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LIBROdot.com HENRY JAMES EL SITIO DE LONDRES (The Siege of London, 1883) Primera Parte I La solemne cortina de terciopelo que constituía el telón de la Comédie Française había caído tras el primer acto de la obra y nuestros dos americanos habían aprovechado el intervalo para salir del enorme y caldeado teatro en compañía del resto de los ocupantes de las butacas. No obstante, fueron de los primeros en volver y dejaron correr el tiempo que les quedaba del entreacto observando la sala que había sido recientemente depurada de sus añejas telarañas y decorada con frescos ilustrativos del drama clásico. Durante el mes de septiembre, en el Théâtre de la Comédie Française, la afluencia de público es relativamente escasa y, en esta ocasión, el drama, L'Aventurière de Émile Augier, no tenía precisamente pretensión de novedad. Muchos de los palcos estaban vacíos, otros ocupados por personas de aspecto provinciano o trashumante. Dichos palcos estaban situados algo lejos de la escena, más bien a la altura de donde se hallaban nuestros espectadores, pero, incluso a cierta distancia, Rupert Waterville podía apreciar ciertos detalles. Se complacía en degustar los detalles y, siempre que iba al teatro, hacía uso de unos delicados pero potentes anteojos. Sabía que era un acto impropio de un hombre verdaderamente distinguido y que era una falta de consideración apuntar hacia una dama un instrumento que era tan sólo algo menos injurioso en sus efectos que una pistola de dos cañones; pero siempre le vencía la curiosidad. Además, estaba seguro de que, en aquel momento y en la representación de aquella antigualla, así le placía calificar la obra maestra de un académico, no podía ser visto por nadie que le conociera. Así pues, de pie, de espaldas al escenario, su mirada recorrió los palcos, mientras varias personas, no lejos de él, realizaban la misma operación, con aún mayor desparpajo. -Ni una sola mujer bonita -comentó finalmente a su amigo. Observación que Littlemore, sentado en su butaca y con los ojos fijos en el telón aparentemente nuevo, recibió en perfecto silencio. Él rara vez se permitía esa clase de excursiones ópticas; llevaba ya mucho tiempo en París y todo aquello había dejado de interesarle o, por lo menos, de importarle mucho; estaba convencido de que la capital francesa ya no podía reservarle muchas sorpresas, aunque le había ofrecido unas cuantas

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LIBROdot.comHENRY JAMES

EL SITIO DE LONDRES

(The Siege of London, 1883)Primera Parte

I

La solemne cortina de terciopelo que constitua el teln de la Comdie Franaise haba cado tras el primer acto de la obra y nuestros dos americanos haban aprovechado el intervalo para salir del enorme y caldeado teatro en compaa del resto de los ocupantes de las butacas. No obstante, fueron de los primeros en volver y dejaron correr el tiempo que les quedaba del entreacto observando la sala que haba sido recientemente depurada de sus aejas telaraas y decorada con frescos ilustrativos del drama clsico. Durante el mes de septiembre, en el Thtre de la Comdie Franaise, la afluencia de pblico es relativamente escasa y, en esta ocasin, el drama, L'Aventurire de mile Augier, no tena precisamente pretensin de novedad. Muchos de los palcos estaban vacos, otros ocupados por personas de aspecto provinciano o trashumante. Dichos palcos estaban situados algo lejos de la escena, ms bien a la altura de donde se hallaban nuestros espectadores, pero, incluso a cierta distancia, Rupert Waterville poda apreciar ciertos detalles. Se complaca en degustar los detalles y, siempre que iba al teatro, haca uso de unos delicados pero potentes anteojos. Saba que era un acto impropio de un hombre verdaderamente distinguido y que era una falta de consideracin apuntar hacia una dama un instrumento que era tan slo algo menos injurioso en sus efectos que una pistola de dos caones; pero siempre le venca la curiosidad. Adems, estaba seguro de que, en aquel momento y en la representacin de aquella antigualla, as le placa calificar la obra maestra de un acadmico, no poda ser visto por nadie que le conociera. As pues, de pie, de espaldas al escenario, su mirada recorri los palcos, mientras varias personas, no lejos de l, realizaban la misma operacin, con an mayor desparpajo.

Ni una sola mujer bonita coment finalmente a su amigo. Observacin que Littlemore, sentado en su butaca y con los ojos fijos en el teln aparentemente nuevo, recibi en perfecto silencio. l rara vez se permita esa clase de excursiones pticas; llevaba ya mucho tiempo en Pars y todo aquello haba dejado de interesarle o, por lo menos, de importarle mucho; estaba convencido de que la capital francesa ya no poda reservarle muchas sorpresas, aunque le haba ofrecido unas cuantas en tiempos anteriores. Waterville se encontraba an en esa etapa de las sorpresas. De repente, expres una de ellas.

Por Jpiter! exclam. Lo siento, lo siento por ella, pero finalmente he encontrado una mujer a la que se puede calificar se detuvo un momento, inspeccionndola, de alguna manera, como una belleza.

De qu manera? pregunt Littlemore distradamente.

De una manera poco habitual... una manera indescriptible...

Littlemore ya no le escuchaba, pero un momento ms tarde se dio cuenta de que su amigo continuaba hablndole.

No quisiera abusar de tu amabilidad, pero te agradecera mucho que me hicieras un favor.

Te hice un favor viniendo al teatro respondi Littlemore. Aqu hace un calor insoportable y la obra est resultando como una cena sazonada por un ayudante. Todos los actores son doublures.

Slo pido que me contestes a esto: Se trata de una dama respetable, esta vez? replic Waterville sin reparar en el sarcasmo de su amigo.

Littlemore gru quedamente y sin volver la cabeza:

Siempre quieres saber si son respetables! Qu diablos importa eso?

He cometido tantos errores que ya desconfo de entemano se quej el pobre Waterville para quien la civilizacin europea an no haba dejado de ser una novedad y que durante los ltimos seis meses se haba encontrado con problemas para l absolutamente insospechables. Cada vez que se encontraba con una mujer de noble apariencia, acababa por descubrir que perteneca a la clase representada por la herona del drama de E. Augier. Pero si su atencin se centraba en una persona de estilo exageradamente florido, existan grandes probabilidades de que se tratara de una condesa. La condesa pareca tan frvola y las otras tan reservadas... Littlemore, sin embargo, las distingua a simple vista, y nunca se equivocaba.

Si se trata slo de mirarlas, supongo que no importa mucho dijo Waterville ingenuamente, respondiendo a la pregunta un tanto cnica de su amigo.

A todas las miras de la misma manera prosigui Littlemore, todava sin moverse. Excepto, claro est, cuando te digo que no son respetables. Entonces tu atencin se vuelve insistente!

Si tu opinin es desfavorable a esta dama, te prometo que no la volver a mirar. Me refiero a la del tercer palco, contando desde el pasillo. La que va de blanco, con las flores rojas aadi mientras Littlemore se incorporaba lentamente hasta ponerse de pie, a su lado. Fjate en el joven que se inclina hacia adelante, es ese joven el que me hace dudar de ella. Quieres los anteojos?

Littlemore mir a su alrededor sin concentrarse en ninguna parte.

No, gracias, mi vista es suficientemente buena. El joven me parece muy correcto dijo, al cabo de un momento.

Es cierto, pero tiene unos cuantos aos menos que ella. Espera a que vuelva la cabeza.

La dama no tard mucho en girarse, por lo visto haba estado hablando con la ouvreuse a la puerta del palco, y volvi la cara a la vista del pblico. Una cara hermosa, de facciones bien definidas; unos ojos sonrientes; unos labios tambin sonrientes; una frente adornada por delicados rizos de pelo negro y por el brillo, en cada oreja, de un diamante lo bastante grande como para ser visto desde el otro lado del Thtre Franais. Littlemore la mir. De pronto, solt abruptamente:

Djame los anteojos!

La conoces? pregunt su compaero mientras l enfocaba el pequeo instrumento.

Littlemore no contest. Segua mirando en silencio,... luego devolvi los anteojos.

No, no es respetable dijo. Y se dej caer en su asiento otra vez. Como Waterville continuaba de pie, aadi: Sintate, por favor, creo que me ha visto.

No quieres que te vea? pregunt Waterville, interrogador, tomando asiento.

Littlemore dudaba.

No quiero estropearle su diversin.

En aquel momento el entr'acte lleg a su fin; el teln se volvi a levantar.

Haba sido Waterville quien haba insistido en ir al teatro. Littlemore, habitualmente bien dispuesto a no hacer nada, haba propuesto que, ya que haca una hermosa tarde, se quedaran simplemente sentados fumando junto a la puerta del Grand Caf, en la zona respetable del Boulevard.

Sin embargo, incluso a Rupert Waterville, el segundo acto de la obra le estaba resultando an ms pesado de lo que le haba parecido el primero. Empezaba a preguntarse si su compaero querra quedarse hasta el final; pero esa era una lnea de especulacin intil: habiendo acabado por ir al teatro, la indolencia de Littlemore le impedira hacer el esfuerzo de marcharse. Waterville se preguntaba tambin qu sera lo que saba su amigo sobre la dama del palco. En un par de ocasiones le haba observado de reojo y haba podido constatar que no estaba siguiendo la obra. Era evidente que pensaba en otra cosa. Pensaba en aquella mujer.

Cuando volvi a caer el teln se mantuvo en su sitio, ladendose tan slo para dejar espacio a los vecinos de butaca que pasaban dificultosamente, ya que tena las piernas largas y le molan las rodillas con sus propias protuberancias. As que se quedaron solos los dos hombres en sus butacas, Littlemore dijo:

Despus de todo, creo que me gustara volverla a ver.

Hablaba como si Waterville lo supiera todo sobre ella. Waterville era consciente de que se no era el caso, pero como, evidentemente, le quedaba mucho por saber, pens que no perda nada siendo un poco discreto. As pues, por el momento, no hizo ninguna pregunta; slo dijo:

Bien, pues aqu tienes los anteojos.

Littlemore le dirigi una mirada llena de amable compasin.

No me refera a mirarla con ese artefacto detestable. Me refiero a verla como la sola ver.

Y cmo la solas ver? dijo Waterville olvidndose de su discrecin.

En el porche de detrs de la casa, en San Diego. Viendo que su interlocutor reciba tal informacin con una mirada de perplejidad, prosigui. Ven, vamos a donde podamos respirar y te contar algo ms.

