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SENTIDO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA Escribo estas páginas luego de oír por la, ra,- dio una de tantas charlas delicuescentes en que el amigo de turno suspira por la, suerte de nues- tro noble pueblo amordazado, y lamenta vernos fuera del recinto de las Naciones Unidas, al margen de la. paz y de la Historia,. Con la, mano puesta, en el corazón declaro que tales imperti- nencias, antes que como español, -me enervan- corno hombre, y hombre occidental. Pero nadie imagine -que escribo desde kn luna, y que mi ingenuidad entabla una polémica, es- perando reducir con ideas archisabidas la, igno- rancia culpable. No, tino tiene 'obligación de ser- vir a la, -verdad, y piensa, .en voz alta. Sin levan- tarlai tampoco demasiado. Cordiahnente. Hace ya dos lustros que mi Patria, desdeñó y sigue desdeñando mimetismos fáciles para, reivindicar valores eternos, y va, venciendo de la mayio de Dios las tentaciones del diablo. La, misma Ver- dad que nos mantiene impertérritos es la\ que nos lleva a\ amar cristianamente a amigos y enemigos, y a soportar hasta, con alegría cier- tas solicitudes. Porque escrito está: «Bienaven- turados, cuando por mi causai os persiguieren y maldijeren, y acumularen sobre vosotros men- tiras y calumnias.»

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SENTIDO ESPAÑOLDE LA DEMOCRACIA

Escribo estas páginas luego de oír por la, ra,-dio una de tantas charlas delicuescentes en queel amigo de turno suspira por la, suerte de nues-tro noble pueblo amordazado, y lamenta vernosfuera del recinto de las Naciones Unidas, almargen de la. paz y de la Historia,. Con la, manopuesta, en el corazón declaro que tales imperti-nencias, antes que como español, -me enervan-corno hombre, y hombre occidental.

Pero nadie imagine -que escribo desde kn luna,y que mi ingenuidad entabla una polémica, es-perando reducir con ideas archisabidas la, igno-rancia culpable. No, tino tiene 'obligación de ser-vir a la, -verdad, y piensa, .en voz alta. Sin levan-tarlai tampoco demasiado. Cordiahnente. Haceya dos lustros que mi Patria, desdeñó y siguedesdeñando mimetismos fáciles para, reivindicarvalores eternos, y va, venciendo de la mayio deDios las tentaciones del diablo. La, misma Ver-dad que nos mantiene impertérritos es la\ quenos lleva a\ amar cristianamente a amigos y a¡enemigos, y a soportar hasta, con alegría cier-tas solicitudes. Porque escrito está: «Bienaven-turados, cuando por mi causai os persiguiereny maldijeren, y acumularen sobre vosotros men-tiras y calumnias.»

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JOSÉ COKTS GSAU

-LA POLÍTICA'v su QUICIO.

En 1767, un tratadista francés, Carlos Lejeune, es-cribía modestamente: ''Aconsejaría a todos los que es-peran vivir, sin que el delirio epidémico les haya tras-tornado todavía, que concentraran con exquisito cui-dado las luces de su buen sentido y escribieran en-tonces alg-o raro y extraordinario: lo que, según estasencilla meditación, estimara justo y conveniente suentendimiento. Y, sobre todo, que nadie se desanimarasi ello le parecía harto evidente. En 1797 ó 1798, alo más tardar, habrá llegado el momento de imprimiresta compilación de ideas, y surgirá como novedad loque hoy parece vulgar y simple, y aun temo que, dadoel'enorme progreso de la. sinrazón humana, semejantelibro parezca rarísimo y extraordinario..."

Este aviso no ha perdido actualidad a lo largo dedos siglos, porque los hombres seguimos entregadosal estupendo juego de enturbiar las ágatas de la ver-dad y desenfocar los principios. Por donde precisa irreajustando de continuo y sacándoles nuevo filo a larazón y a la norma, roídas por nuestra malicia o, sim-plemente, por nuestra necedad. Quizá se tomó dema-siado al pie de la letra lo de la racionalidad de la es-pecie, cuando la mayoría vive de hecho en ;un climasentimental. Frente al ideal clásico de tornar1 racio-nales por participación todos nuestros actos, conforme a una rigurosa jerarquía, solemos limitarnos a te-ñir de razón el sentimiento y el instinto. Por ahí seiniciaron todas las decadencias.

Temo que alguien eche de menos, así planteada lacuestión, ese jadeo filosófico indispensable en todo

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pensador que se estime, jadeo que, por lo demás, sefalsifica fácilmente con sólo ir colgando interrogan-tes y taladrando de puntos supensivos ciertos postu-lados. Simple profesor de Filosofía (ya sé que estáahí el retruécano), renuncio a los aspavientos men-tales de segunda mano y me quedo con Lejeune parabucear en las verdades que están todavía al alcancedel hombre de buena fe. Huelga decir con ello queal alcance del católico.

Nuestro actual Pontífice se lamentaba no ha mu-cho de que la cultura moderna iba perdiendo en cla-ridad y hondura lo que g"anara en extensión, y recor-daba el profundo, pero sobrio alcance del concepto.Vana sabiduría la que no señala un camino de per-fección y ayuda a seguirlo. Triste luz la que de algúnmodo no se convierte en fuego de la voluntad. Con-forme cunde el actual desconcierto^ reitéranse las lla-madas de socorro a Roma. Sólo que .el programa deRoma no puede aceptarse a beneficio de inventario,sino cabal y lealmente, en torno al único eje seguro:el de las normas que siguen siendo tales porque nofueron trazadas a la medida de ninguna ambición, nicomo precipitado pragmático del relativismo, sino enla presencia de Dios y de su Providencia que presidela Historia. ¿O es que, sin contar Dios, sin recono-cernos criaturas suyas con todas las consecuencias queello trae, hay modo, acaso, de entender al hombre,ni lo que hacen los hombres en el mundo?

El pensamiento heterodoxo oscila entre la rebel-día racionalista y las nostalgias líricas del Paraísoperdido. Vaivén constante entre la ciencia y la con-ciencia, entre la razón pura y el cielo estrellado. Losunos, queriendo ablandarle al hombre el corazón, le

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TOS-E CORTS GEAU

reblandecieron el cerebro; los otros, mirando a for-talecerle el entendimiento, le secaron el corazón. Hastaque un día el superhombre de Nietzsche es invitadoperentoriamente por Schopenhauer al suicidio, yDilthey confiesa que frente al gran enigma del valorde nuestra existencia y de nuestros actos su siglo—léase los herejes de su siglo— no se halla másorientado que un griego de las colonias jónicas o itá-licas o un árabe de los tiempos de Averroes. Y al caboaquella antropología eufórica del "seréis como dioses"queda reducida por uno de sus geniales epígonos, Mar-tín Heidegger, en la metafísica de la angustia, deltedio y de la nada: "el tedio va rodando y empapandolas simas de nuestra existencia como una niebla si-lente que lo nivela todo, las cosas y los hombres y elpaisaje interior...". En la lejanía evangélica resuena eleco de las palabras de Cristo por boca de San Lucas:"¡ Que vuestra luz no sean tinieblas!" Lo cierto es quea la vuelta del camino tenemos ya otra vez al hom-bre en este valle de lágrimas, transido por la expecta-ción de la muerte, convencido de su radical insuficiencia,presto a la desesperación —teñida quizá de falsa ale-gría, porque el tedio se gasta esas bromas—, o a laregeneración de quien se religa más reciamente a Diosdesde el fondo de sus desilusiones temporales.

No me atrevería yo a insinuar que mxestra crisissea más grave que las de otros tiempos. En el fondoes la crisis hiimana que sangra por cualquier siglo quehagamos la incisión: por los helénicos, por los medie-vales, por los mismos clásicos. "Cosa espantosa es queal revés anda el mundo", exclama Santa Teresa ensu Camino de perfección, y pienso que también lo di-ría el propio Santo Tomás, no obstante nuestras idea-

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lizaciones del siglo XITI. Sino que. conforme el mundoenvejece, le ocurre quizá lo que al hombre: que pesanmás los años y arrecian los achaques. Y así nosotrossentimos agolparse en nuestro ser y en nuestro mo-mento toda la problemática vital. Como acontece, in-sisto, en la vida de cada uno: que por cualquier heri-da parece afluir toda la sangre del torrente circula-torio y escapársenos el alma, que en cualquier male-cillo llama con sus latidos de urgencia el corazón.

Lo temíamos, pero, aun a los más miopes, nuncase nos había manifestado tan patente la fragilidad deeso que denominamos cultura y política. Vísperasde morir lo advirtió Max Scheler: cualquier cosa pue-de trastornarla, hacerla añicos, porque las fuerzas in-feriores son más fuertes. Por eso y por algo más quenos avisa el Evangelio, porque a fuerza de paladearnuestra sabiduría y nuestras decisiones Je desvirtua-mos su sabor eterno y sólo ha servido para ser arro-jada y pisada de los hombres.

