Suplemento Voz Zero "Crónicas Infrecuentes" No. 3. 2015

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Circulamos a través de lo absurdo de la vida diariamente. Gestos, acciones y pensamientos que por medio de la repetición se vuelven normales y aburridos, y de alguna manera soportables. Pero hay pequeños momentos y lugares que en su inicio, en un tiempo cercano al principio, servían de refugio a la condena de lo cotidiano. Desgraciadamente, en algún punto, la mordaz crítica de la vergüenza los ocultó, el privado secreto de la intimidad los escondió o la destrucción ordenativa de lo normal lo absorbió; y esos refugios, no frecuentemente encontrados, perdieron sus características de asombro, júbilo y amparo. El espacio anormal para muchos, es el refugio de unos cuantos. Rescatar, narrar y describir por medio de la crónica es la invitación de este número. Sitios de olvido; el último rincón de una identidad. Por medio de la descripción ordenada cronológicamente esperamos reivindicación y difundir la resistencia que estos lugares alguna vez ofrecieron o que ofrecen a uno que otro extraño. 23 de marzo 2015

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Crónicas Infrecuentes (La íntima disidencia de la normalidad) Circulamos a través de lo absurdo de la vida diariamente. Gestos, acciones y pensamientos que por medio de la repetición se vuelven normales y aburridos, y de alguna manera soportables. Pero hay pequeños momentos y lugares que en su inicio, en un tiempo cercano al principio, servían de refugio a la condena de lo cotidiano. Desgraciadamente, en algún punto, la mordaz crítica de la vergüenza los ocultó, el privado secreto de la intimidad los escondió o la destrucción ordenativa de lo normal lo absorbió; y esos refugios, no frecuentemente encontrados, perdieron sus características de asombro, júbilo y amparo.

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Circulamos a través de lo absurdo de la vida diariamente. Gestos, acciones y pensamientos que por medio de la repetición se vuelven normales y aburridos, y de alguna manera soportables. Pero hay pequeños momentos y lugares que en su inicio, en un tiempo cercano al principio, servían de refugio a la condena de lo cotidiano. Desgraciadamente, en algún punto, la mordaz crítica de la vergüenza los ocultó, el privado secreto de la intimidad los escondió o la destrucción ordenativa de lo normal lo absorbió; y esos refugios, no frecuentemente encontrados, perdieron sus características de asombro, júbilo y amparo. El espacio anormal para muchos, es el refugio de unos cuantos. Rescatar, narrar y describir por medio de la crónica es la invitación de este número. Sitios de olvido; el último rincón de una identidad. Por medio de la descripción ordenada cronológicamente esperamos reivindicación y difundir la resistencia que estos lugares alguna vez ofrecieron o que ofrecen a uno que otro extraño.

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2 Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

Por: Paco Robledo

En la calle principal del centro de mi ciudad se lleva a cabo un concurso de lo más novedoso. Estatuas humanas, decenas de ellas reflejan sus colores llamativos bajo un sol picante. No hay rastro de maquillaje escurrido, como si de las uñas se estuviera agarrando a la piel. El ambiente huele a comida y todo está a punto de suceder con una música que retumba cumbia. Las estatuas toman posiciones, simulando plantarse por la eternidad en la banqueta. Empieza una aglomeración de ellas, dejándonos ver la variedad que abunda. Hombres pintados con aerosol a la day glo, se postran frente a cientos de ojos. Uno muy listillo, coloreado de plata hasta dentro de la nariz, arrima una silla, saca

un libro de pastas plateadas, se sienta, recarga un pie en la base y toma una pasta, recarga la otra mano en la otra pierna y toma otra pasta, comienza a leer. Otros simplemente se quedan de pie, con un letrero rayado; Soy el señor de los sueños, Gracias, Pide un deseo y otras leyendas. La banqueta se llena de pilares demostrando su talento, como el del Vaquero galáctico, que se mueve como robot oxidado. También hay personajes abducidos de la tele; El joven manos de tijeras, Depredador, El hombre araña, Batman, Birdman, Tatiana, Rambo, El capitán cavernícola, etc. Edward, con sus tijeras de cartón revuelve el cabello de aquel que se arrima a darle una moneda. Los demás no se quedan atrás, comienza cada

