Santander Imaginario numero 4
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Editorial
Después de la tormenta siempre llega la calma. En unos días Mataleñas volverá a estar desierta un miércoles a las 7 de la tarde y aparcar en Santander ya no será un deporte de riesgo.El verano nos ha dejado las pilas recargadas, la clorofila a flor de piel y el buen sabor de boca del I Concurso d e Re l a t o Brev e Sa n t a n d e r Imaginario. Gracias a todos los participantes.La flama ya no se apaga y seguirá c rec i endo, rec ib i endo vuest ras historias y fotografías un mes más. Esperamos que el descanso y la magia del verano sirvan de empujón para todos aquellos con una historia que contar, la saquen del tintero y nos la manden a
Septiembre es mes de reencuentros y vuelta al cole de los estudiantes, y con ellos volverán las olas al sardinero, las noches largas y las calles desiertas. Es entonces cuando Santander Imaginario despierta de la modorra del sol y las prácticas de verano para seguir dando que leer.
Javito, Lalo y Franto
Solución rincón perdido nº3
El que haya subido en funicular desde el río hasta el prado, habrá disfrutado de nuestra bahía en toda su amplitud. Y si en ese caluroso viaje giraste la cabeza para observar a los chavales que se atreven con las escaleras, entonces, habrás amado.
Fotografías de Portada, de contraportada y de “Totalmente Imposible” cedidas por el Franto. Fotografía de la página 10 (antes de “Una vida que se para” cedida por Javier Vila y La caverna de la Luz. Dibujo de “Me subo a las estrellas y me tiro de cabeza” cedido por Dafne.
(g6) C3. Totalmente ImposibleLa soberbia es el peor de los pecados
I.Era él. Estaba seguro. Recordaba esos ojos perfectamente. ¿Pero que hacía aquí? Era imposible. Totalmente imposible.
II.El cabo primera Ernesto Haya le reconoció de inmediato cuando pasó por la puerta de un establecimiento de comida rápida, en la calle San Luís. El chico había sacado la basura al callejón y cuando entraba, se miraron. A los ojos. Directamente. El cabo Haya sinLó vérLgo, y apartó la vista. Se controló, cerró los puños y siguió andando hasta el final de la calle. Dobló a la izquierda, y comenzó a subir. Entró en la cafetería de la esquina.
Pidió una cerveza, rehusó la tapa que le ofrecía la camarera y pagó. Se sentó en la mesa de mármol que encontró a la derecha, la más apartada de miradas ajenas. Tuvo que pasar un rato, concentrado en respirar para coger el vaso sin que le temblase la mano. Bebió el primer trago. El cabo Haya comenzó a tranquilizarse y a pensar.
Era imposible. Totalmente imposible. Estaban demasiado lejos de donde ocurrió todo. Pero estaba seguro. Reconocería esos ojos en cualquier lado. No había forma de equivocarse y menos él. La única razón que se le ocurría es que el chico hubiera venido a
buscarle. Y a matarle. El cabo Haya empezó a temblar otra vez, apuró su vaso y se fue. Mientras volvía a casa en un autobús de la línea 7c1, tomó la decisión. Tendría que ir a por él primero, y que todo acabase de una vez por todas.
Llegó a su domicilio, un tercer piso con vistas a una plaza enfrente de la facultad de Derecho. Abrió una lata de cerveza, y empezó a rebuscar en su armario. De una caja de madera sacó una pistola Glock negra, con sus correspondientes balas 9 mm. Empezó a limpiarla como le habían enseñado, y no necesitó pensar demasiado. En la guerra, los automaLsmos te podían
salvar la vida. Abrió otra cerveza. No quería recordar, pero no pudo evi tar lo . Impo s i b l e . To t a lmen te imposible.
III.Todo comenzó en un cruce de carreteras de Qalah‐i‐Now, en Afganistán. El cabo primera E r n e s t o H a y a e r a e l e n c a r g a d o d e u n d e s t a c am e n t o q u e s e ocupaba del control del tráfico en ese punto. Él no se había alistado en la Legión para acabar haciendo de policía local, pero esa era su misión. Sus hombres estaban un poco tensos. Algunos eran nuevos, chicos listos, pero los más veteranos se diver_an meLéndoles el miedo en el c u e r p o . L e s c o n t a b a n historias sobres hombres bomba camuflados en coches familiares, y emboscadas al paso de convoyes. El cabo primera Haya les había ordenado que dejasen de hacerlo, pero esas cosas eran diaciles de controlar. Por su parte, lo peor que sucedía desde que estaba allí eran esas malditas tormentas de arena, que dejaban la boca llena de polvo.
