Semblanzas de Eleodoro Benel

48

Transcript of Semblanzas de Eleodoro Benel

PRÓLOGO Yo soy un cholo chotano, de esos de machete en mano, de aquellos tiempos de Benel, de Eleodoro Benel; inicio de la letra de un huayno muy popular entre los Chotanos, la misma que nos lleva a esos tiempos en que germinaba un levantamiento armado con el propósito de combatir al dictador gobierno de Augusto B. Leguía.

Eleodoro Benel no fue un “BANDOLERO” que robaba ganado, fue un gamonal dueño de muchos fundos y gente a su servicio, diestro en los negocios en la costa. Luchador de las injusticias, con muchos amigos y por ende muchos enemigos como los “bandoleros” y “cuatreros” y la rivalidad con otros hacendados que buscaban eliminarlo, por otro lado al ser partidario de cierto partido político y apoyar sus causas lo llevo a ganarse muchos detractores y convertirse en enemigo del gobierno.

En su última etapa se unió a la insurrección de Osores y Balcázar cuyo objetivo era no permitir la reelección de Leguía y acabar con los abusos y corruptela imperante en Chota, más esta revolución termino sin éxito, con Alacazar fusilado y Osores en prisión, Benel toma el mando y continua en esta lucha, liderando exitosas enfrentamientos con las fuerzas del orden, haciéndose famoso porque nadie lo podía capturar, pero llega un momento que se siente sitiado ya sin armas ni alimentos se debilita y llega su final por una traición de su compadre espiritual, luego de su muerte se convirtió en un personaje de leyenda.

Es de entender por qué el autor de estas Semblanzas decidió el anonimato, con la muerte de Benel hablar en favor de él era condenado por el gobierno de ahí que autor haya preferido la firma “Por Un Chotano”

Un Chotano Cabracanchino

CAPÍTULO I TRONCOS ILUSTRES

¿Quién es la familia Corvo Zuloeta?

Es la fuente de donde han emanado ramificaciones no menos

ilustres, llenos de marcado orgullo por su abolengo; ramificaciones que

kan ido a enraizarse a distintos lugares de la República, manteniendo

siempre la preponderancia de la estirpe.

Todo el valle de Santa Cruz pertenecía por entonces a la familia

Corvo Zuloeta.

Su casa señorial la tenían establecida en Santa Cruz.

Descienden de este hermoso tronco los Gonzáles, los Burga, los

Orrego, los Ugaz y tantas otras familias de vasta popularidad en las

distintas actividades humanas.

¿Y DON MANUEL ZULOETA?

Un viejo rico, dueño de tas haciendas Polulo, Samana, Uticyacu

y Ninabamba.

Un viejo acostumbrado a la ostentación, a gastar en saraos y

diversiones públicas; en socorrer al indigente y sostener al débil. Su

vida guarda armonía con la usanza de esos caballeros andantes que

luchaban por su Dios, por su Patria y por su Dama.

Se dice que una noche hermosa, al conjuro de un amor platónico,

una señorita recibía como demostración de afecto de manos del amante,

las escrituras correspondientes a la hacienda Uticyacu.

Así eran los hombres de aquellos tiempos...

Así fue el abuelo de Eleodoro Benel Zuloeta...

Esta es la razón por la cual Uticyacu pasó a ser administrado por

los Díaz; descendencia que no ha desaparecido hasta estos días y que

vive en continuas luchas sangrientas con los Vargas de Ninabamba.

CAPITULO II LIGERA RESEÑA HISTÓRICA ACERCA DE SU NACIMIENTO Y

JUVENTUD

Vivían en el fundo «La Samana» dos consortes en completa

armonía, llenos de inmensa dicha, felices con la cosecha que

anualmente le ofrecían sus tierras exuberantes y de una vegetación

admirable.

La envidiable pareja la componían don Andrés Benel y doña

Mariquita Zuloeta, personas honradas y respetuosas, esclavas del

trabajo y de la perseverancia.

Pasaron algunos años de esa vida metódica y sin las

perturbaciones que siempre ofrecen los campos, cuando en 1870, doña

Mariquita daba a luz, en medio del júbilo de don Andrés, un niño que

vino a completar aquella felicidad y a formar el encanto de sus padres.

Por unanimidad pusiéronle por nombre ELEODORO y como tal

recibió el santo bautizo.

Su infancia no ofrece nada de notable, a no ser su carácter siempre

altivo que revelaba en todos sus actos, algo taciturno y silencioso,

ejecutaba lo que decía; de un aire marcial que casi de continuo ponía en

pugna a las muchachas vecinas.

A la edad de 21 años entra de lleno en sus negocios, viaja a la

costa donde adquiere vastas relaciones políticas y comerciales, merced

a su mano desprendida y franca; y, con instrucción secundaria ( 1 )

incompleta emprende negociados que le representan ganancias

enormes. Así implanta establecimientos comerciales en Chota,

Hualgayoc, Bambamarca y «La Samana». En Cayaltí establece una

contrata de 400 peones, y por último se abre ancho campo en la esfera

económica.

Su predilección por el juego de la pinta es grande; temerario en

escena, se hace temer cuando en medio del fragor del juego, dice:

«treces de a diez mil soles». Sereno en la pérdida, se retira amablemente

como si jamás hubiese perdido un centavo.

1 Cuando cursaba el 2º año de secundaria, abandonó los estudios secundarios en compañía de sus amigos

Celso Guerrero y Crusho Bances y viajaron a Lambayeque, alistándose en las filas del Coronel Teodoro

Seminario (alzado en armas contra Andrés Avelino Cáceres en apoyo a don Nicolás de Piérola)

Sus luchas sangrientas, su vida accidentada, sus cuitas

mitológicas al parecer, comienzan desde el año de 1910, época en que

entran a servirle dos hombres propios, neta y exclusivamente aptos para

ejecutar sus mandatos irrevocables.

Esos hombres responden a los nombres de Misael Vargas y

Catalino Galarreta. (Este último murió en un combate con el Teniente

Montoya). Dos tiradores eximios, de un valor a toda prueba,

atrabiliarios e intrépidos.

Por supuesto también había otros muchachos de no menos coraje,

que nunca se arredraron ante el peligro, al que lo buscaban

intencionalmente por sobresalir el uno al otro. Desde aquel año

comienza los combates entre los benelistas con los Díaz de Uticyacu;

combates que duraban 4 y hasta 5 días cada bando atrincherado era

inexpugnable.

Rara vez la fuerza intervino en perseguirlos, y en cada intento

siempre sacaba la peor parte, y más bien senda de irrisión; esto

envalentonaba más a ambos contendientes quienes se preparaban para

un nuevo encuentro, para darse una visita, o para urdir una sorpresa

trágica.

Desde 1910 vemos a Eleodoro Benel convertido en caudillo;

proclamado por la fuerza el Rey y señor de las provincias contiguas a

su fundo.

Su pasión por las mujeres bonitas fue grande. Santa Cruz, cielo

privilegiado, fue el teatro de sus goces, Hizo hermosas conquistas. Para

él: plaza sitiada, plaza tomada. Todas las batallas de este género las

ganó a costa de su peculio y buen porte. Era entonces un Valentino, ojos

negros, nariz perfilada, boca chica, cutis capulí, pelo crespo, ceja y

barba espesa, alto, delgado, elegante y con dinero, prendas suficientes

que lo llevaron al triunfo y a la meta de sus aspiraciones.

CAPITULO III ASTUCIA... VENGANZA...

ELEODORO BENEL estaba acostumbrado a mandar

imperativamente y a ser obedecido en el acto. Pobre del que desacatara

sus órdenes. Era calificado como cobarde y no debía existir.

Entre sus colonos había una familia Ramos muy numerosa, vivían

en una sola casa y los tres mocetones Raimundo, Domingo y Baltasar

eran altivos, corpulentos y de malas inclinaciones. Se hacían respetar

con los vecinos y nunca se desapartaban, siempre andaban juntos. Un

día se resistieron a obedecer una orden que Benel había impartido;

fueron despedidos de la hacienda y se refugiaron en la hacienda de

Llaucán desde donde juraron venganza.

Los cholos Ramos, conocidos por este tratamiento, sin hogar,

vivieron desde entonces una vida errante y vegetativa, se entregaron al

pillaje; y merodearon siempre alrededor de «La Samana», tras de Benel

andaban, no lo perdían de vista, sólo esperaban el momento oportuno

para quitarlo de en medio.

Bien pronto los cholos Ramos adquirieron fama de criminales de

alta escuela; donde llegaban eran bien recibidos, hacían lo que les venía

en guisa, y todos callaban por temor a perder la vida.

Así pasaba en la sierra por los lugares de Chota, Hualgayoc,

Santa Cruz y Bambamarca, durante el año de 1913 y siguientes. Ha

terminado octubre, estamos 16 de noviembre, Benel a su regreso de la

capital debía pasar aquel día por las inmensas jalcas de Quilcate y

obligadamente por el sitio donde lo aguardaban los cholos Ramos en

número de 12. El ignoraba la celada que se le había tendido. A cada

instante se aproxima al lugar donde están sus más encarnizados

enemigos; ¿Cuál será la muerte que le tienen reservada esos hombres

sedientos de venganza y llenos de hidrofobia?

