Santander Imaginario numero 4

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Nº 4 -Septiembre 2010- Santander Imaginario

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Pues eso, lo que ya digo

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Nº 4-Septiembre 2010-

Santander

Imaginario

Editorial

Después de la tormenta siempre llega la calma. En unos días Mataleñas volverá a estar desierta un miércoles a las 7 de la tarde y aparcar en Santander ya no será un deporte de riesgo.El verano nos ha dejado las pilas recargadas, la clorofila a flor de piel y el buen sabor de boca del I Concurso d e Re l a t o Brev e Sa n t a n d e r Imaginario. Gracias a todos los participantes.La flama ya no se apaga y seguirá c rec i endo, rec ib i endo vuest ras historias y fotografías un mes más. Esperamos que el descanso y la magia del verano sirvan de empujón para todos aquellos con una historia que contar, la saquen del tintero y nos la manden a

[email protected]

  Septiembre es mes de reencuentros y vuelta al cole de los estudiantes, y con ellos volverán las olas al sardinero, las noches largas y las calles desiertas. Es entonces cuando Santander Imaginario despierta de la modorra del sol y las prácticas de verano para seguir dando que leer.

Javito, Lalo y Franto

Solución rincón perdido nº3

El que haya subido en funicular desde el río hasta el prado, habrá disfrutado de nuestra bahía en toda su amplitud. Y si en ese caluroso viaje giraste la cabeza para observar a los chavales que se atreven con las escaleras, entonces, habrás amado.

Fotografías de Portada, de contraportada y de “Totalmente Imposible” cedidas por el Franto. Fotografía de la página 10 (antes de “Una vida que se para” cedida por Javier Vila y La caverna de la Luz. Dibujo de “Me subo a las estrellas y me tiro de cabeza” cedido por Dafne.

(g6) C3. Totalmente ImposibleLa soberbia es el peor de los pecados

I.Era  él.  Estaba  seguro.  Recordaba  esos ojos  perfectamente.  ¿Pero  que  hacía aquí?  Era  imposible.  Totalmente imposible.

II.El  cabo  primera  Ernesto  Haya  le reconoció  de  inmediato  cuando  pasó por la puerta de un establecimiento de comida  rápida,  en  la calle  San  Luís.  El chico había sacado la basura al callejón y  cuando  entraba,  se  miraron.  A  los ojos. Directamente. El cabo Haya sinLó vérLgo,  y  apartó  la  vista.  Se  controló, cerró los puños y siguió andando hasta el final de la  calle. Dobló a la izquierda, y comenzó a subir. Entró en la cafetería de la esquina.

Pidió una cerveza, rehusó la tapa que le ofrecía la camarera y pagó. Se sentó en la  mesa de mármol que  encontró a la derecha,  la  más  apartada   de  miradas ajenas.  Tuvo  que  pasar  un  rato, concentrado  en  respirar  para coger  el vaso  sin  que  le  temblase  la  mano. Bebió  el  primer  trago.  El  cabo  Haya comenzó a tranquilizarse y a pensar.

Era  imposible.  Totalmente  imposible. Estaban  demasiado  lejos   de  donde ocurrió  todo.  Pero  estaba  seguro. Reconocería   esos  ojos  en  cualquier lado. No había forma de equivocarse y menos  él.  La  única  razón  que  se  le ocurría es que el chico hubiera venido a 

buscarle.  Y  a  matarle.  El  cabo  Haya empezó  a  temblar  otra  vez,  apuró  su vaso y se fue. Mientras volvía a casa  en un  autobús  de  la  línea  7c1,  tomó  la decisión.  Tendría  que  ir  a   por  él primero, y que todo acabase de una vez por todas.

Llegó a su domicilio, un tercer piso con vistas  a  una  plaza  enfrente  de  la facultad de Derecho. Abrió una lata de cerveza,  y  empezó  a  rebuscar  en  su armario.  De una  caja  de madera  sacó una  pistola  Glock  negra,  con  sus correspondientes  balas  9 mm.  Empezó a limpiarla como le habían enseñado, y no  necesitó  pensar  demasiado.  En  la guerra,  los   automaLsmos  te  podían 

salvar  la  vida.  Abrió  otra cerveza.  No  quería  recordar, pero  no  pudo  evi tar lo . Impo s i b l e .  To t a lmen te imposible.

