Revolucion y poder politico en el nuevo contexto internacional

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Darío L. Machado Rodríguez 1 REVOLUCIÓN Y PODER POLÍTICO EN EL NUEVO CONTEXTO NTERNACIONAL. 1 Por Darío L. Machado Rodríguez 2 La transición del capitalismo al socialismo necesita un tipo específico de Estado. Este punto de partida nadie lo discute. Sean cuales fueren los modos y particularidades de esa transición, pocos ponen en duda que esta no puede prescindir de una estructura estatal que articule y organice los esfuerzos sociales en dirección a la superación del capitalismo. Ese tipo de Estado que los clásicos del comunismo científico fijaron con el término de dictadura del proletariado, a partir de la conceptualización del proceso social de su época, sería diferente para cada sociedad y momento histórico concreto, y en tanto subconjunto del todo social orientado a un fin, con objetivos específicos de construcción social, tendría inexorablemente una función anticipadora, una de las razones por las cuales, el Estado de la transición, por su contenido y funciones no puede ser el producto idéntico de la sociedad de la cual emerge y a la que sistémicamente pertenece. Esto conduce a una primera reflexión: el Estado de la transición al socialismo, en su función anticipadora del futuro socialista, puede estar más o menos “adelantado” en relación con el resto del todo social. Su papel regulador de las acciones humanas, a través de sus institutos ideológicos (sistema educacional, medios de comunicación social, etc.) 3 es diferente para sociedades diferentes, ejerce una importantísima acción compensatoria de las deficiencias que emanan de la inmadurez de la base (económica) de la sociedad, y ello no solo en el plano de la distribución del producto social, sino en toda la orientación cultural de la construcción social. En otras palabras: la dialéctica base–superestructura de la formación económico-social de la transición no es una ecuación matemática con valores dados de una vez por todas, sino un complejo equilibrio dinámico que aporta nuevos y nuevos datos e incógnitas a la ecuación, en el que los factores económicos y los culturales aparecen intermediados por la actividad del Estado de la transición. Dado que el Estado es no solo una necesidad en la transición del capitalismo al socialismo, sino resultado de la actividad humana consciente, su relación con la madurez de la actividad económica, en tanto sistema de relaciones, tiene que tomar en cuenta al hombre, al ciudadano, al ser humano que media, con todas sus particularidades y singularidades entre el Estado de la transición con su función anticipadora y la madurez de las relaciones sociales de producción, distribución, cambio y consumo; así como mantener el principio de la articulación dialéctica entre las actividades socioeconómica, organizativa, jurídico-normativa e ideológica-política. 1 Este texto fue empleado como prólogo a una nueva edición del libro de V.I. Lenin, El estado y la revolución , publicado por la Editorial ACERCANDONOS, colección Ché, Buenos Aires, 2007. 2 Licenciado en Ciencias Políticas, Dr. en Filosofía, Investigador Titular del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente, Profesor Titular de la Universidad de las Ciencias Informáticas, el Instituto Superior Adriana Corcho y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Miembro de los consejos editoriales de las revistas Cuba Socialista y Contracorriente. C0rreo electrónico: [email protected] 3 Aquí hacemos abstracción del papel decisivo de las organizaciones políticas (en el caso cubano del partido comunista), no solo debido a que nos referimos en el texto al Estado, sino también porque las decisiones que se producen en la organización política y que atañen a toda la sociedad, se pueden canalizar fundamentalmente a través del Estado.

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Darío L. Machado Rodríguez 1

REVOLUCIÓN Y PODER POLÍTICO EN EL NUEVO CONTEXTO NTERNACIONAL.1

Por Darío L. Machado Rodríguez2

La transición del capitalismo al socialismo necesita un tipo específico de Estado. Este punto de partida nadie lo discute. Sean cuales fueren los modos y particularidades de esa transición, pocos ponen en duda que esta no puede prescindir de una estructura estatal que articule y organice los esfuerzos sociales en dirección a la superación del capitalismo.

Ese tipo de Estado que los clásicos del comunismo científico fijaron con el término de dictadura del proletariado, a partir de la conceptualización del proceso social de su época, sería diferente para cada sociedad y momento histórico concreto, y en tanto subconjunto del todo social orientado a un fin, con objetivos específicos de construcción social, tendría inexorablemente una función anticipadora, una de las razones por las cuales, el Estado de la transición, por su contenido y funciones no puede ser el producto idéntico de la sociedad de la cual emerge y a la que sistémicamente pertenece.

Esto conduce a una primera reflexión: el Estado de la transición al socialismo, en su función anticipadora del futuro socialista, puede estar más o menos “adelantado” en relación con el resto del todo social. Su papel regulador de las acciones humanas, a través de sus institutos ideológicos (sistema educacional, medios de comunicación social, etc.)3 es diferente para sociedades diferentes, ejerce una importantísima acción compensatoria de las deficiencias que emanan de la inmadurez de la base (económica) de la sociedad, y ello no solo en el plano de la distribución del producto social, sino en toda la orientación cultural de la construcción social. En otras palabras: la dialéctica base–superestructura de la formación económico-social de la transición no es una ecuación matemática con valores dados de una vez por todas, sino un complejo equilibrio dinámico que aporta nuevos y nuevos datos e incógnitas a la ecuación, en el que los factores económicos y los culturales aparecen intermediados por la actividad del Estado de la transición.

Dado que el Estado es no solo una necesidad en la transición del capitalismo al socialismo, sino resultado de la actividad humana consciente, su relación con la madurez de la actividad económica, en tanto sistema de relaciones, tiene que tomar en cuenta al hombre, al ciudadano, al ser humano que media, con todas sus particularidades y singularidades entre el Estado de la transición con su función anticipadora y la madurez de las relaciones sociales de producción, distribución, cambio y consumo; así como mantener el principio de la articulación dialéctica entre las actividades socioeconómica, organizativa, jurídico-normativa e ideológica-política.

1 Este texto fue empleado como prólogo a una nueva edición del libro de V.I. Lenin, El estado y la revolución, publicado por la Editorial ACERCANDONOS, colección Ché, Buenos Aires, 2007. 2 Licenciado en Ciencias Políticas, Dr. en Filosofía, Investigador Titular del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente, Profesor Titular de la Universidad de las Ciencias Informáticas, el Instituto Superior Adriana Corcho y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Miembro de los consejos editoriales de las revistas Cuba Socialista y Contracorriente. C0rreo electrónico: [email protected] 3 Aquí hacemos abstracción del papel decisivo de las organizaciones políticas (en el caso cubano del partido comunista), no solo debido a que nos referimos en el texto al Estado, sino también porque las decisiones que se producen en la organización política y que atañen a toda la sociedad, se pueden canalizar fundamentalmente a través del Estado.

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En las prácticas de construcción socialista, más de una vez se equivocó el papel del Estado, se subestimó la importancia del ciudadano, limitándose su participación real en las decisiones alejando su identificación con el Estado y en lugar de asumir que “el Estado soy yo” pensaba en términos de “ellos” (el Estado, el Gobierno) y “yo”, en una relación de oposición en la que sus intereses individuales y grupales tenían que ser peleados en medio del sistema estatal imperante.4

Este prólogo es apenas una aproximación al tema y, como aporte al debate, intenta argumentar el carácter histórico concreto de la dictadura del proletariado como concepto y modelo de Estado de transición del capitalismo al socialismo, y en ese sentido como modalidad difundida en los siglos XIX y XX, pero eventual y, por tanto, no única y poco probable para el siglo XXI, analizando al final algunas particularidades que consideramos fundamentales en el caso del Estado cubano de la transición al socialismo.

¿Cómo vieron el problema Marx y Engels?

Marx llamó al Estado, bajo cuya existencia y sistema de relaciones cambiantes se produce la transformación de la sociedad capitalista en comunista, “dictadura revolucionaria del proletariado”5.

Vale, eso sí, aseverar que esta afirmación de Marx es un pronóstico de la situación futura, es un concepto construido, es una hipótesis que la historia tendría que probar. Obviamente, no era un pronóstico para todos los tiempos, sino uno elaborado a partir de los datos de la época, un pronóstico científico. Aun cuando Marx aseveró con seguridad que entre la sociedad capitalista y la comunista mediaba un proceso de transición cuyo Estado no podía ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado, no estaba generalizando un concepto cuyo contenido existía en acto, en la praxis social, sino en potencia, posible si, y solo si, se producía una cadena de procesos que lo engendrasen.

Hasta dónde Carlos Marx desarrolló este escenario no probable para él, sino el único posible, es uno de los propósitos esenciales que quiero compartir en este prólogo.

El texto de un archiconocido párrafo de su Crítica al programa de Gotha dice: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A ese período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”6

4 El Lic. Luis Marcelo Yero, economista cubano, en su ensayo titulado “El sistema empresarial estatal cubano y la problemática de la realización de la copropiedad Estado-productores” presentado en el VII Encuentro de Estudios del Trabajo de la Central de Trabajadores de Cuba, analiza una arista fundamental de esta relación cuando en el acápite titulado <<Dos conceptos no integrados por el socialismo: propiedad y derechos de propiedad>>, sostiene que: “Lo que ha sucedido en el socialismo es que existiendo la propiedad estatal sobre los medios fundamentales de producción y, por ende, relaciones económicas objetivas entre sus empresas, los derechos de propiedad de los productores concretos de las empresas estatales, o sea, los relativos a las decisiones de la empresa, no se han realizado como los derechos de propiedad del Estado en relación con dichos medios.”. 5 Es, sin embargo, obligado recordar que a lo largo de vasta obra, tanto Marx como Engels, pocas veces utilizaron el término. 6 C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas en 3 tomos, T. III, Editorial Progreso, Moscú, 1974, p.23.

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Hay en esta afirmación de Marx dos términos que matizan particularmente lo que se postula: primero, que esa transformación es revolucionaria, y segundo que no puede ser otro el Estado que corresponde a esa transición.

La aseveración acerca de que ese período es un período revolucionario indica que está necesitado de experimentación, de cambios sucesivos, es un período en el que las cosas no están dadas de una vez por todas, sino que durante su transcurso se producen transformaciones revolucionarias.

Por otra parte la afirmación concisa “no puede ser otro”, no está expresada en futuro, y aunque habla en general de sociedad capitalista y sociedad comunista, la referencia es, como afirma el propio Marx, la sociedad capitalista de entonces, y no podía ser de otra manera: “La sociedad actual –dice- es la sociedad capitalista, que existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. (...).”7 Más concretamente se habla del programa para la Alemania de entonces. En consecuencia, “no puede ser otro” solo puede asumirse en su calidad de condición histórica concreta, sin pretensión de regularidad para todos los tiempos.

Lenin asevera que Marx llegó a la conclusión de que el Estado de la transición del capitalismo al comunismo, es la dictadura revolucionaria del proletariado por tres factores:

1- El papel que el proletariado desempeña en la sociedad capitalista actual.

2- Los datos sobre el desarrollo de la sociedad capitalista.

3- El carácter irreconciliable de los intereses de la burguesía y los del proletariado.

En otras palabras, Lenin explica cómo la conclusión de Marx es el resultado de una proyección causa-efecto del desarrollo social que desemboca irremisiblemente en certezas, es una teoría del desarrollo social sin lugar a zonas insalvables de incertidumbre.

Lenin escribe: “Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del desarrollo -en su forma más consecuente, más completa, más meditada y más rica de contenido- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro.

“Ahora bien, ¿en base a qué datos se puede plantear la cuestión del desarrollo futuro del comunismo futuro?

“En base al hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de una fuerza social engendrada por el capitalismo. En Marx no encontramos el más leve intento de fabricar utopías, de hacer conjeturas respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como el naturalista plantearía, por ejemplo, la del desarrollo de una nueva

7 Idem, p.22.

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especie biológica, sabiendo que ha surgido de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección determinada.”8

Es importante corroborar que si bien los clásicos vieron el advenimiento inevitable del régimen socialista como un resultado de la lógica de la evolución de la humanidad, lógica que encerraba ella misma el estado futuro, proceso que germinaba por el elemento constante del desarrollo de las fuerzas productivas, el proceso de transformación no era para ellos un resultado “metabólico” sino un proceso integral de emancipación.

