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Hay quien lo ha llamado paisajista del alma, y puestos a ser justos, las muestras pictricas conservadas del inmenso talento que produjo Siddharta, Demian o El lobo estepario, no resisten la comparacin con los paisajes elaborados a golpe de palabra. Es indudable que Hermann Hesse (Calw, 1877- Montagnola, 1962) se destac como un prosista de difcil clasificacin, a quien diversas generaciones de jvenes, la alemana de entreguerras o la pacifista de la California de los sesenta, se han acercado para profundizar en las minas de una voz a contracorriente, la de quien no sufre empacho en considerarse discpulo de Nietzsche y de San Francisco, simpatizante de vagabundos erotmanos como Casanova, o peregrino mental y fsico a India o China (y hablamos de las primeras dØcadas del siglo XX); y que, por tal, cuando en 1946 recibi la noticia de que se le haba concedido el Premio Nbel, quit hierro comentando que tan posible era recibirlo como ser herido por una teja. Chuleras como esta no le han hecho ganar demasiado afecto entre fillogos rigurosos, que vale por academicistas, pero eso, a Øl y a nosotros, sinceramente, no debe inquietarnos. Sigue siendo el jardinero de interiores, el errabundo adolescente, artista original y marginal, que no casualmente son palabras casi gemelas, amante de las riberas de los conceptos y atrado por las fronteras susceptibles de demolerse. Su poesa, fruto de decenas y decenas de aæos, es subsidiaria tambiØn de los contenidos de su prosa, y una vez mÆs, no puede considerarse en paralelo cualitativo. Claro que todo esto no significa que Hesse sea un poeta o un pintor a ignorar, slo que estas dos ramas exhiben una estatura algo menor respecto a su narrativa. Pero si un servidor se dispone a invitar al lector a un paseo a travØs de sus versos y mezclas de pintura, y las lneas de conexin con su obra mayor, como es el caso, es porque estÆ convencido de que no va a defraudarle la ruta. Sol sobre los libros Generalmente, la obra de Hesse es nocturna, interior. Domina el smbolo, el sueæo, la melancola, la humedad; dones de la luna. De ah que cuando ocasionalmente sus libros se abren al sol, le son ofrecidos a Øl, el brillo es mÆs intenso, su energa pica literalmente en nuestros pÆrpados, su luz desconcierta, pues no se nos presenta el autor mÆs feliz que cuando se calza el personaje de vagabundo desprejuiciado, que alguna vez ejerci con comedimiento. Son, pues, libros solares, los que acaso hayan envejecido menos: sea la obra que le dio a conocer, Peter Camenzind , sea el encantador Knulp , prÆcticamente un hØroe de balada, el Goldmundo de Narciso y Goldmundo, o dos textos que fueron compuestos prÆcticamente al unsono, fruto de un momento de crisis en que la pintura y la cercana de Italia lo libraron de caer en picado: el vademØcum de un librito de prosas, poesas y acuarelas titulado El caminante, y la novela breve El œltimo verano de Klingsor. En el primero, un escritor se expresa tambiØn por la pintura; en la segunda, un pintor se expresa por medio de versos. La lnea que intersecciona estos libros fraternos es precisamente un poema comœn, que es el sØptimo de El caminante , y se sitœa prÆcticamente al final de Klingsor. Por problemas de espacio, y por invitar al lector a viajar mÆs lejos y mejor, tan slo reproduzco algunos fragmentos, en la traduccin de Ester Berenguer para este libro: ¡Oh, mundo multicolor y vacilante! ¡Cmo sacias y fatigas, Cmo embriagas! PerderØ pronto aquello que hoy Aœn brilla. El viento silbarÆ sobre Mi oscura tumba. La madre se inclina sobre el niæo. Quiero ver sus ojos de nuevo... Todo lo demÆs puede irse, L OS VERSOS PINTADOS DE KLINGSOR: HERMAN HESSE POETA Alfredo Arias 26 C C ARNE DE ARNE DE M M EMBRILLO EMBRILLO Ilustracin: Silvia Lpez En nuestra "Carne de membrillo" tienen cabida la sugerencia lectora y la lectura en profundidad, el estudio y la creacin, carne tierna y dulce membrillo. La Sombra del Membrillo Junio 2004, N. 2.