III.Todo comenzó en un cruce de carreteras de Qalah‐i‐Now, en Afganistán.  El  cabo  primera E r n e s t o  H a y a  e r a   e l e n c a r g a d o  d e  u n d e s t a c am e n t o  q u e  s e ocupaba  del  control  del tráfico en ese punto. Él no se había  alistado  en  la  Legión para  acabar  haciendo  de policía  local,  pero  esa era  su misión. Sus hombres estaban un poco tensos. Algunos eran nuevos, chicos listos, pero los más  veteranos  se  diver_an meLéndoles  el  miedo  en  el c u e r p o .  L e s  c o n t a b a n historias  sobres  hombres bomba camuflados en coches familiares,  y  emboscadas   al paso  de  convoyes.  El  cabo primera  Haya  les  había ordenado  que  dejasen  de hacerlo,  pero  esas  cosas  eran  diaciles de controlar. Por su  parte,  lo peor  que sucedía  desde que estaba allí eran esas malditas  tormentas  de  arena,  que dejaban la boca llena de polvo.

A mitad de noche, uno de los soldados avisó al cabo Haya que había detectado una  furgoneta  que  se  acercaba a  toda velocidad  al  control.  Este  saltó  del 

asiento  del   jeep  y  cogió  el  megáfono. Dio aviso en inglés 3 veces al auto para que  s e  d e t u v i e s e .  C uando  l a destartalada  furgoneta  se  paró  a escasos  metros  de  la  barrera,  hizo señas  a  sus  hombres  para  que estuviesen  preparados.  Por  lo  que pudiera pasar. Se acercó a la puerta del conductor, y la abrió, apuntando con la otra mano a su  ocupante.  Le obligó  a 

bajarse. Del interior del automóvil salió un chico de unos veinLtantos años, con sombrero  pastún  en  la  cabeza.  Tenía unos  ojos  negros  grandes,  inmensos, que miraban al cabo Haya. En la  mano llevaba unos papeles.

De  repente,  uno  de  los  soldados más jóvenes  abrió  la  puerta  trasera  de  la furgoneta  y  pegó  un  grito  mientras 

apuntaba  con  su  arma.  El chico empujó al cabo al suelo y se dirigió a la puerta trasera c o r r i e n d o .  C o n d u c t a sospechosa.  Alarma.  El  cabo disparó.  Dispararon  sus hombres.  En  la   guerra,  los automaLsmos  te  podían salvar  la  vida.  Los  siguientes 30 minutos los pasó mirando al  chico  a  los ojos hasta  que llegó la policía militar.

IV.Guardó la Glock en una bolsa de  deporte  y  se  dirigió  a  la ca l l e  San  Lu í s .  E s tuvo merodeando  arriba  y  abajo hasta que vio al chico, con la camiseta  roja,  saliendo  con más  bolsas  de  basura  del restaurante.  Lo  siguió  hasta calle  de  al  lado.  Miró  a   un lado,  al  otro,  y  cuando  no hubo  nadie,  el  cabo  Haya llamó su atención. El chico se giró.  Cuando el  cabo  sacó  la pistola  y  apuntó,  quiso empezar  a  correr  pero  dos Lros se lo impidieron. 

Guardó el arma en la bolsa, recogió  los casquillos  y  se  acerco.  Miró  al  chico tendido  en  el  suelo,  inmóvil.  Con  los grandes ojos abiertos, mirando al vacío. Era él, sin duda. Imposible equivocarse. Totalmente  imposible.  Incluso  estaba en la misma postura que en aquel cruce de carreteras,  cuando  el cabo  Haya  lo mató por primera vez.

Su  mujer  embarazada  gritaba  y  se Lraba del pelo en el asiento de atrás de la furgoneta. 

Cuando  la   policía  militar  revisó  los papeles  manchados  de  sangre  que  el chico tuvo en su mano hasta el final, al cabo Haya  le montaron un  consejo de guerra. Un año de calabozo y expulsado con deshonor. El no era estaba allí  para hacer de guardia de carreteras. ¿Quién iba  a  saber que  se dirigían  al hospital del  cuartel?  Imposible.  Totalmente imposible.