En su trabajo “Carlos Marx”, Engels explica nuevamente que el antagonismo de clases que se ha observado hasta entonces en el proceso histórico se debía al “estado incipiente” de la producción y, más adelante, basado en la misma lógica, asegura que el acrecentamiento gigantesco de las fuerzas productivas modernas de los países más adelantados hace desaparecer “hasta el último pretexto para la división de los hombres en dominantes y dominados; explotadores y explotados”.9 En esas condiciones la burguesía habrá cumplido su misión histórica y en lo adelante será un obstáculo, las fuerzas productivas “que crecen hasta escaparse de las manos a la burguesía, solo están esperando a que tome posesión de ellas el proletariado asociado... .”10

O sea, se describe un proceso de cambios inevitable, se describe a una burguesía que se desmorona, incapaz de dirigir la sociedad, papel que le corresponderá al proletariado asociado. Pero aquí resulta importante la integralidad del cambio. Engels dice a continuación “...para crear un estado de cosas que permita a cada miembro de la sociedad participar no solo de la producción, sino también en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, y que, mediante la dirección planificada de toda la producción, acreciente de tal modo las fuerzas productivas de la sociedad y su rendimiento, que se asegure a cada cual, en proporciones cada vez mayores, la satisfacción de todas sus necesidades razonables.”11 No se dice cuál será el incentivo que sustituya la competencia por la ganancia, no se especifican los límites del consumo, pero se afirma que la sociedad tendrá que planificar, que los constructores del socialismo no solo participarán trabajando sino también administrando, decidiendo, distribuyendo las riquezas.

Hasta aquí pudieron llegar Marx y Engels. Un asunto tan complejo como el de la planificación exigiría una práctica no circunscrita a una empresa, a una rama, región o país, sino una práctica integrada al proceso económico internacional y bajo el fuego de la reacción. ¿Cómo tendría que organizarse el Estado de los trabajadores? ¿Puede afirmarse con los datos que nos aportan hoy los conocimientos científicos y a la luz de las nuevas realidades y más aún con el aprendizaje de los Estados capitalistas, particularmente los del mundo desarrollado, en las técnicas de adaptación y conservación del poder, que estamos hoy en un camino de certezas, sin zonas de incertidumbre en lo tocante a la transición socialista? A todas luces no, independientemente de otros condicionamientos objetivamente existentes.

El camino metodológico (que no la “receta”) para analizar a la luz de hoy el concepto de dictadura del proletariado lo proporciona el propio Lenin, quien lo desarrollara en su 8 V.I.Lenin, El Estado y la revolución, Imprenta Nacional de Cuba, 2da. Edición, La Habana, p.80 9 Carlos Marx, Federico Engels, Obras Escogidas en 2 tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, T2, p. 171. 10 Ibídem. 11 Ibídem.

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práctica de consolidación y proyección del poder soviético, con un estilo de pensar a partir de las situaciones que iban surgiendo para encontrar con la mayor urgencia no solo las medidas a tomar sino su argumentación teórica con ayuda de la cual hacer la política de los cambios.

Es un lugar común, ganado por una lógica elemental, que no se puede abordar la construcción del socialismo12 sin un poder consolidado interesado en construirlo, que esté sustentado por las mayorías trabajadoras.

Pero ese poder no se organiza ni existe de igual manera en cada experiencia concreta de superación revolucionaria del modo capitalista. Esto lo vio el propio Lenin en su natal Rusia, cuando comprendió que el Estado de la transición no podía realizar un “asalto” para pasar al socialismo13, y que la política económica debía ser repensada.

La visión de Lenin

Analizando la nueva situación en la época del imperialismo, Lenin concibió, a diferencia de Marx, que una revolución socialista y su contenido esencial: la transición al socialismo, era posible en un país atrasado y en un solo país, y de hecho lo probó. Cuando concibió esa posibilidad, Lenin no pensaba lógicamente en la NEP (Nueva Política Económica). “Nuestra labor económica, de construcción, que en aquel entonces –principios de 1918 (la aclaración de la fecha es mía.)- pusimos en primer plano, la enfocábamos desde un solo punto de vista. En aquel entonces nos proponíamos pasar directamente al socialismo evitando el período previo de adaptación de la antigua economía a la economía socialista. Suponíamos que al organizar la producción estatal y la distribución estatal, habíamos creado un sistema económico de producción y distribución diferente del anterior.”14

Lenin no vaciló en calificar la anterior política de errónea, equivocada, independientemente de la muy difícil situación de la joven república socialista en esos primeros años. “No tener miedo de reconocer la derrota y aprender de la derrota, rehacer con mayor cuidado, mayor prudencia y más sistemáticamente lo que se ha hecho mal. Si admitiéramos que el reconocimiento de una derrota –igual que el abandono de posiciones- produce desánimo y el debilitamiento de la energía en la lucha, se deberá

12 Aquí creo oportuno diferenciar, sin separarlos metafísicamente, los conceptos de transición al socialismo y construcción del socialismo. Transición en sentido amplio es todo el proceso de transformación social de una esencia capitalista a otra socialista, la transición, por tanto, comprende la construcción. Ahora bien, en sentido más estrecho, el concepto de "transición" remite a un momento del proceso de necesaria superación del capitalismo, pero más cercano a este, y dada la posibilidad potencial de ese sistema para su propia negación, en rigor se puede hablar de alguna o de cierta manifestación de esa transición desde que se articula social y políticamente una alternativa socialista, y más cuando ésta conquista una determinada cuota de poder. La "construcción" se continúa una vez concluida la "transición" en sentido estrecho, y supone cuotas importantes de poder, así como articulación integral de las energías sociales, como mínimo en un espacio nacional dado. 13 “En la primavera de 1921 –expuso Lenin- se hizo evidente que habíamos sufrido una derrota en nuestro intento de implantar los principios socialistas de producción y distribución por el método de “asalto”, o sea, por la vía más corta, rápida y directa.” (V.I.Lenin, Obras Completas en 55 tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1987, T. 44, p. 212 Informe sobre la Nueva Política Económica a la VII Conferencia del Partido de la provincia de Moscú). 14 V.I.Lenin, Obras Completas en 55 Tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1987, Tomo 44, p.207 Informe sobre la Nueva Política Económica a la VII Conferencia del Partido de la provincia de Moscú.

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decir que tales revolucionarios no valen un comino.”15 expresó refiriéndose a una lucha que caracterizó como mucho más difícil y completa que la lucha militar: la lucha de la economía socialista contra la capitalista.

Lo que Lenin siguió llamando Dictadura del proletariado para definir el Estado de la transición al socialismo sufría en la misma experiencia soviética colosales transformaciones, muy difíciles de entender para muchos revolucionarios que consideraban que ya habían tomado el cielo por asalto. La que Lenin denominó experiencia de construcción socialista directa sería sustituida por el capitalismo de Estado, “...nos dimos claramente cuenta, en la primavera de 1921, de que debíamos abandonar la edificación socialista inmediata, de que era necesario retroceder (el subrayado es mío) al capitalismo de Estado en varias ramas de la economía, renunciar a la táctica del salto directo y emprender un asedio prolongado, penoso, difícil y desagradable unido a numerosos retrocesos. Esto es necesario para abordar la solución del problema económico, es decir, asegurar la transición económica hacia los principios socialistas.”16

Pero la Nueva Política Económica era un cambio no solo económico sino fundamentalmente político, sus efectos en toda la vida del país, en la superestructura estatal, en las relaciones sociales, no se hizo esperar y fue proyectada originalmente para decenios. Se trataba no solo del capitalismo de Estado en diferentes ramas de la economía, sino de “...poner en gran medida las empresas estatales sobre bases comerciales capitalistas.”17

De la mediación obligatoria del Estado en los conflictos laborales a la restitución de la lucha huelguística, se daba un paso de índole política estructural dentro de los límites naturales dados por las características de un tipo de Estado proletario de transición al socialismo.

El reconocido derecho a la huelga contrastaba con el postulado de que “Cualquier intervención directa de los sindicatos en la administración de la empresas, en estas condiciones debe ser considerada verdaderamente nociva e inadmisible”18, sin detrimento de la participación de éstos en la organización de la industria y en la administración de la industria estatal.

Desde el punto de vista político emergía a un primer plano el problema de la participación social. Ya no sería en lo inmediato una sociedad integrada por productores libres asociados a quienes la revolución socialista liberó de la explotación del hombre por el hombre, instauró la propiedad social socialista y comenzó la construcción, sino que habría también propietarios privados y trabajo en régimen de explotación capitalista. La proyección de las normativas jurídicas, el derecho, tendría un signo diferente.

En El Estado y la revolución, Lenin afirmó: “Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los

15 Idem, p.313 16 Idem, p.313 17 V.I.Lenin, Obras Completas en 55 Tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1987, Tomo 44, p.354, Proyecto de Tesis sobre el papel y las tareas de los sindicatos en las condiciones de la Nueva Política Económica. 18 Idem, p. 357

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explotadores, para los opresores del pueblo: he aquí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.”19

Esta aseveración merece, al menos, dos ángulos para el análisis. El primero se refiere a vincular la existencia del Estado estrictamente al resultado de la imposición de los intereses de unas clases sobre otras y no de un modo más amplio: a su papel regulador dada la división social del trabajo y la existencia de relaciones mercantiles.

Este punto de vista sugiere que al conquistar las mayorías el poder político, corresponde excluir al enemigo de clase de la democracia, represión que lo es tanto como la anterior, pero en nombre no de una minoría sino de las mayorías.

El segundo se refiere al viraje de 1921, cuando la construcción del socialismo, ya dentro de la transición, pero en una etapa pre-socialista, pone al Estado proletario a amparar la actividad económica de la burguesía.

Respecto del primer aspecto, adelanto mi criterio acerca de que la extinción del Estado (no se tiene en cuenta aquí la necesidad del Estado para la defensa de la soberanía) se producirá junto con la del mercado, lo que supone un grado muy desarrollado de igualación social de los individuos. Aquí, independientemente del grado de presencia física de representantes de los capitalistas en los órganos de poder, asambleas, parlamentos, etc. que puede ser incluso ninguno, la superestructura política y jurídica del Estado revolucionario socialista, que necesita en determinada medida del modo capitalista de producción, porque de lo contrario no puede realizar la transición, se pone a su servicio.

Obviamente, no es necesario relatar lo que vino después en la URSS, luego de la muerte de Lenin. Remito al lector al texto El derrumbe del modelo eurosoviético. Visión desde Cuba20 en particular a su capítulo III.

La transición al socialismo era, para Lenin, un proceso de creación, ante el cual la experimentación y la rectificación de errores, siempre se harían sobre las bases sólidas de un pensamiento sistémico integral de la sociedad, sin el cual la improvisación y el voluntarismo introducirían el desorden y el descontrol (no solo en el sentido económico, sino sobre todo el proceso experimental mismo). En el caso de la NEP, de hecho se incorporaba a la perspectiva consciente del socialismo una fase en la que se reconocían profundas contradicciones, por ello no falta razón al Dr. Víctor Figueroa Albelo cuando dice: “El capitalismo de Estado (CE) en la transición es contradictorio y algo más, encierra un antagonismo de esencias. El CE impone un dualismo funcional en la economía que afecta inevitablemente a todo el sistema de nexos y categorías económicas y, finalmente, obra contradictoriamente en la conciencia de la gente.”21

No se podía pasar directamente por razones no solo objetivas, sino también subjetivas, en resumen, por razones culturales. El socialismo es una sociedad que se construye conscientemente, no basta proponérsela como objetivo, sino que hay que poder realizarla. Téngase en cuenta que los clásicos del liberalismo en Economía Política, Adam Smith y 19 El Estado y la revolución ... p.84 20 Colectivo de autores, El derrumbe del modelo eurosoviético. Visión desde Cuba, Editorial Félix Varela, Tercera Edición, La Habana, 1996. 21 Colectivo de Autores, El derrumbe del modelo eurosoviético. Visión desde Cuba, Editorial Félix Varela, 3ra. Edición ampliada, La Habana 1996, p. 67.

