Sontag, Susan - Como Vivimos Ahora

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 Cómo vivimos ahora Susan Sontag Traducción: Barbara McShane y Javier Alfada Susan Sontag, es —según se ha dicho— una intelectual europea nacida en Estados Unidos. Brillante ensayista, se hizo mundialmente célebre en la década de los sesenta con su libro de análisis Contra la Interpretación, en el que daba una nueva visión de la literatura y el cine. Viaje a Hanoi demostró su faceta de reportera y ha hecho varias incursiones en el mundo del cine, con Duelo para caníbales y Hermano Carl, dos películas sobre formas de locura; Tierras prometidas, documental sobre los palestinos, y Excursión sin guía, basada en su libro Yo, etcétera. En su discontinua carrera como novelista destacan El benefactor y Estuche de muerte. La enfermedad y sus metáforas fue un crudo relato de su experiencia como afectada de cáncer.  A1 principio, sólo perdía peso, sólo se sentía un poco mal, dijo Max a Ellen; pero no pidió hora a su médico, según Greg, porque pudo seguir trabajando más o menos al mismo ritmo;  pero dejó de fumar, observó Tanya, lo cual indica que tenía miedo; pero también que quería, más de lo que se daba cuenta, estar sano, o más sano, o tal vez únicamente engordar unos cuantos kilos, dijo Orson; pero él le dijo, prosiguió Tanya, que creyó que iba a subirse por las  paredes (¿no es lo que dice la gente?), y descubrió, para su sorpresa, que no echaba de menos los cigarrillos en absoluto y que por primera vez en años tenía la deliciosa sensación de que sus  pulmones no le dolían. Pero su médico era bueno, quiso saber Stephen, porque hubiera sido una locura no hacerse una revisión médica una vez pasados los apuros y ya de regreso del congreso en Helsinki, aunque por entonces ya se sintiera mejor. Y él le dijo a Frank que iría, aunque sentía miedo, como le confesó a Jan; pero quién no sentiría miedo ahora, aunque, por extraño que parezca, no se había preocupado hasta hacía poco, como le reveló a Quentin, porque fue sólo en los últimos seis meses cuando sintió el sabor metálico del pánico en su boca; porque estar gravemente enfermo era algo que le ocurría a los demás, un engaño normal, le dijo a Paolo, si tienes 38 años y no has estado nunca gravemente enfermo; Jan confirmó que él no era un hipocondriaco. Por supuesto que era difícil no preocuparse, todo el mundo estaba  preocupado; pero no se debe caer en el pánico, porque, como señaló Max a Quentin, no se pod ía más que esperar sin perder la esperanza; esperar y empezar a tener cuidado, tener cuidado y esperar. Y hasta si resultaba que estabas enfermo, no tenías que darte por vencido, había nuevos tratamientos que prometían detener el inexorable curso de la enfermedad, las investigaciones avanzaban. Parecía que todos se mantenían en contacto varias veces a la semana, para estar al día; nunca he estado tantas horas hablando por teléfono, le dijo Stephen a Kate, y cuando me siento agotado después de recibir dos o tres llamadas dándome las últimas noticias, en vez de desconectar el teléfono para darme un respiro, marco el número de otro amigo y conocido para transmitirle las noticias; no estoy segura de si puedo permitirme pensar tanto en eso, dijo Ellen, y no me fío de mis motivos, hay algo morboso a lo que me estoy acostumbrando, que me excita; debe ser como se sentía la gente en Londres durante los bombardeos. Por lo que yo sé, no corro  peligro, pero nunca se sabe, dijo Aileen. Esa cosa no tiene precedentes, dijo Frank. Pero ¿no crees que sería mejor que viera a un médico?, insistió Stephen. Escucha, dijo Orson, no puedes

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Cómo vivimos ahoraSusan Sontag

Traducción: Barbara McShane y Javier Alfada 

Susan Sontag, es —según se ha dicho— una intelectual europea nacidaen Estados Unidos. Brillante ensayista, se hizo mundialmente célebre enla década de los sesenta con su libro de análisis Contra la Interpretación,en el que daba una nueva visión de la literatura y el cine. Viaje a Hanoi demostró su faceta de reportera y ha hecho varias incursiones en elmundo del cine, con Duelo para caníbales y Hermano Carl, dos películassobre formas de locura; Tierras prometidas, documental sobre los

palestinos, y Excursión sin guía, basada en su libro Yo, etcétera. En sudiscontinua carrera como novelista destacan El benefactor y Estuche de muerte. La enfermedad y sus metáforas  fue un crudo relato de suexperiencia como afectada de cáncer. 

A1 principio, sólo perdía peso, sólo se sentía un poco mal, dijo Max a Ellen; pero no pidióhora a su médico, según Greg, porque pudo seguir trabajando más o menos al mismo ritmo;pero dejó de fumar, observó Tanya, lo cual indica que tenía miedo; pero también que quería,

más de lo que se daba cuenta, estar sano, o más sano, o tal vez únicamente engordar unoscuantos kilos, dijo Orson; pero él le dijo, prosiguió Tanya, que creyó que iba a subirse por lasparedes (¿no es lo que dice la gente?), y descubrió, para su sorpresa, que no echaba de menoslos cigarrillos en absoluto y que por primera vez en años tenía la deliciosa sensación de que suspulmones no le dolían. Pero su médico era bueno, quiso saber Stephen, porque hubiera sido unalocura no hacerse una revisión médica una vez pasados los apuros y ya de regreso del congresoen Helsinki, aunque por entonces ya se sintiera mejor. Y él le dijo a Frank que iría, aunquesentía miedo, como le confesó a Jan; pero quién no sentiría miedo ahora, aunque, por extrañoque parezca, no se había preocupado hasta hacía poco, como le reveló a Quentin, porque fuesólo en los últimos seis meses cuando sintió el sabor metálico del pánico en su boca; porqueestar gravemente enfermo era algo que le ocurría a los demás, un engaño normal, le dijo aPaolo, si tienes 38 años y no has estado nunca gravemente enfermo; Jan confirmó que él no era

