Sierra, Javier - Las Puertas Templarias

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Las Puertas Templarias Las Puertas Templarias Javier Sierra Nueve, como los misteriosos caballeros fundadores del Temple, han sido las personas clave para la elaboración de esta obra. Robert Bauval, Louis Charpentier y Graham Hancock inyectaron las dosis de investigación necesarias para darle su forma definitiva. Roser Castellví sembró la semilla hace años, junto a ciertas ruinas templañas en Tarragona. Juan G. Atienza fue -sin saberlo- oportunamente generoso conmigo en momentos clave de su redacción, mientras que Ester Torres, Geni Martín y Enrique de Vicente sufrieron más que nadie mis ausencias por tantos meses de «navegación» al timón de estas páginas. De todos, no obstante, el más decisivo ha sido José María Calvin... el amigo que me mostró siempre dónde estaba el sendero hacia el Grial A todos ellos, con mi eterna gratitud «Si secretum tibí sit, tege illud, vel revela.» (Si tienes un secreto, escóndelo o revélalo.) PROVERBIO ÁRABE adaptado por los cruzados «¿Qué es Dios? Es longitud, anchura, altura y profundidad.» SAN BERNARDO DE CLARAVAL

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agradecer no cuesta nada

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LAS PUERTAS TEMPLARIAS

Las Puertas Templarias

Javier Sierra

Las Puertas Templarias

Javier Sierra

Nueve, como los misteriosos caballeros fundadores del Temple, han sido las personas clave para la elaboracin de esta obra. Robert Bauval, Louis Charpentier y Graham Hancock inyectaron las dosis de investigacin necesarias para darle su forma definitiva. Roser Castellv sembr la semilla hace aos, junto a ciertas ruinas templaas en Tarragona. Juan G. Atienza fue -sin saberlo- oportunamente generoso conmigo en momentos clave de su redaccin, mientras que Ester Torres, Geni Martn y Enrique de Vicente sufrieron ms que nadie mis ausencias por tantos meses de navegacin al timn de estas pginas.

De todos, no obstante, el ms decisivo ha sido Jos Mara Calvin... el amigo que me mostr siempre dnde estaba el sendero hacia el Grial

A todos ellos, con mi eterna gratitud

Si secretum tib sit, tege illud, vel revela.

(Si tienes un secreto, escndelo o revlalo.)

PROVERBIO RABE adaptado por los cruzados

Qu es Dios? Es longitud, anchura, altura y profundidad.

SAN BERNARDO DE CLARAVAL

Ocpate de no divulgar de manera sacrlega misterios santos entre todos los misterios (...) Comunica las santas verdades slo segn una manera santa a hombres santificados por una santa iluminacin.

DIONISIO EL AEROPAGITA

INTRODUCCIN

En agosto de 1995 viaj por primera vez a Egipto. Como todo el que llega a tierra de faraones con un espritu medianamente abierto, el primer contacto con sus piedras, sus desiertos infinitos y sus frtiles riberas me hechiz. Regres en diciembre, y en marzo del ao siguiente, y nuevamente en agosto... As hasta en nueve ocasiones durante los ltimos cuatro aos. Razones? Las ha habido personales y profesionales, pero tras cada escala en El Cairo o en Luxor saba que deba comenzar a hacer los preparativos para un nuevo e inminente regreso. Y es curioso: nunca, en ninguno de los ms de veinte pases que llevo recorridos, he sufrido esa imperiosa necesidad de retorno.

En el ltimo de mis viajes algo me llev a adentrarme en el viejo barrio copto de la capital, y a alejarme momentneamente de pirmides y templos. En su museo -una maravilla arquitectnica cuyos dos pisos se conectan entre s por una hermosa cadena de afiligranadas claraboyas octogonales-, descubr que una de sus vitrinas albergaba un fragmento de pergamino del Evangelio de Toms. La etiqueta que acompaaba aquel texto apcrifo indicaba que perteneca al conjunto de textos cristianos descubiertos en 1945 cerca del pueblecito de Nag Hammadi, a las afueras de Luxor.

Me impresion. Aquellos trazos temblorosos haban sido redactados por uno de los primeros escritores cristianos de la historia, un annimo escriba que crea que Toms era el hermano mellizo de Jess, y uno de los testigos directos de su resurreccin. Lo que ms me llam la atencin es que, por paradojas de la historia, ese texto hubiera ido a parar a Egipto, donde la doctrina de la resurreccin de la carne llevaba acuada ya siglos gracias al mito de Osiris.

Al regresar a Espaa record que pocos meses antes de aquel encuentro haba adquirido en Londres la traduccin ntegra de los escritos de Nag Hammadi, tal como fueron redactados por una prcticamente desconocida secta gnstica entre los siglos III y IV de nuestra Era. Al repasarlos con atencin, me extra que en sus pginas se hicieran tantas alusiones, aunque tan intermitentes, a cierta comunidad de sabios llamada la organizacin, cuyo propsito ltimo pareca ser el de construir monumentos que recrearan en la Tierra lugares espirituales que estn en los cielos. Daba la impresin que deban de ser una especie de ngeles en el exilio, tratando de reestablecer su contacto con los cielos. Sufran una obsesin arquitectnica que se resuma en su necesidad de contrarrestar desde el suelo el imparable avance de ciertas fuerzas de la oscuridad que los textos de Nag Hammadi nunca terminaron de describir con detalle.

Los gnsticos que redactaron el pergamino que envejeca dentro de aquella vitrina, crean en la existencia de una lucha eterna entre la Luz y las Sombras. Una guerra sin cuartel que ha terminado afectando de modo especial a los habitantes de este planeta, y en la que algunas familias -como la de David, de donde descendera Jess- jugaran un papel determinante gracias a sus peculiares vinculaciones con ciertos superiores desconocidos venidos de arriba. El particular credo de aquellos hombres del desierto se traslad de alguna manera a los alquimistas medievales y a los constructores de catedrales. Los templarios -segn deduje despus de algunas averiguaciones en Francia, Italia y Espaa- tuvieron mucho que ver en esa transmisin de saber y en la perpetuacin del ideal del eterno combate entre el Bien y el Mal. Y as, sin quererlo, me vi envuelto en la investigacin de las vidas de aquellos que haban continuado la labor de la organizacin durante ms de trece siglos, preservando algunos enclaves y planificando la ereccin de otros.

Con el tiempo y buenas dosis de suerte, llegu hasta las obras de buscadores contemporneos como Pietr Demianvich Ouspensky, un ruso discpulo de un no menos intrigante maestro armenio llamado Gurdjieff, que en 1931 lleg a la fascinante conclusin de que los constructores de Notre Dame de Pars haban heredado sus conocimientos... de la poca del levantamiento de las pirmides! Es decir, que desde el antiguo Egipto hasta los canteros medievales debi de existir una especie de correa de transmisin de sabidura que ha pasado desapercibida a ojos de historiadores y analistas. Es ms, de ser acertada esa idea, aquellos maestros de la sabidura debieron dejar estampada su firma no en el estilo arquitectnico empleado -eso hubiera sido demasiado burdo, superficial-, sino en el modo idntico en que planificaron unos y otros edificios en relacin a las estrellas, sin importar los milenios de historia que los separaban.

Y, claro, el desafo de localizar a los descendientes de aquellos maestros, de aquellos ngeles, me cautiv. Dnde se encuentran hoy los custodios de tales conocimientos? Sera posible llegar a entrevistarse con ellos algn da? se es el espritu que anima este relato.

Para elaborarlo, he rastreado las huellas dejadas por la organizacin -los carpinteros (charpentiers) los llama esta novela- a lo largo de medio mundo, y hoy creo haber encontrado parte de su rastro oculto en comunidades tan dispares como los templarios o en obras tan armnicamente perfectas como las catedrales; De la huella de esos ngeles -a los que veo como seres de carne y hueso, infiltrados entre nosotros- ya adelant algo en La dama azul (1) En las pginas que vienen pretendo definirlos an ms. Atento, pues, querido lector.

1. Publicada por esta misma editorial.

La Navata,

bajo el signo de Virgo,

septiembre de 1999

ADVERTENCIA

Forzosamente, las pginas que siguen recogen slo una pequea parte de unos hechos que cambiaron silenciosamente la faz del mundo. No todos los detalles son histricos -muchos, deliberadamente, huyen de ello-, pero s contienen el espritu de algo que bien pudo ocurrir. Un da, si las Puertas se abren, como espero, y la Providencia me lo permite, esta historia terminar de contarse.

OMEN

Jerusaln, 1125

Ni por un segundo el bueno de Jean de Avallen imagin que combatir con la coraza de la fe (2) fuera algo tan real, tan prximo y tan peligroso a la vez

(2) Aos mas tarde, Bernardo de Claraval, al redactar su Elogio de la nueva milicia templaria para dotar de una Regla a esta orden, empleaba exactamente esas palabras al tratar de describir los verdaderos objetivos de la Ordo Pauperum Commilitonum Christi Temphque Salomomci

Abrumado por el inesperado giro de los acontecimientos, el caballero fingi indiferencia y sonri al conde cuando ste, inclinado sobre su oreja, le susurr el destino al que deba encaminarse a la mayor brevedad posible las suyas fueron apenas tres frases en lengua romance, breves, escuetas, que se colaron en el cerebro de su siervo con la facilidad del soniquete de un trovador La ltima de ellas, por cierto, se le grab a fuego Yo os servir de gua, dijo.

Jean, impresionado, acepto aquel nuevo mandado y se apresur a entonar el Te Deum laudamus como si nada hubiera alterado el ritmo de las cosas.

Pero no era as

Preso de una excitacin inenarrable, el joven guerrero del manto inmaculado pronto cay de hinojos frente a su mentor, bes el sello del condado de la Champaa grabado en oro sobre su esplndido anillo y pronunci en voz alta su juramento para que todos le oyesen:

-Acepto de buen grado vuestras rdenes, mi seor -dijo balbuceando-, y las acatar aunque en ello me vaya la vida. Ahora que he visto la Verdad, que Nuestra Seora proteja tan sagrada misin, amn.

Nadie se sorprendi. A fin de cuentas el noble Hugo de Payns, senescal y hombre de confianza del conde, se lo haba dejado bien claro el mismo da que le reclut en Troyes, haca ya algn tiempo. La milicia que estamos reuniendo -le asegur de camino a la capilla donde se celebr su ceremonia de admisin- tendr un doble frente de combate: lucharemos sin cuartel contra quienes bloqueen los caminos hacia el Santo Sepulcro, y nos batiremos contra las fuerzas espirituales del Mal que amenazan a nuestro mundo. Vuestro trabajo, noble Jean de Avallon, podr desarrollarse indistintamente en ambas direcciones, por lo que deberis estar preparado para enfrentaros en cualquiera de esas batallas.

Tuvo este aviso proftico en el verano de 1118, haca ya siete largos aos. Fue entonces cuando Jean recibi el hbito albo que ahora luca con orgullo. Aquel lejano mes de julio el joven Avallon cumpla diecinueve primaveras, y su porte orgulloso y fuerte, su carcter decidido y emprendedor, sus cabellos dorados y sus ojos verde esmeralda, haban conseguido impresionar a los ejecutores del proyecto, que pronto comenzaron a planearle un futuro lleno de responsabilidades. A ello, desde luego, no fue ajena la seal de que su nacimiento coincidi con el momento en que Godofredo de Bouillon consegua rendir Jerusaln y conquistarlo de manos turcas para la cristiandad.

El arrollador triunfo de aquella primera cruzada iba a resultar decisivo. Mucho ms de lo que el Papa o los reyes europeos haban previsto.

