Sobre La Lectoescritura

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Sobre la Lectoescritura: del Lenguaje como emancipación [1] “¿(…) cómo hablarse cada uno a sí mismo cuando nada, cuando nadie ya habla, cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras de un mundo que ha perdido su memoria de un mundo?” “El mundo es el segundo término de una metáfora incompleta, una comparación cuyo primer elemento se ha perdido. ¿Dónde está lo que era como el mundo? ¿Se fugó de la frase o lo borramos? ¿O acaso la metáfora estuvo siempre trunca?” Roberto Juarroz Necesidad de un estatuto ontológico mítico de coordenadas lacaniano-hegelianas Escribir acerca de la lectura remite inmediatamente a la escritura y nos hará, probablemente siempre, escribir acerca de esta última. Ocurre de nuevo si invertimos el razonamiento. Una necesariamente presupondrá a la otra y se les puede adjudicar fácilmente el peso de ser correlatos. Escritura, Lectura, Pensamiento y Lenguaje en este texto son ante todo ideas o conceptos análogos a los términos que designan los mecanismos sustanciales concretos a los que usualmente refieren, pero no son esos mecanismos, por más que en determinados instantes encarnen o los hagamos encarnar en ellos y se parezcan a ellos. Más

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Sobre la Lectoescritura: del Lenguaje como emancipación [1]

“¿(…) cómo hablarse cada uno a sí mismo

cuando nada, cuando nadie ya habla,

cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras

de un mundo que ha perdido

su memoria de un mundo?”

 “El mundo es el segundo término

de una metáfora incompleta,

una comparación

cuyo primer elemento se ha perdido.

 ¿Dónde está lo que era como el mundo?

¿Se fugó de la frase

o lo borramos?

 ¿O acaso la metáfora

estuvo siempre trunca?”

Roberto Juarroz

Necesidad de un estatuto ontológico mítico de coordenadas lacaniano-hegelianas

Escribir acerca de la lectura remite inmediatamente a la escritura y nos hará,

probablemente siempre, escribir acerca de esta última. Ocurre de nuevo si invertimos el

razonamiento. Una necesariamente presupondrá a la otra y se les puede adjudicar

fácilmente el peso de ser correlatos.

Escritura, Lectura, Pensamiento y Lenguaje en este texto son ante todo ideas o conceptos

análogos a los términos que designan los mecanismos sustanciales concretos a los que

usualmente refieren, pero no son esos mecanismos, por más que en determinados

instantes encarnen o los hagamos encarnar en ellos y se parezcan a ellos. Más bien

refieren a algunas herramientas o tecnologías de la dimensión sociopolítica, las cuales –

precisamente por ser sociales y políticas- son tensiones y vínculos operando entre

inmanencia, trascendencia y superación, y pueden adoptar variadas y variables formas. En

determinados casos esa similaridad de tipo analógico-estructural nos servirá para –o

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demandará- explicar ciertos temas o metaforizarlos, y en esa clave escribiré y espero sea

leído este ensayo.

Se me ocurre ahora, por ejemplo, que puedo o necesito postular dos momentos originales

de carácter ficcional o mitos, aunque emplee metáforas o analogías que se apoyan a su

vez en eventos de la historia natural o humana (eventos que bien pueden ser considerados

tan ficcionales como los que propongo). Lo haré con el objetivo de ilustrar un supuesto

grado cero de funcionamiento – la velocidad inicial- de las herramientas sociopolíticas en

cuestión: para congelarlas y así facilitar el juego con el concepto ya aplicado, en

funcionamiento o en marcha y el planteo de oposiciones, conexiones, cortes y demás que

pudiesen ser requeridos. Como es notorio, estos mitos deben su estatuto ontológico

principalmente a la necesidad de su existencia; lo que se entiende, se repite para mí

fractalmente en todos los elementos de esa ontología, de lo social y lo político (lo humano),

y no únicamente con respecto a estos conceptos que me ocupan ahora.

Bueno, sin más los postulo: según los estudiosos en un período de la historia natural el

pensamiento y el lenguaje aparecen indivisiblemente conectados, y creo que podría

decirse eso también sobre los conceptos y las tecnologías que llamo de la misma manera:

es postulable –en tanto necesario- un momento en que no tanto la naturaleza como el

hombre hacen aparecer o inventan el Pensamiento-Lenguaje. Igualmente, si según otros

estudiosos aparece o se inventa la escritura en algún período de la historia humana, y el

lenguaje alcanza nuevos niveles de complejidad, podría decir también eso del artefacto al

que he llamado de esa manera: también hay un momento en el que en las sociedades

aparece o se inventa la Escritura, a la que llamaréLectoescritura de aquí en adelante

apelando a mi argumento introductorio. En el paso de grado cero a Pensamiento-Lenguaje

y de Pensamiento-Lenguaje a Lectoescritura, lo que planteamos son necesidades y

prácticas primitivas uoriginales –lo que quizá quiera decir más bien constitutivas- y de

índole social que demandan su propia y continua superación, la cual llega gradualmente a

esas estaciones que llamamos origen del lenguaje, el pensamiento o la escritura, que ya

estaban presupuestas en ese inexistente punto inicial, pues Lenguaje y Pensamiento son

justamente –insisto- prácticas y necesidades de carácter social capaces o capacitadoras

de consciencia sobre ellas mismas.

El par Pensamiento-Lenguaje no es una adición o acoplamiento. El par Pensamiento-

Lenguaje es ante todo lacaniano: Pensamiento es una fuerza –un empuje- y Lenguaje

aquello donde, al realizarse aquella, se le permite pensarse: Lenguaje tiene la potencia de

examinar al Pensamiento, pero el Pensamiento en sí no puede examinar ni examinarse,

sino hasta que es Lenguaje: en cierto sentido Lenguaje es más Pensamiento que el

pensar, que sería más del carácter de lo irracional por paradójico que suene. Lenguaje es

el Pensamiento pensándose a sí mismo o examinándose (quizá el intervalo en que se

piensa o examina a sí mismo). Es la ilusión o el espacio simbólico que hace que

Pensamiento sea todo lo que puede ser mientras juega como real irreductible –así será

planteado aquí o hacia ese aspecto del Pensamiento inclinaré todo el peso conceptual por

motivos estratégicos. No es raro escuchar que no se puede plasmar en lenguaje todo lo

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que se piensa. Quizá no sea así, poco importa, pero sí se puede plantear así si a su vez se

plantea al pensamiento como un resto que opone resistencia a ser puesto en lenguaje y

que sin embargo, no es ni siquiera pensable, postulable o planteable, si no es gracias al

lenguaje. El Lenguaje sería un pensamiento de segundo orden que está en falta (en la

doble acepción de incompleto y en deuda), al intuir que no puede poner en lenguaje al

Pensamiento –otro nombre para la realidad, para el objeto en tanto concepto de objeto-, y

que cuando lo haga ya no habrá mucho más que poner allí o que encontrará un exceso

inabarcable, no capturable y creciente, que su labor será eterna e inconclusa, y

eternamente inconclusa: para siempre angustiado y tardío como el conejo de Alicia en el

País de las Maravillas o el Búho de Minerva. Esa angustia, esa crisis, esa imperfección o

incompletitud –y esa conciencia de ellas- es la definición del Sujeto y está muy cerca de

los temas teológicos, psicoanalíticos y políticos (en especial los de las izquierdas).

