Sohhenitsyn, Rusia y losjudíos -...

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Sohhenitsyn, Rusia y los judíos: nuevas consideraciones^ Daniel J. Mahoney' El volumen dos del estudio monumental de Solzhenitsyn sobre las relaciones ju- deorrusas, lyvesti Let Vmeste {Doscientos años juntos), apareció en las librerías de su natal Rusia en los días finales de 2002 (con un tiraje de cien mil copias de acuerdo con su editor). Ambos volúmenes de Doscientos años juntos han sido rotundos éxitos de venta en Rusia y han dado lugar a una respuesta amplia y variada de la crítica, que va de lo amistoso y respetuoso a lo agresivamente hostil. El primer volumen de Doscientos trataba del encuentro entre los rusos y los judíos desde 1772 (cuando se les permitió a cien mil judíos entrar al imperio ruso) hasta la víspera de las confla- graciones revolucionarias de 1917. El segundo volumen retoma la historia y cubre el periodo que va de las revo- luciones de 1917 al éxodo de cientos de miles de judíos hacia Israel y Occidente que comenzó a principios de la década de 1970. Solzhenitsyn comienza su libro con un notable excurso sobre lo que significa ser judío (es fascinante observar al gran escritor ruso concentrarse minuciosamente en figuras de la talla de Hannah Arendt, Gershom Sholem y Amos Oz). Sólo entonces se dirige a un examen de- tallado de las relaciones rusojudías durante casi toda la duración del período so- viético. El primer volumen tenía por objetivo, ante todo, "reportar" sucesos y * Traducción: Mana Gcgúndez. ' Sobre Dvesti let Vmeste. Chast' 11 [Doscientos añosjuntos, volumen 11], de AJcksandr Solzhenitsyn. Moscú: Risskii put', 2002.451 pp., en su versión francesa: Deuxsikiesensembleí 1917-1973), tomo lí,]uifs el Russes pendanl lapériodesoviétique, traducido del ruso por Anne Kichilov, Geoiges Philippenko. y Nikita Struve. París: Anhéme Fayard, 2003. 607 pp. 127

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  • Sohhenitsyn, Rusia y los judíos:

    nuevas consideraciones^

    Daniel J. Mahoney'

    El volumen dos del estudio monumental de Solzhenitsyn sobre las relaciones ju- deorrusas, lyvesti Let Vmeste {Doscientos años juntos), apareció en las librerías de su natal Rusia en los días finales de 2002 (con un tiraje de cien mil copias de acuerdo con su editor). Ambos volúmenes de Doscientos años juntos han sido rotundos éxitos de venta en Rusia y han dado lugar a una respuesta amplia y variada de la crítica, que va de lo amistoso y respetuoso a lo agresivamente hostil. El primer volumen de Doscientos trataba del encuentro entre los rusos y los judíos desde 1772 (cuando se les permitió a cien mil judíos entrar al imperio ruso) hasta la víspera de las confla- graciones revolucionarias de 1917.

    El segundo volumen retoma la historia y cubre el periodo que va de las revo- luciones de 1917 al éxodo de cientos de miles de judíos hacia Israel y Occidente que comenzó a principios de la década de 1970. Solzhenitsyn comienza su libro con un notable excurso sobre lo que significa ser judío (es fascinante observar al gran escritor ruso concentrarse minuciosamente en figuras de la talla de Hannah Arendt, Gershom Sholem y Amos Oz). Sólo entonces se dirige a un examen de- tallado de las relaciones rusojudías durante casi toda la duración del período so- viético. El primer volumen tenía por objetivo, ante todo, "reportar" sucesos y

    * Traducción: Mana Gcgúndez.

    ' Sobre Dvesti let Vmeste. Chast' 11 [Doscientos años juntos, volumen 11], de AJcksandr Solzhenitsyn. Moscú:

    Risskii put', 2002.451 pp., en su versión francesa: Deuxsikiesensembleí 1917-1973), tomo lí,]uifs el Russes pendanl

    lapériodesoviétique, traducido del ruso por Anne Kichilov, Geoiges Philippenko. y Nikita Struve. París: Anhéme

    Fayard, 2003. 607 pp.

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  • coincidencias y divergencias

    estaba marcado por un cono contenido e incluso académico; el segundo describe sucesos que Solzhenitsyn conoció de primera mano o acerca de los cuales ha pa- sado décadas investigando y escribiendo en obras como E/ archipiélago Gulag y La rueda roja. Es el más literario de los dos volúmenes y se embellece con una

    prosa vivida y vigorosa. Tanto el primer volumen como el segundo de Doscientos han aparecido ahora

    en traducciones al francés y al alemán, pero no se avizora la edición en lengua in- glesa de ninguno de ellos. La recepción francesa de los dos volúmenes ha sido en general bastante respetuosa, mientras que, como hemos dicho, la recepción rusa fue decididamente más acalorada. Aquí, en Estados Unidos, a pesar de la apari- ción de tratamientos inteligentes del primer volumen de la obra en foros tan di- versos como The New Yorier, el TLS, The New Republic y Socieíy, hasta ahora los editores no se han atrevido a publicar la que probablemente sea la última obra importante de Solzhenitsyn. Cualesquiera que fueren sus motivos, ésta es una laguna que debe corregirse.

    DE LA BELIGERANCIA AL ENTENDIMIENTO

    Con algunas excepciones notables, los críticos de Doscientos años juntos no han lo- grado aceptar las consideraciones morales e intelectuales más amplias y profundas que inspiran el análisis histórico de Solzhenitsyn sobre las relaciones rusas y ju- días durante el periodo del gobierno soviético. Algunos críticos se han preocupa- do tanto por desenterrar la evidencia del supuesto antisemitismo de Solzhenitsyn que apenas han observado el íntegro compromiso personal y nacional con el "arrepentimiento y autolimitación" que inspira cada página de su análisis. Solzhe- nitsyn, de hecho, se abstiene explícitamente de un análisis partidista o naciona- lista de la "cuestión judía" de Rusia; sin embargo, muchos críticos persisten en el falso supuesto de que el nacionalismo ruso es su "estrella polar y brújula". A tra- vés del libro, Solzhenitsyn hace una crónica cuidadosa de las hazañas y vilezas de rusos y judíos por igual, y aboga por la comprensión mutua y el arrepentimien-

    to de ambas partes. Pero los críticos hostiles sospechan lo peor y hacen su mejor esfuerzo para en-

    contrarlo. Se acercan al libro no con el ánimo concienzudo y de criterio amplio

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  • coincidencias y divergencias

    que solicita el autor del libro, sino más bien con el ánimo de un fiscal celoso que presenta su alegato final ante un jurado (un ejemplo clásico es el de un reseñista francés de izquierda en La quinzaine littéraire que primero atacó el volumen l de Doscientos por su "antisemitismo mal controlado" y luego le reprochó al volumen II ¡el hábil encubrimiento de su animosidad antisemita!). A pesar de la acritud que probablemente haya ocasionado por su incursión en aguas traicioneras, Solz- henitsyn permanece comprometido con la comprensión mutua, "sincera y bené-

    vola", entre rusos y judíos. Pero tiene pocas ilusiones a este respecto. Cerca del final de la obra, Solzhenitsyn afirma que "aun los movimientos más moderados hacia el recuerdo, el arrepentimiento y la imparcialidad provocan un duro repro- che de los guardianes del nacionalismo extremo -tanto ruso como judío". La aca- lorada y a veces desquiciada reacción crítica a la publicación de doscientos propor- cio-na amplia evidencia para apoyar los presagios de Solzhenitsyn.

