Matute , el Mochuelo , Pata al Hombros igu io l eyendo e l Ahorcado el Mocarro .

Este es el tío de más nar iz de Córdobainte rrumpió Cu rr i to como que ti ene que l im

piarse con el embozo , porque no l e bastan l os pañuelos .

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382 P IO B A R O J A

¿Y de mujeres? preguntó Pacheco .

Está n apun tadas en este otro pape l con

testó el Ahorcado La Canasta , la Bardesa , la

Cachúmba .

Vaya unas t iacas d i jo ri endo Curri to .

La Com eta, la Saltacharcos , la Chirivicha.

Está bien d ijo Pacheco dent ro de tresdías se cobrará aqu i .

Quin t ín supuso que el ban dido tend ría la seguridad de que en ese t i empo habría cogido loscuartos . Sal ió de la taberna , y en la l ogi a preguntó por la fe rrete ria de Diagasio . L a ten ia en una

calle próxima á la Corredera . Fué á ver al l ongimano

,y con grandes m ister ios , l l evándole á un

rincón de la tras ti enda, l e contó l o que deseaba .

Mañana le entregaré á usted la l l ave en la

l ogia.

Qu in tín estrechó la mano de l fe rretero , y se

fué á su casa .

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La no c h e y e l d ia

os d ías después , por la noche , es taba Qu intin en el café del Recreo . Seguía su mala

racha en el Casi no . Maria Lucena hablaba con

Springer; Quin tín , pensativo , con templaba el te

cho , fumando . Aburrido , se l evan tó , con la intenci ón de mete rse en la cama .

En la cal le se encontró con el depend iente DiegoPalomares , que iba en su misma d irección .

¿Qué hay Palomares? l e d ijo .

Nada . Estoy hecho la santís ima .

Y yo tambi én .

¿Tú? Tú lo que has hecho es entender lav ida como pocos . Y o

,en cambio .

¿Pues qué te pasa?Tú eres revo luc ionario

, ¿ verdad ? d ij oPalomares . Pues si alguna vez vai s con tra losri cos , l l ámame . I ré con toda mi alma

,hasta ha

cerles echar la h igad illa. En el mundo no hay

más que ri cos y pobres , y ríete tú de progresistasy de moderados . ¡Ah , canal las !

¿Te han hecho algo en casa?

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años . Veinte años trabajando como si fuera lacasa de uno , y los ayuda uno á hacerse ricos , yel los en l a opu l encia y un o con tre in ta duros almes . Y ese hombre,

"

p'

orijué me ve el otro d ia quel l evaba un pol lo a casa , porque tengo una n iñaenferma , me d ice :, Veo que os tratái s á . lo pr inci

pe . ¡Mald i ta sea la ¡Oja lá hubiese quedadoen el mar !Palomares h abia beb ido , y _

eon la exc itaciónd el al cohol s e pon ía a fl ote en aquel mdmen to el

fondo de su alma .

Estás terr ibl e l e 'd ijo_

Qu in tín .

¡Es que tú crees que soy un mandria !

No ; es que tengo mujer y tres h ijos pequeños .

y _

yo ya soy una carraca . Créeme, debíamosun i rnos c ontr a e l los , y desearles la muerte . Si .

Como l o oyes ; el cochero debía volcar. e l coche

del amo , el l abrador quemar las cosechas , el pastor despeñar el ganado , e l dependien te robar alpatrón . Hasta l as nod rizas deb ían de envenenar la leche.

Tú estás trastornado , Palomares .

¿Por qué lo d i ces?Porque yo te cre ía una ovej a , y casi casi

e res u n lobo .

C r ee que hay días que qu isi e ra pegarle fue

go á todo e l pueblo . Yo estaría a l a sal i da con unfusi l

,para acabar con el que fu era á escaparse .

Ahora Vendrá la gorda dij o Qu intín .

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386 P IO B A R O J A

Los he tomado yo d i jo Quintín tranqu ilamen te .

¿Eh?Si. Había una vec ina que estaba l l orando

porque se le ha mue rto un n i ño y no pod ía com

prarle una caja , y se l os he dado . Mañana te l ostraeré

Eso es . Muy bien d ijo la cómica Daleá esa muj er el d i nero que gano yo .

¿Pero no te d igo que te los devol veré?Bastan te le importa á esa mujer por such i l ló Maria .

Ese d inero , ahora lo tendrá para beberañadi ó la madre .

Señoras d ijo Quin tín i ncorporándose enla cama las encuentro á ustedes perfectamente repugnantes .

El repugnante será usted ch i l l ó la vieja .

Está bien ; aqu i lo que se impone es mar

charse* de esta guarida de arpías , que ya emp iezaá oler .

Pues h ijo,vete y no vue lvas más d i jo

María .

Se vistió Qu in tín rápid amente ; se puso las botas y el sombrero .

Bueno ; venga la l lave .

L a l l ave no se la doy á nad ie con testó la

cómica .

Mira, no acabes con mi pac ienc ia , que te

voy á dar un trastazo .

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L A FER I A DE Los D ISCRETOS 387

Al o ír esto la vieja , encarándose con Quintín ,empezó á insu ltarle, echándol e …las manos á la

cara .

¡Chu lo ! — le dec ia Es usted un chu lo

indecente . Un chul o fandanguero .

Cál lese usted,an c iana Can id i a— d ijo Qu in

tín_desprendiéndose de la v i eja á empujones

y váyase .usted á su laboratorio .

A mi madre no le pongas motes , ¿oyes , tú? !

A mi nad ie me pone motes .

Bueno ; ¿me das la l l ave ó no? preguntó

Quin t ín .

No .

Quin t ín se di rig ió al bal cón y lo abri ó de paren par. Sal tó

"

al otro lado de la balaustrada , sedescolgó á pu lso , buscó la rej a del piso bajo , ysal to á la ace ra .

Hasta nunca d i jo desde la cal le .

Tenía sangre en la cara de un arañazo que lehabía hecho la v ieja . Se l avó en una fuente , sesecó con el pañuelo , y se d i r igi ó al Cas ino .

Se meti ó en una sala muy grande, con espej os

enormes , que había en trando á l a derecha .

Un mozo , soñol i ento , se le acercó .

¿Quiere usted algo , don Qui ntín? le d i jo .

Si; que apague usted esta luz , como si yano hubiese nadi e .

¿Se va . usted á quedar aqu í?

Pero no está perm itido.

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388 ¡P IO B A 'R O J A—“ º

¡Bah ! Qué—importa .

seapagaronñ las lúces , y Quin t ín ,al poco rato ;

d ormía en un diván .

Dos mozos ; con mandi les blancos , uno queestaba pon iendo las s i l las s obre las mesas , y

'

el

o tr'

o*

60 n ¿'

un escobillón y un cepillo ,

ñ

con el q ue

l impiaba los d ivanes , l e despe rtaron á Quin tín.

¿Se ha quedado usted dorm ido , señorito?le

d i jo riendo uno de ellos .

Si . ¿Qué hora es?— “Muy temprano ; ¿Sabe usted que hay po r las

cal l es la gran zaragata?

