SICILIA. Te abrimos los palacios

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SICILIA Te abrimos los palacios La mayor isla del Mediterráneo parece más bien un pequeño continente. Lo tiene todo, y por allí han pasado todos. Paisajes que van de las llanuras trigales de poniente a las áridas tierras del interior, de las nieves del Etna a las plácidas marinas de Naxos o las frescas gargantas de Alcántara. De las rocas talladas a buril de Tíndari o Taormina a la serena belleza clásica de Agrigento, Selinunte o Siracusa. Una encrucijada de pueblos e historias donde disfrutar de la mejor gastronomía, de sus tranquilas ciudades o de largos días de sol y playa. Todos los pueblos mediterráneos dejaron su huella. Hay mejores templos griegos que en la propia Grecia. Los bizantinos cubrieron de mosaicos de oro las bóvedas de Monreale. Los árabes se fundieron con los normandos para crear un arte original y único. Y las ciudades barrocas conservan intacto su esplendor. Musa de poetas clásicos, cuna de escritores, músicos y artistas, Sicilia es tan efusiva y desbordante como el Etna, su volcán bueno. Es una Italia en superlativo, o, como escribió Josep Pla, “la más sagrada de las islas”.

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SICILIA Te abrimos los palacios

La mayor isla del Mediterráneo parece más bien un pequeño continente. Lo tiene todo, y por allí han pasado todos. Paisajes que van de las llanuras trigales de poniente a las áridas tierras del interior, de las nieves del Etna a las plácidas marinas de Naxos o las frescas gargantas de Alcántara. De las rocas talladas a buril de Tíndari o Taormina a la serena belleza clásica de Agrigento, Selinunte o Siracusa. Una encrucijada de pueblos e historias donde disfrutar de la mejor gastronomía, de sus tranquilas ciudades o de largos días de sol y playa. Todos los pueblos mediterráneos dejaron su huella. Hay mejores templos griegos que en la propia Grecia. Los bizantinos cubrieron de mosaicos de oro las bóvedas de Monreale. Los árabes se fundieron con los normandos para crear un arte original y único. Y las ciudades barrocas conservan intacto su esplendor.

Musa de poetas clásicos, cuna de escritores, músicos y artistas, Sicilia es tan efusiva y desbordante como el Etna, su volcán bueno. Es una Italia en superlativo, o, como escribió Josep Pla, “la más sagrada de las islas”.

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DÍA 1 / LLEGADA A PALERMO

Llegada en nuestro vuelo procedente de España y traslado privado al hotel, un alojamiento

histórico en pleno centro de Palermo.

En este primer día de contacto con el destino, no estará de más llevar un buen libro que nos vaya ambientando en los lugares que vamos a descubrir. Una novela fácil de leer y muy ilustrativa (sobre todo para Palermo, nuestro destino inmediato) es El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa - tal vez hayamos visto la película de Luchino Visconti, con unos inolvidables Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale.

El autor más célebre de la isla es Luigi Pirandello, pero quien mejor la describe es Giovanni Verga, autor de Los Malavoglia (novela que sirvió de guión a Visconti para su película La terra trema) y también autor del libreto de la ópera Cavaleria rusticana, un tópico siciliano químicamente puro.

DÍA 2 / PALERMO

Tras el desayuno, tendremos la oportunidad de conocer a nuestro guía historiador-arqueólogo, de habla hispana, que nos acompañará a lo largo de las visitas de los dos próximos días.

Palermo es la capital de Sicilia, aunque hay que admitir que Catania asume el papel de "segunda" capital para la parte oriental de la isla y que ambas ciudades mantienen su carácter propio. Pero hay algo único en Palermo, que es el llamado arte árabe-normando. Una espléndida fusión de elementos árabes y la aportación de los reyes cristianos que, tras expulsarlos, gobernaron la isla.

El más antiguo y exquisito ejemplo de ese arte se encuentra en la Capilla Palatina, dentro del Palacio Real. La capilla, levantada por Roger II, mezcla los mosaicos bizantinos con motivos de origen sasánida o un artesonado labrado por alarifes fatimitas. Más modestas son las iglesias de San Cataldo, la Martorana y otras que ofrecen al exterior una curiosa cúpula en forma de bola granate sobre un cubo (qubba), convertida en símbolo y logo de la ciudad.

Palermo está situada en la llamada conca d'oro, un valle de tonos dorados salpicado de limoneros, que años atrás plantaron los árabes. El valle se cierne a ojo de pájaro subiendo al monte real donde se alza Monreale. Allí se encuentra una catedral con un claustro que resume a la perfección el estilo árabe-normando, con mosaicos bizantinos que semejan una lluvia de oro, una de las cimas del arte de Occidente. La ciudad es chica, agradable y llena de palacios secretos, uno de los cuales nos va a acoger para conocer sus estancias y disfrutar, más tarde, de una cena privada.