Luego de aquel apólogo donde en el Protágorasnos cuenta Platón cómo fue dada a los mortales lajusticia, formula un principio en el que viene a cifrar-se el espíritu helénico: "Toda la vida del hombre hamenester de número y de armonía." No hay ente sinsu ley y su canon, ni idea sin su arquetipo, ni criaturahumana sin su norma. El pensamiento gentil alcanzaaquí su cima. Pero el Cristianismo, al recogerlo, lolevanta en vilo, y un día Santo Tomás nos declara sen-cillamente, sin gestos ni bastardillas, apurando las ex-presiones con pura pasión de objetividad, que todo elorden del Universo y de sus causas debe grabarse enel alma, y que el hombre viene así a participar en laLey Eterna. Pues bien, esa participación es la que de

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JOSÉ CORTS GKATJ

hecho fue rompiéndose sobre la cuerda floja de la es-peculación protestante, hasta la quiebra del positivis-mo en sus múltiples formas.

Ruptura con Dios, foco del sistema, causa eficien-te, ejemplar y final de todo lo creado, plenitud del sery del valor; ruptura que amenaza convertir en caosaquella miVabilis conrte.vio •rerwn, donde el grado denobleza o el envilecimiento de los seres medíase porsu acercamiento o alejamiento de Aquel en quienradica todo orden de perfección. Ruptura, huelgaapuntarlo, entre la naturaleza y la gracia, cegandolo mejor del hombre: conocer en Dios, saltando intui-tivamente las vallas de los sentidos, que ayudan a loprimero y ya en la altura estorban; amar a Dios, lan-zando nuestra poquedad a la más asombrosa de lasaventuras, que por algo nuestros místicos empleanaquí tan a menudo la palabra "espanto". Ruptura, porconsiguiente,' entre la razón y la fe, olvidando que nopodríamos creer si no tuviéramos alma racional. Y,dado que la gracia no vive aparte de la naturaleza,pues vino a perfeccionarla, no a trocarla por entero,¿cómo extrañarnos luego de que los hombres se des-orienten y atasquen por tanta vía muerta? Quiero de-cer que no vale plantear estas cuestiones como si lonatural y lo sobrenatural contendiesen dejando alhombre de espectador: su rompimiento implica la di-laceración del espíritu no sólo en lo tocante a sus pers-pectivas' eternas, sino en cada uno de sus pasos tem-porales. No es tan sólo la salvación o la condenacióndel alma lo que depende de la gracia: es el hombreentero, y con el hombre la comunidad, quienes paganen vida la usurpación de lo Absoluto y se tornanpolvo.

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Esa ruptura tiene que provocar las otras, y piér-dese la unidad entre el hombre exterior y el interior,donde habitaba la verdad, la continuidad del entendi-miento especulativo y el entendimiento práctico, el con-cierto del entendimiento y la voluntad, los vínculos dela libertad a la razón, raíz ésta de toda auténtica li-bertad, la armonía incluso de la razón y la pasión, al•darle desaforada beligerancia a cualquier movimien-to racional del apetito. Por tanta y tanta grieta, en-trampados hasta con el principio de contradicción, senos ha tenido forzosamente que escapar la santidadde la ley, la teleología del mundo, los valares y sujerarquía, los fines de la sociedad: ad hoc eniin homi-nes congregántur ut simul hene vivant, el nervio•auténtico del patriotismo, que mal puede nutrirse deodios cuando arranca deí concepto cristiano del pró-jimo y arraiga en raíces de caridad, y hasta la posi-ble dignificación de la fuerza.

En cundiendo tal desintegración, se cumple la sen-tencia escolástica: que la ley natural va borrándose,eclipsándoseles a los hombres, de suerte que, bajo elinflujo de la pasión, ya no tienen entereza para apli-car al caso particular los principios conocidos pormodo universal. Y como esta anarquía y abdicacióndel alma, este desalmarse desata todas las fuerzas in-feriores, la violencia ha de sobrevenir como estallidológico del desorden. O concordia o discordia. Los com-bates cruentos, las destrucciones materiales serán, sin•duda, muy sensibles, sensibles en el estricto alcancedel término, quiero decir que servirán para que hastalos sordos oigan, pero de suyo el estruendo y la san-gre añaden bien poco a la guerra interior. ¿O vamos•a pensar que a Dios le suenen peor las bombas y los

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JOSK CORTS GRAU

alaridos que las blasfemias y necedades del hombre?Ciertamente es impropio, pero durante la recientecontienda he imaginado muchas veces al Señor mi-rando abajo, deseoso de poner fin a aquello, y pre-guntándose tristemente: ¿valdrá la pena cortar la ca-tástrofe cuando los hombres no parecen dispuestos aremediar su virulencia y otra vez van a cicatrizar enfalso?, cuando, invirtiendo la fórmula clásica, la paztiende a la guerra, y muchos confunden el arrepen-timiento con el simple hastío, y no es el espíritu, sinoel mero instinto de paz lo que en su mayoría sienten?

La desintegración de la materia había de llegarimplacable tras la desintegración del espíritu. Sin pre-tender escrutar los arcanos de la Providencia, ni mu-cho menos adoptar un fácil tono apocalíptico, la ideacristiana del mal como efecto de la libertad abusivadel hombre permite preguntarnos si no será éstequien directamente se encargue de la destrucción finaldel mundo.

• Pero, dejando tales sugerencias, aquí sólo me im-porta fijar un punto de partida: la idea notoria de quetoda rectificación ideológica, todo plan de regenera-ción éticosocial que no se remonte y mire a la Verdady al Sien y a la Ley supremos servirá para cualquiercosa menos para que los pueblos se entiendan y re-medien en lo que de veras les duele.

Estos años últimos se insistió en la necesidad de-una nueva doctrina política. Descartando la indigen-cia mental de quienes reclamaban como novedad vie-jos postulados, en muchos de aquellos autores prestose descubría un remozado maquiavelismo, un pragma-tismo de lance, tendente a improvisar el derecho alson de los hechos. Es inocuo el empeño. Mientras ad--

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mitamos un Dios personal, creador y legislador —ncla entelequia adormilada del deísmo—, y un hombreracional, creado a su imagen y semejanza, habrá quereconocer la vigencia de un orden normativo que ra-dica en El y del que participan los hombres indivi-dual y socialmente. Más que de verdades nuevas yverdades caducas importa entonces hablar de nuestroacercamiento o alejamiento de la Verdad, que en síexcluye toda idea de novedad o de vejez.

Aunque he insistido en ello, quizá no huelgue aquíla reiteración. Lejos de pretender instalarme doctri-nariamente en un hueco teórico al margen de la His-toria, parto de la vocación histórica del Derecho natu-ral, cuya vigencia en el orden político no sé que haya-caducado. Pero me dan grima las mixtificaciones his-toricistas del hecho y el derecho, el forcejeo de quie-nes, .pretendiendo g'obernar la Historia, flotan a mer-ced de sus corrientes más superficiales. Necesitamos;¿ qué duda cabe ?, ser hombres de nuestro tiempo; pero•—í bien nos va aleccionando la Providencia!— jamásllegará a ser hombre de su tiempo "quien no logre en-cauzar el instante por órbitas de eternidad. Lo demásfuera convertirnos en restos a la deriva de un naufra-gio, o en mareantes a cualquier rumbo. Y hasta ahorano parece que sean los náufragos atolondrados quie-nes llegan a puerto, sino los claros varones de vidainterior. Ni es otro el secreto de que.la Iglesia preveay provea tan a largo alcance: porque el juicio humanoes tanto más certero cuanto mayor su altura, y el pulsodel mundo llega más rotundo en la presencia del Señor.

Ya Bonald criticaba a los que esgrimen la consa-bida máxima: "hay que marchar con el siglo", coa-fundiendo de ordinario su siglo con su personalísima

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JOSÉ COB.TS «RAU

coyuntura. Demás de que ésta es una fórmula segurapara llegar siempre a destiempo, y los españoles tu-vimos siempre muy vivo el sentido del ridicula

Precisamente porque el mundo perdió estabilidadnos incumbe reenquiciarlo, pero sin andarnos por lasramas. Esto que llamamos Occidente está dando untriste ejemplo a los pueblos milenarios y a los pueblosjóvenes que andan todavía estrenando ideas... comoestrena un chico los calzones viejos de su padre. Nosmiran quizá como miraban los romanos a los helenos,con admiración compasiva. Corremos el peligro de•convertirnos en presa o en museo. ¡Galerías de Euro-pa! Suena bien, pero entraña un turbio destino: el delas tinieblas que no comprendieron la luz... Cuando lacultura misma es ya botín de guerra y yace reducidaa escombros la abadía de Monte Cassino, y el Sena yel Rhin y el Ródano y el Arno pasan llorando silo-gismos y tercetos bajo improvisados puentes, es lahora de volver a la consolación de la filosofía.

