Roberto Roguez Guerra. Liberalismo, pluralismo y política. Notas para una política del pluralismo

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    1 Publicado con ligeras modificaciones enLagun a. Revista de Filosofa , 10, 2002 , pp. 167-190.

    1

    LIBERALISMO, PLURALISMO Y POLTICA.NOTAS PARA UNA POLTICA DEL PLURALISMO1

    Roberto Rodrguez Guerra

    Profesor de Filosofa Moral y Poltica

    (Universidad de La Laguna)

    RESUMEN

    El propsito de este ensayo es analizar las actitudes de las corrientes hegemnicas en el liberalismo

    contemporneo frente a los desafos planteados por el pluralismo moderno. Intenta demostrar que la

    respuesta predominante en tales liberalismos es tratar de dejar fuera del espacio de lo poltico a los

    dilemas ticos y polticos que dicho pluralismo plantea, los desacuerdos profundos. As, tras realizar

    algunas apreciaciones terminolgicas previas en torno al pluralismo moderno, se pasa revista a las

    respuestas que ante tales desacuerdos ofrecen los diferentes liberalismos defendidos por F. Hayek, D.

    Truman y R. Dahl y, finalmente, J. Rawls. El artculo culmina con algunas reflexiones crticas acerca de

    dichas respuestas, as como algunas ideas para una poltica del pluralismo.

    ABSTRACT

    Liberalism, Pluralism and Politics. Notes on a

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    2 Al respecto , y a modo de ejem plos histricos relevantes, podran recordarse las sugerencias de J. Lockeacerca d e la tolerancia y el pluralismo religioso, las propuesta s de J. Madiso n sobre el pluralismo de f acciones, elinters de A. de T ocquev ille p or el plura lismo aso ciativo, las tesis de M . Weber acerca del polite smo de los va loreso, en fin, las aportaciones de Bentley acerca del pluralismo de grupos de inters.

    3 G. McLennan,Pluralism , Buckingh am, Open University Press, 1995, p. 1 y ss. Entre los exponent es msrepre sentativo s de la teora pluralista y elitista de la democracia cabe destacar a D.B. Truman ( The GovernmentalProcess. Political Interests and Public Opinion, New York, Alfred A. Knopf, 1951) y R.A. Dahl (A Preface toDemocratic Theory, Chicago, Chicago University Press[1956] 1963).

    2

    que la tradicin liberal. Tanto es as que en el cmputo de las relaciones entre ambos existe una amplia

    nmina de problemas y avatares que merecera una atencin ms detenida de lo que aqu le prestar2. El

    propsito de este ensayo es sin embargo ms limitado, pues me centrar en el liberalismo contemporneo.

    Me alienta la sospecha de que, pese a su indudable reconocimiento del fenmeno del pluralismo como

    un hecho inherente a toda sociedad democrtica y compleja, las corrientes hegemnicas en el liberalismo

    contemporneo defienden una actitud altamente insatisfactoria a la hora de afrontar los dilemas tico-

    polticos que tal fenmeno plantea. Creo, como espero mostrar en las lneas que siguen, que buena parte

    del liberalismo contemporneo muestra una acusada tendencia a resolver esos dilemas a travs de

    diferentes estrategias que, en ltima instancia, tienden a excluirlos de los mbitos de decisin poltica.

    Ciertamente -me apresuro a indicar- no toda expresin contempornea de esta tradicin poltica aceptara

    tales soluciones. Sin ir ms lejos cabe destacar el tratamiento que le ofrece el liberalismo agonista que

    ha surgido en las ltimas dcadas y al que me referir hacia el final de este ensayo. No ocurre as en elcaso de las versiones ms relevantes y conocidas del liberalismo de hoy en da y que -a los efectos de este

    ensayo- considero representadas por el liberalismo anti-igualitarista de F. Hayek, el liberalismo posesivo

    de D. Truman y R. Dahl y, finalmente, el liberalismo poltico de J. Rawls. No obstante, antes de

    adentrarnos en el anlisis de la actitud liberal dominante ante el pluralismo, es conveniente realizar de

    forma previa algunas aclaraciones y precisiones terminolgicas en torno al concepto de pluralismo.

    I.EL PLURALISMO: ACLARACIONES Y PRECISIONES TE RMINOLGICAS

    Hasta hace una pocas dcadas el trmino pluralismo se usaba de modo genrico para aludirexpresamente a una determinada corriente de pensamiento poltico, a saber: a aquel pluralismo

    convencional cuya expresin terica ms relevante tal vez fuese la teora pluralista y elitista de la

    democracia3. En la actualidad el uso de dicho trmino ha tendido a extenderse hasta convertirse en un

    concepto prcticamente omnipresente en la filosofa social, poltica y moral de nuestros das. Un

    concepto que, como ocurre con todos aquellos que constituyen el centro de la reflexin tico-poltica,

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    4 Sobre el carcter esencialmente controvertido de los concep tos polticos vase la ya clsica reflexin

    de W.B . Gallie, Essentially consteted co ncepts,Proceedi ngf of the Aristotelian Society , 56, 1955/1956, pp. 167-198.

    5 Entre la amplia bibliografa al respecto puede verse, adems de ya mencion ado trabajo de McL ennan, lasaportacio nes de I. Berlin,El fuste torcido de la hu manidad (Barcelona , Pennsula, 1992); S. Lukes Making Senseof Moral Conflict en Moral Conflict and Politics (Oxford, Clarendon Press, 1991, pp. 1-20); B. Williams,Conflictos de valores, enLa fortuna mora l(Mxico, UNAM, 1993, pp. 97-110); Charles LarmorePatterns of Moral Complexity (Cambridge, Cambridge University Press, 1987); G. McLennan (p. 5 y ss.); R. Bellamy,Liberalism and Pluralism . Towards a P olitics of Comprom ise (New York, Rou tledge, 1999, p. 1 y ss.); J. Kekes TheMora lity of Pluralism , (Princeton , Princeton University Press, 1993, p . 9 y ss.); J. GrayEnlightenment's Wake (NewYork, Routledge, 1995) y Two Fac es of Liberalism (New York, The New Press, 2000); J. Raz, Fac ing Diversity:The Case of Epistemic Abstinence, Philosophy & Public Affairs , 9, 1, 1990, pp. 3-46) y Multiculturalism: ALiberal Perspective enEthics in the Public Domain: Essays in the Morality of Law and Politics (Oxford, Clarendon

    Press, 1994, pp. 155-1 76); G. Sartori,La sociedad m ulti tnica. Pluralismo , multiculturalism o y extranjeros , Madrid,Taurus, 2001; o, finalmente, los diversos trabajos recogidos en D. Archard, ed., Philosophy and Pluralism(Cambridge , Cambrid ge University Press, 1996) y R . Bellamy and M. Hollis, eds.,Pluralism and Liberal Neu trality(London, F rank Cass Pub lisher, 1999 ). Para una ms amplia bi bliografa al respecto v anse las indicaciones de J.Gray en Pluralism Values, en Two Fac es of Liberalism, nota 1.

    6 Cf. mi Pluralismo y demo cracia: la filosofa pol tica ante los retos del pluralismo social, en F. Quesada,ed., La filosofa poltica en perspectiva, Madrid, nthropos, 1998, pp. 69-97. Vase tambin A vueltas con elpluralismo c ultural, sus fuentes y sus lmites, Laguna. Revista d e Filosofa , V, 1998, pp . 163-180.

    7 M. Weber, La poltica como vocacin, enEl poltico y el cien tfico, Madrid, Alianza, 1986, p. 200 yss. Sobre el carcter moderno del pluralismo vase, entre otros, Ch. Larmore, Pluralism and ReasonableDisagreement, Social Philosophy & Policy, 11,1, 1994, p. 70 y ss.

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    ha adquirido un carcter abiertamente controvertido4. La actualidad y problematicidad del concepto no

    es, sin embargo, ajena a la literatura reciente sobre el mismo, la cual no ha dudado en reconocer al

    pluralismo como un fenmeno social tan ubicuo y complejo como elusivo y problemtico. Un fenmeno,

    por lo dems, que posee mltiples fuentes, se expresa en muy distintos campos prcticos y tericos, se

    articula a travs de las ms diversas formas de organizacin social y poltica o plantea diversas y hasta

    contradictorias demandas5. Conviene en consecuencia precisar mnimamente qu es a nuestro entender

    el pluralismo y qu lo caracteriza hoy da.