DÍA 3 / AGRIGENTO

De todos los conjuntos clásicos de Sicilia, el de Agrigento tal vez sea el más granado y significativo. El Valle de los Templos se encuentra a tiro de piedra de la ciudad y en el recinto arqueológico se codean no menos de siete templos, arropados por los llamados barrios helenístico y romano, museos y paseos escarpados que engarzan los monumentos. El poeta griego Píndaro escribió en su tiempo (siglo V a.C) que aquella era la ciudad más hermosa de cuantas habitaban los mortales. Sorprende el buen grado de conservación de la mayoría de estos templos.

Por debajo del recinto arqueológico se encuentra Porto Empédocle. Ciudad natal de Luigi Pirandello, premio Nobel de literatura y autor de novelas y piezas de teatro que siguen muy vigentes en escenarios de todo el mundo.

Si en Agrigento nos dábamos de bruces con Grecia, en Piazza Armerina nos las vamos a ver con una Roma tardía y decadente. Allí se descubrió una villa tardo-romana (de finales del siglo III) no sólo espléndida, sino con mosaicos espléndidamente conservados, gracias a una inundación que cubrió de barro los suelos hasta hace algunas décadas. Los mosaicos muestran escenas diversas: de caza, de circo, pero lo más llamativo son unas jóvenes que aparecen luciendo...¡unos bikinis! Así que el bikini no es un invento reciente de los nórdicos, aquí ya se estilaban en tiempo de los romanos.

DÍA 4 / CATANIA

Por la mañana, ascenderemos en todoterreno el volcán Etna en compañía de un vulcanólogo. Tendremos la posibilidad de llegar a los cráteres de mayor altitud para ver de cerca los ríos de lava de las distintas erupciones.

El Etna (3.350 metros) es, según la mitología clásica, el lugar donde Zeus sepultó a los gigantes fanfarrones que quisieron adueñarse del Olimpo. Con el aliento de esos cíclopes, atizaba Vulcano su fragua. Hubo un jesuita en el siglo XVI que "demostró" científicamente que allí debajo estaba el infierno del catecismo.

Lo cierto es que los sicilianos llaman al Etna "el volcán bueno". Nunca llega a hacer daño a nadie. Al contrario, permite esquiar en sus laderas y sus coladas se detienen siempre a las puertas mismas de los pueblos (en parte son responsables de eso las Madonnas protectoras). Coladas que sirven incluso como abono para cultivar los preciados pistachos, introducidos por los árabes, o viñas que ofrecen un preciado vino, con D.O.

A la sombra del Etna se alza, sobre un pretil rocoso que parece un decorado fantástico, la ciudad de Taormina. Una ciudad breve y exquisita, donde el buen gusto salpica cada rincón y cada tienda. Está amurallada, tiene una pequeña catedral, algunos palacios y sobre todo, un teatro greco-romano recostado en la colina que, con las playas de Naxos a los pies y la silueta del Etna como telón de fondo, constituye, como escribió el erudito Huysman, el más cabal resumen del genio griego.

Tras un breve descanso en el alojamiento, nos abrirá las puertas de su palacio el Príncipe Biscari para explicarnos la historia de la residencia, con una copa de un buen vino siciliano.

DÍA 5 / REGRESO A CASA

Catania es el otro polo o centro de gravedad de la isla, junto con Palermo. Si de Palermo se dice que es "el secreto mejor guardado de Italia", de Catania que es "la perla escondida". No sólo por sus monumentos, sino sobre todo por su vitalidad, el vocerío del mercato de pesce, la devoción a Sant'Agatha cuajada en piedra por cada esquina, sus cannoli de dulzura endiablada, sus puppi de recuerdo, sus palacios fastuosos y secretos.

En el circo romano, sumergido en una plaza, dieron martirio a Sant'Agatha. A un paso, una tanda sencillota de casas hace de pantalla para ocultar un teatro romano y un odeón como si fueran el patio de vecinos. La Via Crociferi es una calle de la parte alta donde todo son palacios e iglesias barrocas, como si el tiempo no hubiera rodado por allí. Al final de la calle se encuentra la casa de Vincenzo Bellini, el llamado "cisne de Catania" por la elegancia del belcanto que el músico cultivó.

La catedral, la universidad, las iglesias barrocas, el Teatro Massimo, el castillo, un gran número de palacios secretos - muchos de ellos habitados por sus dueños - convierten a Catania en una de esas ciudades mágicas que quedan para siempre escondidas, como una ensoñación, en algún pliegue de la memoria.