Sea como fuere, slo l y ocho hombres ms, todos mucho mayores que Jean, recibieron el manto plido que en adelante les distinguira como los primeros guerreros del ejrcito ms particular que vieran los siglos: el de los Pobres Caballeros de Cristo.

En Troyes, Jean conoci a Godofredo de Saint Omer -un gigante de barbas blancas y mirada clida que ahora bajaba la vista mientras el conde le imparta su bendicin-, a Andrs de Montbard -to de otro adolescente que pronto despuntara como un religioso feroz e implacable al que se conocera como Bernardo de Claraval y que terminara en los altares-, a Foulques de Angers -un anciano saco de huesos que an echaba fuego por los ojos- y a tantos otros guerreros de probado valor que le rodeaban en aquel lance.

Tambin all, en la misma capilla privada de Troyes, el joven Jean se tropez por primera vez con un desigual grupo de soldados, la mayora cruzados que ya haban cumplido el sueo de hincar su rodilla ante la tumba de Nuestro Seor Jesucristo, que tambin recibieron entonces sus mantos negros o de buriel en seal de pertenencia a la nueva milicia de De Payns.

Pero cmo pasa el tiempo! Y cunto envidiaba ahora a aquellos hombres sin responsabilidad ni nocin alguna de lo que estaba sucediendo!

Es conveniente repetirlo: siete largos aos haban transcurrido ya desde esa remota ceremonia de admisin, escueta y prudente. El capelln de entonces, un hermano del caballero Hugo, bendijo los aperos de Jean de Avallon y le ungi con la seal de la cruz antes de recomendarle que rindiera todo su ser a la sagrada misin que, tarde o temprano, iba a encomendrsele. Fue una seal ms de hecho, el joven caballero nunca termin de entender aquello de la sagrada misin hasta que, recin comenzado el sptimo invierno de campaa en Jerusaln, durante las tareas de restauracin de Haram es-Sharif o el noble santuario como llamaban los rabes al antiguo recinto del Templo de Salomn, un aviso sorprendi a los all destinados.

Al de Avallon la noticia le lleg mientras desenterraba un enorme arcn de piedra cerca de la llamada Cpula de la Cadena, unos metros al este de la impresionante mezquita conocida como La Roca. Trabajaba a destajo desde haca meses despejando las antiguas cuadras del rey Salomn, pero llevaba casi tres semanas empeado slo en arrastrar aquel pesado cofre a la superficie.

Fue a primera hora de la maana. Uno de sus sargentos, el responsable de la farmacia, un tal Renard, descendi al tnel para darle la nueva: Mi seor -tosi bajo la nube de polvo que levantaron sus botas en el subterrneo-, nuestro maestre Hugo ha recibido un mensaje urgente desde Francia. Os ruega que acudis cuanto antes al captulo. Sabis de qu se trata?, pregunt el caballero. No. Pero debe de ser algo grave. Acudid presto.

Cuntos recuerdos.

Hugo de Payns, en efecto, a eso de la hora tercia (1) de aquel mismo da, celebr una reunin extraordinaria del captulo en la antigua mezquita de Al Aqsa, donde su majestad Balduino II haba tenido instalada su esculida corte hasta haca bien poco. l era un hombre calculador, que disimulaba su ansiedad con un verbo pausado, padre de una gran familia y extraordinariamente leal a los suyos. No se anduvo, pues, con rodeos. En el interior de Al Aqsa, rodeado de columnas de mrmol desnudas de casi seis metros de altura, y al amparo del eco de sus muros vacos, inform a sus hombres que el conde de Champaa, otro Hugo de ilustre linaje que haba financiado los primeros momentos de la nueva Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, estaba prximo a llegar a Jerusaln para unirse a su cruzada secreta.

(1) Nueve de la maana

La sombra del Mal est ms cerca que nunca de nosotros -sentenci el De Payns con un gesto severo, que denotaba lo delicado del momento. En realidad, lea del mensaje que acababa de recibir-. Nuestro amado conde est inquieto por ello; no duerme ni comulga en paz desde hace meses y ha tomado la dolorosa decisin de abandonar sus posesiones, esposa e hijos, para acompaarnos en nuestra primera batalla verdadera: la que estamos a punto de librar contra el ms poderoso enemigo que existe sobre esta tierra.

El anuncio del caballero De Payns, como tantas otras cosas que sucedieron entonces, pronto se revelara rigurosamente exacto.

TEMPLUM DOMINII

La Bestia, en efecto, se desencaden la madrugada del 23 de diciembre del ao del Seor de 1125. Pero su ira fue breve.

Vayamos por partes.

Antes del alba, y siguiendo las precisas instrucciones dadas por Hugo de Payns la noche precedente, los nueve de los mantos blancos se introdujeron en el recinto del Templo a travs de la Puerta de los Algodoneros, abierta casi en el centro de su muro occidental. Desprovista de vigilancia alguna, la entrada de aquel grupo de nobles no llam la atencin de nadie.

Jerusaln, a esas horas, disfrutaba de sus nicos momentos de quietud del da. No haba mercaderes en las esquinas, ni aguadores, panaderos o soldados. Es ms, los templos y lugares de devocin estaban tambin cerrados a cal y canto como medida de seguridad contra mendigos y maleantes. La ciudad, pues, pareca tan vaca como el vecino valle de Josafat.

Se dirigieron a buen paso hacia las escaleras que ascienden hasta la plataforma donde se levanta la llamada Cpula de la Roca,(1) y sin apenas tiempo para echar un vistazo a los primeros destellos del sol que se clavaban sobre su cimborrio de cobre, treparon por ellas.

1. Del latn, Templo del Seor. Los cruzados conocan por ese nombre a la Cpula de la Roca situada dentro del recinto del antiguo Templo de Salomn, en Jerusaln.

-Conocis la leyenda rabe de este lugar, joven Jean?

Andrs de Montbard, el fornido guerrero borgon nacido en las mismas riberas del ro Armancon, susurr su pregunta a Jean de Avallon mientras se aproximaban a la Puerta del Paraso, al norte del recinto. El caballero, sorprendido, mene la cabeza.

-Vlgame Dios! -bram el de Montbard, conteniendo su torrente de voz-. No habis salido de vuestro agujero en todo este tiempo? Excavar y excavar, a eso os dedicis nicamente?

-No, pero...

-No hay excusas! Deberais saber que el conde Hugo en persona, durante su primer viaje a Jerusaln con la cruzada de 1099, fue el nico cristiano que se preocup por averiguar qu haba de verdad en la leyenda que deca que el profeta Mahoma haba viajado hasta este preciso lugar en una sola noche. De eso s habris odo hablar, verdad?

Jean de Avallen asinti.

La silueta rechoncha del borgon gesticulaba como un fauno chiflado a su alrededor. Caminando en cuclillas y silbando como una serpiente le explic cmo los sarracenos crean que el Profeta lleg a Jerusaln volando desde La Meca a lomos de una burra mgica a la que llam Al-Baraq, que quiere decir relmpago. Una montura todopoderosa, de crines de fuego y ojos iridiscentes, enviada por Al en persona.

-Un relmpago? -los ojos del joven se abrieron como platos.

-Bueno -tosi Montbard para aclarar la garganta igual que hacan los trovadores en Francia-, lo poco que s es lo que rumoreaban los cruzados: que Mahoma se encontraba en aquel entonces en una situacin muy delicada porque su esposa Khandiya acababa de morir y su to Abu Taleb tambin. Al parecer, en medio de su dolor, una noche se le apareci el arcngel Gabriel vestido con una tnica de estrellas, invitndole a venir hasta aqu. Qu os parece? Su piel centelleaba como el rayo y, como a la burra, era imposible mirarle a la cara sin quedarse ciego.

-Y le dijo para qu quera llevrselo de La Meca?

-Deseaba mostrarle algo que le consolara y le dara fuerzas para terminar con xito su misin. Quera convencerle de que su esposa y su to estaban ms vivos que nunca, en el Paraso. Y hasta dicen que Gabriel lo subi a lomos de Al-Baraq y lo acompa sobre aquella prodigiosa montura justo hasta este templo.

-ste?

Jean no sala de su asombro siguiendo las explicaciones del caballero.

-As es, joven amigo -volvi a musitar-. Aqu le aguardaban Abraham, Moiss y Jess para confirmarle que l, hijo predilecto del clan de los Hasim, era tambin el heredero legtimo de un largo linaje de profetas.

-Parecis creeros esa historia a pies juntillas, Montbard.

El borgon, que an hablaba en voz baja, como si temiera ser escuchado por el resto, se detuvo a pocos pasos de la escalera de acceso a La Roca para recuperar el resuello. Estaba demasiado gordo para hablar, saltar, actuar y caminar a la vez.

-Es glorioso! -jade-. No sabis nada! No tenis ni idea de la historia de este lugar pero estis aqu, con nosotros! Por qu se os reclut?

Antes de que Jean de Avallon pudiera protestar siquiera a aquellos insolentes comentarios, Monfort le detuvo.

-No me lo digis! Yo os lo explicar todo. Que Mahoma viera o no en este templo a los patriarcas bblicos y a Nuestro Seor realmente no nos incumbe. Lo que verdaderamente importa ahora, lo que interes a nuestro seor conde, es lo que le ocurri despus al Profeta.

-Despus?

-Pues claro! -bram-. Tampoco osteis nada de eso, verdad?

Jean comenzaba a sentirse como un perfecto estpido. Por qu nadie le haba puesto al corriente de aquellos retazos de historia de los que presuma Montbard? Tena acaso que ver con la discrecin con la que se trataban entre s los caballeros ms veteranos? Explicaba esa actitud la prohibicin de que ningn caballero entrase solo en la Cpula de la Roca sin autorizacin expresa de Hugo de Payns?

-Escuchadme bien -prosigui Montbard en tono confidencial-. Dicen que alguien, desde el cielo, lanz sobre La Roca que pronto veris una escalera hecha por entero de luz, y que sta se ancl sobre la que aqu llaman la piedra de Yaqub (1) Por ella Mahoma trep a los cielos, los recorri de arriba abajo, y se maravill de lo grande y perfecta que es la creacin de Dios.

(1) De Jacob.

-Y decs que parti desde aqu a semejante viaje?

-As es.

-Y regres?

-S, con gran sabidura. Y muy equivocado tendra que estar, mi querido hermano, si algo relacionado con esa escalera no fuera la razn ltima por la que hemos sido convocados aqu por nuestro seor conde. Despus de la cruzada, l regres a Francia pero encarg a Hugo de Payns que siguiera indagando en esa leyenda y encontrara la escala.

Jean de Avallen subi de tres o cuatro zancadas las escaleras porticadas que los rabes llamaban mawazen (las balanzas) y alcanz en un suspiro la Puerta del Paraso. Bajo su impresionante dintel turquesa y negro, uno de los sargentos de la Orden le tendi una antorcha encendida. Y despus, otra a Montbard. Los dos eran los ltimos en llegar.

-La veis? -le increp el borgon nada ms penetrar en las penumbras de aquel impresionante recinto octogonal.

-A qu os refers?

-A La Roca. Qu va a ser? La tenis a vuestra izquierda. Este corredor columnado slo es un deambulatorio que rodea al nico pedazo del monte Moriah que est al descubierto. Para los judos sta es la roca primordial en torno a la que Dios cre el mundo; sobre ella Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac, y aqu mismo fue tambin donde su nieto Jacob tuvo su visin de la Scala Dei por la que vio ascender y descender miradas de ngeles.

Jean resopl de asombro.

-Lo que ignoro -titube Montbard- es por qu lleva tantos aos cerrado este lugar a nuestros caballeros...

