SEDUCED IN THE C.J. ROBERTS · ¿Puede él renunciar a la mujer que ama por el bien de la ... A...

1905

Transcript of SEDUCED IN THE C.J. ROBERTS · ¿Puede él renunciar a la mujer que ama por el bien de la ... A...

C.J. ROBERTS

SEDUCED IN THE

DARK

THE DARK DUETLIBRO 2

El presente documento tienecomo finalidad impulsar la

lectura hacia aquellas regionesde habla hispana en las cuales

son escasas o nulas laspublicaciones, cabe destacar

que dicho documento fueelaborado sin fines de lucro, así

que se le agradece a todas lascolaboradoras que aportaron su

esfuerzo, dedicación yadmiración para con el libro

original para sacar adelante esteproyecto.

Una nota para el Lector.

Para el resto de vosotros:

Hola otra vez, estoy contenta deque hayas decidido continuareste viaje conmigo. En julio de2012, Captive in the Dark habíavendido sobre 10.000 copias.¡Es increíble!

Es una meta que nunca penséque alcanzaría, y honestamente,me he sentido honrada portodos vosotros.

Habéis hecho mi sueñorealidad.

He encarado la adversidad. Hetenido mi porción de rechazo yde pena. No diré que todo havalido la pena; hay algunascosas que no daría nada pordeshacer. Sin embargo,mirando hacia adelante, puedodeciros honestamente: nunca hetenido más esperanza.

Gracias.

“Estoy agradecido a todosaquellos que me dicen 'No'. Esa causa de ellos que me hice a

mí mismo.”

- Albert Einstein

Este libro está dedicado a:

Mi hija. Este libro me llevómuchos meses escribirlo. Hubodías en lo que no podía jugar.Hubo noches en las que nopodía arroparte. Eresdemasiado joven para entenderpor qué mami tenía quetrabajar, pero me perdonaste detodas formas. Tu amor me ha

cambiado para siempre, ysiempre aspiraré a merecerte.Tú eres mi legado.

Mi marido. Hay veces queintento expresarte cuánto tequiero, pero las palabras mefallan. Eres parte de mi alma yno puedo imaginar mi vida sinti en ella. Baste con decir: sialguna vez me abandonas, mevoy contigo.

Mi madre. Cuando pienso en lo

que significa ser fuerte, piensoen ti. Gracias por no rendirtenunca. Sé que no sería unafracción de quién soy sin elamor y apoyo que me das. Túeres mi inspiración.

M. McCarthy. Sigueescribiendo, hermanita. Tu díallegará. Te quiero.

K.A. Ekvall. Me pateaste elculo, chica, y te quiero por ello.No puedo esperar para

devolverte el favor, así que, porfavor, ¡escribe!

A. Mennie. Un cumplido de tuparte es como la lluvia en eldesierto: raro y precioso.Gracias por creer en mí.

M. Suarez. Me ganaste al decir:“Leí Captive in the Dark comoresultado de perder unaapuesta.”

Mi hermano, Scott. Gracias por

los maravillosos trailers,hermanito. Esto casi compensapor todos los cachetes que mellevé por ti de niña. Te quiero.;)

Pixel Mischief. ¡Tusconocimientos de metamorfosisen diseño gráfico solo sonsuperados por tu gusto porhacer kung-fu a traición!

R. Welborn, Y. Diaz, y J.Aspinall. Nunca podre

agradecer lo suficiente por todoel amor y apoyo que me dais.Habéis catapultado mi hobbyhacia una carrera. La amistadque floreció entre nosotros esalgo que espero continuaralimentando en los añosvenideros.

Rilee James. Qué puedo decir,te quiero, jo**r. Algún día,vamos a encender la cámara yel mundo ya no será el mismo.

Lance Yellowrobe, y JohnnyOsborne. Con amigos comovosotros, nunca sé dónde estámi marido, ¡LOL! Os quiero,chicos.

Estos blogs:SamsAwesomness.blogspot.com

TotallyBookedBlog.com,Maryse.Net, habéis sidofundamentales en mi éxito y osmerecéis cada seguidor quehabéis ganado.

Autores independientes.Cuando las editoriales no nostengan, nosotros tendremos alos fans. Gracias especiales aShira Anthony, Anthony Beal,Daisy Dunn, Rachel Firasek,Colleen Hoover, Sonny Garrett,Tina Reber, y K. Rowe.

Vino 100/The Tinderbox, RapidCity. Gracias por los buenosmomentos, las grandesconversaciones y la provisiónsin fin de alcohol de calidad.

ÍndiceNota------------------------------------------------------------------------------ 4

Dedicatoria--------------------------------------------------------------------- 5

Sinopsis-------------------------------------------------------------------------- 9

Capítulo 1-----------------------------------------------------------------------

11

Capítulo 2----------------------------------------------------------------------- 22

Capítulo 3----------------------------------------------------------------------- 36

Capítulo 4----------------------------------------------------------------------- 49

Capítulo 5-----------------------------------------------------------------------

61

Capítulo 6----------------------------------------------------------------------- 74

Capítulo 7----------------------------------------------------------------------- 79

Capítulo 8----------------------------------------------------------------------- 90

Capítulo 9-----------------------------------------------------------------------

105

Capítulo 10----------------------------------------------------------------------122

Capítulo 11----------------------------------------------------------------------133

Capítulo 12----------------------------------------------------------------------144

Capítulo 13----------------------------------------------------------------------

158

Capítulo 14----------------------------------------------------------------------169

Capítulo 15----------------------------------------------------------------------185

Capítulo 16----------------------------------------------------------------------195

Capítulo 17----------------------------------------------------------------------

210

Capítulo 18----------------------------------------------------------------------220

Capítulo 19----------------------------------------------------------------------235

Capítulo 20----------------------------------------------------------------------252

Capítulo 21----------------------------------------------------------------------

265

Capítulo 22----------------------------------------------------------------------273

Capítulo 23----------------------------------------------------------------------295

Capítulo 24----------------------------------------------------------------------309

Capítulo 25----------------------------------------------------------------------

325

Capítulo 26----------------------------------------------------------------------334

Capítulo 27----------------------------------------------------------------------338

Epílogo---------------------------------------------------------------------------348

Créditos--------------------------------------------------------------------------

352

Acerca del autor----------------------------------------------------------------353

Adelanto próximo libro------------------------------------------------- ----355

Sinopsis

El emocionante, excitante ylleno de acción final de Captivein the Dark.

¿Cuál es el precio de laredención?

Rescatado de la esclavitudsexual por un misterioso oficialpakistaní, Caleb carga con el

peso de una deuda que debe serpagada con sangre.

El camino ha sido largo y llenode incertidumbre, pero paraCaleb y Livvie, todo estállegando a su fin.

¿Puede él renunciar a la mujerque ama por el bien de lavenganza?

¿O hará él el sacrificio final?

A Caleb le parecía que, la

naturaleza de los sereshumanos giraban en torno auna verdad empírica:Queremos lo que no podemostener. Para Eva, era el fruto deárbol prohibido. Para Caleb,era Livvie.

—He estado haciendo esto desde

hace mucho tiempo, manipulando ala gente para que hagan lo que yoquiero. Es por eso que crees que meamas. Porque te he roto y vueltoconstruir para que lo creas. No fueun accidente. Una vez que dejes estoatrás... lo verás.

Caleb

Capítulo 1

Domingo, 30 de agosto de 2009

Día 2:

Viviseccionada. Es la única palabraque se me ocurre para describircómo me siento —viviseccionada.Como si alguien me hubiera abiertocon un bisturí, sin que el dolorpenetrase hasta que la carnecomenzara a separarse y mi sangresaliera a borbotones. Pude oír el

chasquido de mis costillas al serseparadas. Lentamente, mis órganos,húmedos y pegajosos, fueron sacadosuno a uno. Hasta que estoy vacía.Vacía y sin embargo, sintiendo undolor insoportable, todavía viva.Todavía. Viva.

Por encima de mí, hay lucesfluorescentes estériles e industriales.Uno de los focos amenazaba confundirse y zumbaba, parpadeaba, y seesforzaba por mantenerse con vida.He estado fascinada por su códigoMorse durante la última hora.

Encendida-apagada-zumbido-zumbido-encendida-apagada. Meduelen los ojos. Continúo mirando.Siguiendo con mi propio códigoMorse: No pienses en él. No piensesen él. Caleb. No pienses en él.

En algún lugar, estoy siendoobservada. Siempre hay alguien aquí.Hay alguien que tira de varios de miscables. Uno para controlar micorazón, otro mi respiración, otropara mantenerme adormecida. Nopienses en él. Cables. Se extiendendesde mi mano, por donde recibo

líquidos y drogas. Terminan en mipecho para monitorizar los latidos demi corazón. A veces contengo larespiración, sólo para ver si sedetendrían. En su lugar, late másfuerte y rápido en mi pecho y jadeoen busca de aire. Zumbido-encendida-apagada.

Hay alguien que trata dealimentarme. Me dice su nombre,pero no me importa. Ella no tieneimportancia. Nadie la tiene. Nadaimporta de verdad. Me pregunta minombre como si su amabilidad y

gentileza me fueran a impulsar ahablar. Nunca respondo. Nuncacomo.

Mi nombre es Gatita y mi amo se haido. ¿Qué podría ser más importante?En un rincón de mi mente, lo veo,observándome desde las sombras. —¿De verdad crees que suplicar vaa funcionar? —pregunta elFantasma de Caleb. Sonríe.

Lloro. Altos y horribles sonidossalen de mí, tan violentos quesacuden todo mi cuerpo. No puedo

hacer que paren. Quiero a Caleb.Consigo drogas en su lugar. Lacomida viene a través de un tubomientras duermo.

Siempre hay alguien mirando.

Siempre.

Quiero irme de este lugar. No mepasa nada malo. Si Caleb estuvieraaquí, saldría de este lugar, feliz,sonriente y completa. Pero se ha ido.Y no me dejarán llorarle en paz.

* * * *

Día 3:

Cierro los ojos y los abrolentamente. Caleb está de pie junto amí. Mi corazón se acelera y lágrimasde pura alegría inundan mis ojos. Porfin está aquí. Por fin ha venido a pormí. Su rostro es cálido, su sonrisaamplia. Hay una familiar sonrisaladeada en sus labios y sé que estápensando algo obsceno.

Un familiar hormigueo se extiendepor mi vientre y baja hacia mi coño

provocando que se hinche y palpite.No he tenido un orgasmo en días yme he acostumbrado mucho a ellos.

—¿Debería soltarte? Te ves tansexy cuando estás atada —dice conuna sonrisa.

—Te eché de menos —intento decir.Mi boca está increíblemente seca.Siento mi lengua pesada y muerta enmi boca. Mis labios parecen no tenermejor suerte. Están agrietados ycuando paso la lengua por el labioinferior, no puedo dejar de pensar enpapel de lija.

El tubo que han estado utilizandopara darme de comer llena mi fosanasal izquierda y baja por la parteposterior de la garganta. Pica. Nopuedo rascarme. Duele. No puedoquitármelo. Lo siento cada vez quetrago y sabe a antiséptico.

—Lo siento —dice Caleb.—¿Por qué? —susurro. Quiero queme diga que lo siente por nohabérmelo dicho antes... que meama.—Por las ataduras —dice.

Frunzo el ceño. Le encantan lasataduras.

—Tan pronto como podamos estarseguros de su estado mental,podremos quitárselas.

Esto está mal. Realmente mal.

Son las drogas.

—¿Sabe por qué está aquí, Olivia?—pregunta una mujer, suavemente.

No soy Olivia. Ya no soy esa chica.

—Soy la Dra. Janice Sloan. Una

trabajadora social forense del FBI —dice—, la policía pudo identificarlapor el informe de personasdesaparecidas. Su amiga Nicoleinformó de su secuestro. Hemosestado buscándola. Su madre haestado muy preocupada.

Estoy tentada a hablar, así podríadecirle que cerrara la puta boca.Prácticamente puedo sentir mi pielerizándose. ¡Para! Deja de hablarme.Pero no lo hará. Habrá máspreguntas, las mismas preguntas, yesta vez voy a tener que

responderlas. Sé que es la únicamanera de que me dejen ir. Memantienen atada y bombeándomedrogas; dicen que intenté hacerledaño a mi enfermera. Les digo queella intentó herirme a mí primero.Nunca pedí que me llevaran alhospital. La sangre no era mía y elpropietario original no la echaría demenos. Estaba bastante segura de queestaba muerto. Debería saberlo, yo lehabía matado.

—Sé que esto no es fácil para usted.Por lo que ha pasado... —La oigo

tragar saliva—. No puedo niimaginármelo —continúa. Apesta alástima y no la quiero. No de ella.Extiende la mano para tocar la mía einstantáneamente retrocedo. Elestridente ruido de mis manosgolpeando la barandilla de la camaes como una amenaza de la violencia.Estoy más que dispuesta a recurrir ala violencia si trata de tocarme otravez.

Ella levanta ambas manos y se alejaunos pasos. Mi respiración comienzaa asentarse y el anillo negro

alrededor de mi visión se disipa,hasta que el mundo está otra vez encolor de alta definición. Ahora queha llamado mi atención, me doycuenta de que no está sola. Hay unhombre con ella. Él ladea la cabeza yme mira como si yo fuera un enigmaque quiere resolver. Su mirada esdesgarradoramente familiar. Giro lacabeza hacia la ventana, mirando a laluz filtrándose por las persianashorizontales. Se me hace un nudo enel estómago. Caleb. Su nombresusurra a través de mi mente. Solía mirarme de esa manera. Me pregunto

por qué, ya que parecía muy capaz deleer mi mente. Me duele el cuerpo.Lo echo de menos. Lo extraño tanto.Siento las lágrimas de nuevo,deslizándose por las comisuras demis ojos. La Dra. Sloan, no se rinde:

—¿Cómo se siente? He sidoinformada por la trabajadora socialque estuvo presente durante elexamen inicial, así también como delos acontecimientos presenciados porel Departamento de Policía de

Laredo.

Trago saliva. Los recuerdos measaltan, pero lucho contra ellos. Estoes exactamente lo que no quería.

—Sé que no lo parece, pero estoyaquí para ayudarle. Está detenida concargos de asalto contra los agentesfederales de la patrulla fronteriza,posesión de armas, resistencia a laautoridad, y por sospecha dehomicidio involuntario. Estoy aquípara determinar su competencia, perotambién para ayudarla. Estoy segurade que tiene sus razones para lo

sucedido, pero no puedo ayudarle sino habla conmigo. Por favor, Olivia.Deje que la ayude —dice la Dra.Sloan. Mi pánico va en aumento. Mipecho ya está agitado y el mundo esnegro en los bordes. Las lágrimas meahogan en torno al tubo de lagarganta. El puto dolor en el mundopost-Caleb no tiene fin. Sabía queiba a ser así. —Su madre está intentando encontrara alguien que cuide de sus hermanosy hermanas, para poder venir a verla—dice ella.

¡NO! Que se mantenga lejos.

—Debería estar aquí mañana opasado. Puede hablar con ella porteléfono si lo desea.

Estoy lloriqueando. Quiero que sedetenga. Quiero que todos se vayan,esta mujer, el hombre de la esquina,mi madre, mis hermanos, inclusoNicole. No quiero oírlos. No quieroverlos. Que se vayan, que se vayan,que se vayan.

Grito como una loca. ¡No volveré!

—Caleb —grito—. ¡Ayúdame! —Micuerpo quiere hacerse una bola perono puede. Estoy atada, como unanimal enjaulado exhibido. Quierensaber lo que pasa, pero nunca loharán, y nunca podrán entenderlo.Nunca podré decírselo. Este dolor esmío.

Grito y grito y grito hasta que alguienentra a toda prisa y presiona todosmis botones mágicos.

Los medicamentos se hacen cargo.

Caleb.

* * * *

Día 5:

Soy plenamente consciente de queestoy en el ala de psiquiatría delhospital. Me lo han dicho muchasveces. No puedo dejar de reír pordentro ante la ironía. Me dejaran iruna vez que sea capaz de decirlesque me suelten. Pero no voy a hablar.Estoy literalmente manteniéndomecomo rehén a mí misma. Tal vez estéloca. Tal vez este sea mi lugar.

Los moratones de las muñecas y lostobillos son de un furioso púrpura.Supongo que luché bastante. Echo demenos las ataduras. En cierto modo,me daban la libertad a retorcerme ysacudirme. Me daban algo y alguiencontra lo que luchar. Sin ellas... mesiento como una traidora. Ya no unaprisionera, parece que les permitoretenerme aquí. Como cuando metraen la comida, para evitar tener esetubo de mierda en la nariz. Me duchocuando dicen que debo hacerlo.Vuelvo a mi cama como una niñabuena. Floto alejándome con las

drogas. Oh, cómo me gustan lasdrogas. Sin embargo, nunca me dejan sola.Siempre hay alguien aquí,observándome como si fuera unexperimento de laboratorio. Cadavez que la neblina de las drogas sedisipa, están aquí: la Dra. Sloan, o su«adjunto», el agente Reed. Le gustamirarme fijamente. Yo le devuelvo lamirada.

El primero en desviar la mirada es elque pierde.

A menudo, soy yo. Su mirada esdesconcertante.

En los ojos de Reed veo una familiardeterminación y una astucia con laque nunca he estado a la altura.

—¿Tienes hambre? —me preguntó,en voz suave y baja.

Me siento como si me estuvieradiciendo que no tengo más remedioque darme por vencida.Eventualmente, conseguirá lo quequiere de mí. Yo me burlo de él conmi silencio. A veces me sonríe. Y

entonces, el espectro de Calebparece mucho más pronunciado.

Cuando no consigo responder, losdedos de su mano derecha trazan uncamino por la parte inferior de mipecho derecho.

En este día particular, él aparta lamirada primero y vuelve su atenciónhacia el portátil frente a él. Teclea, yluego se desplaza a través de unainformación que no puedo ver.

Respiré hondo y me aparté de sucaricia, forzando mis ojos

fuertemente cerrados hacia la pielde mí brazo alzado.

Lentamente estira la mano hacia sumaletín en el suelo, al lado de susilla y saca unas cuantas carpetasmarrones. Abre una y hace algunasnotas mientras frunce el ceño.

Sus labios acariciaron mi oreja...

Lo sé.

Sé que Caleb no está aquí. Estoyjodida de la cabeza. Objetivamente,evalúo el hecho de que el Agente

Reed es un hombre muy guapo. No estan guapo como Caleb. Aun así, meresulta igual de intenso. Su cabellonegro azabache parece un pocodemasiado largo para su profesión,pero lo mantiene impecablementearreglado. Lleva el típico traje de unfederal de película: camisa blanca,traje negro, corbata de color oscuro.Sin embargo, él hace que se vea bien,como si se lo pusiera incluso si nofuera un requisito. Me pregunto quéaspecto tendría sin él puesto… Caleb me ha convertido en esto. Lo

admitió. Soy todo lo que él queríaque yo fuera. Y al final, ¿quéconseguí a cambio? Sabía que sonreía, aunque nopudiera verlo. Un escalofrío, tanfuerte que mi cuerpo casi cayóhacia el suyo, me recorrió lacolumna.

—Su madre debería estar aquí hoy—dice el agente Reed. Su tono esdistante, pero sigue mirándome dereojo. Está ansioso por mi reacción.

Mi corazón tartamudea, pero la

sacudida termina rápidamente y unavez más simplemente siento... nada.Ella es mi madre; yo soy su hija. Esinevitable. Con el tiempo, tendré queverla. Sé que voy a tener que decirlas palabras cuando lo haga. Voy atener que decirle que no quierovolver con ella. Voy a tener quedecirle que se olvide de mí.

He estado agradecida por elaplazamiento, pero de verdad, ¿le hatomado cinco días llegar aquí? Talvez decirle que me deje en paz seamás fácil de lo que pensaba. Mis

sentimientos son ambiguos sobre eltema.

—Dígame dónde ha estado durantecasi cuatro meses. Dígame de dóndesacó el arma y el dinero, y meencargaré de que su madre la saquede aquí hoy —dice Reed. Su tono essalaz, como si quisiera que lecomprara lo que vende.

No, gracias. Saben lo del dinero, noles llevó mucho tiempo. Lo miro conojos confundidos y la cabezainclinada inocentemente. ¿Dinero? Élme mira por un segundo, luego baja

la mirada a sus carpetas y escribealgo misterioso. El Agente Reed nose cree mis gilipolleces. No estáimpresionado. Por lo menos no es uncompleto idiota.

Sus labios acariciaron mi oreja:

—¿Vas a responder? ¿O deboforzarte de nuevo?

Tic-Tac. No puedo escondermedetrás del silencio para siempre. Hayalgunas acusaciones muy gravescontra mí. Supongo que unosimplemente no entra en los EE.UU.

desde México. Sé que deberíacooperar, contarle la historia y ponerde mi parte, pero simplemente nopuedo hacerlo. Si rompo mi silencio,nunca seré capaz de dejar esto atrás.Mi vida entera estará siempreeclipsada por los últimos cuatromeses. Es más, ¡no sé qué coñodecir! ¿Qué puedo decir? Porcentésima vez hoy, lo extraño, aCaleb.

Algo gotea por mi cuello y me doycuenta de que estoy llorando. Mepregunto cuánto tiempo ha estado el

agente Reed observándome,esperando a que me quebrara y merindiera. Me siento perdida y suatisbo de preocupación de repenteparece mi salvavidas. Es difícil nover a Caleb, en lugar de él. —Sí —tartamudeé—. Tengohambre. Pasaron unos largos y tensossegundos, antes de que él rompiera elinterminable silencio.

—Puede que no me crea, pero tengo

sus mejores intereses en mente. Si nova a intentar ayudarnos, ayudarse, lascosas quedarán fuera de su control. Yrápidamente. —Hace una pausa—.Necesito información. Si tienemiedo, podemos protegerla, perotiene que darnos una señal de buenafe. Cada día que no dice nada, laventana de la oportunidad se encoge.—Me mira, y puedo sentirledisponiéndome con sus poderosos yoscuros ojos, para darle lasrespuestas que está buscando. Por unmomento, quiero creer que realmentequiere ayudarme. ¿Podría darme el

lujo de confiar en un extraño?

¿Qué quería él de mí quesencillamente no pudiera tomar?

Mi boca se abre, las palabras seagazapan en la punta de mi lengua. Lehará daño si se lo dices. Mi boca secierra de golpe.

El agente Reed parece frustrado. Asídebe ser, supongo. Toma otroprofundo aliento y me dirige unamirada que dice: «Vale, tú lo hasquerido». Se agacha y coge una delas carpetas marrones que estaba

mirando antes. La abre, la mira,luego a mí.

Se inclinó hacia delante y sostuvo elbocado de delicioso olor ante mislabios.

Por un momento parece inseguro,pero en seguida decidido. Saca unahoja del archivo y se acerca a mí, elpapel cuelga holgadamente de unamano. Casi no quiero ver lo que es,pero no puedo evitarlo. Tengo quemirar. ¡Mi corazón se tambalea!Cada fibra de mi ser de repente estácantando. Lágrimas queman en mis

ojos y un sonido simulando tantosufrimiento como burbujeante alegríasale de mi boca antes de que puedamantenerlo a raya.

¡Es una foto de Caleb! Es una foto desu hermoso y duro rostro. La necesitotanto que echo mano a ella, estirandolos dedos para acercarme más a suimagen.

Con un alivio casi desvergonzadoabrí la boca, pero él lo retiró.

—¿Conoce a este hombre? —dice elagente Reed, pero su tono hace que

sea obvio que él sabe que loconozco. Este es su juego. Es uno delos buenos. A través deestrangulados sollozos, me estiro apor la foto de nuevo. El agente Reedmantiene la foto fuera de mi alcance.— Hijo de puta —le susurro con vozronca, mirando aquel único trozo depapel. Si parpadeo, ¿desaparecería? Me lo ofreció de nuevo.

No intento coger la foto otra vez,pero no puedo evitar mirarla. Calebes más joven en la foto, pero no

mucho. Sigue siendo mi Caleb. Supelo rubio está retirado a la espalday sus ojos azul caribeño songloriosos mientras frunce el ceño a lacámara. Su boca, tan llena y perfectapara besar se encuentra apretada conenfado formando una línea en surostro perfecto. Lleva una camisaabotonada, blanca, ondeando alviento, el obvio viento ofrecetentadores vislumbres de subronceada garganta. Es mi Caleb.Quiero a mi Caleb. Miro al agenteReed. Con rabia en cada sílaba,rompo mi voto de silencio.

—De. Me. Eso.

Los ojos del agente Reed seensanchan por una fracción desegundo. Una engreída satisfacciónestá ahí, entonces desaparece. Primerround para el agente.

—¿Entonces lo conoces? —se burla.

Le miro fijamente.

Da un paso más cerca, con la fotohacia mí.

Y otra vez.

Voy a por ello y él lo retira.

Cada vez me arrastraba más y máscerca, hasta que estuve presionadaentre sus piernas, mis manos aambos lados de su cuerpo.

Caleb me enseñó unas cuantas cosassobre cómo iniciar peleas que nopuedo ganar. Él querría que usara lacabeza y me aprovechara cualquiercosa que tuviera que ofrecer paraconseguir lo que quiero. Me obligo amostrar calma y tristeza. La tristezaviene fácilmente.

—Yo... lo conocía. —Mirodeliberadamente a mi regazo y dejoque las lágrimas caigan.

—¿Lo conocía? —dice el agenteReed con curiosidad. Asiento con lacabeza y dejo que los sollozos llenenla habitación.

—¿Qué le pasó? —pregunta. Quieroque tenga curiosidad. —Deme la foto —susurro. —Dígame lo que quiero saber —

contra-argumenta. Sé que lo tengodonde quiero.

—Él... —Me siento invadida por eldolor. No tengo que fabricar midolor... Yo soy mi dolor—. Murió enmis putos brazos. —Mi menteinmediatamente recuerda haber vistoa Caleb, con la expresión en blanco,con el cuerpo cubierto de tierra ysangre. Ese fue el momento en que loperdí. Tan solo unas horas antes, mehabía sostenido en sus brazos y yohabía creído que finalmente todo ibaa ir bien. Un golpe en la puerta... y

todo cambió.

El agente Reed da un paso tentativohacia adelante:

—Esto no es fácil para usted, puedoverlo, pero necesito saber cómo,señorita Ruiz.

—Deme la foto —sollozo. Da otropaso.

—Dígame cómo —susurra. Él hajugado a este juego antes.

Levanto la vista y le dirijo unamirada furiosa por debajo de mis

pestañas empapadas en lágrimas.

—Protegiéndome.

—¿De qué? —Da un paso más cerca,tan cerca, y tan ansioso.

—De Rafiq.

Sin decir una palabra más, el agenteReed se gira para sacar otra foto delarchivo y la gira hacia mí.

—¿Este hombre?

Siseo. De verdad, un puto siseo.Ambos nos quedamos sorprendidos

por mi reacción. No sabía quepudiese ser tan salvaje. Me gustababastante. Me siento capaz de todo.

De repente alcé los brazosrodeando su mano, envolví susdedos con mi boca para quitarle lacomida. Oh dios mío, está tanbueno.

El agente Reed está cerca y no estápreparado cuando le agarro por lassolapas de su traje y estampo sujodida boca contra la mía. Él dejacaer la carpeta.

¡Mío! A pesar de la conmoción, el agenteReed es capaz de tumbarme en lacama. Cierra las esposas en mimuñeca y me asegura a la cama.Antes de que pueda llegar a lacarpeta, la aparta de una patada. Se movió rápidamente, sus dedosencontraron mi lengua y la pellizcócon saña mientras que con su otramano apretaba en los lados de micuello.

Confusión e ira retuercen sus rasgos.

—¿Qué demonios cree que estáhaciendo? —susurra y mueve loslabios lentamente, mirándose losdedos como si de alguna manera larespuesta estuviera escrita en ellos.

La comida cayó de entre mis labiosal suelo y yo grité en torno a susdedos por la pérdida.

Cuando intento hablar, en cambio,grito de frustración, con lágrimas derabia llenando mis ojos.

—Eres muy orgullosa y muymalcriada y voy sacártelo a golpes.

Cuando la enfermera entra corriendo,desconcertada y con una mano en elcorazón, el agente Reed le dicecortésmente que se largue.

—¿Mejor? —me pregunta, alzandouna ceja.

Miro mis manos esposadas.

—Ni siquiera cerca...

Viviseccionada. Encendida-apagada-

zumbido-zumbido-encendida-apagada. Caleb, te echo de menos.

—Ayúdeme a atraparle, Olivia. —Hace una pausa; su expresión escalculada pero también necesita algo—. Sé que no soy un buen tipo peropuede que necesite a alguien como yoa su lado.

Caleb.

Vete. Vete. Vete.

Mi corazón duele.

—Por favor… deme la foto —

suplico.

El agente Reed entra en mi línea devisión, pero yo solo le miro a lacorbata. —Si le doy la foto, ¿me diráqué pasó? ¿Responderá a mispreguntas? Me chupo el labio inferior, pasandomi lengua por él mientras lomantengo entre los dientes. Es ahorao nunca y nunca no es realmente unaopción. Lo inevitable ha llegado.

—Suélteme.

Los ojos del agente parpadean. Séque su mente debe estar corriendocon ideas sobre cómo hacermehablar. La confianza es una calle dedos sentidos. Muéstrame la tuya, y temostraré la mía. Da un paso haciamí, despacio y con cuidado me quitalas esposas de la muñeca.

—¿Y bien? —dice.

—Se lo contaré. Solo a usted. Acambio, me dará todas las fotos quetenga de él y me sacará de aquí. —Mi corazón late frenéticamente en mi

pecho, pero reúno el valor. Soy unasuperviviente. Alzo la mano—.Deme la foto.

La boca del agente Reed se retuercecon decepción al saber que no puedeganarme este tanto. De mala gana,recoge la carpeta y me entrega la fotode Caleb.

—Va a tener que decirme todo lo quesabe primero, y luego puedo hablarcon mis superiores y hacer un trato.Le prometo que haré todo lo quepueda para protegerla, pero tiene queempezar a hablar. Tiene que decirme

por qué parece que está másinvolucrada en esto de lo quecualquier chica de dieciocho añospuede estar.

Nadie más existe mientras miro lacara de Caleb. Sollozo y trazo lasfamiliares líneas de su rostro. Tequiero, Caleb.

—Voy a ir a por algo de café —diceel agente Reed, con voz resignadapero decidido aún—, pero cuandovuelva, espero respuestas. —No medoy cuenta de cuándo se va, ni me

importa. Pero sé que me está dandotiempo para llorarle en paz.

Salió de la habitación y cerró lapuerta. Esta vez escuché el cerrojo.

Por primera vez en cinco días, mehan dejado sola. Sospecho que serála última vez, por un rato, Caleb y yoestaremos juntos. Con labiostemblorosos, le beso.

Capítulo 2 A Caleb le parecía que la naturaleza

de los seres humanos giraba en tornoa una verdad empírica: queremos loque no podemos tener. Para Eva, erael fruto del árbol prohibido. ParaCaleb, era Livvie.

La noche había sido intermitente.Livvie gemía y temblaba mientrasdormía y el pecho de Caleb parecíacontraerse con cada sonido. Le habíadado más morfina y, después dealgún tiempo, su cuerpo parecíacalmarse aunque todavía parecía quehabía un movimiento frenético bajosus párpados. Pesadillas, supuso. Sin

miedo a la torpeza o al rechazo,sintió la compulsión de acariciarla.La abrazó y los consoló a ambos,pero no podía apartar de su mente elmensaje de texto de Rafiq.

¿Cuándo aterrizaría en México?

¿Cómo reaccionaría ante Livvie y sucondición destrozada?

¿Cuánto tiempo tendría con Livvieantes de que se la llevaran lejos deél?

Llevada. Lejos. Extrañas y terribles

palabras de una lengua extranjera.Cerró los ojos y ajustó su mente a larealidad. Te estás desprendiendo deella. Abrió los ojos. Y cuánto antes,mejor.

No podía razonar con lógica. Eso lehabía mantenido con vida durantemás tiempo del que podía recordar.Era frío y eficiente. No se entreteníacon cuestiones de moralidad. Y aunasí, quería razonar con lógica.Quería encontrar una razón con laque sintiera que podía calmar alhombre curtido que había dentro de

su cabeza. Pero no podía. La verdadera que la deseaba. La verdadtambién era que nunca pretendió quefuera así. Tiró de Livvie acercándolamás aún, con cuidado de no aplastarsus costillas o su hombro herido, yenterró la nariz en su largo cabello,tratando de oler su esencia.

Le había dicho que no era suPríncipe Encantador, pero lo que nole había dicho era que deseaba poderserlo. Hace mucho tiempo, él podíahaber sido… normal. Antes de sersecuestrado, antes de las palizas y

las violaciones y las matanzas, podíahaber sido algo diferente a lo queera. Nunca había pensado así, nuncase había preguntado sobre loscaminos que había tomado, o que nohabía tomado. Su vida fue vivida enel presente y sin la angustia de lasfantasías. Pero ahora fantaseaba.Fantaseaba con ser la clase dehombre que podría darle a Livvietodo lo que ella quisiera. El tipo dehombre que ella podría…Pero tú noeres ese hombre, ¿verdad? Caleb suspiró, sabiendo la respuesta.

Las fantasías de otros nunca lehabían confundido, pero las suyaspropias le dejaban insatisfecho conla vida que había aceptado e inclusodisfrutado de vez en cuando. Queríadejar marchar los anhelos y lossentimientos de remordimiento.Quería vivir para cazar y para matar.Había sido lo único que tenía sentidopara él durante mucho tiempo.Incluso en aquellos momentos deoscuridad, cuando su impulso habíadecaído y se cuestionó la posibilidadde encontrar alguna vez a Vladek, nohabía pensado en ser nada más que lo

que era.

Y ahora, en sólo tres semanas ymedia con Livvie, la mayoría de lascuales las había pasado encerrada enuna habitación oscura, todo parecíaevaporarse. Era estúpido, ingenuo ypeligroso. Una persona no era capazde cambiar en lo fundamental en tancorto periodo de tiempo. Él no eradiferente. Y aun así, se sentíadiferente y ni siquiera la lógica podíaalterar eso. Si no hubiera sido porlos recuerdos, esos atroces, putosrecuerdos de Narweh, golpeándole y

violándole. Si no hubiera visto aLivvie, cubierta de sangre, magulladay temblorosa en los brazos de aquelmotero, no habría sentido como sitodo su mundo estuvieraderrumbándose sobre él.

¡Dios! Lo que había hecho parahacerles pagar. Había sido el tipo defuria que no había sentido en muchotiempo. Había saboreado la miradaen los rostros de esos moteroscuando hundió profundamente sucuchillo dentro de Tiny, y su sangresalpicó a Caleb, las paredes… todo.

¡Venganza! Ese era su propósito.

Se sentía bien tener un propósito.Estaba seguro de que sentiría esaurgencia otra vez. La sentiría en elinstante en que los ojos de Vladek seiluminaran con comprensión y lallevaría a cabo hasta que Vladektomará su último y jadeante aliento.Caleb suspiró. Deseaba sentir lasatisfacción de ese momento.Deseaba sentirlo más que cualquierotra cosa. Lo deseaba más de lo quedeseaba a la chica.

Ella te odiará. Para siempre.Querrá venganza.

—Lo sé —susurró Caleb en looscuro de la habitación. Incapaz deresistir el adormecimiento que leofrecía el sueño, se dejó arrastrarpor la oscuridad.

* * * *

El niño se negaba a bañarse.

—¡Caleb, no lo te lo diré otra vez!¡Apestas! Apestas horriblemente.Han pasado días y todavía estáscubierto de sangre. Alguien te verá yentonces tendrás un problema deverdad entre manos, chico.

—Soy Kéleb. ¡Perro! He hechopedazos a mi amo. ¡He probado lasangre y me gusta! No me lalimpiaré. Quiero llevarla parasiempre, como una medalla al honor.

El oscuro rostro de Rafiq se volviódemacrado, sus ojos se

entrecerraron. —Báñate. Ahora.

El chico cuadró sus jóvenes hombrosy miró amenazante a su nuevo amo.Rafiq era atractivo, mucho, muchomás que Narweh, el puto entrenadoque había en él estaba afectado poreso. Rafiq también era mucho másfuerte que Narweh, capaz de hacermás daño, pero el niño no sepermitiría tener miedo, acobardarseantes de que un hombre seestableciera como su nuevo amo. Élera un hombre ahora, ¡un hombre!Tomaría sus malditas propias

decisiones acerca de cuándo selavaría la sangre de su cara.

—¡No!

Rafiq se puso de pie. Sus ojos eranduros y amenazadores. El chico tragósaliva hondo y con fuerza, y a pesarde hacer su mejor esfuerzo, no podíanegar el miedo que sentía. A medidaque Rafiq se aproximaba, elmuchacho reprimió su deseo deescabullirse. La callosa mano deRafiq aterrizó firmemente en la nucadel niño y la apretó con suficientefuerza como para hacerle estremecer,

pero no lo bastante como paraprovocar su lucha o su instinto devolar.

Rafiq se inclinó y rugió en la orejadel chico:

—Lávate ahora, o te desnudaré yfrotaré tu piel hasta que no vuelvas asoñar con desafiarme nunca más.

Las lágrimas punzaban en los ojosdel niño. No porque tuviera dolor,sino porque de repente estaba muyasustado y deseaba que Rafiq noestuviera enfadado con él. No tenía a

nadie más. Todavía era joven,incapaz de valerse por sí mismo. Suraza y apariencia le dejaba en claradesventaja ante los nativos. A menosque quisiera ser un puto otra vez,Rafiq era todo lo que tenía.

—No quiero hacerlo —suplicó conun susurro. La mano en su nuca seaflojó un poco y el chico forzó a susojos a cerrarse para mantener a rayala amenaza de lágrimas. Se negaba allorar. —¿Por qué?

—Quiero saber que está muerto. Seterminó muy rápido, Rafiq. Seterminó tan rápido y él… ¡él semerecía sufrir! Quería que sufriera,Rafiq. Todo el dolor que me hizopasar, todas esas cosas… quería quesintiera todas esas cosas. Si melimpio la sangre… —Los ojos delniño suplicaban a Rafiq.

—¿Sería como si nunca hubierasucedido? —dijo suavemente Rafiq.

—Sí. —Fue un sonido ahogado.

Rafiq suspiró.

—Nadie sabe cómo te sientes másque yo, Caleb. Pero no puedes seguirdesafiándome; ¡no puedes seguiractuando como un niño quisquilloso!Ya no eres Kéleb. Lávate. Te loprometo, Narweh seguirá muertocuando hayas terminado.

El muchacho tiró para soltarse delapretón en su nuca.

—¡No! ¡No! ¡No! No lo haré.

El rostro de Rafiq pasó de cautelosa

calidez a fría piedra.

—Tú verás, Kéleb. —Su agarrón enel cuello del chico se intensificó ymientras hacía una mueca de dolor yforcejeaba por apartarse de Rafiq, suotra mano cayó cruzando la cara delmuchacho con un golpe seco ycontundente.

Para Caleb el dolor no era nuevo,podía soportar fácilmente unabofetada de castigo, pero, a pesar detodo, estaba estupefacto. Trató deliberarse de Rafiq, pero estabafirmemente sujeto por el agarrón del

hombre que le superaba en edad.

—¡Báñate! —Rafiq rugió con lasuficiente fuerza como para hacervibrar la cabeza de Caleb.

—¡No! —gritó Caleb, con lágrimascayendo por su cara.

Rafiq flexionó su cuerpo, hundió suhombro en el estómago de Caleb y selo echó al hombro. Ignorando lospuños que aporreaban su espalda,entró con determinación en el baño yprácticamente lanzó al chico dentro.Ignoró los gritos furiosos y los

insultos e improperios que venían dela perversa boca de Caleb y sevolvió hacia el grifo para dejar caeragua fría en la bañera.

El cuerpo de Caleb se sacudió alsentir el agua helada empapando susropas y tocando su piel. Incapaz deresistirlo y lleno de ira, se lasarregló para darle un puñetazo en lacara a Rafiq y escabullirse a mediasde la bañera. Tan sólo habíaencendido más la furia de Rafiq.Sintió la mano de la Rafiq agarrandosu pelo, luego el dolor en su cuero

cabelludo y en su cuello mientrastiraba de él hacia atrás. El agua de labañera le cubrió mientras Rafiq leempujaba hacia el fondo. El miedo yel pavor le atenazaron. —¡Me obedecerás, muchacho! ¡Loharás! O te ahogaré, aquí y ahora. Meperteneces. ¿Entendido?

La boca y la nariz de Caleb estabanllenas de agua. No podía entender laspalabras con claridad y sólo oía losgritos furiosos del hombre que lomantenía apresado en el agua. La

sensación de muerte inminente lomantuvo paralizado de terror.Cualquier cosa. Habría dadocualquier cosa para no volver asentir ese tipo de terror nunca más.

¡Aire!

Caleb boqueó y dio arcadas mientrasle levantaba, sus brazos luchando porencontrar y agarrar los hombros deRafiq. Tiró de sí mismo hacia lacalidez y seguridad del cuerpo deRafiq. Él luchó contra los brazos,tratando de quitárselo de encima.Caleb no pensaba en sus gritos de

pánico, sólo quería salir de labañera. Sólo quería respirar y entraren calor.

Unos brazos fuertes agarraron sushombres y le sacudieron.

—Cálmate, Caleb. Cálmate. Respira—decía Rafiq. Su tono eratranquilizador a pesar de suintensidad—. Tranquilízate, Caleb.No te volveré a meter en el agua denuevo si estás listo para escuchar.¡Quieto!

Caleb se esforzó por hacer lo que le

pedía Rafiq. Se agarró con firmeza alos hombros de Rafiq, diciéndose así mismo una y otra vez que no seríaarrojado al agua mientras semantuviera sujeto. Caleb enmudecióy se estremeció, tomando su primerainspiración calmada. Tomó otra yotra, hasta que al final, sólo quedabasu enfado. Despacio, soltó loshombros de Rafiq y se desplomó enla bañera. Tiritaba por el frío, letemblaba el labio, pero no le pediríaagua caliente a Rafiq.

—Te odio —escupió Caleb, con sus

dientes castañeteando.

Los ojos de Rafiq estaban tranquilosy serenos. Con una sonrisa desatisfacción, se puso de pie yabandonó el cuarto.

Los ojos de Caleb escocían conlágrimas de enfado y, como estabasolo, las dejó caer. Seguro de queRafiq no volvería, giró el grifo haciael agua caliente y se acurrucó cercade él, esperando que le calentara lomás rápido posible. Se sacó susropas empapadas por la cabeza y lasarrojó formando un montón en el

sueño del baño con una sensación desatisfacción por el desorden queestaba haciendo.

Una ira pura y sin restriccionesinvadió su cuerpo como si fuera algofísico. Tirando de sus rodillas haciasu barbilla, mordió la carne de susrodillas, raspándola con sus dientes.¡Las lágrimas no cesarían! Seguíangoteando desde sus ojos. Se sentíadébil y patético. No podría detener aRafiq para que dejara de hacerleesto. Mordió más fuerte, esperandoque el dolor físico le liberara de su

sufrimiento. Quería gritar. Quería golpear cosas.

Quería matar de nuevo.

Arañó con sus uñas a lo largo de lacarne de su brazos, sintiendosimultáneamente dolor y aliviomientras se le abría la piel ypequeñas gotas de sangre aparecíanen su carne. Repitió el proceso: másdolor, más alivio. En el agua, lasangre de Narweh se arremolinabacon la suya. No sabía que sentir anteesta visión. El adormecimiento le

asaltó. Miró fijamente, paralizadomientras la sangre del hombre que lehabía torturado durante tanto tiempose disipaba en el agua a su alrededor.

¿Quién era él ahora?

Ya no era Kéleb, ya no era el Perrode Narweh. Era el único nombre quehabía conocido jamás, la única cosaque había sido.

Él está muerto. Está muerto deverdad.

Sus pensamientos volvieron a

Teherán, volvieron a la noche quemató a su dueño, su torturador y suguardián. Kéleb había levantado elarma y la cara de Narweh habíamostrado sorpresa, luego miedo, sólopor un instante. Después, le habíadedicado a Kéleb la mirada, la quele recordaba que era menos que unhumano a los ojos de Narweh, yluego Kéleb apretó el gatillo. Lafuerza de la potente arma le tiró alsuelo.

Lo añoraba.

Añoraba el momento de la muerte de

Narweh. Gateó hacia el cuerpo.

Pizcas de sangre salpicaron su pelo,cara y pecho, pero no las detectó. Nibalbuceos, ni gemidos... sólo uncuerpo. Y sintió... tristeza. Narwehnunca había suplicado. Nunca sehabía arrodillado a los pies de Kéleby suplicado su clemencia y superdón.

No, Narweh no había suplicado, peroestaba muerto. Y bajo la tristeza,había un bendito alivio.

Pero ahora tienes un nuevo dueño,

¿no, Caleb?

Apretó sus ojos cerrados por unmomento y respiró hondo. Despuéshizo lo que Rafiq le había pedido ylimpió su antigua vida de su piel.

* * * * Caleb se despertó, sobresaltado yansioso. Intentó alcanzar el sueñomientras este corría para abandonarsu mente consciente. Había algo...algo importante. Se fue.

Frustrado, le llevó un rato darse

cuenta de que los ojos de Gatita leestaban analizando. Estaba hecha unamierda. Los rasguños de su caraestaban más pronunciados de lo quehabían estado la noche anterior. Susojos estaban hundidos y púrpurascontra su colorada piel. Su nariz,libre de esparadrapo, tambiénparecía inflamada. Por debajo deldaño, todavía podía ver a Gatita,sobreviviendo pese a todo.

Otra vez su corazón parecíapellizcarle en el pecho. Consiguióque no se le notara en la cara. Tenía

dificultades con las palabras.Después de su encuentro de la últimanoche, y todavía conmocionado porel mensaje de Rafiq, ¿qué podríadecir? Todo lo que tenía para ofrecereran más malas noticias.

Se decidió por exponer lo obvio:

—Es de día.

Gatita frunció las cejas e hizo unamueca de dolor por el esfuerzo.

—Lo sé, llevo despierta un rato —dijo malhumorada.

Caleb apartó la vista, fingiendointerés por lo que le rodeaba. Casi lohabía jodido todo, casi la habíajodido a ella. Eso nunca pasaría. Lellenó una sensación de urgencia.Tenían que abandonar este lugar, loantes posible, pero no pudo obligarsea decir las palabras. La noche habíasido intensa.

—¿Tienes... dolor? ¿Puedes sentarte?—susurró Caleb.

—No lo sé. Tengo demasiado dolorpara intentarlo —susurró Gatita,

igual de bajito.

Se miraron fijamente el uno al otro,un segundo demasiado largo, lasmiradas acariciándose condemasiada cercanía antes de queambos, desesperadamente, apartaranrápidamente sus ojos, eligiendomirar a cualquier parte excepto alotro.

—O quizás estoy demasiadoaterrorizada como para pensar en loque va a pasar hoy. O mañana.Quizás sólo quiero volver a dormir ydespertarme de mi vida. —Había

dolor en su voz y él sabía que no erafísico. Caleb miró en su dirección yse fijó en que no estaba llorando.Estaba simplemente mirando al aire,demasiado bloqueada como parallorar, supuso Caleb. Conocía bienese sentimiento.

Y ahora esto. Limbo. Un estado deexistencia que nunca habíaexperimentado. Se sentíainmovilizado por lo que habíapasado, por encima de todo, porqueaún tan jodidas como habían estadolas cosas antes, él había llevado el

control y se había mantenido distante.Ahora su situación era insostenible.Continuar con sus vidas girando launa alrededor de la otra sólocausaría más dolor y agonía. Calebse rascó la cara, escarbando con susdedos en su barba incipiente, comosí, por distracción, nunca tuviera quemirar hacia Gatita de nuevo, nuncatuviera que decirle que tenían queirse, y, que a pesar de la últimanoche... seguía siendo su prisionera.Y él seguía siendo su amo. —¡Mierda —resopló ella, con voz

fuerte, como despertando del vacíoentumecimiento y volviéndoseenérgica y obstinada otra vez—,acabemos con esto, Caleb. ¿Quédiablos va a pasar ahora? Caleb. Simplemente la miró. Ahíestaba otra vez, el uso de su nombre.Sabía que debía corregirla, obligarlaa dirigirse a él como Amo, yrestaurar la línea, las barreras entreellos, pero simplemente no podíahacerlo, joder. ¡Estaba agotado! Tanjodidamente agotado.

—El desayuno, supongo. Después,tenemos que irnos. Más allá de eso,no me molesto en discutirlo, —dijo.Trató de forzar un semblante defrivolidad, pero fracasó y Gatita lonotó.

—¿Y ayer? —Intentó mantener sutono neutral, pero Caleb ahora laconocía demasiado bien y no teníaque adivinar lo que estabapreguntando en realidad. Queríasaber si ella significaba algo para él,si el hecho de que casi hubieran...follado, le había hecho cambiar de

idea acerca de venderla comoesclava. La respuesta era sí... y no.Vladek todavía tenía que pagar, yGatita, todavía tenía que representarsu papel. Habían pasado el punto deno retorno.

—Te conté todo lo que queríassaber. —Hizo una pausa, moderandosu tono—. No voy a decir nada más.Así que deja de preguntar.

Se levantó corriendo de la cama y seapresuró hacia el cuarto de baño.Dentro, evitó su reflejo y buscó uncepillo de dientes. Los gérmenes

eran la menor de sus preocupaciones.Aunque se había duchado sólo unaspocas horas antes, abrió el aguacaliente, sólo el agua caliente, y sedispuso a quitarse sus ropasprestadas.

El agua le escaldó y su propiocuerpo luchó por apartarse de lacastigadora temperatura del agua,pero Caleb no lo permitiría. Seobligó a sentir el dolor punzante.Apretó los dientes e ignoró el hechode que su piel probablemente sufriríaampollas en algunos lugares.

Colocando sus manos contra la paredde la ducha, dejó que la tórrida aguay los múltiples chorros de la duchaeliminaran su confusión. Sentía suespalda tensa, ya sensible. Lascicatrices que presentabahormigueaban y volvían a la vida.

Era la sensación que estababuscando. Las cicatrices lerecordaban quién era, de dónde habíavenido y por qué tenía que seguiradelante con su misión. El aguaescocía contra su culo y susgenitales, y sintió el bulto en su

garganta creciendo y emergiendohacia su boca. Nunca lo dejaría salir.Se lo tragaría y lo mantendríaprisionero en su pecho. Permitió quesus manos bajaran y cubrieran supolla y sus huevos del estricto calordel agua. Sonó un golpe en la puertay la cabeza de Caleb se girórápidamente hacía allí. Gatita habíaentrado, anunciándose con ungolpeteo, pero sin esperar por surespuesta. La conmoción le asaltó.No podía mantenerlo oculto en sucara y sin pensárselo se moviórápidamente para abrir el agua fría.

¡Esto era privado! Bien, al menos ella no huyó. Pero, ¿adónde podría haber ido de todasformas?

Gatita le miraba a él... por todaspartes. Incluso a través de la intensacantidad de vaho, podría ver suviolento sonrojo. Fuera un sonrojovirginal o no, sus ojos no sedesviaron de su persona.

Sus ojos finalmente se encontraron.

—Yo... —Gatita aclaró su garganta y

empezó de nuevo, pero nada salió.No estaba sonrojada, ya no.

—¿Necesitas algo? —espetó Caleb.Había estado intentando rehacer sucompostura pero su interrupción ledejó sintiéndose expuesto de algunamanera, incluso vulnerable, y no legustaba. Sin embargo, ella tambiénestaba desnuda, no se había vuelto avestir desde la noche anterior y esotambién era confuso. Sus ojostomaron consciencia de ella,centímetro a centímetro, y todo elsentido común se evaporó. Entre sus

manos, su polla se despertó. Quería estremecerse por la punzantesensación de su carne castigadaestirándose y expandiéndose, pero nole dolió tanto como debería, porqueel dolor y el placer eran de prontocasi lo mismo.

Gatita enderezó su columna, conactitud segura.

—Sí. Necesito algo. Montones dealgo. ¿Por dónde quieres queempiece?

La miró fijamente, paralizado. ¿De

verdad había dicho eso? ¿A él?Sabía que debería estar enfadado,pero en lugar de eso, volvió lacabeza para esconder una sonrisa.Esta conversación era familiar, y deun modo peculiar, reprimiócualquiera de las emocionesmolestas que le habían estadoatormentando hacía unos momentos.Conocía su parte del juego, era sujuego, no importara en qué medidaparticipara Gatita. Habló hacia lapared de la ducha e intentó mantenerla diversión lejos de su voz.

—Bien, ¿puede esperar al menoshasta que salga de la ducha? —Y,porque no pudo evitarlo, añadió—:A menos que quieras subir aquí ydevolverme el favor de anoche. —Searriesgó a mirar en su dirección.

Se ruborizó con ardor, pero semantuvo la cabeza alta. —¿En realidad? En parte. Quierodecir... no, pero... —resopló—, megustaría darme una ducha y ya queprácticamente estoy lisiada, podríausar tu puñetera ayuda. Pero no si

vas a comportarte como un imbécilpor ello. —Asintió con la cabeza,como diciendo: Ahí está, lo dije.Caleb no pudo evitar reírse, con suhumor mejorado, y decidió dejar quesus payasadas le distrajeran. Eramucho más seguro y menoscomplicado. Sabía que su reaccióniba en contra de la que habría tenidonormalmente otro día, en otrasituación con otra chica. Pero ahoramismo, estaba tremendamentealiviado de sentir algo similar a ladiversión, en lugar de lo otro con loque se había despertado. Se agarró a

ello y aguantó firmemente. Abrió la puerta de la ducha y lededicó su mejor y más lascivasonrisa.

—Bien, pasa para adentro entonces.Me esforzaré por no ser un imbécil.

Ella no le devolvió la sonrisa,optando en su lugar por mantener suenfado. Era una especie de desafío yél lo aceptó porque algún día, suodio hacia él la mantendría viva. Lenecesitaba y estaba determinado ahacer lo que pudiera por ella. Le

debía al menos todo eso.

Dio un paso hacia atrás en la duchamientras ella se aproximaba. Sucabeza estaba baja y sus mejillasteñidas de rosa, pero también contonos de púrpura, verde, amarillo yazul, mientras con cuidado se movíahacia él. De pronto, imágenes de sucuerpo golpeado y sangrando, y de supropio pasado, emergieron como unaúnica visión, como una personareviviendo un recuerdo horrible. Unaemoción poderosa le atravesó y sealegró de que el vapor de la ducha y

el sonido del agua golpeando contralas paredes, lo ocultara del todo.

Caleb parpadeó, luchando contra lospensamientos y las voces fluyendopor su cerebro. Cuando Gatita estiróel brazo hacia él, usando su brazo ysu hombro como apoyo, sólo la vio ypensó en ella.

—Jesús, esto es como una sauna, —dijo Gatita. Miró hacia arriba, conexpresión fatigada—. ¿Puedes hacerque no haga tanto calor?

—No lo sé. ¿Puedes decir por favor?

—El tono de Caleb todavía conteníahumor, pero la ansiedad estabaabriéndose paso. La sensación decontraste entre ellos pendía pesada ydensa en el aire.

Gatita finalmente le dedicó la máspequeña de las sonrisas, solo unaligera curva de sus gruesos labiospero sus ojos eran directos.

—¿Porfi, Caleb? —Y, en un instante,era la chica de la noche anterior:seductora, depredadora... Livvie.

Despacio, Caleb tomó aire y se

volvió para ajustar el agua. No sedio cuenta de su error hasta que oyósu gemido de sorpresa y sintió susmanos en su espalda. —No la toques —rugió y se girópara encararla. Sus ojos estabanabiertos de par en par, llenos deterror y de horror, y su mano cubríasu boca. Caleb apretó sus puños yella volvió la cara apartándola de él.Dolía. La idea de que pensara que lagolpearía con su puño cerrado. Seesforzó por desdoblar sus dedos desu palma, pero fue volviéndose más

fácil cuando la vio relajarse con suprogreso. Cuando finalmente se quedó de piefrente a ella, con las manos abiertas alos lados y su cara con una calmadeliberada, ella bajó la mano de suboca y suavizó el miedo y el horrorde sus ojos. Le estudió con recelo,buscando una forma de aproximarsea él sin enfadarle. Con cautela,intentó alcanzar su mano. Sus dedosrozaron los de él, silenciosamentepidiendo permiso.

Retiró su brazo hacia atráslentamente, unos pocos centímetros,mostrando su rechazo a la intimidadentre ellos. Observó como ellamiraba fijamente hacia abajo, haciasus pies, pero avanzando poco apoco y dejando un rastro con su dedoíndice a lo largo de la muñeca deCaleb.

—Vamos, Caleb —susurrósuavemente. Su cabeza permanecíabaja, permitiéndole la privacidad desu reacción.

Se le erizó la piel. Si no estuviera tanlastimada, la habría empujadoapartándola. En lugar de eso, lepermitió seguir acercándose. Dosdedos le tocaban ahora; trazaban uncamino lentamente desde su muñecahacia su mano. Lo permitió. Con unainspiración profunda, dejó que susdedos encontraran los suyos y seentrelazaran. Caleb mantenía lamirada fija por encima de su cabeza.

Su mano era levantada. Sintió susdedos rozando contra las costillas deLivvie. Y luego por su hombro. Y

por último, su mejilla.

Aquí.

Me hicieron daño, aquí.

El cuerpo de Caleb se balanceó unpoco.

—Bésame —susurró ella. Era unaoferta de distracción.

La aceptó.

El pecho de Caleb se agitó con lafuerza de sus suspiros y sus labios sedejaron llevar para encontrarse con

el rostro girado de Livvie. Gimieroncada uno en la boca del otro. ¡Joder!¡Sí! No quería nada más que levantara Livvie con sus brazos, empujarlacontra la pared de la ducha y follarlahasta olvidar toda su frustración, ira,lujuria y remordimientos.

Desenlazando sus dedos, Calebbuscó los pechos de Livvie conambas manos y los apretó. Su cariciaera ruda, ansiosa, pero ellarespondió con igual intensidad. Suspulgares trazaron sus aureolas. Sucarne se plegó bajo su habilidosa

caricia. Las puntas duras de suspezones rozaron las yemas de suspulgares y ella mostró su entusiasmoen voz baja en la boca hambrienta deCaleb. Las temblorosas manos deLivvie encontraron su cintura. Susdedos agarraron sus caderas y susuñas se clavaron en la piel sensible.Fue el turno de Caleb para gemir. Sucarne estaba delicada por culpa delagua caliente, pero le dio labienvenida al dolor, especialmentecuando se mezclaba con el placer.Quería más. Lo quería todo.

Caleb dio un paso adelante. Livvieretrocedió sin romper su beso febril.Era una danza que sus cuerpos yaconocían. Mordió la lengua deCaleb, sus labios dejándoleasombrado unos pocos segundosantes de que ella deslizara su lenguapor la suya. Con la espalda de ellacontra la pared, Caleb aprovechó laoportunidad de acercarse más, debesarla con más dureza. Su pollarozaba el vientre de ella y empujócontra la suave y resbaladiza carne.

—¡Ay! —gritó Livvie. Rompió el

beso y se agarró al cuerpo con losbrazos, inclinándose ligeramentemientras procesaba el dolor.

Caleb se apartó instantáneamente.

—Mierda. No lo pensé —resolló,tensando sus manos y con los brazosa los lados—. ¿Estás bien?

—Sí —dijo ella, pero no sonabacomo si lo estuviera—. Estoy bien,sólo dame un segundo.

Caleb se sintió tonto, merodeandosobre ella con su enorme erección

entre ellos. ¿¡¿Pero en qué coñoestaba pensando?!? No debería estarhaciendo esto. Vaciló entre lo quedebería estar haciendo y lo quequería hacer. Debería parar.

—Tenemos que parar.

Una de las manos de Livvie se estiróhacia arriba y Caleb le ofreció subrazo para usarlo como apoyo. No selo esperaba cuando su otra manoenvolvió su polla y la apretó. Calebgimió en voz alta.

—No —dijo ella. Su tono no

toleraba ninguna discusión—. Noquiero parar. No quiero pensar.Quiero estar aquí y pretender que nohay nada esperándonos cuandosalgamos. —Las palabras de Livvieparecieron acariciar algo muy dentrode él, algo que no podía acariciarpor sí mismo. Por supuesto, tambiénestaba la caricia muy física de sumano contra su polla.

Él siseó a través de sus dientesapretados. Su mano le rodeaba confuerza; sus dedos no eran losuficientemente largos para acariciar.

Apretó otra vez. Más placer. Másdolor. —No podemos. Te lastimaré —dijoCaleb. La mano de Livvie apenas le liberó yla sensación de la sangre fluyendohacia la cabeza de su polla fue casisuficiente para hacerle empujarcontra su mano. Gimió mientras laspuntas de sus dedos rozaban su carnedura.

—Bien, puedo verlo, Caleb. ¿Sontodos... así? Quiero decir... ¿Todoslos hombres la tienen así de grande?

Caleb puso su mano sobre las suyas ylas sostuvo quietas.

—No hables de otros hombres justoahora, Livvie. No cuando tienes mipolla en tus manos. —No estabaceloso. No era del tipo de los que sepreocupaban lo bastante como paraserlo. Pero su pregunta le recordó lomucho que conocía acerca de otroshombres, y no le gustaba una mierda.

—Lo siento —susurró y se sonrojó—. Supongo que a ninguno legustaría eso, ¿verdad? —Livviesonrió a Caleb, con cautela, preciosaa pesar de los moratones.

Mi chica dura.

Los ojos castaños de Livvie todavíaatraían su interés, más que nuncaantes. Mientras se permitió a símismo llenarse con todo lo que lerodeaba, los ojos de ella parecíanhacer lo mismo. Sus dedos semovieron nerviosamente a través de

su mano y contra su polla. Él gimió yobservó las pupilas de ella dilatarse,profundizando su mirada; se preguntósi los suyos hacían lo mismo.

Caleb vio cómo su lengua de gatitase deslizaba lentamente por su labioinferior. Lentamente, la flexiblecarne desapareció dentro su boca yobservó cómo lo mordía. Tragósaliva.

—No —dijo, su voz ronca—,especialmente en este tipo desituación. —Le sonrió—. Aun así, telo aseguro, mi polla es muy especial.

Livvie sonrió.

—No puedo creerlo... tuviste estodentro de mí.

Las caderas de Caleb se balancearonhacia ella al oír sus palabras. Supolla recordaba follársela por elculo, evocaba la estrechez y lacalidez que esperaban dentro de ella.Recordaba sus quejidos y suspiros,la forma en que se curvaba contra supecho cuando se corría debajo de él.Lo deseaba mucho y estaba haciendoun pésimo trabajo para ocultarlo.

Livvie se acercó a él, hasta que sucabeza tocó su pecho. Los brazos deCaleb la rodearon, como por instinto. —Quiero hacer que te corras, —susurró contra su pecho.Tímidamente. Seductoramente. Sumano todavía le agarraba y deslizó lamano arriba y abajo por toda sulongitud. Caleb se levantó en laspuntas de sus pies y jadeó, incapazde resistir la deliciosa fricción de sumano, pero luchando contra laurgencia de empujar contra lasuavidad de sus pechos mientras

estos se encontraban con la punta desu polla. —Sigue haciendo eso —dijo con vozronca. Colocó una mano contra lapared detrás de Livvie, su brazoextendido como recordatorio de nomagullarla. Su otro brazo la sosteníaholgadamente contra él. Notó que suhombro lesionado estaba apoyadocontra él, con su mano en su sensibley escaldada cadera.

Ella le acarició. Él abrió su boca ysilenciosamente tomó aliento para no

gemir, su estómago tensándosebruscamente. Sus caricias se sentíanpoco experimentadas, inconexas,como celestiales en un instante ycomo un ataque en el siguiente, perolo estaba disfrutando. Le estabaacariciando porque ella quería, nopor otra razón. ¿Qué coño me estáshaciendo, Livvie?

Durante el siguiente minuto, su mentese quedó en blanco. Incapaz deresistir, se movió dentro de su mano,sus caderas moviéndose bruscamentehacia delante para tocar con su polla

contra las jodidamente increíblestetas de Livvie.

Estás arruinando mi vida...

Tan suave. Era tan jodidamentesuave.

—Oh... Dios —salió de su boca,pero a Caleb no le importaba unamierda. Contra su pecho, Livviejadeaba con agitación y esfuerzo. Losdedos contra la cadera de Calebapretaron y tiraron de sus caderasmás cerca y luego las empujaron devuelta.

Más. ¡Oh, joder! Por favor, más.

—Más fuerte, Livvie, apriétame másfuerte —jadeó. Livvie obedeció,enviando a Caleb a un estado denirvana. Él sintió como si fuera aarder desde el interior hacia afuera—. No pares. Sigue así.

—Oh, Dios, Caleb. Estás tan duro —la voz de Livvie era pura lujuria—.Quiero que te corras. Quiero vercómo te corres. —Intentó retirarse,pero Caleb la sostuvo más cerca.

Él negó con la cabeza.

—No me mires a mí, mira a mi polla.Mírala correrse toda por encima deti. —La mano de Livvie apretó más yaceleró el ritmo. Caleb no pudo resistirlo por mástiempo. Con un grito, se puso depuntillas y se corrió encima de lasgenerosas tetas de Livvie. Mientrasjadeaba y trataba de no desmayarse,Caleb escuchó a Livvie chillarsorprendida.

—¡Oh. Dios. Mío! —susurró y se

rio. Miró hacia abajo a su cuerpo, suexpresión divertidísima—. Está portodas partes. Aghh. Caleb, es...pegajoso.

Caleb se rio y la observó mientrasdaba toquecitos a su semen eintentaba limpiárselo.

Se rio disimuladamente.

—Es más pegajoso cuando estámojado —le advirtió. Se giró yalcanzó el jabón. Se quedó quietoante la caricia de su mano contra suespalda. Suspiró profundamente. En

la euforia de su orgasmo, no tenía laenergía para discutir o pelear.

Se tensó cuando ella se acercó más.Cerró los ojos mientras ella trazabalas penetrantes líneas blancas quecruzaban su espalda. Su piel estabaroja por el calor del agua y sabía quelas cicatrices estarían máspronunciadas a causa de eso. No erala primera vez que alguien habíavisto sus cicatrices. No estabanecesariamente avergonzado de ellasy no era como si escondiera sucuerpo a sus amantes. Pero nunca

hablaba sobre ello, jamás.

—¿Qué pasó? —El susurro era tanbajo, que Caleb lo habría pasado poralto si no supiera que iba a venir.

—Una infancia de mierda —dijomonótonamente.

El aliento de Livvie rozó por toda supiel. Ella besaba sus cicatrices.

Capítulo 3

Livvie entró en el coche y cerró lapuerta con un golpe. Intentóocultarlo, pero Caleb vio el modo enque se estremeció de dolor y se frotóla clavícula. —¿Feliz? ¿Le hemos dado unalección a la puerta? —se burló Calebcon una sonrisa dulce. Los ojos de ella se entrecerraronmirando en su dirección, su furia erainconfundible.

—No puedo creer lo que le hiciste aesa gente, Caleb. Eres tan... noimporta. ¿Podemos simplementeirnos, por favor?

La ira de Caleb, dormida a causa desu inesperado orgasmo previo, ahoraaflora a la superficie.

—¿Qué parte no te puedes creer? —dijo bruscamente, metiendo a lafuerza la llave en el contacto delcoche robado y girándola—. ¿Laparte en la que te rescaté de un grupode violadores potenciales que te

golpearon hasta dejarte mediomuerta? ¿O quizás la parte donde,con gran riesgo para mí mismo,secuestré a un doctor para que meayudara a salvarte? ¿Qué parte es,porque me gustaría saber cuál deesas cosas no debería volver a hacerpor ti jamás? —Le puso una marchaal vehículo y arrancó. Por unmomento, no le importó que Livviehubiera sido zarandeada en suasiento.

Silencio.

Caleb se acomodó en el asiento,

satisfecho. No era como si leshubiese asesinado. El doctor y sumujer eran libres para vivir susvidas, no era peor de llevar. Livviehabía estado mortificada deencontrarse a la pareja exactamentecomo él les había dejado la nocheanterior: atados con cinta adhesiva alas sillas de su comedor. Haciendouna concesión, el hecho de que sehubieran orinado encima durante elcurso de la noche era desagradable,pero por otro lado estaban ilesos. Enuna situación diferente, no les habríadejado ir tan fácilmente. Se preguntó

cómo habría reaccionado Livvie a talcosa.

—Gracias —masculló Livvie desdeel asiento del pasajero.

—¿Por qué? —Caleb todavía estabairritado.

—Por salvarme la vida. Inclusoaunque estés a punto de ponerla enpeligro otra vez —susurró.

Caleb no respondió. Era exactamentelo que iba a hacer. Conducirla aTuxtepec, entregársela a Rafiq,

entrenarla, venderla... perderla parasiempre. Y matar a Vladek. No nosolvidemos de esa parte. El pensamiento no mitigó la culpaque se resistía en su interior. Sucorazón estaba pesado, suspensamientos se mezclaban. Aun así,no podía permitirse mostrardebilidad. Toda la agitación de suinterior debía ser ocultada, a todos.

—No hay de qué, Gatita, —se burló.Por el rabillo del ojo, vio a Gatitafrotarse el ojo y, con un rápido

movimiento de muñeca, lanzar suslágrimas hacia el suelo del coche.¡Arruinando mi vida!

Las cosas habían sido mucho másfáciles en la ducha, fáciles cuandoeran simplemente ellos dos y elmundo exterior parecía irrelevante ymás allá del alcance de suspensamientos. El mundo ahora estabaen el coche con ellos y era Gatita laque parecía más allá del alcance.

Después de que ella le hubiera hechosentir más placer del que nunca habíatenido, con una paja, ni más ni

menos, él había disfrutadoenjabonando su piel, observandoatentamente mientras el aguaresbalaba sobre los firmes picos desus pezones, bajando por lapendiente de su vientre bronceado ysus caderas, y descendiendo más alládel triángulo negro azabache entresus muslos. La había tocado ahítambién, escudriñando con sus dedosa través de su escaso vello hasta quesintió su carne resbaladiza separarsebajo sus dedos. Era como abrir unaflor, sus pétalos rosas y vibrantes,brillando por la condensación y la

lujuria.

Se había arrodillado delante de ella,venerándola. Se había abierto paraél, hambrienta, llena de deseo. Cadauno de sus sentidos había estadoligado y enfocado en ella. Podía olersu excitación, podía ver la forma enque su carne se oscurecía y, contrasus dedos, la había sentido temblar,había oídos sus suaves gemidos. Ellale había rogado que la saboreara.Despacio, había lamido su diminutobrote.

¡Oh! Cómo le había deseado.

Ella se había abierto más y habíacolocado sus dedos en su pelo paratirar de él más cerca.

—Suplícame —había susurrado laspalabras contra ella.

—Por favor, Caleb. Por favor,lámeme. Él había obedecido. Un largo yhúmedo lametón cruzando sus pétalosabiertos. Ella sollozó:

—Otra vez. Por favor. Otra vez.

—Di que quieres que te lama elcoño.

Ella tiró de su pelo más fuerte.

—¡Caleb! —chilló.

—Dilo. Quiero oír más guarradas detu boca.

Ella dudó. Sus caderas se movieronhacia su boca, pero él no hacía másque besarla con sus labios.

—Por favor, Caleb. La-lámeme el...

coño.

Nada le había puesto tan cachondojamás. Le había separado más laspiernas, acunando sus muslos con sushombros y presionando su caracontra su coño. ¿Lamerla? Joder, ladevoró.

El dolor ya no parecía ser unproblema para ella ya que se curvabay mecía sus caderas contra su bocavoraz. Sus manos le sostenían lacabeza, empujándole más adentro,demandando más, incluso cuando élse lo daba y daba.

Cuando ella se corrió, su coño apretósu lengua. Humedad, palpitación,carne y agitación contra humedad,palpitación y carne. Sus jugosempaparon su boca, una descarga demiel que no sólo se tragó, sino quesorbió de su carne durante ratodespués de que ella le hubierasuplicado que parara.

Pero eso había sido antes. Esto eraahora.

Caleb suspiró con pesadez, frustradopor el giro de los acontecimientos.

Más molesto que el comportamientode Gatita era la perspectiva de lainminente visita de Rafiq. Habíaintentado llamar a Rafiq antes,mientras Gatita se vestía y peinaba sucabello, pero no había habidorespuesta. Caleb sólo podía asumirque Rafiq estaba, o bien de camino, obien ignorándole. Esperaba que fueraesto último. La última cosa quenecesitaba después de lo que seguramente sería un viaje muy largoy agotador, era una confrontación conRafiq.

Su relación era más que complicada.Rafiq era muchas cosas para Caleb.Durante un tiempo, su guardián.Luego, un amigo. ¿Ahora? Rafiq lellamaba hermano. Pero Rafiq eratambién mucho más. Rafiq manteníaun poder y una influencia sobreCaleb con la que nunca se habíasentido cómodo. Caleb había sido unadolescente difícil. Después deNarweh, se había quedado con unmontón de miedo que se habíaconvertido en ira. Había habidoveces en las que habían discutido yCaleb había visto cosas en Rafiq que

deseó no volver a ver nunca.

Rafiq no se detendría ante nada parallevar a cabo sus planes. Todo elmundo era prescindible; todos erandaños colaterales. Si alguna vez sellegaba a eso, Rafiq podría matarle,y, por tanto, Caleb tenía que estarpreparado para golpear primero. Latregua radicaba en el hecho de queninguno de ellos disfrutaría con latarea. Mientras Caleb seguía sucamino a través de carreterasangostas, se permitió pensar en loque haría si Rafiq estuviera

esperándoles en Tuxtepec. Agarró elvolante más fuerte. Lo sabía. Ese erael problema. Sabía exactamente loque pasaría. Prepárala.

—Nos va a llevar todo el día y partede mañana llegar a nuestro destino.—Relajó su agarre en el volante y seapoyó contra el respaldo de suasiento. Tenía que dejar de ser suavecon ella. Tenía que hacerla fuerte,hacerla dura, y conocía mejor que lamayoría cómo la frialdad de la

realidad podía ensombrecercualquier esperanza inocente. Elprimer paso había sido contarle laverdad sobre su futuro, pero teníaque empujarla más lejos. Tenía quehacerle entender.

No había futuro para ellos.

—Te sugiero que te tomes tu tiempoy asumas la seriedad de la situación.Te perdono por huir, pero sóloporque el destino ha hecho un mejortrabajo castigándote del que podríahacer yo. —Caleb mantuvo sus ojoshacia el frente, negándose a aceptar a

la chica con el corazón roto queestaba a su lado. No tenía quemirarla para saber cuándo le heríansus palabras. Un eco de su dolorparecía reverberar a través de él. Almenos, eso era lo que él quería creerque era: un eco.

Recordó la presión de sus labioscontra sus cicatrices. Ella besó miscicatrices y yo cree otras nuevaspara ella.

—¿Vas a seguir adelante con ello?—El tono de Gatita era angustioso,

pero también enfadado y decidido.

Se dijo a sí mismo una y otra vez: Yaestá trazando su venganza. Nunca teapreciará. Si se lo recordaba a símismo lo suficiente, quizás podríahacer entender a su mente la verdad.Así que se repitió las palabras comoun mantra. Está jugando contigo.Está haciendo tiempo hasta quepueda deshacerse de ti.

—Nunca dije otra cosa, Gatita. Nohe roto ninguna promesa hacia ti —replicó Caleb, su tono severo einflexible. Tenía que cerrar de golpe

la puerta a todo lo que había entreellos. Era la única manera de seguiradelante y asegurarse de que ellasobrevi v i e r a . También es tusupervivencia.

Caleb esperaba sus lloriqueos encualquier momento. Era su baile: ellaluchaba contra él, él le hacía daño,ella lloraba... él se sentía como unamierda. Repetimos. Se sorprendió al oír elacero en su voz cuando ella leespetó:

—Me prometiste que si hacía lo queme pedías, siempre saldría mejorparada. ¿Todavía lo crees, Caleb?¿Realmente crees que vendermecomo esclava sexual será lo mejorpara mí? —Ya está hecho —dijo él.

—Que te jodan —escupió ella.

La ira surgió y se intensificósiguiendo a su culpabilidad. Se lohabía prometido, pero no de la formaque ella proponía.

—Pretendía enseñarte a sobrevivir aesto. Siempre he tenido la intenciónde armarte con lo que necesitarás. Enese sentido, sí —siseó—. Mantendrémi promesa. Pero a su vez he hechootras promesas, a alguien que se haganado mi lealtad.

—¿Se supone que debo ganarme tulealtad, Caleb? —le miró condesprecio—. ¿Por qué? ¿Qué hay demi lealtad? ¿Qué has hecho paraganártela? —Caleb tensó sumandíbula—. Eres peor que esosmoteros —escupió, su cuerpo tenso y

enroscado, listo para atacar—. Almenos ellos sabían que eranmonstruos. ¡Eres patético! Eres unmonstruo que se cree que es algomás.

El calor subió por la columna deCaleb e irradió bajando hacia susdedos. Sujetaba el volanteapretándolo con los nudillos blancos.Su primer instinto fue golpearla,soltar el volante y abofetearlacruzándole la cara, pero, ¿quéprobaría con eso? Sólo que teníarazón, lo que, por supuesto, era así.

Sólo un monstruo podría hacer lascosas que él había hecho. Sólo unmonstruo podría tener los instintosque él tenía, y sólo un monstruopodría sentirse indiferente a sunaturaleza o tratar de racionalizarla.

—Yo sé lo que soy —dijo con calma—. Siempre lo he sabido.

Le lanzó una rápida ojeada de arribaa abajo. Ella se encorvó de nuevo ensu asiento, como si su mirada fueraveneno.

—Eres tú la que piensa otra cosa —

dijo Caleb. Vio a Gatita encogerse.Sus palabras aparentemente heríansus sentimientos, pero eran laverdad. La verdad les lastimaba a losdos. Ella le había visto como algomás, algo que juzgaba mejor. Por unpequeño instante, él habíacompartido su imaginación. No sehabía dado cuenta de lo mucho quesignificaba para él, hasta que dejó deser verdad.

Nadie le había visto jamás comoalguien capaz de ser más y élacababa de herir a la única persona

que lo había hecho. Mejor así.Quería volver a la época antes deque hubiera sabido que ella existía,la época en la que su vida era enblanco y negro, y el gris noimportaba. Sentía nostalgia de lasimplicidad de su vida, libre dedilemas morales, culpa, vergüenza,lujuria dominante, y, el peor pecadode todos: anhelo. Quería irse a lacama por la noche y saberexactamente qué esperar cuando sedespertase. Quería a Gatita fuera desu vida y fuera de su cabeza.

El espacio dentro del vehículo erasilencioso, pero alto y claro. Calebestaba contento de mirar fijamente através del parabrisas mientras lostramos de carretera desaparecíandebajo de ellos, llevándoles a milesde kilómetros de aquella ducha, susconfesiones, y de todas lasposibilidades de lo que habríapodido haber entre ellos.

Después de un rato, finalmente seaventuraron por carreteras urbanaspavimentadas. La civilización lesrodeó. A Caleb no se le pasó la

forma en que Gatita se sentó derechaen su asiento, su cabeza girada paraver todo lo que pasaba por suventanilla. Levantó el brazo que noestaba herido y presionó la palmacontra la ventana.

Caleb tragó saliva y la ignoró, conlos ojos al frente.

El sol estaba brillandoresplandeciente, calentando lo quequedaba del frío de la mañana. Calebse estiró para alcanzar el aireacondicionado y bajarlo. Bajaría lasventanillas cuando no hubiera tanta

gente alrededor que escuchara lasapasionadas súplicas de auxilio deGatita. También tenía que deshacersedel vehículo, sólo por si acaso eldoctor no había mantenido su palabray los Federales ya estabanbuscándolos. Tenía unos pocoscientos de dólares americanos y unospocos cientos de pesos, cortesía deldoctor. No era suficiente parasobornar a un policía, pero bastantepara los habituales que pudierancausar problemas. En cualquier caso,cuanto antes llegaran a Tuxtepec,mejor. Caleb se metió en una rotonda

y tomó la salida que llevaba haciaChihuahua. Tendría que parar yconseguir todo lo que necesitabacerca de la ciudad.

—No puedo cambiar de parecer,¿verdad? —Las suaves palabrastrajeron a Caleb de vuelta al coche.No quería hacer esto más. No queríahablar—. Esto está ocurriendo deverdad. ¿No? Y tú vas a dejar queocurra... ¿lo harás? —Intenta dormir, Gatita. —Su vozera distante y rígida—. Tenemos un

largo camino por delante. Ella no cedería, aunque sus modaleseran relajados y displicentes, comosi sólo estuviera hablando en vozalta, sin esperar una respuesta. —Admito que... al principio pensé... —se encogió de hombros—. Pensé querealmente eras mi “caballero de labrillante armadura”. Una estupidez,lo sé.

Su tristeza irónica, mientras repetíalas palabras de Caleb, trataba dehacerle sentir culpable. En lugar de

ello, consiguió ignorarla. No le iba adar la satisfacción de importunarlecon una discusión.

—Estaba tan impactada cuando te viotra vez. Impactada de descubrir...entonces pensé que eras un monstruo.Me aterrorizabas. Pero, ¿ahora?Ahora no sé cómo sentirme acerca deti, —susurró ella.

Caleb agarró el volante más fuertecon una mano y giró el control de laradio, llenando el vehículo conmúsica mariachi a todo volumen.

Gatita se volvió para encararlo, laantes distante mirada se había ido desu cara y la reemplazaban unos ojosentrecerrados y una boca convertidaen una línea severa. Alcanzó el botóny apagó la radio.

—¿Así que esta es tu respuesta?

Caleb tomó una honda respiración ytrató de controlar su enfado.

—Te crees que eres jodidamentelista, ¿verdad? —le dedicó unacarcajada triste y condescendiente—.¿Honestamente crees por un segundo

que no me doy cuenta de que lo estáshaciendo? Estás intentando hacermesentir culpable, intentando hacermecreer que tienes sentimientos haciamí. —Ella hizo una mueca y sumandíbula se tensó—. Sabes queestás atrapada y estás intentandoencontrar una forma de escapar.Intentar seducirme con tu espectáculode cariño y confidencias nofuncionará conmigo —se burlócuando vio la forma en la que Gatitafingió sorpresa y dolor—. Puedesdejar de actuar. No estoyimpresionado. Tus intentos son

ridículamente transparentes.

Se anticipó a su furia,mentalizándose para ella, pero no lehabía otorgado suficientereconocimiento. En lugar de soltarimproperios, Gatita le atacó con unrazonamiento frío y resuelto.

—Tienes razón, Caleb. Estoytratando de seducirte. Estoy tratandode encontrar una forma de escapar deeste lío de mierda en el que me hasmetido. ¿Qué más puedo hacer? ¿Quéharías tú en mi lugar? —No habíalágrimas en sus ojos, tampoco había

enfado. Sólo había verdad, y laverdad era siempre poderosa. Ytambién dolorosa. Caleb sabía exactamente lo quehabría hecho en su lugar, porque lohabía hecho. Había habido ocasionesen las que había intentado conseguirque los hombres le ayudaran, leliberaran, y le pusieran a salvo de latraición de Narweh. Había oído a loshombres que compraban su cuerpojurar que le amaban. Se habíapermitido a sí mismo darle validez alas palabras de cariño que le

susurraban al oído. Pero cuando seacababa, cuando habían tomado todolo que habían podido de él, habíantraicionado su confianza por Narweh.Recordaba la forma en que sucorazón se había roto cuandoNarweh había usado sus propiaspalabras para mofarse de él mientrasle golpeaba. —Lo siento si soy tan mala en eso.Lo siento si encuentras mis intentosridículos, pero no sé cómo hacerlomejor. Eres todo lo que conozco. Porsi sirve de algo, no estoy intentando

hacerte creer nada. Nunca te hementido. Cuando te pedí que mehicieras el amor, no era unaestratagema, y duele de la hostia oírque piensas lo contrario, porque... —Su voz finalmente se rompió, laslágrimas haciendo estallar sufachada.

Caleb sintió pánico. No tenía ni ideade qué hacer. Sus palabras, supresencia y su dolor, le afectaban. Loodiaba. Sus recuerdos, los que habíatrabajado tanto por empujar dentrode los olvidados recovecos de su

mente, llamaban a la puerta de suconsciencia. Conectaban con Livvie,contactaban con su sufrimiento, yjuntos, amenazaban con destruirle.

Un aliento de estremecimiento yGatita parecía tener mejor control desí misma. Se limpió los ojos, respiróhondo otra vez y se retiró a su ladodel vehículo, sus ojos de nuevoenfocados en el mundo que pasabapor su lado. De vez en cuando subarbilla temblaba y tomaba otroaliento para mantener alejadas suslágrimas.

Tenía más dignidad de la que inclusoella misma era consciente y Calebdecidió que nunca más le diría locontrario. Deseó no habérselo dichonunca en primer lugar. Su corazónlatía acelerado, golpeando duramenteen su pecho y creando un ruido sordoen sus sienes que hacía que le dolierala cabeza. Su estómago tambiénestaba afectado, una extraña clase dedolor hormigueante revolviéndole lasentrañas.

Tuvo el impulso de ofrecerle a Gatitaconsuelo, decirle la verdad: sus

intentos eran de todo menosridículos. Sin embargo, sabía quecontárselo sería ponerse a sí mismoen una increíble desventaja. Tan sóloel hecho de reconocer cuánto queríaconsolarla era desconcertante. Aunasí, el pensamiento de hacerle másdaño del que ya le había hecho, erademasiado, demasiado con creces. —Gatita, yo... Ella se inclinó hacia delante y giró elbotón de la radio y la irritante vozdel locutor interrumpió a Caleb.

Evitó sus ojos y volvió aconcentrarse en la ventanilla.

Caleb suspiró de alivio. No tenía niidea de qué coño había estado apunto de decir. Lo importante, en loque tenía que centrarse, era en que nohabría más conversación por elmomento. Deseaba poder decir lomismo para las próximas veinticuatrohoras que pasarían juntos en lacarretera.

* * * *

Había sido un día agotador. Lo que

debería haber sido conducir durantenueve horas se había convertido enveinte porque Caleb tenía que pararpor Gatita muy a menudo. Con suscostillas y cuello lastimados,necesitaba estirarse frecuentemente,así que paró a lo largo de calzadasaisladas. Para cuando llegaron a laciudad de Zacatecas, Caleb habíasoltado un suspiro de agotamiento ydecidió que podrían parar finalmentepara pasar la noche y disfrutar de unsueño muy necesitado.

Gatita había hablado muy poco

durante el viaje, lo que demostró serun gran alivio para Caleb. Habíacambiado el sedán de lujo del doctorpor una robusta pero abolladacamioneta de granja, y algunasprovisiones. Supondría bastantebeneficio para el granjero, así querespondió tan pocas preguntas comole fue posible, llegando al punto deignorar explícitamente a Gatita y susheridas.

Durmió la mayoría del camino. Lasdrogas en su organismo parecíanbloquear su dolor, aunque la dejaban

mareada. Caleb se aseguró demantener una botella de agua cercade ella y también de que bebiera deella cada vez que estuviera despierta.

Zacatecas era una ciudaddescomunal, llena de cientos demiles de personas, muchos de ellosturistas. Caleb tomó mucho cuidadode encontrar un motel para pasar lanoche. Gatita había dicho que novolvería a escapar de su lado otravez, pero la mirada en sus ojos cadavez que se cruzaban con turistasamericanos con familias, decía otra

cosa diferente. Escaparía otra vez, sise le diera la oportunidad. No es quepudiera culparla. —Tengo que darmeuna ducha, —dijo Caleb en elsilencio de la habitación—. Puedes sentarte en el baño conmigo, o bienpuedo atarte. La elección es tuya.

Gatita lo miró firme y fijamente. —¿No confías en mí? —se burló. —No, cuando me miras así, no. Ella se sentó con rigidez en el borde

de la cama, su indignación emanandode ella como una niebla tóxicaintentando estrangularlo.

—Te dije que no me escaparía. Vetea darte tu puñetera ducha y déjamesola.

Caleb cerró los ojos y respiró hondopara calmarse. Estaban otra vez conesto. Bien, pensó, este era unmomento tan bueno como cualquierotro para restablecer las reglas entreellos. Cuando abrió los ojos, uncálido hormigueó descendió por sucolumna y finalmente se sintió como

él mismo otra vez. Su mirada cayósobre la chica y sonrió cuando ellase encogió.

—Levántate —dijo calmadamente, laamenaza en su voz era silenciosa,pero seguía estando presente. Lachica miró hacia él por un momento ytragó con fuerza. Era obvio que suenfado se había convertidorápidamente en miedo.

—¿Caleb? —su voz era baja, sumisa.

—Levántate. Ahora.

Despacio, Gatita bajó sus ojos haciael suelo y se levantó sobre suspiernas temblorosas. De hecho, sucuerpo entero estaba temblando.Caleb, al final, no sintióremordimientos, ninguna lástima porla chica que tenía enfrente. Era suya,para hacer con ella lo que quisiera.El pensamiento era un afrodisíaco ensí mismo.

—Desnúdate —fue su orden, y lachica se encogió aunque sus palabrashabían sido dichas en voz baja. Unlloriqueo escapó de sus labios, pero

no dudó en seguir su orden.Despacio, alcanzó la cintura de lafalda con vuelo que Caleb habíaseleccionado para que ella la vistieray la empujó hacia abajo por encimade sus caderas, hasta que formó unmontón a sus pies.

Ignoró las bragas y deslizó sus dedostemblorosos hacia el botón superiorde su blusa, hubo más lloriqueos,pero Caleb los ignoró. Él observaba,dolorosamente excitado por laadrenalina que lo recorría mientrasella cautelosamente deslizaba cada

botón a través de su ojal hasta quealcanzó el final. La tela se abrió,exponiendo una tentadora franja decarne entre sus pechos desnudos.Levantó la mirada hacia élbrevemente, sus ojos suplicando.

—Fuera con ella. —Caleb... —¡Así —rugió amenazante—, no escomo te diriges a mí! Hazlo otra vezy no te perdonaré. Gatita empezó a llorar, pero

permaneció de pie.

—Sí... por favor... no...

—Te ofrecí una elección. Si nopuedes tomarla, entonces yo tomarélas elecciones por ti. ¿Entendido?

Ella se sorbió la nariz.

—Sí, Amo. —Las palabras parecíandolorosas de decir para ella, pero aCaleb no le importaba nada su doloren ese momento. Le había desafiadopor última vez. La miródesapasionadamente mientras se

deslizaba la camisa por los hombrosy las bragas por sus piernas. Sequedó de pie, temblando y llorando,pero finalmente obediente.

—¡Arrodíllate! —ladró por el placerde verla gateando para obedecer.Sonrió mientras las rodillas de ellagolpeaban la alfombra andrajosa ysus manos iban a cubrir sus pechospara ocultarlos de su vista. Sucorazón se aceleró y casi gruñó conla caricia de su palma contra suerección, atrapada entre suspantalones.

Caminó despacio y deliberadamentehacia ella, observando con sádicoplacer mientras ella cerraba los ojosy sus labios se movían; no hacíaningún sonido. Tiró del cordón quesujetaba su pelo detrás, dejando quesu larga y oscura melena cayera encascada por su cuerpo desnudo, perosin ocultar nada.

—¿Recuerdas lo que pasó la nocheque decidiste gritar mi nombre? —preguntó casualmente. La chicalloriqueó mientras asentía. Él levantóun mechón de su pelo y lo envolvió

alrededor de su mano, cada vueltaacercando más su mano a su cuerocabelludo y estirándolo suavemente,pero sin una implicación siniestra—.Si quisiera que asintieras, te moveríatu jodida cabeza yo mismo.Contesta... por favor.

El pecho de Gatita subía y bajabacon la fuerza de su llanto, pero larespuesta llegó:

—Sí, Amo —Caleb desabrochó elbotón superior de sus pantalonesvaqueros, robados al buen doctor—.Oh. No. Por favor, Amo. Por favor,

no.

—¡No hables a menos que sea pararesponder a una pregunta que se tehaya hecho! —Gatita se quedócallada, los labios apretados—.Respira por la boca; lo último quequiero es que te desmayes sin mipermiso. —Ella jadeó pero no habló—. ¿Cómo te castigué?

Las palabras parecían afectarla comoun golpe físico y se apartó de sumano, con pánico, pero no tenía adónde ir. Caleb tiró de su pelo lo

suficientemente fuerte como paradevolverla a su posición, pero nocon fuerza bastante como paralastimarla. —Contéstame. —Tú... tú... ¡No puedo! —Lloró. —¡Contesta a la pregunta!

—¡Me follaste!

Caleb se bajó la cremalleralentamente, prolongando el momentopara beneficio de los dos.

—Sí, te follé. Justo en tu sexy culito.—Ella jadeó al oír sus palabras, sucara era un desorden hinchado con suboca abierta mientras lloraba—. ¿Tegustó?

Negó con la cabeza:

—No, Amo. No.

Caleb chasqueó la lengua y atrajo sucabeza contra su erección, todavíaresguardada en su ropa interior, peroindudablemente caliente contra supiel a pesar de todo.

—Mentirosa. Te corriste más vecesde las que tenías derecho a hacer. Losé porque te sentí, caliente yaferrando mi polla, suplicándomeque me corriera dentro de ti. ¿No escierto?

La chica meneó la cabeza, no, perosusurró:

—Sí, Amo.

Los recuerdos se reprodujeron en lamente de Caleb como una serie deflashes eróticos. Recordaba lo bienque se sentía estando enterrado

dentro de ella y sentirla empujarcontra él. Sería tan fácil tenerla otravez, tenerla de la forma que quería yllevarla a las cumbres de un éxtasisinsoportable hasta que no pudierasaber en qué se diferencian el doloro el placer. Sin embargo, tenía algomás importante que hacer.

—¿Cuál es tu nombre?

—¡Gatita! —gritó sin dudar.

—¿A quién perteneces?

—A ti —lloriqueó.

—Sí. A mí. Ahora, dime, ¿qué podríahacer contigo? —Su tono era urgente.

—¡No lo sé!

—¡Lo sabes! Dímelo.

—Cal…

—¡No te atrevas! No soy tu amante.¡No soy tu amigo! ¿Quién soy? —¡Amo! Tú eres mí… Quiero parar.Por favor, hazlo parar. —Responde a mi pregunta, ¿Que

podría hacer contigo?

—¡Cualquier cosa! ¡Cualquier jodidacosa! —Sollozó húmedamente.

—Sí, podría hacerte cualquier cosa.Podría agachar tu cabeza y follartehasta que no te pudieras mantener enpie y no habría nada que pudierashacer al respecto. Estás golpeada,lastimada y bastante cerca de estardestrozada. Podría matarte. Esosmoteros podían haberte matado,¡pero tú continúas provocando!

—¡No! No, Amo.

—¿Eres orgullosa?

—No, Amo.

—¿No?

—¡Sí! Sí, Amo. Soy orgullosa. ¡Losiento!

—¿Vale la pena la situación en laque estás por culpa de tu orgullo?

Caleb la soltó y observó cómocolocaba las manos en el suelo ylloraba con la cabeza agachada.

—No, Amo.

Había hecho lo que se habíapropuesto hacer.

—Exacto, Gatita. Tu orgullo no valela pena. No vale la pena el dolor. Novale la pena la tortura que yo, ocualquier otro, podría infligirte. Ytambién es seguro que no vale lapena tu vida. ¡Sé lista! Pelea lasbatallas que puedas ganar y aceptalas que no puedas. Así es como sesobrevive. —Así es como evitasestar atado a un jodido colchón yempapado con tu propia sangre.

—¡Lo siento! Por favor… para. Noseas así más. ¡No puedo soportarlo!¡No puedo soportar estar contigo yno saber quién eres de un momento aotro! — gritó Gatita.

Caleb se abotonó los pantalones y seagachó con una rodilla en el suelo ytiró de Gatita hacia sus brazos. Ellano ofreció resistencia, sus brazosenvolvieron su cuello como sihubiera estado desesperada porqueestuvieran allí todo el tiempo ysollozó contra su cuello.

—Me gustas mucho más cuando eresasí —susurró mientras presionabasus labios contra su cuellosuavemente, una y otra vez como sibuscara calmarle, cuando era ella laque estaba necesitada de calma. —Lo que te guste o no es irrelevante,Gatita —respondió él conamabilidad. Ella se quedó quieta, notensa, sólo laxa—. Es lo que tienesque empezar a esperar. Sin más palabra, Caleb la levantócon sus brazos y la cargó hasta el

baño. Ambos necesitaban que el aguase llevase con ella ese día. Empezarían frescos por la mañana.

Capítulo 4

Día 6:

Miro a mi alrededor y me sientodesilusionada por la falta deoscuridad y aridez de estahabitación. Tenía otra idea de lo queera una sala de interrogatorios: unespejo de dos caras, una mesa rayadade metal y una lámpara de altovoltaje iluminándome la cara yhaciéndome sudar. En su lugar, lahabitación parecía una clase de

preescolar con proyectos de arte yrefranes motivacionales escritos encartulina brillante y pegados a lapared. Estoy sentada en una silla deplástico mirando a Reed a través deuna mesa redonda, imitación demadera, que está frente a mí.

—Está bien —dice Reed soltando unsuspiro— sólo para tener lacronología correcta: después quefuera secuestrada estuvo,aproximadamente, tres semanasencerrada en una habitación oscura,en una ciudad que no puede recordar.

Escapó del hombre conocido como“Caleb” y casi de inmediato, fuesecuestrada de nuevo por un hombrellamado “Tiny” y su pandilla demotoristas para pedir un rescate. Secomunicó con su amiga NicoleFreedman y le pidió que consiguieralos cien mil dólares del rescate y losllevara a Chihuahua, México paraintercambiar su libertad por eldinero. Nunca llegó a la entrega, yaque fue rescatada por “Caleb”. A lamañana siguiente, descubrió que élhabía secuestrado a dos personasmás y las mantenía como rehenes en

su casa. Las dejó con vida pero lesrobó el coche y ambos se dirigierona Zacatecas, México. Estuvieron allíaproximadamente tres meses.

Hizo una larga pausa como siestuviera esperando que yo agregaraotra cosa que lo sorprendiera aúnmás.

Se llevaría una enormementedecepción. Tendría queacostumbrarse a la desilusión.

—¿Todo esto es correcto? —pregunta Reed.

—Parece que quiere usted escupircada vez que dice su nombre —ledigo sin inflexión. —Mis sentimientos son irrelevantes—me contesta.

—Son importantes para mí.

Reed sacude la cabeza y parece queno puede evitar poner su granito dearena.

—Es un traficante de personas,señorita Ruiz, un asesino y un

violador. No la rescató. La capturó.Hay una amplia diferencia entre lasdos cosas. ¿Ha considerado ustedque podría tener el síndrome deEstocolmo? De lo contrario, no veocómo puede defenderlo, en ningúnnivel razonable.

Mi vista está borrosa.

—Era un montón de cosas, eso esverdad —le digo. Mi voz está roncay mis labios tiemblan por el profundodolor—, pero era más de lo que haescrito en sus malditos informes. —Parpadeo, mirando con furia al

agente Reed—. Fueron losmotociclistas los que trataron deviolarme. ¡Fueron ellos los que casime matan a golpes! Si Caleb no loshubiera detenido, probablementeestaría muerta.

—¿Él los mató? —insiste de nuevoReed.

Respiro profundamente y me inclinohacia atrás en la silla secándome laslágrimas—. ¿Cómo voy a saberlo?—contesto encogiéndome dehombros— Estaba inconsciente.

—No estoy desestimando lo que esoshombres le hicieron. Sobre todo sisucedió como usted dice.

—¿Está insinuando que no sucedióde esa manera?

Reed dejó escapar un suspiro deexasperación.

—Yo no he dicho eso. Me interesa laverdad y nada más.

Hubo una larga pausa, los dosrecuperando fuerza tras el debate.

—La subasta. ¿Cuándo se supone quesucederá? —Caleb dijo que alrededor de unasemana a partir de ahora. —¿Dónde?

—No lo sé. En Pakistán, en algunaparte.

Reed me dispara las preguntasrápidamente. No tengo más remedioque responder con la misma rapidez.No quiero que confunda mis pausascon respuestas. Peor aún, no quiero

que piense que estoy haciendotiempo porque estoy mintiendo(aunque lo esté haciendo).

—Así que, de acuerdo con Caleb yMuhammad Rafiq, ¿se supone queDemitri Balk, que también respondeal nombre de Vladek Rostrovich,estará allí?

—Supongo —respondí mecánicamente.

—¿Estará Rafiq allí?

—¿Cómo diablos voy a saberlo?

—¿Estará Caleb allí?

—Caleb está muerto —dejo caer lamano con fuerza sobre la mesa—.¿Cuántas veces tengo que decirlo?

Reed se echa hacia atrás, pococonvencido.

—¿Cómo murió?

—¡Ya se lo dije!

—Dígamelo otra vez.

—¡Váyase a la mierda!

—¿De quién era la sangre que teníaen su ropa cuando la trajeron?

—Suya.

—¿Cómo llegó hasta allí? —Seinclinó hacia mí.

—¡Ya se lo dije! Murió en mis putosbrazos.

—Y todo muy romántico. ¿Quién lomató?

Salté de la silla tirándola hacia atrás,lo que hizo que golpeara otra mesa y

volcara el cesto de papeles lleno dematerial de arte.

—¡Deje de preguntarme! Ya herespondido.

Reed se levantó rodeandorápidamente la mesa. Antes de quepudiera correr, antes de que pudierasiquiera reaccionar ante el temor queme ahogaba, me puso boca abajosobre la mesa con los brazos detrásde la espalda. Sentí el frío de suspuños y luego escuché un clic, comosi me hubiera puesto unas esposasalrededor de las muñecas. Pienso

que nunca debería haber pedido estara solas con él. No hay nadie que lovea. Solo es mi palabra contra lasuya. Lucho, pero me inmovilizafácilmente. Obviamente ha hechoesto anteriormente. Caleb estaríaimpresionado. —¡Váyase a la mierda y aléjese demí, idiota!

Su voz es tranquila pero llena deautoridad.

—Voy a dejarla ir tan pronto comose calmes. No me gusta que me

amenacen, señorita Ruiz.

—No lo hice… —empiezo a decirpero me interrumpe.

—No está permitido tirar losmuebles. Lo tomo como una amenaza.

¡Estoy furiosa! Su tono es tranquilo ysereno. Sé que si no me calmo, me vaa mantener así para siempre. Es casitentador, pero me obligo a dejar quemi cuerpo se relaje. Ésta es unabatalla que no puedo ganar.

Reed libera poco a poco su agarre al

ver lo calmada que estoy. Prontoestoy libre y enderezándome. Esmucho más alto que yo, ni siquiera lellego al hombro, así que tengo quelevantar la cabeza y lo miro de malamanera.

—Si me escupe, no le gustará lo queharé después —dice muy en serio,pero pude ver la sombra de unamínima sonrisa. Caleb.

—¿Qué pasa con lo que le pedí? —digo en un susurro tomando ventajade nuestra cercanía. No estoy niremotamente magullada como de

costumbre y sé lo que quieren loshombres poderosos como él, quierenmujeres hermosas como yo. Balanceomi cuerpo hacia él tratando deparecer casual.

Frunce el ceño y me mira de formaextraña. Lentamente sus manos subenhasta quedarse sobre mis hombros.Están calientes. Me pregunto si suboca también lo está. Lamo mi labioinferior y sus ojos siguen mi lengua.

Él me lo recuerda. Me recuerda tantoa él. Ya han pasado días desde que

alguien me ha tocado de la maneraque me gusta.

Me empuja hacia atrás suavemente.Este hombre es muy eficiente.

—La entrada al programa deProtección de Testigos no estágarantizada —dice. Agarra la sillaque tiré y hace un gesto para que mesiente—. Esto rebasa las líneasinternacionales, no sólo lasfederales. El Departamento deJusticia está revisando el caso y escomplicado porque depende de otrosfactores. —Se sienta dónde quiere y

me mira—. Siéntese.

Miro la silla y levanto los brazos pordetrás de la espalda moviendo losdedos. —Voy a dejarle eso puesto.Perdóneme si no confío en usted.

Fuerzo una sonrisa solo paramolestarlo.

—No voy a firmar nada hasta que loconsiga. Voy a decir que mentíacerca de todo.

Se inclinó hacia mí.