    En otro lugar he tenido ocasin de referirme a algunos de los rasgos peculiares de ese fenmeno

    al que he denominado pluralismo moderno6. ste, tal y como lo entiendo, tiene su origen en la

    modernidad y es consecuencia de la desintegracin o desmoronamiento de aquellas cosmovisiones

    tradicionales o mtico-religiosas que pretendan erigirse en sistema nico y comn de valores que orienta

    el pensamiento y la accin de los miembros de aquellas comunidades en las que impera ese sistema devalores. Podra decirse -con Weber- que hace referencia a la emergencia de un nuevo politesmo en el

    que la lucha entre dioses y demonios toma la forma de un conflicto entre rdenes de valores y rdenes

    de vida irreconciliables7. El pluralismo moderno alude as, en primer lugar, a la desaparicin de las

    cosmovisiones tradicionales del mundo como sistemas comunes de valores y a la coexistencia en una

    misma sociedad y momento de una pluralidad o multiplicidad de sistemas de valores, concepciones de

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    8 J. Gray, Isaiah B erlin , Valencia, Alfons el Magnnim, 1996, caps. 2 y 6.

    9 I. Berlin, El fuste torcido de la humanidad, pp. 92 y 29 (cursiva R.R.G.)

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    la vida buena, doctrinas comprehensivas o filosofas de vida de todo tipo que pretenden dar unidad y

    sentido a la vida de quienes las sustentan. Represe aqu en varias cuestiones de suma importancia:

    primera, el pluralismo no alude a la desaparicin o a la prdida de todo orden de valor y/o de vida sino,

    ms bien, a su proliferacin y multiplicacin como sistemas alternativos; segunda, alude tambin a la

    prdida de objetividad de los sistemas de valores, esto es, a su conversin en sistemas subjetivos que

    pierden su capacidad rectora y unificadora de la vida social; alude finalmente a una situacin en la que

    -como Weber percibi con toda nitidez- acontece un conflicto y una lucha sin fin a raz de la posible

    incompatibilidad o inconmensurabilidad entre los distintos sistemas. Tal es el plural, pero al mismo

    tiempo, trgico y desencantado mundo moderno anticipado por Weber y que acaso encuentre su ms

    cabal expresin contempornea en el pluralismo agonista de Isaiah Berlin8. Segn ste hay muchos

    fines, muchos valores ltimos, objetivos, algunos incompatibles con otros, que persiguen diferentes

    sociedades en diferentes pocas, o grupos diferentes en la misma sociedad, clases enteras o iglesias orazas, o individuos particulares dentro de ellas, cada uno de los cuales puede hallarse sujeto a exigencias

    contrapuestas de fines incompatibles, pero igualmente objetivos y ltimos. Esos fines pueden ser

    incompatibles, perosu variedad no puede ser ilimitada. Es ms -precisa Berlin- los hombres pueden

    perseguir fines distintos pero an as ser plenamente racionales, hombres completos, capaces de

    entenderse entre ellos y simpatizar y extraer luz unos de otros9 .

    Es crucial retener aqu -al margen de otras cuestiones a las que ms delante tendremos ocasin

    de referirnos- que el pluralismo de fines y valores afecta al individuo, pero tambin a las sociedades o

    colectivos, razn por la cual plantea dilemas morales y polticos que debemos diferenciar y a los que espreciso dar respuesta. Una primera cuestin a destacar para precisar esa diferencia es recodar que los

    dilemas moralesson dilemas intrasubjetivos, esto es, que acontecen en el interior de cada individuo.

    Por lo dems, son dilemas en los que -como aduce A.K. Sen- el conflicto no se da entre algo bueno de

    un lado, y algo malo por el otro, con problemas para hacer que con seguridad lo primero venza sobre lo

    segundo. Ms bien se trata de un enfrentamiento entre dos cosas buenas pero diferentes: cada una de ellas

    reclama nuestra atencin, pero estn en tensin entre s. As pues, no cabe esperar que podamos resolver

    un dilema moral -contina Sen- simplemente olvidndonos de uno de los lados y favoreciendo la

    victoria total del otro. Los autnticos dilemas morales -por decirlo con Dewey a quien Sen cita y

    parafrasea- constituyen una batalla dentro de uno mismo, una lucha que se entabla entre valores que

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    10 A.K. Sen, Co mpromiso social y democra cia: las dema ndas de equidad y el con servadurismo financiero,en P. Barker, comp., Vivir como iguales. Apologa de la justicia social, Barcelona, Paids, 2000, p. 29.

    11 I. Berlin, El fuste torcido de la humanidad, p. 31.

    12 Entre la amplsima bibliografa al respecto pueden consultarse los ensayos recogidos en el volumencolectivo editado por J. ElsterDeliberative Democracy , Cambridge, Cambridge University Press, 1998.

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    sin duda son bienes cada uno en su sitio pero que sin duda interfieren el uno con el otro10. Valores entre

    los que hemos de elegir y cuya eleccin siempre implica -como tan acertadamente indicara I. Berlin- una

    prdida. Es cierto que la eleccin puede estar basada en una decisin razonada, esto es, puede que

    existan buenas razones para resolver el dilema moral en cierto sentido. Pero esas razones no sern -

    conviene retenerlo- absolutas, ni probablemente definitivas. Puede que por ello I. Berlin recuerde

    insistentemente que en tales situaciones nos sentimos torturados por dilemas, internamente rotos por

    ineludible necesidad de dar solucin a problemas o alternativas torturantes11.

    Pero del mismo modo que el pluralismo de fines y valores nos enfrenta a los dilemas morales,

    tambin nos enfrenta a la posibilidad de dilemas polticos. Si el pluralismo de que hablamos quedase

    exclusivamente relegado al mbito individual, los conflictos que generara podran ser resueltos en el

    interior de nuestra conciencia y en base a nuestras razones y valores, a saber, de forma estrictamente

    individual. Pero lo que con Rawls se ha dado en llamar el hecho del pluralismo presupone unapluralidad de rdenes de valor y rdenes de vida que, pese a que puedan merecer respeto y tolerancia en

    el mbito privado, pueden entrar en conflicto en el mbito pblico y poltico en tanto que sus demandas

    y propuestas pueden afectar en mayor o menor medida a los principios y formas de regulacin poltica

    de la sociedad, as como a la normas elementales de nuestra convivencia. La modernidad nos enfrenta

    as a la coexistencia de una pluralidad de valores y sistemas de valores que pueden -y en ocasiones hasta

    exigen- proyectarse sobre el mbito de lo poltico y, de esta forma, dan lugar a distintas concepciones

    acerca de cmo debemos regular la vida colectiva y cules deben sus principios rectores. Cuando ste

    es el caso nos enfrentamos, obviamente, a dilemas polticos. Ciertamente estos dilemas polticos puedenresolver mediante diversos mtodos o procedimientos para la toma democrtica de decisiones colectivas.

    El consenso, la negociacin y el compromiso son, sin duda, algunos de los ms relevantes12. Pero cada

    uno de estos procedimientos plantea diversas ventajas e inconvenientes que, por el momento, he de dejar

    de lado para volver al objeto de este trabajo e iniciar nuestro anlisis sobre el tratamiento liberal del

    pluralismo.

    II.LIBERALISMO C ONSE RVAD OR Y PLURALISMO.

    Pocas dudas caben de que F. Hayek ha pasado a constituir uno de los exponentes ms relevantes

    del liberalismo contemporneo de raigambre conservadora. En su extensa obra encuentran un lugar

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    13 F. Hayek, La fatal arrogan cia. Los errores del socialismo, Unin Editorial, Madrid, 1990.

    14 F. Hayek, Los fundamentos de la libertad, Madrid, Unin Editorial, 1991, p. 79.

    15 Ibdem, p. 57.

    16 F. Hayek, El espejismo de la j usticia s ocial, Madrid , Unin Editorial, 198 8, p. 31.

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    preferente la denodada defensa de la sociedad de mercado, la crtica a toda forma justicia social, a la

    democracia y, en fin, su rechazo de la omnipresencia de la poltica. A todo ello nos referiremos en

    adelante, pero antes es preciso recordar su radical oposicin a aquella fatal arrogancia que considera

    propia de la tradicin racionalista y socialista, as como del constructivismo contemporneo13. La base

    de esa fatal arrogancia reside para nuestro autor en el error terico e intelectual de creer que es posible

    subordinarlo todo a la razn y, ms especficamente, en la creencia de que la sociedad y sus instituciones

    son fruto de la planificacin consciente, esto es, de la planificacin estatal o gubernamental. En

    oposicin al racionalismo y al constructivismo Hayek sostiene que la sociedad y sus instituciones son

    fruto de un constante e interminable proceso de evolucin adaptable14 en el que la libertad individual

    y la mano invisible del mercado han jugado un papel primordial. La sociedad constituye desde su

    perspectiva un orden espontneo que no est racionalmente organizado ni es racionalmente

    organizable; es el producto de nuestra incertidumbre, libertad y espontaneidad social

    15

    , el resultado delos esfuerzos de una multiplicidad de individuos que poseen una pluralidad de conocimientos, intereses

    y fines. Esos individuos establecen entre s muy diversas interacciones que no estn sujetas a ningn tipo

    de control y -en el proceso de bsqueda de sus mltiples, ignotos y hasta contradictorios fines y

    propsitos individuales- generan de forma subsidiaria el bien comn y el progreso social. Ese pluralismo

    es para Hayek tanto una poderossima fuerza de creacin e innovacin social cuanto un camino hacia el

    creciente desarrollo y complejidad de la sociedad. No obstante, dado que no hay sujeto o entidad alguna

    -ni siquiera el Estado- que tenga la capacidad de conocer y controlar esa multiplicidad de conocimientos

    e intereses, el pluralismo slo es compatible con la pervivencia de un orden espontneo, a saber: deuna sociedad de mercado en la que los individuos puedan perseguir fines mltiples y desconocidos por

    los dems y por el propio Estado.