Con pistola en mano asoman de vez en cuando la cabeza e

inspeccionan el campo, el menor ruido le atribuyen a la futura presa.

Son las dos de la tarde, tres cóndores cerca hacen su festín, bien

pronto levantan el vuelo como perseguidos por algún transeúnte.

Ahí viene... dice Raimundo, alistarse... En silencio, bien

apostados, en postura de tiradores esperan el momento. Faltan 10 pasos,

uno... y pasó... pasó aquel hombre misterioso y providencial.

Benel al desembarcar en Chilete encomendó la carga a un arriero

y él siguió su camino. Al emprender la jalca desmontóse

repentinamente, dejó su caballo y todas sus comodidades, tomó un viejo

rocinante que por ahí pastaba y montando en pelo, con los pies casi

arrastrándose por el suelo, un enorme poncho y un viejo sombrero pasó

por delante de sus verdugos.

Ante esta silueta los cholos pensaron en que sería algún infeliz y

lo dejaron pasar.

Cansados de esperar, resuelven darle el asalto en su propia casa.

Chacchando coca recorren 12 leguas en toda la noche. A las 4 de la

mañana se apostaban al rededor del castillo de Benel y aguardan las 6,

hora en que se levantaba todos los días, para ejecutar sus planes.

CAPITULO IV LA CASA HACIENDA

Digna de mención y del estudio arquitectónico ha debido ser la

casa habitación del más célebre de los caudillos de la época. El año

1925 fue demolida desde los cimientos por las tropas del Gobierno, por

haber puesto aquel sus armas al servicio de las tropas revolucionarias

encabezadas por el Dr. Arturo Osores.

Era por aquel entonces un verdadero reducto, una fortaleza al

parecer inexpugnable. El mismo Benel dirigió su construcción sin más

braceros que su propia gente. De 2 pisos: el primero ostentaba un

magnífico salón bien montado, donde pasaban horas de placer los

Subprefectos y los jueces que continuamente lo visitaban, más allá, en

una esquina, se encontraba la bodega y el almacén de mercaderías.

En el interior tenía los cuartos dormitorios para los huéspedes. En

el segundo piso estaba el arsenal, como que ahí también pasaba sus

noches de insomnio con su familia; parecía más bien una torre, llena de

ventanitas semicirculares, trincheras seguras y bien dispuestas desde

donde se dominaban todos los contornos. Tal era la casa de Benel en

1917; a 10 cuadras a la redonda había una serie de casitas, asilo de sus

peones y soldados que lo seguían a todas partes y cuidaban de su vida

más que de la suya misma.

CAPITULO V EL DESTINO LOS ARRASTRA... ESTABA ESCRITO...

Santa Cruz es una ciudad ideal tanto por su plano, como por sus

bellas mujeres, de clima templado, tiene terrenos exuberantes, sus

habitantes ricos y hospitalarios se dedican al cultivo de la caña de

azúcar. La corriente comercial de este importante distrito es con

Chiclayo, emporio del comercio del norte; después, en lo judicial, como

depende de la provincia de Hualgayoc, tiene vinculaciones estrechas

con esta capital.

Motivos judiciales llevaron a los señores Herminio Segura y

Eladio Estela de Hualgayoc a Santa Cruz. El primero tan conocido

dentro y fuera del departamento, de vastas relaciones sociales, y de justa

fama en las defensas que en él confiaban los litigantes, era defensor de

Benel en los juicios que este tenía. De tránsito llegaron estos caballeros

a «La Samana» la tarde del 28 de noviembre de 1917. Casi al mismo

tiempo llegaba un hombre emponchado y pobremente vestido, montado

en un caballo desprovisto de montura, jergas y freno.

CAPÍTULO VI EL RECONOCIMIENTO

La familia de Benel tan luego se presentaron los huéspedes

amigos se deshizo en atenciones; haciendo caso omiso y pasando una

mirada despreciativa sobre el hombre desconocido que acababa de

desmontarse y que, apoyado en uno de los pilares de casa, dejando su

cabalgadura a su albedrío, miraba de soslayo la escena familiar. Un

chico travieso y curioso, acostumbrado a jalar del poncho, o a buscar en

los bolsillos de los que por allí tocaban, acercóse a practicar tal

operación con el desconocido, cuando al levantar la vista ve en él la

imagen de su padre y corre dando gritos: «mamá, mi papá, mi papá está

aquí, él es...». El astuto Benel no se dejó esperar, inmediatamente

avanzó hacia ellos y sonriente descubrióse y luego abrazando a todos

los circunstantes, que atónitos lo miraban, les contó el porqué de aquella

transformación.

CAPITULO VII LA COMIDA

No se puede imaginar el ambiente de cordialidad y verdadera

dicha que en aquel castillo y a esa hora se respiraba. Benel departía

alegremente con su apoderado, sin mencionar el estado de sus juicios,

relataba su estada en Lima, las atenciones de altos personajes políticos,

los paseos, etc., y de vez en cuando, después de cada potaje, empinaban

el codo saboreando un exquisito Bourdeux. La comida terminó a las 9

de la noche.

Levatóse la mesa y pasaron a la sala a jugar un rocambor mientras

llegasen las doce para acostarse. (Así dijo Benel refiriéndose a la hora,

sin tener conocimiento de los doce bandidos que venían en su

búsqueda.)

LLEGA EL ARRIERO

Benel llega a Chilete, entrega su equipaje al arriero y emprendió

viaje solo como ya lo hemos visto.

A las 11 más o menos llegó el arriero; los baúles y maletas se

depositaron en la bodega.

BUENAS NOCHES...

Supongo que ustedes estarán rendidos, es preciso acostarse, ─ dijo

Benel a sus huéspedes ─, ahí tienen sus camas; mañana después de

desayuno seguirán viaje, ¿verdad? Buenas noches. Y subió a los altos,

dejando a sus amigos con quienes no volvería a verse más.

CAPITULO VIII EL ASALTO

Cuatro de la mañana del 29. La madrugada está penetrante y

ofensiva con su fría escarcha, tupida niebla y horrenda oscuridad.

Grande y profundo el silencio que hay en el interior de las habitaciones.

Los aullidos de los leales se repiten; son las 4 de la mañana, las aves

agoreras desde las alturas de los cerros dejan oír sus lúgubres cantos,

talvez ellas únicamente ven avanzar ese grupo compacto que cada vez

se acerca más a dar fin al dueño y señor de esos lugares. Todo indica el

desarrollo de algo inaudito que la imaginación no alcanza quizá a

concebir; la naturaleza preludia la tragedia, por eso ha enlutado su cielo

y ocultado sus estrellas diamantinas para que no presencien la

inmolación inocente de víctimas inmaculadas.

Los Ramos conocían muy bien las costumbres y usos de Benel; si

habían sido sus colonos y habían frecuentado la casa como semaneros;

en aquel entonces Benel dormitaba con su familia en los pisos bajos; en

el lugar donde hoy están profundamente dormidos nuestros dos

huéspedes. Además, sabían también que el patrón se levantaba

reglamentariamente a las seis en punto y abría inmediatamente la

bodega. Tal el motivo que los obligó a aguardar esa hora para no errar

el golpe, y permanecieron así de barriga tendidos a 5 pasos de las

puertas. Reinaba un silencio de sepulcro. Ni los perros guardianes

denunciaban la presencia de los malhechores.

A medida que se anunciaba el día, que los gallos menudeaban y

que uno que otro pajarito comenzaba a ensayar la oración matinal, los

asesinos se ofuscaron y sin más preámbulos ni divagaciones resolvieron

echar abajo las puertas y coger a la presa tan deseada en su lecho. Como

nunca, Benel habíase quedado adormecido por las fatigas del viaje y

faltaba por vez primera a su horario.

Son las seis de la mañana... Todos a una fuerzan la puerta

designada a culatazos, y, pistola en mano, unos y puñal, otros, penetran

y se dirigen al lugar donde creen encontrar a Benel. A la simple vista

de unos bultos que casi juntos yacían envueltos en grandes sobrecamas,

los atraviesan con sus dagas y los dejan inmóviles... para siempre

muertos sobre un charco rojo de sangre.

CAPITULO IX LA DEFENSA

Después de consumados estos dos crímenes, los asesinos viendo

truncados sus planes pensaron en el robo y abriendo una puerta que

daba acceso a la bodega y almacén, se posesionaron de todo lo que esos

depósitos contenían. Cada cual despojado de sus viejos harapos tomó

un vestido de Benel, camisa, zapatos y en un instante parecieron

apuestos caballeros. Del cajón sacaron 6,000 soles, en oro dos mil y en

cheques, 4 mil; de lo primero se repartieron, lo demás los regaron por

el suelo.

Desde el primer momento Benel y los suyos se dieron cuenta que

se trataba de un asalto, y lejos de trastornarse, precipitarse o

confundirse, se vistió con la tranquilidad de costumbre, ídem su mujer,

hijos e hijas, bien pertrechados cada cual fue a ocupar su lugar en una

ventana o trinchera.