uno a modelar su gracia y juegan con la gente nomás se dan cuenta que da dinero. Los intrépidos hacen que los miradores peguen brincos sorpresivos y de huidiza-emoción cuando los intercepta. Algunos soldadillos de juguete suben en sus plataformas, apuntan con la bazuca y armas de bajo calibre a las personas, haciendo una guerra de pantomima. El exótico fauno se acerca a las chicas mientras les arrima su cuerpo perfumado. El concurso de “estatuas” humanas es felicidad para los niños que apresurados estiran de la mano a sus madres para señalar a las gárgolas. Un niño llora por el noreste, si no lo hace, ni cuenta nos damos que en esa dirección vienen corriendo siete personas; vagabundos harapientos de mugre trepados en un carrito de supermercado. Uno va acostado en la parrilla de abajo, manoteando como si estuviera nadando, otro empuja el carrito con extasiada sencillez, los demás corren imitando a los simios, saltan, escupen, se rascan el rabo, y a veces la cabeza, mientras balbucean. Comienzan a invadir la zona de

estatuas. La gente se pega a la pared tapándose la nariz, las madres abrazan a sus hijos y los padres se indignan. Los indigentes pelean por lo que hay dentro de un tonel de basura. Miran y gruñen a la gente que se horroriza por su olor a orín. Los hombres paran el pugilato. El ambiente es sereno, sólo la salsa en los chicharrones, los gimoteos de los niños y la voz de Margarita en las bocinas. Los adultos especulaban inconformes mientras buscaban a algún policía a quien informar. Los jueces de dicho concurso interrumpido, se acercan y nombran ganador a los indigentes. La gente se relajó al entender que todo era parte del show. La racita aplaudió y las monedas empezaron a caer en sus pies, nadie quería tocarlos. Lo tipos levantaron las monedas y al instante las repartieron a la gente, musitando que no las necesitaban, que tampoco estaban concursando, su expresión y alimento, dijeron, es agobiarte.

Sin título. Jefte Acosta

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3Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

Por: Natalia Möller González

Matilde, recepcionista en un consulto-rio, encontró el cuerpo de La Muñeca en la madrugada. Cuenta que la vie-ja durmió muchos años a la entrada del edificio, en la esquina de avenida Holanda y calle San Pío. Matilde es beata, soltera, y gusta de ayudar a los necesitados. “Para que vivan agrade-cidos y no enojados”, añade, agravan-do el semblante. A La Muñe le llevaba todos los días sobras de su ya escasa cena, y por eso sabe algo de sus an-danzas. Cuenta que apenas se iban los últimos conserjes en la noche, ella estiraba sus cartones, y sobre ellos, un saco de dormir que era pura mugre. Por la mañana los conserjes la des-pertaban, los más crueles a patadas, otros la pinchaban con una varilla para no tocarla. “Ella”, me dice Matilde, “se desperezaba, asumiendo golpes y re-proches como quien recibe desayuno en la cama. Se levantaba con la calma de quien no tiene deberes ni vergüen-zas, enrollaba su saquito sin sacudirlo, doblaba sus cartones y escondía todo entre unas vallas de aligustre que dan hacia el estacionamiento de los pa-trones. Partía a caminar luego por las aceras, metiendo mano en basureros, mendigando cualquier cosa a las per-sonas de cara buena y a los turistas. Cuando el último vigilante del edificio se retiraba, La Muñe volvía serena a estirar su cama”.Algo parecido me cuentan los con-serjes del edificio. Me rodean, ávidos por reírse en jauría de sus historias sobre la vieja. Claramente, el recuer-do más vivo que dejó la anciana entre ellos fue la hediondez que despedía. A don Lucho, el más viejo, se le escapa un lagrimón mientras escucha a los demás, y con una de sus imponentes manos se golpea la mejilla para aplas-tarlo, como si de una mosca fastidiosa se tratase. Se excusa, y procede a es-conder en vano su cuerpo enorme tras un escritorio diminuto. Lucrecia limpia el bufete de aboga-dos que ocupa todo el piso veinte, el último. La encuentro en su hora de almuerzo, sentada sobre un muro enano a un costado del edificio. Sus compañeras comen todas en un cuar-tucho sin ventanas en el piso veinte. “Imagínese”, me cuenta, “los venta-nales de los abogados dan hacia la cordillera y el río, pero el cuarto de servicio no tiene siquiera vías de ven-