    Un orden espontneo no es, sin embargo, una sociedad anrquica. Los hombres -reconoce

    Hayek- slo pueden alcanzar sus diferentes propsitos como miembros de una sociedad civilizada, esto

    es, mnimamente ordenada por un poder comn o Estado. Ahora bien, si aceptamos la pluralidad de

    propsitos y fines individuales as como que vivimos en un mundo siempre inmerso en la

    incertidumbre16, hemos de reconocer que necesitamos disponer de la mxima libertad para poder

    propiciar el pluralismo de fines y propsitos individuales y, consecuentemente, que la regulacin poltica

    o colectiva de los diversos mbitos de la vida social debe reducirse al mnimo. La nica forma de

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    17 F. Hayek, Los fundamentos de la libertad, p. 260.

    18 Para una crtica de esta distincin hayekiana entre ley y legislacin vase R. B ellamy, Liberalismand Pluralism. Towards a Politics of Compromise , p. 29 y ss.

    19 F. Hayek, El orden poltico de una sociedad libre, p. 222.

    20 F. Hayek, El espejismo de la j usticia so cial, p. 20.

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    alcanzar tal sociedad es -sostiene nuestro autor- sometindonos y sometiendo el Estado al imperio de

    la ley, entendido ste como una regla referente a lo que la ley debe ser, como una doctrina metalegal

    o un ideal poltico17. No es preciso detenernos aqu en la crucial distincin hayekiana entre las leyes

    y la legislacin, ni en su acerada crtica al positivismo jurdico. Baste al respecto indicar que para

    Hayek una ley es una norma general y abstracta derivada de ciertos principios generales aceptados por

    la sociedad o, al menos, por la mayora de sta18. Su funcin primordial es proteger a los individuos

    contra toda interferencia ilegtima de terceros. Es por eso que, al igual que el resto de valores y principios

    de toda sociedad abierta, las leyes poseen un carcter negativo, esto es, deben limitarse a garantizar

    al individuo la posibilidad de propiciar -en el mbito de una esfera de libertad conocida- las metas que

    en su opinin sean ms oportunas, utilizando a tales efectos los medios considerados por l tambin ms

    convenientes. Slo una normativa negativa de la especie apuntada puede, en efecto, alumbrar un orden

    autogenerante capaz de orientar el conocimiento que entre todos se halla disperso hacia el logro de lospersonales objetivos de cada ser humano19.

    Qu papel compete pues al poder poltico? Para Hayek la principal y casi nica tarea del

    gobierno reside en "mantener un orden espontneo que a todos permita desarrollar las correspondientes

    iniciativas productivas segn modalidades para la autoridad siempre ignotas"20. El corolario de dicha tesis

    es -aduce Hayek- que en una sociedad abierta y extensa el acuerdo entre sus miembros nunca podr

    versar en torno a los fines. Cualquier sistema poltico que pretenden establecer algn bien comn o

    propsito general al que todos han de supeditarse supone un atentado contra el pluralismo de fines y

    propsitos, un grave perjuicio para el progreso social y una drstica limitacin de la iniciativa y libertadindividual; en suma, un nuevo camino de servidumbre

    Pese a lo ya sealado Hayek reconoce que el pluralismo de fines y propsitos individuales puede

    generar serios conflictos. De ah que indique que para a evitar la confrontacin es necesario que entre

    los seres humanos exista cierto nivel de consenso. se consenso se refiere, en principio, a los medios

    ms adecuados para que cada cual pueda lograr sus diferentes y desconocidos fines individuales, lo cual

    en Hayek no significa otra coas que el respeto a las reglas del mercado. Pero tambin se refiere al acuerdo

    sobre las normas generales y abstractas que permiten que cada cual pueda perseguir sus concretos fines.

    Llegados a este punto conviene precisar no obstante que segn Hayek las leyes generales, en tanto que

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    21 Ibdem, p. 38.

    22 F. Hayek, Los fundamentos de la libertad, p. 131.

    23 F. Hayek, Los fundamentos de la libertad, pp. 83 y 84.

    24 Ibdem, p. 290.

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    slo propician el logro de fines concretos desconocidos, se convierten en valores ltimos21. Es ms,

    en su opinin un grupo de personas no se constituye en una sociedad por el mero hecho de darse leyes

    a s mismas, independientemente de su nmero y contenido. Lo que las constituye en una autntica

    sociedad es, por el contrario, obedecer idnticas normas de conducta y, en especial, el respeto por todos

    de aquellos principios comnmente mantenidos22.

    La perspectiva hayekiana acerca del pluralismo quiz pueda resumirse ahora mediante el lema

    pluralismo posesivo privado y consenso moral poltico. ste ltimo alude sin duda al acuerdo en torno

    a aquellas leyes generales y abstractas aceptadas por la sociedad y que, en esa misma medida, se

    convierten en valores ltimos. Cul es, sin embargo, su origen? Desde luego en Hayek queda

    abiertamente excluido que dichas normas surjan de un proceso democrtico-deliberativo acerca de los

    principios fundamentales de la organizacin de la vida en comn. Ello supondra la aceptacin de un

    enfoque racionalista y/o constructivista que -como ya se ha dicho- desecha tajantemente. Son producto,por un lado, de aquel proceso inconsciente y adaptativo propio de todo orden espontneo o sociedad

    de mercado y, por otro, de la necesaria veneracin por la tradicin. Por contradictorio que parezca,

    Hayek sostiene que es muy probable que el funcionamiento exitoso de una sociedad libre no sea posible

    sin una genuina reverencia por las instituciones que se desarrollan, por las costumbres y los hbitos

    y por todas esas seguridades de la libertad que surgen de la regulacin de antiguos preceptos y

    costumbres. En concreto, afirma, por un lado, que es probable que una prspera sociedad libre sea en

    gran medida una sociedad de ligaduras tradicionales y, por otro, que la libertad no ha funcionado nunca

    sin la existencia de hondas creencias morales y la coaccin slo puede reducirse a un mnimo cuando seespera que los individuos, en general, se ajusten voluntariamente a ciertos principios23.

    As las cosas, el pluralismo de fines y valores individuales no tiene en Hayek otro espacio que

    el estrictamente privado o individual y no se remite ms que a una diversidad de intereses en conflicto

    a perseguir a travs del mercado. Esta primera impresin puede corroborarse sin embargo reseando sus

    tesis acerca de la justicia social, la democracia y la poltica.

    En opinin de Hayek la justicia distributiva exige que la totalidad de los recursos queden

    sometidos a las decisiones de una autoridad central; requiere que se ordene a las gentes lo que han de

    hacer y se les seala las metas a alcanzar24. Supone, por tanto, un claro impedimento de la libertad

    individual y la pluralidad de fines y propsitos. Por lo dems, exige la desaparicin del mecanismo de

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    25 F. Hayek, El orden poltico de una sociedad libre, p. 227 y s.

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    mercado y su sustitucin por la economa dirigida por el Estado. Pero para nuestro autor ha sido

    precisamente el ideal de justicia social el que nos ha conducido a la identificacin de la libertad con la

    igualdad econmica, a la omnipotencia estatal, al triunfo de la poltica sobre el mercado y, en ltima

    instancia, al establecimiento de una democracia negociadora en la que ciertos grupos de inters son

    capaces de influir decisivamente sobre la toma de decisiones polticas. As -pese a que la democracia

    posee un valor de carcter fundamentalmente negativo y, en consecuencia, su verdadera funcin reside

    en protegernos contra el despotismo y la tirana y en ponernos a resguardo de ciertos inconvenientes25-,

    lo que hoy se conoce como democracia no es ms que un sistema poltico con poderes ilimitados y en

    el cual la lucha por la conquista del voto electoral ha obligado a las instituciones polticas, y en especial

    al gobierno, a conceder las crecientes exigencias de determinados grupos o estratos sociales.

