Sobre El Desplazamiento de Trabajadores Manuales Urbanos

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Sobre El Desplazamiento De Trabajadores Manuales Urbanos. Cuando en el siglo XVIII se comenzó a dar un uso a las máquinas de vapor, estas comenzaron a desplazar en los puestos de trabajos a miles de personas, quienes se desempeñaban como trabajadores manuales en las fábricas, sembradíos y talleres. Después del ascenso de la clase burguesa al poder y la derrota de los monarquistas, se tomó como estandarte de las nuevas autoridades la consigna de la fraternidad entre los hombres y los pueblos, la igualdad de derechos, y también comenzó a jugar un papel relevante la idea del liberalismo y el libre mercado. Al derrotar a los feudalistas, quienes monopolizaban los flujos de mercancías por medio de elevadísimos impuestos, la concepción de la democracia liberal, promovida por la burguesía, debió propugnar por una nueva sociedad, alejada de los vicios de la rancia nobleza y sus derrocheros, que le habían valido ser derrocadas por las fuerzas y organización popular, en aquél tiempo, joven y sin mucha experiencia política; la democracia, tenía, pues, que asimilar las ideas “progresistas” y “liberales” de moda en la alta sociedad antimonárquica. Dentro de los derechos a los que caminaría el nuevo hombre de la sociedad burguesa vendrían siendo la clara representación del pensamiento burgués: Estado laico, pero jamás ateo; control sobre los bienes y las ideas de las distintas religiones que pululaban dentro de la sociedad liberal. Democracia representativa; reproduciendo los vicios feudalistas de representación “por el pueblo”. Un derecho más que dejaba la puerta abierta a la posibilidad de corruptelas dentro de la nueva estructura social. Un tercer derecho pregonado por quienes habían tomado las riendas del poder en el nuevo Estado, derrotando a los viejos monarcas con la fuerza, no precisamente de las armas, las cuales jugaron un papel decisivo en aquéllas conmociones sociales, sino del poder que significaba la posesión de mercancías y la posesión Ariel Garza Amaya. Seminario Sobre Marx.

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Cuando en el siglo XVIII se comenzó a dar un uso a las máquinas de vapor, estas comenzaron a desplazar en los puestos de trabajos a miles de personas, quienes se desempeñaban como trabajadores manuales en las fábricas, sembradíos y talleres. Después del ascenso de la clase burguesa al poder y la derrota de los monarquistas, se tomó como estandarte de las nuevas autoridades la consigna de la fraternidad entre los hombres y los pueblos, la igualdad de derechos, y también comenzó a jugar un papel relevante la idea del liberalismo y el libre mercado. Al derrotar a los feudalistas, quienes monopolizaban los flujos de mercancías por medio de elevadísimos impuestos, la concepción de la democracia liberal, promovida por la burguesía, debió propugnar por una nueva sociedad, alejada de los vicios de la rancia nobleza y sus derrocheros, que le habían valido ser derrocadas por las fuerzas y organización popular, en aquél tiempo, joven y sin mucha experiencia política; la democracia, tenía, pues, que asimilar las ideas “progresistas” y “liberales” de moda en la alta sociedad antimonárquica. Dentro de los derechos a los que caminaría el nuevo hombre de la sociedad burguesa vendrían siendo la clara representación del pensamiento burgués: Estado laico, pero jamás ateo; control sobre los bienes y las ideas de las distintas religiones que pululaban dentro de la sociedad liberal. Democracia representativa; reproduciendo los vicios feudalistas de representación “por el pueblo”. Un derecho más que dejaba la puerta abierta a la posibilidad de corruptelas dentro de la nueva estructura social. Un tercer derecho pregonado por quienes habían tomado las riendas del poder en el nuevo Estado, derrotando a los viejos monarcas con la fuerza, no precisamente de las armas, las cuales jugaron un papel decisivo en aquéllas conmociones sociales, sino del poder que significaba la posesión de mercancías y la posesión legal de los medios para producir esas mercancías: desde los talleres y herramientas de fabricación hasta la fuerza de trabajo de los empleados, son tomados en el orden jurídico capitalista como posesiones privadas y potencialmente mercancías, las cuales están listas para ser explotadas por el mejor postor. Me refiero a la ideología del libre tránsito de mercancías.

