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REVISTA EUROPEA. NIÍM. 119 4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . AÑO ni. LAS PLANTAS APREHENSORAS DE INSECTOS. Un corto número de plantas, pertenecientes á cuatro ó cinco familias poco abundantes en espe • cíes, excitan vivamente la curiosidad de los hom- bres científicos y la del público, desde que Darwin y otros las han calificado de insectívoras, conside- rándolas capaces de una verdadera digestión y viendo en ellas condiciones aplicables al desenvol- vimiento y comprobación de las teorías de aquel célebre naturalista. Suponiendo que las plantas lla- madas carnívoras é insecticidas, lo sean para pro- curarse en último resultado mayor cantidad de ázoe, suministrado por el carbonato de amoniaco mediante la descomposición de los insectos apri- sionados, cree Darwin «que este procedimiento sea »un grande recurso para las plantas en los suelos «pobres, debiendo tender á perfeccionarse por la ^selección natural, y que por tanto toda planta co- »mun provista de glándulas viscosas, que acciden- «talmente atrapa insectos, puede en circunstancias "favorables ser cambiada en una especie capaz de «verdadera digestión.» Ingenioso y seductor es cuanto aquí se da á entender, y sin embargo, no hay un solo hecho, contemporáneo ú observado, que demuestre tal cambio ó transformación. Hace mucho tiempo que se conocen los particu- lares medios de que están dotadas ciertas plantas para aprisionar los insectos que se ponen á su al- cance; tampoco es nueva la idea de considerarlos como alimento de las mismas, por lo menos indi- rectamente, y hasta la teoría de la digestión fue emitida antes de ahora con relación á más de una planta; pero es lo cierto que si bien se admiraron y explicaron en lo posible los movimientos observa- dos, se fijó poco la atención en las indicaciones he- chas respecto de la acción digestiva, entonces con poca insistencia atribuida á las plantas y en la ac- tualidad vigorosamente sostenida como verdad de- mostrada. La Montea muscipula, conocida generalmente con el nombre de Atrapa-moscas, es la primera planta que obtuvo celebridad como cazadora de in- sectos, aun cuando otras no tardaron en adquirirla, y particularmente las provistas de ciertas urnas, que se compararon al estómago de los animales. Es la Dionea una plantita americana de la Carolina Septentrional, donde fue hallada en 1759, aunque TOMO VII. no llegó á ser conocida en Europa hasta 1768, en que se trajo viva y pudo observarse sucesivamente por Ellis y otros, cultivándola en tierra ligera y fangosa, á la sombra y bajo la influencia de una suave temperatura. Son sus hojas bastante peque- ñas, y tienen los peciolos alados, terminándose cada uno de ellos por su respectivo limbo ó lámina, cuya anchura puede alcanzar tres centímetros, y que se compone de dos lóbulos á manera de valvas con pestañas en los bordes, lo cual constituye el cepo ó trampa en que pueden ser cogidos los insectos, aproximándose hasta casi juntarse ambos lóbulos y cerrando el corto espacio intermedio con el auxilio de las pestañas que se entrecruzan. Este movi- miento lo determina el insecto, cuya agitación ex- cita el limbo de la hoja, quedando preso, si no es bastante pequeño para escaparse al través del en- verjado que forman las pestañas del limbo, ó bas- tante grande y fuerte para vencer la resistencia del cepo. Creíase, y actualmente se mira como inexac- to, que los esfuerzos del insecto aumentasen la ex- citación del limbo de la hoja, manteniendo aproxi- mados sus lóbulos hasta estrujarlo; pero es de to- dos modos cierto que al cabo de un tiempo más ó menos largo muere el animal, y la hoja se abre to- mando su ordinaria posición. Hasta aquí llega lo que comunmente se admitía como observado y comprobado en las hojas de la Dionea, teniéndolas por muy excitables y nada más, predominando la opinión de que esta excitabilidad residía en la linea mcsSa del limbo bilobado de cada una de las hojas, y no precisamente en los cuerpecitos glandulosos, situados en las haces de los lóbulos componentes del limbo. Compréndese muy bien que la Dionea, á pesar de su pequenez y poca apariencia, haya llamado la atención de los curiosos y dó los investigadores de la naturaleza desde el momento en que pudieron observarse tan sorprendentes movimientos, y no es de extrañar que al principio se divulgasen exagera- das y hasta inexactas ideas, que el mismo Linneo acogió, ó por lo menos dejó correr sin contradic- ción, calificando la planta de miraculum natura. Curtis, en 1834, en virtud de numerosas observa- ciones, negó que el insecto pereciese aplastado ó asfixiado, y dio grande importancia á la secreción que se verifica en la hoja después de la captura de aquel, suponiéndolo sometido á la acción de un jugo análogo al gástrico 6 parecido á la saliva, y 40

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REVISTA EUROPEA.NIÍM. 1 1 9 4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . AÑO n i .

LAS PLANTAS APREHENSORAS DE INSECTOS.

Un corto número de plantas, pertenecientes ácuatro ó cinco familias poco abundantes en espe •cíes, excitan vivamente la curiosidad de los hom-bres científicos y la del público, desde que Darwiny otros las han calificado de insectívoras, conside-rándolas capaces de una verdadera digestión yviendo en ellas condiciones aplicables al desenvol-vimiento y comprobación de las teorías de aquelcélebre naturalista. Suponiendo que las plantas lla-madas carnívoras é insecticidas, lo sean para pro-curarse en último resultado mayor cantidad deázoe, suministrado por el carbonato de amoniacomediante la descomposición de los insectos apri-sionados, cree Darwin «que este procedimiento sea»un grande recurso para las plantas en los suelos«pobres, debiendo tender á perfeccionarse por la^selección natural, y que por tanto toda planta co-»mun provista de glándulas viscosas, que acciden-«talmente atrapa insectos, puede en circunstancias"favorables ser cambiada en una especie capaz de«verdadera digestión.» Ingenioso y seductor escuanto aquí se da á entender, y sin embargo, no hayun solo hecho, contemporáneo ú observado, quedemuestre tal cambio ó transformación.

Hace mucho tiempo que se conocen los particu-lares medios de que están dotadas ciertas plantaspara aprisionar los insectos que se ponen á su al-cance; tampoco es nueva la idea de considerarloscomo alimento de las mismas, por lo menos indi-rectamente, y hasta la teoría de la digestión fueemitida antes de ahora con relación á más de unaplanta; pero es lo cierto que si bien se admiraron yexplicaron en lo posible los movimientos observa-dos, se fijó poco la atención en las indicaciones he-chas respecto de la acción digestiva, entonces conpoca insistencia atribuida á las plantas y en la ac-tualidad vigorosamente sostenida como verdad de-mostrada.

La Montea muscipula, conocida generalmentecon el nombre de Atrapa-moscas, es la primeraplanta que obtuvo celebridad como cazadora de in-sectos, aun cuando otras no tardaron en adquirirla,y particularmente las provistas de ciertas urnas,que se compararon al estómago de los animales. Esla Dionea una plantita americana de la CarolinaSeptentrional, donde fue hallada en 1759, aunque

T O M O V I I .

no llegó á ser conocida en Europa hasta 1768, enque se trajo viva y pudo observarse sucesivamentepor Ellis y otros, cultivándola en tierra ligera yfangosa, á la sombra y bajo la influencia de unasuave temperatura. Son sus hojas bastante peque-ñas, y tienen los peciolos alados, terminándose cadauno de ellos por su respectivo limbo ó lámina, cuyaanchura puede alcanzar tres centímetros, y que secompone de dos lóbulos á manera de valvas conpestañas en los bordes, lo cual constituye el cepoó trampa en que pueden ser cogidos los insectos,aproximándose hasta casi juntarse ambos lóbulos ycerrando el corto espacio intermedio con el auxiliode las pestañas que se entrecruzan. Este movi-miento lo determina el insecto, cuya agitación ex-cita el limbo de la hoja, quedando preso, si no esbastante pequeño para escaparse al través del en-verjado que forman las pestañas del limbo, ó bas-tante grande y fuerte para vencer la resistencia delcepo. Creíase, y actualmente se mira como inexac-to, que los esfuerzos del insecto aumentasen la ex-citación del limbo de la hoja, manteniendo aproxi-mados sus lóbulos hasta estrujarlo; pero es de to-dos modos cierto que al cabo de un tiempo más ómenos largo muere el animal, y la hoja se abre to-mando su ordinaria posición. Hasta aquí llega loque comunmente se admitía como observado ycomprobado en las hojas de la Dionea, teniéndolaspor muy excitables y nada más, predominando laopinión de que esta excitabilidad residía en la lineamcsSa del limbo bilobado de cada una de las hojas,y no precisamente en los cuerpecitos glandulosos,situados en las haces de los lóbulos componentesdel limbo.

Compréndese muy bien que la Dionea, á pesar desu pequenez y poca apariencia, haya llamado laatención de los curiosos y dó los investigadores dela naturaleza desde el momento en que pudieronobservarse tan sorprendentes movimientos, y no esde extrañar que al principio se divulgasen exagera-das y hasta inexactas ideas, que el mismo Linneoacogió, ó por lo menos dejó correr sin contradic-ción, calificando la planta de miraculum natura.Curtis, en 1834, en virtud de numerosas observa-ciones, negó que el insecto pereciese aplastado óasfixiado, y dio grande importancia á la secreciónque se verifica en la hoja después de la captura deaquel, suponiéndolo sometido á la acción de unjugo análogo al gástrico 6 parecido á la saliva, y

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522 REVISTA EUROPEA.—4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . N : 119deduciendo que el insecto, cogido por la planta,dubia servir para alimentarla, como Ellis lo habíacreido. Hé aquí emitida la teoría de la digestión,que Burneü en 18U29 había indicado respecto de laurna formada por cada hoja de las Sarracenias,leoría de nuevo sostenida por Canby en 1868, encuanto á la Dionea, con mayores detalles. Los tra-bajos publicados posteriormente en apoyo de la di-gestión vegetal, pertenecen á los años 1874 y si-guientes hasta el dia, figurando en primer términoel de üarwin sobre las Droseraceas y Utricularieasy el de Hooker acerca de las Sarraceniaceas y Ne-pentaceas. Estas son, en efecto, las familias quecomprenden las más célebres plantas calificadas decarnívoras, faltando solamente añadir á ellas elCepAalotus, único en su género, colocado entre lasRibesiáceas, y propio de Australia. Es de advertirque la Dionaa pertenece á las Droseraceas, si biense ha propuesto formar con ella una familia dis-tinta. .

