SON DE LA RAZÓN SIN CORAZÓN LAURA ESQUIVEL · es un libro, por tanto, aventurero y valiente en el...

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Laura Esquivel

EL LIBRO DELAS EMOCIONESSon de la razón sin corazón

1a. edición virtuale-libro.net

www.e-libro.netMarzo de 2001

ISBN 84-8450-132-2

Querido lector:

Encontrarás que las páginas de este libro están su-brayadas y marcadas con unos signos al margen. Estoes lo que se hace cuando se lee a fondo un texto que seama: marcar y subrayar para recordar lo esencial de loesencial, lo cual permite otra lectura (rápida) de estaspalabras. Nos hemos anticipado a tu propio subrayadopara facilitarte las cosas aún más y para no dejar ningu-na excusa para la indiferencia ante palabras sabias comolas que aquí encontrarás.

En rojo se presentan los textos para retener.También hay unos pequeños símbolos en los márge-

nes a los que hemos dado estos significados:

¡redondo! fijarse en esto.

curioso, hábil,contradictorio.

relevante,apasionante.

párrafo de interés.

¡bingo!*[�

ÍNDICE

Manifiesto de lo humano ................................................ 5Agradecimientos ............................................................. 9

I. Las emociones y su origen perdido ........................ 10II. La palabra y la imagen como generadoras de

emociones .................................................................. 24III.Emociones que sanan y emociones que enferman ..36IV.Literatura y cine que sanan. Literatura y cine que

enferman ................................................................... 52V. En busca de respuestas ............................................ 68

Bibliografía ..................................................................... 76

MANIFIESTO DE LO HUMANO

Éste es un libro especial que empezó con una entre-vista que le hice a Laura Esquivel en 1998. Ella llevabaya entonces estas cosas en la cabeza. «Mucha gente pien-sa que lo único que vale es la ciencia, pero ¿y las emocio-nes? ¿Qué pasa cuando estamos contentos? Lo que yocreo es que de lo único que puedo estar segura es de siestoy triste o alegre. La ciencia cambia... la tierra eraplana y luego resulta que es redonda... la ciencia cam-bia, la política cambia, se descubre que muchas ideasson erróneas, ¿qué te queda? Las emociones: una emo-ción puede cambiar la forma en que percibes el mundo.Y además, cuando estás deprimido se te encoge el cora-zón, no late la sangre igual. Cuando uno está enamora-do el sistema inmunológico mejora, hay luz en los ojos.Hay una forma de reaccionar del cuerpo sana y otra en-ferma, es muy complejo. ¿Cómo nos influye la alegría yla tristeza? Yo pienso que hay una literatura que te sanay otra que te enferma...»

Tras este párrafo nos pusimos a discutir sobre siresultaba que la maldad, el mal rollo, nos ponía enfer-

por MARGARITA RIVIÈRE

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mos. Y ella defendió lo siguiente: «¿Qué hace la víctimade un acto terrorista? Si lo guarda dentro, el odio ocupael lugar que debería ocupar el amor. En cambio, cuandorecibes amor sucede justo lo contrario; el amor te hacesentir que vales como persona, que se te respeta. Todoeso nos hace encontrarnos bien y ver al mundo mejor.Hoy aceptamos que si la bolsa va bien el mundo es me-jor, pero no se piensa en que si una persona es feliz, elmundo sí que es mucho mejor...» Le dicen que está loca,y se ríe, añadía yo entonces.

Tras lo que hablamos no dejé de pensar en sus pala-bras. También me había dicho que le gustaría escribirun ensayo sobre el asunto, así que cuando esta colec-ción* se puso en marcha me acordé de Laura Esquivel yde sus ideas de que la alegría nos sana y la tristeza nosenferma. Me puse en contacto por fax, le propuse escri-bir el ensayo, y ¡fantástico!, aquí lo tenemos hoy. Me sor-prendió lo sencillo que fue conseguir el sí de una mujercon muchísimas peticiones para que escriba otras mu-chas cosas. Está claro que a ella el tema le interesabaespecialmente. Hoy tengo muy claro, además, que paraentender el trabajo, todos los trabajos, de esta originalescritora mexicana hará falta consultar este pequeñoensayo en el que emoción y pensamiento se equiparanhasta convertirse en una especie de manifiesto de unanueva forma de mirar al ser humano. Laura Esquivel hatrabajado sobre este asunto durante toda su vida, acaso

* Esta colección dará que pensar... El Círculo Cuadrado intenta poner alalcance de una mayoría los saberes esenciales para vivir. En el CírculoCuadrado los «sabios» se explican para que todos les entendamos por fin.El Círculo Cuadrado es la puerta que nos abre paso al camino que permiteentender el mundo en el que vivimos. Ésta es una colección ecléctica, escritapara desmontar tópicos y «saberes inamovibles». Ésta es una colecciónmestiza, capaz de mezclar armoniosamente un círculo con un cuadrado ydescubrir que PENSAR ES DIVERTIDO.

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sin ser plenamente consciente. En ese encuentro quetuvimos en Barcelona en 1998 presentaba un deliciosotrabajo sobre cocina y filosofía titulado Íntimas sucu-lencias, y ella reflexionaba así sobre esta cuestión basede la supervivencia: «Con el alimento nos entra toda unacarga afectiva que determina una forma de relacionarsecon el mundo.» Según ella, una patata sentará mejor sise da con cariño, y explica experimentos que avalan quela depresión influye en el hambre: «Cuando nos cerra-mos y no participamos de lo que nos rodea tenemos siem-pre malas relaciones con la comida», añadía. Estas ideasya estaban presentes en su famosísima Como agua parachocolate, publicada en 1898, traducida a treinta y tresidiomas y de la que se hizo una inolvidable película conguión escrito también por ella. Que la gente se intere-sara por la obra de Esquivel no sorprendió a nadie enuna época, los años noventa del siglo XX, que se ha ca-racterizado, también, por una apasionada búsqueda denuevas explicaciones a lo que sucede en el mundo. Ellamisma ha sido y es una infatigable viajera del conocer yabrir su mente a experiencias nuevas. Tratándose deuna mujer, una madre de familia educada a la maneramás clásica, resultaba bastante sorprendente ese valorde expresar en voz alta lo que, por lo visto, muchos pen-saban en la intimidad de sus vidas. Ahí estuvo otra delas claves del éxito.

Para situar a Laura Esquivel hay también que daruna mirada a su biografía más personal: no es una ma-dre de familia normal. Hija de un telegrafista y una amade casa, estudió para maestra y empezó a enseñar a susalumnos a través del teatro, escribiendo pequeñas pie-zas. El primero de sus tres maridos la animó a escribirlibros para adultos, «que necesitan que todo se les ex-plique, mucho más que los niños», dice. Ella era una pro-

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gre que creyó que todo lo iba a aprender en los libros,«era de las que pensaban que dentro de la casa no pasa-ba nada y que todo lo que valía la pena estaba fuera», meconfesó. Cambió poco a poco. «Hice un camino de ida yvuelta. Ahora tengo muy claro que los libros son fantás-ticos, pero que el conocimiento llega a los libros des-pués de haber sido vivido.»

Este pequeño ensayo es, justamente, el resumen deesa forma de vivir que ella misma ha experimentado yque, para ponerlo por escrito, se ha dedicado a investi-gar y contrastar con otra gente y con las posibilidadesabiertas por científicos que escapan de los tópicos. Éstees un libro, por tanto, aventurero y valiente en el queella vuelve a arriesgarse a explicar lo que realmente sien-te... aunque no sea «política social o científicamente co-rrecto».

Lo valioso del experimento de este texto de Esquiveles que en estas páginas reconoceremos experiencias vi-vidas por cada uno de nosotros: la alegría es sana, latristeza no, por ejemplo. ¿Una obsesión milenarista?¿Una reminiscencia New Age? Tal vez lo propio de estaetapa que empieza es la agitación de ideas muy anti-guas y su mezcla con la experiencia más contemporá-nea. Laura Esquivel, con palabras muy simples y poéti-cas, explica muy bien lo que es la memoria y cuál es supapel en nuestra vida como almacén de emociones.

Estoy convencida de que las páginas que siguen novan a dejar indiferente a nadie y que, por eso mismo,serán también símbolo de un nuevo tipo de sensibili-dad.

AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer a todos aquellos que colaboraroncon su apoyo, moral, intelectual y profesional, a que estelibro se terminara.

A mis queridos amigos y maestros, Víctor ManuelMedina, Jorge Berroa y Antonio Cortina. A los doctoresdel Instituto de Neurobiología de la Universidad Autó-noma de México, José Luis Díaz, Flavio Mena Jara,Thalía Harmony y Juan Silva.

A mi quiropráctico, el doctor Francisco DíezGurtubay, y a mi acupunturista, Soledad Ruiz. Tambiéna mi hermano, el doctor Julio Esquivel Valdés.

A Javier, mi esposo, a Sandra, mi hija, a todos misamigos y familiares por la enorme cantidad de emocio-nes que me provocan, pues ellas son la base de todo loque escribo.

I. LAS EMOCIONES Y SU ORIGEN PERDIDO

A pesar de que día a día experimentamos infinidadde emociones, nos es muy difícil definirlas. Las emocio-nes se viven, se sienten, se reconocen, pero sólo una partede ellas se puede expresar en palabras o conceptos.¿Quién puede decir lo que sintió cuando vio morir a unser querido?, ¿o cuando vio nacer a su hijo?

Es muy difícil tratar de encerrar en una palabra laalegría o la tristeza, pero no es así sentirlas a plenitud.No hay ser humano que pueda vivir un solo día sinexperimentar alguna emoción. No podría. Tendríaque estar muerto. Porque la sensación de sentirse vivono se produce con el simple hecho de abrir los ojos ymover el cuerpo, sino por la emoción que nos producever salir el sol, recibir un beso, oler la hierba recién cor-tada.

Si huelo, si como, si me acarician, si abrazo: recuer-do. Con el recuerdo vienen conceptos, ideas, imágenes.Por ejemplo, olemos la hierba recién cortada y decimos:¡Mmmm, huele como los domingos de mi niñez cuandomi padre cortaba el pasto! Inmediatamente viene a nues-

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tra mente la figura de nuestro padre, la del jardín denuestra casa y nos emocionamos.

Con la emoción, nos vienen ideas: esos intentos deelaboración racional que buscan atrapar en un pensa-miento o en una imagen aquello que hemos experimen-tado sensiblemente.

Posteriormente, surge el deseo de convertir en pa-labras la imagen que representa nuestra emoción, y silogramos hacerlo, la alegría que nos embarga puede sertan grande que nos sentimos obligados a compartirla conalguien más. Desgraciadamente, en las ciudades se vivetan rápido que es imposible que una persona le puedacontar a otra todos los pensamientos que tuvo en un día.En algunos países, la pura intención de compartir emo-ciones y pensamientos con otros se considera una faltade tacto, casi como una conducta antisocial o como unatentado contra el «sano» ejercicio de la competencia,es decir, de la individualidad. Algunas sociedades hanhecho esfuerzos extraordinarios para evitar el contactofísico y espiritual de unos con otros. Se nos dice que laconfianza y la cercanía nos vuelven vulnerables.En todo momento se promueve y se enaltece la descon-fianza y se estimulan los más aberrantes extremos deindividualismo, que en realidad no son más que másca-ras patéticas de una sociedad «moderna» a la que leestorban las emociones.

Basta con que nos asomemos a las principales callesde las ciudades norteamericanas, por ejemplo, en lashoras en que los empleados salen a tomar sus «alimen-tos», para que observemos que cada uno de ellos ocupaun sitio en alguna escalerilla bien pulida, frente a unomás de los muchos impecables rascacielos, mientras de-vora, más que come, una comida rápida, lo más prontoposible para no perder tiempo en la carrera por ser

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el «mejor», sin siquiera intentar volver el rostro paraver a los que lo rodean y sin preocuparle un comino loque su compañero de junto piense o sienta. No le impor-ta si está triste o no. Si necesita hablar o no. Si el bocadoque tiene en la boca le recordó a su abuela, o a su hijomuerto en la guerra. Qué importa. No puede perder lospocos minutos que tiene para comer en intimidades.

Si usted pertenece a ese gran conglomerado de tra-bajadores, no se desaliente. Para su consuelo, aunquecontara con el tiempo suficiente para escuchar todos lospensamientos de sus compañeros de trabajo, no podría,pues los seres humanos encontramos gran dificul-tad para compartir la multitud de pensamientos quesomos capaces de emitir en las veinticuatro horas deldía, no sólo por su enorme cantidad sino porque ni si-quiera somos capaces de recordarlos todos, ya no se digadarnos cuenta de esa abundancia de pensamientos ¡siem-pre estuvieron acompañados por emociones!

Vivimos emocionados y pensando. Cualquier cosaque una persona mencione, cualquier frase dicha, desdeun simple comentario, aparentemente inocente, hastaun pensamiento filosófico profundo, reúne dos condicio-nes: es la manifestación de un pensamiento, pero tam-bién la inevitable expresión de una emoción.

Por mucho tiempo hemos considerado equivoca-damente que el pensamiento y la emoción eran co-sas distintas que podían separarse. Que la mentedel hombre funcionaba mejor sin la interferencia de es-tados emotivos, ¡como si fuera posible ignorar las emo-ciones! Sobran ejemplos en la historia pasada y recienteque comprueban hasta dónde hemos sido capaces de lle-gar los hombres con tal de reducir la emoción a una ca-tegoría de primitivismo y compararla con una falta dedesarrollo humano.

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Si reflexionamos en los esfuerzos que hizo el Neo-clasicismo europeo para evitar en casi todas las mani-festaciones culturales la presencia del impulso emocio-nal, o si nos ponemos a pensar en el empeño que hanpuesto las «Academias» para dictaminar y regir el flujoemocional del acto creativo y para censurar todo asomode irracionalidad o emoción no «canonizada» por ellos, osi consideramos la violencia que ha desatado el gobier-no chino, para acabar con toda forma de sensibilidad yemotividad cultural en el Tíbet, empezando por la des-trucción de las manifestaciones artísticas y religiosas,por considerar que su contenido fuertemente emotivopone en peligro la estructura monolítica de sus princi-pios políticos, nos daremos cuenta de que la humanidadha convertido la relación entre las emociones y el pen-samiento en un hecho casi irreconocible.