El par implícito en el término Lectoescritura no es una mera yuxtaposición o suma: si el par

Pensamiento-Lenguaje es ante todo lacaniano, el par Lectura-Escritura es ante todo

hegeliano. Es un conflicto, una lucha y una solidaridad abierta a su propia posibilidad de

superarse –donde lector y escritor son abolidos y preservados en algo más: cuando el

escritor escribe ya estáleyendo (no sólo hablamos de la explicación típica sobre la lectura

de sus condiciones y acerca de sí, sino de que inventa a su lector, sus reacciones y su

escritura del mundo –proveniente de su lectura del mundo- y todo lo que tejerá el vínculo

de la lectoescritura). Cuando el lector lee empieza ya aescribir, no con tinta sino con

sus praxis teóricas y prácticas, plasmando su realidad en el texto y plasmando el texto en

su realidad (descubriendo –en el sentido dual de hallar y de inventar, de crear- lo que hay

de cada uno en el otro). Esa tensión dialéctica, esa conexión y esas praxis son la propia

definición de lo social.

Si el origen del par Pensamiento-Lenguaje presupone e inaugura la subjetividad –algo así

como la subjetividad-, el origen del par Lectoescritura (al presuponer siempre ya al Otro, al

otro-lector, al otro-escritor) a su vez presupone e inaugura lo sociopolítico y la historia.

Está claro que así como los relatos originarios son ficciones con capacidad o potencia

teórica, la división hecha aquí lo es también. Lenguaje es asimilable a Escritura – y/o

Lectura-, en especial del propio Pensamiento, y con toda actividad puesta en lenguaje

escribimos –o leemos- de alguna forma (es el viejo escenario de los dos yoes cartesianos).

Lenguaje, Escritura y Lectura son del orden de lo simbólico. El Pensamiento ya reinscrito

en su actualización en el Lenguaje o la Lectoescritura también es simbolizante o tiene

potencial trascendente. Al igual que la Lectura y la Escritura el Lenguaje también supone al

Otro. Se podría acusar la artificialidad o revelar el truco de las distinciones que he hecho,

pero parecen ser menos trucadas y artificiales que –afirmo- necesarias, si recordamos que

el pensamiento no se ve obligado a reclamar al Otro (más bien es la alteridad del Lenguaje

en un pre-fractal de lo social: la otredad del yo menor con respecto al Yo Mayor). No es

casualidad que Lacan sea incluido por Badiou, al igual que Nietzsche, en el grupo de los

antifilósofos –y que le caracterice un definido impulso individualista y reacio a las creencias

y la trascendencia (por más que Lacan hablara del Lenguaje, el Otro y el Sujeto)-, en tanto

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que Hegel sin duda es lo que el pensador francés llamaría un filósofo –y que lo caracterice

su atracción hacia lo trascendente y la creencia, donde su individuo sea algo que se

realiza plena y exclusivamente en los grandes temas de la alteridad, la colectividad de los

espíritus autorrealizados y la historia). Si Lenguaje es la Escritura del Pensamiento,

Lectoescritura es su aufhebung y la inscripción del Lenguaje en los temas de lo público (es

decir: es el Lenguaje de lo social y lo político).

 

La escritura sencilla o simple

Pensamiento sería la primera fuerza o empuje con que conceptualizamos lo real –en

sentido lacaniano-, sería eso que no es sino concepto de lo real y que inevitablemente

nos engaña al asumirlo como lo real mismo. Lenguaje sería un metalenguaje que capacita

pensar a esa especie de lenguaje menor que es el Pensamiento, y Lectoescritura sería el

Lenguaje en su versión práxica social. Un continuo movimiento de superación y de

exterioridad de sí que haría posible los sucesivos saltos de nivel. No cuesta entender la

relación si asumimos que cosas como los tecnopragmatismos (la política como

administración), la lógica de la capacitación o educación para la producción, los rituales y

disciplinas de la tolerancia, la ética protestante weberiana del capitalismo, lo asocial

policíaco, la lógica económica del mercado y la publicidad son Pensamiento, mientras la

política y la educación son más bien Lenguaje. La Lectoescritura es el nudo en que ese

Lenguaje se constituye en sociopraxis, bien sea teórica o práctica. Si admitimos que es allí

donde se encuentra la función operativa del mecanismo tetrápodo o trípode (tomando el

par Lectoescritura no como dos, sino como una pata del artefacto) que hemos descrito,

entonces podría ser más fácil encontrar los problemas de Lectoescritura propios de la

actualidad.

En tiempos de las viejas izquierdas marxistas se tenía alguna incapacidad para entender

que importaba tener acceso a otra cosa que no fuera pan y que había que propiciar el

esfuerzo intelectual en las clases oprimidas –aún hoy en muchas izquierdas es así- y algún

sector de la academia adoptado por la izquierda ahora, replica una vez más dicho

problema ahora a la interna de la ya generalmente aceptada importancia del conocimiento:

esta vez negando la necesidad de otra cosa que no sean palabras

consideradas comunes y un lenguaje que se asume referencial. Es la defensa acérrima de

una supuesta escritura sencilla o simple, lo que habla más del mundo que queremos que

de la escritura en sí (un difuso pavor a lo conflictivo, rico y complejo o a las contradicciones

y tensiones propias de la existencia humana y en sociedad). Si aquella negaba la

información, ésta – en la era donde la información abunda- niega el pensamiento, justo lo

que se carencia en nuestros tiempos. La capacidad de cuestionar la información. Se

produce una dependencia de lateta del líder, del intelectual, del experto, etc. Pero más allá

de eso,  el problema de fondo es que nos convierte en meros nudos por donde pasa la

constante circulación de información. Es un juego de adquisición e intercambio, muy

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similar al funcionamiento del mercado. Esas aparentes sencillez y transparencia ocultan.