V.Era  él.  Estaba  seguro.  Recordaba  esos ojos  perfectamente.  ¿Pero  que  hacía aquí? Era imposible…

El  cabo  primera  Ernesto  Haya  le reconoció  cuando  fue  a  comprar  el diario  al quiosco  que  hay  enfrente de Correos.  El  chico  le  había  dado  un periódico,  cuya portada hablaba  sobre el  asesinato  a  sangre  fría  de  un camarero rumano en las cercanías de la calle San Luís y,   que la  policía suponía un  ajuste  de  cuentas.  Cuando  fue  a pagar,  el  chico  le  miró.  A  los   ojos. Directamente.  El  cabo  Haya  sinLó vérLgo,  y  apartó  la  mirada.  Era  él. Imposible equivocarse. 

Totalmente imposible.

Monet.

Electricidad

Vila

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Primavera, Verano, Otoño, Invierno

‐ 27, 14, 5, 61,…‐ ¿Qué haces?‐  contar  gaviotas,  me  gusta  contar… gaviotas‐ Ya veo, y pasan muchas? ‐…‐ ¡Mira! Ahí hay una‐ no, eso es un cormorán, no vale‐  Pero  eso  es  una  gaviota,  es  blanca, Lene  su  pico  amarillo  con  su  punta teñida de rojo‐ ….

Al  día  siguiente  lo  encontré  en  el ayuntamiento,  estaba  absorto  en  su pensar,  con  su mirada  fija a la par que perdida.‐ Hola, que tal estas?‐ no se dan cuenta

‐ quien?, de que?‐ Los niños siguen jugando en la farola‐ la farola ya no está, la quitaron‐ Esta ahí, cerca del olivo ‐ el olivo ya no está, lo quitaron‐ …

Me  resultaba  raro  verle  andando. Realmente  no  se  si  andaba  o  jugaba con  las  difuntas  hojas.  Una  extraña a ndan za  d an zan te .  Aque l  d í a comparLmos  el   cantar  otoñal  de  la Alameda.

En  mitad  de  un  fuego  cruzado  con chorreantes   bolas   echas  de  ese aguanieve,  con  aires  de  granizo,  que aspira  a   copo  de  cristalizada  agua, jugaba a la peonza‐ Mal día para hacerla girar, no crees?‐ Los días no son malos‐ Bueno, quizás no sea el día adecuado, perdonaNo  debió  gustarle  el  tono,    a  mi tampoco me gusto. No lo volví a  ver, no se, creo que un día soñé con él.

Bertso

Me subo a las estrellasy me tiro de cabeza

Cuando llegamos, Piter ya estaba vestido.- “Joder, sois más pesados que una novia. Bueno, yo os espero dentro”- “Pero TÚ...” - no seas cagaprisas.La verdad es que hacía un día del copón. Cuando baja el viento, el baño sienta mejor, por eso Loredo se llena a las 9 de la noche. Con el flow cogido, eso tampoco nos importaba.

- “Mira que tubazos...”- “Buah, jajaja”- “Bumba, jeje, vaya panzada que se ha pegao el tío,

madremía”

Carrera, calentamiento, saltos, chapoteo, dos brazadas; entrar.Después, cabezadas, bocanada de aire, la cuchara, remar, otra buceada, remar, subir y colocarse.

Con el mar, la piel se nos doraba a fuego lento y esperar la serie viendo atardecer era casi épico. Dejábamos pasar algunas por placer. Nos gustaba el sabor a sal.

-“dale, DALE RULO”- y remar, remar como un cabrón, bajar la ola y sentir la espuma en la cara, en las manos... la brisa en el pelo, el agua corriendo por los dedos, sentir el balanceo dentro, y ver como el labio se va cerrando para darte un beso.

Y sentirte limpio con ese beso, por dentro, tranquilo, en paz.

Vila.

Una Vida que se paraGanador del I Concurso de Relato Corto

Nunca  he  servido  para  estas  cosas.  Ya desde  adolescente me escaqueaba de esta clase  de  eventos.  Tampoco  esta  vez  pude evitar  estremecerme  al  verlos  a  todos  allí sentados.   Hacía  un  calor  insoportable.  A pesar  de  que  la  puerta  del  balcón  estaba abierta y hacía corriente con la de la cocina y el cuarto de Ángel.

Mi madre, mis _as, no hablaban. Agitaban sus  abanicos  y escondían  la cara  entre sus manos.  Se  frotaban  los  ojos  con  sus pañuelos  una  y  otra  vez.  Mi  hermano Ángel, estaba fumando en  la terraza, debía de ser al menos la segunda cajeLlla de esta mañana.  Su  novia,  Natalia,  se  acercaba  a cada  rato,  le  susurraba  cosas  al  oído, y  le acariciaba cariñosamente el pelo. El parecía no verla, no escucharla, y ella, resignada se alejaba.