¿Qué sucede?

Que Pacheco ha entrado en Córdoba cbn

una gavi l l a de pe rd idos, y van todos por esascal l es de

Dios gritan do y alborotando .

Quin t ín se l e vantó de golpe . Había un cubo deagua en el sue lo .

l impia? preguntó á los mozos?

Quin t ín se arrod i l l ó en el suelo , y se chapuzódos veces . L os mozos se reían , suponi éndo que

todo era efecto de una borrachera .

Ya estoy despejado dij o Qu intínLe - trae ré

*

á usted una toalla le advirtióun mozoSe secó Quin t ín , y se echó á la cal l e .

Se d i rigió de pri sa á las Tend illas ; había'

por al l ígran an imación , y todos eran comen tarios

'

y charlas . Preguntó á un hombre por dóndei ba Pacheco .

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390'

N º

cuad ron de cabal los al galope . Q uin t ín tuvo queguarece rse en un—por tal para no ser; atropellad o .

O tras varias personas se metieron también al lá :

á empujones .

¿Qué pasa? se preguntaban uno'

s á

Que empiezan á disparar, y hay"

por ahí e l

gran fandangazo contestó uno .

O tro , que acababa de entrar, d i joEs que han matado á Pacheco :

¿Usted l o ha visto? preguntó Quin t ínSi, señor . Pasaba por ah í, s in saber nad a d e

l o que ocurría , cuando he v isto caer.

rá Pacheco .

El he rmano ha sal tado de su cabal lo , se ha inel inado sobre e l cadáve r y ha d icho l l orando : Estámuerto .

Quin tín sal io a la cal l e .

Si ese hombre ten ía el d inero en el bolsi l l o ,no hay modo de recoge rl o . Habría que expficar

de dónde procede . ¿Y si lo tuvi e ra en casa?

¡C risto ! No hay que desperd i ciar el t i empoA zancadas sal ió al Gran Capi tán , y tomó un

coche . A la Mezquita d ij o de pri sa . Elcocher o lo dej ó en una de rlas puertas de la cá

tedra lEspéreme usted aquí le advirt i ó Quin

t in tardaré—algo: Saltó d el c oche , c ruzó laigl esia , atravesó como una bala el patio de

'

l osNaranjos , baj ó por el Tri unfo , pasó el puen te yentró en cas a de Pacheco . Sacó la llave, hechapor Diagasio el masón

,y

'

abrió la puerta .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 39 1

Estaba la cama intacta; reconoc ió“

la mesi l la d enoche

,no hab ia nada den tro ; luego se d iri gió á la

mesa,sacó un cortapl umas y descerrajó e l caj ón .

Sobre unos l ibros había una cartera de pie l d eRusia , atada con una c i nta . La abrió ; allí estabanlos bi l le tes . No l os contó .

Soy el favori to de la casual idad dijo

Quin t ín sonriendo .

Cerró la puerta , cruzó el puente , y t i ró la l laveal río . Por al l á todavía no debía saberse la not ic ia

,porque l a gente estaba tranqu i la y no había

corri l los . Quintín subió por el T riunfo, atravesóde nuevo el patio de los Naran jos , l u ego la

'

igl es ia y montó en el coche .

AI Gran Capitán d ij o .

Ya por todas partes se conoc ía la notic ia ; lascomadres se la comunicaban de puerta á puertay de ventana a ventana .

¿En dónde podría yo dejar este din ero con

seguridad? se preguntó Quin t ín .

A cualqu iera que se lo confiase había de hacerl e preguntas ind iscretas . ¿Su padrastro? Imposibl e . ¿Pal omares , qu izás? Pero Palomares , en suexaltación contra los ri cos

,era capaz de que

darse con los cuartos . ¿ La señora Patroc in i o? Estaría i nd ignada contra é l . ¿Springer? Este era el

mejor .

Voy á su casa pensó ; y d ió'

las señas alcochero de la re l oj ería del su izo .

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La feria de los d iscretos

UEDÓ un poco parado Springer al ver entrar á Quin t ín en la ti enda , se l evantó y

le d ijo un poco pál i doMe figuro á lo que vi enes .

¿Si? Será d ifíc il. Primeramente haz el fávor de darme unas pesetas para pagar el coche .

El su izo abrió el caj ón y le d ió dos duros . PagóQuintín al cochero y vol vió á la rel oj ería .

Ch ico le d ij o á su amigo vengo aquíporque tú eres la ún ica persona de confianza queconozco .

Grac ias , contestó Springer de mal ta

Quis iera que me guardases una cantidadcrec ida siguió Qu intín , y alargó la cartera .

¿Cuánto es eso?No sé ; lo voy á ver.

Qu in t ín abrió l a cartera y se puso acontar losbi l l etes .

Antes de que me hagas esa confianza

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394 P I O B A R O J A

Ya he guardado eso .

Estaban charlando cuando entró e l padre d eSpr inger de prisa .

Hay alboroto en e l pueblo d i jo de sde lapuerta de la ti enda .

¿Si? ¿Pues qué pasa?Que han matado á un band ido . Pacheco

creo que me han d i cho que se l lama .

Tu amigo . ¿Lo sab ias? preguntó el su izoá Qu intín .

No con testó éste tranqui lamente . Ha

bra hecho alguna barbaridad .

Preguntaremos en l a cal l e .

Salieron'

el padre, el h ij o y Qu in tín á las Ten

d illas . Anduvieron oyendo los comentarios …de

grupo en grupo , y en uno en que había un señorque parecía muy enterado se pararon .

¿Cómo ha s ido la muerte ? preguntóSpringer padre .

Pues verá usted . Pacheco entró por—é l puente y vi no atravesando el pueblo hasta el cuarte lde l a T r i n idad , y parece que el general , al notare l alboroto y la bullanga y o ir que gritaban ¡vivael general Pacheco ! , preguntó :— ¿Quién es ese áqui en l laman general? Aqu í no hay más generalque yo . Es Pacheco

,le ha contestado un te

n iente . El puebl o l e l lama genera l de la l ibertad . ¿Ese band ido? Si, señor . Entonces el

hombre,como ha visto que toda la gente iba hac ia

e l cuartel,ha mandado apostarse á dos sold ados

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 395

con el fus i l sa l iendo por la rend ija de una pers iana. Al l l egar Pacheco frente al cuarte l de la T r in idad ,

ha gri tado var ias veces ¡Viva la l i bertad ! ¡Viva

la revol u ci ón ! , y en el mismo momentohan sonado dos t i ros y el hombre ha caído de lcabal lo

,muerto .

Oyeron todos el relato , y tras é l hubo una se

rie de comentarios .

Eso ha s ido una trai c ión ? decía uno .

Un : lazo que le han tend ido .

—A ese hombre le han engañado d e mala manera .

¿E_ngañarle , por qué? preguntó e l padre

de Spr inger á un hombre de blusa que acababade afirmar esto .

Porque le habían prometido el i ndul tocontestó el de la blu sa todo . el mundo l o sabe .

—*Pero de prometerle el indu l to á entrar comoé l ha querido hacerl o

,como un conqu i stador

,

hay mucha d i ferencia repl icó e l re loj e ro .

