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SANTA TERESA DE JESUS FRENTE A LA PROTE,STA y FRENTE A TRENTO * (Conclusión) P. ALBERTO DE LA VmGEN DEL CAIUlIEN, O. C. D. B) EN SUS LIBROS Frente al problema lac.eranteclel bien y del mal caben dos C0111- porta;nientos distintos: uno, vital; otro, doctrinal. La plebe de los hombres, escoge 'el primero, la aristocracia, el segundo. El vivirlos conjuntamente ha sido siempre, a través de la historia, signo de se- lección. Los grandes hombres no solo sieliten en sus carnes la gran tragedia finalística, sino que, además, le encierran en ceñidas' fór: muléis mentales, para mejor analizar su contenido doloroso y puri- ficante. Así, servirá ele terapéutica saludable para los que en pos de ellos vengan. Entre estos 'selectos se elestaca Santa Teresa. No solo porque vivió la cruenta ludia en sus nienores detalles, sino, además y sobre tc;>elo, por,que nos legó una sistematización empírico-racional de 1 a misma, avalada por sus maravillosas experiencias ascético- místicas, ele pocos De ahí la vigencia perenne de su doc-. trina, que quisiéramos certeramente sintetizar. a) El proble,¡ua de la salvación.-En el plano hUrl1ano, salva- ción y felicidad se convierten, son términos eCluivalentes. De ahí su fuerza de fermentación en la masa racional. Cuando aparezca en el horizonte, de, la conciencia, levantará una tormenta ele ansie- dades. Si en éstas la luz de la razón, el faro de la fe, iluminan sin interrupción, el homhre adoptará una postura tranquila, sosegada, ti'abajadora, esperanzada, feliz. Si sufren apagones, todo está per- dido: un sentimiento trágico de la vida será su ambiente malsano y las olas encrespadas de la desesperación tragarán, al fin, a ese miserable náufrago ,de la existencia. La salvación es, por otra pal:te, raíz del problema del bien y (*) Cfr. ill'l'iba, enel'O 'junio, pág'. 185.

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SANTA TERESA DE JESUS FRENTE A LA PROTE,ST A y FRENTE A TRENTO *

(Conclusión)

P. ALBERTO DE LA VmGEN DEL CAIUlIEN,

O. C. D.

B) EN SUS LIBROS

Frente al problema lac.eranteclel bien y del mal caben dos C0111-

porta;nientos distintos: uno, vital; otro, doctrinal. La plebe de los hombres, escoge 'el primero, la aristocracia, el segundo. El vivirlos conjuntamente ha sido siempre, a través de la historia, signo de se­lección. Los grandes hombres no solo sieliten en sus carnes la gran tragedia finalística, sino que, además, le encierran en ceñidas' fór: muléis mentales, para mejor analizar su contenido doloroso y puri­ficante. Así, servirá ele terapéutica saludable para los que en pos de ellos vengan. Entre estos 'selectos se elestaca Santa Teresa. No solo porque vivió la cruenta ludia en sus nienores detalles, sino, además y sobre tc;>elo, por,que nos legó una sistematización empírico-racional de 1 a misma, avalada por sus maravillosas experiencias ascético­místicas, ele pocos igu~t1aelas. De ahí la vigencia perenne de su doc-. trina, que quisiéramos certeramente sintetizar.

a) El proble,¡ua de la salvación.-En el plano hUrl1ano, salva­ción y felicidad se convierten, son términos eCluivalentes. De ahí su fuerza de fermentación en la masa racional. Cuando aparezca en el horizonte, de, la conciencia, levantará una tormenta ele ansie­dades. Si en éstas la luz de la razón, el faro de la fe, iluminan sin interrupción, el homhre adoptará una postura tranquila, sosegada, ti'abajadora, esperanzada, feliz. Si sufren apagones, todo está per­dido: un sentimiento trágico de la vida será su ambiente malsano y las olas encrespadas de la desesperación tragarán, al fin, a ese miserable náufrago ,de la existencia.

La salvación es, por otra pal:te, raíz del problema del bien y

(*) Cfr. ill'l'iba, enel'O 'junio, pág'. 185.

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del mal. Estos dos ¡fieros rivales en tanto Ínteresan al horhbre en cuanto que uno le aparta de la salvación y el otro a ella le conduce, Quitad esa doble y encontrada tendencia, y el problema deja de serlo,

A Ltftero cúpole aquella segunda suerte, la trágica, Su espíri­tu se sintió 111,Uy pronto a~ormentado pOr la incertidumbre de la salvación; llegó a ser en él obsesión desgarradora (6 S), Pocos la han vivido tan intensa y desaforadamente, En un intento gigante que desmoronó su psiquis, quiso c.eñirla con los brazos poderosos, de su razón" Y fracasó, Arriba, un Dios, juez' inexorable; abajo, él, montón dé miserias; y en medio, la salvación", ¡ Imposible 1, gritó Lutero, desesperado; ¡un absurdo 1 Y aquí comenzó su tra­g'edia, .. L I

Muy distinto fué el comportamiento ele, Santa Teresa, Asiel1- ~~

ta bien l~s cimientos de la salvación, Para ella Dios es justo, . sí, , pero no un tirano; señor, padre, hermano y espos~ del hombre (66); lleno ele amor, bondad y misericordia (67); a1i1a éxcesivamente al hombre (68); conoce compasivamente nuestras miserias (69) y está siempre disl'lUest'o a socorrerlas (70); busca con avidez el cariño del hombre (7 'r) )~ se ofr¿ce como amigo y amante, convirtiéndole 'en Sí, en unión transformante (72) y siendo su vida y deleite per-petuos en el. tiempo y en la eternidad,·~ ,

La Doc.tora Mística afirma y reconoce ¡la fragilidad h~l111a-

1la (73), pero nunca su total corrupción, .Esfuerza sin cesar al hom­bre a que se levante de sus miserias y tenga siempre graneles pen­samieÍltos (74), Ayudado por la gracia, divina energía él la que 110 hay dificultad que se resista (75), el hombre se robustecerá de tal manera, que recobrará su primitivo vigor, destruyendo la obra

del pecado (76), Con estás ideas básicas previas, ya podemos recon'struir el pe!l­

samiento teresiano de la salvación, La Descalza Carmelita jar\1ás muestra" ante ella un gesto desesperado; suave y tel11erosa confiatl-

(65) GRTSAR) i110rUn Lnlcl'(J, pág. (j7. (66) el/m" pág', 439 .. nel., pág', 51. (67) Mm'" pág-: 565, l'ül., pág, 129, (A8) CUII" plÍg', 682, (ti~) Vid., púg. 29H, '('((JJI. J púg. 425. (70) FiO.) 11ágs/ü7, 27'"2. Mur., pág. {):2U. (71) 17ül., pág. Hl3. :llo}'" llág', 60~. C(lI'I' J púg. :355. (72) Vid' J püg. HlJ. [lel., Vág'. 83. Cam" pág'. 4'Í2. !1iOI.I " ,püg', 501. (7~{) rid., lJÚg-. (J:3, ('U 111., Vág-. 385. Mo}'" pág. 508. FU'/I(7.) pÚg':" 707. (74) CUIl" plíg', 103, Cal1/., pág', 359, (75) 1'1<1" pág', 223, Mor" pág', 506, (76) lSxcl" pág', 748,

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za enlbarga todo su ser, que, sin querer, se le escapa por los puntos ele la pluma: "i O h Señor mío! Pues parece tenéü determinado qu.e me salve, pleglle a Vuestra Maiestad sea, así" (77). y esto, 'aún sintiéndose abocada a la c,ondenación (78).' La saivación, en su principio y término, es una gracia dependiente de la libérrima vo­lunt~d de Dios (79). Pero descansa también en las buena's obras del cristianismo (80), así propias como extrañas. Además, Dios siente unos deseos tan fuertes, tan vehementes, de, que las almas se salven, que a eso. ordena toda sl1 operación ciüitológic?- (8r).

, Aunque la sublime Doctora niega categóricamente la certeza ab­soluta de la salvación (82) y s,iempre aparece en el cielo del alma cubierta de e.elajes de incertidumbres, con todo, en determinados, estados ascéticos y místicos el alma está segura de su salvación (83). Esto nos da pie para hundirnos en el problema central de Trento . y Luteranismo; el de la, justificación.

-b) El problema de justificación.-Hase dicho que Lutero se agarró a su justificación' inoperante, externa, imputada, como a única tabla de salvación, "para, pone:r rem,edio a una pro.fun,da crí-

,sis de su espíritu'>' (84). Al Clue haya profundizado en la vida de este hombre turbulento, poco le costará acostarse a ese parecer. Durante años ha sido torturado sin piedad por ideas fijas de su ru~nelael y de la Justicia vengativa, de Dio~. En todo ve pecac:l:o, maldad. "M e imaginaba, al ocurn:rme salir de 1m: celda sin escaptt­lariJo, que había cometido un gran pecado 11'tortal" (85). Y en se­guida el rayo de la,ira ele Dios sobre S11 cabeza. De pronto, el su­ceso de la torre (86); una._torre en baja función fisiológica ele un

I I

convento medieval. El Espíritu Santo acude allá (i Qué más da! El Espíritu sopla c:l:onde quiere, se sincera Lutero ante posibles ri­sas maliciosas), inspira al atribulado monje la fórmula s'alvaelora: el justo vive ele la fe, la fe y sola la fe es la que j usti fi,ca, la fe en Dios, en la redención de Cristo; Dios no juzga según las obras, sino según la fe.,. Lutero se ha salvado; ya puede respirar. El dogal

(77) Vid., pág'. 7. (78) Vid., pág. 29. (79) Vid., págs. 38, 116. (80) Vid., pág. 29. Re!., pág' .. 34. Cam~, pág'. 355. FU'lUI., págs. 813, 820 .. (81) MM'., pág'., 566. (82) Mm'., pág. 658. (83) Vid" págs. 50, 102. (84) RIVIÉRE, hlsU{icat'ion, ell Dicl.iollnui1'8 ¡le la Tlleolog'ie CntllOlique, VIII,

col. 2.134. (85) FUNK-BRÉNTANO, LuteJ'o, pág'. lOS.

,(86) GRISAR, Mm'!in Lllte1'o, p·ág's .. 80-84.

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que durante años tenía anudado a la garganta, se ha roto... ¡Y bien senc.illamente!

Fundamentalmente, pues, la justificación luterana· es un acto de fe, pero no de fe cristiana, sino sui generis, a modo de instinto, positivo). Para el Doctor de Witemberg no existe ni ese orden ciega, forzosa,fiducia1 en una imputación subjetiva de la justicia y méritos de Cristo al hombre. Nada de remisión intrínseca del pecado (elementos negativo), ni de santificación del alma en una redaordenación, con vistas al último fin sobrenatural (elemento ni su negacipn o pec.ado. La naturaleza humana es una masa de

, perdición; peca siempre. Ahora bien; si siempre peca, nunca peca. El pecado no existe, ni puede existir. Sólo cabría la posibilidad de pecado en el energúmeno que· rechaza:;;e la fe ficlucial jl1stifican-te (87). .

He aquí e,l nervio de la endeble construcción teológica protes­tante. Lutero, por temperamento, era incapaz de ofrec.er su siste­matización: sólo en erupciones pseud6mÍsticas, en arrebatos tri­¡.¡unicios, lograba hacerla brillar con sus sinie~tros resplandores. Sería obra del pobre Melanchton, que hal't~ le costó para poderla presentar un poco ordenada a las Dj.etas del Imperio.

, . Santa Teresa, al revés de Lutero, 'parte de la ex¡stencia'~le aquel

estado primitivo de justicia original en que Dios creara a nues­tros primeros padres, )' de Sll pérdida por el pecado de los plis­mas (88). Pecado y gracia son dos realidades opuestas, operantes, informativas y transformativas del alma en orden a su último fil1 sobrenatural (89). La infusión ele la gracia y la remisión del pa­cado son algo intrínseco al alma; fenómenos verificados constan­tel11ente en su centro, aun cuando se escapen ele la vía ordinaria a la experiencia psicológica (90). Es Cristo, por su pasión y muerte, el que libra al alma del pecado y la hermosea con la gracia y vir­tuc1es(9I). Los principales canales por donde llega al alma l'a gra­cia salvífica son el bautismo, penitencia y eucaristía (92).

Así, tan sintéticamente (más no nos podearos extender), reco­ge la Doctora Avilesa los rasgos fundamentales del famoso debate

(87) GmsAR, op. cH., pág·s. 54-65. (SS) Fiel., pág'. jj~. llel., pág'. ~7. No!'., pág'! 5:liJ. (S9) Fiel., pág'. 219. lle/., pág's. 55, (j1,. ¡;a'lll., pág'. ,90. Mm'., pág·s. 501506. (90) Excl., pág'. 748, Cll'Ifl., pág'. 486. 17;'1., pág·s. 310, 248. Mm'., VI y VIT 1"'il"

, clpnllllenLe. (91) Call1., Iltlg'. ;J56. H:vcl., pág'. 7~7. Vill., pág'. 71. Con., pág'. 71.2. MO'I'., pág'. fi73. (\12) ¡rUl., pág'. 242. Cam., e. ~8 (autó. elel ,Escoi·l~l). FUII., pág'. 844. Excl., pág'. 730.

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sobre la justificación promulgado por el Concilio de Trento en su sesión VI, I3 ele enero ele I547.

c) La libertad.-" Y si me fuese posible obtener el libre albe­drío, 3'0 no lo qu,errÍa. ¡lo querría que en 1nis ntmws'quedase, sea

'lo que fuese, nada que me peY1nitiese l1ega,r por mí mismo a la bea­titud,' no sólo' porqlle me amagaría el peligro de no poder d0111.inar tantas árcu.nstai/1cias opuestas, :)'0, que el peligro y tqntos d1:ablos actúan' contra 1'I'bÍ, sino lam¡.bié·J1, pOl~q'/t.e, aun en el caso de que estas hostilidades no seprod'ujesen, no por ello dejaría jlome,nos ác obrar angustiosa,mente,al no ten,el' jamás mi, conciencia. la certi­dumbre de qué debía hacer parr satisfacer a,Dios" (93). Con estas palabras el paelre de la Reforma ha dejado al descubierto la ele­bilidad de su sistema doctrinario, sin raigambre racional. Pnro sentimiento. Ahora sería muy interesante el estudio ele las causas, por las que esta solución religiosa, elaborada en los ámbitos ele una

,conciencia psicásténioa con clara función de calmante particularis,· ta, se haya querido convertir ,en imjJerativo categórico, así especu-. lativo como práctico, de millones ele espíritus normales. '

Lutero negó el libre albedrío no sólo pqr exigencia doctrinal. Hay que calar más hondo. Fué por exigenCÍ'a v~tal. Se impuso el triunfo ele la lógica de la vida sobre la dialéctica de /la razón. Por 'eso se aferrará a ello contra amigos y enemigos. Lo reconocerá como la llaga más enconada de su espíritu. "Lo que ell ti más esti­mo, Erasmo, es qu-e sóla tú llegaste al fO'ndo del debate, el. libre ulbedrÍo ... Sólo tú has puesto el dedo en la. llaga,' sólo tú das el

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.ljolPe directo al corazón. i Gmcias!" (94). y i ay ele aquel que se ,atreva a tocarléj,! Se exaoerbará su esco;,:or insospechadamente y le perseguirá" en consecuencia, con ensañ'amiento sin igual. Cuanclo el humanista ele Rotterelan, ante la pavorosa deshumanización del, hombre que esta doctrina luterana implicaba, se levantó contra ella en su "Libre albedrío" (I524), el monje de Wittemberg le ·con­testó iracundo en' su "De scrz10 arbÚrio" (1525). Y ya no le' per­donará nunca, ni en la vida, ni en la muerte, ni aún más allá. Erasmo se conv6tirá para el espíritu atormentado ele Lutero en nna idea más obsesionante, persecutoria. Claro está que eml1 alha­racas de derrotado, ele gozquecillo que, apaleaelo, en franca huícla, se eletiene a trechos ladranclo rabiosamente.

«íl:3) FUNK-BREN'l'ANO J L'lIfe/,'oJ pág'. 204.

(\14) IlJ i el. , pág', 201.