    La solucin hayekiana a estos problemas reside en una reinterpretacin de los principios bsicos

    del constitucionalismo liberal que est guiada por la aspiracin a una drstica limitacin de la accin delEstado, por la expulsin del pluralismo y conflicto moral del campo de la poltica y por una radical crtica

    de la democracia negociadora. Pero ms all de extendernos en tales aspectos parece adecuado concluir

    que en Hayek el pluralismo de fines y valores individuales tan slo tiene cabida en el mbito del privado

    o del mercado. Es aqu donde individuos con mltiples y contradictorios fines, intereses y propsitos

    establecen muy distintas interacciones sin interferencias externas. Es cierto que esas interacciones

    generen desigualdades y conflictos, pero las primeras constituyen el precio a pagar por la preservacin

    de la libertad y los segundos un conjunto de problemas a resolver dentro del estricto marco del mercado

    y mediante los tpicos mecanismos de negociacin.. El pluralismo hayekiano constituye as aquellapoderosa fuerza de innovacin y desarrollo social, pero su naturaleza y lmites quedan bien fijados por

    el propio mercado. El buen funcionamiento de un orden espontneo no slo exige la plena libertad para

    la persecucin de los mltiples fines y propsitos individuales. Exige tambin, por un lado, un consenso

    general acerca de los valores ltimos y las leyes generales que regulan la convivencia y, por otro, que

    cualquier conflicto entre fines, propsitos o intereses individuales debe quedar circunscrito al espacio

    privado y no tiene ms solucin que acuerdos privados cuya ltima ratio es la ley de la oferta y la

    demanda. Con ello nos encontramos, en suma, con que Hayek quiere eliminar el desacuerdo moral y

    poltico del campo de la poltica. Pero tambin aspira a excluir de la misma el conflicto de intereses. De

    hecho, tal es la tendencia que expresa su crtica a la democracia negociadora.

    III.LIBERALISMO POSESIVO Y PLURALISMO CONVENCIONAL.

    Ser precisamente a este ltimo tipo de pluralismo al que le dedicar especial atencin la teora

    pluralista de la democracia en sus versiones clsicas. Es sabido que a partir de la dcada de los cincuenta

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    26 Vase G. McLennan, Pluralism , 1 y ss.

    27 D. Truman, The Governmental Process, 502 y ss.

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    del presente siglo se consolidan en el mbito de la ciencia y la teora polticas diversos enfoques cuyo

    ncleo de reflexin se centra en poner de relieve la creciente importancia de los grupos de inters o

    presin en la vida social y poltica. Su persistencia y dispersin, as como la progresiva atencin que

    reciban por parte de los gobiernos, obligaron a reconocer que su influencia sociopoltica era

    apreciablemente ms significat iva en las complejas e interdependientes sociedades de postguerra que en

    las sociedades precedentes y que, por tanto, deban ser tomados en cuenta en el anlisis del proceso

    poltico. Tal es, como se sabe, el objetivo bsico de aquel pluralismo convencional26 que dio lugar a

    la teora pluralista y elitista clsica de la democracia. Uno y otra parten de la tesis de que la poltica no

    est ya dominada -como en buena medida sostenan tericos clsicos de las lites como Mosca y Pareto-

    por un nica lite, clase, oligarqua o centro de poder, ni tampoco se reduce a la actividad de los partidos

    polticos y el gobierno. Al decir de D. Truman27, en las sociedades democrticas de postguerra el proceso

    poltico y gubernamental no puede ser adecuadamente comprendido sin los grupos, especialmente losgrupos organizados y los grupos potenciales de inters, que operan en un momento dado. Ahora es

    notable la presencia y actividad de una multiplicidad de organizaciones de carcter voluntario que

    defienden intereses materiales generalmente concretos y bien definidos. Estos grupos surgen de forma

    espontnea, poseen una estructura organizativa ms o menos formalizada, compiten abiertamente entre

    s y, finalmente, aportan otras formas de participacin e influencia polticas que se diferencian de (y

    complementan a) las ofrecidas por los partidos polticos.

    A diferencia de Madison -en quien encuentran una germinal y decisiva reflexin sobre los efectos

    de la actividad de los grupos de inters en la vida poltica- los pluralistas clsicos no perciben suexistencia y actividad como un fenmeno problemtico. Por el contrario, para ellos la pluralidad de

    grupos es un fenmeno altamente positivo en tanto que favorece la poliarqua (R. Dahl), esto es, la

    diversificacin de centros de poder. Pero tambin porque suponen la aparicin de una nueva forma de

    control del poder poltico y de separacin y equilibrio de poderes. No obstante, lo que nos interesa

    destacar aqu es que -desde la perspectiva del pluralismo convencional- esta nueva forma de pluralismo

    nos remite a la idea de una sociedad fragmentada en mltiples grupos cuyo origen se debe a intereses

    contrapuestos. La lucha entre grupos es as una realidad tan inevitable como necesaria a fin de evitar la

    concentracin del poder y preservar la libertad e iniciativa privadas. Pero cmo alcanzar el deseable

    equilibrio y estabilidad polticas? Para el pluralismo convencional la lucha entre grupos, pese a lo que

    pudiera parecer, no supone ms que una competencia que, a la manera de la mano invisible del mercado,

    conduce al equilibrio y a la estabilidad. Es ms, acontece en el marco de un consenso general sobre los

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    28 R. Dahl, A Preface to Democratic Theory , p. 173 y s.

    29 G. Almo nd y S. Verba, La cultura cvica. Estu dio sobre la parti cipacin pol tica democ rtica en cinconaciones, Madrid, Euramr ica, 1970, p. 544 y s.

    11

    valores y las instituciones tpicas de la democracia liberal. Nadie mejor que R. Dahl28 expres tal idea

    cuando afirm que lo que generalmente describimos comopoltica es simplemente la cascarilla. Es la

    manifestacin superficial, que representa conflictos superficiales. Antes de la poltica, debajo de ella,

    envolvindola, restringindola y condicionndola, se encuentra el consenso subyacente sobre la misma

    que por lo general existe en la sociedad entre una porcin predominante de los miembros polticamente

    activos. Ese consenso alude -conviene tenerlo presente- a un acuerdo tanto sobre los procesos bsicos

    (elecciones peridicas, libertad de expresin, voto igual, regla de la mayora, formacin de partidos)

    como sobre las polticas bsicas (opciones y contenidos polticos legtimos y mbito legtimo actividad

    poltica). Pero ese consenso no slo debe darse entre los activistas o las lites polticas. Tambin debe

    basarse en una orientacin afectiva equilibrada que asegure la lealtad al sistema poltico imperante y

    sus principios; lealtad que -como proponen Almond y Verba29- debe ser alentada, al tiempo que

    moderada, por la subordinacin de la participacin poltica a un conjunto ms general y dominante devalores sociales. As pues, la actividad de la pluralidad de grupos de presin o inters queda circunscrita

    por el conjunto de valores e instituciones generalmente aceptados, esto es, que las disputas se reducen

    al conflicto entre intereses privados y puedan ser resueltas por medio de diferentes procesos de

    negociacin.

    A la luz de lo sealado, pocas dudas caben de que el enfoque que el pluralismo convencional

    sostiene acerca del pluralismo no slo encarna una concepcin elitista e instrumental de la poltica en

    la que sta queda reducida a la competencia entre lites que representan (y luchan por) intereses privados

    en conflicto. Tambin se caracteriza por una idea de la poltica como espacio en el que no cabe ms quela negociacin y compromiso entre intereses privados en conflicto. En resumidas cuentas: desde el

    enfoque del pluralismo convencional el desacuerdo moral no tiene cabida en poltica. Y ello por dos

    razones bsicas: primera, porque la poltica se desarrolla en el marco de un consenso general acerca de

    los valores y principios que orientan y organizan el propio sistema poltico; y segunda, porque en el

    mbito de decisin poltica no cabe ms desacuerdo que el desacuerdo acerca de intereses, y ste es

    resoluble en trminos de negociacin o equilibrio entre intereses contrapuestos. El pluralismo

    convencional puede ser interpretado, por tanto, como una expresinposesiva del pluralismo social de

    postguerra. En realidad no es ms que la extensin lgica de aqul individualismo posesivo que al decir

    de Macpherson caracterizaba a buena parte del liberalismo clsico. Los retos que plantea al orden poltico

    existente se reducen, en la prctica, a la necesidad de articular procesos de resolucin de conflictos

    generados por las tensiones que ocasiona la lucha por la maximizacin de intereses privados. Es un

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    30 J. Rawls, Political Liberalism , New York, Colum bia University Press, 19 93, p. 4.