Los nuevos teorizadores tienen por indudable laexistencia de una secreción acida en las hojas de laDionea, y reproduciendo la opinión de Curtis, afir-man que se aumenta por la excitación producidaen las glandulitas de la superficie superior de lahoja respectiva, cuando un insecto se halla aprisio-nado en ella. La excreción ó salida á lo exteriordel jugo segregado, fue negada antes de ahora porMeyen, habiendo observado que si la hoja perma-nece cerrada durante algunos dias, como sucede entiempo nublado, se acumula en cantidad notable lahumedad transpirada. No obstante, se asegura ac-tualmente que las glándulas son excitadas por elcontacto de un insecto y de cualquiera materiaazoada, aumentándose la secreción, mientras queima paja, un trocito de caliza ú otra sustancia iner-te no producen este efecto, ni tampoco una mate-ria azoada seca, abriéndose pronto la hoja y nohumedeciéndose, como so humedece, excitada porla carne viva ó fresca, llegando en este caso á serconsiderable á veces el jugo que se derrama.

El entusiasmo de algunos experimentadores, y enparticular el de Balfour, llega hasta el punto de po-ner en relación la cantidad de la secreción con loapetitoso de los manjares, y los Cfey indigestos, se-gún Canby y el mismo Balfour, siendo el queso unode ellos, como también el aceite y las grasas, sinlomar aquí en consideración los síntomas de la in-digestión de queso que Balfour creyó observar enuna Dionea, por tener la apariencia de imaginariosó exagerados por lo menos.

Las hojas de las Droseras, como las de la Dionea,pueden coger insectos, aunque de una manera mo-nos activa y eficaz, sobre todo si la observación selimita á las especies indígenas. Dos especies de Dro-sera tenemos en la Península, y además el Dro-

sophyllum, que crece en Portugal y en la provinciade Cádiz, abundando principalmente en nuestrasmontañas la Drosera rotundifolia, fácil de encon-trar en sitios pantanosos de la Sierra de Guadarra-ma, bastante cerca del Escorial. Es la Drosera men-cionada una plantita con hojas redondeadas, y cuyoancho no pasa do un centímetro, superiormente eri-zadas de glandulitas pediceladas, las cuales en losbordes tienen más prolongados los piececillos ypresentan el aspecto de pestañas, cuando se hallanextendidas. La excitabilidad reside en las glándulasmarginales, aunque la manifiestan con lentitud, ymás tardías en moverse son todavía las intermedias;pero al fin se forma un enverjado que sujeta al in-secto, cuando se coloca sobre alguna de las hojasy permanece suficiente tiempo en ella. El jugo se-gregado por las glándulas de las hojas es viscoso yácido, aumentándose cuando se hallan excitadaspor la presencia de alguna presa, cuyos esfuerzosno basten para recobrar su libertad. La Drosera bi-nata de Australia, mayor que las comunes de Euro-pa, ha sido estudiada recientemente por Morren, y,en efecto, ha podido observar cómo quedan presoslos insectos, tardando muchas horas y hasta undia entero en morir embadurnados por el jugo muyviscoso y notablemente ácido, que segregan lasglándulas en abundancia cuando se hallan excitadasy encorvadas sobre sus víctimas, lo cual dura dosó tres dias por levantarse aquellas con mucha len-titud. Habiendo colocado Morren un pedacito dealbúmina coagulada en iguales circunstancias, se haproducido semejantemente la excitación, y la albú-mina, después de volverse trasparente y en los án-gulos roma, llegó á desaparecer al cabo de uno ódos dias. Todas las sustancias azoadas y una débildisolución de carbonato de amoniaco son capacesde excitar las glándulas pediceladas de la planta;mientras que el papel, la médula de saúco, ú otrasustancia desprovista de ázoe, apenas determinanefecto alguno, ni la secreción aumenta, cayéndosepor tanto con facilidad el objeto, porque las glán-dulas no lo sujetan ni lo hacen pegajoso.

Dase también importancia como plantas insecti-cidas á las Utricularieas, que comprenden los géne-ros Utrieularia y Pinguicula, estando las especiesdel primero provistas de odrecillos, donde sue-len entrar y quedar encerrados algunos animaliUosacuáticos, y teniendo las del segundo sus hojas vis-cosas y como untuosas por su haz ó página supe-rior, á causa de los pelitos glandulíferos que pre-senta, mientras que la inferior está destituida deglándulas y seca. Pueden los insectillos que se arri-man á las hojas de una Pinguicula permanecer adhe-ridos hasta el punto de perecer rodeados é impreg-nados del jugo segregado, lo cual seguramente noes peculiar de las plantas de este género; y también

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N : 119 R. M. LABRA.—EL PORTUGAL CONTEMPORÁNEO. 523se pretende que ejercen su acción sobre la albúmi-na coagulada y otras sustancias animales.

Tienen las Sarraceniaceas y Nepentaeeas sus ho-jas provistas de urnas, llamadas ascidios, y en igualcaso se halla el Cephalolus colocado entre las Ribe-siáceas, pudiendo entrar fácilmente los insectos entales urnas ó ánforas, más ó menos abiertas y dere-chas ó suspendidas. Un jugo meloso que reviste losbordes de estas vasijas atrae á los insectos, resba-lando hasta el fondo de las mismas, donde quedanpresos y son envueltos por el liquido acre allí exis-tente, y cuya secreción se aumenta mediante la ac-ción de cualquiera sustancia animal, según Ilooker,mientras que una materia inorgánica ningún efectoproduce.

Es, pues, indudable que los insectos pueden seratrapados ó cogidos con frecuencia por ciertas plan-las dotadas de complicados medios á propósito parafacilitarlo; pero hay otras en que los insectos que-dan presos sin necesidad de aparatos especiales,bastando recordar aquellas cuyos tallos son muyviscosos y capaces de sujetar las moscas ú otrosinsectos que se acercan suficientemente, merecien-do por esta razón nombres tales como los de Pega-moscas y Papamoscas, que el vulgo les aplica. Plan-tas hay también en cuyas flores son cogidos los in-sectos, y en las espatas de algunas aroideas sucedeotro tanto; resultando ser el número de las plantasinsecticidas mayor que el do las tenidas por insec-tívoras, ó así calificadas por algunos naturalistas.Pero si estas se apropian efectivamente las sustan-cias animales depositadas en sus órganos foliáceos,no está demostrado que las necesiten para vivir ydesarrollarse; siendo de advertir, por otra parte, quelas plantas mejor dispuestas para atrapar los insec-tos no son grandes, ni notables por su extraordina-rio vigor.

La teoría de la digestión vegetal, sostenida ac-tualmente por algunos fisiólogos, es generalmenteaplicada á un corto número de plantas, como puedecolegirse de lo expuesto respecto de las enumera-das y pertenecientes á determinadas familias, lla-mando desde luego la atención que las plantas vis-cosas, donde suelen pegarse muchos insectos, nose miren con tanto interés, ni á las mismas se con-ceda igual importancia bajo el expresado punto devista.

Como quiera, procúranse identificar las funcionesnutritivas de los vegetales y animales, buscando enlos jugos segregados por los órganos aprehonso-res, que presentan las plantas insecticidas, las cua-lidades propias de los jugos gástricos, afirmandotambién la identidad de los efectos producidos, yadmitiendo que unos y otros jugos, químicamenteconsiderados, tengan igual composición. No se ha-lla esto último suficientemente demostrado, y aun

cuando lo estuviera respecto délas pocas plañíasque se califican de carnívoras, nunca podría consi-derarse como necesario é importante medio de nu-trición para las mismas el que se hace consistir enla digestión de las sustancias animales accidental-mente depositadas ó aprehendidas de cualquiera delas maneras indicadas, por admirables y dignas deestudio que sean. Podrán tener un medio excepcio-nal de nutrición las plantas insecticidas ó aprehen-soras de insectos, cuando la casualidad les propor-cione utilizarlo; pero el constante y necesario paraque existan, es el común á todas las que en inmen-so número cubren y embellecen la superficie de latierra, tomando de ella y de la atmósfera cuantonecesitan para vegetar vigorosamente lo mismo lasmás humildes Criptógamas que los árboles más fron-dosos y elevados.

MIGUEL COLMEIRO,Director fiel Jardín Botánico de Madrid.

EL PORTUGAL CONTEMPORÁNEO.

III. *

La vida verdaderamente moderna de Portugal co-mienza en el primer tercio del siglo que corre: enaquel momento en que concurren la separación delBrasil, la retirada de los ingleses y el estableci-miento del régimen constitucional.

Estudiando con ánimo reposado y ojo profundiza-do!* esta nueva fase do la vida lusitana, puede de-cirse que abraza hasta nuestros dias tres períodosgrandes por lo nutridos y perfectamente determina-bles por el relieve de sus diferencias y la proximi-dad de los contrastes. El primero de estos períodos,que os lícito llamar de las inquietudes, las tentati-va»?los choques y las contiendas, caracterizado poruna amedrentadora serie de revoluciones y reaccio-nes, y el total hundimiento del Portugal clásico, seextiende desde 1820 á 1852. El segundo, á que dasentido la consolidación del régimen constitucional,y que podría llamarse de aquietainiento y organiza-ción, llega hasta 1867. A partir de esta fecha co-mienzan los grandes progresos del país vecino, ycon ellos coincide la aparición de nuevas ideas,nuevas necesidades, tendencias y señales que anun-cian, á no dudarlo, un próximo porvenir de gran-des trasformaciones, de adelantos extraños, de pe-ripecias por demás imponentes y trascendentales, áque por otra parto conspiran el movimiento totalde la Europa de nuestros dias y el sesgo que las co-sas van tomando en España. Este período es el quehoy atraviesa Portugal.

Véame los números 414 y 416, página» 339 y 414,

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524 REVISTA EUROPEA. 4 DE .ICN1O DE 1 8 7 6 . °N.La situación de este país al mediar el primer ter-

cio del actual siglo era por todo extremo lamenta-ble. Sobre las grandes influencias que le habíantrabajado en los tres siglos anteriores, y que al co-mienzo del decimonono habían las unas llegado ála plenitud de su energía, y las otras revestido untirado de vigor difícilmente superable, sobre aque-llas que pudieran bien llamarse causas generales,vinieron nuevos acontecimientos, nuevas causas decarácter menos tradicional, pero que, combinadascon las primeras, fueron decisivas para la perturba-ción y ruina del pueblo lusitano.