un hipocondriaco. Por supuesto que era difícil no preocuparse, todo el mundo estabapreocupado; pero no se debe caer en el pánico, porque, como señaló Max a Quentin, no se podíamás que esperar sin perder la esperanza; esperar y empezar a tener cuidado, tener cuidado yesperar. Y hasta si resultaba que estabas enfermo, no tenías que darte por vencido, había nuevostratamientos que prometían detener el inexorable curso de la enfermedad, las investigacionesavanzaban. Parecía que todos se mantenían en contacto varias veces a la semana, para estar aldía; nunca he estado tantas horas hablando por teléfono, le dijo Stephen a Kate, y cuando mesiento agotado después de recibir dos o tres llamadas dándome las últimas noticias, en vez dedesconectar el teléfono para darme un respiro, marco el número de otro amigo y conocido paratransmitirle las noticias; no estoy segura de si puedo permitirme pensar tanto en eso, dijo Ellen,y no me fío de mis motivos, hay algo morboso a lo que me estoy acostumbrando, que me excita;debe ser como se sentía la gente en Londres durante los bombardeos. Por lo que yo sé, no corropeligro, pero nunca se sabe, dijo Aileen. Esa cosa no tiene precedentes, dijo Frank. Pero ¿nocrees que sería mejor que viera a un médico?, insistió Stephen. Escucha, dijo Orson, no puedes

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obligar a la gente a que se cuide. ¿Y por qué piensas en lo peor? Puede que no sea más queagotamiento; hay gente que tiene enfermedades normales, aunque sean muy malas. ¿Por quésupones que tiene que ser eso? Pero de lo que quiero estar seguro, dijo Stephen, es de que élcomprenda las opciones; pero la mayor parte de la gente no las comprende, por eso no quierenver a un médico ni someterse a unas pruebas, piensan que no hay nada que hacer. Pero algo sepuede hacer, le dijo a Tanya (según Greg); quiero decir qué consigo con ir a un médico; si deverdad estoy enfermo, se dijo que había dicho, lo sabré bastante pronto. 

Y cuando estuvo en el hospital, sus ánimos parecieron mejorar, según Donny. Parecía másalegre que nunca en los últimos meses, dijo Úrsula, y las malas noticias parecían llegar casicomo un alivio, dijo Ira; como un golpe totalmente inesperado, según Quentin; pero no podíaesperar que le dijera lo mismo a todos sus amigos, porque su relación con Ira era tan diferente asu relación con Quentin (eso decía Quentin, que estaba orgulloso de su amistad), y quizápensaba que Quentin no se vendría abajo al verle llorar; pero Ira insistió en que ésa no podía serla razón por la cual se había comportado de una manera tan diferente con cada uno, y que quizáél se sentía menos impresionado, reuniendo todas sus fuerzas para luchar por su vida en el mo-mento en que vio a Ira; pero se sintió abrumado por la desesperanza cuando Quentin llegó conflores, porque, de todas maneras, las flores le ponían de mal humor, como le contó Quentin aKate, porque su cuarto del hospital estaba atestado con ellas y ya no cabían más; pero seguroque estás exagerando, dijo Kate, sonriendo; a todo el mundo le gustan las flores. Bueno, ¿quiénno va a exagerar en un momento como éste?, dijo Quentin, muy serio. No crees que esto es unaexageración. Por supuesto, dijo Kate suavemente; estaba bromeando, quiero decir que no queríabromear. Ya lo sé, dijo Quentin con lágrimas en los ojos, y Kate le abrazó y dijo: bueno, cuandovaya esta tarde, me parece que no voy a llevar flores. ¿Qué otras cosas quiere? Y Quentin dijo:según Max, lo que más le gusta es el chocolate. Hay algo más, preguntó Kate; quiero decirparecido al chocolate, pero que no sea chocolate. Regaliz, dijo Quentin, frotándose la nariz. Yademás de eso. ¿Y no eres tú la que exageras ahora?, dijo Quentin sonriendo. Vale, dijo Kate;así que si quiero llevarle un montón de cosas, además de chocolate y regaliz, ¿qué pasa? Go-

minolas, dijo Quentin. 

No quería estar solo, según Paolo, y hubo mucha gente que vino la primera semana, y laenfermera jamaicana dijo que había enfermos en la misma planta que estarían encantados detener las flores sobrantes, y la gente no sentía miedo de hacer visitas; no era como antes, comole señaló Kate a Aileen; ya ni siquiera les aislan en los hospitales, observó Hilda; ya no haynada en la puerta de la habitación advirtiendo a las visitantes sobre las posibilidades decontagio, como ocurría hace unos años; hasta le tienen en una habitación doble, y, como contó aOrson, el viejo que está al otro lado del biombo (que evidentemente está ya para el vámonos,dijo Stephen) ni siquiera tiene la enfermedad; así que, prosiguió Kate, debes ir a verle, sesentiría feliz de verte, le encanta que la gente le visite. ¿No será que no vas porque tienesmiedo? Claro que no, dijo Aileen, pero no sé qué decirle, creo que me voy a sentir incómoda;

por la fuerza tiene que darse cuenta, y eso le hará sentirse aún peor, así que no creo que le haganingún bien, no. Pero él no se va a dar cuenta, dijo Kate, dando golpecitos en la mano de Ai-leen; no es así, no es como tú lo imaginas; no sé dedica a juzgar a la gente ni a preguntarsecuáles son sus motivos, sencillamente se siente contento de ver a sus amigos. Pero es que yonunca he sido realmente su amiga, dijo Aileen; tú eres su amiga, siempre le gustaba hablarcontigo, me contaste que te hablaba de Nora, sé que le gusto, hasta se siente atraído por mí; peroa ti te respeta. Pero, según Wesley, la razón de que Aileen fuera tan avara en sus visitas era quenunca podía estar a solas con él, siempre había otros allí ya, y cuando ésos se marchabanllegaban otros; ella había estado enamorada de él durante años, y puedo comprender, dijoDonny, que Aileen se sintiera amargada porque si podía haber habido una amiga con la que seacostara algo más que de cuando en cuando, una mujer a la que realmente quisiera, y, Dios mío,dijo Víctor que le había conocido durante aquellos años, cuando estaba loco por Nora; quépareja más acongojante, dos ángeles ariscos, no podía ser ella. 