Esto va á dar un cruj ido muy gordo con

testó El hombre .

Volvi eron á la re loj ería , y como las demás tiendas e staban cerradas

, el su izo cerró tambi én lasuya .

¿Quieres comer con nosotros?— dij o Sprin

ger á Quintín .

Hombre , si .

Subieron al p iso de arr iba por la escalera decaracol , y Springer presentó á Quin t ín su madre ,

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396 P IO B A R O J A

una señora amabl e , flaca , sonri ente , muy act ivay vivaracha .

Comieron ; y después d e comer los tres encend ieron su pipa , y el padre de ,

Springer habl ó congran entus iasmo de su puebl o .

El pueblo m io es un gran pueblo — duo

á Qu intín sonri endo .

¿Cuál es?Zuri ch . ¡Ah ! ¡Si viera usted !Pero , padre , ha visto París y Lond res .

¡Oh ! No importa . He conocido muchos deParís y de Vi ena que se han quedado asombrabrados al ver Zuri ch .

E l padre y la madre de Spri nger, a pesar de

que l levaban más de tre in ta años en Córdoba , no

hablaban bien el caste l lano .

¡Qué d ife rencia en tre aquel hogar y la casa endonde Qu intín había v iv ido con María Lucena ysu madre ! Al l í no se hablaba de marqueses , n ide condes , n i de cómicos , n i de toreros , n i dej acas ; al l í no se hablaba más que de trabajo , de

perfecc ionam ien tos de l a i ndustri a , de arte y demúsica .

¿De manera que usted se va de aqu i?preguntó Springer padre .

Si . Esto es tá muerto con téStó Quintín .

No , no , eso no con testó Springer h ij o .

Esto no está muerto ; Córdoba es un puebl o que

duerme . Todos l os reyes lo han castigado . Se ha

suprim ido su c ivi l i zac ión natu ral , su civ i l i zación

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398 P IO B A R O J A

son puntos muertos y los cerebros no andan . España es un cuerpo con las articul ac iones anqu i

losadas ; cualquier movimiento le produce dolorpor eso el país para progresar tendría que marchar l entamente , s i n sal to s .

Pero en med io de esta turba de abogados ,de mi l i tares , de cu ras , de prestamistas , ¿crees tú

que hay algo sano? preguntó Qu intín .

Yo creo,

que no sal tó d ic iendo el padre ;

aquí no hay elementos de progreso ; no hayhombres que empuj en para adelante , como en

nuestro pa ís .

Yo c reo que si respond ió el h ijo perolos que hay , solos como están , term inan po r no

ver la real idad ,y l legan á ser hasta perj ud ic ial es .

Es como SI en esta rel oj e ría , entre las ruedas de

l os re_

10 j es de bols i l lo nos encontrásemos con una

rueda de un reloj d e torr e . No nos serv i ría de

nada ; no podría engranar con n inguna otra . Ah í

está ese marqués de l Adarve, que es un hombrebueno é in tel igente ; pues ya pasa por un ch iflado

,y en parte lo está , porque por reacc ión con tra

l os demás ha l legado á la extravagancia . Ll evaun paraguas au tomáti co

,una petaca mecán i ca y

otra porción de ch ismes raros . Para la gente es

un loco .

Si aquí— d ijo Springer padre— no hay que

ser más que agricu l tor ¡ó usurero .

Los ofi c ios . en donde no hay que trabaaseguró Qu intín . Es el ideal del espa

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L A FER IA DE LOS D ISCRETOS 399

ñol : trabajar como un moro y ganar como unjud ío . Es también m i ideal , se d ijo para si

mismo .

—'

Lo que decíamos antes añad ió Springerh i jo la vida arca i ca , d i rigida por ideas romanti cas . h idalguescas .

¡Ah , no ! rep l i có Quintín . En eso estáscompletamente equ ivocado . Nada de r

'

oman t icis

mos n i de h idalguias; prosa , pura prosa . Hay másroman tic i smo en la cabeza de

'

un inglés que enla de d iez españoles

,y más si estos españoles

son andalu ces . Son muy discretos , amigo Sprin

ger; somos muy d i scretos , s i te parece mej or .

Mucha facundia, mucha palabra entu siasta y fogosa, mucho floreo ; un aspecto superficial deconfusión ingenua y candorosa ; pero en el fondola l ínea recta y segura . Hombres y muj e res

,d is

cret ísimos . ¡ Créelo ! La exal tac ión por fuera y el

frío por dentro .

Era la hora de trabajar,y Spr inger

,padre é

h i j o , baj aronal tal l e r .

¿Ves? d ij o el su izo á Quin t ín mientrasse sentaba en su s i l la y colocaba su l ente en laórbita Quizás sea cie rto lo que tú d i ces , peroam i me gusta pensar otra cosa . Soy un romant ico y me figuro vi v i r entre h idalgos y damas .

Ya ves , yo , que soy un pobre pl ebeyo suizo . Ytan acostumbrado me encuentro aesto , que cuando salgo de Córdoba en seguida siento l a hostal

gia de m i tal ler , de mis l ibros , de los pequeños

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400 P IO B A R OJ A

conc i ertos que tenemos m i mad re y yo, en que

tocamos á Beethoven y á Mozart .Quin t ín contempl ó á Springer como á un ser

extraño y absurdo , y se paseó de un lado á otrode la t ienda . De pronto se detuvo frente á suamigo .

Oye l e d ijo ¿tú crees que yo te puedoengañar , darte un consej o desleal por i nterés 6por una mala pas i ón?

No ; ¿qué qu ie res dec i r con eso?

Que no te comprometas con María Lucena .

¿Por qué?Porque es una mujer perversa .

Es que l a od ias .

No ; l a conozco porque la he tratado sin el

menor cariño , y aun así e l la me vencía en egoí s

mo y eu frialdad . Es una mujer que cree que ti enecorazón porque t i ene sexo . Llora , ríe, parece buena, parece ingenua : el sexo . Como esos animaleslasc i vos y crue l es

,odia en el fondo al macho . S i

tú te acercas a el la cánd idamente , destrozará tuv ida

,te enem istará con tu padre y con t u madre .

j ugará contigo de la manera más cru el .

¿Me dices'

de veras eso ? preguntó el

su i zo .

Si . Es la verdad , l a pu ra verdad . Ahoraañad ió Qu intín si tú estás como la p iedra en

un barranco, que ya no puede menos de caer ,

caerás*

; pero s i pu edes defende rte , defi éndet e .

Ahora , ¡ad i ós !

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40 2 P I O B A R O J A

de Pacheco , cuando al pasar por de lante de laDiputac ión , Diagasio el fe rretero , que estabaºeºn

la puerta , l e d ij o :Al lá arriba está don Paco .

Subió Quin t ín las'

escal eras,se co ló por una

puerta abierta y vió en un sal ón al terrible donPaco , rodeado de varios amigos , que estaba háci endo d e l as suyas .