Como los bandidos al entrar no habían hecho un solo disparo, e

hicieron uso solamente de arma blanca, los peones de Benel no podían

acudir en su auxilio; comprendiéndolo así Benel hizo una serie de

disparos al aire porque no veía al enemigo, pues éstos, no sabemos la

causa, se encerraron completamente con las puertas bien trancadas.

Al oír la gente de Benel los disparos; comprendió el peligro en

que se hallaba su patrón, y acudieron en son de combate todos a una.

Cual galgos se descolgaban por esas abruptas peñas. Tan luego llegaron

cerca de la casa invadida, la rodearon formando un círculo a fin de que

ninguno de los asaltantes pudiese escapar. Tan próximos al jefe estaban

que podían oírle la voz que les decía «No hagan fuego, esperen ya

saldrán... entonces sí. Ellos están abajo. Estoy salvo, no tengan cuidado.

Es preciso que den aviso a Hualgayoc, que manden la fuerza» Veloz

como el rayo partió el expreso y en breves instantes se conocía en

Hualgayoc los graves sucesos de «La Samana». La noticia cundió por

todo el departamento.

CAPÍTULO X MUERA SANSÓN CON TODOS SUS FILISTEOS

Los cholos Ramos se encontraban trastornados sin saber lo que

debían hacer; más parece que buscaban la manera de evadirse y poner

el pellejo a salvo. Bien sabían que estaban rodeados por los leones de

Benel; además habían oído la orden dada para que demanden el auxilio

de la gendarmería de Hualgayoc, de modo que esperaban de un

momento a otro ser capturados o muertos. Subir a los altos era

materialmente imposible, allí les aguardaba una muerte próxima y

segura.

Doce hombres con vestidos a la moda actual, con ricas telas, se

paseaban atropelladamente, con las corbatas mal puestas y los zapatos

cambiados. Uno de ellos, Raimundo, el más astuto, tuvo una idea

salvaje, propia de esos seres que no sienten ni quieren; tal era el deseo

de exterminar a Benel que reunió a sus compañeros y les dijo:

Dentro de dos o tres horas estaremos cercados por la fuerza

pública y por nuestros enemigos. No nos dejarán por ningún motivo con

vida. Si en este rato abrimos la puerta nuestros cuerpos serán blanco

seguro de las balas de los que nos tienen rodeados. En uno u otro caso,

moriremos, cobardemente, sin matar a nadie He pensado una cosa: ahí

tenemos un cajón de dinamita, prendamos la mecha, la explosión echará

la casa abajo desde los cimientos sepultándonos a nosotros junto con

Benel y todos los que arriba le hagan compañía. Así moriremos

gustosos. Y... ¿qué dicen?

A la obra, a la obra dijeron todos, está muy bien, así debe ser. Y

sin perder tiempo cogieron el cajón y lo colocaron en una excavación

que luego hicieron bajo de la puerta que dividía la bodega de la sala de

recibo. Raimundo, él mismo se eligió para encender la mecha; antes les

dijo: «muchachos los que aún quedasen con vida y puedan escapar,

háganlo, en buena hora. Vamos, acomodarse, es la hora».

Cobardemente se agazaparon los asesinos en un rincón distante de aquel

fatídico cajón. Raimundo con un cigarro en la boca se acerca, toma la

mecha, la prende y se retira diciendo en voz atrevida y resuelta: «Muera

Sansón con todos sus Filisteos».

CAPITULO XI EN LAS GARRAS DE LA MUERTE

Por ser la mecha demasiada larga demoró la explosión todavía 5

minutos. Mientras los cholos pensaban en huir si salían ilesos de

semejante aventura, Benel y su familia pensaban en la venida de la

tropa, en la prisión de los cholos, y una mirada de satisfacción surgía en

toda la aguerrida familia. Ignoraban, el cataclismo que iba a realizarse

a sus pies, al conjuro de una mecha. En tales circunstancias explosionó

la dinamita, una nube espesa de polvo se levanta densamente sobre la

casa y los lugares cercanos, mientras desaparecía la violenta sacudida

terráquea. Los bandidos vieron caer la pared del frente y aprovechando

la oscuridad, la confusión entre la gente de Benel y sintiéndose aptos

para huir, salieron vertiginosamente en distintas direcciones. Benel que

jamás perdía la serenidad soportó la detonación con un estoicismo

admirable, y así que divisó un grupo que corría a cierta distancia,

dispara su carabina y hace blanco en el cuerpo del famoso criminal

apellidado Uriarte. Los 11 restantes salváronse dejando los cuerpos de

los infortunados Segura y Estela bajo los escombros de una pared.

CAPITULO XII LOS COMENTARIOS

Diversos eran alrededor de asalto tan sonado; más se aseguraba

que de los 12 asaltantes ninguno había escapado que habían sido

carbonizados y reducidos a cenizas.

Los periódicos llamaron la atención de las autoridades y pedían

se constituyera el Juez de Primera Instancia a instaurar el sumario

respectivo. Si vamos al fondo del asunto; casi todos los espíritus estaban

predispuestos contra Benel; la política sobre todo le hizo mucho daño.

Desde Cajamarca se le tramó la red, y aprovechando de los sucesos del

28 de noviembre la Corte comisionó a un Juez adoc que ejecutara sus

planes.

DESPUÉS DE LA HUIDA

Benel con los suyos bajaron inmediatamente y se unieron a su

gente procediendo en seguida a desenterrar los cadáveres del

infortunado Segura y del joven Estela. Luego se dirigieron al lugar

donde había caído Uriarte, se encontraba muerto bajo un cerco de

piedras.

LLEGADA DEL JUEZ Y LA TROPA

Pasaron todavía más de ocho días para que se constituyera el juez

de Primera Instancia de Cajamarca Dr. José del Carmen Gallardo y la

fuerza pública que en número de 25 estaban comandados por el teniente

Coimeras, el Comisario de Santa Cruz Julio Vargas con 10 gendarmes

y un alférez de Hualgayoc con 15. Cincuenta hombres debían ejecutar

el plan de capturar a Benel. Una vez en «La Samana» el juez Gallardo

acompañado del Escribano Temístocles Montoya y del médico titular

de Chota y Hualgayoc Dr. Hermógenes Coronado Vigil levantaban el

sumario con la autopsia de los tres cadáveres y demás diligencias del

caso.

CAPÍTULO XIII LA PRISIÓN DE BENEL

Este se deshizo en atender a los ilustres huéspedes, haciéndoles

pasar dulces momentos y colmándoles de obsequios y mil atenciones.

Pero nunca se imaginó que estaba ya decretada su prisión. La víspera el

Juez dispuso que el Teniente Contreras invitara a Benel en el momento

de partir para que los acompañara. Al siguiente día llegada la hora se

despidieron los huéspedes de toda la familia inclusive de Benel;

Contreras que había quedado al último también hizo lo mismo y al

llegar a Benel, éste le tendió los brazos como para estrecharlo en señal

de agradecimiento, pero cuál sería su extrañeza al oír que le decía

«señor Benel tenga la bondad de acompañarnos». Desde ese instante

comprendió de lo que se trataba y sin titubear le contestó:

«precisamente, mi caballo está listo» y ordenando a su familia que no

hiciera nada por quitárselo, montó con agilidad y siguió en medio de

los viajeros.

Cuando llegó a Hualgayoc encontró 50 hombres más que habían

destacado de Cajamarca temerosos de que su gente lo arrebatara en la

solitaria jalca de Yanacancha.

CAPITULO XIV BENEL EN LA CÁRCEL DE CAJAMARCA

El 15 de diciembre de 1917 entraba por la calle real el célebre

Eleodoro Benel Zuloeta, en medio de 100 hombres y de la admiración

de la gente que quería conocerlo. Vestía saco azul, pantalón blanco de

montar y de lana abatanada; bota granadera de cuero ruso; llevaba sendo

pañuelo de seda fina al cuello y un enorme sombrero alón. Sonriente y

sereno atravesó la calle real. Conducido a la cárcel se desmontó e

ingresó sin dar muestra de disgusto. Entre la gente del pueblo se dejaron

oír algunas vivas a Benel, muchos le tocaron palmas y le sacaban el

sombrero. En verdad que no sabemos por qué Benel era tan querido y

como subyugaba con su mirada y su espeso mostacho retorcido hacia

arriba a lo Kaiser; a pesar de que su voz era de tiple, muy fina.

Benel recibía visitas diariamente de lo mejor de la sociedad

cajamarquina, todos le ofrecían sus servicios y se ponían a sus órdenes.

Aunque carecía del don de gentes, en cambio tenía una peculiaridad que

en sus actos y palabras revelaba franqueza, sinceridad. Él era extremo,

no medio en sus mandatos o destruía o edificaba. “Todo o nada”, era su

vocablo. Fundido en un solo molde era temible como enemigo; él a

nadie le reconocía superioridad en lo relativo a su valor; miraba a sus

enemigos como seres diminutos e inútiles; él no los discutía, más bien

los miraba con desprecio.