    31 Ibdem, p. 38.

    32 Ibdem, p. 223.

    33 Ch. Larmo re, Political Lib eralism, Political Theory , 18, 3, 1990, p. 341.

    12

    pluralismo que, en consecuencia, en modo alguno asume la posibilidad de un autntico desacuerdo moral

    en poltica. En realidad, parte de la tesis de los valores y principios que rigen nuestras sociedades cuentan

    ya con el consenso general o, cuando menos, de sus miembros polticamente activos.

    IV.LIBERALISMO POLTICO Y PLURALISMO.

    En las ltimas dcadas hemos asistido sin embargo a la emergencia de un conjunto de retos a la

    democracia liberal acaso de mayor calado. stos suelen articularse en torno a los problemas generados

    por el creciente pluralismo inherente a toda sociedad democrtica y compleja. No nos interesan aqu sus

    muy diversas manifestacin sino, ms bien, el tratamiento que a ese pluralismo ofrece una de las

    expresiones tericas ms destacadas del liberalismo contemporneo. Y sin duda una de las ms conocidas

    y relevantes es la de J. Rawls.

    Es sabido que en Political Liberalism Rawls parte de la constatacin de que toda sociedaddemocrtica moderna se caracteriza por el hecho del pluralismo, esto es, por la ineludible coexistencia

    de una pluralidad de doctrinas comprehensivas religiosas, morales y filosficas que pueden ser

    razonables y, an as, incompatibles entre s hasta el punto de generar profundos e inevitables

    desacuerdos morales entre sus miembros. Sin embargo, dado que el pluralismo de doctrinas slo puede

    ser erradicado por un empleo autocrtico del poder estatal que es inaceptable en democracia, el

    problema fundamental no es otro que articular la posibilidad de una sociedad justa y estable de

    ciudadanos libres e iguales que se encuentran profundamente divididos por doctrinas religiosas,

    filosficas y morales razonables30. La conocida propuesta de Rawls al respecto es elaborar unaconcepcin poltica de la justicia para un rgimen constitucional democrtico articulada en torno a un

    conjunto de principios que, por un lado, puedan ser aceptados por doctrinas comprehensivas

    ampliamente diferentes y opuestas, pero razonables 31 y, por otro, que han de ser aplicados nicamente

    a la estructura bsica de la sociedad, a sus principales instituciones polticas, sociales y econmicas

    como un esquema unificado de cooperacin social32. Se trata, en sntesis, de encontrar una perspectiva

    poltica, no metafsica, a saber: que no est basada en alguna de las mltiples doctrinas comprehensivas

    o -como sugiere Ch. Larmore33- que no recurra a las visiones controvertidas de la vida buena con las que

    estamos comprometidos. Por el contrario, debe surgir de su aceptacin pblica y razonada por parte de

    todas las personas, a pesar de sus contrapuestas doctrinas comprehensivas razonables. El objetivo es- en

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    34 J. Rawls, Political Liberalism , p. 14.

    35 J. Rawls, La ju sticia como equidad: poltica, no me tafsica,La Poltica, 1, 1996, p. 38.

    36 Ch.Mouffe, The Return of Politics, London, Verso, 1997, p. 176.

    37 Para una discusin al respec to vase E. Fraser y N. Lacey, Politics and the Public in Rawls'PoliticalLiberalism , Political Studies, 43, 1995, pp. 233.247. Vase tambin S. Okin, Political Liberalism, Justice andGender, Ethics, 105, 1 994, pp . 23-43. A lgunas respuestas de Rawls a esta problemtica pueden verse en su TheIdea of Public Reason Revisited, University of Chicago Law Review, 3, 64, 1997, pp. 765-807 (recogido en J.Rawls, El derecho de gentes (y Una revisin de la idea de razn pblica), Barcelona, Paids, 2001).

    38 D. Inn erarity, Plura lismo t rgico. La organizacin poltica del desacuerdo, Debats, 60, 1997, p. 16.

    13

    palabras de Rawls- encontrar una base pblica de justificacin aceptable para todos los ciudadanos

    acerca de las cuestiones polticas fundamentales. La estabilidad y justicia de la sociedad pluralista

    vendra dada as por una concepcin poltica de la justicia que es independiente de las distintas doctrinas

    comprehensivas y a la cual llegamos mediante un consenso entrecruzado.A este respecto, el velo de

    ignorancia se prefigura ahora no tanto como un instrumento diseado para alcanzar un sentido de

    equidad sino, ms bien, para limitar el conjunto de razones admisibles en un dilogo pblico destinado

    al establecimiento de los principios de esa concepcin poltica de la justicia. As las cosas, en opinin

    de Rawls, aquellos principios o convicciones que no sean compartidos por todos forman parte de lo que

    podramos llamar el trasfondo culturalde la sociedad civil. Esta es la cultura social, no la cultura

    poltica. Es la cultura de la vida cotidiana, de sus varias asociaciones: iglesias y universidades, sociedades

    eruditas y cientficas, clubes y equipos, por mencionar unas pocas34 o, tal y como el propio Rawls ha

    sealado en otra parte, son parte de lo que podramos llamar la identidad no pblica

    35

    .No podemos extendernos aqu sobre otros aspectos del liberalismo poltico rawlsiano. A los

    efectos que nos ocupan cabe sealar algunos de sus implicaciones. Y la primera de ellas es que -como

    apunta Chantal Mouffe36- el liberalismo poltico de Rawls en tanto que exige que se retire al mundo

    privado (a las identidades no pblicas) todo aquello en lo que no estamos de acuerdo, debe afrontar

    el riesgo de relegar el pluralismo y el disenso a la esfera privada para asegurar el consenso en la esfera

    pblica y, por tanto, de aceptar una concepcin reducida y estrecha del dominio de lo poltico. Un

    dominio del que queda excluido el conflicto y el desacuerdo, que se reduce al mbito del Estado y sus

    instituciones fundamentales y en el que no parece tener cabida una autntica deliberacin y conformacinde la voluntad y opinin poltica ciudadana. Es ms, parecen presuponer una problemtica distincin

    entre lo pblico y lo privado que no slo tiende a excluir sus mutuas y bidireccionales influencias37, sino

    que tambin tiende a favorecer una estrategia por la cual aquellas esferas de la vida en que no sea

    posible el consenso deben ser excluidas de cualquier decisin pblica y dejadas en manos de la decisin

    privada de los individuos38. Y esto, por decirlo con Habermas, implica la instauracin de una esfera

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    39 J. Habermas, Reconciliacin mediante el uso pblico de la razn, en J. Habermas-J. Rawls, Debatesobre el lib eralismo po ltico , Barcelona, Paids, 1998, p. 68.

    40 R. Dworkin, tica privada e igualitarismo poltico, Barcelona, Paids, 1993, p. 57.

    41 Ibdem, p. 65.

    14

    de libertad prepoltica que resulta inaccesible a la autolegislacin democrtica39

    El liberalismo poltico de Rawls se enfrenta a este tipo de crticas. Pero tambin debe afrontar

    otras de no menor calado. Entre ellas cabe destacar la tesis de R. Dworkin40 segn la cual el enfoque de

    Rawls no slo establece una clara discontinuidad entre la tica y la poltica sino que parece, adems, una

    poltica de la esquizofrenia tica y moral; parece pedirnos que nos convirtamos, en y para la poltica, en

    personas incapaces de reconocernos como propias, en criaturas polticas especiales enteramente

    diferentes de las personas ordinarias que deciden por s mismas, en sus vidas cotidianas, qu quieren ser,

    qu hay que alabar y a quin hay que querer. Implica, en suma, una posicin para la que sea lo que

    fuere lo que uno pueda pensar respecto de la estructura o el carcter de la vida buena, ello, de uno u otro

    modo, sera sencillamente irrelevante para la propia actividad poltica o para las propias decisiones

    polticas, porque la perspectiva personal en la que estas cuestiones juegan un papel central debe

    considerase desplazada, en poltica, por una perspectiva diferente y comnmente compartida

    41

    .

    V.A MODO DE CONCLUSIN:NOTAS PARA UNA POLTICA DEL PLURALISMO.

