Sueños de Papel

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Libro de Relatos surgido del Taller de Creación LIteraria de El Viso del Alcor en el año 2009

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Título: Sueños de papel entre las siete y las nueveDiseño de la portada y maquetación: José María Jiménez.

Primera edición: Mayo de 2009

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del “copyright“, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento infor-mático, y la distribución de ejemplares de ella mediante el alquiler o préstamos públicos.

Printed in Spain — Impreso en España

ISBN: Depósito legal:

Impreso en Publidisa, S. A.

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PRÓLOGO

Ser escritor es un oficio de valientes. Yo lo comparo con esos sueños recurrentes en los que te encuentras, sin más ni más, com-pletamente desnudo delante de una multitud engalanada. A fin de cuentas, el alma es lo más incómodo de exponer. Casi siempre vamos por la vida fingiendo ser las personas que los demás espe-ran que seamos. Por eso, cuando alguien me muestra un pedazo de su obra, o sus poemas, o una carta de amor, o un relato… in-conscientemente busco la verdad del que está detrás de las frases. Y es que, el temerario que expone sus letras a los ojos ajenos, está desnudo como en el sueño, delante de los que se salvan y se man-tienen emperifollados, protegidos cobardemente tras los tacones y las corbatas. La única diferencia es que los sueños no se pueden controlar y sin embargo el striptease de alma que hace el escritor es totalmente voluntario. O no.

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SUEÑOS DE PAPEL ENTRE LAS SIETE Y LAS NUEVE

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PRÓLOGO

Hace ya más de cinco años que dirijo Talleres de Creación Literaria. Allí he conocido a muchos “exhibicionistas” desapro-vechados. El primer día de clase, me esperan para comentarme bajito, como vendedores de psicotrópicos, que tienen una mara-villosa idea que no se atreven a plasmar, o que escriben desde hace tiempo pero que esconden sus trabajos por pura cortedad, otros me dicen que tienen querencia por las palabras pero que carecen de talento. Me conozco mil excusas para justificar el temor a la página en blanco. Me las conozco porque yo también las utilicé hasta que fui consciente de que desnudarse a golpe de garabatear letras era mucho más erótico que la escena del hielito en nueve semanas y media. En el momento en el que descubres el placer de exhibirte literariamente, no puedes parar. Es adictivo… pura provocación. Ya lo dijo Federico García Lorca: “Escribo para que me quieran”. Después llegó mi adorado Gabo para añadir: “Es-cribo para que me quieran más mis amigos”. Y ahora yo amplío: “Escribo para que me quieran más mis amigos y me detesten más mis enemigos”. Sin lugar a dudas, pura provocación.

Sueños de papel entre las siete y las nueve es el resultado de es-tos meses de trabajo en el Taller de Creación Literaria organizado por el Ayuntamiento de El Viso del Alcor, desde su Delegación de Fomento de la Cultura. Hemos pasado juntos doce semanas escudriñando argumentos y tramas, buscándoles las cosquillas a los grandes autores, mirándonos el ombligo. Poco a poco hemos descamisado el espíritu y, ahora que nos hemos visto las vergüen-zas mutuas, nos gustamos más. Entre las siete y las nueve hemos soñado sobre el papel, hemos jugado a ser otros fingiendo que fingíamos ser otros. Y los relatos han terminado por convertirnos en unos valientes desinhibidos.

No está de más advertir a todo el que se acerque a este libro que entre sus manos tiene un buen puñado de relatos escritos por personas con prurito de mostrar su alma como Dios la trajo al mundo. Sean delicados pues; los sentimientos han de manejarse con tacto. Espero que lo disfruten.

Nerea RiescoDirectora del Taller de Creación Literaria

El Viso del Alcor 2009

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UNA VENTANA ABIERTA EN EL RINCÓN MÁGICO

El crujir del viejo embarcadero bajo sus pies, en aquella ma-ñana enlutada y fría; dejaba tras su estela el eco sordo de sus sen-timientos ahogados a cada paso. Caminar solitario y cansino en pos de un firmamento azul verdoso e infinito. Firmamento solo roto por el recorte horizontal de la sierra que rodeaba el lago.

Aunque el viento no era agradable y alborozaba sus cabellos: pelo negro y brillante que caía sobre una mirada franca y limpia, el paseo hasta su rincón secreto, al noroeste de ninguna parte, como otras tantas veces le extasiaba los sentidos.

Cada sensación, aroma eran distintos y únicos cuando su alma sentía la cálida y segura llamada de esta tierra. El corazón se le desbocaba a pocos pasos de abandonar el pequeño pueblo que se extendía por el estrecho valle del río.

En el camino a su rincón mágico era obligado el paso del puente donde la muda piedra habla de cruzados y gentes que desde esta tierra partieron a la reconquista junto a las huestes del Cid. Puente construido por decreto real para el uso de los peregrinos que se encaminaban al sacro sepulcro compostelano,

“Dicen que la vida se pude recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer”.

John K.TooleLa Conjura de los Necios.

José Manuel Gago Benítezvisueño

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UNA VENTANA ABIERTA EN EL RINCÓN MÁGICO

no menos que 800 años antes que sus botas de trekking lo hacían esta mañana.

Desde la cima del tortuoso y angosto sendero se divisaba la calle principal del pueblo de sus ancestros y la torre de la igle-sia de Santiago, donde una estatua del apóstol peregrino en su puerta oeste da la bienvenida a los visitantes. Al otro lado en la profundidad del valle que abrazaba el lago se vislumbra diminuta la ermita del Crucifijo, otro templo de peregrinos construido en el siglo XII por los Caballeros Templarios para dar cobijo a quien la noche sorprendía en el bosque.

El sendero comienza a descender vertiginosamente en para-lelo a una tapia de piedra. La centenaria tapia, de no más de un metro de altura y toscamente construida por piedras depositadas unas encima de otras, tiene un cartel informativo sobre la actual actividad colmenera de la zona. Unos metros sobrepasada esta son visibles en la roca que marca el fin del sendero unas marcas de pintura. Marcas de color teja en forma de suela de zapato que nos anuncian las rutas senderistas que nacen en el viejo molino del río, reconvertido en coqueto alojamiento rural, que separa el pueblo de su rincón mágico.

El húmedo rocío mañanero potenciaba el aroma de la recién estrenada estación de la vida y que ella inspiraba con desespera-ción. La pequeña playa de rocas que tantas veces su niñez atravesó en dirección al embarcadero. Hoy estaba huérfana sin la vieja barca que su abuelo utilizaba para pescar alguna trucha en dura competencia con las escurridizas nutrias en la inmensidad del lago que a aquella niña de su pasado le parecía infinita.

Plantada impertérrita frente a la lengua de agua vestigio de algún fenómeno glaciar. Escuchando cada mensaje que el viento

dejaba en la hojarasca de robledales, sauces y abedules sentía el frío de su alma que traspasaba la gruesa chaqueta y el pantalón de goretex.

El silencio hablaba por boca del rubor del oleaje en su cabeza. Este mágico lugar flalsheaba su mente de buenos momentos que reconfortaban su frío interior. La contemplación de las figuras que el juguetón viento dibujaba en el agua calmaba su alterado hasta ayer espíritu y sosegaban su karma.

Más que viento parecía una brisa enfadada como ella con la contradicción de sus pensamientos. No era fuerte su intensidad pero si lo suficiente como para abandonar la idea de encender aquel cigarrillo, que sus labios sostenían con desgana. La misma desgana con la que abandono la cárcel de sus necesidades y la-mentos meses atrás buscando el abrigo de su rincón mágico.

Semanas, días, esas horas de incierta espera donde la vida co-bra autonomía de timón y tienes la sensación de vivir en tercera persona. Al borde del viejo embarcadero se vio en el patio de bu-tacas como espectadora de lo que sucedía en la platea de su vida.

Absorta en ella, sintió frío y….recordó que hacía tiempo cerro la ventana a los fantasmas del pasado.

José Manuel Gago Benítez

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CÍRCULO DE TEMOR

A Pilar nunca le gustó el Hospital Santa Ana. Era antiguo, con una distribución extraña y peculiar, largos pasillos, recovecos, habitaciones grandes de elevados techos blanqueados con cal, con ciertas desigualdades en las paredes, suelos desgastados y olor a desinfectante.

Aquel día tuvo que ir a hacerse una revisión. Tiempo atrás, había tenido un problema en el estómago. Los médicos con-cluyeron que el pronóstico carecía en principio de importancia pero de cualquier modo, fijaron unas fechas para seguir haciendo pruebas y revisiones.

La habían citado temprano, a las ocho y diecisiete minutos de la mañana de un día nueve de julio. Un día de calor insoporta-ble.

No había descansado bien por varias razones: el calor noc-turno, la película de terror que había visto antes de dormir y la inquietud de la visita al hospital.

Recordó, mientras desayunaba, algunas escenas de la película y le dieron escalofríos, a decir verdad, pensó, algunas noticias del

No hace falta conocer el peligro para tener miedo, de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.

Alejandro dumas.

Mercedes Marín del Valle

No hay jerarquías en el amor, no hay primeros, ni últi-mos, sólo distintas formas de amar.A los que quiero ya se lo digo todos los días: actos, gestos, silencios, sonrisas y palabras son mis aliados más fieles.Decir, que todos están reflejados en este collage de pensa-mientos reales y fantásticos y que es por ellos por los que cada día mis dedos nerviosos y fríos se mueven sobre las manoseadas teclas del ordenador.

A los que amo.

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CÍRCULO DE TEMOR

telediario eran más espeluznantes aún, pero de noche y en sole-dad cualquier ruido suena doblemente que durante el día.

Se levantó un poco aturrullada, la cabeza abombada y la boca seca.

Se preparó un zumo de naranja y tomó cereales para empezar “sanamente” el día.

El sol entraba ya amenazador por la ventana de la cocina. Co-locó una maceta de gitanillas de color fucsia sobre la encimera y se dirigió a la ducha.

Antes, echó una ojeada rápida al espejo y vio que tenía en sus brazos las marcas que las sábanas habían dejado en su piel. Siem-pre le incomodaba sacar marcas de la cama.

Abrió el grifo y esperó a que el agua tuviera la temperatura idónea para meterse dentro de la bañera, se enjabonó concienzu-damente, lavo su pelo con mimo y se aclaró con torrentes de agua, caliente y luego fría. Seguía esa máxima de que la alternancia de temperatura sobre la piel era un buen remedio para reactivar la circulación sanguínea.

Una vez seco su cuerpo y enrollado el pelo en la toalla fue al cuarto a vestirse.

Le llamó la atención el hecho de que su libro, que siempre estaba en la mesita de noche, no estuviera. Se le hacía tarde, ya lo buscaría luego.

Debajo de su cama estaban las cajas con los zapatos de tempo-rada y al agacharse a coger unas sandalias de color claro, vio que todas las cajas aparecían movidas, como si hubiese tenido lugar un terremoto y justo el epicentro hubiese estado allí.

Qué raro, se dijo, y de forma inconsciente se volvió a asomar debajo de la cama, como cuando era pequeña y pensaba que pu-

diera estar escondido alguien ahí.Igual Carmen, cuando vino a limpiar, pensó, movió las cajas y

luego no se acordó de colocarlas.Se disponía ya a salir cuando escuchó un ruido de pasos en

la azotea que era de tela asfáltica recubierta con unos pequeñas piedrecitas para absorber la humedad. Una azotea que servía úni-camente para colocar las antenas de televisión, tirar las tuberías para el gas natural o cualquier otra cosa técnica en la que hubiera que abastecer a todos los vecinos del bloque de viviendas.

Se quedó escuchando un momento y los pasos se aceleraron, corrieron más bien, y de pronto, ya no se escuchó nada. Justo al abrir la puerta de su casa oyó como se cerraba, de un golpe seco, la puerta de acceso a la trampilla que conducía a la azotea.

Aligeró sus pasos e intentó ver quién había estado allí arriba, pero no pudo darle alcance. Era obvio que fuese quien fuese, era más ágil que ella.

No prestó demasiada atención porque en realidad lo que más le preocupaba ahora era su estómago y la revisión pendiente. Siempre le inquietaba sobremanera tener que ir al médico.

Al dar la vuelta a la esquina para ir a coger su coche, vio a un hombre vestido con un mono de trabajo de color marrón claro que la miraba fijamente como si la conociera. Ella podía asegurar que no lo había visto nunca por allí. Aceleró su paso y subió al co-che. La mirada inquisitiva de él quedó grabada en su memoria.

Miro por el espejo retrovisor y el hombre ya no estaba, o al menos, no estaba en el espacio que abarcaba con su vista.

Inmersa en el tráfico, olvidó casi por completo el suceso y se puso a pensar en todo lo que le quedaba por hacer en ese caluroso día de julio.

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CÍRCULO DE TEMOR

Cuando llego al hospital, el encargado de seguridad del mis-mo, le puso los consabidos impedimentos y tuvo que presentar el documento que acreditaba que estaba citada allí, en la planta sexta, unos minutos mas tarde.

-Bien- dijo al fin- puede pasar.Era joven, no pasaría de los veinticinco años y presentaba un

aspecto impecable enfundado en su uniforme, que de no ser por el aire acondicionado del hospital, le costaría soportar.

-Gracias-, dijo ella correcta y se dirigió a los ascensores.Curiosamente, y fuera de todo pronóstico, el pasillo estaba

vacío y no había nadie esperando al ascensor.Dudó por un momento si subir o no por las escaleras, pero

eran seis pisos.Justo cuando el ascensor se abrió delante de ella, justo cuando

puso un pie en su interior, sintió unos pasos apresurados por de-trás, miró y lo vio, era el hombre que por la mañana estaba cerca de su casa, el de la ropa de trabajo color marrón claro.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando vio que las puertas se cerraban tras ellos y observó que él llevaba un maletín de he-rramientas entre las que sobresalía una sierra bastante llamativa por su tamaño.

Él le sonrió dándole los buenos días, parecía que iba a seguir hablando pero ella sólo hizo un gesto con la cabeza y él quedó callado.

Puso su dedo sobre el número seis y él, casi al mismo tiempo acercó su mano y pulsó sobre el ocho.

Ella se entretuvo, o eso fingía, mirando el informe que llevaba para el médico, los últimos análisis hechos y una carta cerrada de la consulta donde le habían hecho la endoscopia.

El ascensor se fue parando en todas las plantas y ella respiraba aliviada pero…

- ¿Baja? - Era la pregunta que se repetía todo el rato.-No, no- decía ella con voz nerviosa -sube.- Esperaremos-.El hombre, en un momento determinado, se agachó y apoyó

su maletín en el suelo rebuscando algo en el interior. Sacó algo de allí que ella no pudo ver, y lo introdujo en el bolsillo de su pantalón.

Pilar estaba realmente asustada y deseosa de llegar a su destino. El ascenso se hacía eterno.

Suspiró hondamente cuando se abrieron las puertas en la sexta planta y pudo abandonar aquel pequeño recinto en el que ya le estaba empezando a faltar el aire.

Aunque pudiera parecer descortés no dijo nada y salió a gran-des y apresurados pasos de allí

Cuando el médico la hizo pasar, la vio agitada y le preguntó el motivo de su estado.

-No es nada- dijo- es que vine deprisa porque se me hacía tarde.

Después de un exhaustivo examen y de analizar todos aquellos informes que ella traía, le dijo, que todo estaba bien.

-Tanto es así- dijo- Que vamos a comenzar a distanciar las revisiones. Hasta dentro de un año ya no tendrá que venir.

-Con este P10 que le doy, se acerca al sótano y ahí ya le dirán lo que debe hacer-.

Era una gran noticia, digna de celebrar pues ya llevaba un par de años sometiéndose cada cuatro meses a estas revisiones que no eran nada agradables.

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CÍRCULO DE TEMOR

rojecida de una señora muy gruesa que respiraba con dificultad.A la vez que suspiraba con alivio miró hacia los lados disimu-

ladamente pero no había rastro ya de ese hombre.Salió del hospital por la puerta de urgencias y urgentemente

se alejó de allí.Hizo las compras que tenía pensado, desde un principio, aun-

que no se concentró mucho en ello. Estaba bastante inquieta por todo lo sucedido.

Llegó a casa y literalmente se encerró en ella. Tenía una sen-sación extraña, una mezcla de euforia y desasosiego: alegría por la noticia del médico e inquietud por todo lo que de extraño y perturbador había tenido esa mañana.

Por la tarde, ya más calmada, encontró su libro, estaba sobre su escritorio. La noche anterior no había leído estaba demasiado cansada y ni siquiera lo recordaba.

Más tarde, recibió una llamada de teléfono de su hermano, para preguntarle qué le había dicho el médico.

Le contó las buenas noticias, sin embargo, él le dijo que la notaba un poco seria.

-No, no, no es nada- negó ella -es que estaba aquí pensando en las cosas que tengo que hacer, se acerca el fin de semana y ya sabes, compras y otros jaleillos.

-Vale - dijo él sin mucho convencimiento.-Ah por cierto- continuó - me han dicho las niñas que ayer,

mientras tomábamos café, se probaron todos tus zapatos. Me-nuda juerga se prepararían entre las dos. Espero que no te hayan estropeado nada.

-.No te preocupes - dijo con voz aliviada, ya más relajada y sonriente -vaya diablillas. Están hechas unas buenas perlas- y rió

Cogió sus cosas y se dirigió al ascensor de nuevo.Ahora sí había bastante gente esperando para bajar y se sintió

más confortada y tranquila.Entró y se mezcló entre otras personas, algunas de visita, otras

como ella convalecientes aún y pensó que en cuanto saliera de allí, iría a hacer unas compras, algo bonito para ella o para la casa con tal de olvidarse de aquella mañana tan extraña.

El ascensor paró en el sótano. Preguntó a un celador dónde estaba el mostrador en el que debían darle la cita.

Él le dijo que debía seguir la línea azul del suelo que la llevaría directamente al lugar.

No había dado cinco pasos cuando… allí estaba de nuevo, con su maletín de herramientas. No pudo evitar mirarlo de reojo y vio que la sierra no estaba o al menos ahora no sobresalía.

Se dirigió rápidamente por aquel largo pasillo donde había pintadas varias líneas de color: una de rojo, una amarilla, otra verde y también la suya, la azul.

Como suele ocurrir cuando se tiene prisa, la azul que es la que tenía que seguir ella parecía no tener final, además en un punto determinado abandonaba a los otros colores y se abría paso hacía un estrecho y largo pasillo, doblaba de nuevo y se perdía en una gran sala.

Mientras hacía este recorrido sentía los pasos de aquel hom-bre, detrás de ella, no quería mirar pero no podía contener la curiosidad.

Volvió la cabeza una vez y ahí estaba, sonriendo de nuevo.Aceleró el paso y cuando llegó al mostrador sintió muy cerca

de ella el aliento agitado de otra persona, se asustó tanto que con cara descompuesta miró hacia atrás, y se encontró con la cara en-

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-Sí, sí, has tenido que verlo u oírlo por aquí- dijo Sofía riendo- porque esta mañana estaba instalando una antena en la azotea y menudo ruido ha formado. Como para no enterarnos.

-Bien- dijo Pilar- Sin saber cómo reaccionar - una antena en la azotea…uhm interesante. Creo más bien haberlo visto en la calle.

-En el hospital- atajó él - trabajo allí como encargado de man-tenimiento. Intenté saludarte varias veces, pero ya me di cuenta de que no me conocías.

- Así es, no me había dado cuenta de que tuviéramos vecinos nuevos en el bloque.

- Encantado- dijo tendiéndole la mano.Ella no podía dejar de recordar todo el miedo que había pasa-

do y aunque extendió la mano, lo hizo con tan poco entusiasmo, que el acabó por retirar la suya antes.

Sofía se quedó un tanto perpleja al ver la actitud de su amiga y le dio en el codo acompañando el golpe con un gesto de disgusto en la cara, mientras bajaban las escaleras.

Pilar puso un dedo sobre su boca, pidiéndole silencio y asin-tió con la mirada, dándole a entender que ya le contaría todo cuando estuvieran solas.

Durante toda la reunión el corazón le latió más rápido de lo habitual y no se enteró de la mitad de las cosas que allí se habla-ron.

Cuando terminó la reunión fue con Sofía a su casa y le contó lo sucedido durante el día.

Las carcajadas de Sofía se escuchaban hasta el rellano, lugar donde Ricardo se encontraba, supuestamente, cambiando una bombilla fundida.

con ganas.Bueno, bueno, se dijo al colgar el teléfono. Parece que todo

vuelve a su sitio.Fue a la cocina y se preparó una infusión de tomillo con miel

y limón.Mientras el tomillo hervía, y reposaba le daba tiempo a darse

una ducha rápida, para quitar la tensión del día.Aún no había salido de la cocina cuando llamaron a la puerta,

era su vecina de en frente. Abrió sonriente y puso cara de inte-rrogación.

- ¿Pero, Pilar, no te acuerdas? Hay una reunión de la comuni-dad, a las ocho en punto, ¿vendrás?

-Sí Sofía, claro que iré.-Bien pues avísame cuando estés lista.-Deja que me de una ducha rápida y que me tome esta infu-

sión que preparé y en unos quince minutos estoy contigo.Puntual como siempre a la hora indicada se colocó frente a la

puerta de su amiga, tocó una vez el timbre y esperó canturrean-do, apoyada sobre la pared del rellano.

En ese momento escuchó que otra puerta se abría.¡No puede ser! Se dijo y casi sale corriendo para encerrarse en

su casa bajo llave.Salió también Sofía y ella quedó en medio entre los dos.-Buenas tardes - dijo Sofía dirigiéndose a él.-Buenas tardes- contestó él amablemente, mientras miraba a

Pilar de pies a cabeza.- Mira Pilar, es Ricardo, el nuevo vecino, se ha instalado aquí

con su madre hace un par de días.- ¿El nuevo vecino?- titubeó Pilar.

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CÍRCULO DE TEMOR

por una de las ventanas abiertas.-¿Qué ocurre agente?-¿ Ricardo Domínguez Tavora?- Sí señor, yo soy.- Queda detenido por ser sospechoso del asesinato de Pilar

Muriel Hernando.-Muy bien señor agente, aquí estoy-dijo poniendo las muñe-

cas para recibir las esposas.-¿Se confiesa usted autor del crimen?- Sí, tenía mis motivos.-Bien, eso ya se los contará a su abogado.A pesar del silencio impuesto por los agentes Ricardo prosi-

guió murmurando frases inconexas:“… qué hacía una mujer joven y guapa sola, ¿eh? ¿qué hacía?

seguro que nada bueno, provocar a los hombres nada más. Ahí iba por el hospital contoneándose delante del guardia de segu-ridad…. mujeres, mujeres es lo único que saben, provocar, pro-vocar y volvernos locos… cantaba por las mañanas en su casa, su voz llegaba hasta mi habitación, era como una sirena que me atormentaba como a Ulises, quería retenerme con sus tretas y lue-go hacía como si no me conociese… me tomaba por tonto…”

Los agentes caminaban impasibles a su lado, estaban acos-tumbrados a oír de todo cada día.

Sofía, lloraba en su casa y se lamentaba de haber desoído los temores de su amiga.

Mercedes Marín del Valle

Era ya muy tarde cuando Pilar decidió volver a su casa. Al salir, le pareció escuchar unos pasos, y una puerta que se cerraba.

Con su llave en la mano, se reía de si misma lamentándose del mal día que había pasado a causa de su imaginación. Antes de entrar miró a su alrededor y esbozó una sonrisa de niña aliviada, mientras que con sus manos alborotaba su pelo húmedo aún.

La mirilla de la casa de los nuevos vecinos, se encontraba en ese momento, tapada por un ojo humano.

La cabeza de Pilar se giró casi instantáneamente al sentir un frío helado en su nuca. Introdujo las llaves en la cerradura a toda prisa y justo en ese momento la luz se apagó en la escalera.

Se escuchó un ruido de puertas que se abrían y cerraban.Por la mañana, mientras desayunaba, Sofía se enteró por la

prensa que muy cerca de su casa había sido encontrada sentada en la parada del autobús una mujer de unos treinta y cinco años, muerta.

Se le atragantó el croissant al ver la foto de la presunta vícti-ma.

-Pilar, pilar, Dios Mío Pilar.Como pudo se fue a la comisaría y allí contó todo lo que había

sucedido la tarde anterior.Frente al hospital se personaron un gran número de agentes

de policía además de un helicóptero por si se intentaba una huída por las azoteas.

Ricardo en ese instante limpiaba las ventanas exteriores del ala de psiquiatría, al ver cuanta gente se agolpaba en la calle alre-dedor de los coches, al ver que en el interior del pasillo donde se encontraba, empezaban a agolparse los agentes, se comportó con toda la naturalidad del mundo y bajando de su andamio, entró

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DESPEDIDA

Adiós amigo

Acabo de levantarme, no tengo ganas de nada. Mi mente se encuentra ocupada en tu recuerdo; la noche ha sido una tarde de angustiosa calma; he vivido en el reino de la soledad. Entre cabezada y cabezada ahí estabas tú, presente en mis peores o me-jores sueños, no lo sé. He revivido aquel primer instante en que te encontré, y desde entonces te convertiste en uno de los regalos más preciados que me han hecho a lo largo de mi vida. El roce de mis manos sobre ti, a pesar del miedo que tenía, fue una de las sensaciones que me produjo el mayor de los gozos que recuerdo.

Cómo he podido hacer esto; cómo he sido capaz de no acom-pañarte en tu último destino, en nuestro último viaje…

Hay una palabra que suena y resuena en mi cabeza: “traición”. Hoy te he traicionado y lo que es peor, me he traicionado a mí misma.

Mientras te recuerdo en mi cobardía, siento como el aire se me va da los labios, siento la impotencia de no tenerte y no poder

Sólo lo que se pierde es adquirido para siempre

Johan Ibsen

Inmaculada Martín García

“Aquí y ahora están todos los que habéis hecho posible que me convierta en narradora de mis historias, que son las vuestras. Me he impregnado de vuestras ilusio-nes, de vuestros anhelos; que hoy son los míos.

Gracias a los que siempre habéis confiado en mí; la “Despedida” ha sido menos triste, mi “Soledad Com-partida” es menos soledad, “La Huida” no ha sido a ninguna parte y “Entre Andenes” me hace tomar el tren de la vida para seguir luchando y disfrutando de todo lo que me rodea.”

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DESPEDIDA

salir corriendo a despedirte como te mereces. Te evoco a mi lado y mi cerebro grita y salta como un loco, pero mis manos y mis pies siguen quietos en esta realidad.

Después, cuando te oí partir sigilosamente con los primeros rayos del día, surgió en mí el terrible monólogo en el que me llamo cobarde, si ¡cobarde!, querido compañero de viaje.

Yo que presumo de fidelidad y amistad. Cómo te he podido fallar de esta manera. Te inculqué que ser fiel a algo, o a alguien es poner en el otro lo mejor de uno mismo. En el fondo, tú y yo siempre hemos sido fieles a nosotros mismos y al lazo de amistad que nos unió desde el primer momento.

En estos instantes de melancolía, que es el lujo de mi tristeza, me viene a la mente una de mis frases favoritas; “todos vivimos en las cloacas, pero sólo algunos miramos las estrellas”. Espero que en estos momentos seas capaz de mirar una de esas estrellas, y que nos encontremos en nuestro universo de frecuencias.

Me parece verte a lo lejos, yo estoy allí a tu lado, te susurro pa-labras de amistad, velo tu sueño que se torna en un sueño plácido y eterno, sin dolor, ni lágrimas.

Adiós amiga

Era un día como otro cualquiera, no, como otro cualquiera, no. Yo estaba allí en medio de ninguna parte, rodeado de gente, de ruidos no conocidos para mí, de una megafonía insoportable.

A través de los grandes ventanales que me rodeaban, entraban los primeros rayos grises, tristes y fríos que presagiaban la mañana invernal que acababa de despertar en el exterior. Me sentía tan

solo, tan perdido como esas primeras luces del alba.Ante todo me encontraba mal porque no entendía ¿dónde es-

tabas tú?; tú, mi amiga inseparable, mi compañera de viaje desde hace quizá ya doce o trece años que nos conocimos y parece que fue ayer cuando comenzamos a caminar juntos.

Hoy, justamente hoy, te busco, te necesito y no encuentro tus manos sobre mí. ¿Qué ocurre? Cómo si de una película se tratara, comienzo a evocar imágenes de nuestra vida en común. Recuer-das cómo te sentiste cuando por primera vez se cruzaron nuestras miradas, te dio miedo acercarte, querías tocarme pero sólo las yemas de tus dedos se deslizaron tímidamente sobre mí. Poco a poco aquello cambió y fuimos compenetrándonos perfectamente el uno con el otro. Lo que más me gustaba era sentir tus pies sobre mí, pasando de la tibia caricia a esa presión que ejercías, haciéndome sentir seguro.

Cómo me gusto nuestro primer paseo juntos, alrededor de esa vetusta muralla, testigo mudo de tantos siglos de historia. Me im-presionaron sus piedras, su adarve, su majestuosidad, sobre todo me impresionó lo orgullosa que estabas de mostrarme la muralla de tu ciudad; el color mágico de sus calles, sacadas de un cuento medieval.

Creí que en cualquier momento podríamos encontrarnos a un caballero con su espada y su dama. ¡Qué días aquéllos!

Nuestra vida ha pasado entre tu ciudad castellana, donde nos conocimos, y esta Sevilla que consiguió atraparnos con su luz, su gente y su forma de exprimir la vida.

¡Cuántos secretos hemos compartido! ¡Cuántos buenos y ma-los momentos! Te he visto reír y llorar como nadie. He sido tu más fiel confidente. Me enseñaste a valorar la amistad con mayús-

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DESPEDIDA

culas y a los amigos. Te recuerdo diciendo: “la amistad es admira-ción, los amigos son tu segunda familia y tu gente de confianza, ésa que siempre está aunque no la veas. Se puede estar sin pareja, pero no sin amigos. Los seres iguales se buscan y la simple mirada mantenida les inclina a soñar y pensar”.

Defensora siempre de estas ideas me has demostrado a lo largo de nuestro camino compartido; no puedo aceptar, cómo hoy no estás conmigo, cuando más te necesito…la verdad es que última-mente me siento muy cansado, sin las fuerzas de antaño, quizás has puesto tus ojos en alguien más joven, más atractivo, con me-jor presencia que la mía. Me niego a pensar eso de ti, sé que soy o por lo menos he sido una parte importante en tu vida.

De pronto, siento un gran frío interior, algo se revuelve en mí. Se aproxima alguien que no conozco, con cara de pocos amigos, con gran indiferencia en su mirada, y siento unas manos rudas sobre mí. La megafonía con gran estruendo anuncia: SE-1078-CS, pase por línea de desguace número dos.

Mientras avanzo por ese túnel interminable, lo entiendo todo, ahora comprendo que te ha faltado el valor para acompañarme en este último momento, pero conociéndote como yo te conozco, sé que estarás sufriendo en silencio, pensando en tu compañero de viaje.

Se apagan mis luces y me parece verte a lo lejos, allí a mi lado, me susurras palabras de amistad y comprensión; soñé que me velabas mi sueño…y mi sueño se tornó en pesadilla, mi pesadilla en dolor, y mi dolor en llanto sin lágrimas.

Inmaculada Martín García

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NADA

Es como si me hubiesen gritado. La misma persona que me susurraba hace un segundo acaba de romperme los tímpanos con un solo grito, como si un tornado hubiese cerrado de golpe esa puerta de hierro medio descolgada. Creo que el susto me ha de-jado paralizado, no sé como este colchón ha podido soportar mi sobresalto.

Una sensación de calor cada vez más tibia me recorre la es-pina dorsal, con el mismo frenético ritmo de un ejército que se repliega ante una derrota inminente. Desordenado, con un silen-cioso alboroto, decapitado, en busca de una pared que le cubra la retaguardia, roto, inconsciente de que una espada se hace más cortante cuando la víctima se encuentra atrapada. La hoja de doble filo se ve mejor de lejos que cuando nos amenaza a menos de diez centímetros.

Ya sé lo que ha pasado, ya nada volverá a ser como antes, sien-to que todo es distinto. Sé que aquí no ha entrado nadie, excepto

Entre el mundo imaginario creado por el lenguaje literario y el mundo real, hay siempre vínculos, pues la ficción lite-raria no se puede desprender jamás de la realidad empírica. El mundo real es la matriz primordial y mediata de la obra literaria.

Vítor Manuel de Aguiar e Silva

Manuel Joaquín Martín Jiménez“Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama con-vertido en un insecto monstruoso”.La visión de esta escena de La Metamorfosis de Franz Kafka produjo en mi tal impresión, que en más de una ocasión me he despertado con el temor de que me hubiese ocurrido algo parecido. Esta sensación me hizo darme cuenta del poder que la literatura puede llegar a ejer-cer sobre los lectores, y, por supuesto, me incitó a seguir intentando escribir algo que pudiese influir sobre mis posibles lectores, la misma sensación que en su día Kafka produjo en mi. Ahora, y gracias a este taller de creación literaria, me doy cuenta de que, con las directrices ade-cuadas y salvando las distancias, es posible. Gracias.

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NADA

yo, desde hace años. Sé que todo está en su sitio, sé que mis pocas pertenencias están aquí, pero ya nada está en su sitio, no necesito girarme para comprobar que ya no hay nada, y aunque quisie-ra, de nada serviría intentarlo. Sólo siento silencio. Ni siquiera cuando he dormido en la calle me he sentido tan solo. Tengo miedo, pero lo asumo.

Ya no estoy cansado. Antes era distinto, me despertaba con una gran sensación de cansancio en todo mi cuerpo, como si hu-biese corrido una gran distancia. Piernas, brazos, cuello, pecho, estómago, cada una de las partes de mi cuerpo se sentía entumida de forma independiente. Cada uno de mis miembros eran brazos desprendidos de una estrella de mar, que no termina de regene-rarse. Tentáculos descontrolados de un pulpo sin cabeza. Mi compañera de jeringuilla se enamoró de un hombre muerto de antemano y me tomó ventaja en la carrera.

Aquella noche en el callejón, bajo la escalera de incendios, no fui capaz de reconocer el brillo en sus ojos mientras me aprisio-naba la goma. El olor a orina de gato, los cubos de basura del restaurante chino, su aliento a estómago vacío calentándome el hombro. No supe ver su llamada de auxilio.

–Deberíamos empezar a dejar esta mierda... joder, esas ratas viven mejor que nosotros... ¿duermes muy lejos de aquí? –mur-muró mientras yo le ajustaba la goma al brazo. Y después de un leve gemido, silencio, un hasta mañana mudo.

Teñí de negro a un posible ángel azul; aunque cuando empe-cé a coincidir con ella en el callejón, ya se dejaban ver en su cuello oscuros augurios de ovaladas formas siniestras. Seguramente, si nos volvemos a encontrar, no seremos capaces de reconocernos.

No sé si tengo que seguir esperando a que pase algo, no tengo

ganas, y esta espera se me hace eterna. Siento que envejezco por segundos, pero este segundo no termina nunca; y esta fetidez no me provoca nauseas.

No se por qué, pero ese rincón se me antoja en penumbras, y eso que la ventana no tiene persianas, pero debe ser normal. Si ésto me hubiese pasado antes estaría aterrorizado, sin embargo, posiblemente sea lo que más me merezca. Todas aquellas per-sonas debieron sentir lo mismo que yo, aún permanece en mis manos el calor de sus sangres mezcladas con el frío de la navaja que ahora me atraviesa el pecho sin ni siquiera rozarme la piel. Pero ya no hay por qué darle más vueltas, soy culpable de todo mi rechazo, de todo mi dolor, de todas las locuras que hice en mi vida; ¿para qué arrepentirme ahora que nadie me escucha? Mis piernas no quieren salir corriendo, no serviría de nada. Asumo mi condena. Entre dos luces todo se ve más claro. Mi judío y agujereado corazón de Hitler se atravesó a sí mismo con la longi-na lanza de la psicodélica lujuria, secando los ríos de sangre.

Ya no recuerdo ni el hervor en mis abultadas venas, ni el esco-zor del vodka en los cortes de mi boca, ni las lágrimas queriendo salir de sus ojos que alguna esperanza vieron en mí; la mesilla de noche no volverá a ser víctima de mis delirios, los cristales rotos de la lámpara no volverán a abrirme los ojos, no volverán a devol-ver mis pies a la tierra después de un paseo por las nubes. Veo que no era verdad que tuviese tanto como creía, que de nada hubiese servido tener cuanto creía, si al final te das cuenta de que lo has ido perdiendo todo por el camino por no mirar atrás, y cercio-rarte de que tus huellas se quedan marcadas en cemento y no en fango; que lo que cuenta es que al final no queda nada.

Mi vida abandonada sin saber hacia dónde dirigirme. No era

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NADA

verdad que existiera una escalera hacia el cielo para los que circu-lábamos por una autopista directa al infierno. Son letras que sólo suenan bien cuando se es joven, pero no esperaba descubrirlo con solo algo más de treinta años

Es extraño, no he dejado de observar ese rincón durante estas últimas milésimas de segundo que me han parecido siglos, y no me había dado cuenta de cuanta luz entra por la ventana. En los tres años que llevo cobijándome en esta casa abandonada medio en ruinas, nunca había notado que entrase tanta luz. Me aporta serenidad, me hace sentir liviano. Una ligera brisa podría hacer-me volar, y me veo a mi mismo tumbado en el catre. Me veo arrugado, con la cara desencajada, la nariz empolvada, los puños apretados y algo me sale de la boca. Oigo mi propia voz de cristal dentro de mi cabeza, pero lo más triste es que no oigo a nadie decir “no somos nadie”, no veo ojos humedecidos. Soy la prueba de aquello en lo que nunca creí, de aquello en lo que se me educó para evitar tener que pedir perdón en el último momento, para no verme obligado a pedir otra oportunidad, para poder morir eternamente sin tener que hacer nada.

Es cierto que todo sigue igual, pero ya no puedo alterarlo. Siento un poder eterno, pero ya no puedo cambiar nada. Asumo mi error y me dejo llevar, caer hacia arriba en lugar de hacerlo hacia donde me merecía. El cielo se cae y reconozco el brillo en unos ojos que me ofrecen la mano. Siento que ya he expirado. Estertor. Mi vida resumida en un soplo de aire estático que me trae recuerdos de un aliento cercano, me empuja sin motivos ha-cia un segundo eterno de vida de luces que no provocan sombras, hacia un inicio que comienza en un final.

Cada despertar es una nueva sensación, es una nueva circuns-tancia que nos hace vernos en un mundo distinto al del día an-terior.

Cada despertar es una nueva sensación, es una nueva circunstancia que nos hace vernos en un mundo distinto al del día anterior.

Manuel Joaquín Martín Jiménez

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EL ÁNGEL

-¡El Peluco, no!, ¿pero qué hace aquí el Peluco?, ¡el Peluco no!...todos fuera, vámonos al patio…yo no me siento en esa mesa con el Peluco…yo tampoco...todos al patio...

-Tienes que tener muy claro, Manuel, que debes trabajar en dos líneas: estos son tus objetivos. Por un lado ayudarle al niño a descubrirse, a conocerse, pero a descubrirse positivamente. Pro-bablemente sabe de sobra todo lo que hace mal, sus defectos. Tú deberás ayudarle a encontrar cuáles son sus virtudes, que seguro que las tiene... Por otro lado deberás trabajar con el grupo la em-patía. Van a producirse situaciones de rechazo, puede que la pri-mera esta tarde, en cuanto se incorpore. Entonces debes propiciar que todos sus compañeros vivan lo que es sentirse rechazado, se pongan en su piel. Cuando uno siente y padece lo que es el re-chazo, verse despreciado, difícilmente vuelve a burlarse de otro. A no ser que no se tenga corazón. Y tenemos que confiar, Manuel, en que la mayoría de la gente sigue teniendo corazón, aunque a veces no lo parezca…

Para los maestros y maestras,para los que enseñan vida.

Como decía Tom Spanbauer, “lo único que evita que el viento se nos lleve son nuestras historias. Ellas nos dan un nombre y nos colocan en un lugar. Primero haces que la historia suceda en tu cabeza y luego, antes o después , el mundo la hace realidad”. Y quizás este sea el misterio de la escritura y la lectura, contar o leer cosas imaginadas hasta acceder a la verdad.

En estos primeros relatos, como nexo de unión, mis personajes persiguen precisamente esto: buscar su verdad, porque “una persona sin su verdad no es nada” y, además, abrirse a nuevos caminos.

Entre las siete y las nueve, los alumnos y alumnas del taller de creación literaria nos hemos reunido cada lunes para llenar nuestras vidas de historias inventadas. Unas historias que hoy, humildemente, regalamos con un simple y sencillo deseo de compartirnos.

Gracias a mis personajes por todo lo que me han enseñado y a vosotros, mis primeros lectores, por dejaros acompañar un rato por estas páginas.

“Sus palabras me habían poseído, convirtiéndose en mi nueva lengua”

“El diablo es aquel que te confunde y no te deja contar tu propia his-toria”

Citas de El hombre que se enamoró de la LunaTom Spanbauer

Arturo Morillo Bonilla

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-Qué contento estoy mamá, qué guapo me has puesto... cuan-do sea más grande y me vista de comunión estaré así de guapo, ¿verdad?...qué bien huele la colonia del supermercado que me has echado y qué bien me has peinado …¿parezco un angelito, mamá?... es que la vecina me ha dicho que me parezco al ángel que ella tiene en su cuarto... el agujero del calcetín mamá no lo van a ver, porque no creo que en la ludoteca me tenga que quitar los zapatos… bueno, si me los quito le digo al maestro que se me ha hecho por venir corriendo… aunque eso es decir una mentira y no pueden decirse mentiras... ¿cuántos niños hay en la ludo-teca mamá?... ¿y se parece al colegio?... si se parece me da igual porque a mí el colegio me gusta mucho...pero aquí me has dicho que vengo a jugar... pero en el cole tengo una maestra, y aquí un maestro... ¿quién te ha dicho que se llama Manuel, mamá?, ¡ qué contento estoy!, ¡qué guapo me has puesto!…¿y por qué no me vistes siempre así?...¿hoy por qué lo has hecho?, ¿porque te lo dijo la muchacha de la casa esa grande, llena de oficinas?, que nunca me acuerdo cómo se llama…

-¡El Peluco, no!, ¿pero qué hace aquí el Peluco?, ¡el Peluco no!...todos fuera, vámonos al patio…todos fuera...

Mi mamá se ha enfadado mucho cuando hemos entrado a la ludoteca y todos los niños se han ido fuera, corriendo, cuando me han visto...creo que se han puesto a jugar al escondite, y que como yo he llegado el último voy a tener que quedarla... y mi mamá se ha enfadado mucho por eso y se ha ido a hablar con el maestro...el maestro me dijo que me apartara y me he sentado en la mesa a esperar que hablaran... eso siempre me pasa, también

cuando voy a esa casa grande llena de oficinas... si mi mamá ha-bla con una persona mayor me dicen que me aparte... y yo me quedo siempre mirando desde lejos, y juego a las adivinanzas, a ver si puedo escuchar alguna palabra o a ver si puedo adivinarla mirándoles los labios... es uno de mis juegos favoritos y quiero enseñárselo a mis compañeros de la ludoteca si no lo conocen... desde lejos veo que mi mamá ha empezado a llorar hablando con Manuel, y como se ha tapado la boca con un pañuelo no puedo ver lo que hablan… el maestro la acompaña hasta la puerta y le dice que no se preocupe... mi mamá me da un beso y me dice que mis compañeros han salido corriendo porque les ha dado un poco de envidia verme vestido como un ángel... “no, mamá, se han ido porque están jugando al escondite y yo tengo que salir ahora a buscarlos”... mi mamá entonces se ha reído…

-Bueno, Ángel, vamos a presentarnos. Si quieres lo hago yo primero y luego tú me dices algunas cosas tuyas para que yo tam-bién vaya conociéndote.

-Pero maestro, mis compañeros están en el patio esperando que yo vaya a buscarlos... se van a aburrir de tanto esperar…

-No te preocupes, Ángel, porque estoy enfadado. Nadie les ha dado permiso para jugar al escondite ni para salir corriendo. Yo luego hablaré con ellos.

-Maestro, el Peluco soy yo... me llamo Ángel, pero me dicen el Peluco.

-Aquí vas a ser Ángel, ¿vale?... Mi nombre ya lo sabes, Manuel, soy maestro, me gusta mucho mi trabajo, organizar juegos, pero, sobre todo, leer cuentos. Hasta aquí, así de sencillo. Ahora Ángel háblame un poco de ti, es tu turno…

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-No sé, maestro, no sé qué decirte…pero, maestro, uno de los niños que se ha ido al patio es el hijo de la casa donde mi madre va a limpiar por las mañanas... es mi amigo... me parece que él no quería irse a jugar al escondite, pero como los demás lo han hecho, él también… mi mamá me dice que me hace muchos re-galos…la camisa que traigo puesta es de él…me la ha regalado…me regala mucha ropa porque mi mamá me cuenta que me quiere mucho…su madre también nos regala mucha comida…maestro, esta es mi camisa de los domingos, pero hoy me la he puesto para venir aquí porque la mujer de la casa grande, que no me acuerdo cómo se llama, llena de oficinas...

-¿El Ayuntamiento?... -Eso, el Ayuntamiento, le dijo a mi madre que para venir aquí

tenía que bañarme y venir muy limpio, o por lo menos eso me pareció que decía mirándole los labios porque yo estaba lejos…

-Sí, Ángel, te agradezco que me cuentes todo esto, pero está-bamos jugando a presentarnos…

-Pues eso, maestro, que uno de mis juegos favoritos es que cuando los mayores hablan y me dicen que me aparte, juego a adivinar lo que dicen…quiero enseñárselo a mis compañeros de la ludoteca.

-Explícamelo, Ángel, ponme un ejemplo…-Esta mañana fui con mi madre al Ayun...tamiento, vamos

muchas veces... yo siempre me quedo sentado en una silla del pasillo, mientras mi mamá habla con la muchacha de la oficina... juego a escuchar palabras o a mirar los labios para ver si adivino algo... lo de los labios es lo más difícil, maestro... esta mañana escuché algo de que mi padre bebe y mi madre lloraba... no sé por qué, maestro, todos bebemos...debía ser por otra cosa...mi

mamá llora mucho y ella me dice que no me preocupe, que hay personas más lloronas que otras y que las lágrimas limpian... yo esto no lo entiendo, pero será por eso que llora,... a ella le gusta mucho limpiar en la casa en la que trabaja.

-Seguramente, Ángel, seguramente. ¿y qué más pudiste adivi-nar esta mañana en tu juego?

-También escuché la palabra “médico”, creo que algo de que mi padre tenía que ir al médico, pero no sé por qué... él no está malito... mi mamá riñe porque mi papá se levanta muy tarde pero no es porque esté malito...yo cuando estoy malo me levanto tarde y no voy al cole...pero él no se pone el termómetro... no va a trabajar porque no tiene trabajo, pero no porque esté malito, …cuando se levanta se va al bar, no se queda en el sofá como yo cuando me pogo malo…maestro, yo no sé por qué mi mamá va tanto al Ayuntamiento, cada vez que va llora y luego cuando volvemos a casa no me habla nada, viene enfadada, y me lleva a empujones al colegio…

-Yo tampoco lo sé, Ángel, pero ya conozco algo de ti: ¿cuál es tu juego favorito?. Además, tus compañeros no lo conocen. Vas a tener que enseñárselo…

Del diario de clase de Manuel

Hoy he tenido un día difícil. Comenzaba abril y abrí la puer-ta con la alegría de todo lo que empieza. El aula parecía dar las gracias a ese baño de luz después de un invierno tan frío. Llegué temprano. Quería sentir el espacio, respirarlo, vivir la hora desde dentro, estar preparado: me gusta prepararme para todo lo que

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hago, interiorizarlo, y por eso me doy tiempo, intento ir tem-prano a las cosas. Todo estaba listo, yo como digo el primero. Cuando me derivan a un niño con estas circunstancias, activo todo lo que soy: es un acto de respeto a esa vida que, en parte, ponen en mis manos.

Ángel llegó vestido de domingo y con el olor del jardín de fuera. La raya en su pelo tan perfecta parecía un camino a la ino-cencia. En un gesto de inseguridad, la madre lo traía en brazos, como queriendo evitar que se rozara por el suelo, por el mundo.

A Ángel lo recibí fuera, su mirada de niño jugaba a descubrir el pasillo. Intenté que se sintiera recibido, esperado, que al mi-rarme sólo viera a un hombre con los brazos extendidos, exage-radamente, esperando que llegara: que lo vieran él y su madre. Al llegar, Ángel pidió que su madre lo bajara al suelo, y se me colocó delante con una cara que hablaba todos los idiomas del mundo porque en ella sólo había verdad: la verdad de un niño rebosante de alegría y que viene preparado para ser feliz. Vestido de domin-go, peinado como un ángel, abierto a la vida. Le di la mano como a un señor y me presenté: soy Manuel. Él, sin esperar esto, me dio su mano pero no pudo articular palabra, aunque su madre lo animó a que me dijera su nombre.

-Viene muy ilusionado -me dijo la madre-. Lo delataba su ros-tro abierto. Yo respondí que me alegraba.