La cárcel no me amedrenta, decía, sino la forma solapada como

me han capturado; mañana cuando esté libre tendré cuidado especial de

llevar a mi hacienda a Gallardo para que hile un poco de lana.

CAPITULO XV DE CÓMO EN LA PRISIÓN PIERDE OCHO MIL SOLES EN DINERO Y

ALHAJAS

El señor Lusiche tan conocido en la provincia de Pacasmayo es

un hombre inteligentísimo, alto, erguido y grueso, muy aficionado al

estudio de la Astronomía, como que pasa noches enteras en convivencia

con las estrellas. Sobresale y es docto en el juego de la pinta, decente

en su proceder, ha derrochado unas cuantas decenas de miles de soles.

Antes de entrar en materia permítasenos el lector dar a conocer

una emocionante anécdota que se relaciona con este caballero. En el

año de 1916 paseaba por Sudamérica; al llegar a Chile, una noche de

mayo le sonrió la fortuna jugando al póker con unos millonarios

santiaguinos, al cabo de dos horas había ganado 300 mil pesos, siguió

jugando hasta alcanzar a la considerable suma de 2 millones y medio,

eran las 4 de la mañana y ya pensaba en pedir un extra hasta Buenos

Aires y de allí pasaría a la Europa, pasearía Monte Carlo, y... la mar.

No había transcurrido una hora de haber levantado tan gigantescos

castillos que el infortunado Lusiche no contaba ni con un peso suyo. A

las 6 se retiraba con un estoicismo admirable. Quien quiera que conozca

a este caballero que reside en Pacasmayo; no dejará de encontrar un

temple y sangre fría dignas de simpatías y respeto. Así es el personaje

que, como ya veremos, persigue a Benel y lo coge en la prisión.

CAPITULO XVI PINTA: 8 MIL SOLES...

El sonido monótono y descompasado de los silbatos de los

celadores causaba fastidio; pasar por la calle real era imponerse un

castigo, los cachacos celosos por el cumplimiento de sus deberes no

cesaban un minuto de comunicarse simultáneamente. Serían las 7 de la

noche, por media calle ─diremos─ avanza un cuerpo casi inanimado,

haciendo zig zag y describiendo miles de formas geométricas. Va en

son de combate buscando camorra con todo el que por su lado pasa,

también dirige sátiras a los cachacos y les ofrece una gran paliza. Al oír

tanto improperio un guardia de sangre ardiente le aplicó

matemáticamente la cadena de la ley y se lo llevó a guardarlo al cuartel.

Al llegar al mencionado lugar el jefe de la guardia y el Alcaide le

pidieron su nombre para pasarlo a lista. «Me llamo Germán Lusiche»,

contestó ásperamente y con los ojos que se le cerraban, «yo soy muy

hombre y cuidado... ».

«Está mareado», dijeron, y luego lo dejaron solo en el patio de la

cárcel.

Lusiche esperó que todo se asilenciara a fin de llevar adelante su

plan preconcebido. Una vez que así fue avanzó donde el aposento de

Benel quien dormía tranquilamente, levantóse a la llamada y ante la

presencia de Lusiche, al oír su fino trato, y demás ritos de un hombre

educado y de mácula, no hay duda que simpatizó muchísimo. Después

de una hora de tocar diversos puntos llegaron al de la pinta y sin

presentar inconveniente ninguno de los dos, se propusieron centavear

como por pasar la noche. Digno espectáculo cómico: dos hombres a

través de una reja haciendo rodar los dados sobre un poncho tendido en

el suelo. Algunos meses hacían que Benel estaba preso y no había

agarrado el dado que era su hábito. Ya es de imaginarse el gusto con

que ahora estaría nuestro célebre caudillo. Tenía alrededor de 5 mil

soles en dinero y anillos de brillantes. Así pasaron la noche estos ases

del juego sin hacerse mella; al día siguiente Benel salió de las rejas y

entonces buscaron un sitio apropiado y más cómodo para el juego,

mientras se le cumplieran las 24 horas reglamentarias a Lusiche.

Casi al atardecer Benel llegó sin un chico, echó mano a sus

prendas de valor, también las perdió. Cuando ya no tuvo que jugar,

levantaron la mesa y tanto uno como otro no hicieron más alusión del

juego, ni de la pérdida, ni de la ganancia, tanto les da tener 8 mil soles

como también no, estos hombres no se impresionan, no sufren, no se

arredran... Son seres superiores. Son raros.

Cumplida la pena impuesta don Germán salía después de

estrechar la generosa mano de su ya camarada y amigo.

Hasta otra oportunidad don Eleodoro, le dijo al despedirse ya

presto le romperé a un cachaco el bautisterio para venir a hacerle

compañía algunos días...

Este asunto fue muy comentado en Cajamarca y en los pueblos

vecinos, y siempre que lo recuerda Lusiche, piensa y sin duda sufre la

eterna ausencia a quien en un segundo le consagró su amistad noble y

sincera, sin dobleces...

EN LA PRISIÓN...

Aunque Benel gozaba de atenciones y cuidados de todos,

inclusive de sus mismos custodios, siempre extrañaba el hogar, el aire

puro de sus montes. Más de una vez corrió peligro su vida a manos de

sus eternos, irreconciliables y temibles enemigos. Con gran

coincidencia cayó prisionero Domingo Ramos y después Raimundo y

con tal motivo conducidos a la cárcel de Cajamarca pasaron a hacerle

compañía. Pero Benel nunca se cuidó, ni tomó precauciones, el destino

más bien lo salvó de las manos de Raimundo y de Domingo que con

chaveta quisieron en tres ocasiones quitarlo de en medio. Pero tal vez

se quejaría íntimamente, había encanecido sin perder en sus ojos ese

brillo fascinante y sugestivo que le daba cierta marcialidad respetuosa.

CAPITULO XVII SALE DE LA PRISIÓN

Convencidos sus abogados de que la salida se hacía cada vez más

dificultosa por los juicios que diariamente le iniciaban sus enemigos,

optaron por aconsejarle la fuga.

La opinión de los abogados era lo único que aguardaba, si antes

la hubiese sabido ya no estaría hasta entonces en el presidio.

Por cualquier medio Benel hubiera salido, tenía carácter,

intrepidez, dinero, amigos y gente; y sobretodo: fama, lo que lo hacía

presentarse en forma de un león invencible.

El 30 de enero de 1919 en la tarde llamó al Alcaide y en voz queda

y convincente le dijo: «aquí tiene la orden para que se me dé la libertad,

fíjese bien, es del Presidente de la Corte Dr. Lorenzo García; pero debo

advertirle que no quiero salir ahora, sino mañana; también quiero que

mis enemigos no se percaten de esto, pues se apresurarían a matarme,

y, para evitar es menester que mejor no lo sepa nadie mientras no llegue

la hora, sabe que debo darles una impresión cuando me vean pasear por

las calles...». Y tomando un cheque de 10 libras lo colocó en manos del

Alcaide, quien se deshizo en mil felicitaciones con él y prometió no

comunicar tan fausta noticia ni al mejor amigo. En efecto lo cumplió.

Tal forma de Benel no dejaba ver al astuto Alcaide ni visos de

malicia; éste decía: si fuera falsa esta orden Benel se apresuraría a salir;

no, es la pura verdad y, no hay más que cumplirla.

A una señal convenida con Benel, el Alcaide se presentó a las 4

de la tarde del siguiente día en compañía de un alférez y le dijo

presentándole la orden: Está Ud. libre señor Benel.

Muchas gracias amigos, contestó, y luego dio el primer paso fuera

de las rejas que se abrieron. Cerca de la cárcel hay una bodega de la

firma comercial «Neira y Chávarry», el alférez que sinceramente tenía

gusto por la salida lo invitó a tomar una cerveza por tal motivo, pero

Benel abrazándolo rehusó, cinco minutos más estaría perdido. No

puedo mi Alférez, le dijo, estoy impaciente por ver a mi familia y me

voy precipitado, y alcanzándole un cheque de otras 10 libras que era

para que tomase a su nombre la cerveza, se alejó.... se perdió por el

majestuoso «Cumbe».

LA NOTICIA

Eléctricamente cundió por la ciudad tan inesperada nueva. Las

autoridades andaban por acá y más acullá sin saber qué hacer. La voz

de que la Corte lo había puesto en libertad, alarmó a los señores vocales

que eran ajenos a la referida orden. Pues según versiones se dice que

uno de los hijos de Benel mandó confeccionar el sello en la ciudad de

Chiclayo, también que en nada se diferenciaba del de la Corte. La Firma

del Dr. García la habían imitado. Si hemos decir verdad, la ciudad de

Cajamarca vio con agrado y contento esta evasión. El Prefecto dio por

teléfono orden de captura a todos los gobernadores de los distritos, los

cuales se pusieron a la pista no sin temblarles un poquito las piernas

pues no iban a entendérselas con un cordero.

CAPITULO XVIII LA FUGA...

Voy a transcribir las palabras textuales del hijo de Benel, con

quien me unieron los lazos de condiscípulo y amigo.