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Santa Teresa de Jesús, al observar los tremendos fracasos de la libertad, llegó a querer que no existiese (95). Posición. similar a la de Lutero. Pero, mientras éste desemb'ocará,' al fin, en una negación rotunda del libre albedrío, aquélla 10 hace en una afirm~ción no menos contundente (96). El libre albedrío es del lado humano la fuente de las buenas obr<;ls y del mérito, corona del. fastuoso y há­bil edificio racional. Por eso se 10 ofrecen a Dios los r.eligiosos; y es 10 que El más aprecia (97). Dios se enfada mucho contra las a1n1as que le retiran el don preoio~o de la libertad. Hay estados en la vida sobrenatural donde el libre albedrío queda cautivo. Dios mismo, a veces, salLa de modo misterioso por endma de él y, sin destruirle, hace lo que su bondadosa Providencia ha preestable­cido (98). La libertad, libre de los def.ectos contraídos en el tiem­po, se zambullirá, al fin, en el piélago del Divino Albedrío (99).

De este modo la libertad teresfana,ref1ej o de Ti-ento, recorre su parábola nlaravillosa, saliendo de Dios y a Dios tornando, mien­tras en el brev,e curso de esta vida se trueca en energía motriz dé

'toda actividad humana. En cambio, la posición luterana es tan mo­lesta, que muchos de sus seguidores han, querido' abandonarla; dis­culparle. Pero ya es tarde; seguirá siendo cierto 10 que afirma un auto:-, ~,aQa sospechoso por cierto (roo): ~(BI11,pujado po~ la. con­tradzccwn) el padre de la Reforma llega a mantene1' la>s Sl.gutentes proposiciones.' La gracia ~e da gmtuitaw/Je11Jte al los más indignos, a lós q'ue menos la merecen. N o se puede obtener por las obras, por esfuerzos grandes o pequefíos. Ni sl:quiera es concedida al celo ar­diente del 111,ejor, del más 'virtuoso de los hom'bres) qwe busca, :\1 persigue la justicia." Esto nos lleva a estudiar otra de las secuelas principales de la justificación imputada. I

d) El valor de las bue'na>s obras.-La negación del libre al­bedrío despeñó a Lutero en otro abismo más profundo, Las obras son in di ferent'es para la salvación, Para este fin nada pesa nuestro obrar. AJc.anzar tan altísima meta descansa exclusivamente en las manos de Dios. Mas la expresión (( buenas o 111)[/'las obras" apenas si tiene &entido; sólo se llamarán tales extrínsecamente 'en cuanto sirvan o no de provecho a nuestro pr.ójimo. ¿ Cómo 10 va a tener

(95) Viel., pág'. 140. (95) 'Vid., pág'. 221. Gain" pág'. 450. Mor., pág'. 612. Excl., pág'. 748. (97) Gam., pág. 382 .. Fund., pág'. 7,79. Vid., pág'. J 73. (98) Vid., pág·s. 89, J 75. Gam., pág', 450. Excl., pág'. 747, (99) Excl., págs. 745, 746. V'id" pág'. J 72. Funcl., ·pág., 782, (100) il'lIOHELE'r, jl1Bmoi1'eB ele Luthe1' rParls, J837).

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i . sino somos libr~s?' Apedillarlas buenas por una relación intrín-I seca, trascendental a un principio inmutable, regulador del obrar, porque predisponen a la r,ecepción de la gracia, porque la aumen­tan, porque, finalmente, nos justifican, nos merecen la ,gloria, son otras tantas afirmaciones que encrespan al atribulado fraile, situán­dole en un estado esquizofrénico insoportable. Hemos hurgado su angustiosa tara psicofísica. Para él no resta otra obra buena fuera de la creencia fiducial en la imputación de los méritos de Cristo. He :aquí la costra que ,recubrirá su llaga puruIenta, que el desgraciado juzgará cerrada. Por eso, puesto a pasar revista a los grandes santos del Catolicismo, a ningunp conoede e! dipl9ma de varón justo, excepción hecha de San Agustín, San Pablo y San Juan. A todos les falta el s'ello maravilloso de la fe fiducial justi­fic.ante.

Al. contrario, Santa" Teresa se mueve en atmósfera muy distin­ta. Precis,amente Criador y criatura se distinguen, como en tantos otros órdenes, en el de las obras también. Las de Aqu¡el son justas, santas, infinitas; las de ésta, limitadas, imperfectas (rol). Pero, por muy defectuosas que sean, son ,el vehículo de la regeneración. Su perfección o imperfección quedan vinculadas necesa;iamente a la gracia o pecado que les acompañan (rin): Lista el alma a re­c.orrer el camino de la perfección, todo paso que dé en él implicará forzosamente un aumento en la ~aqd'ad y cuantidad de las obras; serán mejores. Si no' ocurre así; si, aumentando la vida ascética, incluso la m'ística, las obras I buenas no crecen, tema el alma; es una vida sobrenatural de oropel que fallará presto. Los recibos de Dios dan eso: obras (103)- Son su marca. Dios sólo en esta moneda paga. y otra no recibe. Por eso resultará' siempre falsa la fe sin obr~s. La Santa la prodama abiertamente estéril (ro4). En el cons­tante y' admirable retorno de las obras de! hombre a Dios y de las. de Dios al hombre consiste la santidad; ellas nos mereoerán, en último término, l~ gloria (lÓS) ..

En todas estas doctrinas teresianas alienta el espíritu tridentino' del canon 32 del cap. 16 del Dec.reto sobre la Justificación. Sal).ta Teresa gritando a sus hijas desde la torre del homenaje de su Cas" tillo Interior: "Obras) hijas;ob1'as quiere el Señor" (ro6), y Lu-

'(101) Mor., pág, 648. Ex:e!., pág. 727. Fund., pág'. 809. (102) Vid., págs .. 22, 23. Mo1'., págs. 506, 507. (103) Vid., págs. 225, 321. Gam., pág's. 36:1, 440. Mor., 571, 667. (104) MOj'., pág. 521. (105) Vid., pág, 145. J?1fnfl., pág'. 809, (106) Mo'r" pág, 572,

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tero vociferando a los suyos desde el torreón, derruído de las mu­rallas de Wittemperg: Fe) más fe y siempre fe) son dos fórmulas, dos antítesis de fuerza combativa inextinguible.

e) Frente a lal autoridad.-El padre Hartmam Grisar h~ di­cho: "Fué para Lutero' una desgracia el ser, por sus dotes natu­rales, tan altamente superior a sus hermanos en religión. La mis­ma contradicción con que tropezaba no hizo sino afirmarle en su audacia." Y o más bien dijera que 10 fatal para Lutero fué el des­nivel de sus cualidades naturales y .sobrenatumles; algunas ',de las primeras, cimas airosas; las segundas, .las morales, vanes profun­dos y abarrancados. Ese clesnivd provocó en él la crisis de toda autoridad. Así 10 confir;l1a el 'hecho ele que c~anelo Lutero se en­frentó con personajes de altura inconmensurablemente superior a la suya, v. gr., con el Cardenal Cayetano, tÍo sólo no s'e sometió, sino que stl atorbellinada inteligencia se e~capaba sien~pre por la tangente de sus viciosas y rebeldes inclinaciones, Lo mismo hubie­se ocurrido si el choque hubiera tenido lugar al principio de su vida religiosa con alguno de los preclaros agustinos que entonces bri­llaban, sin comparación de más valer que él. Porque la causa o de iodo el mal radicaba en el vacío de su vida sobrenatural; mejor, en el desequilibrio, en el caos de la misl'na. Todo 10 demás, condicio­nes ambientales, trastornos psicofísicos, etc" son elementos acon­dicionantes, nunca decisivos del drama luterano.

El Doctor de Wittémberg, impulsado por esos agentes, muy pronto s~ enfrentó con la autoridad. De un modo consciente y cla­ro, cuando explicaba Sagrada Escritura en 'la Universidad de\Wit­temberg (1 5 ~ 3). Hasta él nadie la había entendido: ni los famosos exégetas, ni los célebres doctores, ni los Santos Padres, y aun llegó a c.ruzar porsll mente altiva que ni la misma corrompida Ig)esia que él había contemplado en la Roma de 1511. Esta bancarrota interna de la autoridad en el alma de Lutero apareció muy pronto externamente con motivo de predicarse unas indulgencias. El en­greído profesor arreri1etió furioso contra ellas, más que nada, como medio para exponer su sistema religioso, concebido en largas, pro­fundas y solitarias meditaciones sobre los Libros Santos como des-, fogue de pavorosas crisis moraLes. Desde este punto, Lutero pi­soteó toda autoridad, divina y humana; 10 mismo da. S610 queda­ba ,en pie la suya. Yeso sí: ésta habrá de imponerse a todo el mun­do. Para alcanzar tan paradógico fin, no habrá diferencia de me­dios; todos son buenos y nobles.

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"¡Oh virtud de obedecer, que todo lo p'uedes!" (107), bello afo-, rismo teresiano qtle ofrece rudo contraste con la doctrina ,luterana. El sint,etiza todo el pensar de la Autora de las Moradas, El so~ metimiento es el alf<;l y omega de la vid~ sobrenatural; en los pri­meros pelela~os de la perfección y en los últimos, siempre un guía experto a quien seguir; sus eles'eos son mandatos (108). Esto lle­vará al alma a la perfección sin peligro alguno; a la gloria (109), Dios ha establecido una jerarquía externa, humana, con la cual ha ele contarse hasta en las relaciones más íntimas con El. Puede ocu­rrir que se dé colisión entre lo que esa autoridad ordene y el Se­ñor inspira en el fonclo del alma. Aún en este caso extremo, el alma debe cumplir 'lo estatuí do por la autoridad edesiástica, obli­terando la particular inspiración ( Ira). Obrar ele otro modo inju­ria a Dips, que considera él mejor don del hombre el sacrificio de la obediencia, y que en este caso concreto s'e l'e arrebataría, cons­tituyéndose a sí mismo en norma de conducta (Ir 1). Si quien or­dena no sólo es una autoridad particular, sino la universal de la Iglesia, a través del Papa o Conci1io, entonces cualquier acto de sumisión és pequeño para de algún modo dar gracias a Dios, que 110S dejó experto timonel en este mar tempestuoso ele la vida. La Santa no se hartaba de dar gracias a Dios por haber ordenado que hubiese doctores en su Iglesia, .de los cuales ella, con sólo pre­guntar, podía tan fácilmente aprovecharse (112). Sublime, a la vez que sencilla, doctrina elel total sometirlJiento, que al perder el hombr,ecbanto es por 'él, todo lo halla providencialmente en los demás!

f) El, estado reHgi'oso.-" D1wante los q1tince años que fuí monje me he lnartirz:zado, torturado co11 a'yunos, con el fria; ttn'G

vida entera. dé austeridad. S1: algún fraile ha entrado en el cielo por su frailería, es seguro que 3'0 hubiese entrado en él. NI e martirizaba a !'lter.z·a de rezos, de 1ecturas JI otros trabajos" (113). En esta apología, hecha: por el propio Lutero, de su vic;la religiosa, aparece claro su espíritu desarreglado y extr,emoso. La crítiCa moderna 110

se ha creído obligada a 'asentir sin más ni más a su dicho, y ha

(107) Via., ¡Jug'. l'l7. (108) yid, , pág', 168. fiel., ]lHg'. ,8'. Mo/'" pág'. 531. (lOCJ) C{UJ1.,' pág'. 48n. 11101'., pág;. fd2. Fllnd,-, pág', 780. (110) Viel., pág'. 186. fiel., pág-. 26, (111) 111(l., pág-. 210. flel., pág'. 85. FIt'/'ul., pág', 770, (112) 1"id., pág'. 88, Cam., pág-, 354. (113) FUNK-BREm'ANo, LIt/e!'o, pág's. 56-58,

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ponderado muy despacio el contenido de su permanencia en la Or­den de los Agustinos. Su veredicto es desfavorabJ.e a Lutero. iRa comprobado que su apología es muy tardía (II4)¡ Surgió en plena lucha (I 530), para rObusteoer determinadas posiciones doctrinales, atacadas fuertemente por sus adversarios. Insincera; los estatutos de la Orden le prohibían tales ascetismos histéricos, y las dispen­sas, de su Vicario General, Staupitz, ponen al descubierto la ifal­sía (q 5). Aunque no se rechaza que, alguna v·ez, para librarse de su tormento psíquico, se entr~gase ,3 desusadas, penitencias, que, por carentes de espíritu, San Juan de la Cruz ap~l1idaría, no mucho después, peJi,itenciJas de bestias (II6). Apriorística; no fué produc.­to de la vida sincera y real, sino del pensar descarriado. En la exasperación de la lucha, obsesionadó con la idea de la inutilidad de las obras buenas, en todas part'es recogía argumentos que la defen~ diesen. Uno muy poderoso es sin disputa el de conciencia, de la pro­pia experiencia. Y echó mano de él. Hubo'quefingir unas mortifi· caciones y otras' agrandarlas. P·ero -lo import·ante era presentfVse como víctima de la austeridad caustral, sin encontrar la paz y jus­tific.ación, para así rechazarla de plano y sacar válida su conclu­sión de la inutilidad de las buenas obras. Y no se di6 c,uenta el des­graciado que las flagelaciones no alegran y justifican al cristiano en razón de tales, comotanlpoco el apaleo al jumento del arriero, sino con la formalidad intrínseca sobrenatural, de la que estaban llenosfl los grandes ascetas cristianos y vacío el corazón de Lutero. Por eso ellos fueron felices y santos en medio de sus penitencias y él en otras infinitamente ménores desdichado y réprobo; La po­sición de Lutero frente al estado religioso es efecto único de tres causas parciales: psicofísiaa, una; vocacional, otra, y la ter¿~ra, teológica. Error craso sería el convertir a cualquiera de ellas en total de la r.ealidad que nos ocupa.

Repetidas veces hemos hecho alusión a los trastornos psicofísi­cos del fraile de Wittemberg. Son de un valor incalculable para centrar convenientemente su figura. Que s·e extendieran al orden sexual es inegable. Una juventud desgarrada vino a acentuar esa pmclividad, quizás atávica. Hay autores que hablan de sífilis (II7) y otiti~ escleróticacle orig.ert si filítico (Ir 8). Claras son a todas

(lJ4) J. MONTALBÁN, 01'ígenes, pág'. 32, (115) GRISA'R, Mm·tin Ll1te1'o, págs, 48, 4g .. (111i) Noch, pág. 388 (Burg'os, 1931). Las citas irán por esta ecl1ción, (117) GRISAR; Mm'tin Lutero, págs. 217, 218, í118) DR. SERRA DE MAWJ'iNEZ, en un estudio patológico sobre Lutero,

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1u,c.es las ingentes dificultades que un joven en estas circtl11stancias tenía que arrollar para .dar con La felicidad. N o decimos que sea i1;nposib1e. Posible es con vocación. Sin ella ...

y éste es precisamente el caso de Lutero. Una idea obsesio­nante de la justicia vengadora de Dios-desequilibrio psicofisico-c--­actuando en condiciones ambient,a1es favorables (el ray¿ de la tof­menta que le derriba al suelo), lanza al desgraciado de un extr·emo a . otro, de una vida viciosa a la claustral. Mientras tuvo ,a su lado al ~ngel tutelar de' un maestro prudel~te, las borrascas que conti­nuamente se fraguaban en las dens'as e impenetrables oscuridades del descarriado novicio no produjeron efectos muy notorios. Pero fué avanzando, y sobre el ctimulo de dificultades internas llovie­ron las externas. Su mismo val el' le vedaba toda neutralidad. Se siguieron Las banderías, -siempre ardientes, entre la Congregación clelos Observantes Agustinos y la Provincia de Sajonia, motiva­das por las! innovaciones de~ Vicario General Staupitz '\ 119). Lu-

. tero intervino con toda su fo.nnidable combatividad. Y triunfó. Se le eligió Provincial. Mas su pseuclQmisticismo, que apenas había sido el único sostén de su vida religiosa, se fué evaporando entre los mil quehacer,es de gobierno y de estudio. En el horizonte de su

; espíritu se dib~jó borrosamente la crisis de la vida claustral. Es verdad que inconscientemente; pero ella aceleró la doctrinal. Ve­rifidada ésta, la otra no tardó en manifestarse. Si sólo la fe en Cristo justifica, si las obras buenas no tienen razón de ser, tam­poco la tendrá el estado religioso, obra buena por antonomasia. Y Lutero obró en conformidad con este principio, que, al quererse erigir en cobertor de su conducta desarreglada, fué productO: de la mism:a; la idea 10 es de la vida y la vida de la idea en un proceso indefinido. Desde entonces, 1(1 apóstata consideró al estado religio­so como la cosa más oPFobiosa, y el haber sido fraile como el ma­yor pecado de su vida (120).