    Las perspectivas liberales acerca del pluralismo que hemos esbozado hasta el momento parecen

    poseer algunas actitudes bsicas en comn. Entre ellas cabe destacar su reconocimiento del pluralismo

    como hecho inevitable de toda sociedad compleja y democrtica. Pero no menos destacable es su

    constante esfuerzo, de un lado, por limitar la dimensin y la proyeccin polticas del mismo a travs de

    diferentes estrategias tericas y, de otro, por excluir los desacuerdo morales y polticos profundos del

    mbito poltico y remitirlo al espacio de lo privado. El problema bsico sigue siendo, sin embargo, si en poltica es posible y/o deseable -como proponen las perspectivas liberales comentadas- eludir los

    desacuerdos de este tipo. Parece cuando menos arriesgado aceptar que nuestras ms ntimas convicciones

    y nuestros valores fundamentales, pese a su pluralidad, irreductibilidad y potencial conflictividad, sean

    irrelevantes para nuestra actividad y decisiones polticas, esto es, que nuestras convicciones

    ideolgicas y nuestras concepciones del mundo deban, como mnimo, ser dejadas de lado en el momento

    de participar en la toma de las decisiones polticas y/o constitucionales.

    Es probable que las limitaciones liberales al desacuerdo profundo en poltica deriven no slo de

    una problemtica y soluciones heredadas que tienen su primera experiencia en la separacin entre la

    Iglesia y el Estado procedente de las guerras de religiones del siglo XVI. Pero igualmente plausible

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    42 Cf. al respecto Roberto Rodrgu ez Guerra,El liberalismo co nservador contempo rneo , p.223 y ss. Vasetambin S. Wolin, Poltica y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento poltico occidental, BuenosAires, Amo rrortu, 197 3, p. 310 y ss..

    43 R. Bellamy, Liberalism and Pluralism. Towards a Politics of Compromise, p. 42. La misma opininexpresa J. Gray respecto del liberalismo po ltico rawlsiano en Agonistic Lib eralism, p. 124.

    44 Cf. J. Raz, Multiculturalism: A Liberal Perspective, p. 158 y ss.

    45 Veanse al respecto las sugerencias de I. Berlin en ensayos como Giambattista Vico y la historiacultural, en I. Be rlin,El fuste torcido de la humanidad, p 65 y ss.

    15

    resulta que esa perspectiva emane de algunos otros presupuestos liberales de hondo significado poltico

    como lo son su constante aspiracin a un gobierno limitado y su orientacin cuando menos apoltica42.

    En cualquier caso, es evidente que esas limitaciones persisten en los liberalismos y los pensadores

    liberales comentados. Las estrategias hayekiana y rawlsiana poseen en comn una suerte de restriccin

    constitucional de la poltica que tiende a limitar rigurosamente la clase de consideraciones que los

    ciudadanos pueden invocar y que los legisladores deben tomar en cuenta en la toma de decisiones

    polticas43. Por su parte, la estrategia del pluralismo convencional y la hayekiana tambin coinciden

    en la defensa de esa suerte de consenso moral subyacente que hace posible el funcionamiento exitoso de

    una sociedad mercado regida por el pluralismo posesivo.

    Pero superan o afrontan realmente estas estrategias los desacuerdos profundos en poltica? Ante

    la irreductible pluralidad de valores, modos de vida y doctrinas comprehensivas es posible, por otra

    parte, algn modo de acuerdo racional en tales situaciones de desacuerdos profundos? Por mi parte megustara sostener que lo que en realidad persiguen los anteriores enfoques liberales es eludir o negar tales

    desacuerdos para, por esta va, evitar su entrada en el espacio poltico. Sin embargo, no todo liberalismo

    acta de este modo. De hecho, una parte importante del mismo ya ha comenzado a reconocer que el

    pluralismo -junto al conflicto moral y poltico a que da lugar- es un aspecto inherente a toda autntica

    democrtica y compleja pero, al mismo tiempo, compatible con el orden social y el bienestar o

    prosperidad individual y social 44. Aspecto que -y esto es aqu decisivo en tanto que marca la diferencia

    con los enfoques liberales hasta ahora analizados- atraviesa ineludiblemente todos los mbitos de la vida

    social y poltica.Frente a tal perspectiva creo ms adecuado destacar ese pluralismo -a diferencia de lo sostenido

    por los exponentes del liberalismo contemporneo que comentamos ms arriba- no es un hecho que

    inevitable o desafortunadamente tengamos que soportar. Por el contrario, creo que constituye un

    elemento tan ineludible como positivo de la vida social y poltica, pues no slo alimenta, enriquece y

    revitaliza nuestras vidas. Tambin refleja -al tiempo hace posible- una multiplicidad de valores, ideales,

    fines o modelos de vida individual y colectiva45, as como ofrece la posibilidad de diversificar nuestras

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    46 La sociedad real, subyacente a los Gobiernos democrticos, -sostiene N. Bobbio ( El futuro de lademocracia , Barcelona, Plaza & Jans, p. 28)- es pluralista..

    47 Todo lo cual en modo alguno presupone que hayamos de aceptar como igualmente legtima cualquieractividad o expr esin cultural, poltica, etc. Por mi parte ya he tenido o casin de realizar una primera aproximacina los l mites del pluralismo en A vueltas con el pluralismo c ultural, sus fuentes y sus lmites,Laguna. Revista deFilosofa , 5, 1998, pp. 163-180.

    48 Cf. en este sentido las sugerencias de C. Thiebaut en Vindicacin del c iudadano, Barcelona, Paids,1998, p. 262 y ss.

    16

    experiencias y disfrut ar de mltiples oportunidades para un desarrollo personal mucho ms autnomo.

    Por lo dems, tampoco creo que su dimensin pblica y poltica deba ser vista como un mal menor o

    como una marca de imperfeccin que hemos de tolerar pasiva y resignadamente hasta su definitiva

    superacin. As pues, creo por mi parte que el pluralismo moral y poltico constituye: en primer lugar,

    un rasgo inherente a toda sociedad democrtica46; en segundo lugar, un rasgo que ha de ser positivamente

    considerado y abiertamente alentado47, pues no slo es un sntoma de enriquecimiento y vitalidad de una

    sociedad sino que, al mismo tiempo, su erradicacin (si es que es posible) o su severa restriccin solo

    puede llevarse acabo al precio de una grave reduccin de las libertades y de la exclusin de personas y

    grupos del espacio de lo pblico y lo poltico; y en tercer lugar, que tal vez su contribucin ms elemental

    sea la de enfrentarnos a la constante necesidad de confrontar y, si as lo creemos, revisar las propias

    convicciones, identidades y formas de convivencia social48.

    El reconocimiento y la valoracin positiva del pluralismo nos enfrenta, no obstante, a diferentesproblemas para los que an no tenemos -y quiz nunca tengamos- una respuesta adecuada o capaz de

    eliminar los desasosiegos que genera. Lo que en adelante apuntamos es tan solo un intento de esbozar,

    si bien de forma esquemtica y con intencin fundamentalmente polmica, una poltica del pluralismo

    que pretende dar respuesta a algunos de esos problemas. Y lo primero que a este respecto debe

    reconocerse es que -en oposicin a la gran promesa que alienta a gran parte de la filosofa poltica actual,

    esto es, la promesa de un hipottico pero en realidad prcticamente imposible consenso racionalmente

    motivado- los desacuerdos y los conflicto tico-polticos de carcter profundo entre la pluralidad de

    doctrinas o concepciones de la vida buena quiz no tengan una solucin definitiva y, por tanto, que launanimidad en estos asuntos tico-polticos en muy difcil de lograr. Precisamente por ello debemos

    admitir que el dilogo en torno a los principios que sustentan la forma de organizacin social y poltica

    y las normas de convivencia de una sociedad es inacabable, que la lucha entre dioses y demonios, tanto

    en el mbito privado como en el pblico, probablemente sea -como sugera Weber- un proceso sin fin.

    Un proceso, en suma, marcado por la imposibilidad -y posiblemente tambin por la indeseabilidad- de

    una reconciliacin final o ltima.

    A diferencia de la poltica del monismo -guiada por la esperanza de encontrar una nica

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    49 I. Berlin, El fuste torcid o de la hum anidad, pp. 93 y 94. Que el plural ismo no debe ser confundido conel relativismo o el escepticismo es algo que ya el propio I. Berlin se esforz por aclarar a lo largo de toda su obra.A modo de ejemplo p ueden verse las sugerencias que al respecto realiza en el ensayo El supuesto rel ativismo de ldel pensamiento europeo del siglo XVIII (p. 85 y ss.) recogido en la obra ant es citada.