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David Ricardo, quienes sistematizaron entonces la economía capitalista, escribieron sus obras cumbres Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776) y Principios de Economía Política y Tributación(1817) respectivamente, siglos después de existir y desarrollarse las relaciones mercantiles capitalistas, cuando estas ya eran una práctica habitual. Pero en el caso de la sociedad socialista que es un concepto de lo posible, una proyección concebida a partir de la teoría del desarrollo social, del diagnóstico de la sociedad capitalista y el pronóstico acerca de su evolución futura, la tarea es bastante más difícil.

Puede afirmarse a grandes rasgos, que Marx elaboró el concepto de socialismo, vivió la efímera experiencia de la Comuna de París, alrededor de la cual se extendió algo más en las consideraciones acerca del papel del Estado y en su conocida Crítica al Programa de Gotha aborda el tema de la transición, pero todas estas proyecciones teóricas se basaban en la certeza del advenimiento del socialismo que proporcionaba la concepción materialista dialéctica de la historia, la teoría del desarrollo social concebida a partir de la dialéctica materialista; en ningún caso eran conclusiones de la práctica de construirlo.

La relación evolución-revolución y sus cadenas causa-efecto conducentes a certezas, atraviesan toda la concepción materialista de la historia, está en la esencia de la dialéctica, es la razón por la cual Marx afirma: “Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productivas que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir.”22

Este enfoque que está en la esencia misma de toda la concepción materialista de la historia, la repite Engels en su trabajo de 1875 “Acerca de las relaciones sociales en Rusia”, en el que, criticando a Piotr Tchakov, quien escribiera un folleto titulado Carta abierta al señor Federico Engels, publicado en 1874 en Zurich, cuando afirma: “La revolución a que aspira el socialismo moderno consiste, brevemente hablando, en la victoria del proletariado sobre la burguesía y en una nueva organización de la sociedad mediante la liquidación de las diferencias de clase. Para ello se precisa, además de la existencia del proletariado, que ha de llevar a cabo esta revolución, la existencia de la burguesía, en cuyas manos las fuerzas productivas de la sociedad alcanzan ese desarrollo que hace posible la liquidación definitiva de las diferencias de clase. Entre los salvajes y los semisalvajes tampoco suele haber diferencias de clase, y por ese estado han pasado todos los pueblos. Pero ni tan siquiera puede ocurrírsenos restablecerlo, aunque no sea más que porque de este mismo estado surgen necesariamente, con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, las diferencias de clase. Solo al llegar a cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, muy alto hasta para nuestras condiciones presentes, se hace posible elevar la producción hasta un nivel en que la liquidación de las diferencias de clase represente un verdadero progreso, tenga consistencia y no traiga consigo un estancamiento o, incluso, la decadencia en el modo de producción de la sociedad. Solamente en manos de la burguesía han alcanzado las fuerzas productivas ese grado de desarrollo. Por consiguiente, la burguesía es, también en este aspecto, una condición previa, y tan necesaria como el proletariado

22 C. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Editora Política, La Habana, 1966, p. 13.

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mismo de la revolución socialista. Por tanto, quien sea capaz de afirmar que es más fácil hacer la revolución en un país donde, aunque no hay proletariado, no hay tampoco burguesía, demuestra, exclusivamente que debe aún estudiar el abecé del socialismo.”23

Engels, en este propio trabajo, sin embargo, no ve esta conclusión de manera dogmática, aunque siempre dentro de esa relación evolución – revolución, que puede darse contradictoriamente como ocurre, por ejemplo, cuando un globo de gas burla le ley de la gravedad, impulsado y sustentado por gases más pesados que lo desplazan hacia arriba. Más adelante dice que existe la posibilidad de que los campesinos rusos pasasen de la propiedad comunal a una superior, sin pasar por la propiedad burguesa sobre sus parcelas siempre y cuando trabajaran la tierra no por separado, sino colectivamente y: “...en la Europa occidental estallase, antes de que esta propiedad comunal se descompusiera por entero, una revolución proletaria victoriosa que ofreciese al campesino ruso las condiciones necesarias para este paso y, concretamente, los medios materiales que necesitaría para realizar en todo su sistema de agricultura la revolución necesariamente a ello vinculada.”24

Engels, en consecuencia, no niega que pueda haber una suerte de ensamblaje de las costumbres colectivistas de los campesinos rusos que compartieron la propiedad sobre la tierra en tanto propiedad comunal con las prácticas que requiera el trabajo socialista sobre la tierra, pero si, y solo si, hay un entorno que asegure el grado correspondiente de desarrollo de las fuerzas productivas, por eso parte de la necesidad de que ese “know how” lo aporten los países más desarrollados, que con un criterio internacionalista pasarían a los menos desarrollados la técnica.

Veamos lo que asegura en las “Palabras finales al trabajo –Acerca de la cuestión social en Rusia-, escrito años después, en 1894, “... es históricamente imposible que una sociedad que se halla a un grado de desarrollo económico inferior tenga que resolver problemas y conflictos que surgen y pueden surgir solo en una sociedad que se halla a un grado de desarrollo mucho más alto. El único rasgo común de todas las formas de comunidad gentilicia surgidas antes de aparecer la producción mercantil y el cambio privado, por un lado, y la futura sociedad socialista, por otro, consiste en que ciertas cosas, los medios de producción, son de propiedad común y se hallan en uso común de determinados grupos. No obstante, este rasgo común no hace que la forma social inferior sea capaz de dar vida, de por sí, a la propia sociedad socialista futura, último producto de la sociedad capitalista. Cada formación económica concreta tiene que resolver sus propios problemas, nacidos de su propio seno; acometer la solución de problemas que se plantean ante otra formación, completamente ajena, sería un contrasentido absoluto.25

Aquí vemos nuevamente la ratificación del enfoque de los clásicos acerca de la Revolución, que puede encuadrarse en la dialéctica condiciones objetivas – condiciones subjetivas. Efectivamente, hay un rasgo psicológico, una costumbre, un hábito colectivista, pero ello no resulta suficiente para “saltar” al peldaño más alto de organización del trabajo, si no se tienen las condiciones materiales correspondientes. Por esta razón Engels continúa: “..., no solo es posible, sino incluso indudable que después de la victoria del proletariado y del paso de los medios de producción a ser propiedad común

23 Federico Engels, Acerca de las relaciones sociales en Rusia, O.E. en 2 tomos, T. 2, pp. 43 – 44. 24 Idem. P. 53. 25 Federico Engels, Palabras Finales al trabajo Acerca de la cuestión social en Rusia, O.E. en 3 tomos, T.2, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 426.

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de los pueblos de Europa Occidental, los países que apenas han entrado por la vía de la producción capitalista y que han conservado costumbres del régimen gentilicio o restos del mismo puedan utilizar estas huellas de posesión comunal y las costumbres nacionales correspondientes como poderoso medio de reducir sustancialmente el proceso de su avance hacia la sociedad socialista y evitar la mayor parte de los sufrimientos y la lucha a través de los que tenemos que abrirnos paso en la Europa Occidental. Pero condiciones indispensables para ello son el ejemplo y el apoyo activo de Occidente todavía capitalista. Solo cuando la economía capitalista esté superada en su país de origen y en los países que han alcanzado su florecimiento, cuando los países atrasados vean <<cómo se hace eso>>, cómo hay que poner las fuerzas productivas de la industria moderna, hechas propiedad social, al servicio de toda la sociedad, solo entonces podrán estos países atrasados emprender ese camino acortado de desarrollo.”26

Finalmente, Engels cierra la idea de su enfoque de la situación rusa, aseverando nuevamente lo que plantearon en el Manifiesto Comunista Marx y él: “...si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en el Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común sobre la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para una evolución comunista.”27

En otras palabras, a la larga, los bolcheviques “se sostendrían en el poder” si aguantaban lo suficiente hasta que el Occidente desarrollado viniera en su ayuda. Algo que no ocurrió.

Lenin fue un revolucionario en el más cabal sentido de la palabra. Comprendió el papel de Rusia en el contexto internacional, analizó la situación del enorme país en su relación con toda Europa. Él introdujo en el pensamiento social marxista de su época el criterio de que la revolución se lograría primero en uno o varios países, idea que expuso en sus obras, por primera vez, en el breve texto: “La consigna de los Estados Unidos de Europa”. Su fundamento era el cambio cualitativo que había experimentado el capitalismo al pasar de su fase premonopolista a monopolista en cuya esencia está el desarrollo desigual del sistema.

“Los Estados Unidos del mundo (y no de Europa) –escribió- constituyen la forma estatal de unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el socialismo, mientras la victoria completa del comunismo no traiga la desaparición definitiva de todo Estado, incluido el Estado democrático. Sin embargo, como consigna independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente sería justa, en primer lugar, porque se funde con el socialismo y, en segundo lugar, porque podría conducir a la falsa idea de la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país y a una interpretación errónea de las relaciones de este país con los demás.

“La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país capitalista. (...).”28

26 Ibídem. 27 Idem, p. 427. 28 Vladimir I. Lenin, La consigna de los Estados Unidos de Europa, Obras Completas en 55 tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1984, T. 26, pp. 377 – 378.

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Esta conclusión de Lenin implicó un conjunto de derivaciones en el orden político y económico, relativas a temas de orden interno y externo para el país o, incluso, en otros países en los que triunfase la revolución.

La práctica de su construcción se produjo en Rusia a partir de 1917, en un Estado con un incipiente desarrollo capitalista, escasa clase obrera y población mayoritariamente rural vinculada a la actividad agrícola y pecuaria, con base en la propiedad comunal sobre la tierra. Por ello, decir en aquel entonces en Rusia “alianza obrera campesina” era en la práctica hablar de casi toda la población del país. Los capitalistas, en comparación eran apenas un puñado, la nobleza zarista otro tanto, la pequeña burguesía estaba formada sobre todo por comerciantes y pequeños productores manufactureros.

Rusia era el imperio del zar, un país imperialista, el campo de inversiones de Inglaterra y Francia29, un país capitalista de muy incipiente desarrollo con un campesinado que vivía con normas y prácticas semifeudales y en su inmensa mayoría analfabeto.

El Estado de la dictadura del proletariado que sucedió a la revolución de octubre de 1917 era un sistema basado en el centralismo democrático, en el que, por definición, la dirección es ejercida por el partido que agrupa a la vanguardia de la clase más revolucionaria: el proletariado.

Lenin vio que la revolución era posible por la combinación de extrema explotación, la opresión zarista, la miseria en las zonas rurales, todo agravado por los devastadores efectos de la guerra, y vio que esa revolución podía ser hegemonizada por el proletariado que se concentraba en los grandes centros urbanos que jugaban un papel político decisivo.

El discípulo de Marx intentaría encontrar la sistematización básica de los conceptos e ideas que le permitieran transmitir orientaciones para la acción, y los sacaría de la vida misma; los acontecimientos le mostraban en cada momento los rompecabezas que debía armar y no disponía de una década para hacer teoría. En aquellas circunstancias, para lograr por primera vez en la historia la hegemonía de los proletarios en un proceso revolucionario, no había otro modo que no fuera “piramidal”, y en el que la acción revolucionaria para acabar con el poder establecido era, como es natural, imprescindible porque no podía esperarse que se suicidaran políticamente y lo cedieran sin resistencia.

Obviamente Lenin, quien había desarrollado antes de la toma del poder un análisis del Estado de la dictadura del proletariado con la negación del concepto de construcción socialista que significó la NEP, no tenía una elaboración sistematizada que recién comenzó a estructurar junto con el propio proceso de implantación de la nueva política económica, esclareciendo y esclareciéndose a sí mismo, el papel del partido, de los sindicatos, del Estado, sin llegar a desarrollar una concepción política integral y acabada del nuevo concepto de transición, tarea que debió haber sido continuada de manera creativa por quienes le sucedieron en la construcción socialista.