—¿Ha estado mintiendo, señoritaRuiz? —pregunta con una miradacaliente que echa humo, intimidantecomo el infierno. Si no fuera por elhecho de que he estado con Calebdurante tanto tiempo, probablementeme mearía como un cachorro, perodespués de Caleb, las amenazas deReed son como una caricia—.Siéntese.

La orden era menos amable.

Me siento lentamente, dirigiéndole la

mirada más sensual que puedolograr. Tiene los ojos fijos en losmíos todo el tiempo, tratando demantener la autoridad, el control.

Poco a poco me inclino y le escupoun zapato. Levanto la vista paramirarlo con los labios húmedos y unasonrisa.

Me agarra por el antebrazo con tantafuerza que me provoca una mueca dedolor y me pone de pie.

—Hemos terminado por hoy. Puedevolver a su habitación. —Me empuja

hacia la puerta y me voy sin discutir.

Quiero volver a mi habitación. Estoydemasiado cerca de caerme apedazos y no quiero que Reed losepa.

No quiero que nadie me vea caer apedazos.

* * * *

Día 7:

El dolor siempre está presente en mipecho. Sueño con Caleb cuandocierro los ojos. En mis sueños puedotocarlo, puedo deslizar las manos alo largo de la suave y bronceadapiel. Él siempre es cálido, tienemucho calor en su interior.

Presiono mi nariz contra su pecho einhalo profundamente. Hay algofamiliar en la excitación, en dejarsellevar mientras mis pezones seendurecen y mi vulva se hincha.Parada de puntillas, extiendo mislabios a los suyos. No abre la boca

para mí. Él quiere que se lo pida. Ami Caleb le encanta cuando lesuplico. Con él, siempre tengo unarazón para hacerlo. Me oigo gemirsuavemente y luego restriego mi narizcontra la suya. Puedo sentirlosonreír, contra mis labios. Abre suboca y me deja arrastrar mi lenguadentro. Mmmm. Podría pasar todauna vida tratando de describir ladecadencia de su boca. Él sabe todolo que he querido comer. Adiferencia de morder un tierno,caliente y jugoso trozo de carne, susabor nunca se desvanece. Se

incrementa. Quiero más del baile desu lengua contra la mía. Gimo másfuerte. Suplico más duro. Más. Porfavor dame más.

Puedo oírle. Él gime contra mislabios. Suavemente, inhala y exhalamientras nos besamos. Nunca deja debesarme, simplemente continúarobándome el aliento ydevolviéndomelo cuando estáimpregnado con su esencia. Lujuriapura vive en su interior. Cadarespiración que tomo debe provenirde sus pulmones.

Esto es lo que significa soñar con él.

Esto es lo que pierdo cuando medespierto.

* * * *

La situación es incómoda. Y mequedo corta. De hecho, está muycerca de ser insufrible. El agenteReed no está aquí. Su invitación hasido revocada por la Dra. Sloan. Novoy a decir que soy infeliz por eso.

Pero significa que estoy a solas conla Dra. Sloan y eso sí que me haceinfeliz.

Ayer me encontró llorando.Aferrando la imagen de Caleb contrami pecho y meciéndome.

Me gusta mucho mecerme. Lo estoyhaciendo ahora.

Por supuesto ella preguntó por lafoto, preguntó lo que había pasadoentre el agente Reed y yo. Me neguéa responder sus preguntas (no teníanada que ofrecerme) no hay fotos

que agitar frente a mí. No he dicho niuna palabra desde que fui traída devuelta a mi habitación ayer.

El agente Reed regresó esta mañana,listo para otra ronda de lo que élllama una entrevista y yo uninterrogatorio. La Dra. Sloan estuvoaquí durante una hora antes de que élllegara. Observé, indiferente,mientras le pedía al agente Reed quesaliera afuera con ella un momento.Me miró con desdén cuando sevolvió para irse. Supongo que piensaque soy una rata. Realmente no me

importa, porque significa que puedocallar un poco más. Cuando la Dra.Sloan regresó, estaba notoriamentetensa. Lo que se dijeron la dejó conuna rabieta. Si no estuviera tandesconsolada me habría sonreído.

Ella está mucho más tranquila ahora.Ha cerrado la puerta de mihabitación, encerrándonos, pero nome ha preguntado nada... todavía.Estoy meciéndome hacia atrás yhacia adelante, sentada en mi cama ysosteniendo la foto de Caleb en lasmanos. Es tan hermoso. Lo amo.

La Dra. Sloan está sentada en unasilla cerca de la esquina tejiendo unsuéter que no tiene ni pies ni cabeza.Es un diseño extraño (a menos quetenga un pulpo de mascota y le gustevestirlo). Un par de veces, he tenidola tentación de preguntarle de quédiablos se trata. Ella me sorprendemirándola. —Me mantiene ocupadas las manos—dice con una sonrisa triste—. Lamayoría de las veces yo soy la últimapersona con la que la gente quierehablar. Así que simplemente me

siento y tejo. Entiendo la mecánicapero no he aprendido a hacer nada.Supongo que podría llamarse “estilode tejido libre"—dice y se ríe de supropia broma.

Esta mujer es ridícula.

Por un momento hay una pausa y creoque hemos llegado al final de nuestraconversación unilateral, peroentonces suspira y se mantiene firmeen su intención de conversar.

—Nunca he tenido a nadie querealmente me enseñara a tejer. Creo

que la mayoría de la gente aprendede su madre o su abuela, pero yocrecí en una casa de adopción, asíque tuve que aprender por mi cuenta.Lo adquirí hace unos años cuando unamigo mío me sugirió que tuviera unhobby. Una afición sin sentido. Soyuna persona que piensa todo eltiempo. Si no encuentro una manerade distraer mi mente, no dejo depensar y pensar y pensar.Mayormente en el trabajo. Mi trabajopuede ser bastante ingrato a veces—me mira y sonríe nuevamente.

Pongo los ojos en blanco. Ella,obviamente, está tratando demolestarme hasta la muerte.

—¿Ves? Te lo dije. Desagradable.

Por el amor de Cristo ¡cállese! Dejea una zorra disfrutar de su colapsomental en paz.

—Me gustó tanto que, te diré, meaficioné a otros pasatiempos.

Oh Dios. Por favor, no lo hagas.

—Yo hago mis propias Beanie

Babies{1}. Bueno, no realmente,porque ya sabes que no sé tejer ocoser nada, pero me gustacomprarlos, separarlos y luegoarmarlos de nuevo de formas muyinteresantes. Me gusta llamarlo“taxidermia interpretativa”.

Mátame. Solo mátame de una putavez.— Es un poco redundantesupongo, ya que mayormente lataxidermia consiste en colocar lascosas de una forma interpretativa.Sin embargo, yo soy la única que lollama así. Es mi pequeño giro

propio. ¿Tienes algún pasatiempoOlivia? —me mira. No puedo evitar que mis ojos seentrecierren.

—Me gustaría que dejara dellamarme así.

—No te gusta, ¿verdad?, cuandoutilizo tu nombre.

Doy una sacudida infinitesimal decabeza que no es realmentevoluntaria. Me pesco a mí misma almomento de hacerlo, frunzo el ceño y

miro hacia abajo a mi regazo, a miguapo Caleb. Caleb.

No. No pienses en él.

Una vez más, soy una personafragmentada. Estoy dividida entre lasuave sentimental que ama a Caleb atoda costa y la dura, lógica versiónde mí misma decidida a sobrevivir(incluso a costa de sacar a Caleb demi corazón).

—¿Preferirías Livvie? Tu madredice que todo el mundo te llamaLivvie.

Las lágrimas me pican al mirar haciaarriba a la Dra. Sloan. Está evitandocuidadosamente el contacto visual,concentrándose en un nuevo "brazo"del extraño tejido.

Me pregunto, en contra de mivoluntad, si mi madre está aquí. Noquiero volver a verla, pero... ¿porqué no ha venido a verme? Todos losque amo me traicionan.

Oh, Dios. Caleb.

Sí, él también. No pienses en él.

—Hablé mucho con ella ayer, queríaverte —dice la Dra. Sloancasualmente. Mi corazón estásaltando, un latido detrás del otro. Elpánico está aumentando, respiroprofundamente para ahuyentarlo,apenas—, pero me quedé pensandosi es algo que tú quisieras.... —frunce el ceño y sacude la cabeza conenojo. Sé que está pensando en Reed—. Pensé que era mejor esperar aque me dijeras lo que quieres hacer.

Asiento levemente con la cabeza yme siento manipulada cuando la veo

asentir también. Se está metiendo enmi puta cabeza y ni siquiera he dichonada.Caleb dice que todas las emocionesestán en tu rostro para que todos lasvean.

Cállate y dejar de pensar en él. Séinteligente por una vez. Escúchame.

Suspiro. Pensar en Caleb duele, perotratar de ir más allá de mi amor porél, duele más. No hay manera desuperar el dolor. Simplemente es untipo diferente de dolor para miansioso consumo.

—¿Quieres ver a tu madre?

No sé si la pregunta es real o unaamenaza. Con mucho cuidado meabstengo de enseñar mis emociones através de mi lenguaje corporal oexpresiones faciales. Supongo quefunciona porque la Dra. Sloanreanuda su ridículo monólogo sobresus aficiones.

—Sé lo que debes estar pensando.

No tienes ni puta idea.

—Que soy una mujer tonta conmanías ridículas.

O quizás sí.

—Sin embargo, te sorprenderíadescubrir que no soy todo tejidolibre y taxidermia interpretativa.Tengo un lado oscuro.

Hmm... dudoso.

—Cuando estoy realmente frustradacon las cosas —dice riendo— megusta entrar en internet ¡y cambiar lascosas en Wikipedia!

Eso, mierda... es raro.

—Una vez hice toda una entradabasada en alguien llamado la Amebade Navidad. Verás, no tengo muchode panadera e hice unas galletasfestivas para la gente de la oficina.Salieron horriblemente deformes.Sabían muy bien, eso sí, pero estabandeformes. Ni una sola galletaredonda en todo el montón.

Miro su suéter de pulpo. Estoybastante segura de que nada de lo queesta mujer hace con las manos es

para que la gente lo vea y muchomenos lo consuma.

—Entonces dejé una nota al lado delas galletitas. Una historia queexplicaba cómo un pequeño pueblocerca del K2.... conoces esa granmontaña, ¿verdad?

Ella me mira para asegurarse de quela estoy siguiendo.

Me acuesto en mi cama y resoplomirando al techo. ¿Dónde diablosestá la enfermera con mis drogas?

—De todos modos, se hizo unapelícula sobre ello. No sobre misgalletas… —cacarea, tanjodidamente divertida con ellamisma—, sobre la montaña. ¿Teimaginas si hicieran una películasobre mis galletas? Por lo tanto, meinventé la historia que trata de comoeste pueblo cerca de K2 celebra aalguien llamado Ameba de Navidaden lugar de a Santa Claus. Se cuelasin ser detectado (las amebas sonmicroscópicas, por lo que es lógicoque alguien que es una ameba seamuy sigiloso) el día de Nochebuena y

deja regalos para todos. A cambio,los habitantes de la aldea dejan unavariedad de galletas en forma extrañapara que la ameba coma. Las amebasvienen en una variedad de formas,así que tiene sentido. Ella no puede ver mi cara, así que nome siento como una traidora porsonreír ante lo absurdo de la historiade esta mujer.

—Bueno, la gente de mi oficina esrigurosa con la verdad. Ya sabes,todo debe ser verificado, bla, bla,

bla. Así que, efectivamente, hacenuna búsqueda en Google y, ¡BOOM!,aparece mi entrada en Wikipediasobre la Ameba de Navidad.

Se deshace en carcajadas.

Oh, Dios mío, realmente está loca.Me muerdo el interior de las mejillaspara no reírme. Se ríe muy fuerte y escontagiosa, pero me resisto. Mishombros están temblando de risacontenida. Cierro los ojos paraayudarme en el esfuerzo.

Caleb está allí en el momento en que

cierro los ojos.

La dicha se convierte en dolor yantes de que las pueda controlar, misemociones se desbordan. Abro losojos y escapo de un salto de micama. Me río por un segundo antesde estallar en lágrimas.

Puedo escuchar a la Dra. Sloan enmovimiento. Sus pasos estánllegando hasta mí, con cautela. Nome importa. Estoy demasiadocansada para preocuparme. Despuésde tantos meses de ser cuidadosa yocultar todas las emociones lo mejor

que puedo, temiendo al futuro, nosabiendo lo que va a pasar después,pensando que podía morir, luchandopor mi vida y odiando a Caleb yamándolo...

Y una puta mierda: ¡Vi morir a unhombre! Cuando la Dra. Sloan meabraza en silencio, la aprieto contrami cuerpo. Me aferro a ella con todaslas fuerzas que me quedan. Sueltotodo sobre esta maldita, ridículamujer. Ella no dice una palabra y se lo

a gr a d e zc o . Por favor, soloabrázame. Por favor, sólo sostenmeasí.

Estoy tan cansada de aguantar todopor propia cuenta.

Ella me mece.

Más bien como un balanceo.

Nos balanceamos de ida y vuelta porinterminables minutos mientras lloroy sollozo empapando el traje de laDra. Sloan. Ella huele bien. Suaroma es ligero y casi afrutado. Es

claramente femenino y muy alejadodel de Caleb.

Con este aroma femenino saturandomi nariz, mi cerebro no puedeconectarse a los recuerdos de Calebni a su olor cuando me abrazaba. Sesiente bien estar libre del dolor deperderle.

A regañadientes me alejo de ella.Todavía estoy gimiendo devergüenza.

No sé qué me pasa. Arrugo la frentepor la confusión y niego con la

cabeza.El rostro ceñudo de Caleb estámirándome desde la foto que quedóen mi mano. Siento una punzada denostalgia. La Dra. Sloan empuja elpelo de mi cara y no puedo dejar depensar en ello de una manera sexual.En otro momento, no habría pensadonada de eso, pero ahora todas misinteracciones parecen manchadas pormi recién descubierta lujuria.

Caleb me entrenó bien.

—Quiero ayudarte, Livvie. Hablaconmigo —dice en voz baja. Sé que

ella no quiere asustarme, pero yasiento la tensión arrastrándose denuevo sobre los hombros. Estáparada demasiado cerca yhablándome, eso me hace sentiracorralada.

Debe ser capaz de hablar porqueretrocede. Me relajo, sólo un poco.

—Me gustaría que se retiraran loscargos en tu contra, pero tienes quehablar con alguien. El agente Reedes... —busca la palabra— muy buenoen su trabajo y a pesar de su

comportamiento de ayer, es un grantipo. Sin embargo, su prioridad esresolver el caso. Mi prioridad erestú. No debería haberte empujado enla forma en que lo hizo.

Levanté la vista hacia ella, pordebajo de mis pestañas. Quería queme abrazara de nuevo.—Me gustaríatener un abogado —susurro. —Por supuesto. Si estás lista parahablar, te encontraré uno. PeroLivvie, las cosas que necesitamoshablar van más allá de los cargos

legales. Estoy aquí para ayudarte coneso.

Asiento con la cabeza, pero no digonada más.

La Dra. Sloan regresa a su silla y sesienta. Me mira expectante, con susojos verdes. Es bonita, en una formamuy discreta. Con su pelo rojo, esetraje marrón no le favorece. Sinembargo, hay algo en ella, algocálido y agradable.

Cuando se hace evidente que nohablaré más, alcanza su tejido y

reanuda su tarea sin sentido.

Aprieta los labios juntos, buscandolas palabras.

—¿Quieres ver a tu madre?

No vacilo.

—No.

Ella deja de tejer.

—Livvie, la gente que te quiere, teacepta por lo que eres en realidad.No importa lo que te ha sucedido.

—Bueno, ahí lo tiene. Mi madre nome quiere, Dra. Sloan. Creo quequiere amarme, pero... no puede.

Asiente con la cabeza pero estoysegura de que no me cree. ¿Quépuede saber ella?

—Creo que tu madre te quieremucho.

Miro hacia abajo a la foto de Caleb.Pensé que me amaba. ¿Podría ser quela única persona que descarté, meame más que aquella en quien yoconfiaba por completo? Me duele el

corazón. Es una pregunta que noestoy dispuesta a contestar.

Poco a poco me arrastro bajo lasmantas. Quiero volver a dormir.Quiero estar con Caleb de nuevo. Enmis sueños, nunca hay una razón paradudar de mi corazón. En mis sueños,él es todo lo que yo quiero que sea.Él es mío.Como si fuera una señal, la Dra.Sloan deja de hacerme preguntascargadas de emoción y una vez más,me entretiene con sus cuentos detejido libre y taxidermia

interpretativa.

Capítulo 5

Día 8:

Me siento un poco mejor hoy.Todavía extraño a Caleb y no creoque el sentimiento vaya adesaparecer, pero puedo pasarvarios minutos sin romperme yllorar, es un progreso. La Dra. Sloandice que un día lo haré hasta unahora… o un día, pero esa es toda laesperanza que me doy a mí misma.La idea de no pensar en él todo un

día es demasiado para mí. Se sientecomo una traición, incluso desearlo.

Una vez más, estoy sentada en laespantosamente alegre sala queutilizan para interrogar. Esta vez notengo que hablar mucho. Tengo unabogado que lo hace por mí. Él y elAgente Reed han estado discutiendodurante la última hora. David, miabogado, tiene un físico nadasobresaliente, pero es muy inteligentee increíblemente agresivo. Hay algosúper caliente acerca de observarlosdiscutir... o tal vez simplemente me

gusta cuando Reed está agitado.

Su cabello está un poco desaliñadoahí donde ha pasado los dedos variasveces para no golpearle la cara aDavid. De vez en cuando sus ojos sedeslizan hacia mí y siento unaemoción oscura pensando en lo quele gustaría hacerme si pudiera. Sifuera Caleb, ¡asumiría que un azotesería ciertamente lo justo!

—¿Cuándo fue exactamente qué teimaginaste como... mi amante? —Miritmo cardíaco vibraba hasta elcráneo—. ¿Fue la primera vez que

te corriste con mi boca? ¿O una delas muchas veces, desde entonces,que te he puesto sobre mi rodilla?Parece que te gusta. Y ahí está él, Caleb, en mispensamientos, en mi sangre. Puedosentir la cara caliente, el estómagocontraído cada vez más y ya sube lapalpitante excitación entre mispiernas. Las aprieto y estoy tanperdida en mis pensamientos que metoma un segundo darme cuenta de queReed sigue mirándome. Cuandonuestros ojos finalmente se

encuentran, me sonrojo con fuerza.Sonrío cuando también él se sonroja. El Agente Reed se aclara la gargantay toma un trago de agua. Es suficientepara recuperar su control. Suspirocon decepción.

—Agente Reed —dice David,reclamando la atención de Reed—,mi clienta está detenida por ridículasacusaciones que nunca funcionaríanen un tribunal. Ella vivía con sumadre y asistía al instituto en elmomento de su secuestro. A pesar de

que tiene dieciocho años, el Fiscaltendría dificultades para juzgarlacomo un adulto. Si es consideradacomo menor de edad e involucradaen un caso de tráfico de personas,está protegida de las tácticas deinvestigación del FBI bajo laSección 107 de la Ley de Protecciónde Víctimas del 2000. Incluso notiene sentido para nosotros estarsentados aquí. Debería estarhablando con el Fiscal, no con usted.

Reed no parece feliz pero tampocose ve derrotado.

—Su clienta tiene doscientoscincuenta mil dólares en una cuentabancaria extranjera. ¿Cómo llegó esedinero ahí? No lo dirá. Además, haestado viviendo con presuntosterroristas. Lo admitió. ¡Luego, estáel pequeño asunto de suconocimiento sobre una reunión entrelos enemigos de Estados Unidos quetiene lugar en menos de una semana!Necesitamos información y sunegativa a darla se califica como unaobstrucción a la justicia…

—¡¿Cuáles terroristas?! —grito a

Reed y me pongo de pie, pero Davidme empuja suavemente para que mesiente de nuevo.

—Muhammad Rafiq, Baloch Jair,Felipe Villanueva y por supuesto,Caleb. ¿Tiene o no informacióntambién sobre Demitri Balk?

—¡Nunca dije que lo conociera!

—Dijo que sabía dónde estaría —dice Reed con una ceja levantada.

—Srta. Ruiz, por favor deje dehablar y permítame solucionar esto

—dice David en un tono irritado—.Por cierto —comienza de nuevoReed, haciendo caso omiso de miabogado y centrándose en mí—, Balkes sospechoso de tener vínculos conel tráfico de armas y estupefacientes.Y hasta que no sepa cómo usted —señala con el dedo en mi dirección—está involucrada, es una sospechosa.Puede tratar conmigo o puedo traer ala DEA y la Seguridad Nacional aquíy cuando utilicen la Ley Patriotacontra usted, no diga que no se loadvertí.

—Es suficiente —dijo David confirmeza, mirándonos a los dos.

—Caleb no es un terrorista. No sésobre el resto de ellos, ¡pero él no esun terrorista! ¡Y tampoco lo soy yo!Y… —Una ola de frío se estrellócontra mí. Felipe. Nunca he dichonada sobre Felipe. Reed sabe cosasque no dice.

¡Caleb! ¡Mierda!

No puedo respirar, de repente todo eloxígeno es extraído de la sala, ¡y demis malditos pulmones! Intento

respirar hondo, profundo, muchasveces, pero no puedo conseguir nadade aire.

Mi corazón se acelera.

¡No puedo respirar!

—¿Olivia? —dice Reed y puedooírlo moviéndose a mi alrededor.

—Hemos terminado aquí, agenteReed. Voy a hablar con sussuperiores. —David me alcanza eintenta ponerme de pie. No me gustansus manos sobre mí. ¡No puedo

respirar! Me está asfixiando. Tengoque pensar. Tengo que respirar.

—¡Silencio! ¡Solo cierren la boca!—Reed y David se quedan ensilencio y los ignoro mientras pongolas manos sobre la mesa que estáfrente a mí y trato de recuperar elaliento.

Estás jodida, chica. No lo empeores.

Aprieto los ojos cerrándolos y meobligo a respirar más lento, másprofundo, más tranquilo. Mi corazónempieza a desacelerarse hasta que

por fin siento solo una pequeña trazade pánico. Sin levantar la vista,pienso en lo que tengo que hacer.

¿Cómo sabe Reed sobre Felipe?¿Sabe más sobre Caleb? ¿Realmenteestá acusándome de asesinato? ¡Fueen defensa propia!

Tengo el presentimiento de que Reedsería mucho más dócil si mi abogadono estuviera aquí. Todavía uncabrón, pero probablemente nopresionaría tan duro. La Dra. Sloandijo que era un buen tipo y que haríalo correcto por mí.

Últimamente ya no tengo mucha fe enninguna de las cosas que me dicen,pero un rayo de esperanza es mejorque nada. Tomo un sorbo de aguacuando Reed desliza el vaso depapel bajo mi cara. Espero que sesienta culpable el hijo de puta. Davidpone su mano en mi hombro y meencojo de hombros. —No me toque.

—Creo que debería llevarla devuelta a su habitación, señorita Ruiz

—dice.

—Quiero que se vaya —le susurrocon los ojos fijos en la mesa.

—¿Perdón? —dice indignado— nocreo que sea una buena idea, señoritaRuiz. Le aconsejo que guardesilencio y me deje hacer mi trabajo.

—Quiere que se vaya —dice Reed.Sabe que ha ganado esta ronda. Mearrinconó en una esquina y me dejé.Debería haber sabido que sabía másde lo que decía, no solo sobre mí,también de otras cosas. Me siento

estúpida, enfadada y asustada. Peroen este momento, necesito tiempopara pensar y Reed es lo maloconocido.

Discuten otro rato, hinchando elpecho uno frente al otro como en unaexhibición de gallos del NationalGeographic. Al final, David recogesus cosas y se va. Reed y yo estamossolos otra vez. Tengo la sensación deque es lo que quería, desde elprincipio.

Se sienta en silencio, relajado ypaciente, dispuesto a no romper el

silencio. No quiere perder terreno.Quiere que vaya a él y sé cuál es sujuego, sé exactamente la manera enque se juega. Lo necesito de mi lado.Justo como una vez necesité a Caleb.

Mi voz es suave a propósito.Necesito que me vea de nuevo muyfrágil. Necesito que saque al machoalfa. Necesito que crea que soy suyapara protegerme, incluso si yapertenezco a otra persona. Caleb sesentiría orgulloso. Me recuerdo queahora soy mi propia dueña.

—Realmente no dejará que me llevena la cárcel ¿verdad? —le hablodejando la amenaza de lágrimas bajola superficie de mis palabras.

Reed exhala profundamente por lanariz y oigo su dedo golpeandosuavemente contra la mesa.Remarcando las palabras.

—Nunca pondría a una personainocente en la cárcel Srta. Ruiz, perotodavía tengo que convencerme deque no es culpable.

—Pensé que era inocente hasta que

se probara lo contrario y no al revés. Se ríe un poco, pero no le llega a losojos. Es realmente impresionante. —Creo que en estos días la mayoríade las personas tienen la filosofía deque es mejor prevenir que curar —seinclina hacia adelante, conciliador—, la verdad es que creo que no esmás que una chica que quedóatrapada en un horrible montón demierda. Creo que hizo lo que teníaque hacer para volver a casa y creoque eso la hace increíblemente

inteligente y valiente. Ya no tiene queser valiente, señorita Ruiz. Usted notiene que proteger a nadie. Podríasalvarse y de paso a mí, de un millónde problemas. Dígame la verdadpara poder asegurarme de que lo quele pasó no le suceda a ninguna otrapersona. Sería tan fácil creerle. Estoy mástentada que nunca de derramar lastripas sobre Reed y dejarlo decidirqué hacer. No es de extrañar que seatan bueno en su trabajo.

—Me gustaría poder confiar enusted, Reed, pero sé que no puedo.

Arrugas de confusión surcaron sufrente pero hay una mueca irónica enlos labios.

—¿Por qué?

Se me escapa una pequeña sonrisa.

—¿Cree que es diferente a loshombres como Caleb? Lo mira todoen blanco y negro, no le importa todala historia, no le importa si el colores gris. Algunas historias no son en

blanco y negro, Agente Reed.

Niega un poco con la cabezaobviamente divertido, pero todavíaprofesional.

—En mi experiencia... cuando unamujer te dice ‘‘toda la historia’’ escuando quiere que tomes unadecisión basada en la emoción y noen la lógica.

Mis ojos se estrechan y me quedomirando la superficie de la mesa, lasmarcas que no eran visibles aprimera vista se vuelven más claras a

medida que fijo la vista sinpestañear.

—Tal vez —mi voz hueca, muylejana— pero si no fuera por lasemociones que anulan la lógica, yono estaría aquí.

La sonrisa de Reed se ha borrado,ahora su mirada es intensa. —¿Eso qué quiere decir? —Caleb. No fue lógico... lo que hizopor mí. —Las palabras son unarevelación. No esperaba decirlas,

pero sé que son verdad. Caleb podríano amarme, pero le importaba. Élmantuvo su promesa de mantenerme asalvo, incluso si eso significaba queno podíamos estar juntos.

Esto hace que el dolor sea muchopeor.

—He estado haciendo esto desdehace mucho tiempo, manipular a lagente para que hagan lo que quiero.Es por eso que crees que me amas.Porque te he roto y vuelto areconstruir. No fue un accidente.

Una vez que dejes esto atrás... loverás.

—Por favor. Por favor, Caleb. Nome hagas esto, no me obligues atratar de ser alguien que no sé cómovolver a ser nunca más.

—Es hora de que te vayas, Gatita…

La voz de Reed me sacudió de vueltaa la realidad.

—¿Qué ha hecho por ti?

Me limpio los ojos, barriendo laslágrimas que se habían acumulado.

—Todo —digo con una sonrisadolida—, pero no tiene nada que vercon la lógica y todo que ver con laemoción, la venganza, el honor, latraición, la lujuria, incluso el amor...todas estas cosas surgen de nuestrasemociones —hice una pausa—, estoysegura de que usted no está haciendolo que hace sin algún tipo deemoción, agente Reed.

—Tiene su punto —dice Reed en vozbaja y se inclina hacia mí—, pero hevivido y he visto mucha mierda.

—¿Por qué debería importarme? ¿Sesupone que me hace confiar en usted?

—¿Qué otra opción tiene? —diceencogiéndose de hombros.

—¿Cómo sabe de Felipe?

Sonríe.

—Pensé que podría llamar suatención —dice sonriendo—, soybueno en mi trabajo, Srta. Ruiz, y heestado escarbando para encontrar loque he podido de Muhammad Rafiq.Lo que he encontrado hasta ahora es

muy preocupante. Buscando a travésde sus conocidos y referencias enMéxico, no me tomó mucho tiempoencontrar a Felipe. Por lo que puedodecir, el hombre es bastanteexcéntrico...

Excéntrico no era la palabra que yohubiera utilizado. —Espere... si sabe dónde está, ¿porqué no…? —México no es los EE.UU., Srta.Ruiz, no podemos seguir deteniendo

a todos los criminales de otro país enbase a sospechas que no podemoscomprobar. Por otro lado, haabandonado el país y se ha ido a nosé dónde. ¿Quizás a Pakistán?

Alzo la vista y sacudo con la cabeza—. Es difícil decirlo. —Me preguntosi todos están muertos: Felipe, Celia,Kid y Nancy. Quiero pensar queCaleb no le haría daño a Celia, peroentonces recuerdo la sangre y mepregunto si...

No, no lo puedo soportar.

—Srta. Ruiz ¿dónde es la subasta?—Las palabras de Reed son agudas yserias. Este es el fin del juego.Realmente tendría que tomar unadecisión.

—No lo sé, Reed. No lo sé. Noespecíficamente, pero probablementepodría darle una idea. Tal vez siescuchara toda la historia podríaaveriguarlo por usted mismo.Probablemente sabrá más que yo.

—Está bien. Dígame.

Ahora es mi turno de sonreír y

sacudir la cabeza.

—No, no sin algunas concesiones.

—WITSEC{2}. Se lo dije —diceexasperado—, no lo puedogarantizar. Más que eso, no creo quesea la decisión correcta para usted.Lo último que necesita es estarseparada de todos y de todo lo queconoce. Eso es salirse por latangente.

—No me importa lo que piense quees. Quiero desaparecer. Quiero dejaratrás todo este lío y si yo lo decido y

cuando yo lo decida, ocuparme de él.Son mis asuntos. No los suyos.

Reed y yo seguimos dando vueltaspor unos minutos mientras expongotodo lo que quiero a cambio de mihistoria. No es agradable. Reed es unbastardo que da miedo cuando quierey estaría mintiendo si dijera que nome intimida, pero estoy dispuesta atratar con él. Hay cosas en las que nodaré marcha atrás. Hay batallas queestoy decidida a ganar.

—Sé lo que quiero, Reed y si no melo concede... está jodido. Después de

lo que he pasado, no me importa loque cree que puede hacerme. La mandíbula de Reed se aprieta ypuedo escuchar el estallido sutilcuando rechina los dientes. Se quedamirándome con dureza por lo queparecen siglos y aunque me gustaría,no me encojo bajo su mirada. —Empiece a hablar.

—¿Me ayudará? —susurro, peromantengo la cabeza alta, mis ojos alnivel de los suyos.

Exhala lentamente y afloja lamandíbula.

—Voy a hacer mi mejor esfuerzo. Sinos pone allí, si nos lleva a lasubasta, la ayudaré.

Siento el corazón en la garganta.Quiero saltar por encima de la mesay abrazarlo como el infierno. Él meha dado esperanza. La esperanza delas cosas que más quiero en elmundo. Con mucho cuidado, lamomis labios y me preparo para decirlea Reed lo que quiere saber.

* * * *

¿Por dónde empezar?

Hay tantas diferencias entre Caleb yyo.

La misma cantidad que hay desimilitudes.

Todavía era el tipo que había sidocontratado a hombres despiadadospara raptarme. Era la persona cruel

que me había encerrado en laoscuridad durante semanas,forzándome a depender de él, aimplorarle, a necesitarlo tanto queincluso mis propios instintos notenían ninguna posibilidad. Era elhombre que me había salvado la viday el que la había puesto en peligro.Finalmente, era el hombre queplaneaba venderme como unaesclava sexual. Una puta.

Había tenido sus propias razonespara quererme de vuelta y no habíantenido nada que ver con mi bienestar

y todo que ver con la venganza. ¿Porqué quería venganza? No lo sabía. Laconfianza no funcionaba en ambossentidos entre nosotros. Había ciertascosas en las que no me quedaba másremedio que confiar en él:mantenerme viva, alimentada, seguray, excepto por él, intacta. No dejabamucho margen, pero me negaba aconfiarle lo más importante de todo,mi futuro.

Supongo que las cosas entre nosotroseran iguales y las diferencias noimportaban. Lo que importaba era

que yo ya no era la de antes. La chicaingenua que había en mí había sidoabofeteada en su feminidad. Habíasido arrasada por el dolor, laaflicción, la pérdida y el sufrimiento.Perfeccionada por la lujuria, la ira yuna aguda conciencia de la necesidadde sobrevivir. Entendí cosas que antes no podíaentender. Entendí la necesidad devenganza: porque la semilla habíasido plantada en mí. Reconocí cómo,muchas veces, volvió a mi cuerpocontra mí: porque el deseo por él

siempre había estado allí. Porencima de todo, había aprendido laúnica cosa que cada persona tieneque aprender través de la vida: laúnica persona en la que realmentepuedes confiar es en ti mismo.

Aún estaba conmocionada por eldespliegue dominante de Calebcuando por fin me acostó paradormir. Debería haber estadoenojada con él y en cierta forma loestaba, pero la manera en que mehabía avasallado me hizocomprender lo atento y amable que

había sido antes. Tratar con Calebera todo acerca de la perspectiva. Nopodías apreciar su bondad hasta quehabías sentido su crueldad. La habíasentido, pero hasta yo era losuficientemente inteligente como parasaber que, a pesar de todo, lo habíatomado con calma.

Él no tenía que darme explicaciones,lo había dejado muy claro. Sinembargo, sabía que quería queentendiera el peligro en el queestaba. Quería que pensara antes deactuar. Quería que eligiera mis

batallas, aunque esas batallas fuerancon él. Quería que sobreviviera. Mehabía dicho muchas cosas en elcoche, pero luego me las habíademostrado. Para Caleb eso fueamable. Me mostró la crueldad y medejó a la deriva, con lospensamientos acumulándose en lamente sin ningún consuelo. Luegoestaba allí, su cuerpo largo y cálidoera como una oración a la que meaferraba mientras trataba demantenerme consciente sin teneréxito.

Ese día me desperté llorando. Podíaoír el ruido de la ducha y eraenfermizo cómo me llenaba de alivioal saber que estaba cerca. Meobligué a tumbarme hacia abajo, paraencontrar una posición menosdolorosa para mi hombro lesionado ymis costillas rotas.

No me sentía cómoda sin su brazo amí alrededor. No podía dormir sinsaber que estaba cerca. Me habíavuelto esto. Me había vueltotemerosa. Me había hechonecesitarlo. Y si pensaba que de

repente iba a abandonarme y borrarlo que quedaba de su torcidaconciencia, estaba tristementeequivocado. Un ruido extraño llamómi atención y me distrajo de mispensamientos. A pesar del renovadomiedo, era una distracciónbienvenida. Me pregunté por unmomento si Caleb se había hechodaño cayendo en la ducha o algo así,pero no hubo estrépito, sólo unsonido ahogado. Escuché conatención, esperando que el ruido serepitiera y que no se apagara con elaparatoso volumen de mi

respiración. —¡Uh! —ese era el ruido. Como ungruñido mezclado con un gemido—¡uh! —algo se apretó dentro de mivientre, una memoria muscular.Debería haberlo ignorado, pero nopude. A pesar de todo lo que mehabía sucedido y a todo lo que Calebme había sometido, todavía pensabaque él era la cosa más hermosa quejamás había visto.

—¡Min fadlik{3}! —suspiróruidosamente, pero no sabía lo que

significaba. Sea lo que fuera sinembargo, sonaba... necesitado.

¿Qué necesitaba Caleb? ¿Y por quéencontraba la idea de su necesidadtan intrigante?

Lo necesitaba para que me tocara, nolo quería, porque no quería que lohiciera, necesitaba que lo hiciera.Solo sus brazos alrededor de mípodían disipar la pesadilla, sólo suolor me hacía olvidar el fétidoaliento de los hombres que meatacaron. Sólo él. Siempre estuveagradecida por su presencia y a la

vez resentida.

Más sonidos vinieron del cuarto debaño y no pude resistirme. No podíadetener el torrente de adrenalinacorriendo por mis venas instándomea la acción, cualquier cosa que merevelara lo que estaba sucediendodetrás de la puerta cerrada. ¿Qué siestaba jodiendo a alguien ahí dentro?El pensamiento me detuvo en frío,una ola de algo parecido a la náuseaobstruyó mi garganta y apretó miestómago.

—No lo haría —susurré para mímisma en la oscuridad de lahabitación. Por alguna razón no cabíaesa posibilidad en mi mente. Ya lo hahecho antes ¿recuerdas?¿Recuerdas que jodió a una mujermientras estabas atada en la otrahabitación? La voz en mi cabeza eracruel. ¡Tenía que saberlo! Tenía quesaber si iba a hacerme algo como esootra vez. ¡Bastardo!

Forcé mis pasos hacia la puerta delbaño, mi cuerpo temblaba y mispalmas estaban húmedas de sudor,

pero no podía dejar de saberlo. —Joder —la obscenidad era pocomás que un susurro detrás de lapuerta mientras presionaba mi orejacontra ella—. Ah... sí nena —yluego algo en otro idioma y luego—abre tu coño… Casi me caigo contra la puertacuando las rodillas se me doblaron.Entre mis piernas sentí un latidosuave al mismo ritmo que el delcorazón. Por favor, por favor que noesté follando con alguien más.

Oí el ventilador encendido, podríahaber sido el porqué de que sesintiera seguro para hacer ruidos. Sino hubiera estado despierta, no lohabría escuchado. Forcé una valentíaque no sentía y presioné el pestillopara abrir la puerta. Agarré elpicaporte con el puño hasta que elsudor parecía deslizarse entre misdedos. La ducha estaba a la izquierdade la puerta y me preocupaba que nofuera capaz de ver sin abrirlacompletamente y anunciar mipresencia, pero había un espejo a laderecha donde podría ser capaz de

ver su reflejo. Solo podía rezar paraque no estuviera directamente frentea la puerta o el espejo.

La puerta se abrió apenas unarendija, apenas lo suficiente paraponer un dedo a través de ella, perotenía el corazón atorado en lagarganta y sin aliento. Me quedéquieta, tenía la esperanza de no oírlogritarme o sobresaltarse. Escuché surespiración pesada y esos mismosgemidos de antes, acompañados porun mojado ritmo entrecortado. Mearrodillé en el suelo, sin confiar en

mis piernas para apoyarme mientraspresionaba la mejilla contra la puertay me asomé dentro. La habitaciónestaba llena de vapor y eso ponía lascosas al extremo. Esperé a que seaclarara un poco, pero lo único quepodía ver era una figura en el espejo.

Me atreví a abrir la puerta un pocomás, la adrenalina bombeando enproporción a la apertura que seampliaba frente de mí. Más vaporsalía fuera de la habitación y se mepegó en la cara y el cuello, lo teníagoteando en el pozo de mis pechos

antes de ser absorbido por micamisa. El espejo se fue aclarando yfinalmente pude ver la imagen en laducha.

Di un grito ahogado, pero Caleb nome oyó. Estaba segura de que nopodía hacerlo. Estaba demasiadoabsorto en lo que hacía a solo unosmetros de mis ojos curiosos. Metendría que haber sentidoavergonzada o culpable, pero nohabía manera de que pudiera sentiresas cosas. Todo lo que podía sentirera el palpitar entre mis piernas y la

aguda punzada de lujuriagolpeándome en el vientre. Erajodidamente... perfecto. Tanjodidamente perfecto.

Estaba frente a la ducha, así que sololo veía de perfil. Su piel era rosa yblanca por la intensidad del agua. Unbrazo estaba apoyado contra lapared, con las piernas largasextendidas para hacer equilibriomientras la cabeza le caía sobre elpecho y estaba jadeando. Su otrobrazo estaba rígido, los músculostensos mientras su mano sostenía una

gran erección. Tragué con fuerza ylamí el vapor de mis labios. Lacabeza gruesa, rosa oscura, sedeslizaba a través de su puño. Su ejese engrosaba hacia la base, sus dedostenían que agarrar fuerte paramantenerlo contenido. Recordé supeso en la mano. No movía la mano arriba y abajo a lolargo de su pene. Mecía sus caderas,haciendo que el músculo de su culose ahuecara a cada lado mientrasempujaba hacia adelante, sus grandesy pesados testículos se mecían entre

sus piernas abiertas en un ritmofluido. El pene era la flecha y supuño, el carcaj.

No podía apartar los ojos, ni lointenté. Me pregunté cuánta cantidadmás tendría en su interior y si mehabía dado todo cuando se habíacorrido en mi mano y en mis pechos.Pensé en la única vez que habíaestado dentro de mí y podía recordarel sonido de los azotes contra lahúmeda carne de mi coño mientrasme sostenía inclinada y conducía supolla dentro de mí. El palpitar entre

mis piernas era intenso. Mis propiospensamientos me estaban dejadojadeante y mojada. Mis pensamientoseran sucios y excitantes e inundabanmi cuerpo con todas las sensacionesimaginables.

—Haz que te ame —susurró mi YoDespiadada—. Hazlo de modo queno pueda vivir sin ti.

—No puedo —susurré—, lo intenté.Dijo que mis intentos eran ridículos.A él no le importa.

—Le importará.

—Oh... mmm... vamos.

Los ojos de Caleb estaban cerrados,su hermosa boca entreabierta,haciendo los sonidos más sexys quehabía oído en mi vida. Me preguntéqué estaba pensando. Me pregunté sipodría ser en mí. ¿Podría ser yo laque lo conducía hasta ese desplieguefrenético de lujuria?

—Síííííí —Mi Yo Despiadada seestremeció.

Mis pezones estaban tensos ydoloridos, raspando contra la tela

repentinamente áspera de mi camisa.Quería sacármelos. Quería rozarloscontra algo fresco. Apreté mi cuerpocontra la puerta, frotándolos contra lamadera dura mientras continuabaobservando a Caleb en toda sumasculina y, en cierto modovulnerable, gloria.

Me eché hacia atrás y apreté lapalma de la mano contra mimontículo frotando en círculosdiminutos, temía que no me llevaranlo suficientemente rápido hastadonde quería ir. No quería perderme

en el placer. Quería ver a Caleb.Quería verlo correrse. La idea mehizo presionar contra mi clítoris conmás fuerza, los círculos máspequeños, más apretados, másrápido. Sentí un aleteo en mi vientrey luego un cosquilleo cálido seextendió desde mi espina dorsal atodos mis miembros, finalmente sentími coño apretando, soltando yapretando. Dejé escapar un pequeñogrito antes de apretar los labios ymorderlos un poco para mantenerdentro cualquier sonido. Difícilmenteme saciaba. Era un estornudo en

comparación con la forma comoCaleb hacía que me corriera, perofue suficiente para centrar la atenciónen Caleb. Sus caderas estaban empujando másrápido, las mejillas de su culo seflexionaban arriba y abajo mientrashacía un verdadero esfuerzo poralcanzar el clímax. Inclinó el cuerpohacia adelante apoyando la frentecontra el antebrazo mientras apretabalos dientes y se bombeaba esa cosamonstruosa que él llamaba pollaadelante y atrás a través del puño

mojado. Riachuelos de agua caían detodo su hermoso cuerpo y de repenteestaba muy sedienta. Queríaarrodillarme a sus pies y lamer elagua que caía de él, especialmente desu impresionante polla. Quería lamerel agua que caía sobre ella ysuccionarla.

Estaba pensando en todas las cosasque quería hacer cuando él dejóescapar un gruñido, seguido de undoloroso gemido mientras cuerdas desemen espeso estallaban fuera de supolla y cubrían su mano antes de

gotear hacia abajo, hacia sustestículos y finalmente, al suelo de laducha. Fue un montón y aun así suspelotas no parecían más pequeñas.

Jadeaba con fuerza, con los hombrossubiendo y bajando por el esfuerzo.Su hermoso rostro estaba rojo pero siera posible, le daba un aspecto aúnmás atractivo. Quería seguiradmirándolo, pero hacerlo era comouna traición a mí misma. Todavía,los hechos eran los hechos. Enrealidad no se preocupaba por mí.Me estaba utilizando.

Mi pasión fue enfriándoserápidamente y finalmente, poco apoco, cerré la puerta y me metí en lacama para cuidar mejor mis lesionesfísicas.

Un rato después, oí la puerta delbaño abrirse y el roce suave de lospies de Caleb contra la alfombramientras se abría camino hacia lacama. Sentí la cama bajar mientras seponía bajo las sábanas, sin tocarmeen ningún momento.

—Me desperté y no estabas aquí —

le dije en voz baja, con la espaldahacia él. Supe que se tensó, pero nopodría explicar cómo lo supe, tal vezera el aire entre nosotros lo que sesentía tenso.

—¿Has estado despierta mucho rato? —No, sólo unos pocos minutos. —Sentí que se relajaba en elcolchón. —¿Otra pesadilla?

—Sí —mentí, pero me sentí

completamente justificada cuando sucálido pecho cubierto de suavealgodón, se acomodó en mi espalda ysus dedos, aquellos que solo unosminutos antes estaban cubiertos desemen, trazaban un camino a lo largode mi brazo para calmarme. Unavisión de su cuerpo poderoso,elegante, esforzándose por alcanzarel orgasmo se abrió camino hasta mimente. Sus dedos eran largos,magnéticos, todavía húmedos,mientras trazaba un camino a lo largode mi cuerpo, provocándomehormigueos. Le toqué la piel.

—Estás mojado. —Suspiróprofundamente.

—Lo siento, Gatita. Necesitaba otraducha. —Su voz era baja, aturdidapor la fatiga, pero no obstantesincera. La mención de la palabraducha me secó la garganta, pensé entoda el agua resbalando por sucuerpo perfecto y ese órganohermoso. Me pregunté qué sabortendría.

—Está bien —susurré. Tenía lagarganta ronca.

—¿Alguna cosa que pueda hacerpara que te sientas mejor? —Todaclase de respuestas revolotearon enmi mente llena de lujuria. Eratentador recurrir a tácticas confiablesy cosas ficticias que eran... perfectas.Pretender que solo era un chico y yosolo una chica y que nos deseábamosel uno al otro. Quería que él mesostuviera, que me diera un beso yque hiciera cualquier cosa paraprotegerme. Quería fingir que élsentía por mí una fracción de lo queyo era incapaz de dejar de sentir porél.

Mi corazón dolía. Por mucho que elhombro y las costillas gritaran dedolor, fueron eclipsados por el dolorde mi corazón. No podía fingir más.El tiempo para eso había pasado,solo existía la realidad de las cosas atratar.

—Sí, Amo —traté de no llorar— haymuchas cosas que puedes hacer paraque me sienta mejor. —Su cuerpo seapretó más contra mío y por unmomento lo dejé estar—. Podrías novenderme... podría quedarmecontigo... ¿estar contigo? —Caleb me

sostuvo más fuerte, no porquequisiera hacerme daño sino porque lehabía dejado jodidamentesorprendido. Me había sorprendidoyo misma, pero había pasado pormucho para no decir una mierda decómo me sentía. Tragó sonoramente,sus dedos paseando mientrasaflojaba el control.

—Gatita... —su frente se apoyó confuerza contra mi cuello— me pidescosas imposibles. Quería preguntarqué partes eran imposibles, perosabía la respuesta. No podía dejar de

lado su venganza, pero podíadejarme de lado a mí.

Capítulo 6

Matthew se esforzó por concentrarseen la pantalla del ordenador quetenía delante, pero a medida queescribía, su mente no dejaba devagar. Olivia Ruiz estaba sin dudasufriendo el Síndrome de Estocolmo,suspirando por su amor perdido, susecuestrador y abusador. A Matthewno le importaban los abusadores,bueno, un poco. Todos eran iguales.Su madre solía tratar de disculparsepor golpearlo, llevándolo al parque.

Los mejores abusadores podíanhacerte creer que se sentíanculpables por lo que habían hecho,justo hasta que te atravesabas denuevo en su camino.

Aun así, estaría mintiendo si noadmitiera, al menos ante sí mismo,que la capacidad de Olivia denarración eran bastante...convincente. Durante cuatro horashabía escuchado su conversaciónsobre su relación con Caleb y vioque sus mejillas y su piel enrojecíancon lo que, él lo sabía, era

excitación. ¿Cómo no iba a estarafectado?

Sí, se le puso enorme y dura, fueincluso doloroso, pero no le gustaba.¿Qué clase de persona tiene unaerección mientras escucha laconversación de una víctima deabuso? Le hacía sentirse enfermo.Estaba enfermo.

Y no era un problema nuevo. Teníauna larga historia de extrañasinclinaciones sexuales. Era la razónpor la que tenía treinta y un años ytodavía estaba soltero y sin

perspectivas en el horizonte. Teníamiedo de que alguien lo viera comoera. Estar solo no quería decir que sesintiera solo, la verdad. Se manteníamuy ocupado con el trabajo en elF.B.I. Sin embargo, a menudopensaba que sería bueno tener aalguien al llegar a casa, alguien conquien hablar, que no lo hiciera sentircomo un bicho raro (aunque lo fuera)y que tuvieran gustos similares. Sesentía muy atraído por las mujeresdañadas y fracturadas y ellasparecían sentirse atraídas por él.Olivia Ruiz no parecía diferente. Su

atracción por él tenía alguna razón,podía intuirlo muy claramente, perosabía que era una atracción que solotenía una salida. Él nunca pondría enpeligro una investigación, nuncatomaría ventaja de un testigo y nuncatrataría de salvar a alguien queestaba tan obviamente roto. Habíaaprendido la lección muy bien. Haría su trabajo. Es por eso que elF.B.I. lo mantenía a bordo, porque alfinal del día, sabían que haría lo quedebía hacer. Era el que cerraba loscasos. Nada lo desviaría de ese

camino. Nadie se interpondría en sucamino.

Volvió su atención de nuevo a lapantalla, continuó escribiendo ladeclaración de Olivia sobre sutiempo en cautiverio. Trató depermanecer impasible mientras escribía, pero ciertas frasescontinuamente saltaban hacia él.

—Me hizo rogar por comida...

—Me pegó varias veces...

—…me obligó a correrme.

Su informe parecía más una novelaerótica que un expediente. Su menteempezaba a divagar de nuevo, estavez en dirección a su última novia,que no podía correrse a menos que élla llamara puta. Estaba empezando aponerse duro otra vez. ¡Basta!

Guardó el archivo y decidió tomar undescanso muy necesario, de Olivia,de sus memorias relativamenteinútiles. Abrió su navegador parabuscar más información sobreMuhammad Rafiq. Él era el ejecentral de toda la investigación.

Según la testigo, Caleb habíainformado que su relación con Rafiqhabía comenzado porque necesitabamatar a Vladek Rostrovich, A.K.A.Demitri Balk.

—¿Por qué? —susurró Matthew parasí mismo y de pronto recordó elcomentario sobre la madre y lahermana de Rafiq. ¿Estarían muertas?

No importa, pensó. Lo importante erala subasta, todo lo demás eraintrascendente. Así que ¿por qué nopodía quitárselo de la cabeza? ¿Por

qué la historia parecía relevante? Eraun motivo, claro, pero ¿cómoencontraría el lugar de la subasta enPakistán?

Matthew dejó escapar un profundosuspiro y se levantó para servirseotra taza de café. Había oído la quejade la policía local sobre el café casia diario, pero a diferencia de ellos,él realmente disfrutaba el café de laoficina. Probablemente nunca habíanlimpiado las máquinas de café, perotal vez le habían agregado algo algrano. Sonrió. De vuelta al

escritorio, cogió su libreta y empezóa escarbar a través de sus notas paraencontrar un punto de partida para lainvestigación. La estúpida historia deOlivia no proporcionó ningún puntode partida, pero se las arregló paraaprender que min fadlik quesignificaba "por favor" en árabe.Caleb aparentemente hablaba árabecon tanta facilidad que lo usaba enprivado. Se decía que la gente solíahablar su lengua materna mientrasestaba sola y sin duda, tambiénejercitando esa actividad enparticular. Dios sabía que nunca

había gritado en mandarín mientrasestaba en la agonía del éxtasis. Porsupuesto, él no hablaba mandarín. Pasó a través de más notas yencontró que Caleb también hablabaespañol; el inglés lo hablaba conacento extraño, descrito como "...una mezcla de inglés, árabe ypersa... tal vez más persa." Matthewsacó un mapa de Pakistán y trató dereducir un área con esa mezcla.Parecía muy poco probable. Aun así,el acento significaba que Caleb nacióo estuvo inmerso por un largo

espacio de tiempo en un lugar dondehabía oído esos idiomascotidianamente. Afganistán, India eIrán, todos alrededor de Pakistán ytodos y cada uno de ellos tenían, sinduda, similitudes en lascaracterísticas demográficas y lasconvenciones sociales. Losbritánicos, obviamente, teníainfluencia en cada país mencionado,pero sabía que su influencia era másfuerte en la India. Era obvio queCaleb no era de la India pero sihubiera crecido allí, habríaaprendido el dialecto.

Tenía que reducir la lista de posiblesubicaciones para la subasta y teníamuy poca información, solamente losarchivos de antiguos casos e internet.Pakistán estaba dando grandes pasoshacia la reducción y eliminación delnúmero de delitos cometidos contralas personas dentro de sus fronteras,pero estaba muy lejos de tener eléxito necesario para afectar a susociedad y a su política. Laesclavitud era muy popular y lamayor parte de la fuerza de trabajocontratada eran mujeres y niños.

La gente se compraba, se vendía y sealquilaba de forma usual en Pakistány era hora de que el gobierno deEstados Unidos comenzara a tomarnota y a trabajar con la ONU parahacer algo al respecto. Matthew noera ingenuo, sabía que la razón por laque los Estados Unidos habíandecidido cambiar su punto de vistasobre Oriente Medio tenía más quever con los recursos en el extranjero.Sin embargo, si eso significabamenos mujeres y niños vendidoscomo esclavos sexuales, o menosmano de obra en condiciones de

servidumbre, entonces significabatodo para él. Petróleo y libertad paratodos.

Las provincias de Sindh y Punjaberan grandes focos de tráfico depersonas, pero optó por excluirlostemporalmente, siendo la zonaprincipalmente agrícola, laesclavitud era una labor conjunta.Ciertamente no era lugar paraplayboys elitistas o terroristas conmiras a organizar una subasta lujosade esclavos de placer. ¡Joder! Iba aser una noche muy larga.

Matthew miró su reloj y decidiópedir la cena, antes de que cerraransu restaurante chino favorito.Prácticamente se le hacía la bocaagua con la idea de los fideos de ajoy las empanadillas crujientes. Huboun tiempo en que ordenaba para dos,pero hacía casi un año que no teníaun compañero con quien compartir eltiempo de investigación. En estosdías, trabajaba solo.

Daba igual, ya que no era muy buenotratando con la gente. Era demasiado

honesto y la gente no apreciaba eso.

Era bueno en su trabajo y la gente lorespetaba, pero eso no quería decirque aprovecharan una oportunidadpara trabajar juntos o quisieran salircon él para tomarse unas cervezasdespués del trabajo. Sin embargohacían lo que les pedía, no se podíaquejar. Si le pedía a uno de losanalistas que se quedara para ayudarun poco con la investigación, lo haríaa regañadientes y guardaría suscomentarios despectivos para cuandose encontrara en mejor compañía.

Matthew había solicitado un Grupode Trabajo Especial para asistirle enel caso. Había un tiempo derespuesta potencialmente corto y laposibilidad de un incidenteinternacional si llevaban a cabo unaredada en Pakistán. Aun así, su jefese negaba a reunir un grupo detrabajo decente a menos que Matthewtuviera pruebas concretas de quehabría sospechosos de terrorismo yobjetivos políticos en la subasta.

Si no lo supiera mejor, habríaacusado a la Agencia de dejar caer

en el olvido el caso a propósito. Elrostro de Olivia Ruiz habíasalpicado todos los noticiarios, juntocon videos borrosos de vigilancia yde cámaras de teléfonos de suenfrentamiento con la patrullafronteriza. Algo como eso nodesaparecería fácilmente.

Se desplazó por la información quetenía disponible sobre MuhammadRafiq y sus cómplices. Era un oficialmilitar pakistaní y de los de altorango. Había luchado junto a lasfuerzas estadounidenses como parte

de la coalición durante la Tormentadel Desierto. Estaba altamentecondecorado y se rumoreaba que eramuy cercano al antiguo MayorGeneral que apoyó el golpe deestado que derrocó al presidentepakistaní en 1999. En resumen, elhombre tenía a unos cuantas personaspoderosas en su círculo. Si quería a alguien muerto, no podíaimaginar que fuera difícil para élllevarlo a cabo. Por supuesto, tendríaque hacerlo sin avergonzarse a símismo o a sus superiores frente a la

comunidad internacional. ¿Podría suimplicación ser la razón de que elF.B.I. dudara en atacar este caso contoda su fuerza? Matthew recogió su pluma y escribióuna lista de cosas sobre las quenecesitaba obtener información:bases militares en Pakistán cercanasa pistas de aterrizaje, o sobre ellas,aduanas y estaciones dereabastecimiento de combustible.Una cosa era cierta, Rafiq no iba aentrar o salir a través de medioscomerciales, necesitaría un avión

privado para no lidiar con losfuncionarios de aduana. No eramucho, pero era un comienzo.

El timbre del portero lo sobresaltó.Su comida había llegado finalmente.Tomó el ascensor hasta el primerpiso y se encontró con el repartidor,le dio una propina generosa y caminóde regreso arriba para disfrutar desus grasientos y deliciosos manjares.

Varias horas más tarde, Matthewdecidió dar por terminada la noche yregresar a su hotel. Planeabalevantarse temprano para visitar a

Olivia en el hospital otra vez. Ellaestaría esperando noticias sobre lasolicitud que hizo para participar enel programa de protección de testigosy no tenía noticias nuevas queofrecer, pero aún necesitaba el restode su declaración.

Si la información obtenida resultabalo que él había propuesto a sussuperiores, su peticiónprobablemente se concediera, perono por las razones correctas. Lo quela chica necesitaba era justicia. Ellanecesitaba que los hombres

responsables de su secuestro, suviolación y tortura pagaran por suscrímenes en un ámbito público. Ellanecesitaba que aquellos hombresfueran juzgados y hallados culpablespor falta de la más básica decenciahumana, sólo entonces podríarecoger los pedazos de su vida yseguir adelante. Sin embargo, si él tenía razón, laOficina estaría más interesada en loselementos de seguridad nacional queen la justicia de una niña dedieciocho años. No habría ninguna

detención oficial ni juicios públicos,ya que la información provocaría unaoperación encubierta para reunirpruebas de la implicación en eltráfico de personas a líderesmilitares ricos y poderosos, jefes deEstado y magnates millonarios. Estosería un activo de valor incalculableen las manos del gobierno de losEE.UU. Era algo así como un enigma moralen lo que a Matthew se refería.Olivia estaba huyendo. Ella noquería enfrentarse a su mundo

anterior ni a sus habitantes y era unsentimiento que Matthew comprendíabien, pero no podía aprobarlo. A lavez, era la persona menos adecuadapara aconsejar sobre cómo sedeberían superar los traumaspersonales. Él fue dañado y todavíaestaba mal de la cabeza, noimportaba los muchos terapeutas conlos que había hablado desde suadolescencia. Sus expedientes habíansido sellados y para todos losefectos, era apto para el servicio,pero conocía su propia mente.Conocía sus propias limitaciones y

sesgos. Este conocimiento le servía yle daba una perspectiva cuando setrataba de su trabajo.

Entró en su habitación del hotel ydejó su maletín sobre la mesa desiempre. Vació los bolsillos,cuidadosamente apiló según su valortodas las monedas y las colocó enuna fila según su tamaño. Sus llaves,la cartera y el reloj también fueroncolocados con cuidado. Sedesabrochó la chaqueta y la colgó enel armario. A continuación, se sentóy se quitó los zapatos y los

calcetines, después la camisa y lacorbata. Por último, se quitó elcinturón, lo enrolló, y lo puso sobrela mesa con las otras cosas antes dequitarse la ropa interior. Alineó suszapatos debajo de la cama y colocólos artículos para la limpieza en secoen la bolsa del hotel. Era su rutinanocturna, le daban consuelo lasacciones repetidas. El orden eraimportante.

Desnudo, se puso en pie sintiendo elaire cálido y ligeramente húmedo deTexas e ignoró la sensación de

hormigueo de su pene cada vez máserecto. Sabía por qué se estabaponiendo duro y deseó que no fueraasí. Había sido incapaz de resistir latentación de hojear sus notas de laentrevista, a pesar de la informaciónprometedora que había obtenido conla investigando más a fondo deRafiq. Esa parte de la historia de lachica estaba llena de una violencialamentable, la violencia que resultade una circunstancia cargada de sexoes despreciable, pero la forma en querelató la historia, con entusiasmotortuoso, manipulación y una

excitación evidente fue suficientepara llevarlo al límite. Apretabatodos sus botones y de la mano de sudisgusto vino la innegableaceleración de su pulso.

Sin embargo, no lo haría. No queríafantasear. No se masturbaría. Nobuscaría gratificación sexual. De locontrario, sería un paso en ladirección equivocada, sabía que estolo llevaría a la culpa debilitante queinexorablemente venía después.

En su lugar, bajó hasta el suelo y sepuso a hacer tantas flexiones como le

fue posible. Estaba cansado y susmúsculos protestaban. Las dos de lamañana no era la hora adecuada paraeso. Sus músculos gritaban, pero eramejor que la alternativa. Se esforzóhasta que el sudor le corrió por laespalda y el estómago se estremeció,hasta que sus brazos amenazaron conrendirse... hasta que no hubo unajodida oportunidad de que algo leinspirara lujuria. Luego se dio unaducha y se metió en la cama.

Durmió tranquilamente y sin sueños.

Capítulo 7

Caleb no podía dormir. Había hechotodo en lo que se le había ocurrido,se había dado una ducha caliente, sehabía masturbado, y se había sentadoen la biblioteca de Rafiq y miradosus libros. No sabía leer, pero

algunos de los libros tenían fotos enellas. Había andado alrededor de lacasa y descubrió tentempiés en lacocina. Se había comido todo elgulab jamun{4} e incluso ahora, losdedos y las comisuras de su bocaestaban pegajosos. Todavía no podíadormir.

¿Dónde está Rafiq?, se preguntó. Sucorazón empezó a correr pensando enel hombre mayor. ¿Y si no vuelve?¿Y si algo le había pasado? Elestómago de Caleb le dolió. Nuncahabía estado solo antes. Siempre

había alguien cerca de él, si no losotros chicos, entonces Narweh, y siél no estaba, tal vez un patrón.

Caleb se levantó y empujó sualmohada y la manta al suelo, lacama era demasiado blanda. Setumbó en la alfombra gruesa y seenvolvió a sí mismo con la manta quele habían proporcionado. Fuera, elviento aullaba. ¿Por qué lo dejaríaRafiq solo? Levantó sus rodillashasta el pecho y se meció. Deseó queRezA estuviera con él. RezA era unode los chicos británicos que a

menudo compartía su cama. Situviera un amigo entre todos, eraprobablemente RezA.

Por primera vez en una semana, dejóde pensar en alguien que no fuera élmismo. Con Narweh muerto, ¿quéhabía pasado con los otros, conRezA? Es cierto que a menudopeleaban y se lanzaban a veces eluno al otro en el camino de unNarweh enfadado, pero eso nosignificaba que no hubiera afectoallí. Cada vez que uno de ellos eramaltratado por un patrón o después

de una salvaje paliza en particular, amenudo se consolaban mediante laaplicación de vendajes u ofrecíanunos brazos que consolaban en lugarde dañar. Caleb era más pequeño, yprobablemente más joven, pero eraun luchador, mientras RezA era másdócil y fácilmente manipulable.

—¿Por qué te enfadas a cada rato,Kéleb? sabes lo que va a pasar —lehabía susurrado a menudo a Kéleb,aplicando la pomada oscura en supiel.

—Lo odio. Le dejaré matarme antesde que me convierta en su perrofaldero. Un perro podría ser, perono el suyo.

—Tú no eres un perro, Kéleb. —RezA besó mi frente—. Eres unchico estúpido.

—Y tú eres un perro faldero —respondió Kéleb con una sonrisa amedias.

RezA también se rió y puso el tapóna la pomada. Se quedó en silencio y

de puntillas hizo su propia cama enel suelo.

—RezA —susurró Kéleb.

—¿Qué?

—Un día voy a matarlo.

Después de una larga pausa—: Losé. Buenas noches, chico estúpido.

Caleb había hecho exactamente loque prometió. Había matado coneficiencia y a sangre fría a Narweh.

Pero no se había tomado la molestiade buscar a RezA, ni le había dichoa todos los demás que eran libres.Nunca les dijo que huyeran. Legustaría decir que fue porque laidea no se le había ocurrido, peroeso no era cierto. Había tenidomiedo. Había tenido miedo de quese volvieran contra él, porque sinNarweh, muchos de ellos tendríanque elegir entre la pobreza o unamo nuevo y desconocido, tal vezincluso la monotonía de laservidumbre de esclavitud. Tambiénhabía sido el miedo de que Rafiq

decidiera que todos, incluso Caleb,eran demasiada carga, y habríatenido que enfrentar el destino delos otros. Así que simplemente dejóque Rafiq se lo llevara. Se habíapermitido a sí mismo estarconmocionado y traumatizado porlo que había hecho. Se habíapermitido ser la víctima. Se merecíaser abandonado a cambio.

Un ruido lo sobresaltó de suspensamientos autocríticos.

Era como una piedra dentro de sucalma, escuchó a cualquier sonido

que indicara si estaba o no solo enla casa y, además, si una presenciasignificaba peligro. Oyó que lapuerta se cerraba suavemente ypoco después, los sonidos familiaresde alguien arrastrando los piespara quitarse los zapatos ycolocarlos cerca de la puerta.Ruidos casuales que eran una buenaseñal, supuso Caleb, si alguienvenía con la probable intención decausarle daño no se preocuparía losuficiente por quitarse los zapatos.

Caleb quería salir de su habitación,

quería investigar, pero el miedo queaún sentía permanecía con fuerza.Rafiq era forastero, y su estado deánimo podría ser errático.Recordaba con claridad la forma enque había sido arrojado a la bañeray sujetado por los brazos fuertes deRafiq. Se estremeció.

Los pasos se acercaban a la puertay Caleb se tensó aún más, susmúsculos temblaban de tenerlos tanapretados. La puerta se abriólentamente y cerró los ojos confuerza. Si Rafiq trataba de violarlo,

él lucharía de nuevo. En algúnlugar de su mente una voz lesusurró que sólo debía hacer lo quese espera de él. Tenía quesobrevivir. Había querido morir,pero tendría que sobrevivir denuevo.

—¿Caleb? —susurró la voz de Rafiqen la oscuridad.

Caleb contuvo el aliento y nocontestó.

—¿Chico? ¿Estás durmiendo? —susurró Rafiq otra vez y parecía

estar en control, no enojado opredispuesto a la violencia.

Caleb se negó a responder, sinembargo, mantuvo los ojos cerradosy trató de respirar lo mássilencioso, superficial yuniformemente que pudiera hastaque finalmente, se cerró la puerta yRafiq se había ido. Caleb al instantesintió alivio, pero también pérdida.Estaba solo de nuevo. Solo yasustado en un cuarto extraño yoscuro.

¿Qué sería de su vida ahora? Había

matado a alguien. Había asesinado.No se sentía mal por haberlo hecho,lo haría de nuevo si tuviera laoportunidad, pero ¿qué iba a hacercon su vida?, ¿quién podría ser?¿Quién era Caleb? Siempre se habíadicho que un día sería libre, pero nose dio cuenta de que la libertadpodía sentirse... tan vasta,demasiado expuesta e incierta.Ahora que era libre, se sentíacarente de objetivos, y, sin unpropósito, ¿de que serviría su vida?Tenía una deuda con Rafiq y lahonraría, pero una vez que su tarea

estuviera completa, se encontraríaen el mismo lugar.

Caleb se tragó el miedo y echóhacia atrás las mantas, decidido abuscar respuestas de la únicapersona en su vida que las podíatener: Rafiq. Despacio abrió lapuerta y entró de puntillas hacia lahabitación de Rafiq. Vaciló en lapuerta, pero luego llamótentativamente.

—No estoy ahí dentro —dijo Rafiqdetrás de él.

Caleb se dio la vuelta y vio laintensa mirada de Rafiq.

—Yo... yo... lo... lo siento —tartamudeó—. Estaba despiertocuando entró, pero.... —Se miró lospies descalzos—… no estaba segurode lo que venía a buscar. —Calebtragó.

Rafiq sonrió. —¿Y por qué tedecidiste?

Caleb se encogió de hombros.

—No lo sé. Pensé... en acabar con

esto de una vez y simplementepreguntarle.

El suspiro alto y claro de Rafiqcausó que los hombros de Caleb setensaran, pero no se movió paraalejarse del hombre mayor.

—Eso es muy valiente de tu parte,muchacho, pero no tienes necesidadde tener miedo de mí, no tengointención de dañarte.

—¿Qué quiere? —Caleb se erizópor haber sido llamado muchacho.

—Esperaba haberme ganado tulealtad a estas alturas. Sólo queríaver si estabas bien. He estado fueradesde muy temprano y temía que miausencia fuera... estresante para ti.

Caleb se encogió de hombros conpoco entusiasmo, pero en realidad,quería llorar de gratitud. Nadie enuna posición de poder alguna vez sehabía preocupado por su bienestar.Nadie había venido nunca a vercómo estaba. Respiró hondo yapretó sus emociones hacia abajoen su estómago. No quería parecer

débil frente al hombre que leofrecía hacerle fuerte.

—Fue extraño estar solo. Antes, conNarweh, siempre había alguien,pero... fue... no sé qué decir. Mecomí todo el gulab jamun —confesótímidamente—. También estuve enla biblioteca. ¡Nunca había vistotantos libros! Usted debe saber unmontón de cosas. ¡Pero no sepreocupe! —Me puserepentinamente nervioso—. Nopuedo leer. No estaba tratando deinvadir su privacidad. Sólo miraba

las fotos. Lo siento.

Rafiq rió y el sonido hizo que Calebse sintiera un poco aliviado. Serelajó aún más cuando la mano deRafiq aterrizó en su cabeza y lerevolvió el pelo largo y rubio.

—Está bien, Caleb. Esta es tu casaahora. La comida fue dejada para tiy eres bienvenido a ver los libros.Te enseñaré cómo leerlos.

Caleb cerró los ojos con fuerzapara impedir que sus lágrimasemergieran. Sin previo aviso, se

abalanzó hacia Rafiq y envolvió susdelgados brazos alrededor de él.Quería expresar su gratitud. Queríaque Rafiq supiera cuánto Caleb sesentía en deuda con él.

Poco a poco y con las manostemblorosas, Caleb acercó lacabeza del anciano hacia él yapretó sus labios contra Rafiq. Elhombre mayor se quedó quieto, perono lo detuvo cuando su lengua sedeslizó por la abertura de la bocade Rafiq. Caleb había hecho estomuchas veces, con hombres que

odiaba; seguramente podría hacerlouna vez más con alguien a quienrespetaba.

El joven cuerpo de Caleb respondióal beso y siguió adelante,persiguiendo la boca de Rafiq, susabor. Rafiq se apartó. Caleb entróen pánico. Si Rafiq lo rechazaba,moriría. Moriría de vergüenzaporque era un puto y no conocíaotra manera.

—Caleb, no.

—No voy a pelear contigo. Haré lo

que me pidas —susurró Caleb. Suspalabras eran inestables y llenas demiedo.

—Haz lo que te digo, ahora, y deténesto. —El tono de Rafiq, nocontenía el más mínimo desprecio.

Caleb se apartó y trató de correr deRafiq, pero su camino estababloqueado y el pronto apretón a subrazo de Rafiq lo mantuvo firme.

—¡Lo siento! No fue mi intención.No lo volveré a hacer. —Esta vezlas lágrimas estuvieron presentes en

su voz. No podía ocultar suvergüenza. Rafiq lo atrajo hacia supecho y lo mantuvo apretado.

—Ya no eres Kéleb. No eres unperro, ni la puta de nadie. No medebes esto. No se lo debes a nadie.

Caleb lloró y sostuvo con másfuerza a Rafiq. No podía hablar.

—¿Alguna vez has estado con unamujer, Caleb? —susurró Rafiq porencima de él.

Caleb negó con la cabeza. Las

había visto, por supuesto, habíaprostitutas femeninas que Narwehguardaba, pero estaban separadasde los niños y nunca se compartíannada con ellos. Había entrevisto suscuerpos y se preguntó cómo seríatocarlos, pero fue un placer quenunca había experimentado.

Rafiq condujo a Caleb hacia suhabitación y abrió la puerta. Poco apoco, soltó a Caleb y lo urgió aentrar. De mala gana, Caleb soltósus brazos y caminó mansamentehacia la cama que había hecho él

mismo en el suelo.

—Hasta mañana, entonces —dijoRafiq casualmente—. Mañana tevoy a empezar a enseñar cómotomar tu lugar a mi lado. Tendráselección en esto. —Sonrió cuandoCaleb lo miró con sorpresa y luegocerró la puerta.

Caleb seguía sin poder dormir, peroahora las razones eran diferentes.Por primera vez desde que podíarecordar, Caleb estaba emocionadopor lo que el mañana traería.

* * * *

Los ojos de Caleb se abrieron en laoscuridad. El sueño, y los recuerdos,se detuvieron. De pronto se sintiócomo un niño otra vez, con miedo ala oscuridad, miedo a lodesconocido, y solo. Es extrañocómo un sueño puede hacerserealidad. Como puede tomar elcontrol de la mente e invocar lossentimientos, tanto así, que afectabaal cuerpo. Caleb sintió un nudo en lagarganta, que no debería estar allí,estaba muy lejos del muchacho

asustado que había sido y aun así, asíse sentía. Su corazón latía con fuerzaen el pecho y las palmas de lasmanos le sudaban.

Se dijo una y otra vez que había sidosólo un sueño, pero las emociones seaferraron a él como la melazaespesa. No importaba la forma enque trataba de borrarlos de suspensamientos, se mantenían, pasandode un lado al otro de su psique,vacilando entre la alegría que habíasentido con la experiencia de suprimer momento de aceptación y el

dolor de saber sobre el futuro.

RezA había muerto. Rafiq habíaquemado el cuerpo de Narweh dondeCaleb lo había dejado, en el interiorde la casa. No había visto a ningúnsobreviviente, ni advirtió a nadie enla casa. Rafiq le había dado lainformación a Caleb una mañanadespués en el desayuno, cuando porfin había encontrado el coraje depreguntar acerca de lo que habíasucedido.

Había llorado por RezA y por losotros muchachos en privado después

de quemarse a sí mismo con unacuchara caliente que había estadousando para mover los frijoles. Amedida que su carne se quemaba,trató de imaginar lo que RezA habíasentido en los terribles últimosmomentos de su vida. Caleb habíamatado a su único amigo y en elfondo quería que esta única cicatrizdemostrara que él todavía estaba ensu interior después de que su pielquemada sanara y nueva piel tomarasu lugar.

Caleb quería otra ducha, una tan

caliente que no era capaz de pensaren otra cosa, pero sabía que sucomportamiento era estúpido y queprobablemente se causaría más dañoy no se podría curar a tiempo paracontinuar con su misión. Habíapasado algún tiempo desde queCaleb tuviera muchos de episodioscompulsivos. Sí, a veces esnecesario el dolor, pero esasnecesidades se extendían por logeneral durante largos períodos detiempo. En las últimas semanas,había luchado para no ceder a susimpulsos muchas veces. No podía

continuar.

Rafiq había hecho lo que tenía quehacer. Caleb quería convertirse en elhombre que Rafiq necesitaba para él,y para convertirse en el hombre quequería ser, no podría haber testigosque lo conocieran como el perro deNarweh. Era una verdad muy dura ydebilitante en su momento, peroCaleb lo entendía como hombre, deuna manera que nunca podría comoun niño. RezA habría hecho lomismo.

Caleb se dio la vuelta en el suelo y

se sentó a contemplar la forma delcuerpo de Gatita que dormía encimade su cama. Ella se movía mucho, suspiernas sobresalían debajo de lasmantas de vez en cuando. A Caleb leparecía que quería rodar sobre sucostado o boca abajo, pero inclusoen sueños, el dolor la mantenía enuna posición ligeramente erguida.

Sus palabras de antes volvieron a él:

— Podrías no venderme... podríaquedarme contigo... ¿estar contigo?

Suspiró, deseando que las cosas

fueran tan sencillas. ¿Qué diría Rafiqde tal petición? ¿Tendría incluso queser una solicitud? Caleb era unhombre después de todo, y uno muypeligroso por eso. Quizá Caleb sólonecesitaba informarle a Rafiq laforma en que iba a ser y seguir desdeallí. La chica fue golpeada yamoratada, su virginidad estaba enentredicho, en cuanto a Rafiq podríaconcernir. ¿Qué tan difícil seríallamar a Gatita simplemente unacausa perdida? Pero, sinceramente,eso no arreglaba nada. Él siempreiba a ser su captor y ella siempre iba

a ser su prisionera. Tenía que dejarde ir y venir. Había tomado unadecisión, se mantendría firme en ella.Fin de la historia.

Gatita se movió un poco más en lacama y sollozó durante unossegundos antes de que sus ojosfinalmente se abrieran. Sus pulmonesse elevaron y cayeronprofundamente, con dureza. Alparecer, Caleb no era el único quesufría de pesadillas. Para su crédito,ella no había gritado ni preguntadopor él. Miró alrededor de la

habitación y lo vio, y luego desvió lamirada y se incorporó lentamente.

—Buenos días —dijo con ironía.

Ella asintió con la cabeza, pero porlo demás no respondió. Apartó lamanta de sus piernas en unmovimiento lento y fatigoso y se pusoen pie con rigidez antes de caminarhacia el baño y cerrar la puerta. Encuestión de segundos, se oía el aguade la pileta en funcionamiento. Calebse preguntó cómo tenía previstoutilizar las instalaciones porque elservicio estaba en el suelo y requería

al usuario ponerse en cuclillasencima de él para hacer susnecesidades. Sería difícil para ellamantener el equilibrio dado susheridas, pero decidió que sunecesidad de privacidad era quizásmayor que su necesidad de ayuda eneste momento.

Caleb se puso a arreglar lahabitación, recogiendo las cosas quenecesitaría para estar listo para eldía siguiente. Ninguno de ellos teníamucho para vestir, pero sólo teníanun día más de viaje, así que ese

punto era irrelevante. Miró porencima los comestibles que habíacomprado y encontró los plátanos,así como algunos pasteles deframbuesa. Eso estaría muy bien parael desayuno. Había un montón debotellas de agua que quedabantambién. Miró su reloj y observó queera sólo las cinco y media de lamañana. Cuanto antes estuvieranfuera y en camino, mejor. Podríanllegar a Tuxtepec a la hora de lacena, aunque llevaría otras docehoras llegar allí. Tendrían que haceruna parada en la ciudad antes de

salir.

Caleb tomó su teléfono y marcó elnúmero de Rafiq.

—Salaam{5}.

—¿Por qué no me has estadocontestando el teléfono?

—¿Tengo que responder ante ti,entonces?

—¿Y por qué coño no? Somossocios, ¿o Jair ha usurpado miposición en los últimos dos días?

Rafiq rió. Era el tipo de risa queCaleb había sufrido a través de losaños, una risa desdeñosa, burlona, destinada a poner en su lugar aCaleb, por debajo de su amo.

—No seas infantil, Caleb. Tú eres elque hizo que nuestra últimaconversación fuera tan hostil. Jairestá apenas en condiciones de incitartus celos.

—No estoy celoso, estoy irritado ysólo estás empeorando las cosas.¿Dónde estás?

—¿Dónde estás, Caleb? ¿Dónde estála chica?

Caleb respiró hondo y exhaló lejosdel teléfono. Era el momento de laverdad.

—Estamos en Zacatecas.Deberíamos estar en Tuxtepec por lamañana a más tardar.

—¿Por la mañana? —reprendióRafiq—. Estás a menos de un día deJair y vuestros rehenes, ¿por qué note has ido ya?

—Es la chica, sus heridas nosretrasan. Sigo teniendo que parar porella.

—Vas a despertar sospechas porconducir por ahí con ella de esamanera. —Rafiq hizo una pausa, surespiración tan lenta como su voz.Caleb se preparó para ello—. Ella esla parte final de esto, Caleb. Debeestar lista. Debe ser perfecta. Si nopuedes hacer esto, yo estaría más quedispuesto a tomar el relevo.

Caleb apretó la mandíbula con tanta

fuerza que podía oírla crujir.

—Va a salir bien, Rafiq. Puedohacerlo —dijo entre dientes—. Dejade cuestionarme. Sé lo que tengo quehacer. Eso es todo lo que piensosobre ello.

—¿Qué pasa con los rehenes que hastomado? ¿Cuáles son tus planes paraellos?

—Venganza. Naturalmente.

Rafiq rió. —Ahí estás, Khoya{6}.Había empezado a preocuparme.

Trata de mantener la cabeza esta vez,por lo que sé, ese par podría resultarútil para nosotros.

Una extraña sensación floreció en elpecho de Caleb.

— ¿Dónde estás?

—Cerca.

—Está bien. Supongo que te verépronto. —Colgó, molesto.

Gatita salió del cuarto de bañopareciendo un poco perdida. Lanoche anterior les habían puesto en

una posición diferente y ahora lecorrespondía a Caleb mantener elstatus quo{7} que se había creadoentre ellos. Dejó el teléfono sobre lamesa y se dirigió hacia su cautiva.Ella se quedó quieta cuando seacercó, con los ojos puestos en elsuelo y con las manos cruzadasdelante de ella. Su nerviosismo eraevidente, pero atractivo, no obstante.

Caleb le pasó la mano por la cara,con cuidado de no presionar sobresus moretones y colocó su pelo haciaatrás por encima del hombro.

—Cada vez que entres en unahabitación y el propósito no seaclaro, siempre arrodíllate al lado detu amo. —Gatita no dudó en cumplir,aunque sus movimientos eran lentosmientras se esforzaba hacia el suelo.

—Bien —susurró Caleb—. Ahorasepara las rodillas y siéntate en lostobillos, con las manos sobre losmuslos y la cabeza gacha. Tu amodebe ser capaz de ver cada parte deti y saber que no te moverás hastaque te lo diga. ¿Entiendes?

—Sí —susurró Gatita con ciertavacilación—. Amo. —Lentamente,movió sus extremidades a laposición. Llevaba un camisón y sucuerpo no era visible a Caleb, peroél sabía de su cuerpo lo suficientepara saber lo que estaba oculto y sucuerpo respondió sin darse cuenta.

—La demanda Leet sawm k'leet sueestá en ruso. Cuando escuches laorden, te acuestas boca arriba con lasrodillas separadas y las levantashacia tu pecho. Sostén las piernasdetrás de las rodillas. —Gatita tomó

la posición y lo miró con unaexpresión suplicante.

El aliento de Caleb vaciló en suspulmones de la emoción. Por fin, ellaera obediente, estaba a sus órdenes.La sensación era embriagadora, perole dejó un hueco porque le estabaenseñando las órdenes en ruso.

—Leet sawm k'leet sue —repitió. Suexpresión era dura, sus ojos serios.

La boca de la Gatita se inclinó haciaabajo en las esquinas en una muecaleve, con la barbilla temblando por

el esfuerzo para no llorar, peroasintió. Dolorosamente redujo sumarcha lentamente, y se puso en elsuelo. Levantó la vista hacia el techoy las lágrimas que había estadoconteniendo cayeron por los lados desu cara a su pelo.

Esto era difícil para ella, Calebsabía lo que iba a ser, pero era lomás fácil de hacer para ella conrespecto al viaje que tenía pordelante. Había culpa por su parte,pero también deseo, un deseo intensoque vibraba en sus venas. La culpa

no era nada cuando se enfrentaba a sudeseo de tener a Gatita a su merced.Si esto le hacía un enfermo o undepravado, lo había aceptado hacemucho tiempo.

—Tus piernas, Gatita. Vamos ahacerlo.

Vio cómo sus rodillas comenzaron adoblarse y casi se dobló de deseomientras sus manos tiraban delcamisón, elevándolo por encima desus rodillas y sus muslos. No habíaesperado que ella se desnudara paraél, pero así era ella. Su polla empezó

a moverse al ritmo de su corazónacelerado, llenándolo, alargándose ymendigando por mostrarse. Gatitalevantó sus rodillas hacia su pecho,sus manos apretaban en puño elcamisón por la cintura. Su coño eraclaramente visible, los labios decolor rosa se dilataron y sonrojaron,su clítoris diminuto asomaba desdedebajo de su cubierta. Caleb respirófuerte y tragó saliva.

Podía quedarse mirándola parasiempre, pero su deseo no era elpropósito de este ejercicio. Era la

manera más concisa de restablecersus roles. No habría ningún arrebatohoy, ni discusiones durante el viaje,no habría ninguna confusión acercade si podría o no prescindir de ella.

—Realmente eres hermosa, Gatita.

Ella gimió.

—¿Perdón? —espetó.

—Gracias, Amo —corrigió ella.

—Muy bien, Gatita. Puedes bajar tuspiernas ahora. —Sus movimientosfueron más rápidos de lo que creía

posible con sus heridas, pero se negóa hacer comentarios. También ignorósus lloriqueos—. Lye zhaash chee,significa boca abajo. ¿Entiendes lapalabra?

Gatita sollozó mientras asentía. —Sí,Amo.

—Sobre tu estómago entonces.

—Va a doler —dijo.

—Inténtalo al menos. Siempre tratade obedecer. Deja que yo mepreocupe por lo que puedes o no

puedes soportar, vuelve a la posiciónde reposo, de espaldas a mí —dijoCaleb. Sus palabras se cortaron y noadmitían discusión—. Lye zhaashchee.

Un sonido como un maullido salió delos labios de Gatita, perorápidamente apretó sus labios ycontuvo el aliento mientras luchaba,como una tortuga girada sobre sucaparazón, para darse la vuelta.Caleb dudó acerca de ayudarla yrecordó la primera vez que ella lehabía desobedecido y le había

abofeteado sus pechos de color rosahasta que obedeció. Parecía quehabían pasado siglos.

Le tomó un par de minutos, pero alfinal ella estaba en la posición dereposo. Caleb admiraba la forma enque su culo se apoyaba en sus piesdescalzos.

—Ahora, inclina tu cuerpo haciaadelante con el culo hacia arriba.Normalmente, ten tus brazosextendidos al frente de ti, pero porahora, guárdalas por donde quieraque estés más cómoda.

Gatita fue estoica cuando hizo lo quele dijo. Optó por mantener los brazoscruzados sobre su pecho, dejando ellado de su cara contra el resto delsuelo. El camisón obstruía la vista deCaleb. Dio un paso adelante y retiróel tejido a lo largo de las suavesmejillas de su culo.

—Oh, Gatita. Me gustas así. Mucho.—Sus palabras no tenían nada másque la verdad. No pudo resistirse apalmear ligeramente sus mejillas yabrirlas lentamente. Gatita tembló,

pero aun así se mantuvo quieta bajosus dedos inquisitivos.

—¿Puedo tocarte? —preguntó él, conun toque de desafío.

Hubo silencio por unos segundos yluego ella respondió:

—Sí, Amo. —Caleb sonrió, eraexactamente la respuesta que quería yexactamente la que ella debía dar.Estaba aprendiendo.

—Eso está bien, Gatita. Estoyorgulloso de ti —dijo. Le acarició la

suave piel de sus muslos internos.Gatita soltó una ráfaga de aire, Caleblo interpretó como desesperación.Esto era mucho para que ella loasimilara tan pronto después deltrauma de los últimos días. Lo habíahecho bien, y realmente se sentíaorgulloso de ella. Era suficiente.

Tiró de la camisa de dormir denuevo en su lugar y la instó a volvera su posición de reposo. Laslágrimas caían por sus mejillas y sucara estaba sin duda definitivamentemaltratada, pero Caleb le besó las

mejillas húmedas de todas formas, laayudó a recuperar la calma.

Después de que le diera másmedicina para el dolor, con calma ledio de comer el desayuno mientrasella se sentaba tranquilamente entresus rodillas, aceptando todo lo quetenía para darle.

Capítulo 8

Día 9

La Dra. Sloan no me pregunta porqué estoy llorando y supongo que esporque se imagina que lo sabe.

Preferiría que me preguntase.

—Sé lo que estás pensando —digo,pero suena como una acusación.

La Dra. Sloan se aclara la garganta.

—¿Qué estoy pensando?

—Que Caleb es horrible, que escruel y que soy una estúpida poramarlo.

Niega con la cabeza, un tantoirónicamente y responde de un modoque percibo como clínico.

—No creo que seas estúpida enabsoluto. En todo caso, creo que eresextraordinariamente valiente.

Me burlo.

—Cierto. Soy muy valiente. Reed

dijo lo mismo.

Oigo el rasgueo de la pluma cuandotoma más notas.

—Bueno, entonces ahora tienes unasegunda opinión. ¿No crees que tusacciones fueron valientes?

—No especialmente. Creo que sólohice lo que tenía que hacer. Calebsiempre está diciendo que unapersona tiene que hacer lo que debepara poder sobrevivir. Lasupervivencia es lo único queimporta.

—¿No crees que la supervivencia esvaliente?

—No lo sé. ¿Cree usted que esehombre que se cortó el brazo porqueestaba atrapado en una roca fuevaliente? Es sólo instinto.

—Se llama lucha o huida y uno esciertamente es más valiente que elotro, dependiendo de lascircunstancias. En virtud de tuscircunstancias, lo que hiciste fue muyvaliente. Olivia, estás aquí. Hassobrevivido.

—Me gustaría que no me llame así.No me gusta.

—¿Preferirías, señorita Ruiz? ElAgente Reed dice que eso no teimporta tanto.

—¿Sí? ¿Qué más le dijo de mí?

Sonríe tímidamente y, de repente, meencuentro sospechando de surelación. No me gusta el hecho deque hablen de mí.

—Estamos obligados a discutir elcaso, señorita Ruiz. Intercambiamos

todas las notas e informaciones, asícomo cualquier idea que podamostener. Ya te conté todo eso.

—Lo sé. ¿Qué dijo de mí? —Tengouna extraña curiosidad acerca deReed que no ha disminuido. No sé loque hay en él, pero definitivamentehay algo.

—Me dijo que eres una malcriada —dice, pero sus ojos sonríen. Sonríoun poco también. Reed no diría nadade eso—. De vuelta al tema. ¿Porqué no crees que seas valiente?

Suspiro. —No lo sé. Creo que...estoy aquí y eso es lo que Calebquiere.

Un incómodo silencio se instala entrenosotras. Estoy perdida en mispensamientos. Lo que Caleb quiere.Pensé que hice todo lo que él quería,hice mi mejor esfuerzo por hacerlofeliz, pero al final... supongo que yano importa.

—Sigues refiriéndote a él en tiempopresente, ¿por qué?

Puedo ver su cara en mi mente, tan

hermosa, tan triste. Hay sangremanchando su mejilla, pero no meimporta. Ya no soy aprensiva. Es lacara del hombre que amo, el únicoque he amado y es difícil imaginarque alguna vez habrá otro. Me secolas lágrimas. Ese bastardo.

—Es más fácil —respondofinalmente—. No me gusta la idea deque se haya ido.

Sloan asiente.

—Adelante, cuéntame lo que pasódespués.

—No mucho realmente, después deldesayuno me ayudó a vestirme.Luego me ató a la cama, meamordazó, y me dejó por unas horas.—Ahora sé a dónde fue. Fue albanco, pero no sé si debo decírselo aSloan o no. Por otra parte, Reed yasabe lo del dinero—. Fue al banco—agrego. Sloan hojea sus papeles yescribe algo—. ¿Por qué no estáReed aquí? ¿Por qué estoy convosotros dos en diferentesmomentos?

—El agente Reed y yo tenemos

diferentes descripciones de trabajo.Él está interesado en el caso, yoestoy interesada en tu bienestar, asícomo en el caso.

—Así que a él le importa un mierdalo que me pase, es lo que estásdiciendo. No estoy sorprendida porla información, la verdad es algo queya sabía, pero aun así, duele oírlo deotra persona.

—Yo no he dicho eso. Por favor, nopongas palabras en mi boca —diceSloan. Creo que la he hecho sentirincómoda, pero no puedo decir por

qué razón—. El agente Reed dice quele besaste.

Mis ojos están bien abiertos y miboca ligeramente abierta. ¡No puedocreer que se lo haya dicho! ¿Por quéiba a hacer eso?

—¿¡Y qué!? —Mi cara se estácalentando, y estoy segura de que sedebe en partes iguales a la ira y a lavergüenza.

Este es un lado de Sloan que no hevisto todavía, su ceja está arqueada ysu boca está un poco apretada en las

esquinas.

—No soy tu enemiga. Por favor, dejade actuar como si lo fuera. Me dijoque estaba preocupado por ti y laúnica razón por lo que lo hemencionado es porque me acabas dedecir que a él no le importas.

—¡Muy bien! Le besé. —Estoy lejosde Sloan, hacia las ventanas. SóloReed utilizaría el salón de niñoscomo sala de interrogatorios parahablar conmigo. Probablemente lopongo nervioso. Bien.

—¿Por qué?

—Porque él tenía algo que yo quería.—Las palabras salieron directas demi boca y aunque sé la imagen quedescriben de mí, no puedo decir queme importe. Estoy concentrada en lapaloma caminando de un lado a otrofuera de mi ventana. Siento envidiade la paloma. No tiene una solapreocupación en el mundo más alláde comer, dormir y defecar en lasestatuas del parque. Eso es vida.

—¿Esa es la única razón? —Ella

estaba tratando de mantener suspalabras inocentes, pero sé que nadade lo que dice es inocente, nisiquiera sus historias sobretaxidermia interpretativa. Sería fácilolvidar que Sloan es un miembro delFBI y está capacitada para manejarcasos como el mío. Sabe cómo serempática, e incluso verse un pocovulnerable, pero no estaría dondeestá hoy, si no fuera un lobo bajo esetraje de lana.

Giro mi cabeza hacia ella y meaparto de la ventana. Le sonrío

descaradamente.

—¿Estás celosa, Janice?

Ella contestó sin vacilar.

—¿De qué, Olivia? —Sonríe denuevo y esta vez no hay una sonrisade respuesta en su rostro. Sí, Sloantiene dientes. Me gustan los dientes.

Vamos hacia adelante y hacia atrásdurante varios minutos. Me hace unapregunta y logro darle la vuelta a lamisma pregunta para ella y la vuelvede nuevo hacia mí otra vez. Podría

parecer una conversación inútil, perocreo que ambas estamos aprendiendocosas poco a poco una de la otra concada intercambio.

Aun así, prefiero estar hablando conReed. A Sloan le digo lo mismo.

—Esto no es inusual, ya sabes.Algunas víctimas de abuso tienden agravitar hacia los hombres fuertes yautoritarios... como el agente Reed.También tienden a imitar elcomportamiento que se espera deellos por sus abusadores,especialmente cuando este

comportamiento es de naturalezasexual.

Me siento como si me estuvieranrociando con aceite caliente.

—No lo hagas. No hagas esaporquería de psicoterapia de mierdaconmigo. Fue un beso, joder, no es unsigno de mi devoción eterna. Y paraque conste, no soy una víctima deviolación rota que tienes querecomponer de nuevo. Estoy bien. —Estoy llorando de nuevo y me odiopor ello. ¡Por qué mi cara no deja de

delatarme!

—Lo siento, Livvie. No era miintención molestarte —dice Sloan.Suena sincera y casi me jode más quesu sugerencia de que soy un casoperdido.

¿No lo eres? Ya no sabes quién eres.No tienes a donde ir.

—Creo que estamos bien por hoy.¿Quieres parar? Podemos ir a comeralgo a la cafetería. Tal vez jugar alas cartas en la sala de juegos, ¿o talvez a las damas? Me encantan las

damas.

—¿Sloan?

—¿Sí?

—Lo estás haciendo otra vez. —Meseco las lágrimas de mi cara y mesueno la nariz con unos pañuelos depapel. Es gracioso que siempre esténlistos y esperando junto a mi cama.

Sloan deja escapar un profundosuspiro y se inclina hacia atrás en susilla. Su expresión es hermética,como si no supiera lo que siente,

piensa, o quiere decir. Finalmente,sin embargo, asiente ligeramente yabre la boca.

—No creo que estés rota. No pienso"psicoanalizarte", bueno... —Ríe sinhumor, al menos, no en voz alta—, almenos no en voz alta, pero creo quehay algunas grietas que necesitan serrellenadas. Has pasado por muchascosas en los últimos meses, y estoymuy impresionada ya que todo lo quetienes son grietas. Deberías estarrota, pero no es así. Las grietaspueden ser reparadas y lo creas o no,

tienes un montón de gente que quiereayudarte a arreglarlas.

Trago saliva muy fuerte. No quierollorar más. No sé lo que quiero, aexcepción de a Caleb. Creo que meencantaría volver a la mansión, sieso significara que podría estar conCaleb de nuevo. Viviría eso, denuevo. Sé que no es saludable y mepreocupa que tal vez, sólo tal vez,Sloan y Reed tengan razón. Estoyjodida en la cabeza y nada de lo quesiento es real.

No sabes lo que quieres, Livvie, y lo

que crees que quieres, se te halavado el cerebro para que lodesees.

Incluso Caleb dijo que mi amor noera real, pero... lo siento. Siento quemi amor por él es más fuerte yprofundo que cualquier cosa que hesentido en mi vida. Creo que siresulta que tiene razón y estoyequivocada... me romperé enpedazos. La supervivencia... es lomás importante.

* * * *

Ha sido una buena mañana, supongo.No me importó hablar con Sloan,pero jugar a las damas con ella esalgo divertido. Me di cuenta de queme seguía analizando cuandojugábamos, hacía preguntas cargadascon el pretexto de la conversación,pero en su mayor parte acabamos dehablar sobre la vida fuera de losmuros del hospital. Me perdí unmontón de cosas durante el verano.

Para empezar, me perdí lagraduación. No estoy segura de cómome siento sobre eso. Supongo que

realmente no me importa, pero esextraño que no lo haga. Me habíaparecido muy importante hace cuatromeses. Supongo que todavía soy unagraduada. Mis calificaciones eranejemplares antes de irme.

De irme, es gracioso.

Nicole comenzó la universidad.Llamó al hospital un par de veces yhemos charlado un poco, no sobrenada importante. Evito eso. Seofreció a salir de la universidaddurante algunas semanas paravisitarme, pero le pedí que no se

molestara. Estoy bien y tengo unmontón de cosas que hacer de todosmodos. Fue sorprendentemente fácilconseguir que estuviera de acuerdoen no venir.

La vida sigue. Incluso si la tuya se haacabado.

Sloan ha dejado el edificio, perodice que va a estar de vuelta mástarde hoy. Como si se lo hubierapedido, ni siquiera la quiero aquí,esta mujer es boba. Lo capto:Respuestas a preguntas que nadie ha

pedido por $100, Alex{8}. Aun así,me gustaría tener algo que hacerademás de acostarme en la cama yver la televisión. Asalté labiblioteca, pero todo es pocoimpresionante.

Se supone que Reed viene a hacermeuna entrevista (o más bien ainterrogarme) pronto, y no puedoevitar sentirme un poco emocionadapor verlo y hablar con él. Cuando seenoja conmigo casi puedo ver aCaleb en sus ojos marrones. Es unatontería, pero casi vivo para esos

pequeños destellos.

Ya no estoy dolorida, no lo he estadopor días. Mis heridas se han ido ymis arañazos ya formaron costras.Cuando se curen, será como si todaslas pruebas de mi tiempo con Calebse hubiesen borrado. Me rodeo conmis brazos alrededor de mi estómagoy aprieto hasta que el pensamientopasa. Si me hubierais dicho eso haceun mes, que estaría triste por teneruna piel sin marcas, os habríallamado estúpidos y golpeado por siacaso. Pero aquí estoy: una chica sin

marcas, y sin una razón para seguiradelante.

—Eso no es cierto, mascota. Tienesmuchas razones —susurra elfantasma de Caleb en mi oído. No sési el oír su voz en mi cabeza meconvierte en una loca, pero no meimporta de cualquier manera. Es loque me queda después de curarse losrasguños. No puedo renunciar a él.Además, sé que la voz no es real, noimporta lo mucho que me gustaríaque lo fuese.

Me gusta jugar con la voz en mi

cabeza por la noche, cuando elhospital está más tranquilo y puedoconcentrarme en que sea tan realcomo pueda. Abro mis piernas y memasturbo con el recuerdo de su bocachupando mis pechos y sus dedosmoviéndose rápidamente de un ladoal otro sobre mi clítoris. Si meesfuerzo mucho, mucho, puedoescucharlo, sentirlo, incluso fabricarsu olor, pero no puedo conseguir queme bese. Suelo llorar después decorrerme. Ese es exactamente el tipode cosa que no le digo a Sloan. Estoybastante segura de que se regodearía

con esa información.

Hago uso de mi tiempo en espera deReed; me doy una ducha y me pongoel oh- tan-sexy atuendo de lunáticadel hospital que me dan para llevar:un pantalón gris y una camisa. Sepodría pensar que tendrían algo másalegre dado el escenario, pero luegopienso en la sala de arte y decido quees lo mejor. No me queda bien elamarillo con mi tono de piel. Mialmuerzo llega y escojo a través delas zanahorias pastosas, me como lacarne, cubierta por una salsa espesa

y aun así insípida, y bebo mi leche.También como la gelatina verde.Caleb me alimentó con mejor comidadurante mi secuestro que estaspersonas. Me río de mi propiabroma.

—¿Algo gracioso, señorita Ruiz? —Alzo la mirada de mi bandeja y veo aReed.

—Sí —digo—, hay algo que es muydivertido, Reed. —Sonríe, sindientes, pero aun así es bastanteagradable de todos modos. Mepregunto si Reed tiene novia. No

lleva anillo de bodas. ¿Cómo sería lanovia de Reed?

—¿Le importa compartirlo, o va aextorsionarme por conseguir másconcesiones primero? —dice, ycasualmente entra en mi habitación yse para a los pies de mi cama.

—Es usted gracioso, Reed. Yoextorsionarle a usted, qué divertido.—Sonríe de nuevo y se encoge dehombros. Yo le imito—. Me estabariendo porque la comida aquí eshorrible y Caleb me alimentó con

mejores cosas. Parece que este lugares un cautiverio real.

—Diga la palabra y la transferiré alPentágono, oí que sirven unosespaguetis increíbles todos losjueves. —Pone su maletín en elasiento y se apoya contra la pared.

—Vaya, gracias. Pero creo que voy aquedarme con la comida horrible. Sime voy alguna parte desde este lugar,será a mi nuevo alojamiento encualquier pueblo del medio oeste enel que haya decidido esconderme. —Le doy mi más dulce, y

condescendiente sonrisa—. ¿Cómova eso a propósito?

Reed niega con la cabeza, como sinada. No es la reacción querealmente esperaba obtener de suparte, este tipo no pierde la calma...a menos que hagas algo con él.Sonrío de nuevo, más ampliamente,con todos los dientes, y mi sonrisa noes ni remotamente dulce. La idea esprometedora, ya que parece ser laúnica cosa que tenemos en común.

—Vamos a llegar al fondo de esto,

señorita Ruiz. He estadoinvestigando un poco más sobre sunovio y sus amigos terroristas y tengoun par de preguntas para usted,comenzando con: ¿Cuándo conoció aMuhammad Rafiq?

Deja en manos de Reed el arruinarcualquier apariencia de un momentoagradable. El hombre es un autómatay su programación sólo establece unobjetivo: llegar a los chicos malospor cualquier medio necesario. Lorespetaría si no estuviera tratando dearruinar mi vida entera. Otra manera

en que me recuerda a Caleb.

—Eso no es en donde lo dejamos,Reed. Dijo que le podía contar todala historia.

Él suspira.