En primer término figura la guerra que Portugalsostuvo con Francia á resultas de haberse negadoa cerrar sus puertos á los ingleses y á secundarlas miras de Francia respecto del célebre Moqueocontinental. Exagerado sería poner al nivel de laturbación y desastres que trajo á España la guerrade Napoleón, las desgracias y sufrimientos de losportugueses. Tres fueron las invasiones de Portu-gal por el ejército francés: la primera, en -1807, di-rigidas las tropas por Junot, que dominó pacífica-mente todo el país hasta 1808, en que tienen efectola conspiración de Caldas de Piainha, la sublevacióndel dia del Corpus, la batalla de Vimeiro, perdidapor los franceses contra los ingleses y portuguesesunidos bajo el mando de Wellington, y el célebreconvenio de Cintra, que sancionó la evacuación dePortugal casi en los mismos dias de la humilla-ción de Bailen. La segunda invasión tiene efectoen 1809, y la dirige Soult, y aunque más dura ysangrienta, termina en el mismo año, casi sin habersalido las tropas del Norte de Portugal, con la re-tirada de Oporto y el paso de los desfiladeros deSanta Catalina, coincidiendo con la insurrección deAleman'.a. La invasión tercera es la de Massenaen 1810, del en/ant cheri de la victoire, que no llegaempero á Lisboa, y cuya campaña de ocho meseses para el invasor una serie de derrotas y catástro-fes, como la de Alcoba, Torres Vedras, AlmeidayFuentes de Onoro en 1811, que ponen á los portu-gueses en disposición de no "tener que pensar ya enla defensa de su propio territorio, sino en ayudará España, estimando la libertad de ésta—hastapoco antes su enemiga, y cuyos reyes habían sus-crito en el tratado de Fontainebleau la reparticiónde Portugal, y enviado en 1807 el ejército invasorde Godoy, y apoyado en 1808 el de Junot—la mássegura garantía, en aquella tremenda crisis, de supropia independencia.

Como se ve, las invasiones francesas pronto selocalizaron; el imperio de Napoleón en Portugalduró muy poco, y el territorio portugués apenassirvió de teatro á empresas militares como las quearruinaron totalmente á España de 1808 á 1811.

Pero no por é"5to las vejaciones y el desarreglo

del país, ya harto considerables, dejaron do ser po-sitivos, y tanto más importantes, cuanto el país queservía de víctima era pequeño y de recursos ya muyagotados. La dominación de Junot trajo la gran con-tribución de 100 millones; la de Soult la toma deBraga y el asalto de Opoi-to; la campaña de Mas-sena la tala y destrucción del terreno que ei francéspisaba. Sólo el auxilio enérgico, constante, cre-ciente de Inglaterra, que claro reconoció desde elprimer momento que su última esperanza estaba enaquella guerra ibera que Napoleón tristemente con-fesaba en Santa Elena que «había quitado toda mo-ralidad á su reinado y había sido su mayor falta;»sólo la solicitud incomparable y la esplendidez delgobierno británico en aquellas críticas circunstan-cias hicieron posible que el admirable patriotismode los portugueses, abandonados de las clases di-rectoras, y en cierto brevísimo período solos en elmundo contra la gloria y el poder del vencedor deJena y Austei'litz, no hubiera sucumbido por faltade medios de resistencia ante la dura ley de la ne-cesidad. Además, la guerra es lo irregular, lo vio-lento, lo incierto, el abandono del trabajo, la para-lización del comercio, la subversión de toda ideamoral, la perturbación de las conciencias... un re-guero inmenso de sangre, de atropellos, de odios,de bajas pasiones; un foco, dificilísimo de apagar, devicios, de malas costumbres, de terrores, de arre-batos... Pues todo eso, por lo menos, trajo á Por-tugal la guerra con Francia, estimada en sus efectosinmediatos.

A la guerra unióse la vergonzosa fuga de la cortelusitana al Brasil, en aquella tristísima y nubladatarde de otoño, tarde de penumbras, de oprobio yde congoja, en que parecía que hasta la naturalezaprotestaba con la lluvia y con el viento contra lapartida del convoy regio, y el genio maléfico que seburla de las grandes decadencias y se complace endar relieve á las flaquezas humanas devolvía la ra-zón á la reina demente para gritar á su cochero,entre el silencio de la abatida muchedumbre: «/Nocorráis tanto... creerían que huimos h

Porque muchas veces se ha repetido la frase delilustre autor del Espíritu de las Leyes, de que «lavirtud es indispensable para la existencia de las re-públicas;» pero no se tiene igualmente en cuentatodo lo que la forma de gobierno monárquica exigede la persona investida de la dignidad suprema, paraque el sistema produzca la plenitud de sus efectos.La circunstancia, tan común que casi parece unaley, de que los devotos de la causa monárquicaidentifiquen y confundan esta con la persona real,hasta el extremo de hacer uno mismo del interésmonárquico y del interés dinástico, dice mucho másde lo que se necesita para estimar la importanciadel valer individual en ciertas organizaciones poli-

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M9 R. M. LARRA. EL PORTUGAL CONTEMPORÁNEO.

ticas. El mismo Montesquicu, explicando «cómo sesuple la virtud en el gobierno monárquico,» ha di-cho: «No se crea que escribo una sátira del go-bierno monárquico, no; si le falta: un resorte, tieneotro: el honor, esto es, la preocupación de cadapersona y de cada condición...» ¡Ay, por tanto, deaquellas monarquías en que el desprestigio rodea ála persona del rey! y ¡ay, sobre todo, si la monar-quía es absoluta; aquella forma de gobierno en quetodo descansa en la institución real, todo á ella serefiere, y todos, y á propósito de todo, vuelven losojos al rey, que para las muchedumbres es el pode-roso, el providente, el puro, el grande, el único yel solo!

Juan YI parecía hecho de encargo para desacre-ditar la institución rógia á los ojos del pueblo por-tuguéá; mejor dicho, para aumentarla confusión deideas y la anarquía moral de su pueblo, por el hun-dimiento de uno de los mayores prestigios, delprestigio monárquico, contra el cual trabajaban deconsuno las insuperables flaquezas del Rey y losecos de la Revolución francesa. Engendrado en lasuperstición y el histerismo que privó al cabo de larazón á su madre doña Juana; educado entre frailesen el convento de Matra; entendimiento raquítico;carácter flojo; aterrorizado por el sangriento dramadel 93; unido, mejor dicho, dominado por una prin-cesa (doña Carlota) que juntaba al enérgico templede la española, la pasión del absolutismo tradicionalde nuestra patria; espíritu incierto, fácil á la benevo-lencia por lo que en ella pudiera haber do debilidad,y dispuesto á cada instante á la contradicción y alarrepentimiento, sin parar el ánimo en los resulta-dos,—Juan VI es un tipo de Offembaeh que, en me-dio de una de las más terribles crisis de la sociedadportuguesa, sólo inspira risa ó lástima. Al verle hu-yendo cobardemente ante el haraposo ejército deJunot, sólo por interés de su pueblo, si bien su acti-tud dista bastante de la de nuestro Fernando VII enValencey, pues que al fin el uno huye y el otro cede,¡cómo podía mantener aquella tradición gloriosísimade Dionisio 1, el rey más portugués de toda la historialusitana, de Juan I el de Aljubarrola, de Juan II, elajusticiador de los duques de Braganza y de Viseoy el domeñador de la nobleza; de Manuel, el afortu-nado protector de Vasco do Ga'ma, de Cabral, deAlmeida y de Alburquerque y el fundador del granimperio trasatlántico de Portugal; de Juan IV, elhéroe de la independencia portuguesa, y de José 1,el rey filósofo, el enemigo de Roma, el sostenedorde Pombal! ¡Su ejemplo cuánto no decía respectodel agotamiento de aquella raza de audaces y dehéroes, y de la impotencia de aquel orden político,de aquellas seculares instituciones que hasta enton-ces estaban identificadas con el empeño caracte-rístico del pueblo portugués en toda su historia, de

luchar por su autonomía y su imperio contra Espa-ña, contra Roma, contra los elementos y hasta con-tra su propia condicionalidad histórica!

Mas Juan VI no obraba solo. Con él huían loshombres de los honores y de la riqueza, las clasesdirectoras, la aristocracia, aquella aristocracia quehabía batido palmas ante el decreto que prohibióque en la tumba de Pomba! se escribiese epitafioalguno, que ahora, cuando la monarquía se rebaja-ba, renegando de su carácter y de sus anteceden-tes, en vez de cobrar la deuda de Juan II dando elrostro á la adversidad y tendiendo ¡a mano al puebloen el infortunio, cobardemente se apresuraba á lle-nar los barcos que la habían de conducir al Brasil,bajo la custodia de la escuadra inglesa, con sus va-nidades, sus joyas, sus títulos, sus tesoros, tancodiciados por aquel Cónsul reparador que habíainaugurado la campaña de Italia y las empresas mi-litares de los lermidorianos, dei Directorio y delImperio rompiendo la brillante cuanto nobilísimatradición de los ejércitos de la Convención, y gri-tando á sus desharrapadas huestes: «¡Soldados! es-tais mal vestidos, mal alimentados, y el gobierno,que todo os lo debe, nada puede hacer por vos-otros... Yo os conduciré á un nuevo Edén, dondehay campos fértiles, grandes ciudades, opulentasprovincias; donde os esperan honor... gloria... ri-quezas.» La fuga fue, pues, horrible, y el abandonodel pueblo lusitano (acostumbrado por tantos siglosá no contar con su propia iniciativa ni á fiar de suexclusivo esfuerza) hubiera sido completo si al reyy á las clases superiores hubiera acompañado elclero. Pero éste, más atento á su papel histórico,mantúvose en su puesto para dar, como en España,á la guerra de la Independencia el prestigio y ladoble santidad de una guerra religiosa; porque esverdaderamente notable que Napoleón, á pesar delas simpatías de los conservadores y reaccionariospara dar el golpe de gracia á la República, una vezconseguido esto, jamás logró limpiarse de la tacliade herético y endemoniado ni que sus cómplices yestimuladores dejasen de ver en él al revolucio-nario.

Pero la huida de Juan VI, para quien Portugal erasólo un canapé (como se complacía en decir contem-plando el mapa y haciendo alusión á la configuracióngeográfica de la comarca); la huida de Juan VIsólo produjo una violenta y perturbadora crisis enla conciencia del pueblo portugués, que ahora des-pertaba como de un sueño, solo, en medio de !aguerra, y lejos de aquella protección solícita, casidivina, que ¡impíos! insultaran los airados acentosde la Marsellesa.

De aquello fue resultado el crecimiento de la in-fluencia inglesa y el sacrificio de la metrópoli lusi-tana á los intereses del Brasil.