Cuando llegaron los dos, el resto del grupo estaba dentro del aula. Ángel y su madre se retrasaron un poquito, por la lógica del primer día de no conocer bien el camino. Al resto de los niños yo les había comentado ayer que hoy se produciría una nueva incorporación. Todos estaban esperando. Todo estaba preparado. Me gusta ir temprano a las cosas, prepararme para lo que hago,

interiorizarlo. Pero nadie me había advertido que los niños del grupo ya conocían a Ángel, al Peluco, por lo que en ningún mo-mento imaginé la reacción que el grupo tendría cuando cruzara la puerta. Todo no estaba preparado. No había trabajado esto con el grupo. Se me escapó quizás lo más importante.

-¡El Peluco, no!, ¿pero qué hace aquí el Peluco?, ¡el Peluco no!...todos fuera, vámonos al patio…yo no me siento en esa mesa con el peluco…yo tampoco...todos al patio...

-Hiciste muy bien, Manuel, hiciste muy bien en darle todo el protagonismo a Ángel. No podías irte al patio a centrarte en el grupo, ni montar un numerito delante del niño llamándole la atención a los compañeros. En ese patio tan pequeño no hay ningún peligro y ellos lo conocen bien: supongo que, además, no dejaste de quitarle ojo al resto del grupo por la ventana.

-Estuve pendiente de ellos todo el tiempo sin que se dieran cuenta…pero ¿sabes?...son tantas las inseguridades con las que me enfrento cada día delante de los niños. Y ayer, con lo que pasó con Ángel, ni te cuento. No sé...son las dudas de si estás dando la respuesta adecuada, el mensaje correcto…de si estás ofreciendo justo aquello que la persona que tienes delante necesita…

-Pero eso ocurre con los niños y creo que también con los adultos. Es el gran misterio de las relaciones humanas: lo que uno ofrece o cree que está ofreciendo; lo que el otro recibe; las dudas de si estamos siendo entendidos, de si el mensaje llega tal cual o con alguna distorsión por no haberlo sabido expresar…Ya te digo que este es el gran misterio de las relaciones humanas: el de la comunicación perfecta. De todos modos, Manuel, lo impor-

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tante creo yo, es que ofrezcamos nuestra verdad a los otros. Estar tranquilos porque no nos hemos escondido, porque no estamos mintiendo, porque no nos hemos guardado nuestra mejor carta. Y yo estoy seguro de que tú a los niños les ofreces toda tu verdad. Después hay que entender que somos humanos y que hemos po-dido equivocarnos: porque nuestra verdad puede estar equivoca-da. Y eso hay que saber perdonarlo y debe ayudarnos, además, a adquirir nuevas verdades; estar con los otros puede ser una cami-no para el cambio… de todos modos, que las relaciones humanas hoy se basen en la verdad es casi una utopía. Mucha gente vive en la mentira. Pero tenemos la obligación de ser utópicos. Sobre todo, aquellos que nos dedicamos a educar…

-Bueno, Ángel, ya te he enseñado la clase, los juguetes, los cuentos, hemos leído uno. Ahora dime, ¿has pensado qué quieres ser de mayor?

-Yo, maestro, como tú... pero, maestro, ¿por qué no salgo ya a buscar a los niños?...mira que se van a aburrir y no van a querer jugar más...

-Te he dicho que no te preocupes por eso... a lo que íbamos. ¿Tú sabes que para ser maestro no puedes faltar al cole?.

-Algunas veces falto, porque mi mamá se va a limpiar y mi papá no se levanta temprano para llevarme porque se queda dor-mido…

-Vale, vale, pero... vamos a otra cosa, que quiero que me ha-bles de ti. De tus padres, si quieres, hablamos otro día… dime algo que sepas hacer bien… yo, por ejemplo, toco muy bien la guitarra. Ya lo verás luego…

-No sé, maestro, yo no sé hacer nada bien…

-¿Cómo que no?. Todos hacemos alguna cosa bien...Te cam-bio la pregunta. Dime algo que hagas muchas veces, aunque tú creas que no lo haces bien, pero que repites muchas veces porque te gusta hacerlo…

-¿Que hago muchas veces?... cantar, maestro, cuando estoy solo canto mucho... siempre que los niños no quieren jugar con-migo o que me quedo solo en mi casa, canto...

-¿Te quedas solo en tu casa?-Sí, muchas veces que mi mamá se tiene que ir a limpiar y mi

papá está en el bar... pero yo ya sé hablar por el móvil y puedo llamar a mi mamá si me pasa algo o ir al bar a buscar a mi papá que está en la calle detrás de mi casa.

-Y, ¿ por qué no jugamos a cantar algo aquí?-Pero, maestro, el móvil algunos días falla y no puedo llamar...

mi mamá dice que es que lo cortan porque se le ha olvidado pa-garlo...pero, si se lo regaló la mujer de la casa que limpia...¿ella no lo pagó, maestro?...

-Supongo que sí, pero no lo sé... de todos modos, volviendo a lo de antes...¿por qué no jugamos a cantar algo?, tengo ganas de escucharte...

-Es que con gente delante no quiero, me da vergüenza...-Pero si no hay nadie. Me gustaría escucharte... Mira, puedes

empezar mientras salgo un momento a buscar mi guitarra... por-que cuando tú acabes de cantar yo te voy a tocar una canción que te va a gustar...te la voy a regalar.

-Bueno, maestro,…de todos modos voy a cerrar los ojos... cantaré con los ojos cerrados... así no te veo y no me da vergüen-za…

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Del diario de clase de Manuel

Cuando el grupo salió corriendo hacia el patio en ese acto de rechazo cruel y cobarde, jamás me he sentido tan solo como cuando vi a Ángel sentado en la mesa, mientras yo intentaba ha-blar con su madre y calmarla. La soledad de Ángel era la soledad del mundo, de un mundo en el que las personas han dejado de entenderse y respetarse. Y el llanto de la madre era el de una mu-jer que sabe que la vida de su hijo no va a ser fácil. Y sin embargo la grandeza del chiquillo estaba por encima de nosotros, su ino-cencia pensó que aquello era un juego. Ángel no estaba sufriendo: como con una madurez sobrenatural -es verdad que estos niños crecen a marcha forzada-, parece que Ángel había decidido espe-rar, intentando comprender las reglas de aquel juego...

Tengo que educar a los niños para que huyan de los prejuicios. Los prejuicios no son más que un síntoma de mentes cerradas, como una carrera marcha atrás que nos aleja de la gente y de las cosas. Son como como volverle la espalda a la vida.

Mientras escribo, estoy pensando en cómo algunos de los ami-gos que más me han aportado, han sido precisamente personas que estaban tachadas por los demás y a las que nunca intentaron acercarse ni conocer. Y sin duda, muchas veces, esta es la gente que salva la mediocridad del resto.

“Si no conocéis la música, nunca podréis amarla”, les dijo la semana pasada a los niños un músico que vino a visitarnos. “Sólo se ama lo que se conoce”. Tengo que intentar que ellos compren-dan este mensaje.

-Me lo he pasado muy bien, mamá, el maestro ha estado todo

el tiempo conmigo y, además hemos jugado al mundo al revés... en vez de yo salir a buscar a los niños que estaban jugando al escondite, Manuel dijo que serían ellos los que deberían volver a la clase a buscarme a mí... en la ludoteca voy a hacer cosas muy divertidas...además el maestro me dijo que cuando volvieran ten-drían que hacer un juego para aprender a pedirme perdón uno a uno... yo no sé por qué, mamá, si debería de ser al revés, que yo se lo pidiera a ellos por no haber ido a buscarlos... pero como estábamos jugando al mundo al revés…también me puse a can-tarle una canción a Manuel...el maestro ha estado todo el tiempo conmigo, mamá, me ha leído un cuento y hasta ha tocado la gui-tarra para mí... mis compañeros cuando escucharon mi canción volvieron todos…mamá, me parece que canto muy bien porque me miraban embobados…yo no los vi porque canté con los ojos cerrados, pero me lo dijo el maestro...además no se escuchaba ni una mosca mientras cantaba...a partir de hoy seguramente voy a tener que hacerlo muchos días, pero a mí me gusta…ahora, como me toquen las palmas me da vergüenza…después, antes de salir, jugamos a que ellos me pedían perdón y yo los perdonaba como si fuera un rey…yo estaba muy contento mamá, era como un rey con todos los niños de rodillas a mi alrededor…el maestro dijo que pedir perdón y saber perdonar hace grandes a las personas, yo no lo he comprendido muy bien, porque en el comedor del cole me dicen que para crecer y hecerme grande lo que hay es que co-mer de todo…mañana vuelvo, mamá, estoy muy contento, y a lo mejor tengo que cantar otra vez…Manuel es muy bueno, mamá, me ha dicho que soy un ángel... yo cuando sea mayor quiero ser maestro, mamá, como Manuel... y para eso no puedo faltar al cole ni un día…

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Del diario de clase de Manuel

Cuando Ángel empezó a cantar, todo en el aula se volvió ha-cia él: los libros, los juguetes, la hora, la luz, abrieron sus ojos de tiempo detenido y se giraron para mirar al niño. La voz se mostraba enredada de alma y el alma fluía en píxeles de agua. Se derramó gota a gota por el suelo y, lentantemente, fue inundán-dolo todo. Y llegó al patio, en donde también la tarde se preparó para la quietud. El juego de los otros niños dejó de hacer ruido. El ruido siempre acaba en silencio ante la belleza…

El primer niño que se atrevió a asomar la cabeza tímidamente, ya había roto la barrera que lo había separado de Ángel. Se acercó a él y se arrodilló para escucharlo como si nada hubiera ocurrido una hora antes. Venía entregado: la voz de un ángel lo había con-vocado a su llamada.

Poco a poco el resto de los niños regresó al aula, mientras Án-gel cantaba con los ojos cerrados como mirando para adentro; sin notar cómo el mundo se estaba transformando por fuera.

Cuando acabó de cantar, la bondad se había abierto paso en una luz templada. Llenaba todas las rendijas de la tarde. Lo coro-naba todo. Todo había encontrado su paz: el mundo se mostraba con mirada limpia en el rostro de cada niño.

El silencio no fue interrumpido cuando acabó la canción. El aplauso callado fue el círculo que los niños formaban, en donde ya todos, incluido Ángel, tenían su sitio. Y yo había encontrado la herramienta que buscaba para empezar a construir a este niño: su voz.

Fue entonces cuando comenzamos el juego para aprender a pedir perdón y saber perdonar. El perdón es algo que nos hace grandes –les dije. Cada uno se acercó a Ángel y se lo pidió, “por-

que Ángel ha sido esta tarde como nuestro rey”–les comenté.Cuando acabaron el juego, la hora de la ludoteca había fina-

lizado. Ángel se marchó, pero el resto del grupo se quedó cinco minutos más porque tocaba “tiempo de pensar” y había que ha-blar de algunas cosas.

Ángel esta tarde no se precipitó. Supo esperar. Esperó a que los demás conocieran algo de él, porque quizás ello cambiaría las reglas del juego. Y el juego cambió: lo sabía desde su inocen-cia, desde su verdad de niño, que a veces encierra la verdad del mundo. Que “sólo se ama lo que se conoce”, es otra gran verdad, y esta ha sido su lección. Cuando conocemos a alguien, alguna transformación se produce en nosotros. A todos nos queda mu-cho trabajo por delante, a los niños y a mí. Parece que en el grupo un tiempo nuevo comienza... parece que un ángel ha entrado en nuestras vidas...

Arturo Morillo Bonilla

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COMO PEZ EN EL AGUA

¿Qué mar es éste?, ¿dónde me encuentro?, ¿qué encantamien-to tenebroso me ha traído hasta estas aguas desconocidas?, ¿me habrá tragado una morena y estoy en el cielo de los peces?

Quizás fue una medusa, esas sabiondas saben hacerse respetar, en cuanto que le robas un beso salen tras de uno para electrificar-lo, te dejan patitiesos durante horas.

Aquí parece todo muy tranquilo, no siento las mareas revolu-cionando mis escamas, no huele a cieno, no se ven más peces, ni caballitos de mar, con lo pegajosos que son, ni siquiera caracolas, recónchitis, ni cangrejo muerto.

Espera, allí a lo lejos diviso esas algas verdes y blancas que tan-to me gustan. Su sabor es extraordinario, cuando pruebas una se te pone la lengua muy fresquita, causa también un efecto afrodi-síaco, no hay merluza ni sardinita que se resista cuando se acercan a mis branquias y absorben el olor que desprendo al comer estas algas. No es por presumir pero al comerlas me convierto en el Casanova de los mares del sur.

Creo que voy a probarlas, a ver si aparece por aquí alguna de

Pilar María Pérez López

Casada con Alejandro y unida a sus dos hijos Ale-jandra y José Antonio. Mi premio ha sido casarme con el hombre que me ha dado alas para volar hacia todos los horizontes y mi inspiración mis dos perlas más queridas que las guardo como el tesoro más preciado. Estos relatos que se incluyen en el li-bro sueños de papel son los primeros que me atrevo a mostrar al público, espero que sean del agrado del lector y que dentro de muchos años sean parte de una memoria imborrable.

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SUEÑOS DE PAPEL ENTRE LAS SIETE Y LAS NUEVE

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COMO PEZ EN EL AGUA

en cada uno. La mayor parte de su cuerpo está cubierto de algas blancas y no para de mover la boca, como si quisiera respirar por ella en vez de comer. Sus ojos son ovalados y están separados por una fina pared.

Ahora sus pequeños tentáculos vienen hacia mí. ¡Socorro, so-corro, no te aproveches de mí, abusón, suelta, a que te doy un aletazo!

¿Dónde estoy, que me ha pasado?, ay no, por Neptuno, estoy en otro de esos encantamientos. Esta vez el espacio es más peque-ño y parece que las barreras son redondeadas. Hay también un pez escondido tras el cofre, no me extraña, habrá cogido depre-sión postbrujo.

Ahora nos observa un brujo de menor tamaño, debe ser un novato que quiere practicar brujería con nosotros. Este es aún más feo: tiene dos tentáculos más en la cabeza y delante de sus ojos unas piedras cuadradas que hacen que sus ojos se vean enor-mes. En su boca hay una jaula de metal, seguro que para castigar a los peces que no colaboren con los experimentos. Yo mejor hago todo lo que me digan, voy a empezar dando volteretas y haciendo tonterías a ver si le caigo en gracia y no me come.

Pilar María Pérez López

mis admiradoras para rescatarme de este lugar tan solitario.¡Por las barbas de Neptuno, que sabor más horrible, nunca

antes había probado algo con un sabor tan horrible!, no puedo masticarlas se desplazan de un lado a otro de mi boca y por más que intento masticarlas siguen sin deshacerse, ¿qué clase de bro-ma es ésta?

Ay va, un cofre, ah ya sé, me he dado algún golpe con los arre-cifes y he ido a parar a un barco hundido.

Ay, ya, ya, y, ¡peligro, peligro!, salen burbujas de él. Mi madre siempre me advierte antes de nadar en mar abierto que me fije en las burbujas, y si éstas son mayores que las mías, que me aleje por-que quiere decir que pertenecen a un pez mayor que yo, así que le voy a hacer caso, voy a tomar carrera y salir pitando de aquí.

Una, dos y… ¡ay, que dolor!, ¿quién me ha dado un porrazo?, ¡no es posible una pared transparente! Voy a dar media vuelta para nadar en la dirección opuesta. Recónchitis, aquí también hay otra pared, por más direcciones que tomo siempre me choco con esta barrera transparente, parece un encantamiento. Ya sé lo que ha ocurrido, esos mequetrefes de la escuela de brujos de la comunidad de los pulpos, me ha cogido para sus prácticas. Estoy perdido, a ver como salgo de ésta.

Ah, ¿con que estabas ahí?, ¡eh tú, cara de alga, si ven , ven, que vas a probar mi aleta de nácar.

Desde luego, hay que reconocer que el brujo da un poco de miedo: tiene una cabeza muy pequeña con algas negras sobre ella. Su cuerpo es más alargado de lo normal y en vez de salirle ocho tentáculos de la cabeza, como es normal en todos los de su espe-cie, tiene cuatro repartidos de dos a dos arriba y debajo de ese cuerpo alargado. De los tentáculos superiores le salen cinco más

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POR UNA LLAMADA

-¿Oiga?-Hijo mío,¿eres tú?. Me siento mareada y la muchacha ya se ha

ido. He llamado también a tu hermana pero no contesta.-Perdone señora. No soy su hijo, vivo en Madrid. Pero mire

marque el 112 y cuente lo que le pasa. Si no, espere que lo haré yo. Dígame su nombre.

-Carmela García Sánchez.-Ahora me dice el nombre de su calle y el número.-Calle Mesones, número 15.-¿Vive en un pueblo o en una ciudad?-Vivo en Marchena.-Pertenece a la provincia de Sevilla ¿verdad?-¿Cuénteme qué le pasa?-Me siento muy mareada.-Tranquilícese, ya mismo está ahí el 112.

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Josefina Pineda Falcón

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POR UNA LLAMADA

abrazo. Hasta otro día.

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-¿Carmela?-Dígame.¿Ignacio?-Sí.-Hoy lo he reconocido.-Pues sí. Ayer le hablé de mí. Hoy me gustaría saber de su

vida.-Mi vida…Pues creo que ha sido dura, como la de mucha gen-

te de mi generación. Nací en el año 1926, el 15 de diciembre. Así que cuando estalló la guerra civil, no tenía ni diez años.

Mi padre fue destinado a Granada donde luchó en el bando de los nacionales. Recuerdo un viaje que hicimos mi madre, mi hermano y yo para visitarlo. Era la primera vez que me subía a un tren. Nos pasamos muchas horas viajando, comimos varias veces y aunque en aquella época no había mucho que comer, mis abuelos tenían una huerta y nunca pasamos hambre.

Cuando llegamos a Granada había muchos soldados por la ca-lle y no se me olvida el abrazo que me dio mi padre y las lágrimas que corrían por su cara.

Una vez terminada la guerra, seguimos viviendo en la huerta de los abuelos. Desde muy pequeña ayudaba en los trabajos del campo y aunque no íbamos al colegio, mi padre siempre quiso que mis hermanos y yo aprendiéramos a leer y escribir y a hacer cuentas. Así que tres días a la semana iba un maestro a enseñar-

-¿Carmela?-¿Dígame?-Soy Ignacio, el madrileño ¿me recuerda?-Claro que sí.-La llamaba para preguntarle por su salud.-Pues mire, me encuentro mucho mejor.-Me alegro mucho.-Y usted, Ignacio ¿cómo se encuentra?-Muy bien, gracias.-Debe ser usted joven.Tiene una bonita voz.-Bueno, ya no soy tan joven. Tengo treinta y ocho años. Usted

sí que tiene una voz y un acento bonitos. Me encanta su forma de hablar.

-Muchas gracias. Es usted muy amable.¿Está casado?.-Sí. Llevo ya diez años casados.-¿Tiene hijos?-Tengo dos niñas de siete y cinco años.-Muy bien. Las niñas suelen ser cariñosas con las padres.-Sí, es así, siempre están esperando que llegue a casa para jugar

conmigo.-¿Pasa muchas horas fuera de casa trabajando?-Pues la verdad es que sí. Soy el director comercial de una em-

presa de seguros y trabajo mañana y tarde. A veces llego a casa a las nueve de la noche.

-Como consejo personal le diría que disfrute que de su fa-milia todo el tiempo que pueda. La vida pasa rápida y luego nos arrepentimos del tiempo que no hemos compartido con los que queremos.

-Bueno Carmela, la tengo que dejar. Me llaman al fijo. Un

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POR UNA LLAMADA

Mis dos hijos sí fueron al colegio, mi hija sólo realizó estudios primarios pero yo tenía interés en que mi hijo estudiara una carre-ra y tuvimos suerte, porque fue buen estudiante y pudo matricu-larse en la Universidad Laboral. Estudió la carrera de magisterio.

-Carmela, siento tener que interrumpirla pero me están lla-mando al fijo. Mañana seguimos.

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-¿Carmela?-Hola Ignacio.-Me gustaría mucho que continuara contándome su historia.

Lo dejamos cuando su hijo estudió la carrera de magisterio.-Pues sí, mi hijo estudió la carrera de magisterio y enseguida

empezó a trabajar. Lo destinaron a la provincia de Cádiz, a un pueblo llamado Zahara de la Sierra. Allí conoció a la que sería su primera mujer. Con ella tuvo dos hijos.

Por aquella época yo tenía ya tres nietos de mi hija que tampo-co vivían en el pueblo. Ella se casó con un joven del pueblo que era guardia civil. Fue destinado al País Vasco y allí nacieron sus hijos y vivieron algunos años. Pero afortunadamente, cuando em-pezó la oleada de atentados terroristas mi yerno ya tenía destino en Andalucía, en un pueblo de la sierra de Huelva llamado Ara-cena. Aunque no los veía tanto como ahora que viven en Sevilla, me tranquilizó mucho el saber que ya no tenían un destino tan peligroso como el anterior.

Realmente nos quedamos solos en el pueblo mi marido y yo

nos. Mi padre le pagaba cada día que iba, a veces con dinero y la mayoría de las veces con productos de la huerta.

-Perdone Carmela, me está esperando un cliente. Mañana la vuelvo a llamar y me sigue contando.

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-¿Carmela?-Hola Ignacio.-Ayer me contó usted una parte de su vida. Me gustaría que

continuara.-¿Dónde lo dejamos?-Pues me hablaba del maestro que iba a la huerta a enseñarles

a leer.-Seguimos viviendo en la huerta muchos años y ayudando mis

hermanos y yo en el trabajo en el campo.Con dieciséis años conocí a un joven de mi pueblo y después

de cinco años de noviazgo sería mi marido.Nos fuimos a vivir a casa de mis suegros. En aquellos tiempos

era muy frecuente, no teníamos dinero para comprar una vivien-da.

Al año de nuestra boda nació mi hija y cuando la niña tenía cinco años vino al mundo mi hijo.

Mi marido también trabajaba en el campo, y yo vendía hor-talizas en el mercado de abastos. Así reunimos dinero suficiente para comprarnos una casita en el pueblo. Era muy pequeña, pero estaba muy bien situada.

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POR UNA LLAMADA

“Querida Carmela: Espero que se encuentre bien de salud y que le alegre recibir

esta carta . Aunque últimamente no la he llamado, me he seguido acordando de usted y la prueba está en el libro que le prometí. Espero que le guste. Lo he titulado “Por una llamada” porque fue gracias a esa llamada suya como nos conocimos, cosas del destino.

Un fuerte abrazo. Ignacio”

Josefina Pineda Falcón

demasiado pronto, mis hijos dejaron el nido muy jóvenes, pero nos llevábamos muy bien y sobre todo, nos seguíamos queriendo. Si hago ahora un balance de mi vida, le diría que fueron años muy felices a pesar de las estrecheces económicas y de no tener cerca a mis hijos.

Esta felicidad se truncó cuando mi marido fue diagnosticado del mal de Alzeimer. Fue muy duro ver cómo la persona amable y bondadosa que fue, se convirtió en un desconocido, primero en una persona agresiva y al final en un bebé grande.

Cuando murió me sentí muy sola y muy triste porque no te-nía ya ninguna persona de la que ocuparme. Pero poco a poco fui saliendo de le depresión y aquí estoy, aceptando el paso del tiempo con todos mis achaques pero también con muy buenos recuerdos.

-Carmela le voy a hacer una pregunta. Usted me ha dicho que no fue a la escuela, no tiene estudios.¿Cómo se expresa usted tan correctamente?

-Verás hijo. Siempre me encantó leer y en los últimos siete años he leído mucho. Tengo una artrosis en la rodilla que no me permite pasear todo lo que me gustaría. Así que paso muchas horas en casa y la lectura me relaja mucho.

-Ahora le voy a proponer algo. A mí también me encanta leer. Pero últimamente tengo mucha inquietud por la escritura.¿No le importaría que hiciera un relato con esta historia?

-Por supuesto que no. Incluso me haría mucha ilusión que me lo mandara.

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A UN PASO

Aquel día fue demasiado frío, no debí verte de ese modo.A través del cristal mojado del autobús, desde lo alto te vi.El autobús paró justo delante de ti, para cuando tu orgullo ya

estaba más que destruido.Tu mirada de modo instintivo se apartó de todos aquellos que

habíamos sido tus compañeros de viaje antes, cuando viajabas acompañado de tu, ahora, amiga lejana: la esperanza.

Nos acostumbramos a ti, Días antes tocabas tu pierna como el jockey a su caballo al salir a carrera.

Hoy a un paso está la vida que deseaste, a dos escalones im-posibles ahora de subir. El autobús pasará, simplemente, pasará.

Tragas las lágrimas no derramadas. Y condenado por la suerte irracional de la vida cambiarás de trabajo, ¿te viste alguna vez, en los pensamientos más cómicos de tu vida con los cartones nume-rados en tu pecho?

Pineda Núñez, Rebeca

Rebeca Pineda Núñez

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JOSELITO

- ¡ Canijito ! ¡ Canijito ! ... ¡ En la puerta está el hombre que quiere leche !.

Cruzó el zaguán, el portal y el cuadrado patio de ladrillos tri-turados por el paso diario de las cabras, con unas pocas macetas de geranios rojos y el pozo con una cuba de latón enganchada sobre el brocal.

Llegó hasta la cocina donde se oía el vibrante ruido del molino de Joselito y esperó pacientemente a que Antonio le acercara un jarrillo de lata de espumosa leche recién ordeñada.

Una vez que había terminado dejó el cacharro en el poyo de la cocina, asintió con un gesto de agradecimiento y se marchó.

Manuelita, observaba como se alejaba calle abajo aquel miste-rioso hombre, con una mochila colgada al hombro.

¡ Qué personas tan curiosas había conocida en su infancia ! Era esta niña, una chiquilla extremadamente delgada, de piel

blanca, ojos rasgados que se encogían cuando gesticulaba una

Manuela Roldán Santos

Al día siguiente volvió el principito.

- Hubiese sido mejor venir a la misma hora – dijo el zorro -. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡ descubriré el precio de la felicidad ! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón … Los ritos son necesarios.

El Principito. Antoine de Saint-Exupéry

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JOSELITO

y sobre todo les insistía en las cosas tan maravillosas que de ellos podían aprender. Para conseguir un buen clima de estudio en aquel bullicioso lugar, encargó al carpintero una mesita de escri-torio con tres cajones para guardar los lápices y los cuadernos; compró un flexo color platino para que la vista no se les cansara y un lote de diccionarios con láminas de colores donde sus hijos aprendían las banderas de los países, las clases de reptiles, las hier-bas aromáticas y un sinfín de cosas más.

Había logrado crear en un rinconcito una pequeña biblioteca, donde se amontonaban unos libros antiquísimos de pastas duras, llamados manuscritos, los de Medicina Natural del Dr. Wander y revistas sobre la Guerra Civil.

Aprovechaba los ratos que tenía para hablarles de historias que él conocía; las de “El Cid Campeador”, o las fábulas de Sama-niego, Esopo, Iriarte, memorizando poemas que ellos aprendían de carrerilla:

Varias personas cenaban con afán desordenado

y a una tajada mirabanque habiendo sola quedadopor cortedad respetaban.

Uno, la luz apagó para atraparla con modossus manos al plato llegóhalló las manos de todos

pero la tajada no.

- Otra -le repetía Manuelita- enséñanos otra y él pacientemen-te, con su peculiar gesto y su tierna mirada comenzaba:

sonrisa, haciéndolos similares a los de los orientales. Nunca estuvo contenta con su físico, no le gustaba su pelo liso,

con un flequillo que caía recto sobre la frente y odiaba las feas ga-fas con aquellos cristales tan gordos que tenia que soportar.

En contrapartida a tanto desencanto, suplía todo ese malestar volcándose en el juego, pasaba jornadas interminables sumida en él, desarrollando su imaginación en la calle, aún sin asfaltar, de tierra dura donde pasaba tardes enteras jugando a la lima, a las chapas y sobre todo aprendiendo a montar en bici, una Orbea verde que le habían regalado a su hermano y que ella se encargaba de coger cuando el otro no estaba.

El resto del día lo pasaba en su propia casa, con su pandi-lla, allí entraban y salían grupos de chiquillos que disfrutaban de aquel entorno tan curioso.

El negocio familiar ocupaba gran parte de la vivienda. Había varios cuartos donde se apilaban los sacos de avena, maíz, afre-cho, soja, trigo y cebada.

Luego la tolva, dónde caían todos los granos de cereales ab-sorbidos, por un tubo, que procedían del pilón; la mezcladora y al final la báscula, dónde Joselito pesaba los sacos, los ataba con guitas, apretándolos con sus fuertes y recias manos y trans-portándolos en la carretilla hasta la furgoneta, para luego salir a repartirlos.

En este escenario creció Manuelita rodeada de polvo, ruido, gentes que entraban y salían, cabreros y vaqueros que venían por el saco de pienso para su ganado.

Y no precisamente por la paz y la quietud que se respiraba en esta casa, se encargó Joselito, con su especial saber hacer, que sus hijos estudiaran; les inculcó en primer lugar su amor a los libros

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JOSELITO

... Bebiendo un perro en el Nilo al mismo tiempo corría.

¡ Bebe quieto ! le decía un taimado cocodrilo…

Había un personaje literario con el que disfrutaba especial-mente, y se reía cuando lo contaba. Era Sancho Panza, el escudero incondicional, de él, repetía los consejos que recibía de su señor antes de marchar a Barataria y él con su desparpajo soltaba:

“Sancho, sé limpio,… no te dejes crecer mucho las uñas, bebe con medida… Y sobre todo no masques a dos carrillos, ni se te ocurra eructar delante de nadie…”

Para finalizar aludía al mismo Don Quijote y terminaba con la célebre reflexión que éste hacía sobre la libertad:

“ La libertad, Sancho, es uno de los dones más preciosos que han reci-bido los hombres: vale más que todos los tesoros de la tierra y del mar, y por ella conviene la pena arriesgar la vida si es preciso, pues no hay pena mayor en el mundo que ser esclavo de otro o verse cautivo ”

Fue Joselito un señor que pasó desapercibido para muchos, porque su manera de ser lo hacía prudente, silencioso, pero in-discutiblemente dejó profunda huella en todos aquellos que lo conocimos, lo disfrutamos y aprendimos de él, honesto, autodi-dacta, amante de la Paz.

Mi entrañable padre

Manuela Roldán Santos

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EL PUENTE Nº 12

En Mesalandia estaban muy preocupados porque cada vez eran menos los jugadores que llegaban a visitarla. Pero quienes estaban más preocupados eran los habitantes de Villaoca.

La gran oca Carola, seleccionadora nacional de ocas, notaba que cada vez eran menos las ocas voluntarias para llevar a los jugadores de oca en oca .Para los jóvenes ocas era un gran honor que le seleccionaran y entrenaran.Nadie se inscribía y las listas de espera habían desaparecido pues también la población de ocas estaba descendiendo.Esto preocupaba mucho a Carola y a su ayu-dante Carolina pues la población estaba desapareciendo y nadie sabía ni cómo ni porqué. Las familias tenían miedo de dejar salir a las ocas la prado o la lago y especialmente en las noches de luna llena.

Al no haber ocas suficientes el recorrido por la ciudad era len-to y aburrido.En la posada, el pozo, la cárcel y en el laberinto ya no había ambiente y el negocio había descendido, eran locales en decadencia.Sin embargo había un sitio del que se hablaba a es-condidas y a media voz entre las jóvenes ocas era el puente nº12. Allí en las noches de luna llena decían que llegaba la oca más

Milagros Roldán Morillo

“Disfruta de tus logros así como de tus planes”

Max Ehrmann Desiderata

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EL PUENTE Nº 12

grande y hermosa que nadíe había visto.Con unas plumas bri-llantes y bien peinadas, alas bien dibujadas blancas como el nácar y entrenadas para volar.Era seleccionadora de ocas pero no de un juego de oca tradicional sino de otro interactivo. En este nuevo juego te ofrecían una vida mejor con más independencia e inti-midad y menos disciplina. Nadie sabía lo que era eso de “juego interactivo” porque nadie había vuelto para contarlo.

La gran oca Carola estaba decidida a descubrir lo que ocurría en el puente nº12, así que al atardecer se escondió entre los jun-cos del río y esperó a que ocurriera algo.Cuando la luna estaba en lo más alto del cielo apareció volando una gran oca y llegado el momento entró en su gran barriga blanca y plateada. Allí dis-frazada entró con las demás ocas y reconoció a muchas. Después de un corto vuelo y con un acento un poco raro les comunicaron que bajaran por una pasarela y al mirar hacia bajo tanta fue su sorpresa que tuvo que hacer un gran esfuerzo por controlarse al ver a todas sus alumnos y alumnas hacinados en jaulas y con unas plumas muy extrañas.En su desconcierto no se dio cuenta que entraba en una cinta transportadora, donde le trabaron las alas y donde millones de manos le lavaban, cepillaban, desisfectaban y lo peor de todo la desplumaban, dejándola exhausta, avergonzada y muerta de frío en un gran patio rodeada de jaulas y de vallas publicitarias donde su compañera Carolina alababa la calidez de los edredones rellenos de plumas de oca.

Roldán Morillo, Milagros

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AMIGA ENEMIGA MÍA

Carmen estaba en la muy cuidada, terraza de su piso, sentada en la que definitivamente sería su inseparable amiga-enemiga con ruedas. Miraba hacia la amplia avenida que se abría bajo sus pies. Ésta es la arteria principal del pueblo donde Carmen tendría que luchar diariamente para desenvolverse, en ella el trajín de per-sonas y vehículos era incesante durante todo el día; empresarios dirigiéndose hacia los bancos para realizar sus gestiones; amas de casa entrando en las mismas entidades para sacar o meter algún dinero; los distintos repartidores dejando sus furgonetas en doble fila, contribuyendo muy directamente a aumentar el caos circu-latorio conforme pasan las horas; los jubilados ociosos dando sus lentos paseos o simplemente sentados en algún banco viendo pa-sar la gente y charlando, a veces discutiendo, de cosas sin impor-tancia; los empleados municipales barriendo entre los estrechos espacios que dejan los coches, haciendo verdaderas piruetas para recoger toda la basura, cosa a todas luces imposible; las seño-ras bien arregladas, pero de manera informal, con sus carritos o bolsas para hacer la compra diaria, puesto que la semanal desde

“Amigos verdaderos son los que vienen a com-partir nuestra felicidad cuando se les ruega y nuestra desgracia sin ser llamados.”

Demetrio de Falerea

Francisco Javier Santos García

Poesía para el pobre, poesía necesariacomo el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto,para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos de-jandecir que somos quien somos,nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujocultural por los neutralesque, lavándose las manos, se desentienden y eva-den.Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Gabriel Celaya

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AMIGA ENEMIGA MÍA

dola a ese nuevo momento.Todo esto ocurrió en tan solo nueve meses: el accidente, los

días en la UCI, la incertidumbre de las secuelas, la esperanza de una recuperación completa, el apoyo de los verdaderos amigos y amigas, y lo más duro, cómo asumir el gran cambio que sufrió la vida de la joven y su familia. Ahora tenían que dar un giro a sus planteamientos.

Todos los días Carmen se desplazaba a la capital, unas veces la llevaba su padre, otras su hermano e incluso alguna que otra vez su “amigo” Daniel, allí recibía un tratamiento integral, en el centro de recuperación que tenía la asociación de ayuda al disca-pacitado en la cual Carmen se había inscrito. Esta asistencia era completísima: tenía un gimnasio donde durante una hora realiza-ba agotadores ejercicios ayudada por magníficos monitores muy concienciados con su trabajo, talleres de terapia ocupacional don-de le impartían clases acomodadas a su nueva situación: cómo desenvolverse con su, desde ahora, amiga-enemiga silla de ruedas, cómo adaptar los útiles diarios de su hogar, cómo utilizar mejor el mobiliario urbano, cómo incorporarse a la vida laboral,... y, sobre todo, tenía a su disposición un equipo de profesionales que le ayudaban psicológicamente a incorporarse nuevamente a la so-ciedad. Fue en una de estas sesiones, junto a sus familiares, donde Carmen planteó reiniciar su trabajo.

-Papá, he estado hablando mucho del tema con los doctores y todos coincidimos en que debería comenzar a trabajar de nuevo. Ellos me han enseñado a desenvolverme sola y yo me veo con fuerzas para hacerlo –explicó Carmen dirigiéndose a todos.

-¿No crees que aún es pronto para que salgas sin ayuda a la calle? –afirmó más que preguntó su madre.

hace tiempo se deja para ir el sábado con la familia al “hiper” que montaron a las afueras del pueblo; y como no, algunos chavales que ese día decidieron darse unas vacaciones del instituto y que merodeaban de tienda en tienda sin rumbo fijo dejando pasar el tiempo.

Las lágrimas no cesaban de caer por sus mejillas, aunque hacia todos los esfuerzos posibles para detener este llanto, no lo conse-guía, sería casi con toda seguridad porque desde el día del trágico accidente hasta ahora no había derramado una sola. Sentía que su vida se estaba volviendo triste, sin sentido y sin esperanzas.

Fue en un día con un sol espléndido cuando a Carmen se le ocurrió, maldita la hora, visitar a su amiga María. Cogió la moto de su hermano y como era normal dejó el casco en casa. Ocurrió en un instante, un cruce sin peligro aparente, una distracción y la mala suerte de golpearse la cabeza con el parabrisas del coche con el que chocó, después vino el hospital.

En un principio los médicos no confiaban en que Carmen saliese de esa situación, pero la juventud, la fuerza y las ganas de vivir hicieron que la evolución fuese favorable; poco a poco fue recuperando el sentido, fue recordando su vida y con el paso de los días se perdió el temor a la muerte. Pero las secuelas se hicieron inevitables. Carmen quedó paralizada de cintura hacia abajo, y con ello comenzaron los viajes de hospital en hospital, de ciudad en ciudad, buscando un remedio clínico o, a veces, un milagro. Este interminable recorrido terminó cuando su familia se hizo a la idea de que este esfuerzo no tenía ningún sentido, que las energías había que encauzarlas hacia la recuperación psíquica de Carmen, había que ayudarla a adaptarse a su nueva situación, había que enseñarla a desarrollar su vida normalmente, acoplán-

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AMIGA ENEMIGA MÍA

-Sabes que el dinero no es problema, no es que nos sobre, pero lo primero es lo primero –intervenía esta vez su hermano José-, pero creo que llevas razón, debes intentar con todas tus fuerzas hacer tu vida lo más normal posible. Yo me comprometo a acompañarte los primeros días, mientras te haces un poco al recorrido.

-Muchas gracias hermano, no esperaba menos de ti.-Bueno, si lo tienes tan claro, tu sabes que nosotros lo que

queremos es lo mejor para ti, así que vamos a poner todo de nues-tra parte para que puedas hacer lo que quieres –al fin, entraba en razón su padre.

-Mamá, no te veo muy convencida.-Es que las calles del pueblo están tan mal, hay tanto tráfico y

la gente no... –insistía su madre cabizbaja.-No te preocupes por eso, estando en el hospital me visitó el

amigo del hermano que es Concejal de Urbanismo y me prome-tió que las siguientes obras que se realizasen en el pueblo serían para adaptarlo a la normativa –seguía explicando Carmen-. Ese hombre es muy serio en lo que promete y me dijo que él estaba muy concienciado con el problema, que no me iba a olvidar.

Pasaron un par de meses y las obras de adaptación en su ofici-na no habían terminado. Primero hubo problemas con el Ayun-tamiento para hacer la rampa en la entrada y luego surgieron otros con los aseos. Carmen no quería desesperarse, la verdad es que no faltaban visitas todos los días en su casa, Daniel y María iban a diario junto con otros amigos y amigas, pero ella quería salir no sólo a pasear, no quería dar lastima, quería con toda su alma sentirse independiente, útil, ser una persona más, en silla de ruedas, pero una persona más.

-Aquí en la ciudad, durante las clases, me desenvuelvo perfec-tamente y los monitores me han dicho que estoy más que pre-parada –respondía ella a su madre-. Además, la oficina donde trabajo está cerca de casa, no necesitaré usar ningún transporte para llegar a ella.

-Pero en el pueblo es distinto, allí vas a encontrar más obstá-culos en la calle, aquello no está preparado para las personas en silla de ruedas. La gente no tiene cuidado al aparcar y taponan los pocos accesos que existen. Las aceras son estrechas y repletas de obstáculos –insistía, esta vez, su padre.

-Creo que deberían cambiar de postura y apoyar a su hija en esta difícil decisión –precisó el doctor-. Ya hemos visitado, junto a ella, la empresa donde trabajaba y no han puesto ninguna pega a su incorporación, todo lo contrario, están contentísimos, prueba de ello es que se han comprometido a poner una rampa en los es-calones de la entrada y a adaptar su lugar de trabajo y los aseos en el plazo de un mes. La sensación que yo me llevé fue magnífica, el grado de compromiso que vi en sus compañeras, compañeros y jefes ya lo quisiera para otros casos –seguía relatando el doctor.

-Yo, lo tengo muy meditado, voy a incorporarme en cuanto realicen las adaptaciones. He llegado a un acuerdo con ellos para trabajar cuatro días a la semana, de lunes a jueves, así podré seguir viniendo al centro los viernes. Mamá, papá, tenéis que ser cons-cientes de que mi vida tiene que rehacerse, que la asistencia que estoy recibiendo cuesta dinero, las ayudas de las administraciones son escasas y llegan muy tarde. Necesito vuestro incondicional apoyo para afrontar todo esto –intentaba convencer Carmen a sus padres.

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AMIGA ENEMIGA MÍA

después de casi un año de haber comprometido su palabra. Ella no contaba con esta incidencia, la cual la obligaba a replantear la situación. Su hermano se comprometía a llevarla por las maña-nas, pero cuando terminaba la jornada a las tres de la tarde, José no podría, pues él tenía que estar en su puesto de trabajo, así que por la tarde, y mientras el Ayuntamiento no cumpliese con su obligación, se irían turnando las compañeras y compañeros del trabajo para acompañarla de vuelta a casa.

Otro problema que solucionó con la ayuda inestimable de Laura, una compañera, era el del desayuno, pues los bares de al-rededor no tenían un acceso adecuado; así que Laura iba por los cafés y juntas desayunaban en la propia oficina.

Así transcurrieron cuatro meses. En la oficina se normalizaron las tareas, ella cumplía con su trabajo, básicamente ante el orde-nador y los recorridos diarios de ida y vuelta seguían siendo una odisea digna de guión cinematográfico. Carmen sentía que se la estaba privando del bien y del derecho más preciado, la libertad. La libertad de no tener que depender de la ayuda de los demás. Pero ella no estaba dispuesta a que las cosas siguiesen así. Decidió asistir, por las tardes, a la autoescuela para normalizar su carné de conducir y adaptar su coche, que una vez más tuvo que sufragar ella sin contar con las tan cacareadas ayudas oficiales, además un día armada de valor, descolgó el teléfono y llamó a ese hombre que un día le prometió su ayuda.

-Ayuntamiento, dígame.-Buenos días, soy Carmen Jiménez, quisiera hablar con el

Concejal de Urbanismo, Paco Muñoz.-Espere un momento –volvió a contestar esa voz que de muy

mala gana se oía al otro lado del auricular.

Al fin llegó ese día tanto tiempo esperado, un año después del fatídico percance, Carmen podía incorporarse nuevamente a su trabajo, podría reiniciar esa rutina que a ella no le cansó nunca y ahora necesitaba con ansiedad. En su oficina fue acogida de manera entrañable, todas las compañeras y compañeros hacían lo posible para facilitarle el trabajo e informarla de las novedades producidas durante su ausencia, casi todo fue perfecto, excepto ese excesivo paternalismo que Carmen no necesitaba pero al cual tendría que ir acostumbrándose sino quería estar de mal humor con todos. En la oficina sí rodaban las cosas como debían, pero el problema surgía antes y después de la jornada laboral. Este primer día, como prometió, su hermano José la acompañó, ayu-dándola a subir en el pequeño ascensor de su bloque, en el que lógicamente cuando lo instalaron no contaron con este tipo de contingencias, al igual que la ayudó para bajar los veinte centí-metros de bordillo de la acera, la ayudó a sortear los coches mal aparcados que no permitían el acceso a la acera de enfrente, la ayudó a bordear, sin caer fuera, los alcorques de los árboles que en ocasiones ocupaban casi por completo la vía y estaban evidente-mente sin cubrir por una rejilla, la ayudó quitando las motos que interrumpían el paso, estacionadas de mal modo sobre el acerado, la ayudó nuevamente a bajar y subir otros bordillos de otras ca-lles que tampoco cumplían la mínima normativa y que alguien, en el gobierno municipal, olvida periódicamente de solucionar. Esto causo a Carmen una gran desilusión, aunque estaba men-talmente preparada para afrontar estas situaciones, ella esperaba que la promesa hecha por el Concejal de Urbanismo, amigo de su hermano y muy apreciado en su casa, estuviera ya cumplida y que las barreras que obstaculizan su vida estuvieran ya eliminadas,

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AMIGA ENEMIGA MÍA

tar, las poquísimas que existían estaban mal señalizadas y siempre ocupadas por alguien sin autorización “que creía que le hacía más falta” o “no había visto la señal”. La sociedad seguía insistente-mente poniendo trabas y más trabas a Carmen, pero ella resistía los envites del destino sin derramar una sola lágrima, afrontando los problemas con valor y apoyándose en la gente que verdadera-mente la quería, que no sentía lástima, sino que la comprendían y luchaban junto a ella. En esta fuerza moral que exhibía tenía mucho que ver, además de su familia, su “amigo” Daniel. Él era su apoyo, quien no se olvidó de ella, todo lo contrario, quien se volcó con Carmen. Y su amistad se fue convirtiendo con el paso del tiempo en amor. Un amor que la aceptaba tal y como era ella y su realidad.

Salían con la pandilla a la única cafetería del pueblo donde para tomar unas copas y escuchar algo de música no tenía la nece-sidad de “escalar el Everest”, y también encontraron en la capital un cine accesible al cual iban con cierta frecuencia. Esta comuni-cación, este compartir emociones y percibir sensaciones relajantes y excitantes, hacía sentir a Carmen que su mente y su corazón estaban vivos.

El tiempo pasaba, Carmen una vez acabada la jornada labo-ral, llegaba cada día a casa más agotada, dispuesta a practicar el “deporte” de tumbarse en el sofá unas horas para reponer fuer-zas y seguir con sus actividades en aquel maravilloso pueblo tan condenadamente lleno de barreras arquitectónicas. Un buen día, harta de promesas realizadas a través del teléfono, decidió pedir permiso en el trabajo para ir a hablar directamente con el Alcalde sobre esas obras que no acababan de realizarse.

-Hola Carmen, cómo estás –respondió en un instante el ami-go de su hermano-, que quieres.

-Hola Paco, te llamo porque quería saber cómo van las obras de adaptación y eliminación de barreras arquitectónicas en la vía pública que hace ya tiempo me dijiste que ibais a realizar en el pueblo.

-Mira, tenía que haberte llamado ya –contestaba el Concejal con voz nerviosa- para informarte del tema. Tu hermano cada vez que me ve, me lo recuerda y no sabes lo que insiste, pero es que estoy tan liado. Bueno a lo que vamos, estamos a la espera de recibir una subvención de la Junta que no acaba de llegar, pero en cuanto recibamos el dinero te aseguro que nos ponemos manos a la obra.

-Paco, sé que el dinero del Ayuntamiento es poco, pero es que a veces lo invertís en obras que no son urgentes y éstas pienso yo que son de extrema necesidad para que personas como yo, en silla de ruedas, podamos ejercer nuestros derechos –seguía insistiendo Carmen con más énfasis.

-Ya lo sé Carmen, no te preocupes que estoy al cien por cien contigo y le voy a dar prioridad al tema –concluyó Paco-, adiós, ya te llamare.

-Adiós, Paco.Continuaba la limitada vida de Carmen, con su rutina que

cada vez la cansaba más. Adaptó el coche y aprendió con rapidez a manejarlo, con lo que solucionó, a medias, el problema diario del traslado al trabajo. Pero esto le creó otro nuevo problema, ¿dónde aparcar?. Para ir al Centro de rehabilitación los viernes no tenía dificultad, pues había varias plazas de aparcamiento reser-vadas para personas con minusvalía. Pero el pueblo era otro can-

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AMIGA ENEMIGA MÍA

mentos estaba reunido y que tardaría sobre una hora en terminar, a la vez que le preguntaba si ella podía serle de utilidad en algo. En vista de que insistía en verlo a él, la secretaria le ofreció un despacho de la planta baja para que esperase y donde luego le atendería.

En esa hora, que se le hizo interminable, rondó por su cabeza el pensamiento de que era una tontería todo lo que estaba ha-ciendo, que las cosas son como son y no valía la pena forzar las situaciones e incluso pensó en marcharse y abandonar la idea de exigirle a la máxima autoridad de su municipio que cumpliese con su deber de hacer accesible el pueblo para todas las personas independientemente de sus circunstancias personales. Pero no lo hizo, siguió esperando en aquel pequeño cubículo ocupado por una mesa y dos sillas, de esas que se abandonan derrotadas por el frecuente uso y que sólo se pueden encontrar en edificios tan vie-jos como ése, además de un par de cuadros, ambos con los marcos desencajados y las estampas, representando rincones del pueblo, muy descoloridas. Desde luego aquel lugar no se utilizaba desde hacía tiempo, pero aún así estaba muy limpio, como si los servi-cios de limpieza lo aseasen todos los días sin ninguna necesidad.