    ¿Por qué, entonces, el premio Nobel ruso se arriesgó al escarnio e incluso a la pérdida de parte de su reputación para dedicar muchos años de su vida a una ex- ploración y un examen minuciosos de las relaciones ruso-judías.' La única res- puesta razonable es que Solzhenitsyn está genuinamente comprometido con arro- jar alguna luz sanadora sobre este problema aparentemente intratable, problema que se ha exacerbado con la mala voluntad, la animosidad y la sospecha mutua de las partes. Para mérito suyo, Solzhenitsyn nunca permite que una crítica malin- tencionada o inspirada por ideologías lo disuada de su empeño. En el ocaso de su vida, se embarcó en Doscientos años juntos con la sincera esperanza de que su es- tudio pudiera contribuir a encontrar "caminos mutuamente accesibles y benévo- los a lo largo de los cuales pudieran proseguir las relaciones rusojudías".

    En general, la obra de Solzhenitsyn no ha sido bien recibida inicialmente por la comunidad rusojudía, para no mencionar al establishment intelectual liberal de izquierda. La respuesta de los intelectuales rusojudíos ha sido defensiva, por de- cir lo menos. Algunos han acusado a Solzhenitsyn de ser sesgado, otros de anti- semitismo abierto. Algunos críticos particularmente férvidos, como Semyon Reznik, han acusado a Solzhenitsyn de ser un ideólogo del antisemitismo crimi- nal, un apologista de las Centurias Negras y los pogromos. Muy pocos, ya sea del lado ruso o el judío, han respondido afirmativamente al llamado de Solzhenitsyn para la comprensión y el arrepenrimiento mutuos.

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  • ■ coincidencias y divergenáas

    Pero ha habido excepciones. El mismo Solzhenitsyn se ha alentado con el "extremadamente valioso artículo" sobre el volumen uno de Doscientos años que Alexander Eterman publicó en la revista rusoisraelí Vremya iskat'. Admira el artículo de Eterman de un modo muy semejante como anteriormente admiró la penetrante erudición de autores judíos como Mikhail Agursky, Mikhail Heller y Dora Sturman, quienes tanto hicieron para exponer la Mentira Comunista y pro- mover la reconciliación rusojudía. Estos autores están imbuidos de un profundo respeto por la cultura rusa, así como por las tradiciones intelectuales y espirituales del pueblo judío. Solzhenitsyn continúa teniendo confianza en que otros en la comunidad judía responderán positivamente a su llamado al diálogo respetuoso una vez que las pasiones del momento se calmen. Uno sólo puede esperar que Solzhenitsyn resulte ser tan presciente a este respecto como lo fue en su antici- pación casi sobrenatural del colapso de la Unión Soviética.

    La sordera partidista o ideológica no es la única causa de la dificultad para oír realmente lo que Solzhenitsyn tiene que decir. El editor de NationalReview, Jay Nordlinger, ha observado acertadamente que Solzhenitsyn se encuentra lejos de estar atento a las 'sensibilidades' de los lectores modernos. Solzhenitsyn rara vez evita cuestiones controversiales ni mitiga las verdades incómodas. Esta es una marca de su grandeza, pero también es fuente de malentendidos. La voz de Solzhenitsyn es mucho más mesurada de lo que sugieren sus críticos, pero quizá no tan política como dictaría el amor propio verdaderamente sensato. Habla fran- camente y da por sentada la madurez intelectual y espiritual de sus interlocu- tores. Hace honor a sus lectores, pero este privilegio incluye también ciertas exigencias. En cualquier caso, debe verse que su libertad con respecto a la correc- ción política no tiene en modo alguno su origen en la antipatía hacia los judíos o hacia cualquier otro pueblo espiritualmente grande.

    Como saben los lectores de su "Discurso Nobel", Solzhenitsyn cree que las naciones desempeñan un papel indispensable en los designios de Dios para la humanidad. Teme que la desaparición o la erosión de la variedad total de las na- ciones empobrecería a la raza humana y tendría por resultado la "entropía del es-

    píritu humano". Admira enormemente al Estado de Israel y cree que la creación del Estado judío fue un momento singular para el reconocimiento de la dignidad y la libertad del tan injuriado y largamente perseguido pueblo judío. No duda en

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  • I coincidencias y divergencias

    criticar a judíos en lo individual cuando se justifica, pero nunca al pueblo judío como tal. Como lo planteó Solzhenitsyn en una importante entrevista que apare- ció en el Moscow News con motivo de la publicación del volumen dos de Doscientos años: "No juzgo a una nación en conjunto. Siempre distingo entre diferentes es- tratos de judíos... los que se precipitaron impetuosamente a la revolución... [y aquéllos que] trataron de contenerse a sí mismos y de contener a los jóvenes y hacer respetar la tradición... No creo que juzgue a una nación en conjunto. Creo que no compete a los humanos hacer tales juicios en un alto nivel espiritual".

    Solzhenitsyn está convencido de que enjuiciar sumariamente a un pueblo en conjunto es "incorrecto en un nivel espiritual, responsable". Es cuidadoso, en- tonces, al hacer las distinciones requeridas y evitar cualquier asomo, mucho me- nos acusación, de culpa colecriva. No obstante, sí llama tanto a rusos como a ju- díos a asumir la "responsabilidad" moral colectiva de la conducta y las elecciones de sus hermanos "renegados" en el siglo veinte, como componente y requisito de pertenencia nacional y dignidad genuinas (esos renegados incluyen a aquellos rusos que confundieron el amor a la patria con el odio a los judíos, así como a aquellos rusos y judíos que rechazaron las tradiciones espirituales de sus padres y se precipitaron impetuosamente al nihilismo de la revolución ideológica). Pero Solzhenitsyn se opone explícitamente a las atribuciones de culpa colectiva. La culpa es un fenómeno individual, la responsabilidad puede ser colectiva.

    A este respecto, Solzhenitsyn niega que hablar francamente sea igual a hablar "beligerantemente". Esta distinción es crucial para entender el carácter retórico de Doscientos años juntos. De otro modo, los lectores buscarán infructuosamente en el libro pasajes filosemitas y 'anrisemitas' en competencia, llevando el marcador y confundiendo la crírica honesta con la hosrilidad y el sesgo. En un poderoso y conmovedor cri du coeur que aparece en la conclusión del capítulo veinricinco, Solzhenitsyn hace un llamado a que rusos y judíos renuncien de una vez por to- das a la terriblemente "distorsioníada)" visión de que "hablar francamente signi- fica hablar como enemigos". Le dice al lector que mientras que llama a las cosas por su nombre, no "siente ni siquiera por un momento" que sus palabras "con- lleven hostilidad hacia los judíos". Una vez más, Solzhenitsyn reitera el objetivo moral de su libro, un objetivo que anunció primero en el prólogo a la obra en con- junto: "ambos debemos entendemos, debemos aprender í ponemos en su situación y

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  • I coincidencias y divergencias

    a adentramos en los sentimientos del otro. Por medio de este libro quiero extender una mano de comprensión mutua para nuestros futuros, de unos y otros".