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REVISTA EUROPEA. 4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . N.° 1 1 9

Lo primero fue tan grave, como que la influenciabritánica, hasta entonces de carácter puramenteeconómico y social, tornóse en gubernamental; desuerte, que el reino portugués vino á convertirsef;n una verdadera colonia de la Gran Bretaña. Así seexplica la importancia excepcional y abusiva quellegó á tener en Portugal después de la paz lordBeresford, nombrado general en jefe del ejércitoportugués, cuyos primeros puestos ocupaban jefesy oficiales ingleses, y que obtuvo el derecho de in-tervenir con su voto, y pronto decisivamente, en losacuerdos del Consejo de regencia que el rey habíanombrado en el momento de su fuga para que velase•por la suerte de su pueblo, llenando cumplidamentesu deber, ejerciendo la justicia con imparcialidad,recompensando y castigando & todos según sus méri-tos, y gobernando de un modo que tranquilizase deltodo la conciencia regia. Así se explican tambiénla petulancia con que lord Castlereagh se atrevió átomar sobre sí la representación de Portugal enParis, para conceder á Francia, en 1814, la restitu-ción de la Guyana, y la audacia con que á poco pre-tendió del gobierno de Lisboa, para el de Londres, lacesión de las islas de Madera y Santa Catalina y unpuesto ó estación naval en el Brasil. Así se explicanlas modificaciones del arancel portugués y brasi-leño en un sentido tan beneficioso para el comerciobritánico, cuanto que le aseguraba ventajas positi-vas y evidentes sobre el mismo de Portugal. Así secomprende la viveza con que el Gabinete de Lon-dres trabajó cerca de Juan VI para forzarle á regre-sar á Lisboa tan luego como comenzaron los disen-timientos entre lord Beresford y el Consejo deregencia, y cómo lord Beresford, verdadero rey dePortugal de 18-12 á 4848, desplegó todo el rigor mi-litar, hasta traspasar los límites de la violencia yla crueldad, contra veteranos como el general An-drade y las víctimas todas de la sangrienta ejecu-ción del 18 de Octubre de 1847, que figura en losanales del vecino reino como la primera fecha delmartirologio liberal, y abre el período de las cons-piraciones.

De esta suerte, Portugal, que por un prodigio devalor y de patriotismo había conseguido rechazar ála Francia invasora, y cuyo espíritu esencialmenteautonómico y arrogante se había manifestado enaquella sesión célebre de Bayona, en que, llevadoslos diputados portugueses cerca de Napoleón I,como éste les preguntase entre altanero y displi-cente... — Pero, en fin, ¿qué quieren los portugue-ses? ¿Quieren ser españoles?...— ¡No! gritó el caba-llero de Lima, sin poderse contener, atronando elsalón con su voz, poniendo la mano en el pomode su espada, y adelantando un paso hacia el empe-rador;—de esta suerte, repito, Portugal caía ahorapor completo bajo la dominación inglesa y el des-

den ó el olvido de la Europa removida y emancipadapor el titánico esfuerzo de la raza ibérica.

Pero á esto hay que añadir los efectos de la tras-lación de la corte al Brasil. Juan VI, al lanzarse átravés del Atlántico, no se llevó sólo á las prendasde su corazón, á las personas de la familia real. Enel fondo del buque soberano fueron para Rio-Ja-neiro 200 millones de cruzados que, con la solicitudmás paternal, si bien por medios de muy equivocamoralidad, los ministros del rey habían cuidado desacar á los abandonados portugueses, que si de estamanera veían reducidos sus recursos en el momentomismo en que les habían de ser más necesarios todoslos auxilios, en cambio tenían la satisfacción de pen-sar que aquel sacrificio permitiría á la corte viviranchamente, al compás que crecían los sufrimientosde la Metrópoli: pensamiento perfectamente abona-do por la circunstancia (que registra Armitage ensu Hislory of Brasil) de que los gastos personalesde la familia real subiesen en Rio-Janeiro a seismillones de cruzados al año, y el hecho verdadera-mente escandaloso, de que da cuenta Thornton ensus cartas á lord Castlereagh» de que la reina (prin-cesa regente todavía por aquel entonces) desplega-se un lujo que llegara al punto de hacer seguir ásus domésticas negras, cuajadas de piedras precio-sas y vestidas con toda la esplendidez imaginable,de criados blancos de librea, produciendo un es-pectáculo que hacía derramar lágrimas de satisfac-ción al débil monarca. Después de esto, todavía lacorte pretendió (en 4817) del gobierno de Lisboa elpago de 60.000 libras esterlinas; pretensión no sa-tisfecha, con tanto más motivo, cuanto que del Bra-sil no venía á la Metrópoli un solo cruzado, á pesarde los apuros de la regencia, comprometida prime-ro en la lucha con Napoleón y después en los cre-cientes gastos que entrañaba el sostenimiento desu considerable ejército (que de 4813 á 1819 devorólas dos terceras partes de los ingresos del Estado),la necesidad apremiante de reconstruir el país yrestañar las heridas de la guerra, y, por último, laseguridad y pretensiones de la dominación inglesa,cuya gran fuerza estaba precisamente en la cortede Juan VI. Además, no una, si que repetidas ve-ces, después de 181S, la corte de Rio-Janeiro obtu-vo el envío de tropas portuguesas, ya para asegu-rar el orden público y los intereses de la coronaen el Brasil, ya para sostener sus cuestiones conEspaña, á propósito del Uruguay.

Por otra parte, una vez establecida la corte enRio-Janeiro, privó la idea de las reformas y de lasconcesiones coloniales, hasta pasar de todo pru-dente límite, llegando al sacrificio de la Metró-poli. A ello conspiró abiertamente y con escasa dis-creción Inglaterra. Por decreto de 28 de Enero

¡ de 1808, los puertos del Brasil quedaron de re-

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pente abiertos á todas las naciones amigas, sor-prendiendo y sacrificando á los comerciantes lusi-tanos que hasta aquel mismo instante habían disfru-tado de la exclusiva del tráfico colonial. Un añodespués, Inglaterra, á cambio de su apoyo á la fami-lia de Braganza, obtuvo el derecho exclusivo de en-viar sus buques á los puertos de las posesiones ul-tramarinas portuguesas, no pagando sus mercancíasmás que un derecho de entrada de 13 por 100 adva-lorem, que en la práctica era un 9 por 100 menosque el pagado por las demás naciones, y menos tam-bién que el que satisfacía el comercio de la madrepatria, obligado á pagar á la salida de Europa y ála entrada en el Brasil. Más aún: llegaron las cosasal extremo de que, como los productos extranjerosimportados primero en la Metrópoli, tenían que pa-gar en ésta un 30 por 100, y un 24 sólo llevadosdirectamente al Brasil, el gran comercio prescin-diera completamente de la plaza de Lisboa y de lospuertos todos de Portugal.

Pero no bastaba el sacrificio de los intereses eco-nómicos de la Metrópoli y el olvido casi completode los negocios europeos por atender á los de laantigua colonia. A poco tuvo efecto la exaltacióndel Brasil al nivel de la madre patria, merced al de-creto de 15 de Diciembre de 1815, en que Juan VIda á sus Estados el título de Reino Unido de Portu-gal, del Brasil y de los Algaroes. Es punto menosque imposible imaginar subversión mayor de ideasen el orden del antiguo régimen colonial. Sean lasque fueren las protestas de los estadistas de la Me-trópoli, ello es lo cierto que jamás ha llegado á seruna verdad la decantada igualdad de aquella y delas colonias. Ahora bien: únase esto á lo súbito delcambio y á la circunstancia efectiva del abandonoy sacrificio de Portugal, y se podrá entrever todala gravedad de la situación política y social que en-traña la traslación de la corte portuguesa de Eu-ropa á América.

Por último, vinieron á unir su eficacia á las cau-sas antedichas otras dos de extraordinaria potencia.La Revolución francesa por una parte; el movimien-to liberal español por otra. Era todo lo que se ne-cesitaba para que no quedase en pió un solo pres-tigio de la antigua sociedad lusitana; para que laperturbación introducida por la guerra y por todoslos demás sucesos con que so inaugura el siglo ac-tual, lejos de cesar un solo instante, tomara mayordesarrollo y alcance.

La proximidad misma de los sucesos, la rapidezy violencia con que se despeñaban, no permitiendover de todo el drama comenzado en el Juego de pe-lota más que los siniestros resplandores de la san-grienta demencia del 93, servían á maravilla paraque la intranquilidad y turbación del espíritu lusi-tano rayase en lo insuperable. En medio de aquella

inmensa catástrofe, las clases desheredadas, el es-tado llano, losv elementos dominados por tantossiglos, habían leido la terrible proclama del duquede Brunsviek, antecedente lógico de las matanzasde Setiembre, al dia siguiente de derruida la Bastillay descifradas las lettres de cachet; habían admi-rado la grandeza, do los emigrados de Coblentz y elheroísmo y la humanidad de los príncipes y clérigosde la Vendée, á poco de deletreado el Libro rojo,de aplaudido el Matrimonio de Fígaro y de apagadala hoguera del 4 de Agosto; habían, en fin, repetidola frase de Sieyes, cantado las electrizadoras estro-fas de Rouget de l'Isle, y asistido y palmoteado alpió del horrible patíbulo del 21 de Enero... ¡Y elmismo viento que había regado por toda Francialas profanadas cenizas del Panteón, llevaba á todoslos ámbitos del mundo aterrorizado las sentenciasde Mably y de Rousseau, las críticas de Voltaire, laardiente palabra de Mirabeau, las impiedades dnVolney; tormenta pavorosa, frenética tempestad deideas, de pasiones, de recuerdos, de esperanzas, dedolores... tras la que aparece como un iris, en elcual todavía descansa su fatigada vista la sociedadmoderna, la tabla de los derechos del hombre!

¡Qué mayor propaganda que la altura, la comple-xidad, las proporciones todas de la misma Revolu-ción francesa! Pero si hubiera sido menester otracosa... ahí están, después de Termidor y de Bruma-rio, los mismos soldados del Imperio para llevar, ensus luchas con los reyes y con los pueblos, el espí-ritu demoledor del siglo XV11I y el aliento vigorosode aquella generación nacida y criada entre la ar-diente lava que sepultó sucesivamente al último delos Capetos, á la Gironda y á la Convención.

Por otro lado, en momento tan decisivo no habíade desmentirse la ley que viene señalando un mismodestino á la familia española y al grupo portugués.De aquí la influencia que nuestra revolución de 1808,seguida de la reacción del 14 y de la nueva revo-lución de 1820, ejerce en la marcha de las cosaspolíticas del vecino reino. También nosotros había-mos sido abandonados por Fernando VII; tambiénnuestros reinos de América habían ofrecido á lasinmortales Cortos de Cádiz refugio y protección enaquellos terribles instantes en que parecía hundidapara siempre la independencia española; también lamayor y mejor parte de nuestra aristocracia habíarendido pleito homenaje al invasor; también nues-tro clero, atento al espíritu herético de los soldadosfranceses, abrazó la causa nacional; también en Es-paña resistió el antiguo régimen, parapetado en elConsejo de Castilla primero y después en la Central(como en el Consejo de Regencia portugués), á lainvasión de las nuevas ideas que proclamaba Calvode Rozas, cantaba Quintana, saludaban las Juntasde provincia y consagraron los venerables hombres

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de- Cádiz; también la reacción de 1814 se cebó entrenosotros en el patriotismo, en la ciencia, en lavirtud, de un modo más implacable que en Portu-gal; también en aquelh época crítica perdimosnuestras colonias y fuimos desatendidos y humilla-dos por la Europa vencedora en Viena y en París.La diferencia entre las dos naciones estuvo en quede España brotó antes la nueva idea, debido á sus-jondiciones de mayor importancia y fuerza.