    50 I Berlin, El fuste torcido de la humanidad, p. 33.

    17

    respuesta y/o sistema poltico verdadero- la poltica del pluralismo que aqu pretendemos bosquejar

    debe partir de la constatacin de que no existe una nica y verdadera respuesta y/o sistema poltico

    verdadero. Debe partir, por el contrario, del reconocimiento radical de la diversidad de concepciones

    polticas, de ideologas o visiones del mundo y, por tanto, del posible conflicto entre si o, al menos, entre

    sus diferentes y presumiblemente contradictorias respuestas verdaderas ante problemas concretos. As

    mismo, frente a las pretensiones relativistas, la poltica del pluralismo puede aducir con I. Berlin que,

    aunque los valores y los sistemas de valores sean mltiples y hasta incompatibles entre s, su variedad

    es amplia pero finita o limitada. Pero ms importante an que lo anterior es destacar -de nuevo con

    Berlin- no slo que el hecho de que los valores de una cultura puedan ser incompatibles con los de otra,

    o que puedan chocar dentro de una cultura o grupo o de un solo ser humano en distintas pocas (o, en

    realidad, en una misma poca), no entraa relativismo de valores, slo la idea de una pluralidad de

    valores no estructurada jerrquicamente. Tambin que el hecho de que algunos de esos valores ysistemas de valores (igualmente autnticos, definitivos y objetivos) hayan sido asumidos por una

    sociedad y otros lo hayan sido por otras, no debe hacernos perder de vista que son valores y sistemas de

    valores que los miembros de sociedades diferentes pueden admirar o condenar (segn sus propios

    sistemas de valores) pero que, sin son lo suficientemente imaginativos y se esfuerzan bastante, pueden

    siempre intentar entender; es decir, ver que son finalidades vitales objetivas inteligibles para seres

    humanos situados como lo estaban esos hombres49 .

    El reconocimiento de la diversidad y conflictividad de valores y sistemas de valores insina, no

    obstante, varias cuestiones de suma importancia. Insina, en primer lugar, que no existe una respuestaverdadera y universal a los dilemas tico-polticos profundos. Sugiere, en segundo lugar, que la idea de

    una solucin final es una ilusin y -como aduce I. Berlin- una ilusin muy peligrosa50. Apunta

    igualmente a que, ante desacuerdos profundos, a lo ms a que podemos aspirar es acuerdos o

    compromisos racionales pero, eso s, de carcter provisional y generalmente mayoritarios. Indica,

    finalmente, que el espacio poltico est tan marcado y alentado por la aspiracin a alcanzar acuerdos

    racionales como por el constante disenso y antagonismo (que no por la enemistad), a saber: por la

    contrariedad, la rivalidad o la oposicin habitual entre personas y grupos con diferentes y hasta

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    51 Vanse a l respecto las sugerencias de Chantal Mouffe en su The Retu rn of the Polit ical, p. 1 y ss. Si biendesde una perspectiva ligeramente di stinta de l a que aqu defendemos Mouf fe distingue el enemigo del adversar io,al tiempo que diferencia entre agon ismo (r elacin con el adversario) y antagonismo (relacin con el enemigo). Pornuestra parte creemos que en las relaciones de antagonismo -a diferencia de lo que acontece en las relaciones deenemistad- los oponentes no sienten ningn tipo d e aversin u odio hacia el otro. Por el contra rio, esas relac ionestienen por base el mismo reconocimiento del otro. Se rechazarn y criticarn sus ideas -y hasta es seguro que seintente refutarlas-, p ero nunca se pondr en duda su existencia ni su d erecho a defenderlas en pie de igua ldad.

    52 R. Rodrg uez Gu erra, Argumento s (y lmites) ticos para un a reconstruccin de la po ltica, Laguna.Revista de Filosofa , IV, 1997, p. 14 3 y ss.

    53 M. W eber, El poltico y el cientfico , p. 176.

    18

    contrapuestos modos de vida, doctrinas, ideologas y opiniones51.

    La poltica del pluralismo que planteamos asume tentativamente tales sugerencias, pero

    defiende igualmente una perspectiva que integre (y le otorgue un papel primordial) a nuestras ms

    ntimas convicciones ideolgicas y morales en la poltica. Es muy probable que una vida poltica plena

    exija una lucha en la que aquellas convicciones estn cumplidamente presentes, pues slo as

    asistiramos a un proceso deliberativo sustancial y con sentido. Slo as nos sentiramos autnticos

    agentes morales y polticos autnomos, al tiempo que sujetos realmente motivados para participar en la

    discusin poltica. Si las razones que avalan nuestros desacuerdos profundos deben situarse al margen

    de la deliberacin poltica, entonces sta queda reducida a un proceso en el que lo nico que entra en

    juego son los intereses o preferencias de cada cual. De hecho, podra llegar a parecerse mucho al actual

    vaciamiento del discurso poltico, a su constante adelgazamiento y reduccin a la simple negociacin

    de intereses, algo que explica en gran medida la apata y pasividad polticas imperantes en una sociedaden la que -en buena parte por esas mismas razones- vivimos en el conocido auge de la privacidad, declive

    de lo pblico y crisis de la poltica. Una vida poltica sin tales ingredientes podra quedar reducida a la

    lucha por la maximizacin de utilidades privadas, esto es, al chato e insolidario individualismo y

    pluralismo posesivos que alentaba al pluralismo convencional. Pero tambin presupondra un

    indeseable divorcio o distanciamiento entre la tica y la poltica.

    Ms alentador al respecto parece pues un enfoque que trate de preservar, en diferentes modos

    y tensiones, una cierta vinculacin entre la primera y la segunda. Vinculacin que si, por una parte, debe

    repeler todo intento de reducir la una a la otra, por otra, ha de partir de la constante tensin entre ambaspara, de este modo, abrir las puertas al disenso y al conflicto. Un enfoque para el que -a mi modo de ver-

    la tica ha de erigirse en instancia crtica capaz de insinuar ciertos lmites a la poltica52; lmites que -en

    caso de conflicto entre la una y la otra- seran irrebasables y deberan dar lugar a la sana actitud de aqul

    weberiano hombre maduro que, con plena responsabilidad sobre las consecuencias de sus acciones

    pero tambin con firmes convicciones, es capaz de decir no puedo hacer otra cosa, aqu me detengo53.

    La poltica del pluralismo que aqu se esboza, al tiempo que acepta esas relaciones de tensin entre

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    56 J. Muguer za, De la conciencia al discurso: un viaje de ida y vuelt a? (Algunas reflexiones en torno ala teora de lo s usos de la ra zn prctica de Jrgen Habe rmas), p. 66 y ss.

    57 Una ace rtada crtica a las di ficultades tericas q ue plantean estos enfoques, en especial en sus versiones

    rawlsiana y haberm asiana, puede en contrarse en L. Villoro, Sobre el principio de injusticia: la exclusin (OctavaConferencias Aranguren, 1999),Isegora , 22, 2 000, pp. 103-142.

    58 Para una primera aproximacin al pa pel positivo de los conflictos en las relaciones sociales y poltica scon referencias a posiciones histricas al respecto (Herclito a Lewis Coser pasando por Maquiavelo, G. Simmelo H. Du biel) va se A. O. Hirschmann, Social Conlficts as Pillars of Democratic Mark et Society,Political Theory ,22, 1994, pp. 203.218 (existe versin castellana en La poltica, 1, 1996, pp.93-106). Sobre el problema de laexclusin com o principio de injusticia vase el trabajo de Luis V illoro citado ms arriba.

    59 F. Quesada, Reconstruccin de la democracia en F. Quesada, ed., Filosofa Poltica. Ide as polticasy movimientos sociales, Madrid, Trotta, 1997, p. 250.

    60 I. Berlin, El fuste torcido de la humanidad, p. 37.

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    es -de nuevo con J. Muguerza56- que si bien es posible y deseable un republicano uso moral-discursivo

    de la razn prctica, ste no puede obviar el uso (simplemente) moral de la misma, pues debemos tener

    presente que el viaje de la conciencia al discurso siempre ha ser un viaje de ida y vuelta, dado que

    es el individuo el que, en la interioridad de su conciencia, ha de formarse sus propios juicios morales y,

    en su caso, decidir y elegir por su propia cuenta, lo cual -conviene advertir por ltimo- no tiene por qu

    ser necesariamente contradictorio con el uso moral-discursivo, dialgico o intersubjetivo de la razn

    prctica ni con los posibles acuerdos a que pueda contribuir mediante tal uso de la razn.