Al fin llegó el Alcalde. Con cara muy sonriente, aunque se no-taba que era una sonrisa forzada, saludó a Carmen y ocupó una de las sillas junto a ella. En ese momento sonó su móvil y pidien-do disculpas lo atendió durante un buen rato, saliendo incluso al pasillo en algunos momentos de la conversación. Esta situación comenzaba a enojarla cada vez más, pero ella seguía manteniendo la calma y su apariencia de amabilidad.

-Perdóname, pero es que hoy llevo un día horrible de reunio-nes y de llamadas, parece que todo el mundo se ha puesto de

Pasar nuevamente por la calle del Ayuntamiento le producía, después de tanto tiempo, una rara sensación. Y mira que había pasado veces por allí, pero en otros tiempos, cuando todavía po-día caminar como la que más. Seguro que algún recuerdo de en-tonces cruzaría por delante del parabrisas de su coche.

Tuvo suerte y encontró un estacionamiento cerca, además jun-to a un vado que le permitió acceder a la acera con facilidad, con lo que en un momento se plantó frente a esos dos colosales escalo-nes de mármol blanco, en la entrada del edificio, que le infundían a éste un aire de grandeza, pero que para Carmen representaban la obligación de solicitar nuevamente ayuda si quería traspasarlos. Se armó de valor y así lo hizo. Con la colaboración de un par de jóvenes, que al igual que ella pretendían entrar, sorteó el primer obstáculo y se dirigió al puesto de información, donde encontró una joven muy atenta pero algo despistada.

-Buenos días, quisiera hablar con el Alcalde –solicitó Car-men.

-Buenos días, eso es en la planta primera –respondió la fun-cionaria.

-Gracias, ¿dónde está el ascensor?.-Aquí no hay ascensor –se apresuró a responder la muchacha

advirtiendo que su primera información no había sido muy acer-tada.

-Ya me lo temía –continuaba Carmen, esta vez un poco más irritada-. ¿Podrías llamar a su despacho y explicarle la situación?.

- No faltaba más, espere un momento que enseguida realizo la gestión –concluyó la funcionaria, poniéndose manos a la obra.

Transcurridos unos minutos, bajó la secretaria del Alcalde para atenderla; ésta que la conocía de vista, le explicó que en esos mo-

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AMIGA ENEMIGA MÍA

En ese momento de la conversación, sonó nuevamente el di-choso móvil del Alcalde, volviéndolo a atender, dejando a Car-men con la palabra en la boca. Esta fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Carmen, aprovechando que otra vez salió al pasillo, decidió marcharse y así lo hizo. Cuando llegó a su casa no dijo nada a nadie, se dirigió a la terraza y se quedo fija mirando hacia la calle.

-¿Por qué has vuelto hoy tan pronto? –preguntó su madre, a voces, desde dentro.

-He terminado el trabajo de hoy rápido y no tenía ganas de seguir –contestó, también a voces-, me encuentro algo cansada.

-¿Te encuentras mal? –insistió su madre.-No, solo cansada. Déjame un rato aquí y se me pasara –con-

cluyó.Carmen comenzó a llorar.

Fin

Francisco Javier Santos García

acuerdo para hablar conmigo –intentaba disculparse nuevamente el Alcalde-. Creo que sé por qué vienes a verme. Paco ya me ha estado hablando del tema en varias ocasiones y creo que lo tenía solucionado, ¿o es por otro motivo?.

-No, no es por otro tema, es el mismo que desde hace dos años vengo solicitando. La verdad es que cuando estaba en el hospital y Paco me prometió que ibais a realizar las obras necesarias para hacer accesible el pueblo no le preste mucha atención porque aún creía que me iba a recuperar totalmente, pero ahora no sólo pido, sino que exijo que se realicen esas obras como manda la Ley. No os dais cuenta que yo y otras personas con mi mismo problema tenemos el derecho de sentirnos independientes. Que una socie-dad avanzada es aquella que mira por cada uno de sus ciudadanos y ciudadanas. Además, estas obras también facilitarían el transito de las personas con los carritos de la compra y de bebés, de los mayores y evitarían algún que otro accidente –intentaba explicar Carmen al Alcalde.

-No hace falta que insistas, yo estoy muy concienciado con el problema. Te aseguro que lo hemos discutido y que estamos bus-cando soluciones –relataba el Alcalde de forma diplomática-, ya te he dicho que Paco, el Concejal de Urbanismo, está en ello.

-La verdad es que no se que creer, porque cada vez que veo los gastos que hacéis en el pueblo, algunos de ellos innecesarios o no urgentes como quieras calificarlos, me pongo de muy mal humor y hoy desde luego cuando he llagado a la puerta y he comprobado que ni tan siquiera el Ayuntamiento, la casa de toda la población, está adaptado, ha sido para gritar de desesperación –seguía argu-mentando Carmen, cada vez más exaltada, pero manteniendo el debido respeto y compostura.

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EL DIVÁN DE PEDRO

No puedo creer que esté aquí dispuesto a conocer donde vive

Ana Gloria. Tengo su puerta principal pintada de azul añil , como ella me adelantó frente a mí y parece que es la pantalla de un cine donde mis últimos doce años pasan como un tráiler; imágenes unas tras otras sin orden ni razón, todo los momentos que viví junto a Rosa ,la ilusión con la que empezamos nuestra vida juntos y la llegada de nuestra Sofía. Tengo miedo de sufrir y por otro lado me siento un tipo afortunado por tener una segunda opor-tunidad de amar, de querer a alguien como Ana Gloria que con sólo mirarme me hace sentir necesario y muy especial en su vida, con lo “normalito” que siempre me he visto…

Tengo miedo que mi relación con Sofía se vea afectada con estos cambios, quiero a mi hija como nunca creí que se podía querer a alguien, siento pasión por ella.

Esfuérzate por vivir en armonía con los demás sin renunciar a ti mismo.

Max Ehrmann

Macarena Santos Sánchez

Me molestan las personas cargadas de complejos que intentan hacer sentir inferior a quien le ro-dea.

Adoro a las personas humildes y generosas , siem-pre son muy interesantes.

Carpe diem.

Admiro a las personas que trabajan con voca-ción.

Repaso las frases que más sensaciones me transmi-tieron al finalizar un libro.

Escucho a todas las personas, aunque tengo debili-dad por los niños y nuestros mayores.

Nunca olvido a quien me ayudó.

A mis treinta y cuatro años, si algo tengo claro, es que me queda mucho por aprender.

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EL DIVÁN DE PEDRO

y le dije que en casa de un compañero de trabajo. Ni siquiera tuve valor de decirle que estaba en casa de Ana Gloria y que pronto viviría con ella.

Ya estaba anocheciendo y un destello en el fondo del salón me llamo la atención. Me acerqué y comprobé que provenía del salva-pantallas del ordenador, moví el ratón y comprobé que Ana estaba escribiendo un correo a su amiga Lola....

Querida Lola:

Ya sé que debía haberte escrito antes, pero he estado muy ocu-pada o mejor dicho, no he sabido organizarme tan bien como lo hacíamos cuando vivíamos juntas en éste apartamento. Apenas hace tres meses que te fuiste y me parece una eternidad. Quiero hablarte de Pedro, estamos muy felices juntos, hay expectativas de continuidad y eso es un triunfo que los dos anhelamos. Hay “un algo” que nos crea nuestra nueva identidad, Pedro hace exte-riorizar mis fantasías más secretas y me ayuda a engendrar otras. Gracias a él mis preocupaciones se disipan en el acto.

Por otro lado, tengo que contarte algo muy importante y es que he conocido a Sofía,

la hija de Pedro. Es una niña guapísima de diez años y con una ilusión enorme porque sus padres vuelvan a estar juntos. Apenas hemos coincidido cuatro veces y hoy por hoy no me encuentro con herramientas para construir una relación con ella. Es obvio que ella cree que de alguna manera yo altero su equilibrio anterior y me toma como una amenaza. Continuamente con mi presencia le recuerdo a su madre y con su mirada me hace responsable de la separación de sus padres, cosa que, sin lugar a dudas es irreal.

Espero que el tiempo me ayude a ordenarlo y a abordarlo todo con la suficiente sensibilidad para que Sofía acepte a Ana Gloria como mi compañera.

Por fin, abro la puerta principal y una agradable bocanada de aromas de aceites esenciales me invade. Al fondo del salón hay unos timbales situados encima de un borriquete de madera que en su día se usaba para poner la montura andaluza de su padre y en una esquina del borriquete cuelgan dos frontales de bueyes bordados en plata y justo arriba en la pared, centrando esta composición aparece una frase bordada en lino crudo con un encaje de bolillos alrededor que dice: “La familia, expresión de la caricia de Dios, firmado por su madre. Delante está el sofá apoya-do en una alegre alfombra de tonos malvas y azules que con el la-minado de madera del suelo en tonos azul añil hacen respirar un ambiente muy relajado. Ningún mueble sobresale especialmente, pero todos guardan una estrecha relación de mínima presencia, incluso los tres grandes focos industriales colocados en línea, aportan la luz necesaria. Junto al gran ventanal hay un espejo en forma de flor y en el centro una foto de Ana Gloria con una niña, recuerdo de su última visita sanitaria a Honduras .Como Ana Gloria me había contado, junto al ventanal hay una mesita tallada con una caja con la tapa de cristal que contiene arenas de Jordania y muchos recuerdos .Es un cojín de terciopelo de lunares el que de pronto me llama la atención, Ana Gloria me ha contado en muchas ocasiones como era éste el que le ayuda a conciliar el sueño entre guardia y guardia en urgencias y tuve la necesidad de abrazar. La dulce fragancia de ella me inunda, un olor a talco y canela me eriza la piel. Estaba allí, en su salón, en su vida y de pronto sonó mi móvil, era Sofía , me preguntó que donde estaba

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EL DIVÁN DE PEDRO

Para mí Sofía es una auténtica desconocida, apenas me atrevo a dirigirme a ella, tal vez un lenguaje anticuado imposibilite la capacidad de entendimiento; con ella me siento retraída, nunca logro proceder con libertad , pienso tanto cada acto, que deja de ser espontáneo y sincero.

¿Sabes Lola?, a veces he llegado a pensar en la idea de que las dos deseamos mantener un lugar de honor en el corazón de su padre.

Mi relación con Pedro nació de un entusiasmo y anida en una esperanza, es por eso que estoy segura de que él sabrá conducir todos éstos acontecimientos de la forma más acertada.

No tengo ninguna intención de ejercer de madre de Sofía, ya tiene una maravillosa. Y es por eso, que lo único que pretendo es que me acepte como la mujer de su padre, pues como confidente y aliada él me eligió. Espero que lo entienda, yo esperaré pacien-te, no quiero luchar en ninguna batalla, ni quiero que se rompa ninguna unión, sólo deseo que ella algún día voluntariamente me ceda su confianza.

Levanté la cabeza pensando que quería a Ana Gloria como nunca había querido a otra mujer , fijé la mirada en el cuadro que había en su escritorio con unas frases enmarcadas que decían:

“ Di tu verdad tranquila y claramente : escucha a los otros, aunque sean aburridos e ignorantes; ellos también tienen una historia que contar: Evita a los ruidosos y agresivos, porque ellos alteran el espí-ritu.”

Macarena Santos Sánchez

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PREMONICIÓN

Adela Peña se sacude a manotazos las últimas telarañas del sue-ño mientras intenta recordar la pesadilla que acaba de tener sin saber que, ese día recién estrenado, va a vivirla hasta los límites del horror.

El dolor de la úlcera la golpea como todas las mañanas y mal-dice en voz baja. Camino del baño se toma la primera de las pastillas que tratan de mantener su tensión arterial en valores so-portables y se aprieta el estómago con el puño para aplacar los mordiscos de ese furioso animal que habita en sus entrañas.

Bajo el agua de la ducha intenta recordar el sueño, pero no puede. Por momentos percibe que le llega algo parecido al eco de un lejano recuerdo que se deshace al instante, como ahora, justo cuando antes de maquillarse hace que el aire del secador de pelo barra el vaho del empañado espejo.

No sabe si la angustia más el recuerdo del mal sueño o el no recordarlo, porque ella se fía mucho de sus intuiciones y más de una vez ha comprobado que durmiendo es como mejor se le ma-nifiestan. Y le viene a la mente una imagen neblinosa, fugaz, que

Germán Vayón cumple el presente un número redondo de años del que sus decenas aún pueden ser contadas con los dedos de una mano. O de un pie, que tiene los mismos y no debe ser discriminado por pertenecer a una extremidad… inferior.

En el verano de 2007 participó por primera vez en un certamen litera-rio… y lo ganó. Desde entonces no ha vuelto a presentarse a otro, tal vez porque él, amante de las estadísticas, quiere presumir de ese rotundo cien por cien de efectividad.

En noviembre de 2008 publicó un libro de relatos del que los entendidos saben igual que los profanos: nada. En él ofrece una versión marxista, facción grouchista según su amigo Antonio Luis, de la historia de Caperu-cita que sorprende y deleita a los afortunados que a ella han tenido acceso. Del libro se han hecho tres ediciones, con tiradas de uno, treinta y quince ejemplares cada una y todos ellos han sido adquiridos, curiosamente, por la misma persona: el propio autor, al que su natural modestia le impide plasmar aquí los elogiosos comentarios que le han hecho, sin excepción y sin que medie soborno u extorsión, cuantos han leído su obra.

Y mientras tanto el tiempo pasa, y él, inasequible al desaliento como cierto personaje con quien no tiene intención alguna de compararse, sigue juntando letras que pergeñan historias y espera, con la paciencia y la confianza ciega en el buen juicio literario que sólo un iluso puede tener, a que le den el Nacional de Literatura, el Cervantes o similar. Pero en sus momentos de lucidez sabe que las posibilidades del Nobel son bastante menores y por eso calma a sus incondicionales cuando lo aclaman y quie-ren iniciar campañas para tal fin.

Germán Vayón Ramírez

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PREMONICIÓN

–¿Y qué le pasa ahora? –Su marido está en el hospital...–Estoy harta de excusas... ¿Cuántos días ha faltado ya esa mu-

jer?–Es que tuvo un infarto y está en cuidados intensivos... –con-

testa Toni con timidez.–Llámela. Quiero su informe encima de mi mesa antes de la

una –le responde casi de espaldas, camino de su despacho.Tras una breve reunión con sus subordinadas, Adela Peña se

recuesta en su anatómico sillón de piel y toma en sus manos un portarretratos con el marco de plata. Desde él le sonríe, mostran-do la mella, una rubita pecosa de siete años y expresivos ojazos negros que todo el mundo dice son idénticos a los suyos.

–Berta –dice Adela mientras acaricia la adorada cara con las yemas de los dedos. Y a su mente le llegan recuerdos que quisiera olvidar pero no puede: la palidez de su niña entre las frías sábanas del hospital; las secuelas del duro tratamiento; ella por las noches, recostada en el marco de la puerta vigilando su intranquilo sueño, sin saber si podrá estar ahí la noche siguiente, viéndola batirse en esa lucha desigual; y la pena al ver la cara de Berta, que ha empe-zado a sospechar que algo le pasa, que no es así la vida de otros niños y, pese a todo, nunca ha dejado de sonreír.

De un remoto rincón de su conciencia le llega un aviso, como si fuera la luz de un faro que iluminara un pasaje de ese sueño que se le resiste. Y se estremece. El portarretratos escapa de sus manos y cae boca abajo al suelo. Lo toma y lo vuelve, no sin cierta apren-sión, para descubrir que varias cicatrices cruzan el rostro de Berta y convierten su maravillosa sonrisa en una extraña mueca.

–Berta–vuelve a decir y, a la vez que pasa sus dedos por el cris-

se le escapa sin poder desentrañarla. Ya le ocurrió aquel horrible día, antes de recoger los informes médicos de su hijita, cuando era poco más que un bebé. Se pasó toda la mañana con esta extra-ña sensación de impotencia, hasta que se hizo la luz en su cerebro y la terrible palabra apareció en él nítida, como escrita con ana-ranjados tubos de neón sobre fondo negro: leucemia. Y sólo con ver la cara del médico supo que había acertado.

Poco más de una hora después, perfectamente trajeada, aparca su espectacular todoterreno negro en el subterráneo de un mo-derno edificio, en la zona reservada con un rótulo que reza: “Di-rectora General”.

Pese a ser sábado la actividad es frenética entre los empleados, que se enderezan en sus asientos y ponen cara de intensa con-centración en cuanto suena su arrítmico taconeo por el pasillo y empieza a correr el murmullo: “Doña Adela, ya está aquí doña Adela...” y la ven llegar tan tiesa y envarada como siempre.

–Buenos días.–Buenos días, doña Adela.–Martínez, Sanjuán y usted, Flores, las tres a mi despacho.

Fonseca, lo del lunes lo quiero para hoy –dice sin dejar de andar.–Pero...–Para antes de la una, no se olvide. Y usted, Toni, tráigame los

informes de los jefes de departamento.–Verá, doña Adela, va a ser imposible...Adela Peña se para y lo mira como si fuera la primera vez que

lo ve.–Usted sabe que desconozco el significado de esa palabra.–Moreno..., doña Adela, no ha venido hoy Moreno –dice con

la mirada baja.

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PREMONICIÓN

máforo que acaba de ponerse en rojo mientras pone rumbo a la casa de sus padres, que anoche se hicieron cargo de la niña.

–¡Arranca, anormal! –le grita al de delante en un semáforo y siente cómo la bilis sube por su esófago.

Cuando lo adelanta, sólo le dirige una despectiva mirada, en vez del clásico “hombre tenías que ser” que se le viene a los labios, porque los acordes de un tema de Enya anuncian una llamada en su móvil.

–¿Qué quieres, Elena? –dice con brusquedad.– Tenemos que hablar, Adela.–Ahora mismo no puedo, estoy conduciendo, tengo que re-

coger a Berta.–El lunes tenemos la reunión del consejo y no sé si...–No me jodas, Elena, ¡te lo dejé muy clarito! –dice mientras

aporrea el claxon. –Sí, ya... Pero no veo fácil convencerlas.–¡Pues si tú no lo haces, dime quién...! Joder, Elena, la empresa

es tuya, no me digas que no eres capaz de manejar a cuatro viejas –contesta tras un brusco frenazo en un cruce.

–El caso es que yo tampoco lo tengo claro...–¿Cómo! ¿Pero qué dices...! Mira Elenita, tú fuiste quien me

buscó y yo he cumplido con mi parte...–Escucha, Adela...–No, escúchame tú. Cuando yo llegué estabais en la ruina, sin

liquidez y nadie os daba un puto duro. En menos de tres años os he sacado adelante... –dice mientras ve cómo una madre agarra del brazo a su hija que intenta pasar por el paso de peatones que ella, a toda velocidad, cruza en esos instantes.

–Sí, pero...

tal roto, una lágrima se asoma a sus ojos.El interfono suena en esos instantes.–Doña...–No estoy para nadie, Luismi.Adela siente una angustia sorda que le sube por el pecho, cie-

rra los ojos y se masajea el puente de la nariz con las yemas del pulgar y el índice. No consigue recordar nada, pero sabe que el sueño está ahí, como un encapuchado emboscado en medio de la noche, dispuesto a revelarse en cualquier momento. Decide po-nerse a trabajar porque sabe que, más temprano que tarde como otras veces le ha ocurrido, se hará la luz en su mente y podrá reproducirlo hacia atrás y hacia adelante, como si fuera ella quien manejara un proyector de cine. Así fue como descubrió la trai-ción de su ex, ese ingrato, ese desgraciado, al que tenía como un rey. Trabajó como una bestia para dárselo todo, él sólo tenía que estar pendiente de la casa y de la niña y nunca entenderá sus razones, esos ridículos “no me entiendes, no me valoras, no me quieres más que para lucirme” con los que se justificó.

Cuando son algo más de las doce y media y sólo uno de los informes que ha pedido está sobre su mesa, se queda con el bolí-grafo en el aire, como paralizada, casi sin respirar, mientras se des-corre el velo del recuerdo y su cara se crispa. Parte de la pesadilla pasa ahora ante sus ojos como proyectada en la pared: Berta corre con la bici, con su precioso cachorro de dálmata en la cestita... Y el resto son sólo sombras, amenazantes figuras en una indescifra-ble bruma.

Sale del despacho y cruza sin mirar a nadie y, una vez en el subterráneo, corre hacia el coche. Nada más salir a la calle, como lanzada por una catapulta, se salta un paso de peatones y un se-

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PREMONICIÓN

–Fuera, fuera... ¡quitaos de en medio! –les grita sin palabras, mientras en su mente la sonrisa de Berta, feliz en su bici, lo llena todo.

Retazos del sueño le llegan como oscuros fogonazos: el ca-chorrito, Berta, la bici... y la indefinible angustia que la corroe sin saber el porqué, porque falta algo, algo que por un instante intuye que también se podría escribir con llamativos trazos de neón sobre fondo negro.

En esos instantes toma la salida que la lleva a la urbanización. Ahora viene esa curva tan cerrada donde su amiga Nuria tuvo el accidente pese a que le advirtió que por ahí llevara mucho cuida-do. Al salir de ella, con el corazón acelerado, el sol la deslumbra y empieza a ver con cierta claridad los últimos fotogramas del espantoso sueño. Acelera como una loca y, al girar en la primera calle, invade la acera mientras sueño y realidad se superponen, se escucha un desesperado ladrido, y un todoterreno negro aplasta a una niña montada en bicicleta a la que, en el último instante, apenas le sale de su boca la palabra mamá.

Germán Vayón Ramírez

–Nada de peros. Con sacrificios, metiendo el bisturí, haciendo el trabajo sucio al que tú no te atreviste.

–Si mi madre levantara la cabeza...–Deja a tu madre en paz. Tu madre sabría adaptarse a las cir-

cunstancias, esta no es ya una empresa familiar, sino algo mucho más grande y mucho más serio –contesta acelerando con teme-ridad.

–Puede que lleves razón...–Nada de “puede” Elenita, sabes que la llevo. Y una cosa más,

el lunes le das el finiquito a Moreno.–¿A Moreno?–Sí, a la inútil de Moreno, no quiero verla más.–Pero, Adela, yo no puedo hacer eso. Moreno se pasó treinta

años trabajando con mi madre, ya debe quedarle poco para jubi-larse, tiene aún hijos estudiando y su marido... el pobre.

–Vamos a ver, Elenita, ¿lo tuyo es una empresa o una ONG? –replica mientras escucha el claxon de un par de coches a los que no respetó la prioridad en un ceda el paso.

–Moreno no, Adela...–Te dejo, Elena, el lunes hablamos, tú convénceme a las vie-

jas...Un airado motorista gesticula cuando ella casi lo tira y se pone

a su altura al llegar al semáforo. Adela baja el cristal.–¿Qué te pasa, imbécil? –y arranca sin esperar respuesta, antes

que el disco se ponga verde.Cuando toma la autovía se coloca en el carril izquierdo y ato-

siga a todos los que circulan por él a menos de ciento cincuenta, acercándose temerariamente y echándoles con insistencia ráfagas de luz.

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MONÓLOGO HACIA JAÉN

Aquí vamos los cinco camino de Jaén menos mal que mi cuña-do se ha ofrecido para llevarnos la noche está muy fría y hay mala visibilidad por los bancos de niebla nosotros no estamos en con-diciones para conducir… vaya jaleo se ha formado de momento ahora tendremos que pasarnos unas semanas en Jaén yo he cogido las zapatillas para estar cómoda allí es lo único que llevo no quie-ro pensar nada ni adelantarme a lo que vaya suceder ya iremos solucionando las cosas sobre la marcha espero que mis hijos estén bien y no se preocupen demasiado… mi hermano y su mujer vienen detrás en su coche siento su cariño con este gesto… hace un rato estaba en la cafetería con las otras madres planeando los disfraces de la cabalgata y ahora voy aquí sin saber lo que nos espera… uf tengo que controlar las respiraciones para que no me oprima el pecho… el móvil ha sonado de nuevo no entiendo bien lo que pasa parece que la situación es seria pero yo confío en el Padre no permitirá que suceda nada grave esto es una prueba pero dentro de unas semanas todo habrá sido solo un susto… me gustaría rezar pero no puedo siento la presencia de Dani conmigo

María Dolores Franco Morillo

“Hemos pasado de la muerte a la vida Porque amamos a los hermanos” 1 jn 3, 13

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PRÓLOGO SUEÑOS DE PAPEL ENTRE LAS SIETE Y LAS NUEVE

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me da serenidad recuerdo nuestra despedida de esta mañana su mirada de felicidad yo no confiaba mucho en Miguel para un viaje tan largo me dijeron que irían en autobús y ha cambiado de opinión a última hora no sé por qué Jesús le ha dejado el coche cuando salieron tuve un mal presentimiento debí decirle NO… uf que lejos está Jaén que noche más oscura las estrellas parecen brillar más que de costumbre nadie habla todos vamos sumidos en nuestros pensamientos controlando los temores ¿ cuál era el pensamiento para vivir este mes? ayer lo leí “ser almas esposas de Jesús abandonado” vaya si se ha presentado pronto el momento de vivir está frase espero estar a la altura y hacerlo bien ya me conozco esta situación y Dios no permitirá que suceda de nuevo puedo pedírselo en el nombre de Jesús pero tengo confianza mi hijo está fuerte es un buen deportista ha quedado este año prime-ro local de la carrera Bastilippo y de la maratón del Día de Anda-lucía en su colegio y el trofeo de verano de futbol era el capitán… ¿se habrá fracturado las piernas? ¿ya no podrá correr como hasta ahora? eso sería una pena pero lo importante es que esté bien para una vida normal es tan fuerte tan inteligente tan bueno... si tiene loca a todas las niñas se ha puesto más alto y guapo este vera-no… por fin llegamos al hospital mi niño solito ahí dentro y yo llego tan tarde hay muchos amigos esperándonos Antonio, Paco, Javier… nos abrazan con afecto esto parece un encuentro de co-munidad me siento en familia Loli nerviosa me acaricia el brazo aquí pasa algo raro la cosa es muy sería ha venido incluso Fili con su moto desde Málaga eso será por ser el compañero de Miguel tiene el rostro descompuesto el italiano con su chupa de cuero marrón y el pelo rapado apoyado en la puerta parece abatido en otras circunstancias me hubiera sentido alagada de contar con su

presencia siento curiosidad … aquí hay varias personas que yo no conozco pero mi marido si… dice el doctor que pasemos todos a la UCI que raro en Sevilla no dejan entrar así quieren que los identifiquemos me tiemblan las piernas al ver a los niños ojalá yo estuviera en su lugar y ellos sanos Jesús parece sufrir mucho tiene muchos aparatos Dani parece dormido a pesar de tener el respira-dor aquí estoy hijo mio PERDONAME no debí dejarte marchar en ese coche… necesito besarte no alcanzo a besar tu cara y tus manos estan heridas pero las beso con suavidad temiendo hacerte daño no me quiero separar de ti… ahora hay que ir al despacho del doctor querrá informarnos y saber tus datos pero enseguida vuelvo contigo…

¿Qué? NOOOOOOOOOOO mi niño noooooooo El Señor me lo dio entonces ¿ por qué me lo ha quitado?

María Dolores Franco Morillo

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MARIO

Cada mañana antes de salir el sol por la cercana Antequera el mismo ritual lo acompañaba. Los ojos se abrían mecánicamente sin la necesidad de programar el viejo despertador. Durante unos instantes contemplaba el techo en la semioscuridad de su espar-tana estancia.

Cansinamente desperezaba cual felino sus articulaciones sobre el duro catre antes de reposar sus pies en las sandalias. Con la visión ya acostumbrada a la penumbra de su habitáculo, podía distinguir la silueta del sobrio escritorio del fondo y la luz del pasillo que se colaba furtiva bajo su puerta reflejada en la silla de madera.

Se levanto todavía ofuscado por Morfeo. Casi sonámbulo diri-gió sus pasos a la silla donde colgaban sus ropajes. Al principio de su estancia en el lugar, se sentía extraño embutido en esas ropas. Pero la sosegada y programada rutina pronto acostumbró su piel a ese áspero tacto.

Tras el rápido acicalado con la toalla que reposaba en la barra que hacía de perchero justo enfrente del pequeño armario empo-

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SUEÑOS DE PAPEL ENTRE LAS SIETE Y LAS NUEVE

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MARIO

trado, tomo el pomo de la vieja puerta y tras su crujir abandono el pequeño cuarto

El pasillo común era más bien estrecho y con mucha dificul-tad podían caminar al paso dos personas. El resto de compañeros abandonaba sus habitaciones como momentos antes hizo Mario y se incorporaban casi con marcialidad mecánica a la fila que iba llenando el pasillo camino de la estancia principal.

Mario, pese a su corta edad, había disfrutado de casi todos los lujos de la sociedad y practicado el hedonismo sin disimulo. Ese mismo Mario que ahora encontraba todo lo necesario en aquel frío y un tanto desangelado salón que hacía de estancia principal de la residencia.

Acabada la reflexión matinal, aún era de madrugada no se-rían más de las cinco de la mañana, Mario volvía en silencio de regreso a su habitación. Entró y buscó la vieja perilla en la pared que encendía la solitaria bombilla que colgaba del techo. Abrió el pequeño armario situado justo enfrente de la barra que hacía de perchero y cogió un pequeño neceser negro, una muda limpia y la toalla que colgaba en la barra que hacía de perchero justo enfrente del pequeño perchero.

El agua fría caía sobre sus tensos músculos. Tomar una ducha helada era de las pocas costumbres que decidió no abandonar de su pasado. Abril ya marchaba avanzado, sin embargo las mañanas aún eran frías y el aseo comunitario no tenía las comodidades del amplio baño de su antiguo loft pero frente al espejo se sentía dichoso.

El viejo y oxidado espejo devolvía a Mario la imagen de un chico joven, bien parecido de anchas espaldas esculpidas por las horas en el gimnasio de la fabulosa urbanización a las afueras de

la ciudad. Ese lugar que, hasta que tomo la decisión de romper con todo, consideraba más que su hogar un paraíso terrenal.

Reflexionaba por el pasillo sobre el suceso que lo llevo hasta allí. Había días que era común en Mario recordar pasajes de su pasado con una mezcla de nostalgia y distancia. Y aunque solo había pasado un año de su llegada a aquel lugar que ahora su hogar para Mario parecía que habían pasado lustros.

Se coló las perneras de los raídos jeans sentado en la robusta silla de madera del cuarto, la desgastada camiseta blanca aun le estaba como un guante y le encantaba. Busco en un cajón del pequeño armario que había justo enfrente de la barra que hacía de perchero unos calcetines y se calzo las botas.

Encima del escritorio recogió unas monedas y las echó en el bolsillo americano de los jeans. Se colgó la mochila del portátil y descolgó la vieja mountain bike que colgaba de la pared justo al lado del pequeño armario que estaba enfrente de la barra que hacía de perchero.

Al pasar cerca de la cocina de la residencia donde no emplea-ban ningún trabajador doméstico, Mario el observo el trajín del desayuno matutino tras la oración. Los frailes hacen todo el tra-bajo del convento ellos mismos: lavar la ropa, cocinar, asear, man-tenimiento. El trabajo manual es parte de nuestra vida aquí en la residencia del convento.

Ya en las puertas del convento, Mario subió a la bici y por el adoquinado del callejón se dirigió desde el corazón de la ciudad en pos del novedoso carril bici que lo llevaría a la Facultad al rít-mico pedaleo que le marcaba Coldplay en su viejo reproductor de mp3.

El novicio Mario, era un veinteañero más dentro de las paredes

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MARIO

de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática. Nadie en su grupo de amigos estudiantes sospechaba de los nuevos de-rroteros que había tomado la vida del que todos seguían creyendo un juerguista. Y es que Mario aunque no se avergonzaba pero no le daba importancia a su nueva condición. Pasar por aquel caro centro de desintoxicación, tras aquella fatídica noche, fue crucial en su nueva vida. Porque allí conoció al Prior Sebastiano, hom-bre bajito y orondo de espíritu alegre y que transmitía una paz inmensa.

Mario era feliz en su nueva vida a pesar de lo pasado y de su pasado. Como solía decir ante los problemas el prior “…pase lo que pase nunca pasa nada” Muchos de los hermanos también tenían un pasado que habían dejado atrás y a nadie en la residen-cia parecía importarle. Vivian juntos en común como hermanos de una sola familia, orando, compartiendo y trabajando juntos. Mario está decidido a ordenarse tras su periodo de formación. Un fraile a diferencia de un monje trabaja fuera del convento y para Mario era importante tanto su vida interior como la nueva vida entregada a los demás.

El timbre de cambio de clase saco a Mario de sus pensamien-tos y en ese momento recordó que había dejado olvidado el por-tacedes con el trabajo para la siguiente clase. En su mente lo veía claramente encima del escritorio que había junto a la barra que hacía de perchero enfrente del pequeño armario.

José Manuel Gago Benítez

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Cuando le salió la primera verruga ni siquiera se percató de ello. Fue cuando empezaron a salirle en el antebrazo que se dio cuenta de que algo anormal le estaba sucediendo, sin embargo, no le dio demasiada importancia, porque al fin y al cabo, en su país, había muchas más miserias y dolencias y esto no dejaba de ser algo sin importancia, que no le molestaba en absoluto, aun-que eso sí, era extraña por su aspecto resquebrajado que además deshidrataba su piel en un radio bastante amplio adyacente a la zona en donde éstas se habían desarrollado.

Mansur era un hombre valiente, la vida le había curtido pues trabajaba desde que era muy pequeño y cuando escuchaba hablar en la televisión de que los niños tenían que tener una infancia feliz, no sabía exactamente qué querían decir con eso puesto que él no recordaba haberse sentido triste, ni oprimido, ni explotado, sólo sabía que había que trabajar porque las circunstancias de su

Es evidente que el mundo nos es útil y satisface nuestras necesidades, pero nuestras relaciones con él no terminan ahí. Estamos unidos a él por un lazo más amplio y más auténtico que la necesidad.Nuestra alma tiende a él, nuestro amor a la vida es en realidad un deseo, existente en nosotros, de mantener nuestras relaciones con este universo.

“Esas son relaciones de Amor.” Rabrindranath Tagore

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casa así lo requerían.Se había criado en el seno de una familia numerosa y cuando

tomó por esposa a Dewi, sólo tenía veintidós años.Su idea de un hogar estaba marcada por lo vivido en su casa

por lo que, cuando sus hijos nacieron, todo su afán era inculcarles todo aquello que a él le había servido para poder afrontar la vida con dignidad, para crecer en libertad y para tratar a los demás como iguales.

Era un hombre pacífico y junto a su mujer consiguió tener un hogar tranquilo y feliz, formado por personas trabajadoras y responsables.

Dewi admiraba a su esposo porque era un buen hombre, tenía un gran sentido del humor y siempre lograba sacar tiempo para estar con su familia.

Le apasionaba contar a sus hijos historias sobre los bosques de Sumatra e Indonesia y al igual que muchos asiáticos creía en la existencia de vínculos espirituales entre humanos y animales.

De hecho, creía en que su alma se intercambiaría con cuerpos de los animales durante el sueño o al morir.

Los chamanes; les decía con un toque de misterio en su voz, de las tribus del bosque lluvioso, dicen comunicarse con los espíritus de los animales y pretenden tomar la forma de un tigre.

Sus hijos disfrutaban con estas historias y se iban a la cama soñando con ser un chaman, aunque sólo fuese por lo fantástico que sería poder tomar la forma de un tigre o de cualquier otro animal salvaje.

Mansur miraba con tristeza como estos bosques estaban cada vez más esquilmados por la avaricia del hombre que talaba sin descanso aquellos árboles que habían acompañado su caminar desde que era un niño.

Ahora, esa gente de rasgos caucásicos iban y venían como hor-migas llevando la mercancía de un lado para otro. Un trasiego de madera que algún día estuvo viva y creció sin descanso, para terminar de ese modo.

Habían pasado varios meses ya, desde que la rara enfermedad se apoderara del cuerpo de Mansur, las verrugas no sólo persistían si no que además, se amontonaban interminablemente dándole un aspecto espeluznante a ojos de sus vecinos y conocidos.

Su piel deshidratada cada vez se parecía más a la corteza de un árbol.

Él no quería visitar a ningún médico, pero Dewi insistió tanto que al día siguiente estaban sentados en la consulta, siendo Man-sur el centro de atención de la sala de espera.

Algunos incluso la abandonaron y dijeron a la enfermera que ya vendrían otro día, alegando prisas y otras excusas que no con-vencieron a nadie.

La propia enfermera estaba algo consternada por el aspecto de Mansur y por lo que estaba ocurriendo con los demás pacien-tes, así que presurosa, entró en la consulta y algo diría al médico puesto que la hora de la cita de Mansur se adelantó y nadie pidió ninguna explicación.

Después de examinar minuciosamente todas aquellas verru-gas, de auscultarlo, de mirar sus ojos, de hacerle sacar la lengua y de palpar su estómago, el doctor lanzó un suspiro al aire y ajusto sus lentes, mientras con la otra mano se rascaba el mentón con un gesto de preocupación en sus ojos.

¿Es grave doctor? Preguntó Dewi.El doctor tuvo que reconocer que no tenía ni idea de qué era

aquello porque nunca había visto una cosa parecida.Quedó con ellos en que lo consultaría con otros doctores y

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doctoras y luego les haría saber sus noticias sobre el caso.Cuando Mansur llegó a su casa ese día, se dio realmente cuen-

ta del alcance de su enfermedad porque cada vez se extendía a más velocidad por su cuerpo. Sin embargo, no estaba angustiado, se miró al espejo y vio que cada día sus extremidades eran más parecidas a las ramas de un árbol, con grandes nudos grisáceos.

Bromeó con su esposa, que estaba muy afligida por su marido, diciéndole que no estaría mal acabar sus días en el bosque, escu-chando el trino de los pájaros, sintiendo silbar el viento, siendo acariciado por la brisa en los atardeceres, recibiendo los rayos del sol al amanecer y contemplando un cielo cuajado de estrellas en una noche despejada de luna llena.

Del rostro de Dewi caían lágrimas que llegaban hasta su boca entreabierta por la sonrisa, formando un río salado, que la hizo atragantarse.

Rieron los dos y se abrazaron.Llegó un día en el que Mansur tuvo que dejar su trabajo, pues

ya le era imposible valerse con aquellas manos que tanto se ha-bían deformado, adquiriendo unas dimensiones espectaculares.

Sus piernas estaban también muy afectadas y su cuello y su cara empezaban a mostrar los progresos de tan extraña dolencia.

Había recibido días antes una carta del médico que dijo haber consultado con otros especialistas y la única respuesta que le dio, es que de momento no sabían porqué ocurría y, por tanto, no conocían remedio alguno para paliarla o curarla.

Definitivamente debía ser objeto de estudio de aquí en adelan-te, concluía el doctor en su escrito.

Le hablaron de un posible papiloma, pero aún no estaba nada demasiado claro.

Una tarde en fría y lluviosa, Mansur, reunió a su familia al-

rededor del fuego; cuando estuvieron todos, se hizo un silencio triste porque de algún modo todos sabían que iba a decirles algo, que seguro era penoso para ellos.

Así fue como les planteó, que cuando ya no pudiera moverse y su cuerpo estuviera revestido de esa corteza anudada, le quita-ran sus ropas y lo llevaran al bosque, que lo pusieran en un lugar equilibrado para no caer y a ser posible rodeado de aquellos ejem-plares vetustos que aún no habían sido talados.

Aquí, prosiguió, sólo seré un ejemplar de feria, y todos me miraran con extrañeza o en el peor de los casos la casa se llenará de curiosos que nos hará la vida imposible y yo quiero morir en paz.

Contra todo pronóstico nadie lloró y nadie trató de disuadir a Mansur.

Todos allí sabían cuánto había sufrido ya, y poder cumplir su voluntad era lo que les hacía más felices.

Después de todo, hablaron sus hijos por la noche antes de dor-mir, nuestro padre puede convertirse en el árbol más grandioso y el ejemplar más especial de todo el bosque.

Con ese pensamiento durmieron tranquilos toda la noche.Dewi y Mansur, hacía ya muchas noches que no dormían,

por lo que se dedicaban a hablar sobre lo que significaban el uno para otro. Su amor se hacía más patente cada día y su resignación también.

No nos separaremos, decía Dewi, todos los días iremos al bos-que y nos sentaremos bajo tu sombra, y te contaremos lo que ocurre cada día en el pueblo, tú nos contaras de que color son los pájaros que anidan en tus ramas.

Así es, asentía Mansur, que últimamente sólo podía acariciar

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el rostro de Dewi con su mirada y con sus palabras.Una tarde soleada y fría, antes de que las personas salieran a

realizar sus tareas, Dewi y sus hijos cogieron a Mansur y con gran sensibilidad y cuidado lo pusieron tumbado sobre un carro de transportar leña.

Cuando llegaron al bosque, Mansur les indicó el sitio don-de quería terminar sus días, así que con gran fuerza física y más fuerza de voluntad, lo colocaron entre aquellos árboles sabios que parecían darse cuenta de lo que sucedía y agitaban sus ramas ha-ciendo que todos los pájaros salieran alborotados a dar la bienve-nida al nuevo ser del bosque.

Cómo el aspecto de Mansur era desarbolado, grisáceo y lleno de nudos, parecía un poco desajustado con el color general del lugar, así que Mali, la más pequeña de sus hijos, colocó una en-redadera cercana llena de alegres campánulas de color azulado, alrededor de su padre y retrocedió sonriente para ver la cara agra-decida de Mansur.

Pasó el tiempo y como Dewi le prometió, allí estaban cada día para cuidarlo, atenderlo y escucharlo, pero su boca y sus ojos también se iban afectando por aquellas verrugas enfermizas que acabaron por convertirlo en un vegetal más del bosque.

Después de esto, su familia decidió no ir por allí, porque les entristecía ver como su padre había pasado a ser un elemento más del paisaje y ahora ni siquiera podían ver la expresión de sus ojos, no podían escucharle ni contarle nada porque sus sentidos huma-nos habían dejado de percibir lo que ocurría a su alrededor.

Muchos años después, cuando Mali era una joven con esposo e hijos, escuchó unos ruidos en las inmediaciones de su cabaña. El fuego estaba encendido, era una tarde de otoño, sus hijos es-

cuchaban contar sus historias sobre chamanes y sobre hombres árbol, todas con final feliz.

Salió fuera para ver que ocurría, y le pareció ver a un animal grande.

Entró de nuevo y cogió la escopeta.Antes de que saliera, una anciana envuelta en su toquilla, le

preguntó que ocurría.No es nada, mamá dijo Mali, sólo me aseguro de que todo está

bien. Quédate al lado del fuego, hace frío.Pero Dewi no hizo caso a su hija y salió tras ella.Al abrir la puerta, un gran tigre rayado estaba frente a ellas,

pacífico, casi inmóvil.Mali apuntó hacía él con la escopeta, pero Dewi la detuvo.¡ Espera, espera!.Mamá , dónde vas.Mali lloró al ver como su madre se acercaba al animal y él,

sentándose con humildad, se dejaba acariciar a la vez que con su cara respondía a las caricias.

Mansur, Mansur… lloraba Dewi desconsolada.El tigre se levantó y antes de reiniciar su camino de vuelta al

bosque, cogió del suelo una enredadera de campánulas azuladas y la puso en la mano de Mali.Ambas se abrazaron y de nuevo, las lágrimas se mezclaron con

la risa.Al final, Mansur, había conseguido ser libre por toda la eter-

nidad.

Mercedes Marín del Valle

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ENTRE ANDENES

Mis pasos siempre me llevan al mismo sitio, este lugar me atrae como un imán. Todos los atardeceres del mes de agosto aca-bo sentada en este andén. Me embelesa ver partir los trenes, que uno a uno, desfilan delante de mí.

La megafonía repite una y otra vez: “tren procedente de Ma-drid-Chamartín, con destino León va a hacer su entrada por vía uno”. Es el tren de las 21:30 h, que como todos los días, a la mis-ma hora, para frente a mi mesa en la terraza de la estación.

Sí, los andenes se llenan de esa misma gente que día tras día hacen el mismo trayecto por motivos de trabajo, y de esos nuevos pasajeros que asoman su rostro por la ventanilla como queriendo divisar algo conocido en el horizonte.

Nuevo pitido, nueva bajada de bandera, cierre de puertas, el tren que parte…y yo que vuelvo a soñar que viajo a ninguna parte.

No me puedo explicar la atracción que ejercen sobre mí los trenes. Desde siempre me ha gustado pasear y venir a la estación con cualquier excusa: comprar la prensa, comprar tabaco, tomar

Quizá uno empieza a envejecer en el momento en que empieza a dolerle la memoria.

Rosa Montero

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ENTRE ANDENES

un refresco o simplemente ver a los viajeros que van y vienen.La casa de mis padres está aquí al lado y desde niña en sueños

me parecía viajar en uno de esos trenes. Sabía la hora de la ma-drugada que era por el paso de los mismos: a las dos el expreso Rías Bajas, a las cinco el de Hendaya y así sucesivamente noche tras noche.

Aquel diez de agosto miraba fijamente a ese matrimonio an-ciano que al caer a tarde paseaba por el andén; él la ayudaba a ca-minar como siempre, cogiéndola de la mano, desde que sufriera aquella trombosis que la dejó paralizada la parte derecha de su cuerpo. ¡Qué imagen tan triste y tan bonita a la vez!

De pronto alguien se me acercó rompiendo mis ensoñacio-nes.

-¿Puedo sentarme? Estás muy sola.Mire hacia arriba y allí estaba Lucía. Ella es una amiga de mi

madre que siempre me ha gustado por sus inquietudes, su espíri-tu juvenil y emprendedor. Tiene setenta años, es cariñosa, afable y está bastante sola desde que se quedara viuda hace diez años. Sus tres hijos hacen su propia vida y ella intenta llenar la suya con diversas actividades: asociaciones culturales, colabora con Cáritas y los necesitados, talleres de manualidades; a todo lo que hace le pone la mejor de sus sonrisas.

-Siéntate Lucía –le respondí- estaba tomando un zumo y como no, viendo el ajetreo de la estación.

Lucía sonrió y me dijo:-Mira niña que te ha gustado desde siempre pasear por aquí,

te vas a parecer a tu padre que siempre está de tertulia con sus amigos; en el andén, en la sala de espera, en la cafetería. ¡Hay que ver que todo se hereda!

Con una ligera sonrisa le respondí:-No digas tonterías. Hace mucho que no te veía, quizá un año,

¿no? Cómo ya no vas a ver a mamá, con la falta que le hacen tus palabras y tus ánimos.

Lucía bajando la voz añadió:-Tienes razón pero estoy muy liada, he estado una temporada

en Valencia con mi hijo y es que además…-titubeando continuó- me gustaría contarte una historia, pero tienes que guardarme el secreto.

-Por supuesto, Lucía –me inquietaba lo que podía contarme, porque desde que se sentó a mi lado, sus ojos tenían un brillo es-pecial, la encontraba más joven, más ilusionada, en una palabra; como a una niña feliz.

-Mira hija, no sé cómo empezar –comentó Lucía- es una his-toria que viene desde cuando yo era una niña…

Comenzaba a interesarme lo que podía contarme.-Dime, soy toda oídos.-¡Ay!, ¿sabes qué hace una temporada que tengo un amigo

especial? –sus ojos chispeaban como estrellitas, cuando me dijo esto-. Es un hombre cariñoso, atento, educado, ¡me hace sentir tan bien!...

-Qué me alegro Lucía. Tú sabes que el amor y la amistad no tienen edad –muy nerviosa abrió su bolso y sacó unos papeles arrugados, que parecía que la acompañaban a todas partes-. ¿Qué me quieres mostrar?

-Te quería leer estas pequeñas poesías que este hombre me hace cada mes.

Eran unos papeles ordenados por fecha; febrero, marzo, abril…, y escritos a ordenador. Comencé a escuchar su voz tem-

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ENTRE ANDENES

blorosa que decía:

En mi vida he ido conociendo poco a poco los secretos de todo,

el misterio y fundamento de mí mismo…Pero una tarde sonó tu voz y has cambiado mi vida;

soy el mismo pero ya contigo;soy el mismo en ti;

somos un poco uno solo en el alma.

Me emocionaron estas palabras y le pregunté-¿Quién es este hombre? ¿Dónde lo has conocido?Lucía muy emocionada o abrumada me respondió:-Lo conozco desde siempre, desde la infancia, pero el destino

hizo que nuestros caminos se separaran y de alguna forma nos hemos vuelto a unir. Pero escucha, escucha…

Esta mujer madura y tranquila parecía haberse convertido en una colegiala ilusionada que sólo quería mostrarme su tesoro más valioso. Sin dejarme decir una palabra continuó leyendo.

-Este escrito es el segundo que me envió, del mes de marzo –bajando su voz, susurró- .Segundo poema:

“Pequeña gran mujer,Eres trozo de corazón hecho niña.

Eres dulce, eres alegre y creas necesidadMi necesario vino que me embriaga,

Mi pequeña mujer constante,Musa perpetua que inspiras poesía.

Eres mi continuo sueño y mi constante despertar,Mi razón de vivir en medio de mi sombra.”

Me permití interrumpirle, diciéndola:-Lucía, ¿dónde has encontrado esta joya? Se percibe por sus

palabras a un hombre culto, afable, muy dulce, en una palabra un hombre único de los que ya no quedan.

-Niña, qué cosas dices…pero es verdad, es único. Me da ale-gría, amistad, me enseña el mundo y me hace vivir cosas que jamás he podido sentir en mi matrimonio.

