RUM 116. En el Excélsior de Rodrigo de Llano

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RESEÑAS Y NOTAS | 95 Su nombre completo era Jorge Mendoza Carrasco. Había militado en la Acción Ca- tólica de la Juventud Mexicana fundada por el jesuita Bergoënd en 1913, y en la solapa de sus trajes pálidos aún ostentaba un anti- guo distintivo grandote, aparatoso, de aque- lla organización de acólitos del clero. Pre- sumía de católico. Cuando lo conocí era jefe de la página de espectáculos del Excélsior de Rodrigo de Llano; publicaba diariamente una colum- na de noticias y chismes con un seudóni- mo chocante, ingenuo, con el que todos lo conocían: Lumiere. Por su fama de exacejotaemero, Arman- do Ávila Sotomayor me encomendó entre- vistarlo para el periódico mensual Reforma Universitaria. Aceptó prontamente hablar de sus tiempos de militancia católica que él decía vivir aún con puntual convicción: “por Dios y por la patria”. Su enorme y lujosa residencia en Po- lanco me escandalizó. ¿Cómo era posible que un simple periodista católico, mocho, viviera con tales lujos? El mismo día en que le llevé la entrevis- ta publicada a su oficina de Excélsior me ofreció trabajo con sorpresiva espontanei- dad: escribir la crítica de cine dos o tres ve- ces por semana. Dije sí de inmediato aunque la paga era mínima y yo un ingenuo espectador de pe- lículas domingueras, sin experiencia críti- ca. Sin embargo, para un recién egresado de la escuela de periodismo, trabajar en Excél - sior representaba una oportunidad mara- villosa. Además, con el tiempo, empezó a encargarme notas del mundillo de los es - pectáculos: entrevistas, minirreportajes. También, con el tiempo, descubrí que cuando me ponía a latiguear en La linter- na mágica —así le puso a mi sección— al - guna mala película distribuida por ciertas empresas, mi crítica aparecía sumamente reducida. No alteraba mis conceptos pero sí me mochaba frases despectivas para el film y hasta párrafos enteros. Supe luego, por rumores, que el per- signado Lumiere recibía iguala de esas em- presas distribuidoras y cobraba además las menciones a personajes consignados en su columna. Lo mismo hacían numerosos co- lumnistas: El Duque de Otranto y Carlos Denegri en Excélsior, Agustín Barrios Gó- mez en NovedadesMe irritaban esas prácticas corruptas de Lumiere tanto como sus tasajeos a mis crí- ticas que las convertían en sosas cuando no en incoherentes. Me aguantaba. Me seguía aguantando hasta que un día le dije: —Ya no quiero seguir escribiendo la crí- tica de cine, señor Lumiere. —Pero va muy bien. Estoy muy con- tento con su trabajo. —No quiero ser nada más un colabo- rador que cobra por nota. —No le puedo pagar más. —Lo que quisiera es entrar a la plan- ta de reporteros del periódico. Trabajar en información general. Incorporarme a una fuente. Lumiere hizo una mueca como si le do - liera una muela. —No es fácil. Para eso tendría que ha - blar con el director general. —¿Usted puede recomendarme? Fue amable. Me consiguió una cita. Aún recuerdo a Rodrigo de Llano en su despacho encortinado, oscuro, frente a su largo escritorio que para nada parecía la mesa de un periodista en acción. Sólo se veía encima una carpeta de cuero con la tapa cerrada y en la esquina, en el límite, una botella de Chivas Regal sin abrir. El viejo, que andaba llegando a los se- tenta, vestía un traje oscuro elegantísimo, corbata azulita. Me pareció de pronto una momia de tan arrugado, de tan hierático. —¿Qué quiere usted, muchachito? Le hablé de mis colaboraciones con Lumiere y de las ganas que tenía de traba- jar como reportero de planta en informa- ción general. —No se puede —dijo sin moverse un centímetro. Parecía empalado. Que me hicieran una prueba. Que me dieran una oportunidad. Que/ —No. Siga con Lumiere. Así como me fui del despacho de Ro- drigo de Llano rumiando obscenidades, me fui también de la sección de espectáculos de Lumiere sin darle explicación alguna; co - mo las chachas, diría Ricardo Garibay. Murió Rodrigo de Llano en 1963. Mu- rió Becerra Acosta padre en 1968. Y hasta tres años después de la llegada de Julio Scherer García y su equipo, regresé a Excélsior con vengativo entusiasmo. Lo que sea de cada quien En el Excélsior de Rodrigo de Llano Vicente Leñero

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Vicente Leñero

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RESEÑASY NOTAS | 95

Su nombre completo era Jorge MendozaCarrasco. Había militado en la Acción Ca -tólica de la Juventud Mexicana fundada porel jesuita Bergoënd en 1913, y en la solapade sus trajes pálidos aún ostentaba un an ti -guo distintivo grandote, aparatoso, de aque -lla organización de acólitos del clero. Pre-sumía de católico.

