Selección de textos de la Odisea

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Cinco textos de la Odisea adaptados a prosa.

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La Odisea, obra compuesta por el poeta griego Homero alrededor del pertenece al género de la epopeya clásica. Como tal, está compuesta en versos largos divididos en dos hemistiquios. Consta, en total de unos 12.000 versos. La obra relata la vuelta de Ulises, rey de Itaca, tras veinte años, a su patria, de la que se tuvo que alejar para participar en la guerra de Troya. De hecho su nombre se debe a que Odiseo es el nombre de Ulises en griego. El viaje de vuelta de Ulises dura cerca de diez años porque ha ofendido a los dioses y por ello deberá enfrentarse a distintos peligros y adversidades para volver a abrzar a su mujer Penélope y su hijo Telémaco. La obra tiene pues, dos ejes: las peripecias de Ulises (de ahí la acepción actual para la palabra “odisea”) y lo que sucede en Itaca, donde se da por hecho que Ulises ha muerto y por eso, un grupo de nobles, deseosos de conseguir riquezas y poder, instan a Penélope a contraer matrimonio con uno de ellos. Ella les dice que dará una respuesta cuando termine de tejer una mortaja. Para ganar tiempo teje de día y deshace la labor de noche. El descubrimiento del truco por parte de los pretendientes y su ultimátum coincidirá con la vuelta de Ulises que, tras revelar su vuelta a Telémaco, trama con él un plan para acabar con los desleales.

Las peripecias de Ulises en su vuelta serán recordadas por él mismo en la corte del rey Alcínoo, donde, tras ser rescatado por la princesa Nausícaa, encontrará un poco de paz y sosiego, y tiempo para relatar sus aventuras: cómo consiguió escapar del cíclope y de las sirenas, el embrujo de Casandra, el peligro que supuso pasar entre Escila y Caribdis, el descenso al Hades…

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TELÉMACO SE ENFRENTA A LOS PRETENDIENTES DE SU MADRE

Los dioses, ausente Poseidón, soberano del mar y enemigo de Ulises, acuerdan que éste regrese a Ítaca, tras la guerra de Troya. La situación en casa del héroe es crítica: Penélope está rodeada por una nube de ambiciosos pretendientes, que la creen viuda y esperan heredar el trono y las riquezas que ha dejado su marido. La diosa Atenea, protectora del héroe, se entrevista con Telémaco para animarle a que espere y busque a su padre. El saberlo vivo anima al joven a enfrentarse a los parásitos que merodean por su casa.Telémaco reunió se enseguida con los pretendientes. Delante de éstos cantaba el famoso aedo el aciago regreso que Palas Atenea había deparado a los aqueos de vuelta de Troya. La discreta Penélope, hija de Icario, escuchaba desde arriba de la casa el canto y le llegaba al alma. Bajó por la larga escalera, acompañada de dos esclavas. Cuando llegó adonde estaban los pretendientes, se reclinó contra la columna que sostenía el techo y cubrió s e el rostro con lujoso velo. Arrasándosele los ojos de lágrimas, dijo así al divino aedo:-Femio, puesto que sabes otras muchas proezas de hombres y de dioses, que recrean a los mortales y son alabadas por los aedos, cánta1es alguna de ellas sentado ahí, en el centro, y que la escuchen todos silenciosamente y bebiendo vino. Pero deja ese triste canto que me apena el corazón, ya que se apodera de mí un pesar inmenso, que no puedo acallar, porque suscita en mí recuerdos de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos.-¡Madre mía! ¿ Por qué prohíbes al amable aedo que nos deleite como su mente le inspira? -exclamó Te1émaco-. No son culpables los aedos, sino Zeus, que reparte sus presentes a los hombres de ingenio del modo que le place. Acepta en tu corazón y en tu ánimo oír ese canto, ya que no fue Ulises el único que perdió en Troya la ocasión de volver; hubo otros muchos que también perecieron. Pero vuelve a tu aposento ya y ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se esmeren en el trabajo. Hablar corresponde a los hombres, principalmente a mí, pues mío es el mando de esta casa.