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Y cuando algunos de los amigos, los que venían todos los días, abordaron a la médica en elpasillo, Stephen fue el que hizo las preguntas, las preguntas más informadas, porque estaba altanto no sólo de los reportajes que aparecían varias veces a la semana en Times (los cuales, Gregconfesó que había dejado de leer, porque ya no era capaz de soportarlos), sino de los artículosde las revistas médicas publicadas aquí y en Inglaterra y Francia, y que había tratado a uno de

los principales médicos en París que estaba realizando una investigación de la que se hablabamucho sobre esa enfermedad; pero su médico les dijo muy poco, que su neumonía no leamenazaba la vida, la fiebre bajaba; por supuesto, seguía débil, pero respondía bien a losantibióticos, que tenía que terminar su estancia en el hospital, lo que significaba un mínimo de21 días en la vigilancia intensiva antes de que pudiera empezar con el nuevo medicamento,porque se sentía optimista acerca de la posibilidad de iniciar con él el tratamiento; y cuandoVíctor dijo que si tenía tantas dificultades para comer (le decía a todo el mundo, cuando tratabande convencerle de que comiera un poco de la comida del hospital, que no sabía bien, que teníaun extraño sabor metálico en la boca) no sería bueno que todos sus amigos vinieran conchocolate, la médica se limitó a sonreír y dijo que en estos casos la moral del paciente tambiénera un factor importante, y si el chocolate le hacía sentirse mejor, no había ningún daño en ello,

lo cual preocupó a Stephen, como Stephen le diría más tarde a Donny, porque querían creer enlas promesas y los tabúes de la medicina actual de alta tecnología; pero aquí aquella lacónicapero tranquilizadora especialista en la enfermedad, de cabellos plateados, una persona a la quese citaba con frecuencia en los periódicos, hablaba como una anticuada médica de cabecerarural que le dice a la familia que té con miel o sopa de pollo pueden hacer tanto por el enfermocomo la penicilina, lo que podía significar, como decía Max, que estaba haciendo como que letrataba, que no estaban seguros de qué hacer o, más bien, como exclamó Xavier, no sabían quécono hacer, que la verdad, la verdad verdadera, como dijo Hilda, poniendo las cosas aún másclaras, era que los médicos no tenían ninguna esperanza. 

Oh, no, dijo Lewis, no aguanto; espera un momento, no lo puedo creer. ¿Estás seguro? Quiero

decir, están seguros, le han hecho todas las pruebas, ha llegado un momento en que cuandosuena el teléfono me da miedo contestar, porque pienso que puede ser alguien contando que hayotro enfermo; pero es cierto que Lewis no sabía nada hasta ayer, dijo Robert, enfadado; meparece increíble, todo el mundo habla de ello, parecía imposible que nadie hubiera llamado aLewis; y tal vez Lewis sabía, y por alguna razón fingía no haberlo sabido hasta ahora, porque,recordó Jan, no dijo Lewis algo hace meses a Greg, y no sólo a Greg, de que no tenía buenaspecto, que perdía peso y que estaba preocupado por él y que quería que fuera a ver a unmédico; así que no le pudo llegar como una sorpresa total. Bueno, todos se preocupan por losdemás, dijo Betsy; eso es como vivimos, como vivimos ahora. Y, después de todo, antes eranmuy íntimos, ¿no? Lewis debe seguir teniendo las llaves de su apartamento; tú sabes cómo sedeja a alguien las llaves después de haber roto, sólo porque esperas una visita casual, borracho obebido, a última hora de la tarde; pero sobre todo porque no es mala idea tener unas cuantas

llaves desperdigadas por la ciudad, si vives solo en la parte alta de un antiguo edificio comercialque, por muy pretencioso que sea, nunca tendrá un encargado o un conserje que viva allí,alguien a quien puedes llamar a altas horas para decirle que has perdido tus llaves o que se te hacerrado la puerta y no puedes entrar. ¿Quién más tiene llaves?, preguntó Tanya; pensaba quealguien podría ir a su casa mañana, antes de ir al hospital, y traerles cosas de allí, porque el otrodía, dijo Ira, se quejaba de lo triste que es la habitación del hospital, y que era como estarencerrado en una habitación del motel, lo que hizo que todo el mundo comenzara a contarhistorias graciosas de habitaciones de moteles donde habían estado, y la historia de Úrsula sobreel Luxury Budget Inn en Schenectady; hubo un estallido de risas en torno a su cama, mientrasque él les miraba en silencio, con los ojos brillando de fiebre, durante todo el tiempo, comorecordó Víctor, tragando aquel maldito chocolate. Pero, según Jan, al que las llaves de Lewis lepermitieron hacer una visita a su elegante madriguera de soltero pensando en llevar algún

consuelo artístico que alegrara la habitación del hospital, el icono bizantino no estaba en lapared sobre su cama, y eso extrañó a todos, hasta que Orson recordó que él había contado, sin

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mostrarse preocupado (Greg no estaba de acuerdo con eso), que el muchacho al que habíaechado hacía poco se lo había robado, junto con las cuatro cajas de laca Maki-e, como si fueranobjetos tan fáciles de vender en la calle como un televisor o un equipo estereofónico. Perosiempre fue muy generoso, dijo suavemente Kate, y aunque le gustan las cosas hermosas, no sesiente atado a ellas, a las cosas, como dijo Orson, lo cual no es habitual en un coleccionista,como comentó Frank, y cuando Kate se estremeció y asomaron las lágrimas a sus ojos y Orsonpreguntó ansiosamente si él, Orson, había dicho algo que no debía, ella señaló que habíancomenzado a hablar de él de modo retrospectivo, recordando cómo era, por qué le tenían cariño,como si estuviera acabado, terminado, fuera una parte del pasado. 

Quizá se estaba empezando a cansar de tener tantas visitas, dijo Robert, que, como Ellen, nopudo menos de observar que había ido sólo dos veces, y probablemente buscaba una razón parano tener que ir regularmente; pero no había ninguna duda, según Úrsula, que estaba más bajo deánimo, no es que hubiera noticias desalentadoras por parte de los médicos, y ahora parecíapreferir estar solo unas cuantas horas al día; y él le contó a Donny que había empezado aescribir un diario por primera vez en su vida, porque quería anotar el curso de sus reaccionesmentales ante el asombroso giro de los acontecimientos, hacer algo paralelo a lo que hacían losmédicos, que llegaban todas las mañanas y conferenciaban junto a su cama sobre su cuerpo, yque quizá no fuera importante lo que escribía, que no era más, le dijo irónicamente a Quentin,que las habituales trivialidades sobre el terror y el asombro de que eso le ocurriera a él, a éltambién, además de las habituales valoraciones de arrepentimiento por su vida pasada, susdisculpables superficialidades, seguidas por decisiones de vivir mejor, más intensamente, máscerca de su trabajo y de sus amigos, y no preocuparse tan apasionadamente por lo que la gentepensaba de él, entremezclado con admoniciones a sí mismo de que, en esa situación, su voluntadde seguir viviendo contaba más que cualquier otra cosa, y que si realmente quería vivir, yconfiaba en la vida, y se gustaba a sí mismo lo suficiente (¡abajo demonio Thanatos!), él viviría,sería una excepción; pero tal vez todo eso, reflexionaba Quentin hablando por teléfono conKate, no era la cuestión; la cuestión era que, al llevar el diario, acumulaba algo que podría leer