Pero una vez terminado el empeño militar; unavez apartado el interés superior de la independen-cia nacional que ocupaba toda la atención de la fa-milia ibérica, era natural, lógico, obligado, que lasrelaciones establecidas entre las dos ramas se sa-turasen del espíritu, no sólo más progresivo, máscivilizado, si que también más propio de las nuevascircunstancias y de la situación á que la guerra dela independencia los había traido.

Y hé aquí explicado el desquiciamiento del anti-guo Portugal. Sin duda todas las causas indicadasreportaron también sus ventajas al viejo reino. Laguerra removió el terreno, preparándolo para queen él fructificase la buena semilla que el genio delprogreso venía derramando hacía ya un cuarto desiglo. Donde pacía un rebaño se agitó un pueblo.La influencia inglesa comunica á Portugal ciertoshábitos de prudencia y de trabajo, dándola el es-pectáculo inmediato de un pueblo activo y comer-cial, y haciendo frecuente el trato de las clasessuperiores del país lusitano con las de la Gran Bre-taña. La traslación de la corte al Brasil sirvió paraque el pueblo portugués tuviese que poner su con-fianza en sí propio y dedicar su atención á los ne-gocios de casa; y nada he de decir de la Revoluciónfrancesa y del movimiento político español. Todoesto es cierto; pero tales ventajas fueron á la postre.En el mundo no se da el mal absoluto, y en la histo-ria no hay causa general, de efectos importantes yduraderos, que sea completamente maléfica. Maslos resultados próximos, inmediatos, de todo ellofueron, y no podían menos de ser, deplorables. Lasociedad portuguesa, contenida en su ruina porPombal, ahora llegaba al borde del abismo. Faltá-bale aire; necesitaba espacio; era preciso la trasfu-sion de nueva sangre. To be or not to be: tal era elproblema.

Asombran los datos comparativos que respectoriel estado económico y material del reino hermanoconsignan los libros de los escritores que con másescrupulosidad y más competencia se han ocupadode aquella época y de aquel país: Balbi, en su Essaistatistique sur Portugal, de 1822.— Minutoli, en sunutrida obra sobre Portugal und seine colonien, de1855.—Gervinus, en su famosa Historia del sigloXIX desde los tratados de Viena, de 1860.— Mar-Baillie, en su Lisboa durante lósanos 1821 á 1823.

En siete años (de 1807 á 1814) la población habíadecrecido un cuarto, casi medio millón de hombres.La agricultura, falta de-brazos y de capitales, habíadecaído al punto de que en 1811 y 1812 había habi-do necesidad de importar en el país por valor de40 millones de cruzados de trigo cada año, siendoasí que en los cinco que van de 1796 á 1801, no sehabía importado en junto por más de 57 millones ymedio. El 7 por 100 del suelo portugués no se cul-tivaba. Los colonos de los señores vivían la vidamiserable de los siervos rusos, y los pastores ape-nas sabían hacer manteca y queso. La propiedadterritorial, constituida principal y casi exclusiva-mente por' el dominio de la Corona, los bienesde la Iglesia y de los concejos y las vastas posesio-nes de la nobleza y de las Ordenes, agonizaba bajoel sofocante régimen de la mano muerta, el víncu-lo, el mayorazgo. Las riquezas minerales del país,intactas; la pesquería, abandonada de tal suerte que,siendo Portugal uno de los países más favorecidospor la naturaleza en este particular, y habiéndosedecidido Pombal á proteger este ramo de la indus-tria, de 1814 á 1819 llegóse á importar en Portugalpor 23 millones de cruzados de bacalao, sin contarotros pescados. La importación, quede 1796 á 1807había llegado á 504 millones (mientras la exporta-ción subía á 592) , llegó de 1808 á 1819 á 619(mientras la exportación no pasó de 380). El comer-cio colonial, esto es, la exportación de objetos fa-bricados para Asia y América, pasó, de 94 millonesde cruzados á que ascendió de 1796 á 1807, á dosmillones de cruzados que aparecen en la balanza de1808 á 1819. Las mercancías importadas del Bra-sil en Portugal durante este segundo período al-canzaron la cifra de 180 millones de cruzados,cuando en el período anterior habían llegado á 353.La importación de Portugal en el Brasil, que habíasido antes de 299 millones, bajó después (en los pe-riodos dichos) á 159, y de 810 buques portuguesesque en 1805 habían entrado en el puerto de Rio-Janeiro, en 1820 no figuran más que 200. El metáli-co había ido desapareciendo sustituido por el papelmoneda, que llegó á perder en 1819 un 27 por 100.Los gastos del ejército que seguían (aparte la mi-licia) elevados en 1816 á la cifra imposible de 59millones, habían consumido las dos terceras partesdel presupuesto general del Estado de 1815 á 1819,pagándose los sueldos con gran desorden y retraso.Los piratas se habían atrevido á llegar casi á ladesembocadura del Tajo. Un empréstito forzoso decuatro millones de cruzados decretado por la regen-cia en 1819 en condiciones por todo extremo venta-josas para los prestamistas, fracasó por completo,y el hambre había comenzado ya á cebarse en lasaldeas y los campos. «Los medios de comunicacióny de tráfico,—dice Gervinus,—así como el cultivo

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del suelo, se hallaban en Portugal á la misma alturay en el mismo estado primitivo que en Cerdeña...Treinta años después del activo ministerio de Pom-bal, la industria había caido tan profunda, que elpaís tomaba del extranjero los utensilios más sim-ples, los artículos indispensables para el vestido,como zapatos y camisas...» La Hacienda se hallabade tal modo agotada, que cuando la revolución de1820 estalló, había en las arcas del Tesoro muchomenos que en la caja de los comerciantes.

Si esto era en el orden de los intereses materia-les, todavía sucedía mucho peor en la vida moral.Amén de lo que la guerra trae aparejado, la influen-cia inglesa, que debía ser salvadora, pero que utili-zó todos los caminos, contribuyó indecorosamenteá relajar las conciencias como medio de asegurarsu imperio. Los viajeros de la época—Baillie, en sulibro sobre Lisboa durante los años de 1821 á 23—no titubean en afirmar que en las altas clases de lasociedad lusitana se hallaban privando, como unaverdadera epidemia, la ignorancia, la vana presun-ción de casta, la ausencia completa de principios,la pasión del juego, la corrupción moral de todaespecie, llevadas á un grado tal, que sus electos po-dían reconocerse en la conformación del rostro y ámedida que se subía en la escala social. En cambio,las clases inferiores, la población rural sobre todo,yacía en un atraso moral é intelectual verdadera-mente indescriptible y sólo comparable á su ater-radora miseria.

RAFAEL M. DE LABRA.

LA MÚSICA DEL PORVENIR.

también al amor ideal de los poetas, y su dominio seensanchó más y más. Por último, se llegó á la ideade que la música es una lengua universal, que pue-de expresar todos los movimientos del alma huma-na con más elocuencia, más fuerza y más pasiónque la palabra. Entonces puede decirse que se en-contró la música moderna; sólo faltaba crear estalengua, que debía exceder a la poesía y merecermas que ésta el antiguo nombre de lengua de los

La música como idioma nuevo no ha llegado alhombre "hasta hace unos cien años. Entre los grie-gos no era más que acompañamiento del baile, esearte plástico por excelencia, tan caro al pueblo ena-morado de la forma. En el período guerrero de lahistoria sólo servía, en todos los pueblos bárbaros,para estimular el ardor de los combates. La Iglesiano admitió su uso en la liturgia cristiana sino des-pués de verdaderas repugnancias y luchas; los de-votos austeros veían en la música un recuerdo delpaganismo, un retroceso á los tiempos en que sóloservía para acompañar las danzas religiosas de laGrecia. Los Papas fueron los que, en contra del sen-timiento general, dieron carta de ciudadanía á lamúsica en la república cristiana, como habían sal-vado la pintura y la escultura sosteniendo el culto delas imágenes. Desde este momento, la música, queno había expresado más que dos cosas, la voluptuo-sidad y el furor, llegó á ser la expresión engrande-cida de la idea religiosa. Más tarde fue" consagrada

La aparición de Gluck marcó este período decreación con la idea de la universalidad de la len-gua musical, y como consecuencia la concepciónde una forma nueva al drama lírico, forma en lacual había do subordinarse la música á las situa-ciones, expresando todo lo que pueden expresarlas palabras pronunciadas en la escena. Antes deGluck, la ópera era un género, no solamente bastar-do, lo cual es inevitable, sino extremadamente fal-so y convencional; un conjunto de arias, dúos, fina-les, fórmulas hechas, ritornelos alegres ó lánguidoscon insulso acompañamiento de algunos instrumen-tos. La orquesta estaba reducida á ser un guitarrónpara acompañar á la voz. Nada más vacío y frivoloque una partitura de Sulli y aun de Rameau, á pesarde sus incontestables bellezas. Gluck fue el prime-ro, no en proclamar, sino en sentir que la música noes una simple diversión, que todo arte es una delas grandes formas del pensamiento humano, y quela música puede ser una expresión tan amplia y po-tente como las demás. Gluck es el padre de la mú-sica apasionada, de la música verdaderamente her-mana y compañera de la poesía, con la cual puedeunirse en una común acción dramática.

f'ocos años después de Gluck realizóse una nuevarevolución en el arte musical. Mozart la había pre-sentido y Beethoven la realizó. Al nombrar estegrande hombre queremos indicar á sus obras comoel punto culminante de esta nueva faz de la música:él es el representante de toda una época, la de lamúsica instrumental y de la grande orquestación.La voz humana, encargada otras veces exclusiva-mente de traducir las pasiones del alma, fue desdeentonces centuplicada por otras voces. Todas suspotencias fueron desdobladas,divididas, multiplica-das hasta el infinito; y se hizo una revolución com-parable en sus efectos á la que el vapor introdujoen la mecánica. Tal fue el acrecentamiento de lasfuerzas del hombre, la extensión de sus medios deacción, con perjuicio quizá de la delicadeza y de lapersonalidad de sus obras; tal fue la sustitución delas vastas combinaeiones á la expresión sencilla,inocente y espontánea de pensamiento.

Nada más grandioso desde luego que el desarro-

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530 REVISTA EUROPEA .—4 DE JUNIO DE 1876. N.° 119lio de esta invención fecunda. Las sinfonías deBeethoven son á la música lo que las obras deShakspeare son á la poesía, y las grandes catedra-les góticas á la arquitectura; algo de frondoso y depotente en que se encuentra, como en la misma na-turaleza, la variedad infinita en la unidad. Hacia elmismo tiempo se perfeccionó un instrumento cómo-do, el piano, llegando á ser como una pequeña or-quesla, capaz de hacer los efectos de los demásinstrumentos. Beethoven escribió sonatas que sonsinfonías abreviadas; y entonces aparecieron esegran número de pianistas célebres de que Listz hasido el más característico representante, y cuyoreinado, oscurecido por un momento, no está cercade concluir. Había en ello ciertamente una gran ma-nifestación de la energía y del sentimiento humano.Nunca la música había brillado tanto en el mundo;nunca el arte se había apoderado con tanta fuerzade la educación de las clases medias. Desde 1775,en que apareció Gluck, hasta el fin del reinado deLuis Felipe, es decir, durante un período de trescuartos de siglo, hubo en Francia y en el mundo en-tero una fecundidad creadora en los maestres y unainteligencia de asimilación en el público que fueprobablemente el advenimiento de la era musicalnueva entrevista por Mozart moribundo.