Asombrada volvió Penélope a su habitación, reflexionando las prudentes palabras de su hijo. Y cuando estuvo en la alcoba rodeada de sus esclavas, lloró a Ulises hasta que Atenea posó sobre sus párpados el dulce sueño.En la sala quedaron los pretendientes, exaltados y ruidosos. Alzose Telémaco y comenzó a decirles:-¡Con qué audaz insolencia os comportáis aquí, pretendientes de mi madre! Gocemos ahora del festín y cesen vuestros gritos. Es muy hermoso oír el canto de un aedo como éste. Al rasgar el alba nos reuniremos en el ágora y os diré que salgáis de palacio, que busquéis otros festines, comáis vuestros bienes y os convidéis en vuestras casas. Pero si os parece mejor destruir impunemente los bienes de un solo hombre, arrasadlos; yo invocaré a los dioses para que algún día sean castigadas vuestras obras y acaso encontréis la muerte en este palacio sin que nadie lo sepa.Todos se mordieron los labios, asombrados de la audacia de Telémaco. Pero tornaron a solazarse con la danza y el deleitoso canto, y así esperaron la llegada de la oscura

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noche. Entonces partieron a dormir a sus casas. Telémaco se retiró también a su alcoba, meditando mil cosas. Le acompañaba Euriclea con teas encendidas. Era la esclava que más quería a Telémaco, por haberle criado desde niño. Telémaco se sentó en la cama, desvistióse la delicada túnica y se la dio a la anciana; ésta, después de arreglar los pliegues, la colgó de un gancho que había junto al torneado lecho y salió de la estancia, entornó la puerta, tirando del arco de plata, y echó el cerrojo por medio de una correa. Y Telémaco, cobijado en su lecho, pasó toda la noche revolviendo en su mente el viaje que Atenea le había propuesto.

EL ENCUENTRO CON NAUSÍCAA

Odiseo ha llegado a la tierra de los feacios y allí tendrá lugar su primer encuentro con un ser humano después de mucho tiempo, con la joven Náusica,. Esta ha ido a lavar al río en compañía de sus esclavas y, tras finalizar la tarea, las jóvenes juegan a la pelota. Mas cuando ya estaba a punto de volver a su morada, Atenea, la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa para que Odiseo se despertara y viese a aquella doncella de lindos ojos, que debía llevarlo a la ciudad de los feacios. La princesa arrojó la pelota a una de las esclavas y erró el tiro, echándola en un hondo remolino, y todas gritaron muy recio. Despertó entonces el divinal Odiseo y, sentándose, revolvía en su mente y en su corazón estos pensamientos:

Odiseo.- ¡Ay de mí¡ ¿Qué hombres deben de habitar esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses? Desde aquí se oyó la femenil gritería de jóvenes ninfas que residen en las altas cumbres de las montañas, en las fuentes de los ríos y en los prados cubiertos de hierba. ¿Me hallo, por ventura, cerca de hombres de voz articulada? ¡Ea¡, yo mismo probaré a salir e intentaré verlo.

El divinal Odiseo salió de entre los arbustos y en la poblada selva desgajó con su fornida mano una rama frondosa con que pudiera cubrirse las partes pudendas. Y se puso en camino como un león montaraz que, confiado en su fuerza, marcha empapado de lluvia y contra el viento y le arden los ojos; (…) de tal modo había de presentarse Odiseo a las doncellas de hermosas trenzas, aunque estaba desnudo, pues la necesidad le obligaba. Y se les apareció horrible, afeado por el sarro del mar, y todas huyeron, dispersándose por las orillas prominentes. Pero se quedó sola e inmóvil la hija de Alcínoo, porque Atenea diole ánimo a su corazón y libró del temor a sus miembros. Siguió, pues, delante del héroe sin huir, y Odiseo meditaba si convendría rogar a la doncella de lindos ojos, abrazándola por las rodillas, o suplicarle, desde lejos y con dulces palabras, que le mostrara la ciudad y le diera con qué vestirse