Las mismas izquierdas tecno-pragmáticas, reacias a la metafísica, deshabilitan al sujeto

emancipando, al imposibilitar el proceso de su crisis y liberación, y lo sumen en una

chatura al limitarlo a la ontología de un lenguaje prisionero de lo inmanente.

Detrás de las escrituras sencillas hay una tremenda soberbia. Podría hablar, paleo o

neoizquierdas mediante, del abuso de dejar unas palabras para uso exclusivo de las élites

y otras para los demás, pero eso es un planteamiento poco interesante: prefiero la

coartada de que aquí el autoritarismo que tanto preocupa a esos intelectuales, quienes lo

ocasionan o facilitan con su defensa de la laxitud, es más un efecto que una causa: el

problema es más bien la tontera propia de toda su mística, la terrible imposición sin crisis

de legitimidad de las normativas apretadas de los multiculturalismos, la corrección política

y la tolerancia liberal. En la chata e ilimitada llanura del capitalismo tardío el autoritarismo,

el abuso, la violencia no tienen ninguna justificación (como no la tiene la anexión del otro

en los modelos posmotolerantes): son radicalmente absurdos y por tanto más brutales, son

más violentos precisamente por no poder ser pensados como violencia. De manera

sintomática el autoritarismo de la escritura sencilla pasa desapercibido y es prácticamente

no enunciable.

Valdría la pena entender que hay que admitir (en el doble sentido de permitir y de

reconocer su existencia) una relación asimétrica en todos esos niveles, una ruptura

temporal o momentánea con la horizontalidad –que en rigor nunca ocurre-, y que quizá no

sea más que una ficción que es condición de posibilidad de la horizontalidad o por lo

menos permite postularla y pensarla. Alguien gatilla antes el motor de la Verdad, de la

Lectoescritura, de la Educación, de la politización o la socialización

(dispositivos aquejados de un grado de sinonimismo, análogos interconectados en la

fractalidad multidireccional de lo público). El objetivo es que después el otro sea

consciente del artefacto y capaz de emplearlo. Se entenderá que esos antes y después,

ese alguien y otro, no son posiciones preestablecidas ni instantes en el tiempo, sino

estrategias de enunciación de un fenómeno que no es unidireccional y que ocurre en el

instante en que se teje lo social o lo público.

El dogma de la escritura simple oculta el trabajo que toda lectura demanda o requiere, y

hacernos ciegos a ello es la mejor forma de frustrar, de anular ese trabajo y sus efectos, y

la capacidad del lector de realizarlo. Otra de las causas del autoritarismo que

mencionamos podría ser la negación del conflicto entre el lector y el escritor, por lo cual las

fuerzas en relación, en vínculo y tensión se invisibilizan. Y lo hacen desde muy temprano,

pues se habla de escritura sencilla, nunca de la lectura –sea sencilla o compleja: el lector

desaparece de entrada. Nunca se habla de cómo debe leer.

Desaparece porque se fetichizan las palabras, se da una recaída en su materialidad, y las

letras son poco más que la mera tinta en la página: son ellas las que tienen la capacidad,

no el lector, ni el concepto, dado el caso ni siquiera el escritor. En su rotunda inmanencia

todo depende de un código a descifrar: letras que refieren a letras o que están en relación

con otras letras. La desaparición del Lenguaje, el cual tiene la necesidad de decir algo

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sobre esas letras, sobre su origen, sobre su razón para estar ahí, el propósito de su

existencia, que hipotetiza un acto creador, una subjetividad, motivación, racionalidad o

praxis. Y si suponemos una praxis, ya estamos en el camino de una, de la nuestra y

de inventar la del otro, ya estamos en terreno socializante. Es esa praxis y esa potencia lo

que se desvanece, porque poco más que eso son el lector o el escritor, en tanto lectores y

escritores.

Detrás de ese código está la verdad, como levantando una piedra, eco de la fe en la

verdad como sustancia, como evidencia y no como proceso o aufhebung. La verdad

como objeto a adquirir o poseer, el delirio de propietario burgués extendido al pensamiento

y el lenguaje. Y como objeto dado o revelado y peor, como objeto que alguien tiene el

mágico don de transmitirme. Muy parecido es lo que ocurre con las marcas de la

corrección política, de la militancia, de la tolerancia, del feminismo, del no racismo, entre

tantas otras cosas: son bienes adquiribles y consumibles, garantes de estatus, identidades

prostéticas y no sujeto o crisis.

Comúnmente se dan en espacios como las redes sociales casos en los cuales se

comparten frases célebres falsamente atribuidas, o imágenes horrorosas (fascinantes,

inquietantes, da igual) con información falsa sobre su origen o cualquier otro detalle, donde

se dispara un doble engaño, siendo el más importante no el hoax de la autoría –

preocupación más bien policíaca- sino la creencia de que leemos cuando lo que hacemos

es quedar fascinados ante lo que es apenas una grafía: la pobre materialidad de la

escritura exhibida como imagen portadora también de un estatus adquirible y posesible

cual producto en el supermercado (el de educado, de sensible a cierta experiencia estética

de la vida –cual catador de vinos-, de militante, de consciente, de preocupado, etc.). Todos

hemos visto tales casos en páginas que se presentan como fuentes de cultura  de saber,

como templos del buen gusto literario, al estilo de Acción Poética y tantas otras. También

encontramos que la recaída en la materialidad y el fetiche siempre apunta a la caída de

la polis – de lo social, político o público- hacia el oikos- lo privado, doméstico y a veces lo

común que confundimos con lo público (la suma de privados y no aquello que permite

pensar los privados: el reino de las redes sociales, la opinión, la encuesta, la democracia

liberal y sus libertades). Por ello el libro es igualmente un mero objeto prostético –otro

garante de estatus cuyo hábitat es Instagram o Facebook, que permite identificarme o

reemplazar una subjetividad que no puedo y no estoy dispuesto a ejercer o construir, sea

gran literatura o Paulo Coelho.