tilación”. Por eso, ella prefiere comer afuera, aunque no tenga mesa. Abre sobre su regazo una bandejita de tup-perware con ensalada César, a la que le echa el jugo de medio limón y unas pizcas de sal que trae en una bolsita. Me ofrece un huevo duro de su car-tera y yo se lo acepto. Me cuenta que La Muñe era dulce como una niña. Si una quería ser su amiga, eso sí, había que tener agallas para aguantarle el hedor. Me cuenta que extraña mucho a la vieja porque contaba historias que la hacían reír mucho, por ejem-plo, aquella de cuando su mamá la sorprendió masturbándose. Lucrecia suelta una carcajada y alcanzo a ver el huevo masticado sobre su lengua. “Lo que pasa”, me cuenta entretenida, “es que cuando muy pequeña descubrió las delicias del chorro de la ducha y se volvió adicta a sus goces. No pen-saba en otra cosa. Se duchaba maña-na, tarde y noche. Hasta que la mamá la pilló con las manos en la masa y le dio una gran paliza mientras le gritaba: ¡Niña cochina! ¡Niña sucia!”. A Lucrecia se le apaga la sonrisa, y de pronto, el cielo se pone gris de nubarrones. Me mira algo avergonzada, y agrega que era más gracioso cuando La Muñe lo contaba. “Pero quizás”, le digo yo, “ahí está el meollo; quizás por eso ya no se bañaba”. “Quizás”, me dice Lucrecia, pensativa. Constanza tiene una escuela de yoga en el edificio y sale a fumar varias vec-es al día. Matilde me cuenta que es la más chismosa de por ahí, así que me acerco para ver si sabe algo de La Muñe. “Uhhh sí”, me responde, “esa vieja furcia”. “Pregúntele a don Lucho”, agrega, y como que se le atasca en el cogote una risilla ronca de nicotina. Luego, exhala el humo pausadamente, sin duda disfrutando del suspenso en que me tiene. “Una noche volví a buscar un celular que se me había olvidado, y los escuché. Solicité que despidieran a don Lucho por degen-erado, pero la administración se negó, porque dizque les pareció improba-ble mi relato” y Constanza da vuelta los ojos de indignación. “Pero ni que fuera yo mensa, yo sé que eran ellos, porque en la oscuridad escuché la voz de don Lucho clarita...clarita... que murmuraba entre gemidos: Haga de cuenta, muñequita, que mi lengua es su estropajo”.

VIVIR SOBREVIVIENDOPor: Alejandro Ruiz

Vivo entre la muerte, el dolor apresa las sonrisas diluidas;el reloj, lento, lento, deja atrás los segundos muertos en vida,

un silbato suena en la avenida, bocinas de coches, muertes prematurasno concibo vivir en la muerte, somos sobrenaturales,

vivos sobrenaturales, sin espíritu, sin cadencia,por inercia nos movemos, en el vaivén del semáforo triste en la esquina,cruce de caminos, un payaso malabareando risas, por un poco de dinero

comida, hace falta la comida, un niño comiendo fuego en la esquina,otro inflando en un globo, el último suspiro de la vida.

La vida, triste, tonta, absurda vida;ensayamos muertes, prolongamos agonías

no sé si escribir conmigo mismo, o en un callejón lleno de mentiras,una señora sin piernas se me acerca, “¿es acaso este el sentido de la vida?”

me pregunta, me afirma, después me pide una moneda, y continúa su rutinaentre coches y motos, entre patrullas y narcos,la señora pide a todos, un peso para la vida;

la farmacia ahora vende cigarrillos, ¡qué fastidio!,un insulto a la vida; digo yo; tú no dices nada,

cae la noche, y la ciudad se torna más vacía,sólo estamos las almas amputadas en esta vida,un señor vendiendo alimentos en las esquinas,borrachos caminando, maldiciendo a sus vidas,

o a sus esposas,o a sí mismos,

el punto es, que ya no cabemos tantos en esta vida.Yo emprendo la huída, me asusto como niño

regreso a mi cuarto, mis cuatro paredesmi refugio escondido,

fumo y escribo un poco,el sueño me gana,

despierto adolorido,¡A qué cosa tan más extraña es estar vivo¡

preso en el recuerdo, de mi muerteen la nostalgia de vivir

y no estar vivo…

CRÓNICA DE UNA BIEN AMADA VIEJA SUCIA

Sin título. Jefte Acosta

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4 Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

Por: Gabino G. Ocampo

Salgo como todos los días, diez minutos antes de las tres. Hoy fue un día como cualquier otro, pero por lo menos el día escolar ya terminó. Me subo al camión y me bajo en la parada a unos 30 minutos de mi casa. Ese tiempo siempre lo aprovecho para repasar los eventos cotidianos. Los acosos, los insultos, empujones y demás, todos ellos vuelven a pasar por mi cabeza como una película triste extranjera. Mis pasos son largos y rápidos pues ya quiero llegar. Cruzo la calle de mi casa y al entrar me encuentro con la casa vacía como a diario. Mi mamá y mi abuelita están trabajando y mis hermanas aún no llegan de la escuela. Me acuesto en el sillón y prendo la tele a cualquier canal disponible. No pasan ni diez minutos y mis hermanas entran