Se dirigieron a la estrecha y baja puerta, ms apropiada para una conejera que para un gran teatro, desde la cual se pasa del patio de butacas del Comdie a la sala de espera, y, como Littlemore iba delante, su ingenuo amigo pudo ver como miraba subrepticiamente hacia el palco por cuyos ocupantes estaban interesados. Aquella que ms le interesaba se hallaba de espaldas al patio de butacas; aparentemente se dispona a salir del palco tras su acompaante, pero el hecho de que no llevara puesta su capa evidenciaba que no iban a salir del teatro. Tampoco el deseo de aire fresco de Littlemore le llev a la calle. Se haba cogido del brazo de Waterville y, cuando llegaron a la noble y glida escalera que conduce al vestbulo, empezaron a ascender por ella en silencio. Aunque Littlemore senta aversin por los placeres activos, su amigo observ que esta vez se haba puesto en movimiento: iba en busca de la dama a la cual pareca haber clasificado con una sola palabra. El joven se resign de momento a no hacer preguntas y ambos pasearon juntos hasta el brillante saln donde, reflejada en una docena de espejos, la magnfica estatua de Voltaire, obra de Houdon, era admirada por unos visitantes boquiabiertos, evidentemente menos agudos que el genio expresado en aquellos rasgos vvidos. Waterville saba que Voltaire haba sido un hombre muy ingenioso, haba ledo Candide y ya haba tenido ocasin de apreciar la estatua diversas veces. El vestbulo no estaba muy lleno. Escasamente una docena de grupos dispersos se movan sobre un suelo notablemente pulido. Algunos ms se haban asomado al balcn que se abre sobre la plaza del Palais Royal. Las ventanas estaban abiertas y las brillantes luces de Pars convertan la tediosa tarde de verano en algo comparable a un aniversario o a una revolucin. Un murmullo de voces pareca subir desde las calles, e, incluso al interior del vestbulo, llegaba el repicar de los cascos de los caballos y el traqueteo sordo de los fiacres en su sinuoso camino sobre el duro y liso pavimento. Una dama y un caballero, de espaldas a nuestros amigos, se encontraban de pie ante la efigie de Voltaire. La dama se hallaba vestida enteramente de blanco. Blanco era, incluso, el sombrerillo con que se tocaba. A Littlemore le pareca, como les suele parecer a muchas personas en ese lugar, que la escena era tremendamente parisina y dej escapar una risita misteriosa.

Resulta cmico verla aqu! La ltima vez que la vi fue en Nuevo Mxico.

En Nuevo Mxico?

En San Diego.

Ah, en el porche de detrs de la casa! dijo Waterville empezando a comprender. No le haba resultado fcil ubicar San Diego, porque, a causa de su nombramiento para un puesto diplomtico en Londres, llevaba un cierto tiempo concentrando su atencin en la geografa europea y tena un tanto olvidada la de su propio pas.

No haban hablado en voz alta, y no se encontraban cerca de ella, pero, de repente, como si les hubiera odo, la dama de blanco se volvi hacia ellos. Su mirada se cruz en primer lugar con la de Waterville, y por ella el joven pudo saber que si la dama les haba odo no era porque hablaran en forma audible sino porque posea una agudeza de odo extraordinaria. Pero esa mirada no demostraba que les hubiera reconocido, ni siquiera cuando se pos brevemente sobre George Littlemore. Ello lleg unos segundos ms tarde, acompaado de un ligero sonrojo y una rpida extensin de su aparentemente constante sonrisa. Se volvi del todo hacia ellos y se mantuvo en una repentina actitud amistosa, con los labios entreabiertos y ofreciendo de manera casi imperiosa, una mano enguantada hasta el codo. Vista de cerca, resultaba an ms hermosa.

Vaya! exclam. Y lo dijo tan alto que todo el mundo en la sala pareci sentirse aludido. Waterville estaba sorprendido. No se hallaba preparado, incluso tras la mencin del porche de detrs de la casa, para descubrir que era americana.

Mientras ella hablaba, su acompaante se dio vuelta; era un joven delgado pero de buen color, en traje de etiqueta; se mantuvo distante, las manos en los bolsillos, y Waterville pens que, evidentemente, no era americano. Su actitud era muy seria para un joven de aspecto atractivo y jovial; y, a pesar de que su altura no superaba la de los dos amigos, observ a Waterville y a Littlemore con una mirada estrecha y vertical. Despus se volvi hacia la estatua de Voltaire, como dando a entender que, al fin y al cabo, no entraba dentro de sus previsiones que la dama a la que atenda se encontrara con personas que l no conoca, o que incluso, quizs, no quera conocer. Esta posibilidad vena a confirmar la afirmacin de Littlemore sobre la escasa respetabilidad de la dama. El joven, por lo menos, s era realmente respetable.

De dnde diablos sale usted? pregunt ella a Littlemore.

Llevo aqu un cierto tiempo respondi l, avanzando un tanto cautelosamente para darle la mano. Sonri ligeramente, pero estaba ms serio que ella. Mantena sus ojos fijos en los de ella, como si temiera algn peligro, de la misma manera en que una persona debidamente cauta se acerca a un animal simptico y bien cuidado que puede jugar a mordisquearle la mano.

Aqu, en Pars?

No, aqu y all, en Europa en general.

Bueno... es raro que no le haya encontrado antes.

Ms vale tarde que nunca! No? dijo Littlemore con una sonrisa un tanto forzada.

Bien...parece que se encuentra a gusto aqu continu la dama.

A usted tambin le sienta bien Europa, por lo menos est encantadora, que viene a ser lo mismo observ Littlemore riendo y deseando aparecer ms relajado.

Era como si al tenerla frente a s, despus de un largo perodo sin verla, la encontrara ms imponente de lo que haba imaginado cuando abajo, en el patio de butacas, haba decidido salir a su encuentro para saludarla. Mientras hablaban, el joven acompaante de la dama haba abandonado su inspeccin de Voltaire y se haba acercado pausadamente sin ni siquiera mirar a Waterville y Littlemore.

Quiero presentarle a mi amigo prosigui ella. Sir Arthur Demesne, seor Littlemore. Seor Littlemore, sir Arthur Demesne. Sir Arthur Demesne es ingls. El seor Littlemore es compatriota mo, un viejo amigo. Haca aos que no le vea. Cuntos? Quizs sea mejor no contarlos! Me extraa que me haya reconocido exclam dirigindose a Littlemore, estoy muy cambiada.

Todo ello lo dijo en un tono ligero y alegre, lo cual lo haca ms audible ya que pronunciaba las palabras con una especie de acariciante lentitud. Los dos hombres, para hacer honor a su presentacin, intercambiaron una mirada en silencio; el ingls, quizs se ruboriz un tanto. Era muy consciente del tipo de acompaante que luca.

No le he presentado a muchas personas an remarc ella.

Oh, no importa! dijo sir Arthur Demesne.

Vaya, me resulta extrao verle aqu! exclam ella volviendo a mirar a Littlemore. Usted tambin ha cambiado.

-No en lo que a usted respecta.

Eso es lo que quiero averiguar. Por qu no me presenta a su amigo? Veo que parece tener muchas ganas de conocerme.

Littlemore procedi a la ceremonia de las presentaciones, pero la redujo a sus elementos ms bsicos, meramente una mirada a Rupert y murmurando su nombre.

No le ha dicho mi nombre! exclam la dama mientras Waterville le diriga un saludo formal. Espero que no lo haya olvidado...

Littlemore le dirigi una mirada bastante ms penetrante de lo que hasta entonces se haba permitido y cuya intencionalidad pareca querer expresar algo as como cul es ahora su nombre?

Ella contest a la velada pregunta tendindole la mano como haba hecho con Littlemore:

Encantada de conocerle, seor Waterville, soy la seora Headway, es posible que haya odo hablar de m. Quiz no mucho en Nueva York, pero s en las ciudades del Oeste. Porque... es usted americano, no? Bien, somos todos compatriotas, menos sir Arthur Demesne. Djeme que le presente a sir Arthur: sir Arthur Demesne, el seor Waterville, seor Waterville, sir Arthur Demesne. Sir Arthur Demesne es diputado; no le parece muy joven?

Evidentemente, no esperaba respuesta a dicha pregunta, porque formul otra inmediatamente, mientras mova sus pulseras a lo largo de los guantes, largos y holgados.

Y bien, seor Littlemore, en qu est pensando?

Littlemore estaba pensando que realmente deba de haber olvidado el nombre de la dama, puesto que el que ella haba pronunciado no le despertaba ningn recuerdo. Pero, evidentemente, no poda responderle sinceramente.

Estaba pensando en San Diego.

En el porche de atrs, en casa de mi hermana? No piense en l ahora, era demasiado horrible. Ya no vive all. Creo que ya nadie vive all.

Sir Arthur Demesne sac su reloj con el aire de quien no puede participar en una conversacin de remembranzas domsticas. Pareca combinar una serenidad hereditaria con un punto de timidez personal. Coment brevemente que era hora de volver a sus asientos. Pero la seora Headway hizo caso omiso del comentario. Waterville deseaba que no se moviera de all. Mirndola senta el mismo placer que contemplando una pintura encantadora. Su densa cabellera, con suaves y delicadas ondas, era de un negro intenso que en aquel momento resultaba poco comn; su tez tena la lozana de una flor blanca; su perfil, al volver la cabeza, resultaba puro y fino como el contorno de un camafeo.

Sabe que ste es el principal teatro de la ciudad? le dijo a Waterville como si quisiera ser sociable, y que este seor es Voltaire, el clebre escritor?

Soy un devoto de la Comdie Franaise contest Waterville, sonriendo.

-La sala es nefasta, no hemos odo ni una palabra intervino sir Arthur.

Ah, s, los palcos! murmur Waterville.

La obra me ha dejado algo decepcionada continu la seora Headway pero me gustara saber qu ser de esa mujer.

Doa Clorinde? Pues... imagino que la matarn de un tiro; suelen disparar a las mujeres, en las obras francesas terci Littlemore.

Me recordar San Diego! exclam la seora Headway.

En San Diego eran las mujeres quienes disparaban repuso l.

Pues no parece que a usted le hayan matado replic la dama en un tono entre zumbn y coqueto.

No, pero guardo bastantes cicatrices.

Bueno, esto es bastante singular continu ella volvindose hacia la estatua, obra de Houdon. Est bellamente modelada.

Acaso est leyendo a Voltaire? sugiri Littlemore.

No, pero he comprado sus obras.

No es una lectura muy adecuada para las damas dijo severamente el joven ingls ofreciendo su brazo a la seora Headway.

Vaya, poda habrmelo dicho antes de que las comprara! exclam ella aparentando una consternacin exagerada.

No poda imaginar que comprara ciento cincuenta volmenes.

Ciento cincuenta? Slo he comprado dos!

Quiz dos no le hagan dao apunt Littlemore con una sonrisa.

La dama le dirigi una mirada de reproche.

Entiendo lo que quiere decir. Se refiere a que soy ya demasiado mala. Bueno, an siendo tan mala, debe venir a visitarme. Y le lanz el nombre de su hotel al tiempo que se alejaba del brazo de su ingls.

Waterville sigui a ste con la vista con cierto inters. Haba odo hablar de l en Londres y haba visto su retrato en el Vanity Fair.

Todava no era hora de bajar, a pesar de que aquel caballero hubiera dicho que lo era, y Littlemore y su amigo salieron al balcn del vestbulo.

Headway. Headway? De dnde demonios habr sacado ese nombre? pregunt Littlemore mientras miraban hacia abajo, donde transcurra un animado crepsculo.

De su marido, supongo sugiri Waterville.

De su marido? De cul? El ltimo se llamaba Beck.

Cuntos ha tenido? pregunt Waterville ansioso por conocer los motivos por los que su amigo deca que la seora Headway no era respetable.

No tengo la ms mnima idea. Pero no creo que resultara difcil descubrirlo, porque creo que todos estn vivos. Era la seora Beck, Nancy Beck, cuando la conoc.

Nancy Beck! exclam Waterville horrorizado, y visualizando interiormente aquel delicado perfil, comparable al de una bella emperatriz romana. Pareca ser que haba muchas cosas que necesitaban una explicacin.