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LA AVENTURA CON EL GIGANTE POLIFEMO

De repente, levantose el cíclope y agarró a dos de mis compañeros, y después los arrojó como si fueran cachorros, y del golpe les despedazó los miembros. Después se preparó una cena con ellos y comió como un león, no dejando ni los intestinos ni los huesos. Nosotros contemplábamos horrorizados el espectáculo, alzando las manos a Zeus, pues la desesperación se había apoderado de nosotros. Aguardamos a que se durmiera con el propósito de herirle, pero la gruesa piedra que había colocado ante nosotros nos detuvo: aunque le hubiésemos matado no habríamos podido salir, pues nos resultaba imposible mover aquel grandioso pedrusco. Así esperamos la Aurora del día siguiente.Cuando se descubrió la hija de la mañana, el cíclope encendió el fuego y ordeñó las ovejas. Seguidamente, echó mano a otros dos compañeros y, como hizo la noche anterior, se aparejó con ellos su almuerzo. Después sacó el ganado de la cueva y cerró ésta tras sí con la piedra. Quedé meditando siniestros planes para vengarme de la muerte de mis cuatro compañeros. Al fin me pareció que la mejor solución sería la siguiente: sobre el establo había una gran clava de olivo, semejante al mástil de un negro y ancho bajel de transporte. Corté una estaca que mis compañeros pulieron. Luego la endurecí con el fuego y la oculté bajo el estiércol. A suertes, elegimos tres compañeros que, juntamente conmigo, clavarían la estaca en el único ojo del cíclope cuando el sueño le rindiese.Por la tarde volvió el cíclope, ordeñó las ovejas y cabras, agarró a otros dos compañeros y con ellos se aparejó la cena. Entonces, aproximándome con una copa de vino, le dije:-Toma, cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque.Tomó el vino y lo bebió. Le gustó tanto que me pidió más.-Dame más vino -clamaba Polifemo- y hazme saber tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario.Volví a servirle el negro vino y se bebió tres copas. Y cuando los vapores del vino envolvieron su mente, le dije con suavidad:-¡Cíclope! Preguntas cuál es mi nombre y voy a decírtelo, pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.-Pues a Nadie me lo comeré el último -respondió Polifemo-: tal es mi don hospitalario.Se echó hacia atrás y cayó de espaldas, durmiéndose de allá a poco. Entonces puse la estaca al fuego y cuando comenzó a arder la hinqué, con la ayuda de tres compañeros, en el ojo del cíclope, haciéndola girar rápidamente, con lo que la sangre comenzó a brotar abundante. Enseguida dio el cíclope un temible gemido, retumbó la roca y nosotros, amedrentados, huimos velozmente. Se arrancó él la estaca y comenzó a llamar con grandes gritos a sus amigos cíclopes, quienes acudieron a

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nuestra cueva y le preguntaron qué le angustiaba.-¿ Por qué gritas de ese modo, tan enojado? -le preguntaron los cíclopes.-¡Oh, amigos! -respondioles Polifemo-. Nadie me ha herido con engaño.-Pues si Nadie te ha herido -dijeron los cíclopes-, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que te envía el gran Zeus; ruega, pues, a tu padre, el soberano Poseidón.Apenas acabaron de hablar se retiraron, y yo reíame del modo como le había engañado. El cíclope, gimiendo por los dolores, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó en la entrada, tendiendo los brazos, esperando así atraparnos si salíamos. Resolví toda clase de engaños y al fin me pareció lo mejor que cada uno de nosotros se agarrara a una oveja; y así, agazapados en su lanudo vientre, aguardamos, profiriendo suspiros, la aparición de la divina Aurora.Cuando se descubrió la hija de la mañana, los machos salieron presurosos a pacer, y las hembras, como no se las había ordeñado, balaban en el corral. Su amo, afligido por los dolores, palpaba el lomo a todas las reses y no advirtió que mis compañeros iban atados a los pechos de los animales.Cuando estuvimos algo apartados de la cueva, nos soltamos del ganado, no sin llevarlo dando rodeos hasta la nave. Los demás compañeros se alegraron de ver que nos habíamos librado de la muerte y empezaron a gemir y llorar por los demás. Pero yo, haciéndoles una señal con las cejas, les prohibí el llanto y les mandé que cargaran rápidamente en la nave aquellas reses de hermoso vellón y que volviéramos a surcar el agua salobre. Se embarcaron enseguida y, sentándose por orden en los bancos, tornaron a batir los remos sobre el espumoso mar.