    Solzhenitsyn arguye que esa comprensión mutua debe ser verdaderamente "recíproca". La conciencia nacional y el patriotismo rusos no deben descartarse apriori como una aparente justificación para el imperialismo y el antisemitismo. Solzhenitsyn es particularmente crítico de los publicistas judíos que condenan el patriotismo ruso toutcourt, o que fusionan el despotismo soviético con las tradicio- nes nacionales prerrevolucionarias de Rusia. Es quisquilloso al responder a la ne- gativa de algunos intelectuales judíos a imaginar siquiera la posibilidad de un "patriotismo ruso puro que no sea culpable ante nadie". Solzhenitsyn insiste en que no puede condenarse a los rusos, como tampoco a los judíos, "en conjunto". El camino del patriotismo contenido y ético está en principio abierto a todos los pueblos. Los rusos deben rechazar para siempre la tentación del antisemitismo y los judíos deben aprender a distinguir entre los pecados del pueblo ruso y sus ricas y humanizantes tradiciones culturales y espirituales.

    Solzhenitsyn está convencido de que los pueblos ruso y judío están unidos por un "Designio misterioso", un destino que no debe olvidarse ahora que tantos judíos rusos han elegido el camino de la emigración o la ciudadanía en Israel. Para él, "parece obvio que la verdad de nuestro pasado en común es para nosotros, ju- díos como rusos, moralmente necesaria". Solzhenitsyn rechaza así el camino de la enemistad en nombre de la comprensión mutua, el arrepentimiento y la reconci- liación. Los lazos que unen a rusos y judíos son más que meramente "históricos". Solzhenitsyn es capaz de comprender "al Otro" precisamente porque reconoce que la nación da acceso a lo Universal, que "la unión íntima de lo nacional y lo uni- versal" es "la cualidad más necesaria (y más fructífera para los siglos por venir)".

    El propio patriotismo de Solzhenitsyn está desprovisto de toda dimensión ra- cial o "exclusividad nacional mesiánica". Los seres humanos no tienen que ele'gir entre ataduras patrióticas a su pueblo o nación y el reconocimiento de imperati- vos morales y universales y de humanidad común. Solzhenitsyn nunca privilegia simplemente a los rusos por encima de otras naciones o pueblos (aun cuando ama a su pueblo con un amor fraternal especial) porque sabe que es idólatra confundir a una nación en particular con lo Universal como tal. Pero también comprende

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  • I coinádenáas y divergencias

    que, paradójicamente, es al responsabilizarnos de nuestra propia nación que se nos da acceso a las articulaciones universales de nuestra humanidad.

    Estamos obligados, entonces, a amar a nuestro país como una manifestación preciosa del plan multifacético de Dios para la humanidad. La generosa concep- ción que tiene Solzhenitsyn del patriotismo es la cosa más apartada del nacionalis- mo de "sangre y tierra". No tiene espacio, en absoluto, para el chauvinismo y el antisemitismo. Y sabiamente rechaza un cosmopolitanismo sin alma que niega la legitimidad de un patriotismo humano que exige que nos responsabilicemos de nuestro pueblo y que rindamos cuentas de sus múltiples faltas y limitaciones.

    EL RECHAZO A LA TENTACIÓN DE CULPAR

    En los primeros capítulos del volumen dos, Solzhenitsyn repudia inequívoca- mente la judeofobia común a los círculos nacionalistas y de extrema derecha de Rusia. Y niega igual de enérgicamente la visión absurda de que el movimiento revolucionario ruso del siglo diecinueve, la revolución de febrero de 1917 que derrocó el orden zarista, o la de octubre que llevó al poder a Lenin y a los bolche- viques, fueron producto de una conspiración judía para esclavizar o destruir a Ru- sia. En el volumen uno de Dosdentos años, ya había tratado y repudiado argumen- tos similares hechos con referencia al movimiento revolucionario ruso del siglo diecinueve y a los levantamientos revolucionarios de 1905. Sus posturas sobre esta materia no podrían ser más claras. Pero esto no impidió que los servicios in- formativos difundieran reportes absolutamente ficticios acerca de advertencias de una 'conspiración' contra Rusia que Solzhenitsyn supuestamente emitió en una aparición televisiva en 1998. Ni ha disuadido a los críticos más febriles de Solzhenitsyn de regurgitar estas representaciones falsas y desvergonzadas. Las cabezas de Medusa reaparecen interminablemente.

    En los primeros capítulos del volumen dos, Solzhenitsyn examina, en particu- lar, el papel de los judíos en las revoluciones de febrero y octubre, y en la admi- nistración y consolidación del control bolchevique durante y después de la guerra civil de 1918-1921. Como hemos dicho, Solzhenitsyn se niega categóricamente a culpar a los judíos de una calamidad revolucionaria que fue en aspectos decisivos

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  • I coinadencias y dwergenáas

    resultado de decisiones tomadas por los rusos mismos. Ese uso de chivos expiato- rios, arguye, es profundamente injusto con el pueblo judío y desvía a los rusos de aceptar sus propios pecados y omisiones.

    Solzhenitsyn es severamente crítico de una "revolución" de febrero que cul- minó en una "seudodemocracia" débil e ineficiente, que socavó la vigorosa socie- dad civil que había empezado a florecer en el último medio siglo del régimen zarista, y que finalmente preparó el terreno para el primer experimento de totali- tarismo del siglo veinte. No obstante, Solzhenitsyn aprueba los esfuerzos de la efímera democracia rusa para otorgar cabal ciudadanía a los judíos de Rusia y re- conoce que esas medidas ya se habían tardado mucho. Pero su análisis demuestra ampliamente que si los judíos fueron los principales beneficiarios de la revolución de febrero, en modo alguno fueron sus instigadores o arquitectos. En un pasaje particularmente revelador, Solzhenitsyn resume sus conclusiones acerca de las causas de la revolución rusa, causas que se detallan abundantemente en los múlti- ples volúmenes de LM rueda roja:

    Nosotros (los rusos) fuimos los autores de este naufragio: nuestro ungido Tsar, los círculos de la corte, los incapaces generales de alto rango, los administradores de men- te entumecida; y, con ellos, sus oponentes: la intelligentsia de élite, los octubristas, los líderes de Zcmstvo, los demócratas constimcionales [kadetes], los demócratas revolu- cionarios, los socialistas y los revolucionarios; y con ellos también los elementos erran- tes de reservistas vergonzosamente encerrados en las barracas de Retrogrado. Eso fue lo que condujo a la ruina. Entre la inteUigentsia había, seguramente, muchos judíos, pero eso no da base para que se identifique la revolución como "judía".

    Al proseguir sus investigaciones para La rueda roja, Solzhenitsyn encontró re-

    petidamente episodios, discursos y escritos dirigidos específicamente a la "cuestión judía". En consecuencia, enfrentó una difícil elección acerca de cuan prominentemente exhibir estos temas en su narración, día a día, de "Marzo de 1917" y "Abril de 1917" del drama revolucionario que se desdoblaba. Al final, tomó la decisión deliberada de no interrumpir la narración de los sucesos con ex- cursos sobre la cuestión judía. Es comprensible que temiera que lo que podría aparecer como un énfasis desmesurado en la cuestión judía en una obra que in- vestigaba los orígenes y las causas de las revoluciones rusas de 1917, nutriera un

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  • ■ coincidencias y divergencias

    pensamiento conspiratorio equivocado de antisemitas, de esos extremistas cuya primera inclinación era "culpar a los judíos de todo".