Littlemore le puso al corriente en unas pocas palabras antes de que volvieran a sus butacas. Reconoci que todava no era capaz de elucidar cul era la situacin actual de la seora Headway. Para l, ella era un recuerdo de sus das en el Oeste; haca unos seis aos que la haba visto por ltima vez. La haba conocido muy bien y en diversos lugares. El mbito de sus actividades era principalmente el Suroeste. Estas actividades tenan un carcter poco definido, excepto en que eran de tipo exclusivamente social. Se supona que tena un marido, un tal Philadelphus Beck, el director de un peridico de tendencia demcrata, el Dakotah Sentinel, pero Littlemore nunca le haba visto; la pareja viva separada, y se tena la impresin en San Diego de que el matrimonio del seor y la seora Beck estaba prcticamente en las ltimas.

Se acordaba ahora de haber odo despus que ella estaba tramitando el divorcio. Obtena los divorcios muy fcilmente... Estaba tan atractiva ante el juzgado... Haba obtenido, uno o dos antes de alguien cuyo nombre Littlemore haba olvidado, y exista el rumor de que incluso aquellos dos no haban sido los primeros. Era un autntico exceso de divorcios! Cuando la haba conocido en California, se haca llamar seora Grenville, aunque le haban dado a entender que no era un apellido adquirido por matrimonio, sino el apellido de soltera, retomado tras la disolucin de una unin desafortunada. Haba pasado varias veces por esta situacin, sus uniones eran todas desgraciadas, y haba ostentado media docena de apellidos. Era una mujer encantadora, especialmente para lo que era Nuevo Mxico, pero se haba divorciado demasiadas veces y eso era demasiado duro para la credulidad de un hombre. Daba la impresin de que haba repudiado ms maridos que veces se haba casado!

En San Diego se alojaba en casa de su hermana, cuyo esposo en aquel momento, pues tambin ella haba estado divorciada, era el hombre ms importante del lugar. Regentaba un banco con la ayuda de un revlver de seis tiros y nunca haba permitido que a Nancy le faltara un hogar durante los perodos en que sta no tena ningn compromiso amoroso. Nancy haba empezado muy joven. Ahora deba de tener unos treinta y siete aos. Bueno, eso era a lo que se refera cuando haba dicho que no era una dama respetable. La cronologa era un poco confusa. Incluso su hermana le haba dicho a Littlemore, por lo menos una vez, que hubo un invierno en que ella misma no tena claro quin era el marido de Nancy. Sola escoger preferentemente directores de peridico; apreciaba la profesin periodstica. Est claro que todos tenan que haber sido unos terribles canallas, ya que la gentileza de la dama era manifiesta. Resultaba evidente que fuera lo que fuera lo que hubiera hecho, lo haba hecho en defensa propia. En conclusin, haba sido muy activa y eso era lo que ahora importaba. Era muy bonita, de naturaleza bien dispuesta y hbil, y seguramente la mejor compaa posible por aquellos lugares. Era un producto femenino del lejano Oeste, una verdadera flor de la costa del Pacfico: ignorante, audaz, tosca, pero llena de nimo y espritu, de inteligencia natural, y de un cierto buen gusto, intermitente y fortuito. Sola decir que tan slo necesitaba una oportunidad. Al parecer, ya la haba encontrado.

Hubo un perodo en la vida de Littlemore que l mismo no imaginaba haber podido soportar de no haber sido por ella. Haba montado un rancho de ganado y la ciudad ms cercana era San Diego, y all sola ir a caballo a visitar a la dama. A veces se quedaba una semana en la ciudad y entonces la visitaba todas las tardes. Haca un calor terrible y solan sentarse en el porche de detrs de la casa. Se mostraba siempre tan atractiva y tan bien vestida como la acababan de contemplar los dos amigos. Por lo que respectaba a su aspecto externo podra haber sido trasplantada con una hora de aviso desde aquel viejo y polvoriento ncleo rural del Oeste a la elegante ciudad del Sena.

Algunas de esas mujeres del Oeste son maravillosas dijo Littemore. Como ella, slo requieren una oportunidad.

No haba estado enamorado de ella, nunca hubo entre ellos nada de esa ndole. Pudo haberlo habido, claro est, pero el caso es que no lo hubo. Headway, aparentemente era el sucesor de Beck; quizs haba habido otros entre ambos.

No perteneca a la alta sociedad ni nada parecido; tan slo posea una reputacin local: La elegante y hbil seora Beck, la llamaban los peridicos, aquellos con cuyo director no estaba casada, aunque, naturalmente, en aquella extendida civilizacin local era sinnimo de amplia. No conoca nada del Este y, que l supiera, en aquella poca no haba estado nunca en Nueva York. Sin embargo, en los ltimos seis aos las cosas podan haber cambiado. Sin duda ella haba prosperado. El Oeste nos estaba proporcionando de todo (Littlemore hablaba como neoyorquino); sin duda acabara proporcionndonos nuestras brillantes mujeres. Esta mujercita, no obstante, sola apuntar mucho ms all de Nueva York: ya en aquellos das pensaba en Pars y hablaba de Pars, ciudad que no tena ninguna perspectiva de conocer, pero de esa manera haba podido salir adelante en Nuevo Mxico. Haba tenido sus ambiciones y sus presentimientos; haba sabido que estaba predestinada a cosas mejores. Incluso en San Diego haba podido imaginar anticipadamente a su pequeo sir Arthur.

De vez en cuando, algn ingls errante se pona a su alcance. No todos eran barones o diputados, pero s que normalmente representaban un cambio en relacin a los directores de peridico. Littlemore tena curiosidad por saber cules eran las intenciones de la seora Headway con respecto a su ltima adquisicin. Probablemente ella le haca sentirse feliz, si es que sir Arthur era capaz de sentir tal estado de nimo, lo cual no era muy evidente. Pareca muy esplndida, probablemente Headway se haba hecho rico, logro que no poda ser imputado a ninguno de los otros, pero ella no aceptaba dinero, estaba seguro de que nunca haba aceptado dinero.

De regreso hacia sus butacas, Littlemore, cuyo tono jocoso, aunque con ese rasgo pensativo inseparable de todo lo retrospectivo, de repente solt una carcajada.

El modelado de una estatua y la obra de Voltaire! exclam, haciendo referencia a dos o tres cosas que la dama haba mencionado. Resulta cmico escucharla hacer pinitos con estos temas; en Nuevo Mxico no conoca nada sobre escultura.

No me pareca artificial replic Waterville, sintiendo el vago impulso de formarse un concepto considerado de ella.

Pues no; como dice ella, slo est terriblemente cambiada.

Haban llegado a sus asientos antes de que la obra prosiguiera y ambos echaron una ojeada al palco de seora Headway.

La dama, con la espalda reclinada en su butaca, se abanicaba lentamente observando sin recato a Littlemore, como si hubiera estado esperando para verle entrar. Sir Arthur Demesne estaba sentado a su lado apoyando la barbilla, redonda y rosada, sobre el cuello duro y alto, con una cierta expresin de aburrimiento. Ninguno de los dos pareca hablar.

Ests seguro de que le hace feliz? pregunt Waterville.

S, esta es la manera en que esa gente lo demuestra.

Pero... Va por ah, sola con l, de esa manera? Dnde est su marido?

-Supongo que ella le habr repudiado.

Y ahora quiere casarse con el baronet? pregunt Waterville, como si su compaero fuera omnisciente.

Por el momento, a Littlemore le diverta parecerlo.

Supongo que l quiere casarse con ella.

Para ser repudiado como todos los dems?

No creo. Me parece que esta vez ha encontrado lo que buscaba dijo Littlemore, mientras se levantaba el teln.

Littlemore dej transcurrir tres das antes de llamar al Hotel Meurice que ella haba mencionado. Podemos aprovehar ste intervalo para aadir unas cuantas palabras a la historia que hemos odo de sus labios. La estancia de George Littlemore en el lejano Oeste haba sido de un tipo provisional bastante corriente por aquel entonces. Haba ido all con la intencin de volver a proveer sus bolsillos, bastante vacos a causa de las extravagancias cometidas en la juventud. Sus primeras tentativas haban fracasado. Los tiempos en que se poda amasar una fortuna estaban ya acabando, incluso para un joven del que se poda suponer que haba heredado de un padre honorable, recin fallecido, algunas nobles habilidades, especialmente las dedicadas a la importacin de t, a las cuales el viejo seor Littlemore deba la posibilidad de haber dejado a su hijo en una situacin acomodada.

Littlemore haba disipado su patrimonio y no pareca ser muy rpido en descubrir sus posibilidades para orientarse hacia ninguna de las profesiones llamadas liberales ya que su actividad consista principalmente en fumar de forma ilimitada y en domar caballos.

Le haban mandado a Harvard a cultivar sus aptitudes pero por la forma que tomaron all, result ms efectiva la represin que el estmulo. Represin que consista en algunas estancias ocasionales en uno de los bellos pueblos del valle de Connecticut. La suspensin temporal de la universidad le haba salvado, puesto que la vida en el campo le haba permitido distanciarse de sus absurdas aficiones. A la edad de treinta aos, no dominaba ninguna de las artes tiles, a menos que incluyamos entre ellas la indiferencia. Y si sali de su indiferencia fue gracias a un golpe de suerte. Para complacer a un amigo que estaba necesitado de dinero de forma an ms apremiante que l, haba comprado por una suma moderada (las ganancias de una partida de poker en la que la suerte le haba acompaado) una participacin en una mina de plata que el vendedor, con una franqueza inusual, haba admitido que estaba desprovista de metal. Littlemore hizo investigar la mina y confirm la veracidad de la aseveracin. Pero sera rebatida unos dos aos ms tarde gracias a que a otro de los accionistas se le reanim la curiosidad.

Dicho caballero, convencido de que una mina sin plata es algo tan raro como un efecto sin causa, descubri el centelleo del precioso elemento en la profundidad de la razn ser de las cosas.

Para Littlemore, el descubrimiento fue bienvenido y result ser el principio de una fortuna cuya consecucin, durante unos cuantos aos poco brillantes y en muchos lugares incultos, le haba acercado a la desesperacin repetidas veces, lo cual, aquel hombre cuya decisin no era nunca muy fime, quiz no mereca del todo.

Fue antes de que la fortuna le sonriera, cuando conoci a la dama que ahora se hospedaba en el hotel Meurice. Ahora era propietario de la mayor parte de la mina que se mantena tercamente productiva y que le haba permitido comprar, entre otras cosas, un rancho de ganado en Montana, de proporciones bastante ms nobles que aquellos acres secos cerca de San Diego. Haciendas y minas son cosas que a uno le hacen sentirse seguro y el hecho de saber que no tena que controlar con demasiada ansiedad las fuentes de sus ingresos (obligacin que a un hombre con su carcter le amarga la vida) aument su calma natural. No era que esa imperturbabilidad no hubiera sido puesta a prueba considerablemente. Como muestra, un solo ejemplo: haba perdido a su esposa al cabo de tan slo un ao de matrimonio, unos tres aos ante de la fecha en que nosotros le hemos conocido.

Tena ya ms de cuarenta aos cuando conoci y cortej a una seorita de veintitrs que, como l, pareca tener todas las probabilidades de esperar una sucesin de aos felices.

Al morir le dej una hija de pocos meses que ahora se hallaba al cuidado de su nica hermana, esposa de un hacendado ingls y duea de una aburrida propiedad en Hampshire. Esta dama, cuyo nombre actual era seora Dolphin, haba enamorado a su terrateniente ingls en un viaje que el seor Dolphin se haba prometido a s mismo para conocer las instituciones de los Estados Unidos. La institucin sobre la que inform ms favorablemte fue la existencia de bellas seoritas en los pueblos ms grandes, y al cabo de uno o dos aos volvi a Nueva York para casarse con la seorita Littlemore, quien, al contario de su hermano, no haba desperdiciado su patrimomo. La esposa de su hermano, casado varios aos ms tade en ocasin de un viaje a Europa, haba muerto en Londres, donde se presuma que los mdicos eran infalibles, una semana despus del nacimiento de su hija, y el pobre Littlemore, aunque renunciando a su hija por el momento, se qued en aquellos pases decepcionantes, para no alejarse demasiado de ella, en Hampshire.