-Tienes razón, tu marido siempre se ocupó de él mismo, de sus cosas y no te tuvo muy en cuenta en ningún momento –subiendo el tono de mi voz, añadí- ¿Te das cuenta como la vida siempre nos da una segunda oportunidad?

Comencé a sentir una gran curiosidad por ese hombre que se había apoderado de su corazón y de su pensamiento. Quise saber quién era.

-Dime, ¿quién es este gran hombre? ¿Lo conozco yo?Súbitamente su semblante cambió, su alegría se tiñó en la

más profunda tristeza, sus ojos dejaron de brillar y comenzaron a rehuir a los míos. Empezó a sentirse incómoda; y simplemente respondió:

-No sé, no creo, bueno a lo mejor lo conoces. Se está haciendo tarde, me tengo que ir.

-Espera, no tengas prisa –intenté tranquilizarla- ahora nos va-mos las dos. Oye Lucía este hombre, ¿está solo, como tú? ¿Es viudo?

Su voz se hizo un leve susurro, cada vez, se sentía más incó-moda.

-¡Ay niña!, es un hombre casado pero se siente muy solo, su mujer está depresiva y no puede compartir nada con ella –inten-taba disculparse- De verdad me tengo que ir, se ha hecho tardí-

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ENTRE ANDENES

simo.Me quedé sola, viendo pasar el tren de las 23:15 .Pero ya no

miraba, ni el tren, ni a los viajeros. Mi pensamiento estaba en otra parte, pensaba en Lucía, en su hombre misterioso, en su cambio de actitud cuando yo le pregunté por él. En el fondo me alegraba por ella, pero sentía una cierta envidia de poder compartir mo-mentos tan intensos con un hombre tan especial. ¡Quién me lo iba a decir a mí!

Transcurrió todo el mes de agosto sin volver a ver a Lucía y sin noticias de su historia, de su aventura; no sé cómo llamarlo, ni quiero ser frívola a la hora de definir unos sentimientos tan personales.

Fue el último día del mes; el treinta y uno de agosto, nunca podré olvidar ese luctuoso día. Como casi todos los días sentada en la terraza de la estación tomaba un café con hielo y hojeaba una revista. El pitido estridente de uno de los trenes me hizo levantar la cabeza y fijar mis ojos en alguien que caminaba entre andenes. Allí a lo lejos pude divisar a Lucía que iba cogida del brazo de un hombre. Mis ojos veían lo que no podía creer, los cerré y los abrí varias veces como queriendo despertar de un mal sueño. Pero no, allí estaba aquel hombre, mi padre, cogido del brazo de Lucía.

Sentí que algo en mi interior se resquebrajaba, quería llorar y no tenía lágrimas; mi cabeza estaba a punto de estallar en miles de preguntas a las que no hallaba respuesta. ¿Por qué? ¿Mamá?

No, no mamá no debía enterarse de nada, sufriría demasiado y se encerraría más en su propio mundo. Mi padre, mi gran hé-roe, convertido en ídolo de barro, y tú Lucía, ¿cómo has querido hacerme cómplice de esta historia? ¡No puede ser!

No tenía fuerzas ni para levantarme, mi mirada perseguía el tren de las 22 horas. Mi mente en ese preciso instante pasó a for-mar parte del pasaje de dicho tren; ese tren que conforma la triste y amarga realidad que cada uno de nosotros tiene en sus historias y batallas particulares.

Inmaculada Martín García

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UNA IMPRESIÓN EQUIVOCADA

El pensamiento es un idioma de signos sin sentido, que nos hace interpretar lo que percibimos sin ni siquiera pararnos a pensar en lo que vemos. Un tío escribe una sucesión de palabras sin signos de puntuación en un papel, para hacernos pensar que lo que estamos leyendo no tiene sentido, mientras pensamos sin pausa que nuestras ideas son únicas. They don’t wanna leave you with the wrong impression, all I wanna do is try to make a con-nection. Las melodías se nos cuelan en la cabeza y las reproduci-mos sin prestarles atención mientras leemos una novela histórica, que a su vez nos hace pensar si el castigo divino está dictaminado por quién se nos quiere hacer creer que es la ley universal en la tierra. Estas hormigas son un incordio, me hace cosquillas por la pantorrilla, ¿cómo es posible que un mes del año sea el que re-corre el norte de España montado a lomos de un burro?, pero un instintivo manotazo a la altura de la rodilla me devuelve la vista al papel marfil, que refleja la luz del sol y me deja medio ciego. I love you, I need you. La dulce voz de Natalie Imbruglia no es una buena compañía para la lectura, pero creo que llevo las gafas

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UNA IMPRESIÓN MUY EQUIVOCADA

de sol graduadas en la mochila. Qué gran invento. Ahora pue-do mirar de reojo a la rubia sin que se dé cuenta, con este buen tiempo las extranjeras empiezan a ir ligeritas de ropa, pero la del burro me mantiene concentrado, y el curita capullo que se cree que está viendo visiones. Si tuviese un chalet lo sembraría con un césped como éste. Todo el día aquí tirado se tiene que estar bien. Una buena novela, tomando el sol, las niñas pasando... qué vida. Si no fuera porque venir a Sevilla me cuesta como mínimo unos seis Euros al día. Menos mal que al menos no me desagrada mi trabajo, porque con lo que gano y si no me gustase, iban a aguantar a los niños sus padres. Aunque esto de los bichitos no lo llevo bien, y eso que todavía no ha llegado la primavera y los abejorros no han aparecido aún. Solo con el zumbido que emiten me pongo nervioso y empiezo a morderme la lengua a ver si se van. La primera vieja que se dio cuenta de que si te muerdes la lengua cuando hay un bicho de éstos cerca se va enseguida, esta-ba un poco zumbada, creo yo. Didn’t wanna leave you with the wrong impression, didn’t wanna leave you with my last confes-sion. Joder, que ojos tiene la australiana, ¿será verdad que salía en la serie Fama? Leroi era el maestro. Bueno los cinco capítulos que me quedan me los bebo esta noche, que si no no me da tiempo de llegar a la academia, y desde aquí a Plaza de España hay un paseíto. Adiós rubia.

Manuel Joaquín Martín Jiménez

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EL PRIMER ENCUENTRO( Homenaje a Sándor Márai)

-Bueno papá, ya hemos roto el hielo, los nervios del primer momento hace media hora que pasaron. Que estemos los dos juntos aquí, hoy, es una de las cosas que más he esperado en todo este tiempo…

-Yo también, hijo, yo también. Te vi en la rotonda. Venía con-duciendo y vi tu coche, o mejor dicho, un coche igual que el tuyo. En la rotonda de siempre. Venías en dirección contraria. Siempre te he visto en todos los coches parecidos al tuyo y siem-pre he invocado que fueras tú dentro. Tú sí debiste reconocerme, porque cuando cogí el camino de la izquierda, observé que el coche como el tuyo me seguía. Como el tuyo no: era tu coche. Reconocí tu silueta incluso tras el cristal mojado por la tormenta. Me seguías con el miedo con que siempre te acercaste a mí. Por el retrovisor vi tu avance tímido. La alegría de pensarte cerca llenó el

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EL PRIMER ENCUENTRO

momento. Jugué por las calles para ver tu reacción, para asegurar-me de que me seguías. En un semáforo, tu coche detrás del mío. Nosotros dos apenas a un metro de distancia. Decidiste pitarme, me hablaste con el gesto. Te saludé con la mano como si acabara de descubrirte. Pero, hijo, ya llevabas dentro de mí un buen rato, muchos caminos, todos los que el corazón pudo imaginar en el trayecto en que me seguiste. Cuando pitaste, en ese semáforo, fue como en aquella película que tanto te gusta de Clint Eastwood y la Streep. La escena se hizo presente: un semáforo, el invierno golpeando en los cristales, yo agarrado a la manecilla de la puerta, me bajo, no me bajo... mi hijo me espera…

-Pero en nosotros la cosa no se ha quedado en el aire como en la película. Te pité y me atreví a invitarte a que tomaras un café conmigo. Y aquí estamos…

-Has sido muy valiente, hijo. La mayoría de las cosas impor-tantes en la vida, dejamos que se queden en el aire como en la película: por miedo, por comodidad, por esas contradicciones y torpezas que nos hacen vivir a medias. Tú has sido valiente, más que yo…después de tanto tiempo y de lo pasado, diste el paso de acercarte, de venir a mi encuentro...

-Necesitaba verte, padre, tengo una cosa que decirte. Llevo varias semanas espiando tus movimientos y provocando este en-cuentro. Sé de sobra que a las cinco de la tarde pasas por esa rotonda. Te estaba esperando. Nuestro encuentro no ha sido ca-sual. ¿Sabes, papá?, cuando conduzco, en rotondas como ésta, me acuerdo mucho de aquello que decías sobre lo fáciles que serían los días con un manual del conductor para vivir. Un manual que indicara cuáles son las direcciones prohibidas por las que uno nunca debe aventurarse; la velocidad con la que hay que vivir

cada momento; señales de precaución ante ciertas cosas; stops que detengan el tiempo para pensar; direcciones obligatorias y cambios de sentido que nos lleven a nuestro destino sin confun-dirnos….

-Vaya, vaya, me alegra que te haya quedado algo de mí. Casi me emociona ver cómo se te grabaron mis palabras...Pero ¿qué tienes que decirme?, ¿qué estamos haciendo aquí?... ¿cómo estás, hijo?...

-Muchas cosas me han quedado de ti, papá. Déjame, antes de responderte, que te comente otro detalle que para mí ha sido como mis mandamientos en todo este tiempo: aquella dedicatoria en un libro que me regalaste antes de que todo ocurriera, un libro de Sándor Márai, El último encuentro. Escribiste una dedicatoria de Goethe que he leído y releído casi a diario: “ todos los días debiéramos preocuparnos por escuchar buena música, leer her-mosos poemas, extasiarnos en lindas pinturas y hablar palabras razonables”. No sabes cómo lo he tenido presente en todo este difícil proceso que he vivido: un intento de vivir en la belleza, en la bondad…qué difícil, pero qué bueno tenerlo presente, papá... Y sobre el libro de Sándor Márai, ni te cuento. Me lo sé casi de memoria. Gracias por regalarme ese alegato sobre la amistad en una época en la que yo te veía tan lejos, una amistad que no era ni más ni menos la que tú pretendías ofrecerme. Gracias, papá. Además, ¿no te parece que nosotros dos hoy, recordamos un poco al viejo general y a su invitado, los protagonistas de la novela, en ese encuentro después de tantos años?...

-La verdad es que sí, que en algo nos parecemos, sólo que un poco más jóvenes, ¿no?. Me emociona ver la huella que han de-jado en ti ciertas cosas que intenté ofrecerte, y que siempre pensé

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EL PRIMER ENCUENTRO

que te resbalaban. Los padres no vemos de qué modo germina la semilla que sembramos en nuestros hijos, no lo vemos a corto plazo; pero, por lo que me cuentas, al final los frutos llegan. Y, además, como en la novela, parece que los dos estamos hoy aquí para aclarar algo que tenemos pendiente. Cuéntame…¿por qué has venido?...¿qué hacemos aquí?...hace siete años que no nos ve-mos, hijo, siete años en los que ni siquiera he podido hablar con-tigo por teléfono... Es verdad que me fui, que, cobardemente me quité de en medio, di un portazo; pero si tanto me querías como decías, qué menos que haber intentado localizarme, llamarme…un intento por lo menos. Y no te tomes esto, por favor, como un reproche... No entiendo a las personas que no mueven un dedo por nada ni por nadie, que se dejan vencer… y, en aquel mo-mento, fue tu caso, hijo, y el de tu madre. Sinceramente, cuando me fui, esperaba que alguien me echara de menos, un intento de buscarme, de recuperarme...Las personas a veces se quitan de en medio esperando que los demás reaccionen... otras veces por cobardía.

-Yo no estaba para mover un dedo por nadie, papá. En aquella época sólo me veía a mí mismo. De mí para fuera no existía na-die. Fue otra forma de quitarme de en medio, de huir; pero en mi caso fue por cobardía. Fui cobarde conmigo mismo.

-La cobardía, hijo, es lo que más nos aleja de nosotros, de lo que somos o queremos ser.

-Ahora sí lo veo, papá. Pero han tenido que pasar todos estos años. Sé que la gente que asume su derrota no va contigo, que tú eres un gran luchador, que te fuiste para no agrandar más el problema porque si seguías a nuestro lado, tú también ibas a ser otro problema... y fuiste valiente tomando la decisión. Dejarnos,

debió ser el paso más valiente que has dado en tu vida… pero apartemos eso a un lado. Yo he venido por otro motivo, a decirte una cosa que sé que estás esperando. Que debes llevar siete años esperando... Lo importante es que hoy estamos aquí y no sé si sacar a relucir lo que nos hizo perdernos. Seguramente nuestra historia es muy parecida a la de muchas familias que han vivido lo mismo. Lo veo ahora con la distancia: dejar de estudiar; entrar en la ruleta de que nada tiene sentido; cómo perdí el norte; un mon-tón de días iguales sin saber qué hacer con ellos, sin trabajo, sin querer levantarme de la cama; alejarme de mis verdaderos amigos como queriendo esconderme; ¡de cuántas cosas me he escondido, parece mentira!... nuevas amistades; y la maldita coca, que en un principio pensé que iba a controlar, pero que luego fue lo peor, el peor desenlace…

-No hace falta, hijo, que enumeres al detalle lo que los dos vivimos entonces…

-Sí papá, es bueno recordarlo. Y luego la preocupación en la familia, en la que empieza a descontrolarse todo; yo enfadado con el mundo y culpando a los demás de lo que me pasaba; sin querer dar un paso, o sin poder, mejor dicho...

-Insisto en que no creo que estemos aquí para recordar una historia que los dos bien conocemos y que tanto sufrimos...

-Pero necesito pedirte perdón, papá. Necesito que me perdo-nes. El motivo de tu huida fui yo. Te fuiste antes de acabar odián-dome, antes de acabar odiando a mamá. La distancia entre mamá y tú también fue culpa mía; mía y de mis problemas. Vuestras discusiones, vuestros choques, llegaron porque no encontrabais la forma de ayudarme…

-Fue todo muy difícil, tienes razón. La impotencia de ver que

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EL PRIMER ENCUENTRO

no puedes hacer nada por la persona que más quieres, es como un precipicio; que no puedes ayudarlo, que no puedes hacer nada, excepto darle amor. Fue difícil aceptar que el único que podías ayudarte eras tú, que nosotros sólo podíamos acompañarte, que-rerte... la última decisión la tenías tú... ... ...déjame que respire... ...perdona... ... ¿y es esto lo que te ha traído aquí: pedirme per-dón?. Si nos ponemos así, yo también debo pedíros perdón a ti y a tu madre. Os dejé solos como un cobarde en aquel agujero negro…soy yo el que necesito perdonarme, también yo arrastro esa culpa, hijo, no creas... haber huido, haberos abandonado.

-No papá, no me dejaste solo. Tú tenías muy claro que de aquel callejón sin salida sólo podía sacarme mi voluntad. Me di cuenta de esto el día que te fuiste: me ayudó a reaccionar. Yo sé que sabías que tu huida me ayudaría. Es lo que tú decías antes, que a veces las personas se quitan de en medio esperando que los demás reaccionen...Además, papá, siempre he sentido que estabas a mi lado; como con un sexto sentido, te he notado de mi parte, me ha llegado tu protección. Nunca me vi abandonado. Mi pro-blema era otro: mi problema era yo mismo.

-Gracias, hijo, necesitaba escuchar lo que acabas de decir. La última vez que hablé contigo eras un niño y hoy me estoy encon-trando con un gran hombre. Con un hombre que, además, se parece mucho a mí.

-Un hombre que sabe pedir perdón y que sabe llorar... Anda, déjame un pañuelo para que me limpie. Esto también me quedó de ti: estar orgulloso de ser un hombre que llora.

-¿Y es esto lo que teníamos que hablar, lo que tenías que de-cirme?

-No papá, lo que quería decirte es que soy feliz. Sé que llevas años esperando oír esto, preguntándotelo. Supongo que para un padre, el mayor éxito es ver que su hijo está bien, que es feliz: en su camino, en su opción de vida, en sus decisiones,... ¿verdad que te lo has estado preguntando todo este tiempo?

-Todos los días, hijo, todos los días... pero, cuéntame...-Pues nada, ahora soy un hombre que cree haber superado sus

miedos. Me estoy haciendo...sabes que eso es un proceso lento, que quizás dure toda la vida, que hay que trabajarlo, pero estoy en ello. Ya tengo claro el esfuerzo que supone vivir, conseguir metas; y lo he aceptado...en aquella época sólo esperaba que los demás me salvaran, responsabilizaba de mi vida al resto del mundo...ahora tengo buenas amistades porque lucho por ellas; también trabajo, tengo un trabajo estable...he sido capaz de enamorarme, papá... mi única adicción ahora es la vida...y...

-¿Y?...continúa, por favor.- Y hoy vengo a buscarte. Quiero recuperarte.- Yo también, hijo, yo también lo deseo. Ahora eres tú quien

me da lecciones... Este parece ser nuestro primer encuentro.-Déjame que te abrace, papá, quiero sentirte...

Arturo Morillo Bonilla

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LA DAMA DEL BOSQUE

Pedro estaba reposando el almuerzo. Se había recostado sobre una roca de albero y utilizaba de almohada su chaquetón.

El sol cruzaba ya la torre del monasterio, una suave brisa traía el perfume de las flores de la montaña, el trinar de los pájaros hacía un concierto celestial y las nubes parecían estar guiadas por el pincel de Van Gogh.

Un ladrido lo sacó de su idílico descanso, era Bronco, el perro pastor, le avisaba que algunas ovejas se habían adentrado en el bosque.

Pedro se puso algo nervioso, él sabía por boca de su abuela que el bosque estaba encantado.

Una triste historia hacía mella en aquel hermoso bosque al que nadie se atrevía a entrar. Cuenta la leyenda que vivió en el monasterio un príncipe exiliado primo materno del padre prior de la hermandad de los pies descalzos. El cometido diario de el consistía en ordenar y clasificar los libros de la biblioteca. En el pueblo no había escuela, así que dos días a la semana, los monjes daban clases a los niños para que pudiesen aprender la palabra

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de dios. Tan solo una cosa se le tenía prohibida al príncipe, fuese cual fuese la razón, no podía entrar en la sala del viejo torreón que se encontraba además custodiada por un gran candado de oro y plata.

Durante mucho tiempo, sació el príncipe su curiosidad leyen-do uno por uno los libros de la biblioteca, más cuando los hubo leído todos, su mente empezó a girar en torno a aquella sala.

Diariamente le preguntaba a cada uno de los monjes que se escondía tras aquellos muros. Los monjes se limitaban a no con-testar como si tuviesen voto de silencio. El padre prior por otro lado intentó disuadirlo explicándole que allí solo había objetos de la iglesia que estaban rotos por el tiempo pero que les daba lástima tirarlos y los habían guardado allí.

El príncipe no creía en las palabras de su primo, como creer-las, quién iba a guardad objetos rotos bajo un candado de oro y plata. Una noche, lloviendo a cántaros, se levantó de madrugada. El monje cocinero que era muy asustón se levantó al escucharlo confundiéndolo con un fantasma, cogió escapulario en mano y un pequeño frasco de agua bendita. Al encender la vela se dio cuenta de que no era un fantasma, sino el príncipe, tomó aliento tras el susto y le preguntó que estaba haciendo a esas horas le-vantado. El príncipe le contestó que con el tiempo tan revuelto le dolía el reuma y que iba al boticario a por una cataplasma. El monje cocinero le prestó la vela y se volvió a acostar.

Esa fue la última noche que vieron al príncipe, más todas las noches de tormenta se escucha desde el bosque como pide nues-tro hombre de sangre azul ayuda para volver al monasterio.

Pedro, a sabiendas de esta leyenda, resolvió adentrarse en el bosque, no podía dejar a sus ovejas en manos de Dios sabe qué

cosa. Se abrochó los puños de la camisa, se ajustó el cinturón, cogió su talega y su bastón y empezó a caminar en dirección hacia el bosque con paso firme.

Una vez en el interior, a nuestro pastor no le pareció el bosque nada fuera de lo común, incluso se mostraba frondoso, lleno de vida, alegre , un sitio estupendo para pastorear con las ovejas. A cada paso, raíces que sobresalían por encima de la tierra, ha-cía cada vez más inescrutable el camino. Al cabo de media hora divisó las ovejas, estaban pastando en un claro donde la hierba era muy verde y las flores muy olorosas. Las había de todos los colores, rosass, amapolas, campanillas, un festín para su querido rebaño.

El pastor al ver semejante banquete comprendió a las ovejas, se acercó a ellas y descansó sobre un tronco que atravesaba el pequeño riachuelo. A los diez minutos apareció una mujer de avanzada edad con un cabello largo muy blanco. A pesar de su ancianidad, no presentaba arrugas en el rostro y sus ojos eran azules como el cielo. Llevaba en sus brazos un cántaro de barro de los que se utilizan para recoger agua.

El pastor se apresuró a cogérselo para ayudarla a llenarlo. La anciana le dio las gracias y le preguntó que hacía en su bosque. El pastor se quedó sorprendido con estas palabras, pero con mucha sinceridad le respondió que sus ovejas se habían adentrado en él debido al dulce olor que desprendía aquel hermoso claro y que si la había ofendido traspasando su bosque sin permiso que la pedía perdón.

La anciana, con una leve sonrisa le preguntó:-¿Cuál de tus ovejas me regalarías para perdonar tu ofensa?El pastor quedó pensativo observando a sus ovejas y le respon-

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dió:-Señora mía, sé que mis ovejas han actuado mal comiéndose

sus hermosas flores, pero si a alguien hay que castigar es a mí, pues yo soy quien las cuida y quien tiene que vigilarlas, así que deje por favor a mis ovejas que vuelvan al redil y yo me quedaré para pagar mi deuda.

-Eres un pastor muy bueno, no has tenido duda en recaer toda la culpa sobre ti sin tener en cuenta que sólo son ovejas y por eso, no solo te perdono sino que dejaré que tu rebaño venga a pastar todos los días durante el resto de ti vida a mi bosque.

Tras estas solemnes palabras, la anciana desapareció y una senda se abrió paso entre los árboles para señalar la salida del bosque.

Al siguiente día, el pastor condujo a sus ovejas por el sendero del bosque para que comiesen aquella maravillosa hierba. El día había amanecido nublado, nada más entrar en el claro se puso a llover. Pedro se puso un chubasquero y refugió a sus ovejas bajo una gruta. A lo lejos divisó una figura humana. Salió a socorrerla creyendo que era la anciana, pero mientras se acercaba, se daba cuenta de que aquel cuerpo era más robusto y parecido al de un hombre. El pastor ya no podía dar marcha atrás, cuando lo tuvo delante, observó sus mano, un anillo de oro como los que utilizan en la corona prendía de su dedo anular.

-Si joven pastor, soy el príncipe Eduardo, llevo aquí cuatro años esperando que alguien me rescate y todavía no ha aparecido nadie con el suficiente valor.

El pastor algo asustado le preguntó por qué había desapareci-do del monasterio aquella noche de tormenta.

-Mi querido pastor, estaba yo durmiendo pensando en los te-

soros que albergaban una sala a la que se me tenía prohibida la entrada, cuando en medio del sonido sordo de la lluvia escuché una voz femenina que me llamaba. Me levanté de la cama, me puse la sotana y a medida que me iba acercando a la sala prohibi-da la voz me llamaba con más claridad. No me importó engañar a mi querido amigo, el monje cocinero, que se había levantado al escucharme, sólo pensaba en la voz que me retumbaba en los oídos. En un abrir y cerrar de ojos me encontré delante de la puerta.

Ahora el problema era que no podía abrirla, después de tantos esfuerzos por despistar a los monjes e iba a tener que dar media vuelta. Ya casi cuando había perdido la esperanza, esa voz me volvió a hablar:

-¿Esta es la agonía que no te deja dormir, la que te hace retro-ceder sin buscar solución?

-¿Qué puedo hacer entonces, como entro a vuestra sala?, le contesté yo.

-Tienes que dirigirte a la capilla, una vez dentro, busca en la columna izquierda del altar de San Juan Bautista un pequeño sobresaliente. Tendrás que empujarlo con fuerza para abrir una pequeña cámara que contiene la llave que abre este candado.

-Tl como me indicó la voz me dirigí sigilosamente por los pasillos del torreón, la abadía, el confesionario y la despensa de víveres hasta que llegué a la capilla. Una vez allí, no me fue difícil encontrar al santo. Con fuerza empujé el saliente y un pequeño hueco quedó descubierto ante mis ojos. Era tal el brillo que des-prendía aquella cámara que me dio incluso miedo meter la mano para extraer la llave. Sin embargo, la voz que parecía que vigilaba mis pensamientos, no tardó en llamarme cobarde, cosa muy des-

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preciable para un rey, así que resolví coger la llave.Ésta tenía unos veinte centímetros de largo, era dorada con

unos brocados en plata. Poseía en el centro una gran perla blanca, la cual, a medida que nos fuimos acercando a la sala fue cambian-do a un color negruzco que nada tenía que ver con el anterior. El final de la llave estaba compuesto por cuatro pinchos que se enroscaban sujetando otra perla de menor tamaño pero con las mismas características de la otra.

Llegados a la sala, la voz me dijo que introdujera la llave en el candado para abrir la puerta. Ahora tenía una sensación muy rara, no sabía si hacerle caso a aquella voz o a mi primo el prior, que por otro lado tampoco tenía por qué engañarme, no obstante, la codicia me cegó al recordar los inmensos tesoros que habría allí guardados, cogí la llave con la mano izquierda y abrí el candado.

La puerta se desplazó hacia atrás y salió de ella una neblina que me arrastraba hacia el interior, una vez allí, me topé con una hermosa dama de cabellos rubios y ojos azules que hilaba unos ovillos de lana y me dijo así:

-Ahora que has abierto esta puerta, querrás saber los tesoros que alberga, pero para ello debes responder a una sola pregunta: sé que tienes tres hijas aguardándote en tu castillo y que no pue-des volver a causa del rey Vígamor, si él te propusiera casarse con una de tus hijas para retirarte el exilio, cual sería tu respuesta?

- Hombre, la menor le haría estupendos telares, le gusta mu-cho la costura, pero es mi flor más preciada, la mediana sabe con-juntar toda la ropa a gusto de cualquiera, collares a juego con los zapatos… y también toca el piano, creo que sería demasiado delicada para ese bárbaro, pero la mayor, Helena, esa sería perfec-ta, nunca le han gustado los quehaceres de princesas, durante su

adolescencia se limitó a aprender a montar a caballo y manejar la espada, incluso quiso enfrentarse en batalla, si creo que es a ella a quién entregaría.

Dichas estas palabras la dama se levantó de su telar y me pidió la llave, que al rozar sus manos se convirtió en una barita mágica pronunciando estas palabras:

-¡Salabatín, salabatán ¡, por haber puesto a uno de tus tres tesoros en manos de ese bárbaro, yo te condeno a morar durante tres siglos deambulando por mi bosque. No podrás salir de él a menos que alguien de buen corazón se apiade de ti y vaya a bus-car a tu hija Helena para pedirle perdón por tu avaricia, si ella se apiada de las palabras del pastor yo levantaré el encantamiento.

-Es por esto mi buen pastor, que te ruego me ayudes.El pastor quedó enmudecido, perplejo y sin aliento, más en un

hilo de sabiduría le contestó al rey:-No soy más que un pastor, ¿qué podría hacer yo?, ni siquiera

poseo armas para luchar.-No hay arma más fuerte que tu corazón, es necesario que me

ayudes, a cambio te ofrezco todos mis bienes, mi corona y mi tro-no, aquí me he dado cuenta que no sirve de nada tesoro alguno si no posees el más importante de todos, el amor de las personas que te rodean.

-Yo no quiero tu corona, más, si tu hija quisiera me gustaría convertirla en mi esposa, yo le daría todo el amor que ese bárbaro haya convertido en ofensas.

-Tan solo podrás casarte si ella lo desea, no quiero volver a equivocarme entregándola sin su permiso.

El pastor aceptó la propuesta, y con el anillo del rey en su dedo para utilizarlo como salvoconducto se dispuso a salir en

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LA DAMA DEL BOSQUE

busca de la princesa Helena. Una vez se encontró en la entrada del bosque, apareció de nuevo la anciana y le preguntó al pastor hacia donde se dirigía. Este, con la misma sinceridad de la vez anterior, le contó lo sucedido con el rey y al acuerdo que habían llegado. La anciana sonrió y le pronunció estas palabras:

-Mi buen pastor, aunque el rey lleva muchos años castigado aquí, sus tres hijas se encuentran a salvo en mi reino, Helena nun-ca se casó con aquel bárbaro, más ahora que el rey ya ha compren-dido el mal que hizo y gracias a tu valentía, ya puedo levantarle el encantamiento para que vuelva junto con sus hijas.

El pastor se alegró por el rey, más, quedó un rostro de tristeza perceptible por la dama que le preguntó:

-¿Qué te sucede mi buen pastor?-Estoy muy contento por el rey, pero me había hecho a la idea

de casarme con su hija mayor.-No te preocupes, ella, desde mi reino a estado observándolo

todo, tu valentía, tu bondad e incluso tu amor por ella sin co-nocerla. Cuando salgas de este bosque, ella estará esperándote al lado de tu rebaño para formar una familia contigo y recuerda que el amor siempre es más importante que cualquier tesoro.

El pastor salió del bosque y ciertamente allí se encontraba la princesa Helena y, junto a ella un cofre lleno de monedas de oro obsequiado por el rey. El pastor hizo un pequeño castillo junto al bosque y vivió muy feliz junto a su esposa Helena que le dio cuatro hijos.

Pilar María Pérez López

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MEMORIAS DE UNA INTERNAUTA

18 de octubre de 2006

AlbertoEdad: 38 años.Estatura: 1´78.Profesión: Delineante.Lugar de encuentro: Puerta del Corte Inglés de Nervión.Impresión: muy agradable física y personalmente.

27 de octubre de 2006

LuisEdad: 36 años.Estatura: 1´75Profesión: Carpintero.Lugar de encuentro: Puerta de la Iglesia de San Benito.Impresión: más bajo de lo que decía pero muy agradable.

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MEMORIAS DE UNA INTERNAUTA

7 de noviembre de 2006

DiegoEdad: 41 años.Estatura: 1´85.Profesión: Administrativo.Lugar de encuentro: Café de Indias de la Plaza de la Encarna-ción.Impresión: muy atractivo y muy creído.

Otra vez me he vuelto a vestir de rojo para una cita. Es mi color, con el que me siento más favorecida. Espero que no me pase lo de la última; nada más llegar él, me dijo:”Ya empezamos mal, odio el color rojo. Soy bético.”Después me llevó a cenar a un restaurante muy elegante y para nada se correspondía la clase del restaurante con la del sujeto. No tenía conversación, todo fue un monólogo sobre lo mal que lo había pasado tras su separación. Me aburrí como una ostra.

Creo que ésta era ya la cita número setenta y cinco. Nunca imaginé que alcanzaría ese número cuando aquel día mi amiga me dijo que internet era la mejor forma de encontrar pareja. Ja-más pensé que llegaría a conocer a este número de hombres con los que he llegado a quedar. Suponía que iba a ser más fácil y que era imposible que hubiese esa cantidad en la misma situación, divorciados, solteros , separados o viudos pero todos igual de so-los.

Si me lo llegan a contar, no me lo creo . Sé que es verdad porque lo estoy viviendo y me está pasando y sobre todo porque

están todos aquí, en mi cuaderno, con todos sus datos y las fechas y lugares de las citas.

No sé si algún día encontraré lo que estoy buscando pero la ex-periencia merece la pena porque he conocido a personas muy di-ferentes y en el fondo muy iguales que me han hecho reflexionar y llegar ala conclusión de que al final todos buscamos lo mismo, a alguien que nos haga sentir especiales y sobre todo buscamos afecto.

Espero que éste que tiene el nombre de mi ex marido no se le parezca porque ya he conocido a varios Carlos y todos son igual de prepotentes.

La verdad es que cuando conocí a mi marido no me pareció así. Era tan atractivo que no le vi ningún defecto. Con esos ojos verdes tan grandes , esa piel tan morena y tan alto. Como para decirle que no cuando me invitó a los pocos días a cenar.

Después vinieron dos años de noviazgo y después la boda. La convivencia fue un desastre porque tenía un carácter insoporta-ble, pero a pesar de todo estuvimos casados cinco años. Cuando me separé me encontré como un barco sin rumbo, totalmente perdida.

Todas mis amistades estaban felizmente casadas y fue una compañera de trabajo quien me habló de esta nueva forma de conocer gente.

Al principio sólo me limité a hablar con ellos a través de la red pero no quedaba con nadie hasta que un día me armé de valor y quedé con el primero. Y aquí estoy preparada para mi nueva cita, con mi mejor vestido.

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MEMORIAS DE UNA INTERNAUTA

12 de febrero de 2009

CarlosEdad: 39 años.Estatura: 1´82.Profesión: Ingeniero de telecomunicaciones.Lugar de encuentro: Plaza del Salvador. Bar Universal.Impresión: muy atractivo y muy prepotente.

Josefina Pineda Falcón

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LA ETERNA PRINCESA

El ruido de los tacones por el piso anunciaba que Adela había llegado. Quien Si alguien quería verla con la cara destapada, con carácter, y sintiéndose mujer, ese era el momento.

Entre las puertas abiertas del ropero deshojaba sus días, las semanas y los meses, primero de verano, después de invierno. Vestidos cortos y minifaldas daban paso a sus medias tupidas y vestidos ceñidos que dejaban ver las curvas de su cuerpo.

Paseaba de la habitación al baño, subía y bajaba escaleras con los zapatos de cinco centímetros como si estuviese plana. Podía hacer faenas sin añadir una arruga a su cuerpo.

El cabello alborotado enmarcaba la blanca piel de su cara que chocaba con los labios ahora húmedos de carmín.

Nadie podría creer que fuese ella.

Rebeca Pineda Nuñez

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ARTURO

Ya hacía algún rato que estábamos sentados esperando que llegase la monitora. Al igual que la semana pasada ese pequeño retraso se debió a una equivocación por el callejero del barrio.

-Disculpadme por la tardanza, pero es que para mí todas las calles son iguales, hasta que no me haga con la rutina… –entró diciendo, con una sonrisa encantadora en los labios, como siem-pre-

A ti se te notaba un poco nervioso, no sé, la forma de hablar, la manera de poner los papeles encima de la mesa, algo difícil de explicar, pero que denotaba esa impaciencia típica que todos te-nemos cuando queremos dar a conocer nuestro trabajo para que sea juzgado ese poder creativo que esperamos poseer.

Insistes en que es la primera vez que te atreves con la prosa, pero como tu dilatada experiencia con la poesía ya la conocemos, se nos hace difícil creer que jamás hayas intentado siquiera relle-nar algunas cuartillas.

Como te decía, esa pizca de inseguridad se transmitía a tus manos <<¿qué opinarán sobre lo que he escrito, me dirán que no vale nada, les gustará…? –te rondaba por la cabeza->>. Una y otra

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ARTURO

vez manipulabas los papeles donde tenías plasmada la primera creación narrativa de tu vida. Por primera vez ibas a dar a conocer un relato imaginado y escrito por ti.

Con sólo echar un vistazo a los papeles, se podía adivinar que le has dado infinidad de vueltas, que lo has retocado una y otra vez, hasta el titulo aparece emborronado y vuelto a renombrar. Un sinfín de tachaduras y nuevas palabras, hasta frases enteras agregadas, escritas entre líneas, en tampoco espacio que es com-plicada su lectura.

Cuando la monitora requiere la lectura de algún trabajo, una de nuestras compañeras no puede aguantar más los nervios. Rau-da se ofrece para que el suyo sea el primero que se lea, para ella como para ti, ésta también es su primera vez y la impaciencia por dar a conocer su creación le sale a borbotones por la garganta. El tuyo tiene que esperar un poco.

Concluida la lectura y analizado el primer texto. Se escuchan algunas voces que requieren de tu escrito. No sé cómo lo hiciste, pero creaste un halo de intriga que nos propició un deseo enorme de oír tu historia. ¡Quién sabe si no estábamos asistiendo al naci-miento de un futuro Premio Planeta!

El silencio se hizo en el aula en cuanto comenzaste a leer. Se-guro que los nervios se te aplacaron, pues las palabras emergían de tu boca como deslizándose por el aire y eso que era compli-cada la lectura de un manuscrito lleno de tachaduras y añadidos a mano sobre las letras impresas. Como se dice por El Viso; tú tienes más tiros “daos” que los gorriones del Sequero.

Llevabas apenas unas líneas cuando de repente: ninoninoni, ninoninoni,… un teléfono suena interrumpiendo la narración.

-¡No puede ser!, la primera vez que escribo un relato y lo doy

a conocer públicamente, y es mi propio teléfono el que me inte-rrumpe –exclamaste, mientras hacías los movimientos oportunos para sacar el móvil del bolsillo, sin ponerte de pie.

Lo paraste depositándolo en lo alto de la mesa. Todo ello trans-currió en breve tiempo, estábamos deseosos de que continuarás con la lectura, como hiciste. Otra vez tus palabras comenzaron a llenarnos de intriga, y toctoctoc, toctoctoc,… alguien llama a la puerta preguntando por no sé qué taller de jardinería. Tu primer relato queda nuevamente interrumpido. Los dioses parecían con-fabularse en tu contra.

Solventada la segunda interrupción, sigues con tu tarea, vuel-ves a coger el hilo de la historia y nada mas comenzar: ninoninoni, ninoninoni,… Increíble pero cierto, tu teléfono está nuevamente sonando. Esta situación que a cualquiera le crearía un estado de tensión y de rabia, tú te la tomas con buen humor, sonríes, dices alguna cosa ocurrente y todos los que allí estábamos te instamos a que siguieras leyendo.

La atmósfera que se respiraba era curiosa, por un lado que-ríamos saber cómo acababa tu historia y por otro pensábamos que no sería posible otra nueva interrupción. Pero en este mundo todo es posible y nuevamente la muchacha que anteriormente aporreó la puerta preguntando por no sé qué taller, hizo lo pro-pio en la otra puerta del aula. La cuarta interrupción, con las consiguientes risas del personal, que terminaron convirtiéndose en carcajadas cuando a tu inseparable teléfono móvil le dio por sonar otra vez. Ahora, aunque quisiste disimularlo, se te notó en la cara la poca gracia que te hizo.

Si te cuentan lo que te estaba ocurriendo, nunca lo habrías creído. Toda la ilusión por mostrar lo que tu mente había sido

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ARTURO

capaz de crear, de engarzar las palabras precisas para que no sólo se entienda lo que quieres transmitir, sino para que además quede bonito, todo ese trabajo que por primera vez te atrevías a realizar, quedaba una y otra vez interrumpido. De todos modos valió la pena escuchar la historia, aunque fuese entrecortada.

Francisco Javier Santos García

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PRIMAVERA NUBLADA

...Yo me ato los cordones como Manolo que me llamo que si me ven las señoritas que no puedo seguro que piensan que soy un viejo torpe como aquellos con la mirada perdía que se acerque quien se acerque siempre sonríen hasta cuando ven al cuervo que no la he visto reir desde el día que se inaguró todo este cuartel y vino con la concejala del Ayuntamiento.

Que yo todavía estoy muy bien y no me gusta que me amarren los cordones que prefiero tardar media mañana a que venga una de las señoritas para amarrármelos ella y que diga qué bonito día hace para qué quiero que esté bonito el día ni que me fuera a ir a coger espárragos y para eso que venga la señorita Mercedes que nunca me mira a los ojos para qué quiero que venga a la hora en punto ni un minuto más ni un minuto menos como ella dice y sonríe y que me importan a mí los minutos yo lo que querría es que me hablara del domingo que fue la comunión de su niño que se sentara aquí a mi lado y me contara lo que oigo que le cuenta a las demás señoritas y es que claro el que a hierro mata a hierro muere pero yo no hablaba apenas con la María porque ella no me

Con todas sus falsedades, trabajos y sueños rotos, éste sigue siendo un mundo hermoso.

Max Ehrmann

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PRIMAVERA NUBLADA

hacía ningún caso y luego va y lloraba y lloraba y ni me miran mis hijas no le gustaba nada de lo que yo hacía y me fui porque estaba enfadado no para que ella se enfadara más y no me quisiera ver nunca yo creo que me estoy volviendo un poquito loco que me acuerdo de mi madre más que nunca que no se por qué tengo ganas de que me abrazara mi madre o que lo hiciera alguien y aquí todo el que viene que qué limpio está todo y qué bonito y qué agustito y que qué limpieza y qué agusto y qué gloria y una mierda para lo limpio y otra para los partes meteorológicos de las visitas porque aquí muchos días está nublado y hace sol en la calle y la María ni sol ni nublado no quería salir conmigo nunca y luego decía que yo me enteraba que yo era un hombre muy raro que no le gustaba las fiesta que era más de campo y otra vez me mira la mujer del sofá verde me tiene nerviosito para qué me mira tanto si ayer me vio doce horas y tanto no he cambiado seguro que quiere que yo vaya y seguro que me vuelve loco que aquí es-tán todos cortados con el mismo patrón y por fin hoy le toca a la señorita Mercedes traer las pastillas viene con los bucles todavía de la fiesta de su niño total qué me importa a mí tener las gafas rotas si doblo esta patilla hasta el final y hago como que se me caen cuando venga seguro que se sienta a mi lado a gobernarlas y seguro que cuando me las ponga me mira a los ojos y me dirá algo...ya lo tengo! por ejemplo yo podría hacer una veleta y de lo grande y de lo bonita que sería vendrían los niños a verla el hijo de la señorita Mercedes y todo su colegio podría hacer muchas veletas y vendrían así muchos niños y todos ellos me mirarían a los ojos y a lo mejor incluso algunos me darían besos...

Macarena Santos Sánchez.

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FUENTEOVEJUNA DOS MIL OCHO

“Señora directora, si tiene usted razón, si no le decimos que no, pero ¿qué quería que hiciéramos? En el colegio nos lo enseñaron, y eso lo aprendimos muy bien: no puede uno quedar-se indiferente ante la injusticia. ¿O no es eso lo que siempre nos han dicho... que hay que ayudar a los débiles, a los desvalidos, a los que sufren violencia? A ver si va a resultar ahora que nos lo hemos inventado nosotros... Que usted nos conoce, con nuestros defectos como todo el mundo, pero no podrá decir que alguna vez le hemos dado motivos de queja. Vale, lo de esta vez..., si no le decimos que no, y le pedimos disculpas porque sabemos las molestias que esto le va a causar pero, por otra parte, que sepa que tenemos la conciencia bien tranquila. Y que pase lo que tenga que pasar, que así es la vida y no seremos nosotros quienes la cambie-mos. Así que llame usted a quien tenga que llamar, que nosotros no vamos a salir corriendo.”

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FUENTEOVEJUNA 2008

Carta de Yuliya Samoylenko a sus padresFresnedilla, 12 de abril de 2008

Queridos padres:No os podéis imaginar lo bonito que es esto, con tanto sol y el

cielo siempre tan azul que no te cansas de mirarlo y debe ser por eso que la gente sonríe siempre y parece tan feliz.

Estoy muy contenta porque ya conseguí el trabajo: una susti-tución de cuatro meses en una residencia privada, que no parece mucho pero por algo se empieza, yo lo único que quiero es que me dejen demostrar de lo que soy capaz. Cuando firmé, lo pri-mero que hice fue pensar en vosotros y en lo que siempre me dijisteis sobre estudiar y las posibilidades de las personas con una carrera y una buena formación respecto a los que no la tienen. Y os tengo que confesar que me emocioné hasta las lágrimas, por-que sé lo mucho que os costó y es algo que no os podré pagar por muchos años que viva. Y además el sueldo no está mal, aunque he de deciros que de momento no os podré mandar nada, que estoy teniendo muchos gastos con esto de instalarme.

A Oleksa le decís que aún no está la cosa como para que se venga, que siga estudiando e intente buscar algo por ahí y que, si acaso, cuando yo ya tenga una buena posición, la mandaré lla-mar, porque no es fácil hacerse un hueco aquí y tampoco creo que ella vaya a tener tan buena suerte como yo.

Os manda muchos besos vuestra hija que os adora y os echa de menos a cada instante.

Yuliya

Carta de Yuliya Samoylenko a su amiga KaterynaFresnedilla, 13 de abril de 2008

Querida Kateryna:No te puedes imaginar lo que me arrepiento de no haberte

hecho caso, y es que tenías razón, aquí nadie se fija en mis títulos y muchos ni siquiera me miran como a una persona. He pasado, y estoy pasando, muchos apuros y lo único que deseo es juntar el dinero para poder volver, que al menos ahí tengo mi casa y mis amigos y, aunque la cosa esté muy mal, entre todos nos podremos ayudar.

Aquí me he tenido que olvidar de que soy médico y que casi consigo un puesto en la Filarmónica de Kiev, aquí a nadie le in-teresa eso. Sé que te va a entristecer saber que lo único que he encontrado es trabajo de asistenta. Sí, Kateryna, tanto estudiar para ahora limpiar casas, pero ni siquiera es algo fijo y está muy mal pagado. Me muero de pena sólo con pensar que mis padres se enteraran, los pobres, con lo que tuvieron que pasar para darme una carrera.

El trabajo en el bar de copas ese que te conté, lo tuve que dejar, estaba claro que allí sólo me querían porque lucía bonito detrás de la barra. Era un horror: los clientes se me insinuaban y el dueño no hacía más que acosarme, no lo pude resistir. Pero con ser malo, eso no es lo peor, Kateryna, ... ¡cómo te echo de menos! ¡Qué razón llevabas! Lo peor es Andriy, que está desconocido. Él dice que no vino aquí a hacer trabajo de negros, fíjate, nunca lo había oído hablar así. Está agresivo, siempre malhumorado, no trabaja y se pasa el día bebiendo. No hacemos más que discutir y se queda con todo el dinero que llevo a casa y eso me desespera,

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FUENTEOVEJUNA 2008

porque así no podré nunca salir de aquí. Pero todavía hay algo más: desde hace unas semanas no hace más que decirme que soy una chica desaprovechada, que con esta cara y este cuerpo, si yo quisiera, viviríamos como reyes, porque muchos pagarían lo que fuera por disfrutar de mí. ¡Eso me dijo, Kateryna, ... y yo me quería morir!

Estoy destrozada, él es lo único que tengo aquí y ya ves. No paro de llorar y él cada vez insiste más y tengo miedo, porque ya sabes que cuando se altera, no se controla y no mide su fuerza y sé que puede hacerme mucho daño.

Por favor, habla con Oleksa y dile que por nada del mundo venga. Esto no es lo que dicen, esto es lo más parecido a lo que cuentan que debe ser el infierno, pero que por favor, no se ente-ren mis padres.

Y ahora más que nunca es cuando necesito uno de esos tus abrazos eternos.

Yuliya

P.D.: Entre tanta pena he de decirte que, al menos, hay una per-sona, Cecilio, que me escucha y con la que me desahogo. Trabajo algunos días en su casa y desde el principio he notado que era alguien especial, lo que pasa es que no creo que esté en condicio-nes de ayudarme, aunque él dice que sí, que ya veré, que yo no me preocupe, que lo deje en sus manos, pero no creo que pueda hacer nada...

Fragmento de una noticia aparecida en el diario “La provincia” el 17 de abril de 2008

[...] “se observa con preocupación el fenómeno cada vez más frecuente de la trata de blancas, mujeres procedentes de la Europa del este que son atraídas con el reclamo de un falso trabajo y una vez aquí son obligadas a prostituirse. En el último semestre se ha detectado la apertura de tres locales a tal fin sin que, hasta el mo-mento, las fuerzas de seguridad hayan emprendido acciones...”

Correo electrónico de Andriy Rudenko a Danylo YavorskyDe: [email protected]: [email protected]: 20 de abril de 2008, 10:12Asunto: La muñeca

Amigo Danylo:La muñeca se resiste a entrar en razones, tiene muchos pájaros

en la cabeza, pero yo la voy ablandando poco a poco. No te puedo asegurar que la tengas ahí esta semana, pero cuenta con ella para el mes que viene. Ya viste las fotos, seguro que será la estrella de tu local y sé que sabrás agradecerlo y pagarlo como se merece.

Andriy

Correo electrónico de Danylo Yavorsky a Andriy RudenkoDe: [email protected]: [email protected]

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Fecha: 20 de abril de 2008, 19:46Asunto: Re: La muñeca

Mira, Rudenko, soy una persona muy ocupada y vivo de he-chos, no de promesas. No me interesan tus problemas, sólo que cumplas conmigo lo prometido y mientras no lo hagas, no vuel-vas a llamarme amigo.

D

Declaración ante la Guardia Civil, 28 de abril de 2008

“Esperemos que lo tenga usted en cuenta, señor guardia, que nos presentamos voluntariamente, que nadie diga luego que tu-vieron que buscarnos ni nada de eso y que usted sepa que las cosas salieron así de pura mala suerte, pero que no era nuestra inten-ción. Usted no nos conoce, pero puede pedir referencias y ya verá que le dirán que somos gente pacífica que no se mete con nadie, pero es que esto no lo podíamos sufrir. Intentamos arre-glarlo por las buenas, pero no hubo manera. Era un tiarrón así de dos metros cuadrados, ya sabe usted, dos de alto por uno de ancho, que se rió de nosotros y nos dijo que nos daba de hostias a los cuatro con una mano y que no nos metiéramos en lo que no nos importaba o íbamos a ver.