En la misma línea, los candidatos electorales o los expertos hablan del PIB, de la

renovación, de la juventud, del cambio. También los movimientos de neoizquierdas o

algunos otros como el animalismo se presentan con nombres agramaticales que actúan

como estímulo que produce el acto reflejo (no es de extrañar que suelan llevarse a cabo

acciones y automatismos sin riesgo de praxis alguna, como señalábamos antes). Las

consignas o nombres de esos movimientos ya no tienen mucho que ver con ideas, sino

más bien con cosas o con ritmos: son palabras-acto, palabras-cosa o palabras-imágenes,

cayendo con todo su sordo peso, tan autorreferentes como lo que dicen representar, casi

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encerradas en su propio sonido, en sus ciclos, automáticas e inevitables, imposibles de ser

razonadas y no son ya Lenguaje. Están menos emparentadas con la consigna con

potencial sociopolítico que con el jingle, el logo, el canto tribal o la onomatopeya. La

llamada escritura sencilla no produce lectura, produce a lo sumo la gravitación obsesiva

alrededor de lo imaginario fascinante o de lo real aterrador, que en el capitalismo se

expresa en el goce consumista o en la paranoia y demanda de vigilancia al delincuente, al

terrorista, etc.

 

Letras y objetos

Ese tipo de fetichismos, de fijaciones, además de la ingenuidad de esperar una relación

uno a uno, punto por punto, entre palabras y objetos, entre léxico o idioma (nunca

lenguaje) y mundo, la referencialidad, son propios del delirio, de una humanidad delirante

justo como la tardocapitalista. Y es que no puede sino delirar aquel que cree que su

lenguaje es como un dedo apuntando a lo real, señalando la verdad o que la esconde

detrás, y que no se requiere mucho más para leerlo o para pensarlo.

No es casualidad que la defensa de esas escrituras sencillas venga usualmente de las

escuelas lógico-analíticas de pensamiento (y la ciencia), incluyendo al

posestructuralismo tardío anglosajón, ese híbrido entre lo peor de un universo filosófico, el

de la filosofía continental, y el peor universo filosófico: el alucinante y apretado reino de la

filosofía como técnica en Norteamérica. Tampoco es casualidad que el inglés tenga

palabras muy específicas para casi todo y un alto grado de explicitación -se me viene a la

mente el término horseback riding-, al igual que el chino (y que haya prosperado tan bien

el capitalismo en esas dos naciones), mientras que los idiomas romance apelen a la

polisemia y la capacidad interpretativa del oyente. O que la etimología del verbo escribir en

los idiomas greco-latinos refiera a trazar, dibujar, rodear con un círculo, mientras que la de

ese verbo en idiomas sajones quiere decir rasgar, romper o desfondar.

No es fruto del azar que Nietzsche desnude e inmanentice mientras Descartes viste –lo

que remite a un saber de la desnudez: entender que se desnuda para poner otro vestido (o

lo que es lo mismo, en nombre de otro vestido), que el vestido sugiere el cuerpo (el cuerpo

desnudo) y saber que la desnudez puede ocultar debido a su impacto sin mediación (el

asunto de la imagen). No es raro que Descartes trascienda y que supere. Una ontología,

con su lógica y escritura, intenta ante todo mostrar y decir; la otra intenta menos eso que

demostrar –restarle poder o impacto a lo que se muestra, abrir el espacio de la duda y la

crítica- y hacer decir. Quizá por eso al posestructuralismo y la teoría crítica le adjudiquen el

no decir nada en sus escritos, porque intenta menos eso que generar decires y prácticas

en otros.

Es inevitable pensar en el asunto de las horizontalidades y libertades entendidas como lo

hacen las posturas mencionadas en el escenario de la pospolítica actual, en particular en

su encuentro con las izquierdas: como un desdibujamiento o desfondamiento de la tensión

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que actúa como el círculo que habilita –al limitar, al resistir el plano- dibujar esas

horizontalidades o libertades, dejándonos desarmados ante la brutal violencia del plano

mismo al romper el mecanismo dialéctico centro-periferia en su paranoia y miedo a los

autoritarismos, en la renuncia a enfrentarlos, en el optar por prevenirlos, por conjurarlos,

por el comportamiento yonqui obsesivo, anulando en cualquiera de sus formas el conflicto.

Un afán ciego por incluir sustancialmente a la periferia en el centro –poco más es la

anexión y amontonamiento de cuerpos de los multiculturalismos o la tolerancia liberal, por

ejemplo, tan solidaria con ese otro amontonamiento de cuerpos: el de las muertes en masa

cuando se opta por la otra cara de ese dispositivo: la extirpación. No entienden que la

periferia es siempre ya centro, de lo contrario –si fuese cuerpo extraño horrido o

fascinante- ninguna de las partes se animaría a entrar en relación con la otra, ni que

centro-periferia es el nombre de una lógica organizativa, una que dice momentos en los

que cualquiera de los dos  extremos asume entender la relación que les involucra y al otro,

y sin los cuales tal relación no existe.

Esos enfoques suelen estar llevados por la avidez del Objeto hipervisible verdad-evidencia

o de la multiplicidad de objetos hipervisibles eternamente demandante de enumeración. El

Objeto-Uno o los objetos-múltiples. La urgencia es, aclaro, más de visibilidad – de ver algo,

cualquier cosa- que de objetos, el eje está en el acto de ver (el objeto no sólo es inventado

por el que observa –pensemos en la derecha vigilante que por no educar inventa al

criminal a ser vigilado- sino que se torna doblemente absurdo, no sólo injustificado sino

innecesario –terrible si pensamos que esos objetos o cuerpos pueden muy bien ser

personas y en la similaridad de esto con la desaparición del lector de la que hablamos

arriba): la lucha por la visibilización es la lucha por el control, el orden, y la vigilancia, la

lucha del biopoder; nunca por la organización o la educación, la lucha de la política.

La paranoia contra el autoritarismo o contra la desviación epistemológica, que guía a

buena parte de la academia en estos tiempos, aparece encarnada también en la demanda

permanente de vigilantismo –de que no seamos o nos expresemos de manera muy racista,

o machista, etc.- de las minoritarizaciones comunitarias de las neoizquierdas, donde muere

lo público, en el panóptico colectivo de la corrección política o del ejercicio de las libertades

liberales: la obligación de gozar la vida y no pensar o de expresarse sin pausa en Twitter o

Facebook garantizada por la actividad y la vigilancia constante de todos (el todos contra

todos hobbesiano, la guerra de la totalidad convertida en fiesta mediante la tiranía

del goce). Se expresa con más frecuencia o más visiblemente en esa otra vigilancia, igual

de paranoica y violenta, propia de lo policíaco o lo militar, en que consiste la autoridad sin

autorización y la demanda de una sociedad que pide más presencia policial, penas más

largas y criminales más jóvenes. Aunque parezcan opuestas son solidarias: las une su

mutuo afán por vigilarse, por desafiarse, jamás una necesidad de enfrentarse, que las

envuelve en un ciclo infinito sin posibilidad de superación. Tienen en común que ninguna

permite la autorización: lo autoritario jamás se justifica, lo laxo tampoco por confundir el

proceso de legitimación o de autorización con la legalidad o la autoridad, y así se excluye

cualquier oportunidad de salir de su soso e histriónico combate, digno de dos aves

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cobardes que se esponjan, se hacen grandes, cacarean, exhiben todos los signos del

poder una (redadas, controles, disciplina, vigilancia, etc.), de la rebeldía la otra

(performances, happenings, actings, flashmobs, marchas, corrección política y demás

microdisciplinas, etc.), pero nunca se enfrentan.