Había mandado e l gran revo luc ionario al portero mayor que descolgase un retratod e Isabe l I I ,

pintado por Madrazo , que ocupaba el centro deun testero , y después de l l enar de improper ios yde i nsu l tos a la retratada , ante el asombro y la

estupefacc ión del pobre portero , tuvo don Pacouna i dea feroz , una id ea d igna de un bebedor d esangre .

Sacó del bol si l l o d el chaleco un cortap l umas ,y en tregándoselo al portero y señalando el retratole dij o :

Córtele usted la cabeza .

¿Yo? balbuceó el portero .

Si .

El pobre hombre temblaba ante la idea de co

meter tal profanac i ón .

Pero, don Paco , ¡ por Dios ! , que tengo

Córtele usted la cabeza repi tió infl exibl eel audaz revo luc ionario.

Mi re usted,don Paco , que d icen que este

retrato está muy bien p intado .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 403

Imposible— replicó don Paco , con un gestod igno de Sain t—Just . Es de un p i nto r servil.Entonces el portero , gimoteando , hund ió el

cortaplumas en la te la y fué rajándola con manotemblorosa .

En tal momento entraron en la sala varias personas

,en tre e l las Pablo Springer .

¿Está usted haciendode c i rujano , don Paco?l e pregun tó el su izo con un gesto burl ón .

Si señor, a los reyes hay que darl es en lacabeza .

El portero , l u ego de cortar el l i enzo , quedócon e l trozo en l a mano , y , vaci lante , preguntó adon Paco

Y ahora , ¿qué hago con esto?Lleve usted esa cabeza rugió don Paco

con voz sorda al presi dente de l a j unta revoluc ionaria.

Quintín miró al su izo y le vió sonre i r i rón icamente .

¿Qué te parece esa ej ecuc ión en efigi e deesta Mar ía Anton ieta gord inflona?

¡Magnífi co !Lo que te dec ía yo . Somos el pueblo de los

d iscretos .

Los dos amigos se despid ieron riendo,y Qu in

t ín se marchó á su casa .

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CAP ITULO

La ú l t ima par t i da

NTRÓ Qu intín en l a fonda y se meti ó en sucuarto . Escribió un artícu lo de despedida

para L a Víbora , con e l t itu l o quedaCuando anochec ió , encend ió la l uz y pid ió la

cena . Comía en su cuarto para no tener algún :

mal encuentro en el comedor .

AI traerl e la cena el mozo v ino con dos cartas .

Una, por el sobre garrapateado toscamente , comprend ió Qu intín que era del hermano de Pacheco .

Decía así :a Si no devuelve usted la cartera que robó en

casa dem i h ermano , no sald rá usted vivo de Córdoba . No se haga usted i l u siones ; no se escapausted . Están vigi ladas todas las sal i das . Puede

us ted dejar el dine ro en la taberna del Cuervo ,donde i rán á recogerl o .

Muy bien d ijo Qu intín Veamos la otracarta . L a abrió y era más lacón ica aún que la

anter ior .

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406 P IO B A R O J A

la lectu ra , estuvo ideando proyectos de fuga ydándol es mi l vue l tas en la cabeza . La cuest iónera que no intervin iese la justic ia , que no hubieseescándalo .

En estas cavilaciones le sorprend ió don Paco ,que ven ía á tomar café . El hombre se rezumabade j úbi lo . Se había hecho la Revolución , l a másglo riosa , l a más humana , presenc iada por los s iglos . El mundo entero , franceses , i ngl eses , su izos

,alemanes

,env id iaba á los españoles . España

iba á ser un país d istinto . Ahora,ahora se real i

zarian las grandes conqu istas del Progreso y del a Democracia , e l sufragio un iversal , la l i be rtadde cu l tos

,la l i bertad de asoc iac ión .

¿Y usted cree que con todo eso se v i v i rámejor? preguntó Qui ntín fríamen te .

¡Pues no se ha de viv i r ! exc lamó donPaco asombrado de l a pregunta ¡Si le d igo austed que se va á real i zar todo el programa pro

gresista!

Quin tín sonrió burlonamen te.

Don Paco sigu ió perorando._

Su eterna penaera ver que después de haber hecho lo que élhabía hecho por la Revol uc ión

, le regatearan los

méritos .

Mientras e l v i ej o d iscurseaba, Quintín segu íabarajando proyectos y observando d istraídamente á sus persegu idores . De pron to se le ocurrióuna idea.

Vaya,don Paco , ¡buenas tardes ! d ijo , y

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 407

s in mas expl i cac ión se l evantó de la s i l la y sal iode l a sal a . Cruzó un pat io del Cas ino , subió luegouna escalera , pid i ó á un mozo la l lave del terrado

,esperó un rato á que se la traj ese y sal ió a

la azotea . Por allí podía escaparse , pero'

había el

pel igro de la sal ida .

¿Y si me fue ra a la taberna del Cuervo asa l i r por el convento de monjas? se d ij o Esosería admirable . ¡Meterme en la boca del lobopara escapar ! Eso es lo que voy á hace r . Esperaré á que obscurezca .

Bajó de nuevo al sal ón , y se apostó en la ventana . Siguió el esp ionaj e . Al caer la tarde Carraho la y el Rano paseaban la cal l e .

Quintín sal ió á la puerta del Cas ino y l lamó áCarraho la.

¿Se puede saber a qué v i ene esta persecuci ón? le d ij o .

Usted lo sabe mejor que nad i e , don Qu int ín contestó Carrahola. Hace usted mal en nodevolver ese d ine ro .

¡Bah !

Si , señor; créame usted . Está todo guardado , l a estac ión , los caminos ; no sal e usted deCórdoba si no paga

¿De veras? preguntó Quintín man ifestándose asustado .

Lo que oye usted . Como que le vale á ustedmás entregar ese dinero y no exponerse aque l eden una puñalada .

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408 : P I O B A R O J A

¡Demonio ! Cas i casi me convence u st ed .

Hágalo u sted , don Quintín .

¿Y .a quién tle entrego yo ese d inero?A Pacheco . Al hermano del señorj osé . To

das las noches va a eso de las ochoa la tabernadel Cuervo .

Lo “pensaré .

¡No'—piense ust ed

,cri stiano ! Ahora mismo

d ebe .u sted t omar ese d inero y l l evarlo .

—.Nada ; me ha convenc ido usted . Voy ahora

mismo .

Quintin , segu ido del Carrahola y del'

Rano , sed i rigió a la fonda, entró en e l la , cer ró la ventanay encendió una l uz . Ten ía aún en el bols i l lo lacartera que había cogido en casa de Pacheco , lasacó y la puso sobre la mesa .

Abrió l uego e l armari o de l una , reg i s tró loscaj ones y en uno encontró unas p lanas escri taspor algún chii: o y en otro un catec ismo usado yroto de l pad re Ripalda.

Cogió las planas y el cateci smo , l os ató con un

bramante y metió e l bu l to en la carte ra , que volv ió á atar

'

c0'

n otro bramante .

Muyb ien murmuró riendo .

Hecho esto,apagó la l uz , meti ó la cartera en

el bol s i l lo de la ameri cana y sal ió de la fonda .