Era un hombre bastante apuesto, especialmente desde que el pelo y la barba le haban encanecido. Alto y fuerte, de buen tipo y mal porte, pareca capaz pero indolente, normalmente se le supona una importancia de la que estaba lejos de ser consciente. Su mirada era penetrante y tranquila a la vez, su sonrisa leve y tarda, pero sumamente personal.

Su actual ocupacin principal era no hacer nada, lo cual cumpla con una perfeccin artstica. Esa facultad provocaba verdadera envidia en Rupert Waterville, que tena diez aos menos que l y demasiadas ambiciones y ansiededes, (ninguna de ellas muy importante, pero que, todas juntas formaban un considerable potencial) para poder esperar la inspiracin. Le pareca una hazaa y esperaba llegar a poseer tambin l esa facultad algn da. Haca tan independiente a un hombre... que tena todos los recursos dentro de s. Littlemore poda estar sentado toda una tarde sin pronunciar palabra y sin moverse, fumando puros y mirndose distradamente las uas. Como todo el mundo saba que era buena persona y que haba logrado una considerable fortuna, nadie poda atribuir su aburrido comportamiento a la estupidez o a la insociabilidad. Pareca ms bien traslucir un fondo de reticencias, una experiencia de la vida que le haba reportado cientos de cosas en qu pensar. Waterville presenta que si sacaba buen provecho de los aos presentes y estaba ojo avizor para aprovechar la experiencia, cuando tuviera cuarenta y cinco aos, l tambin podra dejar correr el tiempo mirndose las uas. Tena la idea de que tal actitud contemplativa (evidentemente no en su intensidad literal sino simblica) era un signo claro de hallarse ante un hombre de mundo. Waterville, posiblemente sin tener en cuenta lo desagradecido que era el Departamento de Estado, tena tambin la idea de dedicarse a la carrera diplomtica. Era el ms joven de los dos secretarios que hacan que el personal de la Legacin de los Estados Unidos en Londres fuera excepcionalmente numeroso y en aquel momento estaba disfrutando de su permiso anual para ausentarse. A un diplomtico le conviene ser impertrrito y aunque, en general, no haba tomado en absoluto a Littlemore como modelo (haba muchos mejores que l en el cuerpo diplomtico de Londres) le haba parecido realmente impertrrito cuando, una tarde, en Pars le haban preguntado qu quera hacer y haba contestado que le gustara no hacer nada y, sencillamente, haba permanecido sentado durante horas en la terraza del Grand Caf en el Boulevard de la Madeleine. Le gustaba sentarse en los cafs e ir pidiendo una demitasse tras otra. Suceda apenas ocasionalmente que Littlemore deseara ir a alguna parte, incluso al teatro, y la visita a la Comdie Franaise que hemos descrito, la haba llevado a cabo a instancias de Waterville. Haba visto Le DemiMonde haca un par de noches y le haba dicho que L'Aventurire mostraba un tratamiento especial del mismo tema: la justicia con que hay que castigar a las mujeres sin escrpulos que tratan de adentrarse en las familias honorables. Le pareca que en ambos casos las damas haban merecido su destino, pero hubiera preferido que ste se hubiera cumplido sin necesidad de tantas mentiras por parte de los representantes del honor. Littlemore y l, sin ser ntimos, eran muy buenos amigos y pasaban gran parte de su tiempo juntos. Tal como haban ido las cosas Littlemore se alegraba de haber ido al teatro ya que le haba interesado sumamente el nuevo papel que encarnaba Nancy Beck.

II Su tardanza en ir a visitarla fue, sin embargo, algo calculado; tena para ello razones que no es necesario mencionar. De todos modos, cuando fue, la seora Headway estaba en casa y Littlemore no se sorprendi de encontrar a sir Arthur Demesne en su saloncito. Alguna cosa en el aire pareca evidenciar que dicho caballero llevaba all bastante tiempo. Littlemore pens que, en aquel momento, dadas las circunstancias, probablemente dara por terminada su visita; tena que saber por su anfitriona que Littlemore era un viejo y bien conocido amigo. Evidentemente, poda tener claros derechos y las apariencias parecan indicarlo, pero cuanto ms claros con ms elegancia poda renunciar a ellos. Estos pensamientos recorran la mente de Littlemore mientras sir Arthur Demesne se mantena en su asiento sin dar muestras de pensar en irse. La seora Headway se mostraba corts, con aquel aire de conocerle a uno desde haca mil aos; rega de forma excesiva a Littlemore, pero ello era solamente una forma ms de cortesa. A la luz del da pareca algo apagada; pero su expresin no podra apagarse nunca.

Tena las mejores habitaciones del hotel y un aire de extrema opulencia y prosperidad; un mensajero permaneca fuera, en la antecmara, y era evidente que la dama saba vivir.

Trat de incluir a sir Arthur en la conversacin, pero el joven, a pesar de mantenerse en su sitio, rehusaba ser incluido. Sonrea en silencio, pero era evidente que no se senta cmodo. La conversacin por lo tanto, se mantena superficial; cualidad que, antao, nunca se podra haber atribuido a las entrevistas de la seora Headway con sus amigos. El caballero ingls miraba a Littlemore con una extraa perversa expresin que Littlemore, en un principio, con ntimo regocijo, atribuy sencillamente a los celos.

Mi querido sir Arthur, me encantara que se marchara observ la seora Headway al cabo de un cuarto de hora.

Sir Arthur se levant y cogi su sombrero.

Pensaba que prefera que me quedara.

Para defenderme del seor Littlemore? Le conozco desde que era una nia. S muy bien qu es lo peor que puede hacer.

Por un momento, fij su encantadora sonrisa en el invitado que se retiraba y aadi de manera absolutamente inesperada:

Quiero hablar con l de mi pasado!

Eso es precisamente lo que hubiera querido or repuso sir Arthur con la mano en el tirador de la puerta.

No nos entendera, hablaremos en americano!... l habla al estilo ingls... se justific ella, a su manera, reducida pero suficiente, mientras el baronet, que anunci que, de todos modos, volvera por la tarde, se abra l mismo la puerta.

No conoce su pasado? pregunt Littlemore, procurando que la pregunta no sonara impertinente.

Pues s, se lo he contado todo. Pero no entiende nada. Los ingleses son tan especiales... Me parecen un poco tontos. l nunca haba odo hablar de lo que puede ser una mujer... Aunque aqu la seora Headway se detuvo, Littlemore saba a lo que se refera De qu se re? No importa continu, hay muchas ms cosas en el mundo de las que esa gente no ha odo hablar, sin embargo, me gustan mucho; por lo menos l s me gusta. Es tal como ha de ser un caballero Sabe lo que quiero decir? Slo que se queda aqu demasiado rato y no sabe ser divertido. Me alegra mucho verle a usted, es todo un cambio.

Quiere decir que yo no soy tal como ha de ser un caballero? pregunt Littlemore.

No es eso, ni mucho menos. Sola ser un caballero, en Nuevo Mxico. Creo que era el nico, y espero que todava lo sea. Por eso le reconoc la otra noche; poda haber fingido no reconocerle, sabe?

Todava puede hacerlo, si quiere, no es demasiado tarde.

Oh, no, no es eso lo que quiero! Quiero que me ayude.

Que le ayude?

La seora Headway dirigi la vista un momento hacia la puerta.

Cree que ese hombre estar ah todava?

Ese joven, su pobre ingls?

No, me refiero a Max. Max es mi mensajero dijo la seora Headway con un cierto aire de querer impresionar.

No tengo la ms mnima idea. Ir a ver, si quiere.

No, en ese caso tendra que darle alguna orden, y no s que demonios mandarle hacer. Se est all sentado, horas y horas. Mis costumbres sencillas no le dan mucho trabajo. Me temo que no tengo bastante imaginacin.

Es el peso de la opulencia... dijo Littlemore.

Oh, s, soy realmente opulenta. Pero, por regla general, me gusta serlo. Es slo que me temo que nos va a or. Hablo siempre tan alto... sa es otra de las cosas que estoy tratando de corregir.

Por qu quiere ser distinta?

Pues... porque todo lo dems es distinto replic la seora Headway con un pequeo suspiro. Se enter de que perd a mi marido? prosigui repentinamente.

Quiere decir... un... seor...? Y Littlemore se call con una intencionalidad de la que ella no pareci enterarse.

Me refiero al seor Headway repuso ella con dignidad, he pasado por no poco desde que me vio por ltima vez: matrimonio, muerte, problemas y toda suerte de cosas.

Habr pasado por no pocos matrimonios antes de entonces se atrevi a observar Littlemore.

La dama pos su mirada sobre l con un brillo de compasin y sin cambiar de color.

No tantos, no tantos...

No tantos como se podra haber pensado.

No tantos como se comentaba. He olvidado si estaba casada la ltima vez que le vi.

Eso era lo que se comentaba dijo Littlemore pero yo nunca vi al seor Beck.

No se perdi de nada, era un infeliz! He hecho algunas cosas en mi vida que nunca podr entender, no es extrao que los dems no las entiendan. Pero eso ya se acab!.. Est seguro de que Max no nos oye? pregunt rpidamente.

No estoy nada seguro. Pero si sospecha que escucha por el ojo de la cerradura, yo, de usted, le enviara fuera.

No creo que lo haga. No paro de precipitarme hacia la puerta.

Entonces no debe de or nada. No tena idea de que tuviera tantos secretos. Cuando me separ de usted, el seor Headway estaba en el futuro.

Pues ahora est en el pasado. Era un hombre agradable. Eso s puede entender por qu lo hice. Pero slo vivi un ao. Sufri un ataque al corazn; me dej bien acomodada. Se refiri a hechos tan distintos como si tuvieran la misma importancia.

Me alegro de orlo, tena gustos caros.

Tengo bastante dinero continu la seora Headway, el seor Headway tena propiedades en Denver, que han aumentado enormemente de valor. Despus de su muerte prob a vivir en Nueva York. Pero Nueva York no me gusta. La anfitriona de Littlemore pronunci esta ltima frase en un tono que la converta en el rsum de todo un episodio social. Tengo la intencin de vivir en Europa. Europa me gusta anunci y el tono de dicho anuncio tena un toque de profeca, de la misma manera que sus otras palabras haban tenido una resonancia de historia.

Littlemore se hallaba muy impresionado por todo aquello y tambin muy entretenido con la historia de la seora Headway.

Viaja con ese joven? pregunt con la tranquilidad de aquel que desea que su entretenimiento dure lo mximo posible.

La dama se cruz de brazos y se ech para atrs en su asiento.

Vamos a ver, seor Littlemore dijo, sigo teniendo tan buen carcter como sola tener en Estados Unidos, pero ahora entiendo mejor las cosas. Claro que no viajo con ese joven, es tan slo un amigo.

No es un amante? pregunt Littlemore con cierta crueldad.