En el nuevo orden de relaciones humanas que pretendían los demócratas liberales y sus camaradas de lucha: los nuevos propietarios, o también llamados por Marx como la clase de los burgueses, habría que extirpar, lo que según ellos, eran cadencias de la vieja sociedad feudal. El liberalismo económico no podía ser un impedimento, como sí lo fue en la época de los monarcas. Era el momento perfecto de echar a andar todo el aparato productivo a toda marcha para producir las mercancías, en calidad y cantidad tal, que no se hubiera visto en ninguna época anterior. Se veía, hipócritamente tal vez, que la libertad lograda elevaría lo niveles de producción y así elevar el nivel de vida de todos los seres humanos. Se sentía a un par de pasos la igualdad material y espiritual entre todos los hombres, la ingenuidad que caracteriza al pensamiento burgués salió a resaltar y las contradicciones sociales existentes en la sociedad se agudizaron, también agudizadas por el avance tecnológico y científico, y las reformas con tendencia capitalista.

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Con la invención de la máquina de vapor y la radical competencia entre empresarios liberales y nuevos monopolistas, las máquinas comenzaron a remplazar los trabajos de artesanos, obreros y campesinos. En las textileras, por ejemplo, ya no eran los hiladores sino maquinas baratas en las cuales no se gasta tanto como con la paga diaria del hilador, quienes trabajaban con la materia. El mantenimiento anual de una máquina podría significar el salario mensual de un trabajador manual. La competencia estaba a la orden del día y para no ser tragado por los grandes empresarios habría que usar máquinas en vez de obreros (estos últimos más costosos aun) para así poder seguir compitiendo y permanecer dentro del mercado de bienes. Así se comenzó a desplazar a grandes masas y a tantas otras comunidades enteras, marginarlas en la pobreza, ignorancia y el crimen. La nueva sociedad capitalista se comenzaba a mostrar como tal, un régimen donde resulta difícil vivir, más aun que entre los señores feudales.

El mismo régimen económico ha imperado en amplias zonas del mundo hasta hoy en día. La camaleónica capacidad de seguir destruyendo ecosistemas y desplazando amplias masas sigue siendo la misma forma de competitividad económica. Desde los campos cultivados hasta las grandes urbes, los estragos del egoísmo mercantil son evidentísimos y en estas épocas ha significado el deterioro social, por el crimen organizado, el cuál le ofrece n muchas ocasiones mejores prestaciones y servicios a sus sicarios y traficantes que las fábricas a los obreros y terratenientes a sembradores de alimentos.

Como habitante de la ciudad de Guadalajara y considerarlo el lugar que me ocupa como agente social, es difícil no notar formas y tipos de relaciones entre las personas, que a primera vista son más que normales, inevitables. Nuestro que hacer diario implica relacionarnos de distintas maneras. Con el paso de los tiempos inmersos en esa cadena de intercomunicación social, ciertas actitudes y hechos que pueden ser considerados como opresivos se tornan naturales, y hasta la misma ley penal criminaliza atentados contra esas costumbres reprobatorias. Solo basta caminar por las calles de la metrópoli, e inclusive de casi cualquier ciudad del país, como el mercado capitalista surgido en el siglo XVIII sigue mermando de una manera devastadora las fuerzas productivas de la comunidad. En un principio el deterioro fue causado por el remplazo del humano, trabajador manual, por el de la máquina. En las calles de Guadalajara, si se le detiene a ver analíticamente nos toparemos con fenómenos de desplazamientos parecidos al que alguna vez ocasionó y lo sigue haciendo, la máquina de vapor contra el puesto de trabajo del obrero.