Si de algún modo hemos de imponernos al griteríouniversal o al glacial silencio donde se decide la suertey los derechos de los hombres y los del propio Dioscomo en una lonja, por no decir como en mercado ne-gro, habrá de ser conjurando con firmeza católicacualquier confusionismo. Las cuestiones políticas son•en su medula cuestiones morales, reductibles al pro-blema del bien y del mal, del ser y del no ser. Si alhablar de la civilización occidental, de la defensa deOccidente, vamos a quedarnos donde se quedaría ungentil refinado allá en Atenas o en Alejandría, de-fraudamos a la Providencia. Porque, de una vez parasiempre, hace veinte siglos que esos valores, de Occi-

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SENTIDO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

dente, hoy casi en nuestras manos, son los Evangelios,hechos camino, verdad y vida de los hombres.

En otros términos: hemos superado el positivismotosco del pasado siglo, pero estamos cayendo en otratrampa, la de manejar con criterio positivista concep-tos y fórmulas que sólo son comprensibles y viables•a la lúa del espíritu cristiano.

EL DERECHO Y EL ESTADO.

¿Será necesario decirlo? Desde este quicio doctri-nal resulta ya imposible aceptar cualquier positivismo,que ineludiblemente deriva hacia una concepción vo-luntarista de la ley y de la política. En cuanto al en-tendimiento humano se le enrarecen las verdades ab-solutas,- languidece en el relativismo y pasa a primertérmino la voluntad. Pero como la voluntad queda asu vez desvirtuada si no la guía el entendimiento,pronto es sustituida por el sentimiento y el instinto, ylas gentes acaban tomando por voluntad lo que sehalla muy por debajo de la auténtica potencia del alma.

Aun salvando, que cupiera salvar, esta degeneración,tampoco la voluntad de los hombres podría consti-tuirse en fundamento del Derecho. El orden jurídicopostula de suyo una superioridad respecto del hom-bre, y mal iba a fundarse en una facultad nuestraaquello que viene a regir nuestros actos y facultades,a remediar la inestabilidad de nuestro" ánimo. En otrostérminos, la voluntad no puede decidir ciegamente,sino ateniéndose a la verdad, que es la esencia delorden. Se atiene y coadyuva al orden, pero no lo crea.Lo único que puede crear, por abuso de su libertad,es el desorden.

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El positivismo, para escamotear sus consecuenciasdespóticas, recurre a mil subterfugios, desde las diva-gaciones historicistas y sociológicas hasta las fórmu-las en torno a la "voluntad-general" y a la "autolimi-tación". Estas contorsiones técnicas quizá resuelvan:ciertos problemas secundarios y de fijo sirven paraque los virtuosos del acarreo redacten esas memoriasdocumentadísimas que nadie hasta ahora ha dig-erido,pero no rozan siquiera la entraña de la cuestión, la.cuestión del Derecho y el Estado.

El Derecho, lejos de ser una abstracción lógico-formal o un resultado inductivo, responde a los con-ceptos objetivos de fin y de bien, cuya íntima compe-netración conviene recordar. Toda institución jurídica •queda afectada por la idea de norma, y la norma sabe-a finalidad. Si queremos concretar el fin del Derecho,advierten los clásicos, debemos fijar el bien para cuyaobtención juzgamos necesario ese Derecho. La jerar-quía teleológica marca una jerarquía jurídica, y a ellahay que recurrir constantemente. El fin no justificalos medios, pero los medios se ordenan al fin, y de ahíel sacrificio reiterado de aquéllos. Sin comprender esto-no cabe entender una revolución, ni siquiera una re-forma constitucional.

¿ Cuál es, en definitiva, el fin del Derecho ? El biencomún, donde cunde el bien de cada hombre. Por aquíse infiere la dignidad y la supremacía del Estado, sinnecesidad de identificarlo con el Derecho, ni abierta niencubiertamente. El Derecho es anterior en sus fun-damentos a tocia organización estatal, y su universa-lidad prevalece sobre las singularidades estatales. ElEstado requiere, en cambio, una referencia meta-esta-tal, sin la que no tendría sentido nuestra sumisión ní

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•valdría la pena sacrificar ciertos bienes individualesal bien común. Los mandatos del Estado —ha dichoHarold Lasky con lucidez que no quisiéramos habervisto jamás eclipsada— deben justificarse por razo-nes distintas de las de su origen como voluntad delEstado, de donde precisa una teología de la ley.

El hombre necesita saber por qué y para qué ycon qué garantías se somete al Estado. Estas no sontan solamente las que señale una Constitución, sinolas que, señala la justicia. Es demasiado grave estoque denominamos sumisión a la autoridad para resig-narnos a ello como ante un hecho cósmico. La cues-tión de la justificación del Estado —advertía HermánHeller— no puede ser resuelta con la mera explica-ción de sus funciones. No porque asegure un ordensocial cualquiera, sino porque persigue un orden justo,se justifican sus enormes exigencias. El Estado se jus-tifica en cuanto fomenta la convivencia feliz y la per-fección temporal de los subditos.

Lo cual no parece muy asequible si los gobernan-tes no tienen ideas claras sobre la naturaleza y el•destino del hombre y sus caminos de perfección. Unode los que mejor calibraron este desequilibrio fuenuestro Vázquez de Mella: "Si no afirmáis una uni-dad de principios jurídicos fundamentales, el Estadono puede garantizar el Derecho... En una sociedad endonde todo es discutible, en donde no hay ningún prin-cipio fundamental intangible, ¿puede afirmarse arri-ba un derecho común? Se dice eso muy fácilmenteporque se conserva el vocablo, pero después de haber•destruido toda la sustancia que él encerraba. Habla-

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JOSÉ CORTS GUAU

mos de la unidad de Derecho y nos engaños unos aotros al decirlo. ¿Qué derecho común puede haber en-tre un kantiano o un panteístay un positivista? Parauno será el Derecho la coexistencia de las libertades,puramente mecánica y externa; para otro será la rea-lización de la esencia común, de la cual la nuestra no-será más que una parte o una determinación; paraotro será un producto orgánico, una forma de la fuer-za cósmica; para el creyente será la realización librede un plan preestablecido, correspondiente a una fina-lidad que se ha de alcanzar, y respecto de la cual lavida no es más que un medio... Si no estamos hoy loshombres de acuerdo, dada la anarquía intelectual enque vivimos, acerca de nosotros mismos, ¿cómo lo va-mos a estar acerca de la norma jurídica de nuestrosactos ?"

EL FASCISMO Y LO NUESTRO.

Al enfrentarse con los regímenes fascistas diag-nosticaba el maestro Ortega en estos términos: "Aho-ra, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nos-talgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que enellos había aún de ovejas. Quieren marchar por lavida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana.y la cabeza caída. Por eso en muchos pueblos de Euro-pa andan buscando un pastor y un mastín."

¿Era nostalgia del rebaño, o simple nostalgia de!orden y desengaño del individualismo? Cierto quecomo tantas reacciones históricas, ésta se pasó del fiel ;•pero lo que, con mayor o menor exactitud, suele deno-minarse "fascismo" pudo llegar a adueñarse de mu-chas gentes por dos razones bien sencillas: porque la.

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realidad liberal —mal avenida con ciertas proclamasteóricas— les 'había defraudado, y porque ese libera-lismo había dejado a los hombres montados en su es-cueta individualidad, sin el apoyo de instituciones so-ciales intermedias. El fascismo, en sus múltiples for-mas, fue para una inmensa mayoría, como advirtióIlermann Heller —nada sospechoso a este respecto—."el desagüe de una desesperación ideal y político", lamedida de urgencia, la liberación de un despotismoacéfalo que había envilecido el sentido mismo de "pue-blo", reduciéndolo a "masa" y luego a "turba". Y elhombre medio apela al régimen dictatorial como a unremedio extremo, amargo y transitorio.

Sino que, conforme se hacía crónico el desordeny se estabilizaba el totalitarismo marxista, había deafianzarse la mentalidad dictatorial. No se va enton-ces contra el liberalismo democrático: se desecha, sim-plemente, por su incapacidad para enfrentarse con losnuevos enemigos. El "fascismo", entendido a la espa-ñola, no reniega de las libertades humanas, sino dela palabrería liberal; reacciona contra la crisis de auto-ridad, contra el derroche de energías en el Parlamen-to, contra la subversión mantenida desde el Poder,contra aquella realidad ignominiosa que nadie comoel propio Ortega acertó a denunciar en su Vieja ynueva política: "Los partidos se han ido anquilosando,petrificando, y, consecuentemente, han ido perdiendotoda intimidad con la nación... La España oficial con-siste en una especie de partidos fantasmas, que de-fienden los fantasmas de unas ideas, y que, apoyadospor las sombras de unos periódicos, hacen marcharunos ministerios de alucinación..."