A mitad de noche, uno de los soldados avisó al cabo Haya que había detectado una furgoneta que se acercaba a toda velocidad al control. Este saltó del
asiento del jeep y cogió el megáfono. Dio aviso en inglés 3 veces al auto para que s e d e t u v i e s e . C uando l a destartalada furgoneta se paró a escasos metros de la barrera, hizo señas a sus hombres para que estuviesen preparados. Por lo que pudiera pasar. Se acercó a la puerta del conductor, y la abrió, apuntando con la otra mano a su ocupante. Le obligó a
bajarse. Del interior del automóvil salió un chico de unos veinLtantos años, con sombrero pastún en la cabeza. Tenía unos ojos negros grandes, inmensos, que miraban al cabo Haya. En la mano llevaba unos papeles.
De repente, uno de los soldados más jóvenes abrió la puerta trasera de la furgoneta y pegó un grito mientras
apuntaba con su arma. El chico empujó al cabo al suelo y se dirigió a la puerta trasera c o r r i e n d o . C o n d u c t a sospechosa. Alarma. El cabo disparó. Dispararon sus hombres. En la guerra, los automaLsmos te podían salvar la vida. Los siguientes 30 minutos los pasó mirando al chico a los ojos hasta que llegó la policía militar.
IV.Guardó la Glock en una bolsa de deporte y se dirigió a la ca l l e San Lu í s . E s tuvo merodeando arriba y abajo hasta que vio al chico, con la camiseta roja, saliendo con más bolsas de basura del restaurante. Lo siguió hasta calle de al lado. Miró a un lado, al otro, y cuando no hubo nadie, el cabo Haya llamó su atención. El chico se giró. Cuando el cabo sacó la pistola y apuntó, quiso empezar a correr pero dos Lros se lo impidieron.
Guardó el arma en la bolsa, recogió los casquillos y se acerco. Miró al chico tendido en el suelo, inmóvil. Con los grandes ojos abiertos, mirando al vacío. Era él, sin duda. Imposible equivocarse. Totalmente imposible. Incluso estaba en la misma postura que en aquel cruce de carreteras, cuando el cabo Haya lo mató por primera vez.
Su mujer embarazada gritaba y se Lraba del pelo en el asiento de atrás de la furgoneta.
Cuando la policía militar revisó los papeles manchados de sangre que el chico tuvo en su mano hasta el final, al cabo Haya le montaron un consejo de guerra. Un año de calabozo y expulsado con deshonor. El no era estaba allí para hacer de guardia de carreteras. ¿Quién iba a saber que se dirigían al hospital del cuartel? Imposible. Totalmente imposible.
V.Era él. Estaba seguro. Recordaba esos ojos perfectamente. ¿Pero que hacía aquí? Era imposible…
El cabo primera Ernesto Haya le reconoció cuando fue a comprar el diario al quiosco que hay enfrente de Correos. El chico le había dado un periódico, cuya portada hablaba sobre el asesinato a sangre fría de un camarero rumano en las cercanías de la calle San Luís y, que la policía suponía un ajuste de cuentas. Cuando fue a pagar, el chico le miró. A los ojos. Directamente. El cabo Haya sinLó vérLgo, y apartó la mirada. Era él. Imposible equivocarse.
Totalmente imposible.
Monet.
Electricidad
Vila
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Primavera, Verano, Otoño, Invierno
‐ 27, 14, 5, 61,…‐ ¿Qué haces?‐ contar gaviotas, me gusta contar… gaviotas‐ Ya veo, y pasan muchas? ‐…‐ ¡Mira! Ahí hay una‐ no, eso es un cormorán, no vale‐ Pero eso es una gaviota, es blanca, Lene su pico amarillo con su punta teñida de rojo‐ ….
Al día siguiente lo encontré en el ayuntamiento, estaba absorto en su pensar, con su mirada fija a la par que perdida.‐ Hola, que tal estas?‐ no se dan cuenta
‐ quien?, de que?‐ Los niños siguen jugando en la farola‐ la farola ya no está, la quitaron‐ Esta ahí, cerca del olivo ‐ el olivo ya no está, lo quitaron‐ …
Me resultaba raro verle andando. Realmente no se si andaba o jugaba con las difuntas hojas. Una extraña a ndan za d an zan te . Aque l d í a comparLmos el cantar otoñal de la Alameda.