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Hay quien lo ha llamado paisajista delalma, y puestos a ser justos, las muestraspictóricas conservadas del inmenso talentoque produjo Siddharta, Demian o El loboestepario, no resisten la comparación con lospaisajes elaborados a golpe de palabra. Esindudable que Hermann Hesse (Calw, 1877-Montagnola, 1962) se destacó como unprosista de difícil clasificación, a quiendiversas generaciones de jóvenes, la alemanade entreguerras o la pacifista de la Californiade los sesenta, se han acercado paraprofundizar en las minas de una voz acontracorriente, la de quien no sufre empachoen considerarse discípulo de Nietzsche y deSan Francisco, simpatizante de vagabundoserotómanos como Casanova, o peregrinomental y físico a India o China (y hablamosde las primeras décadas del siglo XX); y que,por tal, cuando en 1946 recibió la noticia deque se le había concedido el Premio Nóbel,quitó hierro comentando que tan posible erarecibirlo como ser herido por una teja.Chulerías como esta no le han hecho ganardemasiado afecto entre filólogos rigurosos,que vale por academicistas, pero eso, a él ya nosotros, sinceramente, no debeinquietarnos. Sigue siendo el jardinero deinteriores, el errabundo adolescente, artistaoriginal y marginal, que no casualmente sonpalabras casi gemelas, amante de las riberasde los conceptos y atraído por las fronterassusceptibles de demolerse. Su poesía, frutode decenas y decenas de años, es subsidiariatambién de los contenidos de su prosa, y unavez más, no puede considerarse en paralelocualitativo. Claro que todo esto no significaque Hesse sea un poeta o un pintor a ignorar,sólo que estas dos ramas exhiben una estaturaalgo menor respecto a su narrativa. Pero siun servidor se dispone a invitar al lector aun paseo a través de sus versos y mezclas depintura, y las líneas de conexión con su �obramayor�, como es el caso, es porque estáconvencido de que no va a defraudarle laruta.

Sol sobre los libros

Generalmente, la obra de Hesse esnocturna, interior. Domina el símbolo, elsueño, la melancolía, la humedad; dones dela luna. De ahí que cuando ocasionalmentesus libros se abren al sol, le son ofrecidos aél, el brillo es más intenso, su energía �pica�literalmente en nuestros párpados, su luzdesconcierta, pues no se nos presenta el autormás feliz que cuando se calza el personaje devagabundo desprejuiciado, que alguna vezejerció con comedimiento. Son, pues, librossolares, los que acaso hayan envejecidomenos: sea la obra que le dio a conocer, PeterCamenzind, sea el encantador Knulp,prácticamente un héroe de balada, elGoldmundo de Narciso y Goldmundo, o dostextos que fueron compuestos prácticamenteal unísono, fruto de un momento de crisis enque la pintura y la cercanía de Italia lo libraronde caer en picado: el �vademécum� de unlibrito de prosas, poesías y acuarelas tituladoEl caminante, y la novela breve El último veranode Klingsor. En el primero, un escritor seexpresa también por la pintura; en la segunda,un pintor se expresa por medio de versos. Lalínea que intersecciona estos libros fraternoses precisamente un poema común, que es elséptimo de El caminante, y se sitúaprácticamente al final de Klingsor. Porproblemas de espacio, y por invitar al lectora viajar más lejos y mejor, tan sólo reproduzcoalgunos fragmentos, en la traducción de EsterBerenguer para este libro:

¡Oh, mundo multicolor y vacilante!¡Cómo sacias y fatigas,Cómo embriagas!Perderé pronto aquello que hoyAún brilla.El viento silbará sobreMi oscura tumba.La madre se inclina sobre el niño.Quiero ver sus ojos de nuevo...Todo lo demás puede irse,

LOS VERSOS PINTADOS DE KLINGSOR:HERMAN HESSE POETA

Alfredo Arias

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CCARNE DE ARNE DE MMEMBRILLOEMBRILLO

Ilustración:Silvia López

En nuestra "Carne de membrillo" tienen cabida lasugerencia lectora y la lectura en profundidad, elestudio y la creación, carne tierna y dulce membrillo.