—La Dra. Sloan me llamó despuésde haber salido del hospital. Voy aconseguir todas sus notas más tarde,pero por ahora, dijo que lo único quesacó de su tiempo con ella hoy fue elreconocimiento de que Caleb le dejóel dinero en Zacatecas. Doscientoscincuenta mil dólares es mucho

dinero para transferir y depositar auna chica que pensaba vender.Definitivamente quiero hablar deeso, pero por ahora lo importante esaveriguar más acerca de Rafiq.¿Cuándo lo conoció?

Reed ha estado aquí por lo menosdiez minutos y ya ha logradomagníficamente cabrearme.

—No sabía qué era lo que estabahaciendo. No supe sino hasta mástarde que me había dejado el dinero.—Me lleva un segundo, pero luego elresto de sus palabras penetran en mí

y entonces estoy enojada con Sloan,así que, ¿la única cosa que salió denuestras tres horas de conversaciónfue que Caleb fue al banco? Eso esbastante frío. Todo el mundo a míalrededor está lleno de sorpresasúltimamente.

—Rafiq, señorita Ruiz. ¿Cuándo loconoció? —Reed aparentemente hadecidido renunciar a la imposicióndel medio ambiente de la sala de artee interrogarme en mi habitación. Pormí está bien.

—Él estaba allí cuando llegamos aTuxtepec —susurro. Esta no es unaparte de la historia que quisieracontar, pero sé que lo que tengo quehacer. La verdad es… Que quieroque Reed llegue a esa subasta.Quiero que acorrale a esos hijos deputa y libere a los esclavos. Se lodebo a ellos. Me lo debo a mímisma. Se lo debo a Caleb—. Habíaestado esperando por nosotros.

Reed y yo estamos en silencio por unmomento. Saca una grabadora delbolsillo de la chaqueta, presiona el

botón de grabación y la pone en lacama.

—Me ayudará a repasar sudeclaración más tarde. Sé que esto esduro, señorita Ruiz. También sé quecree que quiero que sea así, pero no. Sólo quiero hacer mi trabajo y hacerque estas personas paguen por lo quele han hecho, a usted, y a muchasotras mujeres y niños. Hay niños allítambién... ¿lo sabía? —Niego con lacabeza. Lo odio por poner esta ideaen mi cabeza. No puedo soportar laidea del sufrimiento infantil. No más

chistes o bromas. Reedsilenciosamente levanta su maletín ylo deja en el suelo antes de sentarse.

Me aclaro la garganta y lamo mislabios. Aquí es donde comienza laverdadera historia.

* * * *

No sé exactamente qué hora eracuando llegamos, pero el sol se habíapuesto no mucho tiempo antes. Caleby yo no habíamos hecho mucho porhablar en el camino. Realmente notenía nada que decirle que no diera

lugar a que me castigara.

Mi corazón latía con fuerza como untatuaje en mi pecho mientras nosdirigíamos por un caminointerminable. La persona que eradueño de la casa sin duda tenía unmontón de dinero y exigía un montónde privacidad. Los árboles grandesescondían nuestro destino, pero pudever el resplandor de las luces en ladistancia. Pronto. Muy pronto,perdería todo lo que alguna vez fueimportante para mí.

Me regañé por no hacer más intentos

de fuga, aunque apenas podíacaminar, y mucho menos correr. Sinembargo, incluso si moría en elproceso, me sentiría mejor si lohubiera intentado de nuevo. Lamuerte tenía que ser mejor que lo queme esperaba. Sabía que una vez queentrara en el interior de esa casasería una esclava sexual por el restode mi vida. Sé que Caleb dijo quesólo dos años, pero no tenía ningunafe en eso. ¿Cómo podría?

—No llores, Gatita. No dejaré quenadie te haga daño. Obedece y te irá

bien.

Las palabras de Caleb se suponíaque debían calmarme, pero su tonoera algo inexpresivo. Parecía que nisiquiera él, creía lo que decía.

Puse mis brazos alrededor de míapretándome y cerré los ojos paratratar de encontrar fuerza. Podríahacer esto, me decía a mí misma.Podría sobrevivir. Podría aguantar losuficiente como para escapar. Nodebía perder la esperanza. Alguienvendría a por mí.

De repente, la camioneta se detuvo yun hombre vestido con un esmoquinpreguntó a Caleb por su invitación.Tuve la tentación de gritar pidiendoayuda, pero algo me dijo que elhombre sabía exactamente para quéme traían aquí y lo último quenecesitaba era demostrar a Caleb quehabía tenido razón acerca de mí.Intentaría escapar a la primeraoportunidad. Era cierto, pero él nonecesitaba tener esa clase de certeza.

—No tengo una invitación, pero fuiinvitado: Caleb.

Su nombre, eso es todo lo que dijo.El hombre nos instó a continuar conla mano y un poco más adelante enel camino Caleb detuvo el vehículo,caminó hasta mi puerta yagarrándome del brazo, tiró de mílentamente por el sendero mientrasque otra persona se llevaba lacamioneta.

—¡Puedo caminar! —Con unmovimiento de hombros me sacudíde encima el agarre de Caleb,ignorando el dolor en mi hombro.Estaba llorando, completamente

incapaz de detenerme. No podíacreer lo que sucedía.

Vas a morir ahí. ¡Deja de caminarhacia tu puto destino!

Dejé de caminar.

—Caleb. Por favor, no me hagasentrar ahí. Por favor. ¡Por favor! —Me volví para correr, pero losbrazos de Caleb me rodearon antesde lograr hacer mi primer paso.Luché y el dolor irradio por cadaparte de mi cuerpo, pero sobre todoen mi hombro.

La mano de Caleb me tapó la bocamientras apretaba su cuerpo contrami espalda y me mantuvo inmóvil.

—Gatita, ¡no te atrevas! —Mediosusurró, medio gruñó a mi oído—.Te advertí que no utilizaras minombre. Te advertí que no huyeras demí. Vas a entrar en el interior de unamanera o de otra y no hay nada quepuedas hacer al respecto. Acéptalo.Respira y acéptalo.

Gemí y lloré detrás de su mano, perotenía que admitir que ser sostenida

por él fue poco a poco haciendo queme centrara. Mi pánico era palpable,literalmente zumbando y latiendo enmis venas, pero los brazos de Caleberan fuertes. Caleb era sólido. Mismúsculos estaban tensos, el dolor seacercaba a ser casi insoportable. Metranquilicé a mí misma para relajarmi cuerpo un poco y me di cuenta quelos dedos de Caleb también serelajaron.

Lentamente retiró su mano de miboca. Me faltaba el aliento y sollocé.

—Shh. —Me acarició mi pelo

mientras seguía sosteniéndome—. Séque esto es aterrador. Sé que estásasustada. Estoy tratando de haceresto lo mejor que puedo, pero nopuedes desobedecerme. Si alguiencree que yo no soy tu Amo.... serámalo, Gatita. ¿Lo entiendes?

Agarré el brazo de Caleb, y loenvolví alrededor de mi cintura. Nome dejes, le grite en silencio. No medejes. Asentí con la cabezalentamente y dejé que la caricia deCaleb me tranquilizara y consolara,no iba a dejar que nadie me hiciera

daño. Mientras yo obedeciera aCaleb, era suya y nadie podíahacerme daño. Nadie, excepto Caleb.

Caminamos el resto del camino ensilencio, pero Caleb me dejó tomarlela mano. Sabía que con el tiempo mecastigaría por mi arrebato, pero esosería después. Por el momento, su irase había atenuado y su mano eracálida y fuerte contra la mía. Calebterminó de reconfortarme en elmomento de llegar a la gran puerta demadera de la enorme finca. Todo micuerpo temblaba, pero mantuve mi

cabeza hacia abajo y traté derespirar. Mi seguridad estabagarantizada, siempre que fueraobediente. Podría ser una mentira,pero la duda era algo que mi frágilmente no podía permitirse.

Caleb tocó el timbre y después deunos segundos, se produjo un ruidometálico y la puerta se abrió.

—Buenas tardes, señor...{9}

Desconecté mientras Caleb y elhombre que abrió la puerta hablaban.En lugar de la conversación, oí un

chillido agudo. Me sentía mareadatambién, pero en algún lugar de micabeza, sabía que era sólo mi pánicoy la adrenalina lo que hacían esto.Forcé el aire a entrar y salir de mispulmones a un ritmo constante,obligándome a no hiperventilar.

La mano de Caleb en la parte baja demi espalda me obligó a avanzar y dealguna manera lo hice: di ese primerpaso hacia mi propia aniquilación.Luego tomé otro y otro, mis ojosmiraban mis pies mientras seguíallevándome.

Una música sonaba de fondomientras caminábamos y pronto nopude dejar de notar que el lugarparecía como un hotel de lujo. Lossuelos eran de mármol, y el uso dericas alfombras de color vino,también era frecuente. Me quedécerca de Caleb, sobre todo porque élno me desanimo. De repente, escuchéun golpe fuerte, seguido de ungemido de angustia de una mujerdesde la izquierda. Mis ojossiguieron el sonido más allá delhombre delante de nosotros y aterrizóen la escena en la habitación

contigua.

Una multitud de hombres bienvestidos, e incluso algunas mujeres,se reunían libremente para ver comootro hombre con esmoquin blancosostenía a una mujer desnuda sobresu regazo. Su cabello negro caía porun lado, su rostro lleno de dolor eraclaramente visible. Su cuerpoparecía elegante, incluso en laposición degradante. La brillanteimpresión de una mano rojadestacaba prominentemente contra supiel blanca y pálida. El hombre le

acarició la espalda y ella seondulaba, levantando el trasero másalto en el aire como pidiendo alhombre que la golpeara de nuevo.Aparté la vista cuando lo hizo, y lamujer gimió de nuevo, pero no gritó.

¿Es este el tipo de cosas que Calebesperaba de mí? Sabía la respuesta.También sabía que iba a fracasar enla tarea miserablemente. Noimportaba cuántas veces Caleb mehubiera golpeado, siempre gritaba ysuplicaba que se detuviera, inclusocuando me rendía a los orgasmos que

me daba.

—Hay alguien que quiere verte. Tellevare junto a él ahora —dijonuestro acompañante.

Los dedos de Caleb se crisparoncontra mi espalda y sentí elcorrespondiente ataque de puropánico.

—¿Es el dueño de la casa? Heestado ansioso de reunirme con él.

El acompañante siguió caminandomientras respondió:

—No, señor. El dueño de la casa esFelipe Villanueva. Hemos pasadojunto a él en el estudio con suesclava, Celia. El señor a menudotiene invitados, disfruta de laatención.

Otra esclava. Otra mujer que estabasiendo retenida contra su voluntad enesta misma casa. Me ponía enferma.Esa pobre mujer, estaba siendohumillada frente a todos esosextraños, sabiendo que ninguno deellos le ayudará.

Caleb se detuvo y salté cuando sumano me empujó hacia adelante.Nuestros ojos se encontraron. Susojos azules eran fríos y escondíanalgo muy oscuro. No quería saber loque pensaba. Me obligué a seguiradelante.

La música y el sonido de los otroshuéspedes se alejaban lentamente concada giro y vuelta que hicimos en ellaberinto. Por desgracia, fueronahogados por el sonido de los gritosde una mujer. No podía evitar llorarentonces. Encontré el brazo de Caleb

y lo agarré con ambos brazos,envolviendo mi cuerpo a sualrededor. Miré hacia arriba para veral acompañante deslizar dos puertasabriéndolas, los gritos se hicieronmás fuertes. El hombre y Calebintercambiaron un gesto breve yluego el hombre se marchó. Caleb mearrastró dentro mientras caminaba.

Caleb se detuvo a pocos pasos ypude sentir la forma en que su cuerpose tensó. Algo le había sorprendido.La mujer seguía gritando.

Levanté la vista y lo que había frente

a mis ojos finalmente me obligó adesmayarme. Nancy, la chica quehabía estado presente en mi intentode violación, la que había miradomientras los hombres me sujetaban ytrataban de ir hacia mí desde ambosextremos. ¡La que se había mantenidoal margen mientras yo recibíapuñetazos, bofetadas, y patadas! Ellaera la que hacía todo el griterío.Estaba desnuda y atada boca abajoen una especie de caballo de madera,mientras que un hombre de aspectoárabe arremetía contra ella una y otravez.

Cuando recobré el conocimiento, medi cuenta que ya Nancy no estabagritando más. Estaba tendida en unsofá de cuero color vino y el rostroenojado de Caleb estaba mirándome.No dijo nada mientras levantaba unvaso de agua a mis labios. Nisiquiera pensé en hablar. Había vistolo que podría suceder si Caleb se ibade mi lado y estaba decidida aganarme su cariño.

De repente, la voz de un hombrerompió el silencio. Hablaba unidioma que no entendía. Era el

mismo discurso rápido, yentrecortado que reconocí comosimilar al de Jair. El intercambioentre él y Caleb se calentó. El otrohombre se rio de Caleb. No meatreví a mirar en dirección de la voz.

Caleb frunció el ceño, y sus ojos secentraron por encima y detrás de mí.

—Está asustada. No veo comoaterrorizarla más pueda resultar útila los fines de nadie.

El hombre soltó una carcajadaespeluznante.

—¿Inglés, Khoya? ¿Quieres queentienda nuestra conversación? —Sus palabras fueron acentuadas conuna voz espesa, pero comprensible—. Debe tener miedo. Después de lapersecución a la que te indujo y losproblemas que ha causado, esevidente que no estaba aterrorizadaal principio. Jair mencionó que hassido suave con ella —dijo elhombre.

Me di cuenta de que el hombre teníaque ser alguien con mucho poder. Nome podía imaginar cómo Caleb

dejaría que nadie hablara con él deesa manera.

La voz de Caleb se elevó y recitó unmontón de palabras en otro idiomaque no entendía; árabe, pensé. Situviera que adivinar, diría que leestaba diciendo al otro todo lo quepensaba. Me hundí en el sofá y tratéde hacerme invisible mientras quelos dos iban y venían.

Por último, Caleb dijo:

—¡Basta! Gatita, abajo en el suelo entu posición de reposo.

Aunque aterrorizada, no me lo pensédos veces acerca de obedecer yfácilmente me encontré en el suelo alos pies de Caleb con las piernasabiertas las manos en los muslos, yla cabeza gacha, justo como pidió.

—Quiero mirarla. Ven aquí... —serió de nuevo—. Gatita.

Gemí y temblé, pero no pudemoverme. Me incliné hacia la piernade Caleb, encogida y suplicandotanto como pude sin hablar,rompiendo mi posición. Él había

prometido protegerme. Tenía laesperanza de que lo hiciera, ahora.

El hombre chasqueó la lengua, y casipodía sentir la ira que Calebirradiando de él, pero no sabía aquién se dirigía el enojo. No pasómucho tiempo para que loaveriguara. La mano de Calebempujó mi cabeza y se puso a milado.

—Mírame —dijo Caleb.

Se puso de pie al lado del hombre deaspecto árabe. El hombre se había

puesto su ropa de nuevo y estaba unpoco sorprendida de verlo en un trajeoscuro, finamente cortado. Su camisaestaba desabrochada una parte,dejando al descubierto parte de supiel profundamente marrón yligeramente sudorosa. Era unoscentímetros más bajo que Caleb,pero todavía alto para mi nivel. Eramayor que Caleb también, tal vez deunos cuarenta años. Sus ojos estabanmuertos y oscuros. Parecían estarbordeados en kohl pero me di cuentaque no era así. Era un atributoasociado con hombres de Oriente

Medio, tener largas y gruesaspestañas oscuras. Sin embargo, nome sentía atraída por él en lo másmínimo. Era un monstruo.

—Ven aquí —dijo Caleb y yo sabíaexactamente lo que quería. Tomó unpoco de esfuerzo por mi parte, perode alguna manera me las arreglé paraarrastrarme hacia él sin necesidad deutilizar mi hombro lesionado. En elproceso vi que Nancy estabainconsciente en la esquina, todavíaatada, pero con una mordaza en laboca. Me estremecí. Yo obviamente,

no daría ni dos carajos sobre Nancy,pero nadie se merecía esto.

Más palabras se intercambiaron enárabe antes de que el extraño hombreal frente mío se dirigiera a mí:

—Leet sawm k'leet sue —dijo.

Miré hacia Caleb, quien repitió laorden con cierta exasperación. Laslágrimas inundaron mis ojos, metumbé de nuevo, abrí mis piernashacia ellos dos, aliviada por llevarropa. Eso fue, hasta que el hombre seagachó y levanto mi falda por encima

de mis rodillas. Perdiendo toda micompostura, me bajé la falda haciaabajo y luché por alejarme.

—¡Quédate dónde estás! —gritóCaleb y no pude hacer nada más queaceptar la orden. Se acercó a mírápidamente y me empujó al suelo.En cuestión de segundos, estuve en laposición adecuada con mis partesmás íntimas mostrándose para esteextraño. La traición quemó convehemencia en mi pecho, pero unavoz en mi cabeza me dijo que fuerainteligente y evitara la confrontación.

Nadie me había hecho daño, aún no,y hasta entonces, Caleb todavíamantenía su promesa.

—Esta apenas sometida. ¡He tenido aperros más obedientes!

Los ojos de Caleb se entrecerraronen mi dirección. Se sintióavergonzado delante de este hombrepor mi culpa. Lo sabía ahora. Sabíaquién debía ser el hombre. Rafiq, mimente se abrió. Este era el hombre alque Caleb se debía y era la razónpor la que Caleb planeaba venderme.

—¡Lye zhaash chee! —ordenó Caleby una vez más hice lo que me pidió.Me di la vuelta y levanté el culo enel aire, sollozando en la alfombramientras luchaba por degradarme lomás rápido posible.

Caleb y Rafiq hablaron más en árabemientras ignoraban mi llanto y meexaminaban. La mano de Caleb viajópor mi cuerpo, dejando aldescubierto partes de mí en elcamino. Una de sus manos jugaba alo largo de mi columna vertebral,tratando de calmarme mientras la

otra se perdía hacia la parteposterior de mis muslos y palmeócada una de las mejillas de mi culo.Era casi como si Caleb estuvieratratando de convencer a Rafiq dealgo. Tenía la esperanza de que sepusiera por fin a mi favor, pero teníamis dudas.

Por último, Rafiq dejó escapar unsuspiro de resignación.

—Bien, Khoya. Tal vez cuando ellasane y esté adecuadamente entrenada,la vea como tú. Por el momento, noestoy muy impresionado.

Caleb me instó a volver a miposición de reposo y puse mi ropa ensu lugar con movimientos tanespasmódicos y entrecortados queme dieron ganas de temblar. A pesarde mi alivio, sabía que iba a pagarpor la vergüenza de Caleb de unamanera u otra, y pronto.

Un gemido en la esquina atrajonuestra atención colectiva de nuevo aNancy.

Rafiq rió.

—Ahora ésta, Khoya. Ésta es unaputa. Ha sido tomada por casi todo elmundo, pero continúa viniéndose pormuy brutal que sea tomada, o cuántasveces. Sería una pena matarla, pero,por supuesto, la elección es tuya.Nunca te privaría de tu benditavenganza. —Se acercó a Nancy ycortó sus ligaduras.

Ella gritó cuando él la levantó y meencogí cuando vi la sangre y elsemen corriendo por sus dos piernascuando él la obligó a caminar hacianosotros, mientras la conducía por el

pelo. Era mi culpa que ella estuvieraaquí.

Irónicamente, me alegré de que ellahubiera sido tan cruel conmigo yhubiera participado en mi tortura. Delo contrario, estaría fuera de mí porlo que le habían hecho. Era difícil dedigerir como estaba. No me podíaimaginar si esta hubiera sido supenitencia por tratar de ayudarme.

Nancy se vino abajo cuando Rafiq laarrojó delante de mí. Lloraba ygemía, pero lo que más me aterrabaera la forma en que sus manos se

extendieron hacia mí.

—Ayúdame —sollozaba—, porfavor, ayúdame.

Estuve congelada durante unossegundos, pero luego agarré susmanos y doblé hasta sus dedos hastaque me soltó. No quería ser parte deesto. Me deslicé hacia atrás y meatreví a mirar a Caleb.

—Es tu decisión, Gatita. No sé loque pasó entre vosotras. No sé cuáles el papel que jugó, pero si quieresque sea castigada, si quieres verla

muerta, di las palabras y meencargaré de eso —dijo Caleb.Estaba muy serio. Podía verlo en susojos y sabía lo que quería decir. Élquería que yo ordenara su muerte.

Sollozos brotaron de Nancy ysorprendentemente... de mí.

—¡No puedo! —Me lamenté más queNancy—. ¡No puedo hacer eso! Ellaes horrible. Los ayudó. Ella mesujetó —sollocé—. Pero no puedomatarla. ¡No soy una jodida asesina!

La cara de Caleb fue severa mientras

yo gritaba la palabra asesina. Selanzó hacia adelante y me estremecí,pero Nancy era su objetivo. Lelevantó la cabeza bruscamente,estirándola en mi dirección. Con losojos fijos en mí, susurró al oído deNancy.

—¡Sí! —gritó ella—. Cualquiercosa... simplemente no me mates —sollozó.

Caleb soltó la cabeza de Nancy comosi acabara de tocar un pedazo demierda con la mano desnuda.

—¿Has oído eso? —Señaló con eldedo hacia mí—. Dijo que te mataríaa ti si la dejamos vivir en tu lugar.¿Es esta la clase de persona quequieres que perdone?

Mi cabeza literalmente vibraba conla fuerza en su voz.

—¡No! —sollocé—. No puedo,Caleb. No lo haré. Por favor, nohagas esto. No por mí.

—¿Caleb? —dijo Rafiq suavemente,su rostro se retorció y le siguió otrotorrente de árabe entrecortado.

Horrorizada, me di cuenta de lo quehabía hecho.

—Amo, no era mi intención —rogué—. Sé que eres mi Amo. Por favor,perdóname. Perdóname, Perdóname.—Repetía las palabras a medida queme balanceaba hacia atrás y haciaadelante.

Sin previo aviso, Caleb me levantóponiéndome de pie, completamenteindiferente del dolor que me causaba.Más árabe se habló y luego mecondujo fuera de la habitación, lejos

de Nancy y sus gritos beligerantes.

Capítulo 9

A petición de Rafiq, Caleb llevó aGatita de vuelta a la fiesta. No eraalgo que él quisiera hacer, pero en eldesconocido lugar de la grandiosacasa del “amigo” de Rafiq, no teníaotra opción que seguir al mayordomoen la dirección de los otrosinvitados. La ira hacia Rafiq corría

de lleno en sus pensamientos ynecesitaba tiempo para procesar todolo que estaba sintiendo ¿Por quéRafiq estaba en la mansión y porqueemboscaría a Calebdeliberantemente? No tenía sentido,excepto cuando Caleb consideró laforma en que Rafiq y Jair habíanestado conspirando a sus espaldas.Estaba tentado de contar el incidentecomo una traición, pero la palabraera quizás demasiado fuerte, dadotodo lo que Rafiq había hecho por élen el pasado.

Gatita también lo habíadecepcionado. Le había advertidosobre ser obediente, sobre lo quepodría significar si era encontradacon una falta frente a Rafiq y losotros, y aun así, lo había humillado. Incluso ahora, su mano seguíabuscando la de él, en busca deconsuelo en la forma más prosaica.Se negó a dejar de llorar desde quehabía visto a la mujer rubia.

Por dentro, Caleb se estremeció,pero no estaba seguro por qué. Larubia se había merecido todo lo que

le pasó. Estaba seguro de que habíajugado un papel importante en lo quele pasó a Gatita. No se merecíamenos que el destino que ella habíadeseado imponer.

La mujer había sido golpeadaseveramente. Su cuerpo estaba llenode latigazos y mordeduras, sugarganta estaba amoratada y sus ojos,inyectados de sangre por el oxígenodel que había sido obviamenteprivada. Rafiq mencionó que habíasido violada, duramente, y en variasocasiones. Torturada. Sin embargo, a

pesar de que ella se lo había vistovenir, Caleb se oponía a la violaciónviolenta. No podía conseguir que laimagen de sangre y semen corriendopor sus muslos, saliera de su mentelo suficientemente rápido como paraadaptarse. Por último, que su mentorhubiera participado era difícil deaceptar.

Había querido darle a Gatita unregalo, uno que lo significaba todopara Caleb: venganza. Caleb habríahecho cualquier cosa para volver enel tiempo y ver el final de Narweh de

la manera más lenta, dolorosa ydegradante posible, pero el tiempohabía pasado. Narweh estaba muertoy Caleb tenía que vivir con elconocimiento que incluso en el final,Narweh nunca había rogado por suvida u recibido castigo por lo que lehabía hecho a Caleb. Era unabofetada en la cara que Gatita nosólo renunciara a la oportunidad devengarse de su torturadora, sinotambién que mirara a Caleb comoalgún tipo de monstruo por sugerirlo¡No era como si esperara que ella loviera!

Pero aquí, ahora, especialmente tancerca de su objetivo, no podíapermitirse mostrar debilidad,especialmente en lo que concernía aGatita. Este momento era muy crítico,y Rafiq estaría vigilándole en cadamovimiento, como esperaba. Habíansido compañeros durante doce años,trabajando hacia el único objetivo dearruinar la vida de VladekRostrovich de todas las formasinimaginables. Era un objetivo queles había costado a los dos susalmas. Hombres y mujeres habíanmuerto. Y Caleb había matado. Y

todo para asegurarse que susvenganzas se llevarían a cabo algúndía. Finalmente, sus vistas estabanfijadas en sus objetivos y Calebparecía estar sufriendo de algunacrisis de conciencia absurda. Unachica tonta trataba de hacerlecuestionarse todo lo que Rafiq y élhabían trabajado tan duro paralograr. Fue absolutamente estúpidocuando Caleb lo puso en perspectiva.Gatita podría no estar hecha para lavenganza, pero Caleb con todaseguridad sí.

Caleb mantuvo un ojo sobre laespalda del mayordomo mientrastomaban los aparentemente eternosgiros y vueltas que los llevaríanhasta los otros. No tenía idea de loque le depararía la noche, pero yatenía los pelos de punta y no tendríapiedad por la siguiente persona quedecidiera jugar con él, ni siquiera lachica que lloriqueaba a su lado.Caleb apenas pudo reprimir unresoplido de burla cuando recordó lamanera en que Gatita había soltado lapalabra asesina en su dirección. Sí,era un asesino. Se recordó a sí

mismo que ya no podía permitirse serblando con ella. No másmisericordia o favores. Tendría queaprender, ahora mismo, que lacompasión terminaba con él.

El murmullo de voces finalmentellegó a los oídos de Caleb y estuvoaliviado de saber que no tendría queescuchar los sollozos de Gatitahaciendo eco alrededor de él muchotiempo más. Por último, llegaron losotros invitados y el mayordomo lepidió a Caleb que esperara mientrasle hacía saber al dueño de la casa

que estaban uniéndose a la fiesta.

Caleb no sabía mucho sobre FelipeVillanueva más que el hecho de queRafiq claramente confiaba en él.Rafiq le había dicho que se habíanllegado a conocer en los añosdespués del golpe de Estado enPakistán cuando el general de Rafiqhabía tomado el poder. Ellos no eran,según admitió Rafiq, muy cercanos,pero su mentor era meticulosocuando se trababa sobre quienconfiar. Caleb no necesitaba ningunaotra recomendación. Además,

tampoco tenía otra opción.

Gatita, una vez más perdiendo sucompostura, se apretó a la espalda deCaleb y envolvió sus brazosalrededor de él por detrás. Irritado,presionó con sus dedos el interior desus muñecas hasta que lo soltó.

—No me avergüences frente a esagente de nuevo o me veré obligado ahacer un ejemplo de ti ¿Qué te pedíque hicieras cuando no estuvierassegura de lo que se esperaba de ti?

Gatita sollozó, frotándose sus

muñecas, pero tuvo suficiente sentidocomún como para ponerse enposición de descanso. Caleb estuvomomentáneamente satisfecho cuandoella fue capaz de tomar respiracioneslentas sin llamar la atención.

Le acarició la parte superior de sucabeza y habló en un susurro queúnicamente ellos dos sería capaz deescuchar:

—Buena chica, Gatita. Obedéceme yseguiré ocupándome de tu seguridad.—Él la sintió asentir bajo su mano.No podía esperar para acabar con

este día, incluso aunque temía lo quetraería el próximo día.

Un hombre mejicano en sus cuarentaslargos, con cabello oscuro, ojosverdes, y una impresionante barba,hizo su camino hacia Caleb y Gatita.Vestía un extravagante traje blanco ysu comportamiento era muy diferentede los que estaban a su alrededor.Por la descripción general que Rafiqle había dado, Caleb supo que debíaser Felipe. Solamente el dueño deuna finca como la que estabanocupando actualmente se atrevería a

usar tal traje ostentoso en una fiestaextravagante. Caleb, con unos jeansque no le quedaban bien y unacamiseta, estaba muy mal vestido yse sintió un poco cohibido por suapariencia desaliñada. Le hubieragustado conocerlo en igualdad decondiciones.

—¡Bueno! Usted debe ser el señor C—dijo el hombre, su tono era formalpero ligero—. El señor R me hacontado cosas muy buenas sobreusted. Soy Felipe. Bienvenido a micasa.

El acento de Felipe era fuerte, perosus palabras seguían siendo losuficientemente claras paraentenderlas. Caleb extendió su manoderecha sólo después de que Felipehubiera ofrecido la suya primero.Sacudieron firmemente sus manos.Rafiq hacía mucho tiempo le habíaenseñado a Caleb la importancia denunca ofrecer la mano primero, o serel primer hombre que entre a la sala.Establecía una sutil, pero importantedinámica de poder entre dospersonas que se encontraban porprimera vez.

—Buenas noches{10} —ofrecióCaleb como saludo. Alejó su manolentamente.

—Buenas noches —contestó Felipe.Su rostro era extrañamente alegre yamable. Algo que Caleb no esperaríade un amigo de Rafiq. Sin embargo,las apariencias podían ser engañosascomo Caleb sabía muy bien y notenía prisa por juzgarlo. Los ojos deFelipe viajaron hasta Gatita y susonrisa se volvió lujuriosa—. Porfavor, use el inglés. Me gustapracticar siempre que sea posible. A

usted debe de gustarle practicartambién. ¿De dónde es su acento, queno lo puedo ubicar?

Caleb se tensó.

—No tengo ni idea de lo que estáhablando.

Felipe rió y continuó:

—¿Es ella? ¿La chica que ha estadopersiguiendo por todo Méjico? —Rio—. No parece ser muyproblemática. Por otra parte,tampoco mi pequeña Celia, y esa sí

que es una niña difícil. —Volvió areír, pero había un cierto brillo ensus ojos.

Caleb supo que Felipe estaba muycontento con su pequeña Celia.Caleb sólo podía esperar quepequeña, no se tradujera en joven.Incluso él tenía sus límites y Rafiq losabía malditamente bien. Por otraparte, acababa de ver a Rafiqcometer una violación.

Caleb se obligó a sonreír.

—Sí, esta es Gatita. Me disculpo por

la manera en que estamos vestidos.No fue por elección.

La expresión de Felipe era curiosa,pero Caleb no le ofreció másinformación. Después de unos pocossegundos, Felipe continuó laconversación.

—Su rostro… ¿Usted lo hizo?

Caleb se estaba dando cuenta que elsentido de la etiqueta de Felipe eramenos que conservador, inclusofamiliar, algo que él no aprobaba enabsoluto. Fue más que insultado por

la insinuación del hombre, perotambién por la audacia de esteextraño de hacerle tal pregunta.Incluso si la casa le pertenecía aFelipe, como invitados, Calebesperaba un poco más.

—No —respondió con frialdad—.Pero me encargué de ellos.

Felipe sonrió disimuladamente yasintió con la cabeza en aprobación.

—Las otras esclavas estánapropiadamente desvestidas deacuerdo con los deseos de sus

propietarios. —Caleb sonriórígidamente, encontrando ladesenfrenada alegría de Felipe, yesta conversación, algo chirriante—.¡Una de ellas lleva una cola! Lapobre chica ha estado pidiendo quese la quiten, pero el Sr. B piensa quees demasiado divertido. Tengo queestar de acuerdo. —Volvió a reír—.No es cosa mía, aunque soy elanfitrión, decirle como debe estarvestida su Gatita, pero quizás lesayudaría a ambos a instalarse si ellaestuviera fuera de esas ropas. —Susojos viajaron de nuevo hacia Gatita,

sorprendentemente sumisa.

La ira de Caleb estaba por las nubes,pero trató de mantenerse respetuosoen su opinión contraria.

—Estamos cansados. Además, lachica ha sido golpeada muygravemente, como puede ver. Aún noestá lista, quizás en otro momento.

La decepción de Felipe era evidente.

—Como usted diga. Por favor únasea nosotros y tome algunos aperitivoscon vino. No estoy seguro si el Sr. R

lo mencionó, pero he estadohaciendo uso del chico que fue traídoaquí. Espero que no le importe, peroparecía más… sensible que la mujerque trajo con él. No le importa ¿no?

Caleb sintió el calor corriendo porsu columna. Por supuesto, que leimportaba, joder. Se suponía queiban a ser sus rehenes, no un malditoregalo de fiesta de Rafiq, de Felipe,o de cualquier otro que quiera tenerun uso de ellos. Sin embargo, Gatitaparecía carecer de sed de venganza yél había derramado suficiente sangre

para que le dure por un tiempo, asíque, ¿por qué diablos le importaba?

—Considérelo un regalo. Lo únicoque espero es que sea digno de sermantenido en tales lujos. —Calebintentó mantener el sarcasmo de suvoz y tuvo sólo un ligero éxito.

Felipe sonrió con suficiencia. Elhombre no era ningún tonto.

—Es muy amable, Sr. C., Por favor,considéreme su amigo.

Caleb asintió una vez mientras seguía

a Felipe pasando a sus invitadoscuriosos y hacia un juego de sillas deterciopelo rojas en la esquina.

—Así puede ver y mantener suprivacidad. —Felipe hizo un gestohacia las sillas.

—Gracias —ofreció Caleb tanhumildemente posible—, soy Caleb.Gatita está fastidiosamente al tantode mi nombre, así que la formalidadno es necesaria por mi parte. —Caleb no tenía el deseo de serllamado “señor” toda la noche.

Felipe miró a Gatita y sonrió.

—Como desee, Sr. Caleb —dijo yluego se alejó para atender a susotros invitados.

Caleb tomó asiento en una de lassillas de terciopelo y acarició elcabello de Gatita cuando ella tomósu lugar silenciosamente junto a él enel piso. Ella lo había seguido através de la multitud en sus manos yrodillas, protegiendo cuidadosamentesu hombro. Caleb suspiróprofundamente mientras le acariciaba

el cabello, calmándolos a los dos.No quería que las cosas fueran tancomplicadas, pero el tiempo dequerer cosas había pasado.

De golpe, Caleb oyó el tintineo deuna campana y una menuda chicaasiática con cabello negro y ojosalmendrados demandó su atención.Gateó lentamente sobre sus manos yrodillas, pero un rápido chequeoreveló la necesidad de susmovimientos vacilantes. El tintineovenía de una pequeña campana unidaal collar de cuero que usaba. Además

del collar, llevaba una bandeja deplata en su espalda, atada a suvientre, pero permitiendo el acceso aotras partes de su cuerpo desnudo.En la bandeja, había copas altas ydelgadas a medio llenar de vinoblanco.

Caleb conocía el juego. Si elladerramaba la bandeja de bebidas,llamaría la atención colectiva de losinvitados y su Amo la castigaría parasu diversión. Era cruel, perorelativamente benigno en cuanto ajuegos se trataba. El Amo de la joven

mujer no parecía estar predispuesto ala violencia. La piel morena de lachica era prístina.

Caleb miró a Gatita que parecíaparalizada ante la visión de la mujer.Sus delgadas manos estaban hechaspuños apretados y su rostro parecíaenrojecido.

—¿Qué estás pensando, Mascota? —preguntó Caleb. Era el primermomento que tenían para ellos yestaba algo sorprendido de lo muchoque disfrutaba estar en la compañíade Gatita. Sonrió amablemente

cuando sus tímidos ojos grandes ehinchados encontraron los de él.

Sus labios temblaban por su esfuerzode evitar que nuevos sollozos seescapasen. Caleb suspiró. Tanto porun momento de paz. Alejó sus dedosde Gatita y se puso de pie parabuscar una copa de vino de labandeja.

La chica estaba mortalmente quietamientras alcanzaba la copa. Suslabios se abrieron ligeramente,permitiendo respiraciones lentas y

superficiales. Caleb le hizo un favora la chica y seleccionócuidadosamente una copa que noafectara su equilibrio y regresó haciaGatita que inmediatamente frotó sucabeza en súplica contra su rodilla.

—¿Temerosa de que te abandone? —se burló.

Gatita asintió contra su rodilla.

Aún estaba enojado de su anteriorencuentro con Rafiq, pero estabadirigido mayormente hacia dentro.No dejaría a Gatita llegar a él.

—No sería menos de lo que mereces.

Gimió y se apretó incluso más cerca.

Caleb sabía que debía corregir sucomportamiento, pero optó porrecompensar el hecho de que noestaba llorando. También estabacuriosamente contento de que, aunqueno respondió a Rafiq, o a susórdenes, había intentado seguir las deCaleb. Por los diversos grados deéxito, reflexionó. Buscó en subolsillo y sacó dos comprimidos deVicodin{11} del frasquito que

guardaba allí. Se había quedado sinmorfina y Gatita aún tenía un muchodolor.

—Abre la boca —dijo. Le ofrecióuna sonrisa cuando cumplióinmediatamente. Sabía que estabaasustada. No tenía ninguna duda deque esa era la única razón por la cuallo obedecía, pero tener su rendiciónera increíblemente excitante. Pusolas pastillas en su boca y levantó lacopa de vino para que bebiera.Observó la pendiente de su agraciadagarganta cuando levantó su cabeza

para tragar con avidez hasta que lacopa estuvo vacía. Su polla se agitó.

Los ojos de color chocolate de Gatitalo miraron con gratitud y súplica.Podía decir tantas cosas con susojos. Todas sus emociones estabanallí para que él las viera. Si era unaactriz, era una muy buena.

O quizás ves únicamente lo que tegustaría ver. Caleb frunció el ceñoligeramente y notó que Gatita volvíasu mirada a sus muslos. Quizástambién Caleb decía cosas con losojos. Tenía que detener eso. Levantó

su mirada justo cuando Rafiq hacíasu camino y tomaba asiento junto aél.

—Hice callar a la puta —dijo Rafiqen árabe.

—¿Aquí? —Caleb fue cuidadoso deno telegrafiar su ligera sorpresa.

—Caleb, por favor. Tenemosinvitados aquí. La puse abajo en elsótano… a dormir. —El tono deRafiq tenía la intención de burlarsede Caleb.

Caleb no vio el humor. Asintió ycambió de tema.

—¿Cuánto tiempo va a durar esto?Quiero sacarme esta ropa ridícula. Apropósito, no me dijiste que estaríasaquí. Además, no mencionaste quehabría tanta gente que atestigüenuestros crímenes. Sin embargo, soyyo el descuidado.

Rafiq rio y golpeó a Caleb en laparte de atrás de su hombro.

— A h , Kh o y a . Siempre hay unarevelación contigo. Incluso de niño,

tenías que hacer las cosas en tuspropios términos ¿Recuerdas laprimera vez que te llevé a unprostíbulo? Nunca habías estado conuna mujer, pero no te conformaríascon sólo una mujer. ¡Tenía que ser lamujer “perfecta”! ¿Luego que pasó,Khoya? Te lo diré: ¡Perdiste elcontrol y acabaste en menos de unminuto! —Rafiq rio tan fuerte, quesacudió el hombro de Caleb mientrasreía.

Él aborrecía esa historia y la maneraen que Rafiq disfrutaba de su relato.

No le gustaba que se burlaran de él,incluso aunque fuera alguien queconsideraba un amigo, un hermano, ylo más importante, un aliado. Calebsintió que su rostro se calentaba enpartes iguales de ira y vergüenza.

—¡Maldición, Rafiq! Si lo quieresrememorar con alguien, ¿por qué noencuentras a tu amigo, Jair? Estoyseguro de que disfrutara de tucompañía mucho más. —Caleb sequitó de encima la mano de Rafiq.

Rafiq se secó las lágrimas de lascomisuras de sus ojos mientras

cambiaba su risa lentamente hastaponerle fin.

—Eres como un niño, Caleb. Jair esuna fuente de información cuando túeres menos comunicativo. Teconozco bien, Khoya, sería un tontosi pensara que me lo cuentas todo.Además, quería ver a esta chica queelegiste para Vladek. Quiero estarseguro de que es perfecta para latarea. Francamente, en este momento,estoy poco convencido.

Caleb llevó su ira hacia su interior;

distraídamente estiró su brazo paraacariciar el cabello de Gatita.

—Lo tomo como una ofensa, Rafiq.Elegí a Gatita yo mismo y al igualque tu historia: estoy contento con mielección ¿Siquiera se te ocurrió queun minuto en los brazos de esa putaera todo lo que necesitaba? —Calebfinalmente se rindió y sonrió—. Elladijo que fue perfecto.

Rafiq soltó una risita y Caleb nopudo evitar reírse con él. Se habíanconocido por un muy largo tiempo.Rafiq era la única persona que

conocía realmente a Caleb, y a pesarde su rara y frecuentemente tensarelación, Caleb tenía que admitir queera bueno volver a reír con él. Habíapasado mucho tiempo desde que sehabían visto el uno al otro y susllamadas telefónicas habían sidoprincipalmente de negocios.

Caleb se relajó.

—Estoy seguro que fue el mejorminuto de su vida, Khoya.

—Estoy de acuerdo. —Caleb sonriócon suficiencia. Estaba seguro de que

Rafiq estaba a punto de ofrecer otrorelato gracioso cuando el anfitrión dela noche llamó a la sala por atención.

—Damas y caballeros. Esta noche,tengo un regalo especial para todosustedes. Gracias a algunos queridosamigos, tengo recientemente laposesión de un glorioso nuevoesclavo. Está tierno e intacto, peroestoy seguro de que podrán apreciarla novedad de ver a alguien taninexperto. —Rio entre dientes—.Además, he tenido el placer dedominarlo junto con mi esclava de

hace mucho tiempo: Celia.

Un murmullo de aprobación yaplausos se propagó por lahabitación. Caleb le echó una miradaa Rafiq que parecía entretenido conlas payasadas de Felipe. Por suparte, estaba un poco desconfiado,después de la reacción de Gatita alver a la chica rubia. Se preparó paralo que podría venir después.

—Mi Celia es de España, y su ingléses muy pobre. Traduciré en sunombre y ayudaré. Espero quedisfruten. —Felipe movió su mano y

la puerta se abrió, revelando a Celia,vestida con un ajustado corsé decuero blanco, con medias a juego yzapatos.

Los pantalones de Caleb parecíanmás apretados. Celia era el prototipode la belleza española. Su cabelloera de un negro azabache y sus ojostan oscuros, que sería fácil paraalguien perderse en ellos. Su bocahabía sido pintada de un rojo fuertepara hacer juego con la flor en sucabello.

Su piel era una extensión cremosaque seguramente mostraría todas lasmarcas que cayeran sobre ella. Lospechos de Celia estaban desnudos enel corsé y sus pequeños pechos eranpálidos contra el color frambuesaprofundo de sus pezones. Debajo delcorsé no usaba bragas, dejando aldescubierto su carne rosada alescrutinio de los ojos curiosos.Había sido azotada antes y losredondeados globos de su trasero lodemostraban. Sus medias eran de redblancas y creaban un modeloseductor mientras se abrazaban a sus

muslos y piernas. Sus botas de cuerocortas eran pequeñas y delicadas conun poco de encaje en la parte dearriba. Caleb tenía que dar crédito alo que debía, la esclava de Felipeera gloriosa. De repente se moría porver lo que podía hacer con el látigoque tenía en su mano.

Junto a su silla, Caleb notó a Gatitaparalizada también por Celia. Leacarició el cabello, silenciosamentecontenido cuando se inclinó hacia ély descansó su cabeza contra surodilla. No le pasó desapercibido

que mantuviera sus manossumisamente en su regazo.

Hubo una leve conmoción mientrasdos hombres escoltaban al chico queCaleb conocía como Kid, a través dela puerta unos pocos segundosdespués. Kid era obviamente unhombre, no más joven que dieciocho,no más mayor que veintitrés, pero surostro mostraba un cierto tonoinfantil que le había dado obviamenteel apodo. Caleb estuvo de acuerdo enque había sido bien elegido.

Kid entró a la sala con los ojos

vendados, atado y amordazado, perode otra manera desnudo. Una rápidaevaluación mostró que había sidogolpeado, pero no tan mal comoCaleb había creído. Casi como sialguien hubiera intervenido en sufavor antes de que terminara como suamiga. Caleb se movióincómodamente en su asiento. Algoacerca del chico era desagradablepara Caleb.

—Se parece un poco a ti —dijoRafiq.

—Que te jodan —dijo Caleb eninglés. La cabeza de Gatita selevantó, pero volvió a caer a larodilla de Caleb cuando la presionósuavemente.

Rafiq rió, pero no ofreció máscomentarios.

Celia dijo sus palabras conautoridad:

—Pónganlo de rodillas y átenle lasmuñecas a sus tobillos. —Mientrasque el hombre hacía lo que ellapedía, Felipe traducía y la multitud

aplaudía suavemente.

Kid tembló notablemente, perosorprendentemente, no luchó contralos dos hombres, Caleb se preguntósi era naturalmente sumiso, o si habíasido brutalmente castigado pordesobediencia. Esperaba que fuera laprimera. Si el chico tenía algo quever con la condición de Gatita, Calebse encargaría de que sufriera: sumisoo no.

—Sáquenle la mordaza de su boca—ordenó Celia. Se paseó hacia Kidy recorrió sus dedos a través del

cabello hasta los hombros del chico,dándole una falsa sensación deseguridad antes de golpearlo con lashebras de oro y tirarle la cabezahacia atrás.

—¡Joder! —gritó el chico. Intentósoltarse del agarre de Celia, pero lodetuvo fácilmente con su pequeñopuño apretado. Caleb estabaimpresionado.

—¿Duele, Esclavo? —canturreó.

La risa se podía oír en la sala.

El chico se quedó en silencio. Detrásde su espalda sus puños estabanapretados y sus brazos tensos contralas restricciones que usaba. Celiatiró más fuerte, torciendo su cabezade tal manera que su garganta estabatotalmente expuesta.

—Sí… Celia —susurró finalmente.

Lentamente, la música suave que sehabía estado escuchando empezó adesvanecerse hasta que la sala estuvocompletamente en silencio.Aprovechó el momento para agudizar

su enfoque, cada sonido ibaacompañado por una acción. La salapor sí misma parecía convertirse enalgo viviente, que respiraba, vibraba,y tenía hambre. Ni siquiera Calebera inmune al encanto de la menudachica dominando a alguien del doblede su tamaño.

—Muy bien, Esclavo. —La voz deFelipe era apenas un susurro cuandotraducía las palabras de Celia. Calebno requería de la traducción, peroapreciaba la voz de Felipe, baja,pero llena de autoridad, atrayendo a

los otros mientras se esforzaban paraescuchar cada palabra.

Celia soltó el cabello de Kid y élsuspiró de alivio audiblemente.Acarició las hebras de oro por unsegundo. Su público suspiró enaprobación mientras escuchaban lasrespiraciones desiguales de Kid.

Caleb siempre se había maravilladode ver la manera en que la inutilidadde una persona disminuía susinhibiciones considerablemente.Seguramente, Kid estaría humilladode saber que los sonidos que hacía

eran oídos e interpretados por unasala repleta de personas que vivíanpara tales cosas. Caleb estaba casiavergonzado por él, o quizás sóloestaba incómodo observando.

Poco a poco, de manera seductora,Celia acarició el rostro del chico, sucuello y sus hombros. Se tomó sutiempo para persuadirlo a desearla.Kid probablemente podía oler superfume; casi sintió su pezón hacercontacto con su rostro mientrasestaba de pie frente a él, tocándolocomo una amante en una habitación

repleta de extraños. Cuando Celia sealejó, casi cayó en su rostropersiguiendo su aroma.

—Es muy buena —susurró derepente Rafiq en un tono silencioso.Caleb asintió de acuerdo.

Celia dio la vuelta tranquilamentepor la sala, llegando finalmente a unhombre robusto, rechoncho, quellevaba un sombrero de vaquero yuna corbata torera. Inclinó su cuerpohacia él, frotando sus pezoneserguidos contra su pechosinuosamente. El hombre rió y se

inclinó para intentar besar a Celia,pero en el último segundo, ellaalcanzó el azotador de la mano delhombre y giró bruscamente en sustacones, golpeando el rostro delhombre con su cabello.

La sala estalló en risas.

—Maldición, Felipe —dijo elhombre con un fuerte acento texano—. Eres un bastardo con suerte. Vecariño, enséñale a ese chico unalección.

Celia sonrió entre la multitud y agitó

descaradamente su azotador.

—Pon tu rostro en el suelo y levantatu trasero al aire —dijo.

Kid se encogió y no se movió paraobedecer, incluso después de queFelipe tradujo. La multitud chifló endesaprobación.

—¿No? —dijo Celia.

—Por favor —dijo Kid, con unlloriqueo. Y fue sin duda, unlloriqueo—. He tenido suficiente. Nomás.

Caleb se removió en su asiento.Acarició otra vez el cabello deGatita y ella se movió abruptamentepara sentarse entre las rodillas deCaleb, su cabeza cayó en su muslo ypresionó las manos de él en susorejas.

—Es muy atrevida, Caleb. Mesorprende que la dejes salirse con lasuya con este tipo de cosas —loregañó Rafiq en voz baja.

—Te lo dije Rafiq, no es ella misma.Deja de actuar como si nunca

hubieras sido tolerante. Incluso tú,tienes tus momentos. —Con eso, elasunto estaba momentáneamenteolvidado.

—¿Suficiente? Apenas he empezado.—Celia sonrió con afectación—. Ypor supuesto… —dijo mientraslevantaba el azotador. Esperó unmomento, dejando a su públicoparticipar en la anticipación de Kid,antes de llevar el azotador a su pecho—. Olvidaste decir, “por favor,Celia”.

Kid gimió, mordiendo fuerte su labio

mientras intentaba frotar su pechocontra sus rodillas por el dolor.

Celia agitó el azotador en el aire y lollevó hacia abajo en la espalda deKid y esta vez su gemido fue ruidosoy con la boca abierta.

—¿Me vas a obedecer?

—Sí, Celia —dijo el chico con losdientes apretados. La multitudaplaudió.

Caleb rió para sí mismo. Sí, erabueno estar rodeado de sus colegas.

La culpa debilitante que había estadosintiendo últimamente eraprácticamente inexistente. Se habíaevaporado y fue reemplazada por unsentimiento más familiar: la lujuria.

La cabeza de Gatita, descansaba ensu muslo tan cerca de su polla quecasi podía sentir su aliento en ella.Sentía la tentación de sacarla y hacerque ella lo chupara. Aún tenía queexigir ese acto particular de ella,pero sabía que no sería capaz deresistir por siempre, había follado sutrasero, ¿por qué no su boca?

—Pruébalo, Esclavo, y levanta esesexy culo al aire —ronroneó Celia.

Caleb oyó la contracción de lagarganta del chico mientras seesforzaba por bajar la cabeza alsuelo. Se balanceó en sus rodillasantes de lograr finalmente la posicióncabeza-abajo-trasero-arriba. Lo queCelia exigió. La multitud murmuró,con emoción palpable.

Celia arrastró las largas hebras decuero a través de la extensióndesnuda de la carne de Kid. Desnudo

y atado fuertemente, Kid no teníacontrol sobre lo que estaba a puntode sucederle. Su respiración erarápida y entrecortada y en cada una,su cuerpo de movía. Celia golpeósuavemente las puntas del azotadorcontra las bolas de Kid que podíanser vistas por todas esas personassentadas o de pie detrás de él. Siseó,retorciéndose en la alfombra lo másque pudo.

—¿Te gustó eso, Esclavo?

—No, Celia.

Otro golpe.

—Eso no está bien, ¿quieres que tegolpee más fuerte? ¿Cómo unhombre? —La audiencia se atolondrópositivamente con la idea.

—¡No! No, Celia. Lo siento. Losiento —suplicó Kid.

Celia levantó el azotador y azotó másfuerte al chico, hasta que perdió todoel control y sollozó en la alfombra.

—¿Cómo estuvo eso, Esclavo? ¿Losuficientemente fuerte?

Kid apenas podía respirar, muchomenos hablar, pero luchó porconseguir sacar algunas palabras detodas maneras.

—Sí… Celia.

Caleb no creía que fuera gay, oincluso bisexual. Era un tema quepasó tiempo explorando después dedejar su vida como un prostitutotiempo atrás, pero tenía que admitirque el sometimiento de Kid eraconvincente. Celia también, estabasorprendente en su enfoque.

—Lo estás haciendo tan bien,Esclavo. Sólo un poco más y terecompensaré —canturreó Celia.

Caleb oía, al igual que todos losdemás en la sala, los sollozos de Kidatorarse en su pecho. Lo que Calebno esperaba, fue la respuesta ensollozo de Gatita viniendo de suregazo.

—¿Qué pasa, Mascota? —susurró.Trazó el delicado contorno de laoreja de Gatita con su dedo, ella seestremeció.

—Todas estas personas... —sedetuvo.

El sonido del azotador golpeandocontra la carne desnuda hizo eco através de la sala y estaba marcadapor el gruñido de dolor de Kid. Unay otra vez, el azotador cayó contra lacada vez más enrojecida piel de Kid.Con cada golpe, él perdía más y mássu porte, hasta que al final susmúsculos dejaron de luchar y cesó desuavizar los sonidos que salían de él.

Caleb podía detestar el espectáculo.

En algún lugar de su mente, sabía quever a alguien conseguiresencialmente azotes deberíadisgustarle, pero nada podía estarmás lejos de la verdad. Los azotes loexcitaban de una manera que pocasmás cosas podían hacer. Su menterecordó la noche en que habíaazotado a Gatita. Ella había luchado,maldecido, arremetió contra élfísicamente, pero al final, la tuvo ensus manos. No se había preocupadopor sus sentimientos entonces y sintióque no se debería preocuparse porellos ahora.

Se inclinó y le habló:

—Me avergonzaste antes, ¿deberíadesvestirte y devolverte el favorfrente a toda esta gente?

Gatita soltó un grito ahogadopresionando su boca contra supierna. Negó con la cabezafervientemente.

—No, Amo —se las arregló paradecir.

—Definitivamente me gustaría vereso —intervino Rafiq—. Por lo

menos, demostraría que no te hasvuelto completamente blando. —Caleb echó un vistazo a su mentor yarqueó una ceja—. Por lo menos seestá dirigiendo a ti adecuadamente.

Caleb rió, ignorando la forma en quealgunos de los otros invitados lomiraban. No estaba interrumpiendo aCelia. Ella tenía mucho en queenfocarse antes que mirarlo a él, o acualquier otro que no fuera elesclavo a sus pies en ese caso.

—Lo haría, pero sé que no estápreparada. Sólo me causaría más

vergüenza.

—Bueno entonces, quizás deberíaspermitírmelo a mí —dijo en inglés.

De repente, un alboroto se extendiópor la sala y ambos, Caleb y Rafiq,estiraron sus cuellos para ver másallá de los otros invitadosbloqueando la vista. Caleb jadeó ysin darse cuenta, la extensión de supolla rozaba la mejilla de Gatita.

Celia, la pequeña zorra exótica, sehabía puesto un arnés, ysobresaliendo de su coño desnudo,

estaba uno de los más grandesconsoladores que Caleb nunca habíavisto. Ella dejó que el público loadmirara, esperando a que el sonidose extinguiera antes de ir más lejos.

Kid, aún con los ojos vendados,estaba rígido con aprensión. Trataba,sin éxito, de hacerse una bola; comosi pudiera meterse en su interiorprofundamente y hacersedesaparecer. Todo lo que consiguiófue aumentar la lujuria colectiva desu público voyerista.

—Empújenlo hacia atrás. Quiero

verlo sentado sobre sus talones —dijo Celia y los hombres acomodaronal chico.

El rostro de Kid lucía rojo brillante ybañado en lágrimas. Su pecho, adiferencia de su espalda, mostrabauna franja roja en relieve delazotador.

—Abre tus piernas, Esclavo —dijoCelia.

Kid sollozó severamente, su pechotemblaba por el esfuerzo, perocumplió.

—Has sido un muy buen chico,Esclavo. Creo que te has ganado unregalo. —Celia arrastró lentamenteel azotador a través de la polla y lasbolas de Kid.

La respiración de Kid se detuvo deuna, y no volvió hasta después queCelia había hecho unos pases con elcuero suave.

Lentamente, su polla empezó aagitarse, creciendo a pesar de lavergüenza y la humillación. A pesardel hecho que su público observaba

con gran expectación el momento,Celia usaría el consolador en él.Pese al hecho de que él posiblementeno sabía que iba a suceder acontinuación.

Celia siguió persuadiendo a laerección de Kid, yendo tan lejoscomo para bajarse en sus rodillas ygolpearlo con su mano. Kid gimiócuando su carne sensible fueexpertamente acariciada.Aparentemente había olvidado elazotador, no sabía nada acerca de lapolla de Celia, y su cuerpo se

balanceó hacia ella lentamente.Hacia delante y hacia atrás,siguiendo sus dedos y lloriqueandocuando no iba lo suficientementerápido para adaptarse a él.

—Goloso, Esclavo —dijo Celia—.Yo también, y no creo que te hayasganado tu regalo todavía. —Se pusode pie y Kid contuvo su respiraciónde nuevo. Lentamente, Celia puso supezón regordete en los labios de Kid.Era valiente, considerando que elchico la podía morder, pero Celiaparecía despreocupada con tales

cosas—. Chupa.

Kid abrió su boca y aceptó el pezónde Celia. Gimió, fuerte ydescaradamente. Su polla se sacudióen el aire. El dolor parecía ser unrecuerdo para él mientras se aferrabay chupaba en largos y hambrientostirones que la hacían jadear y juntarsu boca.

—¡Sí! —gritó Celia, y no requirió dela traducción por parte de Felipe—.Chupa más fuerte.

Kid, obligado, solamente alejó su

boca para respirar y de vez encuando para cambiar de pecho, loque Celia aceptó con placer.

Finalmente, el momento habíallegado y obligó a la cabeza de Kidalejarse con un fuerte chasquido. Suspezones estaban rojos brillantes ygrandes por haber sido chupados tanfuerte, pero ella no pareció darsecuenta o importarle. Agarró su pollade goma y la llevó a la boca de Kid.

—Ahora, chupa esto.

Kid, claramente sintiendo algo

extraño, se echó hacia atrás y giró sucabeza.

—No, Celia. Por favor, no.

Celia no se molestó en responder,levantó el azotador y lo golpeó en supecho con tanta fuerza que hubodolor colectivo en la habitación. Kidtrató de doblarse, pero los hombreslo sostuvieron.

Caleb se preguntó cómo sería sidejara a una mujer azotarlo. A partede Rafiq, nadie se había atrevido agolpearlo y había salido con vida

después de Teherán. Sí, Rafiq lohabía castigado los primeros años,cuando necesitaba todavía recordarque había sobrevivido. Había pasadomás de una década, desde que Calebhabía estado en el otro lado de lasumisión de cada encuentro.

—¡Chúpalo! —repitió Celia. Estavez, Kid abrió la boca y dejó queCelia lo follara con el enorme falo.

La sala se llenó de una risa ocasionalcuando Kid se atragantaba, pero aunasí, era evidente que estabanlujuriosos. Una mirada alrededor de

la sala revelaría a algunos de losAmos que habían decidido hacer usode las bocas de sus esclavas,imitando los movimientos de Celia yempujado sus muy reales pollasdentro de las bocas voraces de lasesclavas a sus pies.

Caleb miró a Gatita. Ella habíaabandonado su búsqueda de no miraru oír lo que sucedía a su alrededor yestaba observando abiertamente a losotros fornicar. Caleb alcanzó sumano y la presionó suavementecontra su erección. Su polla brincó

cuando sus grandes ojos se clavaronen los suyos. Él esperaba que ellatratara apartar su mano, pero sintiósus dedos apretados alrededor de éla través de la tela de sus pantalones.

—Parece que a ella le gustas. Deboser yo el que no le importa —dijoRafiq irónicamente.

—A diferencia de algunos, ella tienegusto —respondió Caleb. Lentamentelevantó sus caderas y se presionómás en la mano de Gatita. Recordó laducha, la manera en que ella habíadeseado ansiosamente complacerlo.

Quería eso otra vez. Quería a Livvie.El pensamiento lo llevó de vuelta almomento y se quedó quieto con lamano de Gatita en su erección. Ellalo miró.

¿Hice algo mal? Preguntaban susojos. Caleb negó con la cabeza, perosacó su mano.

—¿Tímido, Caleb? ¿De verdad? Túde entre toda la gente —dijo Rafiq,burlándose.

—Vete a la mierda —dijo Caleb, enun tono agradable.

—Suéltenlo —dijo Celia y una vezmás, atrayéndolos a él y a Rafiq devuelta a la escena delante de ellos.Mientras los hombres trabajabanpara desatar a Kid, Celia se contoneófuera de su consolador con correa yparecía que se preparaba.

La sala estaba tensa mientras Kidansiosamente intentaba soltarse cadavez más rápido. Sin embargo, unavez que estaba libre de lascerraduras, permaneció en susrodillas y con los ojos vendadosfrente a Celia. Su polla aún estaba

dura, lo que era impresionante dadaslas circunstancias.

—¿Crees que fuiste bueno, Esclavo?—La voz de Celia había bajado a unsusurro que Felipe imitó tan biencomo pudo.

—¿Sí, Celia? —contestó Kid.

—Estoy de acuerdo. Fuiste muybueno, por primera vez. ¿Te gustaríafollarme? —Kid se sacudió cuandoFelipe repitió las palabras para queentendiera y aunque él no parecía noser capaz de decir una respuesta

verbal, la multitud fue testigo de supolla subiendo y bajando mientras sellenaba completamente. El líquidopre-seminal brotó en abundancia dela punta—. Bueno, Esclavo, ¿quieresfollarme o no?

Kid asintió con la cabeza y balbuceósu respuesta.

—S-S-Si, Celia.

Celia se puso frente a Kid y levantósus brazos para ponerlos alrededorde ella. Kid dejó salir un sonido denecesidad y machacó ávidamente la

carne que se le ofrecía.

—Entonces, fóllame —dijo Celia.

Sin más, Kid saltó encima de Celia,arrojándola al suelo con una fuerzabrutal. Celia gritó en abandono, perono hizo ningún intento para detener aKid de hacer lo que él quería. Suscaderas fueron hacia atrás por unmomento y luego hacia delante,salvajemente, dentro del coño deCelia. Ella gimió mientras golpeabacontra ella.

Celia gimió, arqueando su espalda y

abriendo sus piernas lo más quepodía, entregándose al hombre que la machacaba ¡Sí, mi amor! Es todopara ti…{12}

Sí, mi amor. Es todo para ti.

Kid buscó ciegamente el pezón deCelia y finalmente se metió uno en suboca. Lo chupó, en brutos y violentostirones. Sus caderas se movían comoun pistón. De hecho, el chico parecíaviolento en su necesidad de corrersey por la manera en que se agarraba aCelia, estaba claro que iba a luchar

contra cualquiera que intentaradetenerlo.

Finalmente, Kid dejó salir un sonidomejor reservado para un animalmoribundo y empujó dentro de Celiauna última vez. Mientras la multitudaplaudía y aclamaba, el chico seestremeció y colapsó encima deCelia.

Caleb rápidamente se excusó, ayudóa Gatita a ponerse de pie y salió dela sala buscando desesperadamenteal mayordomo y su habitación.

Capítulo 10 Matthew tragó saliva en su secagarganta. Si no la conociera mejor,pensaría que Olivia tenía algún tipode habilidad telepática. Se quedóquieto en la incómoda silla y trató deno llamar la atención sobre la furiosaerección que tenía.

Los ojos de Olivia estaban fijos enlos de él, pero su mirada parecíamoverse a través de él y más allá, aun lugar que no podía ver. Tenía losojos llenos de lágrimas, pero

cualquiera que fuera la razón,Matthew dudaba que tuviera muchoque ver con la historia. De hecho,ella lo había contado con algo decariño, lo que él encontrabaperturbador dada la situación.

Inesperadamente, la imagen de unajoven mujer, vestida con cueroblanco y con un enorme consoladorapareció en su mente pisándole lostalones, se preguntó cómo sería verseobligado a chuparlo frente a una salarepleta de extraños. La erección deMatthew latía furiosamente, y no era

la primera vez, estaba avergonzado.Suspiró, decepcionado consigomismo, y cruzó su tobillo sobre surodilla para esconderlo mejor.

Hizo click con su bolígrafo un par deveces porque sus dedos estabanansiosos por hacer algo y luegoescribió nombres: ‘Kid’, Nancy yCelia (Se desconocen apellidos).

—Entonces, esa fue la noche en queconociste a Rafiq y Felipe. ¿Sabesqué sucedió con Kid o Nancy?¿Cómo terminaron en la casa? ¿Caleblos secuestró, también?

Olivia frunció el ceño, pero parecíaincapaz de dejar de mirar al espacioel tiempo suficiente como paramirarlo a él. No podía darle sentidoa sus sentimientos hacia su captor,pese a saber lo común que era.Simplemente no parecía haber nadaallí que valiera la pena preocuparseen lo que a Matthew se refería. Sinembargo, admitía que había muchosobre Olivia digno de admirar. Ellahabía pasado los últimos cuatromeses en compañía desecuestradores, violadores, asesinos,

traficantes de drogas, y tratantes depersonas, pero de alguna manerahabía mantenido una ciertaingenuidad y fuerza triunfal, queaparentemente, no podían serdespojadas de ella.

—No sé qué sucedió con ellos. Laúltima vez que los vi, estaban vivos.Kid probablemente está bien, aFelipe realmente le gustaba. Nancy…no lo sé. Tal vez todavía esté conRafiq —susurró sin pestañear.

—¿Está bien, señorita Ruiz? —preguntó Matthew. Finalmente su

erección estaba empezando a decaery podía enfocarse en sus preguntas.

La chica parpadeó al fin y comoresultado cayeron grandes lágrimaspor sus mejillas.

—Estoy bien, Reed. Es sólo… noimporta. —Lo miró y trató desonreír, pero fue un esfuerzo débil ylos dos lo sabían.

—Cuénteme. Sé que no soy Sloan,pero he visto mucho, señorita Ruiz.—Matthew sonrió cuando ellafinalmente dejó que su sonrisa

llegara a sus ojos.

—Sloan. No sé cuál es su acuerdo.Siempre es buena conmigo, pero memolesta por alguna razón. No creoque sea falsa, pero sólo que hay másde ella de lo que muestra. Quierodecir, trabaja para el FBI, comousted. Sólo que ella no es comousted, en absoluto.

—¿Y cómo soy yo? —preguntóMatthew.

Ella giró sus ojos. —Es usted unimbécil, Agente Reed.

—También usted es una clase deimbécil, señorita Ruiz, —dijoMatthew secamente.

Ella rio.

—Ohh, eso es tan dulce —dijoOlivia, burlándose un poco, perovolvió a reír sin restricciones, casicomo una niña sin ningún problema.

—Entonces, no le gusta Sloan, —reformuló—. ¿Por qué?

—No dije que no me gustara. Ustedsiempre está poniendo palabras en

mi boca —reprendió—. No crea queno me di cuenta de que implicó aCaleb por el secuestro de Kid yNancy. Él no pudo haberlo hecho,estaba conmigo ¿recuerda?

Matthew sonrió con ironía y negócon la cabeza. —No lo impliqué,señorita Ruiz. Hice la pregunta. Esees mi trabajo. Además, los dossabemos lo que hizo. Tal vez no lohizo por sí solo, pero estuvo allí y loordenó. De todas formas, añadir mássecuestros a la lista de cargos contraél difícilmente hará una diferencia.

Olivia se quedó callada por un largotiempo pensando después de eso,Matthew asumió.

—Habla sobre él como si estuvieravivo, Reed y le dije que no lo está.—Sus ojos se volvieron a llenar delágrimas no derramadas, y era difícilpara Matthew no verse afectado. Sinimportar lo que pensara de Caleb,Olivia claramente se sentía muyinvolucrada con él.

—¿Por qué le importa tanto, señoritaRuiz? —demandó. No lo entendía y

le molestaba más de lo que debía—.Él fue terrible con usted. Las cosasque le hizo. No me diga que queríaesas cosas. No puedo creer que lasquisiera.

Olivia volvió a mirar hacia la nada,pero habló a través de sus lágrimas.

—Un montón de cosas malas lepasaron a él también, Reed. Suespalda estaba cubierta de marcas delatigazos y me contó que era muyjoven cuando alguien le hizo eso.

Matthew no pudo contener la burla,

Olivia parpadeó y le frunció el ceño.

—No soy estúpida, Reed. Sé que lamierda que hizo conmigo fuehorrible, la viví, joder. Pero le estoydiciendo que los monstruos no nacen,se hacen, y alguien hizo a Caleb.Alguien lo golpeó, alguien le hizoterribles cosas, y la única personaque lo ayudó, Rafiq, lo hizo unasesino. Él no tuvo a alguien comousted, o Sloan, o a al maldito FBIpara ayudarlo. Tuvo que sobrevivir atodo por sí mismo y aun así, aunqueno puedo perdonarlo, lo entiendo.

—¿Está tratando de decirme que eraun monstruo con un corazón de oro?—dijo incrédulo—. Vamos, señoritaRuiz, ¿de verdad?

La ira brilló en su rostro.

—No hay una marca permanente enmí, Reed, ni una sola. Y no sabescuántas veces él estuvo allí parasostenerme cuando iba adesmoronarme. Es un monstruo —sollozó—, sé que lo es. Lo sé, y… ya no me importa.

Las mujeres llorando lo privaban de

acción. Le recordaban demasiado asu madre biológica acostada en elsofá, temblando y suplicándole unamanera de conseguir más droga paraella. Tenía pánico en momentoscomo ese, sabiendo que si llegabaGreg a casa y la encontraba, lagolpearía y luego volvería su irahacia él. Sólo tenía siete años, y yasabía cómo perderse por un tiempo.Agarraba su abrigo, besaba a sumadre, prometiéndole que regresaríacon la medicina y luego se iba. Habíauna mujer mayor, la Sra. Kavanaugh,que vivía a unas manzanas de

distancia. Cuando las cosas seponían mal, se quedaba en su casa,comiendo galletas y mirandoprogramas de juegos hasta que sumadre o Greg iban a buscarlo.

Su madre había sido una mujer débil,una drogadicta que le importaba másser amada por un hombre abusivoque hacerlo por su propio hijo.Matthew había tratado por años deayudar a su madre a rehabilitarse,pero al final no podía parar deusarlas. Una noche, ella estabademasiado volada para defenderse, y

Greg la golpeó hasta la muerte.Matthew no había estado en casa,había salido con sus amigos, ycuando llegó la encontró, fría yquieta.

Matthew tenía trece años y se fue avivir con la hija de la Sra.Kavanaugh, Margaret, y su marido,Richard Reed. Greg se suicidó enlugar de ir a prisión por asesinato, yMatthew nunca había superado lainjusticia de eso, a pesar del hechoque su vida había mejoradodrásticamente después. Margaret y

Richard fueron sus verdaderospadres en lo que a él le concernía.Trataba de no pensar en esas otraspersonas.

—Cosas horribles le suceden a unmontón de personas, señorita Ruiz.No todos se convierten en monstruos—dijo.

—No, pero el mundo está repleto depersonas que lo hacen. Es como esosniños en África que se les enseñacómo usar ametralladoras y a matar.Algunos de ellos apenas puedenlevantar las armas, pero son

asesinos. ¿Qué pasa con ellos, Reed?¿Lo hace responsables? ¿Losencerraría bajo llave o lossacrificaría? —se secó los ojos.

—Eso es diferente, y lo sabe. Elcontinente entero está lleno dedisturbios civiles y son gente comoMuhammad Rafiq, Felipe Villanueva,y sí, incluso Caleb, los que reciben aesos niños y los hacen adictos a lacocaína y luego les enseñan a matar.Tomo a esa gente como responsable.

—¿Qué pasa cuando uno crece? ¿Qué

sucede cuando uno sobrevive eltiempo suficiente para volverseadulto? ¿Los puede culpar por hacerla única cosa que saben? —hizo unapausa y respiró, su ira le hacíatemblar. Él lo podía ver en su rostro.Quería pegarle—. ¿Cree que dentrode diez o veinte años, me voy a sentirnormal o voy a ser normal o voy atener una vida normal, como usted?

Matthew dejó salir un suspiroexasperado.

—No lo sé, señorita Ruiz. No tengoese tipo de respuestas. Está mal, lo

que le pasó a esos chicos, pero esono les da el pase libre cuando seanadultos a violar o asesinar sóloporque han estado haciendo esodesde jóvenes. Tampoco justifica susacciones el que hayan tenido unainfancia jodida.

—¿Entonces… qué? ¿Que se jodan?—Desafió, con ojos salvajes—. ¿Eslo mejor que puede hacer?

Matthew se encogió de hombros.

—No veo la comparación, señoritaRuiz. Incluso si lo hiciera, me está

diciendo que si uno de esos niños leapunta con un arma, si uno de ellos laviola ¿Estaría dispuesta aperdonarlo? Porque no creo que yotenga tanta compasión. Cualquieraque me apunte con un arma va a serderribado. No me importa si es unajodida niña exploradora.

Olivia rió sin humor. —Está ustedjodidamente mal, Reed. Eso esexactamente lo que Caleb diría. —Ella lo consideró por un momento—.Es diferente de Sloan; ella nuncadiría algo así.

Matthew se encogió de hombros,tratando de encontrar su calma. Laconversación se había salido decontrol, y realmente, no eranecesario. —Digo las cosas comoson y créame, no es la primerapersona que lo encuentra molesto.

—Hablando de… ¿Por qué le dijo aSloan que le besé?

—Porque lo hizo. La Dra. Sloanhabría preguntado y es irrelevantepara mí, pero importante para ella.

Ella puso los ojos en blanco otra vez.

—Solo quería distraerle. No mehabría dado la maldita foto de Caleb,y la quería. Ahora Sloan piensa quesoy una especie de pervertida sexualque intenta seducir a imbécilesagentes del FBI que quieren disparara niñas exploradoras.

Matthew sonrió a pesar de sí mismo:

—Bueno, ¿y no lo es?

—Dígame que está bromeando. —Lomiró sorprendida, incluso con unaexpresión cómica en su rostro—.Nadie es tan egocéntrico.

—Estoy bromeando. Y sí soy tanegocéntrico.

Ambos se rieron amigablemente,pero la conversación estaba lejos determinar y le correspondía a Matthewvolver a sacarla a colación, peroquería darle a Livvie el tiempo parallegar allí.

—Todavía no ha contestado a lapregunta, ¿por qué le importa tantoCaleb?

Ella suspiró por eso, su miradaparecía estar lejos. Cuando habló, su

tono era suave y algo melancólico.

—Solía hablar conmigo por la noche.Era como si la oscuridad nospermitiera ser nosotros mismos, paradejar de lado el hecho de que era misecuestrador, y el hombreresponsable de todas las cosas queme sucedían durante el día. Perotiene usted que entender, por todaslas cosas malas que Caleb hizo,también me protegió a su manera.Hubiera sido mucho peor sin Caleb.

—Esa noche, después que Celiahubiera azotado a Kid frente a todos,

Rafiq trató de separarnos. Quiso queme quedara en su habitación y yoestaba aterrorizada de que Calebdejara que ocurriera. Había visto loque Rafiq le había hecho a Nancy.Todavía podía oír sus gritos en misoídos y sentir sus manos agarrarme.No quería terminar como ella. Calebse negó. Dijo que yo gritaría durantehoras si estuviera separada de él.Dijo que era un peligro para mímisma y que Rafiq no me conocía losuficientemente bien como para saberlo que necesitaba. Le había dichotodo eso en inglés, y en el momento

en que Rafiq estiró el brazo hacia mí,empecé a gritarle “sangrientoasesino” hasta que Caleb me levantóen sus brazos. Incluso lancé algunaspalabras febrilmente incoherentes,aferrándome a él y rogándole que nome dejara ir. No tenía que hacermucho esfuerzo para ser presa delpánico. Tenía pánico.

—Caleb acarició mi cabello ylentamente me relajé en sus brazoshasta llegar tan lejos como para‘desmayarme’. Tal vez fue un pocoexagerado, pero funcionó. Felipe le

había pedido perdón a Caleb, por nohaberle ofrecido mostrarle suhabitación antes y llamó almayordomo para que nos llevara a lahabitación de Caleb. —Livvie riosuavemente mientras le contaba lahistoria y Matthew se tuvo quepreguntar si su sentido del humorhabía sido siempre tan oscuro o siera un efecto secundario de su tiempoen compañía despiadada.

—¡Oh! —exclamó Olivia de repente—, recuerdo algo. Felipe le contó aRafiq que el barco llegaría en cuatro

días y le preguntó si estaría yendo asu encuentro, o si tenía planeadoquedarse y mandar a alguien máspara que se encargara.

Matthew se inclinó hacia delante, subolígrafo yacía sobre su bloc denotas, — ¿Dijo esto en frente deusted?

—Pensó que yo estaba inconsciente.No sé si es importante. Fue hace unmes, así que el barco obviamente yaha llegado y se ha ido, pero lorecuerdo porque me preguntaba siestábamos cerca del agua y si iba a

estar en un jodido barco.

—Claramente, eso no sucedió —dijoMatthew, afirmando lo obvio.

—No, pero usted no me preguntó siocurrió. Me dijo que le dijera todo loque recuerdo —dijo ella.

—Entonces ¿qué pasó?

—No lo sé, pero Rafiq se fue unosdías después, así que supongo quefue a encontrarse en el barco conquien quiera o lo que sea que fuera.

Probablemente drogas, pensóMatthew, y tomó nota de mirar enotras ciudades cerca del agua y desus referencias cruzadas con su listade instalaciones militares enPakistán. También tendría que llamara la Agencia Federal deInvestigación de Pakistán. LAFIA{13} probablemente sabía algo; selo estaban guardando para noadmitirlo y contárselo.

—¿Cualquier otra cosa que pudieraser útil? —preguntó.

—No que pueda pensar ahora mismo.Además, le estaba contando sobre míy Caleb.

Matthew puso los ojos en blanco. —Bien. Parece estar ayudándola arecordar cosas, pero por favor, tratede mantener las cosas sexuales a unmínimo. Realmente no necesito oírgolpe-tras-golpe.

Olivia sonrió.

—¿Eso fue un juego de palabras,Reed?

—Difícilmente, sólo una pobreelección de palabras, —reconoció.La imagen que se le había hecho deCelia empujando ese consolador enla boca de Kid, lo atacó una vez más.Sacudió su cabeza y desapareció.Deseó nunca haber oído esa historia.No era el acto lo que él encontrabaculpablemente intrigante, sino laautoridad detrás de él. A Matthew nole importaban las mujeres sumisas,pero sin duda, tenía algo por lasdominantes. Y en los lugares másescondidos de su mente, sabía porqué.

—¿Va a escuchar de verdad?¿Tratará de ver las cosas como yolas veo? —pidió seriamente.

El estómago de Matthew dio unextraño vuelco con el tono de vozsuplicante. Ésta era la parte de sutrabajo que odiaba. Le gustabaresolver el rompecabezas,reconstruir el caso y encontrar a loscriminales, pero esta parte, tratar conlas víctimas y sus múltiplespersonalidades y experiencias, lamayoría de ellas trágicas, no lopodía soportar. Podía tolerar a

Olivia más que algunas otraspersonas que había interrogado.Ahora ella no era más un casoperdido, parecía hecha de unmaterial más fuerte, pero aún estabaen el limbo extraño entre víctima ysospechosa. Aún.

—No sé si esa es una promesa quepueda hacer, señorita Ruiz. Puedoprometer que voy a escuchar. Puedoprometer que haré mi trabajo. Inclusopuedo prometer ayudarla tanto comosea capaz. Pero no puedo prometerleque veré las cosas de la manera en

que usted lo hace.

Los hombros de Olivia dedesplomaron, pero asintió con lacabeza por mucho tiempo más delque necesitaba, perdida de nuevo enel espacio. Cuando habló, parecíaestar hablándole a la habitación conMatthew como un mueble. Suspalabras no eran para él y ambos losabían.

—Me imaginé que diría eso. Tienesentido supongo. Es sólo… que nocreo que alguien lo vaya a ver de lamanera en que yo lo hago, Reed.

Nunca nadie lo va a entender. Si estonunca termina, todos van a pensarque estoy loca. Que soy joven y no séde lo que estoy hablando. Que soyuna víctima y que mis sentimientosson el resultado de mi trauma. Creoque eso duele más. Viví todo eso. Vi,sentí y experimenté más de lo que lamayoría de la gente experimenta enun verano, ¿pero al final? Sólo soyuna chica que nadie va a entendernunca. Hay tantas cosas de mí que novolverán a ser lo mismo.

—No quiere oír sobre cosas

sexuales. Lo sé. Sé lo inapropiadoque es sentarse aquí y contarle a uncompleto extraño sobre gente atada yazotada, incluso follando frente a mí.Pero… tengo que decírselo a alguien.A alguien que no me haga sentircomo un bicho raro. A alguien que nome analice como Sloan lo hace.

—Ella no quiere hacerme sentircomo un bicho raro, no a propósito.Es cuando dice que me siento atraídapor usted, porque es un hombrefuerte, como Caleb. Cuando dice quele besé porque el sexo es la manera

en que he estado condicionada parasalirme con la mía, que todo espsicológico, y es porque Caleb mejodió la cabeza. No puedosoportarlo. No puedo tener todo loque siento, reducido en unadescripción de libro que se ajusta amí, y otros millones de idiotasdestrozados. Más que eso, no puedosoportar pensar que tal vez… ellatiene razón.

—Tal vez no amo realmente a Caleb,tal vez mi cabeza lo inventó todopara que así no me mate o me sienta

tan asustada o sola. Tal vez, acepteeso algún día y no sea capaz de dejarde tener pesadillas. Tal vez nuncaconfíe en otra emoción que tengaalguna vez de nuevo. ¿Quién va aamar a una chica así, Reed? ¿Quiénalguna vez va a amar a un bicho rarocomo yo? —se desplomó en la camay se hizo un ovillo, llorando ymeciéndose.

El corazón de Matthew golpeabaagitadamente como un tatuaje en supecho. No sabía qué hacer para queparase de llorar. No la quería tocar,

parecía algo incorrecto. ¿Un abrazo?No, tampoco. Deseaba que Sloanestuviera aquí. Ella era latrabajadora social. Era su trabajotratar con toda la mierda sensible.Recordó que a Olivia no leimportaba eso.

—Alguien la amará, señorita Ruiz.Incluso si es usted una imbécil.

—Váyase a la mierda, Reed —sollozó.

Él rió, —también es encantadora.

—Es un cabrón, ¿lo sabía?

—Sí, —dijo naturalmente.

—¡Dios! ¿Por qué estás tan mal de lacabeza? —se sentó y lo miró.

—Todos estamos hechos una mierday todos somos bichos raros a nuestramanera.

—¿Cómo lo sabe? —respondiósollozando y mirándolo—.Probablemente tenía una vida deensueño en los suburbios. Sinproblemas. Sin preocupaciones. Una

vida perfecta.

Le lanzó una mirada inexpresiva. —Abusaron de mí de niño. Militantesafricanos me obligaron a inhalarpólvora y cocaína y arar pueblos conmi Uzi{14}. Sienta lástima por mí ydeje de llorar porque nadie la amará—sugirió con calma. Su expresión deasombro no tenía precio. Le lanzóuna mirada de nivelación y suavizósu voz. —Es usted joven, fuerte ypara colmo es una cabrona. Con suinteligencia, va a estar bien. No dejeque nadie le diga lo contrario. Ni

siquiera usted.

La expresión de Oliva se suavizó ydespués de un rato, le mostró unapequeña sonrisa. —Supongo quetiene razón Reed. Nadie nunca le vaa amar, pero está usted bien.

Le dio una sonrisa irónica:

—Gracias, señorita Ruiz. Recordaréeso cuando me suplique empatía.

Ella suspiró.

—¿Podemos terminar por hoy? Estoyverdaderamente cansada. Hablar con

usted me saca un año de mi vida.

—¿Quiere que apague las luces? ¿Laoscuridad la ayudará a confesar? —dijo, y sólo estaba medio bromeando.

—Chistoso.

—Lo intento —dijo—. Volverémañana. —Hizo una pausa, y se pusoa su nivel—. Mire, estamos cortos detiempo, señorita Ruiz. Tenemos quellegar a la subasta y usted es nuestramejor esperanza para rescatar a lasotras, como usted, Nancy, Kid, Celia.Todas ellas. No quiero que pierda

eso de vista. La escucharé, inclusointentaré ver las cosas desde superspectiva, pero al final del día…está a salvo. Otros no tienen lamisma suerte.

Ella asintió con la cabeza,solemnemente.

—Lo sé, Reed. Créame, lo sé. Yotampoco quiero que esos malditosbastardos se salgan con la suya.Realmente no lo quiero.

—Eso espero, señorita Ruiz. Duermaun poco.

Matthew se levantó y recogió suscosas, recordando apagar lagrabadora y meterla dentro de suchaqueta donde no se podía perder.

Salió del hospital y decidió regresara la oficina por un par de horas. Aúnera relativamente temprano y lasoficinas de Pakistán estaríanabiertas. Tenía que hacer algunasllamadas.

De vuelta en la oficina, se puso encontacto con la FIA y preguntó sitenían alguna información sobre una

subasta de esclavos que tuviera lugaren los próximos días. Como predijo,los agentes de la FIA no estabancontentos de recibir una llamada delFBI, pero después de entretejer laspalabras claves comunes deamenaza-persuasión en su tono devoz más cortés, a regañadientes ledijeron que iban a investigar y apasar cualquier información.

—Por favor mantengan un ojo en losaeropuertos privados de las personasde alto perfil que entren al país:multimillonarios, jeques, cualquier

persona con un montón de dinero ypoder. Especialmente, si tienencualquier vínculo con el crimenorganizado, incluyendo armas,drogas y trabajo humano.

—No nos tiene que decir cómo hacernuestro trabajo, agente Reed —dijoel agente en la otra línea. Su acentoera sudafricano—. Somos muycapaces de reunir información sin elgobierno estadounidense.

—Entonces esperaré una llamada desus hombres, ¿en un par de días? —provocó Matthew.

—Un placer, agente Reed.Mantendremos un ojo en DemitriBalk o cualquiera que viaje bajo elnombre de Vladek Rostrovich —lalínea se cortó.

—Capullo —gruñó Matthew.Presionó el teléfono para hacer otrallamada. Bajó la vista a una lista deagencias del gobierno en Pakistán yademás llamó a la oficina a cargo dePACHTO. La norma para laPrevención y Control de la Trata dePersonas llevaba en vigor sólo desde

el 2002, pero había ganado terreno.Era difícil conseguir a alguien quehablara inglés, pero después de unaspocas llamadas finalmente se puso encontacto con un lingüista quetrabajaba allí.

Fue un poco después de las ochocuando Matthew decidió que habíahecho todo lo posible por esa noche.Juntó sus pertenencias, incluyendo sugrabadora, y se dirigió al hotel. Nopodía dejar de pensar sobre lahistoria de Olivia. No podía dejar depensar en Celia.

En el momento que había llegado asu habitación, puso su maletín sobrela mesa, vació sus bolsillos, apilócuidadosamente la calderilla enmonedas según su valor y las colocóen una fila por tamaño. Puso susllaves, billetera y reloj sobre lamesa, y colgó su abrigo, se le habíametido en la cabeza escuchar lamaldita grabación de la que no podíadejar de pensar. Ya estaba tan duroque apenas podía sentarse paraquitarse los zapatos y calcetines. Seapresuró en su proceso, impacientede quitarse la ropa y tocarse a sí

mismo.

Finalmente, terminó de colgar suropa y todo lo que quedaba era suropa interior, formando una tienda decampaña con su vergonzosa erección.Por lo general, no tenía ningúnproblema en hacerse una paja. Sinembargo, eran las circunstancias quelo rodeaban las que lo hacíansentirse culpable.

—Eres un enfermo hijo de puta —susurró Matthew, pero cedió y sesacó su ropa interior por sus piernasy la puso en la cesta para lavar. No

se molestó en ducharse, estabademasiado necesitado. En su lugar,tiro del cubrecamas y se arrojó sobrelas sabanas frescas de la cama.Alcanzó la grabadora sobre la mesade luz y rebobinó hasta la entrada deCelia. Su polla saltó. Cerró los ojosy puso su mano sobre su carnecaliente mientras la voz de Livviellenaba la habitación.

Matthew no fue amable consigomismo. No le gustaba suave. Agarrósu polla como si fuera una especie deenemiga y se la apretó hasta hacerse

daño. Margaret y Richard fueronbuenos padres: amables, amorosos ycálidos. Tomaron a un niño dañadocuya madre había sido asesinada y ledieron una gran vida, pero no podíanborrar su memoria. No podíandespojarlo de la oscuridad. Nopodían hacer que dejara de gustarleeso.

Matthew recorrió con sus uñas supecho, a la altura de su tetilla, losuficientemente fuerte como parahacer una mueca de dolor, y moviósus caderas hacia su puño.

Levantó el azotador sobre su cabezay lo llevó fuerte contra el pecho deKid. Él gritó, doblándose, y cuandoesos hombres lo levantaron, habíauna rabiosa franja roja en su pecho.Kid sollozó…

Matthew se imaginó a él mismo en ellugar de Kid, avergonzado de que laimagen fuera tan excitante, tanterriblemente correcta, pero Matthewtenía lágrimas en sus ojos porquesabía que estaba mal. Estaba mal oírla voz de Olivia. Estaba mal oír lamiseria de Kid. Estaba mal. Mal.

¡Mal!

Matthew se corrió. Fuerte. Sucorrida roció su pecho, haciéndolearder su piel marcada, y aun así, fueglorioso. Jadeó en voz alta, a solasen la oscuridad, escuchando la vozde Olivia. Su otra mano, la que noestaba cubierta con la corrida, agarróla grabadora y la apagó.

Al final eso ya ni siquiera importaba.Se estaba poniendo duro de nuevo.Había pasado un rato cuando sepermitió correrse y su polla no ibaestar feliz con una sesión de paja

rápida. Se negó a escuchar lagrabación de nuevo. Se negó.

Salió de la cama y se metió en laducha para enjuagarse. Había unclub. Siempre había un club. Y noimportaba cuanto intentaba Matthewno buscarlos, siempre lo hacía. Eraconstantemente consciente de dóndepodría ir para encontrar lo que leexigía su subconsciente.

Fuera de la ducha, se pusorápidamente un par de jeans y unacamisa abotonada. Nada negro, nada

que sugiriese que era dominante.Odiaba cuando las sumisas ansiosasse sentaban a su lado, pensando quenada le gustaría más que ponerlassobre sus rodillas. Siempre lasdespedía y se iban con lágrimas,avergonzado de que no les pudieradar lo que querían. Lo habíaintentado. Había intentado ser esetipo. Siempre terminaba mal.

Capítulo 11 Día 10:

Matthew se despertó dolorido. Ledolía todo. Lentamente flexionó sucabeza hacia delante y gruñó cuandoel dolor le abatió en la parte traseradel cuello y se asentó entre sushombros. Renqueó y se cayó denuevo sobre el colchón. Iba a ser másdifícil de lo que creía.

Con cada segundo que pasaba, másrecobraba su conciencia y pronto su

corazón alcanzó un ritmo frenético.Había salido la noche anterior.

—¿Matthew? ¿Eres tú?

Matthew gruñó. No. No, no, no,nooooo. Apretó fuerte su cara contrala cama que tenía debajo. Se diocuenta de que su polla estaba dura.No era una erección matutina. Estabarecordando.

Estaba sorprendido de oír una vozfamiliar. La voz de ella.

—¡Joder! —refunfuñó por lo bajo.

¿Cómo iba a manejar esto? ¿Cómopodría explicarlo?

¡Cualquiera! Cualquier otrapersona habría estado bien. No,tenía que ser ella la que se sentabaa su lado cuando finalmente reunióel coraje de girarse en su taburete.

Llevaba su pelo rojo suelto; suavesondas caían en cascada por suespalda. Vestía una camisa blancaque la envolvía alrededor de lacintura y se ataba a la espalda. Suescote se asomaba un poco, losuficiente para hacer que un

hombre tuviera curiosidad, pero nolo bastante como para exponer loque ocultaba bajo su camisaajustada. Una falda de cuero negroa medio muslo y tacones contachuelas de metal completaban elatuendo.

La cara de Matthew estaba ardiendo,sus mejillas coloreadas por lavergüenza. Especialmente cuandorecordó la forma en que habíaintentado explicar su presencia.

—Necesitaba una copa.

—Oh, lo entiendo, créeme. Yo nobebo cuando juego, de todas formas,—dijo ella con indiferencia.

Matthew se había preguntado cómocoño podía ser tan indiferente. Dehecho se lo había preguntado toda lanoche. Conocía a mucha gente de laque él pensaba que eran frías,eficientes y distantes, pero nada quever con ella. Ella había desbaratadotodo su control cuidadosamenteelaborado, y lo había hecho sinperder nada de su calma.

—No estoy aquí para jugar. Sólonecesitaba una copa —dijo. Susorejas se sentían arder y sabía quese extendería a su cara y cuello encualquier momento. Quería irse,pero ella le bloqueaba la salida ypermanecía allí, observándole consuspicacia.

—¿Y terminaste aquí? Perdóname,Matthew, pero eso es dudoso. —Arqueó una ceja roja.

—Yo estoy… estoy…, —empezó adecir.

—No hay necesidad de ser tímido,Matthew. Quiero decir, yo tambiénestoy aquí, ¿verdad? La verdadera yúnica pregunta es: ¿A quién estásbuscando?

Las caderas de Matthew se mecierony sintió el ardor de sus músculosprotestando contra esa acción. Lesorprendería poder sentarse hoy.

—No estoy buscando a nadie. Yosólo…

—¿Mintiendo? ¿De verdad? Detodas las cosas que pensé que

podrías ser, un mentiroso no se mehabía pasado realmente por lacabeza, —dijo ella.

—Me importa una mierda lo quepienses, —contestó y golpeó suwhisky solo. Se puso de pie parairse, pero Sloan bloqueó su camino,atrapándole entre su cuerpo y labarra. Olía dulce, como a manzanasverdes. Definitivamente no era eltipo de cosa que uno esperaría. Noen un club para fetichistas.

Sabiendo que dolería, se aguantó a símismo y alcanzó a tocarse el culo

con sus dedos. Sí, había verdugonesen relieve por todo su trasero. Lostrazó con la punta de los dedos,maravillándose con el hecho de quehabía una impresión de manoperfecta donde sus dedos delgadoscomo látigos habían aterrizado.Siempre se había preguntado si labrillante Dra. Janice Sloan podríapsicoanalizar durante el sexo. Ahorasabía la respuesta.

—Eso es una grosería, Matthew.Estás intentando herir missentimientos. Pero te perdono

porque sé que estás avergonzado. —Dio un paso acercándose, una manoen su pecho urgiéndole a sentarsede nuevo. Su mano se sentíacaliente, muy caliente, como siquemara un agujero en su pecho.Matthew cedió y se permitió a símismo ser empujado de vuelta a labarra.

Sloan se puso de puntillas y seinclinó sobre Matthew parasusurrar en su oído.

—Tus mejillas están rojas y tucorazón late realmente rápido.

Matthew gimió y se frotó otra vez lascachas del culo. Sí, había estadoavergonzado. Nunca había esperadover a Sloan, vestida como un cruceentre Madonna y una puta, oliendo amanzanas y al mismo tiemporestregando sus tetas contra su pecho.Ella había sabido lo que estabahaciendo, todo eso era incluso másobvio ahora.

—Mira, Sloan…

—Deja a Sloan para la oficina,Matthew, —dijo con una sonrisa.

—Bien. ¿Qué diablos quieres,Janice? ¿Quieres contarle a todo elmundo que me has visto aquí? ¿Quésoy un bicho raro? Adelante. No meimporta una mierda, —dijo. Susurrólas palabras, mitad enfadado, mitadnervioso. No sabía qué haría si elladecidiera hablarle a la gente de él.

Todavía estaba preocupado por eso.¡Las cosas que le había permitidohacer! La forma en que le habíasuplicado que no parara. Sacudió lacabeza, intentando aclarar susrecuerdos, pero no estaba

funcionando, no cuando todavíaestaba tan dolorido y su olor todavíapermanecía en las sábanas.

—No eres un Dominador, —Janicesacudió la cabeza—. No lo creo.Quiero decir, podrías serlo, eres tanfuerte, tan masculino y tancontrolador. Pero ese es elproblema. ¿Verdad, Matthew? Esmucho trabajo tener todo bajocontrol todo el tiempo. —Levantó sudelicada mano y retorció con susdedos el pelo de la nuca deMatthew. Era un acto íntimo, lleno

de implicaciones.

Oh, sí. La jodida jerga psicológica.Olivia había tenido razón, Sloan nopodía evitarlo. Miraba a través de lagente y empezaba a desgarrarla. Nole importaba que doliera. No leimportaba que no se le invitara ahacerlo. Toda la noche, ella se lohabía hecho, empujando, empujandoy empujando hasta que él se habíarendido.

La otra mano de Janice agarró elmuslo de Matthew y lo habíapellizcado suavemente. Matthew

tragó dubitativo, pero luegopermitió acercarse a Janice y elladio un paso entre sus muslosseparados como si ese fuera sulugar.

—No le contaría a nadie tussecretos, Matthew. Guardo unmontón de secretos, es mi trabajo.Si me dices que te deje solo, lo haré.Es sólo que… te deseo.

—¿Por qué? —graznó Matthew.

Janice sonrió contra su oreja y serió suavemente. —Porque no puedo

pensar en nada que disfrutara más,que tener tu culo tan sexy sobre mirodilla.

Fue definitivamente sexy. Matthewnunca se había corrido tan fuerte,nunca había suplicado tanto. Habíaintentado ser desafiante, sinimportarle las preguntas invasivas deSloan. Pero al final, quiso tantocorrerse, que había hecho cualquiercosa, dicho cualquier cosa. Sloan seaseguró de aprovecharse. Le habíasonsacado confesiones que le habíanhecho avergonzarse tanto que apenas

podía respirar. Había sidodespiadada.

Su mano siguió el camino de sumuslo y volvió hacia atrás paraahuecar sus pelotas. Matthew saltó,sorprendido, pero sus manospermanecieron agarradas a labarra del bar. Las uñas de Janice learañaron a través de los vaqueros yno pudo reprimir el sonidodesamparado que salió de él.

No podría encararla, no hoy, nunca.Ahora lo conocía demasiado bien. Le había contado cosas que no le

había contado nunca a nadie.

—Vale —susurró él.

—¿Vale? —ronroneó ella contra suoído, sus dedos alternativamenteacariciando y arañando. Había sidotan reconfortante, acariciando supelo y diciéndole que todo iba aestar bien, que no había nada maloen él.

Matthew asintió con los ojoscerrados. Ya en ese momento habíasido difícil no correrse en susvaqueros, como un chico de

instituto cuya polla era acariciadapor la jefa de animadoras.

—¿No lo contarás? —suplicó élsuavemente.

Janice agarró el pelo de su nucacon suficiente fuerza como parahacer que le picaran los ojos.

—No, Matthew. No se lo contaré anadie. Ahora, bájate de unapuñetera vez de ese taburete ysalgamos de aquí.

La pasada noche había sido gloriosa

y liberadora. Había sido una luz en laoscuridad de su alma, pero hoy…hoy era todo lo que podía hacer parano llamar diciendo que estabaenfermo, quedarse en cama yesconderse.

Matthew finalmente se dio la vuelta ydejó que el dolor se apoderara de él.Cerró los ojos y movió su cuerpoentre las sábanas, comprobandotodos sus músculos. Le dolían unpoco los hombros y su cuello estabarígido, pero la mayoría estaba en suculo. Su culo se sentía magullado por

todas partes hasta el hueso y sabíaque incluso tras una ducha caliente,el dolor permanecería. Pensaría enSloan todo el día, toda la noche, ycada vez que se sentara hasta que eldolor desapareciera. Y de pronto,era su orgullo lo que más le dolía.

Abrió los ojos lentamente. Sesuponía que tenía que volver alhospital a primera hora de la mañanay conseguir el resto de la declaraciónde Olivia. Se preguntaba si Sloanestaría allí y le dolió el estómago.No. No podía ver a Sloan. Jamás. No

podía soportar la idea de encararla yencontrarse con su petulante rostro.Y en realidad, ¿quién no seríapetulante?

Matthew era famoso por ser uncabrón. Conocía a bastante gente quepagaría por oír que había caído tanbajo. Bien, no le daría a Sloan lasatisfacción de llegar a él otra vez.Todo lo que tenía que hacer eraevitarla. Era la salida de un cobarde,pero Matthew se imaginó que podríaser un cobarde de vez en cuando. Nodejaría que afectara a su caso.

Con un ruidoso suspiro deresignación, Matthew rodó saliendode la cama sobre sus piernasinestables y caminó a trompiconeshacia la mesa para equilibrarse yagarrar su teléfono. Había una nota:

Querido Matthew:

Gracias. Fuiste mejor de lo quesoñé. Fue difícil dejarte, pero séque necesitas tu espacio. Estaré enel hospital por la mañana, pásatepor allí si quieres, en casocontrario, me aseguraré de darte

tiempo por la tarde para hacer tutrabajo. Por supuesto, espero verte.

El acuerdo se mantiene, mis labiosestán sellados.

Jani

—Joder, —suspiró Matthew. Inclusoen una nota, podía sentir loobviamente petulante que era sobrela noche anterior. Si no aparecía,entonces era un cobarde. Y si lohacía, entonces estaba intentandoprobar algo. Era un círculo vicioso.Enfadado, alcanzó su teléfono y

envió un mensaje de texto:

Reed: Reunión en oficina. Ocupadohasta almuerzo. X fvor grabaentrevista.

Se imaginó que el mensaje era vago ylo suficientemente breve. Esperó queella captara la indirecta y nodiscutiera sobre la noche anterior. Elcaso se cerraría pronto y ambosserían reasignados. Con suerte, notendría motivos para verla otra vez.Todo lo que tenía que hacer erasuperar los pocos días siguientes.Menos, si conseguía que Livvie

hablara. Era toda la motivación quenecesitaba.

Matthew se dio una ducha larga ycaliente. Ayudaba a relajar susmúsculos doloridos. El daño erabastante nimio, sólo unos pocosmoratones y verdugones en su culo.Era un alivio saber que no teníamarcas que pudieran ser visiblescuando estuviera vestido.

Paró por un café de camino altrabajo. No quería dar vueltas por laoficina. Los agentes a veces

intentaban entablar conversación conél y Matthew no estaba de humor.Caminó tranquilamente, saludandocon la cabeza al oficial delmostrador de recepción y tomando elascensor en silencio para disgustodel conserje del edificio quemontaba con él.

—Agente Reed —Matthew dejó sumaletín junto a su escritorio y su caféjunto al teclado, antes de girarse paraadvertir la presencia del agente.

—¿Sí?

—Este mensaje llegó para ustedanoche. El oficial de recepción losubió esta mañana. —El joven leentregó el mensaje a Matthew y sealejó caminando.

—Gracias, —murmuró Matthewhacia la espalda del hombre y bajó lamirada hacia el mensaje. El agentede la FIA había llamado. Matthewmiró su reloj y esperó que susoficinas todavía estuvieran abiertas.Estaba justo de tiempo.

Giró su silla y levantó el teléfono

para marcar el largo número.

—¿Hola? ¿Sargento Segundo Patel,por favor? —Esperó unos pocosminutos mientras localizaban alhombre, aliviado de haber llamado atiempo.

—Sargento Segundo Patel al habla.

—Matthew Reed, del FBI, —dijorápidamente—. Dejó un mensajepara mí. ¿Qué ha encontrado?

Hubo un suspiro profundo al otrolado del teléfono.

—Buscamos en aviones privados conllegadas programadas para lospróximos tres días, —dudó—. Ustedtenía razón. Parece que va a habermucha más actividad de lo normal.Todavía no hay información sobreDemitri Balk o Vladek Rostrovich,pero aún no tenemos todas las listasde embarque.

—¿Puede enviarme una lista con todala información de la que disponga?Me gustaría echarle un vistazo si noles importa.