Sí señor, si ya se lo dijimos a ella, que denunciara, pero tenía mucho miedo y estaba sin papeles y el canalla ese le pegaba y en-tonces no lo pudimos aguantar más... Pero que fue un accidente señor guardia, se lo juramos por lo más sagrado...”

Reportaje en la TV local “FresneTV”, 28 de abril de 2008

Reportero: Esta tarde se ha producido en nuestra localidad un suceso violento que nos tiene conmocionados. Se trata de la muerte de un hombre de nacionalidad rusa que vivía en compa-ñía de su pareja en un piso de la calle Olivares. Y aquí tenemos a Don José Antonio Vizuete, que fue quien descubrió el cadáver. ¿Nos puede contar cómo fue?

Testigo: Pues verá usted, acabábamos de almorzar y, mientras ayudaba a la parienta a recoger los cacharros, que yo no soy de esos que no ayudan en la casa..., le dije que me iba a lo de Higi-nio a echar unas cartas. Ella se puso a refunfuñar y empezó con su cantinela de siempre y entonces escuchamos un ruido así que no sabría cómo decirle y nos quedamos callados de sopetón. Y mi Engracia me dice: “Pepe, eso ha sido un tiro”, porque ella es muy fantasiosa y yo le digo: “Anda, mujer, pero qué tiro ni tiro...”. Y ya estábamos los dos abriendo la puerta y entonces los vi a los cuatro allí, así como pasmados, que al instante los reconocí, que uno es de aquí del pueblo y los otros están allí internos y entonces yo ya me amosqué y le dije a Engracia que cerrara. Total, que me fui para ellos y les dije: “buenas tardes”, pero ellos allí todo serios que ni me contestaron y entonces vi abierta la puerta del piso de los rusos, que ella muy mona y muy educada, pero él no te da ni los buenos días, si acaso un gruñido. El caso es que algo me olí y cuando entré lo vi allí tirado con todo lo grande que es en medio de un charco de sangre. “¡Coño!”, dije y miré para fuera y ellos cuatro seguían allí como pasmarotes, sin saber qué hacer...

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Fragmento del informe preliminar del forense, 28 de abril

[...] “El cadáver corresponde a un varón de unos 30 años y raza caucásica, de complexión fuerte, 197 cm de estatura y 102 kg de peso. Presenta orificio de entrada de un proyectil de bala en la re-gión pectoral izquierda de 1,2 x 1 cm ubicado bajo la tetilla, con halo de contusión de mayor anchura hacia la izquierda, rodeado de halo hiperémico, sin orificio de salida.”

Fragmento del informe de la Guardia Civil a requerimiento del juez, 29 de abril de 2008

[...] “Procedí entonces a interrogar a los encausados: Ceci-lio Durán Estévez, natural y vecino de Fresnedilla del Monte, Bartolomé Torres Esteban, Miguel Núñez Salazar y Eliseo Na-vas Beltrán, que viven en la residencia “Los Olmos”, sita en esta localidad. Los cuatro declaran que se personaron en el número cuatro de la calle Olivares, piso primero derecha con la intención de tratar con el finado, el ciudadano ucraniano Andriy Rudenko, de un asunto que tenían pendiente y de resultas de lo cual se en-tabló una fuerte discusión. Según los encausados, viendo que entre los cuatro no podían hacer frente al susodicho, y con la sola intención de defenderse, esgrimieron una pistola, que no desean declarar ni cómo consiguieron ni qué hicieron posteriormente con ella, con la que lo encañonaron y le rogaron que accediera a sus peticiones. Pero sea por los nervios, por lo violento de la situación o la poca pericia de los declarantes en el uso y manejo de armas de fuego, la pistola se disparó accidentalmente, sin que

hubiera por su parte intención alguna de causar al dicho ciudada-no ucraniano el daño que se le causó.

Preguntados sobre quién esgrimió la pistola y supuestamente disparó el arma, contestan con una única palabra: Fuenteoveju-na.

Sólo añadir, señor juez, que el más joven de ellos pasa cumpli-damente de los setenta años.

Germán Vayón Ramírez

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EL MUNDO DE COLOR DE WANDA

En nuestras primeras conversaciones su voz canina no apare-ció.

Fue más tarde, no recuerdo exactamente cuándo, que por el auricular entró en mi oído su ladrido con más nitidez que tus palabras.

Me dijiste que era tu perra, que estabas con ella en un bosque-cillo cercano a tu casa y algo alejado de los ruidos de los coches. Te gusta la tranquilidad y por eso vas ahí siempre que puedes.

Me hizo gracia escuchar cómo pedía desesperadamente tu atención. Sus ladridos persistentes viajaban a través del hilo con-ductor que nos reúne cada día.

Como un niño pequeño, cuando su madre está ocupada, hace travesuras, así, Wanda, viendo que tú me prestabas atención a mí, se dedicó a romper la pelota colorida que le acababas de com-prar.

Escuché tu voz dirigirse a ella en tono de reprimenda, pero

La diferencia entre el animal más pequeño y yo resi-de únicamente en la forma de manifestarse en tanto que por principio, ese animal es idéntico a mí, es mi hermano, posee el mismo alma que yo.

Swami Vivekananda

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EL MUNDO DE COLOR DE WANDA

incluso así, suena cálida y alberga toda la serenidad que siempre me inspiras.

Sonreí, imaginando la escena.Desde ese momento, Wanda tú y yo formamos un trío bien

avenido en el que las dos te esperamos impacientes hasta que vuelves del trabajo: ella, para esparcir por el parque sus juguetes favoritos mientras corre alegremente a tu alrededor. Yo, para ca-minar de tu mano y compartir contigo lo acontecido en nuestras vidas cada día.

A veces, cuando no la escucho ladrar, me interrumpo para preguntarte sobre ella: qué hace, por qué está tan callada. Me ex-plicas que le asustan los cohetes y comienza una carrera de vuelta a casa.

Dejamos de hablar un momento, porque tienes que cogerla en brazos para cruzar la carretera.

Siento tus pasos primero, seguidos luego del ruidoso fluir de tráfico en una carrera acelerada y alocada hacia ningún sitio.

No hemos colgado el teléfono. Retomamos la conversación en cuanto ella está a salvo.

Te pregunto porque no la llevas con la correa, estarías más tranquilo, te digo.

Te escucho reír y aprovecho para decirte cuánto me gusta tu risa relajada y sincera.

Me explicas que Wanda es una perra peculiar y que si le pones la correa se tira al suelo y se niega a caminar.

Yo lo interpreto como un gesto de rebeldía en el que deja mos-trar su carácter. Un gesto de protesta para reivindicar su libertad.

Reímos los dos y empleamos unos segundos más, privados y cálidos para despedirnos por hoy.

Después de muchos días paseando los tres juntos sin tener otra limitación que el viento que se interpone algunas tardes entre tu voz y la mía, una tarde me enviaste unas fotos que hiciste por la mañana, aprovechando una salida a la playa con ella.

No se si alguna vez la imaginé de alguna manera, pero en el momento en el que la vi, allí, cerca del mar, con su hocico olis-queando la arena, paso a ser definitivamente Wanda en mi pen-samiento.

Su pelo de color blanco sobre el que se esparce un abrigo de pelo marrón.

Su pata, la delantera izquierda toda marrón con una termina-ción en blanco en la parte superior y por el interior de la misma.

Las demás todas blancas hasta la mitad en que bruscamente cambian.

El hocico marrón salpicado de pelos blancos, las orejas com-pletamente marrones y puntiagudas, siempre alerta, sus ojos viva-rachos escudriñando todos los lugares, para acceder a ir a aquellos que le gustan , para negarse a caminar hacia los que no le inspiran confianza.

En su boca, la muestra de lo que la motiva a salir cada día, una pelota colorida a medio romper, su juguete preferido.

En el instante en que las fotos llegaron llené la pantalla del ordenador del azul de tu mar, de Wanda y de ti, y mientras os contemplaba sentía, que no hay kilómetros suficientes que pue-dan apartarme de ti y de tu mundo.

Nuestras conversaciones se alargaron en las tardes de invierno, tú bajo el paraguas; yo, bajo el soportal de la entrada, Wanda co-rriendo y ladrando como si la lluvia removiera sus moléculas y en ese bullir, su felicidad se duplicara.

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EL MUNDO DE COLOR DE WANDA

Hasta cuando le aparece ese dolorcillo en la pata que a veces la hace cojear, ella no se arredra y cuando te ve llegar con una bolsa, rebusca y olfatea a ver si allí hay algo para ella; un nuevo juguete, una pelota multicolor.

Ha pasado el tiempo y en su intuición estoy segura que ella sabe de mi existencia y seguro que con ese instinto canino, hasta reconoce mi voz.

Nuestras conversaciones variadas e interminables no serían lo mismo sin su ladrido de felicidad perpetua, sin mis preguntas en relación a ella y sin tus respuestas llenas de humor sobre sus preferencias o sus carreras alocadas hacia casa, cuando la música y los cohetes empiezan a estallar en el campo de fútbol, anunciando un partido dominguero.

Tú y yo ponemos los sentimientos cada día mientras hablamos y compartimos nuestra vida.

Ella juega incansable y ladra feliz por el parque corriendo a tu alrededor y alejándose luego. Siempre con su pelota en la boca.

Cuando empezamos a despedirnos, todo va quedándose en silencio.

Nuestras palabras bajan de volumen, Wanda camina silenciosa a tu lado.

Sólo una sirena de bomberos o de la policía que pasa cerca del lugar donde te encuentras, rompe la magia del momento.

Hemos colgado el teléfono por hoy y me quedo pensando en ti, en Wanda.

De ti ya sabes lo que pienso.De Wanda, me digo: Los perros no tienen sentimientos, dicen, sin embargo, su

fidelidad, su mirada, su ladrido y el movimiento de su cola que

expresa su confianza o su miedo, su dolor o su euforia. Sus orejas que se mueven en todas direcciones como radares

queriendo captar aquello que está fuera de nuestro alcance, ese instinto que les hace reconocer el peligro que está por venir, que les hace discernir entre las personas que son buenas y las que no lo son tanto, la inteligencia o habilidad para aprender a trabajar en labores humanitarias, la forma de acompañar y conducir a las personas que no pueden valerse por sí mismas.

Sus llamadas de atención cuando no se encuentran bien o cuando están necesitados de afecto.

Sus ojos que se vuelven tristes y opacos cuando son maltrata-dos o cuando han perdido a sus dueños.

En estas divagaciones mentales estoy cuando empiezan las no-ticias, y ahí está, como cada día, la violencia gratuita, las guerras, las desapariciones de personas en distintos lugares del mundo, las estafas masivas, los alijos de droga, las muertes por ajuste de cuentas…

Pienso entonces que muchos seres humanos deberían estar tan carentes de sentimientos como los perros.

El mundo, sería distinto, colorido, como las pelotas a medio romper de Wanda.

Mercedes Marín del Valle

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SOLEDAD COMPARTIDA

Como cualquier otra tarde había comenzado mi turno tras esa barra del “café romano”, lugar de encuentros, charlas y animadas conversaciones que me llevan a evocar lo mejor de la condición humana y su necesidad de relación con el otro.

Era una de esas tardes del mes de enero. La oscuridad y la penumbra invadían el espacio iluminado por las pequeñas velas encima de cada mesa. Se percibía un aire de intimidad y calor que invitaba a conversar, pensar o simplemente sentir, dejándose llevar por el melódico sonido que envuelve esta grata atmósfera.

Absorta en mis pensamientos y delante de esa humeante taza de café, escuche de pronto su voz.

-Por favor, puedes ponerme té con canela, como tú sabes pre-pararlo.

-Sí, sí, ahora se lo llevo a su mesa.Mientras preparaba ese té que habitualmente pedía cada lu-

nes, observé su rostro tranquilo, quizás demasiado tranquilo, su mirada triste y perdida, sus manos inquietas que tocaban con

Ahora empiezo a meditar lo que he pensado, y a verle el fondo y el alma, y por eso ahora amo más la soledad, pero aún poco

Miguel de Unamuno

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SOLEDAD COMPARTIDA

ansiedad el móvil que reposaba sobre el libro que siempre acom-pañaba su soledad.

Me aproximé hasta el rincón del fondo donde estaba la mesa que siempre, lunes tras lunes, ocupaba desde hacia meses.

-Su té con canela -dije. No me respondió, ni creo que perci-biera mi presencia.

-Señorita aquí tiene -susurré.-Ay, perdona, gracias –contestó la mujer.De regreso a la barra pude ver como ese té permanecía intacto

y su mirada siguió perdida durante un largo rato.A través de los grandes ventanales caía la noche y las primeras

gotas de lluvia evocaron en mi mente aquella primera tarde de lunes en la que entró en el café, acompañada por un joven de sonrisa amplia, y sobre todo, cautivadora mirada. Ocuparon esa mesa del fondo, compartiendo charla, confidencias, miradas de complicidad y como no, té con canela.

A partir de aquel día nunca faltarán a la cita del lunes en el “café romano”.

En mi cabeza se agolpan varias preguntas:¿Qué hizo que yo me fijara en ellos? ¿Qué relación mantenían?

¿Qué escondían tras esas animadas charlas?Yo no lo sé, pero se instalaron en mi mente desde aquel primer

lunes que escuché esa voz dulce y cariñosa que le decía:-Cariño, ¿te has mojado mucho?Volví mi rostro y me encontré con un joven solícito y atento

que le ayudaba a quitarse la cazadora y que le limpiaba con unas servilletas el libro que ella sostenía entre sus manos.

Aquel primer gesto me cautivó. Más tarde cuando me acerqué hasta su mesa para ver qué deseaban tomar, vi sus ojos, de un azul

intenso, fijos en los de ella, penetrándola hasta lo más profundo de su alma. Tosí ligeramente y pregunté:

-¿Qué toman? -él rozo suavemente su mano y dijo-: ¿Qué nos apetece?

-No sé, la verdad que… -contestó entusiasmada. -Té con canela.-No sé si me va a gustar.Guiñando un ojo, no sé si a ella, si a mí o si a las dos, dijo:-Te va a encantar. Dos tés con canela, ¿vale?De vuelta a la barra mientras preparaba lo que me habían

pedido pensaba y pensaba: ¿qué relación les une? ¿Son familia? No, lo descarté al momento. ¿Son pareja? No creo, ella es mucho mayor que él, bueno y qué… pero no me pareció una pareja al uso. ¿Son compañeros de trabajo? No, demasiada complicidad. ¿Son amigos? Claro, deben de ser grandes amigos, pero no estaba convencida, esas miradas que intercambiaban decían mucho, sin decir nada.

Así, semana tras semana se convirtieron en parte de mí, de mis pensamientos, de mis observaciones y hasta les tomé cariño. Comencé a identificarme con ellos; me atraía la forma de ser y actuar de aquella mujer. Me atraía ese joven con sus gestos, sus ojos y sobre todo por aquella penetrante voz. Y ante todo me atraía esa relación que nunca supe definir en qué consistía.

Siempre recordaré aquel lunes del mes de junio en que am-bos permanecían sentados en una mesa del fondo y yo limpiaba detenidamente, ante la falta de clientes, las mesas contiguas. De pronto escuché la voz de la mujer que decía:

-¡Felicidades mi niño! –Mientras sacaba de su bolso un peque-ño regalo. Él tomó su cara entre sus manos, besó sus mejillas y la

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SOLEDAD COMPARTIDA

abrazó cálidamente.-¡Qué bien!, con esta pluma podré terminar el libro. Muchas

gracias.Pero de pronto observé cómo se emocionaba y leía unos pe-

queños papeles color sepia que estaban debajo de la pluma.No pude menos que quedarme inmóvil y de espaldas a su

mesa, escuchar su voz, esa voz cálida que decía:-Primer poema de Wallada a Zaydum: ¡Me has hecho sentir

una cosa tal, que si la hubiera sentido el sol, no aparecería más; si la hubiera sentida la luna, ésta no se elevaría; si la estrella, no viajaría ninguna noche!

Tomando aire continuó leyendo:-Primer poema de Zaydum a Wallada:

“Gacela que reunesdistintos tipos de belleza,

cerca o lejos de mí,en mi alma estás arraigada.”

En mis ojos, igual que en los suyos, las lágrimas luchaban para no fluir como un manantial que se precipita al vacío. Sólo pude escuchar su voz entrecortada que decía:

-Siempre, siempre seré tu Zaydum y tú mi Wallada, no hace falta que lo diga esta pluma.

Esa tarde tuve unas ganas locas de volver a casa y buscar en Internet esos misteriosos nombres que yo desconocía, y que para ellos eran un lazo de unión en su relación.

De esta forma pude saber que Wallada era una princesa Ome-ya y una poetisa que abrió el primer salón literario regido por una mujer, en Córdoba. Fue una mujer luchadora y adelantada

a su época. Vivió una tormentosa y secreta relación amorosa con el gran poeta Zaydum, el cual le fue infiel con su esclava, lo que provocó el desdén de la princesa y unos desgarradores poemas por parte de ambos.

Pude saber que toda esta historia y estos poemas los recogía Matilde Cabello en su libro “Wallada, la última luna”.

A la mañana siguiente compré este libro, y yo que no me con-sidero una gran lectora me emocioné con esta bella prosa poética que descubrí gracias a esa pareja insólita que robaba mis pensa-mientos.

A partir de aquel verano comencé a observar cambios en su relación; conversaciones menos fluidas, miradas más perdidas, mayor tristeza en sus rostros, menos proximidad en sus cuerpos, y poco a poco sus encuentros empezaron a distanciarse en el tiem-po; cada dos o tres semanas.

Cuando llego el invierno y las tardes comenzaban a ser más frías y tristes, sólo acudía Isabel a aquellas citas del lunes. Sí, Isa-bel era el nombre de esta mujer, que un día pude escuchar en labios de su encantador acompañante.

Ella estuvo durante dos meses viniendo todos los lunes, mi-rando con ojos inquietos cada vez que esa puerta se abría, leyendo en ese libro, que día tras día acompañaba a su soledad, observan-do la pantalla de su móvil, que nunca pareció comunicarle nada de lo que Isabel anhelaba.

Nunca más los he vuelto a ver juntos. Isabel apareció el do-mingo pasado, acompañada por un hombre bien parecido; alto, canoso, mayor que ella, y de mirada triste, y por una niña de unos diez años que gritaba:

-Mamá, mamá quiero un batido de fresa.

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Me acerqué a la mesa, la del fondo, la de siempre, y pregun-té:

-¿Qué toman?-Dos cafés –respondió el hombre.-Papá, papá mi batido –chilló la niña.Isabel lentamente levanto sus ojos, me miró y con su mirada,

parecía suplicarme lo mismo que con su voz:-Yo como siempre té con canela.-¿Desde cuándo te gusta a ti, el té con canela? – le increpó su

acompañante con su voz.Ella simplemente respondió:-Por favor, café, batido de fresa, y té, té con canela.Desde mi barra en el “café romano” pude ver cómo Isabel no

hablaba, sólo parecía escuchar y mirar a través de los grandes ven-tanales; recordando tiempos pasados y que en fondo ella y yo sabíamos, que nunca más volverían.

Aquella imagen me hizo recordar que no hay nada más triste que la soledad en compañía.

Presagio de mi pensamiento, el fondo musical corroboraba mis observaciones: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.

Inmaculada Martín García

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Íbamos caminando por la acera cuando me preguntó que si sabía que un murciélago puede volar durante quince segundos mientras arde, antes de caer al suelo.

-Joder, ¿no me digas que lo has comprobado? –le pregunté yo, todavía jadeante por la carrera.

-Son las cosas que se hacen cuando tienes diecisiete y estás de botellona. No te vas a poner a hablar de la macroeconomía Key-nesiana con un cubata en una mano mientras le das a un petardo que te estás pasando con tus amigos...

-Hombre... sobre macroeconomía no, pero tampoco apostarte cuánto tiempo puede volar un murciélago ardiendo antes de caer. –le dije todavía con la mano en el costado.

-...Y lo que nos reíamos... Ahora sé que éramos crueles, pero entonces no pensábamos en eso. Prueba de ello son las pinta-das que todavía duran en la centralita de electricidad, dónde nos reuníamos. ¡Qué bordes! Si alguna de aquellas palabras se me

Ayer todos mis problemas parecían muy lejanos, ahora parece que nunca me abandonarán, oh, creo en el ayer.

“Yesterday”. Paul McCartney

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hubiese escapado en casa... mis padres me habrían enviado a un internado.

Ella seguía contándome sus cosas de juventud con una mirada pícara que la hacía parecer encantadora. Y yo con la camiseta empapada en sudor, buscando algo de oxígeno e intentado seguir su ritmo al caminar.

-En fin, digamos en tu favor que eran cosas de la edad, a me-nos que sigas pensando que sería divertido volver a empujar a un amigo de espaldas hacia un socavón que luego sería un sótano...

La conozco desde hace sólo un par de años, pero me cuenta las cosas que hacía con diecisiete años y es como si la estuviese viendo, riéndose a costa del más débil del grupo.

-¡Ha, ha, ha! Ya casi ni me acordaba ¿cuándo te he contado eso? De aquello hace más de diez años. Pobre, con lo que le costaba respirar y nosotros dándole aquellas bromas. Parecía que le daba un ataque de asma. Hace poco me enteré de que se había casado.

-Todo el mundo tiene derecho... ¿no? –le apunté yo-Bueno... más que derecho, él ha tenido suerte.Sin quererlo, parecía hablar de forma altiva, pero yo sé que no

se cree más que nadie. Aunque también podían ser los efectos de la hiperventilación, tanto tiempo de inactividad física me tenía los músculos atrofiados, y una carrera de menos de media hora parecía haberme atrofiado el cerebro.

-Ojalá volviese a tener diecisiete sabiendo lo que sé ahora. –le solté intentando mantener la conversación, para poder seguir dis-frutando de su presencia unos instantes más, antes de cada uno siguiese su camino.

-Si hombre... y otra vez al instituto, y la selectividad... déjate,

déjate... –se quejó con la mano en alto, mientras el niño le tiraba de la falda.

-He dicho “sabiendo lo que sé ahora”. Lo que iba a aprovechar el tiempo, lo que me iba a reír. En vez de preocuparme de que la chica que me gusta no se fija en mí, o de que nunca iba a tener la consola de videojuegos que tenía la mayoría de mis amigos.

-Pues yo no volvería a los diecisiete...-Estudiar lo justo, y estar con los colegas sería mi vida si vol-

viese a tener diecisiete. –le dije mientras me maldecía por dentro por no haberla conocido hace diez años.

-Me lo pasé muy bien con esa edad, pero cada etapa de la vida tiene su momento, y si, como tú dices, cuando tenía die-cisiete años hubiese sabido lo que sé ahora, las preocupaciones posiblemente hubieran sido mayores. Saber lo que cuesta vivir por ti mismo... asumir que tendrás que tomar decisiones sobre ti que pueden afectar a otras personas... Sería una mente pureta en el cuerpo de una adolescente, y eso le resultaría algo repelente a cualquiera... pocos amigos habría tenido si hubiese sido así con diecisiete. –a mi me hubieses tenido como amigo o como lo que tu hubieses querido, pensaba yo mientras volvía a recuperar el aliento

-Pues ahora que lo dices...-En fin... que el único momento de tu vida en el que puedes

comprobar cuánto puede volar un mamífero ardiendo antes de caer sin sentirte cruel, es a los diecisiete... –me decía mientras intentaba acomodar a su hijo de tres años en la sillita del coche y yo le colocaba las bolsas del mercadona en el maletero.

Desde entonces, yo volví a salir a hacer algo de ejercicio todos los días a la misma hora, por si volvía a dar la coincidencia de que

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nos encontrásemos en los aparcamientos del Mercadona, e inten-tar charlar con ella aunque solo fuesen unos pocos minutos, pero de poco sirvió... Bueno sí que sirvió para algo, de hecho ahora me siento capaz de completar una maratón.

Manuel Joaquín Martín Jiménez

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-Mira Adela, que no... que no puedes seguir así. Que el trabajo no puede controlar tu vida... Llegas de la podóloga y te ha conta-do lo injusto de que su contrato acaba dentro de tres meses y de que, al estar embarazada, puede que no le renueven. Pues sí, es injusto. Parece contradictorio que la Junta y el Gobierno Central se lleven todo el día pregonando planes de igualdad y cosas por el estilo, para que después te encuentres todos los días con mil casos como éste. Pero de verdad, Adela, tienes que concienciarte de que estas injusticias no dependen de ti, de que tú haces lo que puedes o más de lo que puedes...No olvides que al final son los políticos los que legislan y los que apuestan o no por que las leyes salgan adelante... Bueno dame un beso, perdona que me altere...no sé si tengo razón... perdona... Pero por favor no vuelvas a decirme que no vas a la manifestación, ¿vale?, no vuelvas a decirlo...

Adela llega a la oficina y se sienta ante el ordenador: la pantalla

Todos los días, yo soyyo, pero ¡qué pocos díasyo soy yo!

Juan Ramón Jiménez

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hoy y, desde hace algún tiempo, le parece un desierto infinito. La mesa, un mundo desconocido de objetos, fichas y expedientes respirando laberintos. Recorre con los ojos las paredes, que se leen como un libro secreto que parece no querer abrir: un libro escrito con la historia de todas las mujeres que han pasado por allí para ser atendidas. En la mesa de enfrente, su compañera Maria-na, abogada, es testigo de cómo Adela camina por noviembre en días sin luz llenos de trabajo e incertidumbre; en días sin fondo.

Planifican en este momento la Manifestación que el Ayun-tamiento organiza junto con los agentes sociales de la localidad, contra el Día de la Violencia de Género. Una manifestación de la que Adela parece haber descarrilado entre dudas y silencio: si-lencio porque actualmente no tiene la más mínima convicción de que estas acciones den resultados reales.

-Una manifestación así es lo último que debemos organizar desde este Área, entiendes Mariana. Y lo siento, es mi punto de vista, seguramente equivocado, pero es lo que pienso...¿Cuántas manifestaciones llevamos en todo este tiempo?; y ¿qué?, ¿han ba-jado las muertes cada año?...

-Pero las muertes no van a acabarse por convocar o no mani-festaciones, Adela,...sabes de sobra que esto es un problema mu-cho más complejo, que implica prácticamente a todo el sistema social...

-De acuerdo, pero no me negarás que una manifestación como la que estamos organizando, ya se realiza como mecanizada, se desarrolla por pura inercia, ha perdido su efectividad. Debemos tomar iniciativas de otro tipo, buscar otras fórmulas para que el problema realmente cambie. Los políticos se han acostumbrado a este tipo de acciones y están como inmunizados a las mismas...

No quiero ir a esta manifestación, Mariana, de verdad, no puedo contradecirme de esta forma...

-Adela, no te alteres, y, por favor, no hables de estas cosas aquí. Déjalo para luego cuando tomemos café.

-La gente ya le ha demostrado a todos los gobiernos muchas veces lo que quieren en estas manifestaciones... y en otras muchas por otras causas. O es que no tienen memoria de unas legislaturas o otras. Ahora son ellos los que deben actuar. Nuestro posiciona-miento, el de la ciudadanía, creo que está ya más que claro...

Al final Mariana le gasta la broma de siempre: −¡Pero qué Adela eres, de verdad!. Cuánto te gusta rebelarte

contra la madre Bernarda -y se ríe acabando la frase con un gesto teatral.

−Sí, sí, tú ríete... pero nunca me he parecido tanto a los dra-mas de Lorca como ahora...tú ríete...

Adela agradece la preocupación que su amiga siente por ella en esta etapa de aristas e incertidumbres. Se dirige a la ventana siempre cerrada, para ver si la luz del día la tranquiliza un poco y le hace ver las cosas de otra forma. “Esta ventana siempre cerra-da, como las puertas, y, nosotras mismas, cada vez más cerradas, como si tuviéramos que esconder algo o guardar algún secreto”.

-Es que no puedes ser tan negativa, Adela -le reprocha el ma-rido-. Mira, repasando tu archivo parece que has ignorado todos los logros que se han conseguido en favor de la igualdad,... aquí sólo recoges los aspectos más oscuros. Escucha -le dice mientras va hojeando cada página del archivo-:

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IGUALDAD SERÁ EL MINISTERIO CON MENOS PRESUPUESTOLos 81 millones con que contará Bibiana Aído contrastan con los más de 8.000 millones destinados a Defensa, los 8.800 millones de Trabajo e Inmigración o los 7.964 de Interior.

FIN DE LA HUELGA EN LOS JUZGA-DOS DE VIOLENCIA

Después de mes y medio de conflicto laboral los funcionarios de los 4 juzgados de violencia de la capital han decidido volver al trabajo. Atrás quedan juzgados saturados.

MATA A SU MUJER A PUÑALADAS Y LUEGO SE TIRA DESDE UN CUAR-TO PISO

El hombre, ingresado en estado grave, había sido denunciado en dos ocasiones por malos tratos.

AMNISTÍA DENUNCIA EL ABANDONO DE LAS MUJERES MALTRATADAS

Proteger a las mujeres maltratadas es mucho más que aprobar leyes. Así de contundentes se manifestaron ayer los representantes de la sección española de Amnistía Internacional (AI) tras presentar un demoledor informe en el que se constata que las víctimas de agresiones sufren “has-ta 20 obstáculos” institucionales cuando intentan rehacer su vida.

Y mira este titular:

LA JUNTA NO PUEDE EXCLUIR DE LOS CONCIERTOS EDUCATIVOS A LOS ONCE COLEGIOS QUE TIENEN SEGREGACIÓN DE SEXO

-Y luego hablan de que la solución es la prevención y la edu-cación. No entiendo cómo se puede estar apoyando a colegios que siguen separando a los niños y a las niñas. Qué de contra-dicciones...Tanto hablar de coeducación para esto... La política tiene que ser valiente...Que sí, que son datos que le dan a uno que pensar, pero no puedes olvidar todos los pasos adelante que se han dado, todos los éxitos profesionales que has acumulado desde que hace tantos años, casi 18, acabaste Trabajo Social y

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empezaste a trabajar.-Muy bien, Matías, agradezco tu esfuerzo por animarme...

pero recuerda que sólo una víctima de violencia hace que se nu-blen todos los éxitos alcanzados.

Cuando sale del baño, su marido sigue hojeando el archivo en el que ella tiene recopilado con recortes de periódicos, casi toda su historia profesional y la trayectoria de la lucha por la igualdad en este país. Lo mira en silencio, se sonríe, y, siente que también él sufra por estos sinsabores que ella padece desde hace algún tiempo. Sin que él se dé cuenta, su mirada lo abraza con la dicha de aquellos que han encontrado a alguien con quien andar de la mano. Y le da las gracias en silencio.

“Tengo miedo. Tengo miedo de sentarme frente a la conce-jala – frente al mundo- y plantearle que no pienso ir a la mani-festación que estamos organizando. Tengo miedo, pero no por la decisión en sí, sino por mí misma, por lo que ello supone de asumir un fracaso, una derrota por la que llevo tantos años lu-chando. Me preocupa que las Asociaciones de Mujeres se sientan defraudadas por mí, abandonadas por la persona que tanto las ha llevado de la mano en estos años, que tanto las ha animado, y que ahora, casi en un acto de cobardía, decide dejar de implicarse. No comprenderán mi protesta implícita. No me entenderán. Esto lo tomarán más como una cuestión filosófica de una mujer aburri-da, que tiene su vida resuelta con mucho tiempo para pensar en musarañas.

Es verdad que el miedo parece estar peleado con la felicidad y que es lo que más nos aparta de ser libres. En mí se están dan-do muchos miedos últimamente: el miedo al rechazo, a que no entiendan mi postura y que eso suponga un estigma a todos los

lazos que he creado en estos años con tantas mujeres. El miedo al qué dirán ante mi actitud, a no ser comprendida y respetada.

El miedo al cambio; a que mi concejala me abra un expe-diente disciplinario que perjudique la renovación de mi contrato; miedo a verme en la calle, buscando un nuevo trabajo después de tanto tiempo, engrosando esas listas del paro que están pisotean-do la dignidad de la gente y la dignidad de un país.

Pero el miedo más grande es el de dejar de ser yo misma: por eso no puedo ir a esta manifestación.

Recuerdo el artículo que leí hace unos meses sobre el miedo y que decía que cuando la gente llega al final de su vida, se suele arrepentir de dos cosas: de no haberse llevado mejor con alguien y de lo que no se atrevieron a hacer...por miedo.”

Se deshojan las tardes de noviembre, mientras Matías sigue ojeando el archivo que recoge la historia de su mujer, intentando descifrar el motivo por el que la ve tan preocupada; buscando en definitiva una clave que le permita ayudarla. Noviembre es un mes, como Marzo, en el que Adela casi desaparece de la casa, para instalar su centro de operaciones en el despacho del Ayun-tamiento. “Pero eso nos engrandece a los dos: yo también crezco compartiendo mis días con una mujer que me da tantas lecciones de vida”. Cada página, cada titular, lo van acercando más a ella, y se siente orgulloso, y bebe de todos esos ideales que son el motor de su esposa, y se alimenta de ellos. Aunque este año el 25 de no-viembre no está siendo el mismo. Y más páginas, y más titulares de periódicos:

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SINDICATOS POLICIALES CRITI-CAN LA LEY DE VIOLENCIA DE GÉNERO Y LA FALTA DE MEDIOS

MADRID.- El Sindicato Unificado de Policía (SUP) considera que la ley contra la violencia de género no funciona y que el caso del recluso de Pontevedra que asesinó este fin de semana a su novia durante un permiso carcelario pone de manifiesto la “utilización política” que se ha hecho de los malos tratos a mujeres.

Sánchez Fornet ha afirmado que para luchar contra los malos tratos “hay pocos medios y los pocos que hay no funcionan”. En su opinión, hay que revisar además la legislación que permite dar un permiso car-celario a un preso que es potencialmente peligroso.

“En Madrid hay 30 policías para atender a 7.000 mujeres amenazadas, en Valencia 13 funcionarios (todos de segunda actividad) para 1.000 órdenes de protección, en Zaragoza 19 para 2.011, y así en todas las ciudades de España.”

Son las 9 de la noche. Dos mujeres salen del Ayuntamiento y se dan un beso antes de despedirse en un supuesto “hasta mañana”. Dos trabajadoras que salen a estas horas de prestar su servicio de-ben ser de vocación, de devoción -diría yo-. Una decide marchar-se andando, después de que la compañera la invite supuestamen-te a llevarla en coche. Una mujer que decide marcharse andando, a estas horas y con un frío que duele, es porque necesita estar sola -quizás para encontrarse-. Camina cabizbaja, con el cuello de la

gabardina alzado, como en un fotograma de Lauren Bacall. Sus pasos hablan de ideales que se tambalean como las hojas de los árboles que noviembre mueve. Avanza mirando el suelo, quizás busque el rostro de sus hijos en el reflejo de los charcos. Imagino que tiene hijos. Debe de rondar los 40 años. Las mujeres que salen del trabajo a las 9 de la noche, sueñan con el rostro de sus hijos en el haz de luz de las farolas, en el brillo del asfalto que las acompañan de regreso a casa. Esta mujer parece contar la historia de unas metas que se quedaron por el camino, de unos sueños que se escapan de las manos, llenos de interrogantes y puntos suspensivos...aquello que pudo ser, pero que no está siendo como se imaginó. Esta mujer habla sola y esboza una sonrisa a la cámara fotográfica de la noche: por su forma de sonreír, esta mujer debe tener un marido que la ama.

-Sabes, Adela, que se han dado pasos adelante; pequeños pa-sos, de acuerdo, pero algo se ha avanzado: hace unos años no con-tábamos con los recursos con que contamos hoy para la inserción laboral o la formación de estas mujeres. En materia de vivienda, recuerda: el año pasado conseguimos aumentar el cupo de las V.P.O. destinadas a ellas. O el hecho de la teleasistencia, que tam-bién ha mejorado en parte su seguridad y calidad de vida...

-Sí Mariana, yo veo todo eso... Y las casas de acogida, ¿verdad? -pregunta con ironía-... que tú sabes que desubican a la mujer maltratada más de lo que está. La desarraigan, para al final de-volverlas al punto de partida sin solucionar el problema...Yo veo todo eso ... Pero tú pregúntale a alguna de estas mujeres si se ve protegida de verdad, si siente que su vida realmente no corre peligro...

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Son las ocho y media de la mañana. La concejala se reúne hoy con nosotras para ver los últimos detalles de la manifestación de mañana. Está todo organizado. Todo cerrado: el recorrido, el control policial, la megafonía, las pancartas, la organización de las personas que acudan tanto particulares como en representación de colectivos, el manifiesto... todo. Todo menos la forma en que le voy a plantear que yo no voy a asistir.

A punto de acabar la reunión, mi compañera Mariana parece satisfecha, sobre todo, porque aún no he sido capaz de manifestar lo que me martillea en la cabeza. Ello supone una esperanza de que no las voy a dejar solas ante la manifestación.

Nos levantamos de la mesa, y, junto a la ventana cerrada que parece guardar nuestro trabajo en secreto, me despido de la concejala diciéndole que mañana no voy a asistir. Tras intentar aclarárselo, sin inventar ninguna excusa que me exima de mis obligaciones, en una discusión más filosófica que profesional, me mantengo firme en mi decisión. Sale a relucir el expediente dis-ciplinario que podría abrirme por dejación de funciones. Pero eso no importa. Tras despedirnos, quizás, por primera vez en mi vida, noto el efecto del aire cuando entra en mi pecho abriendo caminos. Mariana se acerca a mí y me abraza construyendo un puente de corazón a corazón:

-No llores tonta -le digo-. Sabes que va a salir todo muy bien y que yo tenía que hacer esto.

ÉXITO DE CONVOCATORIA Y ORGANIZACIÓN EN LA MANIFESTA-CIÓN CONTRALA VIOLENCIA DOMÉSTICA

El 25 de noviembre vuelve a ser un día importante en nuestra localidad, marcado por la manifestación organizada desde el Área de Igualdad del Ayuntamiento en colaboración con numerosos agentes sociales, principal-mente Asociaciones de Mujeres. Con el lema “La paz del mundo comienza en nuestras casas”, unas 2500 personas se dieron cita ayer en el Parque de la Concordia, para recorrer numerosas calles del municipio en defensa de las mujeres víctimas de la violencia.

La concejala del Área, Carmen Rodríguez, ha mostrado su agradecimiento ante la gran participación y ha hecho hincapié en la importancia de seguir apostando por este tipo de políticas, que aporten bienestar a las mujeres que padecen esta lacra y a la sociedad en general.

Mientras escucha esta información, Adela observa la manifes-tación en la televisión y la ve pasar como un halo de esperanza hacia la vida, pero que no llevará a ninguna parte. Matías le dice que, por favor, apague el televisor y que deje de hacerse daño, dándole vueltas al mismo asunto. Adela lo mira nuevamente, y asiente con la cabeza llena de dudas y desgana.

Noviembre golpea en la ventana como una amenaza gris que en nada está ayudando a Adela. Hacía una semana que veía a sus hijas solamente a la hora de acostarse, instalada en ese centro de operaciones desde el que se han organizado todas las acciones del 25 de noviembre, incluida la manifestación. Un sentimiento de culpa, de abandono de su familia, también pesa sobre la tarde.

El expediente disciplinario nunca llegó a abrirse, porque la

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concejala en el fondo quedó muy agradecida del buen trabajo que Adela había hecho al frente del equipo: a fin de cuentas, cuando ella se despidió ya estaba todo organizado y, además, al detalle. Ante el éxito obtenido y, después de haber aparecido en portada de los medios durante una semana, su satisfacción no iba a verse mermada con la incomodidad de tener que abrir un expediente a una trabajadora tan sobresaliente. En la manifestación, no se cansó de disculpar a Adela, repitiendo que estaba ausente por cuestiones personales: somos humanos y lo profesional no pue-de anteponerse a lo personal -decía la concejala dando grandes muestras de humanidad.

Tras tres semanas de baja, Adela entendió que debía volver a la lucha. Las luces de Diciembre parecían haber aclarado un poco su oscuridad reciente: era el camino al que había dedicado toda su vida y tenía que seguir andándolo con nuevas propuestas, nuevas fórmulas y retos que hicieran que la vida de las mujeres fuera cada vez más digna.

Cuando llega a la oficina, Mariana le tiene la mesa del despa-cho adornada con motivos navideños, esperando que volviera, como si nunca hubiera estado ausente. Se abrazan con el alma an-tes de que los cuerpos se junten. Y, tras el abrazo, abre la ventana para que el espíritu de la Navidad entre en la estancia. Un abeto inmenso decora de luces y colores el regreso. Y en un colegio cer-cano, suenan de fondo villancicos infantiles: las voces de los niños hablan del nacimiento a una nueva vida, del triunfo de la vida.

Arturo Morillo Bonilla

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CANTOS DE MEDIA NOCHE

Iba caminando por la avenida Ramón y Cajal. Entre las nubes se dejaba ver a ratos un sol frío y pálido, atemorizado quizás por las ráfagas de viento que dejaban a su paso árboles en el suelo, ho-jas en los portales, basura revuelta en los jardines e incluso, algún ancianito maltrecho en la acera.

Llevaba el pelo enmarañado tapándome los ojos, lo cual me hizo caer de bruces sobre el stand de un kiosco de prensa. Al levantarme, un suceso de antaño me vino a la memoria tras vis-lumbrar una noticia en mayúsculas que venía en la primera pla-na del Diario de Sevilla: EXCURSIONISTAS PERDIDOS EN SIERRA NEVADA.

Mi mente quedó absorta y como las películas que dan mar-cha atrás al argumento, me ví a mí misma en un merendero de Cazalla al que fui con catorce años. Mis padres habían decidido compartir un día en familia, así que nos montamos en el coche, cogimos unos bocadillos, la tienda de campaña y, tras una hora y media de trayecto, llegamos a nuestro destino. Mi padre aparcó el Seat Ibiza y preparó todo para pasar un día de lujo.

Primero fuimos a dar un paseo, recogimos bellotas, moras sil-

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CANTOS A MEDIA NOCHE

vestres, castañas,… Más tarde pasamos por un estanque que olía a poleo menta, cruzaba por su mitad un pequeño puente de madera que conducía a la otra orilla.

Daban ya las siete de la tarde cuando mi padre hizo hincapié en volver a la tienda de campaña, pronto anochecería, había oído que en época de primavera solían acechar a los excursionistas ani-males tales como zorros, lobos, e incluso jabalíes, en busca de cualquier alimento.

Estábamos agotados, por lo que no nos costó trabajo dormir en los sacos. Había tomado tanta coca cola que pronto me entra-ron ganas de hacer pipí. Abrí la cremallera del saco, me puse los deportes y, cuando fui a retirar la cortina de la caseta para salir al exterior, un ruido extraño me sobresaltó. Primero lo confundí con algún ciervo o algún zorro, ya que eran como chillidos pero al momento se repitió, esta vez más cerca:

-¡Socorro, socorro, que alguien me ayude, no por favor!-¡No te escaparás!Seguido se escucharon dos disparos, los pájaros asombrados

salieron volando, algunos con la oscuridad de la noche incluso se golpearon con la rama de los árboles quedando tirados en el suelo.

Rápidamente apagué el pequeño candil que colgaba del arma-zón de la tienda. Mis padres, que se habían despertado con los disparos, me hicieron señas para que no hablase. Se pusieron los zapatos, cogieron los documentos de identidad y una de las barras de hierro que sujetaba la entrada. Salimos sigilosamente y con sumo cuidado nos metimos en el coche. Con las luces apagadas, mi padre arrancó, metió primera y aceleró. Creo que aguantamos la respiración hasta que divisamos la carretera comarcal.

-¿Qué habrá ocurrido mamá, era una mujer la qué gritaba?Mi madre no supo responderme, más, al otro día, alguien lo

hizo por ella, salió en todos los periódicos que una muchacha había sido asesinada bruscamente en la sierra y que su autor se había suicidado después.

Desde entonces, cuando queremos pasar un día en familia, nos limitamos a ver películas en el sofá, tomando una infusión de poleo menta.

Pilar María Pérez López

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LYON,1969

Nunca imaginé que aquella casa que había comprado en aquel pueblo de mar iba a cambiar tanto mi vida.

Siempre me encantó el mar en todas las épocas del año y com-paraba los cambios que experimentaba con los estados de ánimo de las personas, a veces enfadado, otras melancólico, otras apáti-co…

Los tonos que llegaba a tener también me seducían, grises, azulados, verdosos; parecía la vestimenta que usaba, según el hu-mor que tenía.

Después de varios años de trabajo que me permitieron obtener unos ahorros, decidí invertir en una vivienda en la playa.

Tenía claro que quería una casa que estuviera en un pueblo y no en una urbanización y como playas me gustaban más las de Cádiz. Así que elegí uno de sus pueblos y después de dos días de intensa búsqueda, creí encontrar la casa de mis sueños. Estaba muy cerca del mar, tenía dos plantas y parecía muy nueva. En la

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LYON, 1969

terraza aparecía un cartel que decía que la casa estaba en venta con un número de teléfono. Llamé y me dijeron los dueños que estaban allí y que me la podían enseñar en ese momento.

La casa era como la había imaginado, sólo que el precio era elevado en relación con lo que había decidido invertir. Pero me lo pensé y al día siguiente llamé a los dueños y les dije que sí.

Pasaron dos meses mientras solucionamos los temas de hipo-teca y escrituras, hasta que por fin llegó el gran día. Ya tenía las llaves, así que ese primer fin de semana, sin perder tiempo me dirigí hasta mi nueva casa.

Era relativamente nueva y estaba amueblada porque pertenecía a un matrimonio que la había disfrutado durante dos años. Los motivos por los que la vendían no los conocía, porque en apa-riencia era un matrimonio normal con dos hijos de corta edad.

Ese fin de semana aproveché para ver lo que contenía la casa y lo que iba a necesitar comprar. Estaba todo impecablemente limpio y lógicamente los armarios vacíos. Apenas habían dejado objetos personales.

Así que el fin de semana siguiente volví y ya me llevé todo lo imprescindible que faltaba y poco a poco fui decorándola para darle mi toque personal.

Cuando llevaba casi dos meses pasando los fines de semana allí, una mañana al intentar buscar en un cajón de la mesilla de noche unas pastillas, apareció la foto al quitar ese cajón. Era una foto pequeña en blanco y negro donde aparecía una mujer muy guapa en un jardín con muchas flores. Por detrás tenía escrito “Lyon, 1969”.

Con esta imaginación que me caracteriza inventé varias histo-rias acerca de la mujer de la foto. Pero estaba intrigada por saber

la verdad. Así que empecé a idear estrategias para ponerme de nuevo en contacto con los dueños de la casa y averiguar algo.

Mi intuición me decía que la foto le pertenecía a él, a Luis, así se llamaba el antiguo dueño. Así que decidí llamarlo con la excusa de hablarle de un recibo de la comunidad que había recibido y que se correspondía a unos meses donde todavía ellos eran pro-pietarios del piso.

Dos días después quedamos en una cafetería del centro de Se-villa y empezamos hablando del tema del recibo hasta que saqué la foto y le pregunté si le pertenecía.

La miró y se le cambió la expresión de la cara.- Sí, me pertenece. La he buscado por toda mi casa pero no

imaginé que se hubiera quedado en la casa de la playa.- Pues sí, estaba en uno de los cajones de la mesilla.No pude resistirme y me lancé a hacerle algunas preguntas.- Es una mujer muy guapa, la de la foto. ¿Es tu madre?-Verás, es mi verdadera madre. Pero es una larga historia y

ahora mismo me tengo que ir porque he quedado con un cliente. Si quieres, quedamos otra tarde y te cuento.

- Pues no me importaría porque me gustan mucho las histo-rias. A veces, incluso las escribo.

- Bueno, pues entonces quedamos la semana que viene que tengo una tarde libre. Yo te llamo con antelación.

Me llevé toda la semana pendiente del móvil, esperando la llamada de Luis. Hasta que por fin me llamó y quedamos para almorzar al día siguiente.

Empezó preguntándome por la casa, si estaba contenta y ya me desveló que para él había sido muy duro venderla porque la habían comprado con mucha ilusión, era un enamorado del mar.

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LYON, 1969

Pero su esposa se había liado con un compañero de trabajo y no habían tenido más remedio que vender esta casa para comprar otra vivienda.

Después me habló de la historia que más me interesaba que era la de la mujer de la foto.

- Siempre pensé que mis padres habían muerto en un acciden-te de tráfico cuando yo era muy pequeño y por eso vivía con mis abuelos.

Mi abuelo era un prestigioso cirujano de Sevilla y mi abuela era también sevillana, hija de un coronel del ejército.

Tuvieron tres hijas y la mayor fue mi madre. Siempre creí la historia del accidente porque cuando eres pequeño y vives una infancia feliz con una familia acomodada, no te planteas muchas cosas.

Cuando tenía once años, me encontré esta foto en la habita-ción de los abuelos. Le pregunté a la abuela que quién era y me dijo que era una prima lejana.

Algunos años después, la abuela cayó enferma y tras unos me-ses de agonía, murió. Para mí fue muy duro porque era perder a la única madre que había conocido. Pero mis tías decidieron comunicar la muerte de la abuela a mi madre y llegó para el en-tierro. Estuvo con nosotros una semana y ella misma me contó la verdadera historia de su vida y mi nacimiento.