Curiosamente poco antes de final del siglo XX y quetanto se ha empeñado en devaluar la emoción, es cuan-do se ha comenzado a hablar de eso que se llama la inte-ligencia emocional y se ha tomado conciencia de queel estado emocional de una persona determina laforma en que percibe el mundo. Esta afirmación noentraña ningún misterio si tomamos en cuenta que elcerebro funciona mejor con una correcta irrigación san-guínea, que el encargado de sostenerla es el corazón yque el funcionamiento del corazón está determinado engran parte por las emociones. No late de la misma ma-nera un corazón deprimido que uno gozoso, y por lotanto, no envía al cerebro la misma cantidad de sangre.Por lógica, podemos deducir que un estado emocionalaltera y determina la forma en que el cerebro procesa lainformación que obtiene del mundo exterior. Todos sa-bemos que un cerebro sin irrigación sanguínea es uncerebro muerto. Lo que no tenemos muy claro es si un

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corazón risueño lo mantiene en mejor estado que un co-razón disgustado. De ahí la importancia del conocimien-to de las emociones.

Y ¿qué es una emoción? El diccionario nos dice quela raíz latina de la palabra emoción es emovere, formadapor el verbo «motere» que significa mover y el prefijo «e»que implica alejarse, por lo tanto la etimología sugiereque una emoción es un impulso que nos invita a ac-tuar.

A actuar ¿cómo y cuándo? Eso lo determina el tipode emoción. Con los nuevos métodos para explorar elfuncionamiento del cuerpo y del cerebro, los investiga-dores descubren cada día más detalles bioquímicos y fi-siológicos para explicar cómo es que una emociónprepara al organismo para una clase distinta derespuesta.

Desde que el hombre apareció en la superficie de latierra, contó con dos sistemas que lo ayudaron en su la-bor de supervivencia: el Simpático y el Parasimpático.Se trata de dos sistemas primitivos, pero que hasta elpresente nos acompañan y entran en acción no sólo enmomentos de peligro, sino que desempeñan un papelimportante en cada aspecto de nuestra vida diaria, mi-nuto a minuto. Sin ellos no podríamos subsistir puessucumbiríamos ante los retos externos e internos a losque nos vemos expuestos.

Ocurre, como regla general, que mientras más pri-mitivo es un componente del Sistema Nervioso Central,menos dependiente es de las funciones cerebrales mássutiles y desarrolladas de la corteza. Tal vez ahí que elnombre correcto para llamar a este sistema primitivosea el de Sistema Nervioso Autónomo. Aunque el Siste-ma Nervioso Central tiene cierto grado de influenciasobre la expresión del Autónomo, la mayor parte de sus

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reacciones son totalmente autónomas y es por esto quelos seres humanos pasamos trabajos para controlar lamanifestación espontánea de nuestras emociones.

La zona más primitiva del cerebro es el tronco cere-bral que rodea la parte superior de la médula espinal yque regula las funciones vitales básicas del ser humano,como son la respiración y el metabolismo. A partir deesta raíz cerebral surgieron los centros emocionales ymillones de años más tarde, a partir de esas áreas emo-cionales, evolucionó el cerebro pensante o «neocorteza».Es importante reflexionar en torno al hecho de que elcerebro «pensante» surgió del «emocional», puesnos revela que el cerebro emocional existió mucho tiem-po antes que el racional. Sin embargo, ¿qué fue primero,la gallina o el huevo?, ¿el pensamiento o la emoción?

Por ejemplo, cuando nos vemos expuestos a una si-tuación de peligro donde está en juego nuestra vida,no nos detenemos a pensar «necesito produciradrenalina para salir de ésta», el sistema nervioso ac-túa por nosotros poniendo a funcionar de forma auto-mática ya sea el sistema Simpático o el Parasimpático,dependiendo de la forma en que queramos encarar lasituación: enfrentándola o huyendo.

Cuando el terror es muy grande, nos paraliza porcompleto y nos deja incapacitados para luchar. En esecaso, lo más probable es que perdamos el control de nues-tros esfínteres, pues nuestro estado psicológico pone afuncionar el sistema Parasimpático. Una vez que hemosorinado o evacuado, tal vez lo que provoquemos en nues-tro enemigo sea lástima y puede que nos deje en paz, ysi no, nuestra relajación muscular al menos reducirá eldolor que nos pueda provocar el ataque.

Ahora bien, si ante el mismo estímulo, una personaen lugar de huir decide enfrentar el problema y atacar,

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ocasionará que el sistema Simpático entre en acción.Aparentemente sólo tenemos dos opciones: atacar ohuir. Dependiendo de la reacción que elijamos, vamos aterminar con la boca seca o con los pantalones mojados.Bueno, nunca es así de simple, pero este ejemplo nosservirá para mostrar las diferencias entre un sistema yotro.

Cuando una persona se decide a atacar generalmen-te lo que el sistema Simpático provoca es lo siguiente:

1) Como el cerebro necesita pensar de una maneramás clara y rápida que en circunstancias norma-les, las arterias que llevan sangre al cerebro sedilatan al máximo para permitir que la irrigaciónsanguínea se incremente de manera sustancial.

2) El ritmo cardíaco se incrementa para poder res-ponder a la demanda metabólica del cuerpo. Nosólo tiene que enviar sangre al cerebro sino a losmúsculos de todo el organismo, para que esténen condiciones óptimas de correr o de golpear alenemigo. La sangre que cotidianamente circulapor las venas no es suficiente en estos casos, senecesita un tipo de torrente sanguíneo mejor oxi-genado y que contenga una cantidad extra de losnutrientes necesarios para mantener una res-puesta metabólica adecuada. El más importantede estos nutrientes es el azúcar. Con más oxíge-no y más azúcar en la sangre, el cerebro y losmúsculos pueden hacer maravillas.

3) A fin de tener más oxihemoglobina, las vías res-piratorias se dilatan al máximo permitiendo quela capacidad vital —la cantidad de aire que entray sale de los pulmones cada minuto— crezca todolo que sea necesario para que un individuo puedacon el reto que tiene que enfrentar. La respira-

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ción, pues, se hace más profunda y rápida duran-te una descarga simpática, dando como resultadouna respiración agitada por nariz y boca.

4) Con el objetivo de poder ampliar el campo visual,la pupila se dilata, permitiendo al individuo vercon más claridad todo lo que le rodea, ya que enuna situación de peligro es importante ver me-jor, pensar más rápido y estar capacitado paradesplazar el cuerpo de forma veloz.

5) El hígado, por su parte, también desempeña unpapel fundamental, pues es el encargado de con-vertir rápidamente carbohidratos complejos ygrasas en glucosa, para lo cual recibe una dota-ción extra de sangre. A esto se debe que algunosindividuos bajo una situación de estrés crónicosean más susceptibles que otros a desarrollar ladiabetes.

Todas estas reacciones en cadena se suceden sinque podamos impedirlo y muchas veces ni siquieratenemos conciencia de lo que pasó dentro de nuestrocuerpo. Si alguien nos pregunta, horas más tarde delincidente, oye, ¿qué te pasó?, a lo más que llegaremos esa expresar «pasé por un gran susto», pero nunca di-remos «fijate que, como me asusté, envié sangre a mismúsculos para poder correr y mi hígado convirtiócarbohidratos complejos en glucosa», y mucho menos ala conclusión de que un pensamiento y una emoción crea-ron química dentro de nuestro organismo sin que lo pu-diéramos controlar.

¿Qué es lo que determina que una persona tengacontrol sobre su sistema nervioso autónomo y otra no?¿El nivel socioeconómico? Lo dudo. ¿El grado de estu-dios? Puede ser. ¿El desarrollo espiritual? ¡Ojalá! ¿O unacombinación de los tres? No lo sé. Pero conozco perso-

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nas que pueden controlar sus emociones de una formasorprendente, aunque desafortunadamente son las me-nos, y salvo que se trate de un individuo con un altogrado de desarrollo espiritual, en la mayor parte de loscasos el control resulta ser una forma patológica dereprimir la libre expresión de nuestra condiciónhumana, que provoca graves trastornos y deteriorosfísicos y psicológicos.

Si bien es cierto que la emoción es una energía quenos impulsa a actuar, en algunos casos esa «acción» im-plica contradictoriamente una parálisis. Por ejemplo,una persona deprimida puede convertir el impulso desus emociones en formas dramáticas de inmovilidad. Sinembargo, es innegable que la depresión es el resultadode un proceso emocional que tiene un impulso activoauténtico. Se puede decir que la depresión es una con-centración de impulsos de acción aplicada en sen-tido inverso. Dicho de otro modo, se necesita de un fuer-te impulso emocional para poder mantener el nivel deinmovilidad que una depresión severa produce.

Como vemos, una emoción puede tener el poder des-tructor del rayo o puede ser el suspiro más tranquilo yvivificador que un ser humano pueda experimentar.Nuestro cuerpo está acondicionado para sentir los dostipos de reacciones y eso depende de cada individuo:una emoción puede ser experimentada por unocomo un rayo y por otro como un suspiro. Uno comoun estímulo que mata, que daña, que provoca que el hí-gado funcione mal, que afecta a la vesícula, que hace quela persona se ponga nerviosa y no pueda expresarse cla-ramente, y otro, como un río que resfresca, que anima,que provoca una sonrisa en cada uno de los órganos delorganismo con los que hace contacto.

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Aparentemente existe una «filosofía» emotiva queinfluye en el estado corporal. Todo depende de lo queuno pensó en el momento de recibir un estímulopara que el resultado emotivo sea distinto. Por ejem-plo: dos personas se enteran de la muerte repentina dealguien. Una de ellas era su hermana y la otra sólo laconocía superficialmente. La hermana piensa que es unadesgracia que el hermano se haya muerto en estas con-diciones y la otra persona piensa que está bien que hayadescansado. La primera tendrá dificultades para acep-tar el fallecimiento y el cuerpo reaccionará en conse-cuencia. La segunda aceptará el hecho y no sufrirá nin-guna consecuencia.

Cada vez que un ser humano se niega a aceptaruna emoción que ya nació, que surgió como reacciónnatural y no elegida, que brotó porque no hay tiempo niforma de andar escondiendo emociones, ya que formanparte del «contratiempo» de andar escuchando, miran-do y tocando, se altera todo el funcionamiento de sucuerpo. Todo consiste en lo que opine, así de simple yasí de complicado. Si una persona opina que la flor quele acaban de regalar es desagradable y se molesta, mo-difica un poco el funcionamiento de su hígado y otro pocoel ritmo de su corazón. Si el pensamiento persiste, laincomodidad aumentará hasta enfermarlo. En cambio,si a pesar de que nos desagrada la persona que nos re-gala una flor, aceptamos la flor sin discutir, converti-mos la flor en flor interior.

Si uno tuviera la paciencia de no discutir con unomismo la emoción que está sintiendo ni de clasificarla enbuena o mala, la emoción produciría sin reservas lareacción adecuada. El golpe, en el caso de la ira, elllanto en el caso de la tristeza, o la risa en la alegría.Sin embargo, lo que la persona acepta y reconoce como

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emoción y le hace decir estoy triste o estoy enojado, no esmás que el resultado de una cadena de reacciones, que asu vez generan otra cadena de reacciones. Dicho en otraspalabras, lo que hago me produce una emoción determi-nada y esa emoción, me provoca una acción.

A mi ver, si las emociones tuvieran cuerpo y las pu-diéramos cortar con la ayuda de un bisturí, descubriría-mos que debajo de ellas hay tres capas perfectamentedefinidas:

A) Es la base y está formada por la esperanza quetodos los seres humanos tenemos de sentirnosmejor, por la búsqueda del bienestar.

B) Encima de la esperanza está todo lo que el serhumano quiere. Estos «quieros» no son otra cosaque sus deseos, sus necesidades, sus metas enla vida.

C) Por último se encuentran las capacidades y lashabilidades que el hombre tiene para lograr loque quiere. Todo aquello que «sabe» a nivel cons-ciente que puede realizar. Puede ser el caso queél quiera ser bailarín, pero «sabe» que no tieneritmo.

Por ejemplo, yo quiero sentirme mejor y decido ir acomer a casa de mi madre pues ella prepara un pucherocomo nadie. Yo quiero comer ese puchero, aunque estoyconsciente de que sólo puedo comer un plato pues porlas noches se me dificulta la digestión. Cuando llego asu casa y como el plato de puchero experimento muchafelicidad. Si analizamos esa alegría nos vamos a encon-trar los elementos A, B y C amalgamados en una solaunidad. Los tres forman un conjunto de realidades quelaten al mismo ritmo: el «deseo sentirme mejor», el «quie-ro» y el «puedo» dan como resultado una emoción, eneste caso placentera.

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Pero ahora voy a dar un ejemplo contrario:Un hombre va caminando por la calle. Tiene el mis-

mo deseo de ir a comer a la casa de su madre. De prontolo sorprende un perro rabioso y lo muerde. El hombregrita desesperado. Acuden en su ayuda algunas perso-nas y le quitan el perro de encima. El hombre experi-menta simultáneamente susto y dolor y los clasificacomo cosas desagradables. Ahí, tirado en el piso, se sien-te como un pájaro sin alas, sin fuerza y sin saber cómocombatir. No sabe que desde que el perro apareció y lomordió la base A se empezó a transformar y en lugar derepetir «tengo la esperanza de sentirme mejor» comen-zó a decir «me siento mal». ¿Qué pasa en la fase B? ¿Enel «yo quiero»? Pues que el individuo se empieza a la-mentar de todo aquello que ya no puede hacer: ya no vaa comer en casa de su madre, tal vez tenga que ir al hos-pital, ya no podrá regresar al trabajo, o asistir a un baileo a lo que sea. Por último, en la fase C la persona llegaráa la conclusión de que no pudo reaccionar correctamen-te. Se culpará por haber elegido precisamente esa ca-lle para transitar, el no haber dado una patada en elhocico al perro, el no haberlo visto a tiempo y todo estose va a convertir en el «no supe» o «no sé».

La negación de la habilidad en la C, la negación deobtener lo que se quiere en la B y la negación de la posi-bilidad de sentirse mejor en la A van a dar como resul-tado una emoción ya sea de desesperación, de ira o deviolencia. Si, por el contrario, el hombre hubiera dicho—acepto el dolor, acepto la sangre y no me opongoa lo que está pasando— y se hubiera mantenido enesa actitud de aceptación, se hubiera creado una emo-ción totalmente diferente, pues el pensamiento, comoya lo hemos dicho, crea química dentro del cuerpo hu-mano. Al aceptar la experiencia hubiera encontra-

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do paz y hasta hubiera terminado comprendiendo alperro. Se hubiera ubicado muy por encima del conceptode si el perro era bueno o malo, si estaba enfermo o no yal pasar el tiempo recordaría ésa como una buena expe-riencia, pues todo aquello de lo que se puede hablar sinque cause un efecto desagradable se convierte en posi-tivo.