Pero como todo en este mundo tiene su reverso,ó para hablar más filosóficamente, como el equili-brio absoluto sería la cesación de ese movimientoque es indispensable al progreso, se había, en aqueltiempo, caido en el extremo opuesto al de los viejoscompositores. De espontánea y de exclusivamentemelódica, la música pasó á ser una ciencia compli-cada como la mecánica, á la cual tomaba sus efec-tos. Todo lo que formaba su encanto, su parte ver-daderamente humana, empezaba á desaparecer enlos secretos de la orquestación. Los italianos eranlos únicos que resistían al movimiento, sosteniendolos derechos de la melodía y oponiéndose al tor-rente invasor de la música instrumental. El gustofrancés tenía la balanza entre las dos escuelas, ad-mirando á Meyerbeer y acariciando á Bellini, y dis-tribuyendo equitativamente el dinero y las coronasentre las dos escenas líricas. Pero en Alemania sehabía perdido por completo la inteligencia del artesencillo, que es probablemente el arte por esencia,el arte supremo, porque está más cerca de la natu-raleza. En música,como en filosofía, se'repudiaba elsentimiento sencillo y espontáneo, sin pensar que s¡«I sentimiento no es toda la filosofía, es por lo me-nos toda la música, y que querer hacer de esta unalengua abstracta era una tentativa contraria á lanaturaleza de las cosas. Por consecuencia de laciencia verdadera, el pedantismo había invadidoel arle musical como tantos otros dominios, y loscompositores alemanes llegaron á ser ininteligibles.

II.

En este momento apareció en la escena el com-positor Wagner, á quien se llama en su país el pro-feta, de la música del porvenir. Ricardo Wagnerhabía nacido en Leipsick en 1813, y fue conocidodesde temprano como director del teatro Real deDresde. Pero, aunque dio á conocer allí sus óperasRienzi, TannMuser, Lofiengrin, etc., no adquiriócelebridad europea hasta después de sus tribula-ciones políticas de 1848. En 18S5 fue llamado á In-glaterra en calidad de director de la Sociedad filar-mónica de Londres, pero estuvo poco tiempo. Enrealidad la protección del rey Luis II de Baviera esla que le ha permitido tomar en el mundo musicaluna situación especial y aparte, separándose delpúblico y formando, no una escuela, sino un ejérci-to de admiradores. Necesitó el presupuesto de lacasa real para pagar las representaciones extraor-dinariamente costosas de sus óperas; porque siWagner hubiese tenido que esperar á ser compren-dido y apreciado para pagar su orquesta, es proba-ble que su pensamiento sólo hubiera podido tradu-cirse en teorías musicales filosóficas. Hoy el profetatiene su tribuna que nadie puede arrebatarle; haconstruido en Baireuth un teatro donde no se re-presentarán más que sus óperas, y donde todo estápreparado para favorecer el efecto. Baireuth, pe-queña ciudad de Alemania, no conoce otro rey queWagner. En el mes de Agosto próximo será teatrode una fiesta nacional, comparable á los grandesfestivales patrióticos de Grecia. Wagner será elhéroe y el pontífice, y acudirá la gente de todas laspartes del mundo, porque se trata de la primera re-presentación de una obra musical inmensa, com-puesta de cuatro óperas ordinarias, mezcladas ycombinadas en conjunto, que el maestro llama suTetralogía y que el público conoce ya con el nom-bre de El anillo de los Nieoelungen.

Es, por lo tanto, oportuno que intentemos darnoscuenta de lo que puede haber de fecundo y denuevo en las revelaciones del profeta. Tenemos elderecho de pedir mucho á Wagner porque muchoha prometido, y porque sus partidarios, que no sonadeptos ordinarios sino creyentes entusiastas, pro-meten mucho en su nombre. Según ellos, no setrata de nada menos que de realizar en el arte lasíntesis filosófica, que es el desiderátum del pensa-miento alemán, de suprimir la melodía, llamadatambién el canto y el ritmo, y hacer la expresiónmusical exactamente adecuada á la palabra y alpensamiento humanos. Nos servimos á propósito depalabras que son impropias en este asunto, porqueindican mejor que todos los razonamientos lo quehay de bárbaro y de impropio en semejante teoríade la música. Vamos á examinar primero cómo

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N.° 119 L. QUESNBr.. 1.A MÚSICA DEL PORVENIR. 531Wagner ó su escuela establece su doctrina, y des-pués cómo prueba su excelencia por las obras queha producido.

ni.

El primer carácter de la doctrina musical de loswagneristas es ser extraordinariamente enfática.Según ellos, la música no es solamente algo supe-rior á las cosas vulgares, sino que es «un medio decomprender y adorar todo lo más grande y bello quepuede ofrecerse á la adoración humana.» Todas lasformulas wagnerianas afectan ese lenguaje oscuroy pedantesco. Pero esto no es más que un detallesecundario. Lo que importa saber es cómo los wa-gneristas realizan el «medio de adoración.» Segúnellos, la melodía es un elemento accidental quesólo ha podido considerarse como parte esencial óprincipal de la música, porque los griegos aplicaronen su origen la música al movimiento rítmico delbaile. Y como el objeto de la música no es arrullará los niños, sino hacer pensar á los hombres, cuan-do las naciones pasan de la infancia á la madurez,so desprenden naturalmente del canto y del ritmocomo de una vieja puerilidad. No es que Wagnerhaya hecho profesión de separar la melodía de lamúsica; al contrario, declara que toda música esmelodía; pero las palabras no significan nada, y elcaso es entenderlas. Aquí Ricardo Wagner juegacon las palabras; porque lo que él llama melodía,nosotros lo llamamos efectos de armonía, y lo quese entiende comunmente por melodía, es lo que élproscribe como resultado de una sensación pueril.«¿Qué quieren, dice, los aficionados superficialescuando exigen que la música sea melódica? Airesde baile, cantos estrechos, tales como sus orejasestán acostumbradas á escuchar. La verdadera me-lodía se encuentra en la combinación de todas lasvoces de la naturaleza. Escuchad los rumores deuna selva durante una noche de verano. ¡Qué soni-dos tan diversos! Esa es una de las grandes melodíasdel Universo; ese es uno de los grandes ejemplosque la naturaleza suministra al músico. En esc ru-mor se oye un concierto en que todas las partesestán bien ligadas y tan fundidas en el conjunto,que no podría quitarse ninguna. No podrá cantaresa melodía cada cual en su cuarto, y para escu-charla de nuevo será preciso volver al bosque otranoche de verano. ¿Se podrá coger un pájaro delbosque, ponerlo en una jaula y llevarlo á la ciudadá que allí repita su canto? Y si esto se hace, ¿diráalgo ese pequeño fragmento de la melodía sil-vestre?»

Como se ve, los wagneristas emplean la palabramelodía en un sentido poético y no con su significa-ción técnica: hó aquí, pues, la mala inteligencia.La verdad es que entre ellos una obra musical es

un poema — porque no separan la música de laspalabras— en el cual los actores recitan su papelcon notas más ó menos armónicas y acompañadospor una orquesta cuyos efectos se combinan con sureíalo, como los coros de la tragedia griega se com-binaban con los relatos de los personajes dramáti-cos. Ellos, según otra expresión ambiciosa delmaestro, «han impulsado hacia el drama todo eltorrente de la música beethoviana.» En otros térmi-nos, han vuelto á la idea primitiva de Gluck—launión estrecha de los versos y de la música,— conla diferencia de que sustituyen al ritmo melódico,que constituye el fondo y la parte esencial de lasóperas de éste, vastas y vagas armonías cuyas partesmás salientes son efectos puramente imitativos ófigurativos de los hechos naturales. Sin duda al-guna la imitación tiene una legitima parte en la mú-sica , como la onomatopeya en el lenguaje. Losgrandes maestros, y sobre todo Boethoven en suSinfonía pastoral, han imitado el trueno y la lluvia,el murmurio del arroyo y el canto de los pájaros, elruido del follaje y el mugido del mar, y en lo posibletodos los ecos de la naturaleza; pero lodo esfuerzopara ir más lejos confina necesariamente con. lopueril y lo grotesco. Sin embargo, es para los wag-neristas lo sublime de la lengua musical presentarimágenes por medio de los sonidos: en una ópera deWagner hay un personaje que sufre diferentes me-tamorfosis y se convierte primero en rana y des-pués en serpiente. Parece natural que esta rarezafuese únicamente de la incumbencia del maquinistay del decorador; pero nada es ajeno á la músicawagneriana, y cuando Alberico es rana la or-questa imita los saltos de las ranas, y cuando esserpiente la armonía so arrastra como este animal.P̂ ssa los wagneristas es un dogma que la músicadebe llevar al espíritu tantas ideas como la palabra,tantas imágenes como la poesía.

Así es que esta parte imilativa y, por decirlo así,material del arte, que hasta aquí se ha consideradocomo accesoria, y que tenía el privilegio de encan-tar al vulgo mucho más que la verdadera música, esmirada por la nueva escuela alemana como la mú-sica toda entera. Si admira á Beethoven, no es tantopor haber desarrollado la ciencia de la orquestación,ni por haber dado á la idea musical el apoyo de uncuerpo inmenso de armonía, como por haber produ-cido algunas veces efectos de imitación tan fáciles ytan pueriles como la campana ó el canto del ruiseñor.«Beethoven es el primero, dicen ellos,—y esto noes exacto,—que aprendió á condensar el sentimien-talismo vago, de que salía loda la música, en ideasclaras é inteligibles. Nos ha hecho oir los pájaros,la cascada y la tempestad para despertar en nos-otros los sentimientos que esos objetos hacen na-cer... Sin embargo, en medio de este esplendor de

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la perfección artística sentimos la necesidad de algoque todavía en el gran maestro quedaba indefinido;y cuando Beethoven, respondiendo á esta necesidad,introdujo en sus últimas sinfonías la palabra hu-mana como una firme base del pensamiento musi-cal, entonces se pudo decir que inauguró por estehecho un nuevo período del arte... Hay en las últi-mas obras de Beethoven, mezclados con las partesinstrumentales, largos recitativos cuya presenciano se puede explicar sino por alguna ¡dea ocultaque se esfuerza en salir á luz. Siendo esta idea an-terior á toda concepción musical, las formas de lamúsica pura deben subordinarse á su armoniosa ex-pansión, y el encanto bajo el cual estaban cautivasesas formas debe romperse para siempre. Beetho-ven es quien,ha restablecido las verdaderas relacio-nes entre la música y la poesía, hermanas insepa-rables.»