Cuando lo conocí era jefe de la páginade espectáculos del Excélsior de Rodrigo deLlano; publicaba diariamente una colum-na de noticias y chismes con un seudóni-mo chocante, ingenuo, con el que todos loconocían: Lumiere.

Por su fama de exacejotaemero, Arman -do Ávila Sotomayor me encomendó entre -vistarlo para el periódico mensual ReformaUniversitaria. Aceptó prontamente hablarde sus tiempos de militancia católica queél decía vivir aún con puntual convicción:“por Dios y por la patria”.

Su enorme y lujosa residencia en Po -lanco me escandalizó. ¿Cómo era posibleque un simple periodista católico, mocho,viviera con tales lujos?

El mismo día en que le llevé la entrevis-ta publicada a su oficina de Excélsior meofreció trabajo con sorpresiva espontanei-dad: escribir la crítica de cine dos o tres ve -ces por semana.

Dije sí de inmediato aunque la paga eramínima y yo un ingenuo espectador de pe -lículas domingueras, sin experiencia críti-ca. Sin embargo, para un recién egresado dela escuela de periodismo, trabajar en Excél -sior representaba una oportunidad mara-villosa. Además, con el tiempo, empezó aencargarme notas del mundillo de los es -pectáculos: entrevistas, minirreportajes.

También, con el tiempo, descubrí quecuando me ponía a latiguear en La linter-na mágica—así le puso a mi sección— al -

guna mala película distribuida por ciertasempresas, mi crítica aparecía sumamentereducida. No alteraba mis conceptos perosí me mochaba frases despectivas para elfilm y hasta párrafos enteros.

Supe luego, por rumores, que el per-signado Lumiere recibía iguala de esas em -presas distribuidoras y cobraba además lasmenciones a personajes consignados en sucolumna. Lo mismo hacían numerosos co -lumnistas: El Duque de Otranto y CarlosDenegri en Excélsior, Agustín Barrios Gó -mez en Novedades…

Me irritaban esas prácticas corruptas deLumiere tanto como sus tasajeos a mis crí-ticas que las convertían en sosas cuando noen incoherentes. Me aguantaba. Me seguíaaguantando hasta que un día le dije:

—Ya no quiero seguir escribiendo la crí -tica de cine, señor Lumiere.

—Pero va muy bien. Estoy muy con-tento con su trabajo.

—No quiero ser nada más un colabo-rador que cobra por nota.

—No le puedo pagar más.—Lo que quisiera es entrar a la plan-

ta de reporteros del periódico. Trabajar enin for ma ción general. Incorporarme a unafuente.Lumiere hizo una mueca como si le do -

liera una muela.—No es fácil. Para eso tendría que ha -

blar con el director general.

—¿Usted puede recomendarme?Fue amable. Me consiguió una cita.Aún recuerdo a Rodrigo de Llano en su

despacho encortinado, oscuro, frente asu largo escritorio que para nada parecía lamesa de un periodista en acción. Sólo seveía encima una carpeta de cuero con lata pa cerrada y en la esquina, en el límite,una botella de Chivas Regal sin abrir.

El viejo, que andaba llegando a los se -ten ta, vestía un traje oscuro elegantísimo,corbata azulita. Me pareció de pronto unamomia de tan arrugado, de tan hierático.

—¿Qué quiere usted, muchachito?Le hablé de mis colaboraciones con

Lumiere y de las ganas que tenía de traba-jar como reportero de planta en informa-ción general.

—No se puede —dijo sin moverse uncentímetro. Parecía empalado.

Que me hicieran una prueba. Que medieran una oportunidad. Que/

—No. Siga con Lumiere.Así como me fui del despacho de Ro -

drigo de Llano rumiando obscenidades, mefui también de la sección de espectáculosde Lumiere sin darle explicación alguna; co -mo las chachas, diría Ricardo Garibay.

Murió Rodrigo de Llano en 1963. Mu -rió Becerra Acosta padre en 1968.

Y hasta tres años después de la llegadade Julio Scherer García y su equipo, regreséa Excélsior con vengativo entusiasmo.

Lo que sea de cada quienEn el Excélsior de Rodrigo de Llano

Vicente Leñero