Comenzó á andar de pri sa , como hombre quet i ene una decisión ráp ida, y se d i rigió á la taberna del Cuervo ,

escol tado por Carrahola y : el

Rano .

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4 10 P IO B A R OJ A

Quin t ín y echándose al otro lado del balcón,

que no era muy al to , y agarrándose á una ca

ñería bajó al patio . Lo cruzó arrimándose á lapared . Empujó la puertec illa, la cerró s in hacerru ido y comenzó á subi r las escaleras despacio .

C rugian los escalones al poner e l pie enc ima d ee l los .

Al l l egar Quin t ín arriba , v ió que la puerta pordonde habia pasado l a otra vez , en compañía delCuervo

,estaba cerrada . Ten ía un montante

,lo

abrió , y por él , tras de esfuerzos sobrehumanos ,l legó á pasar

,no s i n lastimarse un pie . Al cae r

del otro lado h izo algún ru ido .

Escuchó durante algún rato,por ver s i algu ien

le perseguía . No“

se oyó nada . Cerró el montan te .

Cualqu i e ra sabe por dónde he sal idomu rmuró .

Encend ió un fósforo, que tuvo en el hueco de

la mano hasta encontrar aque l l a especi e de . éscalera formada por cabos de v iga que salían de

la pared . La encontró . Apagó el fósforo , y á obscuras subió al camaranchón .

Volv ió á encender otra ceri l l a y buscó la sal idapor donde habían pasado el Cuervo y él , pero nola encontró . Mi rando mejor v ió que estaba tapada con unas tablas suj etas con l adri l l os . Con . las

uñas los fué arrancando uno á uno ; l u ego sacó la

tabl a y apareció el boqueteQu intín sal ió al …tejado . Aúne staba c l aro .

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 4 1 1

Orien témonos se d i jo Aque l la es la

guard i l la . Al l í hay que i r primero .

Agachado , á cuatro patas , se desl izó hasta lle

gar al lá . Se detuvo un momento para orientarsede nuevo .

Ahora hay que cruzar la azotea dondeabandonamos á doña Sinda , que debe ser aquella. Vamos .

Sigu ió su camino,saltó la barand i l la por un

lado , luego por otro , avanzó más y se despistó .

Estaba confuso , no sabía hacia donde ti rar , s i ala derecha ó á la izqu i e rda . Comenzaba á obscarecer , y Quintín daba vue l tas y vuel tas infruc

tuosas si n encontrar la corn isa por donde hab iapasado con Pacheco .

De pron to oyó el t in—tan de una campana,y

suponiendo que sería del convento de monjas ,en la di rección del son ido , subió el cabal le te deun tejado y vió abajo el pat io de un conventodonde paseaban var i as monjas . Era un patio hermosísimo ,

con una alberca en e l cen tro .

Quin tín baj ó toda e l ala de un tejado ; encontróla corn isa , y a gatas l l egó al balcón

, que estabaabi erto . Saltó á la escalera .

Enfrente había un pasi l lo , y á un lado de ésteuna puerta abierta que daba á una coc ina . Debía

ser l a casa del j ard inero ; en med io de la coc ina ,sentado en los ladri l l os , estaba un ch iqu i l lo j ugando . De la pared colgaba una blusa suc i a y unsombrero viejo .

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P IO B A R O J A

¡A el l os ! d ijo Quin t ín .

Entró en la coc i na , cogió la blu sa en una manoy el sombrero en la otra, y escapó ráp idamente .

El c hi co , asustado , comenzó a l lo rar . Quintínbajó l as escal e ras hasta e l huerto

,y como nad ie

l e veía, se puso la bl usa , se caló el sombrero ysal i ó á la calle .

Por entre cal l ej uelas fué caminando e n d i rección del Matadero y e l Campo de San Antón . A

la entrada de la noche marchaba ya carretera ¡ deMadrid adel ante .

En tanto , en la taberna de l Cuervo todo era

bul l a y jol gorio . La notic ia de que Quintín estabaallí con el d inero , esparc ida por Carrahola, habíaatra ido á todos l os truhanes que habían tomadoparte en l a i ntentona de Pacheco . Pensaban cobrar su s serv i c ios , y el Cuervo les fiaba vino .

Esperaban con impacienc ia la l l egada de Pacheco

, que aque l d ía tardó más que nunca . A lasocho y med ia el hombre se presentó .

¡Pacheco ! Ya ha venido gri taron todos 51

la vez al verle .

¿Quién?Quintín . Aqu í está la cartera .

Le habe is dejado marchar si n segu i rl epreguntó e l hombre, 50 5pechando una j ugarreta .

—¡Cá ! rep l i có el Cuervo Está arriba . Ha

d icho que no se abra la cartera sin que esté éldelan te .

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4 1 4 P IO B A R O J A

¡Ah' ya sé por dónde ha ido — d ijo el

tabernero por aqu í, yº

señaló la puerta del pát io . Encend io un faro l y mi ró los escalones unoa uno por s i se ve ían huel las en el polvo . Se

d iscu tió s i se ria aquel rastro de Quin t ín , pero al

ver arriba la puerta ce rrada,cas i todos opina

ron que por al l i no pod ía haber pasado .

Sin embargo d ij o el Cuervo segui remos ade lante Abri ó el hombre la puerta, subió al camaranchón y v i ó las maderas arrancadas

que dejaban l ibre la abertu ra para sal i r al tej ado .

Por aqu í se ha escapado .

¿Y qué se hace? preguntó Pacheco .

Una cosa muy senc i l la contestó el Cuervo rodear toda esta manzana de casas . Probablemen te, habrá esperado á la noche para sa

l i r , y qu izás se l e pueda pescartodav ia .

Muy bien d ij o Pacheco vamos abajoenseguida .

A todos los que estaban en la taberna les parec io admi rabl e la idea . Di5puso Pacheco cómohabía de hacerse la guard ia, é ind i có á su gente

que advi rtieran á los serenos .

Con la esperanza de cobrar,toda la truhanería

estuvo a'

p ie fi rme en su puesto . De cuando en

cuando vo l v ían a la taberna atomar una copa .

Amaneció, y siguió la gente de Pacheco páscando las cal l es , tan pronto esperanzados

,

como sin esperanza alguna .

Al d ía s igu iente por la mañana segu ia aún la

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L A FERI A DE LOS D ISCRETOS 4 15

guard ia de los truhanes cuando aparec ieron en

la cal l e , al trote , dos soldados de lanceros, y separaron delante de la taberna .

¿Es esta la taberna del Cuervo? pregun

tó uno de el los .

Si, señor .Bueno . Ahí va esa carta .

El tabernero,con el asombro p intado en el

semblante,tomó la carta, y como no sabía l eer

se la en tregó á Pacheco . Este la abrió y l a fué l eyendo :

<<Queridos am igos . A la hora en que rec ibá isesta carta estaré á muchas l eguas de ah í . He sal ido vivo de Córdoba , apesar de vuestras advertencias . No os he dejado en la cartera dine ro ,sino algo mejor para la sal vación de vuestras almas . Expresiones á los quer idos amigos . Q .

»

Pacheco pal ideció de i ra .

Ya no se puede hace r nada murmuró .