Esa agitación reclama la eterna enumeración de detalles nimios en los cubrimientos

periodísticos de cualquier hecho, en los documentales de los canales culturales, en los

seriados policiales de TV, en toda la lógica forense que reemplaza a la política, en el dato

y la cifra de la política como administración (sea de izquierdas o no), y de las minorías

hipersingularizadas que son defendidas por las izquierdas protestantes. Objetos, valga la

pena decirlo, que nunca son susceptibles de ser pensados, que están ahí, injustificados,

con toda la violencia de una existencia absurda (todo se agota en definir si algo existe o

no, nunca se llega al nivel ontológico en que se podría pensar el por qué, para qué, los

motivos o razones para existir de ese algo). Son apenas padecidos o gozados,

exactamente igual que la inmanencia del capitalismo y sus efectos. La Verdad se reduce a

cierta consistencia argumentativa o a qué tan bien se siguen determinadas reglas de

argumentación, a una corrección epistemológica (hermana de su versión política) o a un

lugar que será visto paranoicamente como autoritario: entre la verdad empírico-técnica o la

no-verdad ético-estética; entre la ausencia de sentido por exceso de sentido o la ausencia

de sentido por exceso de sentidos, pero inevitablemente en el punto donde muere la

Verdad como política. Con la ausencia de cualquier justificación se garantiza que todo sea

siempre tal y como es, porque no puede ya ser distinto. Porque, al igual que los objetos

que lo componen, está ahí desde siempre y estará ahí por siempre: increado, injustificado

–e injusto-, impensado e implaneado: ya sin proyectos y deseos, sino apenas con

urgencias, miedos, obsesiones, adicciones, ritmos, rituales y repeticiones.

 

Lectoescritura versus diálogo/debate/discusión

Tales son las discapacidades sociopolíticas que impone la aceptación que han hecho las

izquierdas de la miseria de un universo de cuerpos y objetos. Es una escritura plana en un

mundo plano: esa existencia mísera es como el capital marca con su grafía el mundo sin

ningún propósito o razón, donde los signos son los objetos, acciones y cuerpos,

generalmente fetichizados, como las letras de las escrituras sencillas. Letras que refieren

unívoca y directamente a objetos, los cuales también han sido fetichizados y están ahí, sin

sentido alguno, sin riesgo de ser pensados y ni para qué preocuparnos por suponer que

sean susceptibles de ser pensados de otra forma, de ser cambiados o abolidos, justo

como ocurre con el modelo social actual. La imposibilidad depaideia ante una escritura que

renuncia a su estatus de escritura para ser objeto, imagen u objeto-imagen.

Valdría la pena no plantear el movimiento de ideas en términos de discusión, debate o

diálogo (expresiones liberales relacionadas con la competitividad, la aconflictividad, la

autoridad o la anti-autoridad que dan con la caída en la mera opinión o doxa), y plantearlo

en términos de lectura y escritura. Me parece cada vez más que cuando se da de esa

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manera una subjetividad lee a otra, y escribe luego para sí y otros con todo lo que ello

implica: posicionamientos estratégicos con respecto a lo que dice el otro o uno mismo,

comprensión de las condiciones de posibilidad, de los espacios de existencia y posiciones

de mi subjetividad y la del otro, y uso de lógicas de relación conflictiva –por oposición a

refutaciones, sumas o anexiones- que admitan consciencia sobre los involucrados y la

relación misma. Así preservan la tensión, la posibilidad de Verdad y de actualizar

constantemente el concepto, adaptarlo y aterrizarlo acorde a nuevas situaciones y

necesidades.

No se trata de la insípida posición relativista que asume que todos tenemos un pedacito de

la verdad y tampoco de aquella lógico-cientificista que dice que nos vamos acercando a

ella con progresivas mejoras o cambios de paradigma, y refinando con precisión

matemática la argumentación, los instrumentos o la evidencia, aunque un poco de ambos

haya, o exista una zona limítrofe entre ellas y lo que propongo. Es mucho menos algún

enfoque pragmático que unopráxico. Esas formas me parecen en todo caso intuiciones

bastante llanas de mecanismos más complejos y profundos, por lo cual prefiero no

conformarme con ellas: lo que habría sería algo así como un deseo constante de avanzar

hacia una Verdad y el empuje de todos –el aporte de todos- hacia ese allá, y los esfuerzos

serían menos de corrección de miras, de armas o de objetivos, que de posicionamientos:

un asunto menos de mirar a un objeto externo o pulir las herramientas para observarlo

mejor –lógicas naturalistas e inmanentistas,  que lidian con la objetalidad, pero también

vigilantes y disciplinarias- que deexaminarse uno mismo (generar una distancia y una

tensión al hacer al sujeto plegarse sobre sí mismo, no mucho más es pensar y hacerlo

crítica y en consecuencia, políticamente -el pensamiento, al igual que la filosofía no puede

ser sino político, aunque pretenda, no quiera o no pueda verlo, como ocurre con las

escuelas filosóficas analíticas). Todo ello lleva a posicionarse hábilmente acorde al

momento y condiciones históricas, sociales, políticas, etc. – al final, una lógica más propia

de lo crítico y educativo. No es cuestión de autismos ni ausencia de una especie

de progreso, pues esos ajustes o posicionamientos van refinando la capacidad de

ajustarse o posicionarse; esto es: incrementando la capacidad crítico-reflexiva-. Ese

examinarse uno mismo tiene que ver con examinar subjetividades, lo que reclama al otro,

haciendo más bien imposible el hiperindividualismo que es patrimonio de los tiempos que

corren.