) La doc.trina de Lutero sobre el estado religioso hállase, sobre

todo, en su famoso folleto "De votis monasticis M artini Lutheri judicixu·m", uno de los más inf'ames que se han escrito sobre es't'e tema. De él dice Deni,fle: "Este escrito despobló los monaste'ríos de Aleman.ia,· su autor le considera C01110 1:rrefutable; para. él, éste era una dé sus mejores obras, y M elanchton vió en ella una obra de

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(119) GRISAH, Martín Ltlte1'o, pág·s. 38-53. (120) As1 lo fué, efectivamente, pe·ro no en !JI sentitlo que él lo dec1a, No hay

pecado más fatal que el vocacional.

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alta ciencia" (121). Evers le calificó de incendiario (122). De he­cho es un fiel trasunto del alma tormentosa del autor.

Para el corifeo protestante,' los votos no se apoyan' en la. palaMa de Dios. Antes están en pugna con la Escritura Santa e Iglesia pJ;'imitiva. ¿ Cómo se pueden conciliar c.on la libertad del Eva.ngelio? Se' ensaña especialniente contra el de castidad (123). Los votos son, por otra parte, contra la fe, ya que sólo ésta justifica yno lo bueno que ,aquéllos implican. Se oponen a los mandla'11'/iel1/t'os de Dios, que ordenan honrar a los pabres, y pugnan con la razón naf1,M'aJl, pues obligan a lo que no se puede cumplir. Por donde concluye: "Prop­ter hanc ve.! solam abominationem (la de no honrar a los padres) emdicata, e:rstincla, abo/ita eupio, sicut et opport1tit, u,11.iversa 1]1:0-

'Ilasteria, qu·a·e et 1/<til1a.11'l ereptis Lot et filia bus Sítis de medio eoruo111. Dominus igne et sztlpJ/ltre coelesti ad exel1·z.plu111 Sodo'moe et ,Go­morrae de11l,ergeretil¡¡ prof'zmdum" (124). Así gritaba el fraile apóstata desde.el castillo de Wartburg. y a fe que no cayó 'su voz en el vacío; fueron J.egión los que le siguier~n, como a Luzbel en la primitiva defección.

j Cuán distinta doctrina la de Santa Teresa sobre el estado re­ligioso! Como la vida, de,la que era floracion. Sus obras magis­trales constituyen la más brillante ·apología de la vida claustral. Esta es para la Reformadora un refugio seguro, tranquilo y d'icho­so para el alma fiel Cjue sólo desea contentar a Dios (125). Sus in­acabables penitencias, abnegaciones y sacrificios envuelven U11a do­hle finalidad: la propia santificac.ión y la de los demás, y, por am­bas, la gloria eterna (126). He aquí el fin y felicidad del religioso. Mas, i)ara conseguirlos, hay que entregarse de lleno a Dios, rom­per con toda atadura de carne y sangre, y, cuanto más allegada sea, con más energ'ía. Si se dijese que. eso es ir contr·a el amor, ocurre lo contrario: es lo más fino del amor, del verdadero amor (127), Limpia el alma religiosa de 1 as aficiones mundanas, aún ele las más naturales, se convierte elLoasis ele espiritualidad y regeneración. Dios poneen~la sUs reales; se halla 111VY a su placer. Por eso no

'(121) DEKU'LE, LI/llle/' 11/)(/ Ll//hc1'/lI1n in eler (,1'8/en EnI1lJic/¡l1m,q IjliPllCII1)1OS,.'ig

rlf/l'gesteUt (Maguncia, 1 Q04), pág. 53. (122) EVERS, MG1'/,jlr LlIl.he1'(Mag'llnc~a, '1883), pág'. n7. (123) Tisch1'celen. 'E (llc. vVeitnal', núm. 1.472. Llega a (leclr gue la vil'g'ini(la(l, 'ili

c'!'jsto la aconse.ió ni hi practicó. (124) L1I.the1'swe1'ke, pág·s. 8, 6,24. (1.25) Fiel., pág'. 15. Cmn., pág'. 388. (;on., pág'. 687. (1.26) Ficl., pág·s.' 195, 197, 280, 295. Rel., pág',' %. (;nm., pá~·R. 188, .480. Mol'"

pág·s. 567, 658, 631. Cm'/., pág'. '183. (127) Vid" pág'. 07. C((1I1., jl:'ig's. :J6;'-;173.

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es de extrañar que las Ordenes religiosas; que tantas de estas al­mas ,atesoran, sean las grandes reservas de la Iglesia. De ellas salen sus más intrépidos paladines. Y esto no sólo en las austera~ y perfectas, sino aún de las relajadas. También reporta Dios Nues­tro Señor mucha glól:ia de ellas (128). Siendo J e~ucrísto divino mentor de los Patriarcas de las Ordenes monásticas. e inspirador

,de sus reglas y estatutos, deber es inalienable de los miembros de las mismas el conformarse hasta en l~ más mínimo con lo que en

,.ellas se establece, no permitiendo ~ejar caer ni una tilde de sus pa­labras. Por lo tanto, gr:an cuenta tendrá que dar al Juez supremo el religiG:lsopor el' que se menoscabare el edificio de la· perfección

, claustral (129). Podríamos" seguir engastando en es·ta corona de alabanzas del

estado religioso otras muchas piedras preciosas teresianas. Pero las señaladas basten. Sólo si quisiéramos orientarlas hacia Trento. Ellas son irisaciohes de su luz espléndida. Pocos comentarios más jugosos al Decreto de, Refol'l11atione Regulal'iu.1n (sesión XXV), , que el Ca,mino de Perfección de Santa Teresa podrá presentar la literatura eclesiástica. Esto en la teoría, porque en la práctica, las Fundaciones, las Constituciones y 1I1odo de visitar conventos son su realización más acabada.

g)- Efectos.-La idea nunca fué nube vaporosa que en el cielo se diluye- sin dej al' rastro de sí; al contrario, su fecundidad ha sido siempre sorprendente. Las el<=; Lutero, que, hemos recogido, se pre­sentaron desde un principio grávidas de explosión; su fuerza ato­mizante fuépavorosa. Con todo, es un fenómeno curioso. Algunos sabios ya han reparado en él. El Doctor de Wittemberg triunfó, en la lucha descomunal no- precisamente en fuetza de sus ideas, sino a pesar de ellas; la batalla la decidió a su favor no la r:azón, sino el carácter y temperamento. Sus ideas, pobres y sin sistematiza, ción álguna, sólo entraron en función de fósforos minúsculos apli­cados al montón ingente de trilifa que numerosas generaciones ha­bían ido orillando a lo largo! del ~amino de su historia turbulenta. Aquéllos, poco valen; todo depende de la destreza del que los ma­neja y de la materia aparejada. Exacto; es el caso luterano. Pero no divaguemos sobre tan interesante realidad y envolvámosla en su síntesis geúética dd pensan1iento protestante, para mejor pre--

(128) Vid., págs. 333, 2<[5. Call1., pág'. 353. (129) l'id., pág'. 247. Gam., págS. 357-362. Mm'., pág'. 575. Fund., pág. 775.

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sendar SU proyección -enJa historia universal, que es lo que por el momento nos preocupa. Rela aquí. La ideología de Lutero brotó ,en el campo abonado de un freri1endo desequilibrio psicofísico. En él germinaron temores insospechados ante lcis problemas de ultra­tumba, salvación o c.ondenacióncl:e su alma.E:l desbordamiento pa­sional, impetuoso, irresistible, le hizo sospechar que era intrínseca­mente malo, sin libertad, incapaz de salvarse o condenarse por sí. o

Este proceso doctrinal no eS nada extraordinario; podría darse en .cualquier otro afectado de la misma psícosis. Pero Lutero era, ade­más, un sabio, y en fuerza de tal se lanzó a elaborar una nueva con-

o cepcióll soteriológica que llenase el v;ac.ío 'de la' arrnmbada. Y 10 consiguió del modo más fácil: La' fe es la que justifica. La impu­tacióno no de los méritos ·de Cristo, 10 que decide la salvación o condenación. Todo 10 demás, bueno o malo, según dicen, que haga, no se aprecia en la valórica sobrenatural.

Si el agustino no hubiese llevado birrete ni ostentado prelacía alguna, es posible que hubiera languidecido en un prolongado es- . tertor, inexplicable a las curiosas miradas de los extraños, en al­gún rincón del espacioso convento de \Vittemberg. Sus hermanos, compasivos, al notar los gestos desusados y convulsivos del cui­tado, le hubiesen apellidado fra.ilc raro JI melancólico... He aquí el ,epitafio. Mas Lutero, sobre su ciencia, era Provincial, una de las figuras más relevantes de su Orden, de amplios contornos' sociales. Por ello, cualquier incidente le haría saltar al palenque. ,Una nada desacostumbrada predicación de indulgencias desencadehó la tor­menta. Lo mismo podría haber sido otra causa cualquiera. El mal no estaba fuera, sino dentr~. El joven profesor universitario.arre­metió contratado con un descoco alucinante. Puso en movimiento

. todas las ,energías de aquella sociedad dt:;crépita. He ahí su gran mérito, de alta psicología social. La autoridad eclesiástica y civil, amena~adas por igual, entablaron una lucha sin cuartel con el fiero individualismo luterano. La hora "de la gran tragedia, muchas ve­ces a punto de representarse en el gran esoenario del mundo y otras tantas suspendida por una intimación poderosa y secreta, ha­bía sonado ... La desolación se extendió a todos los órdenes: al teológico, al científico, al político, al socia1. Las revoluciones to­das que en el correr de los siglos acaezcan se sentirán solidarias de aquel gesto siniestro de un fraile esquizofrénic.o. Este procurará dar consistencia y atracción a sus ideas, revistiéndolas con tules ele

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reforma:, Pero el tiempo no le ha hecho caso en esto y la ha llamado jJseud01'reforma.

Las ideas teresianas, en cambio, tuvieron una eficacia lenta, pe­ro pJ.'ogresiva y eficaz. Todas iban encauzadas al mejoramiento del individuo y de la sociedad. Provenientes del rico manantial tri­dentino, coadyuvaron poderosamente a plasmar sus proyectos re­formatorios, llevando la nueva energía la las células más íntimas de la Iglesia, Primero, a la propia Santa, Por ellas es 10 que es. Luego, a las personas más' allegadas; después, a toda "la Orden del ,Carmen, y, 'finalmente,a la sociedad entera. De este modo el idea­rio teresiano fué uno de los sostenes más firmes de la Iglesia pe­riclitante. Teresa de Jesús, encerrada en su Castillo Interior con un puñado de valientes, se convirtió en plaza fuerte, inexpugnable a los asaltos del protestantismo. Además, la Santa hizo otra apor­tación al Catolicismo muy señalada: su mística. La mlstica de la Esposa preferida de Cristo, toda experiencia soberana, es una de las rúbricas más elegantes y seguras del conteriido doctrinal de la Iglesia. Los luteranos más- sañudos han tenido que inclinarse ante 10 niaravilloso de su sencilla realidad.

Las ideas teresianas, al informar la personalidad toda de la gran española, cuajaron en uná Reforma espléndida, c'nyos frutos sazonados paladean aún y gustan la Iglesia y la sociedad, Esto. nos lleva a analizar la última parte de nue~tro estudio.

C) EN SU REFORMA

Santa Teresa se debe toda a Trento: respiró sin cesar los aires reformatórios que impetuosamente soplaban de aquella ciudad ti­rolesa' en la que, corriendo el tiempo, sus hijos levantarían una de sus más bellas fundaciones (130). Si su vida y su doctrina son un fiel trasuntb de Trento, que abrillantan los fulgores que de él reci­biera, 10 propio ocurre con su Reforma. Esta es de genuina inspi· ración tridentina; la práctica de aquella teoría reformista, discutÍ­da con tanto ardor en generales asambleas y hecha triunfo por te­són ibero, fina y segura concreción femenina de abstracta especu­lación masculina. La mujer siempre fué mejor detallista que el

('130) P. ALBER'l'O DE LA VIHGEN DEL CAHMEN, Retazos c/e nuest'ra h:isto!'ia, "Monte Cnrmelo", 43 (1\142), 170-174,

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hombre. Quizá por eso la Reforma teresiana superó en amplitud y supervivencia a todas las de aquel siglo fecundo y creador (131).

Lá Reformadora, al sentirse tal, miróse a sí misma como lugar­teniente c1eTrento. Cuando.las dificultades arrecien y todo se le eche encima y su obra querida zozobre en el vórtice ele las huní.a­nas y diabólicas inquinas, a él acudirá siempre en última instan­cia; será su apoyo más Juerte; pauta y guía de sus afanes refor­mistas (132).

En la Reforma teresiana también influyó el protestantismo, pero como contrario., Al ser un ~ mandato imperativo de Trento, era irreductlble a toda categoría luterana. Por eso la gue,rra' fué sin cuartel entre ambos. Sólo que los protestantes, cegados cada día más '1'01' un espeso materialismo, desconocieron la eficiencia de este nuevo enemigo que la Providencia de Dios .res deparó. Siem­pre idéntica ley: los parvuliI10s confundiendo a los soberbios, Por eso ele él recibió las más sensibles derrotas. Es así la Reforma te~ resiana <:;1 arma i/mejor templada que salió de aquel gran arsenal eclesiástico' que se llama' Santo Concilio de Trento. Veamos el modo de llegar a estas mismas conclusiones por una inducción mi­nucIosa.

I)CAUSAS DE LA REFORMA TERESIANA.-Fuera del primer ente, todos los demás son un producto armónico de las cuatro clá· sicas causas: eficiente, formal, material Ji final. Por ende, la Des­calcez Carmelitana no puede ser una excepción en 'esto. JVlaS't111 estudio trabado y riguroso de ellas 110S llevaría muy lejos, dando él nuestro trabajo proporciones ele libro. Por eso haremos gracia al kctor de la estricta propiedad filosófica, y, sin perder de vi~ta la recia urdimbre de esa etiología rúaravi1!osa, espigaremos aquí y allá las causas que mejor nos sirvan para explicar los fuertes contrastes de la Reforma Teresiana y de la pseudo Reforma pro­testante a la luz ele Trento.

- a) La. energí,o' 'intrínsew de la. Orden.-AI nd ser las religio­nes monásticas efecto de la exacerbaciórl morbosa del sentimiento

/

religioso que late en la subconsciencia .de ,1,al'Humanidad, sino de la fuerte moción del Espíritu Santo, ni s; existenci.a, ni su des-

(131) VICENTE DE LA FlEN'm, Jli,/o!'ill ... 111, 145-147; HEfiGgNRO'l'HEH, Histu!'ia. ([" la. Iglesia",V (Ñlulll'ül, 1888), 438-430; LUIS KNOl'FLER, Manu.al de Histol'ia Eclesiásllca (Fl'jburg'o ele Brisg'oviu, j 008), 536.

(132) Nueve veces, pOI' lo luenos, ¡:jI" e\l sus U]JI'¡¡S el Sa!llo Concilio.

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arrollo ulterior pueden pender, en último térmi'no, de agentes hu­manos: Estos podrán empañar su prístina hermosura,nunca des­truirla. Mientras perdure la idea fina1ística, arquetipa, según la cual Dios las modelara, la misma vitalidad endogénica postulará imperiosamente su reintegración a la tarea trascendental de espi­ritualizar y embellecer al mundo.