por la puerta. El sonido de sus voces perturba mis oídos. La más chica, Rosa, llega y se apodera del control remoto y la televisión. Me levanto y me voy al cuarto. Me acuesto sobre mi cama y espero tener unos minutos de silencio, pero mi hermana mayor, Judith, entra y me empieza a gritar porque aún no he tirado la basura. Me levanto de la cama, junto la basura y la llevo al contenedor. Al entrar de nuevo en la casa, Judith me empieza a regañar porque no he terminado la tarea. Recojo mi mochila del piso de la sala y me voy a la mesa del comedor a hacer la tarea casi idéntica que la del día anterior. El sonido de la tele y la aspiradora no me dejan concentrar, pero igual la termino. El día transcurre y me siento atrapado. No importa a donde volteé,

ahí está alguien. El ruido, los regaños y la música no me dejan ni pensar; llega hasta el punto que tengo qué salir de mi casa. Tomo mi mochila y los libros que están por vencer de la biblioteca y me salgo. Camino como 30 minutos a la biblioteca pero, a diferencia de cuando iba de regreso a casa, esta vez disfruto cada segundo. Veo las calles y las casas que siempre se ven igual, pero aún esto me da un alivio temporal. Al fin llego a la biblioteca. Regreso los libros que ya leí y me pierdo en los estantes más altos que yo. He estado aquí cientos de veces pero cada pasillo y cada libro son un dulce escape para mí. El olor de los libros viejos calma mis nervios. Los pasillos que parecen interminables me hacen sentir que he podido escapar de la realidad externa.

MI OTRO MUNDOTomo un libro, cualquier libro y me siento en el piso a leer. Los segundos, los minutos y las horas pasan sin darme cuenta. Este mundo, mi mundo alterno, mi mundo de alivio, mi mundo de silencio, me permite ser cualquier cosa. Un día soy transportado a aventuras homéricas y el siguiente a las colonias extraterrestres con androides completamente sintientes y pensantes. Las horas corren y de repente, como todos los días, veo a la misma señora parada enfrente de mí con esa mirada de desaprobación, enunciando las palabras que más odio: “Estamos por cerrar”. Tomo los libros que quiero seguir leyendo y camino por la puerta que me transporta al mundo externo, ese mundo cotidiano y aburrido al que todos pertenecemos.

La noche no es lugar para muchachitas. Donna O.

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5Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

UNA NOCHEPor: Ray Balderas

La verdad me enamorabas más desnuda,no era la naturaleza de tu cuerpo asombroso,

ni tu mirada ni el cabello suelto que cubría tus hombros.A la suerte le debo mis ansías,

las de mis necesidades básicas de hombre,entonces te recuerdo,

siento mis manos temblar y como que veo tus caderas,redondas y firmes moviéndose a ritmo.

Ya no sé qué hacer, qué escribir,qué inventarme para tranquilizar el espíritu,

pienso que es la ciudad, tantas gentes con sus rostros apagados,

la indiferencia que se acumula entre avenidas repletas de putas y vagabundos,

el olor a orín que abraza Lima,el degenerado aroma de la ciudad.

Fácil percibir lo monótono, el mismo ruido de claxon y motores yendo

hacia un destino cualquiera,las mismas horas al despertar o al comer,

o al ir los jueves a las concurridas calles del centropara encontrar sonámbulos con quien hablar,

los mismos días y noches y madrugadas.¿Cómo hago para hacerte venir a estos brazos que

exigen tu piel dulce y pecadora?¿Cómo para escuchar tus gemidos y palabras calientes?

Lima 30/04/14

Llueve: ruge el cielo como una bestia inconmensurable de la que sólo puede verse una fracción diminuta a la vez. El estruendoso animal ennegrece las calles y los corazones. Las personas escapan del estallido celeste por miedo a que la sombra alcance la parte más noble dentro de ellas. Amenaza el meteoro. Las calles quedan vacías. ¿Cómo evadir el temor natural al diluvio: ancestral gesto divino de desprecio hacia lo humano? ¿Cómo no echar a correr? si el espíritu se entume apenas aparecen los rumores de tormenta. ¿Qué necedad persiste cuando la creación desploma sobre nosotros con el único fin de destruirnos? Y algunos corazones lo soportan mejor que otros, pero no hay uno solo que no se estremezca ante el invento más siniestro de Dios. Llueve. La ciudad ve cómo la luz abandona los hogares y escapa al cielo mientras las antenas se marchitan. En la calle hay un hombre varado en un cruce frente los autos que no detienen su marcha por miedo al desgaste que provoca el agua sobre las cosas. Con el tiempo necesario el efecto de la lluvia puede disolverlo todo: ése será el fin de este náufrago de ciudad que, incapaz de escapar del cruce, terminará disuelto sobre el asfalto. Bajo el toldo de un negocio que el agua está a punto de reventar se encuentran los ojos de dos

De paso en el Paso. Donna O.

desconocidos. El cielo ruge una vez más y los extraños se abrazan para que las esquirlas del estruendo no puedan herirles. Pero es tarde. Se toman de la mano y salen corriendo bajo el diluvio. La lluvia que los golpea es aterradora: las gotas son tan parecidas entre sí y caen de manera tan similar, pero son siempre diferentes; ni siquiera son capaces de impactar el mismo sitio.