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Desvanecerse...Queda, sólo, la eterna madre,Nuestro origen.Sus dedos juguetones escriben,En el aire, nuestro nombre.Fugaz.

Sí, de acuerdo. Es un poema lunar. Resultaque la savia de estos árboles abiertos almediodía es semilla de noche; alude a sussímbolos: la tumba, lamadre, el abandono, lamuerte; remite al regresoa la placenta originaria,al retorno al plan de ladivinidad femenina, �lomisterioso femenino�,que es la raíz deluniverso, en la filosofíataoísta, tan querida delautor. Y no ha deextrañarnos. La dobleinicial de (H)ermann(H)esse concuerda conun autor y una obrapolarizados, duales, entensión de contrapuntosq u e l u c h a n p o rarmonizarse, y a veces loconsiguen. En El loboestepario, el recorrido deese hombre lobo moralque es (H)arry (H)aller,la risa será el antídotocontra la ansiedad y laangustia del personaje;la luminosidad que encienden el juego y elhumor compensarán su oscuro aullido, puesla vida se compacta con las fibras de la muerte.

Por eso la muerte persigue al vitalistaKlingsor y lo coloca al límite de la intensidad.Por eso el norte germano busca sucomplemento en el sur; así Hesse desciendeen 1919 del hartazgo del tópico masculino: laprimera guerra mundial, la inocencia perdidade la razón, el sueño quebrado de ser padrede familia, en busca de un renacimiento enel calor, atravesando el macizo de San Gotardoen los Alpes, y situándose en el cantón suizodel Tesino, cerca de Lugano, ya en la laderaque mira hacia Italia. Búsqueda del sur, de lapasión, de lo femenino, de lo que se disuelvey busca disolverse.

[...] La espantosa realidad con frecuenciaHe buscado,Donde reinan asesores, ley, moda y dinero,Pero siempre he huido, libre yDesengañado,

Hacia la dulce locura y el sueño hechicero.

(�Espléndido mundo�, cuarto poema de El caminante).

Camino del sur

Componen El caminante trece prosascon sus correspondientes acuarelas, que sóloen tres ocasiones (�La rectoría�, �Tiempo

lluvioso� y �Cielo nublado�)prescinden de una poesíafinal. Hay que imaginarse aHesse, como tantas otrasconciencias, suspendido en elvacío tras el desastre bélico,que lo es de su sistema devalores, rescatándose yreconstruyéndose a sí mismoen el paisaje como �elpequeño caminante y pintorde acuarelas� (prosa �Elpuente�), con ese �aspecto tancampesino� en opinión de suamigo Ferruccio Busoni(prosa �Aldea�); pues Hesse,mellizo de sí mismo, puedepasar por un intelectualdistanciado con quevedos yesmoquin, y por un sencillojardinero, tal como lorecuerdan algunas de susúltimas visitas, del mismomodo que el gran actor Maxvon Sydow sabe encarnarseen el sencillo jornalero de Pelle,

el conquistador, o en el mismo y refinado HarryHaller, trasunto de Hesse, en la versión fílmicade El lobo estepario (Fred Haines, 1974), conun asombroso parecido con el modelo.

Las prosas, poesías y acuarelas de Elcaminante significan, desde luego, el registrode ese viaje de norte a sur, de reaprendizaje:el paso de la montaña, la pequeña aldea, ellago en un día lluvioso, la cumbre en un díaluminar. Signos exteriores e interiores quequedan grabados minuciosamente, a vecesentrelazados:

"[...]un cielo desconfiado ysombrío deja caer, nervioso ydestemplado, una llovizna caprichosa,y yo, no menos nervioso ydestemplado, vago por el paisajeinsólito. Quizá bebí demasiado vinoanoche, o demasiado poco, o tal vezsoñé cosas inquietantes... Sobre el aguapoco profunda de la playa caen gotasde lluvia, un viento fresco y húmedosopla entre los árboles mojados,

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plomizos, que centellean como pecesmuertos. Un demonio ha escupido enla sopa. Nada es como debe ser."(�Tiempo lluvioso�, El caminante).