Reacción contra el individualismo económico, pro-

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picio a la política de presa; contra quienes, siguiendoa Maquiavelo, limítanse a entretener al pueblo con cier-tas apariencias inoperantes de libertad; contra tantascontradicciones y claudicaciones, cuyo anecdotario nosllevaría ahora demasiado lejos; contra tantas unionesde signo negativo, condenadas a la esterilidad (i) . .Res-ponde a tina vocación de unidad frente a la dispersión,a un sentido conciliador y orgánico frente a la luchade clases, y busca una compenetración entre la pro-fesionalidad y la ciudadanía, cuya fórmula impecablese hallaba ya en nuestro acervo clásico: servicio.

Ahora bien, esta actitud es inconfundible con lastípicamente fascistas, por mucho que la mala fe tercieen la interpretación. Aun prescindiendo de su recientederrota, las formas consagradas del fascismo habíanfallado ya en sus bases doctrinales y en muchos desus modos técnicos e incluso de sus modales cotidia-nos. La derrota o la victoria son a estos efectos cosaaccidental: precipitarán el proceso, pero no nos per-miten enjuiciar aquella caída con mentalidad de "jui-cio de Dios".

Habían fallado porque, en vez de encauzar su im-petuosidad por normas clásicas, se encariñaron con unpragmatismo retórico, el de Nietzsche, convirtiéndoseinsensiblemente en un liberalismo al revés. Habían fa-llado en su nacionalismo agresivo y en su racismo pe-dante, extremos que eran pura consecuencia de su po-sitivismo a ultranza. Habían fallado en su visión detejas abajo, en su empeño de forjar una dogmática y

(i) Tal las de liberales y socialistas, dos actitudes que sólo puedenatarse por un anti: anticatolicismo, antimouarquía, antimaurismo, etc.¿O hay quien imagina al liberalismo español como paladín del pueblo?El episodio de la desamortización es harto elocuente.

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SENTIDO ESPAÑOL BE IA DEMOCRACIA

una mística de orden temporal, esgrimiendo términosque eran la adulteración de ciertas nociones primor-diales del Catolicismo.

Pío XI acusaba este fraude en la "Mit brennenderSorge", recomendando una extremada vigilancia. Eltérmino "revelación" significa la palabra de Dios alos hombres, y no puede aplicarse a vagas sugestionesde la raza y de la sangre. La "fe" no es sustituíblepor la mera confianza. La" "inmortalidad" es, sin com-paraciones, infinitamente más que la "supervivencia"colectiva. Jamás suelen quedar impunes —advierte elPontífice— los saqueos del patrimonio cristiano ni lapretensión de utilizar el Evangelio y la Iglesia comoinstrumentos de una política.

Aun en el orden terreno se paga caro este pecadocontra la universalidad del hombre. Por otra parte,la reacción teleológica se nos mostraba en la ideolo-gía fascista de los últimos tiempos demasiado a la zagade los hechosl Cuando uno esperaba la reivindicaciónneta de los valores universales, había de habérselas•con un nacionalismo mezquino que confundía la con-creción con la reducción. Nada más concreto que Dios,y es infinito.

En cuanto a España, insisto, por mucho que lamala fe o la mera distancia hayan tergiversado lacuestión, es hora de preguntarnos lealmente: ¿Hastaqué punto cabe rasgarse las vestiduras porque cun-dieran también aquí las tendencias antidemocráticasy anticomunistas? ¿Acaso entre nosotros no era legí-tima una reacción acentuada en todos los pueblos, peroacorde sobre todo con nuestras esencias más profun-das? ¿Era nuestro panorama político menos triste, ohabía de ser más sorda nuestra sensibilidad? Si éra-

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JOSÉ COKTS GRATJ

mos anticomunivStas, ¿ cómo íbamos a defender una de-mocracia que nos llevaba al comunismo?

Más todavía: ¿qué de extraño tiene que muchos,españoles, sin aceptar todo el programa de los pueblosanticomunistas, se sintieran ligados a ellos en tal em-presa? ¿Qué de extraño que los jóvenes simpatizarancon ciertos modos juveniles, rotundos, simplistas,,cuando éstas son las grandes tentaciones de la juven-tud? ¿Tan escandaloso resulta que luego cundiera elafecto hacia quienes nos habían ayudado moralmenteen la Cruzada, y tardara en cicatrizar el resentimientohacia quienes ayudaban al enemigo o se encogían dehombros? Ningún pueblo neutral está obligado a serindividualmente impasible. Y si en la guerra de 1914hubo aliadófilos y germanófilos, ¿por qué no iba a ha-berlos ahora?

Creo que sólo abordando así la cuestión podemosllegar a entendernos. Ante ciertas heridas en el pro-pio mapa de España, perfectamente comprensiblespara todo patriota de cualquier país, ante la sensibi-lidad exacerbada por las luchas y por la victoria quepone término, no a una guerra de tres años, sino asiglo y medio de miserias, convengamos en que lo ex-traño no es que se registraran ciertas corrientes: loasombroso es que el temperamento hispano no reac-cionara con mayor violencia.

He ahí la gran prueba de nuestro enquiciamientodoctrinal y de la prudencia e independencia de nues-tros gobernantes. Durante la guerra de 1914 pudo in-terpretarse la neutralidad española como resultadohíbrido de un forcejeo de partidos. En ésta, no; enésta hay que imputarla al pueblo, al Caudillo o a losdos juntos. Y conviene pensar que en cualquiera de

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SENTIDO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

los tres casos •—los únicos posibles— se vienen abajolas insidias en torno a dicha neutralidad: si fue de-bida al pueblo, es señal de que éste puede hacer valerlibremente su opinión; si al Caudillo, nunca se lo agra-decerán bastante quienes se beneficiaron de ella; si alos dos, mírense todos en nuestro ejemplo, que faltales hace después de una guerra calificada de estúpida.

Pero conste una vez más que el espíritu de nuestraMovimiento Nacional puede fijarse y comprenderselimpiamente sin salir de España. Es vina reacción demedula tradicionalista y estilo actual bajo afirmacio-nes bien universales y ortodoxas: Dios, el hombre yRoma. Entendámonos: la Roma capital de la Cristian-dad, la Roma cuasi hispánica de la Contrarreforma,no la capital de un Estado fascista, ni las ruinas de unTmperio superado hace siglos en todas sus dimensiones,por el español.

No voy a traer a estas alturas los textos fundacio-nales. Sólo me importa registrar su continuidad per-fecta con el pensamiento contrarrevolucionario del si-glo xix y aun más allá. Traigamos, por ejemplo, aJuan Pablo Forner en su discurso sobre el amor a laPatria: "Oigo pronunciar república, democracia, Es-tado popular, las leyes establecidas por votos, la gue-rra y la paz decretadas en asambleas populares. Oigoestas locuciones; pero, desmenuzadas en el yunque dela Historia, ¡ cuan diverso aparece su metal del queaparentan en el barniz sobrepuesto a su superficie íDadme una ley en Atenas que no la dictase un dema-gogo, un orador turbulento o un genio hábil para en-gañar. Dadme un plebiscito en Roma que no lo arran-case un tribuno faccioso, un cónsul prepotente o unprocer comprador de los votos. En las repúblicas el

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JOSÉ CORTS GKATJ

pueblo sólo tiene las apariencias del mando, pero lasustancia y la realidad residen en el labio y destrezade los que se dedican determinadamente a la inteli-gencia de los negocios públicos... Una democracia esun campo de batalla donde la ambición de unos pocosjefes se disputa a palmos la facultad de subyugar alpueblo, a costa de la inquietud y a veces de la sangrey miseria del mismo pueblo."

LA DEMOCRACIA Y SU RUMBO.

La reacción contra el panteísmo estatal ha reivin-dicado los derechos de la personalidad humana; másexactamente, estos derechos, por ser naturales, se hanimpuesto a cualesquiera intentos de absorción. Sin em-bargo, conviene examinar si las prerrogativas delhombre son esa media docena de posibilidades que leofrecen las constituciones modernas, y si la supremagarantía de aquellos derechos está en la democracialiberal.

El 18 de mayo de 1945, en la Asamblea Nacional,pronunciaba el jefe del Gobierno portugués uno de susincontestables discursos y advertía serenamente: "Sies indiscutible que el totalitarismo ha muerto a con-secuencia de la victoria de las naciones unidas, no esmenos cierto que la democracia, tanto en su definicióndoctrinaria como en sus modalidades de aplicación,continúa sujeta a discusiones... Las libertades intere-san en la medida en que pueden ser ejercidas, y noen la medida en que son promulgadas."