MALDICIÓN DEL GIGANTE POLIFEMO

Polifemo muy enojado le decía con ironía que volviese para que él y su padre Poseidón le condujeran a su patria. Esto fue lo que continuaron diciendo:

“Odiseo.- ¡Así pudiera quitarte el alma y la vida, y enviarte a la morada de Hades! Así no te curaría el ojo ni el que sacude la tierra.

Así dije. Y el Cíclope oró en seguida al soberano Poseidón, alzando las manos al estrellado cielo: Polifemo.- ¡Óyeme, Poseidón, que ciñes la tierra, dios de cerúlea cabellera¡ Si en verdad soy tuyo y tú te glorías de ser mi padre, concédeme que Odiseo, el asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en Ítaca, no vuelva nunca a su palacio. Mas si le está destinado que ha de ver a los suyos y volver a su bien construida casa y a su patria, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos los compañeros y se encuentre con nuevas cuitas en su morada.”

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ULISES Y CIRCE (Narrado por Circe)

La Aurora los descubrió durmiendo en la orilla y los despertó. Se dividieron en dos grupos de hombres, uno liderado por Euríloco, otro por Odiseo; así Euríloco, con otros 22 compañeros, atravesaron los lindes del bosque y se internaron en él. Divisaron pronto el humo rojizo de mi morada, y hacia aquí se dirigieron.

Ya en la entrada, asustaron a los leones y a los lobos montaraces que la custodiaban. Me vieron en el interior y me llamaron a gritos, interrumpiendo mis dulces cantos y mi costura. Los invité a entrar, a pesar de sus ropas harapientas y sus ajados rostros, y les ofrecí la mesa dispuesta de exquisitos manjares. Sólo un hombre rehusó mi ofrecimiento, temiendo que sus compañeros, en su inconsciencia, hubieran aceptado una trampa. Se sentaron y mis sirvientas les dispusieron escabeles bajo los pies; los hombres, comportándose como terribles cerdos hambrientos, nada agradecieron. Tras el suculento banquete, les ofrecí una bebidas en copas áureas y las bebieron ávidamente, sin preguntarse cuál podía ser su contenido, tan seguros se sentían en la morada de una mujer que tenía tan sólo la ayuda de cuatro sirvientas. Saqué mi varita de la manga y sin ningún arrepentimiento convertí su apariencia en aquello que ya habían demostrado ser, aunque su mente permaneció intacta. Todo esto vio el hombre que había rechazado mi invitación, y huyó corriendo hasta la playa donde aguardaban el resto de sus compañeros. No me preocupó cuáles fueran sus palabras, tan segura estaba de que la negra nave alzaría sus velas huyendo de esta isla y su temible ama.

Odiseo, sin embargo, acudió en rescate de sus perdidos compañeros. No temía su llegada, aún cuando había escuchado toda suerte de hazañas y tretas que engañaban a sus múltiples enemigos. Llegó hasta mi morada, me llamó a gritos y acudí a su llamada. Le invité a entrar y le ofrecí mis manjares; Odiseo comió ávidamente, aunque su astuta mirada seguía todos mis movimientos. Para terminar la cena, le obsequié con bebida en una copa de plata que Odiseo tragó; mas cuando alcé la varita y pronuncié mi sortilegio, ningún cambio se hizo notar en él. “¡Vete a la pocilga y túmbate junto a tus compañeros!”, repetí sin cesar. Pero el hábil Odiseo desenvainó su larga espada y me amenazó de muerte con ella. Invadida por el temor ante aquel extraordinario hombre, me arrodillé a sus pies y le agarré las rodillas.

