Sin olvidarte

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Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese. Su cumpleaños número doce. No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio, nerviosa. Si, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía imaginar perfectamente cuál era su regalo. Respiró profundamente y entró al lugar. Aquel familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo respiró más aun… quizás fuera la última vez que lo hiciera. Entró del todo y miró a su alrededor, para luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí. Una amplia sonrisa se impacto en su rostro, y sin poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él.

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Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese. Su cumpleaños número doce. No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio, nerviosa.

Si, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía imaginar perfectamente cuál era su regalo. 

Respiró profundamente y entró al lugar. Aquel familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo respiró más aun… quizás fuera la última vez que lo hiciera. Entró del todo y miró a su alrededor, para luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí. Una amplia sonrisa se impacto en su rostro, y sin poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él. 

Siempre quiso un caballo blanco y al fin lo tenía. Mordió sus labios, de nuevo, y comenzó a disminuir el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era muy grande, para ella, y no sabía como iba reaccionar.

—No le tengas miedo —escuchó como alguien le hablaba.

Giró para encontrarse con él. Le dedicó una tímida sonrisa y sus mejillas se enrojecieron. Siempre se

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enrojecía cuando él estaba cerca. Sentía aquel lindo cosquilleo en el estomago y sentía aquellas molestas ganas de tomarle la mano y no soltarlo. 

—¿Qué haces aquí? —le preguntó y se armó de valor para mirarlo. 

Su amiga, Lola, siempre le decía que un niño se da cuenta de que una niña gusta de él cuando esta no lo mira a los ojos. Tenía que mirarlo si o si.

—Te estaba buscando. Mañana te vas irás, y no sé cuando nos volveremos a ver —le dijo él.

Ella sintió que las cosquillas se hacían más seguidas y algo parecido a la angustia se coló entre sus emociones. Sabía que no iba a volver por mucho tiempo. Su padre había decidió enviarla a estudiar a Londres. Lo iba a extrañar tanto.

—No pienses en eso. Volveré —dijo dulce.

—¿Cuándo?

—No lo sé. Pero volveré.

—Mi madre dice que Lotres…

—Londres —lo corrigió esbozando una pequeña sonrisa.

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—Lo que sea —continuó —Queda muy lejos… tomé prestado un mapa del señor Leonard para cerciorarme. Y pues, queda muy lejos ¿Y si te pasa algo? ¿Y si me necesitas? —preguntó él con impaciencia.

—Habrá mucha gente para cuidarme, salvaje —dijo divertida. 

Él no pudo evitar sonreír, dejando ver su falta de un diente, el canino, el último de leche. Salvaje, apodo que ella le había puesto un día que ambos jugaban en los matorrales del campo y él se había comportado tal y como ella lo había llamado.

—Sé que habrá mucha gente cuidándote —continuó. Se rascó la nariz y luego el mentón. Se sentía nervioso —Pero son gente desconocida…

—Mi amiga Lola está allá —comentó.

—Esa niña exasperante… —murmuró. Ella rió por lo bajo.

—Me gusta que utilices las palabras que te he enseñado —le dijo. 

—Odio esas palabras que me enseñaste —aseguró

—En la escuela se ríen de mí por tu culpa…

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—No conozco a tus compañeros de escuela. Nunca los has traído a la casa o me has hablado de ellos.

¿Por qué? —ella caminó un poco hacia un costado acercándose, inconcientemente, al caballo. 

—Porque son todos unos idiotas…

—¡Eso es una palabrota! —ella lo regañó divertida.

—Solo saben pelearse y buscarme pelea. Porque saben que siempre les gano.

—Porque eres un salvaje.

—Exacto.

Ella comenzó a jugar con la punta de su vestido, apretándolo y arrugándolo en la palma de su mano. Las cosquillas de su estomago aun no se iban. 

—La señorita Katherine dice que ella podría enseñarte en casa como a mí…

—No, eso es para niñas.

Ella lo contempló en silencio por unos cuantos segundos. Tenía ganas de decirle muchas cosas. Sabía que dentro de un par de horas ya no se las podría decir. 

—¿Vas a extrañarme? —le preguntó ella. 

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Volvió a caminar hacia el caballo, y entonces chocó con él. El inmenso animal chilló e hizo un relinche. Ella lo miró asustada, pero de pronto sintió una mano que tomaba la suya y la apartaba un poco de la fiera. 

—Es un potro salvaje, como yo —le dijo él.

Ella giró la cabeza para observarlo. Ahora estaba a su lado y sostenía su mano. Al parecer no tenía ninguna intención de alejarse o soltarla. 

En eso Lola se había equivocado. Él no era como los demás niños… A él no le molestaba tomarla de la mano, tampoco que ella lo hiciera tomar el té o que le enseñara como hablar apropiadamente.

—No sé porque papá lo compró justo ahora que me voy —se lamentó.

—Lo hizo para que no le tomaras cariño y no te doliera tanto dejarlo… ¿Cómo quieres llamarlo?

—¿Es niño verdad? —inquirió.

—Macho… se dice macho.

