Sobre El Sacramento Del Orden en Las Mujeres

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Sobre el sacramento del orden en las mujeres. Según el autor de nuestra lectura las mujeres no pueden recibir el sacramento del orden por las siguientes razones: La existencia de datos bíblicos y una tradición eclesial ininterrumpida. En un mundo con frecuencia anhelante de novedades y bajo el marco del movimiento feminista moderno, la ordenación sacerdotal exclusivamente para varones, viene a ser acusada de un patriarcalismo que fraguo la identidad sociocultural en una determinada época; pero que dicho modelo debe ya ser superado. Ahora bien, si dicha práctica milenaria corresponde a una disposición de Jesucristo, esta adquiere un carácter permanente, y la Iglesia debe proceder de igual modo como Él, lo hizo. La cuestión resulta en tener que indicar donde se impartió esa instrucción de Jesucristo, a la cual debe atenerse la Iglesia 1 . La reciente disputa se fundamenta en: El proceso de emancipación de la mujer y en las reflexiones teológicas que emergen de la teología evangélica. Dentro del catolicismo la disputa comenzó a florecer en el marco del Concilio Vaticano II, con el realce del sacerdocio universal y una visión funcional del ministerio 2 , así como la apertura al mundo. Ahora bien, en cuanto al argumento de que Jesús fue «hijo de su época», vale recordar que Jesús establece una conducta muy amistosa con las mujeres, llegando así a romper con toda clase de convencionalismos. 1 Esta instrucción de dar el ministerio a varones puede ser deducible del hecho que Jesús al llamar a los doce para instruirlos y luego enviarles a anunciar el Reino de Dios, se dirige exclusivamente a varones. 2 Se da prioridad al «actuar» in persona Christi, sobre el «ser» en Cristo. A este respecto Hünermann dice: «in persona Christi, no se trata de la semejanza del actuante, en lo que respecta al sexo, sino únicamente en un actuar autorizado a partir de Cristo». Nuestro autor afirma que en este punto Hünermann es posible tenga razón.

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Sobre el sacramento del orden en las mujeres.

Según el autor de nuestra lectura las mujeres no pueden recibir el sacramento del orden por las siguientes razones:

La existencia de datos bíblicos y una tradición eclesial ininterrumpida. En un mundo con frecuencia anhelante de novedades y bajo el marco del movimiento feminista moderno, la ordenación sacerdotal exclusivamente para varones, viene a ser acusada de un patriarcalismo que fraguo la identidad sociocultural en una determinada época; pero que dicho modelo debe ya ser superado.

Ahora bien, si dicha práctica milenaria corresponde a una disposición de Jesucristo, esta adquiere un carácter permanente, y la Iglesia debe proceder de igual modo como Él, lo hizo. La cuestión resulta en tener que indicar donde se impartió esa instrucción de Jesucristo, a la cual debe atenerse la Iglesia1.

La reciente disputa se fundamenta en: El proceso de emancipación de la mujer y en las reflexiones teológicas que emergen de la teología evangélica. Dentro del catolicismo la disputa comenzó a florecer en el marco del Concilio Vaticano II, con el realce del sacerdocio universal y una visión funcional del ministerio2 , así como la apertura al mundo. Ahora bien, en cuanto al argumento de que Jesús fue «hijo de su época», vale recordar que Jesús establece una conducta muy amistosa con las mujeres, llegando así a romper con toda clase de convencionalismos.

Ante la tajante afirmación del Romano Pontífice, en la carta apostólica: Ordinatio sacerdotalis, de que la Iglesia no tiene ninguna potesta para administrar a mujeres la ordenación sacerdotal, y que todos los fieles de la Iglesia deben atenerse definitivamente a esta decisión. Nuestro autor se plantea las siguientes interrogantes: ¿no se podría haber empleado un tono más delicado? Y más aún, el Magisterio eclesiástico ¿no debería haber ofrecido una fundamentación teológica más detallada, que dejara margen para una postura futura más abierta?

La postura del autor frente al rol que debería ocupar la mujer en la Iglesia.

Al tratar la presente cuestión, da bastante prioridad al argumento de la visión sacramental de la realidad. Desarrollando los términos de simbiosis y alteridad. De ahí llega a la afirmación que: Al ser el Hijo de Dios un varón, expresa que la humanidad solo encuentra salvación por medio de la alteridad de Dios. En definitiva la figura de la Iglesia como una mujer viene a representar el estar desposada con Cristo.

1 Esta instrucción de dar el ministerio a varones puede ser deducible del hecho que Jesús al llamar a los doce para instruirlos y luego enviarles a anunciar el Reino de Dios, se dirige exclusivamente a varones.2 Se da prioridad al «actuar» in persona Christi, sobre el «ser» en Cristo. A este respecto Hünermann dice: «in persona Christi, no se trata de la semejanza del actuante, en lo que respecta al sexo, sino únicamente en un actuar autorizado a partir de Cristo». Nuestro autor afirma que en este punto Hünermann es posible tenga razón.

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Por tanto el ministro varón al representar en su persona a Cristo, se constituye en signo de la unión entre Cristo que es la cabeza, y la Iglesia como su cuerpo; Cristo esposo y la Iglesia su esposa. Entonces el rol de la mujer viene a ser el de hacer posible la complementariedad que se deriva de la alteridad.

No olvidando que el sacramento del orden es solo la representación sacramental de Cristo y no la única instancia que dirige y plasma a la Iglesia. El ministerio del orden es un modo de servir dentro de la Iglesia; por lo que no debe estar bajo el lema de ejercicio de poder u instancia única de decisión. Quien valora y actúa de este modo dentro de la Iglesia, se ha olvidado del Evangelio de Jesús, quien enseño que el verdadero poder es el servicio.

Ya que existen dentro de la Iglesia una diversidad de dones y ministerios desde los cuales se puede servir, por lo que corresponde a los laicos y de manera especial a las mujeres, contribuir a la edificación del Reino de Dios, mediante la puesta en acto de sus respectivos carismas.

Opinión personal sobre el debate teológico.

El afán de igualdad no debe llevar a reducir diferencias hasta el límite de lo meramente biológico. No debemos confundir aunque dentro de la estructura eclesiástica se haya hecho, el poder de Cristo, no es equiparable con el de este mundo. Para Cristo el mayor de todos es el que sirve.

Sin dejar de ahondar en esta temática, no debe distraer energías en temas que pueden merecer mayor prioridad. Y en cuanto a lo que se afirma, se debe ser siempre prudente, sin por eso variar en doctrina.