Por otra parte, no pueden ser olvidados los factores culturales. Mucho hay que estudiar todavía, y muy desprejuiciadamente, los modos con los que se interpretó la participación democrática, los límites que le ponían las propias costumbres, la cultura autoritaria

29 Fundamentalmente en la minería del carbón, la extracción de petróleo, y las ramas siderúrgica y mecánica.

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heredada, aun cuando la nueva situación significara un enorme y revolucionario salto en relación con el despotismo zarista.

Insisto en que este no es el lugar para el análisis histórico de lo que ocurrió después o para especular sobre, de continuar vivo Lenin, cuál habría sido el desarrollo de la actividad política y económica de la URSS. Pero de cualquier manera, el problema de cómo sería el centralismo democrático, cuánto de centralismo y cuánto de democracia habría en la práctica, dependería de cómo se ejercería el poder, de cuál sería su control y quién lo controlaría, por lo que el problema del poder, indisolublemente vinculado a la base económica de ese poder, es un objeto de análisis particular, tiene relativa independencia y como tal debe ser visto a la hora de definir el Estado de la transición al socialismo.

Digo esto porque no basta la crítica de la experiencia del fracaso del socialismo esteeuropeo, y en particular el de la antigua URSS, para pensar en cómo debe ser hoy el Estado de la transición al socialismo, están también las transformaciones que ha tenido el mundo y, por supuesto, las condiciones específicas de cada realidad social particular.

Hay aspectos del capitalismo que han cambiado su fisonomía, y ese cambio tiene repercusiones sociales, aunque no se trate precisamente de un cambio de esencia. En efecto, el capitalismo sigue siendo como hace siglos una sociedad basada en la explotación del trabajo ajeno y en el lucro personal.

¿Cómo se plantea hoy el problema?

En primer lugar, el diagnóstico de Marx acerca de que el capitalismo sufre contradicciones, las cuales, con la continuidad de su existencia tienden a su agravamiento y que carecen de solución dentro del sistema ha sido más que corroborado por la historia.

El Estado y la revolución fue escrito por Lenin por una urgencia teórica práctica, a la altura de 1917, entre los meses de agosto y septiembre, en un momento en que la primera guerra mundial cobraba más y más vidas. Europa quedó convertida en el altar macabro donde el dios-capital sacrificaba despiadadamente a cientos de miles de trabajadores. Lenin percibió que aquella contienda hacía más rápido el proceso de surgimiento del capitalismo monopolista de Estado, convirtiendo a esos países en verdaderos “presidios militares para los obreros”.

Había que esclarecer, en primer lugar a los rusos, la cuestión del poder. Lenin denunciaba, por oportunistas, a la socialdemocracia que se declaraba “socialista” y actuaba de modo chauvinista, subordinándose en los hechos a los intereses de las burguesías imperialistas nacionales a nombre de un patriotismo espurio, y a todo aquél que se autoproclamara “marxista” siendo en la práctica socialchauvinista.

Con El Estado y la revolución, Lenin rescató la esencia de la doctrina marxista del Estado, en un momento de vida o muerte, de máxima urgencia para los trabajadores. Vale recordar nuevamente aquí la conclusión de Lenin a partir de su profundo conocimiento de la naturaleza del imperialismo y su visión del desarrollo universal, acerca de la posibilidad de una revolución socialista en el eslabón más débil de la cadena imperialista.

Esta visión del desarrollo contradecía la opinión de Marx y de Engels. El hecho de que la revolución victoriosa de octubre de 1917 le dio a Lenin la razón, no significaba que

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siempre las cosas fueran así, entre otras causas porque esa razón fue conquistada con la actividad revolucionaria también, que forma parte indisoluble del acontecer social. Esta actividad devino exitosa porque el cambio era potencialmente posible y por la combinación adecuada de decisiones y acciones, dadas las condiciones sociales y políticas existentes, pero sin las acciones correspondientes la historia no hubiera dado la razón a Lenin.

Sin embargo, a partir de allí fueron desestimados los puntos de vista de Marx y Engels al respecto, se produjo una suerte de anulación teórica de aquellas conclusiones, como si con la victoria de octubre de 1917 y de la línea leninista acerca de la revolución proletaria, hubiera quedado demostrado que Marx y Engels estaban completamente equivocados, que su visión del asunto quedaba completamente superada por la visión de Lenin, que por otra parte, no la negaba de plano, sino que otorgaba un mayor valor al aspecto subjetivo, a la voluntad y acción de hacer la revolución, a la organización política para impulsar y viabilizar el cambio, independientemente de los contenidos y matices de su concepción y su práctica.

En realidad, el enfoque marxista del desarrollo social conduce a la certeza de que habrá un cambio revolucionario de la sociedad y como destacaron Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, su concepción declaraba a los comunistas la vanguardia: “Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.”30

En otras palabras, Marx y Engels postulaban certezas, al punto que expresaban claridad sobre la marcha y sobre los resultados, sabían lo que iba a ocurrir, y eran ellos, particularmente Marx, quienes habían previsto la evolución de los acontecimientos. Los comunistas tenían la ventaja teórica que ellos mismos, los redactores del Manifiesto, les habían proporcionado.

Lo cierto es que el hecho de surgir de las masas obreras y de organizarse según los principios del marxismo y las experiencias políticas leninistas no convierte a ninguna organización política en vanguardia verdadera ni en la poseedora de la verdad. Obviamente, la metodología desarrollada por el marxismo para analizar los procesos sociales, aporta un conocimiento indispensable, pero entre esos conocimientos y la práctica concreta, media una infinitud de eslabones, antes de que en el momento histórico preciso esas ideas devengan decisiones y acciones eficientes, a través de una confianza mutua construida, que articule las energías de las masas para protagonizar las transformaciones revolucionarias.

Se creó entonces una suerte de algoritmo político que, con algunas variaciones, siempre debería cumplirse: capitalismo-clase-partido-conversión de clase en sí en clase para sí - situación revolucionaria - revolución socialista conducida por el partido - construcción31. Aquellas certezas eran completadas por una planificación que se pretendía exacta y una organización política piramidal que aseguraría el cumplimiento de los propósitos fijados por los planes. El Estado de ese proceso era el "Estado de la dictadura del proletariado".

30 C. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 31 Un análisis a fondo de esta concepción puede leerse en Isabel Rauber: América Latina: Movimientos sociales y representación política. Articulaciones, Mediabyte S.A., Santo Domingo, 2003

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En consecuencia, todo estaba ya previsto, la teoría era definitiva y total, solo había que aplicarla, con algunas variaciones según tal o cual situación local.

El concepto de dictadura del proletariado fue interpretado por los teóricos del marxismo en los países socialistas de Europa del Este, en calidad de necesidad histórica. “La dictadura del proletariado, como demuestra la experiencia del movimiento de liberación, es una necesidad histórica, es una ley general de la transición del capitalismo al socialismo”.32

Elevar al rango de ley una forma de manifestarse socialmente la contradicción capital-trabajo no fue una conclusión obligadamente errónea, sino históricamente limitada y, por tanto, requerida de sistemática reevaluación.

Por otra parte, la historia también nos informa acerca de que los experimentos de construcción del socialismo que desaparecieron no lograron afianzar un modelo íntegramente socialista, de lo que puede colegirse que las “dictaduras del proletariado” proclamadas no generaron organizaciones estatales eficientes, lo que no alude directamente al concepto ni a la visión que tuvieron Marx y Engels, y continuó Lenin en su momento, pero sí a la necesidad de desarrollo del propio concepto, de cambio en la teoría de la revolución en función de los propios intereses de la revolución concretamente existente.

El derrumbe del socialismo en la URSS, Europa Oriental y Mongolia, el amplio empleo de fórmulas capitalistas en China y Vietnam, los agudos problemas económicos de Corea del Norte y la propia transición en Cuba informan acerca de la inexistencia de un sistema económico basado integralmente en una economía política del socialismo, en tal sentido, la base económica de la sociedad no funciona en todo el sistema social de modo radicalmente diferente al capitalista, aun cuando el carácter social socialista de la propiedad sobre los medios fundamentales de producción y servicios impone un rasgo claramente diferenciador.

La voluntad de construir el socialismo permitió importantes logros en lo social, mediante fórmulas socialistas y comunistas de distribución del producto social, pero ningún experimento socialista ha sido capaz de superar en la subjetividad del productor mismo el “mío individual” por el “mío colectivo” que debe corresponderse con el hecho objetivo de la conversión de la propiedad privada capitalista por la propiedad social socialista, tampoco de superar cabalmente la enajenación ni de asegurar una planificación eficiente.

El reconocimiento de lo anterior conduce a una conclusión elemental, la transición como afirmaba Lenin será larga, y quizá no decenios, sino un siglo y más.

En la base económica, la sociedad continúa produciendo mercancías, tanto para el mercado exterior como para el mercado nacional, y éstas se producen mediante la actividad económica de medios que son propiedad social socialista y propiedad privada, persisten importantes diferencias dada la división social del trabajo. Cuando las economías son más abiertas, es mayor la dependencia del mercado exterior que continúa basado en las reglas del capitalismo.

El problema de la transición del capitalismo al socialismo no está planteado solamente en las sociedades en las que se produjeron revoluciones de orientación socialista, sino que

32 A. Rumiántsev et a., Diccionario de Comunismo Científico, Editorial Progreso, Moscú, 1975, p.116.

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existe como una necesidad latente en la realidad capitalista. En efecto, habida cuenta de que el capitalismo ha demostrado que no tiene soluciones para los gravísimos problemas sociales, económicos, ecológicos, éticos, culturales que el propio sistema genera, acumulándose y agravándose sus contradicciones, cuyas salidas dentro del sistema convergen en el empeoramiento de las condiciones de vida de masas cada vez mayores, de ensanchamiento de las diferencias sociales, de mayores agresiones al equilibrio ecológico, de incremento de las acciones belicistas, y otras gravísimas consecuencias para la humanidad y para la naturaleza, se hace más patente la necesidad de una transformación esencial del sistema, de su superación por otro en el que se elimine la explotación del hombre por el hombre, esencia misma del capitalismo. A este proceso de cambio se le puede llamar sin duda alguna transición al socialismo, pero no es un camino de certezas, el capitalismo no es un “blanco” estático sobre el cual disparará el socialismo para derribarlo, el capitalismo, aun a costa del ser humano y de la naturaleza, y precisamente a costa de ambos, cambia y se adapta.

La necesidad de la sustitución del modo de producción capitalista por otro superior sigue siendo, como demuestra la historia y la realidad actual del mundo, una conclusión válida del marxismo. A la luz de hoy puede hablarse de formas de transición al socialismo desde el poder conquistado y de formas futuras de transición al socialismo en sociedades donde el poder está hoy en manos de los explotadores, ambas proyecciones de la transición tienen obviamente identidades así como diferencias, pero tanto en uno como en otro caso se necesita desarrollar la teoría.

Al analizar inicialmente cómo podría ser una transición al socialismo en países donde el poder está en manos de los explotadores se requiere, ante todo, del reconocimiento de que la sociedad capitalista de hoy no es la que analizó Marx ni la que analizó Lenin y que, en consecuencia, los planteos teóricos que en sus respectivos momentos históricos hicieron, requieren ser reevaluados teniendo en cuenta los cambios que se han producido, particularmente en el dominio del capital financiero, el incrementado poder de las empresas transnacionales, el predominio mediático y el ejercicio sistemático de la violencia.

Por eso tiene razón el destacado economista egipcio Samir Amín quien afirmó en entrevista con Isabel Rauber que: “El propio capitalismo se transforma fundamentalmente y de una forma tal que no diría que es siempre y absolutamente previsible, no está definido por adelantado. Tampoco hay un capitalismo que pudiéramos meter dentro de un huevo y entonces, con sus genes, tendría que producir necesariamente todo lo que va a producir. El capitalismo, como cualquier sistema social, es un sistema que evoluciona, se adapta, entra en interferencia con muchas cosas de la realidad social y debe ser, por consiguiente, analizado en cada momento dentro de esta transformación.”33

¿Cuáles son entonces los cambios fundamentales que se han producido en la sociedad capitalista, que tienen relación directa con el problema de su eventual transición al socialismo y con el tipo de Estado que necesita esa transición?.