Quizá no serían tan temibles si dos de ellas fueran capaces de golpear exactamente el mismo palmo de terreno; o de describir la misma trayectoria aunque su final fuera distinto, como estos dos extraños que avanzan por la avenida escapando del goteo que inflige la muerte. Recorren tres cuadras tomados de las manos y llegan al pórtico de un

edificio. Ella saca un juego de llaves y abre la puerta. Avanzan por un oscuro pasillo hasta encontrar las escaleras: suben juntos. Entran a un apartamento. Se despojan de la ropa mojada para evitar que el agua ocasione más daño. Sus cuerpos desnudos tiemblan a causa del frío. Afuera la bestia ruge de nuevo y ellos recurren a un abrazo, aún más ceñido que el primero, con la esperanza de que la humedad no pueda desgastarles. Pero el efecto de un cuerpo sobre otro es como el del agua misma: es inevitable desgastar lo que tocamos, y así lo descubren poco a poco, estos dos, que sin conocer el nombre ajeno, han comenzado la tarea de bruñirse, hasta la inexistencia si es preciso.Se escucha el postrero bramido de la bestia y la lluvia se detiene. Él se viste y sale sin decir una palabra. Ya no llueve; pero dentro de aquellos dos extraños ruge el cielo todavía y les ruge el alma, si es que existe. El sol aparece y ya no hace falta abrazar el cuerpo extraño de nadie más. El meteoro ha emigrado o con suerte ha muerto, esta vez, de manera definitiva. En la ciudad las personas abandonan sus escondites: nadie repara en la llanta de un auto que pasa velozmente sobre el charco que contiene los vestigios de un hombre disuelto.

CUANDO LLUEVEPor: Hulisses de la Rosa

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6 Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

Por: Ricardo García / Dracir

¿Qué hora será? «Son las 6.30 de la mañana y él aún no ha despertado». Quizá no le apura estar de pie tan temprano o sólo está pasando un buen sueño, ¿crees que tarde en levantarse? «No sé. Espera, se mueve…». Sus manos buscan su celular por sobre la mesa de trabajo; aún tiene los ojos cerrados, pero sabe qué movimientos hacer. Ahora busca un cigarrillo y lo enciende; abre uno a uno sus ojos para ver la pantalla de su celular. ¿Qué crees que esté mirando? «No alcanzo a ver. Parece que es algo que le agrada». Sí, esa sonrisa es característica. Hace mucho que no la veíamos.Han pasado veinte minutos y no se levanta. ¿Crees que esté esperando algo? «Todas las mañanas hace lo mismo. No te preocupes, ya se pondrá de pie». Tienes razón, ya lo está haciendo. «Mira, ahora no ha tomado su matinal vaso de agua». No, parece que se pondrá a escribir. Ha tomado su libreta, enciende su lámpara que está cerca de la cama… comienza a escribir. ¿Alcanzas a ver qué escribe, crees que tiene que ver con lo que soñó? «Espera, estoy en eso…».“Son casi las siete de la mañana, no tenía pensado despertarme a esta hora. Pero los recuerdos de mi sueño no me dejan descansar: de nuevo he soñado con ella; ya ha pasado mucho desde que estuvimos juntos y sólo aparece entre mis sueños. No confiaré en Morfeo, ni porque me dé cerveza y me cuente sus buenas historias sobre las ficciones que se pierden la realidad…”. «Sí, tenías razón. Está escribiendo sobre ello». “No sé por qué aparece en mis sueños, quizá sea sólo casualidad… quizá quiero que esté ahí conmigo”. Ya son las 9.30 de la mañana y aún no sale de la

Por: Enid Molko

Se sintió un silencio absoluto. Sólo se escuchaba su respiración y el sonido del elixir sagrado cho-cando con el fondo de la taza. Se podía escuchar cada pequeña gota jugueteando en el aire, antes de formar parte de ese caldo enervante. El aroma de los perfumes que se desprendían de su cálida orina intoxicaban todo mi ser. Entrando por mi na-riz, tomando por asalto mí cerebro, estimulándolo con mil y un fantasías, cada una más salvaje que la anterior. Tenía ganas de sacar el elixir yo mismo. Mordien-do sus labios con mis labios, abriéndome paso e introduciendo mi lengua hasta el fondo de su ser. Estimulándola a darme de beber aquella agua sagrada que brotaba de entre sus piernas. En mi mente la escena tomaba cada vez mayor fuerza. Podía verla estremecerse con cada uno de mis penetrantes lengüetazos. Su orina saliéndose de mi boca, llena de cálida espuma, y bajando por mi cuerpo. Calentando cada parte de él y curando mis heridas. Curando mi garganta, que se ha desgar-rado por tantos gritos que he dado para callar las voces que me juzgan y me odian; pasando por mi espalda, curando las llagas que me han hecho el cansancio de cargar el peso de mi vida todos es-tos años; entrando a mi pecho, altar donde yace el cadáver de mi alma. La cual prefirió cometer suicidio antes de seguir con el calvario de mi vida. Pero al sentir el amoroso abrazo del fantasma que ahora la cubría con su calor, mi alma finalmente pudo resucitar, regresándome la alegría de mis años de infancia.