Como que la cuestión de la democracia refluye ala cuestión, ya insinuada, de los fundamentos y ori-

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SEXTIBO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

gen del Derecho, a menos de considerar el Derechopolítico de diferente casta que los otros. Ni la mayo-ría ni la unanimidad podrían desplazar con sus opi-niones los principios del Derecho natural. Para hablaren serio de democracia hay qtte discernir escrupulosa-mente las nociones de libertad e igualdad, no al pairode ambiciones y oportunismos, sino calibrando la na-turaleza del hombre y los fines de la sociedad y elconcepto mismo de autoridad. Cualquier otro método,lleva a la utopía o a la farsa del totalitarismo demo-crático (2).

La democracia liberal quedó formulada por Her-mann Heller en estos términos: "Democracia es ungobierno que se legitima desde abajo por los mismosgobernados, por el pueblo...; una forma de gobiernoque fundamentalmente no reconoce poder alguno deDerecho que no dependa de la voluntad del pueblotodo" (3).

Pues bien, frente a esta versión siguen vigentestodas las razones extraídas de la cantera clásica' y dela propia experiencia por los contrarrevolucionariosdel siglo xix. Pero antes quizá no esté de más el re-cordar que los mismos jerifaltes de la revolución mos-traron escaso entusiasmo por semejante democracia, yque hombres muy alejados del campo tradicionalistaavisaron ya que la entrega a la voluntad popular con-ducía a regímenes de intolerable bajeza moral. En 1887denunciaba nuestro Silvela ante el Parlamento el lujo

(2) Por no transcribir aquí consideraciones ya apuntadas en estamisma Revista, remito a mis trabajos anteriores. Asimismo a los Prin-cipios de Derecho natural (Madrid, Ed. Nacional, 1944) y a la Filoso-fía del Derecho. Introducción gnoseológica (2.a edición, Madrid, Ed. Na-cional, 1944).

(3) Las ideas políticas contemporáneas, pág. 63. Ed. Labor, 10,30.

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costosísimo que significaba dejarse gobernar por de-mócratas, y. cómo sobre los fines e intereses venían aprevalecer los arrebatos pasionales. No vamos a traeraquí testimonios de Veuillot o de De Maistre, de Bal-mes o Donoso, ni siquiera de Taine o de Joaquín Cos-ta; un tratadista tan poco sospechoso de tradiciona-lismo como León Duguit advertía lealmente: "Si hayun gobierno contra cuyas arbitrariedades importa to-mar muy sólidas garantías, ése es el gobierno popu-lar, porque es el más propenso a imaginarse omnipo-tente.'"

En los últimos tiempos, frenado ya todo lirismo,la democracia se ha estudiado, más que como doctrina,como técnica, sustituyendo la idea de dirección porla de representación y propugnándole una finalidad—tal la de mantenerse al servicio de la cultura—con el deber de limitarse a sí misma. Así, hacíanotar el profesor Ruiz del Castillo antes de nuestraguerra que no solía ya afirmarse que los más, por elsimple hecho de ser más, tuvieran razón, sino que elrégimen democrático brindaba las mejores posibilida-des para extraer individualidades selectas. Incluso al-guno de sus más calificados paladines, entre ellos Ha-rold Laski, reconocía que esa democracia aun nó ha-bía descubierto sus instituciones apropiadas, y que "de-cir que un Estado requiere forma democrática no ¿sestablecer las instituciones a través de las cuales dichaforma recibe expresión".

Esto es perfectamente razonable. Lo que resultatin tanto incongruente es la tendencia a erigir unadogmática y hasta- una mística de la democracia cuan-do el propio Kelsen la ha calificado como régimen co-rrespondiente a las épocas de escepticismo, cuando,

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SENTIDO ESPAÑOL ])S LA DEMOCRACIA

por su eliminación de toda trascendencia, ofrece unfondo relativista y tiende irremisiblemente a adoptarmatices negativos de transacción. No es por azar his-tórico por lo que la ideología liberal se nos muestratan pobre, sino por intrínseca vaciedad doctrinal, porsu radical impotencia para toda valoración, que laobliga a andarse siempre por las ramas. En consonan-cia -con ello, la lógica liberal obliga a discutir con elmismo aplomo los grandes principios y las grandes•atrocidades, limitándose luego a 'limar asperezas".Frase ésta, ya consagrada, que resulta bastante deni-grante; a decir verdad, no valía la pena levantar untrono a la razón para acabar en esta dialéctica toscade la lima...

Esa vaciedad ideológica es la que hace imposiblela colaboración fecunda del liberalismo con cualquiermovimiento de carácter positivo que responda a unaconcepción rotunda del hombre y del pueblo hacia laderecha o hacia la izquierda. Las registradas sonuniones tácticas, coaliciones de signo negativo, reser-vonas, donde hablar de ideal común es hablar porhablar. La misma proliferación: liberal-conservador,liberal demócrata, etc., confirma esa necesidad de dar-le contenido a un término que de sí lleva bien poco•dentro por su notorio pánico a atacar de frente las"nociones fundamentales.

Todos recordamos las palabras de Winston Chur-chill, vísperas de gustar las hieles del voto popular:"No creo que una organización o partido cualquieradeba llamarse democrático sólo porque va aproximán-dose cada vez más a las formas extremas de la revo-lución... Lo que menos representa a la democracia esla ley de la muchedumbre." Bueno es que figuras tan

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JOSK CORTS GEAU

autorizadas lo proclamen. Pero ¡ qué pena da escuchartodavía como mensajes de redención soflamas que-re-zuman impotencia y son pura música celestial! Aque-llos debates inefables en que un probo señor se levanta,a preguntar, con la inquietud clavada en el alma, sila represión de los excesos comunistas en tal o cualpaís no favorecerá a los grupos contrarios!... No sé,.pero temo que la gran víctima de esta guerra hayasido el principio de contradicción.

LA PALABRA DEL PONTÍFICE.

Para dejar del todo clara la doctrina y nuestraconciencia de españoles católicos, consideremos los tex-tos pontificios, en especial el mensaje de S. S. Pío XIIen la Navidad de 1944.

Ponderemos, lo primero, cómo en medio de tantojuego oportunista y de tantas vacilaciones la Iglesiacatólica mantiénese en el fiel a través de los tiempos.Sino que el clima histórico le obliga a acentuar el prin-cipio de autoridad frente a las tendencias anárquicas,,y a reivindicar las libertades frente a cuanto signi-fique invasión de la personalidad. La voz es la misma,y aun descartando su alcance como voz del Vicario de-Cristo, tiene una dignidad imponente; pero el mundo-en que cae le presta diversas resonancias.

La jerarquía eclesiástica salió constantemente a la.defensa del libre albedrío y de las libertades humanascon una lógica muy distinta a la de ciertas mezclasmodernas de materialismo y libertad. La libertad y laslibertades sólo tienen sentido desde una concepción es-piritual del hombre y de la Historia. La libertad, dor¿-

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SENTIDO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

de los seres racionales —recuerda la encíclica "Liber-tas"—• da al hombre la dignidad de estar en manos-de su propio consejo y tener la potestad de sus accio-nes. Si implica perfección —había advertido la "In-moríale Dei"—, deberá versar sobre lo que es ver-dadero y bueno, y la razón de lo verdadero y lo bueno,,lejos" de mudarse al capricho humano, persevera lamisma con aquella inmutabilidad propia de la natu-raleza de las cosas.

Olvidar este punto de partida es caer en mil con-fusiones. La Iglesia reivindica la libertad al servicio:de la verdad y del bien, de la perfección del hombre,y considera "libertades de perdición" las que se des-entienden de la religión verdadera, la que proclamauna libertad de conciencia que signifique el derecho-al error y a la culpa, o la que propugna una omní-moda libertad de expresión que implicaría el derechoal escándalo.

Bien entendido que los Pontífices limítanse aquí aconsagrar principios estrictamente filosóficos, recon-quistando el sentido auténtico de los términos. Es libre-el hombre cuando no halla obstáculos para alcanzarel bien apetecido por su voluntad racional; de ahí lacompenetración de la libertad con el orden •—compe-netración, no mera compatibilidad— y el rango de laautoridad como guía de las libertades. Para sostenerotra cosa habría que negar el" orden moral, las leyesque dirigen el pensamiento y la conciencia, o identi-ficar esas leyes con el pensamiento mismo, divinizan-do al hombre, o afirmar que el hombre tiene derechoa no respetar dichas leyes, lo cual implica un francorelativismo ético.