    Solzhenitsyn no quería desviar la atención de sus lectores de "las verdaderas"

    o "principales causas" de las revoluciones de febrero y octubre y del examen de conciencia que es tan crucial para la recuperación de una conciencia nacional rusa sana. Si Solzhenitsyn hubiera hecho demasiado énfasis en cosas judías podría ha- ber contribuido intencionalmente a esa "fácil y picante tentación" de reducir una tragedia histórica compleja a las supuestas maquinaciones de una minoría judía marcada por la duplicidad. Doscientos años juntos rechaza absolutamente esa perni- ciosa tentación sin sucumbir a otra más comprensible: la de pretender que nunca hubo ninguna "cuesrión judía", asunto que necesitan enfrentar el historiador es- crupuloso y el ciudadano comprometido. Solzhenitsyn ha elegido un tercer camino que plantea desafíos completamente suyos. Su vía media es una, espiri- tualmente demandante, que requiere juicio equilibrado, discernimiento personal y una capacidad para hacer distinciones adecuadas. En un nivel más básico, es necesario evitar juicios sumarios acerca de pueblos "en conjunto".

    RENEGADOS Y REVOLUCIONARIOS

    Solzhenitsyn es muy enfático: la revolución de febrero fue bien recibida por los judíos rusos y ucranianos, pero no fue hecha por ellos. Ni representaron los judíos ningún papel particularmente grande en la toma del poder por los bolcheviques en octubre de 1917. Los judíos, como León Trotsky, que sí desempeñaron un papel principal en ese acontecimiento eran revolucionarios comprometidos, judíos 'desjudaizados' que tenían un desdén ilimitado hacia las tradiciones y la fe de sus padres. No, los judíos no tuvieron ninguna responsabilidad especial en la calamidad del bolchevismo o la tragedia mayor del totalitarismo comunista. Fue ante todo la estupidez de las élites rusas y la inmadurez del pueblo ruso las que sellaron el destino de la nación rusa en el año revolucionario de 1917. "Es gene- ralmente un regaño justo: ¿cómo podría todo un pueblo, con una fuerza de 170 millones, ser llevado al bolchevismo por una pequeña minoría judía.''".

    Solzhenitsyn arguye que la revolución bolchevique fue un fenómeno decidi- damente intemacionalista, impulsado por ideólogos que habían roto con la cultura.

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  • I coincidencias y divergenáas

    la fe y las tradiciones de sus padres, tanto judíos como rusos. Esos revolucionarios no respetaban límites morales y tenían una confianza irracional en la capacidad de la revolución para transformar la naturaleza humana y la sociedad. Los líderes y los soldados de a pie de la empresa leninista, fueran o no rusos, eran tímidos "re- negados", comprometidos con un asalto sin precedentes al orden político estable- cido, así como a los pedimentos mismos de la vida civilizada.

    Lenin era el renegado por excelencia, un ruso inspirado por un desdén sin lí- mites hacia su país, un revolucionario que detestaba todo lo asociado con la reli- gión ortodoxa y el legado moral del mundo civilizado. Solzhenitsyn afirma clara- mente, en consecuencia, que los rusos, y los judíos en particular, que desataron las furias de la violencia revolucionaria habían repudiado el rico legado moral que les habían heredado sus antepasados. Pero un pueblo sigue estando obligado a aceptar la responsabilidad de sus renegados si desea llegar a un acuerdo con su pasado y "construir una vida respetable y digna". Sin la disposición a aceptar la responsabilidad de las acciones de nuestros compatriotas, corremos el riesgo de socavar la integridad de la nación como comunidad moral arraigada en la memoria colectiva y en un senrimiento compartido de desrino histórico.

    Inicialmente, los judíos de Rusia eran cautelosos con los bolcheviques y te- mían que una nueva conflagración revolucionaria derribara los logros significati- vos que habían obtenido como resultado de la revolución de febrero. Pero la joven generación secularizada, desprendida de la sobria sabiduría del pasado, puso más que sobradas esperanzas en la asimilación, el "progreso" y la revolu- ción. Concluyeron, con trágica consecuencia, que cualquier cosa sería mejor que el regreso al antiguo régimen ruso, un orden político y social que había impuesto incapacidades paralizantes a los judíos y distó mucho de estar vigilante para prote- gerlos contra los pogromos y otras erupciones de violencia antisemita. Después de haberse mantenido en un principio distante de los comunistas en 1917, la generación joven "cambió rápidamente de cabalgadura y con la misma confianza se lanzó al galope bolchevique". Hicieron las paces con los "renegados" entre ellos. Demasiados llegaron a idenrificar las fortunas del pueblo judío con el éxito de la empresa bolchevique.

    Solzhenitsyn nunca se cansa de reiterar que los judíos no fueron la fuerza prin- cipal detrás de la revolución soviética y que no tienen ninguna responsabilidad

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  • I coincidencias y divergencias

    especial en las desventuras que llegarían a afligir a Rusia en el terrible siglo vein- te. Al mismo tiempo, es incorrecto pasar por alto el hecho de que un número no- tablemente desproporcionado de judíos tenían puestos de responsabilidad en los escalafones medios y altos del partido y en el aparato de la policía secreta durante las décadas de 1920 y 1930. De nada sirve ignorar este hecho. Hacerio significa dejar este tema a los antisemitas, que se apropiarán de él para sus propios odiosos propósitos. Además, no pueden curarse las heridas sin una disposición a enfrentar las deshonrosas realidades del pasado. Solzhenitsyn es particularmente insistente en este punto. Como escribe en su prólogo a Doscientos años, "Nunca he concedi- do a nadie el derecho a ocultar sucesos que ocurrieron. No puedo llamar a un acuerdo cimentado en un testimonio injusto del pasado". Los hechos desagrada- bles deben enfrentarse directamente, sin perder el senddo de la proporción his- tórica y moral.

    Basándose en la investigación del disringuido historiador de Rusia Bruce Lin- coln, Solzhenitsyn señala que, en la cúspide del "Terror Rojo", más de tres cuar- tas partes de los que sirvieron en la Cheka de Kiev eran de origen judío. Evi- dencias similares de una presencia judía desproporcionada en el Partido y la policía secreta pueden citarse para muchas otras partes de Rusia y Ucrania. Como resultado, grandes segmentos del público ruso llegaron a identificar al "Terror Rojo" con los judíos, una idenrificación sumaria que haría un daño indecible a las relaciones ruso-judías. Esta visión de que "los chekistas y los judíos eran prác- ticamente la misma cosa" se acreditó ampliamente en las filas tanto de los blancos anticomunistas como de los rojos. Este vínculo completamente antinatural del judaismo con una ideología militantemente antirreligiosa y antinacional se reforzó con la cruda propaganda antisemita que prosperó en los territorios blancos du- rante la guerra civil. Pero no hay escapatoria para este hecho: la causa principal de esa identificación desafortunada del bolchevismo con el judaismo fue el mons- truoso comportamiento de los chekistas judíos mismos.

    Desde luego, muchos judíos estaban comprensiblemente consternados por esta identificación de judío y bolchevique en la mente popular. A este respecto, Solzhenitsyn expresa su profunda admiración por los intelectuales judíos tales como D. O. Linsky, losif Bikerman y Daniel Pasmanik, quienes repetidamente recordaban a rusos y judíos por igual que el bolchevismo era absolutamente in-

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  • I coincidencias y divergencias

    compatible con la ley moral, la tradición judía y la libertad y dignidad de los seres humanos. Este círculo admirable de patriotas judíos rusos se alineó abiertamente con las fuerzas blancas durante la guerra civil. En su colaboración de 1924, Rusia y los judíos, esos judíos rusos anticomunistas trataron desesperadamente de per- suadir a sus correligionarios de Occidente y de la comunidad emigrada de que el comunismo planteaba un inmenso peligro para toda la humanidad, así como para la integridad moral del pueblo judío. Solzhenitsyn tiene en alta estima su testimo-

    nio y en Doscientos años juntos les rinde el debido homenaje. Pero los colaborado- res de Rusia y los judíos fueron salvajemente atacados por el ala de izquierda de la opinión judía en el mundo occidental. Los judíos de mente progresista todavía estaban librando viejas batallas y apuntando a objetivos conocidos. No vieron enemigos a la izquierda y aún no estaban preparados para pasar juicio crítico al jo- ven "experimento" bolchevique.