—Sí que nos importa, Agente Reed.Si hay algo en marcha, entoncesrecae en nuestro ámbito y nuestraoficina puede manejarlo. ¿Hay algunaotra información que quieracompartir con nosotros?

Matthew rechinó los dientes con lafuerza suficiente para hacer que ledoliera la cabeza. No estaba dehumor para juegos burocráticos.

—Estoy dispuesto a compartirinformación siempre y cuandoestemos coordinados. Para lo que es

el caso, la información tiene que fluiren las dos direcciones. El tiempo eslimitado, Sargento Segundo. Ningunode nosotros tiene tiempo para unconcurso de meadas.

—Ustedes los americanos y su jergatan original, —dijo Patel—. Nadie seestá meando en nada, Agente Reed,pero estoy seguro de que puede verlas implicaciones políticas de esto.Los ojos del mundo están en Pakistánahora mismo y necesitamos saber quela situación puede ser manejadadiscretamente y sin avergonzar a

ninguno de los dos países.

—Si no comparten la información,tendré que contactar con missuperiores y hacer que lleguen a sugobierno. Llevaría días y paraentonces, la subasta de esclavospodría haber terminado, —dijoMatthew.

—Entiendo que tenga un trabajo quehacer, Agente Reed. Yo también lotengo. Continuaré reuniendoinformación de los vuelos privados,listas de pasajeros, tiempos dellegada y salidas programadas,

etcétera. Mientras tanto, le sugieroque se ponga en contacto con sussuperiores y yo haré lo mismo yquizás podamos llegar a un acuerdode beneficio mutuo.

—Bien, —gruñó Matthew alauricular.

—Hasta mañana, —replicó elSargento Segundo Patel fríamente.

—Puede apostarlo, —repitióMatthew y esperó hasta que la línease cerró antes de colocar el auricularde vuelta a su soporte. Fue cuidadoso

de no golpearlo. No necesitaballamar la atención.

Tenía unas pocas horas antes de queSloan terminara con Olivia, así quedecidió ponerse al día en suinvestigación sobre Demitri Balk. SiRafiq y Caleb estaban determinadosa llegar hasta el evasivo billonario,entonces Matthew haría lo mismo.Dudaba que pudiera llegardemasiado cerca del hombre a travésde los canales tradicionales. Noquería espantarlo. Podría decidirmantenerse lejos de la subasta y

entonces Matthew no sería capaz deusarlo como cebo.

Demitri Balk no tenía identidad hastamediados de los 90. Diamantes Balkhabía aparecido prácticamente de lanoche a la mañana con una lista deinversores importantes quecatapultaron el precio del stock encuestión de minutos tras hacersepúblico. Demitri Balk había sido elprincipal accionista y estabacatalogado como el Director Generalde la compañía.

El gran conglomerado estaba

principalmente catalogado como unacompañía de joyería, pero también seapoyaba en un sinfín de otrosnegocios. La compañía tenía suporción de controversia rodeándola.Haciendo una búsqueda superficial,se podía encontrar más de unahistoria proclamando que DiamantesBalk estaba excavando en África,pero últimamente no había ningunainvestigación formal dirigida porningún gobierno.

Los diamantes de sangre eranaltamente polémicos, pero nadie

había sido capaz de vinculardirectamente a Diamantes Balk enninguna de las minas de África,posiblemente debido a la red decompañías y subsidiarias asociadas aellas. Una de las subsidiarias captóla atención de Matthew. AKRAANestaba establecida en Rusia y tratabacon fabricación y venta de armas.Más investigaciones revelaban queAKRAAN había sido parte deDiamantes Balk cuando se hizopública inicialmente, lo quesignificaba que el Director Generaltenía que tener conocimiento directo

de ello.

A Matthew no le sorprendía ver auna compañía de diamantesinvolucrada con armas. Sin embargo,lo que era una sorpresa era que lacompañía de armas existiera enprimer lugar, tan temprano como losaños 60. El fabricante, operado porel gobierno, vendía armas a variospaíses, mayoritariamente a Iraq yPakistán.

¿Cómo había llegado Demitri Balk adirigir ambas compañías? ¿Y nadamenos que como Director General?

Demitri era descrito por la revistaForbes como un “billonario deorígenes humildes que se había hechoa sí mismo en la Rusia soviética”.

Matthew se burló:

—Humilde, mi trasero —seestremeció con sus propias palabras,recordando el modo muy real en elque su culo se había humillado lanoche anterior. Sentarse eradefinitivamente una faena. Intentó nomoverse nerviosamente.

Finalmente le llegó la inspiración yMatthew hizo una llamada a suoficina central. Después de una breveconversación con su jefe, el hombreal final había cedido y estaba deacuerdo con dar a Matthew todos losrecursos que pudiera necesitar parahacer encajar el caso. También habíaestado de acuerdo con empezar acortar los trámites burocráticos entreMatthew y la FIA.

Durante una hora, dos técnicosestuvieron pasando cada fotografía yartículo relacionado con Diamantes

Balk, AKRAAN, Demitri Balk,Vladek Rostrovich y MuhammadRafiq a través del software dereconocimiento facial y de la Basede Datos de Seguridad Nacional.Matthew predijo que algo apareceríamás temprano que tarde.

Miró su reloj. Probablemente debíair al hospital. Llamó al mostrador deenfermería de la planta de Oliviapara asegurarse de que Sloan sehabía ido para lo que quedaba de díay luego reunió sus pertenencias y sedirigió a la puerta.

* * * *

Olivia estaba escribiendofrenéticamente cuando Matthewentró. Parecía estar de mejor humorque la noche anterior. Matthew lereconoció el mérito a Sloan.

—¿Qué está escribiendo? —preguntóMatthew. Bajó su maletín y tomóasiento. La silla era mucho máscómoda que la de la sala de juegos.Además, sentarse en una habitaciónde hospital tenía el beneficioañadido de hacerla más habladora.

—La Dra. Sloan me dio un diario.Qué tierno, ¿eh? Ha pasado muchotiempo desde que he escrito algo, quecasi olvidé lo mucho que meencantaba, —dijo Olivia. Sonreía.

—Eso no es lo que pregunté, señoritaRuíz, —replicó Matthew, pero nohabía veneno en sus palabras.

Ella suspiró.

—Yo estoy… ya sabe. Sólo quieropreservar mis recuerdos antes de quedeje de confiar en ellos.

Matthew realmente no sabía quedecir, excepto:

—Eso podría suponerle una citación,¿lo sabe?

Ella lo miró afligida, dejando caer subolígrafo con un tintineo.

—¿En serio? ¿Por qué habría dehacer eso?

—No importa, —dijo él confacilidad—, olvídese de que le dijenada.

Ella lo miró, luego bajó la vista a sulibreta y la subió de nuevo hacia élantes de levantar una ceja consuspicacia y cerrar de golpe eldiario.

—No olvido nada de lo que dice,Reed. Sólo un idiota lo haría.

Matthew inclinó su cabeza e hizo unamueca de dolor. —Gracias por elcumplido.

—¿Qué le pasa en el cuello?

Matthew se concentró en no dejar

que su vergüenza se mostrara y, a suparecer, hizo un trabajo bastantebueno en ello.

—La cama del hotel. Me hace dañoen el cuello.

—Ohhh, pobre Agente Reed, —seburló ella ligeramente.

—Chica graciosa, pero terminemoscon esto y así podré irme a casa ydormir en mi propia cama, —dijoMatthew.

Ella suspiró.

—Con usted todo es cuestión denegocios. ¿Es por eso por lo queSloan está enfadada con usted?

—¿Qué? —dijo Matthewbruscamente—. ¿Ella habló de mí?

Olivia le mostró una mirada confusa.

—Preguntó si estaba aquí estamañana y cuando le dije que no,parecía un poco molesta, eso es todo.Parece que usted saca a relucir esoen la gente, o sólo en las mujeres.Ella no habló sobre ello. ¿Qué estápasando con ustedes dos? —

Volviéndose incluso más curiosa,Olivia levantó las cejas—. ¿Haocurrido algo entre ustedes? ¿Huboun enfrentamiento en el FBI?

Matthew dejó salir el aliento que nose había dado cuenta de queaguantaba. Estaba aliviado, y sesentía estúpido por exagerar.

—¿Un enfrentamiento? No. ¿Alguienle ha dicho alguna vez que es usteduna exagerada? —despachófríamente. —La Dra. Sloannormalmente suele ser másprofesional manteniéndose enfocada

en el caso, no en distraccionesexternas, cualesquiera que éstaspuedan ser.

—Por Dios, Reed. ¿Qué demonios leha golpeado en el culo esta mañana?

Las mejillas de Matthew se sentíancalientes, pero se obligó a sí mismoa calmarse antes de que se pudieramostrar. Las cosas que podíanhacerle sonrojar eran limitadas, pero,maldita fuera si los últimos días nohabían sido diseñados para exponersu debilidad al mundo.

—Continuemos con su historia. Porfavor, estoy agotado, me duele elcuello y siento un dolor de cabezacomenzando, así que, ¿podemosponernos con ello?

El rostro de Olivia quedó de prontodesprovisto de su luz y de su humor.—Bien, Reed. Haga sus jodidaspreguntas.

Él tomó una inspiración profunda. —¿De qué hablaron usted y Sloan?Conseguiré sus notas más tarde, pero,¿podría ponerme al tanto?

—Hablamos sobre Caleb. Nada quele pudiera interesar, estoy segura.

—Cuéntemelo de todos modos, —insistió Matthew. Intentó elaboraruna sonrisa para restablecer por otrolado su buen entendimiento, pero porla mirada en el rostro de Olivia, esole costaría más que una sonrisa.

—Tuve un montón de pesadillas alprincipio, cuando llegué a lamansión. A veces sobre Rafiqviolando a Nancy. A veces soñabacon Caleb vendiéndome. Aunque

generalmente tenía pesadillas sobrela noche en que los moteros casi meviolan. Soñaba con ellosgolpeándome, pateándome elestómago y abofeteándome la cara.—Tragó saliva.

—Podía sentir la sangre manando demi boca. Podía despertarmejadeando. Cuando Caleb estabaallí… —Livvie suspiró—. Élsimplemente me abrazaba. A Caleble gustaba dormir a mi lado, creo.

—Las mañanas eran nuestroproblema. Podía quedarme tumbada

en cama junto a Caleb, observándoledormir y pensando que parecía unniño cuando no estaba tanobsesionado con entrenarme, oprobando cuánto control tenía sobremí…

Matthew interrumpió.

—¿Rafiq todavía estaba allí?

—No. Se fue unos pocos díasdespués de que lo conociera. Él yCaleb desayunaban en la terraza.Rafiq usaba a Nancy como mesa y nosé cuántas veces tuve que cerrar los

ojos porque pensé que el cuchillo deRafiq iba a atravesar su filete eintroducirse directo en Nancy.Aunque nunca sucedió.

—¿Qué le ocurrió a Nancy? —preguntó Matthew.

—No lo supe hasta después, peroRafiq se la llevó con él cuando sefue. Y antes de que lo pregunte: No,no sé a dónde fue.

—A encontrarse con el barco.¿Recuerda?

—Correcto, a encontrarse con elbarco, —dijo.

—¿Y usted dónde comía?

—En el suelo, junto a Caleb. Cortabalas cosas para mí y me alimentabamientras él comía. Es lo que le estoycontando, Reed: era bueno conmigo.No lo aprecié hasta que vi la formaen que Nancy era tratada. InclusoKid. Aunque Celia era tratada mejorque nadie. Hacia el final inclusollegué a esperar… —ella estabaempezando a distraerse.

—Esperar, ¿qué? —dijo Matthew enun intento de mantenerla enfocada.

—Que Caleb y yo podríamos tener loque ellos tenían. Felipe no es un grantipo. No estaría involucrado conRafiq si lo fuera, pero… no sé, Celiale amaba y Felipe parecía sentir lomismo. Era bastante protector.

—¿Quiere que llame a Sloan? —preguntó Matthew pacientemente.

Sus ojos se desviaron hacia él,estrechándose con sospecha. —¿Porqué?

—Porque va a necesitar un montónde terapia, señorita Ruíz. Un montón.

Sacudió la cabeza hacia él,claramente divertida por subrusquedad. —Que le jodan, Reed—dijo a través de una sonrisa.

—Por favor. Continúe su historia…

Capítulo 12

Cuando abrí los ojos y me di cuentade que era por la mañana, me llevóunos pocos minutos orientarme. Laagitación que sentí durante la nochehabía aminorado hasta desvanecerse.No recordaba quedarme dormida,sólo tumbarme en la cama durantehoras intentando pensar en una formade salir de mi situación que noimplicara que Caleb tuviera querescatarme más tarde.

La habitación en la que dormía erabonita e inmaculada. Cada mañana elsol aparecía derramándose sobre lahabitación cuando Celia venía adescorrer las pesadas cortinas. Lehabía dicho que yo era más quecapaz de descorrer las cortinas pormí misma, pero ella simplemente meignoraba mientras seguía a lo suyopreparando la habitación para el día.

—No tiene permitido hablarte —dijoCaleb mientras se sentaba en elborde de la cama. Era sólo nuestrasegunda semana en la mansión y

parecía muy cansado, como si nofuera capaz de descansar del todo. Sequejaba de que no podría irse adormir con toda su ropa parasiempre. Aun así, cada día, lo hacía.

Caleb era más errático de lo habitualdurante estas pocas primerassemanas. Sí, era cruel. Me ponía aprueba, enseñándome ciertas frasesen ruso y cómo actuar cuando lasoyera. Insistía en que gateara, en quele llamara Amo y en que pasara poruna serie de humillaciones quesignificaban hacerme superar mi

timidez.

A pesar de todo, en realidad no metocaba. Me mantenía vestida. Meprotegía, no dejando que otros seacercaran a mí. Sabía que se quedabaconmigo de noche porque yo teníapesadillas cuando no lo hacía.Dormía con su camiseta y suspantalones cortos, aparentementesatisfecho con sólo dormir junto a míy no tocarme, a menos que medespertara de alguna horriblepesadilla y me acurrucara junto a él.Él me confortaba.

—¿Por qué no se le permitehablarme? —pregunté, en tonosarcástico.

Caleb me miró durante unos instantesantes de contestar.

—Gatita, deberías vigilar en serio laforma en la que me hablas. Sóloporque estés herida, no significa queno esté llevando la cuenta. —Mirófijamente hacía mí, directamente alos ojos, hasta que finalmente bajé lavista.

—Lo siento, Amo. —Me miró de

forma extraña—. ¿Podría por favorsaber por qué no se le permitehablarme?

—Celia no sólo es la amante de suamo, también es su sirvienta.Supongo que no es algo tan inusual.Nunca he estado involucrado conalguien el tiempo suficiente paraconocer la idiosincrasia que conllevaestar en una relación, pero sé losuficiente para decir que tienesentido. No es como si él pudierausarla para el sexo todo el tiempo.—Mi cara debía haber mostrado mi

conmoción indignada, porque Calebpresionó sus dedos contra mi bocapara impedirme hablar.

Incluso aunque no debiera y pudieramolestar a Caleb, hablé de todasformas:

—¿No crees que es una reglaestúpida? A mí me suena bastantemezquino.

—Bien, créeme; a veces hablarcontigo es lo mezquino —comentó,pero sonriendo.

Le devolví la sonrisa. Cabrón.Perversamente, pensé en cuánto leecharía de menos después de que mevendiera, y me pregunté si él meecharía de menos también, quizásincluso lo suficiente como para venira por mí. Tú no eres una princesa yél no es el atractivo príncipe queviene a salvarte. ¿O es que no lorecuerdas? Suspiré al oír mi propiavoz interna. Estaba hablándome a mímisma más y más. No sólo me estabavolviendo loca, sino que era unacompañía irritante.

Algunos días casi podía olvidar queestaba siendo retenida contra mivoluntad. Nunca lo hice, pero flirteécon la idea de vez en cuando. Calebsolía hacer que Celia nos trajera eldesayuno y solíamos comer fuera,sólo nosotros dos. Fuera, al sol,comiendo pasteles recién hechos dela mano de Caleb y tomando sorbosde un zumo de naranja exprimido amano, pensé: Esto no es tan malo.

Por supuesto, algunos días era casiimposible olvidar que era laprisionera de Caleb. Estaba quieta,

moviéndome lentamente a causa demis lesiones. Los moratones casihabían desaparecido, pero el doloren mis costillas y mi hombro estabasiempre ahí para recordarme unmontón de cosas. Era un freno encontra de huir de nuevo. También eraun recordatorio de que me habíacorrido fácilmente con Caleb. Aunasí, sólo Caleb podía pensar en unamanera de usar el dolor hacia suspropios fines.

Una mañana en particular, me dejósola en la habitación con Celia y en

contra mi buen juicio, decidí hablarcon ella.

Los ojos de Celia evitaban los míosmientras vagaba por mi habitaciónenderezando cosas que nonecesitaban ser enderezadas ylimpiaba el polvo. Realmente meapiadaba de ella. Era bonita y suconducta daba pistas de su inmensafuerza interior y aun así… era unaesclava. Me preguntaba si yo podríaser la mitad de elegante que ellacuando me llegara el momento. Me dicuenta, con algo de esperanza, de que

no parecía estar maltratada. No habíamoratones en ella, ningún signoexterno que sugiriera que estabasufriendo. Sí. Definitivamente habíaesperanza en eso.

—¿Celia? —pronuncié su nombrecon voz entrecortada, aterrada de queme contestara y aterrada de que no lohiciera. Su mirada calló sobre míbondadosamente, con la únicaparticularidad de una cejainterrogante. No era realmente unarespuesta, pero era más de lo quehabía obtenido de ella antes. Me

figuraba que ya que Caleb no estabapresente, ella podría hablarme—.¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Me miró fijamente durante un largorato, hasta que me sentí incómoda yme retorcí. No pensé que fuera unapregunta complicada, aunque encierto momento quise preguntarle esotambién. Finalmente, su boca securvó hacia un lado y asintióbrevemente; nada de eso fue en mibeneficio. Me miró con una sonrisaen los ojos y levantó seis dedos.

Quería chillarle por no usar

palabras, pero estaba segura de queno conseguiría nada bueno.

—Seeeeeeis… ¿meses?

Negó con la cabeza.

Tomé un profundo y fortificantealiento para mi siguiente pregunta.

—¿Años?

Asintió y sonrió.

Joder. ¿Años? Había sido la esclavade Felipe durante seis años. Nopodía imaginarlo.

—¡¿Nunca intentaste escapar?! —Mivoz era aparentemente demasiadoelevada. Sus ojos fueron de prontofrenéticos y miró a la puerta como sifuera a abrirse de golpe y algohorrible fuera a suceder. Se apresuróhacia mí y sostuvo sus dedos sobremis labios.

Yo estaba estupefacta y callada,esperando que el instante se calmara.Sus ojos me regañaron y siguieronregañándome hasta que se alejó demí sacudiendo la cabeza.

Abandonó la habitación antes de quepudiera disculparme o hacer otrapregunta.

¡Qué bien!

—Que te jodan —susurré a nadie enabsoluto.

Había esperado enfrentarme a la irade Caleb al cabo de unos minutos dela salida de Celia, pero nadie vino.No tenía permitido abandonar minueva habitación, Caleb había dejadoeso claro. Así que esperé… yesperé… y esperé. Horas más tarde,

estaba hambrienta y el dolor de miscostillas y mi hombro se estabanvolviendo menos soportables concada minuto que pasaba. Finalmente,me arriesgué a tantear la puerta, peroestaba cerrada.

Finalmente, recurrí a gritar y suplicara Caleb a través de la puerta que meperdonara y me diera mis medicinas.Me preguntaba si podría ser unaadicta, pero dado el nivel de doloren el que me encontraba, lo dudaba.Necesitaba esas jodidas pastillas. ¡Ytambién necesitaba comer! Por

supuesto, Caleb también lo sabía, ysu castigo, libre de violencia, seguíasiendo cruel.

Gradualmente, se hizo oscuro en elexterior. Mientras yacía llorando enmi cama, oí el sonido de alguienabriendo mi puerta. Grité de puroalivio cuando Caleb entró en lahabitación.

—¿Estás lista?

Gimoteé y asentí.

—Sí, Amo. Lo siento. No lo volveré

a hacer.

—Siempre dices eso, Gatita, peroluego te niegas a seguir las reglas ytengo que castigarte por ello otra vez.¿No te dije que a Celia no se lepermite hablar contigo? —mereprendió.

—Sí, Amo. Sé que lo hiciste. Estoyarrepentida.

—Bien, si no lo estabas antes, almenos sé que lo estás ahora. —Sesentó en la cama y agarró un vaso deagua y algunas pastillas—.

Incorpórate y tómate esto.

Me senté incorporándome despacio,sollozando. Parte era por el dolor,pero también conllevaba unasensación de remordimientos. Calebestaba decepcionado conmigo. Mehabía dicho las reglas, las habíaexplicado. Yo no había escuchado.

—No puedo creer que meabandonaras todo este tiempo. Duelemucho —lloré.

—No elegí abandonarte, Gatita. Túhiciste esa elección por ti misma —

dijo Caleb. Me resultó una sorpresaque no me estuviera chillando, oprometiéndome más dolor. Estabamuy desapasionado sobre todo eltema. Me pregunté si era sólo otramanera de trastornar mi cabeza.

—¿Dónde estabas? —pregunté antesde poder detenerme.

—¿Justo ahora? En cama. Antes, salí.Felipe tiene caballos y nunca habíamontado uno. —Sonrió.

—Yo tampoco —susurré. Ahora queCaleb estaba cerca, me sentí más

calmada. Estaba enfadada con él, porsupuesto, pero volvería a la vida poresos momentos con Caleb. Me sentíaprotegida. Me sentía retenida. Sin él,mi vida era un signo de interrogacióngigante.

Él sonrió un poco y retiró un mechónde cabello errante por detrás de mioreja.

—Quizás cuando estés mejor, puedallevarte.

Mi corazón parecía crecer en mipecho.

—¿Estaré aquí el tiempo suficiente?¿Contigo? —Me encontré con losojos azul claro de Caleb y parecíananhelantes. Habría dado cualquiercosa por saber lo que estabapensando, pero sabía que era mejorno preguntar.

—Quizás, Gatita. En algúnmomento… —hizo una pausa.

—¿En algún momento...? —intentéurgirle a seguir.

—En algún momento. —Sonrió yacarició mi pelo con tanto afecto

silencioso que sentí como si fuera allorar otra vez—. ¿Tienes hambre,Gatita? —susurró.

Incliné mi rostro en su mano y cerrélos ojos, intentando aferrarme a él ysabiendo que no había forma posiblede que pudiera.

— Sí, Amo.

Luego comimos, Calebalimentándome con bocados de suplato. Era extrañamente…confortable. Más tarde, frotó micuerpo dolorido hasta que me quedé

dormida.

* * * *

Dormí, pero estaba teniendo esehorrible sueño otra vez. Sentía enmi estómago una especie de nudo depresión caliente y tiranteaplastándome desde el interior.Daba vueltas y vueltas, pero el nudosólo se hacía más tirante, máscaliente y más pesado.

Me sujetaban, y el olor de cerveza ycigarrillos salía de ellos en oleadas.Sus manos ásperas se abrían

camino a lo largo de mi pielmientras tiraban de mis ropas, y elsonido de mis protestas caía enoídos sordos. El horror transcurríaa cámara lenta, llegando en flashesaleatorios de lo que recordaba, y delo que sentía. Entonces la pesadillatomó perspectiva de sí misma, ya nomás atada por los hechos.

No podía luchar contra ellos. Mispuños se movían a cámara lenta,incapaces de aterrizar firmemente.Mi voz no podía elevarse porencima de un susurro. Uno de ellos

me sujetaba mientras el otro mebesaba. Grité llamando a alguien,pero no estaba segura de a quién,todo lo que sabía era que esapersona sólo podría ayudarme si yoemitía un sonido lo suficientementealto. Luché con cada ápice de mifuerza. Mis muñecas estabandébiles y mi voz era baja, pero yoluchaba. Empecé a llorar.

Lo peor aún estaba por venircuando el sueño cambió de nuevoinesperadamente. Era más rápidoahora, incluso más rápido que en

tiempo real. Caleb abrió la puerta ypreguntó qué diablos estabapasando y los brazos que mesujetaban me soltaron. Recularonhacia una esquina tras de mí. Libre,me puse de pie y corrí a sus brazos.Le rodeé con mis brazos y le contélo que habían pretendido hacer.

Intentaron negarlo. Caleb les dijoque cerraran sus bocas. Me elevó ensus brazos, diciéndoles que sequedaran ahí y me llevó a través dela destartalada habitación llena decolchones de aire y ropas, hacia

una habitación que reconocí comola suya.

Me bajó junto a la puerta mientrasme echaba una ojeada—. ¿Estásbien? —preguntó. Asentí, sóloligeramente consciente de quepasaba sus manos por mi desnudezmientras buscaba lesiones. Pareciósatisfecho de que no estuvieralastimada y me abrazó de nuevo.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó. El momento se ralentizó yle miré a los ojos.

—Hazles daño por mí —susurré.

—Les haré pagar —dijo.

Sus manos continuaron moviéndosesobre mí, y mis manos sujetaron sucamisa firmemente. La tensión en mivientre se transformó de sólida alíquida y bajó hacia mis muslos. Elnudo se deshizo y ahora se sentíacomo una cuerda tirante estiradadesde mis pezones hasta mi sexo.Cuando me tocó, la cuerda se tensó,y el sentimiento era arrollador,brutal y extrañamente bienvenido.

Aparté mis manos de su pecho y conun movimiento de hombros medeshice del top abierto que vestía.

—Podría haber estado seriamentelastimada si no me hubierasayudado —dije.

Sus ojos se clavaron en mí, mezclade conmoción y lujuria. Me pegócontra la pared con su cuerpo, y elcalor de su aliento calentaba yhumedecía mi cuello. Quería deciralgo, pero su mano derecha seahuecó sobre mí, abajo, y mi cuerpo

se sintió paralizado. La cuerdainvisible dentro de mí tiraba tensa.Un aullido lascivo escapó de migarganta.

Acercó sus labios a mi oído—. Nome jodas —gruñó.

—Fóllame. —Fue mi únicarespuesta.

Alcanzó con sus brazos entre mismuslos y me levantó contra el muro.Luchó torpemente con suspantalones durante un instante,antes de abrirse camino dentro de

mí. Tanteé en busca de su boca paradistraerme de su magnitud, ycuando nuestras lenguasconectaron, un torrente de calorfluyó saliendo de mí.

* * * *

Un gruñido en voz alta escapó de mislabios mientras me despertaba degolpe, jadeando, mi corazónretumbando, y la, ahora familiar,sensación de mi cuerpo enterocontrayéndose y expandiéndosedurante varios segundos.Definitivamente me estaba corriendo.

A mi lado, Caleb se incorporórápidamente y encendió la luz de lamesilla de noche.

—¿Qué pasa? —dijo.

Yo estaba sudando y todavíatomando profundas bocanadas deaire.

—¿Estás bien? —Su voz sonaba másmolesta y tirante que cualquier otracosa.

Asentí.

—Un mal… mal sueño —tartamudeé.Me miró unos segundos, y sólo versus ojos no me permitía quitarme dela cabeza el sueño. Bajé la vista, ymi respiración finalmente empezó avolver a la normalidad.

—Te estás sonrojando. ¿Por qué? —preguntó suavemente y alisándome elpelo hacia atrás.

—Estoy bien… Yo… tan sólo estabateniendo ese sueño otra vez. —Mirespiración se reguló y el inesperadopálpito entre mis piernas se sosegó.

Finalmente capaz de hacerlo, miré endirección a Caleb. Me estabamirando fijamente.

—¿Por qué me estás mirando así? —pregunté. Sus cejas se juntaron y unasonrisa se reprodujo en sus labios.

—Por qué me estás mirando así…Amo —replicó.

Me mordí el labio y aparté la vista.

—Oh, Gatita —susurró, su manotodavía apartándome el pelo de mifrente sudorosa—. Si tan sólo

estuvieras lo suficientemente bienpara jugar, las cosas que podríahacerte. Pero si debes saberlo… —Se inclinó hacia mí y me besó en elhombro—. Estoy mirándote porquecreo que eres sexy. —Me besó másarriba, hacia el cuello—. Tu caraestá toda sonrojada y tu cabello es undesastre. —Me besó más arriba ycerré los ojos conteniendo elaliento.

—¿Por qué me estás tocando? Nohas… —dije a la carrera.

—No estoy tocando, estoy besando.

Hay una diferencia.

—No para mí —suspiré, mi voz unpoco demasiado ligera paraadaptarse a mí; habría preferidosonar firme y resuelta.

—Así que… si hago esto —dijo,contra mi nuca y abarcando mi pechoderecho, frotándolo ligeramente através de mi ropa de dormir—, ¿es lomismo que esto? —Besó mi cuello.Apenas podía moverme o respirar.Él absorbió todo el oxígeno a mialrededor.

—Para —dije, y esta vez lo hicesonar convincente. Enrolló mi pezónentre su pulgar y su índice con lapresión justa para hacerme sentirloen mi vientre—. Por favor, para…Amo —dije a través de mis dientesligeramente apretados. Para misorpresa, él paró de verdad.

Se incorporó y me miró fijamentedurante lo que pareció una eternidad,pero podrían no haber sido más queunos pocos segundos. El calorirradiaba de cada parte de mi cuerpo,y mi cara debía de estar en una

profunda, profunda tonalidad de rojo.Restregó sus manos por toda su caray gruñó. Estaba realmente nerviosa, yquería decir algo, pero no podíapensar qué era. Bruscamente, apartósu lado de la sábana hacia un lado yse puso de pie. Mis ojos fueronatraídos inmediatamente a la enormeerección contra la tela de sus bóxer.

—Vuélvete a dormir —dijo. Agarrósus pantalones y metió a empujonessus piernas dentro de ellos.

—¿A dónde vas? —pregunté,nerviosa.

—No es de tu maldita incumbencia—dijo, y salió por la puerta.

Conmocionada, lo vi marcharse ycerrar la puerta bruscamente tras desí, pero la conmoción surgía de mideseo de decir algo que pudierahacerle parar. La ansiedad creció enel interior de mi estómago mientrasme sentaba sola. Todo en lo quepodía pensar era en mi sueño y en lobien que se había sentido tenerlebesándome. ¡Qué es lo que me pasa!

No tuve demasiado tiempo para

ponderar mis preguntas, o larespuesta de mi cuerpo a ellas. Mipuerta se abrió bruscamente y Calebentró. Celia venía detrás de élvistiendo nada a excepción de un parde bragas de encaje negro.

Caleb cerró la puerta detrás de ellacon cuidado, sin ninguna prisa porabordar la pregunta escrita en todami cara: ¿Qué coño está haciendoella aquí?

Obviamente Celia había estadodurmiendo. Su cabello estaba sueltoy ligeramente despeinado. Se quedó

de pie en silencio, sus manoscubriendo sus pequeños pechos. Noparecía afligida, sólo un poco tímiday curiosa. Era un duro contraste encomparación con la noche que lahabía visto dominando a Kid enfrentede una habitación llena de extraños.La miré a los ojos, y cuando lossuyos se encontraron con los míospensé que me estaba dedicando elmás ligero atisbo de una sonrisatraviesa.

—Baja los brazos —le dijo Caleb enespañol. No lo hablaba tan bien

como el inglés, sin embargo, yoestaba de mala gana intrigada. Celiainmediatamente bajó sus brazos a suscostados. Sus pezones ya estabanduros.

Caleb volvió su atención hacia mí.

—Te acuerdas de Celia, ¿verdad,Gatita? —Cuando no dije nada, meespetó—: ¡Contéstame! —Celia y yosaltamos un poco por el intensosonido de su voz.

—Sí, Amo —repliqué.

—Bien. —Sonrió—. Porque ella vaa hacerte entender algo. No soy tuyopara que me tomes el pelo. No creasque no me he dado cuenta de la formaen que intentas manipularme. Yoinventé ese juego.

Mi boca estaba abierta. ¿De quédiablos está hablando?

—¿Manipularte? Yo no…

—¡Lo haces! —gritó en voz baja—.Un instante te estás apretando contramí, intentando… no sé qué. Alsiguiente, me estás ordenando,

ordenándome a mí que no te toque.

Quería decirle que estaba siendoridículo. ¿Cómo era posible quefuera yo la que le estuvieramanipulando cuando él era el Amoabsoluto de mi destino?

—Caleb, yo…

—Para. Tan sólo observa —dijo.

Mi boca se secó completamente y laansiedad me atravesó, quemándomedentro del estómago. Miré dentro delos ojos de Celia otra vez. Ella

sonrió, sólo la más ligera inclinaciónde sus labios. Una sonrisa con unsignificado sólo para mí. Meconmocionó.

Caleb estaba de pie detrás de Celia,y ella tembló cuando él le pasó elpelo por encima de su hombroizquierdo.

—No apartes la mirada, o te prometoque encontraré la forma de castigarte,lesionada o no —me dijo. Traguésaliva. Caleb volvió su atención aCelia, que parecía estar meciéndoseligeramente en anticipación a su

caricia. Él la besó subiendo desde suhombro a su cuello, tal y como mehabía hecho a mí. Ella dejó escaparun profundo gruñido e inclinó sucabeza hacia atrás contra él. Nopodía creer que estuviera viendoesto.

—¿Te gusta eso? —susurró él en elsilencio profundo de la habitación.

—Sí, señor{15} —susurró Celia, ensu jadeante voz con acento.

Mi estómago tenía un nudo, queríadoblarme a la mitad, y aún no podía

apartar los ojos mientras él larodeaba con el brazo y abarcaba supecho. Ella gritó mientras él lomasajeaba, tirando de su pezón entresus dedos. Sus pezones eran de uncolor melocotón oscuro y parecíancomo frambuesas duras posadas enlas suaves pendientes de sus senos.Mi rostro ardía, y algo vagamentefamiliar y no deseado se instaló enmi interior. Los gemidos de Celia sehicieron un poco más fuertes.Estrujaba entre sus puños la tela delos pantalones de Caleb y seapretaba hacia atrás contra él.

Yo aún no estaba lo bastantepreparada cuando Caleb enterró sumano libre entre sus bragas y susrodillas cedieron. Mi cuerpo semovió de golpe para detenerla en sucaída y retrocedió por el dolor.Resultó que mis esfuerzos eranmalgastados. Caleb la sosteníafirmemente en su abrazo. Él me miróa los ojos, que estaban nubladosahora, y mantuvo su mano ocupadadentro de las bragas de Celia. Mesentí enfadada… y asustada… ylastimada físicamente… y… y…cachonda.

Quería maldecirle, pero por qué, noestaba enteramente segura. Su pechosubía y bajaba más rápido de lohabitual, y yo sabía que estabaagitado. De pronto, empujó a Celiaadelante, hacia la cama y sus brazosse estiraron para agarrarse,aterrizando en mis rodillas. Oí susbragas desgarrarse mientras Calebtiraba del delicado material en unúnico y rápido movimiento brusco yse deshacía de él.

—Date la vuelta y abre las piernas—dijo, con voz ronca. Celia se

movió rápidamente para obedecer yyo me senté con flagrante horrormientras ella descansaba su cabezaen mis rodillas.

Celia desabrochó sus pantalones ylos deslizó hacia abajo, su gruesapolla se desplegó hacia arriba comosi fuera algo que no debería estar ahí,y no pude evitar cerrar los ojos.

—No apartes la jodida vista —seburló. Abrí los ojos. Mis lágrimascaían.

Caleb agachó la cabeza entre las

piernas de Celia y dijo algo acercade que le encantaban los coñosdepilados antes de enterrar su caraentre sus muslos. Celia era otra cosadespués de eso. Gemía y su cabezaiba de lado a lado. Sus manos seestiraban hacia mí, y apretaba lospuños contra las caderas de micamisón. Intenté separar sus manosde mí para apartarme, pero la zorrase agarraba fuerte.

—Por favor —dijo en un suspiro—.Por favor. Déjame correrme —repitió la palabra “por favor” como

un mantra. Mi cabeza bullía.

Caleb emergió de entre los muslos deCelia y no me prestó atención enabsoluto mientras succionaba ybesaba todo el camino hasta supezón. Se agachó y debió colocarsedentro de ella porque Celia de prontoestaba totalmente quieta. Su cara sepuso de una ridícula tonalidad roja yun escandaloso gemido salió de ella.Caleb me miró, con fuego y hambreen sus ojos.

Susurró:

—Podría haber hecho que tecorrieras así. Si fuera lo querealmente querías. Si no fueras tanmentirosa. —Antes de que pudieraasimilar las palabras que me habíadicho, agarró la parte de atrás de micabeza y me besó. El sabor de Celiainundó mi boca, y algo en mí serompió. Me escabullí del beso yabofeteé a Caleb cruzándole la caracon tanta fuerza que me escoció lamano.

Corrí a meterme en el baño antes deque se pudiera recobrar. Estaba sin

aliento. Apreté la espalda contra lapuerta, aterrorizada de queirrumpiera a través de ella y sereprodujera alguna escena horribleentre nosotros. Lloré lastimosamente,y me froté la boca con mi mano librepara sacarme el sabor de Celia de laboca. No era que el sabor de ellafuera totalmente desagradable, teníamás que ver con el hecho de queviniera de la boca de Caleb. Detodas las emociones que corrían através de mí, ¿por qué era lainquietante sensación de traición unade ellas? No podía negarlo, estaba

dolida, y no podía explicarexactamente por qué.

Pasaron cerca de quince minutos yCaleb aún no había venido aenfrentarse a mí. Apreté mi orejacontra la puerta y pude oírles.Todavía estaban follando. Podíaoírla gemir y el áspero timbre de lavoz de él. Estaba diciendo cosas,pero no podía descifrarlas. Deberíaestar feliz de que no estuvierainteresado en hacerme pagar por loque había hecho, pero no lo estaba.Esa familiar e indeseada sensación

que había tenido antes aún estabapresente, creciendo dentro de mipecho, y manteniendo el flujo delágrimas que salía de mis ojos:celos.

La idea de estar celosa me consumiódurante horas mientras yacía en lasbaldosas. ¿Por qué estaba celosa?¿De quién? No creía que estuvieracelosa de lo que Caleb estabahaciendo. No tenía ninguna razónpara que me importara. Ningunarazón excepto que durante más de unmes él había intentado seducirme,

atraerme, y había intentado hacermesentir algo que no sentía, ¿para qué?¿Para que pudiera darse la vuelta yfollarse a otra? ¡Y a ella! Que sepaseaba por mi habitación como sifuera alguna clase de víctima.Realmente sentí lástima por ella,hasta que vi esa sonrisa suya, hastaque hizo que fuera obvio que ella eramejor que yo de alguna manera.Lágrimas de frustración rodaron pormis mejillas, y no importaba lo quepensara acerca de ello, todavíadolía.

Más tarde, después de que laslágrimas se disiparan, finalmentedecidí abandonar mi autoimpuestaprisión y encarar cualquiera quefuese el castigo enfermizo que Calebindudablemente había preparadopara mí. Abrí la puerta del baño. Laluz del baño se derramó por laoscura habitación, y hubo unprofundo pellizco en el medio de mipecho cuando vi que ambos estabanacurrucados juntos en lo que yo habíallegado a pensar que era mi cama.Me acerqué. Estaban obviamentedesnudos y la sábana sólo les cubría

de cintura para abajo. El rostro deCelia aún estaba sonrojado, y suslabios parecían hinchados por losbesos. Parecía satisfecha. Caleb lasostenía a su posesiva manera, comosi no quisiera que se escapara,aunque dudaba que ella lo intentara.Me tragué el nudo de mi garganta ymiré alrededor. ¿Dónde se suponíaque iba a dormir yo?

Deambulé por la habitación,sabiendo que posiblemente acabaríaen el suelo, pero incapaz deaceptarlo. Caminé pasando por

delante de la puerta de la habitacióny mi corazón saltó con la idea de quela puerta podría estar abierta. Volvíla mirada a la cama y vi el rostro deCaleb dentro del rayo de luz quesalía del baño. Dormíapacíficamente. Puse mi mano en lamanija y tiré hacia abajo, y contuveel aliento mientras tiraba hacia atráscon cuidado, y la puerta se abrió.

La luz tenue le daba al largo pasilloun espeluznante brillo y casi tuve lasensación de estar en un hotel, peromi puerta parecía la única en este

extremo del pasillo. Al final delvestíbulo, pude divisar una reja, ymás allá de ella, una gran lámpara dearaña colgaba del techo. Di un pasoadelante hacia el suelo enmoquetadoy de pronto me vi abrumada por laurgencia de mear. ¿Qué diablosestás haciendo? Me moví lentamentemás lejos hacia el vestíbulo, sinsaber lo que pretendía hacer una vezque alcanzara el final. Cuando lleguéa la mitad del pasillo, miré de vueltaa la puerta de la habitación y me vide pronto abrumada por el recuerdode los moteros. Inmediatamente supe

que no podría escaparme. Más quecualquier otra cosa, quería miraralrededor, pero no quería exponermeal mal genio de Caleb más de lo queya lo había hecho. Di la vuelta. Cerréla puerta de la habitación tras de mí,con tanto cuidado como la habíaabierto.

—¿Encontraste lo que estabasbuscando? —dijo una ronca vozmasculina.

—No estaba buscando nada —repliqué, mi enfado le dio a mispalabras un tono más duro del que

pretendía, en contra de mi miedo aser atrapada. Caleb suspiró. Mirémientras se separaba de Celia y segiraba sobre su costado paraencararme. Celia gimió, se abrazó ami almohada y siguió durmiendo.

—Ven aquí —dijo él suavemente,pero sabía que no era una petición.Transmitiendo una confianza que notenía, crucé la corta distancia entrenosotros y me quedé de pie junto a lacama.

Mientras estaba allí de pie,

intentando que mis rodillas nochocaran entre sí, me miró de arribaabajo, y sólo con eso mi cuerpoentero se volvió incómodamente máscaliente. Estiró una mano y pasó susdedos desde mi codo a mi muñeca.Presionó sus labios contra el interiorde mi muñeca.

—Me abofeteaste —dijo. Miróarriba hacia mis ojos y yo traguésaliva.

—Sí, Amo —susurré. Esperaba quedirigirme a él apropiadamentepudiera complacerle. Entrelazó sus

dedos con los míos y apretófirmemente. Hice una mueca.

—Antes de ti, nunca había conocidoa una mujer que se saliera con lasuya así. —Las lágrimas caían demis ojos. No pretendía ser valiente.

—Por favor, no me lastimes —balbuceé.

Me miró con calma, con una sonrisareproduciéndose en sus labios.

—Bien, no haría falta mucho,¿verdad? Ya estás destrozada. No

sería ninguna diversión para mí. —Dejé salir un profundo aliento que nosabía que estaba conteniendo, y toméotro—. Aun así, no puedo dejarlopasar exactamente. —Sin pensarloapreté su mano cuando habló—.¿Para qué te estás preparando? —preguntó—. Ya te he dicho que novoy a lastimarte.

Inexplicablemente un llantoaprisionaba mi pecho, pero me lasarreglé para responder.

—Ya me has lastimado, Caleb. ¿Porqué harías eso? ¿Por qué?

Se quedó callado por un largoinstante antes de responder. —Estacosa entre nosotros… tiene queparar. No me gusta. He intentadohacer esto fácil para ti, aunque sueneridículo. No puedo quedarmecontigo, Livvie. Deja de intentar quelo haga.

Mi corazón se contrajo en mi pechopor el sonido de mi nombre. Lorecordaba. No me había imaginadoesos momentos con él. Eran tanreales para él como habían sido para

mí y era casi más de lo que podíasoportar. Todo lo que decía eraverdad. Había intentado manipularledesde la noche que me había contadola verdad. La noche que me di cuentade que yo no era más que un objeto,una cosa que podía ser comprada yvendida.

No sentía culpa por ello, de todasformas. Caleb quería quesobreviviera y yo estaba dando lomejor de mí. Había elegido micamino y colocado con cuidado mismomentos. Caleb era mi vía de

escape de todo esto y estabadispuesta a hacer todo lo que pudierapara inclinarlo a mi favor. Lo quenunca había anticipado era la formaen que mis sentimientos sedesarrollarían.

—No sé qué decir —repliquéfinalmente.

Sonrió con tristeza. —No digas nada.Yo no debería haberlo hecho. Sólométete en la cama.

Una mirada de sorpresa cruzó micara—. No me voy a meter ahí con

los dos —dije francamente—.Además, estás desnudo.

Su risa fue un estruendo que me hizosentir como una niña petulante, perono me importó. Se incorporó, y lasábana hizo un mal trabajo cubriendosu pene engrosándose. Puso susmanos en mis caderas y amablementeme inclinó hacia delante. El calor sedesplegó a través de mi vientre ymiré por encima de su cabeza, misojos aterrizando en la figuradurmiente de Celia.

Su aliento acarició mi vientre a

través de la fina tela de mi camisónmientras hablaba.

—No te lo estoy pidiendo, Gatita. —Estaba a punto de decirle que no mesentía bien por tener que dormir juntoa Celia cuando su boca caliente secerró sobre mi pezón arrugado, y uninsoportable tirón dentro de míaceleró mi pulso e hizo que loslabios de mi sexo se inflamaran.

Lo soltó rápido, pero el daño yaestaba hecho. La humedad residualdejada por su boca continuaba

endureciendo mi pezón según loacariciaba el aire. Mi respiración eraaparentemente más dificultosa, peroCaleb parecía calmado y controlado.

—Ahora —dijo por encima delrugido en mis oídos—, ¿vas ameterte en esta cama y vas adormirte, o estás intentando darmeuna razón para torturarte de milmaneras diferentes que no lastiman?—Un quejido escapó de mi garganta.

Me persuadió a acercarme a la cama,pero clavé mis talones y suavementeme negué a moverme. Caleb suspiró

profundamente.

Sabía que estaba poniendo a pruebasu paciencia, pero no podía ceder.

—Por favor, haz que se vaya —susurré.

—¿Eso no sería mezquino? —seburló de mí por la conversaciónanterior y sonreí a mi pesar. Me miródurante unos pocos instantes, luegopuso los ojos en blanco alegrementey gritó—: ¡Celia! —Salté. Celia sedespertó con un sobresalto y se frotólos ojos por el sueño.

—¿Sí, señor?{16} —dijo, alarmada yatontada.

—Vuelve a tu habitación.

Capítulo 13

Matthew se sentó en silencio duranteunos minutos, tratando de sumergirseen la historia. ¿Qué podía decir él?No era necesariamente algún tipo deinformación relevante para serrecogida, pero estaba empezando asentir curiosidad por Caleb y la clasede hombre que era.

Caleb parecía una persona muyconflictiva. En el pensamiento de

Matthew, el conflicto no excusabalas acciones de Caleb, pero mientrasestaba sentado en la habitación deOlivia en el hospital luchando parano notar el latido de excitación queexperimentaba cada vez que semovía en su asiento y pensaba enSloan, se preguntó si no compartíaalgo en común con el hombre. No eraun pensamiento reconfortante deningún modo, pero ahí estaba. Eracurioso.

Mientras Olivia hablaba, recordó suconversación anterior sobre si los

monstruos nacen o se hacen. Él creíaque se creaban, al igual que Olivia,pero Matthew tuvo problemas con lanoción de que esa crueldad,justificaba una crueldad adicional. Olujuria por ella.

En el caso de Matthew, sintió quedebería ser capaz de subyugar sunecesidad de ser humillado ydominado sexualmente. Sus deseoseran un remanente de una infanciapasada bajo el cuidado de una mujerdébil y de ser verbal y físicamenteabusado por un hombre aún más

débil. Que ese Matthew se hubieraconvertido en una persona deconvicciones férreas y seguro de símismo era una bendición, pero sunecesidad de ser objeto de abusos devez en cuando era una maldición conla cual luchaba en cada relaciónromántica que tenía.

Matthew se preguntó si, en el caso deque la situación fuera al revés entreél y Caleb, hubiera hecho algunadiferencia en cómo ambos resultaron.¿Sería Matthew un secuestrador?¿Caleb sentiría la necesidad de

someterse en lugar de dominar? ¿Ociertos aspectos de la personalidadde una persona arraigaban en elladesde el nacimiento?

Un fuerte sonido metálicoproveniente de su laptop saco aMatthew de sus pensamientos.Recibió un correo electrónico delAgente Williams. Probablemente eragrosero abrirlo, pero estaba contentopor la distracción y la informaciónpodría ser importante.

—Lo siento. Tengo que leer estecorreo electrónico —dijo Matthew.

—¿Me puede contar lo que dice? —preguntó Olivia. Parecía necesitartambién una distracción.

El dedo de Matthew se desplazó através del correo electrónico.Frunció el ceño mientras repasabapiezas de información, arqueando laboca con expresiones diferentes enfunción de lo que leía.

—Supongo. Puede ser útil si mepuede decir algo nuevo.

—Puedo intentarlo —dijo ella, y

Matthew se dio cuenta que le creía.Todavía creía firmemente que Oliviasufría de Síndrome de Estocolmo,pero eso no significaba que estuvieratratando de detenerlo de hacer sutrabajo.

—Balk Demitri ha pasado por unmontón de problemas para ocultar supasado. De acuerdo con esto, antesde 1988 era conocido como VladekRostrovich. Al parecer, era untraficante de armas de poca montafuera de Rusia —dijo Matthew—.Desapareció después de '88, y luego

reapareció como Balk en el 98. En2002, su compañía se hace pública yse convierte en un millonario de lanoche a la mañana.

—¿Qué significa eso? —preguntóOlivia.

—No estoy seguro —dijo Matthew.Era evidente que no podía dar aOlivia todos los detalles. Ella notenía necesidad de saberlos. Sinembargo, esperaba darle algo deinformación que pudiera guiarlahacia la divulgación de informaciónque preservaba o no sabía que tenía.

Dada la información, Matthewconjeturó que Pakistán, al igual quemuchos de sus vecinos, compróarmas a traficantes de armas rusas enla década de 1980. Era laexplicación más plausible acerca deun cruce de caminos entre Rafiq yVladek. Por un momento, Matthew sepreguntó si la mala sangre entreRafiq y Vladek giraba en torno a laventa de armas a los enemigos dePakistán, pero no parecería ser eltipo de cosa que podría justificar unavenganza que abarcaba veinte años.

Tenía que ser personal.

Al menos ahora, Matthew tenía uncalendario de cuándo podría haberocurrido. Además, dado el hecho deque Olivia había sido secuestradacon fines de trata de personas y no dedrogas o armas de fuego, había unagran pieza perdida en elrompecabezas.

—¿Alguna vez Caleb mencionó porqué él y Rafiq querían a Balkmuerto?

Olivia ladeó levemente la cabeza

hacia un lado y levantó la vista haciael techo como si la respuestaestuviera escrita allí. Matthewreconoció el comportamiento dealguien tratando de recordar algo.Encontraba interesante cómo lagente, con todas sus diferencias,permanecían esencialmente iguales.

Olivia finalmente respondió:

—Sí y no. La noche que Caleb medijo que era... —De pronto se veíatriste.

—¿Qué pasa? —preguntó Matthew.

—Creo que tiene razón, Reed —dijoella, su voz sonaba áspera en losbordes—. Voy a necesitar muchaterapia.

—Lo siento —dijo, y realmente lohacía.

—Yo también —susurró ella yrespiró hondo—. De todos modos, lanoche que dijo que planeabavenderme, me dijo algo acerca deBalk, que necesitaba pagar por loque le hizo a la madre y hermana deRafiq. Al parecer, él le hizo algo a

Caleb, también. Lo recuerdo porquedespués me cuestioné si fue allídonde Caleb se hizo las cicatrices ensu espalda.

—¿Lo fue? —preguntó Matthew.

Ella miró hacia otro lado,emocionándose de nuevo.

—No. Dijo que fue un tipo llamadoNarweh. No me dijo mucho, sólo queél fue el que lo azotó cuando era másjoven. Caleb dijo que su vida fue uninfierno hasta que... Rafiq lo rescató.—Matthew escribió todo con la

esperanza de que todas las piezasencajaran en su lugar pronto. Cadapieza era valiosa porque sabía quesolas no significaban nada, perojuntas lo llevarían hacia la visión detodo el panorama.

Eso es lo que él quería. Era paratodo lo que él vivía: resolverrompecabezas.

—¿Dijo algo más sobre esta persona,Narweh? ¿Tiene un período detiempo de esto?

Olivia negó con la cabeza.

—Lo siento, no. Sé que Caleb eramás joven que yo cuando sucedió.

—¿Cómo lo sabe?

—Me lo dijo. Nosotros... nosvolvimos muy íntimos cerca delfinal, Reed. La última vez que ustedestuvo aquí y Sloan acababa de salir,tenía miedo de que tal vez me lohubiera inventado. Tenía miedo deque lo que siento por Caleb fuera mimodo de sobrevivir. Entonces piensoen todas las cosas que me dijo.Pienso acerca del modo en el que

todo el mundo le ponía a parir porser suave conmigo, y yo... no creoque me lo inventara. Es real. Lo quesiento por él es real —dijo Olivia.

—No podría decirle de un modo uotro —Matthew se encogió dehombros—. Mi trabajo es el caso, nodeterminar si sus sentimientos sonreales. No digo que sus sentimientossean irrelevantes, es sólo que nadiepuede responder a esa pregunta, solousted.

—Lo sé, Reed. Yo sólo...

—Lo sé, señorita Ruiz —dijoMatthew—. Cuando todo estoempezó, mi trabajo consistía enobtener su declaración y llevar aalguien ante la justicia. Se haconvertido en algo mucho más grandede lo que yo, o mis superioreshabíamos anticipado. No quiero herirsus sentimientos, o dejarlos de lado,pero en conclusión: Alguien tieneque parar esa subasta. ¿Todo lodemás? No estoy seguro —dijoMatthew.

Él había hecho un montón hablando

con Olivia en la última semana.Había aprendido algunas cosas, peroen cualquier caso si eso loconduciría a la subasta todavía noestaba claro. Afortunadamente, teníaun equipo trabajando en ello ahora.

—¿Por qué no me cuenta el resto?

Olivia estaba mirando de nuevo,pero asintió.

—Sí, ¿por qué no?

* * * *

Mi apego a Caleb estaba

evolucionando, pero no era sólo eso.Me encontré anticipando susnecesidades y aprendiendo elsignificado detrás de sus muchossilencios. Algunos días, era brutal yme apresuraba a obedecer todos suscaprichos tan impecablemente comoera capaz. Otros días, parecíacontento sólo teniéndome cercamientras se ocupaba de las cosascotidianas.

A Caleb le gustaba leer, pero cuandole pregunté, nunca me hizo saber quéera lo que estaba leyendo. Cuando

mencioné lo mucho que me gustabaleer, me regaló un ejemplar deShakespeare, Hamlet. Pensé que erairónico que me diera una historiasobre la obsesión de un hombre porla venganza y cómo literalmenteestaba envenenando todo a sualrededor. Él no parecía encontrarlodivertido, pero me dejaba conservarel libro de todos modos. No estabasegura de qué pensar acerca delgesto.

He pensado mucho sobre la noche enque tuvo relaciones sexuales con

Celia delante de mí. Era un recuerdodoloroso por muchas razones, perolo peor parecía ser mi persistentesensación de celos. No importa lacircunstancia, descubrí que tener aCaleb cerca era mejor que no tenerloalrededor. No era sólo su presencialo que llegué a desear, sino alhombre mismo.

Varias semanas después de la nochecon Celia, estaba por fin libre detodas las cintas y vendajes. Miscostillas todavía dolían de vez encuando, pero no era el horrible tipo

de dolor que me robaba el aliento.Abrí los ojos y todavía estaba oscuroen la habitación, pero con luzsuficiente para sugerir que era por la mañana. Celia no había abierto lascortinas todavía. Bostecé y me estiré.Tuve cuidado de no golpear a Calebmientras dormía a mi lado.

No tuve las pesadillas frecuentesnunca más, pero cuando Caleboptaba por no dormir en mihabitación, me encontré a mí mismaaterrorizada de la oscuridad y sinpoder dormir. Tal había sido el caso

la noche anterior que habíaterminado gritando su nombre en vozalta una y otra vez hasta que abrió lapuerta enojado en calzoncillos y mepreguntó por qué demonios estabagritando.

Tan pronto como lo vi me relajé.Corrí hacia él y puse mis brazos a sualrededor. Con mi cara hundidacontra su pecho inmediatamenterespiré en la comodidad y laseguridad. Él parecía molesto, perolimpió mi cara y me dijo que memetiese en la cama, que se quedaría.

Sabía que la mañana traería consigoun cambio en él, la forma en que secomportaba hacia mí, y no estabadispuesta a aceptar todavía. Erairónico, porque al principio, odiabala oscuridad. Había pasado tantotiempo en esas primeras semanas demi cautiverio, anhelando el sol y laluz en mi cara. De repente, parecíatodo lo contrario. En la oscuridad, miAmo bajaba la guardia y era Calebde nuevo. No me corregía. No mecastigaba. No me alejabaemocionalmente. Caleb estaba allípara sostenerme hasta que las

pesadillas pasaran. Estaba allí paradecirme que era hermosa. Estaba allípara decirme que iba a estar bien. Enla oscuridad, me seducía. Yo noquería que la seducción terminara.

Me volví hacia Caleb lentamente,mirando su espalda. Había visto suscicatrices antes, las había besado,pero Caleb nunca me había dejadoque las estudiara. Con sus ojos tanfirmemente cerrados y respirandoprofunda y constantemente, meaproveché de la situación parasatisfacer mi creciente curiosidad.

Incluso en la penumbra, distinguí laslíneas gruesas que atravesaban supiel bronceada. Casi parecían comoronchas, pero me di cuenta quehabían sido curadas hacía un largotiempo.

Incapaz de resistirme, acerqué midedo y lo deslicé desde sus hombroshacia alrededor de la mitad de suespalda. Él gimió y se movió unpoco, y retiré mi mano. Esperé unossegundos impacientes para ver si sedespertaba, y cuando no lo hizo, fuipor el mismo lugar otra vez. La piel

se elevaba levemente unos grados yme maravillé sobre cuántas eran.¿Cómo te hiciste esto? Micuriosidad me hizo más audaz yapreté mi mano sobre su pieldejándola viajar a lo largo y anchode su espalda. Había docenas deronchas minúsculas. ¿Quién te hizoesto? ¿Es por eso que eres cómoeres?

Sin pensarlo, me acerqué y apreté loslabios en la carne maltratada. Calebera suave, más suave de lo queesperaba que fuera dada su firmeza.

El pequeño e invisible cabello rubiose encontró con mis labios y sonreícontra su piel. Nunca había estadotan cerca de un hombre como loestaba de Caleb. Todo con él era unnuevo descubrimiento. Por supuesto,la mayoría de las cosas que descubríacerca de Caleb eran horribles, peroa veces... a veces descubría que erasuave.

Permanecí sobre su piel desnuda,arrastrándome más y disfrutando deél. Nunca más me pidió que lotocara. Pensé en el momento en que

me pidió que lo tocara. Había estadoindecisa en ese momento. Lo odiaba.Me sorprendí al darme cuenta de queya no le odiaba más. Sentía tantascosas hacia él, y sí, el odio estaba talvez entre ellas, pero había otrascosas también, mucho más complejasque el simple odio.

Caleb planeaba venderme. Lo odiabapor eso. ¿Todo lo demás? Mesorprendí al darme cuenta de quepodría, quizás, perdonarle. Luchécontra la idea todos los días, en cadaoportunidad, diciéndome que sólo me

dejaría en ruinas... pero mi corazón.Mi corazón, independiente de milógica, había reservado un lugar parami verdugo y mi consuelo.

Estaba perdida en mis pensamientos,acariciando la espalda de Calebcuando dejó escapar un suspirobrusco y dio un manotazo en elhombro que casi me golpea. Meestremecí y emití un sonidosobresaltado. De repente, se volvió yagarró la mano que había usado paratocarlo. Nos miramos el uno al otropor un momento, mis ojos bien

abiertos y nerviosos, y élpresumiblemente confuso y un pocoenojado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntócon suspicacia. Sostuvo mi mano,como si acabara de sacarla de unacaja de galletas por así decirlo, y¿qué puedo decir?, actuaba como tal.

Descaradamente, saqué mi manolibre y le pregunté:

—¿Qué le pasó a tu espalda?

Me miró como si hubiera dicho algo

desagradable, y luego se dejó caerhacia atrás contra la almohadamientras expulsaba un gran bostezo.

—Sabes, Gatita, cuando por primeravez decidí llamarte de esa forma, nome di cuenta de cuán acertadamentelo había elegido. —Leyó miexpresión de perplejidad y continuó—. La curiosidad mató al gato. —Sonrió, pero no pensé que fuerademasiado gracioso.

Bromas sobre matarme. Sí, no esgracioso.

—¿Dejarás de preguntarme, si te lodigo? —dijo. Se estiró. Traté de nodistraerme con su cuerpo casidesnudo y el serio caso de erecciónmatutina que tenía.

—¿Por qué seguiría preguntando situviera la respuesta? —dijesonriendo con valentía cuando él memiró.

—La mejor pregunta sería: ¿por quétengo que aguantarte? —Sabía quepretendía ser bromista, pero lo únicoque había hecho era empujar nuestra

situación hacia un enfoque incómodo.Ambos sabíamos por qué meaguantaba, y la respuesta era unamierda.

Estaba a punto de mentir y decirleque no era realmente curiosa, peroCelia finalmente entró en lahabitación con el desayuno. Celia.Las cosas sorpresivamente no erantensas entre nosotras. Ella no habíasido feliz de que Caleb la hubierausado y que la mandara a paseo, peroa la mañana siguiente ella habíaentrado, como de costumbre.

Una vez, cuando Caleb no habíapasado la noche y por lo tanto nohabía estado en mi habitación, a lamañana siguiente hablé con ella denuevo. En realidad parecía un pocoasustada cuando le tomé del brazo yle pregunté acerca del porqué de esasonrisa que me había dado.

—Por favor no te molestes conmigo—me había dicho, y me sentí unpoco arrogante y la dejé ir—. Él metrajo aquí por ti —continuó. Suexpresión me sugirió que eraestúpida por no saberlo, lo que por

lo visto, sí que era.

—¿Qué quieres decir, por mí?

—Él se preocupa por ti. Sepreocupa por ti de la forma en quedesearía que mi Amo se preocuparapor mí —dijo en un tono casi tristey pensativo—. En cierto modo, mealegré de que estuvieras celosa, lopodía ver en tu cara. Fue un cambioagradable después de sentir celosde ti.

Ella me había asombrado, nuncahabía considerado que estaba celosa.

Nunca había considerado que miposición fuese envidiable.

Después de que Celia concluyera sutrabajo matutino, Caleb y yo todavíayacíamos en la cama, sólo nosotrosdos. La sensación se hizo más y másconfortable a medida que los días ysemanas progresaban. Todavía nohabía sido capaz de convencerlo deque me dejase recorrer la mansión,como Caleb me informó que era,pero podía salir fuera a la terraza siél me acompañaba.

La vista era impresionante. Parecía

ser el arquetipo de villa española,rodeada por exuberantes camposinferiores y cactus de flor en grandesvasijas de cerámica, emplazados enun balcón extravagante revestido deazulejos. Yo sólo había soñado conlugares de este tipo. Si bien, en missueños, nunca estaba viviendo allícomo una prisionera. Semánticas.

—¿Desayuno en el balcón? —pregunté con más entusiasmo de lonecesario.

Él sonrió.

—¿Qué crees que es esto, unasvacaciones? —Sentía un pellizcofirme en el centro de mi pechocuando bromeaba conmigo. Piensomás bien que había llegado agustarme. No la burla, sino el modoen que sonreía cuando lo hacía.

—Casi —dije, tímidamente.

Se tendió de nuevo, y se puso lasmanos detrás de la cabeza, luego memiró con incredulidad. Tenía unasonrisa jugando en sus labios.

—¿Tú... me besaste esta mañana? —

Un calor inmediato subió a mi caradándome por lo menos ochodiferentes tonos de rojo. Trabajé muyduro resistiendo contra la urgenciade enterrar mi cara en la almohada.

Mátame. ¡Mátame ahora!

Ni siquiera podía hablar, me limité anegar con la cabeza enfáticamente,pero la mirada en sus ojos me dijoque sabía que estaba mintiendo.

—Sí. Lo hiciste. —Esta vez susburlas fueron un poco dolorosas.Estaba muy avergonzada y sabía que

no lo dejaría pasar, las lágrimascomenzaron a brotar de mis ojos.

—¡No, no lo hice! —dije en unaráfaga de aire, y sentí el calor de mislágrimas atravesar mi mejilla.

Rodó los ojos mientras se sentaba.Puso su dedo bajo mi barbilla einclinó mi cabeza hacia arriba.

—¿En serio? ¿Lágrimas, Gatita? Mebesaste. En contra de mi voluntad,debo añadir. ¿No debería ser yo elque llorase? —dijo. Se echó a reír acarcajadas mientras yo enterraba mi

cara en la almohada nuevamente.

—¡Oh, vamos! —dijo en un tonomolesto y puso su cara junto a la mía—. Lo dejaré estar.

Levantando la cabeza lentamente yenjugando mis lágrimas susurré:

—¿Lo prometes?

Él puso su mano alrededor de micintura, me acercó y me puso sobremi espalda. Aturdida, simplemente lomiré.

—Absolutamente no —dijo.

Cuidadosamente, traté de moverme,pero su peso me inmovilizó contra elcolchón—. A estas alturas, debessaber que siempre consigo lo quequiero.

Mientras miraba fijamente susenigmáticos ojos azules, era difícilignorar la línea sensual de sumandíbula. Se evidenciaba la mínimahuella de su incipiente barba por lamañana. Tenía el pelo rizado por elsueño y mientras pensaba quedebería lucir ridículo, sólo estabamás apuesto. Caleb era una persona,

con el cabello desordenado ydesaliñado después de haberdormido y todo. Pero de todas lascosas difíciles de ignorar acerca delhombre que tenía encima de mí,había algo que sobresalía...literalmente. Estaba increíblementeduro entre mis muslos.

—¿Y qué es lo que quieres? —pregunté suavemente.

Nos miramos el uno al otro por loque pareció una eternidad. Me miróde una manera que nunca había vistoantes. No quería darle un nombre o

clasificarlo. Estaba más que contentasólo con que me mirase con esaexpresión en el rostro.

Lentamente, llevé mis manos a sucara. No pude evitarlo. Sabiendo losuave que podía ser, el impulso detocarlo era algo que no queríacombatir.

Parecía desconcertado por mi tacto yla sonrisa juguetona que tenía cayóde su rostro. Nuestros ojos seencontraron por un breve instante, ymis dedos sintieron la sacudida

suave de su cabeza justo antes que delo besara tan duro que amboshicimos un sonido doloroso. Micerebro disparó impulsos nerviososa cada parte de mi cuerpo, y el calorinundó mi piel y se fusionó entre mismuslos. Su lengua rogaba seraceptada en mi boca y la abrí para él.Mis manos se entrelazaban a travésde su pelo. Gimió en mi boca, y mihambre por él explotó desde un lugaren el que había empezado asospechar estaba allí desde hacebastante tiempo.

Empecé a tener un poco de miedocuando se agachó y me levantó elcamisón. No creo que esté lista paraesto. Abrió mis piernas con sucuerpo, meciéndose a sí mismo entremis muslos. Su pene estabaincreíblemente duro. Quería deciralgo, protestar de alguna manera,pero luego sentí el calor de él contrala humedad que había creado, ypodría haber jurado que escuchécomo nuestros cuerpos encendidosdespedían chispas. Retiró sus labiosde los míos y con su boca caliente, seasió a mi cuello y comenzó a

succionar. Tiré mi cabeza haciaatrás, sorprendida por la sensaciónde placer y dolor, una sensación quesólo se hizo más poderosa mientrasel hijo de puta me mordía.

Jadeé con fuerza y mis manosinstintivamente flexionadas en formade puño agarraron su cabello ytiraron empujándole hacia atrás.

—¡Eso duele! —dije con los dientesapretados.

El tiró de mis manos liberándolas desu cabello y sosteniéndolas por

encima de mi cabeza con su manoizquierda.

—¿Crees que no lo sé? —dijo.

El aspecto inconfundible de la lujuriase había apoderado de sus faccionesy parecía casi salvaje en suintensidad. Estaba un poco asustada,pero mi deseo por él no dejaba queme afectase. Tiré de su boca haciaabajo, hacia la mía. Mi corazón secerró alrededor de mi pecho mientrasel fuego líquido en mis venas parecíaquemarme de dentro hacia fuera.

Súbitamente, sus caricias sevolvieron suaves y me besó tangentilmente que quería llorar denuevo.

—Estás tan mojada, mi polla estácubierta dentro de ti —susurró contrami boca. Gemí en voz alta ante suspalabras, y sabía que mi decisiónestaba tomada.

—Hazme el amor —contesté. Mi vozsonaba extraña a mis oídos. Sucorazón latía con fuerza contra mí y su pene

se retorcía contra mi sexo. Respiróprofundamente de manera irregular ycolocó su frente contra mi hombro.En el silencio, mi hambre peleó conmi creciente vergüenza acerca de laidea de que diría algo cruel o haríaalguna broma tonta. Me gustaría darmarcha atrás, deshacerlo.

Por fin empujó su cabeza hacia atrásy me miró. No podía descifrar elmensaje en sus ojos. Transmitiótantas cosas a la vez: necesidad, ira,confusión, y algo más.

—Joder —dijo.

Sus hombros se hundieron sutilmentey lo que me preocupaba era la partedonde él iba a decir algo que meharía desear arrastrarme dentro de mímisma y morir. Quería decir algo, talvez ofrecer algún ataque preventivo,como: ‘Sólo estaba bromeando’,pero no pude decir nada.

Entonces, para mi alivio, soltó mismanos y deslizó los tirantes de micamisón bajo mis hombros, dejandoal descubierto mis pechos.

—Tienes las tetas más bonitas. —El

calor ascendía sobre mi carne, y mispezones se endurecieron.

—¿Gracias? —dije, insegura.

—De nada —dijo con una sonrisa ypuso su boca alrededor de mi pezóndolorido.

Traté de envolver mis brazosalrededor de él, pero estabanatrapados en los tirantes de micamisón. Invadida por un torrente desensaciones, apreté los muslos confuerza en un intento de cerrarlos yestrujar a Caleb cerca de mi cuerpo

mientras me retorcía bajo su toquelento. Él chupó y mordió un pezón yluego el otro, y no descuido ningunaparte en el medio. Cerré los ojos ynadamos en un mar de placer, dolor yañoranza.

Creo que te amo.

El pensamiento se arremolinaba enmi cerebro como un tornado furiosorogándome decir las palabras en vozalta, pero no pude, quizá no podría.Me sentí como si pudiera tener unorgasmo en ese momento, antes deque él estuviera incluso dentro de mí,

con anterioridad de que me hubiesetocado allí. Estaba al borde, lo cualse sentía delicioso y molesto.

¡Dilo! Creo que te amo.

Él se agachó entre nuestros cuerpos ydeslizó su ropa interior más allá desu erección.

¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!

—Espera —dije, sin aliento. Calebse detuvo.

—¿Qué? —preguntó. Sonaba

auténtico en su preocupación.

—Sé amable, ¿vale? —susurré envoz baja y me resigné. La mirada ensus ojos se volvió devastadora. Eracomo si me quisiera desgarrar conlos dientes, y yo probablemente se lohabría permitido.

—No te preocupes, Gatita. No voy afollarte —dijo a través de unasonrisa triste.

Antes de que pudiera preguntarle porqué diablos no, el pulso caliente desu grueso y duro pene dilatado se

extendió sobre los labios de mi sexo.Frotó la carne dura, pero flexible desu sexo contra el brote hinchado demi clítoris y yo estaba paralizada.Desesperados sonidos de maullidossalieron de mi garganta, y miscaderas instintivamente sebalancearon hacia atrás y haciaadelante contra su calor. Iba acorrerme e iba a ser increíble.Arriba y abajo movía su pene contrami piel sensible, y lo único quepodía hacer era languidecer mientrastrataba de tener mis estúpidos brazosfuera de mi camisón para poder

tocarlo. Su boca viajó por mi cuerpoy se acurrucó en la parte de atrás demi cuello. Me mordió de nuevo, peroesta vez me incliné hacia él.

—¿Se siente bien, Mascota? —preguntó en un tono de vozrezumando arrogancia. No meimportaba. Asentí con fervor, ybusqué su boca. Dejó sus labiosbailar justo por encima de los míos,todo al mismo tiempo que manteníasu ritmo contra mi clítoris—. Quierooírtelo decir. Dime que se sientebien. Dime cuánto quieres que haga

que ese pequeño coño tuya se corra.

¡Oh Dios mío!

Cada músculo de mi cuerpo se tensóde repente. La apertura de mi coño secontrajo y se aferró a lo que noestaba allí. Mi corazón latía confuerza y mis manos se agarraron a lassábanas mientras mis piernaspresionaban contra Caleb tan fuertecomo podía. El orgasmo estalló enmi cuerpo de manera indiscriminada,engullendo todo a su paso, y estabatan abrumada, las lágrimas corríanpor mi cara.

—¡Te amo! —grité. No pude evitarloy seguí llorando, aún mientras elsemen caliente de Caleb salpicabacontra mi sexo y vientre.

Él jadeó duro y agarró su pene,expulsando todo lo que tenía sobremí. Luego agarró mi culo con fuerzay me apretó mientras su boca una vezmás encontraba la mía. Me besóhasta que ambos nos apaciguamosalgo, y luego suavemente sederrumbó contra mí.

Capítulo 14

Caleb sabía que su pesoprobablemente estaba aplastando aLivvie, pero no estaba preparadopara hacer frente a esta nueva yprovocativa situación. Suponía queera común para una persona,especialmente una persona de sexofemenino, decir las cosas másincreíbles en la agonía de la pasión,pero de hecho, él no podía decir quele hubiera pasado antes. Ella había

dicho que lo amaba. Lo había dichodurante un orgasmo muy intenso, perolo había dicho de todos modos.Incluso ahora, sentía el calor y lahumedad de sus lágrimas en suhombro. No estaba llorando, olloriqueando. De hecho, la forma enque estaba acariciando su muslo conlos dedos le sugirió que estaba muycontenta, si no saciada.

Queriendo poner un punto final a sumalestar, derivado tanto de suspropios pensamientos, como tambiénde la sensación de calor y

pegajosidad, se movió para apartarsede Livvie. Ella hizo una serie desonidos acomodándose mientras éliba quitándose de su lado,limpiándose el semen de la parteinferior de su abdomen con el bordedel camisón. Ella arrugó la nariz,como si fuera la cosa más asquerosaque jamás había visto, él noreaccionó.

No le gustaban las sensaciones quecorrían a través de él. Rememorabael incidente en su mente, tratando deencontrar el momento exacto en el

que había perdido el control y caídobajo el hechizo de la mujer que sesuponía que era su prisionera. Ella nisiquiera podía moverse, pero eraimposible ignorar el dominio queejercía sobre él con sus grandes ojosinocentes y la boca sensualtemblorosa.

Se subió los calzoncillos y se sentóen el borde de la cama, tratando depensar en qué decir. Oyó su suspirosatisfecho justo antes de sentir lacalidez de su mejilla presionadacontra su espalda causando que un

hormigueo se esparciera a través deél. Ella envolvió sus brazosholgadamente alrededor de sucintura.

—Por favor, no lo hagas —Livviesusurró suavemente contra suespalda.

—No hacer, ¿qué?

—Cada vez que sucede algo buenoentre nosotros... eres perversodespués. —Livvie se apretó contrasu espalda y lo abrazó con másfuerza.

La confusión de Caleb estabavolviéndose ira, pero sabía que ellatenía razón. Su instinto era arremeteren un esfuerzo por tener distanciaentre él y Livvie. La había llamadocobarde, la amenazó con humillacióny violencia, incluso se folló a otramujer delante de ella para tratar dedetener lo que estaba pasando entreellos. Nada de eso funcionó. Aquíestaban en otra situaciónemocionalmente comprometida. Eraagotador.

¡Te amo! Las palabras de Livvie se

hicieron eco a través de lospensamientos de Caleb. Bajó lamirada hacia los brazos de Livvie, laforma en que ella lo sujetaba allí. Sedio cuenta de que era una súplicasilenciosa: "Yo podría quedarmecontigo... estar contigo." Calebcerró los ojos y se permitió colocarsu mano en el brazo de ella,conteniéndola allí a cambio.

—No puedo —le respondió,sabiendo que sus palabras eranextrañas. Livvie no había hecho unapregunta ni solicitaba una respuesta,

pero sabía que iba a entender lo queestaba tratando de decirle.

—¿Por qué, Caleb? ¿Por qué no? —susurró. Caleb tragó saliva confuerza. Ella lo comprendería. Sabíaque lo haría, pero le afectaba, noobstante.

¡Porque nada de esto tiene unmaldito sentido! Quería gritar laspalabras, pero dijo:

—Me tengo que ir.

—No, no, Caleb. No tienes que irte.

—Sus brazos se agarraron a élobstinadamente como atornillándose.

Caleb quería corregirla, una vez más,por usar su nombre, pero sentíaridículo hacerlo en este momento.Livvie era jodidamente obstinada.No importaba lo que él dijera ohiciera. En última instancia, no eranmás que algunas órdenes que ella noobedecería. Si había algunatransigencia en el asunto, era que nolo hiciese delante de otros.

—Necesito tomar una ducha —dijoél, con la esperanza de que la lógica

prevalecería.

—Necesito tomar una también —respondió ella—. ¿Podríamostomarla juntos? Necesito tu ayuda.

Caleb se rió con tristeza:

—No necesitas mi ayuda. Odias miayuda.

Livvie frotó la mejilla contra la parteposterior de Caleb mientras se reía.

—Razón de más para que me ayudes.Te encanta hacer cosas cuando te

pido que no lo hagas, es un poco lotuyo.

—Lo es, ¿no es así? —acordó Caleb.

—Así es. También... —ella se movióincómoda—, hay algo que he estadopensando. —Caleb estaba para sudisgusto intrigado por el tonodubitativo, pero excitado de su voz.

—¿Y qué, exactamente, podría sereso? —preguntó Caleb.

Livvie movió su cuerpo hasta queestuvo de rodillas detrás de él y

luego presionó sus pechos desnudoscontra su espalda para susurrarle aloído. Los ojos de Caleb se abrieronlevemente y su corazón se aceleró.

Durante los últimos meses, Calebhabía tomado ventaja durante susencuentros sexuales, y aunque ellasiempre había estado muy húmedacuando la tocaba y tuvo variosorgasmos, siempre había sospechadoque su corazón no estaba en ello y aél no le importaba. De algún modo,las cosas eran diferentes ahora.

—Hazme el amor.

Él sólo pretendía jugar el juego queellos siempre habían jugado, el quelo presentaba a él como el GranLobo Feroz y ella como la pequeña yasustada Caperucita Roja. No habíaestado preparado para el beso o....

—¡Te amo!

Después de que ella hubiera sidolastimada, la trataba como si fueracristal delicado. Había tenidocuidado de no herirla algo más, ocausarle un dolor innecesario.Desafortunadamente, eso le había

permitido a ella abrirse paso haciaalgo más que sus pensamientos. Porprimera vez desde que su vida habíadescendido a este lugar oscuro, algoparecido al cuidado de otra personaencontró un lugar para prosperardentro de él.

Parecía que había pasado una vidadesde que Caleb la había hechosometerse a la voluntad de otro: Esocasi lo había matado la última vez.Sin embargo, el dominio de ellasobre él... era mucho más que físico.

—¿Gatita? —dijo.

—¿Sí? —dijo Livvie vacilante.

—Me corrí sobre ti —dijo Caleb através de una sonrisa.

Livvie rió:

—Sí. —Besó el cuello de Caleb—.Yo también estoy bastante pegajosa.

—¿Ducha?

—Absolutamente —dijo Livvie.

Caleb entró en el baño y miróprimero hacia la ducha y luego a la

bañera. Cualquiera serviría a supropósito, pero cada uno tenía supropio atractivo. La ducha tenía unbanco, y el recinto de cristalatrapaba el vapor para mantenerloscómodos cuando no estuviesen bajoel chorro directo de agua. Caleb tuvouna visión de Livvie aprisionadacontra el vidrio. Lo dejó aturdido porun momento.

—¿La ducha o la bañera? —preguntóLivvie.

—Me estaba preguntando lo mismo.Supongo que depende de ti. Esta es tu

fantasía después de todo —sonrióCaleb y se volvió para mirar aLivvie ruborizarse.

Ella juguetonamente le dio unapalmada en el pecho.

—¡Sí, claro! Estoy segura de que túvas a odiarlo. —Sonrióbrillantemente, pero luego pareciódudar de sí misma.

—¿Qué sucede? —preguntó Caleb.

—Nada. Es sólo que... —se mordióel labio inferior y luego comenzó a

tocarlo con las uñas.

Caleb retiró la mano de su boca.

—Es solo, ¿qué? ¿Cambiaste deopinión? —Estaba a la vez aliviado ymolesto.

Ella negó con la cabeza ligeramente.

—No, es sólo que... nunca he hechoesto antes. —Miró hacia abajo a suspies, luego a él de arriba haciaabajo.

Caleb quería ayudarla, realmentequería. Quería hacerle saber que no

importaba. Cualquier cosa que sedignase a hacerle a él, o con él, seríaperfecto. Pero, francamente, verlaretorcerse era demasiado divertidopara dejarlo pasar.

—¿Nunca has hecho qué? —preguntóy se dirigió a la ducha para abrirla.Esto podría tornarse alborotado. Laducha era perfecta para eso.

Livvie puso los ojos en blanco conexasperación—: Tú sabes qué.

—Gatita —dijo mientras el sonidodel agua corriendo se hizo eco por

toda la habitación—. Si no puedesdecirlo, ¿cómo esperas hacerlo?—Livvie se sonrojó y Caleb sonrió.

—No te burles de mí, Caleb. No megusta ser objeto de burla —dijo, y secubrió los pechos. A Caleb no legustó mucho eso.

Se acercó más, excitándose, con solotomar a Livvie con la mirada. Erahermosa. Había sanado casi porcompleto y Caleb no podía dejar desentirse... agradecido. No habríaninguna cicatriz para Livvie. Almenos, no en el exterior.

El pensamiento de las cicatricesmentales de Livvie le detuvo. Élhabía estado teniendo sueñosúltimamente, viejos recuerdos que lobombardeaban en medio de la noche.Cuando había sido rescatado laprimera vez, estas habían sido unhecho recurrente casi todas lasnoches, pero después de un año o doscon Rafiq se habían detenido. Cuantomás fuerte se había hecho, másseguro de sí mismo y de su destino,más pacíficamente dormía. Odiabaespecular sobre por qué los sueños

habían vuelto ahora y por quémuchos de ellos involucraban aRafiq.

Caleb se paró frente a Livvie y tiróde su cabeza contra su pecho.

—No me estaba burlando, peroGatita... no deberíamos hacer esto.—Caleb se sorprendió al tener aLivvie retorciéndose en sus brazos yempujándolo hacia atrás. Setambaleó un paso atrás, perorápidamente se puso derecho.

Livvie lo fulminó con la mirada.

—No. Vamos a hacerlo. Vas asacarte esos pantalones cortos yentrar en la ducha —señaló ella—, yyo voy a... a....

Caleb se cruzó de brazos y observódivertido y petulante como Livvieluchaba para encontrar las palabras yse sonrojó algo furiosa en el proceso.

—Chuparme la polla.

—¡Sí! ¡Eso! —dijo Livvie seria.

Caleb se rio.

—No hasta que lo digas. De hecho,no hasta que me lo ruegues.

Los ojos de Livvie chispearon deindignación.

—¿Quieres, que te ruegue, que mepermitas chupar tu polla? Eso es...eso es... eres un cerdo.

Caleb se enderezó.

—No, soy tu Amo. —Algo de colorpareció desaparecer de la cara deLivvie—. ¿Lo olvidaste? ¿El que tehaya permitido utilizar mi nombre

cuando estamos solos lo ha hechomenos cierto?

—Por supuesto que no, Caleb. Losiento.

Caleb no estaba enojado, un pocoinquieto tal vez, pero no enojado.Razonó que quizás regresar a algúntipo de normalidad les haría superarla incomodidad.

—Puedes llamarme por mi nombrecuando estamos solos, he llegado aesperarlo, pero esto no significa quetengas derecho a olvidar quién y qué

soy yo para ti. ¿Entiendes? —Empujóun rizo irregular de cabello azabachedetrás de su oreja. Lo tenía muchomás largo. Hermoso.

—Sí, Caleb —susurró ella e inclinóla cabeza hacia su mano. Poco apoco, sus ojos se centraron en lossuyos, sus pupilas cada vez másgrandes—. Por favor, Caleb, déjamechuparte la polla.

Caleb estaba definitivamentemareado. El oírla decir cosas suciaslo llevó a un punto de dolor físico.Se aclaró la garganta. —Métete en la

ducha, Gatita.

Su mano se estiró hacia él yaudazmente la envolvió alrededor desu miembro. Caleb siseó y la empujóhacia la ducha, sujetándola contra elvidrio caliente.

—No lo voy a repetir —dijo Caleb.Livvie agarró el pene de Caleb aúnmás duro y él gimió sobre su cabeza,meciendo sus caderas contra sumano. Este era un lado de ella queCaleb no había visto, nosexualmente. Le gustaba.

—Estás tan duro —gimió y se movióretorciéndose contra él.

—Sácala —instó Caleb la urgencia yel anhelo en su voz fue un vehementeestupor. Pasó las manos por elcabello de Livvie, amando lasensación de su cálido aliento contrasu muñeca. Miró en la piscina delíquido negro que eran sus ojos, eratan inocente, tan sorprendente. Selamió los labios ávidamentepreparando su asalto sobre su presa,inclinando la cabeza hacia abajo,contra su boca. Ella se apartó, sus

ojos se encontraron en un momentodelicado y sensual. Sus ojoscontinuaron mirándolo mientras ellase deslizaba hacia abajo sobre susrodillas.

Caleb dejó escapar un gemidosilencioso mientras sus dedostemblorosos se enrollaban a lo largodel interior del cinturón de suspantalones cortos. Él inclinó lacabeza hacia atrás queriendosaborear cada momento de sussuaves dedos sobre su piel. Sebalanceó hacia delante mientras sus

pantalones cortos se deslizaban haciaabajo y, finalmente, sus dedoshicieron contacto con su carne rígida,liberándolo. Parecía que no existíanada más, nada, solo Livvie. Ellaestiró y envolvió cuidadosamente sumano alrededor de su calientelongitud. Aunque lo apretó, sus dedosapenas lo tocaron.

Incapaz de resistirse, él se balanceóhacia delante tocándola en los labios.

—Eres una engreída. Te dije que temetieras en la duch… —No pudodecir el resto porque la lengua de

Livvie se movió a través de la puntade su pene. Él miraba, estupefacto,como Livvie se alejaba y gotas de sulíquido pre seminal dejaban un rastroresbaladizo en el labio inferior. Sulengua de Gatita salió disparada arecogerlo.

Livvie tragó.

—Sabes bien.

Caleb tomó una bocanada de aire quesacudió su pecho.

—Tú sabes mejor —dijo él y pasó el

pulgar por el labio gordo, rosado. Nopodía esperar para volver a entrar ensu boca y ver esos putos labiossensuales deslizándose de arriba aabajo por su polla. Gimió cuandoella abrió la boca y le chupó elpulgar.

—Gatita. Entra en la jodida ducha.Ahora.

Livvie le dio a su pulgar una últimalamida amorosa.

—Sí, Caleb. —Se puso de pielentamente y abrió la puerta de la

ducha. El vapor se desvió haciafuera, rociando su cuerpo con gotasde humedad.

Caleb se apresuró, deseoso detocarla, de ser tocado por ella. Cerróla puerta de la ducha detrás de él yun momento después la agarró y lainmovilizó contra la pared con sucuerpo. El agua caliente de la duchacaía en cascada por encima de ellosmientras levantaba sus piernasalrededor de su cintura y la mantuvoen ese lugar mientras se besaban.

Livvie gimió en su boca, sus manos

aferradas a los hombros y tirando deél aún más. Sus piernas apretándole,presionando su vagina sinexperiencia contra el estómago deCaleb en una súplica desesperadapor sus atenciones.

Las manos de Caleb recorrían sucuerpo resbaladizo, ahuecando suculo y hundiendo sus dedos en sucarne firme y flexible. Reacio aseguir adelante, pero con ganas dedisfrutar el resto de ella, deslizó sumano hacia arriba hasta su pechoizquierdo, el pulgar y el índice para

encontrar su pezón pequeño y duro ymoverlo en círculos mientras suscaderas giraban. Su miembro, duro ygoteando, chocó contra su culo yCaleb curvó su cuerpo, buscando lacálida hendidura entre sus nalgas.

—Oh. Dios —gimió Livvie. Se unióal ritmo de Caleb, aflojando losbrazos para que su culo se encontrasecon la resbaladiza polla de él.

—¡Joder! —gritó Caleb, apretando aLivvie hasta que ella gimió.

—Caleb, mis costillas —dijo en voz

baja y sin detener sus movimientoscontra él.

—Lo siento —Caleb disminuyóligeramente su agarre. Sólo losuficiente como para dejar de hacerledaño.

—¿Qué está pasando? —se quejóLivvie y se balanceó contra él—.Pensé que iba a chuparte la polla.

El pene de Caleb palpitaba y saltóentre las nalgas de Livvie. Siesperaba más tiempo, le iba a exigirestar en su culo. El pensamiento fue

suficiente para que más gemidossalieran de él, pero, maldita sea,quería una mamada. De repente, pusoa Livvie de pie y le dio un momentopara ganar equilibrio antes deponerle la mano en el hombro einstarla a ponerse de rodillas delantede él.

—Hazlo. Ahora mismo —dijo él.

No hubo discusión, ni vacilación, yel pecho de Caleb parecíaexpandirse con orgullo mientrasLivvie se lamía los labios y ponía suboca sobre él. Las rodillas de Caleb

se doblaron ligeramente y no pudoresistirse a metérsela dentro de suboca, obligándola a recuperar elequilibrio. Gruñó bajo, como si noquisiera que ella lo oyera,empujando tanto como pudososteniendo su cabeza entre susmanos y haciendo su camino.

Su boca era cálida y suavementetierna a pesar de su inexperienciaobvia. Lo tomó en sus manos,lamiendo la cabeza de su penelentamente, y luego se lo puso en laboca. Caleb luchaba contra todo

impulso de obligarla a ir másprofundo. Quería que ella lo hicierapor su cuenta.

—Mmm —gimió ella.

Caleb se hizo eco de sus sonidos,amando la vibración de los labioscontra su polla. Quería más. Más.Más. Más. Su tacto y su boca estabanpor todo el lugar deliberadamente. Eldolor y el placer se mezclaban cadavez que accidentalmente lo rozabacon los dientes, pero luego leacariciaba ese sitio con su lengua.

—Profundo, Livvie. Por favor,mételo más profundo —se encontró así mismo diciéndolo. No podíapensar con claridad y no se dabacuenta de lo que había dicho.

Livvie gimió cuando trató de llevarlomás profundo, su boca se extendíasobre el tallo fuerte y macizo de supene. Los dientes le rasparon, pero aél no le importaba, sabía que seríaimposible tener siquiera la mitad deél, en la boca de ella.

Caleb se negó a tomar el control.

Estaba comprendiendo el hecho deque esta era su fantasía y no la suya.Se preguntó cuánto tiempo habíaquerido mamarle la polla y lamentóla pérdida de tiempo. Livvie fueprofundo y Caleb sintió su gargantacontraerse alrededor de la cabeza desu polla antes de que se apartara parallenar de aire sus pulmones.

Caleb apretó sus manos en puños alos costados, decidido a dejarlarespirar antes de demandarle que locolocase de nuevo en su bocacaliente y húmeda. Suspiró cuando

ella apoyó una mano en su muslopara mantener el equilibrio y con laotra sostenía su polla en su lugarmientras lo tomaba nuevamente.

Ella aumentó su ritmo,permaneciendo con los ojos cerradosy concentrándose en ello. Era más delo que Caleb podía soportar.

Incapaz de resistirse, se agachó haciasu polla y envolvió sus manosalrededor de las de ella, guiándolahacia arriba y hacia abajo con elritmo de su boca.

Redujo la velocidad, y Caleb luchópara no empujar. Más duro. Másrápido. Más profundo. Caleb le tomóla mano con firmeza, moviéndolahacia arriba y abajo por toda sulongitud. Con la otra mano leacariciaba el rostro, persuadiéndolajuguetonamente para que continuasecon su mamada enloquecedora,aliviado cuando comenzó de nuevo.Caleb quitó su mano, dejando aLivvie tenerlo a su modo una vezmás. La mano de Caleb estabacubierta de la saliva de Livvie, aligual que su polla.

Livvie maullaba y gemía alrededorde su polla, chupándoloprofundamente mientras su lujuriacrecía y su instinto se hacía cargo. Lebombeaba con su mano y movía suslabios con velocidad creciente y unapresión firme sobre la punta de supolla.

Caleb se acercaba a su clímax, sucuerpo tenso como un arco. Respiróprofundamente y acariciando con lasmanos los hombros de Livvie,alentándola. De repente, agarró conlos puños su cabello y sacó la polla

de su boca húmeda.

—Abre la boca —exigió.

Livvie estaba impotente mientras élmismo se empujó violentamente otravez hacia su boca y bombeo sólo unpar de veces antes de correrseabundante y fuerte en la boca deLivvie. Ella gimió, pero sus manosempujaron contra sus muslos.

Caleb no podía parar, no podíaevitar el modo en que todavía lasujetaba, vaciándose a sí mismo. Lasintió tratando de tragar el líquido

salado que abrumaba su boca, perohabía demasiado. Se escurría por labarbilla y el cuello. Caleb gruñódesde el fondo de su garganta y susrodillas cedieron bajo él hasta que sesentó a horcajadas sobre ella. Labesó una y otra vez, chupando suslabios y buscando su lengua. Susabor en la boca se sentía como unreclamo, una marca.

—D i o s —susurró a nadie enabsoluto, besando su cuello.

Livvie jadeó con fuerza en el oído deCaleb, agarrándolo para acercarlo

más y devolviéndole sus besosfervientes. Cogió la mano de Caleb ypresionó sus dedos contra su clítoris,gimiendo por atención.

—Es justo —susurró Caleb. Rodeósu clítoris duro y rápido con la puntade los dedos, y en cuestión desegundos, sintió la ráfaga caliente dejugos de Livvie corriendo por fuerade su vagina, mientras ella sedeshacía en sus brazos por segundavez.

—Oh, oh, oh, —gimió ella contra su

oído—: Te amo. Oh, Dios, Te amo.

Caleb estaba demasiado saciadopara importarle que lo hubiese dichootra vez.

Poco a poco, el mundo comenzó atomar forma y Caleb se despegó deLivvie para ayudarla, ya que sus piesestaban temblorosos. Sus ojos seencontraron brevemente antes de queLivvie volviera la cara hacia elchorro de agua sobre su cabeza.Caleb sintió una punzada de rabia alver que enjuagaba su boca, pero sedio cuenta de que tenía que hacerlo.

Trató de no tomarlo como algopersonal.

Ella le había dado tanto, abriéndosede manera plena y exponiendo unaparte de ella que Caleb nunca habíavisto o tocado en otro ser humano.Sintió que debía ofrecer algo acambio. Tenía ganas de ofrecer algoa cambio e incapaz de poder pensaren otra cosa, dijo:

—Fui golpeado casi hasta la muertecuando era un adolescente. —Livviese sobresaltó prestando atención, con

la mirada fija en Caleb. Tomó eljabón y comenzó a hacer espuma ensus manos, antes de volver a Livviecontra la pared y comenzó aenjabonar su piel.

—Era más joven que tú. Es todo loque sé. Un hombre llamado Narweh,usó un látigo conmigo. Había unmontón de sangre. La paliza dejócicatrices, pero me hubiera muertosi... si Rafiq no me hubiera salvadola vida. —Caleb se aclaró lagarganta y se centró en elenjabonado.

Livvie trató de volverse hacia él,pero Caleb no lo permitiría.Simplemente movió su cuerpo en ladirección que él quería y continuólavándola.

Su voz amortiguada rompió elsilencio:

—¿Por qué haría alguien eso?

—Yo era.... —No podía decírselo.No podía hablarle de la persona quehabía sido, ni las cosas que habíahecho. Ella era la única persona quemerecía saberlo, pero se negó a

decirlo—. Yo estaba demasiadodébil como para defenderme por mímismo. En cambio, volví más tarde ylo maté. —Se rió entre dientes,perdido en sus pensamientos—. Conel arma con el que me apuntaste, dehecho —Livvie estaba tensa bajo susmanos, sus hombros tensos.

—¿Esa es...? ¿Es esa la razón por laque sientes que le debes algo aRafiq? ¿Porque él te salvó la vida?

Las manos de Caleb le apretaron sinquerer y Livvie siseó de dolor. Deinmediato la soltó y cogió más jabón.

—Lo siento, —murmuró.

Livvie no lo miraba. Simplemente sequedó mirando la pared.

—¿Y qué hay acerca de mí Caleb?¿No piensas que me debes algo?

Caleb lamentó haber dicho algo en lomás mínimo. ¿Qué había estadopensando al decir algo tan personal?Y a Livvie de entre todas laspersonas a quien planeaba subyugarpara su propio beneficio, para pagaruna deuda de doce años. Fue

imprudente y estúpido más allá decualquier cosa que hubiera hechohasta ahora.

—N o —dijo. Se sentía como unamentira. Era una mentira. Le debíabastante. Había sido ingenuo alpensar que alguna vez sería libre desu deuda. Siempre debería aalguien—. Pero si alguna vez quierestu venganza contra mí, déjamelosaber.

Livvie no dijo nada durante variosminutos antes de que ella se volvierapara mirar a Caleb.

—No quiero venganza, Caleb. Noquiero terminar como tú, dejando quealguna puta vendetta dirija mi vida.Sólo quiero mi libertad. Quiero serlibre, Caleb. No la puta de alguien...ni siquiera la tuya.

Caleb sentía la garganta como siestuviera en llamas mientrasreconocía la sinceridad en laspalabras de Livvie. Este había sidosu juego todo el tiempo. Él lo habíasabido, se recordó a sí mismo enreiteradas ocasiones, incluso a

regañadientes respetaba sus intentos,pero aun así había caído en ello. Semerecía cada pedacito de lo queestaba recibiendo. Lo sabía y no leimportaba.

Dio un paso adelante, quitando aGatita fuera del camino y enjuagó sucuerpo bajo el fresco chorro de agua.Podía sentir la mirada de Gatita en sucuerpo, pero se negó a reconocerla.Una vez que hubo terminado deenjuagarse, abrió la puerta de cristalde la ducha, cogió una toalla y sedirigió al dormitorio.

—Te estás yendo —exclamó Gatita,saliendo de prisa fuera de la ducha yagarrando su brazo.

Caleb le apartó con fuerza y siguióhasta el dormitorio.

—Tengo un montón de cosas quehacer hoy. Has tomado demasiado demi tiempo últimamente, para comoestán las cosas —dijo fríamente. Porun momento, miró alrededor de lahabitación buscando sus pantalones,luego se dio cuenta que no habíavenido usando ningunos porque había

acudido a abordar sus gritos amedianoche algunos momentosdespués de que se hubiera ido adormir.

La miró a la cara y vio el dolor ensus ojos, las lágrimas estaban a puntode salir. Ella tragó saliva paramantenerlas a raya mientras con susmanos se tapaba los pechos.

—¿Te vas a ir ahora, después detodo? Pensé... —su voz se fueapagando, titubeando en algún lugarentre la ira y el dolor. Algo seretorció dentro del estómago de

Caleb ante la visión de ella. Queríabesarla y decirle cosas que hicieranparar su llanto, pero entonces, justocuando había considerado tal cosa,fortifico su ira y se decidió.

—¿Tú que pensaste? ¿Pensaste queofrecerme tu pequeño coño iba ahacer algún tipo de diferencia?¿Pensaste que chuparías mi polla yyo te daría cualquier puta cosa quequisieras?

Sus palabras le hirieronprofundamente, como él pretendía.

Quería asegurarse de que no hubieraabsolutamente ninguna confusión.Caminó hacia ella y le levantó labarbilla y ella instintivamenteretrocedió, tratando de alejarse de sumano. Él la agarró más fuerte,sosteniéndola en su lugar.

—Aunque me pareció muy lindocuando dijiste que me amabas. —Élvio sus hombros caer de formavisible y luego como cerraba losojos lentamente. Soltó su rostro y sinponerse histérica, ella caminó haciala cama y apoyó la cabeza sobre la

almohada y se puso en posición fetal.

Por unos pocos momentos, esperóque tomase represalias, pero ella nodijo nada. Caminó tranquilamentehacia la puerta, la abrió, y salió sindar un vistazo en su dirección. Cerróla puerta detrás de él con suavidad, ytorpemente se preguntó por qué derepente se sentía vacío. Envuelto ennada más que una toalla, se dirigióhacia su habitación.

Una vez dentro de su habitación,Caleb se detuvo un momento,mirando a la nada mientras el agua

goteaba de él. Livvie había dicho quelo amaba y él la había hecho sentirseestúpida. Algo se retorció en susentrañas ante el pensamiento y elrecuerdo de sus lágrimas. A menudopensaba que se veía hermosa cuandolloraba, porque estaba nerviosa,temerosa, o avergonzada, pero estono era lo mismo, realmente la habíaherido.

Ella también le había herido. Calebno podía cambiar quién era.

No había pensado en Rafiq en un

tiempo muy largo. Había estadodemasiado ocupado jugando a lascasitas con Livvie. Demasiadoocupado para pensar en la deuda quetenía y por qué estaba en deuda. Fueprobablemente la razón por la cualRafiq había estado en sus sueñosúltimamente. Era la manera en que susubconsciente le recordaba que noperdiera el eje. Lo había ignorado.No podía hacerlo más.

La noche anterior había tenido unsueño acerca de hablar con Rafiqsobre el asesinato de su madre y su

hermana. Caleb había estado en elestudio de Rafiq, aprendiendo elalfabeto inglés y el sonido que hacíacada letra. Se había sentidoorgulloso de descubrir que podíausar los sonidos de las letras paradar sentido a las palabras. Habíanempezado a parecerse menos a unacolección de líneas onduladas y pocoa poco, pero sin pausa, podía leeralgunas palabras sin que sonaranfuera de lugar.

Rafiq le había estado enseñandoinglés y español al mismo tiempo,

porque utilizan las mismas letras.Había sido confuso al principio,porque no hacían los mismossonidos, pero Caleb estabaaprendiendo. El árabe y el urdu sonmucho más difíciles de leer, peromás fácil de hablarlos porque habíacrecido con ellos. Su ruso era undesastre en ambos aspectos, peroRafiq insistió en que lo aprendiese.

Caleb sabía que tenía que aprenderel ruso, porque era la lengua nativade Vladek. Caleb se había vueltoávido de información acerca de

Vladek después de la muerteNarweh, pero Rafiq a menudo serehusaba a dar demasiados detallescuando se trataba de los asesinatosde su madre y su hermana.

En algún lugar de su mente, Calebsabía que el incidente era dolorosopara Rafiq, pero como Caleb no teníamadre o algún hermano, que élsupiera, era difícil circunscribir sumente en torno de las emociones deRafiq. Con la excepción de la sed devenganza de Rafiq, que Calebentendía empíricamente, a menudo se

preguntaba con qué se estabamanejando Rafiq emocionalmente.

Rafiq le había dado un largo discursosobre la familia, la lealtad, el debery el honor. Dijo que teníaresponsabilidades hacia su padre ysu país.

—Espero obediencia, Caleb. Esperotu lealtad. Todo el que me traicionasólo lo hace una vez. ¿Entiendes? —Rafiq dijo ominosamente.

—Sí, Rafiq, lo entiendo —habíarespondido Caleb.

Caleb finalmente volvió de suslejanos pensamientos y comenzó asecarse y vestirse. Iba a ser un día demierda. Hasta ahí, era obvio. Ungolpe en la puerta llamó su atención.Respondió y Celia inmediatamentebajó su mirada y realizó unaprofunda reverencia.

—¿Qué quieres? —preguntó con másdureza de lo que pretendía.

Celia se levantó despacio, mirándolocon confusión, pero luego explicóque su Amo, Felipe, había solicitado

una audiencia con él.