De noche , en la te rtul ia del Cas ino , hablaband e Quintín .

Un señor leía en L a Víbora el artícu lo de desped ida que había publ icado Quin t ín con el títu lode <<Ahí queda eso »

.

A ver, a ver ese final d ij eron unos cuantos .

El señor comenzó á l eer el final . Dec ía así

¡Adiós Córdoba , pueblo de l os d i scretos ,espejo de los prudentes

,encrucijada de los lad i

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P IO …EAROJ A

nos , vivero de l os“

sagaces ; en c i c loped ia de .: los

donosos, albergue de l os que no se due rmen en

las pajas , espel unca de los avisados , cónclave del os agudos , sanhed rin d e l os razonab l es ! ¡AdiósCórdoba ! Y ah í queda eso .

»

Está bien d ij o uno riendo La verdades que ese Quintín es un m uchacho s impáti co .

Y prosperará .

Ya lo creo .t

Cualqu ie r d ía l o vemos diputado .

Ó min istro .

Hay que reconocer que es un muchacho s im

panco .

Y Escobedo el de las barbas negras que e staba presente , añadió :

Siempre es simpático el que tri unfa .

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4 18 P I O B A R O J A

era mayor, cons i stía en que se reservaba , esperando una s i tuac ión al fonsina ó carl i s ta .

Y, sin embargo , á pesar de sus éxitos y de sus

triunfos, sen tía el corazón vacio . Contaba tre i nta

y dos años . Pod ía continuar la vida bri l lante quehabia conqu istado , l l egar á ser ministro , entrar

en l a soc i edad ari stocrática ; pero todo esto no leencantaba . En el fondo de su alma ve ia que marchaba hacia el spleen . B iarri tz l e aburría de un

modo espantoso .

Quizás,lo mejor para m i, sería hacer un

gran v iaj e pensó .

Con esta idea se l evantó de la s i l l a, sal ió del

Casino y se fu é á pasear á l a playa . Estaba cercade l a p laza Bel levue mi rando al mar , cuando oyóuna voz que le h izo estremecerse .

Era Rafaela , la misma Rafaela, con dos n i ñosd e la mano y una nodr i za que l l evaba otro , pro

tegido con una sombri l la . Quin tín se acercó á

e l la .

Se sal udaron los dos , emoc ionados .

Rafae la estaba desconoc ida ; había tomado

cuerpo y aspecto de sal ud ; vestia de una manera

elegan tísima. Lo ún ico qu e conservaba de su cárácter antiguo

,e ran los oj os du lces , suaves , como

de raso azu l . La sonri sa era ya de madre .

Hablaron Rafae la y Quin t ín durante l argo rato .

El la contó sus grandes dolores con l as enfermedades de sus h ijos . Uno se le había muerto ; afortunadamen te, l os dos mayores se hab ian robus

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LA FER IA DE L os D ISCRETOS 4 19

tec ido,grac ias á la v ida al ai re l ibre , y la peque

ña, l a de pecho , prometía se r muy fuerte .

¿Y Remed ios? preguntó Quint ín

¡Remed ios ! exclamó Rafaelausted lo enfadada que estoy con el l a .

¿Por qué?Porque ti ene un carácte r impos ibl e . No

quiere ceder á nada .

Si, de niña se ve ia que era voluntariosa .

Pues ahora es mucho más . A mi marido yá mi suegra , los od ia desde e l primer d ía; pueshan hecho todo lo que han podido para complacerla

, para mimarla . Nada .

Es terribl e añadió sonr iendo Quin t ín .

Ahora queríamos trae rl a aquí,l uego l l evarla

á París ; pues aúl tima hora ha d i cho que no qu i ere . Luego

, ya ve usted ; t i ene ve intidos años , y estápreciosa ; podría casarse muy bien ,

porque al l ídonde va ti ene pretend ientes

,muchachos ricos,

de titu lo ; pues nada . Y le p i erde que tiene demas iado corazón . Yo ya le digo : en la v ida no se puede ser así ; hay que ocu l tar las antipatias , moderar un poco l os cariños . Hac iendo lo que haceRemed ios , se expone una persona á sufri r mucho

Y , casi casi , ¿no vale más engañarse queacertar, á costa de i r secando poco á poco el corazón?

Yo creo que vale más acertar, Quintín .

¿Qué se yo? Sigu e usted tan discre ta comoantes , Rafaela .

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42 0 P I O B A R OJ A

No ; mucho más práctica que antes . Perou sted tampoco es de los que se pi erden .

Es Ve rd ad d ij o Quint ín susp irando .

En esto se presentó un cabal lero elegantemente vestido con chaleco blanco y guantesgri ses .

¿No se conocen ustedes? Mi marido .

Quin t ín , nuestro pariente .

Se dieron los dos hombres la mano , y se sentaron el los y Rafae la en una roca , mientras losn iños j ugaban en la arena . Quin tín se asombróal . ver l a transformaci ón de Juan de Dios . Elmozo zafio y bravio se había metamorfoseado enun señor cor recto

,e l egante , con ademanes pari

sienses. No recordaba en nada al j aque cordebés .

Habló Juan de D ios amabl emente ; Q u intíncomprend ió que estaba dominado por su muje r,porque a cada paso l e m i raba como pid iéndol easentim iento á lo que dec ia . El la le an imaba conun gesto , con una mirada

,y él segu ia . Habló de

la situaci ón a la que habían conduc ido á Españalos republ icanos

,de las part idas facc iosas que

estaban i

preparándose en la frontera .

Qu intín no le o ia pensando _ en Remed ios , enaquel l a n iña voluntariosa

,de tanto corazón , que

desprec iaba á los galanes . En un al to de'

la

charla, p reg'

untó Qu intín á Rafae la :

¿Y dónde está ahora Remed ios?En un cor tij o nuestro

,cerca de Montoro .

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P IO B A R O J A

El d ia de Octubre estaba brumoso . Comenzabaá l loviznar .Hac ia ya más de ocho años que Quintín hab ia

l l egado aaquel l a tierra,de vuel ta del colegio , en

una mañana también brumosa y tri ste .

¡Qué caudal de energía y de vida perd ido desde entonces ! Era verdad que había venc ido , quel l evaba camino de ser algu ien , pero ¡qué d iferenc ia entre el triunfo pensado y el triunfo ya convertido en hecho ! Valla más no recordar , no pen

sar nada y esperar .Enfrente , en el horizonte brumoso , se veia una

l inea de co l inas bajas y abombadas . Hacia allí lehab ian d icho á Qu intín que ten ia que i r , y haciaal lá marchaba al paso lento de su cabal l o . El cámino se d iri gía , trazando cu rvas por la ti erra llana

,entre campos de rastroj o .

Algunas yuntas de grandes bueyes labraban lati e rra parda ; volaban las urracas rasando el sueloy en l o alto , bandadas de pájaros como triángu

l os de puntos negros pasaban ch i l l ando .