La rebeldía, la infracción, el error, no son dere-

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•chos, sino posibilidades del hombre, el lado funesto desu libertad, el riesgo que acompaña a cualquier don,tauto más arduo cuanto más excelso éste. Discurrir•en falso no es prerrogativa, sino caída del entendi-miento. Inclinarse al mal no es gloria, sino mengua dela voluntad. Propiamente hablando —advierte Augus-to Nicolás en El Estado sin Dios—-, más que elegirel mal, sucumbimos a él, experimentamos una caídadesde el bien. Recordemos la entraña negativa del mal.Cometerlo implica un cierto trance de impotencia. Poralgo la voz griega ««npa-tr,?» significa impotente, des-ordenado.

¿ Quién viene a remover los obstáculos para la rea-lización del bien, objeto -de la voluntad del hombre, y,por consiguiente, de su libertad? La autoridad en lasdistintas fases de nuestra vida: padres, maestros, pre-ceptores, gobernantes. "Sólo es libre el sabio", decíanlos antiguos, y el sabio es el hombre que tiene másplena conciencia de sus limitaciones. "La verdad oshará libres", sentencia la Escritura. De otro modo elsalvaje resultaría más libre que el civilizado, y el fri-volo más que el asceta, puesto que éste refrena cons-tantemente sus impulsos y aquél se lanza a cuales-quiera incitaciones en pleno* vagabundaje de su per-sonalidad. De otro modo los grandes sacrificios cons-tituirían la negación, cuando son un glorioso alardede libertad, y no reportarían paz alguna al hombre.

El mensaje de S. S. Pío XII mantiene íntegra ladoctrina secular de la Iglesia, concretada ya en tér-minos rotundos por Pío IX y León XIII.

Es funestísimo error —declara Pío IX ("Quantacura")'—• el decir que la voluntad del pueblo, manifes-tada en la llamada opinión pública o de otra manera,

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.«ENTIBO ESPASOÍV PE LA PKM.OCBACJA

es la suprema ley, libre de todo derecho divino o hu-mano, y que en el orden político los hechos consuma-dos, por el mismo hecho que se consuman, tienen fuerzalegal. Es falsa —reitera León XIII ("Diuturnumillud") la idea de que-toda potestad venga del pueblo,siendo los gobernantes simples mandatarios, y su man-dato revocable cuando al pueblo le pluguiere. Cabeque en ciertos casos los gobernantes sean elegidos porvoluntad y juicio popular; pero con esta elección, sise designa al príncipe, no se confieren los derechos delprincipado ni se otorga el mando, sino que tan sólose establece quién ha de ejercerlo. Todo menos con-siderar el Estado como una muchedumbre maestra yregidora de sí misma, fuente del derecho y de la auto-ridad ("Inmortale Dei").

Pío XII comienza registrando una situación dehecho: la oposición impetuosa de los pueblos a cual-quier "monopolio de un poder dictatorial incontrola-ble e intangible", y su exigencia de un gobierno, "máscompatible con la dignidad y con la libertad de losciudadanos"; la convicción de que precisa, para evitarnuevas catástrofes, "crear en el mismo pueblo garan-tías". "Siendo tal la disposición de los ánimos —aqui-latemos bien las palabras y hasta los giros sintácti-cos—•, no debe uno maravillarse de que la tendenciademocrática inunde los pueblos."

Pero el Pontífice, que sigTte la línea marcada pol-la "Mit brennender Sorge" contra . el nazi-fascismo,tampoco va a hacer la apología de un sistema, sinoa señalar las condiciones que debe reunir la democra-cia para su aceptación por la Iglesia y los católicos.Los textos no requieren en este punto comentario. "No ••está prohibido preferir gobiernos moderados de forma

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JOSÉ CORTS GHAÜ

popular, mientras se salve la doctrina católica acerca,del origen y el ejercicio del Poder público..." "La Igle-sia tiene la misión de proclamar al mundo, ansioso de-mejores y más perfectas formas de democracia, el men-saje más alto y necesario que pueda existir: la dig-nidad del hombre y su vocación a la filiación divina...""Si el porvenir está reservado a la democracia, una,parte esencial de su realización deberá correspondera la religión de Cristo y a la Iglesia, mensajera de lapalabra del Redentor y continuadora de su misión sal-vadora."

Afirmado esto, con lo que ya no cabe tomar lasnormas pontificias a beneficio de inventario, decláraseexplícitamente: "Nos damos cuenta de las grandesexigencias que esta forma de gobierno impone a la-madurez moral de cada uno de los ciudadanos." ¡ Comoque el propio Aristóteles había ya advertido que la"pbliteia" sólo era viable en comunidades muy disci-plinadas y sumisas!

Estudia entonces los dos puntos fundamentales,,desarrollando en parte la doctrina tomista de la pru-dencia: i.°, la democracia en los ciudadanos; 2.0, lademocracia en quiénes ejercen el Poder.

i.° El pueblo, sea cual fuere la forma de gobier-no, no debe ser elemento pasivo en la vida social, vién-dose obligado a obedecer sin haber sido oído, sino quetiene derecho a manifestar su parecer sobre los sacri-ficios y prestaciones que se le exigen. Por tanto, hayque procurar el contacto entre los ciudadanos y elgobierno, poniendo a aquéllos "cada vez en mejorescondiciones de formar opinión personal propia y demanifestarla y hacerla valer de modo conveniente para.el bien común".

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SENTIDO ESPAÑOL DE LA DEMOCEACIA

El Estado es unidad orgánica y organizadora de•un verdadero pueblo, no de una masa. ¿Cuáles sonlas notas distintivas de ambos conceptos? "El pueblovive y se mueve con vida propia; la masa es de suyo•inerte y sólo puede ser impulsada de fuera. El pueblovive de la plenitud vital de los hombres que lo inte-gran, cada uno de los cuales en su propio puesto y asu manera espera consciente de sus propias conviccio-nes y responsabilidades; la masa, por el contrario, es-pera el impulso de fuera, juguete fácil en manos delprimero que explote sus instintos o impresiones, dis-puesta a seguir cada vez una bandera: hoy ésta, ma-ñana aquélla..." "La masa, corno Nos la acabamos dedefinir, es enemiga capital de la verdadera democra-cia y de su ideal de libertad, y de igualdad."

Por donde el rasgo primordial del ciudadano de-mocrático ha de ser una exquisita conciencia de sus•deberes, de su responsabilidad y solidaridad, la con-vicción operante de que las desigualdades individualesse engranan en la unidad jerárquica y las institucio-nes sociales vivifican los principios políticos.

2.° Quienes ejercen el PodeF en una democraciahan de mantener su autoridad, sea cual fuere la formade gobierno,- como participación de la autoridad divi-na. "Ninguna forma estatal puede dejar de tener en•cuenta esta conexión íntima e indisoluble, y mucho me-nos la democracia." Los gobernantes han de tener"conciencia de la propia responsabilidad con aquella•objetividad, imparcialidad, lealtad, generosidad e in-corruptibilidad, sin las cuales un gobierno democrá-tico difícilmente lograría el respeto, la confianza y la•adhesión de la parte mejor del pueblo."

Ello requiere una orientación ideológica y una ele-

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JOSÉ COKTS GEAU

vacion de espíritu y una firmeza de carácter, cuyo se-creto es, en definitiva, ia presencia de Dios. No es-fácil cultivar las virtudes que hacen viable una demo-cracia, si desconectamos la vida política de los centrosmorales, y pocas garantías ofrece una moral vaga,desconectada de verdades religiosas concretas.

Por eso ni el liberalismo racionalista ni el comu-nismo materialista pueden ser buen caldo de cultivo.Por eso el Pontífice habla de democracia, pero no dedemocracia liberal, y nada hay en su mensaje que auto-rice a pensar en una legitimación de aquel "liberalis-mo católico, empeñado en conciliar la luz con las ti-nieblas y la verdad con el error" (4). .Hay flagranteincompatibilidad. Nosotros no podemos profesar ese li-beralismo mientras no profesemos el racionalismo filo-sófico, mientras no le neguemos a la Iglesia su misióny su rango como depositaría de la verdad, mientrasno estemos dispuestos a mirar como ideal político lasecularización absoluta. Más claro: nuestra condiciónracional nos impide equiparar las virtudes y los vicios,,y nuestra fe católica nos impide prescindir de la Re-dención en ningún sector de nuestra vida.

LA DEMOCRACIA Y EL MOVIMIENTO NACIONAL.

¿La experiencia democrática de España induce a.una nostalgia de las formas viejas? Al preguntármelo,no pienso en la última 'República; ni mucho menos ensu desagüe rojo: pienso en las fases anteriores. Lootro sería jugar con demasiada ventaja.

Entre nosotros la democracia liberal trajo una vi-

(4) Breve pontificio a La Croix, de Bruselas, en 21 de mayo de 1874..