Mi madre fue una chica muy rebelde para su época, se enamo-ró muy joven de un chico de un barrio de clase baja y se quedó embarazada con sólo dieciséis años. Para sus padres fue un drama. Ellos eran católicos practicantes pero no concebían un matrimo-nio entre dos chicos tan jóvenes. Así que pensaron que la mejor solución sería mandar a mi madre a Lyon donde vivía una her-

mana soltera de la abuela y esperar que naciera yo para evitar las habladurías de la gente. Después consideraron que lo mejor sería dejar a mi madre estudiando allí con su tía y traerme a mí para Sevilla y educarme como un hijo más.

A la familia de mi padre le dieron una importante cantidad de dinero para que se olvidaran de mi existencia y lo cumplieron. Nunca mostraron interés por conocerme.

Y así transcurrió mi infancia, mi madre no volvió más a Espa-ña y mis abuelos de vez en cuando iban a visitarla.

- Pero supongo que a partir de la muerte de tu abuela verías más a tu madre

- Sí. Yo seguí viviendo con el abuelo y con una de mis tías y mi madre venía a verme en Navidad y en verano me iba un mes con ella a Lyon.

Ella sigue viviendo allí porque se casó con un francés y formó una familia. Seguimos viéndonos en vacaciones y ahora gracias a internet hablamos mucho.

Después de ese día, Luis y yo nos vimos cada vez con más frecuencia y surgió entre nosotros una historia que todavía estoy viviendo. Es mi actual pareja. La foto la enmarcó y la tenemos en la mesilla de noche de la casa de la playa. A veces la vida te da es-tas sorpresas, sobre todo a Luis que ha vuelto a recuperar el amor, su foto y su añorada casa.

Josefina Pineda Falcón

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ME AMARÁS POR ENCIMA DE TODAS LAS COSAS

Lo mismo, lo mismo, otra vez lo mismo de todos los días no aguanto más! no me gusta que a los toros me vayas con minifal-das, si es que ya lo decía Manolo Escobar Santo Padre tenía que ser el himno de España tenía que ser no la mierda de marcha que tenemos total “pa” los pocos huevos que hay en este país, y es que cuando llegue se lo digo, so simpática que es “mu” simpática con todo el que se le presenta, que si hola, que si qué pasa, y no se da cuenta que se te sube la falda cada vez más “parriba” y ese escote coño que todos te miran joder! Pero es que no lo ve. Y ahora el semáforo, a esperar Matías que toca como toca tener la mujer que tienes tío y todavía tendría que acordarse de lo que dijimos frente a la virgen me respetarás y me amarás por encima de todos las cosas…..vaya vaya con la fotito¿ pero es que no lo ve? Claro que lo ve, pero eres tan gilopollas que te aguantas, y ella de chulea que lo sepas seguro que le gustaría tener algo con uno de ellos zorra!

Tanto tuenti tanto tuenti! Si es que eso de poner fotos ahí no es normal Eso tenía que estar prohibido por lo menos para las casadas que hace una tía ahí, eso se lo digo yo cuando llegue, vamos otro rojo me cago en la puta, todos rojos y ahora seguro

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ME AMARÁS POR ENCIMA DE TODAS LAS COSAS

que la comida fría, seguro porque ella ahora se va con sus amigas , si ahora todos somos muy modernos porque le dejamos la co-mida al marido en casa y que se la caliente , a come al lado mía, como cuando mi madre con mi padre, si es que ya tenía razón la santa de mi madre, como en tu casa nunca hijo y como tu madre ninguna, sin tele sin Internet en silencio como debe ser y cuan-do llegue… niñato este que me rompe el espejo… los cabrones como se reían de mí y yo sin saberlo, si es que si me lo oculta es porque no quiere que lo sepa que me da igual la respuesta que dejo de pagar Internet y punto de mí ya no se chulea ni dios y es que no me extrañan las cosas que pasan, si es que las mujeres están hoy que tienen demasiada libertad, mucha deja que llegue que la siento de un guantazo en el sofá y tó explicado la pongo más que seria yo a ésta y en mi casa lo que yo diga, que de mí no se ríe nadie y aquí ya ná de toma café ni ná de ná a Salí conmigo y el carnet, tampoco la llevo yo pa eso soy su Mario además ella no tiene que ir a ningún sitio sin mí que es eso de ir por ahí con el coche después los niños todo el día tirados por la calle y la madre de paseo nada aquí voy a ir poniendo orden yo ya pero ya y aho-ra ni un aparcamiento en lo mas lejos verás como más ninguno en el trabajo se ríe de mí porque a mí se me respeta tantas horas trabajando para que un niñato me haga chistes esta es tu mujer no??’ que guapa Matías!! Pero que se cree peor la culpa no la tiene él la tiene ella ella ella ella, anda hoy la tenemos en casa que si estoy mu cansao dice harto harto me tiene esto se lo digo no se lo digo si no no no no mañana mañana mañana mañana mañana será mañana será

Rebeca Pineda Núñez

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EL BOSQUE DEL HOMBRE HURAÑO

Cuando el autobús tomó la última curva del prolongado as-censo, se abrió ante los niños el inmenso valle. De pronto, lo que hasta ahora había sido bullicio y algarabía se convirtió en silencio y expresiones de exclamación, ante el impresionante paisaje que podía divisarse desde allí.

El pueblo estaba en el fondo, dividido por un río de aguas transparentes, al cual afluían los innumerables arroyos que baja-ban desbocados desde las laderas de las montañas. Los picos que lo rodeaban no eran demasiado altos, pero sí lo suficiente para proteger el valle de las inclemencias del tiempo. Todo ello hacía que existiera en el lugar un microclima particular, en lo que in-fluía indiscutiblemente la tupida vegetación que lo cubría.

Los muchos árboles diferentes desprendían una variedad cro-mática de verdes que el mejor de los pintores sería incapaz de plasmar en el lienzo.

El autobús siguió su camino, descendiendo por la carretera de asfalto en muy buen estado y jalonada de árboles y arbustos de todas las variedades imaginables que le infundía un aspecto de

Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha.

Víctor Hugo

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EL BOSQUE DEL HOMBRE HURAÑO

túnel verde, por cuyo techo se filtraban, de tanto en tanto, los rayos del sol. Los niños, después de pasada la primera impresión, prosiguieron con su bullicio, ahora, aun más nerviosos que antes, porque se palpaba cada vez más la cercanía del lugar donde se dirigían.

Llegaron a la plaza mayor del lugar, también divida por el río, como el pueblo, y cuyo nexo de unión eran un par de puentes para el tráfico y otras dos pasarelas de madera para los viandantes. Allí, ya estaban los otros autobuses vacíos, pues su carga infantil jugaba y alborotaba por los alrededores, incluso algunos, los más intrépidos, cruzaron las pasarelas en busca de los columpios ins-talados en la otra mitad de la plaza.

Los monitores se empeñaban en hacer que cumplieran las or-denes que, a voz en grito unos, y con ayuda de silbatos otros, iban dando para intentar reunirlos y hacer un nuevo recuento antes de comenzar la caminata.

El alcalde, junto con algunos miembros del ayuntamiento, los esperaban a la salida de la plaza, como era costumbre, para darles la bienvenida y explicarles lo que iba a suceder durante todo el día de “la Romería del Bosque del Hombre Huraño”. Cuando hubieron llegado todos al lugar, el alcalde saludo a los responsa-bles de la excursión estrechándoles la mano y luego, subiéndose a un pequeño escalón, para poder ser visto y oído sin problemas, tomó la palabra.

-Alguno de vosotros ya me conoceréis de años anteriores, pero para los que no lo sepan, les diré que soy el alcalde de este pueblo. Por tanto en representación de él os doy la bienvenida. Espera-mos que os lo paséis muy bien durante el día. Esta romería no es como las que conocéis normalmente. En ella no hay ermita,

ni caballos, ni carruajes, ni nada por el estilo. Esto lo sabréis ya, porque os lo habrán contado los que en otros años han veni-do. Pero, a cambio, tenemos una excursión apasionante entre un bosque precioso, una comida campestre en un lugar de ensueño y lo más importante: nos van a contar un cuento que tiene más de doscientos años de antigüedad y que escribió un hombre que vivía en este pueblo. Este cuento lo lee la persona con más edad de todo el valle porque así lo estableció el autor. Bueno pero ya os iréis enterando conforme pase el día, así que vamos a comenzar la marcha sin entretenernos más.

Como dijo el alcalde, todos los romeros de esta romería tan peculiar comenzaron a caminar con sus mochilas a la espalda al-gunos, muchos con gorras para protegerse del sol, aunque en el bosque no les haría mucha falta. Todos con un entusiasmo enor-me.

El camino estaba en buenas condiciones, ya que todos los años se preocupaba el ayuntamiento de arreglarlo días antes. Su-bía desde el final del pueblo introduciéndose poco a poco en el bosque y al entrar en él se podía distinguir un cartel hecho en madera que decía: “Bienvenidos al Bosque del Hombre Huraño”. Allí algunos niños se adelantaron a la tropa, no sin el enfado y aviso de una monitora, para hacerse unas fotografías de recuerdo junto al cartel.

A lo largo de todo el camino, de unos tres kilómetros aproxi-madamente, existían pequeños carteles junto a los árboles con el nombre de cada uno y una breve explicación sobre el mismo. Así como cada cierto tiempo aparecían bancos hechos en madera que por su puesto tenían que probar los chiquillos con la consiguiente reprimenda de algún monitor para que no detuvieran la marcha.

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También había unas fuentes realizadas en piedra que manaban un agua limpia y fría que apetecía beber con sólo verla. Era tan buena esta agua que algunos vaciaron la cantimplora que traían para llenarlas en las fuentes que curiosamente tenían nombres de árboles; La fuente del roble, la fuente de la encina, la fuente del pino,...

Cuando llegaron al final del camino, encontraron un claro en el bosque donde había una cabaña de madera y a toda la gente del pueblo que ya hacía algunas horas que habían hecho el camino. Se podía apreciar que la cabaña estaba restaurada recientemente y ahora servía como oficina de información y tienda de souvenirs pero aún así, no perdía ese aire de haber sido en otros tiempos un hogar dentro del inmenso bosque. A su alrededor la gente no paraba de preparar comidas, hacer columpios con sogas aprove-chando las ramas de los árboles más grandes y fuertes y limpiar de maleza la pequeña colina que se encontraba en el lateral de la cabaña, cuya pendiente iba a servir de improvisado auditorio para el relato del cuento.

Este año, por primera vez, le correspondía leerlo a Mamajua-na. Una mujer de casi noventa años que había sido matrona en sus tiempos y que por tanto ayudó a traer al mundo a más de la mitad de las personas que hoy vivían en el valle. Esta mujer sentía adoración por los niños, así que nadie mejor que ella para contar la historia. Aunque su edad pudiese engañarnos aún poseía un torrente de voz tan fuerte que aseguraba que hasta el último de la fila iba a escuchar el relato sin ningún problema.

Una vez que todos los niños y niñas; los que vinieron en au-tobuses, de otros pueblos, invitados por el ayuntamiento, los del mismo pueblo y los que vivían en caserones desperdigados por el

valle, hubieron tomado asiento en el suelo, como era la costum-bre y lo que deseaban los niños, Mamajuana hizo poner la vetusta mecedora frente a ellos, dando la espalda a la cabaña y al respaldo de ésta.

Mamajuana se sentó en la mecedora con un talante majes-tuoso que le daba una cierta intriga, atrapando la atención de los últimos niños que aún no habían aplacado su entusiasmo. Durante un momento todos quedaron en un silencio que Mama-juana aprovechó para dar comienzo su intervención:

-Buenos días, me llamó Juana Márquez, pero todo el mun-do me llama Mamajuana, porque en tiempos fui matrona y por tanto he sido un poco madre de mucha gente que vive en el valle del Bosque del Hombre Huraño, este valle en el que nos encon-tramos hoy. Me corresponde leeros el cuento que nos legó un vecino de nuestro valle y que como él dejó establecido, se realiza todos los años a mediados de la estación primaveral, porque soy la persona más anciana que existe en la comarca y así lo dicta la tradición.

Y sin más dilaciones comenzó la lectura: “Érase una vez un hombre llamado Martín Buendía que vivía en el pueblo del valle. Era carpintero y trabajaba en el aserradero de las afueras, donde lo hacían casi todos los del lugar, pues era de las pocas actividades que se podían ejercer por aquellos años. No había otros trabajos, excepto algunas parcelas de labranza, pero eran muy pocas. Mar-tín Buendía no tenía familia en el valle, pese a ello vivía feliz, era hombre de pocas necesidades. Su trabajo, su casa, todas las tardes unos vinos en la taberna de Arcadio, algunos días de cacería con su perro Babieca, y alguna vez, muy de vez en cuando, recibía una carta de su único tío, Pelayo Buendía que vivía en algún lugar de

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la extensa Europa. Un buen día nuestro hombre recibió una nota donde se re-

quería su presencia en la notaría de la ciudad cabeza de partido de la zona, esta ciudad estaba fuera del valle, a unas cinco leguas de distancia.

–Que hoy equivaldrían a unos treinta kilómetros -aclaró Ma-majuana.

Al día siguiente Martín Buendía le pidió el caballo a su amigo Arcadio para dirigirse a este requerimiento, que le hacían desde la notaría tan lejana para aquellos tiempos.

Después de media jornada de camino, llegó a la notaría y pre-sentó la notificación que le enviaron. Inmediatamente el escriba-no que lo atendió llamó al notario, quien salió veloz de su despa-cho para hacerlo pasar a dicho aposento. Martín Buendía quedó un poco impresionado por el trato recibido pues en otra ocasión que estuvo en este mismo lugar tuvo que esperar durante buen rato para ser atendido. El notario le ofreció algo de beber, invita-ción que Martín Buendía acepto de buen grado, pues después de tan largo y polvoriento camino venía sediento. Una vez bebido un par de vasos de agua fresca e imitado por el notario, éste le comunicó que lo había mandado llamar para abrir el testamento de su tío Pelayo Buendía.

Martín Buendía no sabía que su tío hubiese fallecido, cosa que le apenó, pues en definitiva, aunque hacía muchísimos años que no lo veía, era el único pariente que le quedaba.

El notario procedió a abrir dicho testamento, y sorpresa ma-yúscula, de buenas a primeras Martín Buendía, pasó de ser un humilde trabajador a ser un potentado multimillonario. Su tío Pelayo Buendía, le dejó en herencia todo el patrimonio que había

conseguido vendiendo y comprando maderas por toda Europa e incluso hizo algunos negocios en otros continentes. Quién iba a decirlo, un hombre de campo que comenzó trabajando en el ase-rradero como casi todos en el pueblo y que se lanzó a la ventura de dios con el poco capital que consiguió vendiendo la partida de árboles que había en la parcela de su padre, allá en la ladera de las montañas, a media legua del pueblo.

El legado era incontable, tanto, que el notario tardó casi una hora en leerlo completamente. Entre otras cosas, heredó propie-dades por casi media Europa, joyas, algunas obras de arte, mucho dinero en efectivo y lo más importante, no por su valor econó-mico, sino por su valor sentimental, se trataba de la parcela que estaba cerca del pueblo con la que Pelayo Buendía comenzó su fortuna.

Una vez hecho a la idea del cambio que daba su vida, lo pri-mero que pensó fue irse corriendo para su pueblo y celebrarlo con todos sus vecinos, como así lo hizo. La fiesta duró una semana completa, con sus siete días y sus siete noches. Pero el trato de sus amigos, en tampoco tiempo había cambiado, ya no lo miraban como antes. Este cambio cuando más lo notó, fue a la semana siguiente, cuando durmió la resaca y su conciencia volvía a la normalidad.

Como dejó de ir a la serrería, el tiempo se le hacía eterno, no sabía en qué entretenerse y aunque todos le decían que se fuese de viaje, que conociera mundo, él rechazaba la idea una y otra vez. En el fondo le aterrorizaba, se echaba a temblar nada mas pensarlo. Si lo más lejos que viajó en su vida era a casa del notario, cómo se iba a ir solo por esas tierras desconocidas. Martín Buen-día decidió poner en marcha una idea mejor, una que le venía

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rondando la cabeza desde hace algún tiempo.Cogió el caballo, que había comprado en la ciudad el día que

recibió la herencia, y se enfiló camino de la parcela que fuese de su abuelo y que ahora le pertenecía. Tenía la intención de restau-rar la cabaña que existía en el lugar. La recordaba perfectamente; con un pozo de agua fresca, rodeada de árboles y unas vistas ini-gualables. Hacía mucho tiempo que no la visitaba. Él aun era un zagal y su tío todavía vivía en el pueblo.

Cual no sería su sorpresa que, cuando llegó al lugar, estuvo a punto de caerse del caballo. No había ni un solo árbol, ni siquiera una brizna de hierba, estaba la tierra arrasada, del manto fértil no quedaba ni rastro, todo se lo había llevado la lluvia, la cabaña es-taba en un estado lamentable, medio derruida y el brocal del pozo semihundido. En ese preciso momento de desolación, comenzó a llover. Martín Buendía intentó refugiarse con su caballo dentro de los restos de la cabaña, pero la tarea no era fácil. El derrui-do techo dejaba pasar más agua de la que quisiera, pero aún así aguanto el chaparrón como pudo.

De ese mal rato de lluvia incomoda sacó una lección que a mucha gente le ha costado bastante tiempo aprender. Pudo apre-ciar como el agua se llevaba la poca tierra que quedaba en el suelo, dejándolo en piedra pelada, como corría hacia los arroyos y vio como estos vertían en el río, transformándolo en un cauce de lodo en vez de agua. En ese momento recordó cuando era niño e iba a bañarse con los demás chiquillos del pueblo. Rememoró como su abuelo pescaba unos peces que se llamaban truchas, y se le vino a la cabeza la imagen de las mujeres cuando iban a lavar en sus aguas limpias y cristalinas. Ahora sabía porqué el río se convirtió en un estorbo para el pueblo, y todo ello sucedía por

el abuso de los hombres, por haber talado todos los árboles del bosque sin pensar en plantar otros.

Cuando hubo escampado, salió de su refugio y observó a su alrededor, se dio cuenta que hasta ahora miraba pero no veía, no veía como el valle iba muriendo poco a poco. Sólo quedaba en el final del valle un pequeño trozo de zona arbolada. Todo lo demás era puro desierto.

Después de esta experiencia vivida, no lo dudó: quería resuci-tar el valle. Y qué mejor manera que empezar por su parcela.

Compró madera para reparar la cabaña, arreglos que él con sus propias manos realizó. Mandó limpiar el pozo y restaurar el brocal, instaló un molino de viento para sacar agua, construyó una alberca en la parte alta del terreno, adecentó el camino y lo más importante trazó un plan de regeneración del bosque. Mar-tín Buendía, no había sido nunca agricultor, no tenía ni idea de cómo preparar la tierra para la siembra, por lo que contrató a un agricultor conocido suyo, Aureliano Montero, que le enseñó las labores habituales del campo y que desde entonces trabajó para él, el resto de sus días.

Comenzaron el trabajo preparando la tierra, bueno, lo que quedaba de tierra. Araron con ayuda de una yunta de bueyes que compró, subieron tierra nueva desde la orilla del río, abonaron con el estiércol que hizo traer desde otras poblaciones donde sí existía ganado e implantó un sistema de riego con acequias que cubría toda la parcela. Tuvo bastante suerte, porque el pozo era bueno, tenía agua más que suficiente para abastecer la cabaña y regar todo el campo sin dificultades.

El primer problema que se le planteó fue cómo evitar que la lluvia se llevase nuevamente la tierra que con tanto esfuerzo pre-

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paró. Para solucionar esto Aureliano Montero pensó un método que consistía en sembrar multitud de semillas de plantas silvestres pequeñas y crecimiento rápido para que la red que formaran sus raíces amarrara la tierra fértil al suelo. El resultado fue genial. Con el auxilio de las acequias rebosantes de agua, en tan solo un par de semanas, la parcela pasó de ser un desierto a un vergel, y la prueba definitiva la pasó con los tres días de lluvias que soportó sin dejar ir ni un sólo grano de tierra. El primer paso ya estaba dado. A continuación dedicaron sus esfuerzos a plantar árboles, cientos de ellos, de todas clases; de hoja perenne y caduca, fruta-les y silvestres, grandes y pequeños, de crecimiento rápido y de crecimiento lento, todos los que pudo conseguir. Martín Buendía se sentía feliz por su obra, bajaba al pueblo casi todos los días y ayudaba a todo el que se lo pedía, incluso, de vez en cuando, al que no se lo pedía pero que él sabía que lo necesitaba.

Todo transcurría conforme a los planes que había trazado; la mayoría de los árboles habían agarrado y los arbustos e hierbas cumplían a la perfección la tarea de sujetar la tierra al suelo. Ya pensaba como dar el segundo paso. Hizo las gestiones para com-prar la parcela colindante, algo mayor que la suya, y la compró. Fue en esa época cuando sucedió el desastre. Aprovechando que Martín Buendía había bajado al pueblo ese día, un cabrero con su rebaño entró en la parcela y arrasó prácticamente con toda la hierba y destrozó los árboles más pequeños. Cuando llegó y vio lo sucedido, Martín Buendía montó en cólera. Inmediatamen-te fue en busca del alguacil para que tomara nota y castigara al desaprensivo que realizo aquel atropello, pero las gestiones no pasaron de un aviso al cabrero. Esta actitud enfadó muchísimo a Martín Buendía, quién determinó cercar toda la parcela para

evitar futuros incidentes. Eso hizo, compró estacas y contrato a varias personas para realizar el trabajo, mientras él junto con Au-reliano Montero compuso el desaguisado en el que se convirtió aquello.

A partir de ese momento, Martín Buendía se fue convirtiendo en una persona reservada, ya no se fiaba de la gente como antes y siempre estaba vigilando el campo. Incluso compro dos perros grandes, dos mastines a los que llamó Roble y Quejigo. Los adies-tró para que mostraran fiereza con los extraños pero a no atacar nunca. Su intención era sólo asustar a los intrusos.

Con la nueva parcela que compró realizó el mismo trabajo que con la primera. Comenzó ordenando que se construyera un nue-vo pozo y una alberca en la parte más alta para aprovechar la caída del agua por su propio peso, luego instaló un molino de viento que movía una bomba de extracción, a continuación contrato a dos personas más para el trabajo, puesto que Aureliano Montero ya estaba suficientemente ocupado en mantener la primera par-cela, y el proceso de siembra y plantación se realizó igual: se trajo tierra del río, se aró, se abonó, se sembraron semillas de plantas silvestres y cuando estuvo todo ello consolidado se plantaron los árboles. Sólo quedaba cercar el terreno.

No hubo tiempo. Un incendio inexplicable destruyó gran par-te del trabajo realizado en la segunda parcela y algo de la primera. Esta situación desató la furia de Martín Buendía, que no llegaba a entender lo ocurrido. Cómo alguien podría tener tanta mala idea, porque creía a pies juntillas que aquel desastre era obra de alguien que no lo quería bien. Las circunstancias hacían que cada vez bajara menos al pueblo, la gente ya ni recordaba cuándo fue la última vez que lo hizo, sólo tenía contacto con las personas que

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contrataba y con su amigo Arcadio quien se encargaba de traerle los víveres que necesitaba. Se convirtió en el hombre huraño, que es como lo llamaron desde entonces.

Los contratiempos ocurridos no le hicieron desistir del pro-yecto. Contrató a otros hombres para que a la vez que se reponía todo lo que ardió se construyeran cortafuegos, además una vez terminado el trabajo, dos de ellos se quedaron como guardas.

Adquirió otra parcela colindante a la segunda y realizó la mis-ma operación que anteriormente, para lo cual tenía que seguir dando trabajo a más personas. Pero la gente buscaba las maneras de sortear a los guardas y a los perros y seguían destrozando los árboles, para llevarse las frutas unas veces y su leña otras. Actos que irritaban sobremanera a Martín Buendía.

Casi medio valle era ya de su propiedad, y el proyecto seguía adelante comprando más y más parcelas de terreno para refores-tarlos. En aquella época el trabajo del aserradero era escaso, pues los suministros de árboles de la comunidad estaban a punto de agotarse. Quedaban hombres parados todos los días pero Martín Buendía los contrataba conforme los echaban del trabajo. Ahora los que fueron sus compañeros durante muchos años pasaron a ser sus empleados. Además consiguió que no se cerrara definiti-vamente el aserradero, pues allí enviaba los árboles que cortaban en la saca: árboles enfermos, los que tenían que talar para hacer los cortafuegos,...

El Pueblo en unos años cambió rotundamente y sus gentes con él. El río que había sido sólo el desagüe del valle, volvió a la vida, a sus aguas nuevamente cristalinas regresaron los peces y los chiquillos a bañarse. El valle quedó cubierto con un manto verde de indescriptibles tonalidades. La población que estaba abocada a

la emigración, ahora trabajaba en el bosque como guardas, man-tenedores, taladores,...

Este fue el legado que un hombre humilde, mal llamado hu-raño, dejó a su municipio. Una vez que Martín Buendía murió todas sus propiedades pasaron a manos del ayuntamiento, como él estableció, con el compromiso de gastar todo lo que quedaba de su fortuna en mantener el bosque y con la solemne promesa de que todos los años a mediados de la primavera sería leído este cuento a todos los niños y niñas de la comarca, por la persona más anciana del lugar.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado”.Cuando Mamajuana concluyo el cuento, los niños estaban

boquiabiertos, tardaron unos segundos en reaccionar, pero cuan-do lo hicieron estalló un aplauso ensordecedor.

Después del cuento cada uno fue ubicándose donde mejor creyó conveniente para zamparse el almuerzo. Había que reponer fuerzas porque la romería no había terminado, quedaba toda la tarde por delante, y ni los niños, ni los mayores estaban dispues-tos a desperdiciar la ocasión de un día de campo en un lugar idílico.

A la caída de la tarde, los monitores y monitoras comenzaron a dar las órdenes oportunas para que los niños emprendieran la caminata de regreso. Los rostros se veían cansados pero felices su-dando la gota gorda por la energía gastada en multitud de carreras y saltos. Era ya casi de noche cuando llegaron a la plaza mayor del pueblo, donde estaban los autobuses, ahora a ningún chiquillo se le ocurrió despistarse para montarse en los columpios, ninguno tenía fuerzas ni ganas para ello.

Todo había salido, un año más, a pedir de boca.

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El autobús arrancó y puso rumbo hacia la salida del valle por la misma carretera que los trajo, y cuando llegaron a la última curva desde donde se divisa todo él, en ese instante fue inevitable que todos al unísono giraran la cabeza para echar la última mira-da, por ese año, al Bosque del Hombre Huraño.

FIN

Francisco Javier Santos García

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Pues allí me tenía usted, a las tantas de la noche a manotazos con el despertador para que se callara. Y cuando le acierto, resulta que el ruido sigue.

–El teléfono –me digo, y me da por mirar las agujas fosfores-centes– ¿a las tres de la mañana...?

Me levanto pensando en toda la parentela del bromista de tur-no o del imbécil que se ha equivocado de número y el dichoso aparato deja de sonar. Y dirá usted que qué bien, pues no, porque al instante ya estaba otra vez la chicharra taladrándome el cere-bro. ¿Y qué hago yo? Pues salir disparado como un idiota hacia el despacho, que en mi trabajo nunca se sabe cuándo se va a pillar un cliente. Como la bombilla estaba fundida me pegué en la espi-nilla con el cajón ese que cierra mal y que siempre digo que voy a arreglar al día siguiente, así que llegué al teléfono cojo y jurando en arameo.

–Di...–Tito, gracias a Dios que estás ahí. Tienes que venir ahora

mismo...

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Y poco más, una dirección dicha a toda prisa y el típico pitido de llamada terminada.

No se puede usted ni imaginar lo que me entró por el cuerpo, porque sólo dos personas en la vida me habían llamado así y una de ellas, mi madre, no podía ser, salvo que crea usted en las llama-das de ultratumba, que yo no y además deben salir carísimas...

Si fuera poco original le diría que me quedé blanco como la pared o como un papel, que esas cosas se dicen mucho, y fíjese usted qué tontería, porque el papel podría ser de colores... y la pared también, pero usted no entendería el porqué aunque su-piera o supiese quién me llamaba y le costaría comprender que por una parte estuviera paralizado y que, por otra, mi corazón iniciara un sprint algo más que sofocante. Y es que a usted el nombre de Blanca Valcárcel no le dirá nada, pero a mí me lo dijo todo durante muchos años y después de tantos, no sé cuántos pero muchos, el que me llamara a esas horas para pedirme ayuda no podía dejarme indiferente. Porque cuando mi altiva, hermosa, caprichosa, desdeñosa e inalcanzable reina de corazones llama a su leal súbdito Tito Cuevas para que se ponga la armadura y vaya a servirla y rendirle pleitesía, este no puede más que dejarlo todo y ponerse en camino de inmediato.

¿Qué le parece, don Carlos, se lo estoy contando bien? Ya ve usted que tengo mi chuleta y todo, que si no, hay cosas que se me olvidan, que ya sabe usted cómo tengo la cabeza... Que ¡claro!, si no la tuviera así no estaría aquí ¿verdad?

Pues verá usted, resulta que yo por entonces no tenía abrigo, bueno ni ahora tampoco, pero como no salgo no me hace falta, y recuerdo que pensé en el frío que debía hacer en la moto, así que recurrí a la receta que, según mi abuelo, le salvó de alguna

pulmonía tras la guerra: “periódicos bajo la camisa Vicentito, así como lo oyes, ... Mejor que una gabardina”. Y así forrado llegué a la moto, que algún gamberro me había tirado, y fue cuando me di cuenta que ella de gasolina andaba como yo de dinero. Y en-tonces no me quedó más remedio que sacar mi navaja y mi rollo de cinta aislante, pero antes le di un par de patadas a las ruedas y ya de paso a la farola que había al lado que, aquí donde me ve usted, yo siempre tuve mi carácter.

La verdad es que me da vergüenza decírselo, don Carlos, por-que usted dirá: “pero hombre, ¿mi Vicente ladrón de gasolina?” Pues sí, lo admito, pero considerado... que cogía sólo la que ne-cesitaba y no me iba sin empalmar el tubo cortado, que tampoco se trataba de hacerle una faena a mi anónimo surtidor.

No sé cómo no me congelé en la moto, que esa noche, por las calles sólo se paseaban los pingüinos y alguna que otra foca, debió de ser por lo excitado que estaba mientras no dejaba de silbar el “Dios salve a la reina”, que me parecía lo más apropiado para una ocasión tan grandiosa como esa.

Bueno, pues al rato allí me tenía usted, helado y nervioso como un colegial en su primera cita de sólo pensar que en nada iba a verla, sin acertar con el botón del portero. Y fue no más ro-zarlo y abrirse la puerta, que a mí me pareció cosa de magia. Y de la casa, ¿qué quiere que le diga!, una choza con mucho estilo, que esta Blanca siempre tuvo lo mejor y por eso no cuajó lo nuestro digo yo... Ella hija única de don Eugenio Valcárcel de Sandoval y Solís, presidente de una empresa de las gordas y miembro del consejo de administración de unas cuantas más ¡ahí es nada! y yo el hijo, único también, de Petra Expósito Izquierdo, portera del edificio o, si lo quiere usted, técnica controladora de accesos a

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finca urbana. Y es que como decía el torero ese, que nunca me acuerdo del

nombre: “lo imposible es lo que no puede ser y además no puede ser”..., bueno, o algo así, que ya veo que esto es una digresión de esas que usted dice, que también se le llama irse por las ramas y ya vuelvo al tronco. Que, por cierto, ahora que digo lo de tronco, sabe usted que el hombre desciende del mono, ¿no? Entonces el mono ¿de qué desciende...? Ah, ya veo que lo he pillado, don Carlos, ¡claro! no lo va a saber usted todo... Del árbol, don Car-los, el mono desciende del árbol... Muy bueno, ¿verdad? Bien, bien, sigo con lo que iba, que usted lo que quiere saber es para qué me llamaba a esas intempestivas horas. Intempestivas, ¿eh, don Carlos? fíjese si le doy al diccionario.

Si le digo que estaba radiante, preciosa, me quedo corto, pero es que mis escasas letras no dan para más, y no sabría cómo de-cirle, pero los años habían pasado para hacerla más mujer, afian-zando ese aire de ángel sofisticado que desde niña tuvo y que me hacía perder el sentido, la razón si alguna vez la tuve y hasta las ganas de comer lo cual, dicho sea de paso, era un alivio para mi madre, la pobre. En la misma puerta me dio dos besos..., de esos que se le darían a un hermano, no crea usted, pero yo pensé que no era mal comienzo, y me hizo pasar a una salita mientras yo no acertaba a pronunciar palabra y eso que lo intentaba, pero algo se me había fundido por dentro y no me salía ni pío, que ya me dirá usted para qué quiere uno decir “pío” antes de morirse, que valiente tontada, que yo morirme no quiero, pero si me dijeran: “mira, Vicente, que la vas a palmar, di algo antes hombre...” yo no imitaría a los pollitos, yo diría: “Blanca”.

Nos sentamos en un sofá color crema pequeñito, donde casi

nos rozábamos y ella no dejaba de mirarme con esos ojos verdia-zulados que parecen sacados de un cuento y su boca de labios perfectos se abría y se cerraba diciéndome cosas que yo no escu-chaba porque todo mi cuerpo y toda mi alma estaban en mis ojos, con los que me la bebía y luchaba porque no se me saltaran las lágrimas, cuando me daba cuenta de la sed que había pasado en tantos años sin verla.

Ella notaría que yo estaba en otro mundo y, para bajarme a este, puso su mano sobre la mía, así sobre el dorso y entonces volví a oír su voz, un murmullo sedoso y cálido, embriagador, y recuerdo que con disimulo me di varios pellizcos, pero de los fuertes, no crea usted, para ver si realmente estaba allí o era un sueño de esos que se tienen cuando uno desea mucho algo, tanto, que no se atreve ni a pensarlo.

–... la única persona que me puede ayudar –alcancé a oír y entonces me quedé sordo de nuevo, porque sus manos envolvían la mía y sus ojos me miraban como en mis mejores fantasías, con la diferencia de que esto era verdad, que ella estaba allí a mi lado y hasta me sonreía.

Al poco se puso de pie y yo la seguí hasta un salón que era como dos veces mi piso y donde se encontraban dos hombres: uno alto, delgado, muy moreno, con el pelo engominado y pinta de haberse tragado un palo de lo tieso que estaba y otro con un aspecto muy similar, tirado en un sofá, con muy malita cara. Yo rápidamente me dije: “dos niños pijos”, porque usted sabe que otra cosa a lo mejor no, pero perspicaz lo soy un rato, mientras Blanca me presentaba al del palo, un tal Richi, que me alargó una mano floja con cara de asco mientras hacía un simulacro de sonrisa que acentuaba más si cabe su aire de gilipollas.

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–Estas son las llaves del coche –me dijo Blanca–. Richi te ayu-dará a bajarlo, a estas horas no creo que os encontréis a nadie en el garaje.

Yo no me estaba enterando de nada, don Carlos, puede que ya me lo hubiera contado antes, durante mi temporal sordera, pero para no parecer aún más idiota de lo que ya soy, le dije que muy bien, que qué había que hacer. Y es que a los pobres de mi generación nos enseñaron a ser muy bien mandados, que se decía entonces, y el serlo era una virtud de la que encima teníamos que estar orgullosos. “Vicente Cuevas Expósito, para servir a Dios, a usted y a todos los presentes” me enseñó mi madre a decir con humildad, mientras ella se pasaba todo el día con sus “mande la señora” y sus “como usted diga”. Y eso fue lo único que dijo cuando, de un día para otro, nos pusieron de patitas en la calle sin tener donde caernos muertos, que son cosas que no entiendo, ni lo de las patitas ni lo otro, que para caerse muerto no hace falta ningún lugar especial y los pobres nos hemos muerto siempre donde nos ha pillado.

¿Qué por qué nos echaron? Pues porque era una casa de gente respetable, ¿sabe usted? Y es que la respetabilidad es una cosa muy seria, aunque yo siempre la imaginé como a una señora gorda, vestida con pieles, muy enjoyada, que agarra muy fuerte el bolso como si todos los que se cruzan con ella se lo quisieran robar y que encima padece estreñimiento crónico, y esa señora a mí nun-ca me prestó la menor atención.

Era una casa de viejos, don Carlos, los únicos niños éramos Blanca y yo, su padre no estaba nunca y a su madre se la había lle-vado Dios hacía ya algunos años... Bueno, eso se decía, porque ya se sabe que en una casa respetable, a finales de los cincuenta, no

se podía decir que la señora, una francesita joven de una belleza fascinante, se había hartado de un país mojigato como el nuestro y se había ido, abandonándolos a todos sin pensárselo dos veces. Total, que éramos los únicos niños y encima de la misma edad, así que estábamos todo el día juntos.

Pero le estaba contando lo del muerto, bueno, usted aún no lo sabe, pero aquel tío del sofá estaba bien muerto y entre Richi y yo lo llevamos como pudimos, que fue con mucha fatiguita, hasta el garaje y lo montamos en su coche, en el asiento del acompañante, atándolo bien atadito con el cinturón. Y fue entonces cuando él me dijo: “ya sabes, lo más lejos posible” y se fue para arriba y me dejó allí tirado acordándome de todos sus muertos, con perdón, que ellos no eran culpables de tener por descendiente a un cabro-nazo como ese. Luego me estaba esperando para abrirme la puer-ta y hacerme adiós con la mano, que usted bien sabe que yo no soy violento, pero me dieron ganas de bajarme y romperle todos los dientes uno a uno. Conduje hasta un barrio apartado, oscuro y solitario, aparqué el coche y, dejando las llaves puestas, me alejé de allí todo lo rápido que pude, que fue corriendo, para intentar quitarme el frío que me mordía hasta los huesos.

Una hora después, aterido, fíjese usted, don Carlos, “aterido”, ¡qué hermosas palabras tiene el español...! y hecho una piltrafa, que esta no es tan bonita pero también tiene su aquel..., me pasé lo menos diez minutos llamando al portero de Blanca, pero nadie me abrió. Así que, más cabreado que un indio, que sus motivos tenían para estarlo, que ellos vivían allí tan tranquilos hasta que llegaron unos forasteros a hacerles la puñeta..., cogí la moto y me volví para mi casa. Pero sea por lo que había pasado ya o porque no tenía los periódicos salvadores, me pillé una pulmonía que me

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EL CASO BLANCANIEVES

tuvo diez días en el hospital más para allá que para acá. Nada más recuperarme recibí la visita de la policía, que mu-

chos piensan que es tonta, pero no, y ahí empezaron a fraguarse mis vacaciones en el hotel “Las rejas”, que se prolongaron por tres años. Y eso que me presionaron y me dijeron que sabían que yo no tenía la culpa de nada, pero no me bajé de la historia que les conté nada más detenerme: que el tipo me había parado por la calle, que me había pedido que condujera su coche porque se encontraba mal y que se murió así de pronto en un semáforo, porque yo a Blanca no la quería implicar y si ahora se lo cuento es porque sé que es usted una persona discreta y porque..., porque... ella siempre fue una persona respetable, ¿no?

Aunque para respetable doña Virtudes, que en realidad se lla-maba doña Manolita, la beata del primero, que se va a reír usted, pero en un libro de animales que tenía Blanca venía una foto de la jineta y era clavadita a ella, pero con moño, aunque luego me enteré que este pobre animalillo no es venenoso, así que no se parecían en lo esencial. Y es que fue ella la que nos pilló a Blanca y a mí jugando a los médicos, ya sabe usted... cosas de la edad. Y ella hablaría con alguien, sin duda muy respetable, que tomó la respetable decisión de echarnos a la calle, así de un día para otro. Y también recuerdo que doña Virtudes, haciendo gala de su caridad cristiana, le dejó a mi madre un dinero en la portería... “para que fuéramos tirando”, de lo cual, como es lógico, debemos estarle eternamente agradecidos.

Y todo esto no sé a qué venía, porque yo lo que le quería de-cir es que el pijo aquel había muerto por una sobredosis, ¿sabe usted? y entonces me enteré que Blanca andaba enganchada y hasta me fui un día a verla al hospital, que estaba en la UVI, muy

desmejorada pero siempre hermosa y desde entonces, cuando la recuerdo, mezclo su nombre con el de la cocaína, que usted saben que llaman “nieve” y se me viene a la cabeza el cuento infantil ese que mi madre me contaba aún con diez años cuando vagábamos por las calles intentando sobrevivir. Y ya ve usted que, al menos yo, lo conseguí...

Germán Vayón Ramírez

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EN DIAGONAL

Nunca me había preguntado si creía en las casualidades, pero después de esta semana, creo. Firmemente, creo.

Todo empezó el lunes cuando por la tarde fui a dar una vuelta. Me llamó la atención una tienda que vi, en la que vendían té, chocolate y café, como en aquella canción que cantaba de niña, ¡qué recuerdos!; pues bien, ahí estaba yo contemplando esas latas redondas en cuyo exterior rezaba el tipo de té que almacenaba y el precio del kilo del mismo. ¡Dios, qué precios!

Pensaba en que me conformaría con mirar, cuando me topé de frente, en el stand de los chocolates, con José María. Siempre me habías dicho que le encantaban los bombones; hacía siglos que no lo veía.

Nos alegramos de encontrarnos. Hablamos un rato de nues-tras vidas y bueno como no, yo, irreprimible, que ya me conoces, le pregunté por ti.

Me dio tu dirección de correo electrónico y me dijo que anda-bas fuera de España.

Nos despedimos con dos besos cálidos. Él se quedó entre los

Y haréis una raíz cuadrada sobre mis sentimientos, pero tal vez queden fuera los decimales de mi amor por ti, imposibles de reducir, apasionados e inexactos.

Lo malo de que tu no existas, poemas de amor. Miguel Romero Carmona

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EN DIAGONAL

chocolates y yo salí jugando con tu imagen recordando aquellos días en que todo estaba tintado de rosa.

Si te lo dijera, que me acuerdo mucho de ti, que eres la per-sona con la que más sueño, harías ese gesto tan tuyo de arquear la ceja ante algo que te parece inverosímil y acabaríamos los dos riendo, por lo cursi de mi expresión.

El miércoles por la mañana me acerco a la carnicería y me encuentro a aquel policía municipal, te acordarás de él en cuan-to te lo describa verás, el pelirrojito de la nariz respingona y las pecas, el que al principio nos perseguía para que no fuéramos juntos en tu moto y luego, cuando yo con mi cara afligida, que no era teatro, que me afligía de verdad no poder ir contigo, le dije que si no nos dejaba ir juntos tendríamos pocos momentos que compartir, se ablandó tanto, que cuando pasábamos por su lado nos guiñaba un ojo.

Seguro que lo recuerdas.Bien, pues ese mismo, ahí estaba en la carnicería haciendo la

compra con traje de civil.No te extrañe que lo reconociera porque no ha cambiado nada,

muchas canas, pero la misma cara de cerdito bonachón. Lo peor es que él me reconoció a mí. Para qué quise más, pen-

saba que me había casado contigo, yo, que acababa de enterarme de que ni siquiera compartíamos país.

Si me hubieras dicho lo que sentías por mí un poquito antes, igual ahora estábamos juntos, pero no, tuviste que esperar a que yo me debatiera conmigo misma durante días interminables, es-cribiendo en un papel, las ventajas y los inconvenientes que me reportaba mi relación contigo. Sí , a eso llegué ya ves, algo frío y calculador que yo nunca habría hecho si no es porque tú, algunos

días, me tratabas como a la reina de Saba, y otros venías diciendo que no tenías nada que decirme porque yo era una amiga más.

Una amiga más, no sabes cómo me sentí cuando me dijiste eso, y los días posteriores, fue como si me hubieses dado la bofe-tada que Gilda le dio al otro, no me acuerdo ahora como se lla-maba, pero vamos, me dolió en lo más hondo y tú, tú te quedaste como siempre, fresco como una rosa, satisfecho de decir siempre lo que querías en el momento en que querías.

Para no perder el ritmo de la semanita que llevaba, el sábado, un poco más olvidado ya todo el asunto, compro el periódico y me siento en un parque cercano a mi casa, temprano aún para hacer la comida.Un día precioso.

No había sitio en los bancos así que, le pregunto a un se-ñor provisto de sus gafas de sol que miraba hacia los patos del estanque si le importa que compartamos el banco. Sin quitarse las gafas, sin decir palabra hace un gesto negativo con la cabeza, vamos, que no le importa que me siente así que yo, discreta en la otra punta del mismo me dispongo a ojear el periódico que ahora siempre compro porque estoy coleccionando las películas que dan.

No puede ser, no puede ser, he dicho en alto. El señor me mira y levanta un poco las gafas de sus ojos, con cara de sorpresa. Yo le sonrío y me sonrojo, encogiéndome un poco de hombros.

Él sigue a lo suyo y yo sigo diciéndome por dentro, no puede ser, no puede ser.

Allí estás tú, tu foto, bueno, bueno, o no has cambiado nada o has puesto una foto de cuando ibas a la Universidad.

Leo y releo que vas a venir a dar una conferencia, eminente científico te llaman ahí. No sé de qué me extraño si yo se que

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acabarías siéndolo. Si tienes buena memoria recordarás cuando nos sentábamos

aquellas tardes en el barecito que te gustaba. Allí en la planta de arriba en la que sólo estábamos tú y yo, llenabas todas las servi-lletas de esquemas y laberintos para explicarme las cosas que se te habían ocurrido el día antes, y yo, tú lo sabes, hacía esfuerzos para enterarme de todo pero mira, o no estaba a la altura o me gustaban muchos más tus labios y tus ojos acaramelados, o las dos cosas; el caso es que a ti te encantaba mi compañía, que eso sí que me lo decías a veces y a mí me encantaba escucharlo y sentir en los días de lluvia tu metamorfosis. Cuando llovía te transforma-bas en un ser vulnerable y todos tus sentimientos afloraban de-jando atrás esa parte tuya de racionalidad que a veces me llenaba de angustia.

Esos días eran los que me gustaban contigo, los que llovía a cántaros, porque tu buen humor se agigantaba y tus besos brota-ban incontrolables y apasionados.

Recojo el periódico porque esto me sobrepasa y ahora pienso sí debo utilizar el correo que me dio José María o asistir a esa conferencia que vas a dar, o tal vez lo mejor sea dejar todo como está. Han pasado tantos años ya y mira me siento guapa, y eso que tú me decías que acabaría casada con alguien que se llamara Manolo y que me pondría los rulos y la bata de guatiné cada día. Que buenos momentos nos tocó vivir juntos.

Creo que como vas a tardar unos días en venir a dar esa confe-rencia lo mejor será escribirte antes un correo y según lo que me contestes pues así actúo luego.

No sé como empezar, qué decirte o más bien, tengo tantas co-sas que decirte que no sé por dónde empezar ni cómo expresarme

contigo. Bueno ahí voy, que salga el sol por Antequera. Después de todo, José María me dijo, mientras nos envolvían los aromas de jengibre y menta, que él sabía a ciencia cierta, que tú no me habías olvidado y que sentías cariño por mí.

Enviado.Ahora tengo que hacer otras cosas, ocupar mi cabeza, si no

me quedaré detenida delante del ordenador con el correo abierto para estar ahí cuando llegue tu respuesta, como en aquellos días, detenida delante de ti para estar pendiente de todos tus movi-mientos, de todas tus necesidades.

Te fuiste a la playa en aquel puente de diciembre porque de-cías que estabas depre, cuando me presenté delante de tu puerta, después de haber andado unos kilómetros por la arena con las botas, no eras capaz de reaccionar, no pensabas que alguien pu-diera estar tan preocupado por ti como para llegar hasta allí. No comprendías el alcance del amor ni de la ternura. No quiero que estés solo te dije. Asentiste y nos fuimos a pasear por la arena, descalza ya y con el abrigo reposando sobre el sofá donde luego nos sentaríamos delante de la chimenea encendida.

Hoy llegó tu respuesta.Tu nombre en primera línea, algo se iluminó dentro de mí

como en aquellos días en que compartíamos exámenes y cerve-zas.

El asunto que leí en el correo, me hizo sonreír. Quién si no tú podría poner un título semejante en el correo.

“Mi vida en diagonal”En esa trayectoria que acorta las distancias, me enteré de todas

las cosas que te habían sucedido en los quince años que llevamos sin vernos.

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EN DIAGONAL

Supe por el calor de tus palabras que también recuerdas y año-ras tan buenos momentos.

No iré a la conferencia, no me enteraré de nada, como en-tonces y temo que mis ojos se queden prendidos de los tuyos de nuevo.

Mercedes Marín del Valle

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LA INCALCULABLE HIPOCRESÍA DEL SER

Salió de casa como todas las mañanas. El pelo aún mojado por la tempranera ducha le chorreaba cuello abajo haciendo aún mas intenso el frio vespertino, pero no podía retrasarse. A pe-sar del conato de resbalón en el baño que tomó como un mal augurio, intentó calmarse, aquel era el día acordado y no podía permitirse el lujo de faltar a la cita, aunque no le hiciese ni pizca de gracia tener que encontrarse con ella y menos aún de forma premeditada

-¡Joder que frío está el volante! Parece que hace más frío aquí dentro que en la calle –se quejó tiritando al mismo tiempo que intentaba quitar el empaño de la luna delantera-. ¿Por qué leches tuve que dejarle los apuntes a la loca ésta? Está claro que no se puede ser buena gente…casi un mes para fotocopiar siete folios. Como no aparezca me voy a acordar de su familia.