Como se ve, los wagneristas trasportan de buenavoluntad al lenguaje la oscuridad que se proponendesterrar de la música. Pero si queremos traducirsu teoría en términos claros, se reduce á esto: Lamúsica pura, es decir, la música por la música, per-tenece á la infancia de los pueblos; la música imi-tativa le sucede y marca una fase de su desarrollo;después viene la música hablada, la música que esuna palabra sonora, una entonación amplia de laforma auditiva del pensamiento humano, entonaciónque el compositor coloca en la parte instrumentalde su obra lo mismo que en los labios del can-tante.

IV.

Según esta teoría, que sólo se separa de la ideade Gluck en el tono absoluto y dogmático queafecta, el género de composición que se llamaópera, y que comprende palabras y música, es laforma superior y completa del arte. Así, todas lasobras de Wagner son dramas líricos. Y como, segúnél, «todo arte cuando llega á su período de madu-rez aspira á unirse á otro arte,» y no hay razónninguna para que esta tendencia tenga limites, noes solamente la música y la poesía las que constitu-yen las óperas, sino además, y muy especialmente,el arte de la decoración, que la pintura está encar-gada de representar. Hay también la gimnástica ytodos los elementos del maquinista, que ocupan ellugar del baile. ¡Cuántos caballos, guerreros, figu-rantas, decoraciones, etc.! La sencillez gemiánicaso pasma de esta baraúnda. Y en la orquesta ¡cuán-tas legiones de músicos! Henos aquí ya lejos del so-brio y hermoso principio del arte, que reconoce laperfección en la grandeza del efecto y en la senci-llez de los procedimientos. La música wagnerianano brilla por la economía de medios; y sin quererjugar con las palabras, se puede decir que no es una

música económica. Cuesta tan caro montar una obramusical de Wagner como emprender una campaña;y esta monstruosa mise en scene se hace para obrasque son «como la melodía de la selva, de la cual noso puede desprender ni retener una pequeña parte,>*y de la cual sólo se lleva uno á su casa un recuerdovago y confuso.

No se puede negar que, bajo el punto de vista dela mise en scene, las óperas de Wagner están hechascon mucha imaginación y brillantez. Esas magias gi-gantescas, si nos fueran presentadas como tales ma-gias solamente, tendrían grandísimo éxito. Loquelas perjudica es la pretensión que tienen de ser unaforma del arte nueva y más variada. Así, cuando enTristan %nd Isolde se levanta el telón y aparece elpuente de un buque en que los gritos de las manio-bras interrumpen el diálogo de los futuros amantes;cuando después de haber bebido los dos en la copaencantada se miran como si se vieran por la primeravez y se arrojan involuntariamente en brazos unodel otro; cuando, en el acto siguiente, se flos pre-senta á estas dos víctimas,de un furor amoroso,dormidos juntos en un sueño que no debía concluir;cuando se despiertan para maldecir la luz del dia,para llamar á la muerte, para pedir que sus aniqui-lados seres entren en el océano del amor, hay situa-ciones que, acentuadas por un crescendo ó un decres-cendo de la orquesta, pasando de un relato frió á untorbellino de la vida y de aquí á un ensueño dolo-roso, son de naturaleza propia para producir en elespectador cierto enervamiento. Cuando en otra desus obras,. Rheingold, la escena representa un riodonde tres jóvenes nadadoras se persiguen de rocaen roca como sirenas, hay algo de gracioso y de se-ductor en esta rareza. En los Niebelungen vamos áver pronto todas las operaciones del anillo mágicorealizándose en medio de castillos góticos, de caba-lleros y de damas, de enanos y de dragones, es de-cir, del modo más vasto y más ampliamente tratadoque se ha puesto jamás en magia alguna. Pero ungran espectáculo no es el accesorio necesario niaun favorable de la gran música; y si Wagner, enmedio de su vasta orquesta, se limita, como se halimitado hasta aquí, á desempeñar su parte en lamagia, á repetir en música lo que el actor dice enverso y el decorador en pintura, habrá llegado elcaso de meditar lo que escribía en el siglo últimouno de sus compatriotas, Sülzer, á propósito de laópera: «Parece que este género de espectáculo debeser el más potente de lodos, porque la poesía y lasbellas arles se encuentran en él y se reúnen; peroes una prueba de la superficialidad de los modernosque no las hayan reunido sino para rebajarlas y ex-ponerlas en conjunto al desprecio.»

En opinión general de los mismos alemanes, Ri-¡ cardo Wagner, que es también el libretista de sus

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propias obras, si da en las palabras «una base firmeá la armonía,» no le da, al menos, una base muy ele-vada. Parece, sin embargo, que, según su teoría, nodebería haber gran música sin gran poesía, puesque la música no debe ser más que una palabra au-mentada con una entonación musical. Sin embargo,al decir de sus mismos admiradores, Wagner no esmás poeta que la mayor parte de los libretistas or-dinarios; lo que él busca, sobre todo, son situacio-nes y no pensamientos, lo mismo, ni más ni menos,que los demás compositores. Cuando se defiende elerror, se cae fácilmente en la inconsecuencia. Si lateoría wagneriana es verdadera, tanto valdría elpoeta como el músico. Pero mientras repudia comoindignos del arte libretos como los de la Somnám-bula, la Oazza labra, la Cenerentola, porque no sonmás que pretextos á temas musicales, se apoderatambién y emplea situaciones con las cuales no sepodría hacer un drama en verso ni en prosa quefuera soportable. Por lo demás, Wagner, oscure-cido como poeta, sufre una necesidad inevitable, yel autor de la excelente Historia de la música mo-derna, J. Marcillac, lo ha hecho notar. «El sistemade Wagner, dice, no es solamente irrealizable, sinoque es falso en su base. Que los antiguos griegos,que Caccini y Peri no hayan tratado la música sinocomo un accesorio de la poesía, se comprende, por-que no podían hacer otra cosa. En aquellas dosépocas el arte musical disponía de demasiados re-cursos para tener una vida propia; hoy todo ha cam-biado: gracias á los progresos que ha hecho la mú-sica y á los recursos que tiene en sus dos grandeselementos, la melodía y la armonía, ha adquiridouna potencia de expresión á la cual nunca podrállegar la poesía, de manera que tendrá esta que ce-der el paso á su rival. Es esta una verdad tan incon-testable, que puede invocarse como testimonio elejemplo del mismo Wagner. A pesar de todo, el tra-bajo que se ha tomado para hacer olvidar al músicono lo ha conseguido, y hoy dia al músico es á quiense admira en sus óperas y no al poeta.»

Lo mismo sucede con la pretensión de Wagner delibrar á la música del ritmo, inventado, según él,para favorecer el baile. Quiere hacer en música loque Víctor Hugo en poesía: multiplicar las transi-ciones de un verso á otro para encontrar el sentidodel precedente, romper la cesura, desparejar losdísticos, manejar los versos de cien maneras dis-tintas, y, en una palabra, escribir y tocar á capricho.Así es que necesita miles de ripios musicales y nopoco trabajo para disimular esta incómoda necesi-dad. Y de cualquier manera aparece ese desdichadoritmo que trata de evitar, ese ritmo que, á decirverdad, no solamente es la condición sine q%a nonde la ejecución de una obra musical, sino que estambién su fuerza v su encanto.

Lohengrin es, á lo que parece, aquella de susobras en que Wagner ha llevado más lejos la apli-cación de sus doctrinas. Esta obra, todavía desco-nocida en Francia, ha sido puesta en escena el in-vierno último en Inglaterra, donde ha sido objetode mucha atención y controversia. Es probable quelos empresarios de los teatros de Londres no hubie-sen querido exponerse, si no hubieran tenido encuenta que Wagner es bastante rico para pagar susgastos. Ofrecieron, pues, sus escenas líricas al com-positor con la condición de que pagaría él amplia-mente todos los gastos de la obra. Y como paraWagner se trata de una misión, de un apostoladomucho más que de un negocio, consintió en presen-tar su obra en Londres; y hé aquí cómo los críticosingleses dan cuenta de la impresión que ha causadoallí Lohengrin:

«A pesar de todas sus teorías, Wagner había per-manecido hasta cierto punto, en su ópera Tannhaw-ser, fiel á las tradiciones de la escuela de Weber;pero en Lohengrin, á excepción del coro de las bo-das que tenía que ser un himno métrico, no hay unasola frase musical que recuerde el ritmo cadenciosode la melodía. Apenas se encuentra en los gritos dejúbilo de Elsa, en el momento del triunfo de su li-bertador, algo que se parezca á una nota melódica;y, sin embargo, ninguna situación habría suminis-trado á los maestros mejor ocasión para un aria deprima donna. La orquestación realiza, mucho másque la de Tatmhauser, el ideal wagneriano, de uncolorido musical vago, amplio, imposible de asimi-lar al oido; y en cuanto al preludio instrumental dela obra, no se puede dar el nombre de obertura,porque se aleja extraordinariamente de las reglasdeteste género de obras. En varias partes de lacomposición, la cacofonía tiene la categoría de be-llezas. Sin embargo, como hay una combinación desonidos que exige mucho oido, dígase lo que sequiera, el maestro concluye siempre por someterseá esta despótica ley. Así es que al final de Loken-grin el coro concluye en una disonancia para mar-car su sorpresa en el momento en que el héroedo la obra desaparece. Para ser consecuente consi-go mismo, el autor debiera concluir allí, porque elpoema termina en esta situación y la angustia de lospersonajes no debe cesar. Pero la ley física de laarmonía es inflexible, y el compositor ha tenido ne-cesidad de poner algo antes de bajarse el telón, sinlo cual el auditorio hubiese quedado en suspenso ycontinuaría esperando.»— (Revista de Edimburgo).

V.