Así ocurrió con la Orden Carmelitana. Río caudaloso y cris­talino, perdido durante siglos en los breñales del C<lcrmelo, des­colgóse un día, impetuoso, por sus, pendientes umbrosas ,hacia las llal1uras de Europa. Aquí padecieron sus aguas un largo estiaje en 1432 con la bula de relajación de Eugenio IV, triste imposi­ciÓn de circunstancias calamitosas.' A pesar de ella, la finalidad primordial del Carmen, oración y ,mortificación cabe las plantas virgina,les de María. s~guÍa en pie con toda su perentoriedad irre ~usable, pues. será siempre actualidad candente' mientras el mundo necesite expiación. Exigía, pues, un mondamiento profundo de su cauce para seguir fecundizando al mundo. Sólo se precisaba el instrumento, el hábil ingeniero que se arriesgase a la obra. Y lo fué----;¿ quién 10 diría ?-una mujer: Teresa de Jesús. Esta es la verdadera explicación de los conti~1Uos intentos de Reforma en la Orden y de sus fracasos consiguientes hasta la llegada de la gran

española (133). , . Del protestantismo no se puede decir otro tanto. N o es enér­

gica reintegración a un orden superior perdido, sino descenso ver~ tiginoso, aunque al principio entreverado a otro infinitamente in­ferior y opuesto. No brota en el árbol añoso de la Iglesia en fuer za ele un desbordamiento de su savia divina para reponer las mar chjtas hojas, sino en 10cfaza1es cercanos, sentina de siglos, dondt: se revuelven los enemigos seculares del papado. Pronto arroj ó la máscara y se confundió con ellos.

b) El CO'Nciiio de Trento.-Quizá ningún otro de la Iglesia de Dios influyó tan decidklamente en la restauración de la vida cristiana. Claro está también que nunca' el nivel religioso hahía bajado tanto. El destierro de Aviñón, el cisma de Occidente y el renacimiento, por no recoger más que Jos factores principales, son focos de infección tan activos que no extrañan los desvanecimien­tos frecuentes de la Iglesia, sino cómo no deg,eneraron en septice­mia rápida. Y como el mal era muy grave y envejecido, múy gra-

(10:1) Entre otras, renlél'ltesc la elel JJeatu Mantuano.

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ve y enérgico hubo de ser el remedio. El Santo Concilio quiso ha­cer realidad aquel grito, a veces desesperado, que sin cesú se es­capaba de los pechos amigos o enemigos del Gatolicismo : Refornw de la ca,beza, a los mie111,bros. De' este modo arrebató a los ríovado­res el mejor banderín de enganche, que las turbias circunstancias

. les brindaban, y ellos, a ,capricho y por doquier, izaban con gran mengua de la cristiandad.

Los venerables Padres de aquella asamblea fueron elabonndo una Reforma acabada d·esde el Papa al simplefieI. y. al .110gar a los religios'os, sus prescripciones, siempre ceñidas y exactas, mne"­tran tal fecundidad que aun en nüestros días no se ha agotado:

Quoniam non ignorat sancta Synodus, quantum ex monasteriis, pi", institutis, ei recte administratis, in Ecclesia Dei splendoris, (aique utí­litatis oriatur: necessarium esse censuÍ/, quo facilius' ac maturius, ubi collapsa est, vetus et regularís disciplina inslauretur, et c01Jstantiús, ubi con§ervaia est, perseveret, praecipere, prout hoc decreto praecipii, ut omnes Regulares, tam viré, quam mulieres, ad Regulae, quam pro­fessi sunt,. pra<;scríplam vilamo instiluant, el componant: alque in pri­mis, quae ad suae professionis perfectionem, ul obedienliae, pauper­tatis, el castila lis, acsi quae alia sunt alicujus Regulae, el Ordinis pe­c~liaria vota et praecepta: ad eorum respeetiv,e essentiam, nec non ad commu!nem vi/a m, vic/um, el vestitum conservanda pertine1Jtia, fide­liter observent,. omnisq.ue cura et diligentía .a Superioribus_adhibea­tur, tam in Capitulis generalibus, el provincialibus, quam in eorum visitalionibus, quae suis temporibus facere non praetermittant ut, ab i/lis, non receJatur: cum compertu.m .lit, ab eis non posse ea, quae ad substantiam regularis vitae perlínent, relaxari: si enim i/la, quae ba­ses sunl, el fundamenta totius regularis disciplinae, exaete non fue­rint conservata, totum corruat aedificium necesse est (134).

Larga es la cita. Con todo, hemos querido ofrecerla íntegl~ al lector porque ella es una de las fuentes más abundosas y limpi1~ de la Reforma Teresiana. En fuerza de las prescripciones tridenti­nás, la Orden del Carmen, como todas las que necesitahan refor, ma, sintió en sus miembros ansias ardientes de restauraci61l ,que e~~an apoyadas c.on todas sus fuerzas por los visitadores apostóli­cos' .ejecutores de los fuandatos de Trento, amén de 11)s mismos prelados mayores, que, como delegados de la Orden, as:stieron al Concilio (135). El Espíritu Saqto soplaba fuerte, y ;El' mlSíTlO Sl1s-

(134) Sess. xxv, c. l, De Reg·ul. el Monü¡l'iblls. ' (135) Seg'ún los últimos descubrimientos, podemos l1ücer subir ü trein(.a y uno

el número de carmelitas que asistieron al Concilio Trident.ino. Cfr. P. LUOINIO DEL SAN'ríSIlVIO, Los carmelitas en T¡·ento. "El Monte Carmelo", XLVI (945), 347 Y siguien­tes. Cfr. ítem, MATÍAS DEL N. J., supra, 325.

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SANTA TEHESA DE JESÚS FRENTE A LA PHOTESTA y FRENTE A TRENTO 371 "

citó la persona excepcional que seguiría fielmente sus divillas ins­piraciones. Cuando la Santa se embarque en la gran aV{~lÜt1ra de la Reforma, Trento será su fiel e inseparable ~ompañeto: el me­jor aliado, brújula segura que le orientará hacia los puertos de escala o de arribo.

Muy otra es la posición ele Trento frente a la pseuclorre:forma. El protestantismo, en sus orígenes, no. se hartaba je apelar a 1111

futUro Coi1cilio universal. Pero no 10 hacía por estímtllo,; de me­lioración individual o social. Era un mero señuelo de incautos. A lo sumo, arma de intimidación. Los Papas temían las ideas conciliares desde el funesto Concilio de Basilea. Todos Jos que tenían algo que ver con la autoridad eclesiástica se refugiaban en ese recinto sagrado, creyendo escapar así al c¡tstigo de sus atro­pellos. Por lo demás resultaba ya, a las altmas del siglo XVI, arma demasiado gastada por el uso y abuso de tantos años. La Pseudo­reforma quería pasar por verdadera. Pero pronto se descuhrió el engaño. Cuando al fin vino el tan solicita{lo Concilio, los hltera­nos le hicieron una r·esistencia a muerte. Es claro: Trentn encar­naba la verdadera Reforma; ellos la falsa. Por eso le temían; como el estafador al poUcía. En T;rento el Protestantism'o quedó derro­tado,inhabilitado, descubierta su interna podredumbre par:l. toda función histórica; derrotado en el dogma y en la moral. en la fe y en las costumbres. Los cristianos supieronclesde entonces a qué atenerse. El protestantismo no les engañaría más: qU<:lbha con·­vertido en el enemigo' número un~ de la Iglesia.

" c) La fidJelidad de Santa Teresa a S/i 7/ocación.-Parece raro

. que esto pueda ser causa de la Descalcez, y, sin embargo, tengo para mí que es una de las más principales. En efecto, fuera del primer ser todos lo.s demás, en fuerza et.e su Iimitud y contingen­cia, 'se ven forzados a buscar extrínsecamente su complemento perfecciona!. Evidente es que éste no puede conseguirse sin medios a propósito. El conjunto de esos medios es 10 que se flama, en or­den al hombre, estado) por el cual se va al fin que responde al ser. Paralela, es la necesidad de tendencia a los medios y al fin. Esb es la raZón última de, aquella tan traída y llevada doctrina de .que quien fracasa en la vocación fracasa en la vida, se condeha. In~

fi·erno es igual a no conseguimiento del fin.

Colocada la Santa en esa acuciante problemática de la vida avanzó por el estado religioso con eXIgenCIa vital. Esta misma

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372 P. ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, O. C. D.

exigencia la demostró un día,. momento cumbre de su vida reli­giosa en la Encarnación de Avila, que el carnina no continuaba, que no unía con .el fin, y entonces se dió cuenta la preocupada n10nja de que su Orden se había relajado (136). El dilema se ';. pl"eSentó con toda su crudeza: detenerse y ser desgraciada o con­tinuar tras las huellas de la felicidad. Y para esto había que res­taUrar el camino; había que reformar. La Reforma del Carmen consecuencia lógica ele la fidelidad de Santa T e~'esa a su vocación. Podría alguno ohjetar que no aparece clara la ilación de ese ar­gumento, ya que no se ve imposibilidad en que la Santa viviese la vida primitiva de la Orden sin ser reformadora en el sentido so­cial de esta palabra. Puéd~se conceder esto en un orden abstracto, pero no en el concreto; resulta imposible en el complejo histórico, que Dios sutilísimamente hila alrededor de determinados hom­bres. En él el ser racional o fracasa o sale reformador. La histo­ria abunda en confirmaciones de esta índole.

Lutero es el reverso de esta estampa teresiana y justificación del punto anteriormente asent3!do. Fracasó eri su vocación. Ya se llega a negar que la tuviese (137). Y a fe que no es un juicio. des­caminado. Pero aun teniéndola, poco a poco se fué enredando en faltas que al fin le despeñaron en el abismo ele la aposta¡;ía. N o sólo no reformó su Orden, sino que la destruyó. ¡Negra ingra­titud! Pocos, en su vida y obras, se han mofado tan groseramen­te del estado religioso como Lutero. (138). Tanto que c.abe pen sar en una neurosis. Por otra parte, ~s natural; de Lutero no po­día salir más Cjue .eso. Hay una imposibilidad metafísica en que el agustino fuese reformador: los principios ontológicos, arriba asentados, se oponen irreductiblelnente. En sentido opuesto a San­ta Teresa, Lutero es una de sus mejores confirmaciones. Este, en orden a la Reforma- sólo podía dar nada: nada-dogmática y narda-éti ca, que el sincero observador las ve en 10 valórico, en 10 positivo que arrebató a la Iglesia (cultura, civilización), que es 10 único por 10 que el protestantismo subsiste en la historia. Sin este vandálico expolio, la protesta hubiese corrido la misma' trágica suerte que tantas otras herejías en el decurso de los sig"los. Y aun más rápi­do hubiera sido su olvido, porque su densidad doc.trinal es menor.

Segúl: esto se ve claro por qué la obra del doctor de Witten-

(I:Hj) 11i.d., 244. (IB7) GmSAH, MOl'l'Ín Lutel'o, 28-:N. (J38) J. MON'fALBAN, Los orígenes, 134,

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ti'

SANTA TERESA DE JESÚS FRENTE A LA PROTESTA Y FRENTE A TRENTO 373

berg es Pse¡.ldorreforma y no Reforr/'ia, al contrario de la de San­ta Teresa. A ésta podríamos seguir señalándola otras muchas cau­sas. Pero las estudiadas bastan a nuestro intento.

n. MEDIOS DE LA REFORMA CARMELITANA.-Múltipres fue· ron los que la gran castellana utilizó para dar cima a su magna empresa. Mas puédense reducir muy bien a estos tres, .que chocan· fuertemente con los empleados por el teutón: confianza en Dl:0S,

ohn:do de 'los hombres y desprecio de símis111!a.

a) Confianza en Diros.-El que Santa Teresa se presentase en el escena'rio de la historia, no fué producto de curiosa veleidad femenina, que tantas farsas levanta, sino de la inmutable volun­

tad ele Dios. Y Teresa es la primera convencida de esta verdad En su R'eforma Dios es principio, medio y fin. El, pri'ncipal ac­tor; ella, el s'·ecundario. Y a esta norma ajustó .su proceder.

Observad los primeros movimientos de la famosa Reforma­dora. En una agradable charla con sus amigas de la Encarnación sobre los padres del Yermo, se decide a erigir tin convento ele r1-gor. Ya antes 10 tei1Ía ,decidido en su magnánimo corazón. Con su intrepidez característica obtiene permiso de su confesor y del. pa­dre Próvinc.ial. Todo marcha bien mientras la idea no se hace pública. Pero desbordados los umbrales conventuales y de común dominio, levantóse tal borrasca que, atei-raclos cOl1fes~r y Provin-

. cial. retiraron sus licencias y dejaron a la Santa desamparada en­tre las astas del toro de la callejera murmuración. Las cosas su­hieran d·e manera que un fogoso' predicador la increpó desde el púlpito, diciéndola cosas tan pesadas que hicieron pasar un rato malísimo a su hermana doña Juana. Al volver ésta los ojos a Te­resa, creyéndola avergonzadísima, hallóla con sereno semblante mirando al orador)' con una sonrisa que embelesaba ... Tenía que ser aSÍ, ,aunque pareciese imposibl,e a los demás. Hecho 10 que es­taba en su mano, descargó el peso en los firriles hombros' de Dios' .)' ella se tornó en paz a la vida tranquila de :'limpIe monja (I39).

En el concepto de todos Teresa se había hundido para siempre en el silencio .de su fracaso reformista. Pero Dios, su pod'eroso

(13\) "OUas haeIalllc Dios HlU!/ yran Jilel'cell; 'lile lollo esto no me ([aba 'inq'v:ie-IlIel, sino con tan/a {acillclall y eonLenlo lo dejé, cumo si no me hubiem eosLaclo nada. y esto no lo paella nllclie creer, ni aun las mismas lJe¡'sonlls de' oración que me t1'a­tI'aban, s'i1w que pensaban estaba muy lJel1(/(¡(/ :ti cOJ'J'ida, :ti aun mi misrno con{esm' 'lto.lo acababa ele crecr" (Firl., 251). '

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fiador, fué disponiendo las cosas con tal maña que aun no se ha bía caído ese sambenito, colgado por la malicia humana a la mon­ja de, la Encar'nación, cuando un dí'a, San Bartoloil1é de 1562, la . alegre campana del reformado monasterio de San José, invitaba a los. fieles a la oración. Eran los primeros vagidos de la Descal­cez. Avila, ciudad del silencio pensante, pasmó se al principio ante semejante l1azaña de la atrevida monja. Mas luego se alborotó de manera que de lej os se sospechara tratarse de recibir alguno de sus famosos tercios o bravos capitanes. Sólo que esta vez su vo­cinglería desusada exigía deshacer el diminuto convento. A su frente se hallaba Teresa con las viejas virtudes de la raza. Y pron­to quedó ella sola. Ante el general ataque nadie osaba levantar cabeza a su favor. La autoridad de la Orden echó mano d,eella y encerróla en la Encarnación. Y por bien librada se podía tener si no dió con sus huesos en la cároel' conventual. Los representan­tes de las autoridades de la ciudad se reunieron en c.oncejo y acor· daron tumultuariamente acabay con el monasterio. i Era un mal púhlico! Parece que su suerte estaba echada. Con todo, Dios; ver· dadúo adalid en esta batalla campal, fué preparando las cosas de moclo que, al fin, la victoria fué' de Teresa; mejor, de El. La ciu­dad se cansó de pleitear contra una monja. ~ndefensa. Quizá se avergonzó ... Esto le'honra; al fin, castá de hidalgos.Vió en Te­resa uno de sus más preclaros hijos; y en su obras, el dedo de Dios (140). La Reforma se había salvado.

Esta estanlpa teresiana no es única. Podíamos descorrer tan­tas CUantas son las fundaciones. Los dieciséis monasterios levan­tadospor la incansable andariega son frutos sazonados del árhol frondoso de la confianza en Dios.

Lutero también confía en Dios y deja su reforma en manos del Señor. Llega a decir 'en sus orígenes: ¿No ha sido la faen.a emprendida según el deseo de 'Dios? Caerá) ellto'nces) por sí mis­ma. ¿Lo fué a. gusto de Dios? Dejémoslo ent're sus manos; E1 obrará (141). Pero 'cualquiera ve que sólo es oropel de confianza. Se refugia en ella con aires de impotente orgulloso en' casos deses­pei'ados; cuando no le queda más que hacer. Es la inei"cia religio­sa de 'la vida anterior que le impulsa. Además, es una confianz1 despechada, altanera: Si Dios se pnocupa. de los intereses de ,1'11

(140) "". y as'! ap1'obaban lo (file '/IIIl/O hablan reln'abado, Y pOGO a ¡lOCO se de­jaron elel lileito, 11 '(/edan qne ya cntei!(l'Ían se1' obm rle Dios, jJlles con tanla con-11'a[l'icción Su Ma,jestad 'haMa Il'ue'l'iao {uese adelante" (VÜl., 291).