Después de dos intentos para arrancar el motor, al tercero lo

Espero que no habrás llevado una vida doble, aparentando ser malo y siendo en realidad bueno: eso sería hipocresía.

Friedrich Nietzsche

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LA INCALCULABLE HIPOCRESÍA DEL SER

consiguió.-Y además tengo que pasarme por la gasolinera… ¿dónde ha-

bré puesto el estuche de los cedés? … tendré que conformarme con el amigo Herrera y su buena “Onda”. Al que se le ocurrió prohibir el uso de los guantes pa conducir se le tenían que caer los dedos a cachitos…

Con la calefacción a tope pero entrando aún el aire frío por las rendijas del salpicadero, y escuchando la elegante voz del locutor, puso en movimiento el coche y se puso de camino a la gasolinera, dónde desde hacía ya tiempo se había instaurado el sistema de autoservicio, por lo que bajándose del coche se dirigió al interior de la tienda en la que un dependiente con aliento a tostada un-tada con aceite y ajo le recibió con un “buenosdíasquétepongo” automático.

Después de pagar se dirigió al surtidor, y mientras abría la compuerta del depósito de gasolina del coche vio que, en el lu-minoso del establecimiento de enfrente, el termómetro indicaba unos míseros dos grados seguidos de otro “BUENOS DÍAS”, que le parecieron todavía más desagradables que los del dependiente.

Volvió a entrar en el coche, lo puso en marcha, y con diez euros menos en la cartera y once kilos más en el depósito puso rumbo a la capital. El día se presentaba prometedor.

-Esto de que no se pueda pasar de ochenta kilómetros hora es una lata, y seguro que al llegar a Hipercor hay atasco. Porque pise un poco más no creo que pase ná… total, seguro que la Guardia Civil está donde siempre.

Dicho y hecho, en la misma salida de la carretera de siempre; allí estaba el turismo con la toalla de playa colocada de forma estratégica sobre los asientos traseros para que no se viera el radar.

Al acecho de los incautos.-¡Qué vistos están ya…! –Pensó esgrimiendo un gesto de

triunfo al levantar la ceja, -quien no los conozca que pise el ace-lerador

Quinta, cuarta, tercera,……cuarta, quinta. -A ver la que lio pa incorporarme con el Sol en el retrovisor. Y

las gafas de sol en la mochila, si es que no me voy a enterar nun-ca… si a la gente le diera por encender las luces también durante el día no pasaría ná… ésta es la mía.

Ocho minutos y medio más tarde estaba a la altura de Hiper-cor, y veintisiete después conseguía entrar en la capital maldi-ciendo la SE-30. Al llegar a la facultad comenzaba la aventura de encontrar aparcamiento para su “micro-machine” como solía lla-mar de forma cariñosa a su ciento-seis. El aparcamiento en Dere-cho, imposible. Un paseo por los alrededores del Teatro Lope De Vega, de vuelta hacia los jardines del Prado. Desesperante. De ruta turística por Plaza de España con hasta tres gorrillas dando indicaciones hacia estacionamientos reservados para autobuses turísticos.

-Y eso que iban a empezar a sancionar a los mamones éstos… y la policía dando paseítos a caballo admirando el entorno. Pare-ce que el desayuno les ha sentao bien… ¿a ver a que hora me toca desayunar a mí?

Después de casi diez minutos dando vueltas, y de casi atrope-llar aun matrimonio de japoneses, un pez gordo del ejército sale con su Audi A8, y con las prisas por aprovechar el hueco, casi se deja el paragolpes en el bordillo.

-Machote, hoy lo siento mucho pero por muy amablemente que me des los buenos días no te voy a poder dar ni un céntimo

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–pensó mientras veía como se acercaba el gitano extendiendo la mano a más de treinta metros de distancia-, lo poco que traigo es pa la tostá.

-¡Buenos días jefe! –soltó el gitano.-Buenos días –respondió con algo de indiferencia-. Si se ha

pensao que le voy a dar algo la lleva clara, y total, otro rayón más en el coche tampoco se va a notar mucho se dijo a sí mismo al tiempo que notaba como le sonaba el estomago.

De camino a la cafetería cruza por la facultad.-A ver si puede ser y ésta no ha llegao todavía, y puedo desa-

yunar tranquilo, porque como ésta esté ya por aquí seguro que me da la tabarra y me tengo que inventar cualquier excusa pa quitármela de encima… ¡joder… ya está ahí!... bueno creo que no me ha visto… que se espere un ratito.

Mientras sacaba de entre sus papeles las fotocopias que le había prestado, pensaba que ojalá no tardase mucho tiempo en llegar, que tenía ganas de volver a verle, que tenía que decirle algo pron-to, que le daba igual que le diera calabazas; y después de mirar de reojo alrededor las olió de una forma un tanto siniestra. Notó como se le ponían los bellos de la cara de punta y se estremeció.

-Buenos días -saludó a los camareros al entrar en la cafetería.-¡Bueno… díaaas! –respondió uno de ellos con acento árabe.Buscó su hueco habitual en la barra y pidió lo de siempre.

En menos de dos minutos el dueño de la cafetería ya le estaba sirviendo el desayuno.

-¿Sabes que Antony and the Johnsons tienen nuevo disco? –le preguntó al tiempo que vertía el sobre de azúcar moreno en el expresso.

-Pues la verdad es que no. Había escuchao que vienen a Espa-

ña de gira pero no sé ni cuándo ni adónde.-El disco nuevo es fantástico, pero yo creo que a este tío se

le ha muerto la madre o algo de eso, porque vaya tela si es triste el Antony… Eso si, el nota tiene que ser pa verlo en directo, físicamente es una mezcla entre Falete… y…Montserrat Caballé cantando mientras toca el piano.

-Pa verlo… vamos.Mientras se terminaba la tostada comenzaba a sonar la melo-

día de El Padrino, y sabiendo de quién sería el mensaje se metió la mano en el bolsillo y, sin mucho interés, sacó el teléfono móvil todavía sonando.

-Quillo, vaya música guapa le tienes puesta al móvil, ¿no? –Soltó el dueño de la cafetería mientras se paseaba con cuatro tazas de café humeantes por el interior de la barra-. A ver si me la pasas un día de éstos, ¿no? Que soy acérrimo de Marlon Brando.

-¿Has visto? Cuando tú quieras.Intuyendo de quien sería el mensaje, lo leyó:Hola, dnd stas? Llevo un rato sperandot donde kdamos. Si

pasas d mi y no kieres venir a rcoger ls apunts dam 1 toke y los dejo n conserjería y ya ls recoges cuand t kieras. Adios.

-¡Qué amargura de tía! –pensó antes de responderle-. Me en-tran ganas de mandarla a dónde picó el pollo… pero esto ya no me pasa más. Y con el coraje que me dan los mensajes con abreviaturas…

Déjate de paranoias, ya estoy llegando, ahora te veo.Después de despedirse de los camareros, cogió el portafolios y

se dirigió de nuevo hacia la facultad, dónde estaba seguro de que iba a pasar otro mal rato.

-Buenas –la saludó mientras se acercaba al mismo banco de madera en el que estaba sentada cuando la vio antes de ir a desa-

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yunar.-Hola -respondió ella al tiempo que se levantaba con una son-

risa que delataba su nerviosismo-. Que malo está el día ¿no?-Malo no, el día está peor. Me ha costao la propia vida encon-

trar aparcamiento, y mira que mi coche es chico…-Bueno, toma –dijo ella al tiempo que sacaba las fotocopias de

su carpeta-. Gracias por prestármelas, me han venío muy bien, el puñetero Swift me trae por la calle de la amargura. Era verdad lo que me dijiste sobre Gulliver, es un tostón.

-Ya te lo dije, y tú pensaste que me estaba quedando conti-go…

-¿Te apetece un café? –soltó ella como si le fuese la vida en ello.

-No, es que he desayunao antes de salir de casa y además tengo un poco de prisa, he quedao con un amigo que dejó la carrera el año pasao y hace poco le han dicho que tiene problemas de corazón y hace mucho que no lo veo –le respondió haciendo gala de una pasmosa rapidez mental, la excusa de la enfermedad de su amigo le vino al pelo-. Vamos a tener que dejar el café pa otro día, si no te importa.

-Es que tenía ganas de charlar contigo –insistió.-Es que de verdad, he quedao con él dentro de media hora, y

tengo q cruzar todo el centro, y cómo está la mañana quiero apro-vechar antes de que empiece a llover –le soltó con cara de pena.

-Bueno, como quieras, si no te apetece hablar conmigo pues ya está.

-Joder, que tía más pesá –pensó-. A ver… no es eso, es que no me gusta llegar tarde a las citas…

-¿Y tampoco me vas a dejar que lea el relato que me dijiste

habías escrito?-Esto me pasa por hablar más de la cuenta –se dijo a sí mis-

mo-. Es que se lo dejé a la monitora del curso pa que lo leyera, y aún no me lo ha devuelto… a ver si me lo devuelve…

-Entonces no te dejo lo que he escrito yo.-Tendré que vivir con esa pena -ironizó mentalmente-. Bue-

no, pues otra vez será. Pero de verdad que me tengo que ir, ya nos vemos otro día ¿vale?

-Bueno… como quieras…-Venga, hasta otro día.-Adiós.-Y ahora soy yo el que tiene que sentirse culpable porque la

loca esta se ha encaprichao en acaparar mi atención –pensaba mientras se daba la vuelta para perderla de vista.

Y mientras se alejaba por el pasillo volvió a maldecir el día en que le había dejado los apuntes, aunque entonces ni se le pasó por la cabeza que fuese una persona tan enfermizamente insistente. Cuando la conoció había notado que tenía una forma de mirar bastante extraña, como con lascivia pero al mismo tiempo con desconfianza. Le dio la impresión de que no hacía bien en darle pié a conversar, sabía que le iba a dar problemas, pero nunca había creído en los prejuicios, y en efecto, dos semanas después ella ya se había aprendido de memoria su horario de clases y le esperaba en la puerta de las aulas sin dejarle opción de poder es-quivarla. Incluso se había cambiado de grupo para coincidir en clase de una de las asignaturas que tenían en común.

De vuelta al aparcamiento, empezó a intentar recordar el mo-mento en el que le había dado pié a pensar que podrían llegar a mantener una relación, pero por más que lo intentaba no lo con-

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seguía. En ningún momento se había mostrado más amable de lo normal con ella de lo que lo había hecho con nadie, nunca le había insinuado que estaba buscando una relación especial, todo lo contrario, en una de las primeras conversaciones que habían mantenido le llegó a dejar bien claro que ni tenía novia ni la estaba buscando, que mientras no terminase los estudios no se plantearía nada serio. Pero parecía que nada de lo que le había dicho hubiese servido de algo.

-Hay gente que no se da cuenta de las cosas, o no se quiere dar cuenta –seguía pensando de vuelta al “micro-machine”-. Ya veremos cuando le dejo otra vez apuntes.

Manuel Joaquín Martín Jiménez

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UN CAFÉ SÓLO PARA MUJERES

Aquella mañana, mientras esperaba en la cola del servicio del bar en el que estaba desayunando, metí el oído, como era habi-tual en mí, en la conversación que mantenían las dos mujeres que hablaban en la esquina de la barra:

-Esta semana tengo que hacerlo, antes del viernes; si no lo hago será tarde. Tengo que hacerlo ya, estoy en un momento en el que es una urgencia darle un giro a mi vida...

En ese instante tuve que entrar al baño sin escuchar el final de la intriga: ¿qué podía estar ocurriéndole a aquella mujer?, ¿necesi-taría ayuda?, ¿qué había detrás de aquellas palabras?... Todas mis interrogantes no encontraron respuesta, ni conseguí que resbala-ran por las tuberías al tirar de la cisterna.

Volví a la realidad del bar, al murmullo de tantas mujeres desa-yunando, que acababan de dejar a sus hijos en el colegio. Miré el rostro de la mujer que estaba al borde de la barra, como al borde de un precipicio. Tendría unos 35 años, con un pañuelo rojo en el cuello, y seguía hablando sin parar como si estuviera lanzando al mundo toda la artillería pesada que guardaba en su corazón.

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UN CAFÉ SÓLO PARA MUJERES

El silbido de las cafeteras se mezclaba con la retahíla inextrica-ble de una televisión, que seguía convirtiendo en espectáculo el asesinato de una joven en manos de su novio. Y más de la crisis, y otro intento de atentado terrorista, y los políticos buscando sacar partido de todo esto; ambiente de culebrón y un poco del Todo-poderoso Fútbol, Creador del Cielo y de la Tierra, y yo ateo de los goles...Las voces de las mujeres imponiéndose sobre un nuevo día, que la televisión pronosticaba no empezar bien. Y así sería: como ya sabemos, el “mando” de todo está en sus manos.

Desde el rincón de mi mesa seguí observando a la mujer del pañuelo rojo: ¿qué le pasaría?. Era una de mis principales manías: dedicar mi tiempo libre a espiar la vida de los otros para luego escribir sobre ellos. Y aquí había un argumento que me podía dar para varios días de escritor aficionado y de espía. Además, esta semana tengo dos días libres en el trabajo por cuestiones que no viene al caso comentar ahora, por lo que voy a tener todo el tiempo del mundo para esta nueva historia.

Cuando la mujer se fue, me dirigí a la barra urdiendo una trama que me acercara a mi nuevo personaje literario:

-Perdona Ana -que así se llamaba la camarera del bar-. Acabo de salir y me he encontrado un pañuelo rojo que creo que es de la muchacha que estaba en la esquina. No la conozco, pero, si vive por aquí, no me importaría acercárselo a su casa. Hoy tengo el día libre y podría hacerlo.

- Ah, sí, debe de ser de Carmen... Claro que sí, ella vive cer-ca, en la calle Castilla, dos calles más allá, en el bloque que hace esquina. Y además debe de vivir en el ático, porque ella siempre comenta lo que le teme al verano porque el sol le da de lleno... Si es el pañuelo rojo que me imagino, le harías un favor en devol-

vérselo, porque es un regalo de su marido, de uno de sus viajes de negocios y sé que ella le tiene un cariño especial.

-Qué pena, no puedo enseñártelo porque ya lo he dejado en el coche. Pero no te preocupes, que a lo largo de la mañana se lo acerco.

Salí del bar con algunos datos valiosos para mi argumento. Era de mi barrio, yo también vivía cerca de la calle Castilla, segu-ramente habíamos desayunado muchas veces en aquel bar, pero hasta hoy no me había cruzado con ella. El destino la había pues-to en mi camino justo en un momento en el que ella necesitaba ayuda.

Hoy es miércoles, cargado con mi ordenador portátil monto guardia en mi coche, en la puerta del bloque en donde vive Car-men. Son las tres de la tarde. Desde la una y media estoy aquí como en una película de cine negro esperando alguna señal. Me he comido un bocadillo en el coche con una lata de coca cola de la tienda más cercana. Son gajes del oficio. Ya estoy acostumbra-do. Me imagino veinte mil cosas que pueden estar ocurriendo en el ático del edificio que vigilo, en el ático en donde vive una mujer que me pareció estar desesperada.

Se abre la puerta del bloque. Sale Carmen con dos niñas de la mano, que deben de ser sus hijas: una de 5 y otra de 7 años aproximadamente. Me bajo del coche y decido seguirlas. Una ca-lle y otra calle, parada en algún escaparate; en un estanco para comprar tabaco: es fumadora. Llegada al colegio del barrio. Beso a las niñas en la puerta: parece que Carmen ha traído a sus hijas a las actividades extraescolares.

En cuanto las niñas entran en el colegio, otro cigarro y marca un número de móvil: ¿a quién estará llamando?, ¿quizás a alguien

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UN CAFÉ SÓLO PARA MUJERES

a quien sólo puede ver en este intervalo del día?, ¿alguna historia escondida?...

Cruza el paso de cebra y mira en los cristales de la cafetería de enfrente del colegio, como buscando a alguien. Ese alguien no ha llegado. Espera. Otro cigarro – es fumadora compulsiva o está algo nerviosa-. En ese momento se acerca otra mujer de su misma edad que también viene del colegio. Entran en la cafetería y yo detrás de ellas.

Carmen habla sin parar como por la mañana. Su amiga asiente con la cabeza sin poder decir palabra. Otro cigarro. Más madres de niños que se van sumando al grupo. Por su aspecto deportivo, es como si vinieran de andar: un pelotón del tour a la manza-na, aprovechando que sus hijos están en las extraescolares. En diez minutos aquello parece una reunión organizada que quisiera cambiar el mundo.

Después de una hora y media llegan las niñas a buscar a Car-men. Salen corriendo de la cafetería con rumbo a un nuevo sitio. Mucha prisa. Corren. El nuevo destino es la piscina del barrio: deja a sus hijas en la puerta, y se sienta en el bar de la piscina a charlar otro rato con otras supuestas madres de niños.

Hasta ahora todo normal. Carmen es una de tantas madres que dedican su tarde a sus hijos, a llevarlos y traerlos a actividades extraescolares. Con el estrés y la prisa de acumular más tareas de las que pueden realizarse, y matando el tiempo tomando café con el grupo de madres con el que coincide en cada sitio.

Carmen no da síntomas de estar planeando esa estrategia que debe cumplir antes del viernes para que su vida gire. Nada de lo que ha hecho hoy ha podido cambiar sus días. Pero aún quedan mañana jueves y el viernes. El viernes era el día marcado como

plazo. Tengo que seguir mi proyecto: este Gran Hermano en vivo y en directo en donde me olvido de vivir mi vida, para darme un sentido espiando a los demás. Algún día tendré que ir al psi-cólogo para que me salve de esta adicción absurda a la que estoy enganchado.

Salen de la piscina y de vuelta a la calle Castilla. Las luces del ático se encienden hasta las diez de la noche en que decido des-montar la guardia. Desde las 7,30 h. de la tarde han entrado va-rios hombres en el bloque, de los que alguno podría ser el marido de Carmen. Pero ese dato habrá que descubrirlo más adelante... ¿Será el marido su problema?.

La mañana del jueves vuelve a ser como la del miércoles. Nin-guna novedad. No he podido espiar a primera hora porque he debido acompañar a mi madre al hospital, para realizarse unas pruebas que, afortunadamente, han salido muy bien. Pero sobre la una de la tarde, cuando ya pude retomar mi labor secreta en la puerta del bloque, ocurrió algo inesperado que pareció abrir una puerta. Llegó una ambulancia al edificio que rápidamente disparó mis hipótesis: ha ocurrido algo, algo además que no es-taba en mis pronósticos, algún disparate. Nunca pensé en algún caso de maltrato, homicidio o algo parecido, pero en el mundo en el que vivimos cualquier cosa es posible. De todos modos no hay ni rastro de policía: esto puede descartar que haya sucedido una tragedia.

El personal de la ambulancia se baja corriendo de ella y entra en el bloque. Cada segundo se hace una eternidad, dos eternida-des, tres... Cuando se abre la puerta a los diez minutos, una mujer mayor sale del brazo de Carmen y de una joven sudamericana, con destino a la ambulancia. Los síntomas no son de ninguna

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UN CAFÉ SÓLO PARA MUJERES

al colegio con sus hijas y, efectivamente, se para en la puerta del colegio. Va a despedirse de las niñas antes de irse, les va a dar una explicación. Las niñas llegan de la mano de un señor de la misma edad que Carmen, y con la confianza de que van de la mano de su padre. Después de darles un beso, entran en el colegio para retomar sus actividades extraescolares. Carmen y el marido se be-san con un gesto limpio de amor en plenitud. El marido coge la maleta y se sube en el taxi. Es él el que se va de viaje. Se despiden con un adiós de pareja verdadera.

Carmen enciende un cigarro y cruza a la cafetería de enfrente del colegio en donde su amiga de ayer ya está esperándola. Saca del bolso sospechoso unos papeles que comienzan a ver y a relle-nar como si la amiga le aclarara algunas dudas. Trata los papeles con un mimo de algo sagrado. Fuman. Se ríen como urdiendo un plan: parece que en ellos sí va a estar la clave de esta historia.

La tarde transcurrió sin ninguna novedad a la anterior. Maña-na es viernes y ocurrirá lo definitivo. Hasta el momento, el perfil de Carmen es el de tantas mujeres dedicadas a su familia y que solo encuentran un rato para ellas mismas en esos cafés con las amigas. Una mujer que dedica sus días y su rutina a la compra, la cocina, la limpieza, y un largo listado de tareas que la hacen olvidarse de sí misma. Pero la sorpresa llegará mañana viernes. Estoy seguro. Ella lo había afirmado con decisión y contundencia en el desayuno del miércoles: ahora que el marido se había ido, el terreno estaba fácil para poder actuar con libertad.

El problema es que mañana viernes ya trabajo. Este tiempo de ocio se acaba. Me incorporo a las 7,30 de la tarde. Si lo que tenga que ocurrir no pasa antes de esa hora, nunca podré enterarme de qué decisión tomó Carmen. Pero eso se verá mañana.

urgencia: parece como si la mujer tuviera que ir a hacer alguna rehabilitación, pues se la ve cojear del pie izquierdo. Debe de ser la madre de Carmen con una muchacha que le ayuda a atenderla. Carmen acompaña a la señora con cuidado, con amor, con respe-to. Mientra la observo, imagino que podría haber sido una buena enfermera o maestra, por el mimo y la paciencia con que atiende a los otros y, en este caso, cada paso de su supuesta madre.

La muchacha sudamericana se sube en la ambulancia y Car-men se vuelve al bloque. Todo transcurre con una tranquilidad que no deja ver ningún dato relevante. Anoto en mi historia que su madre vive con ella, por lo que también Carmen está pendien-te de las atenciones que una mujer con esa edad puede requerir, aunque tenga una muchacha que la asista.

Son las tres de la tarde y sigo en la puerta del bloque de la Ca-lle Castilla. La ambulancia no ha vuelto. Carmen sale de casa sola con una maleta en la mano y un bolso del que, por la forma como lo lleva agarrado, parece no querer desprenderse. Aquí está la cla-ve que busco: ¿qué hay en ese bolso?, ¿adónde va con la maleta?, ¿dónde están las niñas?. Ahora que se ha quedado sola, ha tenido tiempo para preparar lo que anda persiguiendo. Carmen para un taxi que está claro que es el que la va a llevar al destino que busca: comenzar una nueva vida.

El taxi deambula por un zig-zag de calles que parecen dibujar una serpiente, un rastro de estar haciendo algo prohibido. Y yo detrás en mi coche, convencido de que en poco tiempo voy a obtener la respuesta que busco. ¿Se fugará sola?, ¿La estará espe-rando alguien?. Mis pesquisas parecen las de un detective cutre de telenovela: menos mal que no me gano la vida con esto.

El taxi va haciendo el mismo camino de ayer cuando se dirigía

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UN CAFÉ SÓLO PARA MUJERES

-¿Es a mí?- le pregunté, mientras me acercaba, pues asintió afirmativamente con la cabeza-. Al llegar a su lado le dije que, por favor, me tuteara.

-Me dijo Ana, la camarera, que se había encontrado usted..., perdón, que te habías encontrado un pañuelo rojo en la puerta y que pensaste que podía ser mío. Te lo agradezco pero ya ves que no: el mío lo llevo puesto.

Se ha dado cuenta de todo- pensé-. A partir de ahora comen-zará a pedir explicaciones. No sé cómo salir de ésta.

-Seguramente será de otra señora y, además, no creo que sea el pañuelo igual que este, pues me lo trajo mi marido de Turquía y no pienso que pueda darse tanta casualidad.

Le agradecí el comentario, pues me ayudó a responderle: efec-tivamente era de otra señora. Cuando me disponía a ir a su casa, una mujer me vio con el pañuelo en la mano y me dijo que era suyo. Así que se lo entregué.

-De todos modos te lo agradezco -añadió Carmen.-No tiene importancia – respondí-. Y me volví a mi café y

mi tostada con la preocupación de haber sido descubierto. Toda mi trama ya estaba en su conocimiento y acabaría volviéndose contra mí. Aquello había sido el comienzo de lo que ella hilaría a partir de ahora, para darme una buena lección y pedirme daños y prejuicios por aquella historia de espionaje que había invadido su intimidad.

***

Son las 7,30 de la tarde del viernes. Estoy en el aula del ins-tituto en el que doy clases nocturnas de lengua y literatura. Es

Me he levantado muy temprano para retomar la guardia. El misterio de la luz va haciéndose en la calle Castilla como un rega-lo a una ciudad que se despierta. En mi cabeza se escriben versos inconscientes ante un cielo que del rosa va dando paso al azul y luego a la vida. A las 8,30 h. sale Carmen del bloque con sus hijas, casi dormidas, camino del colegio. Luego retoma la ruta del bar del desayuno. Nuevo encuentro con sus amigas del bar: terapia colectiva y ambiente de culebrón. La tele, como siempre, construyendo -o destruyendo- el mundo. Casi media mañana de charla y tabaco. Luego a la compra, y de regreso a casa. Empiezo a desistir de este intento fallido de descubrir cuál es el móvil de Carmen para que su vida cambie. Debe de ser algo interno que desde mi posición de espía no voy a descubrir: una de esas deci-siones que en algún momento se toman, pero más relacionadas con la actitud hacia la vida, que con tener que realizar alguna acción externa.

- Las acciones externas no nos llevan a nada, si el cambio no se da primero en el interior -le dijo la amiga ayer mientras tomaban café, escuchándolo yo al pasar-. Y por ahí debía de andar el cam-bio de Carmen, en un giro interno a su vida que, difícilmente, yo podría percibir desde fuera.

Pero antes de continuar, debo pararme en algo que aconteció en el desayuno de esta mañana y que me sacó de mis casillas. Cuando llegué al bar, ella estaba en su esquina de siempre, esa esquina simbólica que la estaba invitando a cambiar de dirección. Siempre en el rincón del bar, como excluida (los espacios que elegimos para situarnos también hablan de nosotros):

-Eh, oiga- se dirigió a mí.Un temblor de mundo pareció sacudir el momento.

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UN CAFÉ SÓLO PARA MUJERES

Auxiliar de Enfermería: sus días se han abierto al estudio y al aprendizaje, así como al sueño de trabajar en un futuro en alguno de los hospitales de esta ciudad. Ha organizado su tiempo, y sigue pendiente, junto con su marido, de una familia que la hace muy feliz. Pero ahora sus mañanas han cambiado: las pasa estudiando y preparando su primer curso; un curso que para ella ha abierto un camino hacia sí misma.

Aquella tarde que vino al instituto, Carmen traía su matrícula. Aquel viernes cumplía el plazo oficial para poder realizarla y la fecha que ella se había fijado para darle un giro a sus días.

Mi investigación, al final, dio resultado: conocer a una mu-jer que se propuso nacer a una nueva vida. Y Carmen ahora no es sólo una gran alumna, sino también una buena amiga con la que comparto mi pasión por los libros y las historias. ¿Le contaré algún día, que esta amistad ya nació hace unos meses, en el bar en donde desayunamos, cuando yo metí el oído en donde no me llamaban?

Ahora Carmen toma un café distinto con sus compañeros de instituto y su rostro cuenta una nueva historia. Una historia que, a lo mejor, algún día, decidiré escribir para vosotros.

Arturo Morillo Bonilla

el instituto del barrio en donde vivimos Carmen y yo. Desde la ventana veo la calle sobre la que cae la tarde, y, para mi sorpresa, una mujer se acerca, desde lejos, que parece ser la misma Carmen. Viene en dirección al instituto. Entra en él. Me he puesto muy nervioso pensando que haya podido descubrir que trabajo aquí y que venga a pedirme explicaciones a mi lugar de trabajo. Va a enterarse todo el instituto de a qué dedico mi tiempo libre: una labor de espía que va a hacer que mi dignidad quede por los sue-los entre mis compañeros de trabajo y mi alumnado adulto.

Me he puesto tan nervioso que le he pedido disculpas a la clase y me he salido al pasillo a esperar fuera que el chaparrón llegué. Bajo las escaleras, me dirijo al recibidor de entrada. Busco a Car-men. “Mejor que me la encuentre valientemente y que sea yo el que lleve la iniciativa”. Pero Carmen está hablando con el con-serje, que le indica algo con la mano. Carmen sigue la dirección que le ha señalado el conserje y llega a la ventanilla de secretaría. Saca unos papeles del bolso. Del mismo bolso sospechoso que llevaba ayer cuando iba con la maleta. Son los papeles que había rellenado con su amiga. Habla con la secretaria, se los entrega amablemente. Me voy relajando. Yo no soy el motivo de su visita al instituto. ¿O en los papeles habrá contado por escrito mi ver-dadera identidad a la dirección del centro, para dejar constancia de ello como una acusación?. La secretaria se despide después de atenderla. Carmen le da las gracias. Y, tras beber en la fuente del pasillo, se va.

Han pasado unos meses y ha comenzado el nuevo curso. En la tercera fila de mi clase de este instituto nocturno, Carmen coge apuntes de lengua y literatura con la pasión de una adolescente que está descubriendo la vida. Ahora es alumna del Módulo de

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CHURROS, CHOCOLATE Y CASTAÑAS ASADAS

Tras los muros del corazón, las personas escondemos envueltos en melancolía, los recuerdos del ayer.

En un pueblo no muy grande, tampoco muy pequeño, nació y creció José López Sánchez, mi abuelo. Por aprecio de la gente y en parte heredado de su madre, fue conocido desde pequeño como el Melli de los calientes.

Su casa, sito en la calle Los Serros, la cual conoceremos pos-teriormente como calle Rosario, tenía olor a masa, a pimientos, a vino y a castañas. Había en el zaguán un pequeño puesto de calientes en el que además vendía hortalizas, pestiños etc…

La casa de mi abuelo era espaciosa. Un largo pasillo unía el zaguán con el salón. A los lados, se distribuían las habitaciones. Recuerdo que colgaba de una pared un espejo muy largo que tapaba tres o cuatro desconchones. Otro pasillo unía el salón con la cocina. Éste era más corto y estaba lleno de cintas, helechos y esparragueras. Tras una cortina aparecía la cocina con su hogar y una pequeña despensa donde guardaba mi bisabuela el queso, las morcillas y todos los embutidos que salían de la matanza. Dos sillas de mimbre y una mesa de camilla terminaban de adornar la

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CHURROS, CHOCOLATE Y CASTAÑAS ASADAS

habitación. Al fondo, se observaba una puerta de madera apun-talada por una tranca, era la entrada al corralón. En él había una vaca, algunos conejos y un pequeño huerto.

Corría el año 1935, mi abuelo tendría unos diecisiete años. El país estaba pasando por una crisis que venía de no muy lejos, se unió también dando garrote vil a los jornaleros del campo, el mal tiempo, pasando una elevada factura de paro a nuestro Basillippo.

Mi abuelo era panadero, noche tras noche cargaba sacos de harina, hacía la masa madre con mimo y cocía en el horno las pie-zas. Al amanecer, cuando terminaba la jornada, se tomaba un café y una copita de aguardiente y regresaba a su casa para dormir, no sin antes ayudar a su madre a montar el puesto.

Cierto día llegó un acaudalado, don Manuel, hijo único de un cortijero de Fuentes. Venía en compañía de cuatro amigos; uno el hijo del boticario, otro el hijo del alcalde, el sobrino del cura y un primo suyo. Pidió cuatro ruedas de churros, dos cartuchos de castañas y cinco copitas de aguardiente. Se llevaron más de una hora en el sardinel de la puerta recordando viejas historias de su infancia, a mi abuelo ya lo vencía el sueño pero no quería dejar sola a su madre con tan escandalosa compañía. Por fin, después de narrar cuatrocientos mil recuerdos o fantasías, según se mire, se dispusieron a marchar.

Don Manuel pidió la cuenta y, cuando se echó la mano al bolsillo le cambió el color de cara y casi se atraganta. Por más que rebuscó con los cinco dedos, no encontró moneda alguna. Mi abuelo, que de tonto no tenía un pelo, se dio cuenta y resolvió para no dejar en ridículo al muchacho, decir que la cuenta ya es-taba saldada, que los había invitado el alcalde. El muchacho miró

a mi abuelo y agradeció con la mirada el gesto.Días más tarde, estando su madre en el puesto, se acercó una

vecina que cargaba con un objeto envuelto en papel estraza, y con mucho apuro le dijo a mi bisabuela:

-Rosario, me hace falta un favor, no te lo pediría si no fuese tan importante.

Al parecer, la mujer tenía que casar a su hija y estaba des-haciéndose de algunas cosas de valor que aún conservaba de su ajuar. El objeto en sí, era una pequeña bandeja de plata con los nombres de los novios grabados abajo. Mi bisabuela sabía que nadie querría comprar una bandeja con el nombre de otras per-sonas así, que ni corta ni perezosa, sacó un dinero que guardaba dentro de una lata de carne membrillo oculta bajo una losa suelta. Anécdota que explica el origen de una bandejita, que aún a días de hoy se conserva en el salón de la casa de mi abuelo.

El dinero que Rosario le entregó a la vecina el importe justo de la harina de todo un mes y justamente le quedaba solo un saco en el corralón. Sin saber muy bien cómo resolver la situación, se dirigió a la casa del molinero, llamó a la puerta y… salió su mujer, Alcora.

-¡Chiquilla, no hay quién te veaLa mujer abrazó efusivamente a mi bisabuela y la hizo pasar

a su casa.Se veía que la panadería marchaba bien, a pesar de la regresión

que vivía el país, la casa estaba muy bien amueblada. En el salón había dos tresillos de piel, unos cuadros pintados a mano, una alfombra persa y algún que otro adorno de cerámica en una es-tantería de pared. A mi bisabuela lo que si le sorprendió fue que no hubiera ninguna mesa.

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CHURROS, CHOCOLATE Y CASTAÑAS ASADAS

-¿Te gusta el cuadro de la virgen de los Dolores?, lo ha pintado mi hijo. Es un pintor maravilloso, pero a veces no le da tiempo de demostrarlo, tiene que trabajar de sol a sol con su mujer en el campo.

Cuando llegaba la época de verdeo, se veían familias enteras en los olivares, así cundía más la tarea y, al mediodía, decenas de hogueras prendían para hacer la comida. Se comía allí mismo en el olivar para seguir verdeando después.

Volviendo a la historia, Rosario que era muy curiosa, le pre-guntó a Alcora por qué en un salón tan hermoso no tenía nin-guna mesa y ésta le contestó:

-No es que no tuviera yo una mesa preciosa con las patas de madera labradas, no, es que me la han robado. Ayer entraron en el molino y después de llevarse cuarenta sacos de harina y el di-nero de la caja, no tuvieron otra cosa sino que llevarse mi querida mesa, sabes, era un recuerdo de mi tía Bernarda, la que se mató en el accidente de tren.

-Yo no puedo devolverte tu querida mesa, pero si le dices al Guerrero que te haga una igual seguro que no te dice que no.

-El problema es que me va a costar mucho dinero y ahora no estamos para malgastarlo.

-Bueno, hagamos un trato, yo te presto mi mesa que también es muy hermosa y tú me das a cambio cuatro sacos de harina. Cuando tenga el dinero para pagarte la harina me devuelves la mesa y así mientras solucionas el problema, tienes mesa en tu salón para recibir a tus visitas.

Las dos mujeres llegaron al trato, Alcora se quedó con la mesa prestada y Rosario con los cuatro sacos de harina.

Los tiempos eran malos y día tras día la deuda fue cayendo en

el olvido. El jueves santo de 1936 fue un día muy especial para Rosario. Se había levantado más temprano de lo normal para ha-cer varias docenas de pestiños y, cuando les estaba echando miel, tocaron a la puerta enérgicamente. Se asomó a la puerta y por la aldabilla observó a un hombre de tez morena, bajito y barrigón que venía con un carruaje.

-No se asuste, ¿es usted doña Rosario?, traigo un paquete en cuenta y agradecimiento a una convidá mal pagada.

Rosario llamó a su hijo porque no confiaba mucho en aquellas palabras y abrió la puerta de par en par. En una pequeña carta, don Manuel le daba las gracias a mi abuelo por sacarlo del apuro. Cogió mi abuelo con el hombre el embalaje y lo depositaron en la entrada de la casa, éste se fue, no sin antes probar uno de los exquisitos pestiños, que al estar tan calientes seguro que hicieron mella en sus intestinos. Mi abuelo abrió la caja y cuál fue la sor-presa, cuando al caer los cartones vieron que se trataba de la mesa que le había prestado a la molinera.

Días más tarde, Rosario se enteró que el hijo del molinero había estado verdeando en la finca de don Manuel y éste, que entablaba conversación con los jornaleros, entre comentario y co-mentario, se enteró del préstamo que debía Rosario.

Pasó el tiempo mi bisabuela permaneció durante muchos años vendiendo sus sabrosos churros en el sardinel de la casa de la calle Rosario y mi abuelo se echó de novia a Pilar Guerrero León, se casaron y se fueron a Cantillana a trabajar en una panificadora, llevando siempre a su madre y a su virgen de los Dolores en el corazón.

Pilar María Pérez López

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OLVIDAR

-¡Como un tronco! ¡Sí, sí! ¡Como un tronco! ¡Normal, toda la noche fuera!

Quién si no él podía seguir ese ritmo. Todos en casa lo mirába-mos asombrados alrededor de su cama. Su respiración tranquila revelaba el cansancio producido por una noche de fiesta.

Y es que desde que descubrió que el único modo de borrar aquellos ojos felinos de su mente sería buscar otros, este sería su nuevo modo de vida. Salía al anochecer y llegaba antes de apa-recer el día; deambulaba por todos los rincones donde poder encontrar al menos un simple parecido, algo que pudiera sustituir su recuerdo, el brillo de sus ojos, la suavidad de su pelo, todo, todo lo hacía por olvidarla.

A ella, a Marcela, la conoció de noche. Era increíblemente bo-nita, de ojos verdes, caminar rítmico y movimientos suntuosos, pero arrogante e imposible de ser sólo para uno.

En casa ya se lo decíamos “No te enamores de ella, te rompe-rá el corazón” Pero al parecer su confianza en sí mismo y su orgu-llo masculino aumentaron la convicción de poder conquistarla.

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OLVIDAR

Y así fue, le gustó otro, y sin piedad alguna lo abandonó una noche.

Realmente no nos preocupa demasiado, se le veía bien, tran-quilo, triunfante con su nueva vida. Por el día comía a sus horas, paseaba, tomaba el sol, en fin lo normal.

Después de la fiesta nocturna regresaba a casa, llamaba a la ventana y mamá le abría la puerta. Con semblante serio y paso tranquilo se dirigía a su colchón adoptaba la forma redondeada de su cesto y Cómodo, mi gato, tras un maullido descansaría convencido de que ella ya estaba un poco más lejos de sus recuer-dos.

Rebeca Pineda Nuñez

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ECHA VINO, MONTAÑÉS

Había terminado la misa de las ocho en la iglesia de San Fran-cisco de la sevillana ciudad de Écija y el último parroquiano cru-zaba delante de Calixto el ciego, dejando sonoramente una mo-neda en el recipiente que exhibía su lazarillo. Cuando el sacristán procedía a cerrar la puerta del templo, el lazarillo, como siempre hacía, entregó todo el montante de la recaudación a su patrono,

Diligencia de Carmona,la que por la vega pasascaminito de Sevillacon cuatro mulas castañas,

cruza pronto los palmares,no hagas alto en las posadas,mira que tus huellas huellansiete ladrones de fama.

Fernando de Villalón

Los Alcores y su campiña

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ECHA VINO, MONTAÑÉS

teniendo muy en cuenta no dejar ninguna moneda detrás, pues sabía que él las había estado contado por el ruido que producían al ir cayendo en el recipiente metálico. Seguidamente hizo el in-tento de conducirlo hacia su casa, pero Calixto lo retuvo con la mano firme asida al hombro del chaval.

-Hoy no hemos terminado todavía –dijo el ciego en voz baja y acercando la boca a la oreja del lazarillo- ¿Hay alguien cerca de nosotros?

-No, señor –contesto extrañado-, estamos solos en la plaza.-Pues bien, estate muy atento y disimulando –prosiguió el cie-

go, aún en voz baja, por si acaso-, la diligencia tiene que estar al llegar, cuando entre en la plaza quiero que me vayas relatando todo lo que hace. Pero si ves que se acerca alguien calla de inme-diato, ¿me has entendido?

-Sí, señor –contesto bajando la voz al igual que su patrono.La plaza de España es bastante grande, de forma rectangular

siendo nueve las calles que desembocan en ella.-Señor Calixto, ahora mismo está entrando la diligencia –dijo

el lazarillo, tironeándole de la manga al ciego.-Shiiiiiii..., baja la voz, no te he dicho que hables bajito –insis-

tió Calixto-, ¿por dónde está entrando?-Por la calle del Castillo –contestó esta vez, teniendo en cuenta

la recomendación de ciego.-Sigue relatándome todo lo que pase y que no se te quede nada

detrás –concluyo con insistencia Calixto.-Ha torcido hacia la izquierda y se ha parado delante de la casa

del Gremio de la Seda. Detrás vienen un montón de migueletes armados hasta los dientes y delante de ellos un capitán con un sombrero de plumas –contaba sin parar el lazarillo-. De la dili-

gencia se han bajado cuatro migueletes más, también armados con mosquetes. Y ahora se están bajando de los caballos. Dos de ellos cogen las riendas de todas las monturas y los demás entran en la casa.

-¿De la diligencia han bajado algún baúl grande? –preguntó Calixto.

-No, pero detrás, en el pescante, sí hay uno bien grande –con-firmó el lazarillo.

-¿Y no hacen ademán de bajarlo?-No, de hecho la diligencia y los caballos se los están llevando

hacia atrás de la casa.-¿Ese ruido de caballos que se nos acerca, qué es y de donde

proviene? –volvió a preguntar el ciego.-Es otra diligencia, que entra a la plaza por la calle Platería

–contestó el lazarillo-. Esta no trae migueletes detrás, pero tam-bién se ha parado delante de la casa del Gremio de la Seda.

-Sigue, sigue contando –insistía Calixto.-Han salido los migueletes y han rodeado la diligencia. Se han

bajado un señor y una señora muy elegantes de ella y entre cuatro migueletes están bajando un baúl igual de grande que el que traía la otra –relataba el lazarillo.

-Muy bien, lo que suponíamos –Dijo el ciego-. Ahora vas a ir a la taberna del Ojovivo y le vas a contar al tabernero lo que yo te voy a decir sin dejar una palabra detrás. Cuando lo hagas, te dará unas monedas que debes traerme de inmediato, ¿entendido?

-Sí, señor.La taberna, emplazada en los bajos de una casa grande a la que

se accedía por un portón en forma de arco, estaba situada en una calle ancha de las afueras del pueblo, bastante alejada del centro,

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por lo que el lazarillo llegó casi sin resuello a preguntar por el tabernero llamado Ojovivo. Asegurándose de que nadie pudiera escuchar lo que tenía que decirle, como le advirtió su patrono, le soltó de carretilla lo siguiente:

-Me manda el ciego Calixto y me ha dicho que le diga que han llegado dos diligencias, la primera escoltada por migueletes y no han bajado el baúl, y la segunda, sin guardianes, ha entrado por la calle Platería, es decir por la Verea antigua y sí han bajado de ésta un baúl bien grande, además el duque vieja en ella –concluyó casi ahogándose el lazarillo.

-Muy bien chaval –dijo el tabernero, sacándose una bolsita del bolsillo-. Toma este dinero y daselo a Calixto y ten mucho cuida-do en no contar nada de esto a nadie –le advirtió.

Inmediatamente el tabernero llamó a su hijo mayor, Currillo, que estaba tras la barra. Un mozo bien plantado, de unos die-ciocho años de edad y con una planta fuerte, acostumbrado al trabajo duro y las inclemencias del tiempo.

-Necesito que cojas la jaca y te llegues hasta el castillo de La Monclova, pero ahora mismo, sin perder tiempo –le ordenó su padre-. Ese castillo está en el camino de La Luisiana a Carmona por la Verea Real, a unas cuatro leguas y media de aquí. No debes entretenerte y si ves que la jaca llega agotada a La Luisiana paras en la Venta del Cerote y allí te la cambiaran por un caballo de refresco, cuando vuelvas la recoges, pero diles que eres mi hijo y que vas en misión.

-¿Y qué tengo que hacer en ese castillo? –preguntó el mozo, desatándose el mandil de la cintura.

-Dices que vas de parte del Ojovivo y preguntas por Luis de Vargas. Solo a él debes entregarle este medallón y decirle que son

dos las diligencias y van por distinto camino. La que va por la Verea Real es un cebo, la otra cruza por el camino viejo y en ella va el duque –Le dijo el tabernero a su hijo- ¿Te has enterado bien lo que tienes que hacer y decir?

-Sí padre, perfectamente –y con estas, el hijo se dio la vuelta dirigiéndose al corral para preparar la montura.

La noche ya había hecho acto de presencia en la ribera del Genil cuando el mozo salió a trote ligero de la ciudad. La luna llena posibilitaba una visión adecuada para no demorarse por el camino. En el puño bien aferrado el medallón que le entregó su padre y la mente haciendo recordatorio de todo lo que le había ordenado.

Tomó la Vereda Real en dirección a Sevilla y en hora y me-dia aproximadamente se plantó a las puertas del castillo de la Monclova. No le hizo falta cambiar de caballería, pues la jaca respondió bien al trote con que Currillo, buen conocedor de su compañera, la trajo todo el camino.

En la cancela de acceso al castillo, un centinela le dio el alto, al que el mozo respondió diciendo que era hijo del Ojovivo de Écija y que venía a dar un recado a Luis de Vargas. Sólo estas palabras bastaron para abrirles todas las puertas hasta plantarse frente al famoso bandolero.

Luis de Vargas recibió a Currillo en lo que parecía el salón principal del castillo. Estaba sentado en un inmenso sillón de ma-deras retorcidas y miraba al mozo fijamente esperando escuchar el mensaje que le traía.

Currillo, que de cobarde no tenía ni un pelo, le entregó el medallón que su padre le había dado y seguidamente soltó todo el mensaje que su progenitor le suministró, sin pestañear y sin

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ponerse nervioso en absoluto. Luis de Vargas, quedó mirando el objeto que servía de contraseña y sonrió.

-¿Así que tú eres hijo del Ojovivo? –preguntó Luis de Vargas.-Sí señor, me llamo Currillo –respondió el mozo.-De tal palo, tal astilla. Tienes coraje como tu padre y eres

obediente, que no es mala cualidad para un chaval de tu edad –prosiguió el bandolero-. Espera un momento que aún puedes hacerme otro recado.

Diciendo esto, Luis de Vargas, salió del salón por una pequeña puerta que daba a otro habitáculo más reducido y donde le espe-raban Tragabuches y José Claudio. Antes, dio la orden de que le pusieran algo de comer a Currillo y le proporcionaran un buen lugar para descansar.

-Estábamos en lo cierto –comenzó diciendo Luis de Vargas-, son dos las diligencias que trae el duque del Infantado, pero una es una trampa y la otra viene por caminos antiguos queriendo pasar desapercibida. José, tú me comentaste una vez que cerca de tu pueblo había un buen sitio para realizar una emboscada, pero que era un camino que está quedando en desuso, ¿no?

-Sí, la Verea de la Carne, que va desde Carmona hasta mi pue-blo por toda la cornisa de Los Alcores y cerca de El Viso se estre-cha quedando a un lado el barranco y a otro una pared de piedra –contestó José Claudio, poniendo gesto de hacer recordatorio.

-Por aquella zona suelen actuar la cuadrilla del Tenazas. ¿Tu sabrías donde encontrarlos? –siguió preguntando.

-El contacto lo tienen en la ermita de Gandul. Con dejarle recado al guarda, ellos nos encuentran a nosotros –espetó José Claudio.

-Pues no hay más que hablar. Vas a salir inmediatamente para

esa ermita y vas a quedar para mañana con el Tenazas en la Posá del Montañés –ordenó con voz firme el capitán-. Dile que tene-mos un buen negocio entre manos, cuéntale por lo alto el tema y que necesitamos de se ayuda.

En menos que canta un gallo, el bandolero José Claudio, se puso en marcha a trote tendido cruzando los palmares con direc-ción a Gandul. Mientras tanto Luis de Vargas se quedó planifi-cando con Tragabuches, su hombre de confianza, los pasos que tenían que dar a continuación.

-La noche tiene luna llena –afirmó Tragabuches-, podemos emprender viaje ahora mismo por el Carril de la Lana, que pasa aquí cerca, cruzamos la vega y nos lleva hasta el paso del cortijo Alcaudete, atravesando los molinos nos encontramos la Verea de Sevilla y a poco nos encontramos la posá.

-Está bien pensado, eso vamos a hacer –concluyó Luis de Var-gas, levantándose al mismo tiempo-. Pero tenemos que confirmar los recorridos de las diligencias, es mucho el peligro y no quiero correr riesgos innecesarios. Para eso he hecho esperar al hijo del Ojovivo. Él nos hará el recado de Carmona.

Currillo ya había comido y descansado algo, cuando entró nuevamente Luis de Vargas al salón. Le preguntó si estaba dis-puesto ha llegarse hasta Carmona, a unas cinco leguas de distan-cia, para hacerle un gran favor que sería muy bien recompensado. A lo que Currillo contestó enseguida afirmativamente, porque su padre le tiene bien enseñado que a los siete niños de Écija había que servirlos en todo lo posible igual que ellos socorren a los ne-cesitados. Por tanto, lo de la recompensa estaba de más.