Acaso la gente viaja con sus amantes? No le he pedido que se burle de m. Le he pedido que me ayude. Le dirigi una mirada de delicada protesta que pudo haberle enternecido. Se la vea tan dulce y razonable.... Como le deca, le he tomado cario a esta vieja Europa; creo que nunca volver. Pero quiero conocer la vida de aqu. Creo que todo me ira bien... si pudiera empezar con buen pie. Seor Littlemore aadi rpidamente, ser mejor que sea franca, ya que no tengo de qu avergonzarme. Quiero entrar en la alta sociedad. Eso es lo que quiero.

Littlemore se acomod en su asiento con la sensacin de aquel que sabe que va a tener que forcejear y busca un buen punto de apoyo. Sin embargo emple un tono jocoso y ligero, casi de aliento, cuando repiti:

En la alta sociedad? Me parece que ya est dentro de ella, con barones por admiradores!

Eso es precisamente lo que quiero saber! dijo ella con cierta ansiedad. Es mucho un baronet?

Eso tienden a creer ellos. Pero yo no entiendo mucho del tema.

Pero usted pertenece a la alta sociedad, no es as?

Yo? Por nada del mundo! De dnde ha sacado esa idea? A m la alta sociedad me importa menos que esa edicin del Figaro.

El rostro de la seora Headway expres una profunda decepcin y Littlemore se dio cuenta de que, habiendo odo hablar de la mina de plata y de su rancho de ganado y sabiendo que viva en Europa, haba esperado encontrarle inmerso en los crculos de moda. Pero la dama se repuso rpidamente:

No creo ni una palabra de lo que ha dicho. Sabe que es un caballero, no lo puede evitar.

Puede que sea un caballero pero no tengo ninguna de sus costumbres. Littlemore dud un momento y luego prosigui: Viv demasiado tiempo en el gran Suroeste.

La dama se sonroj sbitamente, haba entendido de inmediato, haba entendido incluso ms de lo que l haba querido decir. Pero pretenda sacar provecho de su relacin y, en aquel momento, era ms importante parecer dispuesta a perdonar, especialmente si ella tena conciencia de estarlo, que a castigar sus crueles palabras. No obstante, poda permitirse el lujo de emplear un tono ligeramente irnico:

Eso da igual, un caballero siempre es un caballero.

No siempre repuso Littlemore, rindose.

Es imposible que, a travs de su hermana, no haya aprendido algo sobre la alta sociedad europea dijo la seora Headway.

Al or mencionar a su hermana, aunque fuera con una delicadeza estudiada que pudo captar al vuelo, Littlemore no pudo reprimir un sobresalto. Qu demonios puede tener que ver con mi hermana?, le hubiera gustado poder decir. Mezclar a su hermana en la conversacin le resultaba desagradable. Ella perteneca a un orden de ideas muy distinto y estaba fuera de toda posibilidad que la seora Headway llegara a conocerla, si era eso lo que, como habra dicho la dama, pretenda insinuar. Pero se contuvo y aprovech un asunto de menor relevancia.

Qu quiere decir con la alta sociedad europea? No se puede hablar de algo as, es una expresin muy imprecisa.

Bueno, me refiero a la alta sociedad inglesa. Me refero a la sociedad en que vive su hermana, eso es lo que quiero decir contest la seora Headway, a quin no le importaba ser clara, me refiero a la gente que vi en Londres en mayo pasado, la gente que vi en la pera y en los parques, la gente que acude a los salones de la reina. Cuando estuve en Londres me aloj en ese hotel que hace esquina con Picadilly, el que tiene vista a lo largo de la calle St. James, y me pasaba horas junto a la ventana mirando a la gente que pasaba en sus carruajes. Yo tambin tena un carruaje que, cuando no estaba junto a la ventana, me llevaba a todas partes. Estaba totalmente sola. Vea a todo el mundo pero no conoca a nadie, no tena a nadie que me explicara lo que vea. An no conoca a sir Arthur, entonces. Le conoc hace un mes, en Hamburgo. Me sigui a Pars y as fue como lleg a ser mi invitado.

La seora Headway pronunci esta ltima aseveracin serenamente, prosaicamente sin ni un asomo de vanidad; era como si estuviera acostumbrada a que la siguieran, como si fuera inevitable que un caballero, una vez conocido en Hamburgo, tuviera que seguirla. En el mismo tono, continu:

Llam bastante la atencin, en Londres. Poda darme cuenta fcilmente.

Eso suceder vaya donde vaya dijo Littlemore de manera bastante inadecuada, le pareci.

No quiero llamar tanto la atencin, me parece vulgar repuso la seora Headway con cierta suave dulzura, lo cual pareca indicar que disfrutaba con una nueva idea. Era, evidentemente, una mujer abierta a nuevas ideas.

Todo el mundo la miraba, la otra noche, en el teatro continu Littlemore. Cmo espera pasar inadvertida?

No quiero pasar inadvertida. La gente siempre me ha mirado y supongo que siempre lo har. Pero existen distintas maneras de mirar. Yo s de qu manera quiero que me miren Y me propongo conseguirlo! exclam la seora Headway. S, realmente, era muy clara.

Littlemore se mantena sentado, cara a cara con la dama y, durante un rato, no dijo nada. Experimentaba una mezcla de emociones y le invada el recuerdo de otros lugares, otros momentos. Haba existido antiguamente una considerable ausencia de barreras entre ellos dos. l la haba conocido como slo se conoce a la gente en el gran Suroeste. Le haba gustado enormemente, en un pueblo donde habra resultado ridculo mostrarse difcil de complacer. Pero su conciencia de este hecho estaba vinculada, de alguna manera, a las condiciones de vida del gran Suroeste; su simpata por Nancy Beck era una emocin cuyo marco correcto era el porche de atrs. Y ahora ella se presentaba partiendo de una nueva base, pareca desear que la clasificara de manera distinta. Littlemore se deca a s mismo que ello podra resultar demasiado molesto. La haba conocido como era en aquel tiempo; no poda, a estas alturas, imaginarla de otra manera. Se preguntaba si iba a resultar un incordio. No era fcil creerla capaz de tal actitud, pero poda llegar a resultar incmoda si de verdad estaba resuelta a ser diferente. Le asustaba un poco cuando se pona a hablar de la alta sociedad europea, de su hermana, de lo que resultaba vulgar... Littlemore era una buena persona y senta, por lo menos, el normal amor del hombre por la justicia, pero exista en l un componente de indolencia, de escepticismo, quiz incluso de brutalidad, que haca que deseara preservar la simplicidad de sus relaciones anteriores. No tena ningn especial inters por ver renacer a una mujer, como se denominaba a tal proceso mstico. No crea en el renacimiento de las mujeres. Crea en su no hundimiento; lo vea como perfectamente posible y eminentemente deseable, pero sostena que era mejor para la sociedad que no procuraran, como dicen los franceses, mler les genres. En general, no pretenda decir qu era bueno para la sociedad; le pareca que la sociedad no andaba por muy buen camino, pero estaba convencido sobre este punto en particular. Nancy Beck compitiendo por un lugar relevante, poda ser un espectculo entretenido para un espectador cualquiera, pero poda resultar un fastidio, un desconcierto, si lo que se esperaba de l era algo ms que la simple contemplacin. No tena intencin de resultar hurao, pero quizs era conveniente demostrar que no se iba a dejar engaar.

Bueno, si quiere algo, seguro que lo conseguir dijo, en respuesta al ltimo comentario de la dama. Siempre ha obtenido lo que deseaba.

Pues esta vez quiero algo nuevo. Reside su hermana en Londres?

Mi querida seora, qu sabe, usted, de mi hermana? pregunt Littlemore. No creo que le gustara.

La seora Headway guard silencio un momento.

No me respeta! exclam de repente, en un tono de voz bastante alto, casi alegre. Si Littlemore quera, como he dicho, preservar la simplicidad de sus relaciones, ella estaba aparentemente dispuesta a complacerle.

Ah, mi querida seora Beck...! exclam con un ligero tono de protesta y usando su antiguo apellido por casualidad. En San Diego nunca se haba preguntado si le respetaba o no, era algo que nunca haba surgido.

Aqu tiene la prueba: Llamarme por ese apellido odioso! No cree que me volv a casar?... Nunca he tenido suerte con los apellidos aadi pensativamente.

Me lo pone muy difcil cuando dice cosas tan disparatadas. Mi hermana vive la mayor parte del ao en el campo, es una persona muy sencilla, algo aburrida, quizs un poco intolerante. Usted es muy lista, muy viva, y tan abierta como toda la creacin. Por eso creo que no le gustara.

Debera darle vergenza hablar mal de su hermana exclam la seora Headway. Una vez en San Diego, me dijo que era la mujer ms agradable que conoca: Me fij en ello, ve? Tambin me dijo que tena justamente mi edad. O sea que quedar en una situacin algo incmoda si no me la presenta! Y la anfitriona de Littlemore solt una risa despiadada. No temo en lo ms mnimo que me resulte aburrida. Ser aburrido es muy distinguido. Yo soy, de largo, demasiado animada.

Es cierto, que lo es, y mucho! pero no hay nada tan fcil como conocer a mi hermana dijo Littlemore aun sabiendo perfectamente que era falso. Y luego, para apartar la atencin de un asunto tan delicado, pregunt de repente: Se va a casar con sir Arthur?

No cree que ya me he casado bastantes veces?

Posiblemente, pero esta lnea es nueva, sera diferente. Un ingls. Es una nueva sensacin.

Si me casara, lo hara con un europeo dijo la seora Headway pausadamente.

Tiene buenas posibilidades. Todos los hombres se estn casando con americanas.

Tendra que ser alguien admirable, el hombre con el que me casara ahora. Tengo bastante que compensar! Eso es lo que me gustara saber sobre sir Arthur y que en todo este tiempo no me ha dicho.

No tengo absolutamente nada que contar, nunca haba odo hablar de l. No le ha dicho nada, l?

Nada de nada, es muy modesto; nunca presume ni se jacta de ser nadie especial. Por eso me agrada, me parece de tan buen gusto. Adoro el buen gusto! exclam la seora Headway. Pero en todo este rato aadi, no me ha dicho si me ayudara.

Cmo la puedo ayudar? No soy nadie, no tengo ninguna influencia.

Me puede ayudar no ponindome impedimentos. Quiero que me prometa que no me pondr impedimentos.

Volvi a brindarle su mirada fija y brillante, sus ojos parecan escudriar el fondo de los de Littlemore.

Dios mo, cmo iba a ponerle impedimentos?

No estoy segura de que pudiera, pero tal vez podra intentarlo.

Soy demasiado indolente, y demasiado tonto dijo Littlemore jocosamente.

S contest meditando mientras segua mirndole, creo que es demasiado tonto. Pero tambin creo que es demasiado bueno aadi ms amablemente. Era irresistible cuando deca algo as.

Hablaron durante casi un cuarto de hora ms y finalmente, como si hubiera sentido escrpulos, ella le pregunt por su matrimonio, por la muerte de su mujer, asuntos a los que se refiri ms oportunamente (le pareci a l) que a otros.

Debe de ser muy feliz teniendo una hija pequea. Es lo que deseara tener. Dios mo, hara de ella una mujer impecable! No como yo, sino de otro estilo.

Cuando Littlemore se levant para marcharse, la seora Headway le dijo que debera ir a visitarla ms a menudo; iba a quedarse unas semanas ms en Pars; debera llevar con l al seor Waterville.

No creo que a su amigo ingls le guste que vengamos muy a menudo dijo Littlemore, con la mano en la puerta.

No veo que ello tenga nada que ver con l contest ella mirndole fijamente.

Yo tampoco. Slo que debe de estar enamorado de usted.