Sus versos invocan, por contra, unespíritu adolescente, arraigados en una formasencilla, aun con el contrapeso de las muertesque se le suponen a un artista hipersensibleque ha superado los cuarenta años; y susacuarelas se antojan de igual modo suaves,delicadas, con predominio del pastel,impresionistas, como corresponden a unespíritu y una disposición impresionables.Las partes más �duras� las reserva para lasprosas, pues suponemos que los versos y lasacuarelas son obras �en ruta�, y que el severooficio de la palabra tras la palabra seconcentra sobre la mesa de una posada barata,o en la barroca y oscura estancia alquiladaen el palazzo Camuzzi, un edificio casiruinoso que parece brotado de un cuento.

Allí no está Hesse mezclando silenciosolos colores, mientras caen gotas de sudor dela frente y se acerca la garrafa de vino; ahí sedebate el lobo herido, el joven echado aperder, el juguete roto, a �una hora detrásde medianoche�, como practicaba desde suscomienzos:

"...No se puede ser vagabundo y artistay al mismo tiempo un burgués sanoy cuerdo. Si quieres embriaguez,¡acepta también la resaca! Si quieressol y bellas fantasías, ¡acepta tambiénla suciedad y el hastío! Todo estádentro de ti, el oro y el barro, el deleitey la pena, la risa infantil y la angustiamortal. ¡Acéptalo todo, no te aflijaspor nada, no intentes rehuir nada! Noeres un burgués, tampoco eres ungriego, no eres armónico y dueño deti mismo, eres un pájaro en plenatormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar!"(�Tiempo lluvioso�).

Es un extremo mórbido que lucha porcontrarrestar con la ligereza de las pinceladasy la emulación de dulces maestros, como elromántico Joseph von Eichendorff (en �Horade almorzar�), creador de un risueñovagabundo, paladeador de una atmósferabucólica, en De la vida de un haragán (1826),o Li Po (o Li Tai Po), poeta báquico de laDinastía Tang, allá por el siglo VIII, cantorde la luna, las cumbres, el viento, los pétalosy el vino; aunque también puede excusarestas vías oníricas o zen para asentarse en lacontundencia de los modelos de Beethoveno Nietzsche en su preferencia por los grandes

árboles aislados (�Árboles�). De Li Tai Po nonos habla expresamente, pero puedenhallarse equivalencias entre las prosaspoéticas y versos de Hesse y los de aquél; almargen de que en el libro complementariode éste que es El último verano de Klingsor, elpintor se hace llamar a sí mismo como elrapsoda oriental. En cualquier caso, adjuntoalgún ejemplo en donde pueden rastrearsetales semejanzas:

Me senté a beberY no advertí el crepúsculoHasta que los pétalos que caíanLlenaronLos pliegues de mi túnica..

(Li Po, �Autoabandono�)Un caminante se hallaba sentado a los pies de unárbol. Pétalos amarillos caían sobre sus hombros.Estaba cansado y había cerrado los ojos. Un sueñocayó del árbol amarillento y lo envolvió.

(Prosa �Lago, árbol, montaña�, El caminante).

Otro caso:

Es de noche. Dormiré en el temploDe la cima del Monte Sagrado.Desde allí podré tocar las estrellasSi levanto las manos.Con este silencio no me atrevo a elevar la VozPorque temo despertarA los habitantesDel cielo.

(Li Po, �En el templo de la cumbre�)

No todos los deseos se conforman: yo querría tenerotros dos ojos, un pulmón de más. Estiro laspiernas sobre la hierba y deseo tenerlas más largas.Querría ser un gigante; entonces tendría la cabezacerca de la nieve, en los Alpes, entre las cabras,y los dedos de los pies chapotearían en el mar...

(Prosa �Granja�, El caminante).

Destellos, ecos bien conjuntados en lapaleta de la literatura. No obstante, elcaminante puede tropezar en un desfiladero,puede partir el pincel, ponerse a cuatro patasy huir del refugio, puede medirse con elvacío, implorar al fantasma del malditosuicidario, del hombre solo de Werther, delsolitario de Friedrich. Los versos que siguentambién corresponden a este librito en tantostrechos amable, y que, junto con el citadopoema común, adelantan el tono más trágico

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del siguiente:

También por mí vendrás en su momento,No me olvidarás...Extraña y remota pareces todavía,Querida hermana muerte...Pero un día te acercarás a mí,Toda fuego, ese día.¡Ven, tómame, estoy aquí,soy tuyo, amada mía!