En mitad de un fuego cruzado con chorreantes bolas echas de ese aguanieve, con aires de granizo, que aspira a copo de cristalizada agua, jugaba a la peonza‐ Mal día para hacerla girar, no crees?‐ Los días no son malos‐ Bueno, quizás no sea el día adecuado, perdonaNo debió gustarle el tono, a mi tampoco me gusto. No lo volví a ver, no se, creo que un día soñé con él.
Bertso
Me subo a las estrellasy me tiro de cabeza
Cuando llegamos, Piter ya estaba vestido.- “Joder, sois más pesados que una novia. Bueno, yo os espero dentro”- “Pero TÚ...” - no seas cagaprisas.La verdad es que hacía un día del copón. Cuando baja el viento, el baño sienta mejor, por eso Loredo se llena a las 9 de la noche. Con el flow cogido, eso tampoco nos importaba.
- “Mira que tubazos...”- “Buah, jajaja”- “Bumba, jeje, vaya panzada que se ha pegao el tío,
madremía”
Carrera, calentamiento, saltos, chapoteo, dos brazadas; entrar.Después, cabezadas, bocanada de aire, la cuchara, remar, otra buceada, remar, subir y colocarse.
Con el mar, la piel se nos doraba a fuego lento y esperar la serie viendo atardecer era casi épico. Dejábamos pasar algunas por placer. Nos gustaba el sabor a sal.
-“dale, DALE RULO”- y remar, remar como un cabrón, bajar la ola y sentir la espuma en la cara, en las manos... la brisa en el pelo, el agua corriendo por los dedos, sentir el balanceo dentro, y ver como el labio se va cerrando para darte un beso.
Y sentirte limpio con ese beso, por dentro, tranquilo, en paz.
Vila.
Una Vida que se paraGanador del I Concurso de Relato Corto
Nunca he servido para estas cosas. Ya desde adolescente me escaqueaba de esta clase de eventos. Tampoco esta vez pude evitar estremecerme al verlos a todos allí sentados. Hacía un calor insoportable. A pesar de que la puerta del balcón estaba abierta y hacía corriente con la de la cocina y el cuarto de Ángel.
Mi madre, mis _as, no hablaban. Agitaban sus abanicos y escondían la cara entre sus manos. Se frotaban los ojos con sus pañuelos una y otra vez. Mi hermano Ángel, estaba fumando en la terraza, debía de ser al menos la segunda cajeLlla de esta mañana. Su novia, Natalia, se acercaba a cada rato, le susurraba cosas al oído, y le acariciaba cariñosamente el pelo. El parecía no verla, no escucharla, y ella, resignada se alejaba.
Yo, paralizado, inmóvil, ante tanta cara triste, tanto sollozo, tanto lamento ahogado. La verdad que yo, nunca supe que decir en estos casos.
El Lempo parece haberse detenido.
Al fin llega la hora de bajar a la iglesia. Hay un montón de flores, coronas y ramos, torpemente colocados. Esta lleno hasta el úlLmo banco. El cura entra cantando.
Me pregunto porqué habrán elegido una ceremonia por la iglesia. De haberlo organizado yo, creo que hubiera preferido unas pocas poesías en lugar de rezos y ser incinerado. Pero no voy a criLcarlo. Al fin y al cabo, ya dice siempre mi madre que no criLque lo que han hecho otros si yo no me he encargado.
Echo un vistazo en derredor. La verdad que no falta nadie. Me gustaría escuchar al cura, pero sé que no está diciendo nada que de verdad me interese. Pasan el cepillo (desde luego, ¡me parece una desfachatez pedir dinero en un funeral!). Comulgan, unos pocos cantan, y la mayoría llora.
Yo nunca he sabido que hacer en los enLerros.
El cura se acerca al ataúd, lo salpica con agua bendita y al segundo el olor a incienso lo inunda todo.
De la iglesia a los coches. Cogemos la rotonda de la sardinera, pasamos el tunel, dejamos de lado el estadio del Racing y ya
Lramos por S‐20. Recuerdo haber hecho este mismo camino el año pasado, cuando fué lo de mi abuelo.
En Ciriego, ya caminando, todo el mundo sigue al coche hasta detenerse frente al nicho.
Voy pendiente de cada cara, de cada gesto. Tendría que acercarme a mi madre y a mi hermano, parece que ahora que ya todo casi acaba se han derrumbado.
Pienso en la muerte, en la vida que se para. Mi vida hace un Lempo ya que esta parada. Un día es igual a otro día, que es igual al siguiente que es igual al anterior, y al otro. Los cuatro úlLmos años estudiando una oposición para la que no sale plaza. Con Ana, mi novia de siempre, decidí que debíamos “darnos un Lempo” y desde entonces nada ha pasado.