-Es ms hermoso de lo que imaginaba.

-Lo es.

Mientras el eco de sus ltimas palabras se dilua entre los pliegues del mrmol y la pedrera circundante, Hugo de Payns, a la cabeza del grupo, hizo un exagerado ademn indicndoles dnde estaba el punto de destino. Situado en el naneo sureste de La Roca, la meta era un tosco agujero practicado en el suelo en el que apenas se dejaban ver unos peldaos excavados a cincel, sin pulir. Los escalones se perdan tierra adentro, y al fondo, al final de lo que pareca un breve y estrecho corredor, se intua una acogedora luminosidad anaranjada.

Lo atravesaron sin pensar.

Al otro extremo, de pie, los esperaba impaciente el conde de Champaa. De unos cincuenta aos bien cumplidos, rasgos severos, ojos marrones y una prominente nariz ganchuda que se encorvaba sobre sus barbas grises, Hugo de Champaa vesta un jubn y calzas inmaculadamente blancos.

-Pasad, pasad hermanos al interior de la cueva primigenia, al axis mundi de la cristiandad -les exhort-. Dejad fuera vuestros prejuicios, y permitid que el espritu de la Verdad os penetre.

Junto a l, tambin de pie, uno de los capellanes de su squito sostena un voluminoso ejemplar manuscrito de la Biblia. Era un mozo joven, con el pelo cortado segn las exigencias del Cister, y al que ninguno de los caballeros haba visto antes en la Casa de la Orden o en los captulos de aquellos das.

Cuando Hugo de Payns entr tras Jean de Avallon en la cripta inacabada, el clrigo supo que la ceremonia deba empezar.

-Estamos todos -asinti el conde-. El sabio, el ingenioso, el astuto, el audaz, el temeroso de Dios, el loco, el generoso, el mago y el ignorante. Procedamos, pues, a abrir el camino hacia el Altsimo.

Y dicho esto, alz el ndice de su mano derecha dando a entender al clrigo que la ceremonia deba empezar.

-Lectura del sagrado Libro del Gnesis, captulo vigsimo octavo -dijo, mientras los caballeros se santiguaban mecnicamente-: Jacob sali de Berseba y march a Harrn. Llegado a cierto lugar, pas all la noche porque el sol habase ya puesto. Tom al efecto una de las piedras del lugar, se la coloc por cabezal y se tendi en aquel sitio. Luego tuvo un sueo y he aqu que era una escala que se apoyaba en la tierra y cuyo remate tocaba los cielos, y ve ah que los ngeles de Elohim suban y bajaban por ella.

Andrs de Montbard gui un ojo a Jean, que se haba acomodado justo en el lado opuesto adonde se encontraba l. Pronto supo por qu.

-Proseguid, padre -orden el conde.

-He aqu, adems, que Yahv estaba en pie junto a ella y dijo: Yo soy Yahv, Dios de tu padre Abraham y Dios de Isaac. La tierra sobre la que yaces la dar a ti y a tu descendencia, y ser tu posteridad como el polvo de la tierra, y te propagars a poniente y oriente, a norte y medioda, y sern benditas en ti y tu descendencia todas las gentes del orbe. Mira, Yo estar contigo y te guardar dondequiera que vayas y te restituir a esta tierra, pues no te he de abandonar hasta que haya cumplido lo que te he prometido. Jacob se despert de su sueo y exclam: Verdaderamente Yahv mora en este lugar y yo no lo saba!. Y cobrando miedo, dijo: Cuan terrible es este sitio; no es sta sino la Casa de Elohim y sta la Puerta del Cielo!. -Y aadi-: Palabra de Dios.

-Dios, te alabamos -respondieron los dems.

Mientras el capelln cerraba ceremoniosamente las escrituras y envolva su libro en una tela de lino blanco inmaculado, el seor de la Champaa dio un paso adelante situndose en medio de la sala. Tras besar la cruz de plata que el cura llevaba colgada del cuello y doblar su rodilla frente a la custodia con el Cuerpo de Cristo que haba ordenado bajar a la cueva poco antes, clav su mirada en los caballeros.

-Veis esta losa de mrmol en el suelo?

Bajo los pies de su seor se distingua, efectivamente, una baldosa de veinte por veinte centmetros, muy pequea, sin signo alguno grabado sobre ella.

-Es el lugar donde, segn la Biblia, se pos la escala que vio Jacob -aclar-. Exactamente el mismo punto sobre el que el rey David levant el primer altar a Dios despus de pecar gravemente de soberbia contra l. (1) Fue l el monarca que orden a Joab y todo su ejrcito que censaran a la poblacin de Israel, desconfiando as de la promesa hecha por Yahv a Jacob cuando le prometi que tu descendencia ser como el polvo de la tierra.

1. 2 Samuel, 24.

Hugo de Champaa mir los rostros serios de sus hombres y continu.

-Es que no lo veis? Jacob primero y David despus rezaron justo en este lugar, y fue aqu donde al padre del sabio Salomn se le apareci un ejrcito celestial que descendi por otra escala de luz y le mostr cmo deba ser el edificio que protegiera esta puerta de entrada a los cielos. Estis en la Puerta! En el Umbral del Cielo! En el umbilicus mundi que une este mundo con el otro!

-Tambin Mahoma vio esa escala, seor... -Jean de Avallon, casi completamente oculto tras las anchas espaldas del flamenco Payen de Montdidier, se atrevi a interrumpir al conde.

-As es, joven Avallen. Y en cierta medida, todos vosotros estis aqu por esa razn. Cuando hace cuatrocientos aos los sarracenos tomaron esta tierra y erigieron sobre la Roca de Moriah tan singular mezquita, saban que estaban encerrando entre muros de piedra el secreto de la Escala. Fue durante el asedio de Antioqua, en el camino de Siria, cuando descubr la terrible verdad...

-Terrible verdad? A qu os refers, seor?

El conde Hugo volvi la cabeza, clavando su mirada en el gesto adusto de su fiel Godofredo. El gigante, con los brazos cruzados sobre el pecho como si fuera un Pantocrtor a punto de administrar justicia, le observaba expectante.

-Estuvisteis conmigo all, ya no lo recordis?

-Claro, mi seor -protest-. Pero no permanec junto a vos todo el tiempo, porque dirig uno de los escuadrones que vigilaron el sector oriental de la ciudad durante los nueve meses que dur nuestro sitio.

-Comprendo. Entonces faltasteis al parlamento que tuve con uno de los sheks sarracenos que vinieron a negociar la paz con nuestras tropas. Se llamaba Abdul El-Makrisi y lleg a mi tienda acompaado de un viejo intrprete turco que nos explic al prncipe Bohemundo y a m lo peligroso que era que perseverramos en nuestro asedio a su ciudad.

-Peligroso? Os amenazaros en vuestro propio terreno?

-No, mi fiel Saint Omer. Aquel sabio musulmn vino para advertirnos que Antioqua era una de las plazas fuertes que protegan la ruta hacia un lugar maldito que los cruzados debamos evitar a toda costa. Se trataba de una de las siete torres que el mismsimo Diablo haba hecho construir entre Asia y frica, levantndolas en regiones tan remotas como Mesopotamia o las lindes de Nnive. El-Makrisi nos explic que aquellas torres estaban en manos de los seguidores de cierto califa llamado Yezid, enemigo de su sultn, y abogados de la inocencia de Lucifer y su buena voluntad para con los hombres.

-Defendan a Lucifer?

-Aunque parezca increble, as es. Los yezidcs creen que fue el nico ngel con suficiente valor para cuestionar a un Dios colrico y justiciero como el de los judos o el del Profeta.

-Y la terrible verdad de la que hablis?

-El-Makrisi nos revel que una de esas torres de acceso al Infierno se erigi en Jerusaln, precisamente en este mismo lugar. Nos jur que los turcos tomaron la ciudad con la secreta intencin de sellar esa entrada para siempre y augur que si les echbamos de aqu, como sucedi, recaera sobre nosotros la responsabilidad de constituir una nueva estirpe de guardianes de la Puerta. De lo contrario, el Mal volvera a emerger por ella. Adems, se nos dijo que al menos otras siete entradas se abriran en Occidente, y que a nosotros nos correspondera sellarlas para siempre.

-Y qu pas? -pregunt Jean de Avallen, que llevaba un rato escuchando sobrecogido.

-No hicimos caso. Tras algunas deliberaciones, tomamos Antioqua gracias a un traidor que nos tendi cuerdas y escalas desde una de sus almenas, y una vez dentro dimos muerte a todos y cada uno de sus habitantes. La justicia divina se imparti durante veinticuatro horas, sin interrupcin ni piedad. Nuestras espadas no distinguieron entre ancianos, mujeres, nios o soldados, y al final del segundo da toda la sangre turca de Antioqua corra por sus calles. Y con ella los detalles sobre las Torres del Diablo de las que slo conseguimos averiguar que formaban sobre la tierra la figura del Gran Carro celestial. (1)

1. La Osa Mayor.

-Y despus?

-Despus vinimos a Jerusaln y comprobamos que, en efecto, el aviso de El-Makrisi era real. La terrible verdad estaba viva. Viva! Lo entendis?

El conde cerr los ojos antes de continuar.

-Fue al llegar a este lugar cuando comprend la responsabilidad que haba cado sobre m. Tambin fue un 23 de diciembre, como hoy, cuando aqu abajo decid fundar la Orden a la que pertenecis y asumir la responsabilidad que adquir al desor a aquel sabio sheik.

-Entonces -le ataj Godofredo-, en realidad nuestra misin no es la de guardar los caminos de los peregrinos, sino proteger la Puerta que hay al final de ste.

-Las Puertas, Godofredo. Las Puertas.

SCALA DEII

Jean de Avallon y los ocho hombres que estuvieron con el conde de Champaa esa madrugada en la cueva de La Roca, jams terminaron de entender lo que sucedi a continuacin. Fue algo que, slo cuando pudieron reflexionar sobre ello lejos de Jerusaln y embarcados en las misiones que se les asign, aceptaron como un hecho minuciosamente planeado por su seor.

Ocurri as: Tras sus parcas explicaciones sobre la ubicacin de las Torres del Diablo, el seor de la Champaa, solcito, orden a su capelln que avisase a algunos sirvientes a los que haba apostado cerca del cubculo santo. Les dio algunas indicaciones precisas que ninguno escuch y regres despus con sus caballeros para seguir con el oficio sagrado.

As, mientras los guerreros atronaban la estancia entonando Spiritus Domini Repkvit Orbem Terrarum (El espritu del Seor impregna toda la Tierra), media docena de mancebos vestidos con ropa de vivos colores dispusieron junto a cada uno de los guerreros hermosas copas de piedra. Vertieron en ellas un vino fresco y aromtico, y despus se retiraron discretamente escaleras arriba.

1. Del latn, Escalera de Dios.

-Bebed la Sangre de Cristo, hermanos, y juramentaos contra el Maligno ofreciendo vuestros filos a la proteccin de la Escala de Dios -dijo el conde alzando su copa y rozndola contra el techo bajo de la cueva.

Los caballeros imitaron el gesto. Tocaron piedra con piedra y bebieron tres, quiz cuatro veces ms de aquel licor dulce. Despus se dejaron inundar por una extraa sensacin de bienestar que manaba de sus propias entraas.

Gondemar de Anglure fue el primero en notar la bofetada de calor al ascender hasta el nivel de La Roca. Cuando abandon la cueva haba amanecido ya, pero aquel antiguo escribano salido del convento de Claraval para empuar la espada, tembl de sorpresa. No sabra cmo describirlo con palabras; fue como si una de aquellas lenguas de fuego de las que hablaban los Evangelios en el episodio de Pentecosts acabara de posarse sobre su cabellera nada ms emerger al recinto de la cpula. Su vello se eriz, sus msculos perdieron sbitamente toda la fuerza y una especie de nube densa nubl sus sentidos.