algún día, asegurándose astutamente un tiempo futuro, en el cual el diario sería un objeto, unareliquia; en el cual tal vez no lo volvería a leer, porque querría olvidar aquella ordalía; pero eldiario estaría allí, en el cajón de su espléndido escritorio Majorelle, y ya podía, le dijo realmentea Quentin, una tarde soleada, recostado en la cama del hospital, con la mancha de chocolateenmarcando la comisura de una sonrisa desgarradora, verse en su apartamento, con el sol deoctubre entrando por los limpios ventanales, en vez de esta ventana tan sucia, y el diario, el pa-tético diario, a salvo dentro del cajón. 

No  importan los efectos secundarios del tratamiento, dijo Stephen (hablando con Max); noentiendo por qué te preocupas tanto por eso, todos los tratamientos fuertes tienen algunosefectos secundarios peligrosos, es inevitable. ¿Quieres decir que de otra manera el tratamiento

no sería eficaz?, intervino Hilda, y de todas formas, prosiguió Stephen obstinadamente, sóloporque haya efectos secundarios no significa que vaya a tenerlos todos, uno o algunos. Esúnicamente una lista de todas las cosas posibles que podrían salir mal, porque los médicostienen que cubrirse, de modo que presentan un panorama negro; pero lo que le ocurre a él y atantos otros, interrumpió Tanya, un panorama negro, una catástrofe que nadie hubieraimaginado, es demasiado cruel, y no es todo un efecto secundario, ironizó Ira; hasta nosotrossomos todos efectos secundarios; pero no somos malos efectos secundarios, dijo Frank; le gustatener cerca a sus amigos y también nos ayudamos mutuamente, porque su enfermedad nos metea todos en el mismo bote, musitó Xavier, y fueran los que fueran los celos y querellas delpasado que nos vuelven recelosos e irritables a unos con otros, cuando ocurre algo como esto(¡el cielo se viene abajo, el cielo se viene abajo!) te das cuenta de lo que de verdad importa. Deacuerdo, Chicken Little, se dice que dijo. Pero no crees, observó Quentin a Max, que estar tan

cerca como estamos de él, encontrando tiempo para visitarle todos los días, es una manera quetenemos de definirnos más firme e irrevocablemente como los sanos, los que no están enfermos,

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que no van a estar enfermos, como si lo que le ocurre a él no nos pudiera ocurrir a nosotros,cuando en realidad las posibilidades son de que, antes de que pase mucho tiempo, uno denosotros terminemos donde él está, que es probablemente lo que él sentía cuando era uno másde la cohorte que visitaba a Zack en la primavera (¿tú no conociste a Zack, no?), y, segúnClarice, la viuda de Zack, no iba muy a menudo, dijo que odiaba los hospitales y no creía que lehiciera ningún bien a Zack, que Zack leería en su rostro lo incómoda que se sentía. Oh, era unode ésos, dijo Aileen. Un cobarde. Como yo. 

Y después de que le enviaron a casa desde el hospital, y Quentin se ofreció a quedarse con él,y hacía las comidas, y recogía los recados telefónicos, y tenía al tanto a la madre en Misisipí,bueno, intentaba que ella no volara a Nueva York y mostrara su pena a su hijo, echando a perderla rutina casera con sus opresivas oficiosidades, él podía trabajar un par de horas en su estudio,los días en que no se empeñaba en salir para ir a comer o a ver una película, lo cual le cansaba.Parecía optimista, pensó Kate; tenía buen apetito, y lo que dijo, informó Orson, era que estabade acuerdo cuando Stephen le aconsejó que la cosa más importante era mantenerse en forma;era un luchador; no, no sería quien es si no hubiera sido un luchador, y estaba preparado para lagran lucha, preguntó retóricamente Stephen (como le contó Max a Donny), y él dijo claro quesí, y Stephen añadió que podía haber sido mucho peor, que podías haber contraído laenfermedad hace dos años; pero ahora hay muchos científicos trabajando sobre ella, el equiponorteamericano y el equipo francés, todos compitiendo por el Premio Nobel dentro de unosaños; lo que tienes que hacer es mantenerte sano un par de años más y luego habrá un buentratamiento, un auténtico tratamiento. Sí, dijo, Stephen, el momento es bueno. Y Betsy, quehabía estado entrando y saliendo de dietas macrobióticas durante una década, habló con unespecialista japonés que quería que le viera; pero gracias a Dios, contó Donny, él tuvo el sentidocomún de decir que no; pero se mostró de acuerdo en ver al terapista de visualización de Víctor,aunque qué era lo que se podía visualizar, preguntó Hilda, cuando la cuestión de visualizar unaenfermedad era verla como una entidad con contornos, fronteras, aquí en lugar de allí, algolimitado, algo de lo que eres huésped, en el sentido de que tú no puedes desinvitar a la

enfermedad, porque es total; o llegará a serlo, dijo Max. Pero lo más importante, dijo Greg, eraque no se fuera por el camino de lo macrobiótico, lo cual podría ser inocuo para la rellenitaBetsy, pero devastador para él, flaco como estaba, con todos los cigarrillos y otros productosquímicos que le quitaban el apetito recibidos por su cuerpo durante años; y ahora no era elmomento, como señaló Stephen, de adquirir hábitos más sanos y eliminar los aditivos químicosy otros contaminantes que tragamos todos tan alegremente o no tan alegremente, alegrementeporque estamos sanos, tan sanos como se puede estar; hasta ahora, dijo Ira. Carne y patatas es loque me gustaría que comiera, dijo Úrsula, añorante. Y espaguetis con salsa de mejillones,añadió Greg. Y tortillas enriquecidas con colesterol, con mozarella ahumada, sugirió Ivonne,que había venido de Londres para visitarle durante un fin de semana. Tarta de chocolate, dijoFrank. Quizá no tarta de chocolate, dijo Úrsula; está comiendo demasiado chocolate. 