    Ciertamente, la poltica del pluralismo que aqu se delinea generar no poco malestar en el

    pensamiento poltico consensualista actual, mxime a tenor de sus postreras preocupaciones por la

    estabilidad y la integracin social y poltica57. Pero antes de descalificar apresuradamente esta perspectiva

    conflictivista ha de retenerse que son esos mismos desacuerdos y conflictos los que en realidad nos

    obligan a entablar procesos pblicos y deliberativos a fin de alcanzar o revisar los acuerdos queposibilitan la vida en comn. Son ellos los que nos previenen contra las tentaciones de clausurar el

    dilogo pblico y los que nos ponen continuamente de manifiesto las exclusiones que todo acuerdo

    imponen58. En fin, es la posibilidad de estos desacuerdos y conflictos presentes y futuros lo que nos

    enfrenta al hecho de que, en ausencia de consensos unnimes y universales, todo lo ms que podemos

    alcanzar son acuerdos contingentes, socio-histricamente construidos y fruto del ejercicio real y crtico

    de los derechos democrticos en el espacio pblico59. Unos acuerdos que, si no queremos engaarnos,

    tan slo dan lugar -como sugiere Berlin- a un inquieto equilibrio, constantemente amenazado que hay

    que restaurar constantemente60.Pero, de ser cierto lo anterior,estamos obligados por ello a aceptar sin ms las conclusiones a

    que llega el liberalismo agonista de John Gray, para el cual a todo lo que podemos aspirar y

    necesitamos es un simple modus vivendi? En su particular intento de articular un liberalismo

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    61 Cf. al respecto , J. Gray, Agonistic Liberalism, p. 114 y ss. Vanse tambin Post-Liberalism. Studiesin Political Thought (London, Routledge, 199), Enlightenment' s Wake, After the New Liberalism (SocialResearch, 61,3, 1994, pp. 719-735) y los ensayos recogidos en Two Faces of Liberalism . Es en estos ltimosensayos, especialmente en Modus vivendi, donde Gray sostiene no slo que existen lmites a lo que puedeconsiderarse como un modus vivendi sino tambin que los derechos humanos e stablecen cier tos lmites a la bsquedade la coexistencia. stas y otras afirmaciones por el estilo configuran, no obstante, una respuesta a la cuestin dequ es un modus vivendi y a las razones pa ra compr omete rse con un rgimen liberal que parecen cho car abiertam entecon alg unos de sus supuestos previos al respecto, pues no en vano eso s derechos humanos pod ran co ncebirse comociertos requisitos o v alores unive rsales mnim os a satisfacer por todo rgimen o cultura legtima.

    62 M. Deveaux, Agonism and Pluralism, Philosophy & S ocial Criticism, 25,4, 1999, p. 2.

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    posti lustrado, J. Gray no slo quiere dejar atrs el racionalismo y el universalismo ilustrados. Apuesta

    tambin por un enfoque para el que la eleccin entre valores inconmensurables no es una cuestin de

    eleccin racional sino de eleccin radical. Cree igualmente que el compromiso con las formas de vida

    liberal es igualmente una cuestin de tradicin, historia y lealtad y no de racionalidad. Llega as a una

    concepcin de la vida poltica como una esfera de razonamiento prctico cuyo telos es un modus vivendi

    y a una concepcin de lo poltico como dominio dedicado a perseguir no la verdad sino la paz61. Pero,

    sin necesidad de abandonarse a los acentos decisionistas, comunitaristas y neohobbesianos de J. Gray,

    puede recurrirse a otras versiones ms sugerentes del pluralismo agonista como las de Chantal Mouffe,

    David Miller o Bonnie Honig, para quienes en poltica la mejor de las soluciones no es eludir los

    desacuerdos profundos sino, por el contrario, afrontarlos directamente. Desde estas otras perspectivas,

    lo que en verdad plantean a la poltica el pluralismo y el desacuerdo tico-poltico es la necesidad de

    buscar, desarrollar y extender prcticas polticas que permitan su expresin, as como su posible peroprovisional solucin. Pero tambin exige abandonar aquellas concepciones fuertes del dilogo racional

    y el consenso moral en la vida poltica62. Sus esfuerzos tericos, si bien con diferentes acentos

    neorepublicanos, democrtico-radicales o postmodernos, se encaminan pues a mostrar no slo que el

    desacuerdo moral no puede evitarse en poltica sino que, adems, es fructfero y plenamente compatibles

    con la estabilidad y el bienestar social. En concordancia con ello nos inducen a aceptar que el

    razonamiento poltico es inherente y declaradamente inconclusivo.

    La persistencia de desacuerdos y conflictos tico-polticos profundos no ofrece pues otra

    posibilidad que alcanzar acuerdos contingentes y provisionales. Por mi parte quisiera concluir estas lneassugiriendo que esos acuerdos pueden concebirse al modo de compromisos o convenios

    argumentativamente motivados y democrticamente aprobados que deberan implicar algo ms que un

    mero pacto por razones prudenciales o de conveniencia privada y mucho menos que un consenso moral

    racionalmente fundado. Pese a que nos encontramos ante desacuerdos y conflictos muy diferentes de

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    63 Para una primera d istincin entre desacuerd os y confl ictos de ms.o-menos y d e uno-u- otro) vanselas sugerencias de A. Hirs chmann en Social Co nlficts as Pillars of D emocratic Mark et Society,Political Theory ..Cf. tambin las consideracioens que al respecto se realizan en los en sayos recogidos en J. Elster, ed.,DeliberativeDemocracy .

    64 Para una introduccin a tal problemtica vanse, adems de las obras de R. Bellamy, J. Elster y A.O.Hirschmann ya citadas, los ensayos recogidos en el volumen colectivo editado por J. Roland Pennock y J.W.Chapman, Compromise in Ethics, Law and Politics (New York, New York University Press, 1979). Cf. TambinD. Luban, Bargaining and Compromise: Recent Work on Negotiation and Informal Justicie ( Philosophy andPublic Affairs , 14, 198 5, pp. 397-416); M. Benjamin, Splitting the Difference: Comprom ise and Integrity in Ethicsand Politics (Lawrence, University Press of Kansas, 1990); R. Goodin, Political Ideas and Political Practice(British Journa l of Political Scien c, 25, 1995, pp. 37 -56); y C. Offe, H omogeneity and Constitutional Democracy:Coping with Identity Co nflicts through Gr oup Rights (Journal of Political Philosophy, 6, 1998).

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    aquellos que son negociables o cuestin de ms-o-menos63, lo cierto es que tales compromisos o

    convenios podran adoptar muy diversas formas y contenidos, dependiendo entre otras cosas de la clase

    de conflictos y desacuerdos profundos en cuestin (problemas ideolgicos, religiosos, identitarios)64. A

    travs de ellos podra alcanzarse una resolucin provisional y aceptable para todas las partes de esos

    desacuerdos. Ahora bien, esos mismos compromisos, por una parte, deben incorporar ciertos mnimos

    tico-polticos como el reconocimiento explcito de la dignidad y autonoma de las personas, grupos e

    identidades en conflicto o la inclusin de todos los afectados en el proceso deliberativo y en la toma de

    decisiones; por otra, tienen que basarse en un dilogo libre y pblico entre sujetos iguales; en tercer

    lugar, deben dejar a un lado los intereses o valores excluyentes; y, finalmente, pueden incorporar

    elementos de conciliacin, acomodo, concesiones mutuas, tolerancia, etc. Lo decisivo es, no obstante,

    que tales acuerdos son abiertamente temporales y podrn ser revisados en cualquier momento por los

    afectados. Sera, por tanto, soluciones provisionales -que no superaciones- generadas por diferentesprocesos deliberativos -a travs de la naturaleza pblica y argumentativa que los caracteriza- en los que

    los diferentes participantes tratan de convencerse entre s, mediante razones de diferente tipo y peso,

    acerca de la idoneidad de cierta decisin colectiva. El mismo hecho de ver reconocida mediante el

    dilogo la importancia y valor de sus convicciones y demandas, as como la posibilidad de cambiar en

    un futuro el estado de opinin predominante, puede contribuir decisivamente al logro de esos

    compromisos inestables. Es ms, el mismo razonamiento libre y pblico entre iguales pueden conducir

    tanto al esclarecimiento de confusiones, malentendidos, etc., como a la transformacin de los valores y

    fines de cada cual, a la construccin de una posicin distinta y alternativa a las que estn en conflicto,a la aparicin de soluciones nuevas y compartidas por todos, al esclarecimiento de las diferencias en

    intensidad entre las pretensiones de cada cual, a un jerarquizacin de las preferencias, o, en fin, a la libre

    determinacin de prioridades y/o condiciones de diverso tipo. Las posibilidades al respecto son

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