(�El caminante a la muerte�, El caminante).

El verano de Klingsor

Hay palabras tan expresivas que lainformación sobre ellas no les resta un ápicede potencial sugestivo. Tal sucede con�Klingsor�; sus dos sílabas parecen brillarcomo las alas desplegadas de una enormemariposa roja, o el parpadeo veloz ante el solblanco de agosto, en uno de esos días queparecen excluidos del mundo. El arcano�Klingsor� debiera pertenecer desde luego aun mago, y de hecho pertenece, pues decirKlingsor vale por decir hechicero primordial,al menos desde que un trovador germano, elminnesänger Wolfram von Eschenbach, loincluyera en uno de los primeros textos sobrela búsqueda del Grial, su Parcival (circa 1210),base del Parsifal de Wagner. Klingsor es unnómada que transmite desde la ciudad dePérsida las artes mánticas, aunque suaplicación sirva sólo a sus deseos primarios.Es el �diablo� que entorpece, desde su castilloy jardín encantado, la aventura restauradoradel cáliz, el necesario regreso del orden. Esesta la máscara que llega hasta el recientelibro de Jorge Volpi, En busca de Klingsor (1999),donde el brujo revive en un científico asesorde Hitler. Existe otra versión medieval sobreel personaje, de perfil menos oscuro, que escon la que se topa Novalis en la crónica deFederico II; la guerra cruenta entre el bien yel mal se transmuta aquí en un debate poéticodonde el legendario minnesänger Heinrich vonAfterdingen lidia con Walter von Vogelweide;Klingsor aparece como un mago aliado delprimero, si bien, pese a su apoyo, salederrotado del lance. Este episodionaturalmente es la inspiración de su novelainacabada Heinrich von Ofterdingen (1801), unode los libros, junto con el Wilhelm Meister deGoethe , de mayor influencia en autoresposteriores, en lo que se entiende como novelade formación, y que en Hesse se vuelcaprimeramente en Peter Camenzind. Novalis,

el genial inventor del símbolo de la �flor azul�como señuelo poético de lo imposible,metamorfosea a Klingsor en la figura de unpoeta maduro, padre de la chica de la que seenamora Heinrich, y al que reparte sabiosconsejos sobre la necesidad de equilibrar lopoético con lo útil; aunque no por ello dejade componer una canción dedicada al vino,y exigir como premio que todas las mocitaslo coronen con un beso.

Todo este preámbulo viene a decir quecuando Hesse elige este nombre para supersonaje, es consciente de su peso en lacultura alemana. Lo hace �mago�, comotodo creador lo es, lo hace replegarse en uncastillo con un jardín formidable (la propiacasa Camuzzi de Hesse), y lo hace implicarseen el caos y renunciar conscientemente a lapantalla del orden, que ha mostrado susuciedad en los últimos acontecimientoseuropeos. También resulta obvio que al autorle estremece en lo más hondo el sonido casiesotérico de esta palabra, estrella a la querodea con otros vocablos fuertes, acentuados,como los nombres de las comarcas:Pampambio, Carenno, Lugano, Barengo; olos colores favoritos del protagonista: rojo

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cadmio, violeta-cobalto, granza... Todo enel relato lucha por ser intenso, incluso eneste modesto nivel de significación. Todotiene prisa. Tal como arenga el mismoKlingsor a sus acompañantes en unaexcursión a la montaña (pagando, dicho seade paso, su deuda con el texto de Novalis):�Hoy florece una flor legendaria y azul; sóloflorece una vez en la vida y quien la cuidaobtiene la gloria... Quiero decir que este díano vuelve jamás y a quien no lo coma, lobeba, lo saboree, lo respire, no se le ofrecerápor segunda vez...� (�El día de Carenno�).Es el mismo día irrepetible donde cita a LiTai Po: �La vida pasa como un relámpago,cuyo brillo apenas hay tiempo de ver...�.