Sin saber cmo ni por qu, su mente se ilumin. El entorno era hiperreal, lleno de contrastes y matices que jams haba visto. Despus, una extraordinaria claridad se abri paso entre sus confusas ideas, y hasta aquellos ininteligibles grabados en rabe que poblaban las paredes enjoyadas de la mezquita comenzaron a cobrar sentido para l. En cuestin de segundos, cada palabra, cada frase extrada del Corn y grabada en piedra, era misteriosamente comprendida por su mente.

Qu prodigio era aqul?

De rodillas, con los ojos fijos en el tambor que rodeaba la cpula, e invadido de una gratitud sin lmite, Gondemar comenz a recitar maravillado:

-Oh, Mara! -bram-. En verdad, Dios te anuncia la buena noticia de su Verbo. Su nombre es el Mesas Jess, hijo de Mara, considerado en este Mundo e ilustre en el otro, y uno de los prximos a Dios...

-Es la Sura tercera! -asombrado, Hugo de Payns comenz a notar que l tambin estaba a punto de perder el equilibrio.

-La Sura?-pregunt otro.

Su duda recibi una respuesta mecnica, insulsa, poco antes de que el senescal del conde cayera violentamente sobre sus rodillas.

-Tercer libro del Corn, versculo 40, hermano...

Qu espectculo. Uno tras otro, los caballeros fueron dndose cuenta del prodigio que estaba producindose a su alrededor, y contagiados por un repentino fervor mstico, se arrodillaron alrededor de Gondemar. Pero ste no estaba sumergido en trance alguno, lea! Y Hugo, con los ojos hmedos, murmuraba casi imperceptiblemente aquellos mismos versos, siguindolos con la mirada alrededor de todo el permetro de la bveda filigranada. Era un milagro.

El conde fue el ltimo en postrarse.

Lo increble, no obstante, lleg instantes despus. Un temblor persistente, acompaado de un zumbido parecido al que causaran cien mil abejas danzando alrededor de su reina, se extendi por todo el recinto. Vena de ninguna parte y de todas a la vez, pero tamiz la atmsfera del lugar hacindola casi tangible.

Nadie permaneci ajeno a aquella mutacin. Imposible. Desde el suelo, un estremecimiento agudo atraves las botas de tafilete de los guerreros, y ascendi vertiginosamente por sus calzas hasta apoderarse de cada una de sus extremidades. Era un temblor constante, que encresp sus cabellos y les hizo sentir un fuerte cosquilleo por todo el cuerpo.

Ninguno se movi.

No podan.

Y tampoco los sirvientes o los sargentos que haban sido apostados en varios de los rincones del octgono.

Despus, sin anunciarse, lleg la luz. Un fogonazo fuerte, casi slido, estall frente a ellos, en la misma vertical de La Roca. Fue en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo suficiente para que el zumbido se intensificara hasta el dolor y los congregados cayeran al suelo retorcindose de angustia.

Dur poco. Como mucho, lo que se tarda en contar hasta diez. Y despus, cuando el tormento se esfum, un denso silencio se apoder del lugar.

-Lo... visteis?

El conde fue el primero en quebrar aquella calma.

-Era una escala -murmur uno de ellos.

-No. sa es la fuerza del Maligno. Slo quien disponga de la coraza de la fe, resistir... y vencer. Ahora que ya lo sabis, deseis an continuar en esta Orden?

Jean, todava encogido de dolor a pocos pasos del acceso al subterrneo, fue el primero en asentir.

Conmovido, el seor de la Champaa se acerc hasta l y, agachndose hasta colocarse a su altura, le murmur en voz baja algo al odo:

-En ese caso, mi fiel Jean de Avallon, vos buscaris las puertas de Occidente y sellaris cada una de ellas con un templo. Sern obras tan magnficas, tan perfectas, que jams dejarn entrever lo que ocultan. Y no os preocupis, yo os servir de gua.

Jean, con los ojos enrojecidos y hmedos, mir al frente, hacia La Roca ahora oscura y vaca. Medit las palabras del conde, y tras guardrselas en el corazn, acert a asentir en voz alta y clara, para que todos le oyesen.

-Acepto de buen grado vuestras rdenes, mi seor -dijo balbuceando-, y las acatar aunque en ello me vaya la vida. Ahora que he visto la Verdad, que Nuestra Seora proteja tan sagrada misin, amn.

-Amn -respondieron cuantos le oyeron, sin saber a qu.

SATLITE

Toulouse, en la actualidad

All estaba otra vez.

El ERS-1 (1) se balance suavemente sobre su costado izquierdo, orientando de nuevo los paneles plateados hacia la tranquila superficie del planeta azul. Obedeca as a la ltima instruccin electrnica enviada desde la Tierra apenas unas dcimas de segundo antes.

1. European Remote Sensng.

Su carcasa dorada centelle mientras un silencio de espanto, el mismo que tantos astronautas han intentado describir al regreso de sus paseos espaciales, arropaba toda la maniobra como un manto protector.

La recreacin por ordenador de aquel instante no dejaba lugar a dudas: con una majestuosidad envidiable, el satlite, dcil, acababa de inclinar veinte grados el eje del cajn rectangular que sujetaba sus delicados instrumentos. Slo los paneles lisos de cermica estampados con el emblema de la Agencia Espacial Europea, se contrajeron ligeramente extendiendo aquella ligera sacudida por todo el ingenio.

A las 13.35, hora GMT en punto, todo estaba otra vez dispuesto para que el baile se repitiese.

Quien ms quien menos cruz los dedos.

Pese a que la operacin marchaba segn el programa previsto por el equipo del profesor Monnerie, los tcnicos saban que aquel era el momento ms delicado de toda la misin. Y se notaba. Una espesa nube de nicotina haba engullido haca un buen rato los monitores desde donde se segua el ajuste orbital del satlite. De hecho, fue aquella niebla informe y seca lo primero que Michel Tmoin respir nada ms entrar a la Sala de Control.

All dentro pareca de noche. El anfiteatro de tres gradas que rodeaba la gran pantalla mural desde la que se dominaban las rbitas del resto de satlites de la Agencia, estaba ms atiborrado que de costumbre. Con las luces atenuadas, los monitores de las consolas encendidos y los miles de teclas multicolores resplandeciendo a la vez, el lugar pareca a punto de hervir.

-Estamos preparados, seor.

Una voz metalizada tron en toda la estancia.

Adoraba aquello. Llevaba casi tres aos sin ver otro paisaje que ese enloquecido universo de luces, seales electrnicas e instrucciones mecanizadas. No saba si fuera de all llova o haca sol, si haban dejado atrs el invierno o el verano. Fuera la poca del ao que fuese, siempre dejaba aquella sala siendo de noche, y aunque muchas veces le quitaba el sueo el proyecto que llevaba entre manos, nunca faltaba un da a su cita con la lectura. Lo haba heredado de Letizia... pero prefera no acordarse demasiado de ella.

-Podemos reiniciar ya la cuenta atrs, seor.

El operador responsable de las comunicaciones con el satlite, un clnico de Andy Warhol que estaba sentado frente a la ms cntrica de las mesas de control de la sala, acababa de dar luz verde a la siguiente maniobra del ERS-1.

-Gracias, Laplace -respondi alguien a sus espaldas-. Est ya la antena en posicin?

-Lista para desplegarse, seor.

Tmoin palideci. Aquel segundo timbre de voz, que retumb en el hemiciclo a travs del sistema de megafona interno, era lo ltimo que el ingeniero jefe esperaba escuchar all abajo. Sin embargo, no haba error posible: Jacques Monnerie en persona haba descendido a los infiernos y estaba dando las rdenes al satlite a pie de panel. Y qu diantres haca all la mxima autoridad de la estacin, codo con codo con los mortales operarios del CNES? (1) Inspeccionar por sorpresa una misin rutinaria?

1. Siglas del Centro Nacional de Estudios Espaciales de Toulouse

Tmoin sacudi la cabeza, y antes de que pudiera dar marcha atrs y regresara indignado por donde haba venido, meteorman -apropiado sobrenombre para un manojo de nervios como Monnerie- le detuvo en seco de un grito. Se haba arrancado de cuajo micrfono y auriculares, y corra hacia l.

-Mon dieu, Michel. Dnde demonios se haba metido usted? Llevo veinte minutos tratando de localizarle.

-Veinte minutos?

El ingeniero, un hombre de mediana edad, gafas de pasta negras y bigote bien recortado, trat de dibujar una sonrisa ingenua y convincente.

-Lo siento, seor. Estaba en la sala de comunicaciones verificando los sistemas de navegacin del satlite. Nadie me ha informado de que usted controlara esta operacin personalmente...

-Est bien -le ataj meteorman sin demasiado convencimiento, mirndole por encima del hombro-. Supongo que all arriba todo estar en orden para la nueva captura de imgenes, no?

Un escalofro recorri la columna vertebral de Tmoin.

-El ERS est preparado, profesor. Le aseguro que a mis hombres no se les escapar ningn detalle.

-Eso espero, Michel. Por su bien. Ustedes los cientficos no tienen ni idea de lo que cuesta cada uno de sus fracasos al presupuesto nacional.

El profesor gru algo ms en voz baja, que el ingeniero no acert a descifrar. Encogido dentro de su chaqueta, chasque la lengua antes de rematar:

-No necesito recordarle que los resultados que obtuvimos ayer fueron un galimatas ininteligible, seor Tmoin -dijo vacindole una pequea nube de humo en la cara-. Un desastre cartogrfico napolenico. Y usted tambin me prometi que todos los sistemas funcionaran correctamente!

-Eso crea, seor. Pero esas cosas ocurren a veces. Ya sabe, una inversin de la temperatura en las capas altas de la atmsfera, un haz de radar militar...

-Bobadas!

Pese a su vista cansada, su pronunciada gota y sus 60 aos bien cumplidos, meteorman observ al ingeniero igual que una cobra antes de atacar a la presa elegida.

-El satlite funcionaba bien, profesor -tembl-. Revis sus sistemas de arriba abajo antes de la misin de ayer y todos estaban en perfecto estado.

-Pues algo fall, seor Tmoin.

-La cuestin es qu.

-Y su trabajo consiste precisamente en averiguarlo, no?

Jacques Monnerie le dio la espalda, fijando toda su atencin en el trazado orbital del ERS-1 que en esos momentos terminaba de dibujarse sobre el monitor gigante de cristal lquido de la sala.

All arriba, a 800 kilmetros sobre sus cabezas, aproximadamente sobre la vertical de Dijon, la sofisticada antena de diez metros de longitud del satlite estaba a punto de desplegarse en cuatro partes antes de lanzar su primer haz de microondas contra la superficie de Francia.

El persistente rumor de la sala se apag. Si aquello sala bien, el resto de la maniobra sera sencilla.

-Tres... dos... uno...

-Abran el paraguas!

El Synthetic Aperture Radar, ms conocido como SAR por el personal de la Agencia Espacial Europea, era un ingenio de una precisin sobrecogedora. Diseado por un equipo de expertos en telecomunicaciones entre los que se encontraba el propio Tmoin, el SAR permita obtener mapas radar de zonas del suelo mayores de 25 metros de lado, sin importar las condiciones atmosfricas dominantes. Era capaz de atravesar sin dificultad nubes de tormenta y obtener imgenes digitales ntidas de la superficie terrestre. Despus, gracias a stas, un buen equipo de analistas poda delimitar la ubicacin exacta de edificios, avenidas, bosques o lagos y determinar su superficie exacta y orientacin con un margen de error de apenas unos centmetros.