cama. La habitación se ilumina por la poca luz que entra por la ventana. ¿Crees que vaya a trabajar? «No se ve con intenciones de hacerlo. Es mejor que descanse, ayer escribió mucho acompañado de cerveza y cigarrillos». Sí, escribió mucho. Sus palabras eran sobre los problemas cotidianos, sus vivencias…, poesía, otras en prosa. Sólo busca quitarse de la cabeza lo que vive... «¡Hey, mira! Se ha puesto de pie». Sí, va a la ducha. No, espera, ha caminado a la cocina; ha abierto la nevera, sacó un paquete de seis cervezas. «También ha encendido otro cigarrillo. Parece que beberá mientras se ducha».Son casi las 11.00 de la mañana y aún no sale del baño, ¿crees que esté bien? «No te preocupes, a veces tarda un par de horas ahí adentro. Le gusta estar ahí, pareciera que es un lugar fuera de este mundo, además, la cerveza no le durará mucho». Cierto, tendrá que salir por más… mira, ya salió. «Sí. Ahora se ha puesto frente espejo…». “No sé –dijo mientras veía su reflejo en el espejo-, tengo la sensación de que los muros me observan y platican entre ellos sobre lo que hago –empezó a mirar por el espejo y ver sobre su hombro”. Parece que se ha dado cuenta. «¿Se mudará a otro lugar?». “Es grato saber que alguien me escucha –dijo mientras miraba los muros a través del espejo-; ayuda a no sentirse solo en esta habitación”. Ahí está tu respuesta, ¿crees que debamos hacer que nos escuche? «No lo creo, parece que le gusta más que alguien esté y le escuche». Y así continúo el día hasta que llegó la noche y él volvió a dormir. La dinámica se volvió cotidiana: él hablaba lo que sucedía en sus sueños y sobre lo que escribía dejando espacio para que nosotros conversamos y él volviera a hablar.

LA CONVERSACIÓN

PARAMI AMIGOEL MUSTAMomento. González Barrientos

Sus jugos femeninos habían llegado hasta mi sexo, el cual latía como si tuviera vida propia. Nad-aba entre la cascada, moviéndose contra corriente entre las cálidas aguas para finalmente rendirse. Dejándose llevar por la corriente a un nuevo mun-do. El tiempo se hacía eterno, era como si todo el universo se hubiera detenido para asomarse a vernos. Sintiendo la más dulce y ardiente de las envidias al no poder estar en el lugar de alguno de nosotros y sentir el placer por el que los dioses inventaron el amor. Ella movía su cuerpo en espasmos cada vez más rápidos, mi lengua no se quedaba atrás. Con su suave voz me dijo: “Entre cada lengüetazo, daré un suspiro, y por cada uno sabrás cuanto te amo.” Entre gemidos y suspiros alcanzábamos el cielo. Íbamos saltando de nube en nube, tomados de la mano, como dos niños buscando un tesoro en la oscuridad. Subimos hasta que llegamos juntos a la luna. Con un último y profundo suspiro, su alma salió de su cuerpo. Una bella dama blanca, de humo y terciopelo, voló hacia mí. Tomó mi ros-tro con fuerza dándome un largo y profundo beso. Introduciéndome en un eterno letargo. Desperté tendido sobre la suave hierba, con mi mente todavía extasiada por el encantamiento. De pronto, el sonido de la cascada termina, se escucha cómo se sube el pantalón, el seguro se suelta y la puerta se abre. Ella sale del baño. Miro sus ojos y un destello sale de ellos. Pasando a mi lado dice: “Gracias amigo.” Y se va. Camina perdiéndose en-tre los árboles y los edificios. Creo que hoy no es un buen día para morir, ya llegará mi día. Por lo pronto quiero seguir soñando.