(111) FUN!(-HnEN'l'ANO, L'llle1'o, 88.

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hijo) El vel(J¡rá P01' 'I1ti. Mi wusa es la de Jesucristo. Si Dios no cuida de la glO1'ial de Jesucristo, pondrá .la s'W)la en peligro JI, por ello, se cubrirá die ve1'giie/1.w (142). Que se guarde muy bien Dios de reprocharle nada, porque 10 menos que le llamará será diablO El heresiarca, inconscientemente, 'por una desviación patológica, se convenció de que la v:erdad era él, su mismo pensa~1iento. Este racionalismo ególatra derroca toda idea de confianza y la misma de Dios.

b) ,. Desprecio. de si 111isma.-Clásica es la humildad de Santa Teresa. Frente a la obra ingente de la Reforma aun se destaca más.' Cuando Dios la habla Claramente, sin temor a tapujos dd demonio o de la fantasía y le intima la orden de que reforme el Carmen, devolviéndole su primitivo fervor, la Santa se estreme­ce. Se veía enferma y mujer; y por contera, m~nja y sin blanca. y luego, j tantos trabajos! Es la hora ele la lucha. Teresa arremete con todo. Y es valiente capitana en .la lid casi sin soldados. Elh misma se admira de su arrojo. Dado es de arriba y no crecido en campo natura1.

Cuando llueven los éxitos y los triunfos se suceden ininterrum­pidamente, asentándose en firme numerosas fundaciones, y su nombre es traído y llevado en alas de la fama por los más aparta­dos rincones de España, ni soñar que la humilde religiosa se atri­buya a sí el buen suceso. A sus entusiastas panegiristas no se har­taba de mostrar las fealdades de su vida. Y se pasmaba de. 10 ce­rrado de la inteligencia humana, que en obra tan manifiesta de Dios se la adjudicara a una tan ruin criatura.

Nunc.a os6 nombrarse refo1'1nadom (143) y tuvo sus dificul­tades en ver cómo bautizaba a obra tan querida sin herir el des­precio que sentía ele sí. Las monjas ele la Encarnación, en un mo­mento de apasionamiento femenino, dij-eron a·la Santa cosas bien pesa-das. Ella admitió' las que cedían en su rebajamiento y recusó las que suponían alabanza propia (144). Se opuso siempre a todd

(142) Ibíd., 97.' (143) En sus' olJras no ]¡e 'l1allaclo esta pulallI'u. La ele {lInclnclo"l'{1 sólo una voz,

yeso en aquella frase humorística I.nn celel1rac\a: "¡Qué seso. de fll,nrladora/" (Cat., E'rF).

(144) "En algunas CDsas bicn vel" U" lile condenaban sin culpa, pM'que 111e de­cían lo habia hecho porque me tuviesen en a/{jD, 1/ 1101' ser nomlJ1'acla 1/ otms seme­.iantes; mas en Dtras ch/.1'O entenrlia IJ1Ie elecían verdad, en qlle em 1/0 más 1'uin que las Dtras, que }Jues no había guanladD la muehr¡' 1'eUrtión qUe se lleva/){l en aquella rasa, cómo pensaba gum'clm'la en Dtra con más 1'¡(jor, qne escandalizaba al pueblo. 1/ levantaba cosa.s UlIC/)(f8,~' Cfr. Fiel.) 285.

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prelacía, aun dentt'o de la misma Reforma; y sólo la autoridad de los superiores y lágrimas de sus hijas decidieron el pleito. Por lo demás, sufrió no. pocos ultrajes de sus hijos.e ~lijas sin moles­tarse. Canúno de la muerte, una pri01::a, al despedirla, cierra las puertas de su convento malhumorada (145), y a otra se le hace insufrible su estancia, aunque brevísima (146). Al querer cerrar sus ya \ cansados 6j os en Avila, donde los abdera, un Pl'ovincial, más indulgente con los grandes de! mundo que c.on los delicados sentimientos de! corazón que se para, la obligó a entornal¡.!os a orillas del Tormes, en Alba ducal (147). .

Ante estas y otras indelicadezas _ e ingratitudes, la Santa jamás hizo ningún gesto de imperio, a pesar de tantos derechos como la asistían. para ello,. y sólo sí ofreció siempre su rostro bañadu en humilde resignaciÓn y devota alegría. Este trabajo continuo de despersonalización, 'en orden a su obra predilecta, 110 la perjudicó a ésta en lo más mínimo. Dios, en premio, convirtió la inconfun­dible personalid3!d teresiana eil el más fijo y seguro marchamo de su Reforma admirable. Teresa, anonadada, perdida en su humil­dad, se halla perennemente informada del duro y fecundo bre­gar de la Descalcez Carmelitana.

Ahora fijaos en el protestantismo y notaréis e! c.ontraste. Si ha sido incap;z de ser portador de los valores luteranos (negati­vos), ello ha sido a pesar de Lutero y contra su volunt3!d autóc­tona y tiranizante. Está la causa en la soberbia inaguantable del padre de la Pseudorrefonna (148) Y en sus elementos integrado­res, que tienden progresivamente a inacabables disgregaciones par­tidistas. Que Lut,ero sea una personalidad destacada, la historia no lo rechaza, aunque también quiere que no se olviden las negras sombras que le envuelven (149).

En algunos momento.s Lutero también se presenta con adema­nes humildes. Pero ~n seguida se echa de vt;r por las exageracio­nes a que se entrega que allí no hay verda,dera virtud, sino algo anormal y extravagante, producto de atávica psicosis. Las aulas de Wittemberg fueron testigos mudos de su arrogante proceder con los maestros anteriores, e incluso con los Santos Padres, a Jos,

(145) P. SILV .• Yida .... V. 333.· (146) Ibid .• 340. . (147) Ibid .• 342. (148) FUNK-BRENTANO, Lutero, 373. Hasta el sufrirlo Melanchlon se ahs1Cnfa de

eontradecirle. (149,) FRANCISCO J. MONTALBÁN, DeS01'ientados por el Lutero Ile JCllnlt-B'I'I;nlmio.

-"Hnzón y Fe". 125 (lg42). 118-128.

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que llenó de dicterios. Enlprenelida la lucha contra Roma, su oro gullo se desbordaba \ o encauzaba según la seguridad. Garantizaela ésta por príncipes alemanes, su soberbia no reconoció límites. Su colérica altanería se retrató en folletos caricature5cos tan inmun­.dos que ellos solos derogan toda hidalguía de ánimo .. Se dirá que las circunstancias de la pugna despiadada se imponían. A esto res­pondo que las grandes personalicléldes dominan el medio ambien­te, y por eso se elestacan elel común ele los humanos. Su compor­tamiento en la guerra de los Campesinos' fué sencillamente infa­me. Esa actuación es más que suficiente para colocar a un hombre en la categoría ele los criminales. i Cuánto más para hacer astillas el trono ele reformador! Y con todo, i ay de aquel que se atreva a recriminárselo! Todo 10 que él hace es buetlo y santo, pnes e.O; lugarteniente ele Dios e inspirado, por lo mismo, inmediatamente por El. YO y JI,/[ a1'tín Lutero, he exhoJ'tado a, los aldeanos ·insurrec­tosy heor~enado sus supNcios. ¡Qu.e S1i sa'l1gre caiqa sobre mi! Pero la !uwé J'em,011.<tal' lws.ta Diosy plles es él q'u.ien '.11le ordenó hablar )1 Ob1'M C01'I1oO hablé JI obré (ISO), ¿ Estamos ante un caso ele para­noia religiosa? En otra parte: En Cllanto a 'mi doctn:nG, digo CO'/1 C1,isto: na es l'I,~í{ly' pertenece a Aq'uel que me la ha tra·n.smítido, \ ¿Po'r qué ra,zón-se pr'egunta-se qolpea a los campesinos con tal viole'1'1.IJ1:a,? ¡lY[ atadlos a todos! Dios reconocerá a los ú1Oce1ües; si aJgu410 ha3' en,tre ellos (I5T), Pues e'l/. tales circunstancias) ¿no e,,' Dios 1'l'/.isI11,0 quie'J1.y POJ' 'Jl.uest'ras 'l'/wnos) ahorca, muele a palos, destrruJle y deoaPda? C 152), Por una ·evolución normal o anormal ele los hechos, el demacrado fraile de Erfurt se cree eJ/7.!iado de Dios; superior a todos ,C 153),

Si la soberbia y altanería de Lutero se hacía insoportable a sus enemigos ó papistas, no lo era menos a sus correligionarios y ami­gos. Si la extensión de nuestro trabajo tolerase hacer una encues­ta sobre el particular, i cuántas cosas nos podrían decir Carlstad, Münzer, Stübner, Zwinglio, etc, t Irritados por la colérica intran­sigencia elel reformador le llamaron el Papa de TF1:tte111ber,q y hasta el fidelísimo Melanchton se queja a su amigo Dietrich d~ la esclavitud y dOl11'iesticidaJ con que se vive en esa ciudad (154')' P~ra asegurarse el püesto privilegiado, al que con tanta sangre se

(150) j.'UNf(·BREN'l'ANO, LI/le/'o, 233. (151) ~~arta de Amuelol' ele 30 de IIlHyO de 1 ií25 .. (1 :;2) FlJNI(-BREN'l'ANO, LUtC1'O, 230, (15:3) J. l\'fON'I'ALBAN, [,os orí{Je'/les, .. , fll, (154) FUNI(-BREN'I'ANO, Lutero, 285,

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había aupado, nd reparó en medios: la violencia, el fraude, la pro·· 'pia e~1:comwlVÍón, j Absurdo de los absurdos! Pero no hay que ex­trañarse, Son las paradojas luteranas, ,Hasta montó toda una iü­quisición de más baja estofa que la deformada con que han so­nado los enemigos de la Iglesia y de España' (155),

c) Olvido de ZCts h011tbres,-AI fiar a Dios la Sarita su Re­forma, había determi¡~ado ya con clari?adel plano en que había de moverse el 'factor humano: los hombres. Su actuación nunca fué decisiva para la Reformadora, Mas tampoco la despreció, '

Por demás curioso y aleccionador es el comportamiento de la ilustre avilesa con todos aquellos que podían ayudarla en su obra' Cada fundación es un modelo de hábil cortesanía y diplomacia .. distinguida y exquisita. j Qué maravillosa adaptabilidad a cara;::-teres tan opuestos! j Qué suave y delicadamente sabía tender las redes finísimas de su verbo sugestivo, en que quedaban aprisio­nados amigos y enemigos! Psicología admirable 1 a suya! Recuér· dense sus relaciones con los generales de la Ol'den Rubeo y Ca­fardo en los momentos más difíciles de la lucha entre Calzaclos y Descalzos, así como con el Nuncio Sega (156).

Pero entiéndase bien, Esto ocurría mientras los hombres no la exigieran algo en coritra de 10 que Dios ordenaba, Porque en este caso así rompía con ellos como' si nada significasen para su Re­forma. La volunta¡:iosa y omnipotente princesa ele Eboli corro­bora este aserto (157), Es que la Sa,nta estaba convencida de que en tanto los hombres serían útiles a la Desc.alcez en cuanto traba­jasen sometidos en todo a la voluntad de Dios, La escala de me­dios para dar cima a su obra gigantesca era la ayuda de Dios pri· mero; luego, la suya; y, finalmente, la colaboración de los demás, A este tríptico medial responde aquel dicho célebre, atribuído a la Santa: Tel'lesa sola nada ,puede; Tel'esa y una blanca pueden algo; mas Teresa) una blanca 3' Dios lo ptt.eden todo (158).

Opuesta escala de medios estableció para su Pseudorreforma Lutero, Para él solo cu~ntan los hombres; a manera de escabel, claro está. Tratará por todas vías de reducirlos a esa sujeción egó­latra. Su más ,íntima y cancerada congoja será no lograrlo plena­mente. Le morderá rabiosarÍ1ente en los últimos días de su yida

(155) IbicL, 286-287. (156) ·P. Sil.v., Vido. ... , v, 1; IV, 448. (157) Ibid. (158) No he dacIo con él en sus escrHos.

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SANTA TERESA.DE JESÚS FRENTErA '.LA PROTESTA ,y FRENTE A TRENTO 379·

,agitada, Pero ,al principio fió de ellos exclusival~1ente su sa]vación ,Al lanzarse a la arena del combate en un arrebato ele trágica in~' consciencia, élrrastrado por corrientes ocultas, ávidas de superfi, cies: lc1aras y lejanías tornasoladas) y :verse solo en medio de in­contables. enemigos. (Dios hacía tiempo que sólo ~ra para él una idea morbOsa), sill,~ió horror ele sí mismo., Este eS el origen psí~ quicode sus,fals~s' huri1ildael,es. No. le, quedó más remedio que, arrastrarse a los pies de los que )e 'podían librar de las manos del temido Pontificaclo.Y a fe que su ojo )10 miró mal, A Lutero se le pueden negar muchas cosas ele las, que ,sus antiguo's correligio­.11élri?S le atribuían; pe~'o la de ser~n gran psicólogo social, V;l. perfeCto conocedor. elel estado. desequilibrante del mundo, y hábil. utilizaelor de sus trastornos cO~1siguientes, creo que no, Sobre ello se asienta la consumq~iqn de su ,apostasía. ~in eso hubieratermi~ nado:, como un vulgar d~sidente; PoresQ el fra\le sajón, al darse exacta cuenta, de ,las condi ci eme s <;tmbientales que, le rodeaban, se

, entregó él ellas; a sí y a su obra; los c;diciosos príncipes a1emil-' nes, salieron fiadores de su empresa maléfica. Cuando, en fuerza del' edicto de Vlor111s, Lutero, es perseguido, el el,ector ,ele Saj onia le esconde en su castillo de Wartburg. Luego vino la, ayuda del l¡ll1elgrave Felipe de Hess~n, e~c. Estos príncipes salvaron al pros­crito y a'iU PseLldoFdorma. Pero i a qué costa! El soberbio Lu­tero, que apenas aguantaba a Dios, se convirtió en un triste ma­niquí. Sacrificó lo último que un hombre puede sacrificar: el ho­nor. Tuvo, que estar at'ento a satisfacer lossaprichos de esos se­llares avarOs y voluptuosos. Recuérdese el matrimonio tu,reo .de Felipe de Hessen ,(I59). Y como este caso indica, i cuá~1tos otros,! Et ysu ol)1:a ~ueron jugue~e de los' príncipes c~diciosos, que se ahogaron la misll1a jefatura cle la Reforma. El lp.ás fiero estatis­mQ la envolvió, (160). yJ no es ésta 1;;1., menor causa de la mudanza c01;lstante del credo protestante., Lutero, a,tado de pies y 1nanos a la potestad secular, querrá, c).1ando ya no tema nada de la eclesiás­tica,. elesligarse,de.ella. P~ro en vano; en el pecado llevó lapen'a, Su vida, como S).1 muerte,. 10 mismo, que la vida y muerte de la Pseudorreforma" quedaban colgados del hilo quebracli~o de 1~ po~ testad civil, de los deleznables poderes de la tierra.

Es evidente, pues, la oposición de los medios excogitados po'r

.' i (J.ú9) FUNN-BRENTANO, Lutero, ,29·2. (J 00) ,T. MONTALBAN, ;A',os' m·igenes ... , J 64.

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380 P. ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, O. C. D.

Santa Teresa y Lvtero para coronar sU empresa. ¿Reina la mis­ma oposición en los fines?

IIJ. FINES DE LA REFORMA TERESIANA.-Al considerar aten­tamente los fines que la Madre Teresa se prefijó al restaurar el CanDelo y a cuya consecución circunscribió su actividad toda, ha­llamos que son tres principales: h propia sant1:¡icación, ayuda de la Iglesia y saluCfJción de las alnUl>S.

a)' Sant?tica.cióll propía.-Santa Teresa se lamentó repetidas veces del poco aparejo que había en el monasterio de la~ncar­nación para labrar la: santificación del alma (161). Yeso que el dicho cenobio no era de los más relajados ni mucho menos'- Con todo, reinaban en él corruptelas, dictámenes, modos de vida, que paulatinamente cerraban el camino ele l~ perfección y abrían otro muy ancho, en cuyos rec.odos las almas podían ser todo lo ruines t¡ue quisieran. La Sarüa lo había visto en sí parcialmente. Y, so­bre todo, había observado casos dignos de lástima en otros con­ventos. Por eso, entre compasiva e indignada,. increpa a los pa­eh-es, para que incautamente Úo metan a sus hijas en doblados in­fiernos (162) .