Eso no le confiere ningn derecho. Vaya, si hubiera tenido que molestarme por todos los hombres que se han enamorado de m...

Desde luego, habra tenido una vida terrible. Incluso haciendo lo que le apeteca ha llevado una vida bastante agitada. Pero los sentimientos de su joven ingls parecen otorgarle el derecho de sentarse ah, cuando ha venido alguien, con una expresin de infortunio y aburrimiento que podra llegar a resultar muy molesto.

En el momento en que resulte molesto le echo. Puede confiar en m a ese respecto.

Bueno dijo Littlemore despus de todo, no importa. Record que podra ser muy incmodo para l estar en permanente posesin de la seora Headeway.

La dama sali con l a la antesala. Max, el mensajero, afortunadamente, no estaba. Ella tardaba en despirse; pareca tener algo ms que decir.

Al contrario, le gusta que venga observ un momento ms tarde. Quiere estudiar a mis amigos.

Estudiarlos?

Quiere saber ms cosas de m y cree que ellos le pueden decir algo. Un da u otro le preguntar directamente, Bueno, pero qu clase de mujer es?.

No lo ha descubierto todava?

No me entiende dijo la seora Headway contemplando la parte delantera de su vestido. Nunca haba visto a nadie como yo.

Imagino que no!

O sea, que le preguntar, tal como le he dicho.

Le dir que es usted la mujer ms encantadora de Europa.

Eso no es una descripcin! Adems, es algo que l ya sabe. Quiere saber si soy respetable.

Vaya, es muy curioso! exclam Littlemore, riendo.

Ella palideci, pareca observar atentamente los labios de Littlemore.

Procure decrselo continu, con una sonrisa que no le devolvi el color en absoluto.

Respetable? Le dir que es adorable!

La seora Headway se mantuvo en silencio un momento ms.

Ah, no sirve para nada! murmur.

Y de repente, se dio vuelta y se volvi a su saln, arrastrando lentamente la larga cola de su falda.

III Elle ne se doute de rien!, se dijo Littlemore mientras se alejaba del hotel; y repiti la frase al hablar con Waterville sobre la seora Headway.

Quiere ser correcta aadi. Pero nunca lo conseguir del todo; ha empezado demasiado tarde, ya nunca ser ms que medianamente correcta. De todas maneras, tampoco sabr cundo est equivocada, as que tanto da! Luego procedi a afirmar que, respecto a algunas cosas, se mantendra incorregible: no tena ningn tacto; ninguna discrecin; ningn matiz; era una mujer que, de repente, te poda decir: No me respetas!. Como si fuera propio de una mujer decir algo as!

Depende de lo que haya querido decir con ello. A Waterville le gustaba encontrarles diversos sentidos a las cosas.

Cuanto ms quisiera decir con ello, menos debiera decirlo! declar Littlemore.

Sin embargo, volvi al Hotel Meurice, y en la siguiente ocasin llev a Waterville con l. El secretario de Legacin, que no estaba acostumbrado a tratar con damas de tal ambigedad, estaba dispuesto a considerar a la seora Headway como representante de una clase muy curiosa. Tema que pudiera ser muy peligrosa; pero, en trminos generales, se sinti seguro. El objeto de su devocin en aquel momento era su pas, o por lo menos el Departamento de Estado; no tena ninguna intencin de dejarse desviar de esa lealtad. Adems, l tena su propio ideal de mujer atractiva: una persona de tono mucho ms suave que esta brillante, sonriente, susurrante charlatana hija de los Territorios. La mujer que a l le gustara sera reposada, con un cierto gusto por la intimidad; a veces le gustara dejarlo solo. La seora Headway haca alusiones personales, familiares, ntimas; siempre estaba suplicando o acusando, pidiendo explicaciones y promesas, diciendo cosas a las que uno tena que contestar. Todo ello acompaado de mil sonrisas y atenciones y otras gracias naturales, pero el efecto general era algo fastidoso. Tena sin duda un gran encanto, un deseo inmenso de complacer, y una maravillosa coleccin de vestidos y chucheras pero estaba impaciente y preocupada, y era imposible que otras personas compartieran su impaciencia. Si bien era cierto que ella quera entrar en la alta sociedad, tambin lo era que no haba ninguna razn para que sus visitantes solteros desearan verla all; porque era precisamente la ausencia de los estorbos sociales habituales lo que haca tan atractivo su saln. No caba duda de que era varias mujeres en una, y que debera contentarse con esa especie de victoria numrica. Littlemore le dijo a Waterville que era una torpeza por parte de ella desear escalar las alturas; debera saber cunto mejor estaba en su lugar, ms bajo. Pareca que la actitud de la seora Headway le irritaba vagamente. Incluso en sus agitados intentos de autoeducarse, se haba convertido en una gran crtica, y manejaba muchas de las maneras de la poca con un toque libre y atrevido, de modo que constituan una vaga invocacin, una peticin de avenencia que, naturalmente, resultaba incmoda para un hombre a quien disgustaba la molestia de revisar viejas decisiones, consagradas por una cierta cantidad de reminiscencias que se podran calificar como tiernas. Ella tena, sin embargo, un encanto evidente; era una caja llena de sorpresas. Incluso Waterville se vea obligado a confesar que no era posible excluir ese elemento de lo inesperado de su concepto de mujer ideal y reposada. De todas maneras, existan dos tipos de sorpresa, y slo uno de ellos era totalmente agradable, aunque la seora Headway los manejaba ambos con la misma soltura. Tena esas repentinas alegras, esas exclamaciones inesperadas, la especial curiosidad de una persona que ha crecido en un pas donde todo es nuevo y muchas cosas son feas, y quien, con una inclinacin natural por las artes y las cosas agradables de la vida, alcanza un tardo conocimiento de algunas de las usanzas ms refinadas, los placeres ms elevados. Era provinciana, era fcil ver que era provinciana; ello no requera ninguna inteligencia especial. Pero lo que s resultaba bastante parisino, si es que ser parisino era la medida del xito, era la manera en que haba aprendido nuevas ideas y en que aprovechaba los consejos de cada circunstancia.

Dme nicamente algo de tiempo, y sabr todo lo que haga falta le dijo a Littlemore, que observaba sus progresos con una mezcla de admiracin y de tristeza.

Le encantaba hablar de s misma como una pobre brbara que intentaba recoger unas pocas migajas de conocimiento, y cuya costumbre se haba visto coronada por el xito gracias a la delicadeza de su rostro, la perfeccin de su indumentaria y la brillantez de su comportamiento.

Una de sus sorpresas fue que tras la primera visita no volvi a mencionarle para nada la seora Dolphin. Quiz Littlemore la juzgaba errneamente, pero haba temido que sacara el tema de dicha dama cada vez que se encontraran.

Mientras deje a Agnes en paz, puede hacer lo que le plazca le dijo a Waterville, expresando su alivio. Mi hermana ni tan slo la mirara, y sera muy difcil tener que explicrselo.

Ella esperaba su ayuda; slo con su manera de mirarle se lo haca sentir; pero por el momento no exiga ningn servicio concreto. Callaba y esperaba, y esa paciencia en s misma era una especie de reprensin. En cuanto al ambiente social, era preciso confesar que sus privilegios eran escasos; sir Arthur Demesne y sus dos compatriotas, por lo que estos ltimos podan descubrir, eran sus nicos visitantes. Podra haber tenido otros amigos, pero mantena la cabeza muy alta y prefera no ver a nadie que no tener la mejor compaa. Era evidente que se congratulaba de dar la sensacin de no estar abandonada, sino de ser exigente. Haba muchos americanos en Pars, pero en esta direccin no logr ampliar sus relaciones: la gente conveniente no ira a verla, y nada podra haberla inducido a recibir a la otra. Tena una idea muy concreta de la gente que quera ver y la que quera evitar. Littlemore esperaba todos los das que le preguntara por qu no llevaba con l a algunos de sus amigos y ya tena preparada la respuesta. Era esta respuesta muy pobre, porque constaba tan slo de la aseveracin convencional de que la quera guardar solamente para l. Seguro que la dama replicara que era una respuesta poco consistente y realmente lo era; pero pasaron los das sin que ella le pidiera cuentas. En la pequea colonia americana de Pars abundaban las mujeres amables, pero no haba ninguna a quien Littlemore pudiera decidirse a decir que l considerara como un favor que pasara a visitar a la Sra. Headway. Ninguna le iba a gustar ms por el hecho de hacerlo, y l deseaba que le gustasen aquellas a las que podra pedir un favor.

Por consiguiente, excepto que Littlemore ocasionalmente se refera a ella como una mujercita del Oeste, muy bonita y algo peculiar, que haba sido anteriormente una gran amiga suya, la seora Headway continu desconocida en los salons de la avenida Gabriel y las calles que rodean el Arco del Triunfo. De haber pedido a los hombres que la visitasen, sin pedrselo a las damas, slo habra acentuado el hecho de no pedrselo a las damas; as que no se lo pidi a nadie. Adems, era verdad, un poquito, que quera guardarla para l solo, era lo suficientemente fatuo como para creer que a ella le importaba mucho ms l que su ingls. Era evidente, sin embargo, que l no se casara con ella ni en sueos, mientras que el ingls, aparentemente, se hallaba inmerso en esa visin.

La seora Headway detestaba su pasado; sola anunciarlo muy a menudo, hablando de ello como si se tratara de un apndice del mismo tipo que un mensajero deshonesto, o incluso una protuberancia inconveniente en el ropaje. Por lo tanto, formando Littlemore parte de su pasado, podra haberse supuesto que tambin le detestara y que querra desterrarle, con todas las imgenes que le retrotraa, de su presencia. Pero con l haca una excepcin y, si bien le disgustaban sus relaciones de antao como captulo de su propia historia, parecan gustarle como captulo de la del caballero.