Y cuando, no en seguida, pero tres semanas después, se le aceptó para el tratamiento con elnuevo medicamento, lo que supuso tener que hacer mucho pasillo con los médicos entrebastidores, él hablaba menos de la enfermedad, según Donny, lo que parecía una buena señal,pensó Kate; una señal de que no se sentía una víctima, sintiendo que no tenía una enfermedad,sino que vivía con una enfermedad (ése era el cliché adecuado, ¿no?), un arreglo máshospitalario, dijo Jan, una especie de cohabitación que suponía que era algo temporal, que podíaterminar; pero terminar cómo, preguntó Hilda, y cuando tú dices hospitalario, Jan, yo entiendohospital. Y es alentador, insistió Stephen, que desde el principio, al menos desde el momento enque se le convenció de que llamara a su médico, estuviera dispuesto a decir el nombre de laenfermedad, pronunciarlo con frecuencia y sin esfuerzo, como si no fuera más que una palabra,como muchacho o galería, o cigarrillo, o dinero, o importante; como no tiene importancia,

intervino Paolo, porque, continuó Stephen, pronunciar es signo de salud, señal de que uno haaceptado ser lo que es, mortal, vulnerable, no exento, no una excepción; después de todo es una

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señal de que se está dispuesto, verdaderamente dispuesto, a luchar por la vida. Y debemos decirtambién el nombre, y con mucha frecuencia, añadió Tanya, no debemos quedarnos cortos encomparación con él en honestidad, o hacerle ver que, hecho el esfuerzo de la honestidad, ya estáy puede empezar con otras cosas. Uno está mucho mejor preparado para ayudarle, replicóWesley. Hay en una cosa en que es afortunado, dijo Yvonne, que había solucionado unproblema en la tienda de Nueva York y volvía aquella tarde a Londres; sí, afortunado, dijoWesley; nadie le ha dado la espalda, prosiguió Wesley; nadie tiene miedo de darle un abrazo obesarle ligeramente en la boca; en Londres estamos, como de costumbre, atrasados unos cuantosaños con respecto a vosotros, gente que conozco, gente que sin el más mínimo riesgo estáaterrorizada; pero me impresiona lo tranquilos y racionales que os mostráis todos aquí; nosencuentras tranquilos, preguntó Quentin. Pero tengo que decirte, dicen que dijo, que estoyaterrorizado; me resulta muy difícil leer (y ya sabes lo que le gusta leer, dijo Greg; si la lecturaes su televisión, dijo Paolo) o pensar, pero no me siento histérico. Yo me siento muy histérico,dijo Lewis a Yvonne. Pero podéis hacer algo por él, es maravilloso, cómo me gustaría poderquedarme más tiempo, respondió Yvonne; es realmente hermoso, no puedo menos de pensar enesa utopía de la amistad que habéis formado a su alrededor (esa patética utopía, dijo Kate); así que la enfermedad, concluyó Yvonne, ya no está ahí fuera. Sí, no pienses que estamos más a

gusto aquí con él, con la enfermedad, dijo Tanya, porque la enfermedad imaginada es muchopeor que la realidad de él, al que todos amamos, cada cual a nuestra manera, teniéndola. Yo séque, para mí, el que él tenga la enfermedad la desmitifica, dijo Jan, no siento miedo, espanto,como sentía antes de que él enfermara, cuando era algo que se refería a conocidos remotos, queno volví a ver más después de que enfermaron. Pero tú sabes que no vas a contraer laenfermedad, dijo Quentin, a lo cual contestó Ellen que, en cuanto a ella, ésa no era la cuestión, yposiblemente no era cierto, mi ginecólogo dice que todos corremos ese riesgo, todos los quetenemos una vida sexual, porque la sexualidad es la cadena que liga a cada uno de nosotros conmuchos otros, a otros desconocidos, y ahora es que la gran cadena del ser se ha convertido en lagran cadena de la muerte. No es lo mismo para ti, insistió Quentin, no es lo mismo para ti quepara mí o para Lewis o Frank, o Paolo o Max; cada vez tengo más miedo, y tengo mis razonespara ello. Yo no pienso si corro peligro o no, dijo Hilda; sé que tenía miedo de conocer a

alguien que tuviera la enfermedad, miedo a lo que vería, de cómo me sentiría, y, después de miprimera visita al hospital, me sentí muy aliviada. No me sentiré nunca así, con ese miedo, otravez; él no me parece diferente a mí. No lo es, dijo Quentin. 

Según Lewis, hablaba con más frecuencia de los que le visitaban más, lo cual es natural, dijoBetsy; me da la impresión de que hasta los cuenta. Y entre los que le visitan o llaman todos losdías, por así decirlo el círculo más íntimo, los que recibían más puntos, había otra competición,que ponía nerviosa a Betsy, le confesó a Jan; siempre hay esas maniobras vulgares para tener unsitio junto a la cama del gravemente enfermo, y aunque todos nos sentimos llenos de virtud pornuestra lealtad hacia él (habla por ti misma, dijo Jan), hasta el punto de que buscamos unmomento todos los días o casi todos los días, aunque algunos de nosotros estamos empezando a

fallar, como indicó Xavier, lo aprovechamos tanto como él. De verdad, dijo Jan. Rivalizamospor recibir una señal de un placer especial por su parte en cada visita, todos esperando que nosdé el anillo de bronce de su favor, queriendo sentirnos el más deseado, el más íntimo y amado,lo que es inevitable en alguien que no tiene esposa e hijos o un amante oficial con que viva conél, jerarquías a las que nadie se atrevería a desafiar, prosiguió Betsy; así que nosotros somos lafamilia que él ha fundado, sin querer, sin títulos ni rangos oficiales (nosotros, nosotros, gruñóQuentin); y también está claro, aunque algunos de nosotros, Lewis y Quentin, y Tanya y Paolo,entre otros, son ex amantes y todos nosotros hemos quedado más o menos amigos, ¿a cuál denosotros prefiere?, dijo Víctor (ahora es nosotros, dijo, irritado, Quentin), porque a veces creoque tiene más ganas de ver a Aileen, que le ha visitado sólo tres veces, dos en el hospital y unadesde que ha vuelto a casa, que a ti o a mí; pero, según Tanya, después de estar muydesilusionado de que no viniera Aileen, ahora está enfadado, mientras que, según Xavier, noestaba herido, sino conmovedoramente pasivo, aceptando la ausencia de Aileen como algo quede una forma u otra merecía. Pero está contento de tener gente cerca, dijo Lewis; dice que,

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cuando no tiene compañía, le entra el sueño, se duerme (según Quentin), y luego se espabilacuando llega alguien, es importante que nunca se sienta solo. Pero, dijo Víctor, hay una personade la que no ha tenido noticias, de la que probablemente le gustaría saber más que de nosotros;pero no se trata de que ella haya simplemente desaparecido, ni siquiera después de romper conél, y él sabe exactamente dónde vive, dijo Kate; me dijo que la había llamado en la últimaNochebuena, y ella le dijo: me alegro mucho de saber algo de ti y felices Pascuas, y eso le dejódestrozado, según Orson, y furioso y desdeñoso, según Ellen (¿qué esperabais de ella?, dijoWesley, estaba harta); pero Kate se preguntó si a lo mejor él había llamado a Nora en medio deuna noche de insomnio, cuál es la diferencia de horas, y Quentin dijo que no, no lo creo, creoque él no quiere que lo sepa. 