Es muy interesante analizar las emociones desdeesta óptica, pues al analizar los componentes A, B y Cde cada emoción podremos descubrir cuáles son las es-peranzas, los sueños, los «quieros» y los «puedos» de laspersonas que nos rodean, ampliando con esto nuestracapacidad de comprensión y de aceptación de los de-más. Sabremos, también, la razón por la que el vecinoquiere comprar tal automóvil o por la cual nuestra ami-ga se hizo una liposucción, o el motivo por el que nues-tro sobrino le teme a las arañas, o por el cual les moles-ta a los críticos el éxito de la literatura escrita por mu-jeres.

El análisis de las emociones es vital para un mejorconocimiento del ser humano. Si llegamos a compren-derlas y aceptarlas adecuadamente tal vez lleguemos ala misma conclusión que muchos sabios antes de noso-tros.

Ya los antiguos griegos construyeron un gran altara los pies de la Acrópolis de Atenas dedicado a lasEerinas, las llamadas Furias vengadoras de la sangre.Al hacerlo, convirtieron a esas diosas terribles en lasEuménides, las bienhechoras. Lo hicieron una vez queaceptaron el valor del pasado, el origen primitivo de lasemociones y supieron darles un lugar dentro de su mun-do civilizado y racional. El templo de las Euménides estan grande e importante como el de la Sabiduría: elPartenón de Atenea. Dándole a cada uno su lugar, los

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griegos expresaron su profunda percepción de la reali-dad humana y con ello cumplieron la máxima délfica queinvitaba al verdadero crecimiento: «Conócete a ti mis-mo.»

II. LA PALABRA Y LA IMAGEN COMOGENERADORAS DE EMOCIONES

¿Qué es lo que nos lleva a sacar una foto del cajón delos recuerdos? ¿O a leer la primera carta de amor querecibimos? ¿O a buscar en el baúl de los recuerdos larosa marchita que nos dieron en aquel baile inolvida-ble? ¡El deseo de revivir una emoción! El deseo devolver a sentir el mismo amor. Los recuerdos de tipomaterial pueden envejecer. Llegamos a gastar tanto lascartas que a veces se empiezan a deshacer en nuestrasmanos, pero las imágenes en nuestra mente, no. Ésasquedan intactas. Lo mismo que las emociones. Ahí es-tán tranquilas, al lado de nuestros recuerdos, dispues-tas a ayudarnos a vivir nuevamente. Esperando la or-den de ¡acción! para llenar nuestro cuerpo de alegría.Para poner en circulación la sangre, para proyectar enla mente nuestra primera entrega amorosa. Y volvemosa sentir como si lo estuviéramos experimentando en esemismo instante el contacto con otros labios, con otra piel,con otra saliva, y puede que hasta nos sonrojemos. Uno

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siempre busca repetir una experiencia a través de lasimágenes y las palabras.

Desde Aristóteles hasta los investigadores moder-nos, coinciden en que hay una tendencia natural delhombre a aprender por medio de la imitación. Se hadescubierto que cuando una persona observa el rostrosonriente de otra, tiende a repetir el mismo gesto. Al-gunos lo atribuyen al hecho de que mediante la mímicamotriz podemos apropiarnos del humor ajeno.

A mi ver, no sólo se trata de una imitación. Cuandoestamos cerca de una persona sonriente, nos vemos con-tagiados por su emoción. Se puede decir que las emocio-nes forman parte de un sistema de impulsos eléctricosque atraviesan cada una de nuestras células. Una emo-ción es energía en tránsito, energía que se desplaza ydesde esa óptica, ¿qué le impide salir de los límites delcuerpo que la produce para internarse en los de otra per-sona? Esto, aparte de sonar un poco erótico, nos habla deque existe el intercambio de emociones. Que la emoción,vuelta energía pura, puede ser materialmente transmi-sible a través de impulsos eléctricos. En ese sentido, elestado emotivo de un ser humano influiría radical-mente en su entorno. De la misma forma en que todo loque vemos, escuchamos, tocamos, comemos, entra en nues-tro cuerpo y nos impulsa a actuar. Un olor desagradablenos invita a alejarnos de una comida en descomposición,y por el contrario, un aroma sugestivo nos invita al acer-camiento, a la caricia, al placer. Un situación de peligronos empuja a luchar o a huir. En el fondo siempre vamosa tener dos opciones: acercarnos o alejarnos. Sentir-nos bien o sentirnos mal. Vivir o morir. Y ése es elgran dilema. El problema de fondo.

Sin embargo, algunas veces, en lugar de alejarnosde aquello que nos daña, nos acercamos. ¿Qué es lo que

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nos conduce a actuar de esa manera? Una idea inocula-da en el fondo de nuestra mente en los primeros añosde nuestra vida. Una idea más fuerte que el poder desupervivencia. La idea de que no somos lo suficiente-mente buenos. La creencia de que no nos merecemosotra cosa que el mal trato, en otras palabras, tener unabaja autoestima. De otra forma no es posible explicarpor qué una persona en su sano juicio viviría al lado deuna pareja que la humilla constantemente. Y en el te-rreno de la sociología sería interesante analizar cuál esel motivo que conduce a una sociedad a contaminar elagua del río donde bebe. O a destruir sus reservasecológicas. ¿Se puede hablar de una nación o de ungrupo social con baja autoestima y con deseos deautodestrucción? ¿Que no se dé cuenta del peligro quecorre como especie? ¿Y que actúe de manera irrespon-sable y ciega aun en contra de uno de los más fuertesinstintos?

Porque desde el momento en que nacemos sabemosque nuestra vida puede terminar de un momento a otro.Y la incertidumbre frente a lo desconocido nos provocauna inseguridad. No se puede negar que tras una emo-ción intensa provocada por una situación de peligro, siem-pre aparece el pensamiento que nos dice «esto me pudohaber destruido». ¡Qué susto pasé!». El instinto de super-vivencia es uno de los más fuertes en todas las especies.

Desde la época de las cavernas los hombres primiti-vos trataron de representar en imágenes todo aquelloque daba sentido a su vida, que les ayudaba a compren-der el mundo, para responder a una pregunta básica:¿qué hago yo aquí? ¿cuál es el sentido de mi existen-cia? Yo pienso que desde el mismo momento del naci-miento uno tiene ese mismo interrogante. Pero paraencontrar la respuesta uno tiene que vivir. Y para�

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mantener la vida uno tiene que enfrentarse día con díaa los retos que ésta nos ofrece. Para un hombre primiti-vo, el dominio de su medio ambiente era primordial paralograr mantener la vida. Las emociones como la ira o elmiedo le eran de gran ayuda, pues lo pertrechaban tan-to en la lucha como en la huida. Si acaso se enfrentabaal contrincante y salía triunfador del combate, era fun-damental transmitir su experiencia a los demás miem-bros de su clan, para que ellos obtuvieran también elbeneficio de saber cuál era la mejor forma de cazar o deobtener alimento, pues antes el bienestar común era elbienestar individual y viceversa. Mientras más miem-bros tuviera una tribu, mayores eran las esperanzas devida de la especie humana. Un miedo en común era unameta común.

Por eso era tan importante repetir todo aquello quefuncionaba. Si un golpe en la base del cráneo mató a unlobo salvaje, la próxima vez que se encontraban con unoprocuraban asestarle un palo en el mismo sitio. Si ungesto de la mano ahuyentaba a una mosca, pues venga, arepetirlo. Era importante recordar los gestos y las ac-ciones efectivos para conservar lo más importante: lavida. Aquel que más información tuviera, era más valio-so para el grupo, se convertía en líder natural.

¿Se imaginan el desconcierto que la muerte de ungran líder podía ocasionarles? ¿A qué lugar iban losmuertos? ¿Dónde quedaba toda la experiencia acumu-lada? ¿Se moría con él? No lo podían permitir, teníanque continuar repitiendo sus mismos gestos, sus mis-mas palabras, su misma risa para mantener viva la ex-periencia colectiva, para hacer perdurar la memoria dela tribu.

El deseo de conservar la vida, de mantener enperfecto estado todo aquello que se consideraba valio-

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so, de inmortalizarlo, tal vez fue el motor que impulsóel surgimiento del arte. Si nos paramos frente a unapintura rupestre, no sólo veremos la representación delo que otros ojos vieron miles de años atrás y que quisie-ron compartir con nosotros, sino lo que desde su puntode vista consideraron importante preservar. Ése es unode los aspectos que más me interesan del arte. Por unlado, el deseo de inmortalizar, y por el otro, el de com-partir. Ante la certeza de que una flor se marchitará,existe la posibilidad de pintarla, de crear un mito alre-dedor de ella para que siempre viva en la memoria co-lectiva, para que su olor llegue a las generaciones futu-ras con la misma intensidad que en el presente.

En el capítulo anterior hablé de la posibilidad deanalizar las esperanzas, los «quieros» y los «puedos» con-tenidos en una emoción. Lo mismo sucede con cualquierobra artística. Si pudiéramos sacarle una radiografíaemotiva, nos revelaría cuál fue el estado emocional dela persona que la realizó y, por consecuencia, cuáles eransus deseos, sus miedos, sus conocimientos, las técnicasy utensilios que conocía y su habilidad para convertirtodo un caudal de emociones en imágenes, en soni-dos, o en palabras con la intención de encontrarleun sentido a la salida del sol, de la luna, a la luz delas estrellas, al agua de los ríos, al viento, al rayo.

El deseo de trascender la muerte nos habla al mis-mo tiempo de la inseguridad que se tiene en la vida eter-na. Una persona convencida de que la extinción del cuer-po y la del alma son la misma cosa, buscará a toda costala manera de ser nombrado, de crear una obra que lohaga permanecer en la memoria colectiva, de obtenerfama. De seguir vivo. Tal vez por eso la representacióndel verde nos da tanta tranquilidad, pues uno lo rela-ciona con el florecimiento de la vida. Y quizá por lo mis-

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mo, el hombre equivocadamente encontró en el oro larepresentación de lo duradero, de lo que no se gasta nise transmuta ni se oxida, ni desaparece y empezó a acu-mularlo como una forma de conservar la vida.

Pero en general hay dos grandes corrientes de ar-tistas, la de los que escriben, o pintan o fotografían conla intención de capturar la realidad tal y como es, paraguardar memoria de lo que somos, de lo que nos ha pa-sado, y otro tipo de artistas que interpretan esa reali-dad, que la representan en imágenes o situaciones quemás tarde ponen ante nuestros ojos con la intención deamplificar aspectos de la realidad que no percibimos oque no queremos ver. En ambos casos las obras artís-ticas son las representaciones de un pensamiento,pero también de una emoción. Cada imagen repre-senta un esfuerzo humano para hacer coincidir estadosemotivos del pasado con sensaciones que se reconstru-yen en el presente por medio de la evocación. Cada ima-gen es memoria. Cada parte constitutiva de la imagenrepresenta pedazos de vida pasada concentrados en elpresente. La imagen es nuestra necesidad de recordarpara no olvidar.

Aristóteles, en su Arte Poética, al tratar de explicarracionalmente los mecanismos que permitían al hom-bre construir una creación ficticia de la realidad, expre-sada en forma de imitaciones, distingue claramente tresmaneras en que se puede realizar la mímesis:

1) Imitar un objeto con elementos que son de lamisma naturaleza que los del objeto imitado, porejemplo, cuando se imita el sonido de un pájaro através de un silbido o por medio de un instru-mento musical de viento.

2) Imitar objetos de distinta naturaleza. Porquepodemos imitar de la misma manera y con los

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mismos resultados ya sea a un pájaro, a un bi-sonte o a otro ser humano.

3) Imitar objetos no de manera literal sino dan-do una versión deformada o alterada de ellos.Esto quiere decir que podemos pintar un bisontecon un tamaño más pequeño que el de un hom-bre, o un pájaro con tres ojos.

Cada una de estas formas de imitación correspondecon los mecanismos a través de los cuales los seres hu-manos fueron capaces de desarrollar imágenes.

Por otra parte, Aristóteles nos declara que esa ten-dencia imitativa le permitió al hombre distinguirlos objetos y aprenderlos. Y por medio de la distin-ción tomar conciencia de su propio ser. En ese sen-tido, el fenómeno de transmisión de emociones a travésde signos faciales pudo ser el modelo que sirvió de refe-rencia para producir imitaciones por medio de imáge-nes fuera del cuerpo. No es impropio pensar que el serhumano vivió un proceso de desarrollo que empezó conla expresión muscular de sus emociones, siguió con lanecesidad de manifestar esas mismas experiencias pormedio de imágenes, y terminó con la aparición de unpunto intermedio entre imagen y gesticulaciónemotiva: la palabra.

La expresión de los estados emotivos permitió alhombre primitivo establecer un sistema de comunica-ción eficaz dentro y fuera del grupo. Es probable que ellíder de una tribu expresara su autoridad por medio degestos, que los cazadores anunciaran la cercanía de lapresa a través de una seña con la mano, o que el miedocomún a la oscuridad se manifestara con gruñidos siem-pre idénticos. De la imagen física de la emoción a suexpresión en palabras no habría más que un paso.

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Es obvio pensar que la articulación de palabras fueel resultado del sonido que provocó una emoción, y quea partir de entonces se identificaría con un estado delalma. Y así, las palabras y las imágenes se reprodujerona sí mismas. De cada sonido original que designaría almiedo, por ejemplo, se desprendieron otros sonidos afi-nes para precisar diferentes matices de la percepcióndel temor.

Mientras más avanzada la historia de la humanidadmás lejos quedamos de aquellos impulsos originales quepropiciaron la formación de palabras. Sin embargo, elfondo de una de ellas sigue conectado con la emociónprimigenia que las produjo, a pesar de nuestra necedadracional.

En ese orden de ideas, pronunciar una palabrasigue significando invocar una emoción pretérita,que sigue generando un grado específico de tensiónmuscular en el cuerpo de quien articula esos sonidos.Sólo los grandes poetas han sido capaces de desentra-ñar los misterios ocultos de la raíz emocional de las pa-labras. Porque más allá de las etimologías, la palabraencierra otras voces. ¿Cuánta descarga emocional seproducirá en nuestro ser al pronunciar la palabra paz ola palabra amor? ¿Cuántas y cuáles emociones puededespertar la pura repetición de un poema de san Juande la Cruz, de Dante, o de sor Juana Inés de la Cruz?¿Cuántas emociones diversas puede provocarnos unapalabra de amor susurrada al oído? ¿Cuánta amargurapuede dejarnos una frase hiriente?