. El fin, pues, propio e inmediatq de su Reforma sería ese: cer­cenar sin compasión 10 exótico al carmelitanismo, desbrozar ese intrincado camino, para que las almas, sin ningún impedimento, corran a Dios. Para eso restableció la Regla Primitiva. Y como sus artic.ulados son ceñidos y abstractos, la Santa la dotó de unas Constituciones admirables, repletas de consumada prudencia y de un detallismo confOl-'tador. Defenderá esa herencia sagrada contra la poquedad de.espíritu o celo exagerado de propios y extra­ños (r63). Y como si todo esto fuese 'poco, en sus libros dejó subs­tancios0s comentarios al ser de la Reforma, por nadie superados: sobre todo, en el C mn.ino de pe-rfección y F1.tndaciones) 11/[ oda de 'lfisitcltr conveHtos y susCarta>s) sus Cartas inigualables (r64). La mayoría de éstas no reconocen otro móvil: esc1areeer aspectos de la vida descalza, confusos al ser' contemplados por superiores y prelados. La gran española comprendió que su principal incl1m-

(161)l'id., 23, 38. (162) Ibld., 39. ('163) P. SILV., Vida ... , V, 82-84. ('164) Muy cieg'o hay que est.ar para no ver que ese es el fin capital de la óbrfi

escriturfstica ele la Santa,' . ",

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SANTA TERESA DE JESÚS FRENTE A LA PROTESTA Y FRENTE A TRENTO 381

hencia como Refon'nadora era señalar indeleblemente el fin pn­maria de su obra. Por eso, práctica y teóricamente, insiste a cada paso sobre este punto, ,hito refulgente de su vida.

¿ Se p1.fede decir 10 mismo de Lutero, a saber, que la santifi­cación propia fué meta codiciada de su vida y Pseudorreforma:­Estudiado serenamente el problema, se echa de ver en seguida que en el fraile de Erfurt y en su obra hay una preterición de esa po­sición del alma frente a Dios. Cierto que en los primeros años de religioso, en el corazóil del agustino bullía esa idea (r65). Pero sobrevino la crisis presto y quedó desbancada del centro de la con'l ciencia para ir a parar -a la peri feria; al subsuelo más ínfimo de la misma. N o volverá a aflorar más. Lutero se contentó con la santidad de un vülgar sajón; con mascullar unas' cuantas oracio­nes y una fe vaporosa y sentimental en un Ser superior e indefi­nido (r66). El mismo descarte se da en la Pseudorreforma. Sus inspiradores jamás intental'on orientarla a esas ascensiones subli­nies del aJílla purificada. Es que era su negación absoluta. Por eso el protestantismo nunca ha tenido ni tendrá santos. En sus entra­ñas lleva gérmenes esterilizadores de toda heroicidád sobrenatu­ral. La~ ,n1.etas que le prefijó su padre y corifeo son de ,un orden infinitamente más bajo, a ras de tierra.

b) Defensa de Cristo JI de la 1 glesia.-El fin arriba indica­do es el primero de la Reforma Teresiana, pero no el últi~o. Está supeditado a otro de una ecumenicidad indiscutible. Tal es la de­fensa de Cristo y d'e su Iglesia.

La Santa, nacida en tierra de castillos y fortalezas, por cuyas almenas se asomaban las hazañas de ocho sIglos de historia pa­'tria, gustaba de mirar a su' Jesús como Rey batallador e inven­cible (r67). Veía a su querido Rey perseguido, acorralado (r68), ¿ Se acordaba de los reyes azarosos de la Rec:onquista? ¿O más bien de los momentos críticos del emperador Carlos V en Inns­pruck o ele Francisco 1 en Pavía? Y son precisamente los lutera· nos los que tan acuitado traen a este Rey (r69). Estos traidores

I '

(105) GRISAR, Martín Lutero, 33. (loo) No 'llay na(la (locisivo sohre el ateismo ele Lutero, aunque se pueda llablar

l1lUcllo so])re la naturaleza (le su l'elig'iosida(l. De que admitiese las postrimerías,. apenas cabe dudar. Recuérdese el caso (le la muorte (le su !lija Mag-dalena. Cfr. FUNK­

BHENTANO, op. clL., 307. (167) Veinticuatro veces, por lo menos, repite este ]Jellisirno nombre del Sefior. (168) E1;cl., 737. (I(\~) Funcl., 76~.

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qWSleran de nuevo sentenciar a Cristo y enclavarle en un made-1;0. ¿ Q'ué hacer? .Las ciencias y .las artes se declaran impotentes., Casi dijera ques.e han pasado con su bagaje' de siglos al enemigo. Casq del Renacimiento, fermento de mil. herejías. Hasta las. ar­mas ,el tan invocado ·brazo secular, pi~rden eficacia al e¡lfrelltarse con el grueso de las fuerzas heréticas. ¿ Desertar también? Eso. hicieron muchos, que. lo dierO!l todo por perdido. Pero en Teresa, ni por santa ni por española, cabía tal felonía. Se unió, pues, l'ná~

íntimamente a su Rey ultrajado, al que ya apenas quedaba tierra donde combatir, y, divina estratega, ideó un método de reorgani­zar las fuerzas católicas, que combatían en retirada, para llevarlas a. la victoria definitiva. Escuchaclla:

"T o~nando q lo principal para lo que el Señor nos juntó en esta casa, y por lo que yo mucho deseo seamos algo para que contente­mos a Su Majestad, digo que, viendo tan grandes males, que fuerzas humanas no bastan a utajar este fue.go de estos herejes, con que se ha pretendido hacer gente, para' si pudieran a fuerza de armas reme­diar tan gran mal, que Va tan adelante, hame parecido es menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra; y . viéndose el Señor de ella apretado se'recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer, y desde allí acaece algunas Veces dar en los contrarios, y seF tales los que están en la ciudad, como es gen­te escqgz'da, que pueden más ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes pudieran; y muchas Veces se' gana de esta manera victoria; al menos, aunque no se gane, no dos Vencen; porque, como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede haber que baste la que se 'findan,; a morir, sí; mas no a quedar vencidos. Mas ¿para qué he dicho esto ~ Para que en terydáis , hermanas mías, que lo que hemos de pedir a Dios es que en este castillito que hay ya de buenos cristianos, no se nos vaya ya ninguno con los contrarios; y a los capitanes de este castillo o ciu­dad, los haga muy aventajados en los caminQs del' Señor, que son los predicadores y teólogos. Y pues los más' están en las Religiones, que vayan muy adelante en su perfección y' llamamiento, que es muy ne" cesaría; que ya, ya, como tengo dicho, nos ha de valer el brazo eele. siástico y no el seglar. Y pues para lo uno ni lo otro no valemos'

. nada para ~yudar a nUestro Rey, procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones 'para ayudar a estos siervos de Dios, que con tanto trabajo se han fortalecido con letras y buena vida, y trabajado pa~u ayudar ahora al Señor" (170).

La cita es l larga, pero necesaria. Por ella paladinamente se ve qUe la finalidacl última de la Descalcez está en eso, en ser ayuda decisiva de Cristo Rey y su Iglesia. Pero serlo de un modo y con

(170) Call1., 352-3,,:1.

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un arma hasta entonces, 'si no desconocida, sí por 10 menos ho su~ fi6entemente erl1plear:la corporativamente: oración y sacrificio; que eso es la medula" ele la vida carmelitana. Arma bien templada y de dos filos; de \ma eficacia intrínseca y extrínseca, ilisospecha­da. De lá intrínseca, nadie duda. La extrínseca no siempl'e se lú apreciado en su justo valor.' Al Sel' despreciada por los luteranos

"se convirtió en arma oculta contra ellos. Los protestantes l1tlllca calaron la Ü'ascendental realidad del claustro carmelitano. 'Para ellos sólo era una recinto degénte haragana y ociosa; un caso de psicosis religiosa. Descalificado a priori este nueyo enemigo, que / .. sin ruido saltaba al palenque, cargaron con todas sus fuerzas con- . tra otros fortines del catolicismo, iy no vieron que éstos recibían apoyo de aquel oculto y soterrado que ellos despreciaban. De ahí que la derrota infligida por la DescalCez al protestantismo haya sido, por 10 callada. e intrínseca, de las más decisivas que ha ex­pel'Ítnentado. La Reforma Teresiana es, justamente por su fin úl­timo, una reacción antiluterana; l1acé de la lucha y por la Íucha contra el protestantismo (171).' En la historia de la Iglesia no encuentro otra igual con talescaracterÍs'ticas.Verdader~ contrarre-

. forma, en el sentido histórico de la palabra, fué un imperativo d,:: Trento, digna respuesta a la falsa Reforma de Lutero.

Esta postura defensiva qUtl vive la Descalcez Carmelitana al lado de Cristo se extiende tanto c.uanto se extienda El" el Cristo total; p01~ 10' mismo, a la Iglesia, su Esposa. La Santa sentía un amor y aprecio de la Iglesia inmensos. En pocos s'antos se resalb tanto esta faceta como en ella (172). Por la menor de sus cere­monias estaba dispuesta a morir mil mUE:rtes (T 73); a desmenu­zar los· demonios sobre una de sus verdades, la más chiquita (174). T'ambién herencia tridentina y natm:al defensa contra el proteso­tantismo, que con tan sangrientas facecias cubrió a la Esposa elel Cordero. Este mismo amor pegó él sU Reforma querida y la asig­nó como fin oí'ar y sacrificarse por la Iglesia perseguida, Así ven­drÍ'a a ser la Descalcez palanca poderosa de las plutiforn'les acti­vidades de la Iglesia. Y aun hay más.

Otro aspecto altamente sugestivo de ese fin total y último de la, Reforma Carmelitana, plenametne teresiano y sintóriico de sú

(171) Cam., HG. (172) Tl'einln y llueve veces, 1'01' lo !llellOS, cita a la Ig'lesia en SllS eSéa'Hos, y

siempre con UIl I'ueg'o que j)l'ell'C\e en el sectol' IlllÍS frío. (i 73) Vicl., 252. (174) Illícl., 178.

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idiosincl:asia real, es el 1'ogM por los sabios. L'a Santa veía c¡ue en la Iglesia, puesta en agonías de muerte, los predicadores. 10';

confesores, los teólogos y letrados, todos eran los capitanes del ejército del Señor. En sus manos firmes tremolaba la bandera de Dios, de l'a verdad. Su pe.1igro era tan grande como su valentía; su constancia en la lucha, indispensable para el sostenimiento de la Iglesia. Por eso la Reformadora, en un' arrebato' de divina in­tuición, ordenó a sus hijos que orasen y se sacrificasen por los teólogos, por los sabios. Desde entonces, i c.uántos en el correr de los siglos se libraron de caer en la trampa de mil errores POi" las ardientes plegari.as de una ignorada carmelita! i Sublime misión, sólo cQmprendida por Santa Teresa! N o conozco fundadora algu­'na que haya señalado como objetivo 'a su obra fin tan excelso, Quizá por eso tambiéi1 todos los sabios, ortoeloxos o heterodoxos, sin saber por qué, se inclinan reverentes ante la Mística Dodoi-a Es que tuvo con ellos desvelos de madr'e: conoció su realidad pa­vorosa; las borrascas de l'a inteligencia; dudas, errores, etc. (175), y también su influjo decisivo en la ~odedacl. La Santa ten~ió que ni aun sus 'hijos calasen bien el alcance de su ,manclato. Y por eso insiste sobre ello repetidas 'veces, en especial en ei Ca:mino de per­lección (176), dej ando una descripción tan plástica ele la vida rIel intelectual católico, que bien 'merece la pena ele que la repaJsen aquellos que de tan apetitoso nombre se glorían.

Ridículo parece proponer si Lutf'ro y slf Pseuclorreforma se pusieron al servicio de Cristo y ele 'su Iglesia. Porque es c.laro que todo su bregar se ordenó a elestruir la Iglesia oel Papado, como aqüél decía. Pero seamos justos y reconozcamos que también Lu­tero, externamente al menos, ondea el lábaro santo del Reelentor. Cuanelo sus enemigos le persigan COí1 Doctores y Santos Padrei. su último r'ec1ucto será Cristo y .las Sagradas Escrituras. Con in­sistencja y a cada paso 10 repetirá, (177). Claro está que presto se eaha de ver que e,se Cristo y esas Escrituras no son el Cristo his­tórico y Escrituras tradicionales, sino otros muy distintos qüe la

(175) Cuélltase ele SanLa Teresa el sig'uiente caso cll1'loso: Al morir el teólogo Gallo, clorninico, Paclre ele Tronto, el rlernonlo le tent6 teniJllernente contra la fe.

'El pobre Doctor se vela desesperar. DIos es lo rel'eló n la Sai1ta. Púsose ésta en oración fervorosa )' el ellret-mo reaccionó valientemente, rechazanelo al tlia]llo. Dí­cese qne el enemigo, al VOl'se c1errotaclo, exclamó:' "Si no es ]JU'!' la gatuna, meUevo el Gallo." Prescinclienc1ü ele esto, una cosa lla)' ]lien 'ostensillle en la rica hiogTafin f.Ol:esiana: que su gTan ilusión fueron los intelectunles, y ]lor su mantenimiento en la ciencia y fe se sacriflcó tocla su viela. '

(176) Cam., 352-357. (J 77) FUNK-BREN'rANo, [,'utel'o, 74.

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SANTA TERESA DE JESÚS FRENTE A LA PROTE~TA y FRENTE A TRENTO 385

orgullosa inteligencia ele1Dodor ele Wittemberg habla fabricadu por exigencias ele muy diversa índole. Lü mismo digamos del pro­testantismo. El Cristo real queda en él arrumbado desde un prin­cipio. Sólo que las circunstancias aconsejaban seguir hablando d-= ' /~ él. Cuando ésas l)asaron, la inteligencia luterana declinó a la ne· gació.n progresiva del mismo.

En cambio, donde ya no caben distingos, ni en Lutero ni en su Pseudorreforma, es frente a la Iglesia. La atacaron siempre y c.on saña desconocida. Habían nacido para eso. Eran su negación total; dos contrarios irreconciliables. El sereno espectador que con­templa las acometidas furiosas y crecientes ele Lutero contra la Iglesia piensa sin querer en un caso ele esquizofrenia religiosa. j Tan vilmente se arrastra! j Tal es su regodeo en la lucha! Es que esta­mos ante el fin ele Lutero y de su obra. N o digamos último (O in­termedio, sino simplemente único. Los demás que luego se asignen a la Reforma serán pl:oducto de las circunstancias (178). Para él vivió Lutero y para él vive su obra. La antítesis, pues, entre la Reforma Teresiana yla Pseudorreforma protestante es perfecta

c) Salvación de las az",nas.-jOh, las ansias misioneras de San­ta Teresa de Jesús! ¿ Quién podrá describirlas? j Cómo sangraba su corazón ante la pérdida de tantas almas, que diariamente traga­ba el infierno! N o importa que fuesen de sus. enemigos, de los trai­dores luteranos (179). Vedla resuelta en lágrimas ardientes en una de las ermitas de San José después de la encendida plática del santo misionero Ma1donado. El fogoso franciscano la dijo que a milla­res se condenabal~ las almas allá en las Indias lejanas. ¿ Qué más necesitaba la Santa? Se dolía ante un Cristo lloroso por las a1u1as muerto. Pero, sobre todo, de no ser hombre, para ir a socorrerlas. Dios consoló a s'u esposa. diciéndola: ".Espera un poco, hija, JI 've­rás grandes cosas" (180). Esas graneles cosas era la Reforma ell- .