Así que supongo que ha sido culpa mía. Supongo que yo solito provoqué el no levantarme esta mañana. El médico y el juez han dicho que no se podría haber hecho nada.
Supongo que, me lo había buscado. Tenía una vida que no estaba viviendo. Tenía un corazón que no estaba amando. Tenía un cuerpo que no estaba disfrutando. Por ello, y por no haber sido valiente para tomar las riendas y dejar de vivir una vida ruLnaria, programada, que me hacía cada vez un hombre más solo, más triste, por todo ello, supongo, mi corazón se ha parado.
Heidi.
Voto de silencio:Accésit del I Concurso de Relato Corto
Es cierto que en Santander es diacil marcar el ritmo que uno se propone, sobre todo si no entra dentro del patrón ya establecido por el resto, pero yo disfrutaba siendo diferente, dando que hablar, sin hacer caso a los conservadores consejos que algunos de mis amigos me daban para hacer de mí un buen ejemplar de mujer modélica. Sin embargo, ese viernes me apetecía comerme e l mundo, como de costumbre, y me había calzado mis tacones y uno de mis vesLdos más recientes; quería probar si realmente ese trapo blanco que pillé en rebajas ponía tanto a los _os como alguna vez había oído y con un poco de suerte no me iba sola a casa.
Nada más pisar Cañadío, noté que esa noche tenía ganas de dar lo mejor de mi misma. Tan sólo bastó un vistazo general para verle apoyado sobre una de las farolas. No aparentaba ser el _pico musculitos‐pijo‐sin‐más de los que acostumbraba; tenía unos enormes y almendrados ojos marrones que decían todo por él. Por un fugaz momento, nuestras miradas se cruzaron, pero fingí seguir a mi rollo, de farra, y en cuanto me giré, pude notar como él también me seguía con la mirada, aunque no iba a concederle el honor de volver a mirarlo, mi orgullo es uno de mis grandes tesoros.
Un par de horas, tres copazos, tequila en la Chupi y media cajeta de Marlboro más tarde, coincidimos en uno de los locales y no me lo pensé ni dos veces para dirigirme a él. ”¡Qué cojones!, hoy tengo ganas de fiestón completo y ese Lene un polvo por lo menos”. Al principio hubo un Lra y afloja, no era plan que pensara que era una fresca, sino una _a que sabía lo que quería y cuando lo quería.
Me lo tomé más como un juego que como la cacería que en el primer momento pudo ser, pero en cuanto nuestros labios se unieron, nuestras lenguas se convirLeron en un torbellino imparable. En un instante, él me miró con sus intensos ojos y con un solo movimiento de cabeza, acepté lo que prome_a ser un buen rato de sexo.
Eramos incapaces de caminar cien metros sin empotrarnos en cualquier
hueco, buscando la piel caliente del otro, explorando nuestros cuerpos y devorándonos con la boca. Ahí estábamos, dos desconocidos, en med i o de l a c a l l e , d ando un espectáculo de contorsionismo y eróLca sin ningún Lpo de reparo y bajo la atenta mirada de los gatos que moran los tejados durante la noche.
No éramos conscientes de donde estábamos, habíamos perdido la noción de Lempo y lugar; ni tan siquiera reparamos si nos podía ver alguien cuando él meLó descaradamente su mano bajo mi vesLdo. En otra ocasión ni hubiera aceptado quedarme allí un minuto, pero esa noche mi cuerpo y mente actuaban por separado. Noté como la adrenalina brotaba desde lo más hondo y los laLdos del corazón eran como tambores dentro del pecho. Mientras él mecía los dedos en mi entrepierna, yo buscaba desatar toda esa fuerza contenida en los pantalones y converLrnos al fin en uno solo.
Caminamos haciendo malabarismos un par de portales más, con mis bragas a medio camino entre las rodillas y el suelo y con su mano todavía agitándose entre los muslos . No pudimos contenernos un paso más: separó mis piernas con un golpe de rodilla, sujetó fuertemente mi espalda y sen_ como aquella potente energía encontraba el triunfo. Las fuertes embesLdas hicieron de los barrotes de la puerta el único apoyo que teníamos para no venirnos abajo. Las caderas iban marcando un r i tmo cada vez más sa lva je y
buscábamos ahogar los gemidos en la boca del otro.