De hecho, si nos detuviéramos a considerar el poderinvocador que tienen las palabras, tendríamos que ha-blar forzosamente de la Cábala.

La Cábala, como su nombre indica, era una tradi-ción. Esa tradición se sustentaba en la idea de que Dios

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había transmitido su presencia por medio de un Nom-bre susurrado a los oídos de Moisés. Esa palabra conte-nía la verdad y el sentido de las cosas, era el Dios mis-mo. Siguiendo una tradición secreta, el Sonido aquel fueaprendido sólo por iniciados a través de muchas gene-raciones. Sin embargo, según los postulados de esa tra-dición, el Nombre se perdió y hubo que compensar suausencia con un sistema de búsqueda que mezclaba elpoder de las palabras con el conocimiento de los núme-ros y sus combinaciones secretas: la Cábala.

¿No sería maravilloso que ese Nombre perdido fue-ra la palabra amor? ¿Que lo que pasó fue que Dios, en elmomento de la Creación, experimentó un gran amor yque esa energía quedó impregnada en cada planta, ani-mal o materia orgánica que forma el universo? Si esofuera cierto, tal vez lo que Dios le dijo a Moisés en eloído fue que para sentir la presencia divina bastaba conexperimentar amor. ¿No sería sensacional descubrirque todos estamos dotados de ternura, de esa capaci-dad para dar y recibir amor y que la ejercemos invaria-blemente en el momento de emocionarnos con todo loque vemos, tocamos, oímos o saboreamos? ¿Vivimos tanconfundidos que no nos damos cuenta de que día con díallenamos nuestros pulmones de pedacitos de compren-sión y amor de altísimo nivel?

En fin, explicado de otra manera, el poder de invo-cación que tiene la palabra funciona como los númerostelefónicos. Si queremos entrar en comunicación condeterminadas personas sólo tenemos que marcar la com-binación de números correcta. De la misma manera, unacierta combinación de letras forma una palabra que nosconecta con un mundo de emociones y significados. Casitodas las fórmulas mágicas sostienen la idea de que lascosas en el Universo están sometidas a la determina-

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ción de sus correspondencias. Es decir, que la materiaestá ligada con una realidad espiritual, con un astro,con un metal, con una planta, con uno de los cuatro ele-mentos, con una manifestación angélica y finalmente conDios.

En ese sentido, la palabra es la clave de una co-rrespondencia misteriosa, la llave para abrir lapuerta del mundo de las verdaderas significacio-nes. El conocimiento de las palabras mágicas le permi-te al mago descubrir el poder interior de las cosas. Deahí la importancia de pronunciar correctamente «Abra-cadabra». Si nos equivocamos al deletrearla o nos olvi-damos de una de las letras que forman la palabra, lafórmula mágica no surtirá efecto y la puerta que quere-mos abrir quedará cerrada para siempre. Por eso es in-negable la importancia que tuvo la memoria en las épo-cas históricas en las que el ser humano no dependía dela escritura para fijar sus ideas y conocimientos. Y nosólo me refiero a la etapa primitiva en que el hombre nohabía desarrollado la escritura, sino a esas muchas otrasépocas, que siguen existiendo ahora mismo en muchaspartes del mundo, en que la población no sabía leer niescribir, o que sabiéndolo no lo hacía y que su comunica-ción con el pasado dependía íntegramente de su capaci-dad de memorizar por medio de imágenes los datos trans-mitidos de boca en boca.

Si pensamos en el Renacimiento europeo, por ejem-plo, o en la última etapa de la Edad Media, cuando gran-des grupos dependían de su capacidad de memoria paramanejar datos indispensables en la vida cotidiana, yafueran de orden moral, social o religioso, necesariamen-te tenemos que hablar de los mecanismos y técnicas quese desarrollaron para estimular el «Arte de la Memo-ria». Recordemos, para hablar sólo de dos casos, esos

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fenómenos culturales que representan la necesidadmedieval de recordar: los cantos gregorianos y lascatedrales góticas. Cada uno de ellos, verdadero mo-numento a la memoria, construido a base de imágenes ypalabras.

Conviene aclarar que el ejercicio de la nemotecniano era sólo para aquellos que no sabían leer y escribirsino particularmente para los que requerían conservaruna gran cantidad de datos frescos en la memoria, espe-cialmente para quienes se dedicaban a cultivar las for-mas más elevadas de estudios filosóficos o mágicos.

Casi todas las formas de nemotecnia sugieren que larelación entre la imagen y la memoria es indisolu-ble. Las técnicas invitan a crear espacios imaginariospara colocar ahí secuencias de palabras, de objetos o depersonas. Por ejemplo, dentro de un espacio que vamosa nombrar «rayo», guardamos las palabras perro, María,piano. Una vez que cada uno de ellos ha sido colocadoen ese «espacio» particular, bastará evocar el nombrede «rayo» para que las cosas ahí guardadas, o sea laspalabras perro, María, piano, vengan a nuestra mente yvuelvan a tener presencia efectiva.

De la misma manera se graban eventos en nuestramente. Ejemplo: una tarde lluviosa Pedro conducía unautomóvil por el centro de la ciudad y tuvo un accidentede tráfico en el que perdió la vida su hijo. Esto le ocasio-nó una fuerte depresión. Todo el evento queda amalga-mado dentro del mismo «espacio» en la memoria, demanera que si vuelve a transitar por la misma esquinadel accidente recordará a su hijo, al choque, y automáti-camente la depresión lo acompañará toda la tarde. Opuede ser que vaya conduciendo su automóvil muy lejosdel lugar en el que tuvo el accidente pero empiece a llo-ver: la lluvia bastará para hacerlo entrar en contacto

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con el «espacio» en la memoria y revivir la dramáticaexperiencia.

Volvemos al primer postulado: el ser humano con-vierte en imágenes sus emociones. Desde los códicesmexicanos hasta los emblemas europeos expresan la ideade que cada imagen contiene memorias y, por lo tanto,provoca en nosotros una infinidad de sentidos ocultos,de emociones dormidas.

Una imagen funciona como detonador de emo-ciones sólo si se conecta con el mundo de creenciasde una persona, con la opinión que tenga de sí mis-ma o con su memoria emocional. Por ejemplo, si rela-cionamos el sabor de la leche materna con la vida y conel amor, de grandes buscaremos alimentos que tenganesa misma cantidad de grasas cada vez que necesitemossentirnos amados. Pues el hombre constantemente estábuscando la manera de cambiar para sentirse mejor, ypara ello recurre a lo conocido, a lo ya experimentado, alo que le ha dado buenos resultados.

En conclusión, imágenes y palabras no deben per-der su cualidad de mediadoras entre el presente y elpasado, entre nuestra racionalidad y nuestras emo-ciones. Porque son el vínculo más profundo y estrechoentre lo que sabemos y lo que reconocemos de nosotrosmismos. Porque generan emociones que se convier-ten en nuevas imágenes y palabras. Porque creanmemoria en quienes las ven o las escuchan. Y denosotros depende que cuando nos recuerden lo hagancon alegría o con tristeza. Que las palabras que pro-nunciamos sanen o lastimen.

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III. EMOCIONES QUE SANAN Y EMOCIONES QUEENFERMAN

Dentro del medio científico es aceptado que una per-sona que presencia un asesinato o que sufre una fuerteimpresión de tipo emocional puede quedar ciega o sor-da, pero no que podría sanar con sólo cambiar su patrónde pensamiento.

Se tiene conciencia del daño psicológico que puedeocasionar una discusión familiar, la falta de afecto o unsentimiento de inferioridad, pero no del poder curativoque una frase repetida varias veces al día nos puedeproporcionar. Sin embargo, no podemos negar ni que lospensamientos negativos afectan y causan daños gravesen nuestro organismo ni que una oración pronunciadacon fe a veces logra respuestas milagrosas en los enfer-mos.

Vivimos en un Universo en constante cambio. Mi-nuto a minuto, nacen y mueren estrellas, tormentas, arcoiris, nubes, plantas, animales, seres humanos, pensa-mientos y... emociones. Aceptamos que el viento puedemover una nube de lugar porque lo estamos viendo, pero

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no que un pensamiento o una emoción, como le quieranllamar —porque, como hemos visto anteriormente, ladiferencia entre ambos no es tan lejana como se habíaconsiderado—, crean reacciones físicas y químicasdentro de nuestro organismo. Aceptamos la salidadel sol y de la luna, sabemos de su poder, de su influen-cia, incluso les rendimos tributo, pero no alcanza-mos a comprender lo que nos puede beneficiar elnacimiento de una sonrisa en nuestro corazón.

Sin embargo, ya que todo en el Universo cambia, es-peramos que la tristeza, que la depresión, que el sufri-miento terminen de un momento a otro, que se eclip-sen, que se desvanezcan como nubes empujadas por elviento, sin darnos cuenta de que nosotros mismos so-mos los agentes del cambio. Que la fuerza de una ale-gría puede ahuyentar el dolor o al menos hacerlo másllevadero.

No nos damos cuenta porque la mayor enfermedadde nuestra época es la depresión y el mayor mal la an-gustia. Y su influencia, como negros nubarrones, nosensombrece el alma y el entendimiento.

Ese terrible mal, que aqueja a millones de personas,tiene el poder de encogernos el corazón, pues cuandouno está deprimido, todo el organismo se contrae.Nuestra capacidad de actuar, de pensar, de gozar, sereduce a su mínima expresión. Estarán de acuerdo con-migo en que la vida moderna que se lleva en las grandesciudades en nada colabora para ensanchar nuestro es-píritu. Nos impone en todo momento grandes exigen-cias y agudiza aún más la sensación de ahogo. Diaria-mente hay que luchar a brazo partido por un espacio enel metro, en el estacionamiento, en los restaurantes, enlos cines. Hay que soportar el ruido de los automóviles,de las fábricas, de las radios a todo volumen. Hay que

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llegar al trabajo en medio del tráfico, lo más rápido po-sible y al mismo tiempo que se cuida la cartera, se evi-tan los accidentes, se escapa de los asaltantes, para fi-nalmente cumplir con un horario y poder cobrar un suel-do a fin de mes. Con todo esto, las grandes ciudades sehan convertido en el mejor caldo de cultivo para las ten-siones. Para mantener la tensión muscular de un órga-no o de un músculo se requiere de mucha energía. Po-dríamos decir que cada músculo tenso es, al igual que lagota que cae de un grifo mal cerrado, una fuga constan-te de energía que nos produce cansancio, adormecimien-to, sueño. El estrés, entre otras cosas, ocasiona la con-tracción y el endurecimiento de los órganos internos, ydificulta su funcionamiento. Les pone una camisa defuerza que no los deja trabajar. Al contraerse provocanque la membrana que los cubre se les adhiera totalmen-te y los imposibilite para expulsar el calor y las toxinasque guardan en su interior.

Normalmente, el calor que un órgano produce mien-tras trabaja es expulsado del cuerpo a través del esófa-go. Este largo tubo funciona como la chimenea de unafábrica, dejando salir el aire caliente. A temperaturasbajas, podemos observar claramente la salida de vaporpor nuestra boca mientras hablamos. Ahora imaginenlo que pasa cuando el silencio y la soledad nos obligan amantener la boca cerrada. Cuando aparte de esto, elestrés obliga a nuestra maravillosa maquinaria internaa trabajar a marchas forzadas para cumplir con su laborde purificación, de transformación y de mantenimientode todo nuestro cuerpo. La imagen más apropiada seríala de una olla express a punto de explotar. De hecho,dicen que el corazón de una persona que murió de uninfarto parece como si lo hubieran cocinado.

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Como vemos la simple emisión de un sonido y sucorrecta vocalización nos puede evitar muchosmales. En la antigüedad, los maestros taoístas descu-brieron que ciertos sonidos estaban estrechamente re-lacionados con cada uno de los órganos y que el apren-dizaje de cómo emitirlos era necesario para aliviar ladepresión, la ansiedad o la ira. Es más, en el Tíbet exis-te un monasterio especializado en el diagnóstico y curade enfermedades a través del sonido y los monjes pasantoda una vida aprendiendo a emitir sonidos curativoscon resultados sorprendentes.

Desafortunadamente, no todos tenemos acceso a estetipo de conocimientos y, por lo tanto, estamos expues-tos a sufrir las terribles consecuencias que el estrés oca-siona. El estrés, no sólo impide la liberación natural delcalor producido por los órganos, sino que los obliga atrabajar en condiciones tan adversas que les ocasionaun desgaste prematuro. La única forma de aliviar la ten-sión y evitar el sobre-calentamiento de órganos inter-nos es por medio de la relajación y la mejor manera espor medio de la risa.

Después de una sesión de carcajadas, nuestrocuerpo se relaja. Con la relajación viene la liberaciónde la energía negativa que estaba prisionera dentro denuestro cuerpo. Las glándulas secretan todo tipo de sus-tancias; lágrimas, sudor, saliva. Las energías fluyen ynos proporcionan un estado de armonía. Al reír, nues-tra respiración aumenta y el corazón late más rápido,bombardeando más sangre rica en oxígeno a todo nues-tro organismo. Como resultado, la actividad electroquí-mica del cerebro se incrementa y nos ponemos más alertaque de costumbre. Otro de sus beneficios es que seincrementa nuestra respuesta inmunológica.

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La risa no es sólo una forma de relajarse. Según eldoctor William F. Fry, emérito de la Universidad deStanford, cien risas al día nos proporcionan el mismobeneficio que 10 minutos de ejercicio aeróbico. Ya quecuando uno ríe a carcajadas, los músculos del abdomense tensan de la misma forma que cuando hacemos ejer-cicios abdominales. Los vientres abultados de los buró-cratas son la prueba contundente de que el trabajo querealizan no les causa risa. ¿La razón? Es un trabajo obli-gado, mecánico, mal pagado, impuesto por las estructu-ras sociales. Un trabajo que oprime, que asfixia. Y asícomo un órgano contraído no funciona correctamente,un individuo tenso tampoco. No puede crear, trabajar,ni producir normalmente.