Y cuando comenzó a sentirse mejor y engordó los kilos que había perdido en seguida en elhospital, aunque la nevera comenzó a llenarse de germen de trigo orgánico y pomelo y lechedescremada (le preocupaba su colesterol, se lamentó Stephen), y le dijo a Quentin que podíaarreglárselas ya por sí mismo, y así lo hizo, comenzó a preguntarle a todos los que le visitabanqué aspecto tenía, y todos le decían que lo encontraban muy bien, mucho mejor que hacía unassemanas, lo cual no concordaba con lo que le habían dicho entonces; pero, en realidad, resultabacada vez más difícil saber cuál era su verdadero aspecto, contestar a una pregunta así honradamente cuando entre ellos trataban de mostrarse francos, tanto por pura honradez como(pensaba Donny) para prepararse para lo peor, porque había tenido ese aspecto durante muchotiempo, al menos parecía que mucho tiempo; era como si siempre hubiera estado así, como eraantes, pero sólo habían pasado unos cuantos meses, y aquellas palabras, pálido, macilento yfrágil, ¿no se las habían aplicado siempre? Y un jueves, Ellen, que se encontró con Lewis en lapuerta del edificio, dijo, mientras subían juntos en el ascensor, ¿cómo está de verdad? Pero yaves cómo está, le dijo Lewis con aspereza, está bien, está perfectamente de salud, y Ellencomprendió que, por supuesto, Lewis no creía que estuviera perfectamente de salud, sino que noestaba peor, y eso sí era verdad, bueno, pero no era casi despiadado hablar así. Me pareceinofensivo, dijo Quentin, pero entiendo lo que quieres decir, me acuerdo de una vez hablando

con Frank, alguien que, después de todo, se ofreció a dedicar cinco horas de trabajo de oficina ala semana en el Centro de Crisis (ya lo sé, dijo Ellen) y Frank estaba hablando de ese tipo,diagnosticado hace casi un año, y que está bastante peor, que se había estado quejando porteléfono a Frank sobre la indiferencia de un médico, y que insultó al médico, y Frank le dijo queno tenía por qué ponerse así, sugiriendo que él no se hubiera comportado tan irracionalmente, yyo, que apenas podía controlar mi desprecio, dije, pero Frank, Frank, tiene toda la razón delmundo para ponerse así, se está muriendo, y Frank dijo, dijo según Quentin, oh, no me gustapensar en eso de esa manera. 

Yfue mientras estaba todavía en la casa, recuperándose, recibiendo su tratamiento semanal, sinpoder todavía trabajar mucho, se lamentaba, pero, según Quentin, saliendo mucho y yendo a la

oficina varias veces a la semana, cuando llegaron las malas noticias sobre dos conocidos, uno enHouston y otro en París, noticias que fueron interceptadas por Quentin, que sostenía que loúnico que iban a hacer era deprimirle, pero Stephen sostenía que no estaba bien mentirle, queera importante para él vivir con la verdad; que ésa había sido una de sus primeras victorias, quehabía sido sincero, que hasta bromeaba sobre la enfermedad, pero Ellen dijo que no era buenoque tuviera ese sentimiento del mundo se acaba, había ya demasiada gente enferma, se estabaconvirtiendo en un destino tan frecuente, que tal vez le abandonaría una parte de su voluntad deluchar por la vida si resultaba ser tan natural, bueno, pues, la muerte. Oh, dijo Hilda, que noconocía personalmente ni al de Houston ni al de París, pero que sabía algo del de París, unpianista especializado en música checa y polaca del siglo XX, tengo sus discos, es una personacon talento, y cuando Kate la miró ceñuda continuó a la defensiva, ya sé que todas las vidas sonsagradas por igual, pero eso es un pensamiento, otro pensamiento quiero decir, toda esa gente de

talento que no va a vivir sus normales 80 años como ahora, esa gente es insustituible, y quépérdida va a ser para la cultura. Pero eso no va a seguir siempre, dijo Wesley, no puede ser, a la

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fuerza ellos tienen que descubrir algo (ellos, ellos, masculló Stephen), pero, ¿habéis pensadoalguna vez, dijo Greg, que si algunas de esas personas no mueren, quiero decir si hasta lespueden mantener vivos (ellos, ellos, masculló Kate), siguen siendo portadores?, y eso quieredecir, si tú tienes conciencia, que nunca podrás hacer el amor, hacer el amor plenamente, comoestabas acostumbrado a hacerlo, desenfrenadamente, dijo Ira. Pero es mejor que morir, dijoFrank. Y cada vez que hablaba del futuro, cuando se permitía tener esperanzas, según Quentin,nunca mencionó la posibilidad de que si no muriera, si tenía la suerte de contarse entre laprimera generación de supervivientes de la enfermedad, nunca mencionó, confirmó Kate, fueralo que fuera lo que pasara, que había terminado el modo de vivir que había llevado hasta ahora,pero, según Ira, pensaba en ello, el final de los alardes, el final de las locuras, el final del fiarsede la vida, el final de dar la vida por hecha, y de tratar a la vida como si fuera algo que, a losamurai, se pudiera dejar a un lado alegremente, imprudentemente; y Kate recordó, suspirando,una breve conversación que ella quiso tener hacía ya un par de años, acurrucada en un asientotapizado de alfombra de color gris acero en la planta alta de The Prophet y fumando un porropara animarse a salir a la pista de baile: lo dijo vacilante, porque parecía una tontería decirle alpríncipe del libertinaje, bueno, tómalo con calma, y a ella no le gustaba nada hacer el papel dehermana mayor, un papel, confirmó Hilda, que inspiraba a muchas mujeres, tendrás cuidado; no,