(178) Estü tJjJÍlfióll no In comparten todos los lutel'unistas, sul)l'c' todo los incon­dicionales del héroe. Pura éstos cl fin ele su obra seria la libe¡·tac! {]va!/[Jélim, la liI)e­melón (lel p'lIeblo alemdn e/el '!Jugo ¡'O'/lwno con el que je oprimía la Ig'lesia papisln, rontru la cual lIay que luchai' sólo en vistas a una Iglesia me.ior. Es cierto que Lu-101'0 alg'una vez soñó con estos llnes. Pero él mismo confirma (lile han, saliclo falll­[Jos (l'UNl(-BuEN'rANO, Lutero, 8üü-37'o). Lueg'o, al no poclerse 10gTar, y seg'uil', sin ef!lbargo, luehando hasta,' el último momento contra la Ig'tesia y con una exaspera eión de alienado, llace elJcer que' el verdadero fin es éste; y aquéllos, meros tópicos,

, nnzlIelos de incaut.os, Y si se cUce que aun quedan, otros tIlles lllás part.iculares e in­confundibles, estumos conformes. Pero nosol1'08, por cUg'lliflatl, no liemos quericlo est.amparles aquí. En ellos sale peor libraclo el proteslantislllo que en el que hemos señulu(lo en el texto.· .

(179) Fiel" 242. (180) Pumt., 760.

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386 p, ALBERTO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, 0, ~C.:D,

tr~ Iosreliglosos.De,este:niodosingulat Teresa. será hombre, 'j T~\l1-t~sgaúas como ,tuvo ella dé serlo,' y de los 11111'y barbados en ciencia y santidad 1 De :aqttí· adelante, la Madre de los. espirituales evan· gelizará C011 sus misioneros, acloc.tdrtará can sus predicadores,' ab­solverá COfiSUS cortfesores,escribirá con sus clactoresy moritá con sus mástires, j Dios no defraudó sus esperal;tzaS viriles! Desde este momento al Cannelo irá asociado' para siempre 'el celo "de al1'11Gs, cOl11ouÍla' de las fl.01;aciones 'más espléndidas de' su espíritu de' ora-

,ció!'l y sacrificio, La Santa jYrescribió como fin a sus hijos oeu y saCl'ificarsepor las almas:; y, a los últimos, además, el ap6stolaclo de la palabr,a. Todo esto consta claro así de su vida y obras! como tari1bién de sus relaciones con' los primitivos Descal;os (r8r).

Este fin', si bien se 111ira; no es' independiente' del anterior; sino integrant~ . del n11s1110" Cuando la Madre Teresa se 10 recomiendd él sus hijas, a menudo los pone juntos (r82). En la finalidad tere­siana entran todas las almas, así las' que pertenecen como las que 110 pertenecel1 ala Ig'lesia, Y cuanto más necesitadas, más allega­das 'deben de estar alcotazóndel Carmelita, 'Ante el escrúpulo, que podría torturar a alguna de sus hijas, ele que, si tod~~ sus obras las ofrenda ,por .Ias almas, ¿,qué sería . ele,la suya ?" Teresa ex.plic'l una ,ele sus mejores lecciones sobre la caridad Carmelitana.: "¡ QuÉ' '(la en qUie esté 310 hasta el dia deljuido en el purgatorio, si por mi

oración s,e salvase sola ,'/In arI111ia?''', (r83), Desde este instante, la salvación de las, almas st;rá una de las ideas ,sostene4ora s elel es­píritu carmelitano, Se vivirá, con toda intensidaelen los Pa,lomar­citos de la Virgen, El Episcopado católico 10 ha comprendido así ,y' ha Ilat;nado a las vangual~di;ts misionales a las hijas de Santa Te­resa, ,. La Iglesia mii¡ma, .agradecida a ~u maravillosa fecundidad,

'ha proclamado a una de la~ fl.or:~s más fr~gante.s elel Carmelo, San­ta. Teresitadel Niño Jesús, Patrona universal de l;ts Misiones,

Fin l~obiIísimo, del que apenas hay huellas en Lutero' y en el Protestantismo, Algunasindicacione's que nada valen, yeso en or­den a lá palabm evcvngél1"w (184), única salvación posible para él. Mas el Reformador 'luchó con todas sus fuerzas contra las natu­rales preocupaciones clue problema t~n trascenelel~'talengenclra en

(181) Yéimse. entre ólros, las acoLacionés del V. P.Gtü\CIÁN a'la Yú/a (le Ribel'Cl, y. Pel'e[Jl'ináciollcs ele Anastasia (Burg'os, {905), '187-299,

('182) 'Fund. 759. Re/.; 3, ' , (183) Cam., 355, En oíru parle dice: "Que po'/' 'una (alma) se rI,e;i'rlJ"ía ma{{f1' 11111-

('llas veces," Rel" 3; yúl., 242-243, (184) FUNK-BREN'rANo, L1/tel'o, 369,

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SANTA'TERESA,DE JESÚS FRENTE A LA PROTESTA Y FRENTE A TRENTO 387

el individuo : sólo su planteamiento le irritaba. Era una de sus taras psico-física:s (r 85). La mejor terapéutica consistía en aho­garlas entre espuma de cerveza y arpegios de música alegre (r86). Las miras de Lutero y de su obra~ se perdían en otras 1ejaliías de inte'reses materi'a1e~. Por donde se ve clara la irreductibilidad fina­lística de la Reforma Teresiana y dé la Pseudorreforma protes­tante. A vista de esta conclusión, no será aventurado afirmar la misma, oposición en orden a los éxitos de ambas entidades.

IV.----,-FRUTos DE LA REFOR1'vIA TEREsrANA.-Nuestro Señor Jesucristo dijo ya que el árbol se conoce por sus frutos, plú~stO.

que el árbol bueno no puede dar malos frutos, ni el malo bue­nos -(r87). Argumentación aposteriorística, valedera siemp1'e. En los tiempos de la Reforma Teresiana y Pseudorreforma luterana pudieron disputar los hombres, y de hecho disputaron, sobre si esos dos árboles, que brotaban pujantes en el cam1)0 social, serían o no provechosamente fructíferos para él. Hubo pareceres a gra­nel: en pro y en contra. Y aunque se tomaron posiciones definiti­va? sobre el particular, difícilmeúte asaltables, sin embargo que­daba siempre 0.sci1ante en el aire, como otra espada de Democles, el interrogante de si esas asev'eraciones tan rotundas serían con­firmad~s pOl: la realidad, por la experi'encia, maestra del saber. Hoy, a siglos de distancia de esos acontecimientos trascendenta.1es, no es po~ible la cluchi. El torno del tiempo ha ido recogiendo el hilo irrom­pihle d~ vivencias tales, que hacen inútil y absurda toda' revisión histórica de esas supremas realidades. La Historia arguye siempre il11hatib1en~ente: c0l110s hechos. Y éstos nos dicen que la Reforma, Teresiana era un árbol bueno y la Pseudorreforma luterana, malo; que aquél es portador ele frutos ubérrimos, que saben a vida eterna; éste, ahui1dantes también, pero llevan dentro gusanos de tempora­lidad, de caducidad, de muerte. Recojamos aquí algunos frutos de la Reforma Teresiana. Son: e.,nbell~ci111·ie'l1Jo del C1ü!rpo lYIístico, espiritual1:zación' det mlmdo y progreso de la cultu/ra ..

~) Embellecimiento del el/cipo Místico.-La fortaleza y her­mosura de un. cuerpo resulta' ele la proporción ele sus miembros. Nunca se da organismo fuerte y esbelto con miembros flácidos y enclenques. La Iglesia, Cuerpo Místico cleCristo, está sometida a

(185) GHIBAR, Marlin Lutero, 67,· (186) FUNK-BHEN'l'ANO, Lutel'o, 341-348, 331. (187) Alt., c. VrI, Y. 18. <

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esta ley fisiológica. Esa belleza cautivadora, que arrebata en el Can­tar . de los Cantares ~l Esposo Cristo, le viene de la galanura y lozanía ele sus miembros; de los cabellos, rebañitos de cabras que, ondulaqtes, van por los montes de Galaad;' de los dientes, rebaño de ovejas de esquila, que suben de! lavadero, todas con sus crías mellizas, sin que haya entre ellas estériles; ele los labios, cintillo de grana; del habla suave; de las mej illas, mitades de granada entre guedej as; del cuello, torre de David, rodeada de coronas murales. de la (lue penden mil escudos, todos escudos de valientes; ele los pechos, dos mellizos de gacela, que triscan entre azucenas, etc. (188). De donde el fruto más exquisito que regaló la Reforma Teresiana a la Igles'ia fué el robustecimiento y venustez de uno de sus órga­nos más vitales: el estado religioso. Inoculó en él uno ele los espi­ritualismos más recios y fettmdos. Y esto bajo dos aspeétos: como 'uida .Y como doctrina.

PriJi't,ero) CO.11'J,O vida. Miles y miles de almas, a través de todos los tiempos, han labrado callada y silenciosamente, una santidad excelsa, viviel~do el alegre rigor de los asceterios teresianos. Los Palomarcitos de la Virgen, diseminados por los cuatro ángulos del mundo, son firmes reductos del Cristianismo combatiente. Entre

. los varones, fuera de la común aspereza y dura discipliria regular, nervio de cualquiera de sus conventos, surgieron aquellos famosos Desl:ertos (cada Provincia canónica tenía el suyo) (189\ en los que emularon, las glorias ele los olvidados anacoretas de Tebaicla .Y de las Lamas. Y todos rindieron el tributo precioso de sus experien­cias místicas, maravillosa aportación, nunca bien ponderada, al gi'an río de la espiritualidad cristiana, ofreciendo un nuevo argumento. experimental, psicológico; de los dogmas de la Religión.

Seg'll!'ldo, como doct1-ina. La Reforma Teresiana, al ser SUjfto en sus miembros de divinas intro~ersiones, no podía menos ele florecer en una riquísima literatura mística, que ofrendó, gustosa. a la Iglesia nuestra madre. El hombre habla .Y escrihe de lo que vive. Por eso, el Carmellta, al vivir íntimamente la vida de Dios, de ella tiene que hablar y .escribir, Habla la sencilla religiosa tras las redes .Y torno; el predicador, en e! púlpito; el director espiri-

,tual, en' el confesonario; e! profesor, en la cátedra. Y escriben, por exigencias de vida, así los doctos como los indoctos. j Curioso f e-

(l88) Callt., c. lIT, VV. 2-0_ (189) P. SILV., Historia ... , VII, 219-3io_

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SANTA TERESA DE JESÚS FRENTE A LA PROTESTA Y FRENTE A TRENTO 389

nómeno este de los escritores de la Reforma! Son tatitos los ilite­ratos como los versados en toda hümana y divina sabiduría. Y aun aquéllos superan a éstos. Quien mejor vive, másga1anamente es­cribe. Es transpiración de vida. En la DescalCez nunca se escribió por ansias de humanas glorias; y pocas, a estímulos de cultivar la c.iencia por la ciencia. Razón más alta e intrínseca movía las plumas carmelitanas. Por ello pudo brindar a la Iglesia la más completa y acabada sistematización de la vida espiritual. Así 10 reconoció ella, agradecida, adornando las sienes de San Juan ele' la Cruz con las borlas de Doctor y permitiendo llamar a Terepa Doctora Mística. Por 10 de~llás, no ha de juzgarse de la riqueza bibliográfica de l'a Descalcez por 10 publicado., Es mucho más 10 que no ha gozado el. honor de los tórculos. Yeso que 10, conocido es una partecica insignificante del gran tesoro manus,crito que guar­daban nuestros archivos y bibliotecas, principalmente los de San Hermenegildo, ~le Madrid.

Hay que terminar este tema tan s'abroso. Pero no será sin re­cOI'dar otra joya espléndida, con que la Desca1cez obsequió a la hermosísima Esposa del Cordero: la falange de hombres aguerri­dos, siempre en pie por los intereses sagrados de la Iglesi'a. De los ocultos lares de la Reforma Carmelitana han salido numerosos Obispos y Arzobispos (190). Los actuales Cardenales Rossi yPiaz­za vistieron el tosco hábito carmelitano. Y todo esto, a pesar de 'que los miembros de l'a Descalcez hacen él cu&rto voto de hmnildad, por el que' renuncian a toda dignidad, Ni el grado de Doctor pue­den adquirir sin dispensa de Roma, Pero el manantial teresiano ,es tan fecundo, que desborda los ,predios propios, para fertilizar aquellos otros que la Jerarquía Eclesiástic'a determine.

¿ Se puede decir otro tanto de la Pseudorreforma? El Protes­tantismo, no sólo no embelleció, sino que desgarró la túnica incon­sútil de Cristo, que es la Iglesia. Fruto opuesto al de la Des~alcez, pero también ubérrimo. Afeó el estado religioso tan groseramente,

, (lU~ le estranguló entre sus garras salvajes por lo que a Alemania respecta (191). Deshizo los templos, cerró los monasterios y en­tregó sus bienes a los señores seculares .. El mismo Lutero, 'para dar ejemplo, ,se alzó con el convento agustino de Wittenberg, profa­nando sus claustros sagrados con escenas harto ajenas de su pri-

(190) AMBlWSlUS A SANTA TEHES1A, Hicl'w'chia Ca'/'!I1elilana. "Analcela O]'clinis Cal'­melitarnm", VII (1933), 31, 87, 174, 250, et se.

(191) J. MONTALBÁN, Los o'I'lgelles ... , 134.

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mitivo destino (192). Como oso por m'aizal, se adentró por el clogma y la moral, la liturgia y disciplina, produciendo llTepara­bIes destrozos. Donde el luteranismo fijó su planta en firme,' la Iglesia fué aniquilada.

b) Espi'm:tualizadón del mundo.~E1 influjo de las Ordenes religiosas en el mundo es ciará y evidente. Se h'a inipuesto hasta a las conciencias más refractarias. Pero aun cuando se nos negase el veredicto humano, queda todavía el divino, condensado en estas palabrél:s que Cristo dijo a ra Santa: ", .. JI que) a.'únque las Réli­giones estabrG,n 1'ela.iadas., q'ue no pensase se servía p'oC'o en. ellas; q~be qué sería del1/lu.ndo 'si no .fuese por los relig1:osos" (193). Los Institutos religiosos son, pues, la sal y levadura del mundo, bas­tiones ele sus valores. Y cada Congregación 'influye según su es­píritu. Así, la Reforma Teresiana comunicará espiritualidad, fina espiritualidad, esencias de oración y sac.rificio. Es el gran obsequio que hace al mundo. Ya el aspecto externo, el hábito, el mismo tra­z'ado de sus conventos, evocan espíritu y recogimiento. La Santa oirá complacida las rústicas a)abanzas ele los labriegos ele Durue10 al hablarle de la vida mortificada de sus Descalzos (194). Vienen ahora los internos efluvios ele santidad hacia fuera. La vida disci­plinar y de aspereza, el trato santo, la conversación espiritual. Ya en radio ele acción,. ,~isiblemente más amplio, la jlredic.ación, el apostolado, la dirección, libros y revistas. En un orden corpora­tivo, la Desc'alcez Carmelitana ha infiltrado su espiritu,!-lidad ex­quisita hasta en las capas más. baj as de la soCiedael a través de la floreciente Orden Tercera y Cofradías numerosas, que propagan por toclas p'artes la devoción a la Virgen, a San José, a la Infancia de Cí-isto Nuestro Señor, Santa Teresa de Jesús, San Juan' de la Cruz, Santa Teresita, etc. POl' todos estos canales discurriendo. el espíritu carmelitano, cuyo núcleo es or.ación y sacrificio, caló muy hondo en la humanidad,. contrarrestanelo el grosero materialismo que venía ele la Protesta.

Que ésta, aparte de otros desastres, rebajase el nivel espiri­tualista del mundo, es' cosa llana e incontrovertible para el que sepa leer en I'a historia. La' corrupción empezó por la cabeza. De­jemos a un lado la vida priva.da ele Lutero, reiteradas veces ro-

(l92) FUJ;ü:::-BnEN'l'ANO) LlIlero) :J5~)-0(i;¿.

(193) V'Id., 245. (1 \)4) ¡'·/lud., 832.