También tiene que ver con postular una necesidad en un nivel superior -trascendencia y

Verdad van conectadas-, que posibilita lidiar con las necesidades evidentes e inmanentes,

que les da su estatuto de real (es suprincipio de realidad) y que dado el caso se encarna

en ellas o encuentra allí cómo expresar su potencial explicativo: en algún momento

leninista o clásico las necesidades materiales eran el eje de la problemática de la

izquierda; desde el hoy es fácil entender –quizá queramos entender o debamos hacerlo

justo por los tiempos en que vivimos- que no se trata tanto de que en ese momento el

mundo haya sido así, sino de que era necesario plantearlo así, y de que quizá los mismos

participantes no tenían esa conciencia o en todo caso no tenían la ventaja que tenemos

Page 11: Sobre La Lectoescritura

nosotros al ejercerla sobre el pasado, llegando incluso a resignificarlo. El mundo sigue

siendo el mismo, la misma fría aunque agitada colección de objetos: lo inmanente no se ha

modificado radicalmente, pero lo trascendente hace plausible pensarlo de otra forma.

Quizá estos tiempos, con nuestro esfuerzo constante, permitan postular que algo es más

real por ser más necesario, que es más real en tanto es mejor consciencia de qué se debe

entender por realidad en un determinado momento histórico (praxis y estrategia), y no más

necesario por ser más real, confusión en la que cayeron las izquierdas socioeconómicas y

que favorece la ontología del capitalismo que guía desde el apetito consumista hasta las

neoluchas fetichistas y obsesivas.

Hace buen tiempo un señor llamado Hegel y luego un tal Marx, hablaban de cosas muy

similares, apelando también a esa inevitable existencia asintótica, y a ese movimiento de

espiral dentro de espiral, de la especie humana con respecto a sus horizontes ficcionales.

 

La grafía posmocapitalista versus la Lectoescritura neológica

Recientemente Chomsky tuvo una discusión con Zizek, en la que reclamaba del

obscurantismo que ya le ha achacado a los que él llama charlatanes, y que son más o

menos los pensadores de la filosofía continental, la teoría crítica y afines. Indicaba o

reclamaba que tanto neologismo sería contraproducente o que se debiera escribir

más sencillo y no ocultar, detrás de la verbosidad, lo que el pensador norteamericano

considera una carencia de todo contenido. Su queja es muy del orden del puritanismo

protestante que se expresa en las vigilancias de las éticas de trabajo (Weber), de la

corrección política o epistemológica, y del imperativo superyoico de gozar o de hacer (de

hacer gozando, de gozar haciendo). Microdisciplinas que como ya he afirmado antes,

están emparentadas en una enemistad solidaria con las técnicas paranoides y

vigilantescas de lo policíaco, lo militar y lo sanitarista. En otros espacios he usado el

término ortofasia para describir como la corrección política cosifica, fetichiza y disciplina –

como una ortopedia médica (otro escenario lleno de vigilantismos)- a las palabras o

expresiones. Así llegamos a la fijación con vocablos como afrodescendiente o con una

coreografía absurda, medio penosa y ridícula, a los malabarismos con los grafemas (todxs,

tod@s) como fetiches garantes de estatus –de tolerante o cualquier otro-, como conjuros o

vacunas contra el machismo o la discriminación –como si el problema fuera el cuerpo, un

virus, un mal, un tumor (desorden o trastorno) extirpable o tratable y no un síntoma

inscribible en determinados problemas del sujeto o la sociedad: tenemos profilaxis,

pensamiento mágico y disciplinario, paranoide y obsesivo; no se puede esperar otra cosa

de una sociedad llena de miedos y adicciones, que abandonó los proyectos y deseos. En

la militancia parece importar tanto la acción –replicando la ética protestante weberiana-

que se ha fetichizado también; no es de extrañar los arranques microfascistas de las

neoizquierdas y los nuevos movimientos como el animalismo: hemos abandonado el

deseo de dar sentido o propósito a ese actuar. Así la izquierda se derechiza, pero en

nuestro mundo y gracias a que la acción se fetichizó, las derechas han aprendido a

Page 12: Sobre La Lectoescritura

protestar como atestiguan los levantamientos de los privilegiados contra gobiernos

específicos alrededor del mundo. Allí está el punto de encuentro entre la derecha y esa

otra derecha que puede llegar a ser la izquierda.

Como decíamos, podríamos hablar de ortofasia, aunque preferiría robar un concepto ya

existente y usarlo neológicamente. Quisiera llamarlo ortología, lo que se me antoja una

cosificación, fetichización y disciplinamiento del Lenguaje; su reducción a unas cuantas

normas, una ciencia de ser obediente y de seguirlas. El problema es que cualquier

izquierda nace necesariamente en el seno del capitalismo y andar predicando purezas es

un error: si pensamos la realidad en términos de contradicciones y tensiones,

hegelianamente, la izquierda inevitablemente estará untada del sistema, pero es también

capaz de pensarlo y de pensar su relación tensa con él y –al producir esa tensión- se

supone que de abolirlo, de superar esa tensión. No hablamos de resignación, es un asunto

de entender las condiciones lógicas y ontológicas de la izquierda –y luego las condiciones

sociohistóricas concretas- para no caer en posiciones enceguecidas a esas

contradicciones que caigan presa de ellas. Con tanto puritanismo termina uno por caer en

prácticas del capital sin darse cuenta cuándo ni cómo. Como dice el saber popular, el

problema que se admite es el único que se deja atrás.

Personalmente creo que no me interesa mucho discutir con las afirmaciones de Chomsky,

y que en general evado la discusión por lo explicado un poco más arriba o que me la

ahorro debido al análisis crítico de la escritura que he hecho mucho más arriba. Podría

apuntar al hecho de que esos argumentos suelen ser el caballito de batalla con el que el

capitalismo cierra el ejercicio de las ciencias humanas en la academia, limitando el saber a

lo puramente técnico o pragmático, la tecnociencia y todo lo que sea rentable, la defensa

de la educación para la producción. Que no cuesta notar que esa academia ya exhausta

de sus propios rituales vacíos de corrección epistemológica tiene poco escape más que

decir obviedades (Chomsky suele salir a decir cosas como que “ver la academia como

negocio es malo para la universidad o que los poderosos nos esconden cosas), u otros

escapes como algunos acting outs, happenings y espectacularismos como el de la pelea

como Zizek. Que justo esa academia de corte analítico tan favorable al capitalismo es la

tradición en la que se inscribe el pensamiento de Chomsky. Señalaría que lo mismo hacen

los economicistas neoliberales, a los que Chomsky se opondría muy seguramente, para

cancelar cualquier intento de crítica a sus dogmas. Anotaría como curiosidad – y para

mayor familiaridad del lector uruguayo- que a Mujica le molesta el viru viru y que cree que

a una sociedad justa se llega a golpe de chorizazos y buenas intenciones: que la crítica o

el Lenguaje no juegan nada ahí. Diría que hay una tremenda soberbia en pobrecitear a las

masas como si no pudiesen hacer lo que el académico promedio, y que seguramente se

les quiere hacer depender de ellos. Agregaría que suponer o asumir una claridad –tanto

como asumir una obscuridad- en las palabras en sí es de un candor incalculable y hasta

infantil –o mejor, adolescentoide: creer que con que alguien lea algo escrito en palabras

supuestamente referenciales (o sea, que se dice apuntan a un objeto o cosa como un

dedo índice), ya termina la lectura y que lo hace como acto pleno, cuando la realidad es