“¿Quién eres tú entre los humanos que no sucumbes a mis maleficios? Pues ninguno hasta ahora ha podido resistirse a mis hechizos y sin embargo tu ánimo se mantiene inalterado en tu pecho. ¿Acaso eres Odiseo, el de múltiples tretas, que me profetizó el Argifonte una y otra vez, que llegaría en una negra nave al volver de Troya? Envaina tu espada ahora y ven a acostarte en mi lecho para que en el amor podamos confiar mutuamente.”

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“¡Ah! ¿Cómo voy a confiar en ti, tú que has convertido en cerdos a mis compañeros y que con tus artimañas quieres me acueste en tu lecho para que, desarmado, puedas dejarme tarado e impotente? No me meteré en tu cama hasta que no jures con firmeza que no intentarás ningún otro maleficio contra mí.”

Así lo juré y Odiseo me siguió hasta el lecho. Allí, ante mis preguntas, Odiseo me relató sus aventuras de regreso a su patria.

“¡Ah, pérfida! ¿De verdad quieres saber el destino que los dioses han trazado para mí? Muchos son los pesares que me han acontecido, y aún no he logrado ver el final; perdí muchos compañeros buenos y queridos en el viaje de regreso a nuestra patria, la gloriosa Ítaca y esperemos que los dioses hayan terminado de jugar con nuestro destino.

Salidos de Ilión, el viento nos arrastró hasta la tierra de los cícones, en Ismaro. Saqueé la ciudad y di orden de partir enseguida, pero mis hombres me desobedecieron. Bebieron vino en la orilla y al final los cícones que habían conseguido huir invocaron a otros cícones vecinos, y todos juntos vinieron a presentarnos batalla. Murieron compañeros, y los demás logramos escapar a la muerte y al destino.

De nuevo el viento nos guió, pero cuando parecía que ya iba a llegar por fin a mi amada tierra, los vientos se enfurecieron y nos alejaron de la costa; navegamos por el mar rica en peces durante 9 días, al décimo llegamos a la tierra de los lotófagos. Los habitantes del país dieron a probar a mis hombres aquella planta de la que se alimentaban, flor de loto. ¡Pobres desgraciados! Pues al instante olvidaron todo sobre su regreso y su amor a su patria, y decidieron quedarse en la isla y seguir nutriéndose con la flor de loto. Tuve que arrastrarlos hasta el barco y amarrarlos al fondo de los bancos, desoyendo sus súplicas y sus lágrimas, y nos alejamos de aquel país de lotófagos.

Llegamos poco después a la isla de los cíclopes[…]. El cíclope, entonces, llamó a su padre y le imploró venganza.

Nuestra nave consiguió llegar hasta las costas de isla Eolia, donde Eolo y sus hijos nos ofrecieron hospedaje. Al conocer nuestras desventuras, nos ofreció un odre de buey de 9 años, de modo que al partir de nuevo la negra nave, el viento soplaba a nuestro favor; pero mis compañeros, queriendo ver los hermosos presentes que el dios me había regalado de regreso a mi patria, abrieron el odre y así los vientos se desataron, provocando un huracán que sacudió la nave y la llevó de vuelta a la isla Eolia. Aunque rogué de nuevo al dios para que nos ayudara en nuestro regreso, Eolo nos expulsó de su casa y de su isla, temeroso de provocar la ira de los dioses que amenazaban mi vuelta a Ítaca.