De hecho, cada una de esas zonas de 25 metros cuadrados quedaban despus plasmadas en un pxel, la expresin mnima de imagen hasta donde permitan ampliar los poderosos ordenadores del CNES. Esto es, cualquier cosa mayor que esa superficie, quedaba impresa en los instrumentos del SAR con una definicin casi absoluta.

Michel Tmoin se situ frente a la consola central de la sala, ech un breve vistazo a los indicadores de rbita por encima del hombro de los operadores y se asegur de que el ERS estaba ya sobre el punto elegido. Despus, tras intercambiar un par de precisiones con Andy Warhol, l mismo tecle la orden correspondiente.

Eran las 13.43 GMT. Haban transcurrido cien minutos exactos desde que el ERS-1 completara su ltima rbita sobre el objetivo. Fue entonces cuando el ojo que todo lo ve se dispuso a tomar su primera foto.

Automticamente, la palabra scanning se encendi en el margen superior izquierdo del monitor que vigilaba Monnerie.

-Est envindonos ya la informacin? -pregunt.

-S, seor. En menos de dos minutos la tendremos ya registrada. Luego slo quedar convertirla en imagen.

Su respuesta satisfizo al profesor.

-Confo en usted, Tmoin -minti.

-Gracias, seor.

A las 15.23, tras circunvalar una vez ms la Tierra, el ERS-1 dispar una segunda andanada de microondas sobre la lnea imaginaria que une las ciudades de Bayeaux, vreux y Chartres. Meteorman ya no estaba all para comprobar cmo la rbita prefijada se haba mantenido firme durante todo el trayecto. Se limit a advertir que quera ver los resultados sobre su mesa lo antes posible.

Pero la misin era larga.

A las 17.03, durante la tercera rbita, le toc el turno a Amiens y Reims. Y a las 18.43 a Pars.

A esa altura, a travs de los monitores electrnicos del satlite, la Ciudad de la Luz se vea como una gran mancha blanca rodeada por una especie de nubarrones oscuros. El SAR funcionaba as: asignaba un color claro a las superficies pulidas y slidas, generalmente construcciones humanas, en las que rebotaban uniformemente las ondas de alta frecuencia. Y daba un tono opuesto a aquellas texturas blandas e irregulares que absorban los haces electrnicos del satlite.

Limpio, silencioso e indetectable, el ERS-1 era una de las mejores inversiones del gobierno del ex presidente Mitterrand. La OTAN codiciaba sus servicios. La mafia rusa ya haba intentado piratear su informacin en beneficio propio durante el primer conflicto contra Chechenia. Incluso los iraques jugaban con cierta frecuencia a interceptar sus emisiones de radio tratando de robar su preciosa base de datos cartogrficos.

Antes de cumplirse las 19.00 horas, la parte orbital de la Operacin Charpentier haba finalizado por completo. Ya slo quedaba esperar a que la informacin electrnica recogida fuera descodificada y convertida en imgenes, siguiendo un proceso similar al que aplica la NASA a los datos obtenidos de las ltimas misiones espaciales enviadas a Marte.

Nadie en Toulouse quera ni imaginar que la misin pudiera fracasar por segunda vez en menos de veinticuatro horas.

ZEUS

Todo fue cuestin de minutos.

Despus de finalizado el ltimo barrido del ojo, con la noche ya cerrada sobre el sur de Francia, el potente Zeus comenz a vomitar los primeros resultados tangibles de la Operacin Charpentier. Este ordenador, con nombre del todopoderoso dios del Olimpo, es capaz de realizar varios millones de operaciones por segundo y le corresponde el honor de ser el nico equipo europeo capaz de convertir los impulsos electrnicos enviados por los satlites geoestacionarios en imgenes inteligibles.

As pues, una tras otra, las tomas obtenidas en la vertical de Dijon, Bayeaux, vreux, Chartres, Amiens, Reims y Pars, en este orden, fueron dibujndose lentamente en sus monitores y componindose sobre un mapa de pixels de casi medio metro de lado cada uno.

Michel Tmoin esperaba.

El ingeniero se acarici el bigote al ver la primera de las fotografas completamente formada; suspir como si le fuera la vida en ello y aplic una potente lupa encima de algunos de los accidentes del terreno. No haba duda alguna: aquello era Dijon. Y tena el temido error.

En efecto, varios pixels de informacin en la imagen aparecan inexplicablemente en blanco. Sin nada. Como si la tierra se hubiera volatilizado en ese punto.

Tmoin se temi lo peor.

Una tras otra, la misma anomala fue apareciendo sistemticamente en las siguientes imgenes, en diferentes parmetros de las tomas y con contornos igualmente diversos. El ingeniero no acertaba a explicarse la razn de aquella especie de agujeros. Era como si un pequeo escuadrn de black holes (1) se hubieran tragado lo que quiera que hubiera en esas coordenadas, que en todos los casos no deban corresponder a franjas de terreno de ms de mil metros cuadrados de superficie.

1 Del ingls, agujeros negros.

Zeus chirri.

Sobre cada una de las ciudades fotografiadas haban aparecido, por segunda vez consecutiva, aquellas siete extraas manchas grisceas de aspecto inestable.

En realidad, hablar de manchas era definir demasiado el problema. Ms bien se trataba de un conjunto de rayas horizontales muy pequeas y pegadas unas a otras, que tapaban lo que haba debajo. Analizado framente, era como si algn tipo de contraemisin hubiera sido capaz de bloquear la pupila del ojo electrnico del ERS-1, hacindole desenfocar el suelo y perder aquel preciso fragmento de informacin geogrfica.

La explicacin no era demasiado ortodoxa -es cierto- y, adems, careca de sentido desde un punto de vista estrictamente tcnico. Lo peor era que Tmoin lo saba.

TERRIBILIS EST LOCUS ISTE

Chartres, 1128

Tres aos despus de lo ocurrido en Jerusaln

Todo era tal como se lo haban descrito. El Eure, un ro lento y cristalino, lama el canal de piedra por el que haba sido desviado, aparentemente ajeno al trajn de peregrinos que daban vida al sinfn de posadas y casas de comida del lugar. Al este, justo despus de atravesar la Puerta de Guillaume, un magnfico puente cruzaba aquellas aguas serenas, desembocando frente a l'Hopitot, el albergue de dos pisos construido por los benedictinos para dar techo y sustento a cuantos religiosos de su orden recalaran all. Y sobre aquel conjunto, cubriendo buena parte del horizonte visible de la ciudad, la colma (1). Un cerro majestuoso, sitiado por un mar de pequeas casas dispuestas en una meticulosa sucesin de crculos concntricos, entretejidos alrededor del macizo santuario donde se custodiaban las reliquias de san Lubino.

1. Este lugar es terrible1, Gnesis 28, 17

No necesitaron preguntar. La nica calle adoquinada de la ciudad deba llevarles, por fuerza, hasta el lugar al que se dirigan.

Aquella era una jornada normal en Chartres. El mercado de ganado de los mircoles estaba atestado de visitantes de todo el Beauce, que se aprovisionaban all de cuanto necesitaban para la temporada de invierno. La fiesta de la natividad de Nuestro Seor estaba cerca. Cabras, ovejas, alguna que otra vaca, as como asnos y gorrinos en abundancia, se amontonaban detrs de empalizadas de madera improvisadas sobre el empedrado de la plaza mayor. El bullicio era ensordecedor, y un agrio olor a excrementos inundaba el corazn de la villa.

Jean de Avallon hizo caso omiso a la chusma. Seguido de cerca por Felipe, su jovencsimo escudero cargado con el yelmo, la cota de armas, el espaldarcete y las botas de hierro de su seor, se abri paso entre los comerciantes e invit al squito que custodiaba a que avanzase hasta su posicin. Se trataba de un reducido grupo de cinco monjes blancos, salidos de la abada de Claraval haca justo una semana, y cuya pulcritud contrastaba con el sucio ambiente que les rodeaba.

Frente a ellos, uno de complexin frgil y muy delgado, rostro afilado, barba escueta y ojos saltones, atendi de inmediato a las seas del caballero. Dio un par de zancadas por delante del grupo, y descubriendo su cabeza rapada sobre la marcha, se dirigi al caballero con cierta solemnidad.

-Habis cumplido bien vuestro trabajo, Jean de Avallon -dijo-. Que la infinita gratitud de Nuestro Seor Jesucristo se extienda sobre vos.

-No he hecho ms que servir a mi voto de obediencia, padre Bernardo -respondi ste, vigilando de reojo a la plebe que empezaba a arremolinarse en torno a ellos-. Decidme ahora qu misin deseis encomendarme y gustoso me entregar a ella.

-Con sentir cerca la proteccin de vuestras armas ser suficiente -dijo el monje-. Chartres es un lugar de fe, que no precisar de vuestra espada tanto como de vuestra inteligencia.

Sin pretenderlo, Bernardo de Fontaine, abad del prspero monasterio cisterciense de Claravalos, hizo recordar al caballero el verdadero propsito de aquel viaje. En realidad no haban tomado la pesada ruta hacia Auxerre y Orleans slo para visitar al obispo Bertrand. El abad, un hombre de una inteligencia aguda y un sentido de la devocin fuera de lo comn, deseaba confirmar si aquella colina era el lugar que llevaba meses buscando. Desde que llegara a su convento el caballero de Avallon, Bernardo no haba dejado de pensar en los extraos episodios que haban vivido el conde Hugo y sus hombres, y en cmo podra llegar a controlar la inmensa fuente de poder que parecan haber localizado en Tierra Santa. El Diablo? Tal vez, se responda. El hombre cuyo lema era su clebre Regnum Dei intra nos est (el reino de Dios est dentro de nosotros) crea que el Diablo tambin lo estaba y que, por tanto, los sucesos vividos en Jerusaln -tan externos, tan objetivos- deban de tener una explicacin forzosamente exterior.

Pero haba algo que le preocupaba ms an: saber que estaba ya venciendo el tiempo para traerse desde Jerusaln la llave de la Scala Dei que, si Jean de Avallon no haba equivocado su descripcin, haba aparecido haca poco en el subsuelo de La Roca. Y lo que era ms difcil: deba determinar dnde hara reposar aquella reliquia. Sera Chartres el lugar buscado?

Tal como esperaba, en la iglesia abacial del burgo un pequeo comit de recepcin aguardaba la entrada del famoso Bernardo. Al frente se encontraba el obispo Bertrand, un varn de buena panza y cabellos cuidadosamente recortados, que vesta una fina capa roja trenzada de filigranas doradas. Junto a l, varios monjes negros de Cluny, todos de muy sano aspecto, observaban con desconfianza a aquel hatajo de msticos muertos de hambre.

Las presentaciones duraron lo justo. Tras encontrarse las dos delegaciones bajo el prtico norte de la iglesia -uno decorado con toscas imgenes de los doce apstoles repasadas con pinturas de vivos colores-, sus dos dignatarios se dieron un beso en la mejilla y penetraron en el interior del templo para deliberar a solas. A ninguno de los dos les interesaba enzarzarse en la eterna discusin de Iglesia pobre o Iglesia rica, as que, camuflados por las penumbras del templo, se dejaron llevar por la complicidad a la que stas invitaban.

-Gracias a Dios que habis venido, fray Bernardo.

El rostro rosado del obispo perdi su falsa sonrisa nada ms dar la espalda a su squito.

-En verdad pens que mis oraciones haban sido escuchadas cuando vuestro emisario nos anunci ayer que llegabais a la ciudad.