Era el año de 1923, en marzo me vi con Castinaldo en Pacasmayo,

y refiriéndose al caso que nos ocupa, decía:

«Mucho temíamos fracasara nuestro plan, urdido en uno de sus

momentos que tiene mi padre, la tarde del día designado yo y un

muchacho, cada uno con un máuser y bien montados, más una carabina

y un caballo bien aperado, aguardábamos la llegada del hombre... A las

4 y media, más o menos, llegó mi padre, recuerdo que todavía nos

abrazó, prendió un cigarro, alistó su carabina, montó y seguimos rumbo

al distrito de Llapa. Lo célebre fue cuando aquí nos recibió el

Gobernador en tono amenazante. Llegamos a una bodega y a poco se

presenta un señor acompañado de varios paisanos y pregunta por el

señor Benel.

Mi padre no se dejó aguardar:

- El mismo, ¿qué deseaba Ud. con él?

- Tengo esta orden de tomarlo preso, ─contestó el Gobernador, y

le presentó un telefonema del Prefecto.

- Perfectamente, ─contestó mi padre─, lo hará Ud. después de

tomar un vaso de cerveza.

-No tomo señor Benel, ─repuso el Gobernador.

- Sabe que Ud. ahora toma, ¿entendido?

Y tomó hasta las heces el vaso de cerveza. Una vez que hubimos

terminado, mi padre le dijo: vamos, aquí me tiene. Proceda...

Después de una pausa prolongada, todo indeciso, el Gobernador

manifestó que no lo haría nunca, le ofreció más bien sus servicios y se

puso a sus órdenes. Gran coincidencia, esa misma hora llegaban 15

hombres bien armados, mi madre al saber la salida, precavida había

destacado esa gente. Con tal motivo avanzamos bien acompañados, sin

temor alguno, sólo con el deseo vivo de mi padre de ver a los suyos».

Así lo decía el infortunado Castinaldo, asesinado cobardemente

en 1923 en el mismo pueblo de Santa Cruz, en momentos que se

acercaba a la Iglesia en busca de su novia. Mataron al inocente Abel;

porque Castinaldo fue un hombre, un caballero y un verdadero amigo.

CAPITULO XIX SE FUERON POR LANA Y REGRESARON TRASQUILADOS

Benel vivía entregado a la agricultura, pero con el arma al brazo,

y era necesario este procedimiento porque sus enemigos en gran

número trataban de eliminarlo. Su sobrino Misael Vargas estaba de

Comisario en el novísimo distrito de «La Esperanza», Provincia de

Hualgayoc, corría el año 1920, cuando ciertas indisposiciones políticas

fruto del miedo que inspiraba la presencia del tigre, hicieron que el

Subprefecto de Chota destacase 30 hombres de la guarnición

acantonada en aquella ciudad.

No fueron solos estos 30 gendarmes, sino que los acompañó

Anselmo Díaz con su gente.

Al saber Benel la aproximación de sus intempestivos visitantes,

dispuso en el acto su plan de combate, ordenó rápido, distribuyó su

gente y montado en brioso caballo, con su hermosa Sábache 2 y sus

lentes cruzados en el pecho, salió al encuentro. Como era de esperar el

ataque fue rudo; durante 5 horas las balas silbaban por el aire, hicieron

varias bajas en los atacantes, y poco después el MAGO desarmaba

personalmente a cada uno de los soldados.

Los Díaz huyeron velozmente abandonando a la tropa.

Al día siguiente el MAGO remitió a todos los soldados sin que

faltase uno, y en un papel le decía al Subprefecto: ... «Ocho de mis

muchachos conducen a esa ciudad en calidad de presos a 30 gendarmes

que han venido a atacarme en mi casa; tienen orden de dejarlos en el

suburbio de la población; remito también las armas y demás dotación

que corresponde a cada uno; mucho estimaré que no se me vuelva a

molestar...»

Este hombre fue Eleodoro Benel.

A veces rayo, cuando se le ofende.

Amigo servidor, cuando penetra en un corazón como el suyo.

Caritativo con el que lo necesita; nadie que entrara a su casa en

pos de socorro salió desconsolado.

2 Carabina que lo acompañó en todas sus aventuras hasta su muerte.

Humilde con el desgraciado.

Vivió como hombre.

Sufrió como un héroe y

Sucumbió como mártir...

CAPÍTULO XX UNA VIDA AZAROSA

Víctima de una cruel y tenaz persecución, se redujo a vivir y

trabajar exclusivamente en su hacienda.

Por un lado, la fuerza pública continuamente lo visitaba por ver

si le daba caza; pero Benel los burlaba y a la vez los trataba con mucha

consideración, sus muchachos tenían orden de asustar a los soldados

quemándoles el kepí únicamente.

Por otro lado, los continuos y feroces ataques de los célebres Díaz

de Uticyacu, enemigos irreconciliables y que tenían reciprocidad en los

ataques.

Cada cual se vigilaba, esperando agarrar o coger de improviso al

otro bando. Y siempre vemos que en estos combates se hacen bajas por

ambas partes, conocedores del terreno ninguno lleva ventaja, un ataque

es cuestión de suerte, ambos tienen buenos tiradores y se juran guerra a

muerte.

Pocas veces se ha visto, diremos, dos ejércitos tan bien armados,

municionados y disciplinados, formados de jóvenes bien robustos y

trejos, no huyen jamás del peligro, para ellos la muerte es necesaria y

se creen ir allá a pasar mejor vida; por eso es quizá que se disputan el

puesto más peligroso.

Hemos conocido a Gervasio y Tomás Díaz, dos hombres fieras y,

de una fuerza prodigiosa, sucumbieron luchando contra Benel el año de

1923. Sólo ha quedado el otro hermano Anselmo, el que actualmente

tiene una partida de bandoleros que merodean por los alrededores de

Chota, Santa Cruz y Hualgayoc.

Hemos recurrido a hacer esta historia para mejor darse cuenta de

la vida tan azarosa que llevaba Benel, unas veces atendiendo a las tropas

militares, otras a las tropas civiles, y en ambos casos atendiendo sus

negocios que jamás los descuidó. Así lo vemos que continuamente

manda ganado vacuno y cerdo al distrito de Chepén, manteca en

cantidad y toda clase de cereales.

Mucho se le ha recriminado; esto envuelve una injusticia.

Amenazado por todas partes y de casi todo el mundo, era natural que

contemplase a su gente que lo salvaba de los conflictos, que sacrificaba

su vida por servirlo, en fin, que eran sus peones y sus soldados.

Entre su gente había muchos aficionados al robo, de ahí que las

inculpaciones hayan recaído sobre él que en la mayoría de los casos

ignoraba los abusos que en su nombre cometía gente ignorante y sin

responsabilidad. Benel no ha sido un santo, pero tampoco ha podido ser

un Judas; su lema favorito de exterminar al enemigo, no puede ser más

justo, de lo contrario se le atildaría de candorosidad.

CAPITULO XXI SE UNIÓ CON WENCESLAO VILLACORTA Y PELEÓ EN CHOTA...

Sin duda alguna que esto ha de interesar más al lector por tratarse

de uno de los combates más rudos y contundentes que se registran en la

historia de estos últimos tiempos.

Villacorta dragoneaba la diputación para su hijo Leoncio que no

tenía absolutamente ni visos de popularidad en aquella provincia, por

antecedentes nada decorosos que no es posible señalarlos; y a fin de

frustrar la reunión de los mayores contribuyentes próximos a reunirse

el 28 de febrero de 1919, solicitó suplicatoriamente el apoyo de Benel.

Quien generosamente lo atendió ocupando Chota con 100 hombres la

noche del 26.

Los señores Hoyos y Montoya, candidatos oposicionistas, puesto

que gozaban de una mayoría abrumadora, de que estaban rodeados por

gente de bien y de orden, no podían haber pensado jamás en rodearse

de gente maleante para contrarrestar el golpe que Villacorta tenía

proyectado y de que se venía hablando con insistencia. El Subprefecto

Sr. José Domingo Merino no contaba sino con 30 hombres, de modo

que se hacía difícil castigar cualquier movimiento subversivo de los

Villacortistas que en número de 200 estaban distribuidos en distintas

casas; Villacorta agregó a la gente de Benel 100 peones de su hacienda

«Chetilla», toda gente salvaje diestra en el arte del robo y el asesinato.

El día 28 cuando los contribuyentes comenzaban a reunirse en el

local del Concejo, fueron atrasados a balazos, dos cayeron muertos;

eran las 3 de la tarde. Desde ese momento se produjo el cierra-puertas,

y en un instante la ciudad quedó solitaria; sólo se oía el silbido de las

balas y se olía pólvora. Todos los buenos chotanos, viendo el peligro

que les amenazaba, se parapetaron en sus casas y se alistaron a la

defensa. El infortunado Subprefecto Merino que quiso reducirlos al

orden, cayó luchando en la plaza principal victimado por una decena de

proyectiles. Muerto el jefe, la tropa se reconcentró en el cuartel, guardó

las armas e hizo el papel de espectador.