—Lo que sea —dijo ella tratando de imitar la expresión de él cuando le decía así. Él rió quedamente —Quiero que se llame White. 

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—¿Quieres tocarlo? —preguntó. 

Miró nerviosa al caballo y volvió la mirada a los ojos que chorreaban miel que estaban frente a ella. 

—No lo sé… tengo miedo.

Él tomó con más firmeza la mano de ella, para acercarla con cuidado al caballo. 

—White —lo llamó él, por su nuevo nombre. El caballo levantó un poco la cabeza y los miró.

—Así es como te llamas ahora, caballo.

Se acercaron más. El animal parecía tranquilo. Pero a ella no la convencía. Él estaba detrás de ella y todavía sostenía su mano. Estiró sus manos hasta que la de ella se apoyó primero en el hocico de White. El caballo se quedó quieto, recibiendo la caricia. Él hizo que ella moviera la mano un poco más. 

— ¿Lo ves? Él no te hará daño. Sabe que eres su dueña —le dijo.

Lo miró a los ojos. Parecía ese príncipe del cuento que ella siempre leía. Un príncipe un poco particular, ya que siempre estaba jugando en el barro o con los animales. Pero era tan lindo. Lo iba a

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extrañar, de todo esto a él era al que más iba a extrañar.

—¿Lo vas a cuidar por mí? —le preguntó. Él se alejó para que ella continuara acariciando a su nuevo caballo por si sola. 

—Claro que si, cuando vuelvas no lo vas a reconocer de lo lindo que va a estar —dijo con una sonrisa. 

Ella sonrió y se alejó del caballo para acercarse a él. Vio que algo brillaba colgando en su pecho. Semisonrió. Hacía casi dos meses que él había cumplido los trece. 

—¿Aun tienes mi regalo? —le preguntó. Él asintió y lo buscó. Alzó a la vista una pequeña medallita de oro en forma de caballo. Ella la tomó para mirarla.

—Siempre la vas a cuidar, ¿verdad?

—Siempre voy a cuidarla. Siempre voy a cuidar todo lo que tenga que ver contigo. Porque… porque… —dejó de hablar.

—¿Por qué? —quiso saber ella.

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Él sintió aquel tonto cosquilleo en la boca del estomago. Parecía que se acababa de comer un enjambre de mariposas.

—Porque yo te quiero, enana —se animó a decir al fin.

Ella sintió una felicidad que nunca había sentido. Él sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo tendió. Ella lo tomó apresuradamente y sin dudarlo abrió la pequeña cajita. Sus ojos no podían creer que lo que estaban viendo.

—¿Lo compraste? —dijo anonadada. 

—Si —asintió él tímidamente —Dijiste que te gustaba cuando fuimos la última vez al pueblo. Y estuve ahorrando desde entonces para comprártelo.

—¿Por eso estabas haciéndole mandados al señor de la panadería?

Él solo asintió. Ella sacó el pequeño anillo que tenía una piedrita violeta en el medio y se lo puso. Sintió un nuevo dolor… nunca lo había sentido. Iba a extrañarlo tanto. Lo miró fijo a los ojos. Esos ojos hermosos ojos miel, sin comparación alguna.

—Yo también te quiero, salvaje —le dijo en tono dulce.

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Con cuidado se acercó a él, se puso en puntas de pie y apoyó sus labios sobre los suyos. Ambos cerraron los ojos, compartiendo así su primer beso.

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Capítulo 1.

Años después.

¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo había sido. Y ahora no la encontraba la pequeña cadena en forma de caballo por ningún lado. No quería perder aquel recuerdo de los mejores años de su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz… Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca iba a ser igual. 

Se maldijo a si mismo… ¿Dónde podría haberla dejado? Ya la había buscado en todos lados: la caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la cocina, la casa grande.

Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado en la casa de Evie. Aunque a decir verdad hacía como una semana que no iba a ver a su novia y la cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro. Y se sentó con cuidado en una de las sillas de la cocina.

—¿Buscabas esto? —preguntó ella. 

Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi corrió hacia donde estaba su madre con la mano

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levantada y mostrándole lo que había estado buscando desde hacía tantas horas. 

—¿Dónde estaba? —quiso saber mientras se la quitaba de la mano.

—La dejaste tirada cerca del horno anoche, después de que lo arreglaste.

—No la dejé tirada. Seguramente se me cayó…

Se la volvió a poner, y se sintió aliviado. Sus bonitos recuerdos ahora estaban de nuevo con él. 

Liam Payne era un hombre de campo. Había nacido allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no se consideraba una persona mala, y estaba muy orgulloso de lo que había logrado en todos esos año en los campos Streep. Siendo muy joven con apenas 15 años, su jefe lo había nombrado encargado del lugar, cuando había decidido irse a vivir a la cuidad. Y desde entonces Liam había llevado adelante los asuntos de aquella conocida estancia. Pero a pesar de dejarle toda la responsabilidad, Leonard Streep iba a verlos todos los años en las vacaciones de verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego volvía a su agitada vida de negocios. Liam siempre se preguntaba como era que ese hombre no se había vuelto loco viviendo en la cuidad, siendo que él

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también había nacido y criado en aquel campo. Pero lo sabía, Leo era un gran hombre que se adaptaba a cualquier situación de cambio. Y Liam lo admirada… lo admiraba y lo quería como a un padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba todo el mundo estaba como loco arreglando y preparando todo.