Yo,  paralizado,  inmóvil,  ante  tanta  cara triste,  tanto  sollozo,  tanto  lamento ahogado. La verdad que yo, nunca supe que decir en estos casos.

El Lempo parece haberse detenido. 

Al fin  llega la hora de bajar a  la  iglesia. Hay un  montón  de  flores,   coronas  y  ramos, torpemente  colocados.  Esta  lleno  hasta  el úlLmo banco. El cura entra cantando. 

Me  pregunto  porqué  habrán  elegido  una ceremonia  por  la  iglesia.  De  haberlo organizado  yo,  creo  que hubiera preferido unas pocas poesías en  lugar  de  rezos y ser incinerado. Pero no voy a criLcarlo. Al fin  y al  cabo, ya dice  siempre mi madre  que no criLque lo que han hecho otros si yo no me he encargado.

Echo un vistazo en derredor. La verdad  que no  falta  nadie.  Me  gustaría  escuchar  al cura,   pero  sé  que  no  está  diciendo  nada que de verdad me interese. Pasan el cepillo (desde  luego, ¡me parece una  desfachatez pedir  dinero  en  un  funeral!).   Comulgan, unos pocos cantan, y la mayoría llora. 

Yo  nunca  he  sabido  que  hacer  en  los enLerros. 

El  cura  se  acerca  al  ataúd,   lo  salpica  con agua  bendita  y  al  segundo  el  olor    a incienso lo inunda todo.

De  la  iglesia  a  los  coches.  Cogemos    la rotonda de  la  sardinera, pasamos  el  tunel, dejamos de  lado el  estadio del Racing y ya 

Lramos  por  S‐20.  Recuerdo  haber  hecho este mismo camino   el año pasado, cuando fué lo de mi abuelo. 

En  Ciriego,  ya  caminando,   todo  el  mundo sigue  al  coche  hasta  detenerse  frente  al nicho.

Voy pendiente de cada cara, de cada gesto. Tendría  que  acercarme  a mi  madre y a mi hermano,  parece  que  ahora  que  ya  todo casi acaba se han derrumbado.

Pienso en la muerte,  en la vida que se para. Mi vida hace un Lempo ya que esta parada. Un  día  es  igual  a otro  día,  que  es  igual  al siguiente que es  igual al anterior, y  al otro. Los  cuatro  úlLmos  años  estudiando  una oposición  para  la  que  no  sale  plaza.  Con Ana,  mi  novia  de  siempre,  decidí  que debíamos  “darnos  un  Lempo”  y  desde entonces nada ha pasado. 

Así  que  supongo  que  ha  sido  culpa  mía. Supongo  que  yo  solito  provoqué  el  no levantarme  esta  mañana.  El  médico  y  el juez  han  dicho  que  no  se  podría  haber hecho nada.

Supongo  que, me  lo  había buscado.  Tenía una vida que no  estaba viviendo. Tenía  un corazón  que  no  estaba  amando.  Tenía  un cuerpo que no estaba disfrutando. Por ello, y por no haber sido valiente para tomar  las riendas  y dejar  de vivir  una vida  ruLnaria, programada,  que  me  hacía  cada  vez  un hombre más solo, más triste, por todo ello, supongo,  mi  corazón  se ha parado.

Heidi.

Voto de silencio:Accésit del I Concurso de Relato Corto

Es  cierto  que  en  Santander  es  diacil marcar  el  ritmo  que  uno  se  propone, sobre  todo  si  no  entra   dentro  del patrón ya establecido por el resto, pero yo  disfrutaba  siendo  diferente,  dando que  hablar,  sin  hacer  caso  a  los conservadores consejos que algunos de mis amigos me daban para hacer de mí un  buen  ejemplar  de mujer  modélica. Sin  embargo, ese viernes  me  apetecía comerme  e l  mundo,  como  de costumbre,  y  me  había  calzado  mis tacones  y  uno  de  mis  vesLdos  más recientes;  quería  probar  si  realmente ese  trapo  blanco  que  pillé  en  rebajas ponía tanto a los  _os  como alguna vez había oído y  con un poco de suerte no me iba sola a casa. 