Page 13: Sobre La Lectoescritura

que la lectura nunca termina propiamente y es un acto siempre incompleto. Diría sobre el

tema que escuchar hablar de una escritura sencilla o simple, o que se presente así una,

me produce las más hondas sospechas. Mencionaría finalmente que las llamadas

escrituras sencillas analíticas realmente no se hacen cargo de lo que dicen –por más que

se llenen de datos y evidencia, o precisamente por hacerlo-, pues el peso de lo que

afirman recae en todas las reglas lógico-argumentativas que siguen: no hay una

subjetividad detrás de esa escritura, sino la objetalidad asfixiante de un conjunto apretado

de normas que gracias a su cuasi-sustancialidad quiere reemplazar el vigor no sustancial

del sujeto. No sólo desaparecen al lector, su labor y responsabilidad, al desaparecer su

conflicto como dijimos al inicio de este escrito, sino que desaparecen también al

escritor[2]. Tanta asepticidad hace que se ausente la responsabilidad del que escribe, no

se pone el pecho con un nombre y una escritura propios. Seguramente se objetará que es

un acto soberbio atarle un nombre propio a algo que es parte de la inexorable marcha de

la actividad intelectual, pero lo que se pierde –de  no hacerlo- es la actitud colaborativa de

aquel que se compromete o realiza una apuesta subjetiva. Si llega a haber compromiso en

las filas de la academia sajona –siempre puritana y protestante- será claramente separado

de su escritura o su método (Chomsky es un buen ejemplo). Dejando ya los síntomas

enumerados e intentando ir a la raíz o profundizar, podríamos emplear al científico

cognitivo como excusa para problematizar el asunto del neologismo y lo neológico.

Para Hegel la sustancia –tomada por el pensador en su acepción espinoziana- es una y

por lo tanto incluye al pensamiento, excluye toda negatividad y esquietud por más que

se agite, como lo son las escrituras y pospolíticas descritas más arriba. El devenir se

habilitaba únicamente cuando aquella se extrañaba de sí misma, devenía otro en sí

misma, cuando se ponía enmovimiento esa quietud que es la sustancia, y entonces era

capaz de pensarse. El artefacto del devenir requiere la negación de la sustancia y un

escepticismo que no se queda ni se agota en la alarma ante el descubrimiento de lo

ficcional o la ilusión (que no cae en la pobrísima lógica del engaño y el desengaño), sino

uno que se consuma según el padre de la dialéctica moderna; esto es: que opera en una

ontología a la que no le basta mostrar la existencia o no, sino una en la que se piensa la

necesidad o no. No muy diferente es lo que pasa con el sujeto cartesiano extrañado de su

yo, el sujeto de la alienación marxiano extrañado de sus condiciones o el neurótico

freudiano incómodo consigo mismo.

Si el pensamiento es extrañamiento de la sustancia, y el lenguaje es extrañamiento del

pensamiento, entonces el neologismo podría ser postulado como el sitio de extrañamiento

del lenguaje. El Neologismo (neo logos: elnuevo lenguaje) puede ser entendido como una

nueva forma de ver o plantear el mundo. Lo que se piensa y se dice de otra forma, se ve o

entiende de otra forma y se puede cambiar hacia otras más. Hablamos de nuevas praxis-

teóricas y prácticas. En los tiempos de cambio se abandonaron viejos lenguajes, los cuales

inevitablemente son viejas ontologías (los gruñidos por las palabras, viejos dioses por

descripciones de fenómenos naturales, etc.): son cambios estratégicos en la enunciación

de la realidad que implican cambios estratégicos en el vivirla, en cómo se le encara, si se

Page 14: Sobre La Lectoescritura

juzga o se piensa, para así cambiarla o modificarla.

No extraña que en otras ocasiones al encarar a Chomsky con el ¿qué hacer?leniniano no

haya sabido responder con mucho más que los usuales reformismos del arsenal anti-

político sajón, atrapado en la inmanencia de lo económico, en la que han caído todas las

posmoizquierdas y partidismos, contagiados gracias a la viralidad de la globalización: una

lógica llena de renuncias y abandonos, resignada a un plano y a la incapacidad de

superarlo. Las neoizquierdas no pueden cambiar el mundo por su caída de ser la función

de Lectoescritura a eso que hemos llamado más arriba Pensamiento. Lugar donde se

ubican las platitudes propias de las escrituras sencillas, la economía capitalista, los

pragmatismos económicos o filosóficos, y los posmodialogismos tolerantes; es decir: en lo

inmanente del objeto en tanto concepto de objeto. No es que no digan cosas ciertas, no

nos engañan, ni fueron comprados por el neoliberalismo o el capitalismo (aún si así fuese,

centrarse en eso replica la pobreza del pensamiento que criticamos), sino que las certezas

lógico-analíticas, al ser meras certezas sobre la existencia, son inútiles para lo político o lo

social (son certezas autistas u onanistas, gravitando alrededor de sí, hundidas en su

autorreferencialidad): si entiendo que una manzana existe o no, no gano mucho más que

cierta satisfacción de saber –pensemos en la satisfacción de la denuncia de muchas

neoizquierdas o de los creyentes en conspiraciones, el sentir que sabes y que sabes más

que los demás (de nuevo la adicción o el placebo). Ahora, si entiendo que la manzana

tiene el propósito de ser comida, si postulo un sentido o un propósito, todo cambia. El

pragmatismo, en su urgencia por volver útil todo, lo torna inútil: si todo es útil, todo es inútil,

se daña la capacidad de distinguir lo uno de lo otro.

La indignación ante el que escribe con un supuesto obscurantismo no es sólo un avatar de

una disciplina que refuerza dicha lógica, sino que –como todas las otras formas de

microdisciplina- es una variante de la caridad bienpensante, ahora intelectual y para con el

lector: mero onanismo ético que le usa cual objeto, y es activismo obsesivo y sin sentido.