A l le pareca que la dama se aferraba a l, convencida de que le poda ayudar y que a la larga lo hara. Pareca que, poco a poco, se haba ido acomodando a la idea de conseguirlo a largo plazo. Por otra parte, haba conseguido mantener una perfecta armona entre sir Arthur Demesne y sus visitantes americanos, que pasaban mucho menos tiempo en su saln. Le haba convencido fcilmente de que no haba ningn motivo para estar celoso y que ellos no tenan ninguna intencin, como ella deca, de excluirle; tambin que era ridculo estar celoso de dos personas a la vez, y que Rupert Waterville, una vez aprendido el camino de su hospitalario apartamento, se personaba all tan a menudo como su amigo Littlemore. Los dos, en efecto, normalmente venan juntos, y terminaron por librar a su competidor de cierto sentido de la responsabilidad. Este amable y excelente pero algo limitado y un poco pretencioso joven, que an no se haba decidido, se senta a veces un poco oprimido por la magnitud de su empresa, y cuando estaba a solas con la seora Headway, la tensin de sus pensamientos llegaba a ser, ocasionalmente, bastante dolorosa. Delgado y erguido, pareca ms alto de lo que era. Su cabello era muy bonito y muy sedoso y se apartaba ondulando de su grande y blanca frente; estaba, adems, dotado de una nariz del modelo llamado romano. A pesar de estos dos ltimos atributos pareca ms joven de la edad que tena, en parte, debido a la delicadeza de su tez y la inocente franqueza de sus redondos ojos azules. Era tmido y cohibido; haba ciertas letras que no poda pronunciar. Al mismo tiempo sus modales eran los de un joven educado para ocupar una posicin considerable en la sociedad, en quien una cierta correccin se haba convertido en hbito, y que, aunque de vez en cuando poda ser un poco torpe con respecto a cosas de poca importancia, se poda dar por seguro que se portara dignamente en las de mayor magnitud. Era muy sencillo, y se tena por muy serio; llevaba en sus venas la sangre de una veintena de hacendados de Warwickshire; mezclada en ltima instancia con el fluido algo ms plido que daba vida a la hija de largo cuello de un banquero que haba deseado un conde por yerno, pero que haba consentido en considerar a sir Baldwin Demesne como el menos insuficiente de los baronetes. El nio, hijo nico, haba heredado su ttulo a los cinco aos de edad; su madre, que decepcion a su aurfero pregenitor por segunda vez cuando el pobre sir Baldwin se rompi el cuello en una partida de caza, le cuid con una ternura que arda constantemente como una vela protegida por una mano transparente. La madre nunca admiti, incluso para s misma, que no era el ms inteligente de los hombres; pero necesit de toda su propia inteligencia, que era bastante mayor que la de l, para mantener esta apariencia. Afortunadamente el muchacho no era rebelde, as que nunca se casara con una actriz o una institutriz, como dos o tres de los jvenes que haban estudiado con l en Eton. Sin tener que angustiarse por este motivo, lady Demesne haba esperado con aire de confianza su promocin a algn alto cargo. Sir Arthur representaba en el parlamento el talante conservador y el voto de una pequea ciudad burguesa de tejados rojos y encargaba regularmente a su librero todas las nuevas publicaciones sobre temas econmicos, porque haba decidido que su actitud poltica tendra una firme base estadstica. No era engredo; tan slo estaba mal informado. Mal informado, quiero decir, sobre s mismo. Se crea indispensable para el buen orden de las cosas, no como individuo, pero s como institucin. Esta conviccin, sin embargo, era demasiado sagrada para l como para traicionarla con presunciones vulgares. Si bien era poca cosa ocupando un gran lugar, nunca se pavoneaba ni hablaba demasiado alto; tomaba meramente como una especie de lujo el hecho de pertenecer a un gran crculo social. Era como dormir en una cama grande; uno no se revolva ms, pero senta una mayor holgura.

No haba conocido nunca a alguien como la seora Headway; casi no saba con qu criterio juzgarla. No era como una dama inglesa, por lo menos no como aquellas con quienes haba estado acostumbrado a conversar; y sin embargo era imposible no darse cuenta de que era una mujer con criterio propio. Sospechaba que era ms bien provinciana, pero como se hallaba totalmente bajo su encanto, transigi en este aspecto, dicindose que era solamente extranjera. Era cierto, desde luego, que resultaba provinciano ser extranjero; pero ello era, despus de todo, una peculiaridad que la dama comparta con un gran nmero de gentes de la alta sociedad. Si bien no era rebelde, y su madre se haba alegrado pensando que en este asunto tan importante no se mostrara obstinado, resultaba, de todos modos, muy inesperado que hubiera tomado cario a una viuda americana, cinco aos mayor que l, que no conoca a nadie y que a veces no pareca entender exactamente la posicin de sir Arthur. Aunque l mismo lo desaprobaba, era precisamente su cualidad de extranjera lo que le complaca: la seora Headway pareca pertenecer a una raza y un credo apenas parecidos a los suyos, no haba ni un toque de Warwickshire en su talante. Como si fuera hngara o polaca, con la diferencia de que casi poda entender su idioma. El desdichado joven estaba fascinado, aunque todava no haba admitido que estaba enamorado. Con respecto a este asunto iba a ser lento y ponderado porque era profundamente consciente de su importancia. Era un joven que haba organizado su vida; haba determinado casarse a los treinta y dos aos; se senta observado por una larga lnea de antepasados; no saba qu pensaran de la seora Headway, apenas saba lo que pensaba l mismo; la nica cosa que tena absolutamente clara era que ella haca que el tiempo pasara como no pasaba en ninguna otra ocupacin. Ello le intranquilizaba vagamente: no tena nada claro que el tiempo debiera pasar de esa manera. No dejaba ninguna constancia de su paso aparte de algunos fragmentos de la conversacin de la seora Headway, la peculiaridad de su acento, las ocurrencias de su buen humor, la audacia de su imaginacin, las referencias misteriosas a su pasado. Claro que saba que tena un pasado: no era joven, era viuda, y las viudas son, en esencia, la expresin de un hecho consumado. No estaba celoso de sus antecedentes, pero quera entenderlos, y era aqu donde se presentaban las mayores dificultades. El tema se iluminaba con destellos espordicos, pero nunca se le haba presentado como un cuadro general. Le haba hecho un buen nmero de preguntas, pero sus respuestas haban sido tan asombrosas que, como repentinos puntos luminosos, parecan intensificar la oscuridad a su alrededor. Aparentemente haba usado su vida en una provincia inferior de un pas inferior; pero aquello no implicaba que ella fuera de baja procedencia. Haba sido un lirio entre cardos y haba algo romntico en el hecho de que un hombre de su posicin se interesara por una mujer semejante. A sir Arthur le resultaba gratificante creerse romntico; ste haba sido el caso de algunos de sus antepasados que haban sentado un precedente, sin el cual, quizs, no hubiera osado fiarse de s mismo. Era vctima de perplejidades de las que una sola chispa de percepcin directa le habra salvado. Lo tomaba todo en su sentido literal; no tena ni una pizca de humor. Se quedaba en su sitio esperando vagamente que algo pasara, sin comprometerse en declaraciones temerarias: si estaba enamorado, lo estaba a su manera, pensativamente, inexpresivamente, obstinadamente. Estaba esperando la respuesta que justificara su conducta y las peculiaridades de la seora Headway. Apenas saba de dnde vendra; se podra pensar, por su conducta, que lo descubrira en una de las elaboradas entres que eran ofrecidos a la pareja cuando la seora Headway consinti en cenar con l en Bignon o en el Caf Anglais; o en una de las numerosas sombrereras que llegaban de la Rue de la Paix, y de las cuales la dama a menudo levantaba la tapa en presencia de su admirador. Haba momentos en que se cansaba de esperar en vano, y en aquellos momentos la llegada de sus amigos americanos (se preguntaba a menudo por qu tena tan pocos), pareca levantar el misterio de sus hombros y darle la oportunidad de descansar. La respuesta que l esperaba era algo que ella misma todava no poda proporcionarle, porque no era consciente de cunto terreno se esperaba que abarcara. Hablaba de su pasado, porque crea que era mejor hacerlo; tena la perspicaz conviccin de que era mejor hacer buen uso de l que tratar de borrarlo. Borrarlo era imposible, aunque fuera lo que habra preferido. No tena inconveniente en contar mentirijillas, pero ahora que estaba tomando un nuevo rumbo, quera contar slo las que fueran necesarias. Habra estado encantada si hubiera sido posible no contar ninguna. Unas pocas, sin embargo, eran indispensables, y no hace falta que intentemos estimar ms de cerca las ingeniosas componendas de los hechos con los cuales entretena y desorientaba a sir Arthur. Ella saba, claro est, que como producto de los crculos de moda no daba la talla, pero que, como hija de la naturaleza, poda conseguir grandes xitos.

IV Rupert Waterville, en medio de aquellas relaciones, a propsito de las cuales quizs todos tenan ciertas reservas mentales, nunca olvid que se hallaba en una posicin representativa, que tena una responsabilidad oficial; y se pregunt ms de una vez hasta qu punto se poda permitir tolerar las pretensiones de la seora Headway de presentarse como una dama americana, representativa, incluso, del ms nuevo estilo. A su manera, se encontraba tan perplejo como el pobre sir Arthur, y, de hecho, se alegraba de ser tan quisquilloso como pudiera ser cualquier ingls. Supn que tras esta relacin sin compromiso, la seora Headway viniera a Londres y dijera, en la Legacin, que quera ser presentada a la reina. Sera tan difcil negrselo, (era evidente que tendran que negrselo), que pona mucho cuidado en no comprometerse tcitamente. La seora Headway podra entender cualquier cosa como una promesa tcita, l saba muy bien que el ms mnimo gesto de los diplomticos era estudiado e interpretado. Intentaba, por lo tanto, ser realmente diplomtico en sus relaciones con aquella atractiva pero peligrosa mujer. Solan cenar juntos los cuatro, sir Arthur haca gala de su confianza hasta este punto, y en estas ocasiones la seora Headway, valindose de uno de los privilegios de las damas, incluso en el restaurante ms caro, sola limpiar su vaso con la servilleta. Una noche, cuando, tras haber pulido una copa, la inspeccionaba bajo la luz, con la cabeza ladeada, provocando el leve indicio de un guio, se dijo a s mismo mientras la miraba que pareca una bacante moderna. En aquel momento se dio cuenta de que el baronet tambin la miraba fascinado, y se pregunt si se le habra ocurrido la misma idea. A menudo se preguntaba qu pensaba el baronet; se haba planteado gran cantidad de conjeturas respecto a l. En aquel momento, Littlemore era el nico que no estaba observando a la seora Headway; nunca pareca observarla, aunque la dama s le observaba a l a menudo. Waterville se preguntaba, entre otras cosas por qu sir Arthur no haba trado otros amigos a visitarla. Ya que Pars, durante las varias semanas que ya haban transcurrido, abundaba en visitantes ingleses. Se preguntaba si realmente la seora Headway se lo haba pedido y l se haba negado; le habra gustado mucho saber si se lo haba pedido. Expuso su curiosidad a Littlemore, quien, sin embargo, mostr muy poco inters por el tema. Dijo, no obstante, que no dudaba de que se lo hubiera pedido; ella nunca se haba desalentado por una falsa delicadeza.

Pues contigo ha estado muy delicada replic Waterville. No te ha pedido nada ltimamente.

Solamente me ha dejado por intil. Me tiene por un bruto.

Me pregunto qu debe pensar de m dijo Waterville, pensativamente.

Ah, cuenta contigo para que le presentes al ministro. Tienes suerte de que nuestro representante no est aqu.

Bueno replic Waterville, el ministro ha resuelto dos o tres asuntos difciles, y supongo que podra resolver ste. No har nada sino es por orden de mi jefe. Le gustaba mucho hablar de su jefe.

Me hace una injusticia aadi Littlemore despus de un momento, he hablado con varias personas sobre ella.

S, pero qu les has dicho?

Que vive en el Hotel Meurice y que quiere conocer gente agradable.

Supongo que se sentirn halagados por el hecho de que t les consideres gente agradable, pero no van a verla dijo Waterville.

Habl de ella con la seora Bagshaw, y la seora Bagshaw ha prometido que ir.

Vaya murmur Waterville Y considera agradable a la seora Bagshaw? La seora Headway no la recibir.

Eso es exactamente lo que quiere: poder excluir a alguien!

Waterville tena la teora de que sir Arthur se reservaba a la seora Headway como una sorpresa, quizs con la intencin de mostrarla durante la prxima temporada de Londres. Por el momento, sin embargo, Waterville se informaba de todo lo que podra haber deseado saber sobre ella. Una vez se haba ofrecido a acompaar a su bella compatriota al museo del palacio del Luxemburgo y hablarle un poco sobre la escuela francesa moderna. La seora Headway no haba visto an esta coleccin, a pesar de su determinacin por ver todo lo importante (llevaba su Murray en el regazo incluso cuando fue a ver al famoso sastre de la Rue de la Paix, a quien, como ella dijo, haba dado una infinidad de consejos); normalmente iba a tales sitios con sir Arthur, pero sir Arthur se mostraba indiferente ante los pintores franceses modernos.