Entre todos esos hechos sociales en los cuales podemos distinguir la capacidad desplazadora del gran capital, encuentro uno en especial el cual me ocupa y por el cuál comencé con el pequeño estudio introductivo de este texto. Me refiero a las autotiendas, los grandes centros comerciales, la mayoría de ellos empresas trasnacionales, es decir, empresas privadas que extienden sus tentáculos a amplias zonas del mundo globalizado, sin que las fronteras nacionales sean un impedimento a su monopolización en el comercio de bienes. Los lugares en donde existe una centro comercial, como la conocida Soriana o

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Aurrera, terminan modificando notablemente el estilo de vida de las personas del lugar y sus alrededores. Este tipo de comercios ingresa productos nuevos al mercado de la ciudad, muchos de esas mercancias fabricadas en lugares muy lejanos de Guadalajara; mercancías no consumidas aquí, por tratarse de productos destinados a sectores sociales con costumbres distintas. Es aquí donde debemos detener nuestra mirada. En la sociedad en la que vivimos podemos apreciar que existen múltiples clases sociales, distintas, y que a lo largo y ancho de la ciudad los contrastes poblacionales cambian radicalmente, de un barrio popular a, por ejemplo, los rededores de Avenida Chapultepec. Existe en el lenguaje social un argot donde se distingue claramente el clasismo en el que esta sumergida nuestra sociedad pretendidamente libertaria e igualitaria. Esa identidad de clase viene identificada entre muchas cosas, con símbolos sociales, que pueden ser leídos en el tipo de calzado de las personas, o su ropa y peinados, incluso en su lenguaje y en sus costumbres más pequeñas y supuestamente intransigentes. La identidad se refleja, pues, muy a menudo, en la portación de esos símbolos identitarios. Las personas se suelen identificar entre ellas bajo estos parámetros, y también suelen concientizarse influenciadas por sus semejantes, portadores de esas mercancías que no son nada mas que símbolos de identidad.

Al ingresar mercancías extrañas, que pueden simbolizar status social, se condena a amplias masas de la sociedad a la incapacidad de portar esos símbolos, por tratarse estos de difícil acceso, económicamente hablando, o por su limitada presencia en el mercado. Pero no solo se condena al clasismo de la posesión de ciertas mercancías, también se desplaza a miles de manos trabajadoras, entre obreros y campesinos.

Pues bien, al ocupar medios de comercialización de bienes en puntos estratégicos de la ciudad, las autotiendas trasnacionales se encuentran robando espacio público, antes ocupado por vendedores locales y mercados populares, donde la mayoría de las mercancías traficadas en esos lugares son producto de manufactura de miles de personas de la región. Las trasnacionales terminan desplazando a estos trabajadores manuales, quitándole su espacio de trabajo. A quienes no los despojan de su antiguo lugar de comercio, se le obligará a disminuir los precios de sus bienes en venta, pues la competitividad a la que se somete al comerciante común es sumamente opresiva: una autotienda como Soriana encuentra como sus surtidores comunes a grandes productores, quienes usan máquinas para maximizar la producción de mercancías abaratando sus propios productos que luego lanzará a la competencia del mercado. Ante esta afrenta, al campesino le resulta sumamente difícil y la mayoría de las veces hasta imposible vivir con el mismo trabajo que hacía antes del ingreso de las trasnacionales al mercado regional. El ejidatario se ve obligado a vender sus tierras a esos mismos terratenientes, para después comenzar a trabajarlas, pero esta vez como propiedad ajena y privada. Poco a poco esos terratenientes van monopolizando también la producción de alimentos, mientras que las autotiendas monopolizan el comercio de estos. Pareciera un plan maquiavélico, pero no es mas que la producción anárquica de

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nuestro mercado sin escrúpulos, dominado por el egoísmo de la posesión de mercancías, entre valores de uso, materia prima y simple dinero.

Las repercusiones sociales de esto son inimaginables, pero muchas de esas repercusiones son más que evidentes, por ejemplo, como ya bien lo habíamos señalado, en el aumento del crimen organizado y del crimen común, de la drogadicción y de la ignorancia producida por la carencia de espacios educativos. Se condena a millones de humanos a la marginación, y a la autorganización, muchas veces antiestatal y antiinstitucional, causando roces violentos entre amplios sectores sociales organizados con el propio Estado o algún poder fáctico, como ya lo es el narcotráfico y el poder de algunos acaudalados empresarios.

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