Así, durante 3 días no cesaron los fuegos. Solamente la noche era

la tregua para reparar los daños y alistarse para el día siguiente. Lucha

desigual aquella: 200 hombres sin honor, sin responsabilidad, sedientos

de sangre humana, contra una pléyade de jóvenes ilustres que hicieron

sus casas inexpugnables merced a su valor y a la convicción con que

luchaban. En la contienda perecieron hombres, mujeres y niños. No

hubo vencedores ni vencidos; a los 3 días un escuadrón de caballería al

mando del Comandante Gómez puso fin a la lucha, dio garantías a todos

los ciudadanos y persiguió a los culpables.

Benel se retiró a su hacienda tranquilamente, dándole el triunfo a

Villacorta; había conseguido su propósito, cual es de impedir la reunión

de la asamblea que no se verificó como hemos visto.

Oh ironías del destino... Quien hubiera podido imaginar que más

tarde Villacorta había de contribuir en la desaparición del brazo fuerte

que le prestara apoyo siempre que lo solicitaba.

Benel jamás tuvo en vida procedimientos de ingratitud e

inconsecuencia.

Benel era gran amigo. También fue gran enemigo.

CAPITULO XXII ACOMPAÑA AL DR. OSORES EN LA REBELIÓN DEL 20 DE

NOVIEMBRE DE 1924

Todos sabemos la forma como se desarrollaron los sucesos

acaecidos en la provincia de Chota con motivo de haberse levantado en

armas el Dr. Arturo Osores contra el Gobierno del Sr. Leguía.

Es por lo tanto inoficioso tocar este punto, y pasando por alto

bástenos relatar algunas anécdotas que nos ofrece Eleodoro Benel,

personaje que nos ocupa en borronear estas líneas y cuyo nombre ha

pasado por los límites de nuestra Nación; en el extranjero se le ha

conocido como el «Rey del Bosque»

Benel con la precisión que siempre acostumbra en sus actos, toma

el cuartel donde está la tropa, la que desmoralizada desde el primer

momento permaneció encerrada en el cuartel durante 4 horas, hasta que

al fin se rindió y depuso sus armas. Sesenta gendarmes y 3 oficiales se

rindieron.

Benel había recibido el título de Comandante; el jefe de la

montonera era el Coronel Alcázar.

Sería las 7 de la noche cuando el Comandante se dirige al lugar

donde están los presos; seguíanlo detrás 10 cholos emponchados, ya

cerca, ordena y manda que los prisioneros deben ser fusilados

inmediatamente en media plaza y que por consiguiente se procediese a

la ejecución. Ya comenzaban los cholos a tomar del brazo al Alférez

Vargas, uno de los prisioneros, citando la intervención eficaz y

oportuna de Fermín Arrascue y del Coronel Alcázar salvó sesenta y

tantas vidas; mientras el uno le hacía ver a Benel que no era lícita ni

correcta esa orden, el otro hacía escapar a todos los sentenciados.

Cuando lo supo, dijo: Bueno, está bien; ojalá que con ustedes hagan lo

mismo en caso semejante. Se disgustó mucho y permaneció alejado de

todos, si no se retiró a «La Samana» fue por el Dr. Osores a quien tanto

apreciaba. Lo cierto es que Benel desde entonces acompañó, pero ya no

luchó. No estaba con las doctrinas de Alcázar, contemporizadoras.

Como el rayo, quería fulminar y que no quedara huella del enemigo, ni

el recuerdo.

CAPITULO XXIII SILUGÁN

Hacienda propiedad de Eleodoro Benel, situada al N. de Cutervo,

es un lugar montañoso y despoblado; produce cacao, café, yucas, su

único camino que lo atraviesa es sinuoso, lleno de fango, angosto y casi

intransitable a caballo. La casa hacienda estuvo situada entre inmensos

cerros estratégicos, fortalezas que la naturaleza creó para que allí

viviera y muriera el más célebre de los hombres en cuanto a su valentía

y las aventuras que pasó.

SU SALIDA DE LA SAMANA

Víctima de una tenaz persecución, aunque infructuosa, vióse

obligado a desocupar «La Samana». Una mañana de abril de 1923 salía

de su terruño que lo vio nacer, de ese terruño acostumbrado a sentir sus

pisadas y sus inquietudes, salía con toda su familia y con todos sus

tesoros, quizá para no volver jamás; quien sabe esa fue la única hora en

que la tristeza lo invadía. ¿Protestaría contra el destino? No sabemos;

lo cierto es que se alejó y se perdió entre la montaña de Silugán. Ahí

estableció la casa solariega.

Qué semejanza con Pancho Villa, Benel con su gente comenzó a

labrar la tierra y hasta, parece que olvidó su pasado trágico y agitado.

Sólo recordaba cuando recibía el aviso de que alguna comisión iba en

su persecución. No me dejan tranquilo, decía, es preciso defenderse

hasta morir.

Aquí hemos de aclarar un punto de suyo importante. Pequeñas

bandas de bandoleros se levantaban por todos los alrededores de

Cutervo, Chota y Jaén invocando el nombre de Benel, y así cometían

toda clase de impunidades y latrocinios que el infortunado Benel era

ajeno.

Pasan los tiempos y la leyenda se trasmite de generación en

generación. Ya que Benel no se defendió de las recriminaciones,

hagámoslo nosotros sin apasionamientos y sin venganzas. La hora es

propicia, el Pancho Villa del Perú ya no existe, respetemos sus restos y

recapitulemos sus hechos y hagámosle su apoteosis llena de episodios

sublimes y sin encarrujamientos, frutos de una rebeldía poca habida en

este comenzar de siglo.

Las noticias que tenía el Gobierno de los abusos de Benel eran

tales que resolvió exterminarlo.

QUE VEAN SU ESPEJO...

Cuando el capitán Padrón penetró en Silugán en pos de Benel, éste

salió a recibirlo. Como era de esperar la tropa del orden no pudo avanzar

más y dio media vuelta de regreso, pero Benel lo siguió de cerca

haciéndole cinco bajas que pertenecían al N° 3 de caballería y que

fueron recogidos por su gente. Una vez que cesó de perseguirlos hizo

colocar los 5 cuerpos de los soldados en el punto más alto de la montaña

y los mandó prender fuego para que los que huían «vieran su espejo».

CAPITULO XXIV SEÑOR SUBPREFECTO YO SOY ELEODORO BENEL...

Una tarde salió Benel de Silugán acompañado de cinco hombres

escogidos, iban bien montados, él, como siempre bien vestido; llevaba

la intención de tomar un llonque con la autoridad política de Cutervo

que diariamente lo tenía en asecho.

Serían las 12 de la noche y el Subprefecto paseaba en su despacho

bastante fatigado de un baile de donde acababa de salir; cuando de

pronto se presenta el ordenanza y le dice «señor, un caballero dice que

salga Ud. que quiere hablarle una palabra». El Subprefecto se inmutó y

trató de castigar semejante atrevimiento; pues no era procedente aquello

de que una persona a esas horas se atreviese a mandar recados de tal

naturaleza a toda una autoridad. Salió como repetimos muy injuriado y

arrugando el ceño abrió la portada y dijo: «¿Quién es el que me hace

llamar acá a la puerta?» Instantáneamente una vocecita bien fina le

contesta: Eleodoro Benel Sr. Subprefecto, he sabido que me busca Ud.

con insistencia y deseando ahorrarle trabajo he venido personalmente a

verlo, pero antes quiero tomar, aquí, una copa de llonque con Ud.

Nuestra autoridad creíamos habíase quedado dormida, no se

movía, después de una pausa notoria aceptó gustosísimo. Benel sacó

una botella llena de aguardiente de caña, luego un vaso grande, lo llenó

y tomó con él. Antes de alzar el vaso oyó que le decía palabras muy

encomiosas y de satisfacción que lo obligaron a arrojar el vaso con el

contenido y a invitarle una copa de champang en una bodega vecina. El

ordenanza que escuchaba todo esto habíase quedado petrificado. Bien

pronto salía el Subprefecto del brazo con Benel, hicieron abrir una

tienda y allí bebieron casi hasta el amanecer, hora en que el hombre

nocturno se alejaba después de haber dado una sorpresa mayúscula.

Montado en un brioso caballo, vestido de lana abatanada, brillantes

escarpines, espuelas de plata, enorme sombrero fino y con su Sábache

al anca, seguido de cinco jinetes se perdió complaciente en la montaña.

CAPITULO XXV ULTIMAS GUERRILLAS

Las continuas hazañas de los bandoleros que se levantaban por

todas partes y que, como dejamos dicho, robaba, mataban, etc. tomando

el nombre del infortunado Benel, dio por resultado que el Gobierno

tomara el asunto en serio y resuelto a perder cualquier número de

soldados mandó en su persecución 250 hombres al mando del Coronel

Herrera, quien comenzó a trazar el plan de atacarlo en el mes de julio

del presente año (1927).