cariño, ya sabes lo que quiero decir. Y él contestó, prosiguió Kate, no, en absoluto, escucha, nopuedo, simplemente no puedo, el sexo es demasiado importante para mí, lo ha sido siempre(comenzó a hablar así, según Víctor, después de que Nora le hubiera abandonado), y si lo cojo,bueno, pues lo cojo. Pero ahora no hablaría así, no, dijo Greg; debe sentirse muy tonto ahora,dijo Betsy, como alguien que sigue fumando diciendo no puedo dejar los cigarrillos, perocuando llega la mala radiografía hasta el más empedernido adicto a la nicotina puede dejarlo degolpe. Pero el sexo no es como los cigarrillos, dijo Frank, y además, qué vale recordar que fueun temerario, dijo Lewis irritado; lo espantoso es que basta con  tener una vez mala suerte, y nose sentiría todavía peor si lo hubiera dejado hace tres años y de todas maneras lo hubiera cogido.ya que una de las características más terroríficas de la enfermedad es que no sabes cuándo lacontraes, pudo ser hace 10 años, porque seguramente esa enfermedad tiene ya muchos años, esde mucho antes de que se la reconociera; es decir, que le dieran un nombre. Quién sabe desde

hace cuánto tiempo (pienso mucho en eso, dijo Max) y quién sabe (sé lo que vas a decir, leinterrumpió Stephen) cuántos más la van a coger. 

Me siento bien, se dice que decía cuando alguien le preguntaba cómo estaba, la cual era casila primera pregunta que le hacían. O: me siento mejor, ¿tú cómo estás? Pero también decía otrascosas. Juego a la pídola conmigo mismo, se dice que dijo, según Víctor. Y: debe de haber unamanera de sacar algo positivo de esta situación, se dice que dijo a Kate. Qué norteamericano eseso, dijo Paolo. Bueno, dijo Betsy, tú sabes el antiguo refrán: cuando tienes limón, hazlimonada. Lo que yo estoy seguro de que no podría aguantar, le dijo Jan a ella, es quedardesfigurada, pero Stephen se apresuró a señalar que la enfermedad casi nunca asume esa formaahora, su perfil es cambiante y, en conversación con Ellen, usando palabras como barrera de

sangre del cerebro; no había pensado nunca que hubiera ahí una barrera, dijo Jan. Pero no debeenterarse de lo de Max, dijo Ellen, eso le deprimiría de verdad, por favor, no se lo digas; tendráque enterarse, dijo Quentin sombríamente, y se pondrá furioso si no se lo hemos contado. Perohabrá tiempo para eso, cuando saquen a Max del respirador, dijo Ellen; pero, ¿no es increíble?,dijo Frank; Max estaba bien, no se sentía mal en absoluto, y luego se despertó con una fiebre de40, no podía respirar, pero ésa es la forma con que suele empezar, sin aviso previo, dijoStephen; la enfermedad toma muchas formas. Y cuando, después de que hubiera pasado unasemana, le preguntó a Quentin dónde estaba Max, no cuestionó la respuesta de Quentin de queestaba de vacaciones en las Bahamas, pero por entonces el número de personas que le visitabanregularmente había disminuido, en parte porque las viejas querellas que se habían dejado delado al principio de la hospitalización y el regreso a casa habían vuelto a aflorar, y la fluctuanteenemistad entre Lewis y Frank explotó, aunque Kate hizo todo lo que pudo por mediar entreellos, y también porque él mismo había hecho algo para aflojar los lazos de amor que unían asus amigos en torno a él, dando por hecho que debía ser así, como si fuera de lo más normal que

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mucha gente le dedicara tanto tiempo y atención, visitándole cada poco tiempo, hablando de élincesantemente por teléfono unos con otros; pero, según Paolo, no es que se mostrara menosagradecido, sino que era algo a lo que se había acostumbrado, a las visitas. Con el tiempo sehabía convertido en una situación de lo más corriente, una especie de fiesta interminable,primero en el hospital y, ahora que estaba allí, en casa, apenas levantado de la cama, es claro,dijo Roberta, que yo estoy en la lista B; pero Kate dijo, eso es absurdo, no hay ninguna lista; yVíctor dijo, claro que la hay, sólo que no es él, es Quentin quien la hace. Él quiere vernos, leestamos ayudando, tenemos que hacerlo como él quiere, ayer se cayó cuando iba al cuarto debaño, no debe enterarse de lo de Max (pero ya lo sabe, según Donny), está empeorando. 

Cuando estaba en casa, se dice que dijo, tenía miedo de dormirme; cuando me iba adormilandocada noche me parecía que estaba cayendo por un agujero negro, dormir parecía como cederante la muerte, todas las noches me dormía con la luz encendida; pero aquí, en el hospital, tengomenos miedo. Y una mañana le dijo a Quentin, el miedo me desgarra, es como si me abrierancon un cuchillo; y, a Ira, me aprieta, me exprime para dentro. El miedo da a todas las cosas sumatiz, su importancia. Me siento tan, no sé cómo decirlo, exaltado, le dijo a Quentin. Lacalamidad es enormemente importante también. A veces me siento tan estupendamente, contanta fuerza, que es como si pudiera salir de mi piel. ¿Me estoy volviendo loco o qué pasa? ¿Espor esas atenciones y mimos que me da todo el mundo, como el sueño de un niño de que lequieran? ¿Son los medicamentos? Sé que es una locura, pero a veces parece una experienciafantástica, dijo tímidamente; pero también había un mal sabor en la boca, la presión en la cabezay en la nuca, las encías rojizas y sangrantes, la penosa respiración, su palidez marfileña, el colorde chocolate blanco. Entre los que lloraron cuando les dijeron por teléfono que ya había vueltoal hospital estaban Kate y Stephen (que recibieron la noticia por Quentin), y Ellen, Víctor,Aileen y Lewis (a los que llamó Kate), y Xavier y Úrsula (a quienes llamó Stephen). Entre losque no lloraron se contó Hilda, que acababa de enterarse que su anciana tía de 75 años habíamuerto de la enfermedad, que había contraído con una transfusión que la habían hecho duranteuna operación en el aparato circulatorio, que había salido bien, hacía cinco años, y Frank y