Fray Bernardo torci el gesto.

-Y a qu se debe vuestra inquietud? No pens que claudicarais tan pronto al ideal cisterciense.

-Oh, no, no -se apresur a contestar el obispo-. Aunque no comulgue con vuestros ideales ascticos reconozco que sus monjes tienen ms experiencia en los asuntos del espritu, y ahora me ocupa uno de stos.

-Vos diris.

-La semana pasada -se explic Bertrand- desapareci en la cripta de Nuestra Seora, en esta misma iglesia, el maestro de obras que habamos contratado para reformarla. Fue un suceso de lo ms extrao. Al principio, cremos que haba sido un secuestro, pero hace slo dos das el desgraciado reapareci en el mismo lugar en que se esfum, cuando el templo estaba completamente cerrado!

-As que regres.

-Ms o menos. Creemos que fue cosa demoniaca. Qu si no?, pues de lo contrario no entiendo cmo el maestro pudo colarse en la cripta sin forzar la puerta de entrada. Estaba intacta! Lo peor es que reapareci con las facultades completamente trastornadas, y apenas pudimos sacar nada en claro de su desaparicin.

-Trastornado decs?

El obispo alz la vista a la bveda de la iglesia, como si buscara argumentos ms slidos para su explicacin.

-Bueno -dud-, canturreaba necedades sobre un ngel que lo haba llevado a las alturas, mostrndole, dijo, la pluralidad de las esferas del cielo. Afirmaba, muy seguro, que Dios haba dispuesto las luminarias del cielo como si fueran cubos en una noria, todos atados entre s, y que todo el mecanismo de esa rueda estaba gobernado gracias a su infinita sabidura. Y farfull algo sobre la voluntad de Dios de que lo que haya en el cielo sea imitado en la tierra por los hombres. cornprendis algo?

-De veras dijo eso? -los ojos saltones de Bernardo brillaron de excitacin-. Y cont algo ms?

-La verdad es que no. Unos calores extrasimos, que no supimos atajar a tiempo, se apoderaron de l, y muri ayer por la tarde en medio de grandes delirios. Por fortuna, poco despus recibamos al legado anunciando vuestra llegada, y dimos gracias a Dios por enviarnos tan adecuado emisario para desvelar este misterio.

-Ya...

-Decidme, padre, tiene algn sentido para vos lo que nos cont el cantero?

-Tal vez, eminencia -Bernardo junt sus manos frente a la boca, en un gesto muy propio de l-. Conducidme a la cripta donde ocurri lo que me relatis. Si fue el Diablo o alguno de sus secuaces, a buen seguro que dej all sus infectas huellas.

-Seguidme.

El obispo Bertrand levant ligeramente sus hbitos para caminar mejor, y tras rodear el altar principal, descorri una tapa de madera bajo la que naca un estrecho y hmedo tramo de escaleras. La cripta en la que desembocaba era un recinto que deba cubrir ms o menos la mitad de la nave central; oscuro como boca de lobo, era de superficie amplia pero de escasa altura. Y al fondo, junto a un pozo y el arcn con las reliquias de san Lubino al lado del sagrario, una magnfica talla de la Virgen con el nio en su regazo presida el lugar. Un veln enorme iluminaba la estancia sin demasiada generosidad.

-Qu clase de obra pensabais hacer aqu, eminencia?

-Queramos rebajar el suelo y hacer la cripta ms cmoda. Colocar unas hileras de bancos y poder oficiar aqu ceremonias de bautismo, funerales... No obstante, el maestro convenci a nuestro captulo para que derribramos esta iglesia y comenzramos otra nueva de acuerdo con un estilo innovador y poco realista, la verdad.

-Comprendo -asinti Bernardo-. Y dnde decs exactamente que reapareci vuestro maestro de obras?

-Junto a Nuestra Seora, padre.

-Lo supona.

-De veras?

El abad se detuvo junto a una columna con el paso de la oracin del huerto del viacrucis claveteada sobre ella. Mir de hito en hito a su anfitrin y, ponindose enjarras, le espet todo tieso:

-Obispo Bertrand, me sorprende vuestra falta de perspicacia. Todava no me habis preguntado qu es lo que me ha trado realmente a vuestro burgo. Apenas he llegado, me habis enfrentado a un enigma que os preocupa, pero no habis indagado nada en las causas reales de mi visita. Si con todo obris de igual manera, jams solventaris casos como el que ahora os desvela...

El prelado enrojeci.

-Tenis razn, padre. Os debo una excusa.

-No importa. Yo os lo dir: deseaba ver precisamente este lugar. Vos sabis que llevo aos defendiendo que el culto a Nuestra Seora merece un lugar que hasta ahora le ha sido negado. Nuestra Seora, como madre humana de Dios, es la intermediaria natural entre nosotros y el reino de los cielos, entre la Tierra y Nuestro Seor. Aquel que desee llegar a Dios lo har ms fcilmente a travs de su madre piadosa que utilizando otros caminos. Los antiguos pobladores de este lugar, remotos antecesores de los primeros cristianos, ya saban esto y elevaban sus plegarias a la Madre, antes de que Dios la mandara al mundo!

El obispo aguard un instante antes de responder.

-Acertis, fray Bernardo -asinti al fin-. Sabais que mi predecesor, el obispo Fulberto, visti con los atributos de la Madre de Dios a la diosa pagana con su hijo en el regazo que veneraban los carnutiis, (1) y suprimi el dolmen que stos haban bajado hasta aqu?

1 Etnia local, de tradicin drudica, que habitaba las regiones prximas a Chartres antes de su cristianizacin.

-En el bosque de Claraval, los druidas tambin veneraban ese tipo de divinidades. Crean que se trataba de Madres Sagradas que engendraron sus vstagos divinos sin contacto carnal alguno, y cuyos santuarios servan de puente natural para hablar con lo Alto. No es esto, acaso, una maravillosa prefiguracin de lo que habra de ser Nuestra Seora en este tiempo de luz? No estamos ante una evidente seal proftica que anuncia la llegada de la Madre de Dios?

-Quiz -murmur Bertrand, encogindose de hombros ante la oratoria del abad de Claraval-. Pero eso no explica lo que le ha ocurrido a nuestro maestro de obras.

-O s. Si lo miris bien, dijo que un ngel se lo llev a los cielos y le mostr cmo eran esas regiones. Llevo aos estudiando esta clase de relatos en los manuscritos que guardamos en mi monasterio, y uno de ellos en particular, un escaso manojo de pginas que rescataron los hombres del conde de Champaa, mi seor, durante la cruzada de Urbano II, cuenta algo parecido a lo que le ha pasado a su cantero.

-Contadme si podis. Tambin le pas a otro constructor?

-En cierta medida, as es. La Biblia dice que slo tres profetas ascendieron en cuerpo y alma a los cielos, adems de Nuestra Seora: Enoc, Elias y Ezequiel. El primero escribi las pginas de las que os hablo, y en ellas describi detalladamente una raza de ngeles a la que llam los vigilantes, que le arrebataron de entre los suyos en dos ocasiones. La primera de ellas estuvo ausente durante treinta das y treinta noches. Dijo haber viajado en compaa de un ngel al que llam Prawel y que le entreg un estilete y unas tablas en las que escribi sin parar hasta completar trescientos sesenta textos. A su regreso, Enoc se trajo con l aquellas preciadas tablas y se sirvi de ellas para formar a los hombres sobre los secretos del cielo.

-Pero las Escrituras no dicen nada de esto... -murmur el obispo.

-Cierto. Se trata de un libro perdido, que narra cosas terribles, sorprendentes, y que la voluntad de Dios ha querido tener fuera del alcance de los cristianos para no espantarlos.

-Espantarlos?

-S, eminencia. Por ejemplo con historias como la de la rebelin de Lucifer, al que Enoc, por cierto, llama Semyaza. En el texto del que le hablo, dice que ese tal Semyaza y un grupo de doscientos ngeles ms se sublevaron contra Dios, copularon con nuestras mujeres, y engendraron una raza de titanes de aspecto infernal que lleg a sobrevivir incluso al Diluvio. Esos diablos en carne humana recorrieron toda la tierra formando familias que es posible que se hayan perpetuado hasta hoy, y erigieron torres para sealar a los de su estirpe donde podran reunirse con los suyos.

-Vlgame Dios!

-Algo de estos gigantes supervivientes dice el Libro de los Nmeros, captulo 13, versculo 33. O Deuteronomio, captulo 2, versculo 11. O Josu, captulo 12, versculo 4...

-Y qu otras cosas dice su libro?

-Poco ms. Desgraciadamente, son muy escasas las pginas que poseemos, muy delicadas. Aunque, eminencia, para satisfacer su inquietud sobre los hechos ocurridos en su dicesis, debo decirle que los rabes que las entregaron al conde de Champaa le explicaron que Enoc fue un gran constructor y que de aquel viaje se trajo los planos del templo perfecto, dejndolos grabados en piedra.

-Fierre de Blanchefort no dijo nada de un plano antes de morir -reflexion el obispo.

-Ningn maestro de obras lo hace.

-Ninguno? Quiere decir que hubo ms de un Enoc?

-Bueno... Ezequiel obtuvo de Dios una visin detallada de cmo deseaba que fuera el Templo, y existe una tradicin que cuenta que sus planos llegaron hasta el mismsimo rey David, que los leg despus a Salomn. Y esos planos deban ser slo el principio de un gigantesco plan divino para imitar en el mundo mortal la estructura del mundo celeste. Que vuestro constructor accediera a parte de esa informacin por cuenta propia slo puede significar una cosa, eminencia.

El obispo Bertrand tom las plidas manos de fray Bernardo entre las suyas. Estaban fras, como si el monje hubiera entrado en uno de aquellos raros arrobos que sufra peridicamente.

-Qu? -le interrog-. Qu puede significar?

-Que el maestro de obras estuvo realmente en los cielos y accedi a los planos de Enoc. Y alguien que hubiera visto esos planos, eminencia, es justo lo que hemos venido a buscar aqu.

LOUIS CHARPENTIER

Toulouse

No haca falta ser demasiado perspicaz para saber que Jacques Monnerie no estaba de buen humor. Cuando eso suceda, la atmsfera de su despacho se haca irrespirable; apenas entraba luz a travs de los cristales tintados de su despacho, y su mesa, habitualmente ordenada, se llenaba de montaas caticas de papeles y virutas de lpiz por todas partes.

Y se era, exactamente, el desolador panorama que Michel Tmoin, simulando apata, tena frente a s.

-Imposible! -exclam el profesor al examinar las imgenes del ERS-1-. Imposible! Imposible! -repiti-. No han podido fallar los sistemas otra vez, y justo en los mismos lugares que ayer! No comprende que esto es estadsticamente inaceptable?

El ingeniero, de pie, tembl. Aunque saba que su director era un hombre de temperamento incontrolado, jams le haba visto sumido en aquella extraa mezcla de abatimiento y clera a la vez. Lo peor era que las imgenes procesadas por Zeus no dejaban margen para la duda: las tomas del satlite presentaban claras deficiencias en zonas geogrficas muy concretas.

-Si usted me lo permite -apur Tmoin tras un incmodo silencio-, tal vez lo mejor sea explicarle al cliente que contrat este servicio lo que hemos encontrado. A fin de cuentas, profesor, no deja de ser extrao que justo los lugares que le interesaba fotografiar sean los que nos han dado problemas.

-Usted no lo entiende, verdad?

-Entender?

Meteorman se llev la mano izquierda a la frente, como si quisiera secarse un sudor que an no haba aflorado.