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7Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

Por: David Álvarez

La fábrica está envuelta en la penumbra nocturna. Ella, arrinconada en el limbo y la algarabía, se satura de humo hasta vaciarse por completo. Sus manos, ese blues y su compás, temblaban de fatiga hasta rendirse en su regazo. Suenan las sirenas, termina la jornada y sale del recinto con los pasos arrastrados.Camina solitaria sobre escombros, con los destellos del alba posándose en sus hombros, los grisáceos paisajes de concreto en cada rastro, y edificios gigantescos rozando el borde de las nubes.En la andanza, rememora las fiestas en el pueblo cuando niña, al mirar sobre las calles los rincones y sus sombras… los vestigios de trompos de madera, casas adornadas con faros de papel

de china, y las hojas secas arrumbadas en el suelo. Las campanas de la iglesia resonando con sus tres repiqueteos continuos marcando el inicio de la liturgia. La noche aromatizada con olor a pan de nata, se disfrazaba de múltiples colores al estallar la pólvora bajo su manto, asemejando pequeñas estrellas explotando con jubiloso estrépito.Ángeles acudían al lugar por esos días, retozando con los niños, arrancándose las plumas de las alas y así colocarlas a sus espaldas, y volar sobre las colinas y los montes hasta llegar a las orillas del mar. El viento rozaba sus rostros: sonrientes, de ojos alegrones, de caramelo embarrado al contorno de sus bocas. Ella, pequeña y descalza, era olvidada en algún rincón oscuro de un callejón, con el lodo entre sus dedos, y los sonidos de hambre simulando

la estridulación de pequeños grillos. En ciertas ocasiones, solía amontonar tabiques para así saltar y alcanzar al resto, pero no volaba. Soñaba con volar.Trabaja cada día, durante doce horas, por un mendrugo de pan; los ángeles se fueron, todos crecieron y las alas con que solían revolotear, hechas trizas, se disiparon con el viento. Llegaron con el tiempo máquinas humeantes e inmundicias, los ríos se hicieron negros y las praderas, de otoño artificial.Ella, anciana, sigue caminando con rumbo a casa. El llanto se le escurre de los ojos, se derrama en sus mejillas y cae; fuma un cigarrillo y el humo la acompaña a su siniestra, mientras se desvanece con los pasos. Transmuta… se vuelve una extensión del suelo que pisa, luz trémula de los últimos brillos de luna que se asoman. Casi llega a

su hogar, arrastra las piernas con la neblina de cobijo… respira, y gime, y llora de nuevo… se agota.El aroma de arrabal se entromete por su olfato, se abraza a su aposento… cae sobre su lecho, toma la almohada, cierra los párpados y duerme. Vuelve a transmutar… ya no es luz, sino reflejo; es un objeto refugiado, temeroso, quieto, apaciguado.En un instante, deja de respirar… ha llegado la calma, y se desvanece el llanto, los sueños, tristezas… el camino, el humo, los pasos dejan de importar… y dios la mira, toma sus labios con los dedos y los arranca… y la destroza… le arrebata el rostro, la dobla una y otra vez hasta hacerla diminuta… la deshace… y al final… es sólo un gajo de papel convertido en cisne sobre su palma… lanza un soplido y se va… vuela.

Casa abandonada en Bogotá. Andrea Álvarez

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8 Santiago de Querétaro, Qro. 23 de marzo 2014

Se escribió (pintó, rayó...) un día en un muro que se encuentra a unos met-ros del cauce de La Bestia, el transporte de las almas desesperadas.

—No al sueño americano, allá solo hay insomnio. Un ente imaginario contesta con su acento hondureño-salvadoreño y no

sin cierta indignación:—Duele más el hambre que el insomnio.

LA BESTIAAgoniza el Tren

cuando se acerca a la ciudad

el hierro es sensible

al alma (ya conoce las entrañas

del hombreaunque sea vestido

de bala) entra gritando

porque va lleno de lágrimas

(aunque sean de esasque son tatuadas)