Caleb accedió a regañadientes abajar las escaleras después de queestuviera completamente vestido.También le recordó que por favoralimentase a Gatita. Él no iba avolver a su habitación durante el díay no quería que estuviera hambrienta.Celia asintió con la cabeza, le dio loque él interpretó como una miradacrítica y se alejó. Caleb cerró lapuerta detrás de ella.

Caleb se vistió rápidamente, pero noporque tuviese ninguna prisa en

particular. Después, bajó lasescaleras y se encontró con Celia enla parte inferior. Tomó nota de laexpresión severa e instintivamentesabía que tenía que ver con el estadoen el que había dejado a Gatita. Sinembargo, tenía mejores cosas quehacer que contemplar el despreciodel maldito juguete sexual de otrapersona.

—Llévame a él —dijo.

Celia lo miró con abierto desdén,pero sin embargo bajó la cabeza en

reconocimiento y guio el caminohacia la biblioteca de Felipe. Era lamisma habitación en la que porprimera vez había encontrado aRafiq, y por un momento, tuvo quepreguntarse si de verdad era Felipequien lo saludaba cuando entró.Cuadró los hombros y se preparómentalmente para cualquiereventualidad.

Celia llamó a la puerta de labiblioteca y esperó la admisión deFelipe antes de mirar a Caleb porúltima vez y se marchó hecha una

furia.

Que te jodan a ti también.

—Pase, señor Caleb. Vamos a teneruna conversación —dijo Felipejovialmente. Lo que fuera que estabasucediendo con la lameculos deCelia, Felipe no parecía compartirlo.

—¿Puedo ofrecerle un whisky? —Entró en la biblioteca y Caleb tomóla bebida que Felipe le ofreció.

—Gracias{17} —dijo Caleb y sesentó en una silla para lectura cerca

de uno de los estantes con libros. Senegaba a sentarse frente al escritoriode Felipe.

—De nada{18} —respondió Felipe yse unió a Caleb al lado de los libros.

Caleb se acomodó en su asiento ytomó un sorbo de su whisky. Quizásera demasiado temprano para beber,pero pensó que ya había sido un díalargo. Estaba ansioso por tener estaconversación con Felipe terminada yencontrar diversiones másinteresantes para el resto del día.

—Perdóname, Felipe, pero ¿por quéestoy aquí? —Caleb llegó al punto.

Felipe sonrió y tomó un sorbo de suvaso.

—Sólo quiero hablar. Tú y tuesclava habéis estado aquí desdehace bastante tiempo y hemoscompartido muy pocasconversaciones.

Caleb suspiró, pero trató demantenerse respetuoso:

—¿Qué quieres discutir?

Felipe se echó hacia atrás.

—Tan serio, amigo mío. ¿Cómo vanlas cosas con la chica? —preguntóFelipe.

Era demasiado informal para el gustode Caleb.

—Bien.

—¿Sólo bien? —Felipe parecíaincrédulo.

La cara de Caleb se calentó con unaira creciente.

—Felipe, me doy cuenta de que eresun amigo de Rafiq, pero no veo cómola chica es de tu incumbencia. Comotú has dicho, hemos estado aquí porun tiempo, ¿por qué el repentinointerés?

—Gatita —dijo Felipe a través deuna sonrisa empalagosa—, el nombrede la chica es Gatita, ¿no?

—Sí —dijo Caleb con los dientesapretados.

—Bueno, Caleb —la expresión deFelipe de repente se volvió siniestra

—, Gatita es tu negocio, pero Celiaes el mío y ya que te has involucradoen mis asuntos, yo no veo mispreguntas como una intrusión en lostuyos.

Caleb había esperado esto muchoantes.

—¿Qué es lo que quieres, Felipe?

—Bueno, para ser honesto Caleb, tehas pasado de la raya y has causadoa mi casa una gran deshonra. Mipropósito aquí es dejarte hacer locorrecto.

El fuego se propagó a través delcuerpo de Caleb y la ira brilló en susojos.

—¿A qué deshonor te refieres?

—Tú sabes cuál —dijo Felipe. Lamalicia bordeaba su tono.

—No hice nada fuera de lo común, yno tenía ni idea de que estabas tanenamorado de tu propiedad. Túobviamente no sientes tanto amorhacia tus caballos. Creo que montéuno de ellos una vez también. —Caleb fue deliberadamente

presumido.

El cuerpo entero de Felipe se tensócon rabia, pero sin embargo sonrió.

—Debes tener cuidado, Caleb —dijoFelipe con calma—. Soy un hombremuy peligroso en algunos círculos yme he enterado de muchas cosasacerca de un gran número depersonas. Tú incluido.

—Ten cuidado —dijo Caleb con losdientes apretados.

—He estado observando, Caleb. Te

he estado observando. Y a Gatita —dijo Felipe. De repente, él era elpresumido—. Me pregunto quépensaría Rafiq si viera lo que hasestado haciendo.

—¿De qué diablos estás hablando?—gruñó Caleb.

—Cámaras, Caleb. Un hombre comoyo, en el negocio en el que estoy, nopuedo confiar en nadie. Y por eso,observo a todo el mundo —dijoFelipe y sonrió.

El corazón de Caleb golpeó

ferozmente en su pecho, pero hizotodo lo posible para mantener lacalma. Pensó en todo lo que habíapasado entre él y Gatita desde quehabían llegado. Pensó en todas lascosas que le había confesado,creyendo que estaban solos. Erasuficiente para tenerlo hirviendo derabia y zumbando de ansiedad.

—¿Qué es lo que quieres, Felipe?

Felipe negó con la cabeza.

—Realmente no quería ir por esecamino, Caleb. En verdad, no te

deseo ningún mal. Yo sólo queríahablar. Tú eres el que hizo de estoalgo desagradable.

Caleb trato con su mano fingir ungesto de remordimiento.

—Mis disculpas. He tenido una malamañana.

Felipe sonrió.

—Sí, lo sé. Sin embargo, tengo laintención de mantener lo que conozcopara mí mismo. Sólo deseo que meconcedas un favor.

La mandíbula de Caleb le dolía de lomucho que estaba rechinando losdientes.

—¿Qué favor?

—Habrá una fiesta mañana por lanoche. Me encantaría que tú y Gatitaasistierais —dijo Felipecordialmente.

—¿Eso es todo? ¿Quieres quevayamos? —Caleb no se lo creyó.

Felipe arqueó una ceja.

—Bueno... ya que tú has hecho usode mi Celia, yo esperaba poder pedirprestada la tuya para la noche.

—Ella no es mía y sabes que esvirgen —dijo Caleb.

—Sí, pero también sé que ella tieneotros talentos que no requieren queella quede... —pretendía luchar porencontrar una palabra—,comprometida.

Caleb no quería nada más queagarrar por el cuello a Felipe yasfixiarlo mientras la vida salía de él

de manera lenta y de un modosatisfactorio, pero sabía que sóloempeoraría las cosas.

—Quiero lo que tienes y tu garantíade que Rafiq no oirá nada respecto aeste asunto.

Felipe sonrió y asintió con la cabeza.

—Por supuesto, Caleb. Sé que tepreocupas por la chica. A Rafiq no leva a gustar, pero lo entiendo. Ella esmuy... interesante.

—Sí —dijo Caleb arrastrando las

palabras.

—Ella te ama —dijo Felipe.

Caleb dejó de lado esas palabras.

—¿Estará Rafiq en la fiesta? Ha sidodifícil ponerse en contacto con elúltimamente —dijo en cambio.

—Hmm —dijo Felipe—, estas cosasson siempre tan desafortunadas,cuando suceden.

Caleb miró al otro hombre conmucho cuidado.

—¿Qué quieres decir, Felipe?

—Rafiq se ha estado alejando de ti.—Su expresión fue de asombrocuando Caleb no respondió—. ¿Estástan involucrado con tu juguete que note has dado cuenta?

Caleb bajó su copa. No lo creía. Lasola repercusión o consecuencia deello eran inadmisibles.

—La subasta será en un poco más dedos semanas, ha estado preocupado.Sé que estará aquí en cualquiermomento. Te estoy preguntando si va

a estar en la fiesta mañana por lanoche.

—Sí —dijo Felipe ominosamente—.Creo que lo hará. ¿No crees quesería una oportunidad perfecta paramostrar todo el progreso que hashecho con la chica?

—Sí —susurró Caleb. Suspensamientos estaban arriba conGatita y su pecho se sentía al mismotiempo vacío y lleno. Su tiempoestaba llegando a su fin. No, se habíaterminado. Déjala ir, Caleb.

Caleb se levantó y salió de lahabitación. Ya había tenidosuficientes enfrentamientos de mierdapor un día.

Capítulo 15

Las dos de la mañana. Caleb se pusofrente a la puerta de Gatitaabsorbiendo el conocimiento de queno tenía ninguna elección en lo quetenía que pasar a continuación.Después de su enfrentamiento conFelipe había pasado el díarecorriendo su habitación. Habíaencontrado varias cámaras y todavíano podía tener la certeza de que lashabía encontrado todas. Felipe era un

bastardo enfermo, un obvio mirón sinningún sentido de la decencia o lavergüenza.

Caleb había esperado que alguientratara de detenerle antes de rompertodos los lentes que encontró, peronadie lo hizo. De hecho, todo elmundo se había mantenido alejado deél. Caleb no estaba seguro de si esoera bueno. Le hubiera encantadopagar su frustración con alguien.

Después de que estuvorazonablemente seguro de que habíaacabado con las cámaras, pensó

largo y tendido acerca de todo lo queFelipe podría saber. Las respuestasfueron nauseabundas. Habíaencontrado cámaras en la ducha,discretamente ocultas en la rejilla deventilación. Lo que había asumidocomo un tornillo que sostenía lasluces sobre el espejo del baño, habíaresultado ser una cámara. Felipe lastenía por todas partes. Había visto aCaleb masturbarse, mierda, e inclusocastigarse.

Caleb decidió que mataría a Felipecuando fuera el momento adecuado.

Por ahora, Felipe tenía buenas cartasy Caleb no tenía ninguna para jugar.Rafiq iba a volver mañana por lanoche. Querría ver a Gatita yasegurarse de que estaba lista.Querría que Caleb y Gatita volvierana Pakistán y se prepararan para lasubasta en Karachi.

Todo estaba llegando a su fin y nohabía nada que Caleb pudiera hacerpara evitar lo inevitable. No habíanada que pudiera hacer a menos queestuviera dispuesto a renunciar atodo lo que sabía, tal vez incluso su

propia vida. Caleb había luchadodemasiado tiempo y luchó muy duropara sobrevivir. El perder ahora erainaceptable.

Caleb abrió la puerta lentamente yentró en el cuarto de Gatita. Se diocuenta de inmediato que no habíaencendido la luz de noche, que eracaracterístico de ella y hacía que lahabitación estuviera inusualmenteoscura. Se tomó un momento paraadaptarse a la oscuridad, a pesar deque realmente no lo necesitaba.Había estado en su habitación el

tiempo suficiente para habermemorizado la distribución. Seacercó a la cama y escuchó larespiración de Gatita. Por unmomento pensó en abandonar lahabitación y dejarla dormir en paz,pero se estabilizó, tenía que serahora.

Abrió las cortinas y dejó que la luzde la luna se derramara por lahabitación y en su figura dormida. Laestudió atentamente y notó que susojos estaban rojos e hinchados. Sucuerpo estaba abrazando una

almohada y su cabello yacía sobreotra, el edredón subido hasta labarbilla. Extendió la mano y tocó supelo. Gatita suspiró nerviosamente yse enterró más profundamente en sumanta.

"Sé amable", había dicho ella,cuando la había mirado a los ojosantes. Levantó una esquina de lacolcha y se encontró con su hombrodesnudo y un poco más abajo, laespalda y las costillas desnudas.

—Si tan sólo lo pudiera ser —susurró en la oscuridad, seguro de

que ella no podía oírlo. Echó haciaatrás la manta y la lujuria tiró fuerteen su vientre.

Gatita despertó, sobresaltada ydesnuda, antes de sentarse se cubriócon una almohada.

—¿Qué está pasando? —Ella sefrotó los ojos.

—Ven conmigo —dijo con lavalentía suficiente para hacerle saberque no estaba de humor paraprotestas. Ella vaciló por unmomento, y luego tiró la almohada a

un lado y se puso delante de él conuna expresión interrogante. La miró alos ojos fijamente y vio como laspreguntas desaparecían mientrasbajaba la vista hacia sus pies.

—Vamos —dijo, y se dirigió a lapuerta con ella siguiéndole de cerca.Caminaron por el pasillo en silencio,lo que era a la vez mejor y peor,pensaba Caleb. Miró hacia atrás,esperando ver sus ojos errantes, peroella parecía más preocupada por supropio temblor.

—¿Tienes frío? —preguntó, bajando

las escaleras.

—Un poco, Amo, —respondió consuavidad. Se detuvo por un momento,sorprendido por su forma dedirigirse a él, y luego continuócaminando.

—No será por mucho tiempo.

Caleb no le gustaba la idea de alejara Gatita para siempre. No le dabaninguna satisfacción saber que prontollegaría a odiarlo con tanto fervorcomo para aniquilar todos loscálidos sentimientos que pudiera o

no albergar hacia él. No le gustabasaber que Felipe, y posiblementeCelia, la habían estado observando,observándolos, desde que llegaron.Sin excepción, odiaba la idea de queella fuera vendida a VladekRostrovich. De todos modos, sehabía pasado todo el día tratando dehacer las paces con cada una de esascosas.

Mientras descendía las escaleras,oyó golpear los desnudos pies deGatita contra el mármol detrás de él.Miró hacia atrás y vio sus pechos

rebotando mientras tomaba cadapaso. Si quedaba algo por lo queestar excitado, era el placer culpablede tener todavía tiempo para estarcon Gatita. Incluso si el tiempo lopasaba torturándola con el placer oel dolor... o tal vez a causa de ello.

Los gustos de Caleb, aunque seestrecharan hacia una personaespecífica, no habían cambiado.Todavía le gustaba el poder y elcontrol. Todavía le gusta saborearlas lágrimas de Gatita y forzarla asufrir por el placer que ella primero

había dicho que no quería. Enresumen, seguía siendo el malditoenfermo que siempre había sido e ibaa disfrutar cada minuto de lo quetenía esperando en la planta baja dela mazmorra. Se había asegurado deretirar las cámaras.

Al llegar al pie de la escalera, sevolvió y esperó a Gatita.

—Deja de mirar a tu alrededor y dateprisa — espoleó Caleb.

La mirada de Gatita se encontró conla suya por un momento fugaz antes

de que cubrirse los pechos con lasmanos y dar a los últimos pasos unritmo acelerado. Mientras estaba depie delante de Caleb, pudo ver lomucho que temblaba.

Caleb se volvió rápidamente y sedirigió hacia su destino con Gatitapisándole los talones de cerca.Finalmente, se acercó a la pesadapuerta de madera que los llevaríahacia abajo, a lo que había sidoanteriormente una bodega, pero ahoraera una mazmorra diseñada paraactividades mucho más interesantes.

A regañadientes tuvo quereconocérselo a Felipe: el hombretenía una imaginación impresionante.

—Dame tu mano —le dijo a Gatita.Se sentía fría y pegajosa al tacto,pero Caleb no lo mencionó cuando seadentró en la oscuridad de allí abajo.Colocó cuidadosamente cada paso yguío a Gatita. Unos pasos más yCaleb alcanzó el interruptor de laluz. La luz parpadeó mientrasaparecía y bañaba las escaleras conun resplandor amarillo suave.

El temblor de Gatita se intensificó y

se aferró a su mano. Aunque Calebtiró suavemente, ella no se movióavanzando más por las escaleras. Talera la naturaleza de su aprensión queparecía incapaz de moverse. Sinembargo, no estaba rogando, noestaba llorando. Su miedo eraevidente, pero más evidente era suvalor.

Sin decir una palabra, Caleb sevolvió y colocó la mano de ellasobre su hombro. Gatita jadeó, perono protestó. Se aferró a él con fuerzamientras bajaba las escaleras hacia

atrás.

—Esta solía ser la bodega —dijo envoz baja contra la curva de sucadera. Su cuerpo se estremeció denuevo, pero esta vez no tenía nadaque ver con el frío. A su alrededorhabía ligaduras e instrumentos deinfligir dolor. En el centro de lahabitación había una mesa granderevestida en cuero con siniestraspiezas de metal.

Caleb suspiró profundamente.Aunque no le gustaba la razón por laque estaba haciendo esto en este

momento en particular, sabía que eraalgo que aun así, iba a disfrutar.Incluso ahora, se endureció mientrasella impulsaba su peso hacia arriba yconseguía agarrarse alrededor de élenvolviéndolo con fuerza. Estabaseguro de que ella no se esperaba loque estaba a punto de hacer. Lelevantó las piernas y tuvo queenvolvérselas alrededor de la cinturamientras la soltaba bajándola de suhombro entre sus brazos. Se tomó unmomento para deleitarse con el olora limpio y húmedo de su pelo, eltacto de sus pechos calientes

apretados contra su pecho, y su coñoabrazado firmemente contra suvientre.

—Lo primero que debes saber —dijo en voz baja contra su cabello—,es la obediencia que se espera, yserá forzada si es necesario. —Deslizó una de sus manos por suespalda y sobre la curva de sutrasero, hasta que llegó a losligeramente separados labios de sucoño. Ella jadeó y se congeló en susbrazos.

—Y que a pesar de cómo te

atormento, siempre encuentro unamanera de hacer que te sientas bien.—Le frotó suavemente su clítoristímido y listo para hincharse bajo susdedos—. ¿No es así? —Ella asintió,pero le agarró con más fuerza—.¿Confías en mí? —Ella negó con lacabeza.

Caleb suspiró. —Supongo queaprenderás a hacerlo.

Se acercó a la mesa y la acostó, sucuerpo aferrado firmemente al deella que silenciosamente se negó a

dejarlo ir. Sus ojos se empañaron delágrimas y el miedo agazapado en suinterior era inconfundible.

—Confía en mí, —dijo Caleb. Metióla mano detrás de su cuello ysuavemente arrancó los brazos parasujetarlos con su mano derecha cercade su pecho—. Sé que piensas que note he dado una razón para confiar enmí, pero nunca te he hecho daño sipiensas en ello.

—Caleb... por favor —susurró.

Caleb sabía que ella no había

querido hablar. Vio como negaba conla cabeza y cerró los ojos. Tal vezestaba esperando su ira, Caleb sabíaque ella tenía derecho a esperarlo,pero no estaba enojado. Estabademasiado excitado para sentir ira.Demasiado sorprendido de lo bienque se sentía que lo llamara por sunombre. Incluso si en lo más básicodel entendimiento, era elrecordatorio de que eso no podíadurar entre ellos. Su tiempo juntosera corto.

—Pon tus piernas en los estribos... y

no uses mi nombre de nuevo —dijoCaleb. Ignoró el dolor en los ojos deGatita. Ignoró el dolor en su pecho.

De pronto dio un paso atrás,mirándola con autoridad cuando ellase incorporó y cruzó los brazos sobresu desnudez. Miró a los accesoriosde metal con curiosidad, y luegopuso sus piernas en los estribos sinpestañear. Un rugiente silencio llenóla habitación mientras la veía, laestudiaba. Se sentó en el borde de lamesa con los muslos y las piernasabiertas en los estribos y los brazos

rígidamente fijados detrás de ellapara apoyarse, Caleb sólo podíaimaginar lo que estaba pensando.

—¿Todavía tienes frío? —preguntó.

—No, Amo —respondió ella confrialdad.

—Acuéstate —dijo, igual de frío.Poco a poco, obedeció. Se acercó yfijó sus muslos a los estribos atandola correa de cuero grande alrededorde cada uno de ellos y haciendo lomismo con sus pantorrillas y lostobillos. Sería imposible que se

movieran y Caleb podía ver que ellalo sabía también. Su pecho se movíaarriba y abajo, rápido y profundo.

Lentamente, se apartó hacia laesquina donde tomó una sillaplegable. Los ojos de ella seguíantodos sus movimientos y el corazónde Caleb se aceleró mientras suentusiasmo y su inquietud crecieron.Colocó la silla abajo entre suspiernas abiertas, fuera de su vista yse sentó en ella.

La excitación de Caleb creciócuando los muslos de Gatita

temblaron y trató de cerrar laspiernas en vano. Su vagina estabaabierta a su vista, a su tacto, a cadacapricho y voluntad. Intentó que nose le subiera a la cabeza.

—Tócate —le ordenó suavemente.

—¿Amo? —Gatita estaba inquieta.Dio un respingo cuando Caleb pasóun dedo a lo largo de la unión de susexo.

—Aquí —dijo. Hizo círculosalrededor de su clítoris—. Tócatejusto aquí. Quiero observar cómo te

corres.

Las caderas de Gatita se inclinaronhacia adelante por el más elementalde los grados, la fuerza del deseo yaestá haciendo que sus pezones sepusieran duros y su vagina se mojara.Ella vaciló, pero sólo por unmomento. Tragó saliva y se mordióel labio, hizo lo que le pidió y pusosu mano derecha sobre su sexohinchado.

—¿Tú te tocas, Gatita? —preguntó.Deliberadamente dejó que el calorde su aliento acariciara su carne

extendida.

Gatita se estremeció. —A-a-a veces.

—¿Te haces correrte a ti misma? —Caleb cuidadosamente colocó sumano sobre la de ella y presionó susdedos más profundamente en supropia carne. Gatita gimió,flexionando las caderas hacia arriba,hacia sus manos.

—¡A veces! —se quejó en voz alta.

Caleb sonrió, aunque sabía que ellano podía verlo. Sus ojos estaban

fijos en el techo encima de la cabeza.Caleb se inclinó hacia delante y pasósu la mandíbula a lo largo delinterior de su muslo.

—Muéstramelo —dijo.

El cuerpo de Gatita se tensó, podíasentirlo bajo su mejilla. La oyó tomarun hondo y tembloroso respiro yluego su mano se movió debajo de él.La besó en la parte interior de larodilla mientras se echaba para atrásy ajustaba la dolorosa erección ensus pantalones. Cada momento conella parecía a la vez doloroso y

dulce. Vio cómo sus dedos pequeñosy delicados encontraron el vértice desu placer y lo tocaron de formaexperimental. Él sonrió de repente yse llevó la mano a la boca, dándosecuenta al instante del olor saturadode sus dedos, tuvo el repentinoimpulso de lamerlos, pero no lo hizo.Sabía que sólo conduciría a otrascosas.

Gatita arqueó su espalda. Se frotó elpequeño brote con una crecientepresión y velocidad que su humedadhizo que la carne de su sexo

estuviera cada vez más resbaladizaentre sus dedos. No pasó muchotiempo antes de que un suave, peroinsistente gemido empezara a rompersus labios.

Caleb podía sentir el latido de sucorazón en su polla, mientrastrabajaba para impulsar la sangrehacia su erección. Sabía que nodebería estar tan excitado, no cuandoél ya se había corrido dos veces, unaen contra de su coño, y de nuevo enla boca. Sin embargo, el recuerdo yver a Gatita mojada hizo poco para

calmar su deseo y más que avivarlo.

Gatita sacudió sus caderas haciaatrás y hacia adelante, lentamente alprincipio y luego con crecienterapidez cuando su desesperaciónevidente creció. Sus dedos frotaronsu clítoris un poco y se convirtióvisiblemente más rojo, más hinchado,pero los sonidos de Gatita de hechohabían pasado de necesidad a lafrustración.

—No puedo... No puedo cuando meestás mirando —dijo.

Caleb sonrió.

—La segunda cosa que debes saberes tomar el placer siempre quepuedas. —Mientras pensaba en loque estaba tratando de expresar, susonrisa se desvaneció—. Conoce tucuerpo, Gatita. Tienes que saber loque te excita. La mayor parte deltiempo vas a ser responsable de tupropio placer. Habrá ocasiones enlas que te parezca imposible,ocasiones en las que será imposible.De cualquier manera, tendrás que serconvincente. Convénceme a mí.

Los dedos de Gatita se detuvieron yel único sonido en la habitación erael sonido del aire entrando en suspulmones. Ella saco su mano de sucuerpo y trató de incorporarse.

Caleb se levantó y la miró a los ojosllorosos cuando puso sus manosdetrás de ella para mantener elequilibrio.

—Caleb —su barbilla temblaba—,no. —Parecía estar buscando algomás que decir, más emociones queexpresar.

Caleb no quería oír lo que tenía quedecir. No podía soportar la idea deescuchar. Se acercó más y estiró elbrazo detrás de ella en busca de sumano, apenas evitando su bocamientras ella se volvía para besarlo.No podría soportar eso tampoco.

—Amo —dijo—, no Caleb.

—Pero... tú dijiste...

—Sé lo que dije, Gatita. Fue un error—dijo. La estaba confundiendo, ypor eso, lo lamentaba. Había sidoegoísta de su parte permitir tal

intimidad, cuando ella no lepertenecía .

Gatita sollozó una vez, dos veces,pero luego asintió.

Caleb le tomó la mano y se lacondujo de vuelta a la mesa. Antesde que más lágrimas fueranderramadas o palabras fueranpronunciadas por parte de Gatita, letomó los dedos mojados en su boca ysaboreó su vagina en ellos. Cerró losojos mientras el sabor de ella, dulcey agrio, explotaba sobre su lengua.Gimió en voz baja, chupando en su

boca hasta que vio los ojos de Gatitaampliarse y oscurecerse, señalandosu excitación.

Lentamente sacó sus dedos de laboca y los guio de nuevo al sexo deGatita. Ella cerró los ojos por unbreve instante y levantó sus caderaspara encontrarse con ellos.

—Has estado tocando tu clítoris —susurró, haciendo pequeños círculoscontra su clítoris con los propiosdedos—. No te olvides que tieneseste pequeño agujero delicioso. —

Guio los dedos de ella hacia abajo yempujó la punta del esbelto dedo delmedio en su vagina.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella. Suespalda se inclinó y congeló sucuerpo, pero Caleb se dio cuenta deque sólo estaba ajustándose a nuevassensaciones y no corriéndose.

—¿Es bueno, Mascota? —Lepreguntó.

Gatita sólo asintió con la cabeza ydejó que su cuerpo se dejara llevarde nuevo con cuidado antes de que

sus caderas comenzaran a mecersecontra su mano. Caleb lentamenteretiró la mano y volvió a sentarse ensu silla para mirar. Gatita ahuecó supecho distraídamente y presionó suendurecido pezón entre sus dedos,como Caleb había hecho tantas vecesantes. Gimoteó, su anterior temorfugaz ante su creciente placer.

Observó los dedos de Gatita, el delmedio profundizando un poco máscon cada embestida vacilante. Calebsintió que sólo podría soportarlo unpoco, sobre todo con el sabor de ella

todavía predominando en su boca.Una vez más, puso su mano sobre lade ella. Se maravilló de la forma enque su cuerpo parecía vibrar con lanecesidad. Ella trató de seguirtocándose, pero su mano se loimpidió. Caleb respiró bruscamente,mareado de deseo. Se inclinó haciadelante, deslizando su lengua a travésde sus dedos.

Gatita gritó. Se retorció contra sugentil boca, haciendo sonar losestribos y llenando la habitación consu desesperación. Era demasiado

suave. Sabía que no había manera deque pudiera correrse con el suavelamer. Así que siguió lamiendo, aveces empujando la punta de lalengua en su sexo. Le encantaba laforma en que ella gimoteaba,lloriqueaba y gemía.

Después de un tiempo, sin embargo,supo que tenía que parar, de locontrario no se detendría. Se puso depie y miró al cuerpo tembloroso deGatita. Ella volvió la cabeza y cerrólos ojos mientras su pecho subía ybajaba con el esfuerzo de su

respiración. Suspiró profundamente ysaboreó el gusto y el olor de ella.Tenía que ser ahora. Tiró delpequeño cajón unido a la mesa.

—Eres hermosa, Gatita —dijo. Sacódos juegos de esposas. Ella no abriólos ojos, pero se estremeció al oír elsonido de las esposas—. Has sidomuy, muy, muy buena. Espero que losigas siendo. —Esposó la muñecaderecha de ella a la mesa concomodidad y sonrió cuando por finabrió los ojos y lo miró con esosgrandes e inquisitivos ojos marrones

—. No te estás resistiendo —dijocon una sonrisa brillante—. Estoyimpresionado.

Ella dudó cuando él alcanzó sumuñeca izquierda, pero entonces subrazo se relajó y aceleró larespiración. Fijó sus esposas,extendió la mano y trazó su pezóncon su dedo índice. Su polla temblócuando el suspiro de ella llenó elsilencio. A continuación, le vendólos ojos lo que se sumó a laembriagadora tensión en su cuerpo.A Caleb le sorprendió que no

hubiera dicho una palabra o que nose hubiera resistido de manerasustancial. No podía decidir sirealmente había querido que ellafuera tan maleable.

—¿Qué estás pensando? —preguntó.Lentamente alcanzó la máquina quedaría como resultado la sorpresa quehabía planeado.

Gatita se lamió los labios.

—Estoy pensando... —ella ondulabacontra sus ataduras—, en cuántoquiero que termines lo que

empezaste.

Caleb se rio entre dientes. —Confíaen mí. Tengo la intención de hacerlo.—Giró el interruptor de la máquina.Se hizo un zumbido siniestro, no muydiferente de un generador.

Gatita trató de moverse al mismotiempo, su esfuerzo resultaba en nadamás que en el sonido metálico de lasesposas contra la barandilla y nadamás.

—¿Qué es eso? —gritó ella.

—¿Quieres que también teamordace? —preguntó Caleb. Gatitanegó con la cabeza violentamente—.Está bien, entonces, déjame terminar.

Gatita se tensó contra sus atadurascuando los dedos de él se agarrarona su clítoris sensible y le fijó unaabrazadera acolchada. Ella movió sutrasero tratando de sacudirse, perono se movió.

—Quería que fueras buena yestuvieras lista para esto. Y lo estás;estás muy cerca —chupó con fuerza

el pezón, a pesar de su crecientetemor, ella arqueó su espaldatratando de empujar más de su teta ensu boca. Era tentador, pero Caleb seapartó y sujetó firmemente el pezón yrepitió su esfuerzo en el otro seno.Cuando terminó, dio un paso atrás ytomó una imagen gráfica de ella, conlos ojos vendados, atada y sujeta concables delgados corriendo entre suspiernas. —Creo que te voy aamordazar de todas formas, noquiero que despiertes a nadie.

Gatita parecía estar a punto de

protestar, pero Caleb la detuvorápidamente colocando un pañosuave en su boca y lo fijó detrás dela cabeza. No era una mordazarealmente, pero ahogaría cualquiersonido que hiciera y haría suspalabras incoherentes.

—Shh —dijo Caleb en la cresta desu oreja—. Esta próxima lección esprobablemente la más importante ymás difícil de aprender. —Leacarició el pelo—. El placer viene ati sólo cuando el Amo lo desea.Mientras tanto, estarás hambrienta de

él, sentirás dolor por él, y sufrirás através de él, al igual que lo hacesahora. Me voy a la cama. Sicontinuas siendo una buena chica, talvez dejaré que te corras para eldesayuno.

Gatita estaba en medio de unadiatriba amortiguada cuando unaoleada de electricidad pulsantegolpeó simultáneamente a través desu clítoris y los pezones. Caleb mirócomo su cuerpo quedó paralizadopor el pánico y el intenso placer. Lacorriente era lo suficientemente baja

como para no herir, pero losuficientemente fuerte como parahacer a su cuerpo contraerse. Ella seestiró y se presionó hacia lasensación. Arqueó su espalda,perdida en la sensación de las pinzasque suavemente tiraban de suspezones y enviaban pequeñostemblores a través de ellos. Suscaderas se bombearon suavemente enel aire en busca de la liberacióncuando la sensación se detuvoabruptamente. Gritó con frustración,no había manera de aliviar sunecesidad, ni intentando buscar la

liberación, ni menguando para nosentir nada.

Caleb le dio una mirada másprolongada y luego se dirigió hacialas escaleras. Dijo hacia susespaldas:

—Va a ser una noche larga. Buenasuerte, Gatita.

Fuera de la bodega, Caleb apretó laespalda contra la puerta, y dejóescapar un suspiro para luchar contrael impulso de correr escaleras abajoy enterrar su hermosa polla

hambrienta por una virgen.

—Joder —dijo en una corriente deaire y se dirigió a su habitación.Cansado, Caleb miró su reloj. Eratarde o temprano, dependiendo decómo lo mirara. Se desnudó y apagóla luz. En la oscuridad de lahabitación y su mente, ella vino a él.Mantuvo su polla erecta con firmezay una imagen de Gatita vino a él.

La imaginó abajo, con las piernasabiertas y su sexo abierto y húmedo.Su polla palpitaba con vehemenciaen su puño. Agarró apretando,

exprimiendo el cálido líquido preseminal. Lo dispersó por la punta.Fantaseaba.

Utilizó su pulgar para fisgarsuavemente el labio interno de suresbalosa pequeña vagina y verlagemir. Luego deslizó su polla arribay abajo en su abertura, cubriéndoseen sus jugos, preparándolos aambos. Se inclinó hacia delante y lacalidez de sus pechos apretadoscontra su pecho desnudo.

Fuera de la fantasía él gimió

audiblemente como su ritmocreciente.

—Hazme el amor, —susurró ella, derepente en su dormitorio. Seagachó, levantó el camisón, yempujó contra ella con su polla. Eraamable, esperando pacientemente aque se relajara, y sus piernascayeran abiertas antes de quevolviera a presionar.

—Te amo —dijo ella, con lágrimasen los ojos. Lo besó y enredó losdedos en su pelo, instándolo másprofundo dentro de ella. Siguió

diciendo que lo amaba. Él seempujó totalmente en su interior.

Más rápido y más rápido seacarició a sí mismo. Sus bolastiraban de si mismas más cerca desu cuerpo, listo para liberar elorgasmo que había estadoaguantando por demasiado tiempo.

Bombeó dentro y fuera de suestrechez caliente, y ella gimió ygritó su agradecimiento.

—Soy tuya, —jadeó ella—, sólo

tuya.

Se sentía mal por fantasear acerca detales cosas, pero a Caleb no leimportaba. Fantasías era todo lo quepodía tener y nadie se las podríaarrebatar. Gruñó en voz alta mientrassu orgasmo estalló en el aire,cubriéndolo de caliente semenpegajoso.

Capítulo 16

Día 10: Noche.

—Tengo que mear —le digo a Reed.Él hace una mueca, pero no comenta—. ¿Qué? La gente tiene que mear aveces, Reed.

—Sí —dice burlonamente—: Soyconsciente. Sólo no entiendo por quésiente la necesidad de darme losdetalles. Habría sido suficiente unsimple: Necesito un descanso.

Me río y bajo de la cama paracaminar hacia el lavabo. Reed estáun poco rígido mientras camino pordelante de él. Está evitandodeliberadamente mis ojos y mirandopor la ventana. Puede ser un bichoraro, pero no puedo dejar de pensaren él. Me pregunto cómo es cuandono está tan envuelto en su personajede FBI.

Ya sabes lo que dicen de losreservados.

He estado hablando durante horas.

Mi boca se siente seca. Quito delenvoltorio de plástico uno de losvasos y tomo un trago de agua delgrifo. Sabe a mierda, pero me lotrago de todos modos.

En algún lugar lejano de mi mente, séque debería sentirmeemocionalmente agotada, o aúnllorosa y triste. En general sólosiento... nada. No estoy segura de porqué. Supongo que es porque sé cómotermina la historia y con cadapalabra que pronuncio sé que meestoy preparando para la

eventualidad de lo que está porvenir. Es como si estuviera contandouna historia que le sucedió a alguienmás.

Amo a Caleb. Lo amo. No meimporta nada de la mierda horribleque me hizo pasar, lo más importantees el hecho de que mi amor por élexiste. Ninguna cantidad deconversación o terapia cambiará loque pasó. No cambiará lo que siento.

Se ha ido, Livvie.

Ahí está. Ahí está el dolor. Es una

brasa ardiendo por siempre en micorazón. Es un recordatorio de queCaleb vivirá para siempre.

He llorado mucho en los últimos diezdías. He estado viviendo con granagonía. Sé que cuando todo estédicho y hecho, cuando Reed hayaoído todo, cuando él y Sloan siganadelante, yo voy a estar sola con midolor y mi amor. Pero hoy, hoy estoybien. Hoy estoy contando la historiacomo si le hubiera sucedido a otrapersona.

Concluyo mis asuntos en el cuarto de

baño, me lavo las manos y abro lapuerta. Sloan está de pie en lahabitación con Reed cuando salgodel baño. La atmósfera pareceespesa, pero como qué no estoysegura. Sloan está sonriendo, peroReed luce como si alguien se hubieracomido su comida del frigorífico.

Sloan tiene una gran bolsa marróncon manchas de grasa en la parteinferior.

—He traído la cena —me dice.

—¡Increíble! —digo, sorprendida

por el gesto.

Sloan me sonríe cálidamente.

—Sé cuánto te encanta la comidadel hospital, pero me imaginé quepodrías apreciar un poco unasgrasientas hamburguesas y patatasfritas en su lugar. —Mi estómagogruñe en respuesta y Sloan levantauna ceja con aire satisfecho—.Agente Reed, sé que trata demantenerse alejado de la comidabasura, por lo que le traje unaensalada de pollo a la parrilla.

Espero que esté bien.

Tomo la bolsa de Sloan y la pongoen la bandeja de la cama con ruedasde modo que pueda llegar a mimaldita hamburguesa. De locontrario, podría tratar de comer através de la bolsa. Meto la manodentro y agarro las patatas sueltas delfondo y las empujo dentro en miboca.

—¡Caliente! ¡Caliente!{19} —digo,pero no dejo de masticar las saladasdelicias en mi boca. Al diablo con

las quemaduras de primer grado, ¡laspatatas fritas son asombrosas! Estoytan ocupada rellenando mi cara conpatatas fritas que me toma unmomento darme cuenta de que nadiemás está hablando. Miro hacia arribay veo que Reed y Sloan estánteniendo algún tipo de concurso demiradas incómodas. Creo que Reedestá perdiendo. Interesante.

Reed finalmente se aclara la gargantay mira hacia su maletín.

—En realidad, me tengo que ir.Tengo que contestar algunos

mensajes de correo electrónico yhacer algunas llamadas. Um, gracias,sin embargo… por la comida.

Reed comienza a recoger sus cosasde manera apresurada. Nunca lohabía visto tan... nervioso, supongoque es la palabra.

Interesante y más interesante.

—Matthew —comienza Sloan yvacila cuando Reed deja de recogersus cosas lo suficiente como paramirarla. Ella levanta las manos—.Agente Reed, no puedo pensar en

algo tan urgente que no pueda esperarhasta después de haber cenado.

Reed suspira profundamente, pero nodeja de reunir sus papeles.

—Gracias por la comida, Dra. Sloan.No quiero ser grosero o sonaringrato, pero realmente tengo trabajoque hacer. Y sí, es algo urgente. Lasoficinas en Pakistán abrirán en brevey tienen información que necesito.

Sloan vacila, frunciendo los labiosbrevemente.

—Oh. No me di cuenta. Lo siento.

Nadie se da cuenta de que estoy aquíen la habitación y me siento comouna voyeur. ¡Fascinante! Pienso enla afición de espiar de Felipe yCelia, y me ruborizo. Lo que estápasando entre Sloan y Reedrealmente no es asunto mío.

—Aquí —digo en voz alta, parahacerles saber que están siendoobservados. Levanto la ensalada deReed triunfante, y como las patatassueltas sobre la tapa—. Puede

llevársela con usted.

Sloan me da una sonrisa deagradecimiento, como aliviada deque rompiera su incómodointercambio. Recoge el recipiente yse lo lleva de mi mano.

—Sí, por favor tome la ensalada.Tiene que comer algo.

Reed mira la ensalada como si nuncahubiera comido una antes, luego aSloan y a mí. Está enojado, y no tienenada que ver con esto. Sólo estácabreado. Quiere estar enojado con

Sloan, pero ella no le ha dado unarazón, no ha dicho o hecho algorepulsivo. Aun así, está eligiendoestar enojado con ella. Por último,pone su maletín en su silla y toma elrecipiente.

—Gracias —dice.

—De nada —dice Sloan, de esamanera suave que Caleb usabaconmigo cuando se sentíacaprichoso. Sloan observa la cara deReed, entonces su mirada se deslizalejos cuando él la mira y rápidamenteaparta sus ojos.

Ooooh... a ella le gusta. Mesorprende y a la vez no lo hace.Tiendo a ver a la Dra. Sloan y alAgente Reed como robots, como queno tienen vidas. Es interesante verlosde una manera nueva.

El rostro de Reed se ve un poco rojo.No puedo creer que estésonrojándose. Se ve realmenteadorable. No quiero que se vaya.Quiero sentarme en mi cama y verlosretorcerse bajo mi escrutinio. Merefiero a que realmente… sería lo

justo.

—Vamos, Reed, quédese —palmeoel lugar a los pies de mi cama,sonriendo. Me mira en silencio. Silas miradas mataran...—. Dijo queescucharía el resto de mi historia¿recuerda?

—De verdad no puedo, señorita Ruiz—dice—, pero estaré de vuelta mástarde. Mientras tanto —abre sumaletín y saca su grabadora—,¿grabará por mí?

Sloan toma la grabadora y asiente

con la cabeza, con cuidado de nomirar nada.

—Por supuesto.

Reed asiente con fuerza y cierra elmaletín de nuevo antes de salirprácticamente corriendo de lahabitación. Realmente no puedocreer lo que acabo de ver.

—¿Qué diablos está pasando entrevosotros dos? —pregunto a Sloancon la boca llena de patatas fritas.Vuelve la cabeza lejos de la puerta yme mira, sorprendida. Muevo mis

cejas y ella se ríe.

—Nada, Livvie. Nada en absoluto —dice ella, con la voz temblorosa—.Ahora deja de comer mis patatasfritas y dame eso. —Ella mete lamano en la bolsa y saca unahamburguesa y un recipiente depatatas fritas antes de sentarse en laanterior silla de Reed—. Mmm… —dice ella cuando hace estallar unapatata en la boca.

—Mmm… —imito y hago lo mismo.Cuando he terminado de tragar, salto

directamente al tema bueno—. Asíque... ¿Realmente viniste a verme amí o al Agente Reed?

Sloan sonríe y niega con la cabeza.Su boca está llena, pero trata decontestarme de todos modos.

—A ti, por supuesto.

—Mentirosa —bromeo.

Sloan se encoge de hombros.

—No estoy aquí para hablar deReed.

—¿No te refieres… a Matthew?

—Livvie —dice ella en señal deadvertencia.

—Janice —digo sarcásticamente—.Vamos, Sloan. He estado contándoosa ambos algo de mierda bastanteintensa. Creo que tengo derecho auna distracción y un poco de cotilleo.Reed es sexy. Lo entiendo.

—No hay nada que decir —insiste,pero su cara se está poniendo rosa.No importa la edad, lo que siento esuniversal. No puedes luchar contra

quien te atrae. A veces, el destino lohace bien, y luego te hace pagar porello.

—Lo que sea. Sé que algo estápasando. Caleb solía enfadarsecuando hacía uso de su nombre enfrente de otras personas, pero, ¿enprivado? Otra historia. Vi el rostrode Reed cuando lo llamaste Matthew.Estaba advirtiéndote.

Sloan se atraganta con suhamburguesa y ávidamente toma unsorbo de su bebida para despejarla.

—¡Livvie!

—Bien, bien —le digo y recojo mihamburguesa, muy decepcionada. Lahamburguesa es tan grasienta que yapuedo sentir la grasa correr por misvenas. Gimo cuando mastico—. Notienes que decírmelo, siempre ycuando me traigas otra de estasmañana.

—Trato hecho —dice Sloan y tomaotro bocado.

Comemos en silencio durante variosminutos. Un gemido ocasional y ojos

en blanco como nuestro único mediode comunicación.

Después, Sloan y yo hablamos decómo me siento. Bien. Ella preguntasi puedo estar lista para hablar conmi madre. No. Definitivamente, no.

—¿Cuál podría ser el daño? —pregunta Sloan—. Ella te extrañamucho.

Miro hacia abajo en mi regazo. Noestoy triste. Me da vergüenza mirar aSloan a los ojos y admitir la verdad.

—Quiero que sufra.

Sloan está callada.

—Los últimos meses han sidoterribles —continuo—, he sidogolpeada, humillada y forzada asituaciones que ninguna personadebería tener que sufrir. —Hago unapausa, cavilando y enojándome conmi madre—. Aun así, me gustaríavivir todo de nuevo, si pudieracambiar los últimos dieciocho añoscon mi madre. Pasé tanto tiempo,tratando de hacer que me ame, que

me entienda. Pasé tanto tiempo dandouna mierda por lo que pensaba. Yahe terminado, Sloan. Ha terminadode importar. Es para mí el momentode vivir mi propia vida, mi propiocamino y no quiero que sea una partede eso.

—¿Cuál es tu camino? —preguntaSloan. No hay una cualidademocional en su voz. Si me estájuzgando, no lo sé. Si está de acuerdoconmigo, es también un misterio.

—No lo sé. No tengo ni idea de

quién se supone que debo ser más.Sólo sé que no quiero ser ese otroalguien que cree que debería ser.

—Bien —dice Sloan.

Sloan y yo hablamos un rato másantes de decirle que estoy cansada yque quiero acostarme. La dejoabrazarme de despedida y tal vez...me aferro a ella por sólo un pocomás de lo previsto. A Sloan noparece importarle.

Una vez que se ha ido, apago lasluces y me meto en la cama con la

grabadora de Reed. La enciendo yempiezo a hablar.

* * * *

Otra oleada de electricidad bombeóa través de mí. Estaba hambrienta deliberación. Grité detrás de mimordaza y luché contra mis ataduras,pero lo único que hizo fue aumentarmi sufrimiento. Levanté mi culo,tratando de encontrar una manera demoverme y crear una fricciónsuficiente para enviarme al orgasmo,pero era abrumadoramente inútil.

Gemí y dejé que fluyeran laslágrimas cuando el pulso se detuvo.Se abrió la puerta y un suspiro dealivio se extendió por mí. Calebhabía llegado de nuevo para acabarcon mi sufrimiento. Sabía que loharía.

Se acercó a mí lentamente e hicesuaves, suplicantes sonidos pararogarle que lo detuviera. Como sileyera mi mente, su cálida manoahuecó mi cara y me incliné haciaella, presionando mi mejilla húmedacontra su muñeca y llorando

lastimosamente. Si hubiera sidocapaz de ver, tal vez hubiera estadomás avergonzada y orgullosa. En sulugar, simplemente estaba perdida enmi miseria y con ganas de ser librede ella.

Su mano viajó bajo mi cuello y mipecho, cuando otro pulso me golpeó.Me arqueé. Quería correrme, no,necesitaba correrme. La mesatembló cuando luché. La mano deCaleb acarició la suave piel bajo mipecho lo cual sólo lo hizo másintenso. Sólo necesitaba un poco

más, sólo un poco más. Se detuvo.Lloré más fuerte.

Le supliqué detrás de la mordaza,pero Caleb no dijo nada. En cambio,sus manos ahuecaron mis pechos yluego sacaron las pinzas de mispezones lentamente. La sangre seapresuró a mis pezones y grité pordetrás la mordaza. Dolía, pero esotambién me hizo doler más. Masajeómis pechos y casi arrullaba mientrastrataba de presionarme más contrasus manos. Abruptamente, el calor desu boca besó alrededor de mi seno

izquierdo y el cosquilleo suave de sucabello acarició mi pecho.

—Sí. —Suspiré.

La boca de Caleb era dolorosamentesuave, su lengua se arremolinóalrededor de mi carne tensa, sindientes, sin succión violenta, sólosuaves lamidas y besos que medieron ganas de tocarlo. A medidaque repetía el proceso en el otroseno, otra sacudida de electricidadasaltó mi pobre clítoris.

—¡Por favor! —grité detrás de la

mordaza—. ¡Por favor!

Se puso de pie de nuevo hasta que elpulso se detuvo y temí que saliera denuevo. Le oí abrir la cremallera desus pantalones y tuve que dejar deasentir con fervor. Sí, quiero esto.Por favor, quiero esto. Sus dedosbajaron la mordaza y de inmediatocomencé a rogarle por un respiro.

—Amo, por favor, haz que sedetenga, déjame entrar. Seré buena.Te lo juro. Seré buena. —Cuando élno dijo nada, lloriqueé—: Caleb, porfavor. —El calor de él irradiaba

cerca de mi cara, seguida por lasuave presión de su polla contra mislabios. No lo dudé, abrí mi boca y lollevé dentro.

Una sorprendente evidencia megolpeó, no era Caleb. Se sentíacompletamente equivocado en miboca. Intenté retroceder, pero eldesconocido inmovilizó la parte deatrás de mi cabeza firmemente en sulugar, y a pesar de mis instintos, enrealidad no quería morderle.

Otro pulso me golpeó y me asaltó

desde todos los ángulos imaginables.Gemí en torno al desconocidomientras simultáneamente trataba detomar aire y alejarme de él. Noestaba tan asustada como deberíaestar. Tal vez fue porque folló miboca lentamente, sin violencia. Sí, eldesconocido dejó claro que no mepermitiría alejarme, pero estabalejos de ser rudo. El pulso se detuvoy dejé mis caderas caer sobre lamesa. Luchaba por respirarcontinuamente con la polla delextraño en la boca. En el tranquilosilencio, escuché sus suaves gemidos

guturales mientras se deslizabadentro y fuera de mi boca.

Se retiró sin correrse einmediatamente sentí la incomodidady la vergüenza que debería habersentido más temprano antes de bajarla guardia. Quería preguntarle quiéndemonios era. Quería gritar parapedir ayuda, llamar a Caleb, pero nodije nada.

—Hermosa —dijo con un suaveacento español. Todo mi cuerpo seruborizó entonces. Pude sentir elcalor de ello.

—¿Felipe? —le preguntétímidamente, al borde de las lágrimasfrescas.

—Sí, mi dulce niña, pero no debesde hablar a menos que se te pregunte—dijo suavemente—. Sé que tu Amoha tratado de enseñarte mejor. Aunasí, no puedo culparlo por ser tanindulgente contigo. Yo dejo a Celiasalirse con la suya demasiado —serió entre dientes—. Aunque, no sépor qué te permite usar su nombre.Es tan íntimo. ¿Sois ambos tan

íntimos? —No le respondí. Estabademasiado conmocionada—.Responde —dijo en voz baja. Abrí laboca entonces, pero la única cosaque salió fue un largo y ronco gemidocuando la electricidad, una vez másme asaltó. Él dio un paso atrás yhubo un sonido de un clic. El pulsose detuvo.

—¡Oh Dios! —gemí—. Gracias. —Mi corazón no tuvo la oportunidad dereducir velocidad.

Los dedos de Felipe acariciaron los

labios interiores de mi coño casi deinmediato. Traté de desplazarmelejos, pero lo único que conseguí fuemover mis caderas hacia arriba yhacia abajo lo que sólo parecíafomentar sus esfuerzos. Untartamudeo de negaciones fluyó de mícuando sentí uno de sus dedostratando de colar su camino en miinterior, pero rápidamente mesilenció con un firme golpecito a unlado de mi cara y una demanda desilencio igualmente firme. No medolió, pero fue efectivo.

—Sólo estoy mirando —dijo.Empujó contra algo doloroso dentrode mí. Empecé a llorar y, para mialivio, el dedo se retiró.

Quería a Caleb. ¿Cómo podíadejarme aquí de esta manera?

—Estás realmente húmeda para unavirgen —dijo, y mi cuerpo se sonrojóde nuevo con el calor y el bochorno—. No hay nada malo en ello, sinembargo. —¿Estaba sonriendo? Elmiedo tocó a través de mis entrañas.Tenía la esperanza de que este

hombre saliera pronto y Calebvolviera para dejarme ir. Siguió unlargo silencio, interrumpido por missollozos bajos y la ingesta ocasionalde aliento mientras trataba demantener mi llanto silencioso.

Por último, habló:

—No te preocupes, dulce niña. Meiré pronto y no voy a hacerte daño.Sólo tenía curiosidad. Tal vez,cuando tu verdadero Amo lo permita,pueda explorar mejor mi curiosidad.—Traté de concentrarme en el hechode que había dicho que no me haría

daño y suspiré con alivio,obligándome a calmarme y dejésecar las lágrimas.

—Caleb está muy… enamorado de ti—dijo, y se rio por lo bajo. Parecíauna broma privada de la que noestaba al tanto—. ¿Lo amas? —preguntó casualmente.

No respondí. Estaba muy cansada,sorprendida y asustada paracontestar.

—Siempre puedo volver a conectarla máquina —dijo.

—¡No! —grité antes de que pudieradetenerme.

—Pensé que dirías eso —dijo.

—No lo sé —susurré.

—Explícate.

—Nunca he estado enamorada antes.No lo sabría.

Felipe soltó una carcajada.

—Todos lo saben, querida. Tú ya losabes. ¿Lo amas o no?

No sabía qué decir. No conocía losuficiente de Felipe para adivinar sipretendía o no hacerme a mí o aCaleb daño alguno. Aparte de Celia,nunca estuve a solas con nadieexcepto Caleb.

—¿Amas a Celia? —pregunté en sulugar.

Felipe suspiró. —Muchachainteligente. Respondes a una preguntacon otra pregunta y así nunca puedesdecir algo equivocado. De todosmodos, tengo mi respuesta. Es una

lástima que él no lo sepa.

—Lo sabe —susurré.

Felipe se echó a reír en voz alta.

—¡No lo habría pensado! ¿Sabescómo conocí a Celia?

Negué con la cabeza.

—Es la hija de mi antiguo rival.Hace muchos años, cuando decidíhacerme un nombre, me enfrenté a supadre y gané. Como trofeo... Tomé aCelia —su voz se volvió suave—.Me odió por muchos años y no

siempre fui tan amable con ella.Ahora... no pasa un momento en elque no me gustaría poder recuperarel tiempo perdido. La eché a perder.

—¿Dejándola limpiar tu casa y ser tuesclava? —dije incrédula.

—Ya veo por qué Caleb está tanatraído por ti. Eres el tipo de mujerque pide ser refrenada y sin embargose niega a ceder. Tales mujeres sonel néctar de la vida —dijo—.Créeme, Celia es bastante feliz. Ledoy todo lo que necesita y mucho

más de lo que ella desea.

Mantuve la boca cerrada y dejé aFelipe seguir con lo suyo.

—¿Permitirás a Caleb venderte? —preguntó.

—No tengo elección —susurré.

—Vivir como un esclavo o morir entus propios términos es siempre unaopción, dulce niña —susurró—. Talvez deberías recordar a tu actualAmo.

—¿Por qué dices mi actual Amo?

—¿Caleb no te lo dijo? Rafiq llegamañana. Sospecho que ambos nosdejareis muy pronto. Es una lástima,sin embargo, admito de mala ganaque he disfrutado de teneros a ambosalrededor. Caleb es un hombreinteresante, un poco... drástico, perointeresante.

Sentí como si alguien me hubieragolpeado en el estómago y sacado elaire de mis pulmones. Rafiq venía apor mí y Caleb no iba a detenerlo. Sehabía acabado. Había perdido.

—Déjame ir —lloriqueé—. Porfavor, ayúdame.

Felipe suspiró.

—Me temo que no es posible, dulceniña. Rafiq... bueno, permítemedecir, que no se toma amablemente latraición.

Mientras trataba de procesar lo queme estaba diciendo, escuché suspasos y me encogí cuando establecióde vuelta la mojada mordaza en sulugar y la aseguró con firmeza. Meentró el pánico cuando la frialdad de

los cables subió a lo largo de micuerpo. No quería las pinzas en mispezones de nuevo. Luché con todasmis fuerzas. Mi torso estabarelativamente libre, así que me sujetócon su peso con un poco de dificultadpara reemplazar las pinzas.

—¡No! —grité de frustración, perosólo hubo su suave risa comorespuesta.

—Lo siento, dulce niña, pero nopuedo dejar que tu Amo te encuentreen una posición diferente. Esdescortés.

Me quejé lastimosamente. Finalmentehabía descendido de mi elevadaexcitación, mi clítoris dolía y mispezones también, pero me habíaalegrado de sentir algo normal. Noestaba segura de poder manejar mástortura.

—Te haré un regalo antes de irme —dijo Felipe.

Sacudí la cabeza con pasión, pero noimpidió poner su mano entre mispiernas y acariciarme. Mi cuerpo secalmó, y en contra de mis deseos,

avivó la llama de mi deseo, en muypoco tiempo haciéndolo ardiente unavez más. Pronto, me apreté a él enbusca de la liberación que necesitabatan desesperadamente. Y, por último,me envió hacia el límite. Me frotómás duro y más rápido, y gritémientras mi orgasmo me desgarraba.Quise más. Tan hambrienta comoestaba, el poderoso orgasmo hizopoco para bajar mi pasión. Conhorror, me di cuenta de que estabareemplazando la pinza tomada de miclítoris. Le supliqué que no lohiciera.

Unos momentos después de quesaliera, mi tortura comenzó de nuevo.

* * * *

Pasó un largo tiempo antes de que lapuerta se abriera de nuevo y esta vez,no iba simplemente a contentarmecon liberación física. A menos, porsupuesto, luego violarlo hasta elolvido.

Gruñí cuando oí pasos viniendocerca de mí, rezando en secreto quefuera Caleb a quien dirigía mi ira yno a otro visitante no invitado. Una

risa engreída después, supe que eraél. No pude evitar sentir unaprofunda sensación de alivio.

—¿Cómo te sientes, Mascota? —mehubiera gustado escupir insultoscontra él en ese momento, pero lamáquina se apagó de nuevo y era loúnico que podía hacer para aguantarmis gritos. En el transcurso de lanoche, las cargas se habían vueltomenos frecuentes. Me preguntaba sihabía sido una misericordia que mimisterioso visitante había impartido.En cualquier caso, los pulsos eran

poderosos y habían estadoencendidos durante horas. Eranplacenteros y dolorosos, contendencias crecientes hacia el dolor.Cuando la carga finalmente cesó, nopodía dejar de sollozar suavementedetrás de la mordaza empapada en miboca.

—¿Tan mal, eh? —dijo, pero sabíaque sus palabras no teníanabsolutamente ninguna simpatía porlo que había hecho. Tomé aireprofundamente cuando quitó laspinzas de mi cuerpo.

—¡Te odio! —grité. Aunque laspalabras fueron amortiguadas detrásde la mordaza, yo sabía que podíadistinguirlas. Él tomó mis pechos conambas manos y suavemente memasajeó.

—Te odio, A m o —dijo conhambrienta lujuria radiando en suvoz.

Pellizcó mis pezones juguetonamente.Hice una mueca y traté de retrocederante su caricia.

—¿Sensible? —susurró suavemente

en mi oído. Cuando no respondí,pellizcó un poco más fuerte y un gritopartió de mis labios—. Responde —dijo fríamente.

—Sí, Amo —me quejé. Mi enojo conél había crecido a medida que lashoras habían pasado. Me convencí amí misma de que cuando viniera abuscarme de verdad le diría lo quepensaba. Por supuesto, es fácil servaliente cuando el objeto de tu miedono está manteniendo como rehenestus pezones doloridos.

—Bien, Gatita —dijo. Colocó las

palmas de sus cálidas manos en mispequeños picos tiesos y presionósuavemente para masajearlosmientras también amasaba mispechos.

Gemí en voz alta. Mi cabeza rodóhacia un lado mientras me tocóexactamente de la manera en quenecesitaba ser tocada. Nunca quiseque la sensación terminara.

Su muslo presionaba contra la mesacerca de la parte superior de micabeza mientras trabajaba más bajo

sus manos, de mis pechos a miscostillas, a mis caderassorprendentemente doloridas. Frotósuavemente, y no podía dejar degemir y perderme en la garantía desus manos, y en el limpio, olormasculino que emanaba de su cuerpo,cuando inevitablemente se inclinóhacia mí. Pensé en Felipe. Pensé enla forma que había presionado supolla contra mis labios, la forma enque lo acepté tan fácilmente cuandopensé que había sido Caleb.

Involuntariamente, me ondulaba bajo

las manos de Caleb, mi cuerpo ledecía lo que no podía decir en vozalta. Lo necesitaba para hacermecorrer. Suspiró audiblemente y supeque me deseaba tanto como yo lo aél.

Luché contra el recuerdo de lo queme había dicho después de que lehubiera ofrecido no solamente micuerpo, sino mi corazón.

¿Pensaste qué? ¿Pensaste que si meofrecías tu pequeño coño iba ahacer algún tipo de diferencia?

Retrocedí ante el recuerdo y laslágrimas picaron tras mis ojos.Estaba agradecida por la venda delos ojos. De repente, no estabasegura de querer que me tocara más,pero, ¿qué otra opción tenía? Lasopciones de Felipe parecíandemasiado extremas.

Se me ocurrió entonces, que la únicadecisión era mía, no iba a dejarlelastimarme más, no importaba dónde.Mi corazón se hundió pesadamenteen mi pecho por razones que noquería reconocer... Había pensado

que mi confesión haría algún tipo dediferencia.

Estaba perdida en mis pensamientosde autocompasión cuando él me trajode nuevo a la realidad pasando sudedo a lo largo de la unión de miinflamado sexo. Tiré de mis ataduras.

—¿Sensible aquí también? —dijooscuramente, y comenzó supracticado asalto sobre mi clítoris.Gemí lamentablemente comorespuesta y asintió—. Ahh, pobreGatita. ¿Quieres que te deje correrteahora? —Las lágrimas de mis ojos se

filtraron y fueron absorbidosinmediatamente por la venda de losojos. Asentí. Su voz había adquiridoun borde siniestro, estaba disfrutandode esto, y yo estaba en una extrañaclase de miseria. Cambió deposición, rodeando a mi derechamientras me acariciaba con un ángulomás fácil.

—Te quiero oír suplicarme —dijo, yretiró la mordaza de mi boca. Girémi mandíbula, tratando de llegar asentirla normal otra vez y resultódifícil—. Suplícame —ordenó. Mi

corazón se aceleró ante su constantecontacto, el hormigueante calor delorgasmo inminente se extendió através de mi cuerpo. Si se deteníaesta vez, iba a morir. Estaba segurade ello.

—Yo… te lo suplico —susurré. Mivoz era extraña a mis oídos cuandono pude mantener mis emocionesfuera de mi voz.

Pensé que fue realmente muy lindocuando dijiste que me amabas.

El orgasmo me atravesó con una

violencia que no creí que inclusoCaleb estuviera esperando. Gritédesde la parte superior de mispulmones y mi cuerpo entero searqueó tanto como podía con susrestricciones. Cada parte de mí seestremeció, latió y ardió deliberación. Mis muslos seestremecieron y mi corazón latiósalvajemente en mi pecho, oídos yclítoris.

Se apoderó de mí en oleadas: miantigua vida, conocer a Caleb, mihuida fallida, la amabilidad de Caleb

aquella primera noche que meabrazó, su sonrisa, sus manos, suolor, su beso, los azotes, la tortura,mi declaración de amor, sureacción... su reacción... su cruelreacción de mierda. Cuando lo mejory lo peor pasó, mis caderasgolpearon la mesa con un golpehúmedo y me quedé allí llorandomientras cualquier número deemociones salvajes corrían en micuerpo, hasta que los efectos seasentaron.

—Wow —susurró.

Estaba tan cansada. No habíadormido en toda la noche. Calebestaba tranquilo y me alegré por ello.No tenía nada que decirle. Aunque,bien esperaba que hubiera terminadode torturarme por un tiempo y mepermitiera finalmente llegar adormir, sola.

Empecé a ir a la deriva mientras éldesataba la correa de mis muslos ypiernas. Es una cosa extraña que tesientas somnolienta y satisfecha,mientras que al mismo tiempo, tesientas nerviosa y con ansiedad al

ser liberada. Sus cálidas manostocaron mis costillas y desapareciómi somnolencia y mi ansiedadaumentó.

—¿Cómo están tus costillas? —preguntó él, con un grado dereflexión.

—Un poco doloridas —dije, en voztan baja que casi dudaba si habíaoído.

—¿Están mal? —parecíapreocupado.

Odiaba cuando era así. Preferiría quesiempre fuera un bastardo de sangrefría. Por lo menos entonces, podíaperdonarlo por las cosas que hizo.En cambio, me mostraba ráfagas desu humanidad. Era peor, a sabiendasde que conocía la diferencia entre labondad y la crueldad y elegía el másvil de los dos. Negué con la cabeza.

Desabrochó las esposas de mismuñecas y en seguida traté deincorporarme. En realidad, no comouna muestra de desafío. Sólo parecióser la cosa más natural. Mis caderas

estaban dolorosamente tiesas ydoloridas. Tomé la incómoda ayudade Caleb para levantar mis piernasde los estribos. Después de muchashoras de diferencia, casi no podíacerrarlas.

Me senté por un momento, mispiernas colgando de la mesa y lasmanos sobre mis pechos. Esperabaque no me quitara la venda de losojos y tener que mirar a sus ojos. Sepuso de pie delante de mí. Nuestroscuerpos no se tocaron, pero lo sentíen todas partes. Entonces, sus cálidos

dedos cepillaron suavemente mimejilla, y algo en mi pecho comenzóa arder. Poco a poco, sacó la venda yme froté los ojos hinchados mientrasme acostumbraba a la suave luz.

Lucía encantador, como decostumbre, aunque su sonrisahabitual no estaba presente, sólo unaexpresión de seriedad. Se me ocurrióque debía verme como una mierda,con el pelo desatado y la carahinchada. Mientras tanto, Calebparado frente a mí, sexy como elinfierno.

No podía mirarlo a la cara. Nuncamás podría. Me concentré en losligeros botones superiores de sucamisa, pantalones color caqui yzapatos casuales. Me enfoqué en susgrandes manos, mientras seacercaban y me frotaban mis muslos.Dejé escapar un sobresaltado gritoahogado que no reconoció.

—¿Tienes hambre? —preguntóamenazadoramente. Asentí con lacabeza, mirando hacia mi regazo.Dio una palmada en mi muslo confuerza y tuve que luchar contra cada

impulso de empujarlo. El calor sedeslizó en mi cara, pero mantuve micompostura.

—Sí, Amo —le dije con los dientesapretados—. Estoy hambrienta.

—Bueno —dijo sin humor en su voz—. Puedes ponerte de rodillas ycomerme la polla.

Le miré con incredulidad por unmomento, esperando a que dijeraalgo más, aunque qué esperaba quedijera, no lo sabía. Curiosamente,cuanto más lo miraba, más me di

cuenta que lo estaba haciendo sin supermiso. También sentí, como hacíaa menudo, que podía leer mi mente.Respiré hondo y aparté la miradarápidamente, con la esperanza de queno hubiera leído demasiado. Por elrabillo del ojo vi sus manos yendolentamente a su cinturón. Unasensación de perdición inminente meimpulsó a la acción e instintivamentepuse mi mano derecha sobre la suya.

—No vas a azotarme, ¿verdad? —nolevanté la vista. Mis dedostemblaron. Si no lo estaba pensando,

entonces probablemente planté laidea en su mente. Estúpida, estúpida,estúpida.

—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó. Negué con la cabezaenfáticamente: No, no lo quería—.Entonces sácame las manos deencima. No te di permiso paratocarme. —Aparté mis manos yesperé a que hablara—. Bueno.Ahora ponte de rodillas y pon tusmanos en tu regazo. No tienespermitido tocarme.

Tragué duro y me obligué a hacer lo

que me dijo. Evitando su mirada,traté de bajarme de la mesa sobremis temblorosas piernas. Mis piernascedieron, pero Caleb se acercó aestabilizarme. Casi me aferré a élpara evitar caerme, pero me lasarreglé para evitar el acto reflejo yme colgó en sus brazos como unamuñeca de trapo mientras me bajabasobre mis rodillas.

—Gracias —susurré.

Se puso de pie.

—Sabes que, Gatita —dijo—. Creo

que voy a azotarte. Pregúntame porqué.

Mis ojos se empañaron de lágrimasya frescas cuando levanté la vistahacia él.

—¿Por qué?

Él sonrió y negó con la cabeza, justoantes de que me agarrara la parteposterior y tirara de mi pelo losuficiente para hacerme saber queestaba en problemas.

—¿Qué tal por hablar cuando no se

te pidió hablar, tocarme como situvieras el derecho, mirarme sin quete diga, y lo más importante, porconstantemente dirigirte a míincorrectamente? —Sujetó mi pelotirante. Me quejé bruscamente detrásde mis labios cerrados y los ojoscerrados reflexivamente—. Ahora,dime Gatita, ¿mereces ser castigada?

No podría haber ninguna buenarespuesta a su pregunta. Incluso elsilencio podría considerarse comootra infracción. Mi mente corrióbuscando una salida a la situación,

pero sabía que el daño ya estabahecho.

Lloré miserablemente, pero abrí miboca y respondí.

—Si es lo que quieres, Amo,entonces sí. —Mantuve mis ojoscerrados, consciente de no mirarlesin permiso, y soltó mi cabello.

—Esa es una buena respuesta, Gatita.Más tarde, voy a mostrarteexactamente lo que quiero. Mientrastanto, demuéstrame lo mucho quequieres hacerme feliz.

Capítulo 17

Me hizo caminar, con los restos de susemen escurriendo por mi barbilla ycuello, desnuda, sollozando y con laspiernas temblando, subiendo por lamazmorra hacia el civilizado entornode la mansión de arriba. Dudéfuertemente en avanzar cuandoescuché el rumor inconfundible depersonas conversando. Caleb

presionó su mano firmemente contrala curva de mi trasero y me instó aavanzar, pero solamente me inclinéhacia atrás y traté de retroceder unpaso. Levantó una mano,propinándome una poderosacachetada, que atravesó la delicadapiel de mi trasero y no puede evitarcomenzar a llorar fuertemente ytambalearme a través de la puerta.Seis pares de ojos se giraron haciamí a la vez. Se podía apreciar unamezcla de sorpresa y diversión.

El fuerte deseo de salir corriendo me

atravesó, pero Caleb tiró de mi pelocruelmente con su agarrón,obligándome a arrodillarme a suspies, donde al instante me aferré a supierna y me escondí.

—Bien, este día se acaba deconvertir en más interesante —dijouna voz desconocida, con acentosureño. Su comentario fue recibidocon una resonante carcajada.

—Pido disculpas —dijo Caleb—.Todavía no ha sido domada losuficiente. —Estaba demasiadoasustada para estar indignada. Por

encima de mi cabeza, sentados en unamesa, había un grupo de hombres ymujeres. No parecían tener ningúnproblema con un hombre quearrastraba a una mujer desnuda y queestaba llorando. No podíaimaginarme un escenario máshorrible.

Cuando cesaron las risas, habló unavoz familiar.

—¿Tomareis el desayuno connosotros? —Era Felipe, erainconfundible con sus fuertes

inflexiones de voz, y por supuesto, suacento español. Mi corazón dejó delatir ¿Qué pasaría si hablaba conCaleb sobre la noche anterior?¿Haría hablar a Caleb sobre lo quesucedió anoche? ¿Y si era unaprueba, y se suponía que yo tenía quedecírselo?

—No, no esta mañana, pero quizápara cenar. Necesito tiempo parahacerla presentable. —Finalmentesoltó mi pelo. No hice ningún intentode moverme, encogida contra suspiernas, me sentía extrañamente

protegida.

—Por supuesto —dijo Felipe—.Celia te ayudará. —Caleb me hizohacer el resto del camino apoyada enmis manos y rodillas, mientras losotros miraban y señalaban lo obvio,que se notaba que yo era nueva, y lodivertido que sería tomar mi sexytrasero.

El calor atravesaba todo mi cuerpo,pero mantuve la cabeza hacia elsuelo y solamente me centré enalejarme de esta emergente situacióncomo fuera posible. En algún lugar

de mi mente, yo también mepreocupaba por lo que me pasaría acontinuación. Me di cuenta de que mimás profunda esperanza era queCaleb me llevará arriba, me bañara,me alimentará, me sostuviera y quellenara mis oídos con palabras deconsuelo.

Un poco más abajo, doblamos unaesquina y mis rodillas finalmentedieron un respiro cuando entraron encontacto con una pequeña alfombra.Caleb se puso delante de mí y abrióla gran puerta de madera. Dudé un

solo momento, sin saber por qué,pero después me arrastré a través delumbral. La habitación no era lo queme esperaba. Si alguna vez imaginéuna habitación para que Caleb lallamara así, habría sido esa. Parecíainundada con su siniestro gusto.

La alfombra era de un profundoborgoña. Era tan oscura que casi loconfundí con el negro. La camaestaba alta, cubierta de los edredonesmás oscuros, retirados hacia atráspara revelar las almohadas y lassabanas de seda carmesí. El

cabecero también era negro, una cosagrande, larga y cuadrada. Daba a lacama un toque evidentementemasculino, y adjuntados en su centro,había dos gruesos aros de metal. Lapuerta se cerró detrás de mí y lahabitación quedó sumida en laoscuridad. Tragué fuerte.

Unos pequeños sonidos y la luz deuna lámpara de noche iluminaronescasamente la habitación. No meatreví a hacer un ruido o movimiento,aunque el impulso de girarme a mirara Caleb era intenso. Mis ojos

miraron fijamente hacia delante,captando un banco revestido de loque a simple vista parecía cuero. Nohabía ninguna televisión, ningúnequipo estéreo y ningún teléfono,pero había libros. Los descubrí enuna librería en la esquina, sus lomosdemostraban que habían sidocompletamente leídos y disfrutados.Me pregunté de repente qué leía, quéle hacía feliz. También había unaextraña cantidad de mueblescolocados delante de las austerascortinas. Supe con un simple vistazo,que sería mejor quedarme sin

conocer su propósito.

—Me has avergonzado allí abajo. —Mi cuerpo entero se tensó por elsonido enojado de su voz.

—Lo siento, Amo —susurré en vozbaja. Luché desesperadamente parapermanecer inmóvil. Le traté como ala especie de depredador que soloataca a presas en movimiento.Escuché el distintivo sonido de lahebilla abriéndose y el silbantesonido de un cinturón siendo extraídode sus soportes. Empecé a temblar.

—Vas a aprender lo que se espera deti, mascota. —Todo mi cuerpo megritó para que echara a correr, peroen algún lugar dentro de mi cabezauna pequeña voz susurró que nohabía escapatoria, solo obediencia.Solo la obediencia le haría feliz.Asentí angustiada.

No dijo nada más. Simplementepresionó mi frente contra el suelo yazotó el cinturón en una rápidasucesión en mi parte trasera.

En el primero, apreté la mandíbula y

obligué a mis manos a colocarsedebajo de las rodillas para evitarllevarlas hasta el cinturón.

En el segundo y el tercero, mebalanceé sobre la alfombragimiendo.

En el cuarto intenté colocar mismanos en el camino de su cinturónpara proteger mis nalgas. Mis dedosrozaron a través del relieve de lasheridas.

En el quinto, el sexto y el séptimo, élmantuvo sujetas mis manos

firmemente a la parte baja de miespalda.

En el octavo y el noveno, comencé agritar en voz alta y jadeante.

Se detuvo un momento, el tiemposuficiente para que pudiera decirle loarrepentida que estaba, que leobedecería, que iba a estar bien, loprometía. Unos pocos más y pareciófinalmente satisfecho.

Soltó mis brazos, pero sabía que eramejor no seguir mis instintos paralevantarme. Agarré mis muñecas y

las mantuve en la parte baja de miespalda, tal como él lo había hecho.Oí su suave risa sobre el sonido demis esporádicos quejidos y sollozos,y por alguna razón, mi cuerpo seencontró un poco más relajado.

—Buena chica, Gatita —dijo.Suspiré profundamente con alivio. Seapoyó en una rodilla a mi lado y tiróde mí firmemente agarrándome delpelo. Seguí llorando y luchandocontra la necesidad de frotar mitrasero que estaba dolorido por losazotes, que lo habían dejado

sumamente caliente y enrojecido.

—¿Te duele? —preguntó.

—Sí, Amo —gimoteélastimosamente.

—¿Lo recordarás?

Hice lo posible para responder através de mis sollozos.

—Sí, Amo.

Él estaba de pie, tirando de mi pelohacia arriba con esfuerzo. Arqueé miespalda y sucumbí a mis impulsos,

me froté el trasero fuertemente conlas palmas de las manos. Solo loempeoré. Aferró mis muñecas y lasclavó en la parte baja de mi espalda.

—¡Quédate quieta! —vociferó.Instintivamente, apreté mi frente en laparte delantera de su camisa. Intentéenderezar mis piernas. La sensaciónde su firme pecho contra mi cara meprovocó cosas que había llegado aesperar. ¿Por qué siempre olía tanbien? Después de un momento, eldolor se volvió secundario con lospensamientos de mi cuerpo desnudo

contra su ropa. Estaba todavía depie, pero no pude contenerme deempujarme contra él. Soltó mismuñecas y yo inmediatamente lasenvolví alrededor de su cintura y mepresioné contra él. Era duro, suave yfuerte, y olía a todo lo que yo queríaenvuelto a mí alrededor.

Se tensó en mis brazos y rápidamentepuso sus manos sobre mis hombrospara hacerme retroceder. Le miré yvi el enfado y la confusión en susojos, pero no me importaba. Rafiqvendría a por mí. Caleb podría

protegerme, o podía no hacerlo. Nopodía preguntarle sin traicionar aFelipe, ni podía ignorar lossentimientos de agitación de miinterior.

Tal vez era mi agotamiento, la larganoche de tortura sexual a la que mehabían sometido o tal vez erasimplemente el innegable poder quetenía sobre mí, pero fuera lo quefuera; necesitaba desesperadamentebesarlo. Me levanté en las puntas demis pies e incliné mis labios haciaél, rogándole con los ojos que lo

hiciera más sencillo para mí. Si sesorprendió, no lo demostró,simplemente se quedó inmóvilcuando finalmente mi temblorosaboca tocó la suya.

Sus manos se atenazaron más a mishombros cuando tracé con mi lenguasu labio inferior, instándolo a abrirsea mi beso. Él accedió y casi lloro alnotar su sabor. Finalmente se relajó einclinó la cabeza unos cuantosgrados. Necesitaba profundizarmedentro de su boca, sacudida por lanecesidad de ser tocada por él. Alzó

su mano hasta la parte posterior demi cabeza y me besó con toda lapasión de la mañana anterior.

No pude evitar que un ronco gemidoatravesara mis labios. Nunca habíasentido nada parecido. Nunca habíaquerido reír y llorar y follar ydevorar a otro ser humano hasta queno quedará nada de él, hasta quefuéramos una sola persona y pudierasentirme en paz. Agarré su cara conmis manos y la besé toda. Mi fuertejadeo fue repetido por sus suavessonidos.

Busqué su boca una y otra vez.Envolví mi pierna a su alrededor,intentando subirme a él mientrasenderezaba su cuerpo. Abruptamente,rompió el beso y me empujó hacia elsuelo. Yo miré hacia arriba, con micorazón desnudo a sus pies. Su pechósubía y bajaba con su ansiosarespiración, pero sus palabras fueronestables y tranquilas.

—Que esta sea la última vez quehaces algo sin que te lo digan. Y estaes la última vez que vuelvo a besarte.Espero que lo hayas disfrutado. —A

través de la neblina de mis lágrimas,me había parecido ver un parpadeode dolor en sus ojos. Ignorando a micorazón roto, traté de recuperar algode dignidad.

—Por favor, Caleb —sollocé en vozalta—. No hagas esto. Tómame ymarchémonos ¡Vayámonos!

Me abofeteo. No salvajemente, perodolió y el calor de su descargaatravesó mi cara y mi cuello.Coloqué la mano en la mejilla.Estaba caliente al tacto. Cuando elmomento de sorpresa inicial pasó,

pensé que era extraño sentir el dolorde su bofetada en mi pecho, pero lohacía, y dolía más de lo que nuncapensé que fuera posible. Los ojos deCaleb tenían un atisbo de sorpresaque nunca antes había visto. Mevolvió la espalda y caminó a travésde una de las puertas de lahabitación.

Escuché el agua corriendo.

Salió nuevamente.

—Límpiate tú misma y espera aCelia —escupió y volvió a salir de

la habitación.

Empecé a llorar abiertamente cuandola puerta de cerró, pero hice lo queél me ordenó.

* * * *

Una hora y media después, me sentésollozando en el borde de la bañeramientras Celia cepillaba suavementemi pelo y hacía su mejor esfuerzopara tratar de calmarme.

—Lo siento, Gatita —me susurró.Sollocé más fuerte. Asentí

dócilmente para apaciguarla. Contoda sinceridad, mis lágrimas teníanpoco que ver con ella, o con el hechode que me hubiera depiladodolorosamente todo el vello de micuerpo, con la excepción de unapequeña «tira» en la cumbre de micoño. Aunque el dolor no se olvidafácilmente. Mayoritariamente,lloraba porque no podía sacar aCaleb de mis pensamientos.

A él yo no le importaba una mierda,y de alguna manera, me habíaenamorado de él. Nunca me besaría

otra vez —es lo que había dicho—nunca. Yo había confiado en él.Había hecho todo lo que me habíapedido con la esperanza de que meperdonara. Su lealtad nunca habíaestado conmigo y había sido tonta alpensar que podía ganármela.

No podía parar de repetir una y otravez el momento en mi mente. Inclusosabiendo que el dolor que sentía eraemocional, físicamente me dolíatodo.

—¿Celia? —Por fin habíaconseguido hablar entre mis sollozos.

—¿Sí, mi amor?{20} —dijo.

Hablé con ella en español.

—¿Por qué me trata tan mal? En unmomento me sonríe y al siguiente…—Un gran nudo se había formado enmi garganta, dificultándome tragar, ymucho menos hablar.

—No llores, mi dulce niña —dijo.Me recordó a Felipe, pero no lomencioné. Apartó el cepillo ysostuvo mi cabeza contra su pecho.Me aferré a ella fuertemente,

inundada por la necesidad de serconsolada. Acarició mi pelo con sumano y habló—: Creo que hay cosasque no sabes de tu Amo. Tal vezparezca impredecible, pero estálleno de pasión por ti. Mi Amosiempre es agradable, incluso cuandome castiga, pero, no sé nada de loque siente. —Pude notar el dolor ensu voz. Estaba enamorada de Felipey creía que él no tenía los mismossentimientos de amor hacía ella.

Pensé en mi interacción con él en elcalabozo y tuve que estar en

desacuerdo. Felipe perdía la cabezapor Celia. Parecía ridículo que no losupiera. Sin embargo, yo no eraquién para decírselo.

—Tantos años juntos —dijo en unsuave susurro— y nunca hademostrado que le interesara de unau otra forma —dijo con una sonrisairónica—. Excepto por supuestocuando quiere follarme… o ve aalguien más follándome. —Mesorprendió su declaración.

—Lo siento —le dije en simpatía.

—Oh, no te preocupes demasiado.No me importa. Siempre lo disfruto,y cuando él me hace el amor —ellasuspiró—, hace que nunca me sientaavergonzada, o sucia, o cualquiera deesas otras cosas. Me hace sentir quele he hecho feliz, y eso me hace feliza mí. —La miré y vi que teníalágrimas en los ojos. Me sonrió yrápidamente se las limpió con eldorso de la mano.

—Lo siento si fui cruel contigoCelia… ya sabes… esa noche. —Susonrisa se hizo más amplia—. Siento

haber sido tan imprudente.

—Yo no sabía lo mucho quesignificabas para él. No podíadecirle que no, pero no tenía quehacer alarde de mi placer con totalabandono. —Creo que ambas nosruborizamos. Agarré su mano y sesentó a mi lado.

—Celia, ¿Tu nunca… nunca pensasteen huir? —No pretendió que noentendía el sentido de mis palabras,aunque sus ojos se llenaron depánico e instintivamente miróalrededor de la habitación—. Nunca

debes decir esas cosas, Gatita, ni aotras chicas como nosotras. No teservirán para ninguna otra cosa quepara ser castigada. Pero no, nuncapodría dejar a Felipe. Tal vez no meama, pero se preocupa por mí. Él meda todo lo que deseo sin tener quepedírselo. Le quiero. Antes de él…No recuerdo mi vida, lo que megustaba hacer, pero nada de eso meimporta ahora. —Asentí ligeramenteaunque no entendía muy bien lo quequería decir.

La puerta se abrió. Celia y yo

tuvimos un sobresalto deculpabilidad. Caleb se detuvo, sumirada penetraba mi piel, aun cuandomiré hacia mi regazo como undespreciable perro.

—Celia —dijo después de unmomento—, vete abajo.

—Sí, señor.{21} —respondió ella convoz temblorosa y salió corriendo dela habitación.

—Ven aquí —me dijo.

Instintivamente, me puse de pie.

—Aquí dentro estarás siempre derodillas a menos que se te indique locontrario —dijo.

Temblando, me arrodillé y le seguímientras caminaba por el dormitorio.Mi corazón golpeaba violentamentecontra mi pecho y entre mis muslos,mi carne recién descubierta me hizosentir demasiado consciente de midesnudez. Mi curiosidad sobre lo quepasaría a continuación había formadonudos en mi estómago, pero le seguícasi con entusiasmo, con laesperanza de que fuera tan atento

como lo había sido.

Me condujo a una pequeña «cama»,que consistía en unos edredonesgruesos, y sedosos, colocados en elsuelo cerca de su cama.

—Colócate cerca de la cama, dejatus brazos a ambos lados —ordenódesapasionadamente.

Reticente, hice lo que se me dijo.Sobre la cama frente a mí seextendían algunos artículos de ropa,algunos con los que estabafamiliarizada, otros con los que no.

Desprovisto de cualquier emoción,levantó un par de bragas negrastransparentes de la cama y me hizo ungesto para que me metiera en ellas.Lo hice sin ningún comentario, perocuando levanté mi pierna parameterla, perdí el equilibrio y pusemis manos en sus hombros paraestabilizarme. Él se tensó bajo mismanos y yo las retiré. Las mediasnegras no ayudaban a estar másestable, pero dejé que mis brazos selas arreglaran para mantener elequilibrio.

Se quedó de pie y miró las bragas ylas medias mientras mis pies secaldeaban bajo su escrutinio. No meatrevía a mirarle directamente a lacara para ver si apreciaba lo queveía. Quizá, no sorprendentemente,las bragas causaban una extraña yapabullante explosión de deseo. Lapiel, anteriormente expuesta, de micoño brotó a la vida con el tacto delsuave y sedoso material. De pronto,nunca antes había estado másagradecida de ser mujer. Nuestrosdeseos podían ser escondidos,cuando los de un hombre no podían.

Aun así, con algo de dificultad, noapreté mis muslos juntándolos.

Nunca antes había vestido un corsé,así que me sentí mal, preparada parael ceñimiento. Hecho de suave pielnegra, se situaba por debajo delligero peso de mis pechos y revestíatodo mi abdomen. Dejé salir ungruñido en voz alta cuando élencinchó la espalda con un rápido ydevastador tirón. Se detuvo unmomento y yo recobré mi cordura ymi oxígeno.

—¿Puedes respirar?

Hice un asentimiento errático.

—Sí, Amo.

—Bien. Si te empiezan a doler lascostillas, dímelo inmediatamente.

Otro asentimiento.

—Sí, Amo.

Había extrañas piezas de cuero unidaal frontal del corsé. Rápidamenteaprendí que eran para mis muñecas.Con las muñecas firmementeamarradas, no podía levantar los

brazos.

—Eso debería mantener tus manos ensu lugar —dijo con un leve toque deenfado. Me sonrojé por el recuerdode mi atrevido beso y me avergoncépor el recuerdo de lo que habíavenido de él. Oí un crujido detrás demí, pero resistí la urgencia de mirar.

—Dóblate sobre la cama, y abre laspiernas —dijo.

Me volví y vi que sostenía algo en sumano, pero no pude distinguirlo.

—¡Haz lo que digo!

Me moví con dificultad paraobedecer, esperando no sentir sucinturón en mi sensible trasero. Tanasustada como estaba, mi corazóndio un vuelco cuando reconocí suolor en las sábanas. Las lágrimaspunzaban en el fondo de mis ojos.Casi susurré su nombre, pero sabíaque sólo podrían venir cosashorribles de ello. Deseé no haberledicho nunca que lo amaba. Deseéhaber manejado sus revelaciones deforma diferente.

—No quiero venganza, Caleb. Noquiero acabar como tú, dejando queuna jodida vendetta maneje mi vida.Sólo quiero mi libertad. Quiero serlibre, Caleb. No la puta dealguien… ni siquiera la tuya.

Mi angustia se volvió pánico cuandolos dedos de Caleb separaron misnalgas. Me quedé quieta, deseandoque la intrusión cesara. Uno de susdedos presionó sobre el brote de miano, mientras los otros mantenían misbragas a un lado. Nada lo detenía.

—Relájate —dijo. Deslizólentamente un dedo obviamentelubricado dentro de mí, grité por lasorpresa. Dentro… y fuera…dentro… y fuera, empujabalentamente. A pesar del miedo y laaprehensión en mi interior, lasensación me trajo el ahora familiartirón de deseo abajo, en mi vientre.Mis bragas, ya mojadas, se pegabana mi carne desnuda, haciendo quedeseara ondular contra los dedos.Estaban tan cerca de mi clítoris, tancerca.

—¿Se siente bien, Mascota? —susurró con voz ronca. Me tensé yestaba segura de que él lo sintióalrededor de su dedo. Empujó sudedo más profundamente dentro demí hasta que mi vientre sintió unpinchazo y un gemido escapó de mislabios.

Me sostuvo, suspendida en su dedo,forzando lágrimas de humillación y gemidos lujuriosos saliendo de mí.

—Sí. Sí, Amo. —Lloraba.

Lo retiró lentamente. Moví con

cuidado mis caderas otra vez haciaabajo, y de nuevo su olor saturó missentidos. Me pregunté pormillonésima vez por qué lo deseabatanto cuando era un bastardocalculador. Mientras jadeaba enbusca de aliento, Caleb preparó susegundo asalto reinsertando su dedocon incluso más lubricante. Intentóempujar algo dentro de mí, algoextraño.

—¿Qué estás haciendo? —grité antesde poder detenerme.

—Relájate —dijo.

Paralizada en un silencio instantáneo,inmediatamente me insté a obedecer.Lentamente, el objeto entró y meencontré llena, justo en el punto dedolor y en el precipicio del placerintenso. Pude sentirlo en mi vientre, yextrañamente, pude también sentirlopresionando contra las paredes de micoño. Yací quieta, jadeando ygimiendo, intentando descifrar quédemonios había pasado.

El cálido cuerpo de Caleb presionócontra mi espalda. Su boca caliente

succionó el lóbulo de mi oreja, y mismúsculos se contrajeron fuertemente, aumentando la humedad.

—No te atrevas a empujarlo haciafuera, o azotaré tu culo hasta dejarloen carne viva. —Mientras decía laspalabras, empujó su erección contramí y movió rápidamente el tapóndentro de mí. Gemí.

—Sí, Amo —susurré. Mi voz era unasúplica lasciva pidiendo máscontacto. Reculó, su mano izquierdaentre mis omoplatos, sus caderastodavía presionando contra las mías.

Suspiré cuando tiró de mis bragashacia abajo para exponer mi culo.Estiró la mano entre nosotros paratrazar con sus dedos entre mis nalgas.Empujé hacia atrás, urgiéndole a irmás abajo hacia el hinchado brote demi clítoris, suplicándole que mehiciera acabar.

No llevó mucho tiempo. Frotó miclítoris suavemente con sus dedosmientras la palma de su mano movíael tapón dentro de mí. Me corrí encuestión de segundos, con fuertesmovimientos de sacudida,

envolviendo todo mi cuerpo.Después, él me ayudó a llegar alsuelo y me dijo que me fuera adormir.

Capítulo 18

Abrí los ojos y me quedé mirando enla penumbra, sin querer moverme encaso de que Caleb hubiera planeadotorturarme más cuando despertara.Mi sueño había sido incómodo. Mismuñecas estaban sujetas a un corséde cuero fuertemente atado. Eradifícil respirar o levantar los brazos

más allá de unos milímetros pordelante de mí. Se me hizo tambiéndormir en el suelo. Estaba acolchadocon sábanas pero ni de lejos era tancómodo como una cama.

Pensé en la mañana. Después de queCaleb había hecho su, en ciertaforma, violento uso de mi boca, locual extrañamente me tenía tantoqueriéndolo como odiándolo, menegó la dosis de consuelo que hastaahora siempre me había dadodespués de tales duras pruebas:afecto. Tuve que admitir que

realmente hirió mis sentimientos. Apesar de todo lo que me había hechopasar, nunca me hizo sentir barata.Incluso al principio, cuando no habíasido más que un bastardo insensible,había logrado disipar mi miedo y miansiedad cuando terminaba conmigo.Temía que esos días hubieranterminado.

No desde que le dije que lo amaba.

Reproducir el día otra vez en mimente hizo poco para instarme adespertar, pero no pude dormir más.No sólo había dormido la mayor

parte del día, sino que mi estómagopedía algo de comer. Entonces, comosi fuera una señal, la puerta se abrióy Caleb entró en la habitación. Micorazón se aceleró al instante y dioun vuelco cuando lo vi en unesmoquin. Su espeso y precioso pelorubio, visto a menudo en un estilo dedesaliño organizado, estaba peinadoahora lejos de su cara. La intensidadde sus ojos azules se sentía al mismotiempo como un puñetazo en elestómago y una suave, hambrientacaricia.

Parecía infinitamente tranquilomientras se me acercaba. Me recordéa mí misma y desvié la mirada. Searrodilló a mi lado. Dejé escapar unsuspiro que no me di cuenta queretenía cuando extendió su mano ytrazó mi barbilla con sus suavesdedos largos. Tomó mi barbilla y unhormigueo se esparció por todo micuerpo. Me estremecí, a pesar de mímisma. Volvió mi cara hacia la suya,y ya no pude resistir mirar a sus ojos.

—¿Dormiste bien Gatita? —preguntóen voz tan baja que dolía.

—Sí, Amo —susurré.

—Bueno. Es hora de ir abajo ypresentarte al resto de los invitados.

Mi estómago se retorció, aunque eneste momento tenía menos que vercon mi hambre y más con miansiedad. No dije nada, y no meresistí cuando me ayudó alevantarme. Mientras estaba a sólounos centímetros de distancia de élsu olor una vez más me rodeó. Por unmomento no pude evitar cerrar losojos e imaginar una situación

diferente a ésta, una en la que sólopodía ser yo misma y él me adorarapor ello. Alisó mi pelo hacia atrás,revelando los ganchos formadosdurante mis sueños y trabajando através de ellos rápidamente y condestreza.

—Así —dijo, más para sí mismo quepara mí—, se ve mucho mejor.

Un incómodo silencio cayó entrenosotros. Mantuve mis ojos fijos enla limpia camisa lisa frente a mí.Suspiró, y no pude dejar de notar queera el tipo de suspiro que alguien

deja escapar cuando se estápreparando para hacer algo difícil.Sabía que tenía que ver con Rafiq, dealguna manera, pero no pudepreguntarle. No podía aceptar midestino por el momento. Tenía laesperanza de que el Caleb que habíallegado a amar estuvieraprosperando dentro de la versión delCaleb que estaba delante de mí. Laesperanza era todo lo que mequedaba.

Sin más preámbulos, me dio la vueltay barrió la mayor parte de mi pelo

sobre mi hombro izquierdo. Todo micuerpo se estremeció. Le oí sacaralgo de su bolsillo. Me tensé cuandosentí una banda lisa de cueroalrededor de la garganta.

—No es igual al collar que llevabasantes. Éste me gusta mucho más. Esmás suave y no se te clavará —susurró.

Si tuviera las manos libres, podríahaber alcanzado el lazo atado alfrente, pero no estaban libres. Comoyo, estaban obligadas por lascircunstancias.

—Quiero que sepas —dijo demanera casual—, que va a haber unmontón de gente abajo. Estaspersonas son importantes conocidosmíos. Espero que te comportes. Hazexactamente lo que te digo, manténlos ojos abajo y debería ser unanoche agradable para ambos.¿Entendido?

Tragué saliva pesadamente y logrémurmurar—: Sí, Amo.

—Date la vuelta —dijo—. Tengouna pequeña cosa para asegurar tu

obediencia. —Cuando me volví, nopodía dejar de mirarlo a los ojos. Meacercó, sosteniéndome en el lugarcon su mano en la parte baja de miespalda. Su otra mano ahuecó mipecho justo dentro de mi corsé. Pusosu boca en mi pezón y lo succionó.

No pude contener un intenso suspiro.Estaba mojada, pero su atención ibaa ser de corta duración. Tan prontocomo su boca me soltó, una presiónfirme se apoderó de mi pezón.Mientras me desvanecía, repitió elproceso superficial en mi otro pecho

y luego dio un paso atrás paraadmirar su obra.

Miré hacia mis pechos a través deuna bruma de lágrimas para notar lasdelicadas pinzas adornando mispezones. Una fina cadena de oro seunía a ellas y conducía directamentea la mano de Caleb. Cuando hubetomado conciencia de mi situación nopude dejar de mirar hacia Caleb conuna expresión suplicante. Tirósuavemente, como si quisiera decirque mi alegato no tenía sentido. Micuerpo se puso rígido y una sacudida

de dolor y sensación perforaron através de mi vientre terminando entremis piernas. El tapón en el culo semovió, exagerando la sensación. Enmedio de la corriente, el dolorcambió a algo vibrante, a algoplacentero. Como una marioneta, micuerpo se relajó cuando Caleb liberóla tensión.

—¿Tenemos claras las reglas deobediencia? —preguntó Caleb, y sinesperar mi respuesta continuó—: Esto es una especie de prueba,Gatita. No me decepciones. —Se

volvió de espaldas a mí—. Sigue trasmi izquierda, mantén tus ojos abajo yno debería haber ninguna necesidadde probar la sensibilidad de tuspezones.

—Sí, Amo —respondí, incapaz decontener el temblor de mi voz. Laslágrimas se aferraron a mis pestañasy mi cuerpo se estremeció, peroseguí a Caleb como me indicó.

Caminamos al ritmo de un desfile. Unleve murmullo de voces bajas llegóde la escalera. Las luces de las velasde la habitación de abajo brillaban a

través de las escaleras de mármol,iluminando nuestro descenso encolores vivos. El cálido resplandoralivió algo de mi temblor, junto conel cuidado de Caleb sobre la cadenaque nos unía.

En la parte inferior de la escalera,Felipe saludó a Caleb:

—Es bueno tenerte con nosotros miamigo. Veo que tienes a tu preciosaGatita contigo. Todo el mundo estádeseando verla.

—Felipe —reconoció Caleb. No

pude dejar de notar que Caleb noparecía demasiado contento.

Nuestros ojos se encontraron porencima del hombro de Caleb, pero nodejó saber mi desobediencia. Dehecho, me guiñó un ojo. Estábamoscompartiendo otro momento,desconocido para mi Amo. Mesonrojé profundamente.

—Pensé que deberías saber que elchico está aquí con el señor B y estanoche va a ser parte delentretenimiento de la noche —añadióFelipe en un susurro lo

suficientemente alto como para queyo lo escuchara. La declaración teníaun borde burlón, como si se estuvieraburlando de Caleb. No me gustó.

—Interesante —replicó Caleb,simple y abrupto. Levantó la cabezay examinó el pequeño grupo depersonas. Instintivamente, recorrí lahabitación también, y pronto recibíun tirón continuo de súbito dolor através de mis pezones por el intento.

—Ojos abajo —me dijo Caleb porencima de su hombro, con su voz

llena de rabia disimulada.

—Sí, Amo —dije en un susurroáspero. Quería gritar por el dolorque torturaba mis pezones, pero latensión de la cadena disminuyó, y mirespiración salió en un suspiro dealivio.

Caleb pasó junto a Felipe. Lo seguí,temerosa de la maldita cadena quesostenía. Bajamos la escalera demármol hasta la alfombra y cruzamosla habitación. El toque suave de laalfombra de felpa masajeó la parteinferior de mis pies a través de las

medias.

—Bueno, mira lo que ha traído elgato —llegó el acento sureño de unhombre, seguido de un silbido—. Esuna belleza. Me encantaría probar amanejarla, especialmente si semaneja como esto que Felipe le dio ami esposa para tratar. —El hombrese movió para mirar a Caleb.

Me atreví a levantar los ojos sólo unpoco, pero mi cabeza todavía estabainclinada hacia el suelo. Por elrabillo del ojo vi a un chico de pie

cerca de mi edad en sus rodillas. Eraquizás el chico más guapo y hermosoque jamás había visto. Sin embargo,no podía quitarme la idea de que loconocía de alguna manera. Alzó losojos azules oscuro, lo suficiente paraconectar con los míos. Contuve larespiración y mis ojos se abrieron depar en par.

—¡Kid! —exclamé antes de quepudiera detenerme. El dolor anulórápidamente la sorpresa cuando mispezones se quemaron por la presiónincesante.

—Ojos abajo, Gatita —espetóCaleb.

Era lenta obedeciendo. Había sabidoque Kid había sido capturado, perono lo había visto desde la noche enque Caleb y yo habíamos llegado a lamansión. Me pregunté dónde habíaestado todo este tiempo. Tenía elpelo más largo, su cuerpo másdelgado, y su comportamientoseñalaba cuán profundamente habíasido destrozado. A pesar de todo, seveía saludable, tal vez incluso feliz.No sabía cómo sentirme acerca de

verlo. Kid me recordó mucho lo queme había sucedido con losmotoristas. Traté de recordar que élhabía sido el que dejó a sus amigosgolpearme hasta la muerte.

Caleb tiró de nuevo, esta vez sólocon la fuerza necesaria para exigir miatención.

—Sí, Amo —susurré por fin y Calebme mantuvo inmóvil para desatar mismuñecas.

—Mantén las manos detrás de laespalda a menos que las necesites

para mantener el equilibrio.

Forzada en proximidad cercana, nopodía alejar la vista de Kid vestidosólo con un taparrabos. Tenía lasmuñecas atadas y pinzas en suspezones. Alrededor del cuello habíaun collar con una correa de cuerounida. Su cuerpo irradiaba calorcontra mis piernas. Quería gritar lainjusticia de todo. Empecé a jadearcon ansiedad, incluso con pánico.

—Oh, es una luchadora. Creo que megustaría jugar con ella durante untiempo —añadió el señor B, y una

risa retumbó saliendo de él, sonandocomo si viniera de la parte inferiorde su vientre.

—Eso no será posible —dijo Caleb.Su tono era un poco duro y no pudedejar de notar la forma en que seacercó a él para mirarlo fijamente—.Gatita está para otras cosas.

Alcé los ojos un poco, mirando através de la franja de mis pestañasmientras me conducía hacia una mesade lino blanco. Los candelabrosbañaban una luz cálida sobre las dos

parejas en la mesa disfrutando decócteles y conversando. Llevabantrajes y vestidos, aristócratasvestidos para una exclusiva noche.

Una mujer, vestida igual que yo, sesentó en sus rodillas cerca de lamesa. Su cuerpo estaba sereno, yarelajado. Su mirada estaba baja y susmanos cruzadas sobre sus muslos.Caleb se detuvo junto a ella, dejandocaer la cadena en sus manos. Apretómis hombros hacia abajo. Me agachépara descansar sobre mis rodillas yel tapón en el culo se movió. Las

sensaciones pulsaron a través de micuerpo, haciéndome temblar.

—Enseguida estaré de vuelta, Celia.Asegúrate de que Gatita permanezcaaquí por unos pocos minutos.

Di un grito ahogado, sin reconocer aCelia, pero mantuve los ojos abajo.Tan pronto como Caleb se fue,levanté un poco mis ojos para vermejor. Celia parecía exótica yhermosa. Sabía, por supuesto, quepertenecía a Felipe, pero no tenía niidea de que era objeto departicipación en algo como esto. La

última vez había dirigido la reunión,pero esta noche era una prisioneracomo yo, y, al parecer, Kid.

Otra pareja, una mujer alta y unhombre de baja estatura, vestidos deblanco, se acercaron tirando de unamujer con un corsé de color rojodetrás de ellos. La mujer llevabacadenas en el pezón, medias de sedaroja, y un tanga de encaje rojo conuna cinta roja tejida por su pelo largoy oscuro. La pareja se estableció enla mesa, y la mujer de rojo se sentósobre sus rodillas al lado del

hombre.

La clásica vestimenta formal y elrespetuoso murmullo de voces seentrelazaban con un suave tintineo derisas. El de ellos era un mundodiferente al que estaba acostumbrada.Los hombres con rostros sonrientes,mujeres adornadas con joyasbrillantes y largas uñas pintadas,tirando detrás de ellos deencorsetadas mujeres semidesnudas.Me di cuenta de que Kid era el únicoprisionero masculino.