En esto,aparec ió en el cam ino un hombre

montado á cabal lo con una pica muy larga , como

una l anza , la punta para arriba y l a contera apoyada en el estribo , é h izo seña á Qu i n tín de quese apartara . Lo h izo así é l , y pasaron unos cuantos toros y cabestros . Detrás iban dos garroch istas montados a cabal lo , con las p icas agarradaspor el centro , balanceándolas hori zontalmente .

. ¡A l a paz de Dios , señores ! dij o Qu in t ín .

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L A FER IA DE Los D ISCRETOS 42 3

Buenos d ias , cabal l ero .

¿Voy bien al cortijo del Mai l lo?

Si , señor ; va usted bi en .

Muchas grac i as .

Quintín s igu ió su camino . Antes de i nternarse

en l a parte algo montañosa , se presentó ante susojos un corti jo . Se acercó a l a casa , metiendo sucabal lo en l a tierra roj iza convertida en un barrizal.

¡Eh ! gr i tó .

Aparec ió en l a puerta un viejo , con unas zajonas h i storiadas de cuero negro , adornadas con

l i stas blancas y suj etas á las corvas por abrazaderas .

¿Es éste el cort ijo del Mai l lo? le pregun

tó Qu intín .

No,señor . Este es el de las Palomas

, que

es también del mismo amo . ¿Ve usted aque l ccrro con árbol es? Pues trasponiéndolo se emp iezaá ver e l cortij o .

Dió las grac ias Quintín,y puso su cabal l o en

marcha . Caía una l l uv i a menuda . Por en tre losárbol es l ej anos

,casi desnudos y amari l los

,corría

la n ieb l a azulada .

Desde lo al to del cerro se veía una val ladaenorme , cuadri cu lada por campos rectangula

res , unos cubi ertos aún de rastroj os , otros ne

gros d e l a tierra rec ién l abrada,algunos que co

menzaban á verdear . En medio , como is lote s né

gruzcos, se ve ían col inas cub i ertas de ol i vares ;2 8

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4 2 4 P IO B A R O J A

más lej os , en grandes dehesas , pas taban los ca

ballos .

Se detuvo Quintín un instante en el al to delcerro

,vac i lando , sin saber por dónde tomar, cuan

d o oyó detras de é l un t i nti neo de cascabel es yluego una voz que gri taba:

¡Arre , Liv iano ! ¡Arre , Remendao !

Era un …mozo , montado en l as ancas de un ju

mento,con los pies que casi tocaban la t ie rra , y

que l levaba del ronzal un asno cargado con unserón .

¿El cort ij o del Mai l lo ?— le preguntó Qu in

¿Vá usted al l i? Alli voy yo también .

El muchacho comenzó a habl ar,y depart iendo

am igablemente l l egaron al cortij o . Era ésted e

,con una l argu ís ima tap ia que cerraba

los departamentos é in stalac iones de l aDentro había una erm i ta con su cruz y su vel e

¿Qu ién me ind icará dónde está la señoriRemed ios? preguntó Quintín .

Llame usted al case ro .

El casero no estaba y hubo que esperar . Sal i

por fin un hombre de unos cuarenta años , fuerd e cara r edonda; se enteró de l o que quería Qfin

, y l e mostró un jard incillo y en el fondo upuerta . Llamó Quintín

,abrieron y se presentó u

v ieja en el umbral de la puerta .

¿Está la señorita Remedios?

¡Es usted ! exclamó l a v iej a . ¡Qué co

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42 6 P I O B A R O J A

Si pud ie ra . suspi ró Quin t ín .

En un momento de l a conversac ión se abrió lapuerta y entró precipi tadamente Remed ios .

Quin tín se l evantó y quedó contemplando la

asombrado .

¡Es Quin t ín ! d i j o e l la .

Si, soy yo .

Al fin has ven ido añad ió ella, y le alargóla mano .

—¿Qué me miras? ¿He cambiado mucho?

Mucho,much ísimo .

Estaba encantadora con su traj e bl anco, que

d ibujaba el tal l e esbelto y l a cadera abu l tada . En

sus labios había una sonri sa l l ena de gracia , y susOjos negros bri l laban .

Tú estás igual d ijo e l la .

Si, igual . Más vi ej o . He visto á Rafae l a yá j uan de Dios en B i ar ri tz . Ell os me han d icho

que estabas aquí .

¿Y has ven ido en segu ida?

Si .

Muy bien hecho . Vamos al comedor . Y

soy ahora el ama de casa .

Pasaron al comedor . Era un cuarto granblanqueado

,con vigas azu les en el techo , y

armario grande y tosco para la vaj i l l a . En medhabía una mesa pesada de robl e , con un hublanco , y en e l centro de e l la un jarrón de cri stl l eno de flores . Al lado de la ventana habíabastidor de bordar y una canasti l la de mimcon ovi l l os de color .

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 42 7

Anda,s iéntate d ijo el l a . Ahora pon

drán la mesa . ¿Pero por qué me miras tanto?

Es que estás transformada , ch ica ; perotransformada en bien .

¿De veras?

Si, de veras ; ya no ti enes aquel aspecto ih

qu i eto de antes .

Puso la mesa una muchach i ta y se sentaronRemed ios y Qu intín . Remed ios contó su v ida ,una vida sencillísima.

Ya sé que das lecciones á las ch i cas le

d i jo Quintín . ¿Eso te entretiene?Mucho . ¡Son unas ch iqu i l las más l is tas

todas !

Después de comer,la viej a criada condujo a

Quintín á un cuarto grande con una alcoba . Se

sen tó el hombre en un s i l l ón,preocupado . L a

presencia de Remed ios le había producido unefecto inaud i to . Se sentía atraído hac ia e l la comonunca se había sentido atra ído por una muj er .

Al mismo t iempo le embargaba un sentim ientode humildad , no porque el l a fuera ari stocrática yél no , n i porque el l a fuese j oven y boni ta y el yaviej o , sino porque comprend ía que era buena .

Si esto concl uyera bien pensó ¡quéacierto más grande el de ven ir aquí ! Pero s i nocon c luye bi en , mi v ida está destrozada .

Qu intín se l evan tó y pas eó durante más de unahora por e l cuarto

,con templó una virgen del

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4 2 8 P I O B A R O J A

Carmen , con el manto l l eno d e abalorios , colocadasobre la cómoda dé nogal

,m i ró d istraídamente

las l i tografias coloreadas de las paredes , que re

presentaban unas escenas de la nove la Ma ti lde o'

las Cruzadas, y otras de Pablo y Virgin ia .

Tengo que hablar a Remed ios hoy mismopensó .

Y decid ido,con el corazón palp i tante

,fué á

bu scarla . Estaba bordando en el comedor .

Se sentó Qu in t ín á su lado y comenzó a hab larde asuntos i nd ife rentes .

¿Cuándo te casas? le preguntó de prontoQu intín .

¡Qué sé yo ! contestó Remed ios .

Rafaela me dij o que habías rechazado muchos pretend i entes .

Es que qu ieren que me case repl icó ella

con un hombre por s i ti ene d inero ó s i tienetítu lo . Y no . Y o no qu iero . A mi no me importa

que sea r i co ó pobre ; yo lo que qu iero es quesea bueno , que tenga una confianza ciega en m i,como yo l a tendré en é l

¿Y a qué l l amas tú ser bueno? preguntó

Quin tín .