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SENTIDO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

sión fragmentaria y terca de los problemas nacionales,,fomentando la crítica negativa, los personalismos, laobstrucción. Nuestro parlamentarismo no logró esa des-tilación en cuya virtud había de brotar la unidad comoefecto de las discrepancias y la paz como fruto dé lascontiendas. En cuanto al sentido de la responsabilidad,,alguien dijo que aquello funcionaba como una empare-dado entre dos mentiras: la del sufragio universal aba-jo, y arriba la de la responsabilidad ministerial. "Aquí—añadía Mella— responde más un funcionario de fe-rrocarriles por perder una maleta, que un ministro porperder las colonias." Prácticamente, la voluntad delpueblo reducíase a la de ciertos jefes de facción, el po-der regio moderaba sólo en la superficie los movimien-tos de la multitud parlamentaria, y los gobernantesconfundían la prudencia con cierta lentitud cazurrade maniobra, cuando no con la alevosía. Y así cundíael caso del alcalde del cuento: aquél que acostumbrabaponerse al frente de todos los motines para evitar des-manes.

¿ Cuestión de cultura ? Muchos cayeron de buena feen tal error. Cuando la política irrumpió en los claustrosuniversitarios, las sesiones a que asistí me dejaron tran-quilo a este respecto.

La soberanía teórica tradújose en servidumbre prác-tica. Tampoco parece que esto era demasiado extraño.El propio Rousseau, en el Contrato Social, declara que"el pueblo inglés imagínase libre, y se engaña formida-blemente. Sólo es libre durante la 'elección de los parla-mentarios; elegidos éstos, vive en servidumbre, ya noes nada". Nadie como Joaquín Costa describió luegoesa realidad flagrante: "El liberalismo —escribe— re-chaza la soberanía de derecho divino, pero tampoco.

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JOSÉ CORTS GRAU

acepta la del pueblo. Tú, pueblo, y yo, legislador, ejer-ceremos mancomúnadamente la soberanía; cada añola ejercerás tú el día de las elecciones, y yo los trescien-tos sesenta y cuatro restantes. El día de las elecciones-el aspirante a legislador proclama al pueblo César. Perocayó la papeleta en la urna, y se acabó la soberanía. Eldiputado, el senador, el ministro, descifíen al pueblo lacorona, echan una losa sobre su voluntad, llévanlo alCalvario del Congreso, lo crucifican a discursos y a le-yes, y le condenan si se permite opinar en contra..."

Costa escribía en el siglo pasado: ¿ qué hubiera es-crito, de alcanzar los felices tiempos en que la compe-netración del pueblo y sus mandatarios era tal, que obli-gó a tender entre la tribuna pública y los padres de laPatria una red metálica para evitar que ese afecto semanifestara con excesiva vehemencia ?

Desde su importación, el sufragio tendió a conver-tirse en simple .vocerío. Ya no se imponían los más, sinolos que más chillaban, los que carecían de escrúpulospara recurrir a cualesquiera armas. Este matonismo,ejercido progresivamente en el Parlamento y en laprensa con estupendo desenfado, es el que desaguó alcabo en la República y en la revolución roja. En 1934,por ejemplo, el órgano del partido socialista encarába-se con el Ministro de la Gobernación diciéndole que elMinistro tenía un concepto de la delincuencia, y ellosotro radicalmente opuesto. Hasta que dos años más tar-de había brotado tanta luz de estos coloquios, que lospropios ministros organizaban la delincuencia colec-tiva.

Lo cual no podía sorprender a quienes observabandesde muy atrás la hipervaloración de las pasiones in-feriores al socaire de la voluntad popular. Son legión

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SENTIDO ESPAÑOL DE LA PE13OCRACÍA

los tratadistas nuestros que prevén esa tergiversacióny ese final de una soberanía que pasa de la cabeza a lospies y a los brazos; que, destinada a domeñar los im-pulsos anárquicos, aparece como emanación de los mis-mos. La. rebelión de las masas, de Ortega, dio un aler-ta rotundo. Ortega, que antes había sentenciado neta-mente: "Tras ciento cincuenta años de halago perma-nente a las masas sociales, tiene un sabor blasfemato-rio afirmar que, si imaginamos ausente del mundo unpuñado de personalidades escogidas, apestaría el pla-neta pura necedad y bajo egoísmo." "A la esenciade la verdad le son indiferentes las vicisitudes del su-fragio universal. La coincidencia de todos los hombresen una misma opinión no daría a ésta un quilate más•de verdad; sólo nos proporcionaría una mayor tranqui-lidad y confianza subjetivas, porque, en el fondo, so-mos los hombres humildes y débiles, y nos aterra que-darnos con nuestro criterio" (5).

Cuando uno piensa que el autor de tan diáfanas afir-maciones era aplaudido en el Parlamento republicano,está ya al cabo de muchas cosas que no dicen los libros.

¿ Las consideraciones hasta aquí apuntadas permitendeducir que los españoles propugnemos un régimen ab-solutista, donde el pueblo sea anulado por la masa y lossubditos queden a merced del Poder estatal, sin reco-nocimiento efectivo de sus derechos personales ? ¡ Si pre-cisamente nosotros desechamos la democracia liberalporque de hecho había determinado esa tiranía!

(5) Notas, pág. 99, Ed. Espasa-Calpe.—¿Qtié son los valores?, Re-vista de Occidente, 1923.

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JOSÉ CORTS GKAU

El pueblo no puede ser fuente suprema de la ver-dad política, como no lo es de ninguna verdad; peroserá siempre un factor político, y su bien el objetivoprimordial de todo gobierno. El número no puede pre-valecer sobre la razón, dado que este retroceso es in-admisible en cualquier orden de la vida y de la cultu-ra, pero tampoco esto significa un desentenderse de lasreacciones nacionales. "Si se entendiese por soberaníanacional —escribía Balines—• el que ha de perecer todogobierno que tenga contra sí la mayoría de la nación,y que tarde o temprano se verá la inutilidad de los es-fuerzos que se hagan para contrariar esa fuerza irre-sistible, la soberanía nacional sería una verdad ense-ñada por la razón y escrita en todas las páginas de lahistoria con caracteres de sangre." La opinión pública—solía decirnos Renard— es como ,el coro de las tra-gedias antiguas: llega un trance en que su aliento osu reprobación son decisivos.

En cuanto al panteísmo estatal, basta un someroanálisis del hombre. Ninguno de nosotros tiende a ab-dicar de su naturaleza y atributos. Toda subordinaciónha de justificarse, como dije, por una finalidad supe-rior; tenemos —proclama la "Mit brennender Sorge"—unos derechos naturales, recibidos de Dios, "que hande ser defendidos contra cualquier atentado de la co-munidad que pretendiese negarlos, abolirlos o impedirsu ejercicio".

Pero ¿cómo se remedian las tendencias absorben-tes del Estado? ¿Adoptando una actitud erizada de re-celos y egoísmos ? ¿ Pulverizando la nación en individua-lidades dispersas? Parece ser que hasta ahora todoslos ensayos individualistas se han vuelto contra el hom-bre. Hubo un día en que el individuo y el Estado queda-

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SENTIDO KSPA5ÍOI. DE LA DEMOCRACIA

ron como las dos únicas realidades existentes en lavida política. Esto, antes que abuso, fue un lamentableolvido de nuestra naturaleza y de nuestros más vivossentimientos: ; acaso el hombre de carne y hueso, ads-crito a una familia, a una fe, a una profesión, puedeconvertirse en un ciudadano a secas, químicamentepuro, que marcha al son de una mayoría, esg'rimiendosu tabla de garantías teóricas? La realidad viene aser entonces el totalitarismo de los más fuertes o delos más hábiles, que encima acusan a los otros de in-hibición. * .

La personalidad humana ni puede ser absorbida nicabe enfrentarla sistemáticamente con el Estado, quemás bien constituye una zona de integración y desarro-llo de esa personalidad. Lo primero confírmanlo laspropias tiranías: porque lo peor de la tiranía no es laabsorción de la personalidad, sino la violencia ante laimposibilidad de absorberla. En lo segundo convienenpensadores de muy diverso campo: "Vivimos —excla-maba Paul Bourget— en una época desenfrenadamen-te individualista, y cada vez hay menos hombres au-ténticos." ¿Por qué? Porque al desarraigar al hombrede la comunidad le cegamos muchas vías de perfección.El mismo D. Miguel de Unamuno hubo de revolversecontra la "avaricia espiritual" y la moral repulsiva delindividualismo: nada más gregario —insistía— queeste anarquismo de tantos individuos que ignoran lomejor de su propia individualidad.