Nada más pisar  Cañadío, noté que esa noche  tenía ganas de  dar  lo mejor de mi  misma.  Tan  sólo  bastó  un  vistazo general para  verle apoyado  sobre  una de  las  farolas.  No  aparentaba  ser  el _pico  musculitos‐pijo‐sin‐más  de  los que acostumbraba; tenía unos enormes y  almendrados  ojos  marrones  que decían  todo  por  él.  Por  un  fugaz momento,  nuestras  miradas  se cruzaron, pero fingí seguir a mi rollo, de farra, y en cuanto me giré, pude notar como  él  también  me  seguía  con  la mirada, aunque no  iba a concederle el honor de volver a mirarlo, mi orgullo es uno de mis grandes tesoros.

Un  par  de horas,  tres copazos,  tequila en la  Chupi y media cajeta  de Marlboro más  tarde,  coincidimos en  uno  de  los locales y no me  lo  pensé  ni dos veces para dirigirme a él. ”¡Qué cojones!, hoy tengo ganas de fiestón completo y  ese Lene  un  polvo  por  lo  menos”.  Al principio  hubo  un  Lra y  afloja, no era plan  que pensara  que  era  una  fresca, sino una _a que  sabía lo que quería y cuando lo quería.

Me  lo  tomé  más  como  un  juego  que como  la  cacería  que  en  el  primer momento  pudo  ser,  pero  en  cuanto nuestros  labios   se  unieron,  nuestras lenguas se convirLeron en un torbellino imparable.  En  un  instante,  él me miró con  sus  intensos  ojos   y  con  un  solo movimiento  de  cabeza,  acepté  lo  que prome_a ser un buen rato de sexo.

Eramos  incapaces  de  caminar  cien metros  sin  empotrarnos   en  cualquier 

hueco,  buscando  la  piel  caliente  del otro,  explorando  nuestros  cuerpos  y devorándonos  con  la  boca.  Ahí estábamos,  dos  desconocidos,  en med i o  de  l a   c a l l e ,  d ando  un espectáculo  de  contorsionismo  y eróLca sin ningún Lpo de reparo y bajo la   atenta  mirada  de  los  gatos  que moran los tejados durante la noche. 

No  éramos  conscientes  de  donde estábamos, habíamos perdido la noción de  Lempo  y  lugar;  ni  tan  siquiera reparamos  si  nos   podía  ver  alguien cuando  él  meLó  descaradamente  su mano bajo mi vesLdo.  En otra ocasión ni  hubiera  aceptado  quedarme  allí  un minuto,  pero  esa  noche  mi  cuerpo  y mente  actuaban  por  separado.  Noté como  la  adrenalina  brotaba  desde  lo más  hondo  y  los  laLdos   del  corazón eran como tambores dentro del pecho. Mientras   él  mecía  los   dedos   en  mi entrepierna,  yo  buscaba  desatar  toda esa fuerza contenida en  los pantalones y converLrnos al fin en uno solo.  

Caminamos haciendo malabarismos un par  de portales más,  con mis bragas  a medio  camino  entre  las   rodillas  y  el suelo y con su mano todavía agitándose entre  los   muslos .  No  pudimos contenernos un  paso más:  separó  mis piernas con un golpe de rodilla,  sujetó fuertemente mi  espalda y  sen_  como aquella  potente  energía encontraba  el triunfo. Las fuertes  embesLdas hicieron de  los   barrotes  de  la   puerta  el  único apoyo que  teníamos para no  venirnos abajo.  Las  caderas  iban  marcando  un r i tmo  cada  vez  más  sa lva je  y 

buscábamos  ahogar  los gemidos en  la boca del otro.

Comenzaba a senLr que me elevaba del suelo  con  cada  nuevo  envite  y  que estábamos  perdiendo  todo  control sobre nosotros  mismos,  cuando  la   luz del  portal  hizo  que  nuestras   caras  se volviesen a  ver iluminadas y unas llaves sonaron  de  música  de  fondo.  La situación debería  haber  terminado  ahí mismo,  pero  no  podíamos  dejar  de movernos,  buscando  el  ansiado  final. Una  forzada   tos  y  unas  pisadas resonaban  a   modo  de  advertencia, pero  un  temblor  había   empezado  a apoderarse  de  nosotros,  haciéndonos olvidar nuestra  idenLdad  en medio de aquella mezcla de éxtasis  y placer. Unos gritos  sordos  salieron  de  ambas gargantas  y  el  compás antes marcado fue  disminuyendo  progresivamente  mientras  la   sombra  de  una  persona acechaba  por  la   esquina  del  edificio. Nos miramos un  úlLmo  instante antes de echar a andar   y hacer como si  nada hubiese pasado.