En el mundo de hoy ha surgido un poder transnacional que configura una alianza conflictual sí, pero capaz de coordinar objetivos a mediano plazo y acciones comunes, entre estados capitalistas desarrollados que han fortalecido sus mecanismos económicos,

33 Isabel Rauber, Claves para una nueva estrategia. Construcción de poder desde abajo, Pasado y Presente XXI, Santo Domingo, 2000, pp 220-221.

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comerciales, financieros, políticos y militares de dominación y que sirve de marco al proceso de surgimiento, desarrollo, fusión, desaparición y resurgimiento con nuevas formas, de organizaciones económicas transnacionales, a través de las cuales el capital realiza la explotación de los recursos naturales y humanos del orbe en función de los intereses de esas empresas y de los Estados-Nación a los que pertenecen sus casas matrices.34

Esto implica que la contradicción capital - trabajo no se expresa en los límites de los Estados-Nación como contradicción burguesía nacional - proletariado nacional. Esta, aun existiendo en su forma clásica en algunos sectores, se ve opacada por la contradicción centro - periferia que supone un modo diferente de plantear la política y el tipo de Estado en una eventual transición socialista.

A esto se une el hecho de que el modelo neoliberal ha fragmentado y sigue fragmentando y desestructurando las sociedades de la periferia. Así, la lógica del proceso neoliberal para América Latina es la del ALCA o la de sus sucedáneos, los Tratados de Libre Comercio, y junto con ello la total desnacionalización de las estructuras estatales residuales y la consiguiente mayor fragmentación de las sociedades, incluyendo la influencia dirigida a la desintegración de las respectivas identidades culturales, reordenándose en la periferia con arreglo a los intereses transnacionales y de los poderes nortecéntricos.

Estas transformaciones últimas del capitalismo actual se suman, en el caso de América Latina, a realidades particulares que nos informan de la necesidad de asumir la conformación del sujeto político de la transformación revolucionaria, y en consecuencia del tipo posible de Estado de la transición. Isabel Rauber refiere las hipótesis aceptadas mayoritariamente como válidas en el pasado siglo del modo siguiente:

"Existe un sujeto único del cambio revolucionario: la clase obrera, y esa su condición de ser sujeto se desprende de su posición en el modo de producción en su condición de no poseedora de los medios de producción (y de explotación), es decir, el ser sujeto responde a una condición objetiva estructural. En este sentido, la clase obrera, "portadora de estructuras" en su conciencia, resulta objetivamente determinada y llamada a priori, a poner fin a esa su condición de clase explotada, y con ello a la explotación general de la sociedad, liberando al unísono a todo el pueblo. (Misión histórica)"35

Este enfoque del sujeto histórico no es aislado, responde a una época y a unas circunstancias históricas concretas y permaneció en la orientación teórica y práctica de los movimientos políticos de izquierda, que sumaron a la concepción de la organización política, incluyendo la organización política del Estado de la transición que debería suceder a la toma del poder, las prácticas desarrolladas en la URSS durante la primera mitad del siglo XX, sin tener en cuenta las particularidades (con excepción de revolucionarios de la talla de Mariátegui) y sin analizar los cambios que se estaban operando en el capitalismo. 34 Samir Amin, aporta una conceptualización muy sugerente. Él habla del "nuevo imperialismo colectivo de la tríada" (EEUU, Japón y Europa) dado que el imperialismo "se ha vuelto colectivo en su dimensión económica". Esta tríada ejerce los monopolios de las tecnologías, las finanzas, los recursos naturales, la comunicación y los armamentos de destrucción masiva. Ver: Samir Amin, Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no norteamericano, Editorial Paidos, Buenos Aires-Barcelona-Madrid, 2003, pp. 97-123. 35 Isabel Rauber, América Latina: Movimientos sociales y representación política. Articulaciones, Mediabyte S.A., Santo Domingo, 2003, p. 35.

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Refiriéndose a la región latinoamericana Rauber continúa:

"Esto ha sido y es particularmente notorio en América Latina, donde el capitalismo subdesarrollado convive en todo momento con relaciones y modos de producción feudales y semifeudales, y en cuyos territorios habitan los pueblos originarios que sobrevivieron al exterminio de la conquista colonialista, las comunidades negras de origen africano (...), las comunidades asiáticas (...). Esto, sin entrar a detallar la heterogeneidad de identidades y culturas -desarraigo incluido- que la diferente procedencia de los inmigrantes europeos acarreó a determinadas sociedades del continente.

"Esto conforma una realidad social con diversificación de clases, etnias, sectores sociales, culturales, o religiosos, pero la aplicación dogmática, (entendida como única) del esquema marxista limitaba -de modo reduccionista la estructura clasista real al esquema de clases correspondiente al capitalismo desarrollado en Europa y, consiguientemente, constreñía de hecho la condición de existencia del proletariado al sector de los obreros industriales- los únicos en condición de socialización de la producción, considerándolos los únicos capaces de encabezar -como sujeto histórico- los cambios revolucionarios."36

Hoy cabe preguntarse si no estamos en el caso venezolano frente a un proceso revolucionario que, con todas sus particularidades, ha iniciado el largo y difícil camino de una transición, o si es posible una transición socialista en Bolivia en la que no ocupen un lugar central los campesinos cocaleros, los pueblos originarios. En general, cualquier proceso de transición en América Latina tiene que enfrentar el poder de las transnacionales y de lo que Samir Amin llama imperialismo colectivo, lo cual es del todo punto imposible sin forjar un proceso de construcción de poder que articule a todos los actores interesados estratégicamente en sepultar el capitalismo dependiente.

Rauber, ha desarrollado la teoría de la construcción de poder desde abajo37 desde una perspectiva que no excluye, sino presupone, la transformación revolucionaria de la sociedad, pero sin establecer compartimentos estancos entre la lucha reivindicativa y la lucha política y avanzando en la conquista de espacios de poder cada vez mayores, proceso que puede y debe desembocar en un momento de inflexión, de transformación revolucionaria, al cual se ha ido contribuyendo con la lucha cotidiana reivindicativa-política, en el que comience a predominar el poder popular. En dicho proceso se va creando una cultura participativa que luego se trasladará a la esencia del Estado de la transición al socialismo, constituyendo un factor decisivo en la superación de la enajenación.

Su apreciación del problema no excluye que se pueda producir incluso la derrota del Estado burgués en alguna sociedad actual, con el enfoque que en su momento dio Lenin: "La sustitución del Estado burgués -escribió- por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta"38, sino que da cuenta de las transformaciones que se han producido en la sociedad capitalista actual, de las circunstancias cambiantes que incorporan nuevas realidades que cualquier previsión de escenarios posibles tiene que tener en cuenta.

36 Ibídem, pp. 35-36. 37 Pueden consultarse de esta autora los textos: Proyecto, sujeto y poder, Construyendo Poder desde abajo, Actores sociales, luchas reivindicativas y política popular, Claves para una nueva estrategia, Sujetos políticos. Rumbos estratégicos y tareas actuales de los movimientos sociales y políticos en América Latina. 38 V.I.Lenin, El Estado y la revolución, Imprenta Nacional de Cuba, 2da. Edición, p.21.

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Democracia y participación en el Estado de la transición

La democracia puede verse también como término, como concepto y como fenómeno social. Como término, el juicio que se desprende de sus raíces lingüísticas griegas, demos y cratos representa el sentido de “gobierno del pueblo”. Claro está, “gobierno del pueblo” en términos puros significa que el pueblo decide. Pero el uso mismo del término hoy es muy diverso. Cuando se evoca la palabra democracia, democrático, se piensa en las más diversas conexiones.39 La democracia como fenómeno social es regularmente instrumentalizada en función de intereses de clase, grupales o incluso individuales. Por consiguiente, el concepto de democracia no puede escapar de su relación con los intereses. La pregunta ¿a cuáles intereses responde esencialmente un sistema político autodenominado “democracia”?, resulta entonces vital para su definición.

El capitalismo, el sistema de explotación capitalista, ha reconocido y refrendado política y jurídicamente el individualismo que genera la relación mercantil que prevalece en su sociedad civil y en la sociedad política, lo que se expresa también en conflictos de intereses dentro del sistema que son generados no ya por las contradicciones entre explotadores y explotados, sino también entre explotadores entre sí; y al ser la ideología individualista de la burguesía la ideología dominante y las relaciones mercantiles reproducir la desigualdad, a la vez reconocida y amparada jurídicamente por las relaciones de propiedad y en los restantes ámbitos de la legislación burguesa, y por las normas que reproducen sus institutos ideológicos, estos conflictos y sus expresiones se extienden también a los desposeídos.40

En las sociedades capitalistas desarrolladas y dependientes durante más de dos siglos, siempre resguardando los fundamentos del capitalismo, se ha desarrollado un espacio llamado democrático en el que se enfrentan los intereses individuales y grupales que buscan su reconocimiento y acciones en correspondencia, que los favorezcan.

Este espacio tiene como eje central el reconocimiento de la mayoría como criterio para decidir y el modo habitual de manifestación de la decisión es el voto. Votar, elegir, se hace sinónimo de poder de decisión dentro de los límites del sistema. Participar se reduce a votar, una práctica formal y reproductora de las relaciones de poder establecidas. Es la razón por la cual, cuando las contradicciones entre explotados y explotadores son tan agudas que llegan incluso a expresarse a través del sistema electoral de forma tal que generan cambios que ponen en peligro al sistema, el poder constituido y en jaque, suele acudir al expediente de la violencia que también aparece con un barniz legal: “estado de excepción”, “suspensión de garantías constitucionales”, o el más directo “golpe de Estado”, todos términos que sugieren que se ha producido una anomalía en el “eterno” funcionamiento de la democracia burguesa, que debe ser superada para volver a la normalidad. Todo se hace a nombre de reponer el sistema democrático.

Un claro ejemplo lo tenemos en Venezuela. Allí las mayorías han conquistado los espacios de poder mediante sucesivos procesos electorales que han refrendado la

39 Un inversionista, por ejemplo, que quiere poner un negocio se siente en la libertad de hacerlo, “porque es una democracia”, alguien se siente en libertad de decir una noticia sensacionalista, aunque esta sea confusa, “porque es una democracia”; se vota una ley antipopular en un parlamento “democráticamente” elegido, o sea, aunque dicha ley vaya contra los intereses del pueblo es “democrática”. 40 Claro está, el capitalismo no inventó el individualismo, pero sí lo exacerbó y generalizó en la sociedad como rasgo de la personalidad del ciudadano, como elemento integrador de la ideología dominante. El individualismo, en tanto rasgo social, tiene su origen en el surgimiento de la propiedad privada.

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voluntad de cambio de esas mayorías. Gradualmente, han ido construyendo una nueva legalidad, la cual es hoy calificada por los poderes imperialistas y sus asociados en el propio país y en otras regiones y países como “dictadura”. Es decir, cuando la legalidad, a la cual se ha llegado dentro de los cánones habituales de la democracia representativa, sirve a los intereses de las mayorías desposeídas, inmediatamente deja de ser “legal”.

Pero este ejercicio de votar, elegir, ha creado una cultura, que es más cultura de valores en las mayorías, porque la minoría explotadora lo emplea conscientemente de modo frío y calculador, como medio para realizar sus intereses, mientras en las mayorías adquiere más sentido de participación, sólo sea porque en ese minuto que ejerce el voto, por ejemplo, el ciudadano desposeído cuenta como uno y el que vive en la opulencia también, aunque no son para nada iguales ni cuentan socialmente como iguales, ni habitualmente el resultado de votar significa una mejora sustantiva para las mayorías..

Hay para ello una razón de fondo: discutir, analizar, votar y actuar en consecuencia con las decisiones elegidas, es un logro cultural de la humanidad, aunque la modernidad burguesa lo haya prostituido hasta el desprestigio. Es un avance en el plano cultural porque significa un modo de conformar el consenso, de expresarlo.