—Que todo el mundo por favor

encuentre un asiento. Estamos listospara servir el primer plato —anuncióFelipe desde el extremo de la mesa.Una suave música comenzó a tocaren el fondo y más velas fueronencendidas por toda la habitación.Caleb vino a buscarme al mismotiempo que Felipe llegó a por Celia.

—Ven, Gatita, vamos a cenar algo.Estoy seguro de que tienes hambre —Caleb se movió lentamente para quepudiera seguirlo arrastrándome derodillas a pocos pasos de la mesa. Sesentó en una silla, posicionándome a

su lado en el suelo.

Las sirvientas, vestidos conuniformes escasos, apenas cubriendosus senos o traseros, colocaronbandejas de aperitivos en el centrode la mesa, algunos vasos de aguafresca, y copas de vino recargadas.

Al otro lado de mí, se sentó Felipecon Celia a su lado en el suelo. Lamujer de blanco se sentó junto aCaleb.

—Gatita, te estás comportandoejemplarmente esta noche —

murmuró Felipe, y tocó suavementemi hombro. Me quedé en miposición, aunque su caricia envió unescalofrío de desconfianza por mibrazo. Volví la cabeza un poco paraver si Caleb lo notó.

—Tuvo sus momentos —añadióCaleb como si no estuviera allí. Suatención se dirigió a la mujer deblanco, sentada junto a él. Desde miposición en el suelo, vi sus pulidosdedos deslizarse por el centro de sumuslo y parar cerca del bulto entresus piernas.

—Es tan bueno verte de nuevo,Caleb —ronroneó su suave voz lobastante alto para que la oyera.

—¿Nos conocemos? —preguntóCaleb y puso su mano sobre la deella, evitando que fuese más lejos.

—Lamentablemente, no. Estuve aquícuando tú y tu encantadora chicallegasteis por primera vez. Te admiréy me aseguré de saber quién eras —casi ronroneó.

—Ya veo —dijo Caleb—. Bueno,es un placer conocerla, señorita…?

—J —dijo—. Señora J, pero no sepreocupe, el Sr. J. es muy conscientede mis actividades extracurriculares—soltó una corta risa coqueta. Susdedos se movieron por encima deCaleb.

Luché contra el impulso de golpearsu mano lejos. ¡Es mío! Malditazorra de mierda.

Caleb apretó su mano y luego latrasladó de nuevo a su regazo.

—Gracias por el cumplido, Sra. J,pero creo que sus atenciones estarían

mejor invertidas en otra persona. —La voz de Caleb llegó a mí, a pesarde que estaba susurrando cerca deloído de la Sra. J.

—¿No está disponible? —sonabadecepcionada.

Hirviendo de celos y con el recuerdode Caleb y Celia en mispensamientos, me incliné hacia Caleby froté mi cabeza contra su muslo.Para mi sorpresa, la mano de Calebse posó sobre mi cabeza en unacaricia suave y tranquilizadora, antesde instarme a que me distanciara.

Caleb se rió bajo y vi su manoapretar la parte superior del muslode la Sra. J, a través de su vestido desatén. Sus piernas se abrieron y ellatiró de la mano de él hacia su centro.

—¿Está hambrienta? Nosaseguraremos de que consiga algo —Caleb le acarició profundamente conlos dedos, luego se deslizódeshaciéndose de su agarre y moviósus manos por encima de la mesa.Tomó un plato de los aperitivos yapiló unos pocos en su plato, así

como el suyo—. Con eso deberíabastarle para empezar. —Su vozmantenía una promesa y me preguntéqué pensaba para más adelante.

Las lágrimas escocieron detrás demis ojos. No es que él lo notara. Micorazón martilleaba en mi pecho yjuro que sentía que todos oían elzumbido en mis oídos. Mirespiración salió entrecortada, y lamano de Felipe rozó la partesuperior de mi brazo.

—Relájate —susurró.

Caleb se inclinó con una cáscara decamarón suculento en la mano.

—Abre, Gatita —mis ojosautomáticamente se elevaron a sunivel. Antes de darle una miradaapropiada, mis pezones recibieron untirón ardiente que me robó el aliento.Mi boca se abrió casi por accidente,pero Caleb aprovechó el momentopara poner el bocado en mi boca.Avergonzada, no podía hacer otracosa que masticar. Mi estómagoapreció la atención.

Todos los que estaban encadenadoscomían de la mano de su Amo. Mehorroricé, pero permanecí sumisa. Leprometí obediencia. Hacía a Calebfeliz y mi supervivencia dependía enúltima instancia de su felicidad.Todavía no había visto a Rafiq, perome había acostumbrado a esperarsorpresas.

Cuando todo se terminó, Caleb seapartó de la mesa.

—Necesitas aliviarte y refrescarte.

Felipe intervino:

—Celia se la llevará a los cuartos delos esclavos, si todo está biencontigo, Caleb.

—Voy a llevarla de nuevo con Celia.Luego Celia puede mostrar a Gatitalo que se espera de ella.

Caleb me ayudó a levantarme. Eltapón se movió, creando otro temblora través de mi cuerpo. Felipe ofrecióla cadena de Celia a Caleb, y él nosllevó.

Le entregó a Celia mi cadena en lapuerta. La habitación era brillante,

blanca y estéril. Una fila de tubos sealineaba en el suelo a mi derecha,algunos grandes, otros pequeños. Ala izquierda estaban las habitacionesprivadas. Más abajo, vi un granmosaico con una joven mexicanabañándose al aire libre y tocando suspezones mientras un hombre miraba alo lejos. En el telón de fondo, elcuarto de baño contaba con una filade duchas, desagües en el suelo yunos pocos retretes.

—¿Qué es este lugar, Celia? —susurré. Mi voz contenía tanto

asombro como temor.Inconscientemente, tomé su mano y lasostuve.

—Es sólo una habitación, Gatita. —Se inclinó hacia mi oído y susurró—: Todo lo que decimos esregistrado. Sensores demovimiento… micrófonos —asentícon la cabeza.

—Ve y utiliza el baño. Tengo quetomar algunas toallas.

Después de aliviarme, Celia mellevó a una habitación pequeña,

privada y con cortinas. Había unlavabo y un juego de toallas.También había un armario situado allado de la pileta cargado conartículos de aseo.

—Voy a refrescarte entre tus piernas—deslizó mis bragas de seda haciaabajo, junto con las medias de seda,y se lo permití. Me había limpiadotantas veces antes que no teníaninguna vergüenza—. Una vez que lohaya hecho por ti, entenderás lo quenecesitas hacer la próxima vez que tedigan que tienes que refrescarte —

enjabonó un paño con un poco de unparticular jabón con olor a almendrasy miel—. Párate sobre esta toalla yabre tus piernas para mí. —Hice loque me pidió. Era increíblementeamable, como siempre. Casi podíaentender cómo una mujer se inclinabahacia otras mujeres. Celia no me tocóinapropiadamente, pero sucomportamiento era tan suave, queme llevo a relajarme.

No pasó mucho tiempo antes de quefuéramos de vuelta junto a Caleb y élcaminara con Celia junto a Felipe,

quien la entregó a una de lasprimeras parejas que vi sentadas enla mesa del comedor. Celia se fue sinrebelarse, aun cuando tanto elhombre como la mujer le tocaron lospechos.

Caleb tiró de mi cadena, creandootro disparo desde mis pezones a micentro. Cerré los ojos y contuve unasúplica.

—Mejor no mantener a la genteesperando —dijo.

Caleb me ató las muñecas a los aros

de la parte delantera de mi corsé.Nos mudamos cerca de otra zona enla misma sala grande. Los sofás ymesas bajas con velas y copasestaban colocados estratégicamenteen una zona cercana a una pared de lachimenea de piedra. Las llamaslamían la madera apilada dentro dela chimenea.

Nos detuvimos junto a la pareja quehabíamos conocido antes. Susnombres para la noche parecían serel Sr. y la Sra. B. Un rápido vistazo yme di cuenta de que Kid se sentaba

sobre sus rodillas junto a ellos, conla cabeza inclinada y las manosdetrás de su espalda. Habría sentidolástima por él, pero estabademasiado preocupada con mi propiasituación.

Me pregunté qué había planeadoCaleb para la noche. Hasta elmomento, tenía una atmósfera muyEyes Wide Shut{22}. Quería estar asolas con él. Quería explicarle lomucho que realmente significabapara mí. Quería que entendiera quemis sentimientos hacia él no tenían

nada que ver con su manipulación, oque estuviera tratando de ganar milibertad.

No quería ser la puta de Caleb, deeso no podría retractarme. Además,no me importaba la venganza. Queríaa Caleb. Sabía que era una estupidez.Sabía que era una persona terrible,que había hecho cosas terribles.Sabía que no me merecía o a miamor. No me importaba. En el cursode nuestro tiempo juntos, me habíaenamorado de mi captor. Me habíaenamorado de su olor y su sabor, su

sonrisa, su amabilidad, y sí, inclusode su crueldad, porque sabía que erauna parte de él.

Quería que lo supiera. Quería quesupiera todo y quería que significasealgo para él. Quería que me eligieray me aceptara. Quería que dejaratodo atrás y me amara.

—Gatita… —su frente estabaapoyada con fuerza contra mi nuca—, pides cosas imposibles.

No me importaba.

Estaba perdida en mis pensamientoscuando la mano de Caleb, cálida yreconfortante, aterrizó en mi hombro.Lo miré a los ojos y dejé que mideseo se mostrase. Sonrió, peropareció triste. Las sonrisas tristes deCaleb no eran un buen presagio paramí.

—Abajo —dijo Caleb, señalando ellugar junto a Kid.

Me dejé caer al oír el comando.Quería cumplir. Quería hacer feliz aCaleb de cualquier forma en que

pudiera, con la esperanza de quenunca fuera capaz de dejarme ir.

—Señoras y señores, el postre está apunto de ser servido —la voz baja yacentuada de Felipe silenció alpequeño grupo. Las sillas sedeslizaron por el área alfombradacerca de donde estaba, con el sonidode la gente encontrando una posicióncómoda. Me pregunté por qué Calebno me levantaba para darme decomer.

De repente, la mano de Caleb estabaen mi pelo y me acercaba. Susurró en

mi oído:

—Sé lo difícil que será para ti. Va aser difícil para mí, también. Dichoesto, espero la perfección, Gatita.¿Entiendes?

Mi pulso se aceleró, mi visión senubló.

—Caleb....

—Shh, Gatita —me reprendió—.Obedece.

Me aparté cuando me soltó y nuestros

ojos se encontraron. Me dio otrasonrisa triste y luego, por razonesque no podría saber, Caleb empujómi cara hacia el regazo de Kid. Mitrasero se levantó del suelo y Calebempujó contra el tapón en mi culocon su rodilla. Una vez más, para mimortificación, el tapón se movió.Debajo del taparrabos de Kid, algomás se agitaba.

En tono tenso Caleb añadió:

—Me preguntaba cómo responderíanestos dos a los demás —quitó surodilla de mi trasero, y salté hacia

atrás, cayendo sobre mi culo. Misrodillas flexionadas se extendieronabiertas mientras estaba acostada deespaldas incapaz de levantarme a mímisma con las muñecas atadas.

—Bueno, por el aspecto de la tela deKid allí, diría que está bastanteemocionado. —El Sr. B se rió en vozalta, sobrepasando a través de losmurmullos silenciosos de los otroshuéspedes.

Cerré los ojos, avergonzada, yesperé por el dolor en el pezón. Los

huéspedes se arrastrabanrodeándonos, apreté los ojos con másfuerza, con miedo de dónde mirar enesta posición. De repente, una manocálida y temblorosa se deslizó hastami media de nylon justo en el interiorde mi pantorrilla, lentamente sobremis rodillas, y hasta la parte interiordel muslo. Se detuvo, pero luegovacilante quemó su camino deregreso por la parte interna de mipierna hasta el arco de mi pie. Lamano masajeó suavemente mi pieantes de pasar al interior de mi otrapierna y deslizar su camino hacia mi

muslo. Con las yemas de los dedos,siempre muy ligeramente, rozó elpequeño trozo de seda entre mispiernas.

La persistente mano frotando mipierna se convirtió en dos manos,ambas cepillaron entre mis piernas ala vez. Muslos musculososempujaron mis piernas másseparadas. Ya no podía luchar contrael impulso de abrir los ojos. Meatreví a mirar a través de la franja demis pestañas y vi los hombros deKid, su pelo rubio. Estaba peinado

hacia atrás mostrando su bellezajuvenil. Sus mejillas ardían devergüenza, reflejando la mía propia,mientras que se colocaba cerca de micentro y continuaba frotando mismuslos.

Sus ojos permanecieron cerradosmientras asaltaba mi cuerpo con suscaricias. Imaginaba que Kidconseguiría un tirón a sus pezonescomo reprimenda por abrir los ojos.La punta de su lengua se deslizó porsu labio inferior y, por alguna razón,una sensación onduló a lo largo de

mi centro.

Me moría de ganas de ver a Caleb,mis ojos se abrieron más. Unapresión punzante en mis pezones medijo que se mantenía cerca. Mis ojosse cerraron y la presión disminuyó.Era la prueba de que estabamirándome con atención mientrasotro hombre me tocaba.

Entonces, esto es lo que va a hacerfeliz a Caleb. Mi corazón se crispópor la traición. Bien, quiere fingirque no hay nada entre nosotros. Ledaré un espectáculo para recordar.

Kid definitivamente sabía lo queestaba haciendo. Sus manos crearonun deseo ardiente no sólo donde metocaba, sino a lo largo de todo miser. De hecho, era difícil mantener elcontrol. Una parte de mí se esforzópor mantener mi orgullo, o lo quequedaba de él, y otra parte de míquería dejarse ir con un imprudenteabandono.

Las caricias suaves y calientes deKid alimentaron algo muy dentro demí. Estaba sin aliento, hormigueante

y tan húmeda entre las piernas que laseda se instaló en mis pliegues. Susmanos establecieron senderos sobremis muslos, caderas y vientre...maldito corsé. De repente, unconjunto diferente de manos meapartó y me puso en posiciónvertical.

Hubo otro estruendo de risa del Sr.B., que tomó el control de Kid. Conun gran esfuerzo, mantuve los ojosabajo. Caleb me presionó de vuelta asu erección. Fui incapaz de evitar unsuave gemido. Para mi asombro y

sorpresa, Caleb soltó mis muñecas ycomenzó a desatar el corsé. Todo micuerpo se tensó en una súplicasilenciosa para que se detuviera.Apretó los labios con suavidad a unlado de mi oreja.

—Obedece —susurró con intensidadsuficiente para casi detener micorazón.

Me quedé quieta mientras desatabami corsé completamente. Contuve mialiento con su retirada, y oí laspesadas respiraciones de los demás ami alrededor a través de los

zumbidos en mis oídos. Una vendafue puesta sobre mis ojos. Ambospechos fueron puestos en libertad delas pinzas y mis pezones quemaroncuando la sangre se precipitó en laszonas carentes. Caleb me soltó y mesentí sola y expuesta.

¿Dónde está Caleb?

Mi orgullo cayó lejos y mi corazónse llenó de tristeza mientras micabeza se llenaba de vergüenza. Elsilencio en la sala era palpable,marcada profundamente por el único

sonido de mi respiración ansiosa.Hubo un susurro suave, entonces tuvela sensación de unos dedos suavesrodando una de mis medias de sedapor mi muslo. Luchédesesperadamente contra la urgenciade resistir.

Esto es lo que quiere. Sé valiente.

Mi sexo palpitaba cuando la mediaizquierda bajó por mi pierna.Alcancé con mis manos parasentirlas y jadeé cuando estuvieronreunidas rápidamente entre mispechos. Mi cuerpo fue levantado en

el aire. Di una patada con mispiernas, pero alguien las agarró confirmeza. Me colocaron en unasuperficie dura, que sabíainstintivamente era una de las mesasdel comedor cubierta de lino.

Sentí pánico y de inmediato la voz deCaleb estuvo en mi oído diciéndomeque obedeciera.

—Tranquila, Gatita. No lo voy adejar entrar en tu interior. No voy adejar a nadie estar dentro de ti. —Através de mi pánico, casi perdí el

carácter posesivo de sus palabras,pero la parte de mí que pensaba en élcomo mío quería reconocerlo comouna admisión. Me relajé por el máselemental de los grados.

Mis muñecas estaban atadas juntas ysujetas por encima de mi cabeza. Enunos instantes, toques suaves comoplumas en la parte superior de misbragas de seda asaltaron missentidos. A pesar de mi temor, unescalofrío me recorrió el cuerpo.Esas manos, esas cálidas,temblorosas y maravillosas manos

encendían algo. Una carga seencendió dentro de mí cuando misbragas se deslizaron hacia abajo ylejos. Mi cabeza daba vueltas con elaroma de la lujuria, el sabor de lamisma. De repente queríasatisfacción. Lo necesitaba.

Unos fornidos muslos presionaronentre mis piernas. Unas palmasempujaron contra mis dos muslos,extendiendo mis piernas y abriendomi coño. Mis caderas se levantaronde la mesa y un dedo se deslizóabajo y dentro de mi hendidura. Mis

caderas se elevaron más,mendigando. Un gemido y un sollozose deslizaron de entre mis labios.Mis manos estaban empujando conmás fuerza sobre la mesa.

Unas manos ahuecaron las nalgas deentre mis piernas y levantaron miscaderas, empujando el tapón derechocontra el músculo palpitante de misexo. Otro gemido salió de mislabios. Estaba jadeando.

Sin previo aviso, una lengua, demodo dominante, espesa, húmeda yligeramente rugosa, lamía y

acariciaba mis labios inferiores. Laboca en mi coño, me empujó,succionando hasta que otro gemidome dejó sin aliento. Un pellizcosuave sobre mi clítoris encendió unmillar de llamas dentro de mi cuerpo.

Otras manos masajearon mis pechos,haciendo círculos a mis pezonessensibles con los dedos. Por favor,Caleb. Olas de fuego suplicaban serliberadas dentro de mí, mi cuerpotemblaba de deseo. La concentradasucción y lamedura en mi clítorishinchado me arrastró hasta el límite.

Mis jadeos se convirtieron en gritosy un torrente de sensaciones me llevólejos.

Mi trasero cayó de nuevo sobre lamesa y me quedé allí acostada, laslágrimas mojaban la venda de misojos, mis piernas temblaban todavíaextendidas y abiertas. La habitaciónse llenó de aplausos.

—Si este entusiasmo es unaindicación, no veo ninguna razón porla que no deberíamos tener unsegundo plato de postre —dijoFelipe, rompiendo a través de los

aplausos en la sala.

¿Soy el postre? Muy amable deCaleb hacerme parte de la cena.¡Bastardo!

Luché por levantarme, tirando mispiernas juntas y doblando las rodillashasta los tobillos para esconder misexo hinchado. Mi espalda semantuvo pegada a la tela de lino. Mismuñecas se quedaron clavadas en lamesa por encima de mi cabeza.

La voz de Caleb llenó mi orejaizquierda.

—Es tu turno de corresponder,Gatita.

¿Qué demonios quiere decir?

Mi cuerpo fue levantado parasentarme. Una vez más, el tapóncambió. Un espasmo disparó a travésde mi coño, haciéndome jadear. Mismuñecas fueron desatadas y mismanos colocadas en el taparrabos deKid. La venda se mantuvo en sulugar. Su calor corporal se acercó amí. Olía dulce, pero no natural, comosi alguien lo hubiera cubierto en algo

perfumado. Prefería la manera en queCaleb olía.

Moví una mano alrededor para sentirla posición de Kid. Sus rodillasestaban pegadas al frente, sus nalgaspuestas sobre sus tobillos. Deslicémi mano por su musculoso brazopara encontrar que sus muñecashabían sido atadas detrás de suespalda. Mis dedos recorrieron supecho y liberaron las pinzas de lospezones, tirándolas lejos. Suexhalación fuerte humedeció mirostro.

Por lo tanto, ¿esto es lo que sesupone que debo hacer? ¿Cumplir?

Estaba preocupada hasta el extremo.Sólo había hecho esto dos vecesantes, y sólo con Caleb. No podíacreer que iba a dejar que hicieraesto, obligarme a hacer esto. Podíasentir temblar mi labio. Podía sentirlas lágrimas esperando en migarganta, pero luego pensé en Caleby su noche con Celia.

Me acordé de mis celos y mi furor.Caleb quería sentir esas cosas.

Quería verme dar a otra persona loque sentía en mi corazón, habíaestado reservado sólo para él. Si sepreocuparse por mí en absoluto,sabía que esto era una forma segurade saberlo. Respiré hondo variasveces y me preparé para lo queestaba a punto de hacer.

—Supongo que quieres venganza, —susurró mi Yo Despiadada.

Puedes apostar tu dulce culo a quesí.

El pecho de Kid latía debajo de mi

mano derecha temblorosa. Su durezapalpitaba contra mi palma izquierda.Deslicé mis piernas debajo de mí ylevanté la parte superior de micuerpo para reunirme con el suyo.Apreté mis pechos contra su pecho yse quedó sin aliento. Mi manoizquierda sintió un cambio, unengrosamiento de su polla apenascontenida. Lamí su pecho, suspezones, a medida que llegaba dondesu cuello, hasta que se inclinó haciamí.

Nuestros labios se tocaron muy

suavemente. Mi sabor y mi olorestaban en su boca mientras que sulengua se deslizaba entre mis labios.Me estremecí, y él presionó su pechocon más fuerza contra el mío,nuestros labios se unieron juntos.

Nos estábamos besando sólo duranteunos segundos antes de que micabeza fuera estirada hasta atrás pormi pelo y la voz de Caleb gruñera enmi oído:

—Nada de besar en los labios. —Pellizcó mis nalgas tan fuerte que nopude evitar gritar.

Me empujé hacia Kid y casi nos hagoperder el equilibrio a ambos. Lafuerza de Kid me estabilizó. Hice unapausa, descansando contra él, antesde reanudar lentamente los besos.Dejé mi boca viajar a lo largo de supecho, hombros, brazos y suspezones antes de hacer mi caminohasta su cuello. Lo sentí inclinando lacabeza hacia mí y lo empujé haciaatrás con ambas manos contra supecho.

¡El show de besos se acabó, amigo!

Las caderas de Kid golpearon contralas mías, su taparrabos estabatotalmente deformado. Mis brazosrodearon su cintura, mis dedossiguieron la correa del taparrabos, ymis pechos moldearon contra suvientre. El nudo de atrás sólo metomó unos segundos desatarlo. Lacorrea de inmediato se abrió y lanzósu polla. Mis manos sentían supalpitar, longitud y anchura. Susbolas descansaron contra el fondo desaco del taparrabos. Con muchocuidado retiré el paño y lo aparté.

Nos paralizamos. ¿Realmente estoyhaciendo esto? No podía creer lolejos que había llegado. En eltranscurso de unos pocos meses,había pasado de tener miedo al sexo,a realizar un acto sexual con undesconocido delante de toda unahabitación de enfermos. Kid gimió yapretó su polla caliente contra mimano en una declaración sin palabraspara que lo liberara de su purgatoriosexual. Qué bien conocía lasensación.

Kid contuvo el aliento cuando besé

la punta de su polla. Sabía diferentede la de Caleb, pero probablementetenía más que ver con el hecho deque había sido preparado. Sabíadulce, como si alguien le hubieracubierto con una especie de mezclapicante de canela. No eradesagradable. Se extendió una gotade líquido pre seminal en mis labiosy lengua y supo salado y dulce en miboca. A medida que deslizaba milengua a lo largo de él, el cuerpo deKid se estremeció. Dejó escapar unprofundo suspiro y gimió. Suscaderas se sacudieron hacia mi boca.

¿Es esto lo que quieres, Caleb?Espero que lo estés viendo, hijo deputa. Te quiero jadeante de deseo.Quiero que veas cómo complazco aun hombre. ¿Eso deseabas quehiciera?

La venda hizo fácil imaginarme aCaleb en lugar de Kid. Imaginaba oírsu respiración entrecortada en misoídos, su cuerpo temblando de deseoy necesidad por mí. Mi cuerporespondió, mis pezones anhelabanatención y mi sexo palpitaba al ritmodel empuje de las caderas de Kid.

Mis labios rodearon la cabeza de supolla, y mi lengua jugó tanto con laparte inferior de su borde como conla raja en la parte superior. Kidjadeaba pesadamente, sus caderasempujaban más duro hasta que supolla se deslizó aún más en mi bocay mi lengua la tomó por todas partes.Su cuerpo se puso rígido, surespiración se contuvo al igual que elaliento de la habitación. Por unmomento, el tiempo estuvosuspendido. Entonces, gimió.

Hice mi movimiento. Apreté los

dedos alrededor de su polla, ybombeé al mismo tiempo con miboca, llevándolo dentro y fuera. Sequedó sin aliento y escuché manosamasando y frotando su pecho. Semetió en mi boca más rápido,succioné con mi boca, acariciandocon mi lengua, mi coño gritabapidiendo su propia liberación. Miscaderas giraban en el aire, hasta quealguien extendió mis piernas ydeslizó una mano por la parteposterior de los muslos, apretandomis labios inferiores.

Me detuve un nanosegundo, hasta queun par de dedos encontraron miclítoris y comenzaron a frotar. Miscaderas empujaron para coincidircon Kid. Su polla palpitó, empujóuna última vez, y se derramó en miboca. Lo succioné dejándolo secomientras olas de calor giraban através de mí. Una palma presionócontra mi culo, moviendo el tapón ygrité con mis labios aún alrededor dela polla de Kid. Los miserablesdedos continuaron frotando miclítoris hinchado.

¡Oh dios, Caleb! Sí. Por favor,sigue.

Ola tras ola de sensación tocaroncada parte de mi cuerpo, pero losdedos de Caleb sobre mi clítoris y sumano contra mi culo eranimplacables. Mi cuerpo se calentó denuevo, al igual que el de Kid. Meescuchó, sintió mi lengua, mi alientoy mis gemidos de éxtasis contra supolla aún palpitante. Sus caderas seempujaron un poco más, y apreté y losuccioné un poco más, imaginando aCaleb delante de mí, así como detrás.

Kid trasladó su polla dentro y fuerade mi boca. Apenas podía sostenerlacon las manos, se movía tan rápido yduro.

Me sacudí contra la mano de Caleb,igualando el ritmo de Kid. Mirespiración era rápida y dura.Apenas podía respirar, pero no meimportaba. Tenía la boca llena. Miculo estaba lleno. Mi clítoris estabalisto para explotar. Los dedos deCaleb eran hábiles. Conocían micoño. Me corrí en un ataque dellanto.

Capítulo 19

No hubo ningún aplauso. Solo elsonido de los sollozos rotos deLivvie y los débiles jadeos de Kid.

Caleb se sentía… bueno, no sabíacómo se sentía. Sólo sabía que

quería a Livvie. La quería cerca yfuera de todos los ojos entrometidosalrededor de ellos. Rafiq no habíallegado y Caleb estaba abrumado conira y arrepentimiento además de unflujo de emociones que no teníatiempo para analizar.

—Me la llevo arriba —dijo Caleb,recogiendo a una desnuda Livvie y sucuerpo tembloroso en sus brazos.Notó los ojos de Kid, vidriosos conlágrimas no derramadas, yalbergando una expresión másculpable. Si Caleb no lo conociera

mejor, diría que el muchacho estabaherido de la peor manera. La ideaparecía incitar su ira y sí, sus celos.Caleb estaba lleno de celos. Si no sealejaba de Kid pronto, Caleb sepreocupó de ser incapaz decontrolarse.

Ella lo besó, gritó en su cabeza.

Besará a Vladek, también.

Caleb no podía pensar en ello. Suspensamientos eran demasiadopeligrosos. Sus emociones erandemasiado crudas y la lógica huía

rápidamente. Desprovisto de razón,no pudo encontrar ninguna causa parano llevar arriba a Livvie y follarlahasta dejarla sin sentido. Queríalimpiar todo rastro de Kid de sucuerpo y borrar cada recuerdo de élde la mente de Livvie. Caleb queríaque sólo pensara en él, que sóloestuviera con él.

No puedes hacerlo, ¿verdad? Nopuedes dejarla ir. Encuentra unamanera, Caleb. Encuentra unamanera de hacérselo entender aRafiq.

Los pensamientos de Caleb sevolvieron salvajes mientras sosteníaa Livvie contra su pecho y se dirigíaa su habitación. El corazón le latíafuerte como un tatuaje visible quepodía ver al moverla entre susbrazos.

Una vez arriba, Caleb colocó aLivvie suavemente sobre su cama. Enel poco tiempo que le había tomadollegar a su habitación, ella se lashabía arreglado para llorar a sumanera en una especie de sueño. Susojos estaban cerrados. De vez en

cuando, respiraba profundamente ysu pecho se estremecía antes de queexhalara. Caleb miró su formadormida y se preguntó lo que soñabaen su desmayado estado de sueño. Sucuerpo se sacudió, girándola sobresu espalda, con su desnudez abiertapara tomarla. Quería tomarla. Suerección presionó la cremallera desus pantalones, pidiendo suliberación.

Cerró los ojos para relajarse,todavía de pie junto a la cama. Suolor impregnaba sus sentidos, una

ligera fragancia de almizcle, y lasuya propia. Lo había llevado haciaella esta noche. Al igual que unasirena del mar llamando a unmarinero, su necesidad le obligó aactuar. Sin pensar, levantó susmangas y se lanzó con ambas manospara saciar su sed.

Mía.

La palabra fue una declaración. Losacudió hasta sus cimientos. Era unaverdad que había mantenido ocultadurante demasiado tiempo. Caleb nosabía nada sobre el amor, o amar a

nadie, pero sabía que... Livvie, erasuya. La tenía. Se apoderó de ella ysabía que, con todo lo que era, nopodía entregarla.

¡Mía!

¡Mía!

¡Mía!

Rafiq va a entenderlo. Voy ahacérselo comprender.

Caleb estaba lejos de serracional. En el fondo, sabía que

Rafiq no lo entendería. Lo veríacomo la más profunda traición.Exigiría lo imposible de Caleb.Rafiq intentaría hacerle daño a losdos. Caleb apartó esos pensamientos

Antes de que el sentido comúnpudiera volver, Caleb levantósuavemente las manos de Livvie ydesató sus muñecas. Livvie suspiró,y Caleb se acostó encima de ella atiempo para ver sus ojos aletearabiertos. La miró a los profundosojos color chocolate y se vioreflejado en sus profundidades

cuando se enfocó en él. Una miradade sentimientos lo atravesó, con loscelos y la posesividad a la delantera.Tenía que hacerla suya: de manerainequívoca e irreversible.

La expresión de Livvie se volvióinescrutable. Yacía bajo Caleb, conlos brazos flojos a los costados y susexpresivos ojos fríos y distantes.

Caleb no quería nada más que saberlo que estaba pensando, pero estabademasiado asustado para preguntar.La sensación de terror fue extraña yno deseada. La última vez que lo

había sentido, Livvie estaba en unacasa, sangrando, rota, y apenas seaferraba a su vida. Había estadoaterrorizado entonces y apenas laconocía. La forma en que se sentíapor ella ahora palidecía encomparación. No se atrevió apreguntarle lo que había en sucorazón. Sabía que no podía soportaroírlo.

—No puedo soportar su olor en ti —se burló Caleb.

Las lágrimas brotaron de los ojos de

Livvie y bajaron por sussienes. Cerró los ojos y volvió lacabeza apartándose de Caleb.

Él puso su mano sobre su cara y laobligó a mirarlo.

No preguntes.

No preguntes.

¡Mierda! Voy a preguntar.

Necesitaba saberlo. Necesitabasaber si su amor por él era real.Necesitaba saber que la esperanza nose había perdido y que aún podía,

contra todo pronóstico, reparar eldaño que había hecho.

—¿Lo disfrutaste? —Trató de nohacerlo sonar como una acusación,pero sabía que se quedaba corto.Livvie se llevó las manos a la cara,tapándose los ojos y la boca cuandocomenzó a llorar. Una vez más,Caleb se negó a permitirleesconderse. Agarró sus manos y lasapretó en la cama sobre ella.

—¡Dímelo! —le espetó.

—¡No sé lo que quieres decir! —

gritó ella.

—¡Dime la verdad! ¿Te gustó chuparsu polla? ¿Se come tu coño mejorque yo? —Los pensamientos deCaleb de repente se volvieronasesinos. Había querido ser amable,tenía la intención de ser amable, perosimplemente no era su manera. Ya nosabía lo que era “su manera”.

—¡Sí! —gritó Livvie—. Sí, hijo deperra. Me gustó. ¿No es eso por loque me obligaste a hacerlo? ¿Asípodrías pasearme como un jodidocaniche entrenado?

Caleb se enfureció. Apretó lasmuñecas de Livvie hasta que ellagritó de dolor y se obligó a dejarlair. Sus palabras lo hirieron.

¡Mía! ¡Eres jodidamente mía!

Caleb se apartó de Livvie y cogió sucinturón. Lo soltó rápidamente y tiróde él para sacárselo de un rápidotirón. Livvie jadeó, corriendo haciaatrás por el cobertor. Caleb agarró sutobillo y la arrastró hacia el borde dela cama. Ella dobló las rodillas ycruzó los brazos sobre sus pechos.

El tapón en el culo de Livvie eraclaramente visible y la visión envióuna extraña serie de emociones através de él, de las cuales la nomenos importante fue la lujuria. Seinclinó sobre ella y apoyó su brazosobre sus piernas para mantenerladoblada. Se arriesgó a echar unamirada a su cara y vio el terror ensus ojos mientras se esforzaba porpermanecer completamente inmóvil.

Se agachó y apretó su palma contrael tapón. Livvie gimió y cerró losojos, pero no hizo ningún movimiento

para detenerlo. Caleb sabía que eracruel mantenerla en esa posición,pero su ira y la lujuria le impidieronsuavizarse.

Los dedos de Caleb trazaron el bordedel agujero de Livvie, extendiéndosealrededor del tapón.

—¿Qué tal esto, Gatita? ¿Te gustaesto? ¿Debo invitar a todos los deabajo a mirar?

Livvie cerró los ojos y se dio lavuelta con un gemido.

—Mírame —dijo, y tiró suavementedel tapón hasta que ella accedió—.¿Quieres que saque esto?

—Sí, Amo —gimió. Las lágrimascorrían por sus sienes.

—¡Ah! Es Amo, ahora, ¿verdad? —dijo—. Eres mucho más obedientecuando tienes algo embistiendo tuculo. —Tiró de nuevo.

—¡Por favor, no lo hagas! ¡Solo lohice porque me lo dijiste! —Sollozó.

—¡Silencio! No quieras provocarme

—dijo. Su cuerpo temblaba de rabia.

La estás asustando, idiota. No vas allegar a ella de esta manera.

Caleb sabía que estaba oyendo la vozde la razón en su cabeza, peroparecía incapaz de contenerse. Susdedos trazaron los bordes del tapón,una y otra vez hasta que pudo sentirlas caderas de Livvie balanceándosepor su cuenta.

—Dime que te gusta esto —dijo. Lalujuria bordeaba su voz.

—Me gusta —susurró ella.

Caleb continuó su suave, pero sádicaexploración. Vio cómo las lágrimasde Livvie mojaban su rostro, perosus dientes mordisqueaban su labio.Sentía placer, pero también sentíavergüenza. Era una sensación queCaleb comprendía demasiado bien.

Poco a poco, presionó sus músculosy tiró del tapón. Lo quería fuera.Quería que todas las pruebas de lasúltimas veinticuatro horas seeliminaran de su cuerpo y de su

mente.

—Relájate —chasqueó, cuando lasintió apretar—. Empuja el tapón —le ordenó.

—No puedo —Livvie sollozó.

—Empuja, ¡ahora! —dijo y azotó sutrasero levantado. No fue más queuna cachetada, pero su punto fuehecho. Livvie cerró los ojos yempujó al mismo tiempo, Calebdeslizó su dedo alrededor del tapónpara aflojar la succión creada por elculo de Livvie.

Lentamente, movió el tapón de unlado a otro mientras Livvieempujaba, hasta que, finalmente,salió.

—¡Oh! —gritó Livvie.

Cuando Caleb prescindió del juguete,Livvie se volvió hacia su lado ylloró en su cobertor. Él volvió enbreve, confundido por cómo queríaproceder. Tenía que hacerla suya. Lalevantó de la cama y la volvió haciaél. Su corazón dolió cuando ella nose resistió.

Tranquilo, Caleb. No la destroces.Gánatela.

Caleb envolvió sus brazos alrededorde Livvie y la atrajo hacia él.Necesitaba su cercanía. Ellatemblaba en sus brazos, su pechosubía y bajaba con sollozos. Calebhundió la nariz en su cuello y cerrólos ojos con fuerza.

—Lo siento —dijo—. Lo sé. Sé quesólo lo hiciste porque te lo dije. —Livvie abrió la boca y se retorció ensus brazos mientras trataba de darse

la vuelta, pero Caleb la mantuvo ensu lugar. Tenía que decirle cosas,pero no podía a menos que sus ojosestuviesen cerrados y su cuerpoapretado al suyo. Ésa era su manera.

Le había confesado tantas cosas en laoscuridad. Le había susurradomientras dormía. La había sostenidocerca y había fantaseado acerca detodas las cosas que quería y sinembargo sentía que nunca podría sersuya. Había descubierto un lugarsecreto dentro de sí mismo en esosmomentos.

Se había terminado el seguirfantaseando. Quería que sus deseosse hicieran realidad.

—Estoy jodido de la cabeza, Livvie.Lo sé. Sé que estoy mal —susurró yla abrazó con más fuerza. Ella sequedó paralizada en sus brazos.

—Sentí que no tenía otraopción. Felipe nos ha estadoobservando desde que llegamosaquí. Tiene cámaras por todas partes—continuó. Livvie dio un gritoapagado—. Pero tenía una opción.

Podría haberle dicho que sejodiera. Podría haberlo matado enese mismo momento, pero no lo hice.

—Rafiq estará aquí pronto y yo….necesitaba una manera de dejarte ir.Necesitaba una manera derecordarme a mí mismo que no puedoquedarme contigo. —Caleb podíasentir el nudo en su garganta. Estabadébil para expresar tanto, pero ahoraque las compuertas se habían abierto,no podía hacer otra cosa queaferrarse a Livvie mientras eragolpeado contra las rocas.

—He vivido una vida horrible. Hehecho cosas terribles eindescriptibles. Tienes que saber queno lo lamento. Nunca he matado anadie que no se lo mereciera. Lascicatrices en mi espalda son lomenos que he sufrido. Y es sólo acausa de Rafiq que estoy vivo.

—No, Caleb —Livvie gimió.

Caleb la apretó de nuevo, demasiadofuerte. Aflojó su agarre cuandoLivvie gimió, pero no podía dejarlair.

—No sé cómo hacerte entenderesto. No sé cómo decirte lo muchoque le debo. ¡Le debo todo! PeroDios, ayúdame, no puedo….

No podía decirlo. No podía decirlelo mucho que había llegado asignificar para él. Podría destruirlocon su rechazo. Si había fingido sussentimientos por él, si él se habíacreído sus mentiras y su búsqueda dela libertad…. No estaba seguro de loque iba a hacer. Podía hacerle daño.

¡Mía!

—No podía soportar verte con esehijo de puta ahí abajo. Queríagolpearlo hasta dejarlo inconsciente.Incluso ahora, ¡puedo olerlo en ti yeso me enferma! —gruñó.

Livvie lloró. Luchó contra el agarrede Caleb hasta que liberó sus brazos.Los colocó sobre las manos de él yse las apretó.

—Yo no quería —sollozó—. Pero…tú estás… ¡estás por todas partes! Enun momento, creo… que debes sentiralgo. ¡Tiene que importarte! Pero al

siguiente…. Caleb, eres horrible.Eres cruel y tú… me rompes elcorazón.

Caleb la sostuvo mientras ellasollozaba y deseó tanto poder dejarlosalir. Lamentó no ser capaz de dejarque todo saliese de él. Quería llorar.Podía sentir las lágrimas en sugarganta. Todo le dolía, el corazón,la garganta, hasta sus ojos cuando loscerró firmemente. Le dolían losbrazos por la intensidad de su agarreen Livvie, pero no podía soltarla. Sehabía entrenado durante demasiado

tiempo y a diferencia del trabajo quehabía hecho con Livvie, se habíaentrenado demasiado bien.

—No puedo soportarlo más,Caleb. Lo he intentado, pero nopuedo —sollozó—. Cada vez quepienso que has cambiado, cada vezque me permito tener esperanzas, melastimas. ¡Destrozas todo! A vecespienso que te odio. A veces sé que teodio. ¡Y aun así! Aun así, Caleb, teamo. Puse mi fe en ti. Te creo cuandodices que todo va a estar bien.

—Estoy harta —dijo ella con una

determinación capaz de parar elcorazón de Caleb—. Estoy harta,Caleb. ¡Me mataré!

¡Mía!

Pura rabia se estrelló contra Caleb.La giró en sus brazos y la tiró sobrela cama. Su cuerpo se desplomóencima de ella y la sujetó.

—¡Ni se te ocurra! No te atrevas adecirme mierdas como esas. Esa esla salida de los cobardes y lo sabes—escupió.

Los ojos de Livvie ardían con unafuria que coincidía con la de Caleb.Podía verlo. Podía sentirlo.

—Tú eres el cobarde, Caleb. No meda miedo decirte como me siento. Notengo miedo de admitir, que a pesarde todo lo que me has hecho, te amo.

Ella me ama.

—¿No tienes ni idea de lo estúpidaque me siento confesándotelo? —continuó—. ¡Me secuestraste! Me hashumillado, golpeado, casi violado, ysólo un momento antes me hiciste

chupar la polla de un completodesconocido en una habitación llenade pervertidos retorcidos. Te quiero,pero no soy una cobarde, Caleb.Merezco vivir o morir en mis putospropios términos.

Caleb miró a Livvie a la cara y elacero que vio detrás de sus ojossacudió sus cimientos por segundavez. Livvie no era cobarde. Lo sabía,incluso se había dicho que nunca laacusaría de nuevo de tal cosa, y estehabía sido el por qué. Livvie loharía. Acabaría con su propia

vida. Caleb no podía respirar.

—Lo siento —susurró. Parecía sertodo lo que podía decir, lo único queera capaz de decir. Relajó su agarresobre ella y apoyó la cabeza junto ala suya en la cama. Se obligó arespirar, más allá del dolor, más alláde la angustia en su garganta. Poco apoco, profundamente, exhaló.

Permanecieron en silencio durantevarios minutos. Caleb podía sentirlas lágrimas de Livvie mientras sedeslizaban por su rostro, mojando lassuyas. Eran su confesión. Dijeron

todas las cosas que él no podía...porque era un cobarde.

Despacio, Livvie se revolvió. Calebno estaba seguro de qué esperar,pero entonces sintió que sus brazosse deslizaban alrededor de él. Elestómago de Caleb cayó, su corazónse sentía apretado. Ella no deberíaestar sosteniéndolo. Sabía que era sulugar el de consolarla ya que él erael responsable de todo susufrimiento. Sin embargo, Caleb eraegoísta. La dejó ser ella quien loconsolara.

—Pensaba en ti —dijo aturdida—,mientras él estaba tocándome.Pensaba en ti. —Caleb la apretó enuna súplica silenciosa para quedejara de hablar. No quería escucharesto, pero Livvie se estaba haciendoescuchar, y él lo sabía—. Queríadarte celos. Quería hacerte sentir,aunque fuera una fracción de lo quesentí la noche en que follaste a Celiadelante de mí.

Caleb hizo una mueca de dolor. Sucorazón se sintió con más fuerza.Esperaba que las palabras de Livvie

significaran que no la había perdidoaún. De alguna manera iba aencontrar una manera de hacer lascosas bien con ella, y Rafiq.

—Estaba loco de celos —Caleb seofreció en súplica.

Livvie lo apretó un momento y luegoaflojó su agarre.

—Lo sé. Eso debería hacerme feliz,pero no lo hace. —Suspiró.

—¿Por qué? —Caleb le preguntósuavemente en su cuello caliente y

húmedo.

—Prefiero hacerte feliz, Caleb.Prefiero verte sonreír. A veces,sonríes y yo… —se detuvo,abrumada—, me olvido de todo loque está mal contigo.

Caleb no estaba seguro de qué decir,así que simplemente le dijo laverdad.

—Prefiero verte sonreír, también. Alprincipio, cuando no te conocía…parecías tan triste. Te vi llorar un díay pensé: quiero probar sus lágrimas.

Tengo algo con ellas. Confieso que tehe hecho llorar sólo para ver tuslágrimas. He empezado con tusufrimiento. —Tragó saliva—. Peroahora —dijo Caleb—, no quieroverte llorar otra vez. Me gustaríapoder volver al día en la calle, el díaque pensaste que te había salvado delhombre en el coche, y sólo… dejartecreer que era tu héroe. Me sonreístedulcemente. Me agradeciste. Deseosimplemente dejar que sea así.

Caleb podía sentir a Livvie respirarprofundamente.

—Sé que es lo que debo querer,también —dijo ella—, pero no lohago. Te acuso de estar jodido de lacabeza, Caleb. La verdad es… queme pregunto si no estoy jodida yotambién. Debería odiarte Caleb.Ahora que he decidido lo que será midestino, debería querer matarte. Nolo hago. No me puedo imaginar nuncano haberte conocido.

—Tal vez sea el destino —dijoLivvie—, si crees en ese tipo decosas. Quizá se suponía quedebíamos encontrarnos ese día. Una

vez me preguntaste si escogería aotra chica para tomar milugar. Quería decir que sí.

—Dijiste, no —susurró Caleb. Pensóen cómo podría haber funcionado conotra chica, si tendría los sentimientosque tenía por Livvie con otrapersona. Había estado en conflictodesde el principio. Había estado apunto de dejar su vida como manoderecha de Rafiq atrás hasta queVladek había resurgido de formainesperada. Tal vez sus emocionestenían menos que ver con Livvie y

más con su deseo de cambiar supasado. Sin embargo, lo dudaba.Livvie era única paraél. Irremplazable.

—Lo hice, pero quería decir que sí,Caleb. Si yo hubiera creído por unmomento que habrías dejado otrachica sufrir en mi lugar… creo quepodría haber dicho que sí —dijodébilmente—. Estoy jodida de lacabeza, también. Incluso antes deconocerte.

Caleb dejó que sus palabras lepenetraran por un momento. No creía

que fuera cierto. Livvie estaba lejosde estar jodida, sobre todo cuando élera la norma. Sin embargo, si Livvieescogiera ver algún propósito mayordetrás de su relación y porconsiguiente no odiarlo, estabademasiado débil para no dejarlacreerlo.

A medida que el silencio seprolongaba entre ellos, Caleb sevolvió más consciente de Livvie y sudesnudez. Se moría de ganas detocarla, de hacer el amor con ella,pero había más cosas que tenía que

decir en primer lugar.

—No puedo borrar mi deuda conRafiq —dijo. Livvie se tensó, peroCaleb se apresuró a terminar suspalabras—. No es algo que esperoque entiendas, pero simplemente nopuedo dejarlo.

—¿Qué quieres decir, Caleb? ¿Quésignifica eso para nosotros? —Suspalabras fueron pronunciadas sinemoción, pero Caleb sabía lo muchoque lo tenía en cuenta.

—Significa que tengo que hacérselo

entender. Vamos a tener queencontrar otra manera, tal vez otrachica… —empezó a decir.

Livvie le empujó el hombro y seincorporó.

—¿Estás bromeando, Caleb? ¿Otrachica? ¡¿Cómo podría vivir conmigomisma?!

La ira de Caleb regresaba.

—Acabas de decir….

—¡Eso era antes! —gritó—. Nuncapodría poner a alguien en esto.

¡Nunca! Por favor, Caleb, razona.Deja que me vista y salgamoscagando leches de aquí y nuncamiremos atrás. —Extendió las dosmanos y sostuvo el rostro de Caleben un apretón—. Por favor,Caleb. Por favor.

Caleb miró a los suplicantes ojos deLivvie y por un momento pensó quepodría abrir la boca y decir que sí.

—Espero obediencia, Caleb. Esperotu lealtad. Todo el que me traicionasólo lo hará una vez. ¿Lo

entiendes? —Había dicho Rafiqominosamente.

—Sí, Rafiq, entiendo —Habíarespondido Caleb.

—Quiero hacerlo, Livvie —Calebsusurró—. Aparte de mi venganza,honestamente puedo decir que no haynada que desee más que llevartelejos y descubrir qué es toda estacosa entre nosotros. —Cogió susmanos y las puso en su regazo antesde acariciarle el cabellocariñosamente.

—Pero, esto es lo que soy. Pagarémis deudas. Nada viene antes que lafamilia, la lealtad, el deber y elhonor. Rafiq es lo más cercano a unafamilia que puedo recordar, y se lodebo. Si me estás pidiendo que lotraicione… nunca podrás aceptar loque soy.

Livvie cerró los ojos con fuerza,aparentemente procesando el dolorque las palabras de Caleb le habíancausado. Se sentía estúpido eingenuo. Debería haber sabido queLivvie sería incapaz de

comprenderlo o sus motivos. Livvieno era un monstruo y no iba aconvertirse en uno simplementeporque Caleb lo era.

—¿Por qué este tipo tiene que morirtan mal, Caleb? ¿Qué hizo? ¿Qué estan horrible, que dedicas tu vida, ysacrificas tu felicidad paramatarlo? Ayúdame a entenderlo,Caleb —susurró Livvie.

Caleb miró a Livvie, y si hubieravisto algún rastro decondescendencia, le habría dicho quese fuera al infierno, pero la única

expresión en los ojos de Livvie erapreocupación. Estaba sorprendido deque incluso lo reconociera. Rafiqnunca había estado realmentepreocupado por Caleb.

Rafiq había sido la salvación deCaleb, su tutor, mentor, y a vecesamigo. Lo había vestido, refugiado yalimentado. Lo había criadoconvirtiéndolo de un traumatizadoprostituto en un hombre peligroso.Sin embargo, Rafiq siempre habíaexigido su deuda. Al menor indiciode incertidumbre por parte de Caleb,

Rafiq nunca dudó en recordarle sulugar. La vida de Caleb siemprehabía sido condicional. El favor deRafiq siempre había sidocondicional.

Caleb nunca había cuestionado losmétodos de Rafiq o su autoridad.Nunca le había importado que Rafiqexigiera obediencia ciega. Siemprehabía creído que tuvo la suerte deestar vivo y agradecido por Rafiq.Caleb estaba muy agradecido ysiempre lo estaría, pero hasta Livvie,Caleb nunca había sabido cómo se

sentía tener a alguien cuidando de él,realmente preocupándose por él.

—Creo que… —El corazón deCaleb golpeó duro en su pecho—,creo que... me vendió. —Su carne sesentía como si estuviera en llamas,como si fuera a quemar, crujir ydesprenderse de sus huesos.

—¿Vender? ¿Cómo… cómo, en…? —Livvie parecía haber perdido laspalabras.

Caleb la vio muerta en sus ojos y searmó de valor.

—¡No sucedió la semana pasada,¡¿de acuerdo?! —dijo con enojo—.Yo era joven. Ni me acuerdo de lojoven que era. No tengo recuerdos demi vida antes de Narweh. A veces,creo recordar algo, pero no puedoestar seguro. Incluso mis primerosaños con Narweh se mezclan. Nonací siendo un monstruo, Livvie.

Livvie arrugó la cara y parecía apunto de estallar enlágrimas. Envolvió sus brazosalrededor del cuello de Caleb,apretándolo con todas sus fuerzas.

—¡Oh, Dios! Oh, Caleb. Sientomucho haberte llamado así. Lo sientomucho.

Las emociones de Caleb estaban portodas partes. No quería sulástima. Nunca quiso lástima. Sinembargo, parecía necesitar losbrazos de Livvie. No tenía queapartarla lejos.

—No estaba solo. Había seis denosotros —dijo Caleb. Sostuvo aLivvie firme contra su pecho—. Norecuerdo ser vendido. No había ni

una subasta ni nada. Creo que lleguéen una caja. A día de hoy, no puedosoportar los espacios reducidos, olos barcos. Odio los barcos.

—Lo… —Caleb hizo un esfuerzo—,que me pasó. A Narweh le gustabapegarme… entre otras cosas. —Caleb sintió los brazos de Livvieapretarse a su alrededor.

¡Mía!

—Estaba envejeciendo, creo. Eraalto en comparación a los otros.Tenía pelo en mis bolas y bajo mis

brazos. Los hombres que.... —Calebtragó saliva—. Ellos querían niños,no hombres. Creo que Narweh quisomatarme.

—Detente —Livvie sollozó en elcuello de Caleb—, no puedo oír más.

Caleb sintió algo deslizarse en suinterior: la vergüenza. Puravergüenza deslizándose en él.

—¿No me amas ahora que sabes queera un prostituto?

Apartó a Livvie y ella se dejó caer

de espaldas sobre la cama. Tenía losojos rojos, hinchados fijos en Calebcon desdén.

—¡Eres un idiota! —dijo y seincorporó—. ¡No puedo escucharmás porque no puedo soportar laidea de que fueses herido! —Searrastró hacia Caleb lentamente,cautelosa.

Caleb quería correr, peropermaneció inmóvil mientras laspalabras de Livvie trataban deacomodarse en su mente.

—Fue hace mucho tiempo. Le hicepagar. —Caleb encontró los ojos deLivvie y vio un destello deentendimiento iluminar su rostro.

—Los motoristas —susurró.

—Sí —dijo Caleb. Se aclaró lagarganta, tratando de mantener lacalma cuando todo lo que quería eradestruir algo en un arrebato de furiaasesina.

Livvie asintió.

—Esos hombres merecían morir. —

Caleb se echó hacia atrás, incrédulo.

Livvie continuó:

—Narweh merecía morir, también. Yyo... yo entiendo por qué no puedesdejar pasar esto.

—¿Lo haces? —El corazón de Calebgolpeó en sus oídos.

Livvie sonrió, pero no llegó a susojos.

—Sí, Caleb.

—¿Pero…? —Caleb insistió.

La boca de Livvie se volvió haciaabajo en las esquinas.

—No puedo dejar que mereemplaces. No podría vivir conmigomisma, Caleb. No podría vivir... sinti.

—¡Tal vez no depende de ti! —soltóCaleb.

Livvie sostuvo su mano, sus dedos secerraron mientras alcanzaba a Caleb.Se acercó a él lentamente, como sifuera un animal salvaje.

Caleb tenía el deseo de apartar sumano, pero la tristeza en el rostro deLivvie le dio en qué pensar. La dejótocar su rostro y se maravilló cuantosentía en su simple pero complejacaricia. Cerró los ojos y se dejósentir amado, sólo por unos segundospara guardarlo en su memoria. Ledolía pensar que podría ser laprimera y última vez que alguien lotocaba de tal manera.

—No puedo esperar dos años paraque vengas por mí, Caleb. Estoycansada de ser la damisela en

apuros. No necesito que nadie mesalve —dijo. Su voz era tranquila yresuelta.

—Livvie… —comenzó Caleb, peroella puso los dedos en sus labios.

—Lo haré, Caleb. Iré a la subasta yestaré perfecta. Haré que el hijo deputa me quiera —su respiración seestremeció—, y cuando estemossolos… lo mataré por ti.

Los ojos de Caleb se abrieron y élnegó con la cabeza.

—¿Qué coño estás diciendo?

—¿Lo quieres muerto, verdad? —dijo Livvie—. ¿Qué importa quién lomate o cuándo? Podría envenenarlo oalgo así.

Caleb no podía dejar de sonreír,incluso cuando sabía que nunca ladejaría hacer algo así. El hecho deque incluso se ofreciera….

—Pensé que no estabas interesada enla venganza —bromeó Caleb.

—No estoy interesado en mi

venganza, Caleb. Pero por ti…. —susurró Livvie, y sus ojos dijeron elresto.

Caleb se abalanzó hacia Livvie,derribándola sobre la cama. CuandoLivvie se quedó sin aliento por lasorpresa, aprovechó la oportunidadpara besarla. Deseó no poder probara Kid en su boca, pero se negó adejar que eso lo detuviera.Necesitaba esto. Necesitaba a Livviey su amor. Su corazón nunca se habíasentido tan inundado. Sentía quepodía estallar con la fuerza y el vigor

de la misma, nada más que necesidady el deseo saliendo de él.

Puso todo lo que sentía, pero nopodía poner palabras en su beso. Susmanos se aferraron a Livvie,presionándola más cerca, másprofundo en su cuerpo. Suincapacidad para tocar cada parte deella a la vez parecía una graninjusticia.

¡Más cerca!

¡Mía!

Se separó del beso, sólo porquenecesitaba su permiso. Se rehusaba atomar algo que ella no estuvieradispuesta a dar.

—Puedo… —¿Follarte? No meparece correcto. ¿Hacer el amorcontigo? Jodidamente cursi.

—¡Sí, Caleb! ¡Demonios, sí! —Livvie gritó y tiró de Caleb otra vezhacia abajo en un beso.

Caleb se rió suavemente en su boca,pero rápidamente recuperó el rumbo.Quería que fuera perfecto. Para

ambos. A pesar de cómo su cuerpoprotestó, se levantó y salió de lacama. Le tendió la mano a Livvieantes de hablar.

—Quiero tomar una ducha. Heesperado mucho tiempo para esto ysólo quiero que seamosnosotros. Sólo quiero olerte a ti.

Livvie se sonrojó, pero no dijo nada.Tomó la mano de Caleb y le siguióde cerca, cuando entraron en elcuarto de baño para lavar todas lashuellas del otro hombre.

Bajo el diluvio de agua tibia, besó aLivvie. Sólo unas horas antes, lehabía dicho que nunca la besaría denue v o . ¡Qué idiota había sido!Apretada contra ella, su piel desnudacontra la de ella, lamentó todo loterrible que le había hecho a Livvie.Decidió que haría cualquier cosapara hacer las paces con ella. Pediríasu perdón. Desnudaría su alma.Sangraría y moriría si era necesario,pero nunca heriría de nuevo a Livvie.

—Te amo —dijo ella entre besos.

—Shh —susurró Caleb contra suboca. Sabía que ella quería quedijera esas palabras. Quería decirlastambién, pero no quería mentir.Caleb era un monstruo. Losmonstruos no amaban. Sepreocupaba. Tenía hambre. Deseaba.Sentía más de lo que nunca soñóposible, y sin embargo… no podíaestar seguro de que era amor. No ibaa mentir.

Caleb cayó de rodillas, besando unsendero a través del cuerpo deLivvie cuando se fue. Chupó el agua

de sus pezones, aprovechando sucarne tensa en la boca, con tironeslargos y ávidos. Pasó la lengua bajosus pechos y bajo sus costillas.Adoraba sus caderas y el vientre. Porúltimo, le separó las piernas paraencontrar la fuente de su feminidad.

Podía oler su excitación, ver el colorrojo de su clítoris ya hinchado que seasomaba por debajo de su capucha.Separando sus piernas, se quedómirando los pétalos abiertos de suslabios interiores. Pronto, su polla sedeslizaría entre ellos y en el calor de

ella. Sería suya, de manerairrevocable. Caleb se inclinó haciadelante y le besó los labios como loharía con su boca.

Ella gimió y movió sus manos haciala cabeza de Caleb, atrayéndolo máscerca. Era exactamente donde Calebquería estar, más cerca. Se burló desus labios suavemente con la puntade la lengua, permitiéndolessepararse despacio mientras suexcitación y su boca humedecían aLivvie. Mientras se mecía en surostro, empujó más profundamente,

saboreando su interior.

—Oh, Caleb —suspiró—. Oh, Dios.Te sientes tan bien.

Las manos de Caleb no estabandesocupadas. Viajaban por suspiernas de arriba a abajo, a vecesextendiendo sus muslos, otras vecesarañando la parte posterior de suspiernas, forzándola a quedarse depie. Les permitió seguir viajandocuando lamió, chupó, e incluso follóa Livvie con su lengua.

—Me voy a correr —jadeó Livvie.

Caleb agarró su culo con las dosmanos, sosteniéndola en su lugarmientras gemía en su coño y ella secorría en su lengua.

—¡Caleb! —gritó ella agarrando conun puño su cabello. No podía moversus caderas, así que tiró de élacercándolo.

Una vez que Livvie dejó de temblar,soltó el cabello de Caleb. Le habíadolido, pero estaba bien con eldolor, sobre todo dadas lascircunstancias. Se puso de pielentamente, dejando que sus rodillas

superaran el dolor de haber estado enel suelo de la ducha durante tantotiempo y cerró el agua.

Livvie extendió la mano y agarró supolla, sobresaltándolo. Él estabaduro y su caricia lo hizo impaciente.Tan pronto como fue posible yseguro, la guió fuera de la ducha y denuevo en el dormitorio. Al diablocon las toallas.

—Te deseo —dijo Caleb. Se deslizócontra Livvie en una vista previa delo que estaba por venir.

—Yo también te deseo —dijo Livviey abrió las piernas. Se estremeció,con el cabello y el cuerpo empapado.

Caleb alcanzó el coño de Livvie y lofrotó con los dedos, amando lossonidos que ella hizo y la forma enque se arqueaba contra él. Seguro desu deseo, Caleb deslizó su dedoíndice en el agujero apretado ymojado de Livvie.

—¡Oh! —suspiró Livvie. Se mecióde un lado a otro.

La cabeza de Caleb daba vueltas con

deseo. Estaba tan apretada en suinterior. Sus músculos succionaronsu dedo, profundo en su interior. Nohabía manera de que encajara dentrode ella si no la preparaba bien.Inclinó la cabeza hacia su pezón yatrapó el pequeño brote entre suslabios. Cuando sacudió sus caderashacia arriba, deslizó otro dedodentro.

—¡Ow! —dijo ella, seguido de ungemido, mientras Caleb lamía supezón.

Caleb esperó a que se relajara para

abrir sus piernas una vez más antesde que poco a poco comenzara amover sus dedos hacia atrás y haciaadelante. Sus músculos se aflojaron,estirándose alrededor de sus dedos,lubricándolos con su deseo.

—Esto va a doler un poco. Ya losabes, ¿verdad? —dijo Caleb. Bajóla mirada hacia los ojos colorchocolate de Livvie y vio suconfianza. No quería traicionarla denuevo.

—Lo sé. Está bien —dijo y tiró de él

hacia su boca. El beso que puso enlos labios de Caleb era dulce y llenode calidez.

Caleb sintió la barrera de suvirginidad con los dedos.

—Pon las manos sobre tu cabeza —dijo. Livvie cumplió al instante yCaleb utilizó la mano izquierda parafijar sus muñecas. Empujó másprofundo con sus dedos, lentamentegirando a lo ancho.

—¡Caleb! —Livvie trató de apartarsus dedos, su cara era una máscara

retorcida de dolor.

—Lo sé, Livvie. Sé que duele, perova a terminar pronto, te lo prometo.—Caleb besó sus labios suavemente,no le ofendía que ella no le estuvieradevolviendo el beso porque estabademasiado envuelta en el dolor.

—Por favor —gimió ella.

—Relájate, Livvie —le animó. Supulgar hacía círculos alrededor de suclítoris mientras él continuabaempujando contra la pared de suvirginidad. Por último, consideró

ceder. Parecía disolverse como sinunca hubiera existido.

—Ow —gimió Livvie y frotó sucabeza contra el brazo extendido deCaleb.

—Shh, ya está hecho. Creo que esofue lo peor —susurró y besó suslabios temblorosos. Soltó susmuñecas y suspiró cuando ellaenvolvió sus brazos alrededor de sucuello y comenzó a besar su cuello.

Con cautela Caleb deslizó sus dedoshacia fuera. Livvie gimió y dejó de

besarlo. Ambos miraron sus dedos ynotaron su ligera sangre rosa sobreellos. Caleb no podía oír más alládel sonido de los latidos de sucorazón en sus oídos.

¡Mía!

Echó un vistazo hacia Livvie y vioque estaba avergonzada. Mirándola alos ojos, Caleb puso sus dedos cercade su boca y lamió la sangre virgenfuera de ellos. El rostro de Livviepasó de la vergüenza al horror.

A Caleb no le importó.

—Ya está. Ahora eres parte de mí,para siempre. Eres mía,Livvie. Espero que lo entiendas.

Livvie tragó audiblemente, sus ojosparpadearon de Caleb a sus dedos yde regreso.

—Soy tuya —dijo, pero luego agregó—, solo tuya. Y tú eres mío, sólomío.

Caleb sólo podía sonreír. No podríahaberlo dicho mejor.

—¿Lista?

Se pasó la mano por la cara.

—Sí.

Caleb se agachó y agarró su polla. Sialguna vez había estado tan duro, nolo recordaba. Se alegraba de que estafuera la primera vez de Livvie,porque él no iba a durar muchotiempo y tal vez le impediría estardemasiado dolorida. Frotó la cabezade su polla a través de su humedad,deliberadamente deslizándola sobresu clítoris de vez en cuando.

—Caleb, basta. Hazlo ya —gimió.

Ella estaba tratando de llegar a supolla por sí misma, pero Caleb semantuvo moviendo sus caderas haciaatrás.

Él se echó a reír.

—Tienes un coñito muy avaricioso.

—Mmm —gimió ella—. Todo lobueno para hacer que te corras.

Caleb casi pierde el control. Nuncahabía imaginado que Livvie tuvierauna boca sucia. Le gustaba.

—Bueno, eso lo vamos a ver, ¿no es

así? —Empujó en su coño. No semetió dentro, pero tampoco erademasiado lento. Quería llegar a laparte donde el dolor era un recuerdoy pudiera apreciar el placer quequería darle.

—¡Oh, Dios! —gritó. Sus piernasenvueltas alrededor de él en unintento de mantenerlo quieto, peroCaleb simplemente levantó su peso yse balanceó. Con los brazos y laspiernas envueltas alrededor de él,ella colgaba como un péndulo y suimpulso forzó a Caleb más profundo.

—Por favor —susurró Caleb enárabe—. Quiero estar todo dentro deti.

—¿Qué? —dijo Livvie con losdientes apretados.

—¡Dije que tu coño es increíble!—¡Y demonios, lo era! Caleb sesentó sobre sus talones y envolviósus brazos alrededor de Livvie.Empujó los últimos centímetros,gruñendo en voz alta cuando sintió elculo de Livvie en sus bolas.

Esperó. Livvie lo abrazó con fuerza,

dejando besos en su cara, boca ycuello. Suspiró cuando sus músculosse relajaron y Caleb finalmente sehundió en ella.

—Te amo —repitió ella—. Te amotan jodidamente.

Enterrado dentro de Livvie, Calebexperimentó el nirvana. Si alguna vezhubo un momento para repetirpalabras de Livvie, sabía quedebería ser ahora. No podía.Esperaba que en un tiempo, pudiera.Lo único que podía hacer eraacariciarla, besarla, y deslizarse

dentro y fuera de ella con laesperanza de que pudiera sentir todolo que quería expresar.

—Eres mía —dijo.

—Tuya —repitió ella.

Livvie estaba demasiado estrecha,demasiado húmeda, y jodidamenteincreíble por dentro como para queCaleb se contuviese. Sostuvo aLivvie en sus brazos y meció suscaderas, sellándose contra su carnehúmeda y comenzó a follar. Arriba yabajo Livvie rebotaba sobre su polla.

Quería gritar cada vez que golpeabasus bolas profundamente, pero seconformó con susurrarle palabrassucias en un idioma que ella noentendía

—Oh. Oh. Oh, Dios. —Era todo loque Livvie parecía capaz de decir.

Caleb sintió calor en la base de sucolumna vertebral y sabía que se ibaa extender. Se iba a correr encualquier momento y por mucho quequisiera, sabía que no podía corrersedentro de Livvie. La acostó en lacama, luchando con sus brazos

mientras ella se aferraba a sushombros y espalda.

—Los brazos sobre tu cabeza, ahoramismo —ordenó.

—Sí, Caleb —gimió Livvie.

La obediencia entusiasta de Livviefue suficiente para empujar a Calebsobre el borde. Chupó el pezón deLivvie en su boca y chupó con fuerza,obligándola a gritar y sacó la pollade ella y se corrió contra su muslo.

Una vez que dejó de jadear, Caleb

sostuvo el cuerpo tembloroso deLivvie en sus brazos. Nunca habíasentido felicidad como la que sintióentonces, pero Livvie lloraba.

—¿Estás herida? —susurró Caleb.Le mortificaba pensar que habíatomado más placer del que le dio.

Livvie extendió la mano, tocó surostro y sonrió.

—Estoy bien —dijo tímidamente.

Caleb enjugó sus lágrimas.

—Entonces ¿por qué lloras?

—No lo sé —dijo Livvie. Sus manostemblorosas acariciaron el cabellode Caleb apartándolo de su frente.Cerró los ojos, disfrutando de lamanera posesiva en que lo tocó. —Creo que solo estoy feliz —susurró.

Caleb dejó escapar una brevecarcajada.

—Extraña respuesta a la felicidad,pero está bien. —Se inclinó y lamióuna de las lágrimas saladas querodaba hacia la oreja de Livvie.Sonrió cuando sintió que ella trató de

escabullirse de debajo de él.

—¿Qué estás haciendo? —dijo y serió.

—Tenía curiosidad —susurró.

—¿Sobre qué?

Caleb miró a Livvie con asombro. Lehabía hecho tantas cosas terribles aella, cosas que nunca podría borrar.Y aun así, ella lo amaba. De todaslas lágrimas que le había hechoderramar, estas eran sus favoritas. —Si las lágrimas de felicidad tienen el

mismo sabor que las de tristeza —dijo.

Un torrente de lágrimas rodaba porsu rostro, pero amplió su sonrisa.

—¿Y? —graznó ella.

—Creo que son más dulces —susurró Caleb. La besó en los labiosy descubrió lo que era real dulzura,—pero podría ser tu rostro.

Caleb sabía que no podía deshacer loque acababa de hacer y se alegraba.

Capítulo 20

Hubo un tiempo en que Caleb memantuvo cautiva en la oscuridad,ahora la utilizaba para seducirme.Sus dedos trazaron pautas en mi piel,mientras sus labios encontraron sucamino en la espalda, dejando pielde gallina a su paso. Suspiré y mearqueé debajo de él, rogándole.

—Eres una malcriada —susurró enla base de mi espina dorsal.

—Me lo he ganado —suspiré en lacama. Una de sus grandes manospalmeó la nalga de mi trasero y meencontré levantando mis caderas. Noquería dejar nunca más la cama deCaleb. Podría estar contenta de vivirmi vida siendo tocada, besada, yhaciendo el amor con él.

Golpeó con fuerza mi trasero enbroma.

—Cuidado, Gatita, si pones tu culoen mi cara otra vez, vas a aprender lopervertido que soy en realidad.

Me calmé por un momento, no segurade saber si quería jugar a este juego,pero luego sentí los dientes de Calebmordisqueando la curva de mitrasero y el pensamiento se fue. Pocoa poco, me chupó la carne con laboca y me mordió suavemente. Fue lamezcla perfecta de placer y dolor. Sulengua lamió cada punto antes depasar al siguiente. Pequeños jadeosescapaban de mi boca con cadabocado.

—¿Te gusta esto, Gatita? —susurró.Sopló suavemente sobre mi piel

húmeda y gemí.

—Sí, Caleb —suspiré. Él me habíallamado por mi nombreanteriormente y si bien derritió micorazón al conocer que Caleb meveía como una persona y no una cosa,yo estaba feliz de ser su Gatita. Parabien o para mal, Caleb habíainculcado sus gustos en mí.

Me gustó saber que lo único quetenía que hacer para hacer feliz aCaleb era exactamente hacerlo comome dijera. No había una formaincorrecta de tocarle. Se hacía cargo

y sabía qué hacer. De todas lashumillaciones que me había hechopasar, la única cosa que nunca habíahecho era hacerme sentir mal por micuerpo o mi inexperiencia.

Caleb se movió, y mis manos seposicionaron para adaptarse a él. Supene se apoyó en mi piernaizquierda, mientras mi derecha semovió en la cama. Me sonrojé,sabiendo que estaba expuesta por laespalda, pero no le impidió explorar.Si Caleb quería algo, estaba seguroque lo iba a conseguir de una manera

u otra. Escogí el camino de menorresistencia y mayor placer.

Di un grito ahogado cuando su dedoacarició la comisura de mi coño.Estaba dolorida por dentro, pero sustoques suaves y hábiles en mi clítoriseran mágicos. Siempre lo habíansido. A medida que su dedoacariciaba en círculos mi clítoris,mis caderas habían encontrado supropio ritmo, a veces persiguiendolas caricias de Caleb, otras tratandode alejarse de la intensidad. Noquería el frenesí del orgasmo,

contenta de languidecer en el placerperezoso que Caleb cultivaba contanta facilidad. Caleb reanudó susmordeduras de amor y yo no podíahacer mucho más que retorcerme ygemir.

—Dime otra vez a quien leperteneces —susurró.

Gemí en voz alta y desenfadada.

—A ti, Caleb. Te pertenezco a ti —suspiré.

—Mmm —gimió y me mordió otra

vez. Di un grito ahogado, pero no meapartó de su boca—. Me gustaría queno estuvieras dolorida. Me muero deganas de estar dentro de ti otra vez.

Mi estómago se volteó y sonaba sinaliento cuando respondí:

—Yo también te deseo. —Instintivamente, levanté mis caderashacia su cara. El brazo de Caleb seenvolvió alrededor de mi caderaderecha, que me sostenía en su lugarmientras su lengua se adentraba en elúltimo lugar que yo esperaba.

—Caleb —grité y traté de escapar desu boca. Me movía como un gatotratando de escapar del agua, peroCaleb me tenía donde quería. Lasensación de su lengua barriendo através del brote de mi esfínter fueuna sensación extraña y chocante.

—Deja de moverte —me ordenó.

Abrí la boca para protestar cuandosu lengua empujó en la entrada de miagujero y el sonido escapó de mí porcompleto. Me quedé inmóvil porinstinto puro, dejando que Caleb

cogiera esta parte secreta de mí consu boca. Mis músculos dolían por elesfuerzo de permanecer tan quieta.Después de un tiempo, sin embargo,me relajé ante el contacto de Caleb.

Él me recompensó al aflojar sucontrol sobre mi cadera y volviendosus dedos a mi abandonado coño. Alprimer toque de sus dedos frotandomi clítoris, me corrí. Era demasiadoresistir cuando el dominio de Calebsobre mí era tan completo. Sólo laidea de que me hubiera atrapadoboca abajo con la lengua en el

trasero, y sus dedos acariciando miclítoris, era suficiente paraempujarme al límite por segunda vez.Me caí como una muñeca de trapo enla cama.

Caleb me rodó sobre la espalda conun sentido de urgencia, y se apresuróhacia la parte superior de la cama.Levantó mi cabeza sobre su rodilla.Abrí la boca a su polla y me traguétodo lo que se había dignado adarme. Caleb había tomado mivirginidad con suavidad, pero estafue la versión de él que sabía que

podría esperar de aquí en adelante.Lamí y chupé su gloriosa polla hastaque él me dijo que parara y me tomóen sus brazos. Fue la primera noche,en cerca de cuatro meses, que mesentí segura, saciada, y amada.Dormí como un tronco.

Rafiq se había retrasado por algúnacontecimiento imprevisto y Calebno me decía lo que podría ser.Durante dos días y dos noches, habíasido glorioso. Tuvimos dos díasenteros de ser nosotros mismos, de

estar libres de obligaciones ypensamientos de venganza. Dos díasde hacer el amor cada noche en lacama de Caleb.

Caleb seguía siendo un bastardopervertido y me alegraba de saberque su gusto para los tormentosimaginativos no había disminuido.Con el fantasma de mi virginidaddesaparecido hacía tiempo, Caleb sesentía libre para disfrutar. Le gustabahacerme rogar. Por encima de surodilla, con el culo en el aire, sabíadeslizar sus dedos en mí y hacerme

suplicar por correrme. Lo habríahecho con mucho gusto, pero lacaptura involucraba dejarlo azotarmehasta que me corría. Al final, nuncame podía resistir y la súplica sehacía tan real como mis orgasmos yla punzada de la palma de su mano.Después, él me arrojaba sobre lacama y me follaba hasta otroorgasmo antes de que él se corriera.Dividíamos la mayor parte denuestro tiempo entre la cama y laducha.

La mañana del tercer día, Celia entró

en la habitación para abrir lascortinas, con una sonrisa suspicazpero juguetona posándose en surostro. No había hablado con elladesde la noche de la fiesta de Felipey cuando lo intenté, tanto ella comoCaleb parecían opuestos a la idea.

—Ella pertenece a Felipe y por loque sabemos, está aquí paraespiarnos. No es tu amiga y ningunode nosotros puede darse el lujo deconfiar en ella —despotricó Calebdespués de que Celia se fue.

—Ni siquiera quiere hablar conmigo.

Si fuera una espía, ¿no estaríatratando de, no sé, sacarmeinformación? —le dije.

—No seas tan ingenua, Gatita. Tucara refleja todo lo que hay entrenosotros. No puedes ocultar nadaporque tus emociones están escritasen tu cara para cualquier personainteresada en leer —dijo enojado.

Yo no podía dejar de sonreír, mesentía feliz. No quería tener queocultarlo. Sabía que la situaciónseguía siendo peligrosa.

—¿Qué quieres que haga, Caleb,sólo ignorarla? ¡Ella me ha visto conlas piernas abiertas!

—Espero obediencia, espero lealtad.

Caleb estaba aparentemente menosinclinado a sonreír y sabía que teníaque ver con Rafiq. Caleb seguíaluchando con lo que él llamaba unatraición. Comprendí entonces por quéla situación era tan difícil para él,pero mi necesidad de sobrevivir, minecesidad de que ambosescapáramos, era mucho más

importante para mí que la necesidadde Caleb para arreglar las cosasentre él y Rafiq.

—Soy leal, Caleb. No puedo hacerninguna promesa sobre el resto. Túlo has dicho, Rafiq es peligroso. Élva a matar a cualquiera que aparezcaen su camino, que somos nosotros. Esnosotros, o él, en este momento,Caleb. Eres tú quien tiene quedecidir dónde están sus lealtades.

Caleb me miró durante variossegundos antes de que su expresiónse suavizara. Suspiró profundamente

y asintió.

—Tengo que salir de aquí, Gatita.Prometí mantenerte a salvo y lo haré,pero, ya te lo he dicho... No puedotraicionar a Rafiq más de lo que yalo he hecho. Tengo que hablar con él,convencerlo de que hay otra manera.Luego vendré a por ti.

Me apresuré hacia él y envolví misbrazos alrededor de su cuello.

—No puedo irme sin ti, Caleb. ¿Y sinunca regresas? Estaré ahí fuera pormi cuenta y cualquier cosa podría

suceder. ¿Y si... y si te mata? ¿Cómovoy a vivir conmigo misma?

Lágrimas corrían por mi caramientras luchaba por encontrar laspalabras para convencerlo de que sequedara conmigo y olvidara su deudacon Rafiq.

—Soy capaz de cuidar de mí mismo,Gatita. No importa qué, no puedodejar esto sin terminar. Si huimos,nunca dejará de buscarnos. ¿Y luegoqué? No tengo planes para vivir mivida ocultándome. Tengo queterminar las cosas de una manera u

otra —dijo Caleb. Me acarició elpelo y trató de ser tranquilizador,pero sus palabras me dejaron fría yentumecida.

—No me iré —le susurré.

—Felipe va a tener otra fiestamañana. Habrá mucha gente y espero,un montón de distracciones. Te vas air, Gatita. Es la única manera demantenerte a salvo. —Caleb meabrazó con tanta fuerza que no teníaaliento para llorar.

Una noche más, era todo lo que

podíamos tener. Estaba decidida asacar el máximo provecho de ella.Me aparté de Caleb. Quería ver surostro. Quería memorizar cada curva,cada pestaña. Miré a los ojos azulescomo el Caribe y las cosas que vi,hicieron que se agitara mi alma, perome rompió el corazón.

—Dime que me quieres, Caleb —susurré.

Me besó, negándose.

—Ojalá pudiera, Gatita.

* * * *

Oí golpes, un fuerte y frenéticogolpeteo. Mis ojos se abrieron y laoscuridad que me rodeaba sólosirvió para exacerbar mi pánico.Caleb ya estaba fuera de la cama.

—Acuéstate en el suelo y no temuevas —dijo en un susurro urgente.Fue al armario y lo abrió.

Cogí la lámpara de la mesilla y laencendí.

—¿Qué está pasando? —le pregunté.

Tiré las mantas y me puse en elsuelo. Caleb tiró algo en mí y chocócontra mi pecho. Él me había dadoropa.

—Ponte eso, ¡ahora! —dijo Caleb.Él estaba subiéndose un par depantalones, abrochándose conurgencia. Buscó a tientas una cajaantes de llegar abrirla. Sacó supistola y la armó.

Adrenalina golpeó en mis venas.Algo malo iba a suceder.

—¡Abra la puerta!{23} —Celia gritó

desde el otro lado. Ella estaba en supropio estado de pánico y yo nosabía qué hacer con él.

Caleb se precipitó hacia mí y sesentó en el suelo, envolví mis brazosalrededor de él, tirándole cerca. Susmanos se clavaron en mis muñecasmientras me alejaba. Algo frío y durohizo su camino en mi mano. Miréhacia abajo y vi la pistola de Caleb.

—Vístete, quédate aquí. Golpearédos veces antes de entrar. Si alguienentra en esta sala, disparas a matar.¿Entiendes? —dijo.

Mi pánico me hizo sorda y ciega. Noentendía. No tenía ni idea de lo queCaleb estaba tratando de decirme. Sepuso de pie y trató de alejarse. Meagarré a su pierna.

—¡Caleb! No te vayas, no te vayas.

—¡Haz lo que te digo! —gritó y sesoltó con tanta fuerza que tenía miedode que mi brazo se hubiera salido desu órbita de nuevo. Caleb estaba enla puerta antes de que pudieraatraparlo de nuevo. Puso un cuchillogrande a su lado y se puso a un lado

de la puerta. La abrió lentamente.

Celia irrumpió en la habitación, perono tuvo la oportunidad de decir algoantes de que Caleb la agarrara por elcuello con el brazo y le pusiera elcuchillo en la garganta. Ella luchó,pero Caleb la sometió rápidamente yla mantuvo inmóvil.

—¿Qué está pasando? —gruñó.

—He venido sólo para avisaros —dijo—, Rafiq y sus hombres estánaquí. Están abajo con Felipe.Quieren verte. —Celia puso sus

manos con fuerza en los brazos deCaleb alrededor de su garganta—.Por favor —sollozó.

—Caleb, que se vaya —sollocé—.Vino a advertirnos.

Caleb apretó la garganta de Celiahasta que incluso los sollozos nopudieron escapar.

—No lo sabemos, Gatita. Podríaestar aquí para separarnos.

—¡La vas a matar! —urgí. No creíaque Celia me vendiera, pero no tenía

ninguna razón para creer que no loharía. Levanté el arma en mis manos.—Déjala ir, Caleb. La voy a vigilaraquí.

Caleb me miró. Sus ojos no eran lossuyos y me recordó más a un animalque a un hombre.

—Por favor, Caleb. Deja que se vaya—le supliqué.

Poco a poco, el brazo de Calebalrededor de la garganta de Celia seaflojó y se desplomó en el suelo,llorando mientras sostenía su

garganta. Miré a Caleb y vi el horroren sus ojos cuando miró a Celia.

—¿Cuál es el plan, Caleb? —le dijepara centrar su atención. Por muchoque me gustaba Celia, me gustabavivir aún más.

Caleb asintió mientras empuñó unmanojo de cabello en su nuca.

—Tengo que ir a reunirme con ellos.

—¡No puedes! ¿Y si te estánesperando para matarte?

—Si todo es como Celia dice,

entonces no hay razón por la que nodebería ir abajo. —Caleb searrodilló y sostuvo el cuchillo en lagarganta de Celia.

—No —Celia declaró—: Felipe meha enviado para que os avise.

—¡¿Por qué me advertiste?! —insistió Caleb.

—Felipe sabe lo que está pasandoentre vosotros dos y no ha dicho unapalabra a Rafiq. Él no quiere hacerfrente a las consecuencias. Ha estadoaquí durante meses, en lugar de los

pocos días, que Rafiq, originalmenteprometió. Lo último que necesita esderramamiento de sangre en la casa—gritó Celia. Se frotó el cuello,estaba rojo, pero el daño parecíarelativamente benigno. Podía hablarcon claridad y no había contusiones.

Caleb se levantó.

—Tú te quedas aquí con ella hastaque yo vuelva.

Ésta fue mi peor pesadilla hecharealidad. Caleb iba a salir por lapuerta y no volvería nunca más. Lo

sabía.

—Caleb, por favor no te vayas.Vámonos. Ahora mismo.

—La sacaré si hay problemas —Celia de repente ofreció. Caleb y yola miramos con incredulidad—. Haypasajes en las paredes. Felipe loshabía construido en caso de que fueranecesario para escapar. La sacaré, telo prometo.

—¿Por qué lo harías? —preguntóCaleb. Él parecía estar llegando aalrededor de Celia.

—No es por ti —le espetó ella—.No quiero que ella sufra.

Caleb asintió.

—Gracias, Celia. Estoy en deudacontigo.

—Si algo le pasa a Felipe, measeguraré de cobrarme —dijo ella.

—Entendido —susurró Caleb. Cogióuna camisa del armario y se la puso—. ¿La biblioteca? —preguntó.Celia asintió y con eso, Caleb salióde la habitación.

Yo quería gritar. Caleb se había idoy me había abandonado a mi suerte.Él estaba presa del pánico y tal vezhabía amenazado a Celia cuándo notenía que hacerlo.

—¿Por qué golpeaste la puerta? —lepregunté a Celia. Se sentó en elsuelo, frotándose la garganta ysecándose las lágrimas de sus ojos.

—No quise que ellos vinieran abuscarte. Felipe apenas pudo detenera Rafiq de venir aquí el mismo —dijo Celia con calma.

Sentí el arma de fuego, caliente en mimano, y húmeda de sudor.

—Caleb dice que Felipe nos haestado observando. Dijo quevosotros nos habíais estadoobservando. ¿Por qué cualquiera delos dos nos ayudaría?

—Felipe no confía en nadie, Gatita.Siento no habértelo dicho, peroFelipe significa más para mí que tú.Lo amo, pero él es un oportunista —dijo.

La cabeza me daba vueltas.

—¿De verdad viniste a advertirnos,Celia? ¿Está Caleb cayendo en unatrampa en este momento?

Traté de sonar afligida. He intentadoparecer como una amiga, pidiendo el consejo de otra amiga, pero laverdad, me pregunté si sería capaz dedisparar a Celia si tuviera quehacerlo. La respuesta me aterrorizó.

—Te juro que vine a avisarte. Por loque yo sé, Caleb está reuniéndosecon sus amigos y nada más. Lo peorque podrías hacer ahora es entrar en

pánico —dijo.

Vi la súplica en sus ojos y misinstintos me dijeron que podíaconfiar en ella. No estaba segura deque mis instintos valieran unamierda, pero la alternativa me dejófría. Celia tenía razón, estabaentrando en pánico. Si Rafiq noshubiera querido muertos nada máspodría habernos asesinado en nuestrosueño.

—Te creo —le susurré y dejé elarma sobre la cama. Los ojos deCelia se fijaron en ella, pero se

mantuvo en su lugar. Empecé aponerme la ropa que Caleb habíadejado para mí.

—¿Qué estás haciendo? Desvístete.Si ellos vienen aquí y te encuentrancon ropa de Caleb sabrán queestabais planeando escapar —dijoCelia.

—¿Y si pasa algo y necesito ropa?

—No la necesitas, Gatita. Te loprometo. El peligro estaba en queRafiq os encontrara a los dos juntosen una situación comprometedora.

Una vez más, le creí. Tal vez, quierocreer en alguien que me dijo que notenía razón para matar, y no hayrazón para sospechar lo peor. Quizá,Celia decía la verdad. Decidí creerlo menos horrible de los dos.Rápidamente me quité la camisa queacababa de ponerme.

De repente, alguien llamó a la puerta.

—Celia —preguntó una vozmasculina.

Cogí la pistola.

* * * *

Caleb luchó por calmarse mientras seaproximaba a la puerta de labiblioteca. Metido dentro de la partetrasera de sus pantalones y envainadoestaba su gran cuchillo de caza. Sepreguntó por un momento si estabahaciendo lo correcto reuniéndose conRafiq. Esperaba que pudieraconvencerle de que sus planes devenganza todavía podían serfructíferos sin sacrificar a Livvie.Todavía esperaba ese resultadoparticular, pero tener a Livvie en la

casa era menos que lo ideal.

En el piso de arriba, Livvie eravulnerable. Si le pasara cualquiercosa a él, sabía que ella se quedaríacon poca o ninguna posibilidad deescapar. Caleb lo había jodido,simple y llanamente. Había dejadoque sus emociones sacaran lo mejorde él y había actuadoprecipitadamente con Celia, quienquizás lo vendiera a él y a Livvie enel momento en que la oportunidad sepresentara. Por lo que sabía, ella yalo había hecho.

Aunque sólo había una manera deaveriguarlo, y Caleb estabadeterminado a ver las cosas llegar asu término, de una forma o de otra.Abrió la puerta y entró en labiblioteca. Cuatro pares de ojos segiraron para saludarle y estospertenecían a Felipe, Rafiq, Jair yNancy. Cada uno de los hombrestenía una bebida en la mano y sesentaban cerca del escritorio deFelipe charlando acerca de cosasbenignas. Nancy se arrodillaba allado de Rafiq, con sus ojos hacia elsuelo. Temblaba ligeramente, y

Caleb se preguntó si era el miedo oel frío lo que lo causaban, pero no leimportaba de cualquier forma. Calebexpulsó un suspiro de alivio, peroaún se sentía preocupado por lasituación en el piso superior.Esperaba que Livvie no perdiera lacabeza y no hiciera nada drástico ensu ausencia.

—¡Khoya! ¿Estabas durmiendo?Pareces exhausto —dijo Rafiq conuna sonrisa.

—Lo estaba —dijo con cautela—.No te esperaba tan pronto.

Rafiq lo observó con curiosidad.

—¿Por qué habrías de hacerlo? Tedije que no estaba seguro de cuántotiempo me llevaría resolver lasituación.

Caleb a menudo descuidaba tener encuenta los lazos políticos de Rafiqcon el gobierno pakistaní. De vez encuando, su trabajo como oficialmilitar tenía preferencia sobre susactividades más ilícitas. En esascircunstancias, ni siquiera Calebsabía en qué estaba envuelto Rafiq y

realmente nunca le había importado.Si Rafiq quería mantener vidasseparadas, no era el papel de Calebentrometerse.

—Pensé que me contactarías, estodo. Si hubiera sabido que teesperábamos, te habría saludado enla puerta —dijo Caleb sinreprimirse. Rafiq dejaba a Caleb quehablara con franqueza en privado,pero en público, había un protocolo aseguir. Rafiq era mayor y comomentor de Caleb y antiguo guardián,estaba en una posición que

demandaba respeto. Faltarle alrespeto a Rafiq públicamente seríaun disparate de la peor clase.

Rafiq sonrió.

—No te preocupes, Khoya. Estásaquí ahora y también estoy yo. Ven—señaló hacia otra silla—, toma untrago con nosotros.

Caleb forzó una sonrisa.

—Por supuesto, pero déjame ir alpiso de arriba y ponerme unoszapatos primero. No estaba seguro de

qué esperar y me apresuré.

Lo que realmente quería hacer era iral piso superior y darle a Livvie algode alivio.

—¿Dónde está Celia? —interrumpióFelipe. Su tono era suave y jovial,pero Caleb vio la forma en que susojos se entrecerraban y su boca setorcía.

—Arriba con Gatita, no queríadejarla sola —ofreció Caleb, conuna mirada propia de advertencia.

—¿Todavía necesita supervisiónconstante? —preguntó Rafiq condesaprobación.

—No, pero creo que lo mejor es nodejarla sola, de la misma forma —dijo Caleb, antes de que Felipepudiera ofrecer sus propias ideas.

—Hmm —replicó Rafiq y tomó unsorbo de su bebida. Parecía whiskyescocés—. Bien, toma asiento,Caleb. No te pongas los zapatos pormí. Nos retiraremos pronto. Estoycansado de tanto viaje.

—Por supuesto —dijo Caleb y tomóla bebida que Jair le ofreció antes desentarse cerca de él. Jair sonrió, perono dijo nada y Caleb decidió que eramejor no hacer una escena.

—Así que según me dice Felipe lachica está haciendo unos progresosexcelentes. Dice que incluso haparticipado en una de sus sórdidasfiestas —dijo Rafiq con una sonrisa—. Me asegura que la implicación dela chica no comprometió suvirginidad.

Caleb tragó todo el líquido de suvaso e hizo una muesca mientras ellíquido ámbar le quemaba bajandopor su garganta.

—Sí, es correcto. —Dentro de supecho, su corazón latía más rápido.

—Me alegra oírlo, Khoya —dijoRafiq—. Jair tenía sus dudas, pero ledije que tú nunca me traicionarías.No en beneficio de una chica.

Caleb se giró para fruncir el ceñohacia Jair con abierto disgusto.

—Por supuesto que no, Rafiq. Nuncaentenderé por qué escuchas las cosasque tiene que decir este cerdo.

Jair se puso en pié y tiró hacia atrássu silla, pero Caleb estaba preparadopara encontrarse con él. Cuando Jairse abalanzó, Caleb usó su impulsohacia arriba para empujar al otrohombre en el aire y golpearlo contrael suelo. Caleb tomó ventaja delestado aturdido de Jair y le lanzó ungratificante puñetazo en la cara.

—¡Caleb! —Reprendió Rafiq—,

apártate de él, ¡ahora!

Caleb lanzó otro puñetazo y Jairperdió la conciencia. Caleb no podíasoportar al hijo de perra eindependientemente de cómo salieranlas cosas, no toleraría a Jair muchomás tiempo. Estiró la mano a suespalda buscando el cuchillo de suspantalones, decidido a clavarlo en elpecho de Jair, pero entonces sintiódos pares de manos tirando de élhacia atrás.

—¡Caleb, no! —gritó Felipe—,contrólate en mi casa.

Una mano extendida colisionó en unlado de la cara de Caleb y supoinstantáneamente que había sidoRafiq quien le había abofeteado.Mientras Caleb se esforzaba porrecobrar sus modales, oyó un armasiendo amartillada justo antes de queel pie de Rafiq aterrizara en supecho, dejándole sin aliento.

—Jair hace lo que le pido que haga.Si tienes un problema con ello,puedes tomarla conmigo, Caleb. Notoleraré tu falta de respeto.

Discúlpate con Felipe, o pónmelofácil y caminarás con cojera desdeesta noche en adelante —gritó Rafiq.

Detrás de Rafiq, Nancy estaballoriqueando. Caleb levantó susmanos como rendición.

—¡Lo siento! Perdí el control. —Losojos de Rafiq ardían con furia yCaleb sabía que no dudaría en seguircon su amenaza.

—¿Qué diablos te pasa, Caleb? —escupió Rafiq, literalmente.

—Me ha estado suplicando que leponga un cuchillo encima desde quenos conocimos, Rafiq.¿Honestamente esperas que lepermita faltarme al respeto? ¿Enfrente de ti? Tú nunca antes hasdudado de mí. ¡Nunca! Y de pronto,¿su palabra significa más que la mía?—El pecho de Caleb jadeaba bajo elpie de Rafiq.

Rafiq suspiró profundamente ysacudió su cabeza.

—Nunca he dicho tal cosa, Khoya.

—Retiró el pie del pecho de Caleb yamartilló su arma una vez más parasacar la bala de la cámara—. Lascosas están…

—Lo sé —susurró Caleb. Suvenganza estaba al alcance de lamano y Caleb la había puesto enpeligro. Rafiq tenía todo el derecho adisparar a Caleb allí donde yacía. Eldolor en el pecho de Caleb derepente no tenía nada que ver conhaber sido sujetado. Habíatraicionado a la única persona quenunca le había juzgado por las cosas

que había hecho, por el bien de lapersona que le amaba en lugar de lapersona en que se había convertido—. Lo siento —dijo Caleb otra vez,sabiendo que Rafiq no podría saberaún de cuán profundo venía sudisculpa.

Se daba cuenta de que no habríaningún razonamiento con Rafiq,ningún compromiso sobre su destinoo el de Livvie. Sólo quedaba unaopción y Caleb siempre había sabidotodo el tiempo que podría llegar. Unode los dos tenía que morir.

* * * *

—¿Celia? —repitió el hombre. Yosostenía el arma en mis manos, perono sabía que pretendía hacer. Miréhacia Celia.

Sus ojos estaban abiertos comoplatos, pero tenía las manos en alto ymantenía la calma.

—Es Felipe, por favor, baja el arma.

—Caleb dijo que no dejara entrar anadie. Creo que eso incluye a Felipe—dije. Me sentía débil, mi mundo

estaba borroso por los bordesmientras consideraba abrirme pasodisparando para salir de lahabitación.

—¡Por favor, Gatita! No seas idiota.Felipe nunca te dejará salir de aquícon vida si no bajas el arma —suplicó ella.

—Dile que se vaya —siseé.

—Sabrá que algo va mal. Nunca lediría lo que tiene que hacer —dijo.

Un golpeteo más fuerte y una

secuencia de español llegó a travésde la puerta. —Celia, ven a la puertaahora o la romperé.

Casi vomito en mi boca mientrasconsideré ir en contra de Felipe.Miré a Celia y ella se limpiaba laslágrimas de los ojos frenéticamente.

—Ve a la puerta —dije.

—¿Qué harás? —lloró Celia.

—Pregúntale dónde está Caleb —leurgí.

Celia asintió y despacio gateó hacia

la puerta.

—Estoy aquí con Gatita —dijo. Suvoz parecía calma considerando quesu cara estaba hinchada por laslágrimas. Yo estaba impresionada.

—¿Por qué está la puerta cerrada conllave? —preguntó la voz enfadada deFelipe a través de la puerta.

—Caleb estaba preocupado —dijo—. ¿Dónde está?

—Abajo con Rafiq, abre la puerta —dijo. Sonaba como una orden.

Celia miró hacia mí con unaexpresión suplicante. Sopesé misopciones unos segundos y decidídejar a Celia que abriera la puerta,pero no había forma de que le dierael arma. La puse en el suelo cerca demí.

—Abre la puerta —dije.

—Ten calma, Gatita —dijo Celia—,Felipe no te hará daño a menos quetú se lo hagas a él. Confía en mí. —Esperó hasta que asentí y luego giróla cerradura. Abrió la puerta

lentamente y Felipe, arma en mano,dio un paso hacia dentro a un lado dela puerta.

—¿Qué está pasando? —le preguntóa Celia, pero mantuvo los ojos en mí.Yo estaba quieta en el suelo,cubriéndome cerca de la cama.

—Dile que Caleb está bien —dijoCelia. Se situó entre Felipe y yo.

—¿Por qué has estado llorando,Celia? ¿Qué pasó aquí? —preguntóFelipe. Su tono era mortífero ytranquilo.

—Nada, mi amor. Sólo le he estadohaciendo compañía a Gatita. Estáasustada, Felipe. Dile que Caleb estábien. Está preocupada por él —imploró ella.

—Está bien. Él y Rafiq estántomando un trago. Debería estar aquíarriba en breve. Podemos esperarpor él —dijo, pero no bajó su arma.

—¿Por qué no viene él mismo? —chillé.

—No podía, no sin levantarsospechas. Tal como fue, imaginé

que algo estaba pasando aquí arriba.¿Por qué estuviste llorando, Celia?—preguntó Felipe. Su tono dabaindicios de su enfado.

—Fue tan sólo una charla de chicas,Felipe. Por favor, no hagas unescándalo. Ella estaba aterrorizadade que vinieras a hacerle daño y esome hizo pensar en… —la voz deCelia se fue apagando. Despacio,levantó la mano y acarició el rostrode Felipe—. ¿No recuerdas como eraal principio?

Los ojos de Felipe se volvieron

tristes. Bajó el arma y besó la frentede Celia.

—Siento que ella te haya hechorecordar —susurró—. Especialmentecuando yo me he esforzado tanto enhacerte olvidar.

—Lo he hecho, Felipe, te prometoque lo he hecho —susurró.

Celia todavía estaba de pie entrenosotros y mientras que yo noconfiaba necesariamente en Felipe,ella había probado ser una amigapermaneciendo entre yo y una muerte

segura. Recordé mi conversación enla mazmorra con Felipe. Él habíatomado a Celia como trofeo y segúnsu propia admisión, no la habíatratado con amabilidad. Mirándolosahora, era difícil imaginar un tiempoen el que Felipe fuera cruel conCelia. Así y todo, no conocía muybien a ninguno de los dos. Celia noparecía tener idea de lo mucho queFelipe la amaba. Para mí era bastanteobvio.

Felipe asintió y tiró de Celia haciasus brazos. Ella lloró ruidosamente

contra su pecho mientras él leacariciaba el pelo y le susurrabacosas consoladoras. Verles me hacíasufrir por Caleb.

—Lo siento —dije—, no quisecausar problemas. —Era verdad. Noquería causar problemas. La únicacosa que quería era una forma deescapar para mí y para Caleb.

Felipe levantó la vista hacia mí.

—Ve a lavarte, dulce niña. Tu amodebería estar de vuelta en cualquiermomento y te sugiero que estés lista

para él cuando lo haga. No os quedamucho tiempo juntos.

—¡¿Qué quieres decir?! —le espeté.

Felipe me dedicó una sonrisairónica.

—Desearía que hubiera algo más quepudiera hacer por los dos. Hedisfrutado observando cómo sedesarrollaba vuestra relación. Buenasuerte, Gatita.

Mientras me sentaba, aturdida y conla boca abierta, Felipe guió a Celia

fuera de la habitación y cerró lapuerta tras él. Había entregado mirehén. Había entregado mi guía. Mehabía rendido a cualquier destino queme esperara una vez que la puerta seabriera.

Capítulo 21

Día 10: 11pm

Matthew había tenido una malasensación en su estómago en la mejorparte de la última hora. La sensaciónno era necesariamente nueva; ésta lehabía acompañado muchas veces enciertos casos. El mundo era un lugarenfermo, jodido y trataba con él másque la mayoría, pero este casotomaba la forma de ser de unapesadilla que él recordaría parasiempre. Cada agente tenía un casoque lo obsesionaba. Olivia y suCaleb eran el suyo.

Algunos blancos interesantes habían

aparecido por reconocimiento facial,en la escala nacional de búsquedasde archivos y la base de datos deSeguridad Nacional. Matthew, juntocon otros agentes había comenzado areunir las piezas durante las últimascinco horas.

—Creo que Karachi es donde tienemás sentido dado el Intel{24} —dijola Agente Williams. Ella habíallegado en avión de Virginia una vezque la naturaleza sensible del caso sehizo más clara.

—Estoy de acuerdo. A losmuchachos de la FIA no les va agustar lo que tenemos que decir, peroparece que Muhammad Rafiq haestado haciendo uso de recursosmilitares para encubrir su anillo detráfico humano —dijo Matthew.

Karachi era una ciudad costera,accesible por avión y mar. Era unárea étnica y socioeconómicamentediversa, capaz de camuflar ricos ypobres igualmente. Según lainformación del Sargento Patel, quetenía acceso a los manifiestos de

pasajeros y documentación decontrol del tráfico aéreo, variaspersonas destacadas de interésllegarían en los dos días siguientes.Muchos estaban ya en la ciudad.Lamentablemente, ninguno de losnombres en la lista eran VladekRostrovich o Demitri Balk. Aun así,Matthew razonó, podría viajar bajoun alias diferente. Aunque de unacosa estaba seguro; MuhammadRafiq asistiría.

Él pensaba en Olivia Ruiz y todo loque había estado diciendo a lo largo

de los últimos días. Ella no tenía niidea que tan profunda era laimplicación de Rafiq en la trata deesclavos. Basado en el montón de información sobre el escritorio deMatthew, comenzaba a sospechar queCaleb no tenía ni idea tampoco.Rafiq había estado en ello por eldinero durante un muy largo tiempo.La evidencia sugería que había sidoun jugador clave desde 1984.

Matthew sostuvo una foto de VladekRostrovich y Muhammad Rafiqtomada en Paquistán ese mismo año.

Rafiq llevaba su uniforme militar yseñalaba una mesa llena de armasrusas, su brazo sobre el hombro deVladek.

La mejor conjetura de Matthew eraque Muhammad Rafiq había servidode agente vendedor de armas deVladek Rostrovich durante susmisiones en otras partes del mundo,más notablemente: África, Turquía,Afganistán, y Paquistán. Quizás lasarmas habían comenzado laconexión, pero no terminaba allí.