    Pero la hostilidad de la opinión "progresista" era sólo uno de los obstáculos que enfrentaban los judíos anticomunistas. Con algunas honrosas excepciones, los rusos blancos rechazaron tontamente el apoyo judío en una lucha que debería haber reunido a todos las personas decentes y amantes de la libertad. Algunas de las páginas más fascinantes del segundo volumen de Doscientos años tratan precisa- mente de la estupidez casi criminal de las fuerzas blancas al no aceptar el apoyo de los judíos anticomunistas en la lucha común contra el despotismo bolchevique. Sin duda, los generales blancos, como Denikin, eran hombres honorables que no tenían proclividades antisemitas y no deseaban ver violencia antijudía en las áreas bajo su control. Pero no hicieron lo suficiente para detener dicha violencia o para alzar sus voces en contra de la vimlenta propaganda antisemita que pros- peró en los círculos del ejército blanco.

    Solzhenitsyn avala el juicio de Winston Churchill: la violencia antisemita, to- lerada o llevada a cabo por las fuerzas blancas durante la guerra civil rusa, minó fa- talmente la capacidad de hombres de la talla del mismo Churchill para reunir apoyo internacional para la causa blanca. Siendo tan importante para los prospec- tos de una Rusia libre, condujo a los judíos no comunistas a los brazos de los bol- cheviques. La falta de los líderes blancos al no acoger a los judíos anticomunistas en sus filas, o para evitar la violencia contra la minoría judía, "eclipsó, borró lo que habría sido el principal beneficio de una victoria blanca: una evolución razo-

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  • ■ coincidencias y divergencias

    nable del Estado ruso". Estas crudas verdades acerca de la negligencia y los pe- cados de los "patriotas" rusos también deben enfrentarse en cualquier ajuste de cuentas honesto con el siglo veinte ruso.

    LAS FORTUNAS DEL JUDAÍSMO SOVIÉTICX)

    Los judíos no sólo eran conspicuos entre los que originalmente apoyaban al régi- men bolchevique, con el tiempo se contarían entre sus víctimas principales. Stalin se volvió contra los judíos con feroz intensidad en los años posteriores a la Segun- da Guerra Mundial. Durante los ocho años finales de su gobierno, los judíos fue- ron objeto de "pesadas ordalías". Cuando murió en 1953, Stalin estaba en el pro- ceso de orquestar una campaña de represión sin precedentes contra los judíos. Esos fueron tiempos oscuros para los judíos soviéticos. Solzhenitsyn hace la crónica de las cambiantes fortunas del judaismo soviético con compasión y sensi- bilidad. Y no deja de dirigir la atención al papel desproporcionado que representa- ron los judíos en el movimiento disidente de las décadas de 1960 y 1970.

    Aunque para entonces los judíos eran menos del uno por ciento de la pobla- ción soviética, eran sin duda el alma y el corazón de la disidencia soviética. Le proporcionaron gran parte de su notable energía moral y senado de propósito. Solzhenitsyn señala la contribución de los judíos soviéticos a la causa anticomu- nista con gratitud y respeto. En particular, expresa su profunda admiración por el valor cívico y el testimonio moral del disidente judío Aleksandr Ginzburg. Ginz- burg desempeñó un papel particularmente impresionante al exponer los juicios públicos del período de Brezhnev. Posteriormente administraría el Fondo Social Ruso en nombre de Solzhenitsyn (este fondo, creado con las regalías obtenidas en todo el mundo por El archipiélago Gulag, se estableció para dar ayuda económica a las familias de los prisioneros políticos soviéticos). Solzhenitsyn también propor- ciona una conmovedora descripción de los siete heroicos manifestantes de la Plaza Roja (cuatro de los cuales eran judíos), que salvaron el honor de Rusia protestando contra la desvergonzada invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968.

    El minucioso examen que hace Solzhenitsyn del archivo histórico establece que los judíos desempeñaron un papel "desproporcionado" tanto para consolidar

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  • I coincidencias y divergencias

    el control soviético en la década de 1920 como para después socavar la ideología comunista en las décadas finales de ese régimen crecientemente esclerótico. La verdad y el equilibrio no son suficientes, sin embargo: algunos críticos han culpado a Solzhenitsyn de lo que perciben como un celo excesivo al contar los pa- tronímicos y seudónimos judíos entre los miembros del partido y el aparato de la Cheka en los primeros años del régimen soviético. Y sin duda alguna su detal- lada atención a esta materia perturbará a muchos lectores occidentales que vacilan en hacer juicios acerca de cualquier persona o de cualquier cosa.

    Pero el objetivo de Solzhenitsyn, como ya hemos visto, ciertamente no es ex- poner el carácter "judío" de la revolución o del régimen bolcheviques, sino más bien desafiar la muy extendida noción de que siempre se persiguió a los judíos en Rusia y en consecuencia estaban igualmente distantes del régimen zarista como del bolchevique. El mero acto de llamar la atención sobre la "desproporcionada" presencia judía en el aparato represivo del Estado leninista es evidencia prima facie de antisemirismo de acuerdo con algunos de los críticos de Solzhenitsyn. Pero los que creen esto nunca desafían realmente la exactitud de los hechos hacia los cuales Solzhenitsyn atrae nuestra atención. A este respecto, merece señalarse que el refuznik convertido en estadista israelí Natán Sharansky ha llegado a con- clusiones notablemente similares a las de Solzhenitsyn, ¡y seguramente sin inten- ción antisemita! En un artículo reciente acerca de la oleada de antisemitismo en el mundo contemporáneo, Sharansky se dirige a la compleja relación de los judíos con la teoría y la práctica comunistas:

    Como es bien sabido, un buen número de judíos, esperando emancipar a la humani- dad y "normalizar" su propia condición en el proceso, enganchó su destino a esta ideología y a los movimientos asociados a ella. Después de la revolución bolchevi- que, se probó que esos judíos estaban entre los más devotos servidores del régimen...

    Casualmente, aunque los judíos estaban desproporcionadamente representados en las filas de los primeros bolcheviques, la mayoría de los judíos msos estaban muy lejos de ser bolcheviques, o siquiera simpatizantes de los bolcheviques. De manera más importante, con el tiempo, también los judíos llegarían a desempeñar un papel

    desproporcionado en la caída del comunismo. (Natán Sharansky, "Hating The Jews", Commentary, noviembre de 2003, pp. 31-32.)

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  • ■ coincidenaas y d'wergenáas

    ARREPENTIMIENTO Y RESPONSABILIDAD

    En la perspectiva de Solzhenitsyn, rusos y judíos por igual deben llegar a un acuerdo sobre su complicidad en el régimen comunista y dejar de culpar a otros de todos sus infortunios y descontentos. La Cheka llevó a cabo una guerra impla- cable contra estratos enteros de la sociedad rusa. El clero, los comerciantes, aris- tócratas, "kulaks" e intelectuales independientes, todos eran señalados como "enemigos del pueblo" y "enemigos de clase"; eran arrestados o ejecutados en función de quiénes eran más que por algo que hubieran hecho. En la perpetra- ción de esos crímenes ha de culparse tanto a rusos como a judíos.