El capitalismo lo ejerce también a la hora de tomar otras decisiones, que no sean las políticas estrictamente, por ejemplo, una asamblea de accionistas, una reunión de directivos, aunque habitualmente son elecciones maniatadas por quienes deciden por el monto de los votos que controlan con su capital, o porque la información para adoptar la decisión, para elegir, ha sido hábilmente manipulada o incluso mediante el empleo del soborno y la extorsión.

Engels en la introducción al texto de Carlos Marx: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, escribió: “El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa consistió en el mero hecho de su existencia como Partido Socialista que superaba a todos en fuerza, en disciplina y en rapidez de crecimiento. Pero además prestaron otro: suministraron a sus camaradas de todos los países un arma nueva, una de las más afiladas, al hacerles ver cómo se utiliza el sufragio universal.”41

Pero Engels no llega a tal conclusión acerca del valor político del sufragio universal en 1895 fecha en que escribió este prólogo, ya en el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, redactado por Marx y por él en 1850, casi medio siglo antes, y en el que se insiste en “armar a todo el proletariado con fusiles, carabinas, cañones y municiones...”42, también se estimó que surgiría un proceso de elección de una asamblea nacional representativa y se recomendó al proletariado alemán que se mantuviera vigilante para que ningún núcleo obrero fuera privado del derecho al voto, que hubiera en todas partes candidatos obreros, aunque solo fuera para conservar independencia y representatividad, y escriben: “Los éxitos que el partido proletario alcance con semejante acción independiente pesan mucho más que el daño que puede ocasionar la presencia de unos cuantos reaccionarios en la asamblea representativa. Si la democracia actúa desde el principio resueltamente y con medidas terroristas contra la reacción, la influencia de esta quedará liquidada de antemano.”43

41 C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas en Tres Tomos, T1, Editorial Progreso, Moscú, p.199 42 Op.Cit. p.186 43 Op. Cit. P.187

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No es este el lugar para un análisis del hecho concreto, se incluye en este texto con la intención de ver dos cosas. Primero, el empleo de los términos. Aquí los “demócratas” eran los demócratas burgueses, la “reacción” era la reacción feudal, y el partido obrero la representación política de los proletarios que no debían dejarse desarmar, pero que no excluían, y esto es lo segundo, el modo “democrático” de ejercer su fuerza política a través de procesos electorales.

La aceptación de Marx y Engels del voto como modo de realizar objetivos, no es solo visión clara de la oportunidad política, sino que se inscribe en una tradición, a saber, la de validar las decisiones por el peso mayoritario de los adherentes, sin hacer de ello un asunto meramente formal, ya que pensaban que la fuerza del proletariado organizado y armado era lo único que, en última instancia, podía dar verdadero contenido al voto.

Engels, en el prólogo aludido, escribió también: “Ya el Manifiesto Comunista había proclamado la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante.44

Su seguridad en la importancia de la vía electoral la corrobora en el propio párrafo un poco más adelante, cuando asegura: “Para decirlo con las palabras del programa marxista francés, han transformado el sufragio universal (...) de medio de engaño en que había sido hasta aquí, en instrumento de emancipación.”45

Engels ponderaba las ventajas del sufragio universal porque permitía hacer un recuento de las fuerzas propias y de la de los adversarios, proyectar más oportunamente las acciones teniendo en cuenta la correlación de fuerzas, y añade: “Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo (...); y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la cámara y a las masas fuera de ella, con una autoridad y una libertad muy distinta de la que se tiene en la prensa y en los mítines.”46

El entusiasmo de Engels por el sufragio universal no excluía que este lo viera como instrumento de dominación de la burguesía y en modo alguno eliminaba otras formas de lucha del arsenal obrero, incluyendo las barricadas, pero insistía en acumular fuerzas en la legalidad burguesa hasta hacerse invencibles, obligando al poder burgués a romper su propia legalidad.47

Es oportuno aquí recordar que Lenin, al final del Capítulo IV de El Estado y la revolución, advirtió que "democracia" no es idéntica al concepto de subordinación de la minoría a la mayoría, y que en el orden social nuevo los hombres deberán habituarse "...a observar las reglas elementales de la convivencia social sin violencia y sin subordinación."48

Pero el eje esencial de la democracia socialista es el aseguramiento de una participación real del ciudadano en las decisiones a los diferentes niveles de la vida económica, social y 44 Op. Cit. P.200 45 Op. Cit. P.200 46 p. Cit., pp. 200-201 47 Ciertamente Engels en este prólogo desestimula el empleo de las barricadas, habla de la superioridad de los aparatos represivos del adversario, hasta anular prácticamente su eficacia, sin embargo en ningún momento es absoluto, habla de las luchas futuras, etc. 48 Op.cit. p.76

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política de la sociedad en transición al socialismo. No se trata solamente de la renovación de los órganos del poder político, ni de la práctica del voto como modo más generalizado de definición de los consensos, se trata del propio consenso y de la participación real de la ciudadanía, lo que requiere en última instancia de la superación gradual y ascendente de la enajenación, que no se logra simplemente con la conversión de la propiedad privada en propiedad social socialista, ni es suficiente que existan normas de participación formalmente reconocidas, son imprescindibles un amplio clima participativo y un estilo de dirección colectiva.

Las decisiones

El proceso de las decisiones se presenta en diversos planos y niveles, en correspondencia con sus características y complejidad, y se refiere a las decisiones en todos los ámbitos de la vida social, fundamentalmente en el económico y el político. Para que las decisiones sean eficientes en materia económica49, por ejemplo, estas tienen que admitir grados de flexibilidad dentro de una política y normativas generales, que a su vez respondan a una estrategia contentiva de las líneas maestras del desarrollo económico y social. Esa estrategia en el socialismo, tiene que estar avalada por el consenso, y las políticas deben corresponderse con ella. El ciudadano que participa en la construcción del socialismo es por derecho propietario colectivo de los medios fundamentales de producción y servicios y demás propiedades socializadas. En su condición de propietario tiene todo el derecho a participar en las decisiones económicas, todas las cuales son de su incumbencia, esté o no consciente de ello, y es precisamente uno de los objetivos de la formación y educación económica - laboral socialista que alcance un alto grado de conciencia individual y colectiva de esta realidad.

Ya las decisiones concretas, aunque por ellas deben responder ante la sociedad los encargados, tienen que estar sujetas a conclusiones que se derivan de las coyunturas económicas - mercantiles, comerciales, financieras y tecnológicas, así como a las series de estudios y análisis que normalmente deben preceder a su adopción. Estas decisiones concretas, operativas, tienen que ser eficientes (y eso es precisamente lo que la sociedad exige y espera de quienes han sido mandatados para adoptarlas), y para ello tienen que jugar con los tiempos. Es aquí donde debe existir la mayor flexibilidad, ya que la complejidad e inmediatez presentes en los procesos de decisión modernos hacen imposible someter las decisiones operativas a consulta con todos los interesados y en el derecho de opinar.

Lo anterior no significa que no se informe, que no se comunique. La información y el escuchar opiniones deben ser siempre prácticas ordinarias y sistemáticas, aun para las decisiones más operativas y concretas, entre otras causas por las sugerencias certeras que muchas veces se hacen por personas entendidas aunque no estén directamente cumpliendo una determinada función, pero es tarea y responsabilidad de los órganos especializados adoptar las mejores variantes.

Sin embargo, puede ocurrir que la práctica de las decisiones sea de tal naturaleza que convierta la participación del ciudadano, propietario colectivo de los medios de producción y servicios y demás propiedades socializadas, y en particular del trabajador, en tal o cual

49 Tomo como referencia las decisiones en materia económica, por su vínculo más inmediato con la cotidianidad. En materia política, la democracia socialista cubana tiene una muy rica experiencia participativa que he tratado en otros ensayos.

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proceso de decisiones, en un mero formalismo, sea porque se le tenga como un simple aprobador de decisiones tomadas por otros o incluso porque se omita también ese acto final de aprobación, aunque sea formal. De hecho, la condición de propietario colectivo y el derecho que ampara la legalidad socialista no resuelven por sí solos el problema de la enajenación.

¿Dónde o cómo se expresa la condición de propietario colectivo? La respuesta a esta pregunta presenta, al menos, dos aristas, o mejor dos enfoques. Cuando desde el poder de los trabajadores, integrado y representado en el Estado socialista, se determina e impone el carácter social de la propiedad, todos los ciudadanos pasan a ser por derecho propietarios colectivos. Esta condición se expresa, en primer lugar, en el sentido que para ese ciudadano, propietario colectivo, tiene la propiedad social. Esta no puede ser empleada, explotada, aprovechada en contra de sus intereses. Eso significa que, aun figurando jurídicamente como propiedad social, si funcionalmente no cumple su papel social, será solo formalmente social, pero en los hechos menos social mientras su aprovechamiento se aleje de los intereses legítimos de los propietarios.

El que sea funcional a los intereses legítimos de la sociedad depende de un conjunto de factores, en primer lugar de las leyes que prohíben la manipulación antisocial de la propiedad social (por ejemplo su privatización); del presupuesto, que distribuye el resultado de la actividad económica en términos de equidad e igualdad social, la planificación, las inversiones, etc. Las leyes constituyen un factor más estable y sólido de contención ante cualquier tendencia a la manipulación antisocial de la propiedad social. Por otra parte, cuando se analiza el modo que se manifiesta la esencia social de la propiedad en el terreno de la planificación económica y las inversiones, cobra una gran importancia el lado funcional. En este campo, la propiedad social es apenas un principio que existe solo, o que se confirma en la práctica solo, si las decisiones en materia del plan, y de las inversiones en particular, responden realmente a los intereses de la sociedad, a sus necesidades y aspiraciones, solo si lo que se hace cuando se planifica y se invierte cuenta con el consenso social.

Todos son propietarios en el socialismo, pero las cuotas de poder para ejercer en la práctica esa condición no se distribuyen de igual manera. No se trata de la conclusión -utópica por inviable- de que se pretenda suprimir idealistamente la división social del trabajo, pero en materia de decisiones, que afectan a los demás es indispensable el contrapeso, el control, la capacidad de corregir desde el sujeto social, los errores, las deficiencias y también eventualmente las arbitrariedades. Esto no se refiere, claro está, solamente a la actividad económica, sino a todos los tipos de actividad.

Cuando el propietario colectivo es, a la vez, un trabajador cuya función en la división social del trabajo lo relaciona con el usufructo de una parte de la propiedad social, organizada en una entidad de producción o de servicios, por ejemplo en una empresa, su responsabilidad social se incrementa en lo que concierne a esa entidad. Él como individuo es ahí componente del sujeto de la gestión empresarial, que no es otro que el colectivo laboral. El propietario colectivo es integrante indisoluble del colectivo como propietario; a su vez, el colectivo como propietario, es el mejor representante de la sociedad como propietaria, ya que es en ese colectivo laboral donde la sociedad integra la mejor experiencia para una eficiente gestión social de esa parte de la propiedad organizada en una empresa dada. No es que otras estructuras del sujeto social no puedan o no deban participar e influir en la gestión, sino que el colectivo laboral es, de todos ellos, el mejor preparado, y simultáneamente el responsable directo de ejecutar la gestión.

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Ahora bien, dentro de esa entidad que nuclea y organiza una parte de la propiedad social, puede ocurrir que se enajene el deber y el derecho del colectivo laboral como sujeto de la gestión económica-productiva. Que tal situación no se produzca no lo garantiza la condición de propietario colectivo amparada por la ley, sino que dependerá de cómo ese derecho existe realmente anclado en las normas establecidas concretamente y en las prácticas. Si las normas no reconocen claramente los derechos del sujeto de la gestión económica productiva de la entidad, el colectivo laboral, aunque la propiedad sea jurídicamente social, y lo que esta produzca se distribuya en favor de la sociedad, se estarán enajenando esos deberes y derechos, y no se desarrollarán los adecuados reflejos y capacidades del colectivo laboral de participar eficientemente o con el tiempo se perderán. Y si aun existiendo las normas de participación debidamente y claramente establecidas, su práctica no se realiza, también se producirá el extrañamiento entre “decisores” de un lado y “ejecutores” de otro.