—Es como la decimaquinta vez que pierdes ese colgante, Liam —lo regañó ella pero no del todo. Le besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar la comida que estaba preparando. La cena siempre comenzaba a prepararse antes del atardecer.

—No es a propósito —aseguró él —Al parecer no le gusta estar en mi cuello.

Maggi sonrió y lo miró de manera tierna. 

—¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor Streep.

—Si, todo está listo.

—Más te vale, Liam…

—Mamá… bien sabes que me gusta que el jefe venga a encontrar todo en orden y en perfecto estado.

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—Si, lo sé. Pero solo te pregunto para que estés completamente seguro. No quiero que nada salga mal. Leonard… —sacudió la cabeza —Digo, el señor Streep se merece lo mejor.

Liam puso los ojos en blanco. Si había alguien que se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel lugar, esa era su madre. Todos los trabajadores huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable, histérica y sobre todo intratable. Liam creía saber la razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a admitirlo, él sabía que su madre sentía algo especial por ese hombre. Y cuando volvía al campo, ella parecía perder los estribos. Los únicos que podían con ella en días así eran Cameron y él. 

Cameron Payne era más que un primo para Liam. Era como su hermano menor. El rubio se había mudado a vivir con ellos cuando su padre, había muerto en un accidente de campo. Liam y Maggi eran la única familia que le quedaba. 

Payne entró a la cocina y se detuvo a mirarlos. Liam le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver la cara de preocupación y frustración que tenía su primo.

—¿Qué sucedió? —le preguntó al instante.

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—White —murmuró el rubio simplemente.

Liam resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba a ser el día en que el corcel blanco no le diera dolores de cabeza?

—¿Qué hizo ahora? —quiso saber.

—Le ha dado un buen susto al pobre de Peter, casi lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera, saltó la cerca y se metió por el bosque. 

Liam cerró los ojos y se masajeó el puente de la nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser así?, Nadie. 

El castaño se había encargado de criarlo… y jamás le había puesto verdaderamente los límites. Además de que se parecían demasiado. Podría decirse que hasta White estaba mimetizado con Liam. 

Por ejemplo: cuando él estaba enfermo, White también parecía estarlo. Cuando se sentía enojado, el caballo también. Cuando estaba contento, también él. Cuando se sentía atrapado, frustrado por el trabajo y quería salir corriendo y dejar todo en

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manos de alguien más… White hacía destrozos y huía al medio del bosque.

Al parecer hoy el caballo también se había mimetizado con él… aquello que White había hecho era lo mismo que Justin quería hacer. Huir. Y no sabía exactamente por qué. La mayoría de las veces cuando su jefe venía al campo, él estaba contento. Pero hoy no era así. Hoy se sentía extraño. Algo le decía que pronto se sentiría más extraño aun. 

Giró para mirar a Maggi y le entregó una sonrisa galante. Ella casi siempre se quedaba tranquila cuando él le sonreía así.

—¿Te dije que llamó, Evie? —le preguntó. Liam frunció el ceño.

—No, no me lo habías dicho —resopló —¿Qué te dijo?

—Que está enojada contigo porque no le devuelves las llamadas y ya no la vas a ver…

—¿Le dijiste que estoy muy ocupado? —inquirió mientras se acercaba a donde estaba parado

Cameron y le hacía una seña de que comenzara a caminar.

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—Si, se lo dije… pero dice que como ella es tu novia tendría que ser tu prioridad. 

Liam soltó un lento suspiro. A veces Evie era demasiado ‘inmadura’. Y él sentía quenecesitaba un respiro.

—En la noche iré a verla… si vuelve a llamar dile eso.

Su madre asintió y ellos dos salieron de la casa. 

—Tú no estás realmente enamorado de Evangelina —habló Cam mientras ambos caminaban hacia la caballeriza. Liam iría a buscar a White.

—¿Por qué lo dices? —preguntó extrañado.

—Porque si la amaras realmente… le harías un espacio aunque te estuvieras muriendo. Solo estás con ella por costumbre. Y créeme cuando te digo que eso no es amor.

—¿Y tú que sabes del amor? —inquirió divertido el castaño. 

—Yo estoy enamorado. Solo que soy un maldito cobarde y no me animo a decírselo. 

—¿Y por qué no te animas, tonto?

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—Liam, es la hija de un acensado. ¿Acaso no has visto como terminan ese tipo de romances? Si ella llegara a tener algo con un simple trabajador como yo, su familia sería capaz de darle la espalda y dejarla en la calle… en este caso en medio del campo. 

Liam esbozó una pequeña sonrisa y despeinó un poco el cabello del rubio. Cam apenas tenía 19 años y ya sufría de aquella manera tan pasional.

—Gretta no es de esas que menosprecian a los chicos. Es más,… tú también le gustas.

Cameron