-Nuestro cliente es, en realidad, una sociedad filantrpica que ha donado casi treinta millones de dlares a esta institucin durante el ltimo ao para que hagamos bien nuestro trabajo. Estas manchas -dijo sealando una de las fotos- ponen en evidencia que no somos capaces de hacerlo. Nuestro fracaso nos arrastrar a una catstrofe administrativa sin precedentes. Lo comprende, verdad?

Su rostro afilado enrojeci.

-Pero, seor, yo no creo que el error sea atribuible a nuestra tecnologa. Ms bien debe tratarse de algo ajeno al ERS.

-Ajeno? Qu quiere usted decir?

Tmoin saba que no tendra otra oportunidad como aquella para convencer a Meteorman, as que decidi jugar fuerte.

-Piense que es la segunda vez que repetimos el proceso, y los pixeles en blanco estn situados, como usted ha visto, exactamente en las mismas coordenadas que ayer. No le parece significativo?

Monnerie se inclin de nuevo sobre una de las imgenes.

-Un defecto en la antena? -murmur.

El ingeniero neg con la cabeza. La toma seleccionada -la CAE 992610- mostraba la inconfundible lnea recta que traza la ru Libergier hasta el corazn mismo de Reims, y que deba desembocar frente al prtico principal de su catedral gtica. Sin embargo, en lugar de sta lo nico que poda verse era uno de aquellos malditos borrones.

El profesor se pellizc la mejilla suavemente tratando de convencerse de lo que tena frente a los ojos. Repas una vez ms cada una de las imgenes servidas por el ERS y propin un buen puetazo a la mesa. Impresas sobre papel fotogrfico y acompaadas de una serie de dgitos que indicaban las coordenadas y altitud desde donde fueron tomadas. Las fotos impresionaban por su extraordinaria nitidez. Y lo que mostraban era, sin duda, lo ms extrao que haba visto en sus treinta y cinco aos de carrera.

-Hgame un favor, seor Tmoin -habl al fin, cuando termin de barajar aquellas tomas-, trate de averiguar qu demonios es lo que tapan esas manchas. Si est usted en lo cierto, quiz hayamos tenido la mala suerte de tropezamos con algn instituto cientfico, un laboratorio de magnetismo o un centro experimental que a la misma hora de nuestro barrido estaba enviando emisiones al espacio que afectaron a nuestros sistemas. Si se fuera el caso, al menos podramos entregar las fotos a nuestro cliente acompaadas de una explicacin convincente.

-No, no -el ingeniero mud por primera vez su rictus temeroso-. Eso no ser necesario.

-Ah, no?

Monnerie se reclin en su asiento giratorio, aguardando una explicacin que, evidentemente, estaba a punto de llegar.

-El problema es fcil de plantear, seor.

-Le escucho.

-Ver, si sobrepone estas imgenes a un plano de la misma escala de las ciudades con que se corresponden, estoy seguro de que podremos comprobar que las reas afectadas se ajustan como un guante al lugar donde se levantan sus catedrales.

Monnerie arque las cejas, incrdulo, mientras su ingeniero se esforzaba por mostrarse lo ms convincente posible.

-Lo ve? -insisti Tmoin mapa en mano-. En Chartres es la place de la Cathdrale el centro del borrn; en Pars, la le-de-France, en Amiens...

-Catedrales? -le interrumpi.

-No hay duda, seor. Compruebe los planos.

-Y cmo cree usted que debo entender su afirmacin, Tmoin?

-Lo ignoro. Le dije que el problema era fcil de plantear, no de resolver.

-Pero tendr alguna idea al respecto, no es cierto?

Monnerie observ cmo Tmoin tomaba por fin asiento frente a su mesa, enjugndose el sudor con un pauelo color crema y acaricindose su pulcro bigote. No saba por dnde empezar.

-Le he dado muchas vueltas a esto desde que vimos los resultados de ayer, y slo he encontrado una excepcin a mi teora, que me deja un tanto desconcertado -el ingeniero hizo una pausa imperceptible para dar ms profundidad a sus palabras, y remat-: Dijon. Ah la anomala, que se sita bastante ms al noroeste de la ciudad, se corresponde, curiosamente, con otro enclave religioso llamado Vzelay.

-Vaya... Y eso le dice algo?

-No. Y a usted?

-Lo siento... -titube Monnerie-. Ya slo faltaba que los campanarios afectasen ahora a nuestros satlites.

-No, no, claro. Pero ante esta informacin creo que la hiptesis de una contraemisin de microondas debe ser descartada. La razn es otra, quiz de ndole arquitectnica; algn extrao efecto de absorcin de microondas de las piedras, una mala reflexin de las ondas, qu s yo!

-Entonces, no tiene nada... digamos... slido?

-Si me permite otra sugerencia, seor, tal vez podra hablar con el cliente que ha encargado al Centro este trabajo y tantearle sobre si esperaba encontrar algo especial en las imgenes que nos pidieron.

-Y qu le hace pensar que esa gestin pueda aportarnos alguna pista?

-Pinselo. De momento, es lo nico que podemos hacer. Sabemos que ningn campo magntico natural es capaz de provocar un efecto como ese, y que lo que aparece en las fotos del satlite lo hemos descubierto porque un cliente nos ha pedido datos especficos de esas ciudades.

Monnerie se mordisque el labio inferior, como si algo importante acabara de venrsele a la mente pero supiera que revelarlo podra complicar las cosas. Dej que todo el peso de su cuerpo se volcara sobre su silln giratorio, y tras balancearse suavemente, clav sus ojos en el ingeniero.

-Una cosa ms, Tmoin, conoce usted una fundacin internacional llamada Les charpentiers?

-No. Debera?

-Su Consejero Delegado fue quien nos encarg este trabajo hace una semana. El propsito de su fundacin es estrictamente histrico: velan por que se conserve el patrimonio artstico de Francia, en especial de la ruta a Compostela, y tienen un especial inters en preservar sus edificios de estilo gtico. Recaudan fondos de mecenas de toda Europa que despus invierten en proyectos que creen pueden arrojar ms luz sobre los temas histricos que les interesan.

-Vaya... Un esfuerzo notable.

-Lo es. Si le cuento esto es porque al decir usted lo de las catedrales, me ha venido a la mente el nombre de la fundacin.

-Claro -sonri Temoin-. Los carpinteros fueron un gremio particularmente importante en la construccin de los templos gticos. Ellos eran los encargados de hacer los andamios sobre los que se construan los arcos ojivales, y despus de retirarlos.

Monnerie asinti.

-Se lo digo precisamente por eso. No creo que sea ms que una bonita coincidencia, pero ya que usted tiene esas ideas tan particulares, tal vez esto le diga algo.

-Coincidencia? Es usted de los que creen que Dios juega a los dados, profesor?

Sus mandbulas se tensaron antes de proseguir.

-Mire, monsieur Monnerie, no pensaba decirle esto, pero acaba de darme una buena razn para hacerlo. Anoche, al regresar a casa y tratar de encontrar algn sentido a las anomalas fotografiadas por el ojo, reun toda la documentacin que tena a mano sobre catedrales. Me dorm despus de las dos. No fue mucho lo que encontr, es cierto, pero haba varias ediciones baratas de libros que me llamaron la atencin. Sobre todo uno.

-Y bien?

-Se titulaba Les mysteres de la Cathedrale de Chartres y haba sido escrito, agrrese, por un tal Louis Charpentier -Temoin tom aire-. Lo entiende, verdad? Luis el Carpintero, sin duda un seudnimo propio de un maestro constructor medieval.

-Otra coincidencia, naturalmente.

-O quiz no. Ver, en ese libro se explica que si se traza, en un determinado orden, una lnea que una todas las poblaciones con catedrales que precisamente hemos estado fotografiando hoy, obtendramos algo parecido a si dibujramos el plano de la constelacin de Virgo sobre el mapa de Francia. No le parece extrao?

Monnerie se reclin sobre su butaca arrugando el entrecejo. Observ sin decir una palabra cmo el ingeniero tom un pedazo de papel y dibuj sobre l una especie de rombo, en cuyos vrtices situ la numeracin de algunas estrellas de Virgo.

-Imagnese que esto es Virgo...

-Bien.

-Ahora, si une Reims con Amiens al norte, y con Chartres al sur; y sta con vreux y Bayeaux, y Bayeaux con Amiens, ve cmo lo que se obtiene es la misma figura geomtrica?

Jacques Monnerie levant la vista de los dibujos y clav sus ojos en el ingeniero.

-Usted es un cientfico, mi querido amigo. Dgame: adonde cree que le va a llevar una afirmacin de esa naturaleza?

-De momento, a ninguna parte -reconoci-. Pero sabe lo mejor?, en ese libro, el tal Charpentier explica que todas las ubicaciones religiosas que han aparecido distorsionadas en nuestras fotos estn consagradas a Nuestra Seora y fueron construidas alrededor de las mismas fechas del siglo doce.

-No entiendo qu importancia puede tener...

-Muy fcil: si todas se levantaron en aos consecutivos, era porque deban obedecer a un gigantesco proyecto elaborado por maestros de obras que parecen salidos de ninguna parte, y que dispusieron de fondos sorprendentemente abundantes en una poca de fuerte recesin econmica. -Y aadi guiando un ojo-: Creo, seor, que aqu se esconde un enigma de primera magnitud. Ayer slo era una sospecha, pero hoy estoy plenamente convencido de ello. Es ms, si estoy en lo cierto, debera usted concertar una cita con ese Consejero y pedirle algunas explicaciones.

Fue suficiente para Monnerie. Por su mentalidad estricta y formacin religiosa severa, las repentinas divagaciones de su ingeniero amenazaban con sacarle de sus casillas. Edificios del siglo XII que emiten algo parecido a microondas que distorsionan las lecturas de un satlite? Un tal Charpentier que habla de un plano de Virgo trazado sobre media Francia y unos charpentiers que subvencionan a una agencia espacial para que tome imgenes de los lugares que configuran ese diseo? El profesor, bien empotrado en su butaca, cruz los dedos con fuerza. Los apret tanto, que todas sus puntas palidecieron debido a la falta de riego sanguneo. Despus, tratando de contenerse, zanj aquella charla.

-Eso es una locura, Tmoin. Es evidente que tenemos un problema con el ERS, pero se trata de algo estrictamente tcnico que no es de la incumbencia de nuestro cliente. El resto de factores que usted apunta no obedecen ms que a un cunoso cmulo de coincidencias, condicionadas por lecturas que, crame, no debera hacer alguien de su talla.

-Como usted diga, seor. Pero insisto que...

-Basta, Tmoin -le ataj secamente el profesor-. Sus especulaciones han llegado demasiado lejos. Si en las prximas horas no tengo sobre mi mesa una explicacin racional a estos errores, me ver obligado a depurar responsabilidades. Lo ha comprendido, verdad?

-Desde luego, seor.

SUSPENSIN

Pasaba del medioda cuando el telfono del despacho de Michel Tmoin tron junto a su odo. El ingeniero lo escuch sin inmutarse, y rendido como estaba sobre un montn anrquico de papeles, fotografas y libros, dej que sonara un par de veces ms antes de descolgarlo con desgana. Slo cuando el tercer timbrazo se le clav entre las sienes, el ingeniero se dio cuenta de que haba pasado toda la maldita noche trabajando en las fotos del ERS-1.

-Ali? -su saludo son poco convincente. Era evidente que, al otro lado, el annimo interlocutor se lo estaba pensando dos veces antes de continuar.

-Es usted el seor Tmoin? -dijo por fin.

-S, soy yo. Quin es?

-Michel Tmoin Graffin? -insisti.

-S.

La voz tosi levemente, como si aclarara su garganta para transmitir algo importante.