Lo anterior explica por qué no basta con lo legalmente establecido, y por qué puede producirse que un grupo circunstancial sea el que concentre el poder de decisión, controle la información, viva la experiencia y acumule el saldo; el resto, el grueso del colectivo laboral pasará a un segundo plano, al de “ejecutores” que serán premiados o reprendidos de acuerdo a cómo ejecuten las decisiones de aquellos, cuya posición respecto de los medios de producción devino distinta, aun cuando jurídicamente no sean más propietarios que los “ejecutores”.

A su vez, el tema de las decisiones se presenta en diversos planos y niveles, en correspondencia con su complejidad. Para que las decisiones sean eficientes (también en materia económica como resulta del ejemplo) estas tienen que admitir grados de flexibilidad dentro de una política general que, a su vez, responda a una estrategia, la cual debe contemplar las líneas maestras del desarrollo económico, social y cultural. Tal estrategia en el socialismo tiene que estar avalada por el consenso y en el proceso de su constante articulación es preciso también asegurar la plena participación del sujeto popular en todas sus formas organizativas, conjurando las posibles manifestaciones de obstaculización que serían expresiones de enajenación.

Las decisiones tienen que ver con la capacidad de los eslabones que las adoptan, no pueden ser improvisadas, o basadas en el deseo, en la intención. A veces deben tomarse con rapidez y el éxito depende de la habilidad, de la experiencia, de lo que se haya logrado prever. En las condiciones actuales, la información disponible, el grado de su elaboración y análisis juegan un papel aún mayor.

Tienen que ver también con las dinámicas grupales y las características individuales de quienes están encargados de los diferentes eslabones del proceso económico productivo, que si bien no se guían por la ganancia, pueden guiarse solo por sus criterios. Que no se guíen por la ganancia es elemental en un enfoque socialista, pero sí es necesario guiarse por la eficiencia social, y en este sentido los criterios tienen que ser realistas dentro de ciertos límites. ¿Dónde están entonces los límites? ¿En el mercado?, ¿En las leyes?.

Los límites están en los intereses del pueblo, expresados en las leyes que tienen que hacerse valer en el socialismo, en las normativas de funcionamiento, y en el estilo de la conducción política, que tiene en el socialismo cubano como fundamento inviolable la línea de masas.

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Ahora bien, para evitar el extrañamiento, las normas y las prácticas deben asegurar la participación colectiva (del colectivo en el caso de una empresa), eso significa: espacios de análisis y decisión, derechos de veto y control, obviamente dentro de las atribuciones que correspondan en cada caso, en cada entidad organizativa económica-productiva o de servicios en el sistema social.50

La propiedad social es, sin dudas, condición fundamental para un camino genuinamente socialista, y en su organización hemos acumulado importantes experiencias en los años de construcción del socialismo. No obstante, es importante corroborar que la reducción del contenido de este principio a determinadas formas, ha conducido a enormes distorsiones en el desarrollo de los países que han emprendido el camino socialista. El problema esencial radica en que no se logra acumular socialismo como calidad cultural integral de la sociedad, si el modo de su construcción se aleja de la unidad entre las actividades socioeconómica, organizativa, jurídico-normativa y político - ideológica, en cuyo centro está el hombre.51

50 Efectivamente, la condición de propietario colectivo de los medios de producción y demás propiedades socializadas, determina un sistema económico que no puede convivir, sin atentar contra sí mismo, con manifestaciones fragmentarias e independientes del derecho de propiedad, ésta es social, y tal esencia determina el carácter de las regularidades y regulaciones. Así, fenómenos tales como la rentabilidad no pueden tener el mismo contenido en una economía que construye una sociedad socialista, donde la propiedad es social, y una economía capitalista. A ningún capitalista le resulta funcional una actividad económica irrentable, salvo que en los marcos de sus propios intereses como dueño le convenga como promesa segura, o con algún nivel de riesgo, de obtener finalmente ganancias mayores. A una economía socialista puede resultarle perfectamente funcional una actividad irrentable si cumple una función social irrenunciable. Son muchos los ejemplos, baste señalar la producción de libretas para distribuirlas gratuitamente entre los alumnos de primaria. En esas condiciones la categoría precio ve muy disminuidas sus funciones económicas, tiene apenas la de cuantificar los costos económicos de la educación. Sin embargo, también la capacidad de la economía impone límites a la distribución del producto social. Suponer que esto no es así implicaría introducir bienes materiales o financieros desde fuera del sistema económico-productivo de la sociedad en forma de préstamos o de donaciones. Esto significa que una sociedad que construye el socialismo, para permitirse la irrentabilidad de una parte de sus actividades económicas productivas o de servicios, tiene obligadamente que mantener irrestrictamente la rentabilidad económica en las restantes, de manera que pueda financiar la irrentabilidad de las primeras. De lo contrario, es inevitable el empobrecimiento, y con ello el deterioro general de las fuerzas productivas. Así, fenómenos tales como la rentabilidad no pueden tener el mismo contenido en una economía que construye una sociedad socialista, donde la propiedad es social, y una economía capitalista. A ningún capitalista le resulta funcional una actividad económica irrentable, salvo que en los marcos de sus propios intereses como dueño le convenga como promesa segura, o con algún nivel de riesgo, de obtener finalmente ganancias mayores. A una economía socialista puede resultarle perfectamente funcional una actividad irrentable si cumple una función social irrenunciable. Son muchos los ejemplos, baste señalar la producción de libretas para distribuirlas gratuitamente entre los alumnos de primaria. En esas condiciones la categoría precio ve muy disminuidas sus funciones económicas, tiene apenas la de cuantificar los costos económicos de la educación. Sin embargo, también la capacidad de la economía impone límites a la distribución del producto social. Suponer que esto no es así implicaría introducir bienes materiales o financieros desde fuera del sistema económico-productivo de la sociedad en forma de préstamos o de donaciones. Esto significa que una sociedad que construye el socialismo, para permitirse la irrentabilidad de una parte de sus actividades económicas productivas o de servicios, tiene obligadamente que mantener irrestrictamente la rentabilidad económica en las restantes, de manera que pueda financiar la irrentabilidad de las primeras. De lo contrario, es inevitable el empobrecimiento, y con ello el deterioro general de las fuerzas productivas. 51 Para ampliar sobre el tema de la articulación de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política, puede consultarse del propio autor de este prólogo su libro: ¿Es posible

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La persistencia de las relaciones mercantiles es consecuencia lógica no solo de la realidad mercantil de la sociedad humana actual en su conjunto, sino del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de la propia psicología de la gente.

El futuro deberá deparar al ser humano algo mejor que las relaciones mercantiles, el mercado no será una realidad eterna, pero en esta etapa de la construcción socialista, y por muchos años, las relaciones mercantiles serán inevitables, no pueden proscribirse por decreto, so pena de que se sumerjan y funcionen de los más diversos modos.52 El socialismo deberá ser capaz de embridarlas, regularlas en función de los intereses sociales, para lo cual son indispensables la propiedad social y el plan, junto con el desarrollo de una subjetividad lo suficientemente rica para impedir que sea el mercado el que dicte las reglas, lo que implica un concepto de felicidad que ponga énfasis en el bienestar material y espiritual de todos, sobre la base de valores éticos socialistas.

Entre la gran verdad de la propiedad social, y la conciencia del productor no existen en muchas áreas de la actividad económica, los eslabones mediadores que condicionen suficientemente su comprometimiento con la eficiencia, el ahorro, la protección física, el control contable y la participación en general, incluyendo en los asuntos de la dirección. Estos eslabones se encuentran en la organización de esa propiedad.

El productor es consciente del papel esencial de la propiedad social, lo que se expresa en su rechazo a la privatización y en el reconocimiento del papel regulador del Estado, sin embargo, su participación en el proceso productivo no refleja muchas veces su condición real de dueño.

Vinculado con ello está la retribución por el trabajo. Por definición, el trabajo deja de ser una mercancía en el socialismo, porque el resultado integral de los esfuerzos de la sociedad son en general para beneficio de todos, pero no por ello deja de estar relacionado de modo directo con un volumen dado de relaciones mercantiles entre las personas y de éstas con el Estado. Las exigencias de distinción social que imponen las relaciones mercantiles, regulares o irregulares, ejercen una indiscutible influencia en la conducta social (incluida la laboral) del trabajador.

En consecuencia, uno de los retos fundamentales radica en encontrar las formas organizativas de la propiedad social que acerquen al máximo al productor a su condición real de dueño colectivo. En esto el socialismo tiene que ser muy creativo y experimental. No se trata solo de la retribución con arreglo a la cantidad y calidad del trabajo, este -aunque fundamental- es solo uno de los aspectos, tiene que ver con el comprometimiento integral de la persona con la actividad productiva o de servicios en la que trabaja.

construir el socialismo en Cuba?, publicado por la Editora Política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba en el 2004. 52 Por ejemplo, apoyándome en resultados de cinco años de investigación consecutiva sobre posición política en la sociedad cubana, hecha en los años más complejos del período especial, de 1993 a 1997, demuestro que hay un claro predominio en la conciencia del pueblo acerca de la importancia de la propiedad social, por lo que puede afirmarse que esta es una de las fortalezas ideológicas y políticas del socialismo en Cuba. Mucho ha avanzado la sociedad cubana en el fomento de la solidaridad como valor, como rasgo del ciudadano; sin embargo, persiste en determinado grado en nuestra subjetividad una psicología mercantil para comprender y aceptar la distribución y el cambio. Esta psicología sigue ejerciendo una función mediadora de las relaciones entre las personas. El grado de conformidad social de la gente está mediado también por esta psicología.

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La enajenación condicionada en el capitalismo por el carácter objetivamente privado de la propiedad de los medios de producción y servicios y de la apropiación del producto, es siempre también, un fenómeno subjetivo. El socialismo cambia radicalmente ambas condiciones, tanto la apropiación como la propiedad pasan a ser, por definición, sociales, pero entre ese principio esencial del socialismo y la realidad hay una importante distancia: en primer lugar porque la apropiación es un hecho de la cotidianidad y está sujeta a los criterios de los hombres que pueden influir en el grado de su socialización, y en segundo lugar, aunque eso estuviera perfectamente regulado, siguen mediando entre el principio y su asunción (subjetiva) por parte del trabajador, del productor, otras realidades:

- continúa produciendo algo de lo cual él no dispone directamente

- continúa recibiendo una remuneración por su trabajo

- su participación en la gestión, aun regulada por normativas, se realiza en un colectivo dado, en condiciones específicas de las cuales depende la aplicación de lo reglamentado.

Es propósito estratégico del socialismo lograr que el trabajador deje de comportarse con respecto al resultado de su trabajo, y en general del trabajo de la sociedad, como hacia un producto ajeno, no propio, no suyo (no con una dimensión individual de lo propio sino social), mientras sea así no se habrá superado la enajenación, aunque en los hechos ese producto se utilice en favor de sus necesidades. Este aspecto de la construcción del socialismo es esencial, ya que el interés del productor hacia el producto (no el que va a consumir, sino el que él mismo produce y produce la sociedad) es definitorio de una condición real de productor socialista.

Si el trabajador se siente libre solo fuera del proceso de trabajo y no dentro de éste, es porque ve al trabajo solo como una obligación para poder vivir, porque no siente propios ni los medios conque trabaja ni los productos que produce, no porque falten las premisas, que están aseguradas por el sistema socialista, sino porque fallan los eslabones mediadores: participación, educación, organización económico-productiva, distribución, comunicación, etc.

Claro está, ser constructor del socialismo no se circunscribe al análisis dicotómico: “dentro del” o “fuera del” proceso productivo, porque ambos ámbitos de la sociedad están indisolublemente vinculados, y son separables solo en la abstracción, y en la transición socialista continúan vigentes las relaciones mercantiles y el Estado, persisten las diferencias marcadas por la división social del trabajo, están presentes desviaciones burocráticas, todo lo cual pone en el centro de la teoría y la práctica del socialismo la unidad de las actividades socioeconómicas, político - ideológica, jurídico - normativa, cultural y organizativa, marco sistémico en el que debe desarrollarse la condición de propietario colectivo del constructor del socialismo.