    En la conclusión del capítulo quince ("Del lado de los bolcheviques"), Solzhenitsyn dice verdades difíciles acerca de la necesidad de arrepentimiento mutuo por parte de ambas comunidades. Insiste en que no hay escapatoria de la obligación moral de confrontar honesta y abiertamente la colaboración de seg- mentos enteros de la sociedad rusa y judía con un régimen esencialmente totali- tario y aterrorizador. Hay razones perfectamente comprensibles, aclara Solzhe- nitsyn, por las que los judíos, sospechosos de las intenciones blancas durante la guerra civil, se adhirieron a la causa del bolchevismo. Pero los judíos necesitan ir más allá de una justificación meramente defensiva con respecto a sus correligio- narios, que sirvieron como "asesinos revolucionarios" durante el régimen leninis-

    ta. Y lo mismo puede decirse de los nacionalistas rusos, que culpan a todos excep- to al pueblo ruso de las vilezas criminales del régimen soviético.

    Tanto rusos como judíos deben ir más allá de los mutuos reproches que sirven a cada comunidad para no asumir plena responsabilidad por sus propias faltas y li- mitaciones. Solzhenitzyn implora a ambas comunidades que adopten una res- puesta moralmente elevada a la cuesuón de las relaciones rusojudías. Cada una debe enfrentar libremente sus pecados y al hacerio responsabilizarse de su vida moral y su destino histórico. El modelo imitable para tal confrontación liberadora con el pasado puede encontrarse en la decisión de la República Federal Alemana, aunque vacilante en un principio, de reconocer los horribles crímenes contra la humanidad y el pueblo judío que habían cometido los nacionalsocialistas en nombre de la nación alemana. El hecho de que el régimen de Hitler de ninguna manera representara a los alemanes de espíritu recto no mingaba la responsabili-

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  • I coinddencieis y divergencias

    dad de la Alemania democrática de arrepentirse de este ignominioso episodio de

    la vida nacional alemana. Desde mi punto de vista, esta analogía es de alguna manera inexacta, puesto

    que los nacionalsocialistas asesinaron, por perverso que sea, en nombre de la na- ción alemana, mientras que los bolcheviques rusos y judíos colmaron de escarnio la moralidad tradicional y cometieron sus crímenes en nombre de una ideología agresivamente antirreligiosa y antinacional. Los chekistas judíos no aterrorizaron a sus víctimas en nombre del judaismo, del mismo modo que Lenin no llevó a cabo sus represiones brutales en nombre de Rusia ni de la Ortodoxia. Aun así, Solzhenitsyn demuestra de manera apremiante que el arrepentimiento es un componente esencial de la salud moral y del conocimiento propio de un pueblo que se respeta a sí mismo. Y añade que aquí no es "una cuestión de responder a otros pueblos, sino ante uno mismo, ante la propia conciencia y ante Dios".

    EL DESAFÍO MORAL DE SOLZHENITSYN

    Los críticos de Solzhenitsyn están tan preocupados por acusar al escritor por su supuesto antisemirismo que no logran reconocer el carácter preeminentemente mora/de su llamado al arrepentimiento y a la autolimitación. Politizan sus discu- siones y deforman hasta dejar irreconocible una intervención moralmente elevada en nombre del juicio histórico imparcial y el arrepentimiento mutuo. Sus críticos simplemente dan por sentado que Solzhenitsyn es un apologista romántico de alguna "Rusia sagrada" de su imaginación, absolutamente ciego ante las imper- fecciones de la sociedad y el Estado rusos prenevolucionarios.

    Si Solzhenitsyn está imbuido por un profundo amor a su país, debe, según el

    razonamiento, encubrir el pasado ruso y disculparse por sus múltiples imperfec- ciones e injusticias. Son los mismos críticos que condenan La rueda roja por ser un fracaso literario colosal sin mostrar evidencia alguna de haberia leído. Es precisa- mente en esa extensa obra que Solzhenitsyn presenta una acusación devastadora

    contra el viejo régimen, desprovisto del más elemental instinto para hacer lo ne- cesario con el fin de estar a la altura de los desafíos de una modernidad emergen- te. Los actores políticos en ambos lados de la división sociedad-Estado-cortesanos y ministros zaristas, políticos liberales e intelectuales radicales- se hipnotizaron

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  • I coincidenaas y divergencias

    con las hechizantes tentaciones de la inercia reaccionaria y la impaciencia revolu- cionaria. A juicio de Solzhenitsyn, la irresponsabilidad combinada de la izquierda y la derecha, de reaccionarios y revolucionarios, fue lo que finalmente selló la suerte de Rusia en 1917.

    En todo caso, Solzhenitsyn es consistentemente más duro en sus juicios con la parte rusa de lo que lo es con la judía. En consecuencia, no hay nada parcial en su llamado al arrepentimiento y a una completa y honesta rendición de cuentas del pasado nacional ruso. Los rusos, nos dice, deben "responder por los pogro- mos, y por los despiadados incendiarios campesinos, y por los soldados revolucio- narios enloquecidos, y por los marinos convertidos en bestias". El arrepenti- miento es un sine qua non del patriotismo humano y autolimitado, un componente indispensable de la auténtica grandeza nacional. Desde luego, algunos criticarán a Solzhenitsyn por esta misma imparcialidad al analizar las contribuciones y los pecados de rusos y judíos. Verán en su supuesta imparcialidad un antisemitismo particularmente sutil y consecuentemente odioso, una equivalencia moral que sitúa a víctimas y perpetradores en el mismo plano.

    Pero este juicio no puede resistir la confrontación con el texto de Solzhenitsyn. El escritor rechaza con justicia el absurdo moral que dice que, porque algunos ju- díos unieron su suerte a la causa totalitaria, los pogromos y las discriminaciones "vejatorias" que sufrieron los judíos bajo el antiguo régimen eran de algún modo moralmente aceptables. Como arguye persuasivamente en el volumen l de Dos- cientos años, fue precisamente la incapacidad del antiguo régimen para adoptar una respuesta racional a la cuestión judía lo que contribuyó poderosamente a reforzar las propensiones revolucionarias de muchos judíos secularizados y asimilados.

    Del mismo modo, Solzhenitsyn rechaza una lógica perversa que arguye que la presencia inaceptable del antisemitismo bajo el antiguo régimen relativiza de al- guna manera los monstruosos crímenes llevados a cabo por los chekistas después de 1917, fuera su origen nacional o étnico. Solzhenitsyn tiene demasiado respeto por el pueblo judío para favorecerios o consignarlos al estatus permanente de víc- timas históricas. Un crítico de mente justa sólo puede concluir que no hay nada antisemita ni nacionalista en el partidismo de Solzhenitsyn en pro del "arrepenti- miento y la autolimitación". Las polémicas en respuesta a los llamados de Solzhe- nitsyn al arrepentimiento mutuo por parte de rusos y judíos dicen mucho más

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  • I coincidencias y divergencias

    acerca de las confusiones intelectuales y la inmadurez espiritual de algunos de sus interlocutores que de cualquier parcialidad o insensibilidad por parte del es-

    critor ruso.

    EL HOLOCAUSTO

    Solzhenitsyn reconoce cabalmente que ninguna discusión de la "cuestión judía" rusa puede ignorar la terrible guerra contra el judaismo soviético que condujeron los nazis después de su invasión de la Unión Soviética en junio de 1941. En el ca- pítulo veintiuno ("Durante la guerra con Alemania"), Solzhenitsyn proporciona una sombría y detallada descripción del Holocausto que se desplegó en el territo- rio soviético entre 1941 y 1944. También rinde tributo a la importante contribu- ción que los judíos rusos hicieron a la defensa de la patria en la lucha común con- tra el enemigo nazi. Sobre el último punto, presenta una investigación original inédita que refuta acusaciones que se oyen comúnmente acerca de una supuesta falta de participación judía en el esfuerzo bélico.