-Le llamo de parte del profesor Jacques Monnerie -dijo-. Soy Pierre D'Orcet, abogado laboralista y representante legal de la empresa para la que usted trabaja. Tengo sobre mi mesa la copia de un expediente que el director del CNES ha cursado contra usted esta misma maana. Sabe de lo que le estoy hablando?

Tmoin trag saliva.

-No, no tengo ni la menor idea.

-Est bien, se lo explicar. Segn la carta que obra en nuestro poder, se le acusa de haber cometido una serie de negligencias graves en el transcurso de la supervisin del programa European Remote Sensing Satellite. Tambin dice que sus ideas extravagantes sobre la causa de los errores cometidos han impedido al equipo tcnico del proyecto solventarlos con la rapidez necesaria. Le llamo, pues, para informarle de que se le va a convocar a una vista oral ante el Consejo de Administracin del CNES en breve. Va a tener que dar explicaciones convincentes de su trabajo si no quiere verse metido en un buen lo.

Ser cabrn! La noticia despert de golpe al ingeniero, y como si acabara de recordar un mal sueo, pronto lo vio todo claro: Meteorman le haba lanzado a los leones para proteger su propia piel. Me quiere como cabeza de turco, el muy hijo de...

-Tambin debo informarle -continu D'Orcet con su acento impecable y su estudiada prosa jurdica- de que debe usted desalojar su despacho en las prximas horas y no incorporarse a su puesto de trabajo en tanto no se determinen sus responsabilidades. Esta misma maana recibir un sobre con la confirmacin por escrito de lo que le acabo de comunicar, con instrucciones precisas para su inmediato cumplimiento.

-Debo dejar mi puesto de trabajo hoy mismo? -titube.

-Es lo ms conveniente para usted, seor Tmoin. Crame.

El ingeniero no replic. Con una frialdad que le cost fingir, tante al abogado acerca del tiempo que tardara el mensajero en traerle aquel sobre y colg con suavidad el telfono. Atnito, descompuesto, permaneci unos instantes sin saber qu hacer. La sola posibilidad de quedarse sin trabajo y tener que llevar sobre sus hombros el peso de un expediente laboral le paralizaba de terror.

Y adems, D'Orcet. Tmoin, como todo el personal del CNES, haba odo hablar alguna vez de l. Saba, como todos, lo mucho que le gustaba aplicar a sus adversarios tcnicas de cazador, y era consciente de que aquel picapleitos siempre se las ingeniaba para quedarse con la mejor pieza de la montera. Era un maestro de las leyes. Astuto, gil y despiadado, echarle encima a semejante bestia de la abogaca era lo ms parecido a condenarle de antemano a perder hasta la camisa.

Explicaciones, pero qu explicaciones voy a dar al Consejo?, se lament en voz baja, hundiendo el rostro entre sus manos regordetas.

Lo primero que le pas por la mente en cuanto se seren fue llamar al telfono directo de Monnerie, pero se contuvo. Aunque era probable que aquella rata pretenciosa no estuviera esa maana detrs de su mesa de caoba -era un cobarde reconocido-, enseguida se percat de que enfrentarse directamente a l contribuira a aportar nuevos y contundentes argumentos legales contra su causa. Despus, hizo un clculo aproximado del tiempo y la forma en la que podra atrincherarse en su despacho, resistiendo la orden de desahucio provisional que le llegara de un momento a otro. Tras meditarlo mejor, tambin desech esa idea. Por ltimo, y una vez con los requerimientos de D'Orcet en sus manos, donde se le daba un plazo de diez das para presentar sus alegaciones ante el Consejo, decidi que lo mejor sera tomarse un respiro y pensar bien cmo podra convencer a sus superiores de que l no tuvo nada que ver en los fallos del satlite.

As pues, al filo de las tres de la tarde, antes de que la mayor parte de sus compaeros regresaran del almuerzo, Michel Tmoin abandon el Edificio C del Centro Espacial de Toulouse rumbo a ninguna parte. Slo se llev consigo una caja de cartn con algunos papeles personales, su agenda y la correspondencia de los ltimos das.

Una escueta nota a su secretaria lo deca todo: Volver ms tarde. La nota qued pegada en el monitor de su ordenador.

Tambin dej las carpetas con asuntos pendientes cuidadosamente apiladas en una bandejita de alambre, recogi lo poco que tena encima de su escritorio -fotos del ERS incluidas-, y tras poner algo de orden en su cartera de mano y en la caja, baj hasta el aparcamiento y se dispuso a atravesar el complejo de seguridad de la agencia espacial rumbo al exterior.

Por supuesto, Tmoin no se dio cuenta del monovolumen gris plateado con matrcula de Barcelona que se coloc inmediatamente tras l, siguiendo su ruta a travs de la amplia avenida de Edouard Belin.

TABULAE

A las afueras de Orlans, 1128

El campamento pareca completamente dormido.

Desde su posicin, acurrucado junto a una espesa mata de juncos al otro lado del Loire, Rodrigo tom buena nota de dnde estaban los rescoldos de las hogueras y calcul, haciendo un serio esfuerzo, cunto tardara en atravesar el ro antes de alcanzar el centro del asentamiento.

No iba a ser fcil, concluy. El puente ms cercano estaba a ms de dos millas de all , y aun abusando de la oscuridad total de una noche sin luna como aquella, era muy probable que hubiera guardias armados hasta los dientes vigilando el permetro del campamento. Los rumores en la ciudad no dejaban lugar a dudas: aquel era un convoy recin llegado de Tierra Santa, que deba de estar protegiendo alguna reliquia muy valiosa, propiedad de algn noble seor. Un vasallo del rey que haba organizado la proteccin de la caravana a manos de cinco caballeros y su nutrido y bien armado squito de hombres.

Cualquier riesgo mereca la pena.

La caravana era, por otra parte, todo un misterio: el contenido exacto del cargamento y la identidad de su propietario no haban trascendido an, y las fuerzas vivas de la ciudad no saban ya qu hacer para satisfacer su curiosidad. Dos das llevaba el contable del seor feudal recaudando cada vez ms altos tributos de paso que los caballeros, para su pasmo y el del conde, pagaban sin chistar. Los peajes en cada uno de los puentes atravesados fueron abonados en oro e incluso haban tenido el piadoso gesto de hacer una esplndida donacin obras de la catedral del burgo. Qu raro tesoro mereca tantos estupendios? El obispo de la ciudad, Raimundo de Peafort, no pudo soportar tanto misterio.

Por eso Rodrigo estaba all. Su misin era infiltrarse hasta el corazn mismo de la caravana, ver con sus propios ojos qu transportaba.

Vigilar a aquellos hombres e informar despus a Peafort. El obispo, claro no deseaba un enfrentamiento directo con los soldados, as que haba escogido al ms miserable de sus hombres para solventar el enigma. Aunque fuera atrapado y confesara la identidad de su mentor, quin creera a un patn semejante?

Haba atravesado los Pirineos huyendo del seor de Monzn, en las tierras altas aragonesas, para intentar conseguir ser un hombre libre, y ahora se vea en la extraa tesitura de tener que jugarse la vida para satisfacer la curiosidad de un obispo siniestro si deseaba aspirar a su proteccin.

No lo pens. A tientas, Rodrigo se desat los cordeles que anudaban su capucha de lana alrededor del cuello, y tras desembarazarse de ella y quedarse en mangas de camisa, dej las botas a un lado para sumergirse en el agua sin hacer ruido. El ro estaba helado.

-Dios! -susurr de dolor, cuando sinti llegar la corriente a su entrepierna.

Nad en lnea recta, como lo hara un perro de caza, guiado por el tenue resplandor de las velas encendidas en el interior de una de las tiendas del campamento. Se mova rpidamente para entrar en calor y el pobre trataba de mantener la boca cerrada para evitar que le castaetearan los dientes. Salir, no obstante, fue peor an que entrar. empapado y fro, Rodrigo se reboz durante unos minutos, como si estuviera posedo, en la arena de un bancal. Hizo lo posible para intentar secarse y de pie, descalzo, se acerc hasta la primera lnea de greleures(1) del campamento slo por no quedarse quieto.

1. Tiendas de lona, caractersticas de los cruzados franceses.

Eran slo tres y ms all otras tantas. Al fondo, muy al final del Pe igroso corredor formado por los vientos de sujecin de las lonas, un leve resplandor anunciaba la existencia de un fuego de campamento todava bien alimentado.

El trayecto hasta all pareca despejado. Sin animales que pudieran dar la alarma o bultos de cierta envergadura con los que tropezar, Rodrigo dio cuatro grandes zancadas hasta la primera de las tiendas. Sigiloso como un zorro, repiti la misma operacin dos veces ms, hasta saberse seguro al final de aquella especie de calle y poder estirar la cabeza para adivinar qu le aguardaba al otro lado.

Entonces lo vio.

Una decena de metros delante de l se distinguan las ruedas macizas de no menos de seis grandes carros. Haban sido colocados formando un crculo en torno a un sptimo, dejando un solo hueco entre ellos por donde poder acceder de pie hasta el corazn de aquel ruedo.

Junto al carro central, chispeaba la hoguera en la que se calentaban dos hombres. Lucan sendas espadas colgadas del cinto y dos pequeas dagas cerca del muslo derecho. Parecan relajados, conversando sobre los planes de su capitn para el da siguiente, y asando unos pequeos trozos de carne en la lumbre.

Tena eleccin? Tras echar un vistazo a la escena, Rodrigo supo que no le quedaba otra opcin: deba arrastrarse por debajo de los carros de la periferia hasta situarse justo en el lado opuesto de los soldados. Desde all, con suerte, reptara hacia el centro sin ser visto, y penetrara en el carro central para examinar su carga tratando de no balancearlo demasiado. Si todo iba como imaginaba, le bastaran unos minutos para saber qu se guardaba all dentro y escapar siguiendo la misma ruta de acceso en cuanto la ocasin se lo permitiera.

El pulso se le aceler.

All delante, las puntas redondeadas de las botas de los soldados era lo nico que poda intuir a travs de la panza del carro.

Mojado, dejando un casi imperceptible rastro de agua tras de s, se tumb debajo de su caja de madera para recuperar el aliento antes de dar el siguiente paso. Las voces de los soldados eran ya inconfundibles.

-Llevamos casi diez aos esperando rdenes, y nunca pasa nada -se lamentaba uno de ellos.

-No te quejes. Al menos hemos podido regresar a Francia -replicaba el otro-. Si hubieras formado parte de la guarnicin del conde, an estaras haciendo guardia en la Torre de David.

-Odio Jerusaln.

-Y yo.

Rodrigo vio cmo uno de los soldados remova con un palo la hoguera, azuzando los rescoldos en los que terminaba de asar su trozo de carne. Su mente se dispar: de qu conde hablaban? Y por qu decan odiar Jerusaln? Eran cruzados?

Tom aire.

Mientras la lea cruja y soltaba chispas por todas partes, el mozo se estir por uno de los laterales de la carreta, quit un par de clavos en los que se amarraba la lona que cubra la caja de carga y, haciendo fuerza con ambos brazos a la vez, se estir hasta introducirse con xito en ella. Muy pesado deba de ser su contenido porque ste no se movi ni un milmetro.

Fue cuestin de segundos. La vista del aragons se adapt pronto a una penumbra apenas rota por los destellos de la hoguera del exterior. Por fortuna, el lino que cubra el carro era muy delgado, tanto que dejaba pasar bastante bien la escasa claridad circundante y las amenazadoras sombras de los centinelas.

Al principio dud si moverse. Haba cado entre dos grandes masas que asemejaban bloques de granito. Duros y fros, tan altos como l de pie