El acto placebo que empuja a las neoizquierdas, ya adictas a su imaginaria efectividad. El

partido de izquierda, la tecnocracia y la política como administración, la militancia, la

hipotetización de conspiraciones, la neoizquierda activista o multiculturalista, la defensa de

la escritura simple, y la derecha que quiere matar al delincuente o penas más largas para

él, todos atienden síntomas desconectados lógicamente de su enfermedad (la carencia de

acción o de afiliación, las estadísticas del PIB, la corrupción dentro de los movimientos, las

supuestas manipulaciones judías o masónicas, un caso de discriminación o abuso contra

alguna minoría o un animal son ejemplos de esos síntomas inconexos). Todos participan

alegremente de la nueva fiesta antimetafísica del capital –violenta, en tanto absurda o

injustificada, pero a veces más visible cuando esa violencia es concreta o sustancial.

Como concepto el neologismo -o lo neológico- no es un punto preciso de ese

extrañamiento del Lenguaje. Es ante todo un truco operativo o funcional, un proceso, que

no se da sin la fe, sin la creencia o sin postular que existe ese punto. Es entendible el

rechazo de Chomsky. La llana lógica hiperanalítica sajona, con sus escepticismos y

realismos ingenuos, no entiende de fe, creencias o de trascendencias. No entiende de lo

Page 15: Sobre La Lectoescritura

neológico aunque use neologismos como en sus posestructuralismos tardíos a la Butler.

Todo lo que amenace con hacer un corte en su platitud es rechazado. No podemos atacar

o criticar al estudioso norteamericano –se entenderá que no lo hago- sino más bien

examinar las condiciones de posibilidad de su discurso.

Tampoco defiendo una escritura cargada de neologismos (cosa más ingenua sería

defender tal sustancialidad), lo que podría o no ser la versión más visible de un nuevo

pensar lo  existente, pero lo que sí defiendo sin duda es que no se frustre la existencia –

que no es mucho más que su posibilidad siempreamenazante, una potencia en definitiva-

de un nuevo Lenguaje. Lo que incluye conceptos, relaciones, responsabilidades, praxis,

trabajo, conflicto, tensiones, ontologías y no sólo palabras que posibiliten hacer aquello

que he descrito. Pedir algo más sencillo siempre -porque no importa cuanto se simplifique

un texto, siempre se pedirá que sea más sencillo, una demanda de retorno a algún grado

cero lingüístico (gruñidos, gemidos, muecas y pedos, como lo que abunda en las redes

sociales, Youtube y portales de noticias online), se me antoja una petición de que el

escritor resuelva una crisis irresoluble en el lector (que le dé un objeto pleno,

aproblemático, del que la escritura sencilla apenas es un fetiche o un sucedáneo: un

reemplazo, droga o fix que nos engaña), pues esa crisis es la condición de posibilidad de

la Lectura y no se resuelve nunca, es la Lectura misma. Lo que hacemos es simplemente

hacerlo alejarse de sí, estirarse o descentrarse, y retornar enriquecido y preñado de aún

más posibilidades de las que ya tenía: hacer que se pliegue sobre sí mismo, usando lo que

leemos como espacio para trabajarlo, no para resolverlo a plenitud como pide la tendencia

criticada en estas líneas. En resumen: no hablo de un neologismo lingüístico, ni de una

escritura en su materialidad –de una  grafía- neológica, sino de una Lectoescritura, de un

Pensamiento, de un Lenguaje –como operación, como potencia, como lógica- que tenga

propiedades neológicas; esto es: que contenga en sí la capacidad de su propio aufhebung.

Un mundo sin trascendencia es una metáfora trunca, metástasis de uno de los dos

elementos que la componen en el otro, por lo que no podemos distinguirlos, como no

podemos distinguir la realidad de la ficción en el mundo actual. Lo que bien explicaría la

tendencia de hoy hacia lo hiperreal y a la simulación –al decir de Baudrillard- y la facilidad

con que cedemos a la credulidad en el ardid que es la imagen (del funcionario público, de

la publicidad, de los medios, de las grafías, de los fetiches y rituales) a pesar de ubicarnos

siempre en la lógica del desengaño, la descreencia y el escepticismo-realismo ingenuo.

Nos volvemos crédulos huyendo de la creencia, y lo que se requiere para la superación es

lo contrario: el creyente sabe que cree y tiene una praxis de su creencia, el crédulo simple

y automáticamente cree. Escapar a ello inevitablemente demanda un nivel o dimensión

trascendente, así como el sujeto es poco más que una ficcional y también trascendente

interioridad que más bien actúa como momento o como espacio externo –igualmente

inexistente- desde el cual pensar mi cuerpo, mi existencia, mi empuje vital, la evidencia

muda y rotunda de mi inmanencia y mi finitud. Nada puede superarse sin primero –he ahí

el momento ficcional- haber sido exterior a sí mismo. A lo mejor así podamos leer y

responder con otro cariz las angustiosas preguntas presentes en la obra de Juarroz.

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[1] El filósofo autodidacta colombiano Estanislao Zuleta, a quien considero uno de mis

primeros mentores –aunque nunca se haya enterado- escribió un ensayo titulado Sobre la

lectura, que plantea el problema tomando algunos de los mismos elementos o lugares que

tomaré en determinados apartes de este texto, con giros que podrían ser considerados, si

no anti-zuletianos (debido a que no alcanza a llegar a ello ni interesarme en las

posturas anti en general), por lo menos como suplemento crítico de su propuesta. Si

alguien no encuentra conexión o similaridad alguna, sirva por lo menos este ensayo como

homenaje al suyo, que me sirvió de inspiración antes y también ahora, y motivó mi interés

temprano en estos temas (algo curioso para un escrito publicado el año de mi nacimiento),

puesto que esa es otra de mis intenciones al escribir este artículo.

[2] Esto me parece sintomático del capitalismo y no mucho más que la absorción de su

lógica en el campo de la escritura. Recordemos que el obrero según Marx también ve

desaparecida su subjetividad con respecto a su labor y su existencia misma. Como aparte,

ese desvanecimiento me lleva a pensar en las discusiones actuales sobre derechos de

autor, donde el ataque a estos y alcopyright son hechos desde una perspectiva que con

diversos esfuerzos –entre los que se cuenta el barrer con el concepto de originalidad

(espacio inexistente que permite declarar la acción creadora)- aliena, desubjetiviza y

deshumaniza la actividad creativa, lo que terminaría solidarizándolos con la lógica del

capital y haciéndole un flaco favor a todos los involucrados, al sostener el sistema que

genera dichos problemas en primer lugar. No extraña que con toda su agitación e incluso

sus conquistas, la situación del autor con respecto a su obra siga siendo una que beneficia

al capital y no a quien realiza un acto creador.