Donny y Betsy, pero eso no quería decir, según Tanya, que no se sintieran conmovidos yhorrorizados, y Quentin pensó que quizá no fueran de visita en seguida al hospital, pero queenviarían regalos; la habitación, esta vez estaba en una habitación individual, se iba llenando deflores, plantas, libros y cintas. La marea alta de la apenas reprimida acrimonia de las últimassemanas en casa se atenuó con la rutina de las visitas al hospital, aunque a más de uno le fastidióque Quentin llevara el libro de visitas (pero fue Quentin quien tuvo la idea, señaló Lewis);ahora, para garantizar la continuidad de las visitas, mejor no más que dos a la vez (ésta, unanorma en todos los hospitales, no se cumplía aquí, al menos en su planta; ya fuera por amabi-lidad o por ineficacia, nadie lo sabía), primero había que llamar a Quentin para pedir hora, ya nose podía ir por allí cuando a uno le apetecía. Y ya no fue posible evitar que la madre tomara unavión y se instalara en un hotel cerca del hospital; pero a él parecía molestarle menos lapresencia de ella de lo que se esperaba, dijo Quentin; Ellen dijo, es a nosotros a quien molesta,

¿crees que se quedará mucho tiempo? Resultaba más fácil ser más generoso con los otrosvisitantes aquí en el hospital, como señaló Donny, que en casa, donde a todos les molestaba nopoder estar nunca a solas con él; al venir aquí, por parejas, no hay dudas de cuál es nuestropapel, de cómo debemos mostrarnos, gregarios, graciosos, entretenidos, poco exigentes, ligeros,es importante mostrarse ligeros, porque en todos estos temores también hay alegría, como dijoel poeta, dijo Kate. (Sus ojos, sus resplandecientes ojos, dijo Lewis.) Sus ojos parecíanapagados, extinguidos, le dijo Wesley a Xavier, pero Betsy dijo su cara, no sólo los ojos, tieneun aspecto espiritual, cálido; sea lo que sea lo que hay en ellos, nunca me he sentido tanconsciente de sus ojos; y Stephen dijo, me da miedo de lo que revelen mis ojos, la manera enque le miro, con demasiada intensidad, o con una falsa indiferencia, dijo Víctor. Y, al contrariode cuando estaba en casa, se le veía bien afeitado todas las mañanas, fuera cual fuera la hora enque se le visitaba; sus cabellos rizados, siempre peinados; pero se quejaba de que las enfermerashubieran cambiado desde que estuvo allí la última vez, y no le gustaba el cambio, quería quetodo fuera lo mismo. La habitación estaba ahora amueblada con algunos de sus objetos

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personales (qué palabras más extrañas para las cosas de una, dijo Ellen), y Tanya trajo dibujos yuna carta de su hijo disléxico de nueve años, que ahora podía escribir porque le había compradoun ordenador; y Donny trajo champaña y unos globos de helio, anclados al pie de la cama;contadme las cosas que ocurren, dijo al despertarse de una siesta y encontrarse a Donny y Katemuy sonrientes junto a la cama; contadme una historia, dijo melancólicamente, dijo Donny queno sabía qué decir; tú eres la historia, dijo Kate. Y Xavier trajo una imagen guatemalteca delsiglo XVIII de san Sebastián con los ojos en blanco y la boca abierta, y cuando Tanya preguntóqué es eso, un homenaje al eros del pasado, dijo Xavier: de donde yo soy, a san Sebastián leveneran como protector contra la peste. ¿La peste simbolizada por flechas? Simbolizada porflechas. Lo que le evoca la gente es el cuerpo de un hermoso joven atado a un árbol, acribilladoa flechazos (de los cuales no parece darse cuenta, interpoló Tanya), la gente se olvida que lahistoria continúa, prosiguió Xavier, pero cuando las mujeres cristianas llegaron para enterrar almártir se dieron cuenta de que estaba aún vivo y le cuidaron hasta que se recuperó. Y él dijo,según Stephen, no sabía que san Sebastián no se hubiera muerto. Es innegable, no, dijo Kate porteléfono a Stephen, la fascinación de los moribundos. Me da vergüenza. Estamos aprendiendocómo morir, dijo Hilda, no estoy aún para aprender, dijo Aileen; y Lewis, que veníadirectamente del otro hospital, el hospital donde Max estaba en la UVI, se encontró con Tanya

saliendo del ascensor en la décima planta, y mientras bajaban juntos por el resplandecientecorredor pasando por delante de las puertas abiertas, evitando mirar a los otros enfermoshundidos en sus camas, con tubos en las narices, iluminadas por la luz azulina de los aparatos detelevisión, en lo que no soy capaz de pensar, dijo Tanya a Lewis, es en alguien que se muere conla televisión puesta. 

Tiene ese extraño, angustioso, desinterés, dijo Ellen, eso es lo que me inquieta, aunque resultamás fácil para estar con él. A veces se muestra quejoso. No me gusta nada que vengan todas lasmañanas a sacarme la sangre, qué harán con toda esa sangre, dicen que dijo; pero dónde estabasu irritación, se preguntó Jan. Casi siempre se mostraba de lo más agradable, siempre decíacómo estás tú, cómo te sientes. Es tan dulce ahora, dijo Aileen. Tan simpático, dijo Tanya.

(Simpático, simpático, gruñó Paolo.) Al principio estaba muy enfermo, pero se iba poniendomejor, según las informaciones fiables que tenía Stephen, no había por qué temer que no serecuperase, y el médico habló de que le podrían dar de alta dentro de 10 días si todo iba bien, yconvencieron a la madre de que volviera a Misisipí, y Quentin preparó el apartamento para suregreso. Y él seguía escribiendo su diario, sin enseñárselo a nadie, aunque Tanya, la primera enllegar una mañana de finales de invierno, y al encontrarle dormitando, se puso a fisgar y sequedó horrorizada, según Greg, no por nada de lo que leyera, sino por el cambio progresivo desu letra: en las páginas más recientes se iba haciendo cada vez más fina, menos legible, yalgunas de las líneas de su escritura erraban y se ladeaban a lo largo de toda la página. Estabapensando, dijo Úrsula a Quentin, que la diferencia entre una historia y un cuadro o fotografía esque en una historia puedes escribir, aún vivo. Pero en un cuadro o en una foto no puedes mostrarese "aún". Simplemente puedes mostrarle vivo. Aún vive, dijo Stephen.

6 de septiembre de 1986El País Semanal 

Relatos de Verano