Por: Luis Osorno Sánchez

PLUMASPor: Miguel Ángel Araujo Cortés

Víctor arrastraba sobre la arena el peso de sesenta años en cada paso que daba, la fuerza del viento golpeaba contra él perfumándolo con su aroma a sal, las olas rugían, se alzaban con furia y se sumergían de nuevo como bestias en la inconmensurable masa acuosa de la que habían surgido. Víctor seguía con el andar torpe de la senectud, revólver en mano, con una sola bala en el tambor. Dentro de él había otro mar, el del olvido, sus olas arrancaban los momentos de la calma que ofrece la memoria y los destrozaban contra las rocas de esa enfermedad que lo consumía. A la costa de su recuerdo sólo llegaba la espuma.El alzhéimer había llegado una mañana con la brisa matinal, ésta última perfumó su alcoba, él primero comenzó a llevarse el aroma de su rutina, desde entonces los días eran eso y nada más, tiempo consumido, un reloj de arena que se volteaba cada noche para repetir el ciclo. Víctor perdía su identidad por capítulos, la enfermedad lo obligaba a abandonar sus memorias convirtiéndolas en sólo un registro de segundos y minutos agotados… y el anciano se convirtió en un objeto más en el río del tiempo, destinado a desembocar en el mar del olvido.Continuaba su andar sobre la arena, temeroso de no poder recordar al siguiente paso que había escapado de su casa con el arma para no verse obligado a presenciar el ahogo de su vida en las aguas turbias y grises del abandono. Un beso del revólver en la sien y podría conservar los restos de su memoria. Un par de metros más adelante el viejo pudo vislumbrar una figura tendida en la arena humedecida, intentó correr hacia el cuerpo pero un crujir en las articulaciones lo obligó a mesurar su inquietud. Cuando estuvo más cerca su sorpresa fue inmensa, ante sus ojos un hombre alado se debatía con el dolor de la muerte, la sangre brotaba de decenas de heridas y teñía su piel morena, tras cada movimiento se desprendían plumas blancas de sus alas maltratadas. El ángel miró al viejo y suplicó con una voz clara.-Por favor, tened piedad de mí. Os lo ruego.-Temo no poder hacer nada por ti –el anciano apenas podía dar crédito a lo que veía.-Veo que puedes –contestó el ángel, se arrodilló –vuestra arma. Pon fin a esta agonía. No dejes que esta vida marchita prolongue su necedad, ayúdala a entregarse a los brazos de la muerte –Víctor se estremeció.-Esta bala tiene otra vida que entregar a la calma de la expiración. -Os juro que serás recordado por los que observan. Deja que muera como un ángel.-Lo habré olvidado todo al amanecer, todo lo que fui se irá en ese disparo, y seré yo la vida marchita. Sin pétalos ni momentos en la memoria, seré menos que un hombre, seré un ángel obligado a andar.Hubo silencio y después un disparo. El ángel cayó fulminado. La marea subió, las olas se lo tragaron. Víctor se entregó al naufragio en los mares dentro de él y, en la costa de su recuerdo, sólo quedaron plumas.

DIARIOPor: Janael Velasco

Hoy, como a diario, irás caminando, por la misma calle, a la misma hora, hacia el mismo lugar, a encontrarte con las mismas personas, vistiendo el mismo estilo, usando los mismos audífonos, escuchando la misma música, pensando en las mismas cosas. No te darás cuenta, como a diario, que en tu ruta abrieron un nuevo café, que en tu camino revivió el árbol que se estaba secando, que en ese momento alguien se fijó en ti, que podrías ir a

CONSEJO EDITORIAL:Juan José Rojas Hernández

David Álvarez VázquezMaximiliano Kopca Cubos

COORDINADORA DEFOTOGRAFÍA:

Donna R. OliverosCOORDINADOR DEDISEÑOGRÁFICO:

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Janael VelascoLuis Osorno Sánchez

Miguel Ángel Araujo CortésRay BalderasEnid Molko

Gabino G. OcampoAlejandro RuizPaco Robledo

David Álvarez VázquezNatalia Möller GonzálezRicardo García / Dracir

Andrea ÁlvarezGonzález Barrientos

Lucía TéllezJefte Acosta

Donna R. Oliveros

cualquier otro sitio, que la persona a la que no le hablas puede ser muy agradable, que podrías renovarte a ti mismo, que por sobre los audífonos hay un artista callejero que toca muy bien un instrumento que no has escuchado, que hay mil cosas que te pierdes por estar pensando en tus cosas.Pero seguirás de largo, ensimismado y, ¡vaya!, se te hará tarde, muy tarde. Te darás prisa, comenzarás a correr maldiciendo todo, rogando que los minutos se distorsionen y logres llegar a tiempo. Andarás con tanta prisa que lo único que tus ojos verán son manchas y, quizá, lo notarás por un instante. Los colores bailando, arremolinándose, unos contra otros y todos encimándose

entre ellos, verás dónde terminará el azul brillante y comenzará el naranja sabor, cómo el café sexual besará al verde dulzura y ahogarán un morado voz, el rojo pasivo avivará a ese beige triste y con el negro nada el rosa rubor sabrá centellear, disfrutarás todos los matices del gris perfecto, ¡no sabrás dónde acabará el amarillo canción coqueteando con el blanco locura!Admitirás que no sabrás describirlo, pues en ese simple segundo todo acabará: Tus pupilas llenas. Una profunda inhalación. Un eterno suspiro. Y el final.O quizá no advertirás esos colores que, en realidad, ves a diario. Habrá pasado y tú seguirás con tu vida, como a diario.

No. 28. Lucía Téllez