    Solzhenitsyn hace justicia a la singularidad del Holocausto, a la incalificable monstruosidad de la guerra contra el pueblo judío, sin minimizar nunca los males comparables que fueron el Gulag y la colectivización. Reconoce que incluso si "el régimen de Stalin no era mejor que el de Hitler", los judíos soviéticos no po- dían permitirse ver las cosas de esa manera. "En un tiempo de guerra esos mons- truos no podían ser iguales" a los ojos de los judíos soviéticos, puesto que se en- frentaron con nada menos que el "más terrible enemigo en toda la historia judía".

    En un tono digno y sombrío, Solzhenitsyn narra los hechos verdaderamente "abrumadores" de la exterminación de los judíos en la zona occidental de la Unión Soviética. Proporciona una descripción particularmente conmovedora de la horrorizante "hecatombe" de la muerte y la destrucción infligidas por los nazis en Babi Yar. En sólo dos días, a finales de septiembre de 1941,33 771 judíos fue- ron ejecutados y apilados en la barranca de Babi Yar en las afueras de Kiev. Al fi- nal de la guerra, cien mil cuerpos yacían descomponiéndose en esa tumba masiva. La magnitud de semejante carnicería física merece una respuesta moral, y Solzhenitsyn no se queda sin reflexionar sobre la significación más profunda de este acontecimiento: "Los fusilamientos masivos de Babi Yar se han convertido

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  • coincidencias y divergencias

    en un símbolo en la historia universal. Nos horrorizan precisamente por el cálculo frío, la rigurosa organización que es característica de nuestro siglo veinte". Este crimen es mucho más desgarrador que otros ejemplos de la inhumanidad del hombre para con el hombre. Solzhenitsyn nos recuerda que una destrucción de- liberada y un cálculo organizado semejantes es [sic] un producto de nuestra civili- zación moderna, progresista y "humanista". En contraste, "durante la 'oscura' Edad Media, la gente no mataba excepto cuando eran arrastrados por un arrebato de furia o en la rabia de la batalla".

    Como ya hemos observado, Solzhenitsyn rehusa rivalizar los sufrimientos de rusos y judíos entre sí. La "totalidad del sufrimiento" padecido tanto por rusos como por judíos, a manos de los regímenes comunista y nacionalsocialista, es "tan grande, el peso de las lecciones infligidas por la Historia tan insoportable, la angustia por el futuro tan desgarradora", que es imperativo que tal sufrimiento dé lugar a la empatia mutua, la comprensión y la reflexión por parte de rusos y ju- díos. Al servicio de tal objetivo, el capítulo veintiuno finaliza con el examen de una serie de pensadores judíos que han reflexionado sobre el significado profun- do del Holocausto y de su lugar en los designios providenciales de Dios para el hombre. Solzhenitsyn se aproxima a esta materia delicada, respetuosamente. Nunca les dice a los judíos qué interpretación filosófica o teológica deben dar a la terrible experiencia del Holocausto. Unos cuantos pensadores, como Daniel Levine en las páginas de la publicación rusoisraelí "22", han visto en el Holo- causto un "elemento de castigo para ciertos pecados", tales como la participación judía en el movimiento comunista. Solzhenitsyn señala que la vasta mayoría de los pensadores judíos descartan esas reflexiones como "insultantes" e incluso "blasfemas". Por su parte, Solzhenitsyn acogería con agrado una "autocrítica si- milar", tan noble, tan magnánimn, por/a parte rusa. Cree que cualquier percep- ción espiritualmente sensible de la experiencia rusa en el siglo veinte debe "ver, ahí, también" un elemento de castigo o "penitencia de lo Alto".

    La apertura de Solzhenitsyn a una lectura "providencial" del terror comunista y nazi, como castigo en un sentido espiritual más profundo y elevado, puede muy bien ser "ofensiva" para ciertas sensibilidades seculares. Los creyentes religiosos verán en ella un esfuerzo para llegar a un acuerdo con el "misterio del mal" y las pesadas exigencias de la responsabilidad moral. Pero esto debe quedar claro: la

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  • coincidencias y divergencias

    apertura de Solzhenitsyn a una lectura "providencial" del siglo veinte ruso no so- cava en modo alguno su reconocimiento moral del Gulag y del Holocausto como manifestaciones abominables del mal radical. Un mal semejante debe ser llamado por su nombre y los seres humanos civilizados deben oponerle fiera resistencia. Y, como indican los ejemplos de Solzhenitsyn y Orwell, el mal radical finalmente hace que surjan temas y perspectivas teológicas finales.^

    El lector no puede sino impresionarse con el carácter meditado, digno y em- pático del tratamiento que Solzhenitsyn da al Holocausto en territorio soviético. Expresa profunda empatia hacia el pueblo judío en su momento de mayor aflic- ción. Y transmite hábilmente la dimensión ineludiblemente sagrada o teológica de esta tragedia. "No por nada se escribe Holocausto con H mayúscula. Es un enorme acontecimiento que toca a un pueblo inmemorial".

    EL NONPOSSUM DE SOLZHENITSYN

    Es con cierta pena que damos un giro, desde estas alturas y profundidades, a un renovado examen de algunas de las polémicas que rodean el tratamiento que da Solzhenitsyn a la "cuestión judía". Solzhenitsyn se siente particularmente resen- tido ante cualquier sugerencia de que un escritor debe presentar el pasado como "debería ser" y no como realmente es. La confusión de la realidad con los dicta- dos de la ideología o de la "corrección política" estaba en el centro de la distor- sión "realista socialista" de la literatura rusa durante el período comunista, y Solz- henitsyn no tuvo parte en ella. Comprensiblemente, se sorprende ante cualquier mención de que el escritor concienzudo es "capaz de olvidar o de rehacer el pa- sado". Ciertamente, las figuras judías de los escritos artísticos e históricos de Solz- henitzyn están trazadas con la misma preocupación escrupulosa por la precisión histórica, y una entrega fiel y humana de personaje y motivo, que inspira su re- trato de todos los individuos en sus escritos. Pero la negativa de Solzhenitsyn a aplicar un doble discurso a los personajes judíos y no judíos es aparentemente inaceptable para los que se dedican a buscar signos de antisemitismo en su obra.

    ^ Alain Bcsan90n, Lafabificationdu bien, París, Julliard, 1985, para un análisis profundo de los problemas

    teológicos planteados por el análisis orwelliano de la "mentira" totalitaria.

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  • ■ coincidencias y divergencias

    Esos críticos tienen una inclinación a contar a los judíos "buenos" y "malos" en los escritos de Solzhenitsyn. Reducen todo a un cálculo matemático tendencioso que distorsiona tanto la naturaleza del arte como la búsqueda de la verdad histórica.