Comenzaba a senLr que me elevaba del suelo con cada nuevo envite y que estábamos perdiendo todo control sobre nosotros mismos, cuando la luz del portal hizo que nuestras caras se volviesen a ver iluminadas y unas llaves sonaron de música de fondo. La situación debería haber terminado ahí mismo, pero no podíamos dejar de movernos, buscando el ansiado final. Una forzada tos y unas pisadas resonaban a modo de advertencia, pero un temblor había empezado a apoderarse de nosotros, haciéndonos olvidar nuestra idenLdad en medio de aquella mezcla de éxtasis y placer. Unos gritos sordos salieron de ambas gargantas y el compás antes marcado fue disminuyendo progresivamente mientras la sombra de una persona acechaba por la esquina del edificio. Nos miramos un úlLmo instante antes de echar a andar y hacer como si nada hubiese pasado.
Muchas veces su memoria le regala cachos de la noche más jarta con diferencia de su vida y una sonrisa de niña le sale en la cara. Nunca encontró el valor suficiente para rememorar en voz alta aquella escena, le da miedo ser juzgada en esta ciudad de puretas. DefiniLvamente, ese día se comió el mundo como solo ella sabía, aunque eso quedase entre ella y los guardianes nocturnos de los tejados.
Carrie
AmalgamaAccésit del I Concurso de Relato Corto “con foto”
“Bueno y, como ya te dije, sabes que no puedes subir a nadie a casa a dormir” me dijo mientras contaba meticulosamente los euros del fajo de billetes que acababa de recibir de mi mano. “¡¿Cómo?!” -le dije sin poder ocultar mi incredulidad, exhausta aún por las dos maletas repletas que había arrastrado como caracol por medio Bilbao, un recién pisado Santander y la escalera que separaba tres pisos del suelo firme mi nuevo alojamiento- “pero Lola, no habíamos hablado nada de eso...”
Quince minutos antes un taxista parco en palabras me había llevado a mi destino. Nunca jamás había pensado que en alguna ocasión tendría que arrancar con pinzas un amago de
conversación a alguien de tal profesión. Y había viajado bastante, sí. Poco como turista, mucho como viviente, ¿quizás como vividora? Me gusta descubrir las ciudades en su cotidianeidad, dejarme llevar por los avatares del destino, aprovechar las oportunidades únicas. Y ésta lo es.Calle Magallanes, tres semanas después. Enciendo un cigarro junto a la ventana de este piso con una loca por casera. Ante mí Villa Florida. Agencia de Desarrollo Local, reza su letrero. Curioso lugar, cuanto menos. Dicen por ahí que pertenecía a una vieja rancia podrida de dinero, que antes de la guerra llegó a emparedar un coche de lujo en su interior por salvarlo de los rojos. Décadas después, al hacerse el ayuntamiento con la finca y comenzar las obras de
rehabilitación, lo encontraron allí abandonado, con el cuentakilómetros oxidado y la incógnita de lo que pudo ser su vida de bólido y no fue. Un gato en los jardines del lugar mira con ojos seductores a una gaviota de esas que despiertan a todo el edificio con graznidos mutantes a las seis de la mañana. Algo raro se respira en este barrio. Hasta los animales suenan extraño.Intento poco a poco acomodarme a este nuevo ambiente. La adaptación es la vida inteligente, dicen. Y quién me iba a decir a mí que iba a celebrar como posesa la hazaña de la Selección Española en Sudáfrica, cuando ni me gusta el fútbol, ni llevo por bandera un sentimiento español que me defina, a pesar de haber nacido en el corazón del país. Debo ser una inadaptada, poco inteligente pues, para haberme tatuado un lauburu en el pie derecho sin ni siquiera ser vasca, como homenaje a las experiencias que me brindó mi paso por Bilbao. Mal comienzo para adaptarme a Cantabria.
Siento una amalgama de culturas corriendo por mis venas y mi sentir que difícilmente entiende todo el mundo. Llevo un piercing en la nariz, no visto de Pedro del Hierro, odio las banderas, lucho por la justicia social.
Mi próxima casa, tras despachar a Lola por fin, se encuentra cerca de la calle Falange Española. Mas haber visto amanecer en el mar por primera vez en mi vida compensa tanta tara franquista y reaccionaria.
Hostil, seco, pesetero y rancio, así me recibió Santander. Aún no conozco a mucha gente aquí, no parece fácil socializarse en esta tierra. Mi guitarra es bálsamo en mis momentos de soledad. Descubro poco a poco las maravillas que esconde esta ciudad que, conforme o no, va a tener que aguantarme durante unos meses. ¿Se podrá vivir libre, sin tapujos, sin aparentar de más en esta ciudad? ¿Hay sitio para mí en Santander? ¿O tendré que calzarme los tacones de boda?
Eva Danaus
Subvenciona:Ayuntamiento de Santander