No cabe elegir entre la subordinación y la indepen-dencia, sino entre ser un miembro de la comunidad o unpedazo anónimo de masa colectiva. Sin entrar en eldesarrollo de la doctrina institucional, que ha sustituí-

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do la razón "Individuo-Estado" por esta otra "Indivi-duo-Institución", importa recoger una de sus conclu-siones : el Estado no es ni un monstruo ni un precipi-tado de voluntades ni una entelequia aparte, sino sim-plemente la institución de más amplio ámbito en el or-den temporal. Y en su seno se dan todas las reaccionesinstitucionales, todas Jas prestaciones mutuas, que nadatienen de mágico. La institución traspasa los límitesindividuales, y el individuo tiene un destino, una res-posabilidad y unos derechos más allá de esa institu-ción. Aunque analógicamente se considere ésta una re-lación de la parte al todo, los clásicos tuvieron ya buencuidado de advertir que el hombre no se ordena a lacomunidad política según todo su ser y todas sus cosas.

Habrá trances en que la comunidad entera gravi-te al servicio del individuo, y trances en que el bien co-mún exija el sacrificio individual. Pero, en definitiva,prevalece el hombre: "Hasta aquellos valores más uni-versales y más altos, que solamente pueden ser reali-zados por la sociedad, no por el individuo, tienen, porvoluntad del Creador, como fin último el hombre natu-ral y sobrenatural" (6).

Como fín último y como savia primerísima. Nadamás fácil en este punto qu'e demostrar la concordanciaentre la doctrina clásica, renovada por la pontificia, yel Movimiento .Nacional. "Omnes aliquam partem ha-beant in principatu: per hoc enim conservatur pax po-puli" (y). "Inútilmente esperaríamos la reforma y elprogreso colectivo si no aportáramos a la vida social el

(6) Pío XI : "Mit brennen'der Sorge" y "Divini Rcdemptoris"León XIII : "Sapientiae christianae".

(y) Summa. Tlieologica, i.* 2.a q. 105, a. 1.

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tributo de nuestra perfección personal" (8). "Quere-mos menos palabrería liberal y más respeto a la liber-tad profunda del hombre... Cuando el mundo se desqui-cia, no se puede remediar con parches técnicos: necesi-ta todo un nuevo orden, y este orden ha de arrancarotra vez del individuo. Óiganlo quienes nos acusan deprofesar el panteísmo estatal. Nosotros consideramosal individuo como unidad fundamental, porque éste esel sentido de España, que siempre ha considerado alhombre como portador de valores eternos... Ya veréiscómo rehacemos la dignidad del hombre para sobreella rehacer la dignidad de todas las instituciones que,juntas, componen la Patria" (9). "La dignidad huma-na, la integridad del hombre y su libertad son valoreseternos e intangibles. Pero sólo es de veras libre quienforma parte de una nación fuerte y libre" (10).

En realidad, no hacían falta los textos. Basta cono-cer el genio español para saber que aquí hubiera abor-tado cualquier programa político que oliera ni delejos a panteísmo estatal. Como basta ver en nues-tras leyes y asambleas el nombre de Dios para com-prender que han hallado su auténtica garantía losderechos del hombre. Hasta en las cumbres de ,1o so-brenatural supimos siempre mantenerlos: mientras losmísticos de otras latitudes se entregaban a derretimien-tos panteístas, nuestros santos y santas diríase que enla unión mística guardaron las distancias, celosos desu personalidad, frente a Dios mismo.

(3) Cardenal Goma: "Horas graves".(9) Discurso fundacional: "España y la barbarie" (3-III-1935); Dis-

curso sobre la revolución española (19-V-193S).(10) Punto VII de las "Normas programáticas".

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LA ESPAÑA PEREGRINA.

Recapitulemos. Nosotros nos resistimos a embar-carnos en una aventura demoliberal: a) porque san-gramos todavía de la reciente; b) porque ello signifi-caría un fraude histórico; c) porque, pese a la aparen-te euforia de las sirenas, los grandes demócratas reco-nocen que el concepto y sus formas están en crisis;d) porque pugna con nuestra dogmática y nuestra éti-ca cristianas.

Pero, frente a la perplejidad de los unos y frente alas desvergonzadas mixtificaciones comunistas, reivin-dicamos la democracia auténtica al dictado del Pontí-fice. En efecto:

a) Nuestro Catolicismo nos hace calibrar exacta-mente la responsabilidad del gobierno y la dignidaddel hombre, sin apelar a componenda alguna.

b) Nuestro tradicionalismo nos hace contar, nosólo con los que ahora son, sino con los que fueron; yal cabo hemos votado el nuevo régimen con un voto bas-tante más sincero y eficaz que el de las papeletas: el dela propia sangre.

c) Tenemos un precepto que supera todos los sue-ños comunistoides: el amar al prójimo como a nosotrosmismos.

d) No ahora, sino en los comienzos, cuando elmundo parecía orientado hacia otros rumbos, afirmá-bamos un Punto VI, de pura estirpe democrática: "To-dos los españoles participarán en el Estado ["omnespartem aliquam habeant in principatu..."] a través desu función familiar, municipal o sindical."

e) Nuestra política social es más avanzada que la

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SEN'TIBO ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

de los pueblos llamados democráticos, y nuestro senti-miento racial de igualdad facilita la comunicación delas distintas clases.

f) Nuestra forma consustancial, la Monarquía,lia sido eminentemente democrática. Hablo de la Mo-narquía tradicional, no de los engendros doctrinarios,mero remate heráldico —en frase de Mella— de lasnuevas oligarquías. Nuestros monarcas fueron losgrandes defensores del pueblo contra los intereses eintrigas de ciertas clases, y este rasgo lo heredaronhasta los representantes de la Monarquía doctri-naria.

Quiero decir que no aspiramos a introducirnoscomo polizones en el recinto democrático, sino que so-mos los portadores de las verdaderas esencias demo-cráticas, de las únicas que pueden remediar la desola-ción de la tierra. Y, ¡ por favor!, no se mezcle esto conla cuestión de la tolerancia y la intolerancia: la cari-dad va infinitamente más allá que esas tolerancias na-cidas del escepticismo o de la indiferencia.

En audiencia concedida a los miembros de la Mi-sión Naval española, el Santo Padre les recordabaaquellos versos de Prudencio: "Hispanos Deus adspicitbenignus." Y parece que un ilustre prelado tradujo asíla idea: "La Providencia nos está protegiendo escanda-losamente..." Lo cual debe tener su explicación en unmandato, que estamos obligados a dilucidar y aceptar.O el mundo marcha a su final, supuesto perfectamenteverosímil, o nuestra península constituye el baluarte queDios reserva para una reconquista que tiene alcance denueva Redención. Entiéndase esto bien: no digo queel Señor necesita de nosotros, digo que parece que nosha escogido como instrumento. De cualquier modo que

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ello fuere, nuestra suerte pende de la fidelidad a laProvidencia y a la Iglesia, que es la que ha salvado entodas las catástrofes los restos que merecían salvación,,y la que salvará los postulados de la auténtica demo-cracia.

Nosotros tenemos, en nuestro digno encastillamien-to, abiertas las puertas a quienes tengan ojos para verla realidad española. Quizá Dios se valga de ese mal-sano interés que despierta España para hacer que aflu-yan aquí los hombres de buena voluntad y compongansu brújula muchos despistados. ¿De verdad constitui-rnos un peligro para la paz del mundo? ¿De verdadmalograríamos con nuestra presencia los problemáticosfrutos obtenidos hasta ahora ? Vosotros, los que nos co-nocéis, los que habéis despertado aquí del mal sueño delas propagandas, deteneos un instante y contestad.

A los que salisteis vencidos, y queréis volver nadamenos que a gobernarnos (!), quizá fuera inútil deci-ros nada, y no seré yo quien pierda el tiempo en ello.Un día se preguntaba Chateaubriand: "¿Por qué ex-ceso de imprudencia unos hombres, que deberían ponertodo su empefío en hacerse olvidar, son los primeros enponerse a la vista, en escribir, en dirigir actas de acu-sación, en sembrar la discordia, en llamar sobre sí laatención pública ? ¿ Quién se acordaba de ellos ?" Acor-darnos, sí nos acordamos, pero no para añorar vuestroretorno. El truco es demasiado burdo: aun dando quealguna vez virásemos hacia pasadas formas, ¿seríalícito pensar que estamos con vosotros? Cuando elPapa habla de "la parte mejor del pueblo", ¿es posibleque os sintáis aludidos ? Sólo hay un camino digno paravolver, y ése os lo señaló el título de una revista saca-

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SEKT1B0 ESPAÑOL DE LA DEMOCRACIA

da a luz por un grupo de intelectuales: La España Pe-regrina.

El título es feliz y conmueve, sobre todo a quien tie-ne allí amigos entrañables. ¡La España Peregrina!...No la España errante. Todos, cerca o lejos, somos pe-regrinos de esta Patria nueva, y todos tenemos culpasque purgar. Por tales sendas de romería apasionadaya sería más fácil encontrarnos. •

JOSÉ CORTS GRATT.

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