Dice que los hay mucho mejores en Inglaterra. Que espere a ver la Real Academia, el ao que viene. Parece pensar que todo puede esperar. Pero yo no me avengo a la espera tanto como l. Yo no puedo permitirme el lujo de esperar, ya he esperado bastante.

As fue como se expres la seora Headway en ocasin de concertar un da para visitar el Luxemburgo junto a Rupert Waterville. Aludi al ingls como si fuera su marido o su hermano, su protector y compaero natural. Me pregunto si se dar cuenta del efecto que causa lo que dice consideraba Waterville. No creo que lo dijera si supiera como suena en realidad. Y sigui aadiendo mentalmente: Parece ser que cuando se llega de San Diego hay un sinfn de cosas que uno tiene que aprender. Hacen falta muchas cosas para que una mujer resulte correcta.

Inteligente como era, la seora Headway tena razn en decir que no poda permitirse el lujo de esperar. Tena que aprender de prisa. Por ello, fue ella quien escribi a Waterville un da, para proponerle visitar el museo al da siguiente; la madre de sir Arthur estaba en Pars, camino de Cannes, donde iba a pasar el invierno. Estaba solamente de paso, pero se quedara tres das y sir Arthur, naturalmente, se dedicara a su madre. Pareca tener ideas muy claras sobre lo que un caballero deba hacer por su madre. Ella, por lo tanto, estara libre, y concret la hora a la que esperara que Waterville pasara a buscarla. Waterville lleg puntual a la cita, y pronto cruzaron el ro en el amplio y alto carruaje descapotable con el que la seora Headway se desplazaba constantemente por Pars. Con el seor Max sentado en el pescante (el mensajero estaba ornamentado con unos enormes bigotes), el vehculo adquira una apariencia de gran respetabilidad, aunque sir Arthur aseguraba, y ella lo repeta a sus otros amigos, que en Londres, el ao prximo, resolveran este tema de otra manera, mucho mejor para ella. Evidentemente sus otros amigos pensaban que el baronet estaba dispuesto a ser realmente consecuente, y ello era lo que, por lo general, Waterville habra esperado de l. Littlemore observ solamente que en San Diego la seora Headway conduca por s misma una calesa raqutica, con las ruedas embarradas, y a menudo tirada por un mulo. Waterville senta una gran emocin al preguntarse si la madre del baronet consentira ahora en conocerla. Evidentemente, seguro que era consciente de que se trataba de una mujer capaz de retener a su hijo en Pars en una poca en que los caballeros ingleses se hallaban normalmente atareados cazando perdices.

Se aloja en el Htel du Rhin, y le he hecho notar que no debera dejarla mientras se encuentre en Pars dijo la seora Headway, a medida que iban siguiendo la estrecha Rue de Seine. Su nombre es lady Demesne, pero su ttulo completo es el de honorable lady Demesne, porque es hija de un barn. Su padre era banquero, pero hizo no s qu por el Gobierno, los conservadores, ya sabe, y fue elevado a la nobleza. Ve como s que se puede ascender! Viaja acompaada de otra dama.

La acompaente de Waterville imparti esta informacin con tal seriedad que le hizo sonrer. Se preguntaba si la seora Headway crea que l no saba cmo hay que dirigirse a la hija de un barn. En estas cosas era muy provinciana; tena la costumbre de exagerar el valor de sus adquisiciones intelectuales y de dar por sentado que los dems haban sido tan ignorantes como ella. Se dio cuenta tambin de que haba acabado por suprimir del todo el nombre del pobre sir Arthur, denominndole slo por el tipo de pronombre conyugal. Haba estado casada tantas veces y con tanta facilidad que tena el hbito de referirse a las caballeros de esta engaosa manera.

V Fueron pasando por las salas del Luxemburgo. Y, aparte que lo mir todo una vez y nada el tiempo suficiente, que hablaba, como siempre, un poco demasiado alto, y que dedic demasiado tiempo a las malas copias que se estaban haciendo de algunos cuadros sin relevancia, la seora Headway fue una compaera muy agradable y una agradecida receptora de conocimientos. Lo captaba todo rpidamente, y Waterville estaba seguro de que antes de salir del museo ya haba aprendido algo sobre la escuela francesa. Estaba bien preparada para compabar crticamente lo que haba visto con las exposiciones que vera en Londres, al ao siguiente. Como Littlemore y l mismo haban observado en ms de una ocasin, la dama era una mezcla muy poco comn. Su conversacin, su personalidad, se hallaban repletas de pequeas junturas y costuras, todas ellas muy visibles, por lo que se unan lo viejo y lo nuevo. Cuando hubieron pasado por las distintas salas del palacio, la seora Headway propuso que, en vez de volver directamente, dieran un paseo por los jardines contiguos, pues tena grandes deseos de verlos y estaba segura de que le gustaran. Haba captado rpidamente la diferencia entre el viejo Pars y el nuevo, y senta la fuerza de las evocaciones romnticas del Barrio Latino como si hubiera disfrutado de todos los beneficios de la cultura moderna. El sol del otoo calentaba los senderos y terrazas del Luxemburgo, la masa de follaje sobre sus cabezas, recortada y cuadriculada, oxidada por manchas rojizas, proyectaba un grueso encaje por todo el cielo blanco, veteado del ms plido azul. Los arriates de flores prximos al palacio eran del ms intenso amarillo y el rojo ms vivo, y la luz del sol descansaba en las lisas y grises paredes del ala sur del stano, ante las cuales, en los largos bancos verdes, una hilera de nieras de mejillas tostadas con cofias y delantales blancos, se hallaban sentadas ofreciendo nutricin a igual nmero de bultos envueltos en pao blanco. Haba tambin otras gorras blancas deambulando por los anchos caminos atendidas por pequeos y bronceados nios franceses; las silletas de paja estaban recogidas y apiladas en algunos sitios y diseminadas en otros. Una vieja dama de negro, con el pelo blanco sujeto sobre cada una de las sienes por una gran peineta negra, estaba sentada al borde de una banco de piedra (demasiado alto para su delicado tamao), sin moverse, mirando fijamente hacia adelante y agarrando una gran llave; debajo de un rbol un sacerdote estaba leyendo, poda verse desde lejos como mova los labios; un joven soldado, enano y patirrojo, se paseaba con las manos en los bolsillos, que estaban ya muy distendidos. Waterville se sent con la seora Headway en las sillas con el asiento de paja, y al poco tiempo ella dijo:

Me gusta esto; es mejor incluso que las pinturas del museo. Es ms pictrico.

Todo en Francia es pictrico, incluso lo feo replic Waterville. Todo sirve de tema.

Pues, a m me gusta Francia! prosigui la seora Headway, con un pequeo suspiro fuera de lugar. Luego, de repente, siguiendo un impulso an ms fuera de lugar que su suspiro, aadi: Me pidi que fuera a verla, pero le dije que no lo hara. Puede venir a verme si quiere.

Lo dijo tan abrupramente que Waterville se sinti un poco confuso; pero rpidamente se dio cuenta de que haba vuelto, por un atajo, a sir Arthur y a su honorable madre. A Waterville le gustaba estar al corriente de los asuntos de los dems, pero no le gustaba que le imputasen ese gusto; as pues, aunque senta curiosidad por ver cmo tratara la vieja dama, como l la llamaba, a su compaera, estaba un poco disgustado con esta ltima por mostrarse tan confidencial. Nunca haba imaginado intimar tanto con ella. La seora Headway, sin embargo, tena la costumbre de dar por concedida tal intimidad, costumbre que, a la madre de sir Arthur como mnimo, era seguro que no le gustara. Finga querer saber algo sobre lo que estaba hablando, pero casi no daba explicaciones. Continuaba, sin ms, su conversacin saltando de un tema a otro sin transicin.

Lo mnimo que puede hacer es venir a verme. He sido muy amable con su hijo. Y eso no es razn para que yo la visite, sino para que ella me visite a m. Adems, si no le gusta lo que he hecho, me puede dejar en paz. Quiero entrar en la alta sociedad europea, pero quiero entrar a mi manera. No quiero correr detrs de la gente; quiero que ellos corran detrs de m. Supongo que lo harn... algn da!

Waterville la escuchaba con los ojos fijos en el suelo: sinti que se ruborizaba un poco. Haba algo en la seora Headway que le escandalizaba y le mortificaba; realmente, Littlemore tena razn cuando haba dicho que la dama tena una deficiencia de matices. Era terriblemente clara; sus motivos, sus impulsos, sus deseos eran absolutamente obvios. Necesitaba ver, or, sus propios pensamientos. Pensamiento vehemente, para la seora Headway, significaba inevitablemente habla, aunque habla no era siempre pensamiento. Y ahora, de repente, se mostraba vehemente.

Si finalmente viene a verme, entonces, ser absolutamente correcta con ella; No pienso perderla! Pero ella tiene que dar el primer paso. Confieso que espero que sea agradable.

Quiz no lo sea dijo Waterville perversamente.

Pues, si no lo es, tanto da. Su hijo no me ha contado nada sobre ella; ni una palabra sobre ninguna de sus pertenencias. Se dira que se avergenza de ellas.

No creo que sea eso.

Ya s que no lo es. Y s lo que es, en realidad. Es solamente modestia. No le gusta jactarse, no sera propio de un caballero. No me quiere deslumbrar, quiere gustarme por s mismo. Bueno, a m me gusta aadi brevemente. Pero me gustar an ms si trae a su madre. Quiero que se sepa en Amrica.

Cree que eso impresionar a alguien, en Amrica? pregunt Waterville sonriendo.

-Demostrar que me visita la aristocracia inglesa. No creo que les guste.

No creo que vean con malos ojos sus placeres inocentes murmur Waterville, todava sonriendo.

Cuando estuve en Nueva York apenas me concedieron de mala gana la cortesa ms elemental! Alguna vez ha odo cmo me trataron, cuando dej ver que era del Oeste?

Waterville se qued mirando fijamente a la seora Headway; este episodio le era totalmente nuevo. Su compaera se haba girado hacia l; con su linda cabeza echada hacia atrs como una flor al viento; haba rubor en sus mejilas y una luz ms aguda en su mirada.

Mis queridos neoyorquinos, son incapaces de ser descorteses! exclam el joven.

Ya veo que es uno de ellos. Pero no me refera a los hombres. Los hombres no se portaron mal, aunque lo admitieron.

Admitieron qu, seora Headway? Waterville estaba totalmente in albis.

La dama no contest de inmediato; sus ojos centellearon levemente, centrados en imgenes ausentes.

Qu oy sobre m por all? No me dir que no oy nada?

No haba odo absolutamente nada; no se haba mencionado ni una sola palabra sobre la seora Headway, en Nueva York. No poda fingir y se vio obligado a decrselo.

De todas maneras yo he estado fuera aadi, y en Amrica no sala mucho. No hay muchas razones para salir en Nueva York, slo niitos y niitas.

Hay muchas viejas! Ellas decidieron que yo no era apropiada. Se me conoce bien en el Oeste, se me conoce desde Chicago hasta San Francisco, si no personalmente en todos los casos, por lo menos por reputacin. La gente de all le puede contar. Pero en Nueva York decidieron que yo no daba la talla. No daba la talla para Nueva York! Qu le parece? Y solt una dulce risita. Si haba luchado con su orgullo antes de llevar a cabo semejante confesin, Waterville nunca lo supo. La