A ser un hombre d igno , á ser un hombred e te, incapaz de hacer tra ición , in capaz de en

Quin tín enmudeció, se l evantó y volvw á sucuarto . Toda la tarde l a pasó yendo de un l adoá otro

,como fiera en la j au la .

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430 P I O B A R O J A

Me das pena , Quintín .

¿Qué qu ieres? Quer ia ser rico , y mi corazóny las pocas cual idades que ten ía , si ten ía algu

nas , se han ido secando y quedando en las zar

zas del camino .

¡Qué triste debe ser v iv i r as í !T ri ste . pse . no . Es como una l i n terna

mág ica , ¿sabes? Pasan las cosas , pasan y nadamás .

¿Sin cariño n i od io?Sin nada .

Y antes,cuando nos conoc iste , enga

ñabas, Quintín?Entonces empezaba .

Adiós, que he hecho , al

hacerte esta confes ión,un sacrific io muy grande .

¡ Adiós ! Y Qu intín tend ió la mano á Remed ios .

El la retroced ió .

¿Te asusto ya?

¿Pero'

no qu ieres darme la mano?

No . Cuando seas bueno .

¿Y en tonces?Entonces qu izás .

Qu intín,cabizbajo

,sal i ó del cuarto .

Durante muchas horas estuvo Qu intín asomado á la ventana, fumando .

L a noche estaba c lara , templ ada y d ulce . L a

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L A FER IA DE L os D ISCRETOS 43 1

l una argentaba las col inas l ejanas ; un ru iseñorcantaba suavemente en l a obscuridad . Un fl uj ode pensamientos acud ía al cerebro de Qu in t ín .

L a conc ienc ia se dec ía la concienc iaes una debi l idad . ¿Qué es la honradez? Una cosamecán i ca . Para la mujer, l a seguri dad de quev ive con la parej a señal ada por l a Igl es ia ; parae l hombre , e l estar comprobado que el d ineroque ti ene lo ha sacado por proced imientos quen o están incluidos en un l ibro . Pero otra honradez superior, como quiere esa ch iqu i l l a , ¿no es

una locura en un mundo en que nadie se preocupa de el la? Esta muchacha me ha perturbado porcompl eto .

Quintín sentía ganas de l l orar al pensar quehabía estado tan cerca de l a fel i c idad . Pod ía háber engañado á Remed ios . No, no pod ía haberla engañado . Entonces no hubiese s ido fe l i z .

Mientras pensaba,l a l una l l ena iba subiendo en

el c i e lo ; su l uz , al pasar por en tre l as hojas deuna parra , bordaba en el suelo preciosos encaj es .

Se o ia continuamente el tinti neo de las esqu il as y de los cencerros ; de cuando en cuando algún rumor… lejano de pasos y de conversaciones ,el murmu l lo de l v i en to en el fol laj e

,el mugi r de

los bueyes , el re l incho de los cabal los y los gol

pes de los cuernos de las vacas en el t inaón .

De pronto Qu intín se decid ió . Ten ía que marcharse . Era necesario . Sal ió de su cuarto , baj ólas escaleras sin hacer ru ido -y se d irigió á la

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cuadra . Encend ió un farol i l lo,ensilló el cabal lo

,

le puso el bocado , y tomando al an imal por labr ida lo sacó al patio . Abrió el portón de maderay dió la vuel ta hasta sal i r al camino .

Quintín montó á cabal lo y estuvo contemplando durante largo tiempo la fachada del cortijo

,

bañada por la l uz de la luna .

¡ Ah , pobre Qu i ntin ' murmuró Aqu ino te han val ido tus arguc ias y tu s tre tas . ¿No

eres bueno? No puedes entrar en el paraíso . Aquíno ti enes que l uchar con bol s i stas , n i con pol i ticos , n i con gente de mala fe . Es una ch iqu i l la

que no sabe del mundo más que lo que le d icesu corazón ; la que te ha venc ido , Quintin

'

. ¿No

eres bueno,pobre hombre? No puedes entrar en

el paraíso .

El cabal lo echó á andar lentamente ; Quin tínm iró hac ia atrás . Un nubarrón se i nterpuso del an te d e la l una ; todo el campo quedó en las t in ieblas .

Quintín s int io el corazón oprim ido y suspi rófuertemente . Luego quedó extrañado . Estaba llo

rando .

Y sigu io adelante .

Y los ru i señores sigu i e ron cantando en la obscuridad , mientras la l una, muy alta , bañaba el

campo con su luz d e plata .

F I N

El Pau lar, j un io 1 905.

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434 INDICE

CAP . XV I . Com ienza aman i festarse e l hombred e acc ión .

CAP . XV I I . Soy un pequeño Cat i l ina.

CAP . XV I I I . L a taberna d el Bodegonc illo .

CAP . X IX . L as amab les iron ías d e la real idadCAP . XX . L o s f i lóso fos s in notarloCAP . XXI. Hab la e l señor j uan .

CAP. XX I I . Pa los , t iro s y pedradas .

CAP . XX I I I . Persecuc iones y escapatorias .

CAP . XX IV . Una v ict ima del fo l let ínCAP . XXV . Se prepara un secuestro .

CAP. XXV I . Exp l icac ion esCAP . XXV I I . En donde charlan una condesa, un

band ido pro fes iona l y un hombre de acc iónCAP . XXV I I I . El recado del masón .

CAP . XX IX Una co nferenc ia .

CAP . XXX . ProyectosCAP . XXX I . L a noche y el d iaCAP . XXX I I . L a feria d e los d iscretos .

CAP . XXX I I I . L a ú l t ima part ida .

CAP . XXX IV . F inalÍND ICECOLOFÓN .

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Se imprim ió

FERIA DE LOS DISCRETOSEN LA

IMPRENTA ART IST ICADE

j o s E B L A S S Y C Í A

M A DR I D

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RICARDO BURO

Di n am i s

Espi r i tuCues t iones prev ias

La v ida en sus tr

Proceso h istó rico de Ett

Un M u . en e. l º,

RICARDO B URG

pas para la gi(NUEVO VBOEC

Es tud ios de Etica

Un vo lumen en aº. 2

9 9 9 9 9 9WW

HistoriaIl: llamara t º' A ººtraduccastel lana porEduardo Sá n chez de Cu tcon Ilust raciones de ! auffma n.

D. ENRIQU E DE L EOUINABarón de la Vega de Ho:

sta obra co n tiene unabien escri ta y documen tadaHlet orle de la esgrima español a , hecha en un

re sumen l leno de datos h istóricos b ien coordinados yde anécdotas ent r eten idas y la not ic ia y descripcióncompleta de los l ibros referentes e l la publ icadose n caste llano y en portugués , Indices cronológico:e n los mismos, etc e tc m u mw m… &

£ d lclón de 150 ej emplare |

Un co lum n en 8 º mayo r , (tamaño 2 1 por 14) de u n a“ .

sim y lujosa-mpreslón , co n elegan te cub ier ta 1 dos ¡ lo tes.

en t odas las Iibr