Su Fama Nació en Los Años Setenta

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Su fama nació en los años setenta, cuando se convirtió en la “Pinina colombiana”, una niña de ocho años, ojiazul, de cabello rubio, que se robaba el show en el programa Papá Corazón. La Pinina argentina era Andrea del Boca y Caracol Radio hizo su versión con Raquel Sofía. Luego los colombianos se enamoraron de sus personajes en inolvidables series de televisión como Los cuervos, Las señoritas Gutiérrez, La estrella de las Baum y la comedia Amigas. Pero donde realmente empezó todo fue en un día de clase de kínder. Ella asegura que su paso por la televisión es culpa de las monjas. Tenía cuatro años cuando sor Lucila Galvis, su profesora de kínder, le dijo que tenía que aprenderse la lección de religión para recitarla frente a una cámara. La televisión era en directo, sin cortes y se grababa en cinta de dos pulgadas a blanco y negro. Sor Lucila era la encargada de hacer la catequesis para Cenpro, la programadora que en ese momento era el canal académico de la Pontificia Universidad Javeriana. La religiosa se pasaba todo el tiempo en el canal, haciendo clips, por eso la pequeña Raquel, que ya tenía a flor de piel ese humor fino y satírico que la caracteriza, no tenía problema en decirle Sor-presa o Sor-tilegio. Así que su mentora la convirtió en la “telemaestra de la catequesis”. Los mandamientos, el rosario y las enseñanzas de Jesús llegaban a los hogares que contaban con un televisor gracias a la diminuta rubia. Ahí encontró, conoció y se enamoró de María Auxiliadora. Parte de esos recuerdos y ese pasado están colgados en la oficina de su empresa Raquel Sofía Amaya Producciones. Ella habla con desparpajo de esa vida de fama, pero a la hora de mencionar el trago amargo de esos años, su padre, el tono de su voz y su expresión corporal cambian. Sus posiciones son tan radicales y extremas que le han generado diferencias en el mundo feminista. Algunas mujeres no entienden ese matrimonio entre el rechazo del modelo patriarcal, que rige a la sociedad, y su férrea convicción católica. Eso explica lo que realmente es en su vida personal: una mujer que no bebe licor, le gusta la rumba sana y disfruta de su apartamento todo el tiempo. Allí son las reuniones de amigas, escuchando a los BamBam de Cuba y entonando Aquí el que baila gana, o leyendo en las tardes lluviosas de Bogotá, su ciudad natal, la “alta filosofía”, como les dice a los cuentos infantiles. Aunque en su biblioteca también están Habermas, Georges Bataille y todas las revistas Vea y Aló. Y algo que tiene encaletado en su casa y en su oficina son las cometas. Son su distracción. De hecho, es campeona nacional de cometeros en la categoría de vuelo lejano. Cuando cumplió cincuenta años, la condición para asistir a la fiesta fue ir en plena disposición de elevar cometa antes de partir el ponqué. Pero el premio por las cometas no es el único. También se llevó el primer puesto de competencia interbarrial de carros de balineras. Todo porque asegura tener “alma de gamín”. Todo eso pasa en su esfera privada, pero en la públic

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Su fama nació en los años setenta, cuando se convirtió en la “Pinina colombiana”, una niña de ocho años, ojiazul, de cabello rubio, que se robaba el show en el programa Papá Corazón. La Pinina argentina era Andrea del Boca y Caracol Radio hizo su versión con Raquel Sofía. Luego los colombianos se enamoraron de sus personajes en inolvidables series de televisión como Los cuervos, Las señoritas Gutiérrez, La estrella de las Baum y la comedia Amigas.

Pero donde realmente empezó todo fue en un día de clase de kínder. Ella asegura que su paso por la televisión es culpa de las monjas. Tenía cuatro años cuando sor Lucila Galvis, su profesora de kínder, le dijo que tenía que aprenderse la lección de religión para recitarla frente a una cámara.

La televisión era en directo, sin cortes y se grababa en cinta de dos pulgadas a blanco y negro. Sor Lucila era la encargada de hacer la catequesis para Cenpro, la programadora que en ese momento era el canal académico de la Pontificia Universidad Javeriana. La religiosa se pasaba todo el tiempo en el canal, haciendo clips, por eso la pequeña Raquel, que ya tenía a flor de piel ese humor fino y satírico que la caracteriza, no tenía problema en decirle Sor-presa o Sor-tilegio. Así que su mentora la convirtió en la “telemaestra de la catequesis”. Los mandamientos, el rosario y las enseñanzas de Jesús llegaban a los hogares que contaban con un televisor gracias a la diminuta rubia. Ahí encontró, conoció y se enamoró de María Auxiliadora.

Parte de esos recuerdos y ese pasado están colgados en la oficina de su empresa Raquel Sofía Amaya Producciones. Ella habla con desparpajo de esa vida de fama, pero a la hora de mencionar el trago amargo de esos años, su padre, el tono de su voz y su expresión corporal cambian.

Sus posiciones son tan radicales y extremas que le han generado diferencias en el mundo feminista. Algunas mujeres no entienden ese matrimonio entre el rechazo del modelo patriarcal, que rige a la sociedad, y su férrea convicción católica.

Eso explica lo que realmente es en su vida personal: una mujer que no bebe licor, le gusta la rumba sana y disfruta de su apartamento todo el tiempo. Allí son las reuniones de amigas, escuchando a los BamBam de Cuba y entonando Aquí el que baila gana, o leyendo en las tardes lluviosas de Bogotá, su ciudad natal, la “alta filosofía”, como les dice a los cuentos infantiles. Aunque en su biblioteca también están Habermas, Georges Bataille y todas las revistas Vea y Aló.

Y algo que tiene encaletado en su casa y en su oficina son las cometas. Son su distracción. De hecho, es campeona nacional de cometeros en la categoría de vuelo lejano. Cuando cumplió cincuenta años, la condición para asistir a la fiesta fue ir en plena disposición de elevar cometa antes de partir el ponqué. Pero el premio por las cometas no es el único. También se llevó el primer puesto de competencia interbarrial de carros de balineras. Todo porque asegura tener “alma de gamín”.

Todo eso pasa en su esfera privada, pero en la públic