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SANTA TERESA DE JESÚS FRENTE A LA PROTESTA Y FRENTE A TRENTO 391

zada en este estudio (otra cosa no sufre su naturaleza) (T95). SU actuación pública fué sencillamente desasttosa; relajado todo víncu­lo. moral, de autoridad, entregó al hombre a la fiera corriente de la pasión. Aun peor resultó su propaganda. Su libro, 'r De votis '/'110-

tWlsticis" despobló los monasterios (196). ¿A dónde iba ~aquella t~trba 111,ulta de apóstatas? ¿ De qué eran portadores? Hasta el resignado Melanchton se vió obligado a l!Uejarse de aquella inmensa sentina en que se habÍ'a convertido Alemania. Hízolo ,irónicamente, para así. apartar de l'él Pseudorreforma estigma tan vergonzoso. Eras­mo, que tantas veces mojó su pluma en sangre, para describir los defectos del clero, escribía' del luteranismo por 1529: "111 e-parece .' I esta1' viendo 1m llue'lio gé'nero de fmiles mucho peorés qu.e el an-terior,' quiero deci'r 111/ucho peo'r que los lNalos frailes de entonces, Es necedad q'uereJ1 sustitlúr un 'lIhTl co'n otro mal, pero es una es­pecie de de111enáa ir de mal en pe01'" (197). Tenía razón. Sin embargo, no fué el que menos, colaboró a ese derrumbamiento de la moral pública. Estragado el . matrimonio por los mismos cori­feos' del Protestantismo, la pública deshonestidad se extendió por la sociedad como ola incontenible, mallcha~1do con, su fango hasta las instituciones más' venerandas. Ante fenómeno t1al1 desagrada­ble, no por ello menos lógico, es curioso observar los pucheritos

,qUe hace Lutero y cónio se lava las manos de aquella avenida de corrupción:

"Alemania está acabada: ya nunca será lo que fué en otro tiem­po. Por eso, ¡ qué cansado estoy! ¡ Dejémoslo todo correr! ¡Suceda lo que suceda! La Iglesia está expoliada, despojada; ya n~ hay ca­ridad; pero se roba y se saquea. En otro tiempo, reyes y. príncip2s otorgaban a las iglesias dones generosos, las asistían; ahora las sa­qtll~an" Aquel/os mismos que se dicen evangélicos atraen sobre nos­otros la ira de Dios por su rapacidad, por sus robos sacrílegos" (198).

'Witténberg, su querida ciudad, se ha vuelta una 'Sodoma:

"Me gustarÍa mejor pasar mi vida en los caminos reales que tor­turar los pobres pocos días que me quedan' viviendo ante estos es~án­dalas, que estallan \m una ciudad donde he gastado Vanamlente mis esfuerzos, mis sudores" (199).

(l ~G) Los paneg'il'isLas (le J~ulol'o hulllan y no acal}ande su lrlllico matrimonio, elo su fidelidad conyug-al; y no udyipl'lell que eso, ya ]Jor sI mismo, yH. por rHzón de la persona, es un sacrileg-io, una inlllOraliOucl escamlalosa. Fue.rn (le esto hay ]lI'ue, ¡las más que suficientes (le que Lulero acllllilfa ln polig'amia on toclH su crudeza.

(196) DENIFLE, (,1/IIIe1'., l, 10. (197) J. ,MON'l'ALBÁN, Los o1"ígenes .. " .j 36-138, (198) FmiK-BnEN'rANIJ, Lute1'o, 307,

• L (1 99) , Ibltl., 370, .

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Esto escribía en el atardecer de su vida. Es el testamento deso­lador de un reformista fracasado. Pero ¿ extraño? N o; lógico. ¿ N o rompió él los diques? ¿A qué lamentarse, pues, de la inundación? Entregados el dogma y la: moral al capricho de la inspiración pri­vada, hicieron decirlal Espíritu Santo las mayores monstniosida­dades, seguidas en Hi' práctica con la hidalguía del que realiza un;z cosa buena y santa, digna de Dios. Un grosero mat'erialismo es el fruto más amargo de lla Pseudorreforma.

c) Prog1~eso de la cult'ww.-Si estas dos paÍabras se 'entien­den a modo spengleriano o c.ulturalista, entonces la Reforma Te· resiana no tiene nada qtie ver con ellas. Pero si Dultura respond·e a un complejo perfeccionlal, resultante del desarrollo proporciona­do de los elementos que integran al hombre, individual y social­mente considerado, ya es otra cosa. La Descalcez Carmelitana '3e ha conquistado un puesto de honor entre las instituciones que más han laborado por el aVlance de la cultura.

La civilización humana no pttede medirse sólo por' la ininte·· rrumpida evolución de lo materia, sino, y sobre todo, de 10 espi ritual. El hombre progresa cuando paralelamente crecen su cuerpo y su alma, lascienCÍlas y las artes. En cuanto h'umarw.) la cultura se regulará, quedará acondicionada, por el hombre mismo y su fin: Dios. Nada implicará verdadero progreso que sea negador ele:.~sas dos formalidades, proporcionalmente sustantivas: 10 ra~ ci01l1al y 10 divino. Lo primero destello ele 10 segundo. Que relaj e la tensa vinculación del hon1bre a Dios. Este será, en último tér­mino, el módulo de la cultura, por '10 mismo que es fin perfectivo. Según estos principios, 10 celular de la civilización será el espíritu. y las cienc.i;:¡s que de él traten, su mejor exponente. Entre las cien­cias del espítitu, las teológicas, y entre estas últimas, las místicas. Por donde la' Místioa viene a ser cbrOi1a de toda cultura bien des­arrollada y jerarquizada. Y estamos bien preparados para gustar este fruto deleitoso de 'la Reforma Teresiana.

La Descalcez Carmelitana dió un poderoso y decisivo impulso al elemento místico de la cultura. Santa Teresa y San Juan de b Cruz, los grandes Maestros, .firmes con un pie en 10 psicológico y con el otro en 10 ~eológico, estUdian detenidlamente, tras infati­gables análisis y maravillosas síntesis, ese mundo de Infinitas rea­lidades que gira entre aquellos dos polos, hasta entonces apenas vislumbradq. Las catalogan y categorizlan; señalan las leyes que

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/ las rigen; determj¡~an el método a seguir en su escrutinio; y así

'SUl:gen, en, el concierto admirable de las ciencias, las Asc~tico-Mís­ticas con corona de realeza indiscutible, pues entre ellas y Dios no queda más que 11a teJa finísima de la fe, que ,se rasgará entre cre' púscu10s de experiencias y albores de inmortalidad. Después de ellos nada sustancialmente distinto se ha dicho. Los mismos psi-, có10gos experimentales se quedan pasmados ante los veneros em­píricos de las obras teresiano-sanjunistas. En pos de tan excelsos Doctores viene Ul1Ja falange de sabios, cuyo principal empeño fué estudiar las relaciones de esta nueva ciencia con todas las demás A contribución de tan nobilísimo afán pusieron todo su inmenso saber teológico y filosófico. De este modo la ornamentación del grandioso palacio teresiano-sanjuanista quedó terminlada"

Este es el fruto sazonado, que la Descalc.ez Carmelitana regaló a la cultura. De otra muchas maner>as coadyuvó a su engrandeci­miento, pero de todas ellas haremos gracia al lector, porque todas palidecen ante la referida. Habrá cu1turíls clue la rechacen. Pew en su pecado llevan .la i)ena: nunca se elevarán a lo que exige el hombre. Esta es la raíz de 1agrancleza deslumbrante de la civili­zación española y de su influjo pel:manente, a pesar de los conti­nuos vaivel~es de su historia accidentada. Por e1lase libró de ser nHi)111ia de panteón; triste suerte, corrida por tantas otras. Es que ostenta en las sienes la deslumbrante 'corona mística, obra, prin­cipalmente; de los geniales orfebres del Carmelo, Teresa de Jesús y Juan de la CrUL;, Sus reverberos son inextinguibles, como pro­manantes de la Luz inacc;esib1e, que se quiebra en eY limpio espejo de la inteligencia purifidada.

Con 10 dicho abrimos la posibilidad de qúe también la Pseu­dorreforma arrime 'su granito de arena al progreso de la cultura, Así es. Pero afirniamos" sin embargo, que el Protestantismo es radicalmente impotente p'ara desenvolver una' verdaclera civi1iza- . ción, como negación que es, en último término, de los principios arriba establecidos. Si, con todo, en pueblos en que domina esta sec.ta florecen pujantes culturas, ello ocurre no en fuerza del Lu­teranismo, sino <l pesar( ele él. Son frutos vistosos de las ramas que desgajó del Catolicismo, cuya slavia aun perdura. La Pseudo­rreforma, en su aparición, no implicó avance de 'la civilización eu­ropea, sino más bien su ,retroceso y descarrío. Esto es ya del ,do-

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minio común ele la Crítica histórica (200). En su desarroUoinoculó en las culturas 'que halló a su paso dosgérmenesj aniquiladores' de toda auténtica civilización: el materialismo y el racionalismo. El priínero vic.ió las nobles aspir~cicines <.:le la. materia,; el segundo, las del espíritu. Las culturas por ellos infOl'l11Iadas nunca trascen-

. dieron la materia y la razón. Encerradas entre barrotes de inte­reses creados, al no poder yolar más arriba, como inactivas 110 po­dían estar, se enzarzlaron unas con otras, y así eUlpezó eú Europ¡:t la lucha espantosa de las culturas, otro de los amarguísimos hu­tas que injertó el Protestantismo en la civilizaci(l11. Al cOl1t1~ario

de la Reforma Teresiana, el Luteranismo es separfación, disgrega­ción, individualismo egolátrico. Este individualismo, trasjadadó al orden social y al político, acabó con la internacional comunid'¡:td cristiana e hizo jirones su civilización. Desde entonces l.os pueblos .

. y sus culturas se enfrentaron rabiosamei1te. Destruyendo una es­trepitosa y fulminantemente, lo que otra c'alIada y durarlte siglos habíaconstruído. N o hay que hurgar en la historia para compYob&r esto. Nuestros mismos ojos han contemplado, asustados, tales he­catombes. La bomba atómica) índice ele una cultura en determinado o~elen" arrasalJelo civilizaciones mul'tisecular;s ... Tenía qüe ser así. Civilizaciones ateas, deformadas, monstruosas, no pnedel1, a la pos­tre, dar otra cosa: devorarse unas a otras. Raíz ele todos estos incalculables males, el m'aterialismo y el ¡'acionalismo,gra11' corro­sivo luterano de indetérmiríada eficacia destructiva. De este modo, espiritualismo Carmelitano y materialismo Protestante' sepresen­tan en los campos de la historia como irreconciliables enemigos, que explican llas marchas y contramai-chas de la cultura. "1 Así se 'nul11;~fiesta la providencia dé Dids! ¡Así va mm.in,andola. hwm.a nidad; al encontrado 1~mpulso dé los Lnteros JI Teresas) del espí-1'i,tu de la. Luz JI del genio de las tinieblas!" (401 ). .

Con' esto hemos llegado al fin del camino que nos propusimQs recorrer. Camino llargo y corto: largo, por los muchos . pasos da­dos, por los problemas suscitados; corto, por la l~revedacl y super-

(200) Véase, en¡'re ot.1'os est.uelios, el elel .conocido filósofo Balmes: El p1'oles lant'isma compaJ'ado con el calolicismo. I ' .'

(201) P. BLAl'<CO GARCiA, O. S. A.: La l'e{oJ'm!l l){l1'tic~lla1' (lq la QuLen CarmeliLan{/. "Revista ag'ustiniana", VIII (1884), 18.· Es lo mejor y' casi lo único que se ha escl'i1n ele p.ste aspecto teresiano. También merece citnrse la ponencia del H. p, IONJIOlO; M'A­HíA DE LA EUOARlS'l'íA, 0, C. ·D., lelela eli el Congreso Hlspanoportng'ués de la V .. 0. T., eelebraelo en Valladoliel elel U al H ele septiembre ele j'9H. 'Crr, p, O'r¡LlO' 'DÚt,-J'lfÑO JESÚS, Crónica oficial !lel P'I'imel' Congreso Hisl'anoportug1/és de In T'enemble .afilen 7'e1'CB/'a !lel Cal'men Descálzo, segunda parte. ~":1-251.

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e'on10 etlSl1 flor:rc.i6ú; extel"1l.a. y eStb, ),3, no sóler porqtle 16s Hlo,-'r(ud 'g-r3:11íti¿6sC1.el'Cashilo 'T~réii'aúó fuesen. coÚados cÍ.~:Úíuélí~1 dÜ1f~ra'vii'geh, ~lo';c'n:ál ocudi6táh1bién '¿on íos otros i)alatloss'~ti­'tj'fi¿áiivos; q~1(~ ;e\1: ef correr ele los siglo's sea Izarían en 18. tgldí~

) de' Dibs, sino i y' sObi'e todo, por el iiervioc[ue 'los trába'y; clis¿úrá~ por toda la obra arquitectónica. Porque los artífices mismo{dél estupendo plan teresiarlo salieron de Trento, escuela ecuménica de divina arquitectura.

Eli su ese'J1,cia ,íntima.. La gracia santificante, en sus misterio· sas relaciones con el lalma, queeló soberanamente expuesta en el ¡famoso decreto De just;ifiwtione. Y es Santa Teresa de J eslts una plasmaciól1, un argumento viviente del mismo. Hasta sus más le-

.janas consecuencias s-ehacen,earne y sangre ·en ·la transverbeliacla Esposa 'ele Cristo. Por la fidelidad nimia a los principios que allí ,s,e establecen conquistó las cumbres airosas ele la perfección mas "~xcelsa.

En su floración externa,. El dec.reto De Refonnatione puso en manos ele- la intrépida monja de la Encarnación un hábil instru­~nento para realizar en' sí, sin temor a equivocarse, la disciplina ,piObrástiea, ey: eli1Ulóelconteniclo total clelos,celebrac1os cationes :J;eform~t{)t¡éJs,.,' Fueron, su troqueL; twquel,afiligr'anado; ,filigra'has ¡qúe sólo la experienCia, 'cincela; , y" a-Lmhizo 111ás' la ,aDdiente esp'il.­,iíoh,: ·se ¡superó ,a, 'sí misina. ,Identificada con, la letrá, y espirittl'\.qe 'Trehto",se'lanz,Ó '. a.il1hu1dirlos ,en, la Orden 'a' que'pertene~íaj>é-l1 ].a socieda,d que la rodeaba. Puso a disposición de la idea triden­Í:'ihauna falange ele selectos;.elisi)uestos a,' haGerra -Úiunfar a toda ~C;~ta. y en esas luchas intranquilizadoras, preñadas de contin­gencias (ella era lla capitana), robusteció y acrisoló sU perfección

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·396 Po ALBERTO DE LA V1R<lEN DEL CARMEN, o: C. D.

eombatida. Su alma gigante estuvo siempre dirigi,da, directa o in­directamente, por los Padres .de Trento; defendida por el bastión ínarrollable ele la Teologí1a hispana, hecha hueso en .Melchol" Cano ¡; nervio en Lainez, y carne en Bañez, y espíritu en San Juan de Ja Cruz. Ella' vivió con ansiedad creciente las decisiones de aque­lla memorable Asamblea. La vida total ele TereSla (físiCa, tefor­~natoria, espiritual) recorre, incansable, la parábola, la elíptica tri­dentina en constante superación. Si se ha dicho con verdJaa que' ~l Concilio Tridentino es el de la ecumenicidad española,col1 mu­éha más razó¡l se puede llamar a Iaexcelsa avilesa Sa'nfa de. Tren~ tOo Pues Trento llena a TereSia y Teresa llena a Trento .. Cuando suba a loso altares, con ella subirá Tl'ellto. Podrán, en el correr de Jos siglos, espíritus maliciosos negarle eficacia; pero 111iel1tr~s se yerga inajestt}osa la figura multifor11le ele Santa Teresa de Jesús, ,sus críticas insidioSlas caerán en el vacío. Un fruto tan exquisito y sazonado como Teresa de J eSt1s es raZÓn ,suficiente de un C011-cilio.

Tras los inmensos honores que esta juventud );¡a debido sufrir en 16S

últimos años, siente la intensa necesidad de una concepci6n y de una doetrina clara,' fuerte, profundamente arraigada en el espíritu, si~o qui~n~ caer otra vez en un s6rdido materialismo o en la rebusca de un éxito puramente m,ecánic~, o bien en el abatimiento y en la innaci6n."

PIO XII al Congreso Internacional ele Filosofía. .