-Toma este salvoconducto, guárdatelo bien no vayas a perder-lo, se lo das al centinela que esté a las puertas de la ciudad y te

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llevará delante del Alguacil Mayor de la Ciudad, sea la hora que sea, y cuando lo tengas delante y a solas, le dices que necesitamos confirmar la ruta, que esperamos respuesta en la posá del Monta-ñés, mañana sin falta –instruyó Luis de Vargas a Currillo, usando un lenguaje claro para que el mozo no se confundiera.

Alrededor de la una de la madrugada era cuando el hijo del Ojovivo salió con un buen caballo de refresco camino de Carmo-na y en poco menos de dos horas ya estaba saciando su sed y la de su cabalgadura en el pilón que hay junto a la Puerta de Córdoba, por donde pretendía entrar en la ciudad.

-Date al Rey –con fuerte grito avisó el centinela, desde lo alto, para que detuviera su marcha.

-Señor, tengo un documento que entregar urgentemente al Alguacil Mayor de la Ciudad –respondió Currillo elevando su torrente de voz para ser bien oído desde lo alto de la puerta.

El centinela dio la orden de abrir las puertas y luego de com-probar el salvoconducto, le dieron las instrucciones para seguir a uno de los guardianes por las estrechas callejuelas de Carmona, hasta llegar a la puerta del Palacio del Marques de las Torres, don-de tenía la residencia el Alguacil Mayor de la Ciudad.

Con cara de recién despertado y embutido en una bata blanca de dormir, el señor Alguacil escuchó atentamente lo que el men-sajero del bandolero tenía que transmitirle.

-Muy bien mozo, ya has cumplido con tu cometido –con-cluyó el Alguacil Mayor de la Ciudad-. Acompaña nuevamente al guardián que te ha traído y vuélvete a tu casa, pero no olvides guardar silencio de lo que aquí has visto y oído, si no, tendrás que atenerte a las consecuencias, por mi parte y por parte de Luis.

-Duerma usted tranquilo que así será –contesto Currillo.

La Posada del Montañés está enclavada en lo alto de un ce-rro del conocido como pago de Ronquera, a poco más de media legua de distancia de la Villa de El Viso del Alcor. En un lugar estratégico, junto al cruce de la Vereda Real, que va desde Car-mona a Sevilla, con la Vereda de Sevilla, que entra desde la vega y se dirige a la capital por otra entrada distinta que la primera. Es parada obligatoria para el refresco de las caballerías, por lo que el gran edificio de planta cuadrada siempre está lleno de viajeros y vecinos de las huertas colindantes. El mejor lugar para pasar des-apercibidos y si el posadero echa una mano reservando la estancia más tranquila, mucho mejor.

En aquel lugar, idóneo para servir de cuartel general, estaba ya el Tenazas con José Claudio y un par de hombres de su cuadrilla, deseoso de saludar y escuchar lo que tenía que proponerle Luis de Vargas, cuando llegaron los siete niños de Écija.

-¡Amigo Luis cuanto tiempo hace que no nos vemos! –saludó el Tenazas a Luis de Vargas, además de darle un efusivo abrazo- ¿Cómo estás? Maldita sean tus tripas, te veo de miedo.

-Muy bien Tenazas, ya tenía yo ganas de beberme unos chatos de vino contigo –respondió Luis de Vargas.

-Me ha estado contando José Claudio algo por encima de lo que tenéis proyectado –siguió relatando el Tenazas, con cierta in-triga-. ¿Pero, es tan grande el botín, que estás dispuesto a repar-tirlo?

-Sí señor, bastante grande. Pero tú, si nos ayudas, te llevarás el quince por ciento como está estipulado –argumentó el bandole-ro, a la vez que servía unos vinos en unos vasos de barro.

-Eso no hace falta discutirlo, ya lo sabes. Pero yo quiero saber a qué estamos jugando, de cuánto dinero hablamos –insistió el

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Tenazas.-Con seguridad no lo sabemos, pero es la recompensa que el

Rey, “nuestro Rey Fernando VII” le ha entregado al Duque del Infantado por ayudarle en no sé que causa y la trae para Sevilla. Podemos estar hablando de unos seis mil doblones de oro –siguió contando Luis de Vargas, con una leve sonrisa que le recorría toda la cara-. Estamos a la espera, que de un momento a otro, el con-tacto de Carmona nos confirme la ruta definitiva, para amarrar la cosa. Así que, mientras tanto, vamos a descansar para estar lo más frescos posible mañana.

Al día siguiente, cuando los bandoleros se encontraban almor-zando en la cocina de la posada, para evitar las miradas curiosas. Un jinete dejó su cabalgadura amarrada junto al pilón del patio, preguntó disimuladamente al posadero por Luis de Vargas y éste, que estaba sobre aviso, lo condujo delante de él.

-Soy sobrino de Don Alonso, el Alguacil Mayor de la Ciudad de Carmona –comenzó relatando el jinete-, me manda mi tío para decirles que efectivamente las diligencias tienen previsto dos rutas diferentes. La primera vendrá por la Verea Real, pero ten-gan mucho cuidado con ésta porque la escoltan una treintena de migueletes y es una trampa. La segunda viene por la Verea de la Carne, intentando pasar desapercibida, es en ella donde viaja el duque junto con el botín.

Dicho esto, el jinete volvió a coger su caballo y desapareció en un periquete.

Luis de Vargas mandó llamar al posadero para que, aprove-chando que conocía perfectamente todos los alrededores, como correspondía a su cargo de Alcalde de El Viso, les aconsejara sobre cual sería el mejor sitio para llevar a cabo el asalto.

-El plan que tengo pensado es el siguiente –comenzó a ex-plicar Luis de Vargas, haciendo que los asistentes se pusieran en circulo alrededor de él-. Como calculaba, la diligencia cebo viene por la Verea Real y el trabajo del Tenazas y su cuadrilla será en-tretenerlos y alejarlos de la zona lo más rápido posible, para ello deben dejarse ver, hacer algunos disparos y salir pitando a galope tendido dirección a Sevilla.

-Para ese trabajo el mejor lugar es ahí delante, antes de lle-gar al molino romano, porque poco más allá están los pinares de Clavinque, un sitio idóneo para perderse y dispersar a la tropa –concluyó el Montañés.

-Sí, es verdad –confirmó el Tenazas-, ese paraje lo conocemos. Hemos trabajado alguna vez por allí.

-Bueno, pues eso lo tenemos claro –continuó Luis de Vargas-. Ahora tenemos que buscar un punto idóneo en la Verea de la Carne. Según me dijo José Claudio no va a ser difícil, puesto que ese camino es estrecho por muchos sitios.

-Efectivamente así es –dijo el posadero-. Lo mejor es que esta noche la paséis en Cuevahonda que está justo al borde de la verea. Allí vive Anselmo de la Calle un buen amigo mío, que no va a tener ningún inconveniente en recibiros y aconsejaros.

Dicho esto, Luis de Vargas se disculpó y salió por la puerta que daba al corral, con la excusa de hacer sus necesidades, no sin antes hacer con disimulo un gesto al Tragabuches para que le acompañara.

-¿Tú que opinas sobre el Tenazas? ¿Crees que hará bien su trabajo? No acabo de verlo claro. ¿Deberíamos mandar a algún hombre para asegurarnos de la faena? –interrogó Luis de Vargas.

-No que va, lo conozco hace mucho tiempo y nunca a faltado

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ha su palabra –contestó muy seguro de si mismo el Tragabuches-, es un poco tosco, pero para este trabajo es mejor así, que armen mucho jaleo y descuida que no se dejarán pillar, conocen estos parajes como la palma de sus manos.

-Pero es que el botín del que hablamos es muy goloso y...-Si vas a estar más tranquilo, yo mismo les acompaño –inte-

rrumpió el Tragabuches--Creo que será lo mejor, con eso, dentro de una semana llevas

al Tenazas a la taberna del Ojovivo para entregarle su parte –con-cluyó Luis de Vargas.

El plan estaba en marcha. El Tenazas y sus hombres, junto con el Tragabuches salieron

para inspeccionar la zona donde deberían hacer la actuación. Dónde dejarse ver a una distancia prudencial y las distintas sa-lidas para la escapatoria y sobre todo poder hacerlo muy rápida-mente, para que los migueletes no puedan ni imaginarse que el verdadero cargamento está siendo asaltado.

El Montañés proporcionó las cuatro mulas necesarias para transportar tan pesado tesoro y con ellas los seis bandoleros res-tantes pusieron dirección a Cuevahonda, en busca de Anselmo de la Calle. Un hombre que no por voluntad propia residía en aquel lugar, a las afueras del pueblo. Había tenido algunos problemas con las autoridades locales debido al carácter fuerte que poseía, no podía consentir el avasallamiento que padecían sus vecinos y él mismo por parte de los condes y señores de El Viso, fueron varias las ocasiones en las que se había enfrentado a ellos, resistiéndose a cumplir con las ordenes excesivas y defendiendo a quién las padecía, por lo que harto de no ser secundado en sus iniciativas y perseguido por el poder, decidió vivir allí, apartado de todos.

Al caer la tarde la cuadrilla llegó a las puertas de la cueva don-de se encontraba un hombre de estatura baja pero complexión fuerte, con los ojos azules como el cielo y el pelo lacio y rubio.

-Buenas noches –dijo Luis de Vargas.-Buenas nos traiga dios –contestó Anselmo.-Me llamo Luis de Vargas y estos son mis hombres.-Os estaba esperando –respondió-, ya me ha avisado el Mon-

tañés.-Entonces no tengo que explicarte nada –continuó diciendo

Luis de Vargas, a la vez que se bajaba de su caballo y ordenaba con un gesto lo mismo a su cuadrilla-, ya sabes a lo que venimos, ¿no?.

-Sí señor, ya tengo preparado unos catres para que descanséis y el corral para las caballerías. ¿Cuándo pasará la diligencia? –pre-guntó Anselmo.

-Calculamos que mañana al medio día –contestó el bandole-ro.

-Entonces tenemos tiempo mañana por la mañana de buscar el mejor sitio para el asalto, ya se está haciendo muy de noche y no hay luz suficiente para ver bien la zona –concluyo Anselmo.

El enclave de la cueva era perfecto, definitivamente el Mon-tañés tenía un instinto para los “negocios” envidiable, en una va-guada entre dos cerros, en pleno escarpe de Los Alcores y justo a mitad de altura entre la parte de arriba y la vega, con unas vistas de ésta que no acababan en la profundidad. A sus pies pasaba la Vereda de la Carne utilizada, como su propio nombre indica, por los carniceros de El Viso para llevar sus mercancías a la ciudad de Carmona y esporádicamente por alguna diligencia que quería pasar inadvertida.

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A la mañana siguiente, bien temprano, se levanto Anselmo y preparó el desayuno para todos, a base de leche de cabra y tosta-das de pan de pueblo del día anterior con aceite de oliva, ajo y sal. Una vez desayunados se dispusieron a recorrer todo el tramo de vereda que va desde los molinos de Alcaudete hasta el Sequero, en las inmediaciones del pueblo, para buscar un punto idóneo para el atraco.

El trabajo resultó muy sencillo, pues entre Cuevahonda y el Moscoso había un lugar donde el camino se estrecha debido a las chumberas que lo jalonan, además se veía un cerro a lo lejos donde apostar un centinela que dé el aviso de llegada de la dili-gencia.

Luis de Vargas ordenó al Malafacha y al Cencerro, pues eran los hombres más corpulentos, que cortasen un par de troncos para que cuando les diera la orden los cruzaran en la vereda im-pidiendo el paso del carruaje. Ellos debían quedarse escondidos hasta ese momento. Al Satanás lo envío al camino del Moscoso para que no dejara pasar a nadie y a Juan Repiso al cerro donde debería avisar de la llegada. Él, junto con José Claudio, persegui-rían a la diligencia hasta toparse con la emboscada. Las órdenes fueron muy precisas. Todo el mundo debía permanecer alerta y en sus puestos hasta la llegada del carruaje.

Una vez distribuido el personal, Luis de Vargas volvió con José Claudio y Anselmo a la cueva, donde le explicaría a éste último su función.

-Anselmo, a ti te vamos a dejar aquí en la cueva simulando que estás amarrado. Cuando asaltemos la diligencia traeremos también a sus ocupantes y los ataremos bien fuerte y antes de que anochezca, para darnos suficiente tiempo de escapar, haces como

que te desatas y liberas al duque poniéndote a su servicio, para evitar sospechas. Dime donde podemos esconder tú parte, para que puedas cogerla una vez haya pasado todo.

-Mi parte la puedes repartir entre la gente necesitada –dijo Anselmo-, yo con darle su merecido a un conde estoy más que pagado.

-Tú puedes hacer con tu parte lo que te plazca, pero yo estoy en la obligación de entregártela, así que no se hable más –apun-tilló Luis de Vargas.

Como estaba previsto, las diligencias salieron de Carmona cada una por su ruta. La moral estaba alta. Desde Madrid no ha-bían tenido ningún percance serio. La idea de la diligencia cebo escoltada por migueletes funcionó a la perfección persuadiendo a cuanto maleante salía al paso, y ésta era la última jornada de viaje para llegar a su destino. <<¡Tan cerca de la ciudad no se atrevería nadie a asaltarla!>> Pensaba el duque.

En cuanto el primer carruaje llegó al pago de Ronquera el vigía del Tenazas dio el aviso. Toda la cuadrilla, con sus mejores caballos estaba apostada a lo largo de la Vereda Real, a la altura del molino romano y nada mas que asomó comenzaron los dispa-ros y la retirada veloz entre los pinares. El capitán de la compañía de migueletes se volvió loco <<aquí están los malditos bandidos, han caído en la trampa, vamos a terminar con todos>> pensó el ingenuo militar. Enseguida dio la orden de atacar, dispersándose en busca de los ladrones. A galope tendido la cuadrilla del Te-nazas ejecutó a la perfección su misión. Alejó y entretuvo a los migueletes durante todo el día. Y lo más importante, sin sufrir ninguna baja.

Mientras tanto la otra diligencia, la que llevaba la recompen-

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sa junto con el duque se dirigía confiada a su destino. Eran las dos de la tarde cuando Juan Repiso, desde el otero donde estaba escondido, dio el aviso de su llegada. En el acto, Malafacha y Cencerro cruzaron los troncos como estaba previsto y Satanás se dispuso a persuadir al que quisiera tomar aquel camino. El carruaje transitaba despacio por aquella estrecha vía, cuando de pronto al virar en una curva se encontró con los troncos que le impedían el paso y los dos bandoleros encima exhibiendo sus trabucos y facas. Cuando el cochero se giró para ver si podía dar marcha atrás se encontró con los otros dos bandoleros a caballo y en la misma posición de fuerza, por lo que se limitó a levantar las manos y bajarse del pescante, arrojando antes su arma bien lejos como le ordenaron.

Teniendo mucho cuidado, por si al duque se le ocurriera algu-na tontería, José Claudio abrió la portezuela comprobando que efectivamente en la diligencia viajaban el duque del Infantado junto a su jovencísima esposa y, como no, el gran baúl cargadito de oro. Una vez maniatado el cochero y el duque, Luis de Vargas se dirigió a la duquesa, que permanecía dentro del carruaje, y de una manera muy galante, quitándose el sombrero con gesto de respeto a la vez que le ofrecía su mano, le pidió que bajase para que ella también fuese atada.

A pesar de su fuerza Malafacha y Cencerro necesitaron la ayu-da de José Claudio para poder bajar el pesado cofre. Una vez en el suelo, precisaron de dos disparos para poder romper el grueso candado que lo cerraba y dentro encontraron los seis mil doblo-nes de oro reluciente, recién acuñados para pagar los favores del duque.

Con un silbido estipulado de antemano, avisaron a Juan Repi-

so para que acercara las mulas.Cargado los caudales, soltado los caballos de la diligencia y

despeñada ésta por el barranco, trasladaron a los rehenes a Cue-vahonda, donde los esperaba Anselmo simulando estar atado. Les dieron agua antes de proceder a su atadura, que el duque despre-ció por orgullo con un gesto altivo de su cabeza, e irónicamente Luis de Vargas le dio las gracias al duque por el botín aportado.

Dejaron escondida, en el lugar que Anselmo les indicó, junto al improvisado establo fuera de la cueva, la parte que le correspon-día y tranquilamente con las cuatro mulas de reata se pusieron en camino hacia Alcaudete, donde tomarían el mismo camino que les trajo a Los Alcores, el Carril de la Lana en dirección a Écija.

Llegada la noche, Anselmo se deshizo de sus simuladas liga-duras y procedió a desatar, con mucho cuidado, al duque y a los demás. Inmediatamente el duque mandó a su cochero en busca de ayuda. Pero a éste no le hizo falta llegar hasta el pueblo. Cuan-do no llevaba ni un cuarto de legua recorrido, se topó con una compañía de migueletes encabezada por el mismísimo Capitán General de Andalucía, Don Vicente Quesada, que desde Sevilla venían haciendo, al revés, el camino previsto para el duque. Dado la hora que era y los incidentes tenidos por la otra diligencia se temía lo peor, que fue confirmado por el cochero.

Ya confortablemente establecido en su palacio de la capital, el duque del Infantado movió todos los hilos oportunos para poner en guardia a las Partidas del Ejercito de Voluntarios Realistas, así como a las Compañías de Escopeteros Voluntarios de Andalucía. La orden era inequívoca y tajante: la detención, vivos o muertos, de los siete niños de Écija. Se removió cielo y tierra, se interrogó a cientos de campesinos, pero todo fue en vano, los bandoleros

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habían desaparecido de la faz de la tierra.Entretanto en la taberna del Ojovivo, escondidos en el sobe-

rao, esperando a que pasase la marea, repartían el botín obtenido y mandaban a sus disimulados emisarios para pagar los favores recibidos.

Los doblones de oro acuñados para pagar al duque del In-fantado, nunca aparecieron. Para acallar las bocas y satisfacer al noble, a un par de campesinos se les encarceló acusándolos de cómplices. Cuando esto llegó a oídos de los bandidos, sus fa-milias fueron debida y generosamente recompensadas, como era costumbre.

Pero lo más curioso que ocurrió fue que ninguna familia hu-milde de El Viso tuvo ese año problemas para pagar los tributos e incluso las más desgraciadas tuvieron para comprar una vaca. Después del asalto, Anselmo de la Calle, fue visto por El Viso del Alcor visitando a unos y a otros, siempre con sus alforjas encima. Luego no se supo nada más de él.

Echa vino, montañésque lo paga Luis de Vargas,el que a los pobres socorrey a los ricos avasalla.

FIN

Francisco Javier Santos García

Premio Autor LocalXIV Certamen de Relatos Cortos “ULISES”

El Viso del Alcor

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Llueve mansamente sobre Madrid esta tarde del 21 de junio

de 1964. En la cafetería-bar “Las veletas”, de vetusto suelo de madera y veladores de mármol blanco con patas negras de hierro fundido, el aire está cargado de humo y olor a café con leche. Los camareros, uniformados con pantalón negro y camisa blanca, se mueven entre las mesas con aire ausente y abatido. Tras la amplia barra de madera a la que los años han dado una pátina oscura y solemne, como de catafalco, el dueño, con un trapo de dudosa blancura, seca unos vasos.

–Manuel.El camarero, bajito y enjuto, el escaso pelo lacio pegado al

cráneo con fijador, fino bigote y dedos manchados de nicotina, se acerca solícito.

–Diga usted, don Gregorio.–¿Aún siguen con lo mismo? –pregunta el dueño, barrigón y

ojeroso, mientras hace un gesto vago hacia una esquina.–Eso digo yo, don Gregorio, a mí ya me da pena el hombre.–La verdad es que mayorcitos son..., ellos verán lo que hacen.

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Anda llévale estos bollos a doña Concha.Suena en esos instantes la campanilla de la puerta, por la que

entra Romualdo, el “limpia”, casi un anciano, jorobado y de an-dares simiescos.

–¡Limpia! ¡Limpia! –grita sin mucha convicción, mientras res-ponde al saludo del dueño, que no es más que un mudo gesto con la cabeza.

–Me faltan unos suizos –dice un camarero acercándose a la barra a la vez que un cliente que saluda a don Gregorio.

–Tienes esto de bote en bote, no te quejarás.–Ya ves, la tele, ¡menuda idea! –comenta con orgullo de inven-

tor–. Y ya verás dentro de un par de horas.–¿Cuándo empieza?–A las seis y media, hoy se paraliza el país para ver la que le

damos a los rusos esos...–Soviéticos, Gregorio.–Es igual, hijos de mala madre, yo me entiendo...En la esquina a la que antes aludía don Gregorio, dos hombres

están sentados en torno a sendas tazas vacías, ya frías, intentando aislarse del ruido del local. El de más edad, Ernesto Villanueva, que aún no entró en los sesenta pero parece mayor, iba para cate-drático y se pasó la guerra en Madrid entre papeles, sin pegar un tiro. Declarado desafecto al régimen, ni su influyente familia le pudo ahorrar unos años de cárcel de la que se trajo una afección bronquial, un reúma que lo martiriza en los días húmedos y una fe inquebrantable en sus ideales.

–Pues ya le digo, Ricardo, pensaba que hoy no me concedería usted el placer de su compañía.

Ricardo Morales, “Gran Ricky” hasta hace nada, con su raído

traje gris perla y el nudo de la corbata torcido, lo mira con vene-ración sin poder evitar esos tics que crispan su cara, ya bastante maltrecha por la metralla y los golpes en el ring.

–Ya sabe usted, el dichoso partido, está todo el mundo alboro-tado y no se puede ni andar por la calle.

–Pan y circo, como en tiempos de los romanos, amigo Ricar-do, ya sabe usted que no hay nada nuevo bajo el sol.

–Lo que usted diga, don Ernesto.Ricardo hizo la guerra en los dos bandos, acabó en un campo

de concentración del sur de Francia y sólo una serie de casualida-des que rayan lo increíble lo hicieron volver a Madrid con nueva identidad y convertido en una firme promesa de los cuadriláte-ros.

–Y bien, ¿qué noticias tenemos? –dice don Ernesto.–Las mejores. Se ha cambiado de casa y está muy contenta

con el trabajo y me dice que en cuanto se instale algo mejor me manda llamar.

–Francia, el país de la libertad, si yo pudiera...–Me lo he estado pensando, don Ernesto, y si usted quiere se

podría venir allí con nosotros, que usted aquí ya pasó lo suyo...–Es muy de agradecer, Ricardo, pero mire usted que yo ya

estoy muy mayor y ya sabe que no me dan el pasaporte... Además no ha venido usted para eso, vamos a lo nuestro.

Don Ernesto sobrevive dando clases en un mísero local al que pomposamente llaman “La Academia” y Ricardo ha encontrado acomodo desde hace un año en el almacén de don Prudencio Muelas, quien comparte mesa, unos metros más allá, con su es-posa, su hijo Nico y la prometida de este.

Don Prudencio volvió de la Guerra de África con una leve

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cojera y una medalla, progresó con el estraperlo tras la Guerra Civil y se hizo rico con la penicilina con la que, como dice doña Concha, su mujer, ayudó a mucha gente, que se lo supo agrade-cer. Ella, grandota, regordeta, muy enjoyada y con un escapulario de la Virgen del Carmen siempre encima, va ya por el tercer bollo mientras echa miradas asesinas, cuando no la mira, a Piluca, la novia de su Nico, una chica estilizada y pechugona, que va de moderna y habla muy alto, con voz de pito. Nico, un picaflor que no ha dado un palo al agua en su vida, es un treintañero alto, pesadote, algo cargado de espaldas, que viste trajes ingleses de pura lana, gasta tupé y adopta poses de los galanes del cine de los cincuenta.

–¿Cómo vamos a empezar hoy, don Ernesto?–Pues había pensado en algo como: “Adorada Carmen: Vi-

vir es un imposible sin ver la luz de tus ojos, sin que estés cerca de mí. Quiero compartir tu aliento, pisar por donde tú pisas, adormecerme en tus brazos, saciarme con tu sonrisa, morirme en tus labios siempre...” –y continúa leyendo don Ernesto mientras Ricardo lo mira intentando disimular las lágrimas que acuden a sus ojos.

–No sé cómo agradecerle... don Ernesto –dice con dificultad.–No hay nada que agradecer, Ricardo, no es fácil cuidar del

amor desde tan lejos... ¡si lo sabré yo bien!Don Ernesto abre, con manos algo temblorosas, una cartera

de piel y extrae con mimo una foto.–Aurora –dice mientras se empañan un poco los cristales de

sus gafas.Ricardo mira hacia el suelo, algo avergonzado, y teme escu-

char las palabras que su amigo pronuncia al instante.

–Ya ve usted, Ricardo, en la Argentina la tengo como una rei-na. Precisamente ayer me escribió. Luego le enseñaré a usted lo que le pongo, se lo he pedido prestado a Neruda, a él no creo que le importe... –y sigue contemplando la foto de una joven elegante y cara tan dulce como la de una Virgen de Fra Angelico.

–Pero don Ernesto... –dice Ricardo muy bajito.–Nada hombre –contesta don Ernesto guardando la foto–, va-

mos a terminar esta carta, que sé que Carmen la estará esperando con ansia.

Romualdo, el limpia, se afana con los zapatos de don Pruden-cio, que mira con disimulo las piernas de Piluca mientras hace como que escucha la interminable cháchara de su mujer, quien sigue tragando bollos sin dejar de hablar. Nico fuma con gestos que él cree elegantes y ha ensayado ante el espejo y pone ojitos dulces y soñadores mientras su chica, que siempre fue Mari Pili en casa y para sus amigas, lo mira con arrobo.

Don Ernesto, flaco, muy tieso, con andares lentos y dignos, ayudado de un bastón con puño de plata que heredó de su abuelo y Ricardo, nervioso, con sus inacabables tics en el rostro, se diri-gen a la salida.

–Buenas tardes, don Prudencio, saluda Ricardo con cierta ti-midez.

Don Prudencio lo mira de medio lado, como con desgana, mientras busca en su cartera una moneda para pagar a Romual-do, que ha terminado su tarea y espera inmóvil, con la mirada baja.

Doña Concha eructa y mira al limpia con atención, recreán-dose en su aire triste, de pedigüeño. Don Prudencio levanta la mano, como si hiciera una ofrenda y luego la baja y lanza la mo-

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neda por el suelo, haciéndola rodar. Romualdo, con una agilidad inesperada para su edad, se tira entre las mesas, para intentar atra-parla entre las risas de los concurrentes.

–¡Qué gracioso, si parece un mono...! –chilla Piluca muerta de risa.

Doña Concha, entre carcajadas, se palmea los muslos y golpea a su marido con el codo a la vez que le guiña un ojo.

–¡Pero cómo eres, Pruden...! Don Ernesto levanta el bastón y apunta con él a don Pruden-

cio.–Un trato vejatorio e infamante degrada tanto a quien lo reci-

be como a quien lo da... Es usted un miserable –le dice mientras lo mira fijamente.

–Cállate desgraciado, rojo de mierda –le escupe don Pruden-cio.

Nico, que siente ofendido el honor familiar, y ante la ansiosa mirada de su hembra, se pone en pie y lanza una mano, como una pala, contra el pecho de don Ernesto, que cae de espaldas.

–¡Quita de ahí, desgraciado! –le espeta.Ricardo da dos pasos hacia él, muy serio, sin tics en una cara

que se le ha puesto pálida de repente, sin sangre ni en los labios. Nico lo mira con desdén y como con asco, sopesando sus tama-ños y cuando una sonrisita de superioridad acude a su rostro, le tira un manotazo. Ricardo lo elude con un simple paso atrás, y le lanza la derecha a la boca del estómago. Nico se dobla con cara de incrédulo, mientras su madre chilla y Piluca se echa a llorar. Ricardo le golpea la cara con la izquierda, sin mucha fuerza, sólo como si así lo colocara mejor para el tremendo crochet de derecha a la sien que lanza al niño Muelas de espaldas contra una mesa,

tras lo cual queda tendido en el suelo, inconsciente, espatarrado, con los brazos abiertos.

–¡Desgraciado, maricón de mierda! –se desgañita doña Con-cha en medio de un silencio sólo roto por una señora que, desde el televisor, intenta convencernos de las virtudes de un detergen-te.

Don Prudencio ha pasado del grana al violáceo en unos segun-dos y no puede ni hablar, sólo intenta aflojarse la corbata porque se ahoga. Don Gregorio llega acompañado por dos camareros.

–¡Fuera, fuera de aquí! –les grita–, no quiero veros más. ¡Va-mos, a la calle! Esteban, agua para don Prudencio, ¡rápido! Y tú, ayuda a la señorita con don Nicolás.

Ricardo, tras haberlo ayudado a levantarse, ofrece su brazo a don Ernesto quien, muy digno, tras recolocarse el traje y la cor-bata, marcha a su lado sin mirar a nadie.

–¡Un guardia, que alguien llame a un guardia! –chilla doña Concha.

Don Prudencio se debate, atragantado con su propia saliva, la cara púrpura y los ojos desorbitados, al borde del infarto.

–¡Calmese, don Prudencio! –le dice don Gregorio–. La policía les dará lo suyo a esos desgraciados.

Ya en la calle, bajo la fina lluvia, don Ernesto masculla como para sí mismo.

–No soporto la injusticia, el abuso, la prepotencia, quizá por-que los he sufrido demasiado como para olvidarlos –y subiendo el tono de su voz prosigue– pero siento haberlo metido en esto, Ricardo.

–No se preocupe usted, don Ernesto, son cosas que pasan.Los dos hombres siguen andando, del brazo, silenciosos, hasta

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el semáforo donde deben cruzar. Allí se paran y se miran a los ojos. Ricardo sabe lo que viene y se muerde los labios.

–Ricardo, ¿verdad que no sufrió? –dice don Ernesto tembloro-so, con un hilo de voz.

–No, don Ernesto, yo estuve con ella todo el tiempo, ya lo sabe usted...

–Y la enterró...–Como a una reina, don Ernesto...–...En un sepulcro de mármol, con un ángel custodio que vela

su sueño eterno...–Así, don Ernesto...–El sueño de este amor imposible, que me robó la cárcel, que

me robaron estos hijos de puta que ni me permiten acercarme a ver su tumba.

–Usted se viene a Francia conmigo, don Ernesto, como sea, se lo juro, aunque sea lo último que haga...

Germán Vayón Ramírez

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LUNA NUEVA

Ella

Tal vez nunca tendría la oportunidad de decirle todo lo que sentía a su lado, un conjunto de sensaciones que la hacían livia-na, la transportaban y le imprimían alegría en la mirada y en los gestos, acentuando su sonrisa.

Seguramente nunca podría decirle la necesidad que experi-mentaba su cuerpo al aproximarse, aunque fuera vagamente; un leve roce de su jersey convertía su piel en una encrucijada de ca-nales y fuentes por donde su sangre galopaba sin descanso,

Probablemente nunca tendría la ocasión de acercarse a su oído y susurrarle alguna palabra juguetona y carente de sentido, sólo por aspirar su aroma, por sentir el calor de su piel viva.

Estando las cosas como estaban, era obvio que no podría ro-dear su espalda alargando indefinidamente sus pequeños brazos, riendo por no poder abarcarla entera, tratando de ponerse a su altura, empinándose sobre las puntas de sus pies descalzos.

Sobre mis pasos callados,como pájaro nocturno te divisocuando la luz desvanece sus hilos de cansancio.

Donde florecen los cerezos.José Manuel Regal.

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SUEÑOS DE PAPEL ENTRE LAS SIETE Y LAS NUEVE

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LUNA NUEVA

Su desconsuelo era mayor al ver que el tiempo corría y que tumbarse a su lado, respirar a la vez que él, acompasadamente, ve-lando su sueño, observando sus ojos entrecerrados parecía estar convirtiéndose en un sueño imposible.

Besar sus labios, besarlos, su rostro, sus ojos, su nariz; deslizar-se por su cuello, bajar y encontrar su pecho, esperándola; bajar, bajar y sentir como todo su cuerpo la acoge y ella acogiendo el suyo. Un abrazo eterno, inacabable y el reloj detenido en la hora, y sus cuerpos dejando de pertenecerles.

Sus almas elevándose en un suspiro silencioso y el calendario parado en el día y en el mes, la semana y el año... la luna llena llegando, iluminando sus caras, sus cuerpos, que ya no son dos.

Confundidas las extremidades, unidos por un fuerte vínculo, un punto de unión, sólo uno, consiguiendo la unidad perfecta; sin huecos, formando un entramado irrompible, perdurable.

El aire sin aire y pequeñas gotas de agua cubriendo la piel.Riendo y la unión estrechándose con el vaivén de la risa y los

labios pidiendo ser besados de nuevo; buscando un camino por el que ascender, camino de retroceso hasta los labios que esperan, recorriendo surcos, encontrando obstáculos, viajando ciegos en un torbellino de luces de colores que se entremezclan.

Pequeñas gotas saladas jugando a mezclarse, formando un lí-quido vital que incita a no parar.

Una mezcla de dolor punzante y satisfacción cálida invadien-do todo.

La boca, de nuevo presa de su boca se funde en ella, perdién-dose en su interior, buscando escondites recónditos, inexplora-dos.

Las manos acariciando, buscando y las piernas en sus ansias de

libertad queriendo sobrevolarlo todo, para otear desde las alturas, para contemplar la belleza de un espectáculo que cambia el sua-ve balanceo por un movimiento más impetuoso, pero no menos acompasado ni menos perfecto. A pesar de ser más convulso y jadeante no es suficiente para desajustar esa zona de unión, donde los líquidos se mezclan y se confunden, donde todos los sentidos se sumen en la oscuridad y resurgen a la luz.

En un último movimiento impetuoso y agradablemente exte-nuante, el cuerpo se vuelve del revés y los músculos hasta ahora tensos, pierden su tono.

Yacen los cuerpos derrumbados uno sobre otro, siendo aún uno, siendo ahora más que nunca, un solo cuerpo.

Quedaba tan poco tiempo antes de su marcha que la impa-ciencia la dominaba. Quería saber al menos qué sentía, que se definiese, era tan neutro, tan hermético, no parecía inmutarse por nada, como si estuviese de vuelta de todo. Estaba casi con-vencida de que no tenía interés por ella. Ya le habría dicho algo si así fuera.

Él

Últimamente siempre era por la tarde y siempre hacía calor. Se diría que todas las frustraciones y todos los deseos aparecían a la misma hora.

El estribillo de una canción martilleaba machaconamente su cabeza: “...tus piernas de tres a seis de la tarde en la memoria de pronto me arden y cuando quiero aliviar mi locura sólo me calma comer aceitunas...”

Para aceitunas estaba yo, si acaso un café con hielo o un buen

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LUNA NUEVA

batido de nata con piñones.No dejaba de recordar sus piernas cruzadas, la de arriba en

continuo balanceo. La falda corta, acortándose un poco más por la postura.

Un libro entre las manos. La mirada muy fija sobre las pági-nas.

Las medias negras, transparentes, con una hilera de rosas ne-gras bordadas subiendo desde su tobillo ...¿hasta dónde?

Tal vez si me hubiera acercado lo suficiente, si me hubiese decidido a sentarme a su lado, un momento, para aspirar su aro-ma... quizá no hubiera sabido en qué momento levantarme.

Si hubiera retirado ese mechón de pelo que caía sobre su ojo izquierdo, suavemente con mi mano rozando su cara... seguro que le molestaba para leer, pero permanecía allí quieta, sólo su pierna parecía seguir un ritmo inexistente.

Claro que si hubiera hecho todo eso habría notado el temblor en mis manos que se habían quedado blancas y frías en su pre-sencia. Se habría dado cuenta de cuánto me gustaba, suponiendo que no lo supiera ya porque dos veces levantó sus ojos del libro y las dos se topó con los míos que venían de huir apresurados, pre-sos del acompasado ir y venir de sus piernas. Pero qué podía hacer si seguro que las movía a conciencia para enloquecerme.

No quise permanecer allí sentado más tiempo, mirando la tele sin ver, saltando de un botón a otro del mando a distancia sin conciencia.

Fui a la terraza, no quería dejarme dominar por sus tretas, al menos allí se respiraba aire fresco y el aroma de ella se confundía con el olor a calamares fritos del bar de Antonio.

Quise encontrar algo en el cielo que me sacara de este estado

de dependencia y miré buscando la estrella Polar... a ver, alinean-do la Osa Menor con la Mayor y buscando un punto brillante... pero nada, demasiada polución, demasiada luz artificial, atmósfe-ra rojiza y cargante que me impedía concentrarme.

Ella, desde dentro dijo:-No busques la luna, vi en el calendario que hoy hay luna

nueva, es veinticinco ¿no?-Sí, lo es- le dije con rabia, sin mirarla.Seguí inmerso en mi observación del firmamento cuando de

pronto la vi ahí, la luna a la izquierda del balcón, tuve que incli-narme un poco para verla entera.

-Te habrás equivocado- dije, volviendo esta vez todo mi cuer-po hacia dentro , pero no estaba sentada, su sitio vacío, el libro abierto sobre el sofá. Sentí temor, no quería que se fuese.

Estiré la cabeza y abrí mucho los ojos para ver si oía algo que me permitiera adivinar dónde estaba. En la semioscuridad puede ver una sombra que se deslizaba suavemente de una habitación a otra.

Más relajado y contento, aunque no quería reconocerlo, me volví para concentrarme en la observación de la luna, mi asombro fue mayúsculo cuando la vi enorme frente a mí, y en su interior una silueta de mujer que, sentada, con las piernas cruzadas, ba-lanceaba la de arriba al ritmo de una pieza de jazz que escuchaba claramente como si viniera de mi propia casa.

El deseo creció en mí por momentos y absorto en esa visión me olvidé del tiempo.

La música paró, la mujer se descalzó lentamente y levantándo-se de la silla empezó a andar sinuosamente, y en su movimiento se hacía tan grande que parecía estar cada vez más cerca, en una

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LUNA NUEVA

mano sostenía los zapatos y con la otra quitaba una cinta que sujetaba su pelo dejándolo libre y alborotado sobre sus hombros y su rostro.

-Ya es muy tarde- escuche detrás de mí, muy cerca de mi oído - me voy a la cama, quita tú el disco cuando te vayas.

La miré y pude ver su pelo brillando a la luz de la luna, los zapatos sujetos por las finas tiras en su mano, en su cara un gesto adorable y malicioso, el mechón cayendo de nuevo sobre su ojo.

Comprendí que estaba perdido y que todas mis intenciones por mantenerme al margen acababan de volatilizarse.

Fui primero hacia el mueble donde se supone que estaba... ¡ pero si yo no tenía tocadiscos!...¿ y la música?

Sin pensar en nada fui tras sus pasos silenciosos, una estela de su característico y sensual olor iba indicándome el camino.

Me asomé a la ventana, para enseñarle a ella la luna, para verla juntos, para que la iluminara con su luz, pero, la luna no estaba. Era día veinticinco y había luna nueva, sin embargo, su luz entró a raudales dejándome ver hasta donde llegaba la hilera de rosas bordadas en sus medias negras.

Mercedes Marín del Valle

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TOROS

A los 17 años, su primera, única y última novia lo dejó. Le do-lió mucho, tanto que juró no volver a enamorarse jamás. El dolor que el desamor había producido en su ser lo disimulaba por el amor a los toros. Ahora eran ellos los que recibían su atención, los cuidaba como se cuida a una madre enferma, les daba caprichos como al primer nieto. Se encargaba de que la mejor hierba cre-ciese para ellos, el pienso siempre de la mejor calidad. Las horas del día eran para ellos.

Había ajustado su vida única y exclusivamente para ellos.-Los animales y en particular los Toros son los únicos que te

respetan hasta el final!- solía decir de forma sentenciosa y seca.Los niños de la finca lo veían como a un héroe y el lo sabía,

le encantaba sentirse observado y más por seres tan puros como ellos.

Les enseñaba como debían acercarse a los toros sin que se pusieran nerviosos, y de vez en cuando, al atardecer, les contaba historias que atrapaban toda su atención.

Ese era el mundo que Diego había creado desde que Jacinta

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TOROS

lo dejó. A pesar de ello no había un solo día que no se acordase de ella.

La huella había sido demasiado profunda, para olvidarla. Por eso, cuando los toros dormían tranquilos en el campo y ya

no necesitaban atención alguna, Diego hacía su periplo de bares, como cada noche.

Si con los niños se sentía héroe, éste sin embargo era el mo-mento de sentirse hombre. Pegaba sus codos a la barra de cual-quier bar. Cuanto más bajaba su cubata más subía su nivel de voz y más hablaba el hombre silencioso.

Porque era silencioso. De hecho cuando subía al pueblo el saludo a sus vecinos sólo iba acompañado de un ruido producido con la boca cerrada y un movimiento de cabeza.

Era pues increíble para cualquiera, menos para los taberneros, pensar que Diego hablaba por los codos en las noches. Solía lle-gar cuando las puertas de los bares estaban a diez centímetros de suelo, y por ser quien era pasaba.

Siempre acompañado, como no, de sus gestos característicos, gastaba las horas acompañadas de sus penas, queriendo disimular lo que realmente era, una persona maltratada por la vida y los avatares de los sentimientos.

Un saludo particular daba la señal de que había llegado acom-pañado de un murmullo susurrante, marchaba como carro vie-jo, descompasado hacia la barra.

La ingerencia de aquellas toxinas producían en su cuerpo el efecto deseado por él, sentirse lo que no sería nunca.

Como actor de teatro relataba una y otra vez sus hazañas como si de un héroe clásico se tratara. Cuando bebía poseía la verdad, y que nadie le llevase la contraria o perdería el discurso

tantas veces repetido.Gastaba las horas apoyado en la infinita barra del bar.Cuando su periplo de bares acabase, se dirigiría a casa ahora sí,

más cansado y cada vez más viejo, esperando que el alba le trajese el calor deseado.

Pineda Nuñez, Rebeca

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PENSAMIENTOS ENJAULADOS

Miami New Times. Martes, 21 Enero 2007

Julio Romera condenado a muerte en Florida

“MI HIJO ESPERA SALIR DEL CO-RREDOR DE LA MUERTE Y VOLVER ALGÚN DÍA A CASA, SIN CARGOS”

Declaraciones de María de los Dolores Sepúlveda madre del acusado.

“Hijos del silencio y del dolor…” qué puto soniquete ma-chacándome. Qué mierda hacía allí con la pistola en la mano, porque estaba en mi mano. Mi madre estará llorando, llora ense-

El deber es la verdadera fuente de los derechos.Si asumimos nuestros deberes, se pondrán cla-ramente de manifiesto nuestros derechos.

Gandhi

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PENSAMIENTOS ENJAULADOS

guida, pobre vieja su hijo aquí…”hijos del silencio y del dolor…” joder, joder….

Que si me arrepiento pregunta el del bigote, me arrepiento de no haberle dado más al niñato, que eso es lo que era, un niñato de mierda.

Qué quiero comer dice como si importara la jodida comida, comer antes de morir quién come antes de morir maldito gilipo-llas tiene pistola no está limpio, no está limpio me lo apostaba con el Lolo, como ese chulo niñato de mierda, tenía unos ojos lindos la chiquitina, qué azules, y él pavoneándose, chuleando que lo habían soltado ya. No te exaltes Julio, cállate Berta, cállate joder yo se lo que hago, Su padre, el juez, lo sacó, jodidos pijos de mierda.

Mi cabeza qué dolor, tengo mucho pelo ya que más da joder, que más da el puto pelo, la cabeza y nada que no vienen qué do-lor, qué dolor, joder. Que me calle dice el capullo, mamá, mamá, esa aspirina, tirito y sudo, que mierda de horas no veo el reloj, el tío Críspulo con su Vintage peluco guapo donde los haya, donde estará el marica de su hijo lo habrá vendido por una raya es un ceporro. Quiero luz, no veo la luz. Mamá deja la luz esta noche, sí sí déjala mamá tengo miedo.

A estos se la suda y no trae la pastilla de mirones están qué guapa Berta y el gilipollas mirándola, jodido maniaco, dos tiros le daba también.

No me asustan, no me conocen lo bastante, si estuviera aquí el Lolo nos reíamos y se meaban éstos las patas abajo. Que amigo el Lolo, desde la guardería. Gloria al padre la hijo…cuánto tiem-po cuánto tiempo. Desde la guardería con el Lolo, la señorita Luna que guapa, no veo la luna no veo nada.

¡Ese ruido! ¿Qué es ese ruido? joder me va a estallar la cabe-za el Pintas y el Lolo que vienen ya, que bueno, marchita en El Marlango, bailar beber fumar, ven Berta, que ricos besos. Padre nuestro que estás en los cielos…

Mucha gente, que reguero de sangre, que gritos, el niñato tira-do, no hay justicia, yo hago justicia… “Era guapo y rubio como la cerveza su pecho tatuado…” mierda de canción en el tocadis-cos de la vieja…mierda de canción, mierda de vida, se rompió la aguja, no he sido padre no he sido, mejor ya no suena el tocadis-cos, pobre vieja, llora enseguida. No llores mamá no llores saldré de aquí.

Rap en el coche con Berta , qué muslos tiene la nena, que rica está. Joder esta lágrima tranquilo tranquilo vendrán vendrán.

“Cuéntame un cuento y verás que contento me voy a la cama…” soñar soñar volar volar elevar los brazos, padre borra-cho los ojos rojos, palabras disparates. Te voy a matar te voy a matar el cuchillo en la mano, qué voces gritos por la casa, la cabeza me estalla mamá llorando debajo de la mesa llorando escondido. Mierda de lágrimas, soy mayor soy grande vendrán vendrán vendrán vendrán dranven dranven qué cojones significa esa palabra.

Mi pijama de patitos feo y descolorido. El patito feo, cuando se convierte en cisne es el rey. Me sacarán y seré el rey, mierda de ropa vieja y pestosa algún piojoso la llevaría bah que más da ya morí antes en esos día , no tengas miedo Julio tú eres un tío valiente mamá no llores pobre vieja cuántos disgustos… cadá-ver que andante justicia justicia que gilipollas Julio, cállate Berta cállate Berta no me pongas nervioso, dame lo que tu sabes. Lo mataría lo mataría otra vez…”la culpa fue del cha cha cha…” esta

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PENSAMIENTOS ENJAULADOS

me gusta más… “que tú me enseñaste a bailar” Berta que cintu-rita de avispa y que caderas, forma de reloj de arena, ja ja tiene gracia, reloj de arena donde lo escuché donde lo escuché joder no puedo acordarme Berta Berta ven acuéstate a mi lado que nos va a ocurrir, que sí que sí que me lo advertiste. Chssssssssssssss tranquilo, tranquilo.

Qué ardores maldito pollo al chili, última cena, mierda de última cena, el flan estaba bien pero el pollo pasado tela, a la chi-quita las fresas y el chocolate, no más helados para nosotros Emily linda ese tío tampoco chupará más nada ni helados ni niñas,

el Lolo y el Pintas vendrán…. Padre nuestro que estás en los cielos… llevaré flores, margaritas… está linda la mar y el viento lleva esencia sutil de azahar …te voy a contar un cuento esto era un rey…un palacio de elefantes… princesita como tú, como tú Emily, princesita, hijo de puta , hijo de puta.

Qué mierda llevo encima un buen jabón, un cortaúñas tam-poco, peor estaban con la sangre de ese capullo, no harás más daño no harás más daño niño pijo de mierda, mamá, abrázame cántame aquello… duérmete niño… duérmete ya…. Jajaja me quedaba yo dormida antes, eres graciosa mamá.

Quiero dormir no quiero despertar. Dormir dormir dormirUn cura, joder, lo que hacía falta ya habrá rezado mi vieja

bastante.Don Indalecio buena ficha mirando de reojo a las feligresas

de rodillas al aire, como tonto Don Indalecio, unos céntimos los domingos y a comprar canicas se las ganaba todas al Pintas cabreo que cogía, hay en casa tráelas mamá qué brillantes, qué colores, las azules, las rojas, las de colores concentrados y mezclados, no veo nada, no veo nada, que alguien abra una ventana y me llene

de luz. Lolo, Pintas, si no venís van a sentarme en esa silla estoy temblando, no tengo miedo no tengo miedo su padre lo había sa-cado ya de la cárcel pobre niña… Santa maría santa maría, ¿cómo seguía? Gloria al padre… joder si no me acuerdo de nada. Aquí hay chinches, me pica todo el cuerpo quiero jabón cortaúñas que rácanos, huelo a bicho de cuadra, que asco de sitio, que asco de gente, la pastilla sin venir. Ya queda poco se la querrán ahorrar también, que hijos de puta.

Morir morir morir, me ahogo, me falta el aire, tranquilo tran-quilo respira hondo así así,que buena técnica del Will el karateca y esas llaves que hacía, cuando lo tiré al suelo que triunfazo jajajja …uno dos tres cuatro cinco… respira hondo respira hondo por la nariz expulsa por la boca, ya está ya está Padre nuestro que estás en los cielos…

Mamá mamá no pudo ser, sé un buen hijo besando mi mejilla con tus ojeras quemadas de sal, la mano cálida en mi cabeza quí-tame este dolor como tu sabes, ese cabrón le quitó la sonrisa a la nena, mamá, se reía de nosotros. No hay justicia, yo hago justicia mamá no llores no llores es mejor así

Lo mataba lo mataba lo mataba jodido pijo mil veces lo ma-taba

Padre nuestro que estás en los cielos, padre nuestro, padre nuestro…

Mercedes Marín del Valle

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