Espoleado por esa prisa cósmica, Klingsorpintará �febrilmente� (palabra del camposemántico de �intenso� o �delirante�, queasiste con frecuencia), amará febrilmente,beberá febrilmente, robando horas al sueño,a lomos del galope de un caballoapocalíptico. Y no pinta como Hesse, nodesliza sobre cartón lánguidas pinceladasde acuarela; sin ser abstractos, sus cuadrostransforman la realidad, el estómago delhechicero la digiere para devolverla conotros matices y otros colores; el hecho deque tras el amistoso personaje de Louis elCruel se esconda el pintor Louis Moillet,que cuatro años antes había protagonizadoun iniciático viaje a Túnez con AugustMacke y Paul Klee, informa que Klingsores un símbolo atormentado, el ladoexpresionista de Hesse, a medio caminoentre Klee y Van Gogh. La viva relación conel arte que condensa la frase del pintor suizoen su diario: �El color me posee�, seríajustamente aplicable al protagonista y a sumismo autor en ese verano, la estación �sino se ha dicho antes- intensa por naturaleza.Esta afinidad y simpatía subterránea deHesse con Klee la supieron ver los creativosde Planeta, cuando hace 25 años eligieronpara la solapa de su Rastro de un sueño, elonírico óleo de Ad Parnassum, eso sin olvidarque el autor se aviene a imaginar otraexcursión ritual que lo alíe con su personaje,en Viaje al Oriente: �... los pintores Klingsory Paul Klee; no hablaban más que de Áfricay de la princesa cautiva, y su biblia era ellibro de las hazañas de Don Quijote, en cuyohonor pensaban emprender el camino através de España� (capítulo primero).

Si, indudablemente, Hesse no es tanbuen pintor como Klingsor, en rigor hay

que reconocer que sabios fragmentos de suprosa pueden alcanzar la profundidad o elsobrepujamiento de cualquiera de esoscuadros:

Ante él se hundía profunda yvertiginosamente el viejo jardín, unaaglomeración compacta de copas de árbol,palmeras, cedros, castaños, cíclamos,hayas, eucaliptos, llenos todos deenredaderas, lianas, glicinas. Sobre lanegrura de los árboles brillabanpálidamente las grandes hojas metálicasde las magnolias de verano, gigantescas,blancas flores semiabiertas, grandes comola cabeza de un hombre, pálidas como laluna y el marfil, con un íntimo perfumede limón que ascendía de manerapenetrante... De pronto en el patio gritóun pavo real...

(�Klingsor�, en El último verano de Klingsor)

Pero no de modo distinto al queKlingsor, como trasunto del autor, puedeelaborar un poema a la altura del caminanteHesse, que recuerda la última poesía citadade la obra anterior, aunque con desgarromás naturalista:

...Mañana, mañana me despellejará la pálida muerte.Su guadaña chirriante en mi roja carne.Sé desde hace tiempo que está al acecho,Feroz enemigo.Canto durante la noche, para burlarme de ella.Balbuzco mi ebria canción en el bosque cansado.Para reírme de su amenazaCanto y bebo.

(�Klingsor envía un poema a su amigo Thu Fu�).

Que la muerte persigue a Klingsorno es un secreto para el lector. Es un anuncioimplícito en el título y expreso en la �Notapreliminar�, donde, adelantándose alrecurso de la Crónica de una muerte anunciadade García Márquez, Hesse anticipa que elpintor fallece en otoño, presumiblemente aconsecuencia de una borrachera, estiloLeaving Las Vegas para entendernos. Loextraño, y lo hermoso, es que, aun con ello,el autor decide que sea la vida la que digala última palabra en este concierto decontrapuntos �luminosidad/ oscuridad� ,�alegría/ angustia�, que domina las dosobras. Puede deducirse que el atormentadoKlingsor ha sido vencido por su propioveneno, ha luchado contra su propia caída,hasta llegar a aparecérsenos como undespojo, pero un despojo capaz de efectuarun último autorretrato donde, sentado sobre

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el insomnio y en vigilia sonámbula, refleja ladecadencia y corrupción del hombre modernopero también sus raíces selváticas, seminales,y pareja a la capacidad de autodestruirse, lade autorregenerarse. Muchos héroes de Hessemueren en el agua; el muchacho de Bajo larueda; el Josef Knecht de El juego de los abalorios,la nieve que sepulta a Knulp...; y Klingsor,en lectura a mi juicio certera de José MaríaCarandell, acudirá a este símbolo purificadorde evolución, aquí avinado.