Otra fotografía a partir de 1987

mostraba a Rafiq y Vladek duranteuna cena militar paquistaní. Vladeksentado en la mesa de oficiales conRafiq, también entre la asistenciaestaba Bapoto Sekibo. Era conocidopor arrasar pueblos enteros, matandoa hombres, mujeres y niños en labúsqueda de recursos naturales yterritorios valiosos para proyectoscorporativos entrantes de otrospaíses. Algunas corporaciones hastatenían raíces en los Estados Unidos.De hecho, los tres hombres habíansido fotografiados en algún momentocon Senadores estadounidenses o con

presidentes de grandes compañías.

Matthew no estaba sorprendido deque sexo, armas, y dinero estuvieraninterconectados. Incluso las minas dediamantes africanas de Vladek nollegaron como un shock. No, lainformación más espantosa era elcaso no resuelto de un desaparecidodesde 1989 situado encima delmontón. No podía resistirse arecogerlo y contemplar la foto en unsujetapapeles con el archivo.

—Bastante jodido, ¡eh! —El agenteWilliams susurró desde más allá del

escritorio.

La sensación enfermiza en elestómago de Matthew ardió y frotósu estómago. Mientras contemplabala foto, se preguntó, si había algo quedebiera hacer con la información.

—Sí. Lo está.

—¿Estás bien? ¿Cuándo fue la últimavez que comiste? —Williamspreguntó.

—Hace unas horas, y sólo unaensalada. He estado en un torrente

continuo de café desde entonces —Matthew dijo y ofreció una sonrisaacuosa. Era agradable trabajar conalguien, aun si la Agente Williamsera demasiado joven y ávida para sugusto. Ella todavía se emocionabacon el trabajo y no lo escondía muybien. Matthew realmente ya no seentusiasmaba más, el resolver casosera una obsesión, encarcelar a lostipos malos, satisfactorio, pero habíadejado de estar emocionado hacetiempo. No importa cuántos casosfueran resueltos, o cuantos bandidosfueran llevados ante los tribunales,

había siempre nuevos casos y nuevos tipos malos. Era un círculovicioso.

—Esa cosa te matará —dijo laAgente Williams a través de unasonrisa—. Todavía tengo mediobocadillo de pavo en la nevera si loquieres.

—No, está bien. No tengo hambre —dijo él.

—¿Sigues contemplando esa foto? —Ella lo rodeó.

Matthew no podía dejar de pensar enOlivia. Guardaba luto por la pérdidade un hombre que realmente noconocía y por primera vez, Matthewcomenzaba a entender por qué ellaluchó por él tan fuertemente.

—La testigo dice que él murióayudándole a fugarse. Me pregunto sidebería quedarse sólo allí. Quierodecir, desearía no haberme enteradode esto. No puedo imaginar cómopudo sentirse la madre.

—Trato de no pensar en eso. No es

realmente nuestra prioridad, ¿sabes?—dijo Williams—. Va a ser jodidoconseguir meter un equipo aPaquistán. Trato de concentrarmesólo en una cosa a la vez. Un niñosecuestrado que resultó ser uncabronazo no está realmente en miradar.

Matthew alzó la vista y miró aWilliams.

—¿Qué edad tienes, Williams?

—Se puso tensa.

—Veinticuatro —contestó—. ¿Porqué? ¿Vas a darme un sermón demierda por mi edad?

Él sostuvo la fotografía.

—James Cole estaba a unos pocosmeses de su sexto cumpleañoscuando se lo llevaron. Sólo trata deimaginar tu vida los dieciocho añospasados y que diferente fuecomparado con el infierno que estepequeño muchacho tuvo quesobrevivir.

Williams miró larga y arduamente la

fotografía antes de apartarse aldesorden de archivos sobre su ladodel escritorio.

—Es triste, Reed. Sé que es triste,pero no hay nada que podamos hacerpor aquel niño. ¿Y por el hombre queresultó ser? Estaría mejor muerto —dijo Williams.

—No trato de defenderle. Confía enmí; he pasado la semana pasadahaciendo exactamente lo opuesto. Essólo que… ella tiene un modo dehacerme pensar en cosas.Básicamente habló de eso de ser

vendida en la subasta.

Matthew sonrió. Olivia eraciertamente diferente de cualquierpersona que hubiera conocido en sustrece años de trabajo. Nunca laolvidaría, o a Caleb, y el niño quehabía sido. Nunca olvidaría este casoy por cualquier razón, sintió lanecesidad de tomarse un momento yconservar la memoria de ellocorrectamente.

—Una chica bastante lista. Exceptopor la parte de enamorarse de su

captor —dijo Williams—. Aunque,si vas a enamorarte de cualquiersecuestrador, Dios, debería de sertan guapo como este hijo de puta.

Williams levantó la foto devigilancia de Caleb de hace unosaños y meneó sus cejas.

Matthew rió.

—Estás enferma. Lo sabes, ¿verdad?

Williams se encogió de hombros.

—No salgo mucho.

—¿Eso por qué es?

—Eh, el trabajo, supongo. Realmenteno me libro de salir con otros agentesy los tipos normales no pueden lidiarcon ello.

Se encogió de hombros otra vez.

—¿Crees que deberíamos avisar a sumadre de que le encontramos? —Matthew preguntó.

—Han sido veinte años, Reed.Probablemente lo cree muerto desdehace mucho tiempo. No pienso que

decirle que encontramos a su hijo yque él sólo resultó ser un traficantede humanos hijo de puta que murió enuna tentativa de fuga arruinada, seaexactamente consolador —dijoWilliams, irónicamente. Ella yMatthew se sentaron en silenciodurante unos momentos, antes de queWilliams añadiera—: Es mejor quecrea que su pequeño muchacho murióinocente, ¿sabes?

Williams tenía un punto.

—Sí. Sólo deseaba… desearíahaber estado en la oficina en ese

entonces, tal vez podría haberleencontrado antes de que fuerademasiado tarde.

Pensaba en Olivia y su pena. Eratriste, sabiendo que era la única queextrañaría a Caleb. Era la única queguardaría luto por él.

—¡Espera! —dijo Williams derepente, y asustó a Matthew.

—¿Qué pasa?

—Bien, no es realmente relevante,pero… —Le dio uno de sus archivos

a Matthew—. Vladek fue a launiversidad en los Estados Unidos.Fue a la universidad de Oregón —susurró ella.

—¿Y?

—Y, comprueba la fecha —añadióen tono grave.

—No la terminó. Estuvo allí del ‘80al ‘82. —La comprensión alboreabadespacio en Matthew, y sintió que labilis avanzaba lentamente por detrásde su garganta—. James Cole nacióen 1983. En Oregón.

—¿No creerás...?

—Olivia Ruiz mencionó que Rafiqquería vengarse de Vladek, por haceralgo con su madre y hermana. Por lovisto, Vladek las mató, o es lo queRafiq dice. Comienzo a creer quetodo de lo que salió de la boca deltipo son patrañas.

—¿Quieres que saque el certificadode nacimiento de James?

—Sí, hazlo. ¿Llamaste ya alSubdirector para avisarle quecreemos que la subasta ocurrirá en el

cuartel militar de Karachi?

—Se lo dije hace una hora, seimaginó que él podría empezar con laorganización del operativo. EsteSargento Patel, no parece del tipocooperativo. ¡¿Santa mierda, Reed…piensas francamente que Vladek,¿¡vendería a su propio jodido hijo?!

Matthew quería comenzar a golpearcosas.

—No. Creo que él fue un dañocolateral.

Comenzaba todo a juntarse. Laspiezas del rompecabezas seformaban despacio en la mente deMatthew. Había aún enormes piezasausentes, pero Matthew creía quepodría descifrar la imagen justamenteigual.

—Bien, ya sabemos dónde es lasubasta. Todo lo demás es sólo lasalsa en este punto. Déjame terminarde sacar estos archivos y luego digoque terminamos por esta noche. Siobtenemos luz verde, podríamostener a Rafiq en custodia en las

próximas setenta y dos horas.Podríamos conseguir nuestrasrespuestas directamente de la fuente—dijo Williams.

Matthew podría oír el enojo ydeterminación en la voz de Williams.Admiraba su fuego, pero habíaestado alrededor el tiempo suficientepara saber que el fuego podríaquemarte.

—Dudo que consigamos ni siquierauna confesión de él, Williams.Prepárate.

—¿Qué quieres decir? Tenemos unamontaña de pruebas de mierda y untestigo —soltó a chorros Williams.

—Lo que nosotros tenemos, es unmilitar de alto rango de un gobiernoextranjero, acusado de delitos en unpaís completamente diferente. Quieroa este tipo. De verdad lo quiero, perohe estado aquí antes, Williams. Aveces… ellos se escapan.

—¿Entonces por qué estás aquí,Reed? ¿Por qué has estadotrabajando entonces tan malditamente

duro en este caso?

—Olivia Ruiz fue la autora original.Causó un incidente internacionalcuando decidió cruzar la frontera deEE.UU-MÉXICO agitando un arma.No se convirtió en víctima hasta mástarde. No tuve ni idea que este casoiba a hacerse el camión pesado quees. He trabajado el caso, Williams.Es todo lo que cualquiera denosotros puede hacer —dijo Reed.

—Sí, bien… aún no está terminado,Reed.

—Nunca he dicho que lo estuviera,Williams.

—¡Ugh! —suspiró Williams.

—¿Qué pasa?

—Tengo el certificado de nacimientode James Cole. Su padre estáregistrado como “Vlad”, sinapellido. Hay un certificado dedefunción aquí también, siete añosdespués de que James desapareció.Esto es bastante común, supongo.Déjame ver lo que puedo encontrarde la madre, Elizabeth Cole. —

Williams agitó su cabeza—. Murióen 1997. El informe del forense diceherida de bala auto infligida en lacabeza.

El corazón de Matthew sintió que sehundía. James Cole había sidosecuestrado cuando tenía cinco añosy vendido en esclavitud. Había sidocon la mayor probabilidad un acto devenganza contra su padre, VladekRostrovich. Había sido golpeado yabusado la mayor parte de su vida ysegún Olivia Ruiz, la única personaen la cual él había confiado alguna

vez, había sido el que arruinó su vidaen primer lugar.

—Esto me deprime como el infierno,Reed —susurró Williams.

—Sí —Matthew limpió su garganta—, a mí también. Sólo creía quepodría dar a la mujer un poco de paz,pero parece que la encontró por símisma.

—Deberíamos dormir algo. Lasposibilidades son que vamos a tenerun día apretado mañana. Si todo vabien, estarás en un avión a Paquistán

para conducir la redada. Realmenteintenta recordar a la gente pequeñacuando seas promovido —sonriótraviesamente y revoloteó suspestañas para el efecto.

Matthew logró una risa corta.

—¿Lo intentaré, Agente…?

—Williams.

—Cierto. Williams. —Matthewcontinuó yendo a revisar la pila dearchivos sobre su escritorio cuandoWilliams se preparó para marchar.

Sabía que debería hacer lo mismo,pero no podía dejarlo aún.

—¿Por qué tengo el presentimientode que voy a verte sentado ahícuándo vuelva por la mañana? —Williams dijo, cuando lanzó el bolsode su ordenador portátil sobre suhombro.

—Estaré fuera de aquí pronto. Sóloquiero investigar un poco más. Nopodría dormir ahora mismo de todosmodos, he estado bebiendo café todala noche, ¿recuerdas?

—Sí, sí, probable historia. Estaréaproximadamente a las siete si nonos llaman antes. Te traeré algo paracomer y tal vez un poco de café queno te perfore el estómago —dijo.

—Me gusta el café.

—Haz lo que quieras —dijoWilliams, cuando pisó el ascensor.

Matthew se levantó y agarró losarchivos sobre el escritorio deWilliams. Él había hecho su trabajo.El resto le caería a la agencia y alministerio de justicia. En cualquier

caso, el rompecabezas no estabasolucionado, y él no podía dejar dereunirlo. Olivia merecía saber laverdad.

Tres horas más tarde, Matthew teníauna lista de acontecimientos yposibilidades. Había aprendidomuchas cosas de los principalesactores en el caso, pero tenía tantasnuevas preguntas como respuestascontestadas:

1960 AKRAAN Corporativo de

Armas establecido en Rusia - ¿elPadre de Vladek?

1961 Nacimiento de VladekRostrovich - el menor de 3 hijos.

1963 Nacimiento de MuhammadRafiq - el hijo mayor (¿hermanamenor?)

1980-1982 Vladek, Universidad de

Oregón (sin licenciarse)

• Conoce a Elizabeth Cole (¿podríahaber sido estudiante? ¿Familiar máscercano?)

El padre y los hermanos mueren enaccidente de tráfico (diciembre de'82 - heredero de Vladek)

El 3 de agosto de 1983: Nacimientode James Cole. ¿Por qué no seregistra Vladek en el certificado de

nacimiento?

1983-1988: Vladek y Rafiq – tráficoy venta de armas.

• ¿Diamantes? 1987 (algo pasa entreaquí y 1989)

El 14 de marzo de 1989: James Cole,secuestrado en su casa. (Ningúnsospechoso)

• ¿Secuestrado por Rafiq? ¿Por qué?

• Buscar la muerte de madre/hermanade Rafiq (motivo venganza)

1992-1994: Rafiq, Tormenta delDesierto

• ¿Esconder al niño en vez dematarlo? ¿Rescate? ¿Garantía? ¿Quécojones se me escapa?

• James Cole encerrado en el burdel(Narweh - deceso) Checar años de1989- ¿?

• Narweh (no se conoce apellido),¿certificado de muerte? ¿Paquistán?Revisión de la declaración de Oliviapor otros posibles países.

1997 James Cole (Caleb)“rescatado” por Rafiq.

• Declaración de Olivia: Caleb buscavenganza durante 12 años.

• ¿Por qué volvería Rafiq por elmuchacho? Edad "Caleb" 14.

2002 Diamantes Balk se hacepública

• ¿Por qué la tardanza 1987-2002?Vladek Rostrovich: ¿reinvención uocultamiento?

• ¿Sabe sobre el hijo? Ningúndescendiente actual. ¿James Coleúnico heredero?

2009 Olivia Ruiz secuestrada

• ¿James Cole "Caleb" fallecía?

• ¿Balk de repente interesado en latrata de esclavos? ¿Motivo?

• Balk - ¿localizacióndesconocida??????????

Capítulo 22

Caleb revolvió su whisky escocésen su vaso, pero no tomó la bebida.Sus pensamientos estaban conLivvie. Felipe había ido arriba, apesar de los mejores esfuerzos deCaleb para pararlo y estar allíprimero. Quince minutos habíanpasado y no había oído ningúndisparo, o grito. Buenas noticias,

pero sus preocupaciones estabanlejos de ser disipadas. Queríamantenerse alerta si las cosas derepente empeoraban. De muchasmaneras, ya lo estaban.

La mente de Caleb se sentíadevastada sobre cómo tratar conRafiq. Su relación siempre habíasido complicada, pero seguía siendolo más cercano a una familia o unamigo para Caleb. Rafiq había sidola salvación de Caleb y tantas otrascosas a lo largo de los años… yahora él se proponía matarle.

Caleb sabía que no podía escaparsecon Livvie. Rafiq los perseguiríahasta el final de la Tierra y mientrasque Caleb podría cuidarse a símismo, esa no era vida para Livvie.Ella merecía algo mejor. Habíaconsiderado separarse de ella, perosabía que si Rafiq no podía encontrara Caleb, encontraría a Livvie otravez y la usaría para llegar a él.

Rafiq merecía su venganza. Livviemerecía vivir su vida. Esto dejaba aCaleb pensando en lo que él merecía:nada. Había luchado con tanta fuerza

para vivir, sobrevivir, y nodisfrutaba la idea de terminar todoesto, pero lo haría… por Livvie, loharía. Había vivido una vida sinsentido que culminaría con ladestrucción de cada relaciónsignificativa que él había tenidoalguna vez. Por lo menos, pensó, sumuerte podría tener algúnpropósito.

—¿Qué te tiene tan preocupado,Khoya? —preguntó Rafiq en árabeahora que ellos estaban solos. Habíaenviado fuera a Jair una vez que

había recobrado el conocimiento, yFelipe había usado la oportunidadpara salir del cuarto. Nancypermaneció, pero parecíainconsciente de su alrededor cuandose acurrucó en el suelo y Rafiq apoyólas piernas en su espalda.

Caleb hizo gestos hacia ella con subebida.

—¿Es eso realmente necesario?

Rafiq sonrió.

—No, pero ella está aquí, así que,

¿por qué no hacer uso de ella?¿Contesta mi pregunta, qué te tienetan preocupado?

El latido del corazón de Caleb seaceleró y el calor viajó hacia abajopor su columna, pero intentó lucirdespreocupado

—Las cosas se mueven rápidamenteahora. Sigo revisando las cosas enmi mente.

—Sí, ha sido una larga batalla. No sécuál de nosotros ha sacrificado máspara ver a Vladek sufrir. La subasta

sólo es el primer paso. Dependerá deti ganar su confianza, pero valdrá lapena cuando todo lo que él tiene nospertenezca, hasta su misma vida —dijo Rafiq.

Se sirvió otra bebida del whiskyescocés y Caleb notó que era sutercera.

—Sí —contestó Caleb, pero su tonodaba un indicio de su inquietud.

—Has estado extraño estos mesespasados, Caleb. Había pensado queestarías más contento de tener tu

venganza tan cerca —dijo Rafiq.Parecía irritado.

—¿Por qué no puedo sólo matarlo,Rafiq? Lo haría. De buena gana ydelante de todos, le mataría. Somoshombres acaudalados. Nonecesitamos su compañía, o sudinero —dijo Caleb y al instante lolamentó.

—¡No es sobre el dinero, Caleb!Nunca lo ha sido. Lo quiero porquees la única cosa que él ama hastadonde yo puedo decir. Si supieras delas cosas que él ha sacrificado por

sus preciosos billones, sería todo loque podrías hacer para noencontrarle ahora. ¡Esta noche! Notiene ninguna esposa, ni hijos. ¡Noconfía en nadie! Y lo ha tomado todode mí. La muerte no es suficiente. Latortura no es suficiente. ¡Pensé que túde entre toda la gente lo entenderías!

¿No había dicho Caleb algo similar aLivvie? Parecía una eternidad, lanoche que la había rescatado de losmoteros y le había informado de sudestino. Ella le había preguntado:¿por qué?

—Tengo obligaciones, Gatita.—Tragó profundamente—. Hay unhombre que tiene que morir.Necesitaba que tú... necesito… —Hizo una pausa—. Si no hago estoahora entonces nunca seré libre. Nopuedo alejarme hasta que esté hecho. Hasta que él pague lo que lehizo a la madre de Rafiq, a suhermana, hasta que pague lo que mehizo. — Caleb se parórepentinamente, su pecho agitado.Recorrió su pelo con dedos

cerrando sus manos en puños en sunuca—. Hasta que todo lo que élama se haya ido, hasta que él, losienta. Entonces podré dejarle ir.Habré saldado mi deuda. Entonces,quizás… tal vez.

—Lo hago, Rafiq. Realmente loentiendo. Durante doce años, mi vidaha sido solamente nuestra búsquedade venganza. Solo estoy cansado,Rafiq. Estoy cansado y quiero queesto se acabe. Le quiero muerto y nopuedo esperar a que muera

lentamente, pero estoy listo paraavanzar —dijo Caleb. Era la verdad.Estaba listo para avanzar con su viday quería que esta fuera con Livvie.Quería lo que nunca podría ser.

Caleb contempló a Rafiq, el hombreno estaba bien. Su pelo parecía másgris, su rostro más endurecido, y susojos carecían del más leve destellode compasión. En todo este tiempoque Caleb le había conocido, nuncahabía tomado a un esclavo para él,¿los entrenó?, sí, ¿los guardó?, no. Elhecho de que hubiera mantenido a

Nancy viva por tanto tiempo y lahubiera quebrado tan a fondo decíatodo sobre su estado mental.

Caleb siguió, momentáneamenteresignado a su destino.

—¿No tienes ningún pensamientopara mí? Hermano. ¿Todos aquellosaños que pasé como una puta? Nadiesabe mejor que tú, todo lo que sufrí.¿Nunca creíste que pudiera quererolvidar? ¡Todos aquellos años de sertu sombra aprendiendo cómo matar, yentrenando putas para los mismoshombres que me habrían usado,

nunca pensaste que podría querersólo alejarme de eso y ser… ¡no losé! ¡Algo más! —Caleb sintió comosi una compuerta hubiera sido abiertaen su alma.

—Iba a mostrarle finalmente a ellaque estaba equivocada sobre mí…

—Tú eres algo más, Caleb. Te hicealgo más. Te hice un hombre. ¡Teliberé! Hice que otros temblaran de

miedo ante ti. ¿Quién eras antes demí? ¡Kéleb! ¡Eso es lo que eras! Unperro.

Rafiq golpeó su vaso en la mesacerca de su silla y dio un puntapié aNancy por si no fuera suficiente. Lossollozos de Nancy rápidamentellenaron el cuarto, pero ella sostuvolas manos sobre su boca parasofocarlos.

Pura, completa rabia rasgó en lasvenas de Caleb y nunca habíaquerido golpear a Rafiq tanto. Sólosus pensamientos sobre Livvie

guardaron su mano. Su vida estaba enpeligro y era la responsabilidad deCaleb de mantenerla a salvo.

—Sé quién soy, Rafiq. Sé lo que soy.Y sé que todo te lo debo a ti. Me hashablado tanto sobre la lealtad, perosólo hace unos minutos quisistemutilarme para proteger a Jair deentre toda la gente. ¿Dónde está lalealtad?

—Me decía a mi misma que tú nopodías evitarlo. Me decía que algo

pasó que te hizo de esta manera,para hacerte tan jodido como yopero estás aún más jodido de lo queestoy yo. Y en las esquinas másextrañas de mi mente yo pensaba…

Caleb recordó el miedo de Livvie, sudesesperación. Ella había sidotratada brutalmente por varioshombres, golpeada y ensangrentada.Había creído que Caleb era susalvador. Caleb no era el salvadorde nadie. Miró a Rafiq y vio laspeores partes de él reflejadas en el

otro hombre.

—¿Que podrías arreglarme? Quémás, ¿que yo podría arreglarte?Bien, lo lamento, Mascota, noquiero que me arreglen.

Rafiq se inclinó hacia delante, eldiablo en sus ojos.

—Nos conocemos el uno al otrodesde hace mucho tiempo, Caleb. Tú

entiendes lo importante que esto espara mí. No toleraré que nadieinterfiera con nuestros proyectos, nisiquiera tú.

—Tú huiste. Yo fui a recoger mipropiedad. Fin de la historia. Endos años, tal vez menos, tendré loque quiero, venganza.

Para Rafiq y Caleb, todo había sidosiempre acerca de la venganza.

Había sido la única cosa que habíaimportado alguna vez. No la amistad.No la lealtad. No la justicia. Parecíatan trivial ahora, tan pequeñocomparado con el precio: Livvie.

—Quiero matar a Vladek y quieroque se termine —susurró Caleb.

Rafiq soltó un resoplido burlón yvolvió a recostarse.

—¿Esto es por la chica, verdad?

El temor aceleró el pulso de Caleb

—¡No! Esto es sobre nosotros. Es

sobre nuestra sociedad y cuánto hasido siempre cargado en tu favor.

—Seguimos con el plan, Caleb —dijo Rafiq con resolución—, hassobrepasado tus límites y te hasaprovechado del amor que te tengopor última vez. Estas cansado y noeres tú mismo, así que, trataré deolvidar las cosas que has dicho estanoche, pero no toleraré tu desacatootra vez. Considérate advertido.

Caleb se tomó un momento pararecobrar su calma. Estaba cansado y

esta noche podría ser muy bien laúltima vez que él y Rafiq hablarancomo amigos. La tristeza entrósigilosamente alrededor de losbordes de su cólera.

—Lo siento, Rafiq. No he sido justo.Durante doce años has cuidado de mícuando no tenías porqué y no quieroparecer desagradecido. Era unmuchacho enojado y desobediente yno debió haber sido fácil acogerme.Estaría muerto si no fuera por ti… opeor. Perdóname.

Pareció que Rafiq se ablandaba. Se

recostó en su silla y pensativamenteobservó a Caleb.

—Estás perdonado, Khoya.Probablemente no tampoco fuisiempre amable o consideradocontigo. Te has ganado tumanutención y mi respeto. —Rafiq sepuso de pie, se sirvió otra bebida yla inclinó hacia Caleb—. Bebeconmigo, por la lealtad.

Caleb levantó su vaso con algo deesfuerzo.

—Por la lealtad.

El líquido quemó su garganta y sesentó pesado en su estómago dondese encontró con su vergüenza yconfabuló para darle arcadas.

—Nos marchamos pasado mañana.He ordenado un piloto y un aviónprivado para que nos lleven a casa.Será un viaje más largo, evitando laaduana, pero no confío en la chica.No tomaré ningún riesgo. Reanudarésu formación por la mañana. Quieroestar seguro de que ella está lista —dijo Rafiq. Él se veía más animado.

El corazón de Caleb se hundió.

—¿No tendría más sentido que yomantuviera el control de suentrenamiento hasta que aterricemosen Pakistán? Ella te tiene miedo yesto podría incitarla a comportarseprecipitadamente.

Las cejas de Rafiq se fruncieron.

—Tú ya la has mimado bastante,Khoya. Es tiempo de que entiendacuál es su lugar.

—¿Has pensado en lo que podría

pasar con ella después de quehayamos terminado de usarla? —preguntó Caleb tratando depermanecer respetuoso.

Rafiq sonrió.

—¡Ah! ¿Realmente la quieres,entonces?

—No, Rafiq. No después de queVladek haya tenido su camino conella. Sólo tengo curiosidad de sitienes algún proyecto para el futuro.

—Te lo dejaré a ti, Khoya.

Considérala tu recompensa por untrabajo bien hecho. Cuando estéhecho, por supuesto —dijo con unasonrisa.

Caleb ofreció una de sus sonrisas,aunque todo lo que sentía era cóleray desesperación. Caleb se puso depie despacio y abrazó a Rafiqmientras decía buenas noches. En sucorazón, sabía que también era unadespedida.

—¿Me echarás de menos Caleb?

Livvie puso sus brazos alrededor deCaleb. Él la sostuvo en el lugar.

—Sí —dijo simplemente.

En su camino de regreso hacia sucuarto, se topó con Felipe en elvestíbulo.

—Ay, qué serio se te ve esta noche—las palabras acentuadas de Felipehicieron a Caleb detenerse. Felipe seaproximó a él y le llevó hacia una delas barras temporales que él había

arreglado para la fiesta de la tardesiguiente—. Creo que podríasnecesitar un trago, amigo mío.

Felipe fue detrás de la barra y sirvióa ambos un vaso corto de Bourbon.Dio a Caleb un vaso, y luego levantóel suyo diciendo:

—Por una vida larga llena de amor.—Bebió, y luego dejó su vaso en labarra cuando Caleb no correspondió.

—Me doy cuenta que te debo migratitud, pero estoy corto de gratituden este momento —dijo Caleb.

Felipe sonrió.

—Sí, eso estuvo cerca.

—¿Por qué me ayudarías? —preguntó Caleb con recelo.

Felipe se encogió de hombros.

—Soy un romántico. También es queno tengo ningún interés de que sederrame sangre en mi casa.Demasiado sucio. —La expresión deFelipe se hizo burlona—. ¿Quéharás, Caleb?

Caleb no confiaba en Felipe.

—Rafiq insiste en asumir elentrenamiento de Gatita. Nosmarchamos pasado mañana. Esodebería hacerte feliz.

—Mmm... —dijo Felipe y se sirvióotro vaso de Bourbon—. ¿Rafiqinsiste en muchas cosas, verdad?Espera a una virgen.

Caleb se erizó.

—¿Cuál es exactamente tu relacióncon Rafiq?

—Él dice que somos amigos, pero noestoy seguro de que lo pondríacompletamente así. Estamos en elnegocio juntos. Estoy sorprendido deque no lo supieras, o que al menos nome lo preguntaras antes.

—¿Qué clase de negocio?—preguntóCaleb. Su curiosidad fue picada.

—Esto y aquello, realmente noimporta, Caleb. Sólo estabasorprendido de que tú nuncapreguntaras. Sospecho que a Rafiqnunca le importaron las preguntas.

¿Vas a darle realmente a la chica? —Felipe levantó una ceja deinterrogación.

Caleb estrechó sus ojos.

—No tengo mucha opción, ¿verdad?

—Siempre hay una opción, Caleb.

—¿Qué es lo que quieres, Felipe?Dices que estás en el negocio conRafiq, ¿por qué estás tan interesadoen mí y en lo que estoy haciendo?

—¿Puedo confiar en ti? —preguntóFelipe con una sonrisa.

—Estoy confiando en ti paramantenerte callado acerca de todo loque hayas visto en tus suciascamaritas. Las relaciones dignas deconfianza implican garantía.

Felipe se rió entre dientes.

—Bien, he disfrutado de miraros.¿Por qué no tomas a la chica y huyes?

—¡¿Qué es lo que quieres?!

—Quiero a Rafiq fuera de minegocio. —Tragó su Bourbon—.

Permanentemente.

—Podría matarte por decir eso —dijo Caleb.

—Sí, podrías. Entonces nuncasabrías la verdad —respondióFelipe. Suspiró, y esperó a queCaleb contestara, aunque no lo hizo,Felipe dijo—: He esperado muchotiempo para que vinieras directo amí con tu pasado. Había esperadoque pudiéramos ser amigos.

Caleb miró fijamente a través de labarra a Felipe, atontado.

—¿Tú conoces mi pasado? Espera…no. Me escuchaste en la cámara.

Fulminó con la mirada a Felipe conintención homicida.

—Sé que estuviste en Teherán.Nunca dijiste eso en la cámara —dijo Felipe.

La visión de Caleb se hizo borrosa ysu corazón corría.

—Rafiq podría habértelo dicho.Podrías haberlo oído por casualidaden nuestras conversaciones.

Felipe se puso gravemente serio.

—Garantía, Caleb. Dime un secreto.Uno que nunca hayas dicho a nadie yque podría costarte tu vida.

—¿Por qué coño lo haría, Felipe?No estás teniendo ningún malditosentido común —refunfuñó Caleb. Elmundo cambió bajo sus pies, o esopensó.

—Lo que yo podría decirtecambiaría todo lo que has creídoalguna vez y tengo que saber quepuedo confiar en que harás lo

correcto —dijo Felipe en un tonoinquietante.

Caleb no quería saberlo. Lo quefuera que Felipe tenía que decir, noiba a estar bien, pero tenía quesaberlo. Era Eva y la manzana denuevo. El conocimiento era el frutoprohibido y una vez probado, estopodría condenar el alma, pero estabaen la naturaleza de la humanidad elmorder.

—Felipe... —Caleb se atragantó, yaque la cólera vino a la superficie. Sucuerpo tembló y su piel quemaba.

—Un secreto, Caleb —susurróFelipe y se inclinó adelante.

No había nada más que perder,excepto a la chica.

—No puedo.

Felipe sacudió su cabeza.

—Entonces no puedo ayudarte.Buenas noches, Caleb.

Se dio la vuelta para alejarse yCaleb agarró su hombro.

—Dímelo —refunfuñó él.

—Tú primero —Felipe agarró lamano de Caleb y la quitó de suhombro.

—Yo… asegúrame que la chicaestará a salvo —dijo Caleb y sesintió como otra traición. Lasimplicaciones solas eran una pena demuerte para él y Livvie. Porsupuesto, Felipe ya sabía lo que ellasignificaba para él.

—¿Qué harías por la chica, Caleb?¿Morirías por ella? ¿Matarías? —

preguntó Felipe en un susurro. Miróalrededor del cuarto y Caleb hizo lomismo. Estaban solos.

El corazón de Caleb tronó en supecho.

—Sí.

—¿Vivirías? ¿Podrías vivir sabiendoque tu vida entera ha sido unamentira?

Caleb estaba a un segundo deestrangular a Felipe y obligarle ahablar. Todavía tenía metido su

cuchillo en sus pantalones y yapensaba en su plan de ataque.

—Dímelo… ¡Ya!

Felipe suspiró.

—Sígueme al calabozo. Te lo dirétodo, pero no te gustará.

—¿Dónde está Gatita?

—Arriba e ilesa. Si sientes cariñopor ella tanto como creo que lohaces, sugeriría que mantuvieras tucordura intacta. Si todo esto va comoespero que vaya, los dos podéis

dejar este lugar juntos y no volvernunca —dijo Felipe.

—¿Por qué? ¿Por qué ahora? Todoeste tiempo y nunca me habíastentado con información —dijoCaleb con la mandíbula apretada.

Felipe quería que Caleb hiciera algo.Esto significaba que no podía confiaren él. La mente de Caleb searremolinaba ya con ideas de cómodeshacerse de él. De todos modos,Caleb quiso oír lo que Felipe teníaque decir. Quizás podría usarlo para

persuadir a Rafiq.

—Soy un hombre de negocios,Caleb. Uno no consigue mi nivel deéxito sin ser primero capaz delocalizar una oportunidad. Haceveinte años, vi una oportunidad dedejar de ser un teniente y hacermegeneral. Rafiq fue útil entonces. Haceseis años vi una oportunidad deampliar mi negocio eliminando a micompetencia. Poseo la mitad deMéxico ahora y hago negociosalrededor del mundo. Rafiq se hahecho… menos útil, y como dije, él

insiste en mucho, demasiado. Tú meprovees una oportunidad, Caleb. Acambio, puedo darte la verdad sobrequién eres y de dónde vienes.

—El que admitas que quieres a Rafiqfuera de tu camino no me da unarazón para confiar en ti —dijo Caleben tono muy bajo—. ¿Por qué menecesitarías para hacer tu trabajosucio?

—Apariencias, Caleb; lo son todo.He tenido planes de deshacerme deRafiq limpiamente, sin incitar lalealtad de nuestros amigos en común.

Sin embargo, he estadoobservándote… y a la chica. Sé loque el amor puede hacerle a unhombre y sé que tan desesperadoestás.

—¡Vete a la mierda! ¡No estoydesesperado!

—¿No lo estás? No estaba seguro alprincipio. Cuando permitiste que lachica jugara en mi fiesta creía que tulealtad a Rafiq no conocía ningúnlímite. Pero vi como esto te afectó, loceloso que te pusiste. Sé que tomaste

su virginidad. ¿Creíste que habíasencontrado todas las cámaras? —Felipe sonrió con suficiencia—. Notuve que venir a ti, Caleb. Nos hepuesto a mí y Celia en una situaciónde peligro y no lo hago a la ligera.Te ofrezco la venganza. Te ofrezcouna posibilidad de vivir tus días conGatita. ¿Lo quieres, o no?

Caleb pensó en todo lo que Felipedecía. Felipe sabía todo entre él yLivvie y no había dicho una palabra.Caleb no sabía nada sobre losproyectos de Felipe hasta ahora y el

hecho de que le había ofrecido lainformación él mismo, sóloconsolidaba su honradez. Caleb notenía nada que perder y todo paraganar.

—Muéstrame el camino —dijo.

Mientras Caleb seguía a Felipe abajopor la escalera de madera oscura,consideró empujarle. Sin embargo,había decidido oír lo que el hombretenía que decir. Siempre podríamatarle después. Caleb alcanzó la luzy la encendió cuando ellosdescendieron.

Pensó en la vez pasada que habíaestado aquí abajo. Había atado aGatita con una correa a una mesa deexamen y la había mirado jugar consu coño. Se sonrió a sí mismo.

Cuando llegaron abajo, Felipe señalóa una silla cerca de la pared.

—Necesitaré que te sientes allí ytendré que atarte.

Los pasos de Caleb vacilaron yalcanzó su cuchillo. Lo sostuvodelante de él, bloqueando la

escalera.

—Has perdido la maldita cabeza sicrees que te voy a dejar atarme.

—¡No seas niño! Tu cólera te haceestúpido y no te necesito actuandoimprudentemente. ¡Lo que tengo quedecirte va a hacer hervir tu sangre yno puedo tenerte suelto por la casa!—gritó Felipe.

—¡Dime lo que tienes que decir! ¡Omuere ahora! Me estoy cansado detus juegos, Felipe —dijo Caleb.

Los ojos de Felipe brillaron confuria mientras levantaba sus manos yretrocedía ante Caleb.Repentinamente, estiró la mano haciaatrás y sacó su arma.

—Siéntate. Ahora.

La adrenalina surgió a través de lasvenas de Caleb, pero sabía queestaba en desventaja. Había jugadodirectamente en las manos de Felipe.Sopesó sus opciones y se horrorizóal descubrir que eran pocas y queterminaban en su muerte. Su única

preocupación verdadera era porLivvie.

—Júrame que la chica está a salvo—susurró Caleb y se dio cuenta quesonaba a súplica. Había pasadomucho tiempo desde que Caleb habíapedido algo.

Nada que perder, Caleb. Que sejoda tu orgullo.

—Lo juro —dijo Felipe sin alterarsu voz.

Caleb tragó.

—Puedes guardar el arma. No hayninguna necesidad de atarme.

—Entra y siéntate. Te dejaré suelto,pero si intentas pasar sobre mí, tepegaré un tiro, Caleb. ¿Entiendes?

—Sí —dijo Caleb e hizo lo que lepidió Felipe.

—¿Rafiq te dijo alguna vez cómomurieron su madre y su hermana? —preguntó Felipe.

El corazón de Caleb sintió quepodría saltar claramente de su pecho.

Su mente estaba fijada en Livvie, enverla otra vez, en conseguir queestuviera a salvo. Las preguntas deFelipe parecían extrañas y Caleb derepente lamentó haber consentidoescuchar.

—Vladek las mató.

—¿Nunca te preguntaste por qué?

Caleb se lo había preguntado,muchas veces, pero Rafiq habíajustificado todo esto diciendo queVladek había sido un criminal,simplemente pasando con una

fijación por su hermana.

—¡Ve al grano!

Felipe suspiró pesadamente.

—Muy bien. Apresúrame si quieres,pero mantén tu boca cerrada yescucha. Rafiq las mató.

La cara de Caleb se contorsionó porla incredulidad

—¡Mientes!

Se puso de pie y dio un pasoadelante. Se detuvo cuando Felipe

echó para atrás el seguro de surevólver.

—¡Siéntate! Sólo es el principio. —El acento de Felipe era más marcadocuando estaba enojado. Caleb sesentó—. Conocí a Rafiq y a Vladeken los años 80. Ambos negociabancon armas rusas almacenadas. Mijefe en ese entonces aceptaba susembarques a cambio de cocaína yheroína. Al pasar los años, todosnosotros nos hicimos… amigos.Rafiq y Vladek eran particularmentecercanos.

Caleb tenía nauseas, pero mantuvo suporte.

—La reserva finalmente disminuyó,pero para entonces, Vladek se habíahecho el heredero de la compañía desu padre en Rusia. Su padre y sushermanos… se encontraron con unaccidente inoportuno. De todosmodos, las cosas estuvieron bien untiempo, pero nada bueno dura parasiempre, como ellos dicen.

—¡Otra vez! —gritó Caleb—. ¡Ve almaldito grano!

Felipe sonrió.

—Estoy tentado de meterte una bala,Caleb. ¡Cállate! El padre de Rafiqmurió, dejándole responsable de sumadre y hermana. Rafiq las amabamuchísimo y las idolatraba, sobretodo a su hermana, A’noud. Éramostodos jóvenes, entonces. Loshombres jóvenes son estúpidos.Vladek clavó su polla donde no lepertenecía.

Caleb sintió como si hubiera sidogolpeado por un relámpago.

—La hermana de Rafiq —dijoCaleb.

Los recuerdos eran extraños. Noimporta cuánto tiempo pasara, ocomo un recuerdo podría cambiar,uno todavía confiaba en su propiamente. Caleb, el muchacho, habíaconfiado en Rafiq sin reservas. Sólotuvo sentido para Caleb, el hombre,confiar en él también. De todosmodos, la información, mientras quesorprendía, no era irrefutable ocambiaba su vida. Caleb podríaentender por qué Rafiq estaba

enojado.

—Sí —dijo Felipe—. Cuando Rafiqdescubrió que su hermana estabaembarazada y Vladek era el padre,estranguló a su hermana en una rabiaasesina.

—¡No te creo! —siseó Caleb. Rafiqno asesinaría a su propia familia, noimporta cuán enojado estuviera.

—¡No interrumpas! —dijo Felipe—.Todo tendrá sentido para ti en unosminutos. La madre de Rafiq trató deprotegerla, y encontró el mismo

destino. Rafiq fue acribillado por elremordimiento y culpó a Vladek.Rafiq quería encontrarle, peroVladek se había ido, entonces fuedetrás de sus contactos comerciales.

—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó Caleb. Sospechaba cadavez más.

—Mi jefe no le ayudaría, así quevino a mí. A cambio de lo que yosabía, él me ayudó a alcanzar elpoder. Siempre he sido unoportunista, Caleb. Pensé que élmentiría en espera de Vladek, pero lo

que hizo a cambio fue…. Bien, losiento.

—¿Por qué? —Caleb resopló—.Todavía no veo que tiene que veresto conmigo. Rafiq perdió losestribos, no fue el mismo. PeroVladek todavía merece morir.

—Esto tiene mucho que ver contigo,Caleb —dijo Felipe.

Caleb estudió a Felipe y la inquietuden sus ojos puso el pelo en el cuerpode Caleb al límite.

—¿Qué hizo? —preguntó Caleb, ypor primera vez, un tirabuzón demiedo puro corrió bajo su columna.

—Vladek había sido un pocomujeriego. Las mujeres sedesmayaban por su pelo rubio y susojos azules, pero recordé que una vezhabló ansiosamente sobre una mujeramericana que había encontrado en launiversidad. Ella le habíaabandonado de repente y V habíadicho que ella fue quién se escapó.Señalé a Rafiq hacia ella —Felipehizo una pausa, por lo visto perdido

en el pensamiento.

Caleb había oído bastante. Felipe nohabía dicho nada que moviera lalealtad de Caleb y Livvie esperabaarriba. Su tiempo juntos habíadisminuido a unas horas preciosas yya se había cansado dedesperdiciarlas.

—Así que, Rafiq era un asesinomucho antes de que yo le conociera.¿Y qué? —Caleb se puso de pie—.Guarda tus secretos, Felipe. Yguarda el mío también, al menoshasta mañana por la noche. Prometo

hacer lo mismo.

—¡Ella tenía un hijo! —escupióFelipe—. La viva imagen de Vladek:pelo rubio, ojos azules.

Caleb despacio se volvió a sentar.Tragó la bilis y estalló en un sudorfrío. No quiso oír más.

—Espera. Para. —Agitó su brazo.

—Nadie lo sabía. Ni siquieraVladek, creo. Cuando Rafiq no pudoencontrar a Vladek, fue detrás delmuchacho como una forma de hacer

salir a Vladek.

Mierda, no es verdad. Él miente,Caleb. Mátalo. ¡Miente!

Felipe no se ablandó.

—Vladek se ocultó profundamente.Había oído sobre A’noud y sabía queRafiq le buscaba. Nunca vino areclamar a su hijo, aun después deque Rafiq le puso a trabajar en unburdel.

—¡Para! —dijo Caleb.

—¡No! —Felipe insistió—. Es la

verdad, Caleb. Escúchala.

—¡Esto no tiene ningún sentido! Élfue el que me salvó —insistió Caleb.

—Todo lo que hizo fue reclamar alhijo de Vladek para sí mismo yusarlo para realizar su máximavenganza —susurró Felipe.

Pelo rubio. Ojos azules.

Las imágenes de Vladek destellaronpor la mente de Caleb. Él era másviejo, y su pelo se había hecho gris,pero sus ojos eran azules.

¡Es ruso! ¡Todos tienen los ojosazules!

Caleb siempre se había preguntadopor qué había sido secuestrado. Porqué lo habían arrastrado hasta tanlejos de casa para ser prostituido.Por qué Rafiq lo salvaría a él y no alos demás. ¿Por qué?

—Dices que… —Caleb no podíasacar el resto. Era demasiadohorrible para considerar lo queFelipe decía. El pecho de Caleb sesintió apretado y su estómago

revuelto.

—Te abandonó allí, Caleb. Tú fuistesu venganza. Todo el mundo lo sabía.La guerra llegó y te dejó allí paraque te pudrieras. Nadie interfirió conRafiq después de eso, no una vez quesupieron de lo que era capaz. Inclusolos criminales aman a sus familias, asus hijos.

Caleb sintió que se abría de golpecomo una presa. Cada emoción, cadarecuerdo implicando a Rafiq sefiltraba por su mente. No había nadaque Rafiq no haría para tener su

venganza. Nada. Caleb cayó derodillas y vomitó. Por primera vez enaños, Caleb lloró. No podíadetenerse. Gritó y lloró. Jadeaba enlugar de respirar.

Me rescató. Me vistió. Me alimentó.Me llama hermano.

—¡ M e nt i r o s o ! —gritó Caleb.Alcanzó su cuchillo y embistió haciaFelipe, con intención de cortar sumentirosa lengua.

Capítulo 23

Caleb se despertó. Le dolía lacabeza, pero no era nada comparadocon el dolor dentro de su pecho. Seimpulsó de nuevo sobre sus talones yelevó una mano hacia su cabeza.Volvió ensangrentada. Se quedómirando fijamente la sangre en sumano. Había habido mucha sangre enlas manos de Caleb a lo largo de losaños.

Lloró.

—Te abandonó allí, Caleb. Tú fuiste

su venganza. Todo el mundo losabía. La guerra llegó y te dejó allípara que te pudrieras. Nadieinterfirió con Rafiq después de eso,no una vez que supieron de lo queera capaz. Incluso los criminalesaman a sus familias, a sus hijos.

Quería decirse a sí mismo que nohabía nada de verdad en lo queFelipe le había contado, pero teníaque admitir… era posible. Rafiq lehabía mentido acerca de cómoconoció a Vladek. Con todo lo queRafiq y él habían compartido, Caleb

no podía pensar en una razón por laque Rafiq ocultara una cosa así de él.A menos que tuviera una muy buenarazón.

Vladek es mi padre.

Caleb negó con la cabeza. No podíapensar en eso.

Miró alrededor de la habitación yvio que estaba vacía; Felipe se habíaido. Caleb había ido hacia él con sucuchillo, intentando matarle, pero suira le había hecho descuidado yFelipe le había golpeado con el

arma. El hecho de que no disparara aCaleb sólo le daba más credibilidad.

Caleb deseaba que hubiera apretadoel gatillo, pero sabía por qué Felipele había dejado vivo. Quería queCaleb encontrara a Rafiq.

¡No! ¡No puedo!

Se encorvó hacia delante, el dolorera demasiado para soportarlo. Nohabía forma en que pudierasobrevivir a esta traición. Su vidaentera había sido una mentira. Nohabía sido abandonado. No había

sido rescatado. Había sido apartadode una madre que lo amaba y habíaintentado protegerlo huyendo deVladek. Había sido secuestrado porel único verdadero padre que habíaconocido jamás.

Rafiq.

Rafiq se había preocupado por él. Lehabía enseñado a leer, a hablar cincoidiomas. Rafiq se había quedadodespierto hasta tarde y hablado conCaleb porque sabía las pesadillasque solía tener Caleb cuando se iba ala cama solo. Le había enseñado a

defenderse. Y todo el tiempo…

Sabía lo que me estaba haciendo.Me escuchaba volver a contar laforma en que Narweh solíaviolarme. Me había abrazadocuando lloraba.

Caleb gritó hacia el suelo.

¡Te mataré! Te mataré por lo quehas hecho.

—¿Cómo pudiste? —dijo en vozalta.

Debe de reírse de mí.

Una imagen de Rafiq y de Jair saltóen su mente. Toda su relación habíasido sospechosa hasta ese momento.Si Rafiq estaba preocupado de queCaleb descubriera la verdad, teníasentido que tuviera a alguienalrededor para vigilarle. Sepreguntaba si Jair sabía la verdad yla bilis subió hasta su garganta.

Mátalos a ambos.

Despacio, Caleb se puso de piedesde su posición de ovillo en el

suelo. Miró a su alrededor y recogiósu cuchillo. Mientras lo sostenía ensu mano, temblaba con ira. Las cosasterminarían esta noche.

Subió las escaleras con dificultad,sus pies descalzos golpeando contralos escalones de madera. Su corazónse sentía a la vez rápido ysuperficial. Había estado hambrientode venganza durante tantos años, sinsaber nunca la fuente de todo susufrimiento y dirigiéndose hacia supropio padre.

Vladek no estaba falto de culpa.

Había sabido lo que Rafiq le habíahecho y aun así no había ido a por él.Había sacrificado su propia carne ysu propia sangre ¿en beneficio dequé? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Cobardía?

Caleb había sido un peón desde queera un niño. Nada de lo que sabíapodía ser creído, incluso susrecuerdos lo manipulaban. No habíanada que fuese verdad. La verdaddependía mucho de la percepción yla de Caleb estaba jodida desde elprincipio.

La puerta estaba abierta en lo alto delas escaleras. Caleb no oía ningúnsonido dentro de la casa. Sospechabaque Felipe y Celia se habían idohacía tiempo. Se preguntaba si sehabían llevado a Livvie.

Livvie…

Caleb cerró fuerte los ojos y la forzóa salir de sus pensamientos. Nopodía pensar en ella. Si subía lasescaleras y descubría que no estaba,podría perder toda la compostura quele quedaba. Si la encontraba

esperando por él con Felipe y Celia,se arriesgaba a mostrar una parte desí mismo que no quería que ellaviera. Y si la encontraba herida… opeor… simplemente volvería elcuchillo contra sí mismo y Rafiqviviría. Era mejor que no lo supiera.Aún no.

La casa de Felipe era enorme, llenade tantas habitaciones y de espaciosocultos. Camino despacio, probandocada puerta tan silenciosamentecomo le era posible. Mientrascaminaba, sus recuerdos causaron

devastación en su alma.

—¿Por qué yo, Rafiq? Yo no soynadie. Ni siquiera sé quién esVladek, —dijo Caleb. Se sentó en elsuelo con las piernas arriba haciasu pecho. Era casi la hora dedormir, pero no quería ir. No queríaarriesgarse a tener otra pesadilla.

Últimamente había estado soñandocon la noche en que asesinó aNarweh. Caleb le había disparado ysu rostro estaba medio destrozado,

pero Narweh no moría. Se sentaba ysaltaba encima de Caleb, con sucara abierta goteando sangre sobrela de Caleb.

Nunca podría volver a dormirdespués de eso.

Rafiq estaba sentado en suescritorio, escribiendo.

—Hombres como Vladek no tienenrazones para su crueldad, Caleb.Ven algo, o alguien, que quieren ylo toman. A’noud era hermosa.—Rafiq se detuvo y sonrió—. Era

dulce. Solía envolverme con susbrazos y se negaba a soltarme amenos que la hiciera girar a míalrededor. Mi madre solía quejarsede que nunca encontraría un maridoporque no quería estar lejos de mí.—La mirada de Rafiq era distante,como si estuviera reviviendo unrecuerdo afectuoso.

Caleb miró hacia el puntoimaginario que contenía el recuerdode la hermana de Rafiq y deseóhaber tenido una propia.

—¿La echas de menos? —preguntó

Caleb en un suspiro.

La expresión de Rafiq se volvió unasonrisa y volvió a sus documentos.

—La mayor parte del tiempo. Miesperanza es que una vez queVladek esté muerto, podré darles ami hermana y a mi madre algo depaz.

Caleb asintió.

—¿Crees que…? No importa.—Caleb tiró de la alfombra con susuñas, por el fracaso de lo que iba a

decir.

—Pregunta, Caleb. No hay lugarpara los secretos entre tú y yo.Estamos juntos en esto, —dijoRafiq. Sonrió a Caleb con calidez.

—No te ocultaría secretos a ti. Loprometo. Tú me salvaste la vida y telo debo todo. Es solo que… tú creesque… ¿yo tengo una familia?Quiero decir, debí haber tenidouna… antes. —La cara de Caleb sesentía arder.

Rafiq suspiró.

—No lo sé, Caleb. Lo siento.

Caleb se encogió de hombros y tiróde la alfombra un poco más.

—No importa. Tú eres el único quevino a por mí. Si tengo una familia,no se deben de preocupar mucho.

Rafiq se levantó de su escritorio yse bajó en una rodilla en frente deCaleb y le levantó la barbilla.

—Somos huérfanos, Caleb. Nosotroshacemos nuestras propias familias.

El pecho de Caleb creció con lasemociones que no podíacomprender. Apretó los labios yasintió. Se sintió aliviado cuandoRafiq le soltó y alborotó su pelo.Caleb no quería llorar delante deRafiq. Quería hacer que estuvieseorgulloso.

—Vamos a ver qué dulces hay en lacocina, Caleb.

Caleb sonrió resplandeciente y selevantó del suelo de un salto,siguiendo a Rafiq.

Su primer impulso fue abrir la puertay empezar a apuñalar todo lo queestuviese al alcance de su mano, perohabía cometido demasiados errorespara toda una vida. Estaba decididoa hacerlo bien esta vez.

—Mantén el arma estable, Caleb.Es muy poderosa, —dijo Rafiq.Sonreía y levantaba los brazos deCaleb paralelos al suelo.

—¡Puedo hacerlo! —gimoteó Caleb.Intentó desembarazarse de Rafiq.

—Estoy intentando enseñarte,Caleb. Escucha.

—Llevas hablando una eternidad.Sólo quiero disparar.

—P a c i e n c i a , —dijo Rafiq—.Ensancha tu postura e intentamoderar tu respiración.

Caleb frunció el ceño. Estabacansado de hablar. Señaló con elarma hacia la lata en la distancia y

apretó el gatillo. La fuerza del armainclinó sus codos y el arma legolpeó en la frente y lo tiró al suelo.

—¡Ahhh! ¡Maldita sea! —Calebrodó por el suelo mientras sesujetaba la cabeza. Pateaba con lospies mientras intentaba mitigar eldolor. Podía oír a Rafiq riéndose acarcajadas.

—¡Te lo dije! ¡Niño tonto! —Rafiqzapateaba con los pies mientras sereía.

Caleb cerró los ojos otra vez eintentó respirar a través del dolor.Daría cualquier cosa por volver almomento en que Felipe le habíaofrecido la verdad y rechazar quequería oírla.

Sabías que llevaría a esto, Caleb.Solo que ahora no tienes que sentirculpa. Es un regalo.

Caleb negó con la cabeza, pero

agarró el cuchillo más fuerte. Nopodía mentirse a sí mismo. Habíasabido que podría llevar a esto.Había esperado sacrificar su propiavida, pero en el fondo de su mente,sabía que el superviviente que habíaen él lucharía hasta el amargo final.Rafiq tenía que morir.

Respiró hondo, estabilizando larespiración y llamó a la puerta.

El latido de su corazón meció sucuerpo en el esencial de los grados,aumentando su adrenalina y suansiedad.

Caleb oyó maldecir, seguido de unospasos rápidos hacia la puerta. Sementalizó y un temblor recorrió suespina dorsal.

La puerta se abrió y Jair estaba depie en la entrada desnudo. Su pechomoreno estaba cubierto de sudor.

—¿Qué quieres? —dijo Jair condesprecio.

Caleb intentaba mantener la calma,pero todo lo que oía en su cabezaera: Matar.

—¿Dónde está Rafiq? —dijo Calebexigente.

Jair registró el comportamiento deCaleb, su mirada concentrada en lasangre en la frente de Caleb.

—¿Qué ha pasado?

Caleb tragó saliva.

—Felipe me atacó. Le tengo atadoabajo, en la habitación de las duchas.

—¿Te odia todo el mundo? —Jairvolvió a entrar en la habitación con

un gesto de desprecio en dirección aCaleb.

Caleb habló en árabe.

—Está planeando matar a Rafiq.Quería que yo le ayudara.

Jair giró la cabeza hacia Calebmientras se ponía un par depantalones y contestaba en el mismoidioma.

—¿Por qué pediría tu ayuda?

—Pensó que tenía algo queofrecerme. Obviamente, no sabe lo

profunda que es mi lealtad. ¿Dóndeestá Rafiq? —preguntó Caleb, otravez. Estaba pasando unos momentosdifíciles restringiéndose a sí mismo.Nancy estaba atada boca abajo en lacama. Podía verla agitándose y notenía ni idea de cómo se sentíaacerca de sus apuros.

—Parece que todo el mundo secuestiona tu lealtad, Caleb. Quizáshay algo que cuestionarse. —Jairmetió los brazos en una camisa.

—Que te jodan, cerdo. ¿Dónde está

Rafiq? No lo preguntaré otra vez.

—Que te jodan a ti, Caleb. A ti y a tuputita. —Jair se volvió pararecuperar sus zapatos y Caleb ya nopudo contenerse a sí mismo.

Tan pronto como la espalda de Jairestuvo girada, Caleb le golpeó en laparte trasera de la rodilla y lanzótodo su peso contra la espalda deJair. Clavó su cuchillo entre lascostillas de Jair y en uno de suspulmones.

Jair se sacudió sin control, la

sorpresa y la adrenalina haciéndoletan fuerte como un buey. Calebenvolvió la garganta de Jair con subrazo izquierdo y mantuvo elcuchillo en el costado de Jairmientras se abalanzaba de izquierdaa derecha con una fuerza increíble.Caleb no se atrevió a hacer nadaexcepto usar su fuerza paramantenerse encima de Jair. Podía oíra Nancy lloriquear, pero ella aún nogritaba.

Jair gateó, tambaleándose a través dela habitación sobre sus manos y

rodillas mientras su sangre empapabasu camisa y la mano de Caleb.

—¡No! —balbuceó Jair—. ¡No! —Su mano se estiró hacia atrásbuscando a Caleb, intentandoquitárselo de encima.

Caleb movió el cuchillo en elcostado de Jair, su cuerpodeslizándose contra el sudor y lasangre de Jair. Cerró los ojos yescuchó los estertores mortales deJair hasta que cayó hacia delante enel suelo.

Caleb se quedó quieto un minuto…esperando. No había nada. Aflojó subrazo alrededor de la garganta deJair y un último susurro de alientosalió de él. Jair estaba muerto.

Caleb se movió, sentándose ahorcajadas sobre el cuerpo flácidode Jair y sacando su cuchillo. Podíaoír a Nancy llorar en la cama eintentando calmar su pánico.

—No estoy aquí por ti —susurróCaleb. Nancy lloró más fuerte. Caleblevantó el cuchillo y miró hacia

abajo al cuerpo sin vida de Jair. Leapuñaló dos veces más paraasegurarse.

Lentamente se puso en pie y seaproximó a Nancy. Ella se encogió,su pecho subiendo y bajando al ritmode su pánico.

—¡Por favor! —lloró—. Lo siento.Siento mucho lo que hice. Por favor,no me hagas daño. No más. Porfavor, Dios, no más. —Lloraba ynegaba con la cabeza.

Caleb se sentó en el borde de la

cama.

—¿Estás segura de que quieresvivir? —Su voz era rígida eindiferente. Sentía muchas cosas,pero estaban muy distantes. Esto noera sed de sangre. No habíasatisfacción en lo que había hecho, oen lo que estaba a punto de hacer.

—No lo olvidarás —continuó él—.Cada vez que cierres los ojos…estará ahí esperando. Cada vez queun hombre te toque, lucharás por nollorar. ¿Estás segura de que eso es loque quieres?

Nancy no dejaba de llorar.

—Puedo hacerlo rápido. Sin dolor.Lo prometo.

—Por favor —suplicó ella—,déjame ir.

—¿Sabes dónde está Rafiq? —preguntó él, su tono frío y lejano.

—La… la última vez, nosotros… —Nancy lloró, pero continuó—,estábamos en su casa de invitados,fuera, en la piscina. Él… ¡él no

quería que nadie me oyese GRITAR!—Nancy gimió contra el colchón ytiró de las cuerdas que la manteníanhacia abajo.

Caleb no podía soportar escuchar susmiserias. Se sentía responsable porello. La había traído a este mundo.No importaba lo que ella hubierahecho, no se merecía el precio quehabía pagado. Se inclinó sobre sucuerpo, haciendo una mueca de dolorante la forma en que ella gritaba deterror. La soltó. Nancy no se movió,simplemente siguió gritando y

llorando en la cama.

—Buena suerte —susurró. Se pusoen pie y buscó las cosas de Jair yencontró su cuchillo y su arma.Recogió ambas y caminó saliendo dela habitación.

Hacía calor fuera, incluso en plenanoche. Caleb caminó hacia la casa deinvitados con un alto nivel deagitación, pero incluso con unadeterminación más grande.

Parte de él quería simplemente entrary matar a Rafiq mientras dormía. Se

terminaría rápidamente. Caleb nuncatendría que enfrentarse a la traiciónde Rafiq. Nunca tendría que encararal hombre del que había pensadocomo un padre, hermano y amigo, ypreguntarle qué había sido real entreellos y que había sido unaestratagema. Nunca tendría que verlos ojos de Rafiq perder esa chispaque significaba que estaba vivo.

Aun así, Caleb sabía que había idodemasiado lejos como para no sabertoda la verdad. Necesitaba saberlocon certeza. Necesitaba oírlo de los

labios de Rafiq y verlo en sus ojos.Una parte de Caleb se moría porcomprobar si todo había sido unamentira de Felipe.

Estaba sorprendido de ver a Rafiqnadando en la piscina cuando seaproximó con el arma levantada. Sucorazón martilleaba salvajemente ensu pecho y se sentía un pocomareado.

No puedo.

Puedo.

Puedo.

Puedo.

Rafiq emergió del agua y se secó lacara. Le llevó un momento ver aCaleb de pie cerca del borde de lapiscina. Sonrió durante una fracciónde segundo hasta que se dio cuentadel arma en la mano de Caleb.

Rafiq miró con furia y negó con lacabeza.

—Desearía poder decir que estoysorprendido, Khoya.

Caleb cerró los ojos un momento.Cuando los abrió, volvió a la furiade Rafiq.

—Yo no soy tu hermano, Rafiq.Dudo que tú alguna vez me hayasvisto como tal.

—Estás sangrando —dijo. Su tonoera casual y sin miedo.

Caleb se limpió la frente.

—Tuve una charla con Felipe. Noterminó bien.

Rafiq sonrió.

—¿Eso es todo? No me importa si lehas matado, Caleb. Baja el arma —ordenó. Siempre estaba dandoórdenes. Siempre había creído quetenía ese derecho, especialmentecuando se trataba de Caleb.

—No le he matado. Maté a Jair —dijo Caleb a través de una sonrisa.

La ira apareció en los rasgos deRafiq.

—¡¿Y ahora estás aquí para matarme

a mí?! Pequeño puto ingrato. ¡Debídejarte morir en Teherán!

Caleb sintió el calor bajandorápidamente por su columna y seenderezó.

—Sal fuera del agua, Rafiq.Despacio, o te dispararé donde estás.

—¡Hazlo! No te temo, Caleb. —Apesar de sus palabras, Rafiq caminóhacia atrás hacia los escalones de lapiscina. Caleb lo siguió alrededordel borde de la piscina hasta queRafiq estuvo de pie fuera del agua.

Sin dudar, Caleb disparó a Rafiq ensu rodilla derecha. Rafiq gritó en lanoche, su cuerpo mojado hizo unruido sordo contra el cemento.

Las manos de Rafiq temblabanmientras se sujetaba la rodilla,fragmentos de hueso se extendían asu alrededor con copiosas cantidadesde sangre.

—¡Te mataré! —gritó.

La adrenalina recorrió las venas deCaleb.

—¡¿Cómo conociste a Vladek?! —chilló Caleb por encima de lasmaldiciones y gemidos de Rafiq.

—¡Que te jodan! ¡Dame una toalla,joder, antes de que me desangre hastamorir!

Caleb alcanzó la toalla de Rafiq enuna de las tumbonas y la lanzó endirección a Rafiq. Rafiq temblómientras se aplicaba presión en sudestrozada rodilla. Estaba luchandocontra el colapso.

Caleb sintió su estómago revolverse.

Cuando fue capaz de mantener a rayasu nausea y habló, su voz estaba rota.

—¿Me convertiste en un puto, Rafiq?¿Me robaste de mi madre? —Dolíadecir las palabras. Dolía mirar aRafiq e instantáneamente saber larespuesta.

Fue en la forma en la que la furiadesapareció del rostro de Rafiq.Había un atisbo de vergüenza, perosolo eso: un atisbo. Cuando pasó,Rafiq estaba otra vez lleno con la irade un mojigato.

—¡Cómo te atreves! ¡Cómo teatreves a hacerme una pregunta tanestúpida, Caleb! Después de todopor lo que hemos pasado y todo loque he hecho por ti. ¿Así… —señalóa su pierna ensangrentada—, es comome lo pagas? Me pones enfermo. —Escupió en el suelo.

Caleb se quebró.

Cayó de rodillas en el cemento ydejó colgar su cabeza. Sus sollozosagitaban su pecho y le robaban elaliento. Su mente corría con

imágenes de su tormento. Revivió lasviolaciones y las palizas. Sintió lapérdida de su amigo después dedescubrir que había sido quemadovivo. Pero lo peor… eran losrecuerdos de Rafiq y la vida quehabían vivido juntos, los buenos ylos malos.

—No es demasiado tarde, Khoya, —dijo suavemente Rafiq. Su voztemblaba—. Ayúdame a entrar.

Las palabras de Rafiq hicieron queCaleb enfocará el mundo otra vez.Miró fijamente a su regazo, vio el

arma descansando sin fuerzas en sumano, y tomó una decisión. Entró enla casa de invitados y encontró loque necesitaba antes de volver alexterior junto a Rafiq.

Rafiq no lo estaba llevando bien.Temblaba mucho y el color se habíaido de su rostro.

—¿Qué estás haciendo, Caleb? —preguntó. Por primera vez, habíamiedo en sus ojos.

Caleb ignoró la pregunta. Estiró lalongitud de la cuerda que había

traído afuera y señaló hacia lasmanos de Rafiq.

—Dámelas.

Rafiq negó con la cabeza.

—No. No eres tú mismo, Caleb. ¡Nohagas esto!

Caleb sostuvo la cuerda tensa en susmanos y la estiró alrededor de lacabeza de Rafiq. Tiró hacia atrás conambas manos, arrastrando a Rafiqhacia el interior de la casa por elcuello. Un rastro de sangre les

siguió.

Rafiq no forcejeó de la forma en queJair lo había hecho. Estabademasiado bien entrenado comosoldado como para cometer tal error.Colocó sus manos alrededor de lacuerda, quitando la tensión de sugarganta.

Una vez dentro, Rafiq se estiró lasmanos hacia atrás buscando losbrazos de Caleb, reforzando el pesode su cuerpo y rodando hacia Caleb.Fue suficiente para hacer perder elequilibrio a Caleb y tirarlo. Rafiq se

arrastró encima de Caleb y le dio unpuñetazo en el mismo lugar queFelipe le había golpeado con elarma.

La cabeza de Caleb fue hacia atrásde golpe y su visión se emborronó.Sintió las manos de Rafiq agarrar sugarganta, sus pulgares presionando sutráquea. Caleb levantó su pierna ypateó la rodilla lesionada de Rafiq.Fue suficiente para recobrar laventaja. Mientras Rafiq retrocedióinstintivamente y fue a por su rodilla,Caleb rodó para ponerse encima de

él. Siguió dando puñetazos a Rafiqen la cara hasta que quedóinconsciente.

* * * *

Cuando Rafiq abrió los ojos, Calebpudo ver al instante que estabaasustado. Caleb le había atado en unade las tumbonas que había junto a lapiscina.

Caleb se sentía muerto por dentro,pero su sed de venganza no habíadisminuido. Había esperado toda suvida por este momento y no podía ser

rechazado.

Se sentó en el suelo junto a Rafiq. Sucuchillo apoyado delicadamente ensu rodilla y todavía ensangrentadocon la sangre de Jair.

—Vas a morir esta noche, hermano.Quiero que lo sepas, —susurróCaleb—. Puedo matarte rápidamentesi me cuentas la verdad, —hizo unapausa—, o puedo usar mi cuchillo ypracticar todas las cosas que me hasenseñado sobre torturar.

—Caleb… —la voz de Rafiq tembló.

—Ese no es mi nombre, Rafiq. Norecuerdo mi nombre. Me fuearrebatado —dijo Caleb lentamente—. ¿Sabes por qué? —Caleb levantóla vista hacia Rafiq con expresióndura.

—Tú no quieres hacer esto, Caleb —dijo Rafiq.

—No —replicó Caleb y negó con lacabeza—, no quiero hacer esto. —Levantó el cuchillo y lo clavó en larodilla de Rafiq.

—¡PARA! —gritó Rafiq—. ¡Para!

Caleb volvió el cuchillo hacia surodilla.

—Nunca quise hacerte daño, Rafiq.¡Nunca! Pero tienes que sufrir por loque has hecho.

El cuerpo de Rafiq temblóviolentamente. El sudor cubría sucuerpo.

—¿Y qué es lo que crees que hehecho?

—Yo haré las preguntas. Empezarécon la más importante: ¿Me

entregaste tú a Narweh?

Rafiq lo miró fijamente durante unlargo rato.

Caleb sintió resbalar una lágrima porsu mejilla y se la limpió rápidamentecon el dorso de la mano. No sabíaque estaba llorando. Había pasadotanto tiempo desde la última vez quehabía llorado y de repente parecíaincapaz de parar. Se aclaró lagarganta.

—Tu silencio te delata, Rafiq. Habíaesperado que lo hubieras negado.

Casi mato a Felipe por sugerirlosiquiera.

—No es verdad, Caleb. Felipe es unmentiroso —susurró Rafiq.

Caleb cerró los ojos y se limpió lacara otra vez. Inesperadamente se rióa carcajadas.

—Llegas tarde. Y eres muy pococonvincente. Pero gracias porintentarlo.

—Yo te crié —imploró Rafiq.

—Lo hiciste —asintió Caleb—. Creo

que eso es lo que hace tu traiciónmucho peor. Yo te veneraba cuandoera un niño. Tú eras mi salvador.

—Te traté bien, Caleb. Te di todo loque tu corazón deseaba. —Habíasinceridad en las palabras de Rafiq.

—Siempre me pregunté por quéviniste a por mí. Al principio, penséque tenías lástima por lo que Narwehhabía hecho. Pensé que me rescatasteporque habías llegado tarde arescatar a tu hermana. Felipe me dijoque tú la mataste… y a tu madre. ¿Es

eso verdad?

Rafiq giró la cara.

—No sabes lo que estás diciendo —rechinó.

—Explícamelo entonces. Vas amorir. Aligera tu alma —dijo Calebaturdido.

Rafiq respiró hondo y soltó el airedespacio.

—¿Y mi mujer y mis hijos? ¿Quéserá de ellos?

Caleb no sintió nada.

—¿Vendrán tus hijos a por mí?

—Son demasiado jóvenes para eso,Caleb.

—Yo tenía su edad la primera vezque mate. Incluso más jovencuando… —no pudo continuar.

—Ellos no son como nosotros.Júrame que los dejarás en paz y tecontaré lo que quieres saber. —Rafiqgiró la cabeza y miró a Caleb.

Él asintió.

—Lo juro.

Rafiq también asintió. Las lágrimasnadaban en sus ojos.

—Gracias, Caleb. —Rafiq volvió sumirada hacia el techo—.Sé que nome creerás, pero siempre me hearrepentido de lo que te ocurrió. Yosentía dolor y yo… intentécompensarte.

Caleb sintió una avalancha delágrimas calientes, pero se las

arregló para tragárselas.

—¡Como si algo pudieracompensarme por lo que me habíashecho! ¡Lo sabes! ¡Sabes lo que mehicieron pasar! El niño guapoamericano al que todos llamabanPerro. —Caleb levantó el cuchillo ylo clavó en el muslo de Rafiq y giróla hoja.

—¡Caleb! —gritó Rafiq—. ¡Porfavor!

—¡Sí! ¡Por favor! Así es como yotambién suplicaba. Lo decía tanto,

que Narweh solía burlarse de mí conesa palabra.

—¡Te di venganza!

—¡La venganza nunca deshará lo quefue hecho! Tu traición es peor quetodo lo que Narweh me hizo jamás.Él nunca me traicionó. Violó micuerpo, pero tú… Tú... yo te quería.

Rafiq estaba delirando por el dolor yla pérdida de sangre.

—Khoya —graznó—. Lo siento.

—Es demasiado tarde, Rafiq. Muy,

muy, muy tarde.

Rafiq negó con la cabeza.

—Vladek es un monstruo. Arruinó ami adorada A’noud. La volvió contramí. ¡Mi padre había muerto y mihermana llevaba dentro al bastardode Vladek! Estaba enfermo de dolor.Peleamos y mi madre se metió enmedio. Nunca pretendí hacerlesdaño. ¡Eran mi vida! ¡Vladek me lasarrebató!

—¡Tú las mataste! ¡Tú eres elresponsable! —Caleb sacó el

cuchillo del muslo de Rafiq y le oyóllorar. Caleb nunca había visto llorara Rafiq y eso le hizo cosas que noesperaba. Quería no sentir nadaexcepto odio, pero no podía.

Caleb había hecho cosas también.Había matado y torturado. Habíavendido mujeres a la misma vida porla que él condenaba a Rafiq porempujarle a ella. Caleb no era mejorque Rafiq. Él no merecía nada mejor.Caleb le había contado a Livvie quelo sentía por lo que había hecho. Lohabía dicho convencido, pero su

disculpa no podía borrar más susacciones de lo que Rafiq podíaborrar el pasado.

Si Livvie podía mostrar perdón,Caleb podía intentarlo.

Caleb se puso de rodillas y puso lasmanos sobre el rostro de Rafiq yvolvió la cabeza hacia él. Rafiq seencontró con su mirada y Caleb viopena y quizás, arrepentimiento. Calebse incline y besó a Rafiq en ambasmejillas antes de mirarle fijamente alos ojos.

—Te perdono —susurró.

Rafiq sonrió débilmente y cerró losojos.

Caleb estiró lentamente el brazohacia atrás buscando su arma ydisparó a Rafiq en el corazón.

Después, lavó el cuerpo de Rafiq.Quitó la sangre errante y cubrió susheridas con tiras de sábanas dealgodón. Lloró mientras envolvíafuertemente el cuerpo.

Con gran dificultad, cargo con él

hacia uno de los jardines de Felipe yenterró a la única familia que habíatenido jamás.

Capítulo 24

Día 11: 5am

—¿Estas herida? —susurra Caleb.Sus cejas están inundadas depreocupación. Nunca lo he vistolucir así. Está muy feliz, a gusto.

Alcanzo y acaricio su hermosa cara.

—Estoy bien.

Limpio mis ojos.

—¿Entonces, ¿por qué estásllorando?

—No lo sé —digo y continúotocando su cara—. Creo que estoyfeliz.

Sonríe.

—Una extraña respuesta para lafelicidad, pero está bien.

Se inclina hacia abajo y lo sientolamer una de mis lágrimas.

Pregunto:

—¿Qué estás haciendo? —Me rio.

—Sentí curiosidad —susurraseriamente.

—¿Sobre qué?

—Si las lágrimas de felicidad sabenigual que las de tristeza —dice.

Sus palabras me hacen llorar aúnmás. No puedo controlarlas. Mesiento tan abrumada con todo.

—¿Y? —pregunto.

—Creo que son más dulces —dice yme besa—, pero podría ser solo tucara.

Nos disolvemos entre repiques derisas.

Escucho voces.

Me envuelvo en la cama, por unsegundo no tengo idea de dondeestoy. La habitación es pequeña. Hay

rejillas en las ventanas. La cama noes la de Caleb.

—No puedo volver en 3 horas,necesito hablar con ella ahora mismo—dice un hombre. La voz me esfamiliar pero no sé por qué no puedorelacionarla.

Es Reed. Caleb no está aquí,¿recuerdas?

Siento lágrimas bajando por mismejillas y obstruyendo mi garganta.Estoy despierta ahora y recuerdodonde estoy. Estoy en el hospital.

Caleb se ha ido de nuevo. Estoy solaen la oscuridad otra vez.

Hace solo unos segundos, sostuve aCaleb en mis brazos. Lo toque. Loolí. Probé su carne en mi boca. Yahora, se ha ido. Lo había olvidado.

El dolor de recordar sacó el aire demí y respiro profundamente. Cuandoexhalo, el sonido saliendo de mi espuro dolor. Estaba justo aquí. Estabajusto en mis brazos y lo perdí.

—¡Ayúdame! ¡Por favor! —suplicó.No estoy segura a quien le estoy

suplicando. Tal vez sea a Dios, talvez sea al diablo. Sólo quiero que eldolor se vaya.

La puerta de mi cuarto se abrefuertemente.

—¿¡¿Olivia?!? —grita Reed.

No lo reconozco, estoy arrodilladacon la cabeza presionada en la camay estoy sollozando. Cierro mis ojosfuertemente, disponiéndome a mímisma a dormir. Quiero volver a misueño, quiero volver a Caleb. Nopuedo respirar, ¡maldición! No

puedo sin él. No quiero.

—¿Qué pasa? —dice Reedurgentemente—. ¿Estás herida?¡Háblame!

Vete, vete, vete.

—¡Esto es un hospital Agente Reed!Por favor, guarde el arma, —diceuna mujer.

—Te amo Caleb, ¡te amo! Si tepreocupas por mi aunque sea unpoco… ¡por favor no hagas esto!

Por favor no me dejes. No sé vivirsin ti. No me hagas volver a tratarde ser alguien que ya no sé cómoser.

—Livvie…

—¡No!

Grito en mi dolor. No puedo evitarlo.Lo haría si pudiera. Sé que me estánmirando. Puedo sentir sus miradascalientes en mi espalda. Ellos no loentienden. Nadie lo entiende. Estoysola y es culpa de Caleb.

—¡Por favor! —suplico—. Porfavor, haz que pare.

—¿Señorita Ruiz? —dice Reedcuidadosamente—. ¿Livvie?

—Atrás, Agente Reed. Está teniendoun tipo de crisis ahora mismo ypodría lastimarlo si se acercademasiado. Espere por las órdenes—dice la mujer.

—No va a lastimar a nadie. Mearriesgaré —dice Reed.

—Señor…

—Es testigo en una investigaciónfederal y necesito hablar con ella eneste maldito momento. No la quierodopada. Salga —grita Reed y supresencia está empezando a penetraren la niebla de mi dolor.

Me sigo diciendo que respire, sigorecordándome que he estado aquí pordías. Caleb ha estado muerto pordías. No estaba aquí. Nunca lo toqué.Nunca lo abracé.

—Vive por mí, Gatita. Se todas esas

cosas que nunca has sido conmigo.Ve a la universidad. Conoce a unchico normal. Enamórate.Olvídame.

—No puedo —grito al vacío.

¡Respira!

¡Respira!

Respira.

Respiro.

Oigo que la puerta se abre y secierra. Me pregunto si estoy sola.Pero no puedo obligarme a mirararriba. Una mano tentativa toca miespalda y sollozo.

—¿Livvie? —dice Reed.

—Vete —sollozo.

—No… puedo dejarte así —dice.Suena incómodo.

—Estoy bien, por favor, vete.

—No estás bien, eres un desastre —

dice enojado.

—¿Porque estás aquí? —susurro.Hablar con Reed me está alejandomás de mi sueño, mi dolor. No estoysegura de estar lista. Estoydemasiado sensible y no puedoenfrentarlo.

—Ha habido movimiento en mi caso.Todo está sucediendo muy rápido.

—¿Qué significa eso, Reed? —pregunto, exhausta.

Suspira pesadamente, como si

estuviera luchando bajo un pesotremendo. Me hace sentir curiosa apesar de mi misma.

—Vine… a escuchar el resto de tuhistoria.

Mi corazón comienza a acelerarse.Movimiento en el caso había dicho.Sé que Reed está mintiendo pero,¿sobre qué?

¡Caleb!

Me siento rápido, mareada por unmomento y Reed me estabiliza.

Agarro su chaqueta y lo jalo cerca.Estoy frenética. Las manos de Reedme agarran por los hombros y meempuja. Fuerte. Mientras voycayendo de espalda, alcanza miantebrazo y rápidamente me enderezaen la cama. Arrebato contra él,abofeteando y pateando pero antes deque lo sepa, él fija mis brazos en mipecho y se sienta en mis piernas.

—Quítate.

—Cálmate.

Miro a Reed por primera vez desde

que entró. Esta jadeando mucho y sucabello negro es un desastredespeinado que refleja el estado desu camisa y chaqueta.

—¿Encontraste su cuerpo? —susurro. No sé qué haré si dice quesí.

—¿Qué? No. ¡No! —dice Reed. Suexpresión pasa de rabia a lastima

La noticia es un alivio pero no puedodejar de llorar. Reed me sueltasuavemente y yo me enrollo en milado, de espaldas a él. Reed acaricia

mi espalda pero de pronto se dacuenta de lo que está haciendo y sealeja. Escucho que se sienta en unasilla.

—¿Que sucede? —pregunta despuésde unos minutos.

Mi sollozo había muerto y respondo.

—Una pesadilla, bueno en realidadno. La única parte mala era despertary darme cuenta…. —No pudecontinuar.

Reed está en silencio por un rato. Yo

también. Es la mitad de la noche y supresencia es como un agujero oscuro.Algo ha sucedido y por mucho quequiera saberlo, no quiero saber.

Finalmente, Reed se aclara lagarganta.

—Si esto es soñar, aun así déjamedormir —susurra. No me sorprendeque sepa Shakespeare. Reed es unhombre muy inteligente.

Sonrío a pesar del dolor que siento.

—Noche de Reyes{25}, Sebastian le

dice esas palabras a Olivia.

—Lo sé, llegué al último curso desecundaria —dice él. Su sonrisa essardónica.

—¿No fue eso hace como un millónde años? Me sorprende que lorecuerdes —susurré.

Mi rostro se siente sucio de lágrimassecas y estoy segura de que mi caraes un desastre pero finalmente meestoy empezando a sentir un pocomejor. Mis pensamientos y recuerdosde los últimos días se están

empezando a organizar en mi cabezay la claridad está retornando. Habíaescuchado decir que el tiempo sanalas heridas pero si un sueño puedellevarte tan profundo al pasado, sinrecordar tu presente, no estoy segurade que mis heridas sanen algún día.Caleb vive en mis sueños.

—Yo apenas lo recuerdo, SeñoritaRuiz —dice Reed.

Ruedo sobre mi espalda y miro eltecho. Mi parpadeante bombillahabía sido reemplazada hace muchopero todavía puedo escuchar el

zumbido y el zumbido prendido-apagado-prendido.

—¿Porque estás aquí, Reed? —susurro. Me quedo enfocada en eltecho, en mi respiración y en tratarde prepararme para lo que estaba apunto de escuchar.

—Te dije que a escuchar el resto detu historia —dijo de forma seria

—Sin embargo, esa no es la únicarazón, ¿o sí?

—No, no lo es. —Se aclara la

garganta—. ¿El nombre James Colesignifica algo para ti?

Estoy confundida.

—No, ¿por qué?

—Surgió y necesitaba saber. Eso estodo —dice Reed—. Olvídalo,supongo que no es importante

—No hubieses preguntado si nofuese importante, Reed. —Habíapicado mi interés y lucho para lograruna posición sentada para podermirarlo mejor a la cara. Luce como

si no hubiese dormido en días

Reed se inclina con sus brazosdescansando sobre sus rodillas.

—Vine a decirte que los cargoscontra ti serán retirados. —Lo dicede prisa, vacío, pero lleno de algomás.

—Una vez que seas dada de alta portu médico, me han pedido que teinterrogue, que firmes unos papeles ydeberías poder irte hoy.

—¡¿Qué?! —exclamo. Mi mente se

tambalea. La noticia es un shock parami sistema. No estoy lista para irme. No estoy lista para volver a empezar.No estoy lista para aceptar que Calebse ha ido y que debo enfrentarme almundo sola.

—Sabemos dónde será la subasta ysabemos de algunas de las personasque asistirán —dice él—. Ojalapudiera decirte más pero he sidoinstruido a mantenerlo todo secreto.Todo lo que te puedo decir es que seacabó, Livvie. Eres libre y estás asalvo. Puedes volver a tener tu vida

de nuevo, igual que las otrasvíctimas.

Los latidos de mi corazón se sientenerráticos. No puedo dejar que Reedse vaya sin que lo sepa todo. Necesito que lo entienda. Miinformación, mi testimonio, era miúnica manera de negociar. Sin sunecesidad de ello, estoy perdida.

—¿Cómo sabes dónde es la subasta?—pregunto frenéticamente.

Reed me mira.

—¿Porque lo dices así? —exige, conlos ojos entrecerrados—. ¿Qué nome estás diciendo?

—Por favor Reed, tienes quedecirme todo lo que sabes. Te heestado diciendo todo por más de unasemana. Por favor no me mantengasen la oscuridad. ¡Merezco saber! —Le estoy rogando y no me sientoavergonzada.

—Este caso es más complicado de loque cualquiera hubiese podidoesperar, Señorita Ruiz. Esta fuera de

mis manos hasta este punto. LaAgencia de Investigación Federal dePakistán ha acordado unirse a ungrupo conjunto de trabajo —la carade Reed se vuelve amargada—. !Oh,pero me han asegurado que miparticipación será mencionada en elinforme! —Reed se levanta yempieza a dar pasos. Su rabia yfrustración son evidentes pero noentiendo de donde vienen.

—¿Qué significa eso, Reed? ¿Quésucede una vez que arresten a todo elmundo? —Quiero levantarme de la

cama y seguir los pasos de Reed enla pequeña habitación pero sé queeso solo podría molestarlo y puedeque no me diga nada.

—Depende —dice entre dientes. Sequeda parado por un momento,pensando en algo. Cuando regresa desus pensamientos, me mira y veoarrepentimiento en sus ojos. Micorazón casi se para.

—No va a haber un juicio —diceReed y comienza a caminar de nuevo.Un puño en la nuca—. Sabía que esopodía suceder, no quería creerlo

pero lo sabía. He estado discutiendocon mi jefe durante las últimas horas.Es solo que… —Reed parecía estarperdido—. Habrá muchos arrestos,estoy seguro. La gente que iba a sersubastada, serán llevados,indudablemente, a un refugio, pero nohabrá justicia, no del tipo que esasvíctimas merecen.

—¿Cómo puede ser? —sollocé—.¿Cómo puedes permitir que esosuceda?

—Rafiq es un oficial militar de alto

rango en el ejército de Pakistán,Livvie. Su gobierno no va a dejarque un escándalo se sepa. Hanacordado dejar que nuestro gobiernosea parte de la incursión a cambio deque dejemos a su gente fuera de esto.Cuando todo se calme, ellos son losque decidirán quienes y quienes noestuvieron allí. Así es como funcionala política internacional.

Siento que alguien me ha pegado enel pecho con un ariete. Por segundavez en mi vida entiendo la sed devenganza de Caleb. Podría matar. Lo

he hecho antes y no me siento malsobre eso. Algunas personas merecenmorir.

Lágrimas salen de mis ojos sin parar,estoy ahogada en ellas. Sin embargo,no estoy triste. Estoy llena de rabia yno tengo manera de dejarla salir. Nohay a quien matar, nada a que pegar yningún lugar a donde ir.

—Reed, —sollozo—, tengo quedecirte algo. Por favor, por favortrata de entenderlo. Necesito tuayuda. —Mis manos estánabrochadas y las estoy sosteniendo

tan apretadas a mi pecho que puedosentir mi pulgar dejando un moretón.

Reed restriega sus manos en su cara.

—Por favor no me diga nadaincriminante, señorita Ruiz. No haynada que pueda hacer ahora mismo ysi tengo que ponerla bajo arresto denuevo, va realmente, a ponerle un finde mierda a un día que ya es demierda. Todo lo que tengo es miintegridad. No me haga elegir entreella y usted.

—Por favor Reed, tengo que decirte

el resto de mi historia —suplico. Esla parte más importante, la parte quehe estado guardando hasta saber quepodía confiar en Reed. Solo esperoque no sea demasiado tarde.

—He escuchado todo lo que necesitosaber. Mi trabajo fue investigar elincidente de la frontera. Han sidoretirados sus cargos. Mi trabajo eralocalizar donde era la subasta, hecho.Hice mi trabajo. Vine a decirle queera libre de irse y estaba dispuesto aoír el resto de su historia si lehubiese dado un cierre pero si se va

a incriminar entonces no quieroescucharla. Si la escucho, tendré queactuar, ¿me entiende?

Reed está molesto pero no meimporta. Caleb es demasiadoimportante, él ha sacrificado tantopor mí, hasta el punto de protegermea mí de mí misma. Lo hubieseseguido a cualquier parte, hecho loque pidiese de mí pero le importabalo suficiente para no dejarmehacerlo. Hasta donde sabía, él estaríaen la subasta, tratando de matar aVladek y a sí mismo en el proceso,

era mi turno de salvarlo.

—Por favor —supliqué—. Tienesque ayudarlo. Si lo arrestas, sé quevivirá. No hay que decir qué pasarási está en Pakistán. Tú mismo lodijiste, Rafiq tiene mucho poder allí.¡Por favor! ¡Por favor, Reed!¡Ayúdalo!

Reed se queda quieto como muertopero su pecho sube y baja con cadarespiro. —¿Me estás diciendo queCaleb está vivo?

Mi corazón está acelerado.

—No, aún no. ¿Pero y si loestuviera? ¿Podrías ayudarlo?

—Maldita sea, Livvie —Reed pateala silla—. ¡Me mentiste!

—Tal vez, tal vez lo hice —ruego.No sé si expresar las cosashipotéticamente cambia algo perodebo intentarlo. Tengo que saber siReed me puede ayudar. Tengo quesaber si lo hará—. Necesitabatiempo y tú no me lo estabas dando—solloce—. Viniste aquí,haciéndome todo tipo de preguntas y

llamándome una maldita terrorista.¿Que se suponía que iba a hacer?

—¡Se suponía que me dirías laverdad! Ese era el trato. Tú medecías la verdad y yo te ayudaba —dice Reed y vuelve a caminar.

—Sí, te dije la verdad. Te dije todolo que necesitabas saber. Te ayude abuscar la subasta y aquí estas,¡diciéndome que no hay justicia! ¿Asíqué quien es el mentiroso, Reed? —lloro.

Reed se gira y me mira. Parece

muchas cosas: enojado, exhausto ytriste. Finalmente mira a otro lado ycolapsa en la silla.

—¿Reed? —me acerco.

—No hay nada que pueda hacerLivvie. El equipo ya va en camino yla FIA está tomando las decisiones—dice.

Sus palabras juegan en mi cabezahasta que se reducen a su verdaderosignificado: nunca volveré a ver aCaleb. Me siento muerta por dentro.Vacía. Hueca. Diseccionada.

Reed sacude su cabeza

En mi cabeza, me puedo escuchargritando, me veo arrancándome lapiel y tirando de mi cabello. En larealidad, sin emociones, sinlágrimas, sin gritos, nada de pielsiendo arrancada de mis huesos.

Reed está en silencio. No puedeayudarme. Nadie puede.

Mis pensamientos se van hasta Caleby los últimos días que pasamosjuntos.

* * * *

Caleb se había ido hace horas. Mesenté en el suelo, al lado de su arma,esperando que algo sucediera, quecualquier cosa sucediera. Variasveces pensé en abandonar lahabitación y buscarlo pero meconvencí de no hacerlo. Caleb habíadicho que esperara. Esperé.

Un sentimiento de temor empezó aasentarse en mi cuando vi luceshurgando entre las cortinas. El solestaba saliendo y Caleb no había

regresado. Me pregunte si Celiapodría regresar pero lo dudé.Nuestro puente estaba bien yverdaderamente quemado. Mi únicoconsuelo era que sabía que evitaríaque Felipe me lastimara. De pronto,hubo un duro golpe en la puerta yluego otro. Mi corazón parecía habersubido hasta mi garganta pero luegorecordé que Caleb había dicho quetocaría dos veces. Busque el armasolo por si acaso.

Mire mientras la manilla daba vueltay cuando la puerta se abrió, apenas

podía procesar lo que veía. Calebparado en la puerta, cubierto detierra. Bañado en sangre.

—¿Caleb? —logré susurrar pero nome podía mover.

No se movía de la puerta, solo sequedó allí parado. Sus ojos fijadosen un punto distante. Parecía quehabía estado llorando. Sus ojosazules estaban rodeados de rojo ehinchados. Tenía un corte en la frentey la sangre corría hasta su ojo. Nopestañeaba.

Instantáneamente empecé a llorar.Algo terrible había sucedido. Algohorrible.

Lentamente me levanté, tome una delas camisas que Caleb había dejado yla coloqué sobre mi cabeza.Teníamos que irnos y dependía de mísacarnos de allí. Busque un par depantalones pero en su lugar conseguíuno de los bóxer de Caleb.

Caleb nunca se movió.

—¿Caleb? —susurré y me acerqué,su boca bajó un poco como si fuese a

llorar pero luego su cara cambio a unestado catatónico—. Me estásasustando, Caleb. ¡Por favor, di algo!—sollocé.

Lágrimas salieron de sus ojosabiertos

Era más de lo que podía soportar,verlo allí con tanto dolor y sin saberpor qué. Corrí hacia delante y loenvolví con mis brazos.

—Por favor Caleb. ¡Despierta,maldita sea!

El peso de su cuerpo colapsó sobremí y nos caímos. Mientras estabarecostada sobre mi espalda, Calebtiró de mí hacia él y lanzó un gemidoagonizante en mi pecho. El sonido meaterrorizó, coloqué mis brazos a sualrededor, abrazándolo tan fuertecomo él a mí. Era todo lo que podíahacer. Su cuerpo entero temblaba yse retorcía con la fuerza de susentrañas en desgarradores sollozos.Sentía como un cuchillo enterrado enmis intestinos con alguienretorciendo la hoja. Lo único quepodía hacer para evitar que gritara

era abrazarlo.

Mi mano tembló mientras acariciabasu cabello.

—Shh, Caleb, está bien. Lo que seaque sea, está bien —sollocé cuandotiró de mí más fuerte y trató deenterrarse a sí mismo en mi pecho.

Su cabello estaba tieso y encrespado,sucio de tierra.

Ha estado cavando, está cubierto desangre.

—Shh, amor —y continué

acariciando el cabello de Caleb.Apenas me dejaba respirar. Meagarraba muy fuerte—. ¿De quién esésta sangre?

Lo sentí sacudir su cabeza, rápido yenojado. Accidentalmente, golpeó mibarbilla y me estremecí. —Estábien, está bien. No necesito saberlo.

Estaba perdida, no sabía cómo llegara él. El hombre de mis brazos no eraCaleb, era el cascarón de un serhumano. Primitivo y desnudo. Teníamis sospechas acerca de quién era la

sangre que Caleb tenía pero no meatrevía a decirlo en voz alta.

Mató a su único amigo. Por mí.

Mi pecho se estremeció con la fuerzade sus sollozos. Seguía atrapado enmi pecho. Caleb me necesitaba y nopodría ayudarle si me desmayaba.

—Tenemos que irnos, Caleb —susurré—. No es seguro paranosotros estar aquí.

Caleb se movió rápido. Se levantóde mi pecho y me encerró con su

cuerpo. Parecía depredador y supepor instinto que no debía gritar. Susojos me miraron, moviéndose rápidode mis ojos a mi boca a mi pechohasta los pies. No estaba segura deque supiera quién era yo.

Mis dedos dolían después de habersido arrancados tan abruptamente desu cabello. Había varios hilosentrelazados con mis dedos. Sinmoverme dejé que mis ojos llegaranhasta mi mano. Caleb siguió mis ojosy cuando lentamente levante mimano, miró atentamente. Coloqué mis

dedos en la herida de su cabeza,limpiando la sangre. Necesitabapuntos. Caleb cerró los ojos y medejó tocarlo.

—Tenemos que irnos. Por favor,vámonos —repetí. Los ojos de Calebse abrieron y cerraron en mi cara.Por varios segundos todo lo que hizofue mirar.

—Mía —susurró.

—Tuya —dije

Caleb trajo su boca a la mía con tantaferocidad. Casi lo empuje. Elmomento era horrible. Nuestras vidasestaban en peligro. Pero Caleb menecesitaba, necesitaba que estuvieracerca y se lo debía, darle lo quenecesitaba.

Deje mi miedo a un lado y abrí laboca dejando que su lengua invadierami boca. Gimió cuando lo envolvícon mis brazos y lo empuje sobre mí.Tiré de la camisa cubierta de sangre

y rompí nuestro beso lo suficientecomo para quitársela sobre sucabeza. Arena, y lo que estaba segurade que era sangre, cayeron en mi carapero lo sacudí con mi mano y regreséa besar a Caleb.

Sus manos parecían estar en todaspartes al mismo tiempo, tocando micabello, acercándome a él, apretandomis senos. Su rodilla se plantó entrelas mías, abriéndolas. Abrí laspiernas y dejé que el bajo vientre deCaleb presionara sobre mí. Podíasentir su pene atrapado en sus

pantalones contra la parte interior demi muslo.

Mientras nos tocábamos el uno alotro, algún comportamiento primariode Caleb entró en mí y antes de quelo notara lo estaba empujandoapartándolo de mí y hacia un lado. Élme agarró de la camisa e hizo unsonido que tomé como unaadvertencia.

—Tuya, Caleb, lo prometo —le dije.Agarre el dobladillo de mi camisa yla saqué por encima de mi cabeza,exponiendo mis senos a Caleb. Su

boca se posó, forzándome a gritar ysostenerlo en mi pecho. Me subí ahorcajadas sobre sus caderas,frotándome contra él a través de latela de nuestra ropa.

Para toda la intensidad animal deCaleb, no me estaba lastimando. Talvez lo hubiera hecho si le hubiesedado una razón pero estaba tanabierta a él como el agua a unavasija. Cuando su boca se alejó deuno de los pezones, le di el otro.

—Te amo —le dije y acaricie el

cabello. Él gimoteo.

Caleb nunca se arrepentiría de lossacrificios que ha hecho por mí. Measeguraría de eso. Por el resto de mivida, me dedicaría a darle a Calebcada gramo de amor que tenía en mí.Yo era de él y él era mío y eso eratodo.

Empujé el hombro de Calebllevándolo de espaldas hacia elsuelo. Lo seguí, descansando mi pesosobre él. Sus manos alcanzaron elcinturón del pantalón que estabausando y lo quitó. Me eché para atrás

y juntos arrancamos la tela de mispiernas.

Odiaba la sensación de lospantalones sucios de Caleb contrami piel desnuda.

—Quítatelos —dije. Lo ayudé abajarlos hasta sus tobillos. Sus piesestaban desnudos y llenos de tierrapero yo estaba más preocupada porestar tan cerca de Caleb comopudiera.

La polla de Caleb se interpuso entrenosotros como una cosa viviente, lo

alcanzamos al mismo tiempo, sumano sobre la mía y guiándolo entremis piernas. Estaba dolorida peromojada y la polla de Caleb entró enmí sin ningún esfuerzo. Caleb agarrómis caderas bajándome mientras élempujaba.

—¡Oh Dios! —grité. Mis uñas seclavaron en su pecho, rasgando supiel pero Caleb solo gimió y volvióa empujar hacia mi otra vez. Y otravez. Y otra vez.

Me coloqué más adelante, mis manossobre la cabeza de Caleb. Estaba a la

deriva en un mar de placer yconsumidora lujuria. Arqueando miespalda, provoqué la boca de Calebcon mi pezón y lo colocó dentro desu enfurecida boca. Sentí mi coñomás apretado alrededor de su polla.Gimoteé mientras mi orgasmo seacercaba y Caleb me follaba másfuerte, me chupaba más profundodentro de su boca, no tenía el alientopara hacer un sonido. Me paralicéencima de él, dejando que mesiguiera follando mientras me corría.

Su boca se alejó de mis pechos con

un ruidoso sonido y luego lossonidos de Caleb llenaron lahabitación mientras su corridallenaba mi coño. Latido a latido deuna corrida caliente llenó mi interiory no podía tener suficiente. Quería aCaleb dentro de mí para siempre.Colapsé encima de él, amando lamanera en que mi cuerpo rozaba ysentía cada una de sus respiraciones.

—¿Livvie? —susurró.

Me forcé a levantarme con mi codo ycon la otra mano acaricié su rostro.

—Sí —le dije. Mis lágrimas lohicieron ver borroso pero sabía queestaba de vuelta, de donde sea quehabía estado.

—¿Estás bien? ¿Te lastimé? —sonaba frenético.

—Estoy bien, estoy bien Caleb.Estoy preocupada por ti —dije. Meincliné y besé sus labios. Cuando meeché para atrás, mi corazón dolió alver que giraba su cara alejándola demí.

—No me mires, Livvie —susurró.

—Caleb, no. —Traté de que memirara pero de una vez se incorporóy colocó mi cabeza sobre su hombrodonde no pudiera verlo. Podíasentirlo deslizarse fuera de mí, sucorrida ayudándolo en el esfuerzo.

—No puedo lidiar con eso, ¿vale?Yo… —sus palabras sonabanestancadas en su garganta.

—Está bien —susurré y lo abracéunos segundos más en mis brazos.

—Tenemos que irnos —dijo.

Lentamente, alejamos nuestroscuerpos el uno del otro. Las lágrimaspunzaban en la parte trasera de misojos pero no las dejaría salir. Calebme necesitaba fuerte y estar dispuestaa darle todo lo que necesitaba.

En silencio, empezamos a priorizar.Caleb se subió los pantalones conuna mueca y empezó a hacer unabarricada en la puerta. Me hice útilbuscando un bolso y metiendocualquier cosa. Pensé que tal veznecesitábamos el arma, ropa y un kitde primeros auxilios que encontré en

el baño. No era mucho pero era algo.

Caleb entró al baño y abrió la ducha.No creí que tuviéramos tiempo paraeso, pero prefería no hacerpreguntas. Con las manos temblando,se quitó los pantalones y se metiódebajo del agua. Sangre y arenarápidamente inundaron todo.

Pensé en meterme, pero una mirada aCaleb y supe que necesitaba tiempo asolas.

El agua está muy caliente, nublaba elbaño. Encendí el ventilador pero

continué siendo una presenciadiscreta. En un momento lo escuchésollozar pero seguí en el suelo, ensilencio.

Él había estado en la ducha menos dediez minutos antes de bajar latemperatura y salirse. En silencioagarró una toalla y entró a lahabitación. Caleb era más él mismo.

—Tiempo de irnos, Livvie —dijo yme sonrió. Era fingida, peroapreciaba el esfuerzo. Intenté que misonrisa fuese más convincente.

La casa se sentía vacía,misteriosamente vacía. Sin Felipe, niCelia, sin Rafiq. Caleb no ofreciórespuestas y yo no hice preguntas.

Hacía calor fuera, incluso por lamañana. Me di cuenta de que habíapasado mucho desde la última vezque salí bajo un brillante sol. Estabausando ropa, era… libre. Mis pasosvacilaron en el momento en que larealización me golpeó. ¡LIBRE!

—La camioneta no está lejos, sigueavanzando —dijo Caleb

entumecidamente.

Podía sentirme a mí misma ahogada,una sonrisa emocionada salió de mí.

— ¿Dónde vamos? —Lo dije conlágrimas de alegría en mis ojos.

—Por favor no preguntes, sólo venconmigo.

Lo miré, el dolor palpable en sucara, no era el momento para discutircon él. A donde fuera que estuvieseyendo, era un asunto importante.Cambiaría todo entre nosotros dos

pero me había pedido que fuera conél y cuando el hombre que amas tepide que vayas con él, tú vas.

Caminamos menos de una milla perome maravillé con el estadoescarpado de Felipe. Donde sea queestuviera, era ciertamente, másprovechoso. Finalmente,encontramos la vieja camioneta en laque habíamos llegado. Mesorprendió que encendiera a laprimera.

Caleb no había dicho nada y, aunqueparecía estar en mejor control de sí

mismo, sabía que cualquier cosa quehubiera pasado aún le afectaba.Alcancé su mano en su asiento y parami sorpresa no sólo la tomó, sino quela apretó. Mientras íbamos dejandola casa de Felipe, me quedé mirandofijamente el camino de grava en elespejo lateral. De verdad estabasucediendo. Nos íbamos, juntos.Limpié lágrimas de mis ojos poralrededor de veinte minutos.

Viajamos por varias horas antes deforzar a Caleb a romper el silencio.

—Tengo hambre, Caleb —lo miré yme toqué el estómago.