Aunque hemos tratado algo más extensamente el tema de la enajenación atendiendo a la actividad económica y desde el plano de la toma de decisiones, el asunto toca a la sociedad como un todo. El desarrollo de formas de control popular con diversos grados de mediaciones y de una cultura que aísle el autoritarismo es esencial en la transición socialista, que solo podrá ser sustantiva y real si tiene en el centro al pueblo como protagonista, si las formas de poder que se construyen en el proceso no solo responden a los intereses de las mayorías sino si estas viven el protagonismo que les corresponde por derecho como productoras de los bienes materiales y espirituales de la sociedad,

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principales implicados en las decisiones –tanto por ser las generadoras de las acciones concretas como por sentir de diversos modos sus efectos y, además, por ser las depositarias de la soberanía popular.

Algunas características del Estado de la transición en Cuba

El proceso revolucionario cubano, si bien se inició el pasado siglo y se enmarca en los procesos de cambios revolucionarios abiertos por la revolución socialista de Octubre de 1917, tuvo realizaciones muy originales que se diferenciaron de los procesos socialistas ocurridos en el resto del mundo, en particular en los de Europa.

El triunfo de la revolución cubana es una demostración de creatividad y de no apreciar al marxismo como un dogma. En el proceso revolucionario cubano, en la lucha por el poder, la conducción no la ejerció un partido marxista-leninista que lograra concienciar a la clase obrera, alcanzando esta una conciencia de clase para sí, que le permitiera, en condiciones de situación revolucionaria, y con la conducción del partido marxista-leninista, tomar el poder y empezar la construcción socialista.

Incluso el proceso revolucionario se inició sin existir, al menos no en la forma en que lo analizó Lenin, lo que se conoce como "situación revolucionaria", si bien existían y se agudizaban las contradicciones inherentes a las características de país capitalista dependiente, con las particularidades históricas cubanas.

Las fuerzas motrices se encontraban en el pueblo que fue el enterrador colectivo del capitalismo en Cuba, conducido por un liderazgo que articulaba la participación creciente de la ciudadanía de todas las clases y sectores sociales comprendidas en el pueblo, y entre ellos participando en diferentes momentos de ese proceso la clase obrera con un papel central, pero sin superar en hegemonía a ningún otro sector o clase social participante. La clase obrera fue y es vanguardia en el proceso revolucionario cubano como parte de toda la vanguardia revolucionaria que generó y fortaleció el propio proceso, independientemente del hecho incontrovertible de que sin la participación de la clase obrera hubiera sido imposible el proceso socialista cubano.

El sujeto del proceso revolucionario cubano ha sido y es el pueblo- Fidel Castro ofreció una trascendente definición de éste en su histórico alegato de defensa luego de los sucesos del Moncada, conocido con el título de "La historia me absolverá", cuando al definir al pueblo lo hizo reconociéndole la condición de sujeto revolucionario.. Fidel dijo entonces: "Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata (destaco en cursivas esta oración subordinada para confirmar la visión del pueblo, no como una masa amorfa objeto de la política ni como una masa estratificada piramidalmente con subsujetos subordinados, sino como protagonista colectivo, como sujeto de los cambios que el país necesitaba):

"a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo..., "a los quinientos mil obreros del campo..." "a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros..., "a los cien mil agricultores pequeños..." "a los treinta mil maestros y profesores..." "a los veinte mil pequeños comerciantes..." "a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etc. ...,

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"Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje... ."53

De la revolución forjada por ese pueblo, de la unidad que forjó la revolución surgió después del triunfo de Enero de 1959 y de años de lucha y consolidación, un partido político que es de todo el pueblo y dentro de éste de la clase.

El Estado revolucionario que surgió en Cuba no fue el “Estado de la dictadura del proletariado” sino un “Estado revolucionario de todo el pueblo”, raigal y consecuentemente opuesto a la explotación del hombre por el hombre, a la dominación imperialista, contrario por definición al capitalismo como sistema social, en el decursar de cuya construcción cobró contenido y forma el partido que antes de adoptar la denominación de Partido Comunista de Cuba, tuvo las de Organizaciones Revolucionarias Integradas y Partido Unido de la Revolución Socialista y le correspondieron formas organizativas diferentes.

Por esa razón, la interpretación del Estado revolucionario de la transición cubana como una modalidad del Estado de la dictadura del proletariado sería, a mi modo de ver, algo forzado.

“La dictadura del proletariado en Cuba se caracteriza por la fusión directa de todas las fuerzas revolucionarias partidarias de la construcción del socialismo”54 aseveraba el artículo escrito sobre “Dictadura del proletariado” para el Diccionario de Comunismo Científico de la Editorial Progreso de Moscú.

En esta definición ya se daba por sentado que algo predeterminado: “la dictadura del proletariado” tenía una expresión en el caso cubano. La realidad cubana debía encajar en el concepto preestablecido, “con sus particularidades”.

El propio texto aludido asevera antes que: “Las formas de la D. del p. Se diferencian ante todo por las instituciones políticas, organizaciones mediante las cuales se efectúa la alianza de la clase obrera con las masas trabajadoras no proletarias.”55 O sea, la Dictadura del proletariado era la invariante, un concepto universal que solo podía tener expresiones singulares.

Con el desarrollo del proceso revolucionario cubano, aún bajo las constantes presiones que significan el bloqueo económico, el hostigamiento constante de sucesivos gobiernos norteamericanos y el siempre latente peligro de una agresión, los espacios de participación se han desarrollado en los centros de trabajo, las comunidades, las organizaciones sociales y de masa, etc., y en los procesos de reproducción de los órganos de poder, determinan exclusivamente los méritos de los ciudadanos sin que el elemento de la pertenencia clasista sea determinante.

La lógica de la “dictadura del proletariado” supondría un forma de reproducción de los órganos de poder que asegurara la hegemonía de la clase, pero en Cuba determinan los méritos de las personas, y aunque las comisiones de candidatura velan porque en los órganos provinciales del poder popular y en la Asamblea Nacional se asegure un adecuado grado de representatividad de los diferentes sectores de la ciudadanía, la cantera fundamental de estas la constituyen los delegados de circunscripción, o sea, 53 Ver Fidel Castro, La historia me absolverá. 54 Colectivo de autores, Diccionario de Comunismo Científico, Editorial Progreso, Moscú, p.118. 55 Ibídem. P.117.

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vecinos elegidos por vecinos y ahí nuevamente lo que determina es el mérito, no la pertenencia clasista.

Eso en lo tocante al modo de reproducción de los órganos de poder y con independencia de que aún hay mucho camino por desandar en materia de participación popular, de control y de ejercicio real del poder por parte de la ciudadanía. Los espacios existentes son aun insuficientemente aprovechados.56

Claro está, la superestructura política de la sociedad no la constituyen solamente los órganos de poder, aunque estos son fundamentales, están las leyes que protegen la justicia social conquistada para toda la ciudadanía, en la sociedad actúa el partido cuya calidad de fuerza rectora principal de la sociedad, refrendada constitucionalmente le otorga la función de asegurar los intereses del pueblo trabajador, y no en última instancia la ideología de la revolución cubana, sistema de valores dominante en la conciencia social de los cubanos.

Pensar el Estado de la transición

El eje central es pensar la estructura estatal, sus particularidades y funciones, la participación y la representación política de la sociedad en transición al socialismo que se basa en relaciones mercantiles que se practican tanto por las empresas de propiedad social socialista, administradas estatal o colectivamente, las empresas mixtas y las privadas, independientemente de sus proporciones en el metabolismo económico de la sociedad en transición al socialismo, así como en la vida cotidiana de toda la sociedad, pero dentro de límites determinados socialmente.

Lo primero es definir, cuando se dice transición al socialismo como finalidad histórica de una sociedad determinada, como construcción, qué entender por socialismo. Obviamente los socialismos del futuro serán tantos como particularidades regionales y nacionales haya en sus orígenes y realidades. No estamos hablando aquí de un modelo ni de un país. Solo podemos apenas esbozar componentes distintivos de lo que podemos definir como una realidad de transición hacia una realidad social socialista, es decir, el subconjunto de rasgos principales que caracterizan una sociedad que construye el socialismo, o sea, en tránsito positivo en dirección al socialismo, la exclusión de uno de los cuales anularía su calidad de socialista, razón por la cual no pueden ser puestos en ningún ordenamiento jerárquico.

Entre estas cualidades o rasgos están la propiedad social socialista sobre los medios fundamentales de producción y servicios, la participación generalizada, activa y eficiente, de la población en los asuntos principales de la economía y de la sociedad, la construcción sistemática y consecuente del consenso en torno a las decisiones sobre los temas fundamentales y las políticas, el papel de la organización política en la coordinación y orientación general del proceso de construcción del socialismo mediante el desarrollo y promoción de la ideología revolucionaria, el papel del Estado en la regulación de los procesos económicos y sociales en función del bienestar de toda la sociedad y a partir de la participación ciudadana, la planificación (que incluye no solo la producción y las

56 Ciertos hábitos paternalistas limitan la necesaria confianza en las capacidades y potencialidades del pueblo tendiendo a sustituirlo más que a representarlo, a lo que se suma la psicología de plaza sitiada que ha dejado como saldo la hostilidad imperialista y que conspira contra un clima más distendido para el tratamiento público de los asuntos nacionales.

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inversiones, sino también la distribución y el consumo y los diferentes ámbitos de la vida social, cada uno con sus particularidades), la retribución con arreglo al aporte social de cada quien, la política justa de seguridad y asistencia social, la legalidad socialista que define las normas legales de convivencia, la articulación de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídico-normativa e ideológico-política, el predominio de la cooperación como estilo de gestión y la promoción, educación, la orientación hacia un modelo propio de bienestar, cambiante, en constante adaptación, formación de la ciudadanía en los principios de la cultura y la ideología socialista, proceso en el que el sistema educacional y los medios de comunicación social junto con la producción cultural de la sociedad juegan un papel fundamental.

Obviamente, la presencia de estos rasgos en una sociedad dada no necesariamente supone en ellos un nivel igual de desarrollo sino que en su conjunto condicionen el desarrollo socialista, en el sentido de reproducir una cultura socialista, un modo socialista de producir y de vivir, condición elemental, además para la defensa del sistema sociopolítico; sin embargo, desde mi punto de vista todos son esenciales, la ausencia de alguno de ellos lastraría gravemente el proceso cultural del socialismo y tarde o temprano daría al traste con los propósitos socialistas.

De todos ellos, el papel del Estado (Estado de la transición - construcción) en tanto instrumento organizador del funcionamiento social no puede olvidar su finalidad estratégica que es la de extinguirse. El Estado de la transición socialista puede entender su fortalecimiento solamente en función del fortalecimiento del papel de la sociedad en su conjunto, pues de lo contrario, lejos de educar al pueblo en la administración colectiva, lo suplantaría burocratizándose.

La experiencia de los países socialistas de Europa del Este fue evidente y convincente. El verticalismo, el autoritarismo, el ordeno y mando, la subestimación del pueblo, la no implicación del ciudadano en los asuntos de gobierno, en las decisiones, la falta de diálogo, la despreocupación por el consenso, y otras deficiencias (privilegios, acomodamiento, etc.) separaron Estado y pueblo en muchos eslabones fundamentales del acontecer social, haciendo tanto o más daño que la deficiente planificación, el descontrol o la lenta e ineficiente aplicación de los adelantos científicos tecnológicos.

Todos los institutos que integran el Estado de la transición tienen que tener sólidos lazos de dependencia con el pueblo, no solo en lo tocante a su reproducción, como ocurre con los órganos de poder, sino en el transcurso de su funcionamiento, en las formas de controlar el cumplimiento de sus funciones estatales y en el perfeccionamiento de sus funciones. Esta es una condición sine que non para el desarrollo de un Estado eficiente de la transición socialista y sus particularidades siempre serán el resultado de construcciones específicas, histórica y culturalmente determinadas.