El mar y el viento nos llevaron hasta la escarpada Ciudadela de Lamos, a Telépilo de Lestrigonia, donde los habitantes nos dijeron que el rey se debía hallar en la casa de altos techos. Mandé a unos compañeros a la casa, pero al llegar vieron a una mujer alta como una montaña, que enseguida llamó a su marido Antífates; entre ellos y otros lestrígones se zamparon a varios hombres y estrellaron rocas contra las naves. Salimos huyendo de aquella isla maldita y quisieron los vientos y los dioses, por desgracia o por

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ventura, que mi siguiente destino fuera esta isla, Eea, siendo su dueña Circe, la terribe diosa de voz humana, de trenzados cabellos, la famosa hermana del despiadado Eetes.”

Viendo descubierto mi nombre, admiré aún más a aquel valiente Odiseo, el de las muchas tretas, que había burlado a la muerte en tantas ocasiones.Al día siguiente le ofrecí mis más exquisitos alimentos, pero el astuto Odiseo no probaba bocado.

“¿Por qué no pruebas la comida, Odiseo? ¿Acaso temes que haya dispuesto otro maleficio entre tus manjares? Nada debes temer ya, pues te aseguré con un firme juramento que no volvería a utilizar mis hechizos contra ti.”

El prudente Odiseo me respondió entonces que le era difícil probar bocado cuando sus compañeros seguían encerrados en las pocilgas, padeciendo como cerdos. Sin esperar más respuesta me fui a las pocilgas, y allí unté a los cerdos con un ungüento que les hizo perder los pelos, los rabos y las orejas, devolviéndoles su apariencia humana, pero más limpios, jóvenes y robustos de lo que antes eran. No agradecieron mucho mi perdón, aunque desde entonces fueron más temerosos y precavidos con mi magia.

Odiseo ordenó recoger a los tripulantes que aún aguardaban en el negro navío, y todos juntos celebraron su reencuentro con mis bebidas y mis alimentos.

Tuve ocasión de admirar a Odiseo largo tiempo; sus ropajes ajados fueron cambiados por otros más lustrosos, su melena creció y su atenta mirada se anticipaba a los hechos y las palabras. Mi devoción creció, pero aunque le propuse quedarse como rey, rehusó, tan ansioso estaba de volver a su patria y a su paciente esposa. Le ofrecí mi tierra, mi casa y mi lecho, mas sabía que su estancia sería corta y esperaba temerosa que su impaciencia le persuadiera de continuar su regreso.Así pasaron los meses y las estaciones, y cuando había pasado un año y los días volvieron a ser largos, los hombres convencieron sin mucho esfuerzo a Odiseo de regresar a su patria.

“Circe, cumple la promesa que hiciste antaño de devolverme a mi hogar”.

Habiendo esperado aquel día, estaba preparada y así le dije: “Divino hijo de Laertes, muy mañoso Odiseo, tiempo es ya de que regreses; sin embargo, antes de volver a Ítaca, tendrás que encontrar al adivino Tiresio en la tierra de Hades, pues él te guiará

en tu regreso”

Odiseo, horrorizado, lloró.

“¿Cómo cruzaré yo esas tierras de las que ningún mortal vivo ha vuelto?”

Y le expliqué lo que debía hacer.

Así marchó Odiseo en su negra nave, llegando hasta el Hades donde habló con Tiresio y con otras almas que encontró, que le guiaron en la ruta que debía seguir a partir de ese momento. Aún volvió por la isla Odiseo, para enterrar a un compañero que había muerto al caer desde el tejado; sin embargo, también se despidió

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de mí, y agradecida le relaté los peligros que su nave encontraría, y cuál era la mejor manera de atravesarlos.

EL ARCO DE ULISES

Ulises entra en Ítaca disfrazado de mendigo. Su perro Argos lo reconoce y muere de alegría. También lo reconoce su hijo, pero no Penélope, que narra sus angustias al forastero sin saber que es su marido. Asediada por los pretendientes, los somete a prueba: aquél que logre tensar el arco de Ulises y pasar una flecha por doce anillos,será su marido.

Ulises, meditando trampas, les dijo así:

-¡Oídme, ilustres pretendientes! Dadme el bello arco de Ulises y veré si tengo las mismas fuerzas que antaño.