—Podemos comprar algo de comiday agua cuando paremos por gasolina.Quiero seguir moviéndome por elmomento —dijo. Sus ojos nuncadejaron de mirar el camino pero supulgar iba de atrás hacia delante enmi mano.

—Está bien —dije—. Estaremosconduciendo… ¿por mucho? ¿Yasabes, antes de llegar a donde seaque vamos?

Caleb apretó mi mano y cerró susojos por un segundo.

—Estaremos en carretera poralrededor de dieciséis horas, tal vezmenos. Podemos parar a pasar lanoche una vez que estemos cerca.

No me gustaba su tono, sonabatriste… y distante.

—¿A dónde…?

—Gatita —protestó. Sacudió sucabeza—. Quiero decir… Livvie,por favor, para.

La ansiedad atacó mi estómago. Nome gustaba esto para nada. Apreté sumano.

—No tienes que llamarme Livvie sino quieres, Caleb. Para ser honesta,me asusta. Me estás asustando.

La cara de Caleb pareció rompersepor un segundo y alcancé avislumbrar su tristeza antes de querelajara sus músculos.

—No te asustes Gatita, todo estarábien, lo prometo. No tendrás quetemerme nunca más.

—¿A qué te refieres, Caleb? —susurré.

—Me refiero a que cuidare de ti —dijo

—Cuidaremos el uno del otro. Soymás fuerte ahora, Caleb. Lo quesuceda… lo que sucedió, podemosresolverlo juntos, ¿está bien?

Estuvo en silencio por un rato yluego replicó:

—Está bien.

—Te amo —dije.

Silencio.

No hicimos paradas innecesarias.Fuimos al baño y compramos comidacuando parábamos por gasolina.Hacer que Caleb hablara fue comouna dura tarea pero parecía muyinteresado en mi vida antes de quenos conociéramos. Evadí hablar demi familia, mis hermanos, mishermanas, mi madre. Sabía que nolos volvería a ver de nuevo y pensaren ello dolía demasiado como para

hablar de ello. Tenía a Caleb ahora yme necesitaba.

Hablé sobre mis libros y películasfavoritas. Mencioné mi sueño deescribir un libro que luego adaptaríaa un guión de película que dirigiríayo misma. Iba a ser una tripleamenaza. Caleb sonrió y dijo que leencantaría leer cualquier cosa que yoescribiera. De repente me sentímucho más optimista en cuanto a mifuturo y el de Caleb pero seguíaviendo avisos de Laredo, Texas.

—¿Que hay en Texas? —pregunté.

—¿Además de vaqueros? —dijoCaleb. Lo fulminé con la mirada—.Tengo un negocio allí, Gatita, ¿estábien? —De pronto estaba muy seriode nuevo.

—Está bien —respondí.

Habíamos estado conduciendo porcasi diez horas cuando finalmenteCaleb se cansó. Apenas podíamantener los ojos abiertos y loconvencí de que debíamos pararporque yo no sabía conducir. Calebse rió de mí pero entró a un motel

para pasar la noche. No había muchoque ver en ese lugar, francamente lagente en el estacionamiento parecíaatemorizante. Esto, definitivamente,no era un destino turístico.

—Probablemente van a robar lacamioneta, lo sabes, ¿no? —dije

Caleb se encogió.

—Robaré otra por la mañana. —Yome reí, Caleb no.

Yo quería hacer el amor, pero Calebse había quedado dormido mientras

yo estaba en la ducha. No teníacorazón para despertarlo. En mediode la noche, me buscó. Apenas supelo que estaba pasando antes de sentirsu boca en mi dolorido coño. Melevanté en mis codos y lo observélamerme hasta que me corrí en sulengua.

Para el momento que me penetró, yahabía olvidado cuan dolorida estaba.Estaba demasiado llena de la pollade Caleb como para que meimportara. Gemí mi placer hasta lasvigas del techo, sin importarme si

alguien me oía.

A Caleb tampoco parecía importarlemientras acababa dentro de mí con ungrito. Hubo un breve pensamientosobre protección pero luego solopensaba en Caleb y los pequeñosempujes que estaba haciendo en micoño mientras él sobrellevaba lasréplicas de su placer.

Después de que pudimos limpiarnos,dormimos con las ventanas abiertas.Dormí en sus brazos segura, a salvoy feliz más allá de lo que podíacreer. No me importaba a donde

fuéramos, mientras él estuvieraconmigo.

Capítulo 25

Día 1

Había terminado de abotonarme lablusa cuando sucedió. Hubo unafuerte explosión y algo me golpeó enla cara. Extendí la mano para tocarmi mejilla. Mi respiración me dejóen el lapso de un latido del corazón.Caleb estaba encima de mí, gritando,pero no podía oír lo que estabadiciendo. Me parecía que no podíaoír nada.

Me dolía la cabeza. Me la golpeé enel suelo cuando Caleb me derribó.

Los escombros estaban volando portodas partes.

—Livvie —gritó Caleb y mesacudió. Eso penetró el silencio enmi cabeza.

¡BOOM! Otro torrente de escombrosvolaron hacia nosotros. Caleb estabaencima de mí, protegiéndome la caracon sus brazos mientras metía sucabeza cerca de mi hombro.

¡Maldición! Alguien estabadisparándonos. Mis ojos se posaronen la puerta y pude ver enormes

huecos donde solía estar la madera.

Nos movimos hacia detrás de lacama. Todo mi cuerpo estabatemblando y no tenía ni idea de loque estaba pasando. Caleb me estabaempujando y yo gritaba de dolor.

—¡Metete en la bañera! —gritó. Meempujó de nuevo.

Me las arreglé para ponerme en mismanos y rodillas. Me arrastré lospocos metros al cuarto de baño y melancé en la bañera. Me di cuenta deque Caleb no estaba conmigo.

—¡Caleb! —grité. La puerta delbaño se cerró de golpe. Estabademasiado asustada para moverme.

¡Va a morir ahí, perra estúpida!¡Haz algo!, gritó Mi Yo Despiadada.

No me podía mover. ¡No podíamoverme, maldita sea! Mi mundoentero se estaba moviendo a cámaralenta y no había nada que pudierahacer para correrlo marcha atrás.Sentí algo húmedo en la cara. Mimano se retiró con sangre cuando latoqué.

—¡Caleb! —grité de nuevo.

Una fuerte explosión sacudió lapuerta del baño y me lancé de nuevoen la bañera. No podía dejar degritar o llorar.

¡Maldita cobarde, Livvie! Nunca teperdonaré, dijo Despiadada.

Golpeé mis manos sobre mis oídos,deseando que la voz se fuera.Todavía podía oír sus gritos,pidiendo que hiciera algo. Pude oírgritos fuera de la puerta, una lucha.La puerta se sacudió en repetidas

ocasiones cuando algo se estrellócontra ella.

¡Ayúdalo!

—¿Qué quieres que haga? —grité envoz alta.

—¡Mantente abajo! —Oí gritar aCaleb.

¡Ayúdalo!

Oír la voz de Caleb y saber queestaba luchando para mantenerse convida a unos pocos metros dedistancia pareció borrar algo de mi

pánico.

El arma, Livvie. El arma. ¿Dóndeestá?, dijo Despiadada.

Tomé varias respiracionesprofundas, respiraciones frenéticas,mientras trataba de recordar. ¿Dóndeestaba el arma? ¿Dónde estaba elarma? ¡En la bolsa!

Bien, Livvie. ¿Dónde está la bolsa?

Sollocé en voz alta:

—No lo sé.

Una serie de fuertes y enojados gritosvinieron a través de la puerta. No loentendí, pero sabía que era árabe.Habían llegado por nosotros. Rafiqestaba aquí para matarnos.

La bolsa, gritó Despiadada.

Imágenes. Pasaron por mi mente enrápida sucesión: Traje la bolsaadentro. La dejé sobre la mesa.Caleb la recogió y se la llevó alcuarto de baño. Él necesitó un puntode grapa para la cabeza. Estaba ahícuando me duché.

Miré alrededor del cuarto de baño,pero no la vi.

Estaba allí cuando me fui a la cama.Caleb y yo tuvimos sexo y después,él quería ropa interior limpia. Allado de la cama, del lado de Caleb.

Ve allí, Livvie. Consigue la pistola,dijo la voz despiadada.

Agité la cabeza hacia atrás y haciaadelante mientras sollozaba. Nosabía lo que estaba ahí fuera. Siabría la puerta...

¡Ellos ya saben que estás aquí! Vasa morir. Caleb va a morir. ¡Porfavor!

Gateé fuera de la bañera. El baño erapequeño, mi pie todavía tocaba elborde de la bañera cuando puse mimano contra la puerta. Todavía podíaoír a Caleb luchando con alguien enel otro lado.

—¡Estoy saliendo! —grité.

—¡No! —gritó Caleb y hubo un granestruendo.

Agarré la manija de la puerta y laabrí. El perchero estaba directamenteenfrente del cuarto de baño, creandoun pequeño hueco cuadrado al ladode la habitación. Pude ver a Caleb enel suelo, luchando con alguien.

—¡Corre, Livvie!

Me puse de pie y traté de correr juntoa ellos y subirme en la cama. Unamano se estiró y me agarró deltobillo. Me caí, de cara al suelo,pero el dolor no se registró. Le diuna patada con mis piernas, ciega a

qué o a quién estaba golpeando. Lamano me soltó.

Miré hacia atrás y vi sangre. Lacabeza de Caleb estaba abajo. Huboun fuerte grito de pánico y la personabajo Caleb tiró de su cabello paragirarlo hacia atrás. La boca de Calebse abrió en un grito y salió sangre aborbotones.

Los gritos continuaron, uno despuésde otro.

Me quedé helada. Los gritos. Nopodía soportar los gritos.

El cuerpo de Caleb fue arrojado derepente hacia un hueco. No reconocía nuestro atacante. Su rostrochorreaba sangre y un trozo de pielcolgaba de su mejilla.

Grité.

El hombre seguía gritando cuando searrojó encima de Caleb. Estabagolpeando su cabeza contra el suelo.

Me obligué a moverme. Me apresuréhacia la cama, moviendofrenéticamente las manos por debajopalpando en busca de la bolsa.

¡Estaba allí! La saqué y la tiré en elsuelo. El arma cayó fuera y la agarré.Se disparó. Me golpeé en la cara conel dorso de la mano.

—¡Livvie! —gritó Caleb. El sonidoera un gorgoteo húmedo.

Me reagrupe rápidamente y sostuveel arma con las dos manos. Descorríel gatillo y mis manos temblaroncuando apunté al hombre encima deCaleb.

—¡Apártate de él! ¡Ahora!

Se dio la vuelta para mirarme, elpedazo de piel en su carasimplemente colgando allí mientrasla sangre brotaba, un chorro fuertetras otro. Cargó contra mí y apreté elgatillo. La fuerza me derribó. Mivisión fue borrosa durante un par desegundos. Me apresuré hacia atrás enmis manos, en busca de la pistoladetrás de mí.

Le había disparado. Nuestro atacanteestaba en el suelo, su cuerporetorciéndose y estremeciéndose. Susmanos clavaron las uñas en su pecho.

Había sangre por todas partes.

—¿Qué he hecho? —grité.

¿Qué he hecho?

¿Qué he hecho?

¡Caleb, Livvie! Enfócate. Céntrateen Caleb. ¿Dónde está Caleb?, dijola voz despiadada.

De alguna manera, analicé lasituación. Miré hacia el baño. Calebno se estaba moviendo. No. ¡No, no,no, no, no! Vi rojo. ¡Nada más querojo! Encontré el arma y la recogí.

Me arrastré y puse el cañón en elpecho de nuestro atacante. Trató deluchar contra mí, mientras descorrí elgatillo, pero él estaba débil y mi irame hizo fuerte. Grité cuando apreté elgatillo y la sangre me roció la cara,el cuello y el cuerpo. Cuando abrílos ojos, miré directamente a supecho abierto.

—Caleb —grité. Cuando norespondió, me arrastré hacia él,aterrorizada de lo que podríaencontrar cuando lo alcanzara. No semovía. ¡Estaba cubierto de sangre y

no se movía! Cogí su cabeza en miregazo y golpeé un lado de su cara—.¿Caleb? Despierta, amor. ¡Despierta!Nos tenemos que ir. —No huboreacción—. Por favor. ¡Por favor,Dios! —Puse mi mano sobre supecho. Estaba respirando.

Podía oír gritos desde afuera. Gentecorriendo y llantas chirriantes quesalían del estacionamiento. Lapolicía estaría aquí pronto. Puse lacabeza de Caleb abajo y agarré sucamisa para sentarlo.

—¡Despierta! ¡Por favor! —Le

sacudí. Su cabeza cayó haciaadelante y tosió sangre en mispantalones—. ¡Oh! ¡Oh! ¡Gracias! —Lo tiré a mi pecho, pasando mismanos sobre él.

—Livvie —dijo. Y entoncesrealmente despertó—. Livvie —retrocedió y me miró con sorpresa.Me empujó a un lado y miró detrásde mí, y luego de vuelta a mi cara.

—¿Estás bien? —dijofrenéticamente.

Asentí, las lágrimas corrían por mi

cara.

—Tenemos que irnos —dijo—.Ahora. Levántate. —Me levantó y loayudé a ponerse de pie. Me agarró lamano y se agachó para recoger elarma.

Corrí hacia el montón de cosas allado de la cama y encontré las llaves.Metí todo lo demás haciendo unabola enorme.

—Ve a la camioneta, Livvie —dijoCaleb. Parecía demasiado tranquilo.

Atravesé corriendo elestacionamiento, sorprendida aldescubrir que no había gente por ahí.Me las arreglé para poner la llave enla cerradura y abrir la puerta. Melancé dentro y cerré de un portazo.

Oí otro disparo y me agaché. Nopasó nada durante varios segundos,pero luego la camioneta se sacudió yoí un ruido sordo. Apreté los ojoscerrados. La puerta de la cabina seabrió.

—Soy yo, Livvie. Soy yo —susurró

Caleb. Encontró las llaves en mimano y la aflojó para agarrarlas.Salió disparado del estacionamientomientras yo temblaba y lloraba en elasiento a su lado. Después de un rato,sentí sus dedos en mi cabello,acariciándome suavemente la cabeza.

Había matado a un hombre. Estabacubierta en su sangre.

Tuve que hacerlo. No estoyarrepentida.

Y no lo estaba. No sentía que el hijode puta estuviera muerto. Había

sabido que estaba muerto después deque le disparase por primera vez. Nohabía manera de que pudiera habersobrevivido a la herida que le habíahecho. Le había disparado la segundavez porque... quería. Había tratadode matarme, pero fue ver el cuerpoinmóvil de Caleb lo que me habíallenado de rabia al final. Caleb eramío. No estaba por dejar que la genteme quitara cosas.

Conducimos por unas horas. No teníani idea de dónde estábamos y no meimportaba. Mantuve mi cabeza en el

regazo de Caleb y dejé que meacariciara. Todo en mi mundo teníasentido si Caleb seguíaacariciándome

Eventualmente, Caleb detuvo lacamioneta, pero me pidió que mequedara mientras se hacía cargo delcuerpo en la cama. El tiro final quehabía oído era Caleb disparándole altipo en la cara. No quería que loidentificaran. El individuo encuestión había sido el primo de Jair,Khalid.

Quería preguntarle acerca de Rafiq y

los demás, pero entonces me acordéde la forma en que Caleb habíavuelto a la habitación, traumatizado ydesprovisto de vida. Algunas cosasestaban mejor sin decir. Caleb y yoestábamos vivos. Estábamos juntos.¿Todo lo demás? No necesitabasaberlo.

Caleb volvió a la camioneta másrápido de lo que hubiera esperado.

—Está hecho —dijo.

—¿Lo enterraste? —preguntédudando.

—No hay necesidad. Los animalespueden tenerlo —dijo. Estiró lamano a través del asiento y tiró de mifrente hacia sus labios—. Yo maté aese hombre, Livvie. ¿Entiendes? —susurró.

—¿Qué? No.

—¡Livvie! ¡Escucha lo que te digo!—Pareció completamente ido a misojos. Su expresión era dura y fría—.Yo lo maté. —Asintió con la cabezahasta que lo imité.

—Está bien —le susurré.

—Buena chica —susurró y me besó.Nuestro acuerdo estaba sellado.

* * * *

Debí saber lo que Caleb estabaplaneando. Todo el tiempo hubomuchas señales de ello. Tuve quehaber preguntado más sobre sutraumatizante vuelta de la mansión deFelipe. Debí haber exigido saber mássobre sus planes en lugar dequedarme viendo las señales enTexas. En el último de los casos,debí preguntar más sobre el trozo de

papel que Caleb había pedido quememorice. Él había dicho quecualquiera que supiera el código y lainformación de la cuenta podríaacceder, eso era importante y sólo ély yo lo sabíamos. Me sentí muyespecial. Pensé que confiaba en mí.Me sentí como un espía cuandoquemé el papel y arrojé las cenizas através de la ventana.

No hice preguntas ni demandérespuestas. En su lugar me encontrécompletamente cegada cuando Calebdetuvo el coche y destrozó mi mundo

entero al decirme que nuestro tiempojuntos llegaba a su fin.

Ambos permanecimos en silenciopor un largo rato, no quería ser laprimera en hablar, temía no poderhacerlo. Finalmente, Caleb se aclaróla garganta y rompió el silencio.

—La frontera se encuentra sólo aunos pocos kilómetros desde aquí.No puedo llegar más cerca —señalóla sangre en torno a él.

—¿Qué te hace creer que yo sípuedo? Asesiné…

—Tú no asesinaste a nadie —gritó—. Estuviste secuestrada eintentando escapar y por meses… heestado… te mantuve prisionera. Teviolé —dijo.

Sus palabras fueron como cuchillosen mi corazón y lo abofeteé. Fuerte.

—No digas eso. Sé cómocomenzamos Caleb. ¡Lo sé! Pero porfavor… —supliqué—. Te amo.

Los ojos de Caleb se llenaron delágrimas, pero sonrió y se frotó elrostro.

—Me abofeteaste —rió—. ¡Otra vez!

—¿Por qué estás haciéndome esto,Caleb? —pregunté todo lo calmadaque pude, pero mi garganta estaballena de sollozos que intentabamantener dentro.

Él me miró y pude notar levementeen su rostro algo parecido al dolorque reflejaba mi propia cara.

—Porque… es lo correcto.

—¿Por qué no puedes dejarmedecidir a mí qué es lo correcto?

Quiero quedarme contigo —meahogué. Mi corazón latíadesenfrenado, no podría contenermucho más las lágrimas. Me estabadando la oportunidad de regresar acasa, de volver a mi vida, deregresar a todo lo que dije quedeseaba. Pero en lo único que podíapensar era en que todo eso noimportaba si eso significaba quejamás volvería a verlo.

Asió con fuerza el volante y apretósu frente contra él.

—No sabes lo que quieres, Livvie, y

lo que crees que quieres, tu cerebroha sido lavado para que lo desees.

Inmediatamente tomé aire pararesponderle, pero él alzó una manopara detenerme.

—He estado haciendo esto por unlargo tiempo, manipulando gente parami beneficio. ¡Es por eso que creesque me amas! Porque te he roto yvuelto a construir para que así locreas. No fue un accidente, una vezque dejes esto atrás… lo verás.

Apenas podía verlo a través del velo

de mis lágrimas. Caleb creía todo loque decía. Pude oírlo en su voz, peroestaba equivocado. Él no me habíamanipulado para que lo amara. Habíaintentado hacer todo lo contrario.

—¿Así que eso es todo? ¡Crees quesólo soy una idiota que se enamoróde tus malditas mentiras! Bueno,estás equivocado, me enamoré de ti,Caleb. Me enamoré de tu retorcidosentido del humor. Me enamoré de lamanera en que me proteges. ¡Túsalvaste mi vida!

—Fui a recoger mi propiedad,

Livvie —dijo solemnemente.

—¡Ya no soy Livvie! Soy tuya, ¿nofue eso lo que dijiste? ¿No fue eso loque me prometiste? ¡Ambos lojuramos! — Lloré.

—No quiero que me pertenezcas,quiero que seas libre y mientras estésjunto a mí… te veré como mi esclava—susurró.

No pude soportar ver que Calebinclinaba la cabeza, avergonzado.Era demasiado orgulloso para eso.

—Nunca fui tu esclava, lo intentaste,lo acepto, pero ambos sabemos quetú me perteneces a mí, así como yo tepertenezco a ti. Si realmente fuerascapaz de romperme para volver aconstruirme nuevamente, ninguno delos dos estaría aquí. No importa cuánjodidas estén las circunstancias.Realmente estoy enamorada de ti… ycréelo o no, tú también lo estás demí.

—Gatita —dijo—, los monstruos nopueden amar. —Se pasó una manopor los ojos—. Ahora, bájate de la

camioneta. Camina hacia la fronteray no vuelvas a mirar hacia atrás.

Incapaz de controlarme, envolví misbrazos a su alrededor tan fuerte comopude.

—Te amo, Caleb. ¡Te amo! Sirealmente te importo…. Por favor, nolo hagas. Por favor, no me dejes. Nosé cómo vivir sin ti. No me obliguesa ser alguien que jamás podré volvera ser.

Sus brazos me guiaron amablementehacia atrás y cuando nuestros ojos se

encontraron, pude ver finalmentetodas las emociones que estabaintentando ocultar.

—Vive por mí, Gatita. Sé todas lascosas que jamás serías conmigo. Vea la universidad, encuentra a un tiponormal y enamórate. Es hora de quete vayas, Gatita. Es tiempo paraambos de marcharnos.

—¿Dónde irás?

—Es mejor que no lo sepas.

Mi corazón se hundió, pero supe que

había perdido la discusión y que conello no detendría ese adiós. Quisebesarlo, sólo un último beso pararecordarlo, pero supe que besarlosería una tortura. Deseaba recordarnuestro último beso como uno deconexión y pasión, no de tristeza ypesar.

Lo dejé ir y abrí la puerta.

—Toma esto —susurró y empujó elarma hasta mí—. Es cómo escapaste.

Miré el arma por un largo rato.Incluso contemplé tomar a Caleb de

rehén con eso y forzarlo a que nosllevase a otro lugar. Pero él me habíaherido. Su rechazo me había dolidomás que nada y mi orgullo meimpidió volver a rogarle.

Tomé el arma y miré fijamente superfecto perfil, mientras él miraba através del parabrisas sin volversehacia mí. Tomó su decisión y nohabía sido yo. Di un paso fuera de lacamioneta, cerré la puerta de ungolpe y comencé a caminar hacia lafrontera.

Mientras caminaba pude sentir sus

ojos clavados en mí de la manera enque siempre pude sentirlos. Lágrimascayeron sin vergüenza por mi rostro,pero no intenté limpiarlas. Me habíaganado esas lágrimas y pensaballevarlas como símbolo de todo loque había pasado. Ellasrepresentaban todo el dolor quehabía sufrido, el amor que sentí, y elocéano de pérdida que inundaba mialma. Finalmente había aprendido aobedecer y nunca mirar hacia atrás.

Estaba cubierta de sangre ymagullada cuando llegue a la

frontera. En estado de shock por todolo que había sucedido entre Caleb yyo, no respondí del todo bien a losoficiales de la frontera que megritaban con sus armas alzadas.Llevaba un arma en la mano y notemía usarla. ¿Y si moría? ¿A quiéncoño le importaría?

Puse el arma en mi cabeza y exigíque me dejaran pasar.

Los bastardos me dispararon.

Creí que iba a morir, desangrándomeen el suelo mientras me esposaban.

No sabía que me habían disparadocon balas de goma.

Capítulo 26

Día 14

Matthew se sentó frente a laanteriormente llamada SeñoritaOlivia Ruiz. Lucía horrible. Su largocabello negro había sido apartado desu cara, recogido en un moño alto.

Tenía círculos oscuros bajo sus ojosy no había comido mucho. Su faltade ingesta de alimentos la habíamantenido en el hospital por 72 horasmás, pero no la pudieron retener unavez que decidió irse.

La Agente Sloan también estaba en lahabitación. Las revelaciones del casohabían sido un poco difíciles dedigerir para ella, y Matthew deseabaque hubiese alguna manera dereconfortarla sin darle pie a nada.Había ido a su habitación después devisitar a Olivia en el hospital y haber

averiguado sobre la últimaconversación entre él y Olivia.Hablaron sobre el caso por un ratopero luego ella había querido hablarsobre la noche que tuvieron sexo ytenía que hacerle saber en términosmuy ciertos que solo había sido unromance de una noche. Ella lo habíallamado un cobarde. Él la habíallamado peor.

—¿Es esta la última hoja de papel?—preguntó Sophia Cole.

—Sí —dijo Matthew—. Una vez quesalga de esta habitación, será Sophia

Cole. A cambio de su silencio encuanto a lo sucedido en los últimoscuatro meses, el departamento hadecidido retirar los cargos y darleuna nueva identidad. Nosotroscubriremos los gastos médicos y ledaremos el billete de avión quepidió. Adicionalmente, su madrerecibirá 200.000 dólares que seránpagados en cinco años. Entienda quesi llegas a violar los términos delacuerdo con el gobierno de losEstados Unidos, será tratada comouna terrorista bajo las provisionesdel Acta Patriota y sujeta a pagar una

multa de 250.000 dólares y posibleencarcelamiento. Como sospechosade ser terrorista, no será garantizadosu derecho a un abogado ni seránpresentados cargos oficialmente. Sinembargo, su caso será revisado cadatres años para determinar si es o nouna posible amenaza. ¿Comprendelos términos de este acuerdo?

—Sí —susurró aburridamenteSophia.

—¿Está de acuerdo con los términosde este acuerdo? —preguntó.

—Sí —dijo Sophia—. No es quetenga otra opción.

Matthew suspiró pesadamente ycruzó miradas por un segundo conSloan. Ella sacudió su cabezaligeramente, haciéndole saber cuántoodiaba lo que estaba sucediendo.Matthew también lo odiaba pero susmanos estaban atadas en cuanto alproblema. —El gobierno de losEstados Unidos le ha dado todo loque ha pedido con la excepción dedevolverle el revólver S&W modelo29 que fue confiscado cuando fue

aprehendida —dijo Matthew.

—Y los chicos malos quedan libres,no olvide esa parte Agente Reed —dijo Sophia fríamente.

Matthew estaba molesto por esotambién, pero él había hecho sutrabajo y había dado tanto comopodía.

—Sus pertenencias no fueron nuncarecuperadas en la subasta enKarachi, Señorita Cole.

No se sentía bien llamarla por ese

nombre pero era lo que ella habíadecidido y Matthew la respetaría.

—El gobierno estadounidense no venecesidad de dañar sus relacionescon Pakistán basándose en alegatosinfundados. Sin embargo, serámencionado en el informe que sudeclaración guió a las fuerzasconjuntas a la subasta que resultó conla liberación de más de 127 víctimasde tráfico humano y el arresto de 243potenciales traficantes.

—Como sea Reed, ¿terminamosaquí? Me gustaría irme —dijo

Sophia. Matthew no tomó su desdénde forma personal. Sabía laverdadera razón de su incomodidad ytenía muy poco que ver con el tratoque estaba haciendo, el trato quehabía pedido. Ella aún estabalamentando la muerte de Caleb... deJames.

Matthew sospechaba que seguía vivopero hasta donde a él y aldepartamento le concernía, JamesCole había muerto en México de lasheridas de bala que obtuvo mientrasayudaba en el escape de Olivia. El

tirador, Khalid Baloch, estaba libre.Matthew también había cerrado elcaso del secuestro de James Colepero no antes de llegar a la asistentepersonal de Demitri Balk quien lehabía dicho que el señor Balk notenía “niños sobrevivientes”. Elmismo señor Balk no estabadisponible.

—Sí, señorita Cole, hemosterminado —dijo Matthew. Casipodía sentir el dolor de Sophia através de la mesa y parecía estarseabriendo camino hacia su mente.

Había querido que las cosasterminaran de una manera diferente.No solo para Sophia, sino tambiénpara él. Había estado perdiendo la feen el sistema desde hacía tiempo.Había tenido la esperanza de queresolver el caso y encarcelar al tipomalo, tal vez le devolviera algo de lapasión que sentía por su trabajo. Encambio, su victoria había sidoagridulce. Más de cien mujereshabían sido liberadas de ser esclavassexuales, pero solo una parte de sustraficantes verían los interiores deuna celda. La mayoría de ellos solo

pagarían una multa y saldrían libres.“Dulce amargo” era una descripciónvaga para lo que había sucedido enPakistán.

—Vamos, cariño —dijo Sloan aSophia—. Te acompaño hasta afuera—él se levantó, juntó sus papeles ylos guardó en su maletín. Matthewmiró intensamente a Sloan. Sucabello estaba recogido en una trenzafrancesa y su cara estaba limpia demaquillaje. Tenía puesto un traje grisque cubría todas sus sexis curvas,ella era un enigma. Matthew se

preguntaba cómo era que cambiabacomo el día y la noche. Comotrabajadora social, parecía enfática yprivada de facetas interesantes en supersonalidad pero Matthew sabía, deprimera mano, como podría sercuando bajaba la capa. Casi searrepentía de no haber aceptado suoferta de más sexo, nunca habíaestado con una mujer tan atenta desus necesidades. Pero luego recordóque ella lo asustaba un poco.

Matthew se levantó y ofreció sumano a la señorita Cole.

—Adiós, señorita Cole, por favorsepa... que puede contactarme sialguna vez necesita algo. Tiene mitarjeta y me sentiré ofendido si no lausa.

Sophia le sonrió pero lagrimas semostraron en sus ojos.

—Gracias, Reed. Sé que hiciste tumejor esfuerzo. —Apretó su mano.

—Gracias, señorita Cole —le dijo.No sentía que fuese suficiente,probablemente nunca lo sería.Matthew se giró hacia Sloan y le dio

la mano—. Gracias por toda suayuda también, Agente Sloan.

Sloan levantó su ceja caoba peroagarró la mano de Matthew y laapretó.

—No hay problema, Agente Reed,hágame saber si necesita ayuda conel informe final, me iré a Virginiamañana por la noche pero hastaentonces... mi teléfono estaráencendido. —Ella sonrió y Matthewsintió que su cara empezaba acalentarse.

—Debería tenerlo todo, pero gracias—dijo rígidamente.

—Vosotros dos deberíais follar yacabar con esto —dijo Sophia sinhumor.

—¡Livvie! Quiero decir... vámonos—dijo Sloan.

Matthew no tuvo oportunidad deresponder antes de que las dosmujeres salieran de la habitación.Sonrió para sí mismo y movió sucabeza. Definitivamente iba aextrañar a Livvie y su grosero

sentido del humor. Esperaba quebuscara la ayuda que necesitaba y serecuperara definitivamente algún día.Sería una pena que una personahermosa, inteligente y valienteperdiera su fe en el futuro.

Matthew tomó su grabadora y laapagó. Era un artilugio arcaicoconsiderando que todo en esahabitación estaba grabado por lascámaras de vigilancia. Pero a él legustaba tener su propia evidencia, lascosas tendían a perderse. La colocóen su maletín junto con sus archivos y

se dirigió a la puerta.

Mientras caminaba hacia el ascensor,vislumbró a “Sophia”intercambiando un abrazo llorosocon su madre. A Matthew no leagradaba esa mujer después de todolo que había aprendido sobre ella.Estaba feliz de que finalmente obtuviera la oportunidad de ver a suhija y tal vez disculparse por todo loque le hizo pasar. Como parte delacuerdo, la familia de Sophia seríareubicada y a su madre le ofreceríanformación y empleo. Era más de lo

que merecía según la estimación deMatthew.

Matthew estaría de regreso a unapartamento vacío en el sur deCalifornia hasta que fuese asignado aun nuevo caso. Esperaba que sediferenciara mucho de este y estabaseguro de que así seria. Mientrastanto, había decidido que no serendiría hasta entrar en contacto conDemitri Balk. El tipo estabainvolucrado y a pesar de que toda laevidencia indicaba lo contrario, noera intocable. Tal vez, con el pasar

del tiempo, él también le llevaría aMuhammad Rafiq y al resto de suscómplices.

James Cole merecía justicia.

Capítulo 27

No quiero venganza, Caleb. No

quiero terminar como tú, dejandoque una maldita vendetta dirija mivida. Sólo quiero mi libertad.Livvie.

Día 287: Kaiserslautern,Alemania.

Había aprendido de la manera difícilque no había futuro cuando lo únicoque podía ver era la venganza. Laúnica cosa que la venganza le habíadado era un breve momento desatisfacción, seguido de un abismal

vacío. Quería sentirse completo envez de vacío, amado, en lugar detemeroso.

Amor, se recordó Caleb. El amor erael propósito de todo esto. Habíaestado soñando con este momentopor casi un año, pero ahora que sumomento había llegado, vaciló.¿Sería lo correcto? ¿Debería tomarsu propio consejo: seguir y nuncamirar hacia atrás? No estaba seguro.

Como entrenador de esclavos, habíaentrenado al menos a una veintena dechicas. Algunas habían estado

dispuestas, ofreciéndose a sí mismascomo esclavas del placer paraescapar de la miseria, sacrificandolibertad por seguridad. Otras habíanvenido a él como hijas obligadas decampesinos pobres que buscabandeshacerse de una carga a cambio deuna dote. Algunas habían sido lacuarta o quinta esposa de los jequesy los banqueros, enviadas por susmaridos para aprender a satisfacersus distintos apetitos. Habíaentrenado a tantas, que habíaolvidado sus nombres.

Ahora los sabía todos de memoria.Ojal Nath había terminado enTurquía, su Amo había muerto yterminó siendo propiedad de su hijo.Caleb había pagado el rescate de unrey para liberarla. Estaba a salvo encasa con su familia, y tenía el dinerosuficiente para mantenerse a símisma y a su pequeña hija.

Había sido demasiado tarde parasalvar a Pia Kumar, que había estadomuerta desde hacía cinco años.Había sido golpeada hasta la muertepor la nueva esposa de su Amo.

Caleb se había asegurado de enterrara los dos juntos. Vivos.

Isa Nasser, Mazin Naba, y AwadJamila, se habían negado a sulibertad. Habían llegado a él por supropia voluntad desde un principio yvivieron felices con sus respectivosAmos-esposos. Habían estado másaterrorizadas de Caleb que depermanecer en su servidumbre. Leshabía deseado el bien y se habíacomprometido a mantener un ojosobre ellas.

Sus años pasados con Rafiq le había

construido una reputación y Caleb seaprovechó del miedo que habíacultivado como el discípulo fiel deRafiq. Una gran cantidad de sangrese había derramado en los últimosdiez meses, alguna de ella tambiénpertenecía a Caleb, pero no compróla redención. Caleb sabía que nuncapodría ser redimido por lo cual habíahecho las paces con eso. No podíacorregir los errores, pero podíaofrecer un futuro mejor a los quehabía hecho mal por el bien de supropio egoísmo.

No se trataba de venganza. Calebhabía tenido venganza suficiente paradurar varias vidas. Las cosas quehabía hecho a Rafiq y Jair en Méxicono le habían dado consuelo. Lehabían dado pesadillas. La venganzaen Caleb, se había convertido enamor. Amaba a Livvie. Medianteella, había aprendido lo que el amorpodía lograr que hiciera una personay eso lo guió hacia adelante. Ella lehabía dado un regalo y aunque no selo merecía, trató de asegurarse deque no había sido en vano.

Su trabajo estaba lejos de haberterminado y permaneció dedicado asu tarea, pero el camino era largo yCaleb era un ser humano. Había unagujero en su corazón y cada díacrecía, amenazando con tirarlo a unpozo de desesperación.

Caleb, vigilando en diagonal hacia lacalle de enfrente, miró a la chica quehabía estado observando durante losúltimos treinta minutos. Su peloestaba recogido lejos de su cara, ungesto fruncido se dibujó en su bocamientras miraba fijamente el

ordenador portátil puesto en la mesa,delante de ella. Se removía a veces,aludiendo a un sentido de inquietudque no podía ocultar. Se preguntó porqué parecía tan ansiosa. Mientrasmiraba su hermoso rostro, se sintiórebosante de esperanza y ardiendo devergüenza.

Después de México, Caleb habíaviajado más lejos y más al sur, hastaque pudo reservar un pasaje a Suiza.Le gustaba Zürich, le gustaba sudiversidad y riqueza, y sabía quenadie lo notaría allí. Había estado

invirtiendo en bienes de consumo ytenía suficiente dinero ahora paravivir a su antojo y viajar por elmundo liberando a las mujeres quehabía hecho daño. Aun así, no estabaen su naturaleza seguir siendomiserable, y por eso, había buscadoa Livvie.

Al principio, había un montón deinformación. Simplemente habíatenido que encender su ordenador yfiltrar a través de las decenas denoticias de las semanas siguientes asu rescate. Las cosas no habían sido

fáciles para Livvie una vez que habíacruzado la frontera. Había sidoblanco de los medios decomunicación, hambrientos depolémica. La siguieron en cadamovimiento, y su renuencia a hablarcon la prensa sólo la convirtió en unblanco más atractivo.

Su hermoso rostro había iluminado lapantalla de su ordenador, pero todolo que había averiguado era que sehabía negado a hablar con nadie.Parecía triste, y su corazón estabadolido porque sabía que era su culpa.

Luego, después de unas semanas dereportaje, Livvie aparentementehabía desaparecido.

Caleb había llamado al banco enMéxico y fue informado de que lacuenta que había establecido estabacerrada desde hacía varios mesesatrás. La persona que había cerradola cuenta no había dejado ningúnmensaje en el banco.

Su próximo plan de ataque había sidoencontrar a Livvie a través de sufamilia. Caleb sabía que el FBIestaría manteniendo una estrecha

vigilancia sobre Livvie y habíadecidido contratar a un investigadorprivado a través de internet. Lafamilia de Livvie se había ido y elinvestigador privado que habíacontratado no podía proporcionarleninguna respuesta. En cambio, elinvestigador había pedido reunirseen persona, y Caleb había cortadotodas las comunicaciones.

Casi había perdido la esperanza deencontrarla hasta que se acordó deque había tenido una amiga llamadaNicole. Caleb no sabía el apellido de

la chica y había tenido que ir aencontrarla él mismo. Estabaasistiendo a la universidad enCalifornia. La había seguido durantesemanas, pero no había visto ningunaseñal de Livvie.

Su oportunidad no llegó hasta queNicole dejó su ordenador portátildesatendido mientras se iba a jugar aUltimate Frisbee{26} con sus amigos.Caleb simplemente pasó por delantede la mesa llena de sus pertenenciasy tomó el ordenador juntamente conotros objetos de valor que podía

agarrar en pocos segundos. Queríaque pareciera un robo en general.

Livvie no había sido fácil deencontrar y en un primer momento sehabía alegrado. Sin embargo, en losmeses que habían pasado, se habíaconvertido en una obsesión sabercómo estaba. El portátil de Nicoleera la mejor oportunidad de hacerlesaber cómo le había ido a Livvie. Sehabía dicho que sólo queríaasegurarse de que estaba a salvo yfeliz, pero en el fondo de su mente, élconocía la verdadera razón por la

cual quería volver a encontrarla.

—¡Soy tuya! ¿No es eso lo quedijiste? ¿No es lo que meprometiste? ¡Lo que juramos!—había gritado ella.

De vuelta en su hotel, había abiertoel portátil con dedos temblorosos yel corazón acelerado. Al principio,había pensado que era otro callejónsin salida, pero luego se dio cuenta

de que Nicole había estado tratandode hacer contacto con alguienllamada Sophia, desde hacía bastantetiempo. Siguió el rastro, abriendocada mensaje que Nicole habíaenviado hasta que por fin, llegó a uncorreo electrónico de Sophia.

A: Nicole <whitefish4568@...>

De: Sophia <cleverkitten89@g...>

Asunto: Re: ¿Dónde diablos estás?

23 de diciembre 2009

Hola chica, ha pasado tiempo, nohas tenido noticias de mí... Lo sé. Losiento. Mientras escribo esto, sé quetienes todo el derecho de golpear elbotón de borrar, pero espero que almenos me escuches. Es casiNavidad, y me siento sola. Te echode menos. Echo de menos a mifamilia (nunca pensé que diríaesto).

He estado vagando por Europa,viendo todas las cosas que la

mayoría de la gente no llega a veren toda su vida. ¿La verdad? Notodo es tan bueno como pretendeser. Los franceses son realmenteidiotas. No te recomendaría venir amenos que hables con fluidez elfrancés, porque son bastantehorribles para los turistas. Para serla ciudad del amor, es malditamentesolitaria. Tuve que subir por lasescaleras hasta la Torre Eiffel ycuando por fin llegué a la cima medi cuenta de que no tenía a nadiepara compartir el momentoconmigo. Quiero decir, que estaba

lleno y la gente se empujaba y lavista era realmente preciosa, peroestando sola, era sólo otro edificioalto. Alguien robó mi cartera y nome di cuenta hasta que traté deconseguir algo de la tienda deregalos.

Inglaterra es súper caro. ¿Sabíasque cada libra es como dos dólares?No me quedé allí mucho tiempo. Eldinero que tengo es genial, pero nova a durar para siempre si no cuidocómo lo gasto. Lo único bueno deInglaterra es que la gente es mucho

más amable, pero los hombres merecuerdan un poco demasiado a yasabes quién. El acento me da ganasde llorar.

Lo echo de menos, Nick. Sé que esestúpido, pero lo hago. Creo que espor eso que no podía hablar connadie después de dejar el hospital.No pensé que lo entenderías. No esque no confíe en ti, lo hago. Es quelo amo, mientras que todos losdemás lo odian y no puedo lidiarcon eso.

Algún día, voy a estar lista. Algún

día, voy a dejar de amarlo y verlodonde quiera que vaya. Voy a dejarde oír su voz en mi cabeza y soñarcon sus besos cada noche. Algúndía, voy a ser capaz de ver las cosascomo debería y odiarlo por todo loque me hizo pasar, pero no hoy. Nimañana.

Estás enfadada conmigo y créeme,lo entiendo. Yo estaría enojada sidecidieras desaparecer de la faz dela tierra y no responder a mismensajes, pero necesitaba tiempo.Todavía lo necesito. Si no estás allí

para mí cuando te llegue esto, loentenderé. Sólo quiero que sepasque te quiero y que nunca quise quelas cosas fueran así entre nosotras.Si no se de ti, que tengas una FelizNavidad.

Abrazos,

Sophia.

Caleb buscó en los demás mensajes,pero no encontró ninguno después delcorreo electrónico de Livvie. Al

parecer, Nicole había seguidoadelante, y Livvie se lo habíapermitido. Tal vez, pensó Caleb,debería hacer lo mismo con Livvie,pero su corazón la reclamaba.Necesitaba saber si ella todavía loamaba, o si había estado en lo ciertoy todo lo que había sentido por él sehabía basado en su necesidad desobrevivir.

Había agonizado sobre si debía o nobuscarla. Sabía que su respuestapodría acabar con él, pero necesitabasaberlo. Necesitaba saber si sufría

sin él, tanto como él padecía sin ella.Si lo amaba, quería pasar el resto desu vida tratando de ser digno de ella.Si no lo hacía, al menos podíaencontrar consuelo en saber quehabía tomado la decisión correcta aldarle su libertad.

Caleb miró a la chica sentada fuerade la cafetería. ¿Acaso podríaconocerla más? ¿Podía ella sentirque la vida de él colgabaprecariamente de un hilo? ¿Podíasentir sus ojos sobre ella? ¿Tenía unsexto sentido para los monstruos? El

pensamiento lo entristeció.

Había estado aquí antes. Había hechoesto antes. No debería estar mirando.No debería estar pensando en símismo metiéndose de nuevo en suvida. Todavía tenía trabajo quehacer, liberar a las mujeres de laesclavitud que había sometido avivir.

Miró a la chica por última vez.

Te quiero, Livvie.

Puso la llave en el contacto y se fue.

* * * *

Día 392: Madrid, España

Es sólo una sensación, pero heestado teniéndola un tiempo. Alguienme ha estado observando. He estadoen contacto con Reed y élobedientemente puso algunas antenaspara saber si podría estar en peligro.Se supone que me encuentro con élen pocos días, con el pretexto deseguir un caso de falsificación.Mientras tanto, quiere que mecomporte con normalidad. No quiere

que quienes sean los que esténsiguiéndome sepan que sé sobreellos.

Reed dice que ha escuchado informesde alguien dirigiendo a los sociosconocidos de Rafiq. Rafiq ha estadoausente durante más de un año y sugobierno no está muy feliz por eso.Piensan que el FBI tiene algo que vercon su desaparición. Por supuesto, nopueden probarlo. Sin embargo Reedno parece demasiado errado sobreeso. El culpable aparentemente esalgún tipo de vigilante. Había

liberado a dieciocho mujeres de laesclavitud sexual.

Cuando me enteré de la noticia,inmediatamente pensé que podría serCaleb y mi corazón se sintió como sialguien lo hubiera apretado en unpuño. Reed no lo dice, pero penséque también podría sospechar queera Caleb. Fue la forma en que mepreguntó si tenía alguna idea de quiénpodría ser el responsable, o sialguien se había puesto en contactoconmigo.

—James Cole está muerto —yo

había susurrado.

—Sí —respondió Reed—. Esperoque tenga el suficiente sentido comúnpara permanecer de esa manera.

Deseo estar de acuerdo con Reed,pero en mi corazón, sé lo querealmente quiero. Quiero que seaCaleb. Quiero saber que está vivo.Quiero saber que está ahí tratando decorregir algunos de sus errores. Másque nada, quiero ver a Caleb denuevo.

Había contemplado suicidarme desde

el principio, pero luego oía la voz deCaleb en mi oído, diciéndome quesobreviva, que ese era el camino delos cobardes. Por lo tanto, habíatomado el dinero que Caleb habíadejado para mí y había decidido verlas partes del mundo que había oídohablar tanto y que pensé nuncapondría ver con mis propios ojos.

El año pasado ha sido un torbellino.Había perdido tanto y sólo ahora hecomenzado a obtener algo de vuelta.Hasta la fecha, he visto cuatro de lassiete maravillas, y tengo planes para

ver las pirámides antes de quetermine el año. Tengo un empleo,trabajando como camarera en unApplebee{27}. ¿Quién viene aBarcelona para comer en unApplebee? No me importa, sinembargo, es un trabajo que paga pormis clases en la UniversidadEuropea de Barcelona, donde estoyestudiando escritura creativa.

No me gusta depender del dinero deCaleb, así que tengo un asesorfinanciero que invierte por mí y seocupa de mis asuntos. Cada mes,

recibo una remuneración generosapara complementar mis ingresos detrabajo como camarera.

Las cosas estaban realmente difícilesal principio, pero conseguí que seanmás fáciles tomando mi vida ydividiéndola en pequeños pasos. Medespierto, tomo una ducha, me lavolos dientes, me visto y voy a trabajar.Conozco personas e incluso heconseguido hacer algunos amigos.Conocí a Claudia y a Rubio en la filapara una proyección de The RockyHorror Picture Show . Claudia se

había vestido como Colombia, y sunovio como Riff Raff. Yo no medisfracé.

Son grandes amigos. No hacenpreguntas sobre mi pasado y noofrezco ninguna información. Sobretodo, nos gusta pasar el rato despuésde trabajar y beber una jarra desangría fuera de El Gallo Negro.Sirven la mejor paella de pollo ypescado que he encontrado en algúnlugar. Después de saciarnos, solemosir a ver la película más reciente ovamos a mi casa y jugamos Rock

Band con mi PlayStation.

Mis amigos no pueden preguntarsobre mi pasado, pero siempre estáninteresados en mi presente y futuro.A menudo tratan de tenderme unatrampa con sus otros amigos, pero meresisto firmemente. No es que noquiera un novio, lo hago, pero noestoy lista.

Caleb todavía llena mis sueños y élempieza todas y cada una de misfantasías. Todavía tengo la foto queReed me dio, y así, puedo imaginarsu rostro con toda claridad cuando

me toco. A veces suave y lento,alcanzando el clímax igual que unose despereza después de una buenasiesta. A veces, me gusta que searápido y duro. Pellizco mis durospezones y froto mi clítoris mientrasempujo mis dedos profundamentedentro de mi coño y juego con laspalabras de Caleb en mi cabeza.

—¿Te gusta eso, Mascota? —pregunta.

—Sí, Caleb —respondo.

Nunca les menciono a Caleb aClaudia o a Rubio. Mis recuerdos yfantasías son mis propios asuntos,pero creo que Claudia puede decircuánto extraño a Caleb. Sonríe yalcanza mi mano. Me recuerda queno es necesario estar sola.

He estado pensando acerca de Calebcon más frecuencia en los últimosmeses. Desde que me pareció sentirsu mirada en mí un día fuera de uncafé en Alemania. Había estado

sentada fuera, escribiendo en miportátil. Por otra parte, yo habíaestado escribiendo sobre él.

He estado escribiendo nuestrahistoria durante más de un año, todoslos detalles que puedo recordar. Séque no debo hablar de lo que pasó enpúblico, pero se me ocurrió que unascuántas personas querrían escucharmi historia. ¿Por qué no debería sercapaz de contarla? No soy unacompleta idiota. He cambiado todoslos nombres y ubicaciones. Hedecidido vender el libro como

ficción. Y, por supuesto, tengo unseudónimo. Lo importante para mí esque la gente lo lea y quizás entiendapor qué todavía estoy enamorada delhombre que me mantuvo prisionera.

Lo sé todo sobre James Cole. Reedpuede ser un imbécil, pero sucorazón normalmente está en el lugarcorrecto. Me dijo todo lo que pudo.He deducido el resto. Al principio,me sentía destruida por todo lo quehabía sabido. Había llamado a Calebun monstruo, pero él sólo habíaestado haciendo las cosas que le

habían enseñado a hacer.

A menudo pienso en el día en queentró en la habitación, cubierto detierra, manchado de sangre, ydevastado por todo lo que habíahecho para llegar de ese modo. Nohabía duda en mi mente que habíamatado a Rafiq. Sólo deseo quehubiera sabido que sus lágrimashabían sido en vano. Me pregunto sila razón por la que Caleb me rechazófue porque se sentía culpable por loque había hecho a Rafiq parasalvarme. Tal vez, si hubiera sabido

que Rafiq era un verdaderomonstruo, me hubiera llevado con élen vez de echarme de su vida. O porel contrario, tal vez no.

—Tienes esa mirada de perdida enel espacio de nuevo —dice Claudiamientras toma asiento frente a mí enla mesa—. Un día vas a tener quedecirme de qué se trata. Sé que tieneque ser un chico. —Ella mueve suscejas hacia arriba y abajo.

Le sonrío

—Llegas tarde. ¿Dónde está Rubio?

—Se encontró con su amigo,Sebastián. Creo que van a estar aquíen un momento.

—Claudia —gimo—. ¿Cuántas vecestengo que decírtelo? No estoyinteresada en volver a salir connadie.

—¡No es nada! Te juro que fue unaccidente total. Estábamos de caminoaquí y lo encontramos con los demás.—Rápidamente se sirve un vaso desangría y empieza a beber. Es unamentirosa terrible—. Además, es una

preciosidad. Es un estudiante de laEUB y quiere ser artista. Es buenotambién, Rubio y yo vimos algunasde sus pinturas.

—Tengo que irme —digo y empiezoa recoger mis cosas. Definitivamenteno estoy de humor para tratar conotra cita a ciegas accidental.

Claudia pone los ojos en blanco y metira de nuevo hacia mi asiento.

—No seas descortés, Sophia. Rubino te citó con un troll. Vamos,quédate a una ronda.

—Entonces, es una cita —le frunzoel ceño a Claudia y ella incluso no seruboriza.

—Sí, está bien, lo es. Somoshorribles amigos por querer vertefeliz. —Ella sacude sus manos en elaire con sarcasmo.

—Soy feliz, Claudia. Estaría muchomás feliz si dejarais conseguirmecitas. —Cruzo los brazos sobre elpecho, pero sé que no puedo estarenojada.

—Disculpa, Sophia —interrumpe el

camarero. Su nombre es Marco yconoce a nuestro pequeño grupobastante bien. Me invitó a salir unpar de veces, pero siempre le digoque no.

—¿Qué pasa, Polo? —digo con unasonrisa. Él aborrece su apodo.

—Muy graciosa. Alguien me pidióque te diera esto —dice y me entregauna hoja de papel.

—Ooooh, ¡un admirador secreto! —dice Claudia. Tanto Marco como yonos sonrojamos, pero sólo Marco

tiene el lujo de alejarse de unasituación incómoda.

—Eres una idiota, ¿lo sabías? —ledigo a Claudia, pero ella sólo sonríe.

Abro la nota y sólo tengo que leer laprimera oración para saber de quiénes.

No me puedo imaginar lo que debespensar de mí...

Me pongo de pie tan rápido, quederribo la jarra de sangría y se haceañicos en el suelo. Mi corazón late a

un ritmo frenético, pero familiar.Claudia está de pie, tratando de quela note, pero estoy demasiadoocupada escaneando la multitud porél. Está aquí en alguna parte. ¡Estáaquí! No lo veo y me dan ganas degritar. No puedo perderlo de nuevo.¡No puedo! Ya hay lágrimas en misojos. Miro hacia abajo en la nota:

Y no espero que me hayasperdonado. Aun así, egoístamente,tengo que preguntarte, ¿estáscontenta por haberte hecho salir del

coche? ¿Estaba bien? ¿Todo lo quesentías por mí fue a causa de mimanipulación? Si es así, por favor,quiero que sepas que estoyprofundamente arrepentido. Jamáste volveré a molestar. Juro quenunca tendrás motivos paratemerme. Pero si me he equivocado,si todavía te importo, ¿te reúnesconmigo? Paseo de Colon, torreSant Sebastiá, ocho en punto de estanoche.

-C

—Me tengo que ir, Claudia —ledigo.

—¡Espera! ¿Qué ha pasado?Háblame, Sophia —Claudia gritadetrás mío.

Ya voy a mitad de la manzana.Mientras corro, miro a mi alrededor.¿Me está mirando? ¿De verdad es él?¿Debo llamar a Reed? Podría ser unatrampa, pero no lo creo. Sólo Calebsabría acerca de nuestra últimaconversación. Es él. Lo siento en mis

malditos huesos.

Estoy llorando para cuando llego ami apartamento. Miro el reloj. Sonsólo las cuatro. Tengo cuatro horasenteras para esperar. He esperado unmaldito año entero, pero estasúltimas cuatro horas van a ser unatortura.

Epílogo

James tragó saliva densamentemientras miraba las palabras en lapantalla.

Mientras caminaba pude sentir susojos clavados en mí de la manera enque siempre pude sentirlos.Lágrimas cayeron sin vergüenza pormi rostro, pero no intentélimpiarlas. Me había ganado esas

lágrimas y pensaba llevarlas comosímbolo de todo lo que habíapasado. Ellas representaban todo eldolor que había sufrido, el amorque sentí, y el océano de pérdidaque inundaba mi alma. Finalmentehabía aprendido a obedecer y nuncamirar hacia atrás.

FIN

Al final Sophia había escrito unagran historia de amor trágica, peroera una historia de amor de todos

modos. Había sido muy generosa conél, pintando una lejana y mejorpintura del hombre que había sidoque el que sería. Había estadotrabajando durante semanas, retenidaen su pequeño cuarto de la planta dearriba. No le permitió estar ahí, y apesar de que no le gustaba, respetólos deseos de Sophia. Respetó todossus deseos esos días.

Hacía varias horas, que había voladohacia la cocina y arrojó los brazosalrededor de él.

—¿Por qué estás sonriendo, Gatita?

¿Al final terminaste? —preguntóJames.

—¡Sí! Terminé —dijo ella ycontinuó con un pequeño baile.Inmediatamente le había arrastrado ala planta de arriba y le plantó enfrente del ordenador portátil para quepudiese comenzar a leer. No habíaotra silla, así que ella había caído derodillas y apoyado su cabeza en lasrodillas de él.

Mientras leía, le acarició el pelo.James había estado asustado de leer

todo el punto de vista de Sophia,pero estaba orgulloso de lo que habíahecho y descubrió que Sophiarecordaba todo. Ella le amaba,estaba seguro de ello y mientrastodavía no pensaba que lo merecía,no obstante estaba feliz por ello.

Una vez más vio su forma de dormir,incapaz de resistirse a apartarle elpelo de la cara y ponerlo tras suoreja. Su boca se aflojó, y estabaseguro de que había babeado sobreél, pero no importaba. Era la cosamás hermosa que había visto. No

podía evitar acariciarla. Amaba lossuaves ruidos que hacía cuando lohacía. No la merecía. Nunca lo haría.

Había estado con él durante más deun año, y en secreto siempre esperóque se cansara de él y decidieradejarle. A menudo le decía que leamaba, y cada vez, lo reducía a sunúcleo. No se merecía su amor. Nopodía atreverse a fingir que lomerecía.

Cuando había entendido que ellahabía estado escribiendo la historiade ambos, la ayudo de cualquier

manera que pudiese. Fue su salidatanto como la de ella. Necesitabaverlo en blanco y negro, el dolor quela traspasó, el monstruo que habíasido. Nunca quiso olvidar lo quenunca podía permitirse a sí mismoser otra vez.

Desde la noche que Sophia se habíaencontrado con él en el Paseo, lanoche que él había decidido dejartodo atrás e integrarse en la sociedaddominante, mucho en él habíacambiado. Lejos de los horrores desu juventud, lejos de la sangre y la

venganza, sólo era... James.

Al principio, no había tenido idea dequé hacer consigo mismo. Todo a sualrededor, la auténtica vida estabasucediendo, y él era un espectador.¿Qué sabía sobre conocer a personasen cafés? ¿Acerca de comprarcomida?

Pero en la noche, en la oscuridad,cuando descubrió que no podíadormir porque el mundo de repentese sentía muy grande... ahí estabaSophia.

Cada vez que pensaba en escapar yvolver a la vida que conocía,pensaba en el día en que le habíadado la nota. Ella se había echado allorar y se alejó del café. Habíapensado que llamaría al FBI y habíaestado preparado para ir a prisión sieran los únicos que se encontrabancon él en el Paseo.

En vez de eso, ella se había reunidocon él allí. Permaneció de pie,viéndose como una Diosa entreplebeyos. Su pelo caía en suavesondas por su espalda,

ocasionalmente levantado por labrisa. Llevaba un vestido negro queabrazaba sus pechos y desnudaba suespalda. También llevaba unostacones increíblemente altos. Eranpeligrosos, considerando las callesempedradas. Ella había querido quesupiera que era una mujer maduraque no le tenía más miedo.

Se acercó a ella a través de la calle.Estaba nervioso. Vestía pantalonesvaqueros y un jersey de cachemiranegro. Las mangas estaban subidashasta sus antebrazos. Quería que

supiera que era diferente. No queríaherirla más.

Ella estaba de espaldas a él mientrasse aproximaba, pero de repente labrisa murió y se giró cuando escuchósus pasos acercándose.

No había habido palabras.Simplemente permaneció de pieenfrente de ella con las manos en losbolsillos. Él contuvo el aliento y,durante un momento, ella sólo lemiró fijamente. Dio un paso máscerca y él casi dio un paso haciaatrás, pero no lo hizo. De repente

ella estaba muy cerca y no pudoevitar inhalar su aroma y cerrar losojos. Ella acarició su camisa y tiróde él hacia abajo. Su cabeza le dabavueltas. Entonces le besó, y era todolo que necesitaba ser dicho.

Se trasladó a Barcelona, así ella aúnpodría ir a la universidad. Nuncahabían hablado del pasado. Cuandolas personas les preguntaban cómo seconocieron, ella se apresuraba ainterceptar la pregunta y responder.Se habían conocido en el Paseo deColón.

Cuando hacían el amor se sorprendióal descubrir que los gustos de Sophiahabían evolucionado. Quería que laazotara. Quería que le atara losbrazos. Primero se sintió enfermopor eso. Sus inclinaciones eranobviamente culpa suya. Aun así, susjuegos le excitaban hasta el punto deldolor físico.

Se sentía malvado, pero lo queestaba hecho estaba hecho, y ahoraharía todo lo que pudiese para darlea ella lo que quisiese. Le debíamucho. Además, no siempre era

brusco. A veces era vainilla... y a éltambién le gustaba eso.

Con cuidado, James levantó a Sophiaen sus brazos y la llevó a suhabitación. La tendió en la cama,sonriendo mientras se desplazabaalrededor buscando alguna formapara ponerse cómoda. Se desvistió yse metió en la cama al lado de ella.Solo tocarla le ponía duro. Le debíamucho.

De repente se abrumó, la apretóimposiblemente fuerte. Ella gimió yse quejó hasta que sus ojos se

abrieron y miró fijamente arriba a lacara de él.

—Oh, Dios mío, ¿qué va mal? —preguntó y acarició su angustiadacara.

—Te amo —susurró él.

—Yo también te amo —replicó ella.Los ojos de Sophia se llenaron delágrimas y ladeó su cara hacia la deél.

Le beso tan apasionadamente, tandulcemente, que James pensó que si

ella nunca le besaba de nuevo, eseera el beso que siempre querríarecordar.

Fin.

4 de Julio, 2012

6:53 pm.

Créditos

Moderadora de Traducción Moderadora de Corrección

Lady_Eithne Lsgab38

Traductoras Correctoras

Judithld Vickyra

Lady_Eithne Juli_Arg

Carasole Noebearomero

Eliana Eneritz

Tersa Karina_Matthew

Cpry Eliana

Angie Anaizher

Xasdram Wanderer

Zyan Angeles Rangel

Maryjane Samylinda

C_Kary Gabymart

Darklover

5hip Recopiladora

Ivi04 Lsgab38

Katiliz94

Diseñadora Revisión final

Francatemartu Lady_Eithne

Acerca del Autor

A CJ Roberts se le da fatal referirsea sí misma en tercera persona, perolo intentará.

Nació y se crió en el sur deCalifornia, después de la escuelasecundaria, se unió a las FuerzasAéreas de EE.UU. en 1998, sirviódiez años y viajó por el mundo. Suparte favorita de viajar es buscar enlos suburbios de las ciudades.

Está casada con un hombremaravilloso y talentoso que nunca

deja de impresionarla y tienen unahermosa hija.

También ha auto publicado unahistoria corta en Amazon, tituladaManwich, bajo el nombre de JenniferRoberts.

Próximamente

03-Epilogue: The Dark Duet

Nota de la autora (febrero de

2013):

He estado trabajando en una novelacorta para acompañar a The DarkDuet, llamada Epilogue: The DarkDuet. La historia está contada desdeel punto de vista de Caleb y suponeun desvío de mis dos librosanteriores ya que se trata bastante deCaleb hablándole directamente allector.

Desde que salió Seduced in the Darkhe sido inundada con emails, tweetsy post de Facebook preguntándome

mucho acerca de Caleb y Livvie.Intenté resistir. LO PROMETO, lohice, pero la verdad es que yotambién echaba mucho de menos alos personajes. No habrá ningunanueva revelación. El final deSeduced in the Dark permaneceintacto. Es simplemente una versiónmucho más sustanciosa, llena demomentos íntimos y luchas quemantuve “fuera de la pantalla”.

Mi plan original era escribir un libropara el Agente Reed, mi personajespin-off de The Dark Duet. Podéis

estar seguras de que todavía planeoescribirle al delicioso Agente Reedsu propio relato. Sin embargo, miprimer amor siempre va a ser Caleby si soy realmente honesta conmigomisma, todavía hay mucha historia alfinal del libro dos. No mucha, perosuficiente para revisitar a esos dos.

Así que, ¿por qué no la escribí?

Bueno, el libro ya tenía sobre 500páginas. No tenía suficiente para untercer libro, pero el segundo yaestaba lleno a reventar. Caleb yLivvie habían hecho el camino de ida

y vuelta desde el infierno, ¿qué máspodía hacer por esas pobres almas?La acción estaba terminada, elargumento revelado, así que escribíel final e intenté hacer lo mejor quepude sin prolongarlo más de lonecesario. La brevedad nunca fue unade mis virtudes.

Pero una novela corta no es unanovela. Son sólo 100 páginas ydefinitivamente tengo 100 páginasque valen la pena escribir sobreCaleb y Livvie. Este epílogo esrealmente para los fans de la serie.

La gente a la que no le gustó o que loleyeron con el mero propósito dedestriparlo lo van a odiar, pero ellosno son mi audiencia. Para los fan deesta serie, sospecho que se sentiránigual que yo mientras la escribo (¡ypodéis apostar vuestros culos quesigo escribiendo!): es como visitar aviejos amigos.

Gracias a todos por vuestro apoyoincreíble. ¡Sois los mejores!

La historia está escrita desde el

punto de vista de Caleb y empieza lanoche en que se reúne con Livvie enel Paseo de Colón. Aquí tenéis unpequeño avance.

Capítulo 1

Estoy escribiendo esto porquesuplicasteis. Ya sabéis cuanto amolas súplicas. De hecho,probablemente sabéis demasiadascosas y las sabéis demasiado bien.

Ya deberíais saberlo, no soy el tipode persona que deja salir todos missecretos a la luz pública. Sinembargo, Livvie me ha explicado queescribir su versión de nuestra

historia la ayudó a curarse y yoestaba totalmente entregado a eseesfuerzo. Era lo último que podíahacer, considerando el hecho de quehabía sido el que le había causadotanto daño. Esta historia no tiene elmismo propósito para mí, pero noobstante, aquí estoy escribiéndola.

Ha pasado mucho tiempo desdeCaptive in the Dark, hoy es viernes,8 de febrero de 2013. En mayohabrán pasado cuatro años desde queme senté en aquel turismo con lunastintadas y consideré la idea de

secuestrar a Livvie. Tengoveintinueve años ahora y finalmentelo sé con seguridad. A vecesdesearía no hacerlo, porque tengoque enfrentarme a cumplir treinta enagosto. Livvie es ocho años másjoven que yo, pero no lo sabríais porla forma en que me habla a veces(creo que simplemente le gustaganarse unos azotes). Livvie y yohemos cambiado considerablementedesde las personas sobre las queleísteis. Sin embargo, ya que losuplicasteis con tanta amabilidad, meesforzaré por contaros la historia que

queréis oír.

Antes de que siga adelante, diré unapalabra acerca de los nombres. Eranmuy importantes en los libros deLivvie y vale la pena mencionarlo.Shakespeare preguntó: “¿Qué hay enun nombre?” Yo puedo decirte:muchísimo.

Livvie ahora se llama Sophia.Cambió su nombre cuando entró en elprograma de protección de testigosen los Estados Unidos a cambio desu testimonio contra su secuestradory violador (ese soy yo). Sin embargo,

vosotras la conocéis como Livvie yasí continuaré llamándola paravuestro beneficio, pero, porsupuesto, eso nos lleva a la pregunta:¿Quién soy yo?

¿Soy Caleb?

¿Soy James?

A menudo me he hecho esa mismapregunta a mí mismo y siempre vienecon una respuesta diferente. Quizásla única respuesta que pueda serverdadera sea: “Soy ambos.”

Caleb siempre será una parte de mí,probablemente la más grande. Yoquiero ser James.

James es un hombre de 29 años deOregón. Fue criado por su madre ysiempre se preguntó acerca de supadre. Creció con respeto por lasmujeres, pero también una necesidadde mostrar su masculinidad paracompensar la ausencia de su padre.Fue a la universidad pero se tomó untiempo antes de graduarse para irse yver el mundo. Conoció a Sophia en elPaseo de Colón y se enamoró al

instante.

James nunca conoció a nadie llamadaLivvie. Él nunca le hizo daño.

Nosotros sabemos que así no escomo ocurrió. Nosotros sabemos laverdad. Así que, para el propósito deesta historia que me suplicasteis quecontara: Yo soy Caleb.

Soy el hombre que secuestró aLivvie. Soy el hombre que lamantuvo en una habitación oscuradurante semanas. Soy el que la ató aun poste de la cama y la golpeó. Soy

el que casi la vende como esclavasexual. Pero, por encima de todo, yosoy el hombre que ella ama.

Ella me ama. Es bastante enfermizo,¿verdad?

Por supuesto, hay más de nuestrahistoria de lo que se puede presumiren unas pocas frases, pero no sé quédecir para justificar micomportamiento de entonces. Asumoque si estáis leyendo esto, nonecesito dar esas explicaciones.Vosotras ya habéis hecho lasvuestras propias.

Estáis leyendo esto porque queréissaber acerca del resto de la historia.Queréis saber qué pasó esa calurosanoche de verano de septiembre de2010, la noche que me encontré conLivvie en El Paseo. Fue la noche enque mi vida cambió del todo otravez.

No ocurrió exactamente como contóLivvie. Ella ha sido muy amableconmigo en el relato de nuestrahistoria. La verdad es bastante más…complicada.

Livvie os habría dejado creyendoque nos besamos y eso era todo loque era necesario decir.

Deseo que hubiera sido tan simple.La parte del beso es verdad. Mebesó, después de un año entero sincontacto. Un año entero después deque ella matara por mí y yo se lopagara dejándola tirada en la fronteramexicana cubierta de sangre. Mebesó y mi cabeza flotó. Puedodecíroslo sin vergüenza alguna: fueprobablemente lo más feliz que habíaestado nunca.

Luego me abofeteó. Fuerte. Creo quemi cabeza vibró.

Recuerdo agarrarme la cara y pensar:‘Ahora voy a ir a la cárcel.’

—¿Cómo pudiste? —preguntóLivvie. Pude oír el dolor en su voz yme destrozó.

Creí que ella había seguido adelante.Había hecho su vida y yo habíavuelto una última vez para joderla.Fue un minuto que nunca terminaría.En ese simple minuto reproduje enmi mente el tiempo que Livvie y yo

habíamos pasado juntos y mereprendí a mí mismo por siquierapensar que ella podría perdonarmepor las cosas que había hecho.

—No voy a huir, Livvie. Dejaré queme lleven y nunca más me verás denuevo.

No podía mirarla a los ojos. Habíaestado soñando con ella tanto tiempo,imaginando su rostro sonriéndome.No podía soportar verla disgustadaconmigo. No quería recordarla deesa manera.

Lentamente, el minuto más largo demi vida se terminó. No podía oírninguna sirena, no había ningunoshombres aplastándome contra elsuelo y poniéndome unas esposas. Loque era extraño.

—¿No verte nunca más? ¡¿Quéestúpido puedes ser?! No puedessimplemente entrar en mi vida yesperar abandonarme otra vez. No tedejaré, Caleb. No esta vez.”

Y, sí podéis creerlo… me abofeteóotra vez.

—¿Qué diablos te pasa? ¡Deja depegarme! —Finalmente levanté lavista hacia ella, pero era una imagenborrosa. Me golpeó tan fuerte quemis malditos ojos estaban llorosos(No estaba llorando, los ojos estabanllorosos. Creo que todos nosotrossabemos que soy un cabrón y nolloro). Después de que me limpié losojos, pude ver el enfado en los suyos,el dolor, pero también, su anhelo.Por mí. Lo sabía sólo porque podíareconocer su rostro como un espejodel mío propio.

—¿Cómo pudiste dejarme, Caleb?Pensé… pensé que estabas muerto,—gritó. Me envolvió la cintura conlos brazos y me abrazó fuerte. Sesentía tan bien tenerla entre misbrazos otra vez, no podía pensar ennada excepto en la sensación de ellacontra mí.

—Lo siento, Livvie. Lo sientomucho, —susurré contra su pelo. Nopodía creer que estuviera con ellaotra vez. Ni siquiera puedodescribíroslo. Basta con decir que sime hubiese muerto en ese momento,

habría estado bien con ello.

Nos quedamos allí de pie durante unlargo rato. Ella se aferró a mí. Yo meaferré a ella. Dijimos cosas connuestro silencio que no podríamosponer en palabras. Supongo que esoes a lo que se refería ella cuandodijo ‘fue todo lo que era necesariodecir.’

Me sentí en ese momento todas lascosas que solo podía haber sentidocon Livvie: vacío y al mismo tiempolleno hasta reventar. —Te he echadode menos, Livvie. Te he echado de

menos como no podrías creer. —Noquería dejarla ir. Nunca lo quise. Mehabía llevado una eternidad admitirlofinalmente ante ella.

No sé cuánto tiempo estuvimos allíde pie abrazándonos el uno al otromientras los turistas pasaban junto anosotros. Éramos simplemente otrapareja, disfrutando la calurosa nochejuntos. Nadie sabía quiénes éramos opor lo que habíamos pasado parallegar a ese momento. Sin embargo,incluso en esa circunstanciaelegantemente prolongada, supe que

no duraría para siempre. Teníamuchas cosas que decirle a Livvie.Temía las cosas que ella podría tenerque decirme a mí.

La sentí agitarse en mis brazos, sushombros temblando contra mi pechoy supe que estaba llorando. No se lorecriminé. Tenía más que derecho asus lágrimas. Yo,desafortunadamente, no podíaexpresarme de la misma manera.Habían pasado demasiadas cosas enmi vida. Había llorado todas laslágrimas que tenía dentro de mí.

Todo lo que podía ofrecer era fuerza.Podía ser fuerte por ella. Podíaabrazarla, ser su apoyo y cubrirla delas docenas de ojos a nuestroalrededor.

Las mujeres me miraban con furiamientras pasaban. ‘¿Qué hashecho?’ acusaban sus ojos.

Los hombres me lanzaban miradas delástima o sonrisa condescendientes.‘Apesta ser tú.’

Los ignoré. No eran merecedores demi atención.

—¿Puedo sacarnos de aquí? —pregunté. Sentí el suave asentimientode Livvie contra mi pecho. Me apartélentamente, sin estar seguro de siestaba preparado para lo que podríaocurrir a continuación. De pronto, yano importaba. Livvie levantó la vistahacia mí e, incluso con lágrimas enlos ojos, sonreía. Había estadoesperando mucho tiempo por verlasonreír. Había merecido la pena cadahorrible segundo que había estadosin ella.

—Yo también te he echado de

menos. Muchísimo, —susurró y sesecó los ojos—. Lo siento, nopretendía llorar. Es sólo que… ¡estan jodidamente bueno verte!

Y entonces sonreí. Tomé su mano ycaminamos. A mi alrededor, la vidaparecía surrealista. Habría pensadoque estaba en un sueño si no fuerapor la forma en que me dolía la cara.Estuve tentado a decirlo, a hacer unabroma de algún tipo para romper latensión bajo la superficie de nuestraalegría, pero opté por no decir nada.Livvie estaba conmigo y eso era todo

lo que me importaba.

—¿Viniste conduciendo? —preguntó.

—Sí, —repliqué de alguna forma contorpeza—. Fui optimista, supongo.Me imaginé que de cualquier formapodría ser mi última oportunidad deconducir por las calles de Barcelona,o podría estar llevándote de vuelta ami casa con estilo. —Me reí conpoco entusiasmo. Cuanto mástardábamos en llegar a mi coche, másincómoda se volvía la situación.

Livvie dejó de caminar y yo me paré

abruptamente. —No creo que estélista para eso… Caleb. —Miróalrededor como si se estuvieraasegurando de que no estuviéramossolos. Soltó su mano de la mía.

Intenté no dejar que me molestara.Por supuesto, ella debería estaraterrada de ir a cualquier sitioconmigo, pero aun así me dolía.Intenté sonreír tan sinceramente comome fue posible y me metí las manosen los bolsillos. —No tenemos que ira mi casa. Te llevaré a cualquiersitio que quieras ir. Yo sólo…

Mierda, ni siquiera sé lo que intentodecir.

Livvie me dedicó una sonrisa débil,ese tipo de sonrisa que no llega aalcanzar sus ojos. Estaba tan bella, ytan triste. —No sé lo que me pasa.He sido una ruina durante las últimascuatro horas, muriéndome por llegaraquí para poder verte y ahora… —Cruzó sus brazos alrededor de suestómago y levantó una mano paratirarse del labio inferior. Era uno deesos gestos que hacíainconscientemente. Primero se

mordía el labio y luego tiraba de élcon sus dedos. Me recordaba que noimportaba cuánto hubiera cambiadodurante el último año, había cosas enella que nunca cambiarían.

Era natural para ella preguntarse porlas formas en que yo no habíacambiado. Francamente, me llevócada ápice de autocontrol noagarrarla (a veces todavía me pasa).Había llegado tan cerca para tener loque deseaba y en un instante parecíacomo si fuera a terminar inclusoantes de llegar al coche. Quería

agarrarla y obligarla a oírme. Queríasuplicarle si hacía falta. Queríagritarle a la cara que podía cambiar,que podía ser diferente… que ellaera todo lo que me quedaba a lo quepoder aferrarme.

Pero hacer eso, habría sido paraprobarle que no podía confiar en mí.De pronto no confiaba en mí mismo.—Quizás… ¿esto ha sido un error?—eludí. Quería darle la opción, perono estaba seguro de que pudierasoportar escuchar la respuesta.

Ella cerró los ojos y se apretó a sí

misma un poco más fuerte. Sus cejasse fruncieron en lo que interpretécomo tristeza. Su cabeza nególigeramente de un lado a otro.

Lo tomé como una buena señal. Suspalabras no eran una elección, eraninstinto. Me emocionó saber que suinstinto era negar cualquierposibilidad de que reunirse conmigofuera un error. Mis sentimientoshacia ella estaban en la punta de milengua. Había estado reprimiendo laspalabras desde el momento en que lavi caminar saliendo de mi vida y si

ella se hubiera dado la vuelta y mehubiera mirado incluso por un solosegundo, yo no habría sido capaz deresistirme a decírselas entonces.

Te amo.

No estaba seguro de pudiera quererdecirlo en México. No estaba segurode que ella realmente me amase.Pero el abismo que su ausencia habíaabierto en mí no podía ser rellenado.No con venganza, no intentandocorregir mis equivocaciones, no conmujeres al azar, o bebiendo. SóloLivvie podía completarme y tan

pronto como me di cuenta de ello, nopude dejar de buscarla. Me habíaconvertido en un obseso por saber sirealmente me amaba.

—Sé lo que quiero, Livvie. Quieroser parte de tu vida otra vez. Sé queno podemos empezar de nuevo. Séque tienes todos los motivos delmundo para quererme muerto, peroyo…

Colocó su mano sobre mi boca. —No. Tampoco estoy preparada paraeso, —dijo. Casi parecía estar

enfadada conmigo.

Nunca puedo exagerar la profundidady la belleza de los ojos de Livvie.Puedo mirar fijamente en su interiorpara siempre, hasta que me olvide demi propio nombre (lo cual,admitámoslo, no me costaría mucho).

Saqué mi mano izquierda de mibolsillo y cubrí su mano sobre miboca. Besé sus dedos y asentí. Estabacercano a suplicar, mientras pudierahacerlo sin hacer de mí un idiotaarrastrado. Y podría haberlo hechoen un abrir y cerrar de ojos si

hubiera pensado que eso podríahacer que Livvie entrase en mi coche(vosotros y yo sabemos que soy undesvergonzado).

Lentamente, Livvie retiró su mano demi boca y cerró sus dedos alrededorde los míos. Negó con la cabeza ysonrió con arrepentimiento. —Yotampoco sé lo que estoy haciendo,Caleb. He deseado esto desde hacetanto tiempo. He mantenido ciertosaspectos de mi vida a la espera,pensando… esperando que algún díame encontraras de nuevo. Y ahora

estás aquí y tengo que ser honesta…esto me está asustando.

Di un paso más cerca de ella. Meentusiasmé cuando ella no dio unpaso hacia atrás. Su mano estabacaliente sobre la mía y sus labiosrojos simplemente estabansuplicando ser besados otra vez. Meatrapó con la guardia baja con elprimero. Estaba desesperado porhacer que el segundo beso durara.Pero no quería apartarla, no mientrasestuviera tan cerca. —Lo sé. Noespero que confíes en mí, pero,

Livvie, nunca más volveré a hacernada para lastimarte. Sólo dame unaoportunidad de probarlo. ¿Cómopuedo demostrártelo? —No puderesistir la urgencia de acariciar suhombro bronceado. Parecía unaDiosa. Parecía como sexo sobre unaspiernas sedosas. Su lengua de gatita,tal y como la recordaba, lamió sulabio inferior mientras reflexionabasu respuesta—. Me estás matandocon eso, Livvie.

Su cabeza se inclinó hacia un lado.—¿Matándote con qué?

Aproveché una oportunidad y tiré deella un poco más cerca. Saqué miotra mano de mi bolsillo y dejé quemi pulgar recorriera el arco curvadode sus labios. Los dos tragamossaliva. —Quiero besarte otra vez,pero tengo miedo de asustarte y quete vayas. —Di un paso hacia atráscuando ella se tensó—. Así que no loharé.

Era casi más de lo que tenía ganas deconseguir. El hombre impulsivodentro de mí que estabaacostumbrado a obtener lo que quería

a cualquier coste, estaba tentado atomar el control.

Me doy cuenta de que de algunamanera habéis estado tranquilascreyendo que mis más básicasurgencias habían sido sometidas,pero eso no podía estar más lejos dela realidad en ese momento. Habíapasado el año anterior a nuestrareunión corrigiendo viejos errores yen ocasiones eso significó ser elhombre que Rafiq me había criadopara ser.

—¿Cómo me encontraste, Caleb? —

La voz de Livvie era baja y su miedome irritaba porque sabía que ellatenía derecho a él. Se preocupabapor mí. No se habría presentado si nolo hiciera, pero al mismo tiempoodiaba su inquietud.

—¿Qué quieres que diga? Sabesquién soy. Sabes lo que hago. —Solté su mano antes de que tuviera laoportunidad de apartarla de mí otravez. La noche se estaba yendo a lamierda rápidamente. Estaba contentode que no hubiera hecho que mearrestaran, pero realmente no había

planeado un escenario que implicasedeseo y una incomodidad increíble.

—Ey, —susurró—. No queríadecirlo así. Estoy feliz de verte, ¡loestoy! Pero si tú me encontraste…¿qué te hace pensar que otros no loharán?”

Me sentí como un idiota. —No fuefácil. Si no hubiera sido por nuestrasconversaciones, las cosas que sabíasobre ti, no creo que te hubieseencontrado. Estás a salvo, Livvie.Nadie va a venir a por ti. Te lo juro.—No mencioné que habría matado a

cualquiera que se pudiese habermolestado.

—¿Qué cosas? —preguntó. Podía oírla duda en su voz.

—¿Realmente quieres saberlo,Livvie? Porque una vez que lo sepas,no podré retirarlo. —Dejé que misojos se encontrasen con los suyos.Estaba deseando hacer un montón decosas para conquistarla, pero ellatenía que aceptar la dura verdad deque yo no era un hombre que jugasesiguiendo las reglas de la sociedad y

nunca lo sería.

—¿Hiciste daño a alguien? —Susojos me suplicaron que dijera que no.

—No, —dije honestamente. Inclusoconseguí una sonrisa de flirteo.

Me devolvió la sonrisa. —Entoncessupongo que no necesito saberlo. —Alcanzó mi mano y tiró de mí en ladirección en que habíamos estadocaminando.

—Esto todavía no resuelve elproblema de que lo que vamos a

hacer cuando subamos a mi coche.

—¿Tiene palanca de cambio?”

—Por supuesto. ¿Por qué?¿Finalmente has aprendido aconducir? —Me reí con el recuerdode ella admitiendo que no sabíaconducir. Me reí incluso más cuandome frunció el ceño y juguetonamenteme golpeó en el hombro.

—Imbécil.

—Oh, te gusta cuando me burlo de ti.

—No. No me gusta.

—¿Entonces por qué estássonriendo? —susurré las palabras ensu oído mientras caminábamos. Todose puso bien en mi mundo cuando lasentí darme un golpe con su hombro ysu mano sujetó la mía un poco másfuerte.

—Sé conducir. Aunque no soy buenacon las palancas.

—No recuerdo que fueras tan malacon la mía. —Me miró boquiabierta,pero pude ver una sonrisa tirando desus labios. Si hay algo que sé hacer,

es flirtear.

—Te he visto manejar tu palanca,Caleb. Eres mucho mejor en eso queyo. —Mantuvo el contacto visualconmigo mientras yo la mirabafijamente asombrado, pero ellatodavía se sonrojaba con furor.

Intenté hacer que las palabrassalieran de mi boca, pero no pudemanejarlo. Me conformé con sonreíry sacudir mi cabeza. Me había hechosentir incómodo de la mejor forma.Era una habilidad que sólo ellaparecía poseer. Sé que suena infantil,

pero es así.

Finalmente llegamos a mi coche.Estaría mintiendo si os dijera que noesperaba que Livvie estuvieraimpresionada. Si alguna vez habéisestado de pie ante la presencia de unLamborghini Gallardo Superleggeray no habéis tenido una sensación dehormigueo en vuestras partes bajas,es que teníais que ser muy jóvenes,muy viejas o estabais completa yjodidamente ciegas.

—Bonito coche, —dijo.

Podría decir que ella estabaintentando ser indiferente. No lohacía bien. Sabía cómo lucía cuandosu coño estaba mojado. —Esperahasta que estés dentro. Es mi partefavorita. —Y sí, amables lectoras,soy así de jodidamente sutil. No leabrí la puerta del coche, peroconsiderando que estabaacostumbrado a que las mujeres lasabrieran por mí, podemos decir queera un progreso.

Me deslicé contra el suave cueronegro y estiré la mano para alcanzar

el arnés de seguridad de Livvie.Dentro del espacio cerrado delvehículo, su esencia se infiltraba enmis sentidos. Me tomé mi tiempotirando de las cintas cruzando elpecho de Livvie. Pude sentir suansiedad como una caricia física,pero no pensé que tuviera que vercon el miedo.

Estaba a escasos centímetros de suslabios rojos. Estaban ligeramenteseparados. Pude oírla tomar suavesrespiraciones por la boca. Levanté lavista a sus ojos y me di cuenta

inmediatamente de que ambosparecían pesados con el deseo yalerta. Estaba observando cada unode mis movimientos con muchocuidado.

Me incline más cerca de ella. Memoví despacio, dándole laoportunidad de decir que no, o deapartarme. Cuidadosamente, meapoyé contra su puerta con una mano.No quería mi peso sobre ella, aún no.Rocé la punta de su nariz con la mía,urgiendo a su cabeza a inclinarsehacia delante. Sentí su aliento contra

mi boca, más rápido y pesado queantes. Y por fin, observé sus ojoscerrarse mientras se inclinaba haciadelante.

Dejé que la punta de mi lenguarozara su labio inferior,persuadiendo su boca a abrirse. Noquería apresurar las cosas. Bueno,quería hacerlo, pero sabía cuándo nodebía. Quería empujarla contra lapuerta, rasgarle las bragas y embestirdentro de ella, pero sospeché queella no lo apreciaría tanto como yo.Era suficiente en ese momento sentir

sus labios abriéndose para mí. Meacerqué un poco más y ella dejóescapar un suave gemido en mi boca.

Me deseaba. Me deseaba tanto comoyo la deseaba a ella.

La besé durante un largo rato. Nopodía tener suficiente de susgemidos. Me gustaba amenazar conapartarme y hacerle inclinarse haciadelante, persiguiendo mi boca.Estaba muy seguro de que si usabamis habilidades de la forma correcta,podría meter a Livvie en mi cama.Podría ver cada glorioso centímetro

de ella. Saborear su coño en mi bocaantes de envolverme alrededor consus piernas y follarla hasta que ya noquedara semen dentro de mí.

Me oí a mí mismo gemir, pero no meimportó una mierda. No había tenidosexo en meses y el sexo que habíatenido desde Livvie no valía la penamencionarlo o incluso pensar en ello.Me había masturbado antes de venira encontrarme con ella y mis bolastodavía estaban pesadas. Aprovechéuna oportunidad y quité mi mano dela puerta. Me permití acariciarle el

hombro para calibrar su reacción ami caricia.

—Caleb, —suspiró. Se agarró a losbordes de su asiento y empujó supecho ligeramente hacia fuera. Sulengua empujó más fuerte y másprofundo dentro de mi boca.

¡Joder, sí! Quería gritar las palabras.Estiré la mano a su pecho y mi pollapalpitó cuando sentí lo duro que seponía su pezón contra mi palma.Puedo decir que no llevaba sosténbajo su vestido y la fina tela mepermitía sentir cada contorno suyo.

Tan rápidamente como pude,presioné el arnés y liberé las cintas.Tiré de la tela hacia un lado y elprecioso pecho de Livvie apareció ala vista.

—¡Caleb! —No hubo un suspiro estavez. Estaba un poco asustada.

No dejé que eso me detuviera.Todavía podía oír el deseo en suvoz. Palmeé su pecho y puse mi bocaalrededor de su fruncido pezón. Losuccioné con glotonería. Gemí en vozalta y la agarré más fuerte cuando su

grito golpeó el aire y sus manosfinalmente sujetaron mi cabeza paratirar de más cerca.

En algún lugar de mi cabezaconfundida por la lujuria sabía que lasituación no era la ideal. Tan sexycomo puede ser un GallardoSuperleggera, es increíblementeestrecho y ciertamente no erapropicio para el festival de sexo enlugar público que tenía en mente.Tomé cada ápice de autocontrol queno poseía para apartarme deldelicioso pezón de Livvie.

Fue más difícil no volver a él cuandotuve una buena vista de Livviedespués de apartarme. Su cuerpoestaba inclinado en ángulo, su cabezacontra la puerta y su vestido hacia unlado para exponer uno de sus pechos.Su pezón estaba duro y mojado pormi boca. El pintalabios de Livviemerecía un premio porquesorprendentemente se mantenía ensus labios y no estaba embadurnandosu cara.

—Déjame llevarte a casa, Livvie.Por favor. No puedo seguir estando

así de cerca y no estar dentro de tipor más de un puto segundo. —Ahíme descubrí a mí mismo. Le dejésaber exactamente cuáles eran misintenciones.

Recuperó su aliento lentamente. Susoscuros ojos castaños me miraroncon lujuria, pero también parecíahaber un montón de otras emociones.

—¿Qué pasa? Sé que quieres estotanto como yo. —Intenté no sonarirritado, pero era casi imposible nosonar como un cabrón cuando mipolla estaba lo suficientemente dura

como para golpear clavos y esperabatener una mejor función cerebral.

Livvie me miró con cautela.Tristemente, era una expresión queyo había llegado a conocer muy bienen nuestro tiempo juntos. Ellaprobablemente podía decir que yoestaba molesto y eso la estabaasustando. Cuidadosamente se ajustóel vestido y deslizó su pecho otra vezdentro de él. No parecía dejar deestar inquieta y con cada movimientose hizo más obvio que estabareflexionando sus próximas acciones.

Luego, con sus maravillosas tetasocultas a la vista y su atrevidovestido estirado hacia abajo parareflejar una apariencia más recatada,habló, —Quiero hacerte unas pocaspreguntas, Caleb, y necesito que seascompletamente honesto conmigo.¿Puedes hacer eso? —Miró hacia mícon sus tristes ojos marrones.

Nota aparte: ¿las mujeres practicanlas miradas tristes en el espejo? Meparece que todas sois demasiadobuenas y lucís maravillosas ypatéticas al mismo tiempo.

De cualquier modo, no podíanegarme. Me tenía en una situaciónprecaria y estaba deseando hacer loque quiera que fuese para hacerlafeliz de nuevo. Quería la oportunidadde probar las lágrimas de felicidadde Livvie otra vez. —Pregúntamecualquier cosa que quieras saberrealmente. Pero sólo si crees quepuedes aceptar la respuesta. —Nopodía acentuar ese punto losuficiente. No podía pedirmehonestidad y luego odiarme porseguir las reglas. Bueno, podía, peroes una putada hacerle eso a un

hombre.

—Vale, —dijo con resolución—.Conduce y yo haré mis preguntas.

Levanté una ceja incrédulo. —¿Nosería más fácil preguntarme ahora,cuando no tenga que abrirme caminoentre el tráfico? ¿Y a dóndeexactamente quieres que te lleve?

Livvie sonrió coqueta y tímida e hizoque me doliera el pecho. Podía seruna jodida provocadora a veces. —Te quiero distraído, Caleb. Noquiero darte la oportunidad de

moldear tu versión de la verdad.Eres muy bueno con las verdades amedias. Tan sólo conduce dandovueltas y yo te diré cuando parar.Quédate en la ciudad, nada decarreteras rurales. —Estiró la manohacia su arnés y se lo abrochó.

No sabía si estaba ofendido oimpresionado, pero decidí continuarcon la más agradable de las dos.

—¿No confías en mí? —pregunté ysonreí. Ella siempre había sido unafan de mi sonrisa.

—Hasta cierto punto, —replicósuavemente—. Confío en ti losuficiente como para entrar en tucoche, pero no puedes culparme porser cautelosa.

Pude sentir mi rostro y mi cuelloarder. No era inmune a mi culpa. Mesentía culpable por un montón decosas concernientes a Livvie y ellatenía razón. Tenía derecho a muchomás que la cautela. Me aclaré lagarganta para romper la tensión. Meadapté lo más ocultamente que pude,me coloqué el arnés y encendí el

coche.

—¡Guau! —Livvie agarró el asa dela puerta mientras el coche rugía devuelta a la vida y el motor hacía quenuestros asientos vibraran.

Sonreí sabiendo que su coño habíarecibido una pequeña descarga. Misbolas también apreciaron lasrevoluciones por minuto. Salí de miplaza de aparcamiento e intentéconcentrarme en abrirnos paso fueradel tráfico lleno de turistas. En laboca de mi estómago, mi ansiedad serevolvió y amenazó con arruinarme

la cena. —Vale, soy todo tuyo.Pregúntame cualquier cosa que estéspreparada para oír. —Por el rabillodel ojo pude ver una sonrisaformándose en las comisuras de laboca de Livvie.

—¿Eres todo mío? —preguntó.

Miré en su dirección. —¿Lo dices enserio? ¿Esa es tu primera pregunta?Esto debe ser más fácil de lo quepensé. Sí, Livvie, soy todo tuyo. —Le guiñé un ojo por añadidura. Miestómago se sintió un poco mejor

cuando la vi sonreír.

—Es bueno saberlo. Pero no será tanfácil. Cuando me ofreciste llevarme acasa, ¿te referías a mi casa? —Sutono daba pistas de su inquietud.

De pronto supe hacia donde iba a iresta conversación. Sin embargo,había prometido contestarhonestamente y como parte dereinventarme a mí mismo queríamantener mi promesa. —No queríasir a la mía, así que pensé que la tuyaestaría mejor.

—¿Sabes dónde vivo? —acusó.

Puse los ojos en blanco. —Sí.

Se quedó callada un momento, perono podía calibrar sus pensamientosporque tenía que concentrarme en lascalles estrechas e inconexas. —Bueno, —dijo resuelta—. Tienesentido que sepas dónde vivo, estoysegura de que lo averiguaste mientrasme buscabas.

—Así fue. —Sonreí otra vez, pero nopuedo estar seguro de si era genuino.No me gusta contestar preguntas,

especialmente las que suenan comouna trampa.

—¿Hace cuánto tiempo que sabesdónde estoy? —El tono de su voz eramenos que amistoso.

—Livvie, yo...

—Caleb. Lo prometiste.

Rechiné mis dientes. —Lo he sabidohace unas pocas semanas. —Apretélos frenos para evitar golpear a ungrupo de borrachos idiotas quecruzaban la calle. Putos

adolescentes, se creen los dueños delmundo. Bajé mi ventanilla sin pensary les grité—. ¡Salid de la putacarretera! —Uno de ellos me enseñoun dedo y me llamó maricón enespañol—. Te voy a enseñar lo quees ser un maricón, pequeña perra.¡Empezaré jodiéndote la cabeza!

—¡Caleb! —Livvie me gritó y agarrómi brazo. Giré mi cabezarápidamente hacia ella y pude verque estaba un poco más que aterrada.Me irritó más de lo que comprendíen ese momento. Observé como el

grupo de idiotas hinchas de futbolseguían caminando calle abajo.Seguían riéndose y gritándome.Quería dispararle en la rodilla acada uno de ellos.

Un claxon sonó estrepitosamentedetrás de mí. Pisé el acelerador y nospropulsé hacia una rotondademasiado rápido. —Estoy no estáyendo como esperaba, Livvie.Obviamente tienes miedo de mí y yome estoy irritando. Quizás deberíallevarte a casa. —Sentí una punzadaen mi pecho mientras hablaba. No

quería llevarla a casa, al menos nodejarla tirada. Pero no podíasoportar más juegos del gato y elratón. Ese no soy yo.

—Si eso es lo que quieres, entoncescreo que sería lo mejor. —Definitivamente estaba enfadada.

—No. No es lo quiero. No habríapasado por todos esos malditosproblemas para encontrarte si fueraeso lo que quiero. Por favor, séracional.

—Sé racional tú, Caleb. ¿Apareces

de la puta nada y esperas que mecaiga de espaldas y con las piernasabiertas para ti? ¡No! No hasta quesepa qué coño has estado haciendodurante el último año. No hasta quesepa por qué estas de vuelta en mivida y qué esperas de mí.

Bien, eso tenía sentido. Sabía que lotenía. No tenía que gustarme. Mi vidaentera había cambiado. Habíaabandonado todo lo que conocía y loúltimo que quería hacer era hablar deello. ¿Por qué tienen que hablar tantolas mujeres? Si estáis hambrientas,

coméis. Si estáis sedientas, bebéis.Si queréis que alguien os folle hastareventar, ¡simplemente decidlo!

Por supuesto sabía que no podíadecir ninguna de esas cosas sindispararme metafóricamente en elpie. Había venido para arrastrarme.Joder, debería arrastrarme. Respiréhondo y aminoré. El cocheprácticamente se paró y bajó a 40km/h. —No espero que te caigas deespaldas y te abras de piernas —dijepausadamente—. Pero seríaagradable. —Miré en su dirección y

le dediqué mi sonrisa más sugerente.Me fulminó con la mirada, perotambién sonrió.

—No sé lo que esperaba, mascota.He estado pensando en ti durantemucho tiempo. Supongo que queríadecirte que lo siento. Sé que nopuedo borrar nuestro pasado. Nopuedo prometerte que soy unapersona completamente distinta.Estoy hecho un desastre en formasque la mayoría de la genteposiblemente no pueda comprender,pero me importas. Tenía que

encontrarte y decirte que eres loúnico que me importa ya. —Mantuvemis ojos en la carretera y traguésaliva. Mi orgullo era grande yhabría tenido que tragar más de unavez para forzarlo a bajar.

Suspiró. —Yo... también meimportas, Caleb. El pasado año nofue fácil para mí. No es sólomudarme o dejar ir a mi familia yamigos... —Se quedó callada por unminuto. Cuando habló, habíalágrimas en su voz—. Metraicionaste.

Podría también haberme dado otrabofetada. Quizás darme un puñetazoen el estómago por añadidura. Sabíacuánto me afectaría la palabra‘traición’. —¿Cómo? —Hice lapregunta con tanta suavidad comopude.

—Estaba preparada para irmecontigo. Después de todo lo quehabías hecho. Y tú simplemente... meabandonaste. No tienes ni idea detodo por lo que he pasado. Cuantome he esforzado para convertirmeen... humana. —Susurró las palabras.

Miró por la ventana y observó lasmismas calles pasar por su lado.

No estoy seguro de a dónde fuimentalmente. Seguí haciendo círculosalrededor del mismo gran bloque deedificios. Recordaba ese día. Lohabía reproducido en mi mente unmillón de veces durante el últimoaño. ¿Qué podía decirle? La verdadera horrible. Había matado a Rafiq eldía antes. Había enterrado a la únicafamilia que había conocido jamás yestaba dándole vueltas aldescubrimiento de que él había sido

la causa de cada horrible cosa queme había ocurrido. Lo quería. Lomaté. No podía mirar a Livvie sincompararme con Rafiq. La habíasecuestrado, torturado, violado yapartado de todo lo que conocía. Yella decía que me amaba. Esa habíasido la peor parte.

—Quería que estuvieras segura. —Mis palabras sonaban extrañas,rígidas. Creo que si hubiera sidocapaz, podría haber llorado. Habíallorado ese día en México. Habíatenido una buena razón.

Sentí la mano de Livvie en mi brazo.Me sorprendió y me trajo de vueltadel lugar en el que había estado. Metomé unos segundos sólo paramirarla. Era tan jodidamente bella,no sólo en el exterior, sino tambiénen el interior. Era más fuerte que yo.Era más valiente. Ella no queríavenganza.

—Sé por qué me hiciste salir. Mellevó mucho tiempo aceptarlo, perolo entiendo. Sé que fue tu forma deser altruista, tu forma de sacrificarte.Pero me hiciste sacrificarme a mí

también. Te perdí. —Me dedicó unasonrisa con ojos llorosos. Su manoagarró más fuerte mi antebrazo,reconfortándonos a ambos. Siemprehabía sido buena en eso—. Casiconsiguieron que creyera que no fuereal. Casi me vuelvo una completachalada. —Sonrió genuinamente y nopude evitar imitarla.

—Estás loca, Livvie. Pero no tehabría aceptado de cualquier otraforma. —Le di la vuelta a mi mano yella movió a su mano dentro de lamía. Es estúpido lo feliz que eso me

hizo—. En caso de que no te hayasdado cuenta, yo no soy el mejorejemplo de salud mental.

—Oh, me di cuenta.

—Zorra. —Fingí insultarla.

—Cabrón.

La amaba. Quería decírselo, perosabía que no sería tan simple.Tendríamos que ir al principio.Deberíamos comenzar de nuevo yredescubrir todas las razones por lasque debíamos estar juntos. Con total

honestidad, eso me asustó. No sabíacómo ser normal. Nunca antes habíaestado en una cita. —Te he echadode menos.

Ella me estrujó la mano.

—Llévame a un hotel, Caleb.

Me enderecé visiblemente. Hubo unmomento fugaz de lucha internamientras contemplaba darlerespuestas a preguntas que no mehabía hecho, pero al final yo sólotenía que ser yo mismo. Soy elmaestro de las verdades a medias.

—Conozco el lugar adecuado.

CONTINÚA EN: Epilogue:The Dark Duet

Traducido, Corregidoy diseñado en…

{1} Beanie Babies: Muñecos de peluchecon forma de animales fabricados por lacompañía Ty Warner Inc.{2} WITSEC: Witness ProtectionProgram o Programa de Protección deTestigos, administrado por elDepartamento de Justicia de losEE.UU. para proteger a testigos decrímenes amenazados, durante ydespués de un juicio.{3} Min fadlik: “Por favor”, en árabe.{4} Gulab jamun: es un dulce de lacocina india y cocina pakistaní,elaborado con una masa, en la que susprincipales ingredientes son la leche enpolvo y harina, y que luego es frita en

aceite.{5} Salaam: Forma de saludo habitual enárabe, que literalmente significa “paz”{6} Khoya: en árabe significa algosimilar a “hermano” cuando se refiere aalguien sin relación de parentesco pero aquien se considera como tal.{7} Status quo: es una locución latina,que se traduce como «estado delmomento actual», que hace referencia alestado global de un asunto en unmomento dado.{8} Referencia a un programa de TV depreguntas y respuestas.{9} En español en el original.{10} En español en el original.

{11} Vicodin: nombre comercial de unanalgésico para tratar el dolor, hecho abase de hidrocodona, un derivado de lacodeína.{12} En español en el original.{13} FIA: Federal Investigation Agencyo Agencia Federal de Investigación, esuna agencia de Pakistán, dependiente delMinisterio de Interior, que sirve comocuerpo de investigación criminal federal.Combate el terrorismo, fascismo,corrupción, tráfico ilegal de personas,infracciones de copyright, de formasimilar al FBI en los EE.UU.{14} Uzi: Es un subfusil de origen israelí.{15} En español en el original

{16} En español en el original.{17} En el español original.{18} En el español original.{19} Hawt! Hawt! (original):anteriormente era un acrónimo de “tenerun tiempo maravilloso (have a wonderfultime).” Actualmente es jerga en Internetpara algo realmente caliente.

{20} En español en el original.{21} En español en el original.{22} Eyes Wide Shut: Película dirigidapor Stanley Kubrick y protagonizada porTom Cruise y Nicole Kidman, que fuecontrovertida por la inclusión de escenas

eróticas muy atrevidas.

{23} En español en el original.{24}Intel: (US) Inteligencia Militar.{25} Twelfth Night: traducida al españolcomo Noche de Reyes o La DoceavaNoche y también llamada en inglés Whatyou will, en español Como gustéis. Esuna comedia de William Shakespeareescrita entre 1599 y 1601.{26} Ultimate Frisbee: es la principalmodalidad de la disciplina deportiva delDisco Volador "Flying Disc", es undeporte competitivo sin contacto entrejugadores que es jugado en equipos con

un disco volador de 175 gramos.{27} Applebee: Cadena de restauranteestadounidense de comida rápida queopera en todo el mundo mediantefranquicias.