Éste es el motivo por el que los directores de gran-des empresas están contratando a especialistas quehagan reír a sus empleados. Claro que no lo hacenpor buenas gentes sino por mezquinos. Saben que de estamanera sus trabajadores van a rendir más en su trabajoy producirán mayores ganancias económicas. Yo dudomucho que logren buenos resultados porque para queun individuo ría tiene que existir un elemento básico: laconfianza. Uno sólo ríe con miembros de su grupo, no encompañía de un jefe que lo explota.

¡Pero en fin! Volvamos a la risa. Nuestras primerassonrisas son reflejos musculares, pero para el tercer mesde vida ya somos capaces de sonreír al ver una cara co-nocida y tener nuestra primera interacción social ver-dadera. En el pasado se pensaba que los bebés apren-dían a reír al observar la risa de los adultos, pero ahorasabemos que la risa es innata, está programada en nues-tro propio ser. Un científico de la Universidad deChicago causó impacto con los estudios que realizó conniños sordomudos. No podían oír ni hablar, sin embargo

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empezaron a reír al mismo tiempo que los niños que go-zaban de sus cinco sentidos.

A los cinco años de edad, un niño promedio ríe alre-dedor de doscientas cincuenta veces al día. Desafortu-nadamente, al llegar a la adolescencia se le van acaban-do las razones para sonreír y su sentido del humor sola-mente alcanza para quince risas al día, la mayoría delas cuales son demasiado efímeras para ser recordadas.Y mejor ni hablamos de cómo le irá en la edad adulta.

La risa es una poderosa herramienta de comunica-ción e interacción entre las personas y no una simplereacción a un chiste. La risa une. El hecho de que losindividuos que se ríen juntos se sienten parte de un gru-po tiene que ver con la sensación de cercanía, depertenencia, de complicidad que genera el humor.Hay dos formas de hacer reír a otro. Por medio de unaimagen o por medio de la palabra. En cualquiera de lasdos siempre está presente un deseo verdadero de darfelicidad. Este deseo auténtico y generoso modifica deuna forma tajante no sólo el estado de ánimo de un indi-viduo, sino de una colectividad, pues la risa siemprebusca compartirse. Cuando escuchamos reír a otro, escasi imposible no unirnos a él.

En 1963, en lo que ahora es el territorio de Tanzania,hubo una extraña epidemia de risa. Unos niños de pron-to empezaron a reír y sus risas se extendieron a más demil personas. Incluso tuvieron que cerrar las escuelas yse necesitaron dos años y medio para que el fenómenose extinguiera. El Times informó: «Un nuevo mal, a ori-lla del lago Victoria, confunde a los científicos: es unaenfermedad de la risa que produce síntomas que rayanen la histeria.»

Ojalá que este tipo de epidemias fueran más comu-nes pues aliviarían bastante la carga emotiva que arras-

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tramos a cuestas. Los científicos que realizan experi-mentos sobre la tolerancia al dolor, han descubierto quela gente puede soportar mejor el dolor después de unasesión de chistes.

No sólo eso, en los consultorios dentales se utiliza elóxido nitroso, o gas de la risa, para que la gente puedamantener una actitud relajada durante el tratamientodental. Si el paciente logra controlar el temor y la an-siedad su dolor disminuirá. El óxido nitroso no es unanestésico, simplemente tranquiliza.

La práctica de la meditación logra un efecto pareci-do. Relaja, calma, tranquiliza, física y mentalmente. Siuno logra aquietar los pensamientos, automática-mente las emociones se apaciguan y le permiten alcuerpo una total relajación.

Aunque no hay muchas pruebas definitivas de quela risa cure, algunos hospitales, como el Monte Sinaí deNueva York, están utilizando los servicios de los paya-sos para atender a los niños y determinar qué tan efec-tiva es la risa para acelerar el proceso de recuperaciónde una persona.

El doctor Kuhn, psiquiatra de la Universidad deLouisville, está tan convencido de las propiedades cu-rativas de la risa que se convirtió en un comediante pro-fesional para atender a sus pacientes. No le importa loque la gente «seria» piense. Pues el miedo a ser conside-rado una persona boba, frívola y hasta cierto punto irres-ponsable, hace que reprimamos la risa. Y para él, la risay sus beneficios son cosa seria.

Lo más interesante de la risa es que beneficia al quela ejercita aunque sea a través de una risa fingida. Dehecho, dicen que si uno aprende bien la mecánica de larisa podría engañarse para ser feliz. ¿Será? Vale la penaintentarlo. Aunque a mi ver, el ser feliz es un poco más

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complejo. No sólo requiere de un bienestar físico, sinoespiritual.

El ser humano siempre se pregunta ¿me siento bieno me siento mal? ¿Estoy actuando bien o estoy actuandomal?, antes de poder determinar si es feliz o no. Se guíapor sus emociones para juzgar si sus acciones son co-rrectas o equivocadas. Si con ellas obtuvo lo que busca-ba. Si logró que lo quisieran o no. Porque siempre, bajouna alegría o una tristeza está la necesidad de seraceptado, apreciado, amado.

La necesidad de afecto es tan poderosa que es laúnica que en un estado de depresión puede impulsarnosa salir de nuestro encierro en busca de un olor, de unaliento con aroma de consuelo.

Esto que parece tan sencillo resulta de lo más com-plicado para el hombre actual, pues la comunicaciónentre los seres humanos, a pesar de los enormes avan-ces de la tecnología, se ha dificultado enormemente. Engran medida a causa de la misma depresión. Uno quedatan agotado después de un día de trabajo en condicio-nes de tensión extremas que lo único que quiere es dor-mir y olvidarse de los demás. Nadie tiene tiempo, y si lotiene, no lo quiere compartir. Todos defienden su espa-cio. Todos son celosos de su intimidad, de sus conoci-mientos, de sus logros obtenidos en el campo de batalla:la oficina. Parece que la modernidad deja poco tiempopara escucharnos unos a otros, para querernos,para consolarnos, para apapacharnos.

Si en épocas remotas era importante reunirse conlos demás miembros de la tribu para compartir expe-riencias, ahora todo lo contrario. Si antes era importan-te conversar alrededor del fuego, compartir emociones,advertir sobre peligros inminentes de desastre, ahorano. Si dos seres humanos se reúnen para hablar de ne-

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gocios, lo hacen con la única intención de obtener unbeneficio económico. Nunca le confiarían a su competi-dor la amenaza de una baja en la bolsa de valores. Sereservarían la información para beneficio personal, paraacrecentar su capital, pues están convencidos de quepara sobrevivir es necesario un fuerte respaldoeconómico. Como si la posesión del oro les fuera a ga-rantizar la inmortalidad. Como si la bolsa de valoresfuera lo más importante en el mundo.

Cuando veo todo esto, me pregunto qué tanto hemosevolucionado. Qué tanto hemos avanzado. ¿Iremos porbuen camino? El hombre primitivo sabía que iba bien silograba mantener la vida de las plantas que lo alimen-taban, si lograba vencer a la enfermedad, si lograba unabuena caza, si nacían niños sanos y había comida paraalimentarlos, si descubría la forma de prevenir desas-tres, la forma de predecir los eclipses, la forma de mejo-rar la siembra, de vivir mejor.

El hombre moderno, a pesar de contar con una tec-nología avanzada y con adelantos científicos en el cam-po de la medicina, la agricultura y la ganadería, se sien-te cada día más confundido y más inseguro. Ya no sabesi va bien o va mal. Él cree que va bien si gana más quelos demás. ¿Será?

Al hombre primitivo le bastaba ver un campo verde,floreciendo, para saber que iba bien. El hombre moder-no, encerrado en su oficina de concreto, sin ver la luzdel sol, sin enterarse del estado del campo, supone queestá bien porque sus acciones de la bolsa subieron y tie-ne dinero para comer, para vestirse, para viajar y parapagar el hospital en caso de enfermedad, pero sobre todopara pagar sus sesiones con el psicoanalista, pues deotra manera nadie lo escucharía. Todos están muy ocu-pados en producir y en consumir. El hombre ha perdi-�

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do el sentido de la vida y se encuentra más solo quenunca.

Como soy una romántica empedernida, yo achacabatodos estos males a la «modernidad», pero el otro díadescubrí un poema egipcio del siglo VII a.C. que modifi-có mi percepción del problema y quise seleccionar algu-nos versos para ustedes:

¿A quién hablaré hoy?Los hermanos son malos.No es posible querer a los amigos de hoy.¿A quién hablaré hoy?Reina la avaricia.Todos se apropian de los bienes ajenos.¿A quién hablaré hoy?El desgraciado se consuela con el desgraciado,porque el hermano se ha convertido en enemigo.¿A quién hablaré hoy?No hay nadie en quién confiar.Y los amigos nos tratan como a desconocidos.¿A quién hablaré hoy?El pecado, la plaga del país,no tiene fin.

La lectura de este texto de seguro les provocó dosemociones. La compasión y la tristeza. A pesar de losmiles de años que nos separan del poeta que escribióestos versos, podemos compartir su dolor, su des-ilusión, su desolación. Podemos reconocer la emo-ción que lo movió a la escritura porque la hemos vivi-do en carne propia, porque se parece a la nuestra. Com-prendemos su sufrimiento y nos sumamos a él. En estesentido, el poema crea una unión. Pero por el otro lado,tomamos conciencia de que vivimos dentro de una so-ciedad depredadora, que hiere, que mata, que lastima, y

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a la cual no queremos pertenecer. En ese sentido, el poe-ma nos separa de los demás. El alejamiento nos podríallevar a levantar un muro de protección. A meternos bajolas sábanas y negarnos a pronunciar palabra. En el fon-do, lo que anhelaríamos es poder regresar al vientrematerno. A ese momento cuando nada nos preocupaba,cuando no teníamos que enfrentar ningún problema.Cuando éramos felices.

Los jóvenes deben de saber perfectamente a qué merefiero. Cada día observo la facilidad con que se conta-gian unos a otros el mal de la depresión. ¡Y cómo no vana estarlo! Ellos tienen acceso al mundo de internet, delas computadoras, de la información y se enteran en se-gundos de todo lo que pasa en el mundo Sólo les bastauna tarde viendo noticias para darse cuenta delnegro futuro que les espera. Para ellos, la sensaciónde que vamos mal como sociedad debe ser muy obvia.Saben que el mundo que les estamos dejando está con-taminado, lleno de bolsas de plástico y de desechos quí-micos. Un mundo que sufre tremendos cambios climato-lógicos y constantes desastres ecológicos. Un mundo enconflicto y bajo la amenaza constante de una guerra nu-clear. Ante esto, ¿qué pueden hacer? Nada. La imposi-bilidad de enfrentar el problema, ya no se diga solucio-narlo, les deja como única salida la huida. La mejor for-ma de evasión es el consumo de drogas y el alcoholismo.De esta manera disfrazan su dolor y procuran estímu-los que les hagan sentirse vivos.

Por supuesto que hay más opciones, ¿pero cómo lasvan a ver si están deprimidos? ¿Si tienen las alas que-bradas? Creo que si de veras queremos salvar a este pla-neta debemos empezar por mejorar el estado emocio-nal de todos los que lo habitamos. Lo revolucionariosería eso. Sacar a todo el mundo de la depresión.

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Organizar cruzadas amorosas que repartieran besos,risas, cantos, bailes. Y después de hacer el amor podría-mos encontrar una mejor forma de solucionar los pro-blemas sociales y económicos que nos aquejan. «Lo queel mundo necesita es amor» sigue estando vigente.

Los beneficios que se obtienen después de hacer elamor son amplios. Aparte de llegar a sentir una totalrelajación mental y física, en situaciones ideales, el or-gasmo nos puede llevar a experimentar estados altera-dos de conciencia. Y aun la más pobre de las experien-cias sexuales nos proporciona placer, eleva nuestraautoestima, y nos sirve para reforzar valores básicoscomo la confianza en los otros seres humanos, con laventaja adicional de que quemamos calorías.

Pero mientras la utopía llega, tenemos que enfren-tar la depresión como podamos. Una forma más o me-nos saludable es por medio del fenómeno de la identifi-cación, que consiste en hacer propios los anhelos, lasesperanzas y los deseos de otro. Me refiero a ir al cine aver una película, pues las imágenes tienen el poder deemocionarnos sin importar que sean falsas o verdade-ras. Como prueba tenemos lo que sucede cuando soña-mos. Sabemos que estamos teniendo una pesadilla y sinembargo nos despertamos con sudor en la frente, la res-piración agitada y el ritmo del corazón acelerado.

Así que resulta muy reconfortante que alguien lu-che y gane por nosotros. Que nos ponga a circular laadrenalina. Que nos haga sentir que vencimos un peli-gro. Que nos coloque en una posición de superioridaddesde la cual podamos reírnos del jefe, de la suegra, delvecino. Que nos haga creer que salvamos al planeta, queamamos nueve semanas y media, que acabamos con losmalos, que derrotamos al demonio, que aplastamos almuñeco asesino. Tal vez de ahí venga el éxito que

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tienen las películas de acción. Nos proporcionanemociones que no encontramos en nuestra vidadiaria. Desafortunadamente, algunos productores sinescrúpulos han sacado provecho de esta situación parainundar el mercado de películas donde abundan las ex-plosiones, los efectos especiales y todo tipo de violen-cia. Con el agregado de que en estas cintas se manejacomo único valor el dinero, y los héroes que aparecenen ellas son capaces de matar hasta a su abuela con talde obtener un saco de oro.

¿Que otra alternativa tenemos? Asistir a las salasdonde se presentan películas no comerciales. Pero ¿quétipo de películas vamos a encontrar ahí? Películas degran calidad artística. Donde no hay efectos especialespero donde los protagonistas casi nunca salen vencedo-res. Donde la corrupción, la violencia y el crimen, al igualque en la vida cotidiana, son más fuertes que ellos. Don-de los problemas políticos o económicos son inamovi-bles. Donde los finales felices no existen pues se les con-sidera enajenantes y que van en contra de la realidad.

No sólo eso, en mi experiencia personal como juradoen diversos festivales de cine, me he topado con cineas-tas y críticos que por sistema descalifican toda películaque incluya emotividad e imágenes bellas. Por ejemplo,el que un paisaje sea agradable es razón suficiente paraeliminarlo de la premiación. En su lugar, se consideralas películas que posean un contenido «intelectual», lamayor parte de las veces inaccesible a las masas y pordemás aburrido. Todo esto contribuye a que los realiza-dores sientan que si su película es comprendida por elgran público, si le hace reír, o llorar, no es buena. Comosi fuera un pecado tocar la emoción y hablar del amor.Incluso existe el orgullo de decir: mi película sí es dearte, no es «bonita», no es predecible, no tiene final fe-

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liz, no es para las masas, no es light, pero sobre todo, noes emotiva.