Después de algunos meses de preparativos, las tropas del

Gobierno atacaron Silugán por diversos puntos en los que tuvieron

lugar grandes combates. Benel tuvo que cederles terreno; la falta de

víveres y pertrechos influyeron poderosamente en su retirada; así pues,

buscó asilo en la montaña en compañía de su familia, toda su gente lo

abandonó en vista de que no tenían qué comer. En la dispersión

perecieron la mayor parte.

Desde el mes de setiembre contemplamos a Benel vegetando por

la montaña, durmiendo acá... y siempre burlando a sus tenaces

perseguidores, formados la mayoría de civiles, que no dormían

pensando en que Benel aún subsistía; la pesadilla se erguía en medio de

las sombras y les apuntaba con su fiel y legítima Sábache, carabina que

lo acompañó en todas sus aventuras y dio cuenta de algunas decenas de

vidas enemigas. Se erguía entre sombras de la espesa montaña y los

civiles gritaban «ahí está...» y nadie osaba arremeterle un tiro, todos

temblaban.

Sitiado por todas partes, estrechado por los alimentos, víctima de

las inclemencias del tiempo jamás de sus labios sale una queja, ni una

súplica... En esto no desdice la pujanza de nuestros antepasados, tiene

la sangre de Cahuide, el corazón de Luís Pardo y el temple y alma de

Pancho Villa.

No queriendo soportar tales inclemencias en compañía de su

familia resolvió una noche alejarla. Estratégicamente la traslada a la

hacienda «Juncos», bien distante del teatro de persecución, y luego

regresa a unirse sólo con sus 2 hijos y a continuar su vida azarosa y

llena de peligros.

Pero lo que no lo dijeron sus labios, lo divulgaban sus gestos, su

cabello. Cómo había encanecido y las arrugas surcaban sus mejillas. A

pie, entre las espinas caminaba sin zapatos, dormía entre las hojas secas

debajo de inmensos árboles y cerca de las fieras que en vez de atacarlo

le temían y hasta le habían cobrado simpatía.

Benel quiere cumplir los designios providenciales y sigue su

camino entre las sombras; no ceja atrás, ni ruega a nadie, ni se humilla,

ni llora. Como el junco se hace un arco y no se rompe, a veces

destrozado por los montes cae al pie de un árbol, descansa y sigue.

No reniega contra nadie. Bien podía estar también en Europa

paseando por cuenta del Gobierno, en caso de que hubiese claudicado,

y así lo veríamos tal y conforme lo vemos ahora: sonriente, la melena

enrizada, caballero con daga al cinto y su inseparable Sábache cruzada

sobre el pecho; verdad descalzo, por las inclemencias del tiempo, por

las circunstancias fortuitas.

Digno hijo de los Andes, supo vivir para dar una enseñanza de

rebeldía, y presto a morir, para hacerles recordar las lecciones de

nuestros antepasados...

CAPÍTULO XXVI SUENA LA HORA FATAL

Claro que Benel no había nacido para ser eterno, su día está

señalado y la hora se aproxima; la parca con su guadaña filuda y en tono

de súplica y regocijo lo abraza, lo besa y lo lleva consigo.

Copiamos fielmente la versión verídica acerca de su muerte dada

por la viuda y que no hay por qué dudar de la autenticidad de ella.

Tantos comentarios hay, pero ninguno de ellos tiene visos de verdad,

son inventados a manera de fábula y que cada cual lo relata a su antojo

agregando o quitando la parte que mejor le conviene.

«Cerca de Silugán, en un sitio denominado “Arenal”, tenía un

amigo de mucha confianza que vivía allí en una chocita con su mujer e

hijos. Un día, 28 de noviembre, se le apareció Benel y esto dio lugar a

una manifestación de cariño por parte del amigo, quien le presentó

comida abundante y bebida. Como Benel no tomara de ese alimento

algunos días, le vino aquello de perlas, a poco llegaron sus hijos con

quienes dio fin a semejante banquete.

El amigo éste tenía compromiso y hasta había ofrecido su

pescuezo en caso de no entregar a Benel. La ocasión se presentaba

favorable para dar cumplimiento a su traidora y cobarde oferta.

Simulando hipócritamente tener que hacer en cierto lugar, pidió

permiso y se alejó, recomendando antes a su mujer que no lo dejase ir

mientras él iba a dar parte al teniente Temoche de la presencia de Benel.

Aunque la mujer al principio se opuso a semejante felonía, tuvo que

ceder ante las amenazas del marido.

Una vez que el indio se alejó, Benel se internó en la montaña sin

presentir el pensamiento del amigo. Sus hijos tomaron otro camino,

pues casi nunca estaban juntos, siempre distribuidos procurando sí

guardar cierta distancia que los favoreciera en el momento de peligro.

Benel se quedó solo.

Mientras el Judas llegaba al sitio donde estaba acantonada la

tropa, la cual se divertía alegremente por tratarse del cumpleaños de un

sargento. Al oír la noticia judaica, no le dieron importancia, tan

cansados estaban de esta clase de avisos, y siguieron bailando. Tantos

eran los juramentos y a la voz de «está en mi casa, mi vida si acaso

miento, esta vez no escapará, Teniente deme siquiera dos gendarmes»,

dispuso éste que fueran cuatro. El cholo llevaba la delantera y antes de

ir a la caza del tigre, creyó indispensable aumentar el número de

perseguidores, se dirige al Comisario y le da la nueva. Era éste el

famoso indio Altamirano, (a) Molocho, compadre espiritual de Benel,

se había pasado a las tropas, por lo que lo revistieron con el manto del

Comisariato que lo envaneció muchísimo. Benel en sus combates

procuraba no herir al compadre, hasta parece lo protegía no obstante la

villanía que había cometido. Inmediatamente se puso en marcha

también el Comisario y fue quien desplegó más interés. Adelantóse en

compañía de otro cholo apellidado Bustamante y estos fueron los

primeros que llegaron a la choza donde pensaron encontrarlo.

La mujercita que allí estaba les dijo que acababa de internarse en

la montaña y les indicó el sitio; cholos diestros en seguir el rastro, no lo

perdieron de vista y continuaron hasta que al fin lo encontraron.

Estaba solo reposando la comida, separado de sus hijos por unas

cuantas cuadras que en lugar escabroso equivalen a kilómetros.

CAPITULO XXVII CONTINÚA EL RELATO LA VIUDA

Estaba solo y como nunca descuidado cuando oyó un ruido

precipitado a sus espaldas y al volver la cabeza vio que se le acercaba

vertiginosamente su compadre Altamirano y otro cholo en guisa de

tomarlo preso.

En un segundo Altamirano al verse descubierto por el hombre a

quien tanto temía le disparó con una carabina que llevaba preparada y

lo hirió en la pierna.

Ha llegado la hora fatal, Benel al sentirse herido cae al suelo,

levanta su Sábache, corresponde al compadre, con la misma moneda;

otro tiro, cae el otro cholo; los dos traidores yacen tendidos, sin

movimiento, muertos; a veinte pasos Benel con la pierna destrozada que

se arrastra con intenciones de ocultarse y las voces que desde lejos

gritaban sus hijos: papá escápese por acá... por acá. Estos al oír los

disparos salieron a la parte más alta y avisaron a la fuerza que avanzaba

hacia donde se encontraba su padre, para entretenerlos, mientras

escapara Benel, los hijos hacían fuego.

La fuerza guiada por el Judas llegó al lugar de los sucesos,

encontró a los dos cholos que no podían pararse, pues cuando se

sintieron heridos fingieron aparecer como muertos a fin de librarse que

Benel los ultimara, los rastreros siguieron las huellas de sangre que en

su fuga iba dejando Benel, lo siguieron, y bien pronto dieron con él que

apenas podía arrastrarse.

Benel en un momento midió su situación, penetró en la magnitud

del caso, adivinó la intención de sus numerosos perseguidores, y

haciendo un supremo esfuerzo colocóse el cañon de su amada Sábache

en el pómulo derecho, y dice:

«En poder de ustedes, vivo, jamás .... eso nunca». Y se disparó la

Sábache, la única que lo acompañó hasta el postrer momento.

Cuando los eternos perseguidores llegaron, Benel había dejado de

ser, había pasado a mejor vida. Habíase quedado con su Sábache

cruzada sobre el pecho, la tenía asida con las dos manos en aptitud de

besarla, habíase quedado aquel hombre tan discutido y tan temido.

Luchador infatigable. Guerrillero indomable. Símbolo del

verdadero empuje y carácter peruanos. Su rebeldía lo hace más digno

aún y bien merece que se le tribute homenaje de admiración y respeto

al varón representativo de nuestra raza.

CAPÍTULO XXVIII BENEL «EL REBELDE»

El amor se inspira, jamás se busca. El carácter se forja, el genio

se hereda, lo mismo que la rebeldía.

El Perú encontrábase agitadísimo allá por aquellos años del 95,

con motivo de las luchas políticas suscitadas entre Piérola y Cáceres.

Seminario en el Norte habíase levantado en Armas proclamando la

bandera pierolista. Todo era confusión, terror, sangre.