Muchas  veces  su  memoria  le  regala cachos  de  la   noche  más  jarta  con diferencia de  su  vida y  una  sonrisa de niña le sale en la cara. Nunca encontró el  valor  suficiente  para rememorar  en voz alta aquella escena, le da miedo ser juzgada  en  esta  ciudad  de  puretas. DefiniLvamente,  ese  día   se  comió  el mundo  como  solo  ella  sabía,  aunque eso quedase entre ella y  los guardianes nocturnos de los tejados.

Carrie

AmalgamaAccésit del I Concurso de Relato Corto “con foto”

“Bueno y, como ya te dije, sabes que no puedes subir a nadie a casa a dormir” me dijo mientras contaba meticulosamente los euros del fajo de billetes que acababa de recibir de mi mano. “¡¿Cómo?!” -le dije sin poder ocultar mi incredulidad, exhausta aún por las dos maletas repletas que había arrastrado como caracol por medio Bilbao, un recién pisado Santander y la escalera que separaba tres pisos del suelo firme mi nuevo alojamiento- “pero Lola, no habíamos hablado nada de eso...”

Quince minutos antes un taxista parco en palabras me había llevado a mi destino. Nunca jamás había pensado que en alguna ocasión tendría que arrancar con pinzas un amago de

conversación a alguien de tal profesión. Y había viajado bastante, sí. Poco como turista, mucho como viviente, ¿quizás como vividora? Me gusta descubrir las ciudades en su cotidianeidad, dejarme llevar por los avatares del destino, aprovechar las oportunidades únicas. Y ésta lo es.Calle Magallanes, tres semanas después. Enciendo un cigarro junto a la ventana de este piso con una loca por casera. Ante mí Villa Florida. Agencia de Desarrollo Local, reza su letrero. Curioso lugar, cuanto menos. Dicen por ahí que pertenecía a una vieja rancia podrida de dinero, que antes de la guerra llegó a emparedar un coche de lujo en su interior por salvarlo de los rojos. Décadas después, al hacerse el ayuntamiento con la finca y comenzar las obras de

rehabilitación, lo encontraron allí abandonado, con el cuentakilómetros oxidado y la incógnita de lo que pudo ser su vida de bólido y no fue. Un gato en los jardines del lugar mira con ojos seductores a una gaviota de esas que despiertan a todo el edificio con graznidos mutantes a las seis de la mañana. Algo raro se respira en este barrio. Hasta los animales suenan extraño.Intento poco a poco acomodarme a este nuevo ambiente. La adaptación es la vida inteligente, dicen. Y quién me iba a decir a mí que iba a celebrar como posesa la hazaña de la Selección Española en Sudáfrica, cuando ni me gusta el fútbol, ni llevo por bandera un sentimiento español que me defina, a pesar de haber nacido en el corazón del país. Debo ser una inadaptada, poco inteligente pues, para haberme tatuado un lauburu en el pie derecho sin ni siquiera ser vasca, como homenaje a las experiencias que me brindó mi paso por Bilbao. Mal comienzo para adaptarme a Cantabria.

Siento una amalgama de culturas corriendo por mis venas y mi sentir que difícilmente entiende todo el mundo. Llevo un piercing en la nariz, no visto de Pedro del Hierro, odio las banderas, lucho por la justicia social.

Mi próxima casa, tras despachar a Lola por fin, se encuentra cerca de la calle Falange Española. Mas haber visto amanecer en el mar por primera vez en mi vida compensa tanta tara franquista y reaccionaria.

Hostil, seco, pesetero y rancio, así me recibió Santander. Aún no conozco a mucha gente aquí, no parece fácil socializarse en esta tierra. Mi guitarra es bálsamo en mis momentos de soledad. Descubro poco a poco las maravillas que esconde esta ciudad que, conforme o no, va a tener que aguantarme durante unos meses. ¿Se podrá vivir libre, sin tapujos, sin aparentar de más en esta ciudad? ¿Hay sitio para mí en Santander? ¿O tendré que calzarme los tacones de boda?

Eva Danaus

Subvenciona:Ayuntamiento de Santander

El marinero y el capitán se reunieron en el rincón, y encargaron otra botella de ron.