Aquí está uno de los más grandes problemas. Por unlado, la gente que acude al cine lo hace para sentirsebien. Por otro lado, los realizadores buscan sentirse biencon lo que hacen. Unos quieren salir de la depresión yotros, el reconocimiento de la crítica. Los que salen ven-cedores son los productores de películas comercialesque ganan mucho dinero proporcionando al públi-co películas que los «emocionan» pero cargadasde emotividad negativa, provocando que los especta-dores se contagien de esa actitud e influyan en el climaya de por sí agresivo que rodea el ambiente. Bajo la pre-misa de estar dando al público lo que quiere, los pro-ductores hacen su agosto. Con lo que cuesta explotar unedificio de veinte piso o diez naves espaciales se podríaalimentar a miles de niños por un año. Y yo me pregun-to, ¿el público realmente quiere ver ese tipo de pelícu-las? No. Lo que quiere es olvidarse por un momentode su angustia. Porque la angustia duele, molesta, en-ferma. Lo mismo que la ira, la envidia, el temor.

Podemos distinguir dos tipos de emociones, las ne-gativas y las positivas. Las negativas nos tensan, obs-taculizan el flujo de la energía, debilitan, entorpecen elfuncionamiento de los órganos, dificultan la asimilaciónde ideas, interfieren en la transmisión de información deuna célula a otra. Las positivas, por el contrario, nos re-lajan, liberan energía, refuerzan el sistema inmunológico,propician la transmisión de información entre células,permiten que fluya la energía, nos ponen más alertas yagudizan nuestra capacidad de aprendizaje.

Entre las negativas podemos resaltar el odio, la ira,la tristeza, el temor. Entre las positivas, la compasión,el amor, la alegría, la admiración.

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¿Qué es lo que determina que una persona se conta-gie de una emoción y no de otra? Su mundo de creen-cias. Por ejemplo, para que nos emocione una ceremo-nia religiosa tenemos que creer en Dios. Para que lapelícula El exorcista nos atemorice tenemos que creeren la posibilidad de que el demonio nos posea. Lo mis-mo pasa cuando vemos venir a un perro rabioso. Nos damiedo porque sabemos que la rabia es una enfermedadmortal. Y nos enteramos no necesariamente por habervisto morir a alguien infectado por esa terrible enfer-medad sino porque un ser querido se encargó de decír-noslo. Es muy bello pensar que atrás del miedo que nosproduce un perro rabioso se esconde el deseo de alguienque no quería que muriéramos de esa manera. Atrás deesa emoción, pues, no sólo está presente un pensamien-to, sino un deseo auténtico de brindarnos protección.De compartir una experiencia. De permanecer anuestro lado de alguna manera. Algunos filósofos defi-nen al amor como la voluntad que tiene el amante deunirse a la cosa amada. Esta voluntad se hace presentecuando compartimos una rosa, un poema, una tarde llu-viosa, un rizo de cabello, unas codornices en pétalos derosa con la persona que amamos.

¿Qué pasaría si creyéramos en el amor? Y lo digoverdaderamente. Si estuviéramos convencidos de queel amor nos va a salvar como especie. Que de ahora enadelante va a estar por encima de la avaricia y del egoís-mo. Por encima de las decisiones del Fondo MonetarioInternacional y las de cualquier gobierno. Si con estafrase les arranqué una sonrisa me doy por bien servida.No importa. Tal vez ése es el primer paso para empezara cambiar al mundo. Sonreír. Quizá si empezáramos aconsiderar la risa como la gran panacea, modificaría-mos positivamente nuestro futuro. Bueno, para aque-

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llos que son como santo Tomás, los invito a comprobarlos beneficios que les puede ocasionar una sonrisa. Sólotienen que tomar dos trozos de cartón. En uno van adibujar una carita sonriente y en otro una enojada. Des-pués se consiguen una persona dispuesta a realizar unexperimento científico con ustedes. Lo primero que de-ben cuidar es que sus manos estén libres de anillos, re-lojes o pulseras para que los resultados sean óptimos.Luego, le van a pedir que, con su mano izquierda, pre-sione contra el esternón uno de los cartones. Por su-puesto que esta persona no debe saber cuál de ellos estásosteniendo. En seguida le van a pedir que levante subrazo derecho sin doblar el codo hasta la altura del hom-bro, con el puño cerrado. Cuando esté listo, ustedes vana ejercer presión sobre el brazo para tratar de bajarlo yél tiene que resistirse. No se trata de que le rompan elbrazo. La fuerza que van a ejercer debe ser firme perosólo para ver el tipo de energía que el sujeto de estudioposee. Primero lo van a hacer con uno de los cartones yluego con el otro. Lo que pretendo es que compruebenque la carita sonriente le va a elevar la energía y la cari-ta enojada se la va a disminuir. Si el experimento no lesfunciona pues ríanse de mí un rato. Su organismo se lova a agradecer.

IV. LITERATURA Y CINE QUE SANAN. LITERATURAY CINE QUE ENFERMAN

Dependiendo del tipo de emoción que nos produz-can, es posible hablar de una literatura que sana y otraque enferma. Una que libera energías atrapadas ennuestro interior a causa de la tensión y otra quelas aumenta para transformarlas en angustia.

Hemos venido analizando cómo el mundo de «civili-zación» y «progreso» en el que vivimos ha hecho a unlado las emociones. Esto es comprensible dado que si auna persona le interesara, le doliera y le lastimara loque le pasa a los indigentes con los que se cruza directa-mente en su camino al trabajo, no podría funcionar co-rrectamente dentro de un sistema basado en la compe-tencia y el egoísmo.

¿A qué gobierno le puede interesar que un sol-dado sienta compasión por el enemigo al que tieneque aniquilar? ¿Que piense en el dolor que va a provo-car en la esposa y los hijos de ese hombre al momentode matarlo? O ¿a qué inversionista le agradaría que unaanciana se negara a vender una casa ubicada en un área

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altamente comercial porque en ella nacieron sus hijos ysus nietos? ¿O a qué Casa de Bolsa le puede importartener como cliente a un millonario dispuesto a repartirsu dinero entre los pobres? ¿A quién importan los ríos,las casas, los árboles, los monumentos históricos, los cam-pesinos, los pobres cuando está de por medio el desa-rrollo económico? ¿Cuál es el valor que tienen en elmercado las emociones? Ninguno. Y tal parece que amuchos les encantaría acabar de plano con ellas paraque no interfieran en sus proyectos de desarrollo.

Pero a las emociones no se les puede vender tanfácilmente. Nadie las puede abolir. Podemos, a lo mu-cho, cubrirlas con una manta de indiferencia y no pres-tarles atención, pero que nos siguen afectando por den-tro, no hay duda.

Otra forma de apagarlas es modificando nuestra es-cala de valores, nuestros patrones de pensamiento, demanera que, por ejemplo, lleguemos a la convicción deque la competencia es una actitud «sana». Si en algúnmomento de la historia del hombre, la solidaridad fueindispensable para la supervivencia, ahora se trata desobrevivir haciendo a un lado la solidaridad.

Veamos qué tan «sano» es esto. Dentro del mundode la competencia, de entrada, es indispensable demos-trar que uno «sabe», que «puede» y que «es mejor» quelos demás. Y la forma de lograrlo es anulando ydevaluando los logros del de junto. De esta manera, au-tomáticamente nos colocamos en una posición de supe-rioridad. Por supuesto, este acto exige una desconexiónemotiva de nuestro compañero de trabajo.

Esta práctica nociva que las empresas fomentan seconvierte en una fuente constante de tensión laboral queafecta significativamente, en la salud de los empleados.Técnicamente hablando, el estrés es una respuesta

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mental y física a una situación adversa que movili-za nuestros mecanismos de defensa: el mecanismode enfrentar o huir. Desafortunadamente, no siemprepodemos actuar ante lo que sentimos o percibimos comouna amenaza contra nuestra integridad. Nadie tiene elpoder de cerrar una Planta Nuclear, ni detener una gue-rra, ni cerrar una fábrica de armamento, ni siquiera tie-ne la posibilidad de renunciar a un trabajo donde se lehumille constantemente, pues éste significa su sosténeconómico. Para sobrevivir, lo único que puede intentares tratar de no involucrarse emotivamente. Pero esteproceso de aislamiento resulta altamente doloroso.

Encuentro que lo más apropiado para expresar loque es la desconexión es el momento en que nacemos ynos cortan el cordón umbilical. ¡Qué soledad sentimos!¡Qué sensación de no sentir quienes somos! Antes éra-mos un todo formado por dos. Ahora nos falta una par-te, la de la madre. ¿Dónde está? Toda esa angustia antela vida se desvanece por arte de magia cuando somosabrazados nuevamente por nuestra madre y escuchamosel latido de su corazón. Es un ritmo conocido, que nosconecta con ella, que nos recuerda nuestro origen, quenos da paz. En ese momento sabemos que no estamossolos, que alguien nos ama, que alguien nos cuida.

Si analizamos a profundidad la sensación de sentir-nos desconectados, podríamos ir más allá de la razón,más allá de lo que nuestros ojos pueden ver, nuestrosoídos oír y nuestras manos tocar. Podríamos llegar has-ta el lugar que abandonamos al nacer. ¿Cuál es? ¿Dóndeestá? Ése es un misterio con el que nos enfrentaremosel día de nuestra muerte, cuando retornemos al lugarde origen. Mientras tanto, no podemos evitar sentirnosdesconectados, abandonados, solos y como nuestros sen-tidos no nos alcanzan para percibir otras realidades,

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buscamos desesperadamente la forma de mantener elcontacto con nuestra patria celestial para poder sen-tirnos hijos amados del universo. Porque muy peromuy en el fondo, intuimos que nuestra madre actuó úni-camente como intermediaria para que nuestra alma seinstalara en nuestro cuerpo y nuestro cuerpo en la tie-rra, pero no fue ella quien le dio vida a nuestra alma.Fue alguien más en otro sitio y debe de haber un puentede conexión entre este mundo y el otro. Sólo las perso-nas que amplían su conciencia lo suficiente son capacesde entrar en contacto con esos mundos y descubrir queno estamos tan solos como creemos.

Pero los que no podemos, seguimos buscando la for-ma de establecer contacto. Así como en el ombligo nosqueda la marca de que alguna vez estuvimos en el vien-tre de nuestra madre, debe de haber un signo que nosmuestre de dónde venimos, quiénes son nuestro padrey nuestra madre celestiales. ¿Por qué no sentimos elsonido de su corazón? ¿Por qué no sentimos su abrazo?¿Por qué no acuden a nuestro llamado?

Tal vez por eso, cuando uno grita y la soledad le haceeco, cuando se siente aislado, cuando no encuentra sen-tido a la vida, siente una urgencia por encontrar un so-nido, un ritmo, una palabra que lo conecten nuevamen-te a ella. Que le hagan sentirse acompañado y seguro.

La palabra, en su carácter de invocación, vincula,une, establece puentes en la memoria.

Si nos atenemos a lo que algunos estudiosos han ex-presado, se puede decir que la primera forma de mani-festación de la literatura fue rítmica. Allí están comoprueba los versos que expresan en distintas culturas, laregularidad del ritmo de las siembras, o la ira de losdioses, expresada en la métrica regular de las danzassagradas.

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Posteriormente surgió la necesidad de narrar acon-tecimientos de la vida cotidiana, alejados de los esque-mas métricos y surgieron las formas narrativas. Se tra-taba de estructuras flexibles, que permitieron una lon-gitud mayor y la creación de grandes ficciones imagina-das. Éstas eran formas más cercanas a nosotros que lasde los mitos antiguos, pero eran igualmente profundasy universales. Así, la literatura seguía cumpliendosu función de relacionar al hombre con sus propiossonidos, es decir, la de conectarlo con la vida.

En este sentido, la literatura ponía al ser humanoen comunicación con sus más elementales referenciasde la realidad y lo ayudaba a confrontar sus propiasimperfecciones y deseos, revelándole un mundo de vo-ces ambiguas venidas de lo más profundo de la concien-cia colectiva. Ante una palabra o concepto que el hom-bre reconocía en un texto sentía lo mismo que cuandoencontraba a un amigo conocido y se abrazaba a él.

En la mitología, por ejemplo, el hombre encontró laforma ideal para reconocerse en otro al crear una formasimbólica compleja que representa por medio de imáge-nes las manifestaciones más esenciales del ser humano.Para comprobarlo, basta recordar los estudios de KarlJung. La literatura desprendida de la mitología se con-vierte en un espejo donde todos nos podemos reconocer.

De la misma manera que los personajes de la mito-logía nos representan, hay palabras que encierran en suinterior la manifestación más importante y suprema quepuede haber: la de la divinidad. Estas palabras son losmantras o las oraciones.

El poder de una palabra sagrada es muy amplio ytrasciende la burda materia. Ojalá que en el nuevomilenio la ciencia se encargue de demostrar que la pro-nunciación y repetición, ya sea de un mantra o de una

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oración, en un estado de relajación o meditación, nosabre la puerta a un universo desconocido. Nos lleva másallá del pensamiento, del sufrimiento, del abandono,pues nos hace uno con la energía suprema. Aquella queestá presente en cada partícula de este universo y quenos es común a todos los seres humanos. Este vínculocolectivo es muy poderoso. Nos integra a todos por igualy nos hace sentir parte de cada árbol, de cada piedra, decada estrella, de cada ser humano, pues en todos ellos,al igual que en nosotros, vibra una misma energía, unamisma palabra. Ya un santo en la India dijo: «Cuando elnombre de Dios está en tu lengua, la liberación está entu mano.»

Hace poco, dentro de un laboratorio, se realizó unexperimento poco usual. Se les rezaba a las bacteriaspara comprobar si la oración tenía efectos reales sobrela materia o sus efectos eran producto de la fe. Las bac-terias no piensan, no creen en Dios y por lo tanto no sonmaterial influenciable. Para sorpresa de los investiga-dores, las bacterias reaccionaron positivamente a lasoraciones, pero no de una forma realmente «comproba-ble» para la ciencia. Ninguna revista médica ha publica-do los resultados del estudio.