Benel entonces encontrábase en el Colegio, tenía apenas 19 años,

desde el primer momento simpatizó con [Ricardo] Seminario y dejando

sus estudios y las comodidades del hogar se unió a él y lo acompañó en

toda su carrera de triunfo, de luchas y de gloria que el caudillo piurano

supo saborear.

Seminario aquilató en un instante el valor moral del joven soldado

y por eso siempre lo quiso.

Benel odiaba los entronizamientos, impulsado por este

sentimiento, sin vacilar, se unió a Seminario y lo acompañó en toda esa

carrera triunfal a través de los inmensos picachos que ofrece nuestra

cordillera.

Ahí, en esa jornada, estuvo Eleodoro Benel, el más joven entre

todos los soldados, el primero en la avanzada y en el peligro, el primero

en brindar su pecho a las balas enemigas que siempre lo respetaron.

Sin duda alguna que estudió a Seminario, lo admiró y hasta soñó

en un mañana venturoso cuyo teatro sería el Norte del Perú, donde

habían de realizarse sus aventuras y tragedias, sus glorias y sus

infortunios.

BENEL AGRICULTOR

Desde muy tierno llamó la atención de sus padres el hábito que

tenía Eleodoro de levantarse a las cinco de la mañana, cogía sus

herramientas de labranza e iba al monte a trabajar, descalzo y alegre.

Así regresaba al desayuno de las 8, para enseguida regresar a emprender

su tarea.

Dada la posesión económica de sus padres, Benel no necesitaba

llevar esta vida tan ruda y constante, lejos de los deleites apetecidos en

todo tiempo por los muchachos ricos.

Solo así se explica el adelanto que llegó a tener «La Samana». Su

montaña admirable y extensa ofrece maderas de excelente calidad que

se emplean en toda clase de construcciones. Especialmente en la

ebanistería.

Benel la invadió abriendo caminos, mostróse activo y enérgico;

luego se conoció la bondad de sus maderas en Chota, Hualgayoc,

Bambamarca, Santa Cruz, Cajamarca, Celendín y demás pueblos

vecinos, y de aquí data la riqueza de Benel, el poderío de Benel, la

dadivosidad de Benel. Tan agricultor era, que basta ver su obra fresca y

patente en Silugán. Lugar impenetrable e incultivable, desprovista de

todo género de recursos para llevar a cabo tal o cual sembrío; es decir:

sin caminos, sin chácras, sin nada; todo monte espeso, todo terreno

fangoso. Pues Benel, el batallador incansable, se establece en 1923 y en

poco tiempo transforma a Silugán en un edén, rodeado de hermosas

huertas, ricos y abundantes cafetales y cacaotales, y en suma aumenta

su fortuna y fama, a la vez también crece la envidia y el odio,

BENEL POLÍTICO

Mucho de notable nos ofrece la vida de este hombre original.

Rebelde desde su infancia; perseverante en el trabajo; sincero en la

amistad, lo fue también en su pasión política.

Indudablemente que erró en ser así; pues, la vida de los tiempos

pasados y presentes nos enseña, nos muestra al político revestido de

hipocresía, de pura mentira y verdadera farsa.

Si Benel hubiera profesado este credo, si hubiese seguido esta

senda, claro que hubiese escalado altos puestos, que hubiese obtenido

grandes prebendas.

Pero, no, él estaba fundido en el crisol de la sinceridad; sus labios

estuvieron acostumbrados a decir SÍ o NO; sus sentencias fueron

inapelables; no tuvieron reconsideración.

Cosas del destino... Fue consumado leguiísta.

La figura del actual mandatario don Augusto B. Leguía era su

idolatría. Después de Piérola no ha habido más gobernante en el Perú

que don Augusto, así decía.

Como leguiísta ayudó en Chota a Wenceslao Villacorta.

Como leguiísta destruyó las pretensiones a la diputación por

Hualgayoc de don Demetrio Miranda.

Y como leguiísta comisionó a su primo el Dr. Britaldo Orrego y a

su yerno Juan Fernández Zuloeta se constituyeran en la capital

metropolitana y en su nombre le ofrecieran sus servicios personales, su

apoyo material -en caso necesario- su adhesión incondicional al

Presidente de la República don Augusto B. Leguía.

Están en un grave error los que hayan supuesto lo contrario. Si

Benel actuó con Osores, fue después de muchos vejámenes y

desengaños que sufrió.

El asesinato de su hijo Castinaldo lo obligó a pedir sanción para

los sindicados en este crimen.

No consiguió nada; pues mientras las autoridades superiores así

lo ordenaban desde Lima, las demás de Provincias hacían todo lo

contrario y más bien protegían a los enemigos de Benel e informaban

siempre en su contra.

Si protegió al Dr. Osores fue por hallar el castigo para los que

mataron cobardemente a su hijo Castinaldo.

Sí protegió al Dr. Osores; fue por encontrar descanso que hace

fecha no lo tenía, porque constantemente los destacamentos

provincianos lo perseguían.

Santa Cruz fue su tierra predilecta. Cuantas sumas de dinero

gastaba cada y cuando visitaba su paraíso. Por Santa Cruz, mi vida,

exclamaba con vehemencia.

Una ocasión lo demostró. Se trataba de las elecciones

municipales; habían dos candidatos a la Alcaldía: un tal Alvarado y el

conocido y filántropo Alberto Burga, persona de vastas relaciones

sociales y de reconocida caballerosidad y demás dones morales. Benel

lo apoyó incondicionalmente, gastó dinero sin medida, y, venciendo a

la farsa y mil obstáculos sacó avante su ideal.

Desde entonces los Alvarado convirtiéronse en eternos y

encarnizados enemigos.

EL SEGURO

Benel previendo lo futuro, situándose en un plano superior que

quizá nadie lo imaginó, se aseguró en la compañía de seguros «El

Porvenir,» por la suma de cincuenta mil soles, dejando su póliza

completamente saneada.

Lo que nos demuestra su previsión profunda y su acendrado amor

a su familia, de la que ni un momento se separó, y sólo sí para obedecer

un designio providencial.

Entre sus hijos, bien es digno de mención, Segundo, educado en

Lima y diplomado en la comercial.

SU ENTIERRO

Se efectuó el 30 de noviembre en la provincia de Cutervo, en

medio de un profundo silencio y gran admiración al contemplar el

cuerpo del viejo caudillo que tanto diera que decir por sus hechos y

aptitudes; ese cuerpo cubierto de harapos y coronado de espinas.

Tendido frente a la Iglesia... se ostentaba su cuerpo, la imagen de

Eleodoro Benel. Todos acudieron; a conocerlo, unos; a reconocerlo,

otros; a saludarlo, los más, y a darle la despedida eterna, todos.

POCO DESPUÉS

Muerto Benel, las tropas del Gobierno se han retirado del campo

de persecución dejando pequeños destacamentos en algunos puntos de

importancia.

Las bandas de bandoleros, que merodeaban por aquellos lugares;

han desaparecido totalmente al conjuro de la eficaz acción desplegada

por la guardia civil, adoc para estos casos, y compuesta en su mayor

parte por jóvenes educados, conscientes y bien preparados.

Pudiendo asegurarse que el ambiente de las referidas regiones;

ahora, es tranquilo y vuelve a entrar en el periodo de paz y de trabajo.

El Gobierno, comprendiéndolo así, ha otorgado amplias garantías

a la viuda e hijos de Eleodoro Benel, quienes pueden establecerse donde

mejor les plazca y continuar su desarrollo en las actividades humanas

dentro del marco constitucional.

CHICLAYO, DICIEMBRE 28 DE 1927.

F I N

Contenido

PRÓLOGO ....................................................................................................................... 4

CAPÍTULO I .................................................................................................................... 5

CAPITULO II ................................................................................................................... 6

CAPITULO III ................................................................................................................. 8

CAPITULO IV ............................................................................................................... 10

CAPITULO V ................................................................................................................ 11

CAPÍTULO VI ............................................................................................................... 12

CAPITULO VII .............................................................................................................. 13

CAPITULO VIII ............................................................................................................ 14

CAPITULO IX ............................................................................................................... 15

CAPÍTULO X ................................................................................................................ 16

CAPITULO XI ............................................................................................................... 17

CAPITULO XII .............................................................................................................. 18

CAPÍTULO XIII ............................................................................................................ 19

CAPITULO XIV ............................................................................................................ 20

CAPITULO XV .............................................................................................................. 21

CAPITULO XVI ............................................................................................................ 22

CAPITULO XVII ........................................................................................................... 24

CAPITULO XVIII .......................................................................................................... 26

CAPITULO XIX ............................................................................................................ 28

CAPÍTULO XX .............................................................................................................. 30

CAPITULO XXI ............................................................................................................ 32

CAPITULO XXII ........................................................................................................... 34

CAPITULO XXIII .......................................................................................................... 35

CAPITULO XXIV ......................................................................................................... 37

CAPITULO XXV ........................................................................................................... 38

CAPÍTULO XXVI ......................................................................................................... 40

CAPITULO XXVII ........................................................................................................ 42

CAPÍTULO XXVIII ....................................................................................................... 44

Digitalizado por un Chotano Cabracanchino – octubre 2016

Formato PDF y ePub v1.0