-¡Miserable forastero! -le increpó Antínoo-. Careces del menor juicio, pues no te basta estar sentado al lado de varones ilustres, sino que aún quieres competir con ellos, siendo como eres un vagabundo y un mendigo vil. Te habrá trastornado el vino. No toques el arco. Bebe y no pretendas igualarte con hombres que son ilustres y jóvenes.

-¡Antínoo! -intervino entonces Penélope-. No es decoroso ni justo ultrajar a los huéspedes de mi hijo. ¿Supone alguien que si el anciano lograse tender el arco y ganara el certamen me llevaría a su casa como esposa? Él mismo no ha tenido jamás semejante esperanza. El huésped es alto y vigoroso y se precia de tener un linaje ilustre. Dadle ya el arco y veamos. Y si lograse tender el arco, le obsequiaré con un manto y una túnica, un agudo dardo, una espada y sandalias, y le enviaré donde desee.

-¡Oh, madre! -dijo entonces Telémaco-. Ninguno de los aqueos podría impedir que yo dé el arco a quien quiera. Y tú, madre, vuelve a tu habitación y ocúpate, juntamente con las esclavas, de las labores que te son propias, como el telar y la rueca, que del arco y de las saetas nos cuidaremos los hombres.

Su madre le oyó con gran asombro, pero le obedeció. Entonces Eumeo el porquerizo tomó el arco y se encaminó hacia Ulises. Y Filetio salió de la casa en silencio y cerró y ató las puertas del patio. Después, sin perder de vista a Ulises, volvió a tomar asiento donde antes estaba. Ya Ulises manejaba el arco, contemplándolo y estudiándolo como lo haría un aedo con su cítara. Alguien dijo:

-Sin duda este vagabundo debe de ser un experto en armar arcos, y esto se ve enseguida por la traza que se da en observarlo.Otro de los pretendientes insolentes dijo:

-¡Ojalá que en su vida alcance tanto provecho como el que logre armando este arco!Pero Ulises, con plena serenidad, armó con sencillez el arco. Entonces probó la

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cuerda, que dejó oír un bello sonido. A los pretendientes se les mudó el color del rostro. Al instante se oyó un gran trueno y Ulises agradeció en su interior esta señal del Olimpo. Ulises tomó enseguida una flecha y tiró de la cuerda. Apuntó al blanco, soltó la saeta y no erró ninguna de las segures. Después le dijo a Telémaco:-¡Oh, Telémaco! El huésped no ha sido motivo de vergüenza, pues acertó en todo sin fatiga. Mi vigor se mantiene aún fresco, lo mismo que en mis mejores años.Entonces Ulises se despojó de sus andrajos, se colocó de pie en el umbral con el arco y la aljaba llena de flechas, y gritó a los pretendientes:-Puesto que este certamen está dando a su fin, apuntaré a otro blanco, uno nuevo al que nadie tiró nunca.

Y enderezó la saeta a Antínoo. Levantaba éste una bella copa de oro repleta de vino y nada más lejos de su mente que la negra muerte, y sin embargo allí la tenía muy cerca. Pues Ulises, apuntándole certeramente, le atravesó la garganta, y el cuerpo de Antinoo se desplomó hacia atrás, sobre los ricos manjares y vinos, cubriéndolos de roja sangre.

Al verle derrumbado los pretendientes atronaron la sala con gritos y protestas, diciéndole a Ulises con airadas voces:

-¡Forastero! Cruel equivocación has cometido tirando tu saeta contra el más importante varón de Ítaca, pero poco vivirás ya y pronto vas a ser pasto de los buitres.-¡Perros ruines! -les replicó Ulises-. A buen seguro que no creíais en mi vuelta y por tanto arruinabais mi hacienda toda. ¿Cómo no habéis temido la justicia de los dioses?Todos los presentes se sintieron dominados por el pánico y cada uno de ellos buscaba la forma de escapar a una muerte cierta.

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ITACA

Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas.

C. P. Cavafis

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