Por otro lado, hace años el libro de Luise Hay Túpuedes Sanar Tu vida, causó una revolución. Yo mis-ma, les puedo asegurar que sané de varias enfer-medades repitiendo frases que vienen en su libro.Ella sostiene que la mayoría de las enfermedades soncausadas por un patrón de pensamiento negativo. Loúnico que tenemos que hacer es modificar ese patrón depensamiento para recuperar la salud. Ella, en sus añosde experiencia como terapeuta, identificó la emociónescondida atrás de cada enfermedad y diseñó la fraseadecuada para contrarrestarla. Si analizamos las frases

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que tenemos que repetir para recuperar la salud nosvamos a encontrar que la mayoría contienen las pala-bras: seguridad, amor, aceptación, perdón. Precisamen-te las palabras mágicas que la sociedad en la que vivi-mos nos niega.

Sería sensacional que todos los seres humanos tu-viéramos conciencia de que las palabras nos pueden sa-nar o enfermar, que una palabra de amor genera una olaque acaricia a millones de personas. Que une, que vin-cula, que libera energía.

¿Pero qué pasa cuando la palabra pierde ese carác-ter? ¿Cuando en lugar de unión crea confrontación?Cuando es utilizada para difamar, para insultar, paramanipular. Cuando no refleja la realidad ni respalda laverdad. Cuando la palabra «libertad» significa esclavi-tud. Cuando se habla de «democracia» mientras se im-pone una dictadura. Cuando se nos ofrece ayuda para ladefensa de nuestra soberanía y sabemos que vamos aacabar perdiendo hasta la camisa. En esos casos, la pa-labra es como un son que nadie baila porque su ritmo esirreconocible. El son de la razón sin corazón.

Hubo un tiempo en que empeñar la palabra era unacto respetable. El honor iba de por medio. Uno podíaconfiar totalmente en lo ofrecido por un caballero puessabía que pasara lo que pasara cumpliría con lo prome-tido.

En cambio, ahora, en boca de algunos mediosde comunicación y la mayoría de los políticos, laspalabras no siempre expresan la realidad sino todolo contrario. No cumplen con su misión de informar.La herencia de Cantinflas se respira en los discursos delos políticos. Hablan sin hablar. Dicen sin decir. Uti-lizan palabras ambiguas para engañar, para confundir-nos y obtener nuestro voto. Eso es lo único que les inte-

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resa. Por su parte, muchos medios de comunicación nocomunican. Se interesan por las noticias sensacionalis-tas, de corte amarillista, porque son las que más ven-den. La prioridad es encarecer la publicidad en la tele-visión, atraer patrocinadores importantes, aumentar laventa de periódicos o revistas. Lo que importa es la no-ticia y no la verdad. La palabra en estos casos es comoun veneno de efecto prolongado.

Por eso soy muy cauta cuando leo los periódicos. Nosólo por la cantidad enorme de mentiras que aparecenpublicadas, incluyendo declaraciones mías que nunca hehecho, sino por la cantidad de verdades tan serias y pre-ocupantes de lo que sucede en el mundo. Y así como unmúsculo tenso representa una fuga constante de ener-gía, una mente obsesionada quema gran cantidad de glu-cosa. Si generalmente el cerebro utiliza el 20 por cientode la energía metabólica de nuestro cuerpo, imaginenlo que pasa cuando trabaja horas extras pensando encómo detener las guerras fratricidas, cómo proteger alos niños de la calle, cómo ayudar a las víctimas de te-rremotos, inundaciones o el narcotráfico. A veces el ex-ceso de información puede resultar contraproducente,pues nos deprime con las terribles consecuencias queesto acarrea.

El miedo entra por los ojos. Ellos son los que nosadvierten cuando el peligro acecha y nos informan cuan-do cesa. Los noticieros y los periódicos nos inundan deimágenes terroríficas que nos llenan el corazón detemor. Para contrarrestarlo, bastaría ver la imagen deun campo verde. Al verde se le asocia con la esperanza ycon todo lo que potencialmente contiene formas de vida,con el renacer de las plantas, con la acción renovadorade la naturaleza. Frente al verde nadie puede renun-ciar a un sentimiento de bienestar y paz, de ahí que toda

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terapia que use los colores ha de buscar el verde comoelemento esencial para recuperar la salud del espíritu.No es gratuito que muchas culturas del mundo, inclu-yendo la azteca, hayan asignado al verde la cualidad dela curación y la salud. Si la imagen de un campo verdese deja acompañar de un cielo azul, libre de smog, y deanuncios comerciales, contamos con el bálsamo idealpara el alma.

Como este tipo de medicamento no se encuentra fá-cilmente en estado natural, uno acude al cine en bús-queda de imágenes que le hagan sentirse mejor. Se aco-moda tranquilamente en la butaca y se dispone a gozarde una buena película. ¿Y qué pasa? Que la mayoría delas veces, en lugar de salir tranquilizado uno sale muyempeorado, emocionalmente hablando. Independiente-mente de lo que nos pueda alterar el contenido de lacinta, no sé si lo han notado, pero cada día aumentanmás el sonido en las escenas de suspenso, o de persecu-ciones. Obviamente lo hacen con el propósito de inten-sificar el miedo y la angustia, ¡y vaya que lo logran! Nosé qué es peor, si el miedo a que los tímpanos se revien-ten o a lo que le puede suceder al protagonista de lapelícula. O las dos cosas. El caso es que la música dise-ñada para acompañar las escenas de suspenso nos ponelos nervios de punta. Técnicamente hablando, el sus-penso es la duda que tiene el espectador sobre si el hé-roe va a lograr o no sus propósitos. Nosotros, los espec-tadores, como estamos identificados con él, queremosque triunfe a toda costa, pues su triunfo representa elnuestro y, entonces, sufrimos en carne propia cada unode los percances que sufre. No lo sentimos, pero cadagolpiza que recibe, cada huida que realiza, cada accidenteque sufre nos afectan en el funcionamiento del hígado ydel corazón dependiendo del grado de angustia que nos

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despierten. Se dice que poco veneno no mata, pero quedaña, daña. Cada imagen, cada sonido, cada palabra queentran en nuestra mente nos afectan. En ese sentido,una ida al cine puede resultar dañina.

Sería importante que los creadores estuvieran muyconscientes de las repercusiones que pueden tener laspalabras y las imágenes que estamos manejando. Todasellas generan emociones que afectan de forma sustan-cial ya sea a nuestros lectores o a nuestros espectado-res. En ese sentido, se puede hablar de que existe unaresponsabilidad del creador. Estamos manejandomaterial altamente sensible. Tal vez en el futuro a loslibros y a las películas se los acompañará de la leyenda«este producto puede resultar nocivo para su salud».Mientras tanto dependemos de nuestro buen juicio paraelegir el tipo de libro, de periódico, de noticiero o depelícula que vemos, pues tienen un carácter invocador.Cada imagen, cada frase dicha establecen un puente enla memoria y nos conectan con nuestro origen.

¿Y qué pasa cuando la labor del escritor deja de serla de mediador y tiende a convertirse en la de «desco-nectador». Cuando a la vocación narrativa se impone lanecesidad de demostrar que se es más inteligente quelos demás. Cuando lo que al escritor le interesa esreafirmar su superioridad intelectual, la literatu-ra se convierte en un lenguaje más del poder. Estetipo de escritura está hecha para «sorprendernos», paradejarnos fuera de un juego de entendidos que permitecolocar al autor entre un grupo selecto de exquisitos quecomparten sus «combinaciones» privadas, que sólo ellosentienden y que terminan por matar la vitalidad del fe-nómeno artístico que provee la literatura. Dicho en otraspalabras, ellos piensan que para que una obra artísticasea importante, debe apelar exclusivamente a la razón

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y debe de estar lejos de la comprensión de las grandesmayorías, pues si ellas la comprendieran estarían en elmismo nivel intelectual del creador y en el mundo de lacompetencia esto es inaceptable. Esta actitud genera unfenómeno que yo llamo el del «nuevo traje del empera-dor». ¿Recuerdan el cuento? Un rey muy soberbio, conpoder absoluto, manda hacer un traje para una ocasiónmuy especial. Traen a un sastre famoso que resulta serun gran pillo que lo engaña presentándole una tela ma-ravillosa y, por supuesto, carísima, que no existe. El reyno la ve, pero el sastre embaucador le dice que sólo losinteligentes pueden verla. Nadie más. El rey cae en latrampa y afirma que la tela es efectivamente preciosa ytodos en el reino, con tal de no quedar como tontos, seasombran ante la tela invisible. Valga este ejemplo parailustrar lo que el tipo de literatura sólo para intelectua-les puede provocar. En el fondo del fenómeno necesa-riamente está el egoísmo del creador. Y no me refiero auna posible necesidad económica o a un deseo de pro-greso profesional o de fama, cada una de estas cuestio-nes serían un mal menor si no tuvieran como fondo unaintención depredadora.

Estoy hablando de un tipo de literatura provocadapor una actitud insana y emocionalmente negativa, queprovoca en los lectores agobio y desesperación. No es-toy hablando de una literatura «inmoral», sino deuna «inmoralidad» al escribir una literatura exclu-yente, que deja al ser humano fuera del alcance de símismo y que sólo se compromete con el propio benefi-cio, material o inmaterial, de quien la escribe. El escri-tor no comprometido produce una literatura que opri-me a los lectores.

Si consideramos lo que Elena Garro dijo en Recuer-dos del porvenir: «Yo sólo soy memoria», ¿qué pasa con

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el lector que no se reconoce en la lectura? Con ese serque buscó en el libro una conexión y que siente que laspalabras de ese libro no fueron escritas para él, que na-die lo tomó en cuenta, que, es más, se le desprecia tre-mendamente y no se le considera capaz de ocupar unsitio dentro de los intelectuales que habitan el Olimpo?¿Aquel que acudió en busca de un abrazo y encon-tró todo lo contrario?

Pues se deprime aún más.Todo el mundo busca mejorar y sentirse bien con lo

que hace. No hay forma de sentirse mejor que cuando esamado, apreciado, valorado. Los escritores, al igual quelos cineastas, buscan que su literatura sea apreciada,pero como los valores que rigen la crítica son los mera-mente racionales, escriben de forma que salga a la luztodo su caudal de conocimientos. Por otro lado, la gentebusca sentirse bien encontrando una conexión con sumemoria, con su origen, y si no encuentra ninguna rela-ción con determinado libro, lo rechaza. A pesar de quedesde un inicio al escritor no le interesaron los lectoressino los críticos, al no ser apreciado por el público sesiente rechazado y, a su vez, rechaza y trata de devaluara los escritores que sí son bien recibidos por los lecto-res. Es un juego interminable de «si me rechazas, te re-chazo», del que todos los involucrados salimos perjudi-cados.

Sobre todo porque nuestra búsqueda se ve frustra-da, porque en lugar de obtener bienestar acumulamostensión y todo nuestro organismo se contrae. Como yahemos visto, el medicamento correcto para combatir ladepresión sería una buena dosis de humor.

La comedia, desde mi punto de vista, es una de lasformas de creación más comprometidas. Para hacerlabien se necesita tener un enorme sentido de autentici-

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dad y un gran conocimiento del ser humano. YaAristóteles en su Arte Poética, les dio tanto a la comediacomo a la tragedia el mismo valor de la verdad y conoci-miento. Sólo en algunos momentos de la historia, comonos lo recuerda Umberto Eco en El Nombre de la Rosa,se ha intentado negar a la comedia como generadora deconocimiento y se le ha querido destruir por medio deldesprecio y la descalificación. En general, es la estruc-tura de poder la que niega la risa y la considera in-digna de ocupar un lugar dentro de las obras «serias»,dentro de las creaciones intelectualmente «aceptadas yvaliosas». Como el mismo Eco nos hace notar, el poderno se ríe, o sólo lo hace con una mueca falsa, por-que la risa es la expresión más auténtica de liber-tad.

Y si de risa hablamos, cuánto más podríamos decirdel llanto. La literatura que excluye, nunca se permiti-ría acercarse al sentimiento y a la emoción verdaderos.Por eso desprecian la importancia del melodrama.

De un tiempo a esta parte, o tal vez desde su mismoorigen, ha existido una fuerte oposición a los mecanis-mos emocionales que despierta el melodrama. Se lesmira con sospecha, con recelo y con desprecio. Se lesconsidera resortes fáciles de una emotividad barata yse reduce su uso y costumbre a escritos faltos de «serie-dad» e insuficientemente «intelectuales».

Es necesario que recordemos que el melodrama esuno de los géneros más poderosos en cuanto a su capa-cidad de influencia y penetración en la sensibilidad delos seres humanos. Es el medio más eficaz para pene-trar en nuestro interior y destruir las barreras que eltemor racional impone. Es una forma perfecta para acer-carnos a nosotros mismos y para preocuparnos por losdemás.

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En general, los lectores que han salido huyendo delos libros «incomprensibles e incomprensivos» buscaránen el melodrama la posibilidad de contacto con un per-sonaje que les permita identificarse sentimental yemocionalmente. Si la manera «racional» e insensible deexperimentar la realidad le impide al hombre identifi-carse con lo que les ocurre a los otros, los géneros lite-rarios y cinematográficos que recurren a las emocionescomo base de sus estructuras aportarán la materia pri-ma para poder hacer que la sensibilidad de los especta-dores reaccione y se produzca la conexión. En ese sen-tido, es más fácil que una persona se sienta afligi-da por los problemas de un personaje ficticio crea-do en un género melodramático, a que se sientaconmovido por las guerras y las matanzas de la rea-lidad concreta. Tal vez porque siente que las situacio-nes ficticias al terminar la película tendrán fin y las dela realidad no. En ese sentido es más fácil que un amade casa llore con una telenovela en donde se aborda elproblema de los campesinos a que lo haga por los indiosde Chiapas. Ella siente que el problema de Chiapas estáfuera de su control, que no puede hacer nada, y como lanaturaleza de todos los seres humanos es básicamentecompasiva, acude al melodrama para poder ejercerla.