    En el capítulo veinte de Doscientos años juntos ("En los campos del Gulag"), Solzhenitsyn responde vigorosamente a esas exigencias políticamente correctas, hipersensibles ante cada personaje y tema judíos en sus escritos. El escritor ruso deja perfectamente en claro que rehusa jugar según las reglas de ese juego. Dirá la verdad como la entiende, aun cuando al hacerlo despierte la ira de los guardia- nes de la corrección política. Solzhenitsyn es particularmente franco en este ca- pítulo, tratando abiertamente temas que incluso un lector comprensivo podría haber esperado que hubiera tenido la prudencia de evitar. Una cosa es autocen- surarse en respuesta a las exigencias de la pureza ideológica, otro asunto comple- tamente diferente es resaltar asuntos que muy probablemente captarán los lectores descuidados y los críticos hostiles. El peligro es que las polémicas que entonces se originan distraerán a los lectores de enfrentar lo que es verdadera- mente significativo en el argumento propio. Ya hemos visto en funcionamiento este patrón destructivo en algunas de las respuestas rusas iniciales a Doscientos años juntos. En vez de dirigirse a los temas principales y a los argumentos reales del libro, los críticos hostiles a Solzhenitsyn se concentran en media docena de pasajes que encuentran particularmente "ofensivos".

    Uno de esos pasajes representativos bastará para nuestros propósitos. En res- puesta a los reclamos hechos por algunos autores judíos en cuanto a que los judíos enfrentaron una situación particularmente onerosa en el Gulag, Solzhenitsyn ofrece su impresión (y admite libremente que sólo es una "generalización" basa- da en su experiencia y conocimiento propios) de que los judíos tendían a benefi- ciarse desproporcionadamente desde cómodas posiciones privilegiadas en los campos. Señala que los judíos tendían a proteger a los suyos, lo que habla en favor de ellos. Es un argumento factual, abierto a la discusión. Y queda claro, por el contexto, que se plantea sin ninguna intención antisemita. Pero algunos críticos han refutado esta aseveración como si finalmente hubieran encontrado la pistola humeante que durante tanto tiempo habían estado buscando, la prueba definitiva de la hostilidad de Solzhenitsyn hacia los judíos. Esos mismos críticos ignoran

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  • ■ coincidencias y divergencias

    casi uniformemente el tributo que rinde al mismo tiempo Solzhenitsyn a los ju- díos que conoció personalmente, que no son un número reducido, quienes va- lientemente rechazaron la oportunidad de trabajar en puestos privilegiados. Esos hombres se arriesgaron a una muerte temprana al escoger laborar en el rudo "tra- bajo general" en vez de aceptar posiciones o privilegios especiales dentro de los campos. Judíos como Vladimir Efroimson y Yakov Grodzensky se encontraban

    entre las almas más nobles que Solzhenitsyn tuvo el privilegio de encontrar du- rante sus años en los campos. Hombres como esos compartían lealmente la "suer- te común" aunque podrían haber optado por una salida relarivamente más fácil. Como resultado de su profundo sentido de la obligación moral, eran objeto del sarcasmo y el ridículo de ambas partes. Esos prisioneros judíos eran las más no- bles encarnaciones del "camino de la autolimitación", el único camino capaz de "salvar a la humanidad" de acuerdo con Solzhenitsyn. Escribe que "nunca pierde de vista tales ejemplos", sino que más bien "en ellos yacen todas mis esperan- zas". Esa es una gran alabanza, en realidad la máxima alabanza. Un recuento fiel del pasado debe hacer cabal jusricia a los que enorgullecen a su pueblo y a la hu- manidad, a quienes por medio de su elección de autolimitación reivindican el honor de la raza humana.

    Uno debe admirar ciertamente a Solzhenitsyn por su franqueza, por su recha- zo intransigente a inclinarse o a distorsionar la verdad, aun cuando uno desea que mostrara más sensibilidad ante el delicado problema de presentar verdades con- troversiales o difíciles a un público que no siempre está listo para recibirlas. El ca- pítulo veinte va y viene de momentos de innegable altura intelectual y moral a atronadoras polémicas contra sus críticos más irresponsables. Solzhenitsyn estalla con legítima indignación contra todos los que salen a la caza de un inexistente antisemitismo, que desean censurar hechos históricos incómodos, o que dirigen erróneamente su indignación contra el autor de El archipiélago Gulagipot reprodu- cir fotografías de una famosa publicación soviética de las ocho figuras principales a cargo del infame proyecto de trabajo forzado del Canal Mar Blanco-Belomor^ -todos excepto uno resultaron ser judíos) en vez de dirigirla a la ideología que

    ' Esc proyeao costó la vida a decenas de miles de zei de Rusia, Ucrania y Asia Central. Solyenitsyn habla de 250,000 víctimas. En su AnAipiéJago no dice nada del origen de los administradores de los campos.

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  • coincidencias y divergencias

    condujo a tales vilezas criminales en primer término. Como hemos demostrado ampliamente, el enojo no es en modo alguno el tono dominante de este libro, está muy lejos de serlo. Pero Solzhenitsyn no puede evitar expresar su exaspera- ción ante aquellos que crean obstáculos completamente injustificados al enten- dimiento genuino y recíproco entre rusos y judíos.

    El segundo volumen de Doscientos años juntos está animado por esa vigorizante oscilación entre el reporte equilibrado de los hechos y los nobles llamados al jui- cio imparcial y al arrepentimiento mutuo, por una parte, y un rechazo tenaz a prosternarse ante los guardianes de la corrección política, por otra. Todos los as- pectos tienen su lugar. Pero el lector atento debe evitar dejarse llevar por las po- lémicas distractoras que con demasiada frecuencia han girado en torno al libro. La obra de Solzhenitsyn transmite un profundo respeto por la grandeza espiritual del pueblo judío. Su elocuente y poderoso testimonio de los terribles crímenes cometidos en nombre de ideologías totalitarias de izquierda y derecha es una con- tribución indispensable a nuestro entendimiento del siglo veinte. A la luz de di- chas consideraciones, es necesario apartar la atención de polémicas infructuosas hacia un compromiso serio con el llamado "al arrepentimiento y la autolimita- ción" que enmarca e inspira cada página del notable libro de Solzhenitsyn. El más importante escritor ruso de la época ha planteado un reto a los lectores moral- mente serios que desean ir más allá de las animosidades debilitadoras del pasado y promover la comprensión mutua entre rusos y judíos.

    Hemos visto que Doscientos años juntos articula una defensa elocuente, seria y de alto valor moral del arrepentimiento nacional y la responsabilidad moral colec- tiva que es incompatible con toda forma de chauvinismo y nacionalismo lleno de odio. Además, Solzhenitsyn es un patriota ruso que aspira genuinamente a un juicio histórico imparcial. Él sería el primero en admitir que no ha logrado el equi- librio perfecto entre la universalidad y la particularidad, entre lo que se requiere para defender el honor de su propio pueblo y lo que se requiere para hacer jus- ticia a las legírimas demandas de los judíos. Una reconciliación perfecta como ésta de la universalidad y la particularidad está más allá del alcance de cualquier escritor o pensador en particular (o, para el caso, de cualquier simple mortal). A Solzhenitsyn lo mueven innegablemente las pasiones del patriota, pero nunca los odios del annsemita. Por supuesto, los lectores pueden muy bien encontrar

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  • I coincidencias y divergencias

    algo con lo cual pelearse en esta larga y apasionada obra. Pero esto no debe atrave- sarse en el camino de una apreciación exhaustiva del logro de Solzhenitsyn. Doscientos años juntos es una obra sobresaliente de erudición y reflexión moral que merece nuestra atención y respeto. Es un modelo de investigación histórica hu- mana que nunca pierde de vista los asuntos que verdaderamente importan. Por estas razones y otras más, bien merece ser publicada en el mundo de habla in- glesa. Nosotros también debemos mostrar algún valor frente a los guardianes de la corrección ideológica. f¿

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