Al margen de este aspecto de remozooriental tan caro a Hesse, recupero el motivoatrás mencionado de que sea la �vida� laencargada de culminar el libro, que no dejade ser un desesperado canto en su nombre,afectado de neurastenias y sinestesias a partesiguales, tal como el estridente pavo real deljardín. Y es que, concluido el autorretrato, elescritor nos confidencia que el artista �setomó unas pastillas de veronal� (el lector semantiene en suspense temiendo lo peor, perosólo quedan tres renglones): �...y durmió undía y una noche sin parar. Después se lavó,se afeitó, se puso ropa limpia, fue a la ciudady compró fruta y cigarrillos para regalárselosa Gina�. Así se cierra; de un plumazo, Hesseha pulverizado la melancolía. Klingsor nomuere al final del texto; en el lenguaje mágicode la literatura ha muerto �antes�, justo enla nota preliminar. Importa que esta �Gina�,que es apenas un acento pálido, un temamenor evolucionando tenuemente a lo largode la obra, la chiquilla fugaz de la que elpintor se encapricha en una oficina aunqueno albergue ninguna seria esperanza de sercorrespondido, representa el último hilo deluz, la Beatrice que lo arrastra de sus tinieblasen ese último impulso de aventuraimprobable, de brindis al sol sin fundamento,pero henchido de la poderosa fuerza que alzala pasión sobre la fatalidad y la dignidadsobre la pérdida.

Al igual que Goethe, Hesse falleciólongevo, a los 85 años; los personajes deambos se tomaron la molestia de sufrir lasmuertes simbólicas que les permitieronprofundizar sobre sí mismos, y a nosotrostambién. Hesse mereció un final literario, apropósito. Lo último que hizo antes de dormiry no despertar, fue oír una pieza de Mozarty corregir un poema para dedicárselo a sumujer Ninon; no extraña, pues, según nosrevela Alois Prinz en su reciente biografíadel escritor, que su lápida tenga forma delibro abierto. Incluso puedo imaginaresculpidos en él unos versos suyos, de laépoca de Klingsor, que dicen así:

Ninguno de los libros de este mundoTe aportará felicidad,Pero secretamente te devuelvenA ti mismo.

Nota final: El caminante y El último verano deKlingsor se publicaron en 1920, y Viaje al Oriente,en 1932. He utilizado las ediciones de Bruguera(1978, trad. Pilar Giralt) para el primero; la dePlaneta (1978, trad. Ester Berenguer; 1.ª ed.: 1973)para el segundo, y para el tercero la de Plaza &Janés (1979, trad. Victor Scholz). Asimismo, mehan sido útiles los poemarios Poetas chinos de laDinastía Tang (trad., C.G. Moral, Madrid,Colección Visor de Poesía, 373, 2000) y HermannHesse, Escrito en la arena (trad. de Jenaro Talens,Madrid, Colección Visor de Poesía, 77, 1977), asícomo la obra de Alois Prinz, Y todo comienzo tienesu hechizo. Biografía de Hermann Hesse (trad.Constantino Ruiz-Garrido, Barcelona, Herder,2002), tanto como los prefacios de José MaríaCarandell a Rastro de un sueño y El último veranode Klingsor para Planeta. El lector puede encontrarestas ediciones recientes de los dos libroscomentados aquí: El caminante (trad. de PilarGiralt) en la editorial Integral de Barcelona (2000),y El último verano de Klingsor (trad. de DanielNajmías y Macarena González) para RBA(Barcelona, 2003); aunque puede localizarlotambién en el volumen IV de los Cuentos de Hesseen El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial (trad.Manuel Olasagasti), reeditado desde 1978.

Alfredo Arias es fundador de La Sombra delMembrillo (portada, logo...), dibujante, filólogoheterodoxo escrutador del cómic, el cine, laliteratura...

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