En la interpretación budista, la auténtica compa-sión se basa en la aceptación o el reconocimiento de quelos otros tienen, al igual que uno mismo, el derecho avencer el sufrimiento. Si analizamos, la felicidad pro-pia depende de la felicidad de los otros. Y la triste-za de la infelicidad de los demás. Cuando uno se veempujado a aliviar el dolor de los otros, está actuandode manera compasiva. ¿Cuántas veces al día nos senti-mos obligados a aliviar el dolor de nuestros seres queri-dos, de hacer que se sientan bien, que no pasen hambre

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ni frío? El verlos felices nos da felicidad. El saberlossanos nos da paz. A su vez, la persona que recibe nues-tras atenciones mejorará inmediatamente su estadoemocional. Encontró una muestra de afecto, alguien ledemostró amor, alguien se preocupó por él. Ese actoquedará registrado en la memoria como uno de los me-jores y más satisfactorios para ambos. Pasará a formarparte de lo que se empieza a mencionar por los científi-cos como las huellas dactilares cerebrales. O sea, lasimágenes y recuerdos que son totalmente personales yque nos pueden caracterizar a los seres humanos de lamisma forma que las huellas dactilares.

La vida, finalmente, no es más que un cúmulode recuerdos, de imágenes, de risas, de lágrimas, através de los cuales adquirimos conciencia de lo quesomos. Y ¿vale la pena vivirla? Definitivamente, sí. Apesar del sufrimiento, a pesar de la tristeza, a pesar delaislamiento en el que podamos a veces caer, pues preci-samente en esos momentos es cuando nos preguntamos¿cuál es el sentido de mi existencia? Y es ahí cuandoaflora una sola voz en nuestro interior. Una voz callada,casi inaudible, que no se atreve a expresarse porque elresto del mundo le niega el derecho a afirmarse. Es enesos momentos de soledad, cuando el «ruido» del mun-do queda fuera, que podemos escuchar a nuestra almaque nos dice que el único y verdadero valor es el amor.Sólo en la inactividad descubrimos que lo que nos man-tiene con vida no es el recuerdo del coche que compra-mos, ni de los deberes cumplidos, ni del tiempo que pa-samos realizando trámites burocráticos, sino la esperan-za de hacer todo lo que no hemos hecho: decirle a lagente cercana lo que significa para nosotros, darleun abrazo a un amigo perdido, compartir una tar-de de risas con nuestros hijos, mirar una lluvia de

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estrellas, dar un beso de amor a nuestra pareja,amar, amar, y amar.

Estoy convencida de que el día que tenga que partirde este mundo, los sonidos y las imágenes que me van aacompañar no son las de mis archivos en perfecto or-den, ni el ruido del motor de mi coche. Serán la imagende mi padre con los brazos abiertos para recibirme mien-tras daba mis primeros pasos, la del nacimiento de mihija, la de mi madre arropándome, la mirada de mi espo-so, los besos, las risas, los abrazos, el amor compartido.

V. EN BUSCA DE RESPUESTAS

Cuando comencé a escribir este ensayo, tenía unagran cantidad de interrogantes. A lo largo del trabajode investigación encontré las respuestas para muchasde ellas, sin embargo, otras quedaron inevitablementesin resolver. Me gustaría mencionarlas aquí para que,en caso de que algún científico se interesara en ellas,pudiera entrar en contacto conmigo y me ayudara a salirde dudas. Sé que cada día surgen nuevos descubrimien-tos y avances que nos pueden aclarar más las cosas.

Mi primera pregunta sería: ¿Es posible quemaruna emoción? La emoción, según entiendo, es un im-pulso eléctrico. Como toda corriente energética tieneuna vibración y una longitud de onda determinada, perotambién un límite de duración. Cuando una emociónnace, debe tener un recorrido parecido al de toda la ener-gía en el Universo, o sea, necesariamente seguirá unacurva que incluye inicio, desarrollo y muerte. Para in-tentar decirlo con claridad, imagino a la emoción comola corriente que proporciona una pila. Ahora bien, laspilas sólo tienen un tiempo determinado de energía, no

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duran para siempre. Ocurre exactamente lo mismo conlas emociones: nadie está todo el tiempo triste o enoja-do. Pero, ¿qué sucedería si en lugar de esperar a que laemoción muriera por sí misma, aceleráramos su curvade desarrollo y la «quemáramos»? Si en lugar de resis-tir la tristeza nos ponemos a sentirla más intensa-mente, ¿será posible utilizar esa energía en exce-so y terminar con ella antes de tiempo? En caso deque eso fuera posible, el descubrimiento nos haría verque de alguna forma podemos controlar las emociones osus efectos sobre nosotros. ¿Sería posible encontrar unamanera «mecánica» para «quemar» las emociones» ¿Sepodrían desarrollar técnicas o terapias para aprender aemocionarse eficazmente?

Segunda pregunta. ¿Es posible sacar una radio-grafía de las emociones?

No me refiero a los estudios que se han realizadodentro de los laboratorios para registrar la actividadcerebral que se realiza cuando se está experimentandouna emoción determinada, no, pienso más bien en esetipo de experimentos que sé que se están realizando enel FBI, esos estudios que consisten en conectar electro-dos en el cerebro de los criminales para luego mostrar-les fotografías de las víctimas de un asesinato o del lu-gar del crimen con el fin de detectar el tipo de reacciónque los delincuentes presentan ante el estímulo, puesdichas imágenes están archivadas dentro de su memo-ria emotiva y el cerebro va a detonar necesariamenteuna emoción, aun en contra de la voluntad del indivi-duo. Si las palabras e imágenes que tenemos registra-das en nuestro cerebro son los detonadores de nuestrasreacciones, ¿sería posible predecir la forma en que unapersona reaccionará ante determinada emoción? Porejemplo, supongamos que una persona compasiva obser-

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va la foto de un niño de la calle, anémico, muerto dehambre y enfermo. Si la imagen le despierta una emo-ción compasiva, si le afecta, esa misma persona desea-ría ayudar en condiciones adecuadas a que el sufrimientode ese niño terminara. Estamos hablando de una perso-na de buenos sentimientos. Pero ¿qué pasaría si la mis-ma foto fuera presentada a una persona a la que no lepreocupa en absoluto el dolor ajeno, a la que no la emo-ciona ni le despierta ningún deseo compasivo? En estecaso, por ejemplo, ¿sería posible conseguir despertar unaemoción positiva en un ser acostumbrado a esquivar sucontacto con el sentimiento de los otros? ¿Será posi-ble mover a compasión a un puñado de ricos frenteal dolor, el hambre y el desamparo de millones depersonas en el mundo? Será posible conseguir que unsoldado sienta el padecimiento ajeno y decida dejar deasesinar sólo porque su superior se lo ha ordenado?

Por otra parte y desde esta óptica, ¿no creen quesería muy interesante poder prever las reacciones quetendrán frente a ciertos estímulos los gobernantes quevamos a elegir? Sería sensacional poder saber si un parde tetas pueden volver loco a un sujeto y hacerlo capazde lanzar bombas o desatar una guerra con tal de solu-cionar sus problemas sentimentales. También sería muyconveniente poder saber qué tanto aprecio tienen algu-nos por el dinero, especialmente el ajeno, y si se sientenseguros acumulándolo, o si no soportan la idea de que-darse sin sus cuentas de millones de dólares en Suiza.

En ambos casos, que la emoción pudiera «quemarse»o que pudiera ser radiografiada, estamos hablando dela necesidad de enfrentar al ser humano como un enteemocional, cuya manifestación íntegra depende de sucapacidad para aceptar que es una mezcla de racionali-dad y de sensaciones, de emotividad y de pensamien-

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tos. Se trata de mirar al ser humano de una maneracompleta. Y este planteamiento, en el mundo en quevivimos es una transgresión. Porque atravesamos unaépoca que se empeña en concebir al ser humano comoun ente arrancado de su pasado, sin memoria, hecho sólopara relacionarse con máquinas y ser «productivo»; unente que mira sólo hacia el futuro y se ha alejado delcontacto con sus emociones. Porque vivimos en un mun-do al que le ha importado más la utilidad que el sentidode la existencia, la envoltura que los contenidos, la apa-riencia antes que la sinceridad de ser lo que se es.

Y tal vez si descubriéramos las verdaderas intencio-nes que están detrás de cada emoción, podríamos sercapaces de entender mejor a nuestros semejantes. Por-que, a fin de cuentas, todos los seres humanos estamosbuscando constantemente sentirnos bien, y muchas ve-ces lo hacemos huyendo del dolor o del miedo que pro-duce la inseguridad.

Habrá gente que no soporte el rechazo y desarrolleuna serie de gestos y de máscaras de sonrisas, de recur-sos de seducción para atraer la atención de los demás,para hacerse simpática, para agradar, para ser indis-pensable, y entonces esa actitud las transformará en esetipo de personas muy acomedidas, muy atentas, esas quepueden parecer muy compasivas pero que en realidadestán disfrazando un simple, puro y enorme deseo deafecto.

Si nosotros fuéramos capaces de «quemar» las emo-ciones negativas, tal vez este tipo de personas no des-perdiciarían tanto tiempo y esfuerzo en aparentar lo queno son, es decir, se podrían deshacer de sus miedos einseguridades y se ocuparían íntegramente en indagarqué es lo que verdaderamente desean de sí mismas, ocu-pación suficientemente complicada como para mante-

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nerlos interesados el resto de sus vidas. Tal vez si lasemociones se radiografiaran bastaría con enterne-cernos por el esfuerzo de defensa e inseguridadde los verdaderamente sinceros y podríamos, almismo tiempo, cuidarnos de los mentirosos, o esta-ríamos capacitados para compadecernos de losequivocados y lucharíamos contra los injustos. Talvez nos veríamos un poco más como verdaderamentesomos.

Porque hay una gran diferencia entre quereraliviar el dolor ajeno y querer controlar el mundopara beneficio personal. A mí no me interesa estable-cer un juicio moral sino hacer una distinción entre dife-rentes emociones. Desde un punto de vista sano unosiempre tiene deseos de mejorar. Una madre amorosa,por ejemplo, siempre quiere que sus hijos estén libresde enfermedades y que no les ocurra nada. Eso está bien.Lo que está mal es cuando nuestro bienestar se cifra enque los demás hagan lo que nosotros pensamos que es lomejor para ellos, aun en contra de su voluntad. ¿Hastadónde buscamos a los seres que necesitan ayuda empu-jados únicamente por la compasión, y hasta dónde porla necesidad de controlar sus vidas, de probarnos a no-sotros mismos que los demás nos necesitan?

¿Sería posible que por medio de algún recurso cientí-fico descubriéramos la manera de desenmascarar nues-tras verdaderas intenciones detrás de las apariencias dela bondad y de la generosidad, y enfrentáramos que losdeseos de manipulación o de poder pueden ser los verda-deros motores de nuestras acciones y nuestra emoción?

Seguramente falta tiempo para que estas y otraspreguntas puedan ser contestadas.

Ustedes se estarán preguntando, cuáles son mis in-tenciones al preocuparme tanto por la emoción. Bien.

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Estamos empezando un nuevo siglo. En este siglo voy amorir y mis nietos van a nacer. Me gustaría, antes deirme dejarles un mundo mejor. Este pensamiento mehace recordar inevitablemente a mi abuela. A ella le tocópasar del siglo XIX al XX. A ella debió de haberle pre-ocupado, como a mí, el mundo que les estaba dejando asus nietos. Mi abuela murió un poco después de la llega-da del hombre a la Luna. Ya no le tocó ver el surgimien-to de las armas químicas, de las guerras bacteriológicas.No supo del SIDA, de las semillas transgénicas, de quelos volcanes del Valle de México se hicieron invisibles acausa de la contaminación. No se enteró ya de que losnarcotraficantes controlan el mundo. Siempre la recuer-do amable, rezando a diario por todos nosotros, pidien-do porque tuviéramos una buena vida. Sin embargo, susrezos no pudieron evitarnos el sufrimiento.

¿Cuántos años me quedarán por vivir en este nuevosiglo? ¿Diez? ¿Veinte? ¿En ese lapso tendré tiempo paramejorar un poco el medio ambiente? Me encantaría quemis nietos tuvieran una buena impresión de este mun-do al momento de nacer. Que no hubiera bolsas de plás-tico regadas por todos lados, que no hubiera desechosquímicos en los ríos. Que pudieran ver los volcanes. Quepudieran llenar su vista de color verde cuando estuvie-ran deprimidos. Que sus pulmones no se llenaran deplomo. Que sus emociones no los avergonzaran.

¿Los números realmente sirven para marcar el ini-cio de una etapa de gestación y una de muerte? ¿Repre-senta algo verdadero dentro de nuestras conciencias elpaso de un siglo a otro, de un milenio a otro? Así comoes muy claro observar el proceso de germinación, naci-miento y muerte de una semilla, ¿se puede hablar delnacimiento de una nueva civilización? ¿Qué tipo de so-ciedad me va a tocar ver? ¿Y a mis nietos? ¿Mi abuela,

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en ese brindis de final del siglo XIX, habrá alcanzado aimaginar la cantidad de hijos, de nietos y bisnietos queiba a tener y el mundo que les iba a tocar vivir? El Sol,nuestro padre, ¿habrá imaginado cuál sería el destinode la Tierra? ¿Y a la Luna? ¿O al mismo Sol? ¿Cuántosnuevos siglos quedan por venir? ¿Cuánto más falta pordescubrir, por conquistar? ¿Conquistaremos o seremosconquistados?

¿Se imaginan que nos tocara ver la llegada de unacivilización conquistadora, y descubriéramos que lo quemás les interesa es apoderarse de nuestro plástico? ¿Quepudiéramos descubrir que hemos vivido en el error yque el sueño de tantas generaciones de alquimistas defabricar oro fue inútil porque el verdadero material in-mutable y perdurable es el plástico y no nos habíamosdado cuenta? Sería una broma verdaderamente de malgusto. Pero no hay duda de que somos la generación delplástico. Y al parecer, también hemos querido «plastifi-car» nuestro mundo emocional, lo hemos querido envol-ver en un paquete de fingimiento y vacío, así como em-paquetamos la carne en los refrigeradores. Sabemos quelos futuros antropólogos van a determinar los años deantigüedad de las excavaciones por la cantidad de plás-tico acumulada bajo la superficie. Esa imagen me ponela piel chinita: me apena. Para mí es un signo de todoslos errores que hemos cometido y me gustaría que lasimágenes que nos representaran en el futuro fueranotras. No sé si todavía estamos a tiempo. Sólo sé que esposible que demos un paso adelante si nos ocupamos unpoco más de la emoción.

Un siglo ha terminado. Esto quiere decir que dimoscien vueltas más alrededor del Sol. ¿Cuántas más nosquedan por dar? ¿Eso ya estará determinado de la mis-ma forma en que lo está la cantidad de años que vamos a

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vivir? ¿Cuántas vueltas más me quedan por darle al Sol?¿Cuántos atardeceres más voy a ver, y cuántos amane-ceres?

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