En Alemania se ha construido toda una filosofíasobre el Lohengrin, de Wagner: es un rasgo carac-terístico del genio moderno alemán no poder tocará un punto de estética sin presentar en seguida

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cuestiones de moral y de psicología. Wagner notiene discípulos, sino seides; la pasión es lo queinspira á sus adeptos; se dogmatiza acerca del maes-tro con tanto entusiasmo y fervor como dogmatizaél mismo; se hace de su música un interés nacio-nal, y la más dulce de las artes, la más á propósito«para dulcificar las costumbres de los hombres,»como decían nuestros padres, suscita odios teológi-cos en el sencillo pueblo germánico. Cuestiones queel buen sentido procedente del buen gusto hubieraresuelto con una palabra, menos que eso, con unasonrisa, se discuten al otro lado del Rhin con unagravedad digna de los más altos asuntos de moral.Ricardo Wagner no es un músico como otro cual-quiera, que vive de su trabajo y pone en sus obraslas emociones de su alma. Es un apóstol, un profe-sor á& filosofía musical, si es permitido asociar es-tas dos palabras, y de filosofía musical alemana,oscura, ambiciosa, enemiga de la experiencia delsentimiento y confiada en la virtud de la abstrac-ción. Muchos han filosofado sobre su arte; pero to-davía no se había visto que despreciaran la músicay que no la quisieran sino con otros títulos; nuncase había dado el caso de que pusieran por encimade la expresión directa de las afecciones ó de laspasiones humanas la representación de los objetosó de las cosas que pueden producir esas afeccionesó esas pasiones. Este procedimiento casi mecánicoparece nacido de una teoría materialista del arte, yesta manera de conmovernos, hiriendo nuestrosoidos por la sensación directa de los objetos, no esmenos extraña, ni (permítasenos la palabra) menosbrutal que lo sería el procedimiento de un pintorque para procurarnos la sensación de la luz, dieraun golpe sobre el nervio óptico de nuestro ojo. Porfastidiosas que nos hayan parecido siempre lasmuestras de la música del porvenir que hemos po-dido oir, no censuraríamos á esta ninguno de susdefectos; pero le censuramos la teoría en que des-cansa, y que nos parece contraria á la verdaderanaturaleza del arte.

Sabemos que muchas personas cuando oyen unasinfonía ó una sonata se preguntan á sí mismos, sino se atreven á hacerlo á los que están á su lado:¿ Qué quiere decir todo esto? ¿ Cuál es el sentido pre-ciso y definido de toda esta combinación de sonidos?Pero en esto precisamente se distingue el hombreque es músico del que no lo es: el primero, en-cuentra su goce en la armonía, y no pide más; y elsegundo, que no puede apreciar exactamente la ar-monía, quisiera sustituirla con un placer de la ima-ginación ó del espíritu. Es cierto que sin la ayudade las palabras, la gran música, sobre todo las sin-fonías instrumentales, no tienen significación deter-minada para la mayor parte de los oyentes. Hemoshecho por nosotros mismos esta observación á pro-

pósito de las más bellas obras de Beethoven. Peroesto no es necesario al verdadero aficionado; Loque le falta es la expresión general de un senti-miento al cual está pronta á unirse su alma. Para élla melodía y las combinaciones armónicas son lamúsica por esencia; el por qué no existe, y todoestá en el cómo. El inteligente está conmovido, en-cantado por una frase melódica; esto basta, y sianaliza, lo hace en sus procedimientos, y no en suesencia. La verdadera, la única razón de ser de lamúsica es que excita el sentimiento por medio de lasensación, como la pintura y las demás artes, perocon más fuerza que todas. Concedemos que estaexcitación no se razona ni se educa á la altura delpensamiento puro; pero ¿quién puede.intentar con-fundir el arte con la filosofía? Solamente los ale-manes.

VI.

Confundir el arte con la filosofía, hé aquí el orí-gen y toda la razón de la música wagneriana;—de-cimos la filosofía y no la metafísica, porque, deacuerdo con M. Eduardo Schuré y con Schopen-bauer, creemos que la música expresa la esenciametafísica del mundo. ¿Y cuál es el arte de que nose pueda decir otro tanto? ¿Cuál puede ser el alcancede esta definición, si no es que la música, mientrasmás fácil y espontánea sea, más está en la natura-leza? Si la música es la voz de la metafísica, «laexpresión de la cosa en sí,» como dice Sehuró en suobra El drama musical, rechaza en todos los casosesas extensas demostraciones de principios y defines á que se entregan los wagneristas en Ale-mania.

Experiencia envuelve ciencia, ha dicho la sabidu-ría de nuestros padres. Es un hecho de experienciaque el artista mejor dotado no es siempre el que seeduca en la concepción ideal de su arte; y es tam-bién un hecho de experiencia que el aficionado á lamúsica es un voluptuoso, y el hombre voluptuosoraramente puede ser un pensador. Si los griegoshan expresado en el arte la idea abstracta de la be-lleza pura, ha sido sin duda, no en virtud de undesignio teórico, sino por la vía natural, que es. lainvestigación de lo agradable. Es probable que nohayan razonado sino sentido delante de la Venusde Milo; porque el arte se siente y no se razona.En virtud de una energía espontánea de nuestra na-turaleza, damos una forma á lo que está en nos-otros, y encontramos en este acto creador un ex-quisito goce. Las manifestaciones de la facultadartística salen de nuestro cerebro antes que tenga-mos conciencia de ello. El placer que nos procuran,lejos de ser, como pretenden los wagneristas, ellado pueril del arte, es la parte más esencial de él,y nos servirá siempre en el porvenir, como nos ha

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servido siempre en el pasado, de criterio para juz-gar el valor de sus producciones.

Sin duda, es preciso desconfiar, en presencia deuna idea nueva, de la resistencia inconsciente quele opone en nosotros la fuerza de la costumbre.Todo lo que decimos hoy contca la teoría wagne-riana lo han dicho ya en otros términos los picci-nistas contra los glucMstas, y los mismos alemanescontra Beethoven. Sin embargo, Gluck y Beetho-ven han hecho en el gran arte incontestables pro-gresos. Sin duda el placer, la sensación agradable,admitidos como criterio del arte, constituyen unamedida incierta y variable. Las romanzas de Lulli,que encantaban á nuestros padres hasta el extre-mo de decir Mad. de Sevigné que «no debía haberotra música en el cielo,» y la canción gala y laromanza lánguida nos parecen hoy extrardinaria-mente fastidiosas. Además de la diferencia de gus-tos qne existe entre los tiempos, hay la que creaentre los hombres la desigualdad de aptitudes y deculturas. Nosotros no tendríamos la temeridad deencontrar mala la música de Wagner por la sola ra-zón de que nos fastidia. En presencia de la admira-ción que excita en un pueblo tan maravillosamentedotado bajo el punto de vista musical, no acusa-ríamos de ese fastidio sino á nosotros mismos. Perocuando oimos ó los wagneristas proclamar que elcanto no es la música, que las divinas melodías dela escuela italiana no son inspiraciones, y que lassinfonías de Beethoven son incompletas sin un au-tor que las traduzca en palabras y un maquinistaque las ilustre con magias, nos convencemos deque Wagner es infiel al verdadero espíritu del arte.

VIL

Sin embargo, es probable que Wagner no hayaprofetizado enteramente en vano. Las ¡deas y ladiscusión dejan siempre detrás de sí algo útil defi-nitivamente adquirido á la humanidad. Si el compo-sitor carece de naturalidad en sus obras y contra-viene á la naturaleza en sus teorías, nos habrá,al monos, familiarizado con la fuerza en la instru-mentación; nos acostumbrará á hablar más seria-mente de la música, y aumentará nuestra indiferen-cia hacia el arieia y toda esa música de fábrica yde factura que no tiene el sentimiento italiano niel ingenio francés. Nos hará más inteligentes enmateria de colorido instrumental, parte del arte enque pretende sobresalir. Si el porvenir no perteneceá la música wagneriana, como proclaman el maes-tro y sus adeptos, la música wagneriana hace, almenos, algo por el porvenir, aunque no sea más quevolvernos á traer, por medio de un rodeo, al entu-siasmo de esas grandes melodías rítmicas por lascuales se traduce espontáneamente toda la parteindefinible de la naturaleza humana.

Desgraciadamente, la teoría más sana del arte, laadmiración mejor fundada hacia los maestros, notraen consigo la inspiración de que nacen esasgrandes teorías; y pudiera decirse á propósito de lamúsica lo que so ha dicho sobre un asunto másgrave: «La inspiración se dirige hacia donde quiere.»Los inspirados no son razonadores, y estamos deacuerdo con la Revista de Edimburgo cuando de-plora que la escuela de Wagner sea una escuela dedogmáticos y que se vean en ella más doctores quesimples músicos. En efecto, el gran periodo de unarte es el período de la creación; el de la reflexióny el del análisis marcan ordinariamente su decaden-cia. Cuando se entrega á la crítica, á la definicióndel principio y del fin, es que ya no se halla bajo lapotencia del «dios.» Hemos citado en otra parte laspalabras de Mendelssohn de regreso de una confe-rencia de Hegel, y debemos repetirlas aquí, porqueson las palabras de un verdadero músico:

«Hegel, decía, pretende que no tenemos música,y que todos nuestros progresos no son más quetartamudeces. Quiere probarnos esto en filosofía, yes como si quisiera probarnos en música que sufilosofía es la verdadera. Estos son absurdos entre-tenimientos del talento. Y nosotros, entre tanto,vamos hacia adelante, guiados por el Dios á quienservirnos. Ignoramos lo que es preciso pedirle, por-que nuestros deseos son infinitos y nuestras nece-sidades más grandes todavía que nuestros deseos.Lo mismo sucederá á los que nos sigan hasta laconsumación de los siglos: obedeceremos simple-mente.»

¡Ignorar! ¡Obedecer! Esta es la consigna del ar-tista; es el secreto de su condición. Mendelssohn sedivertía mucho, dice su hijo en la biografía que leha consagrado, con las disertaciones interminablesde los filósofos sobre la música. ¿Qué hubiese dichosi hubiera visto á sus colegas en el arte ponerseellos mismos á disertar? Hubiera reconocido, sinduda, en este signo, que la inspiración musical habíadesaparecido por un momento del mundo y ques elreinado de los literatos y de los filósofos sucedía alde los músicos. Esto es, en efecto, lo que sucedehoy en Alemania; se vierten torrentes de tinta enpro y en contra de la música wagneriana. En el mesde Agosto próximo, después de ponerse en escenaen Baireuh Der Ring des Niebelungen, sabremos siel potente genio musical del pueblo alemán su frelas consecuencias de su exceso de dogmatismo.

L. QUESNEL.

(Revue lilteraire).

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Real Academia Española.

LA DECADENCIA DE LA CULTURA ESPAÑOLADESPUÉS DE 1680.

Tengo tal satisfacción en contestar al Sr. Nuñezde Arce, que, poniendo á un lado todos mis otrosqmhaceres y venciendo mi natural desidia, me heapresurado á cumplir, en el término más breve, conel encargo que esta Real Academia me ha confiado.

Correligionario en política del Sr. Nuñez de Arcey unido á él desde hace años por lazos de particularamistad, con sus triunfos estoy de enhorabuena. Nooreo, con todo, que el afecto me ciegue al juzgarlos merecimientos del nuevo académico. Como au-tor dramático ha sabido conquistarse envidiable ce-lebridad, y como prosista tiene prendas que todosencomian,resplandeciendo entre ellas la energía desu estilo y la claridad y tersura de dicción, con que damayor valer y realce á lo firme de sus conviccionesy á la fijeza y serenidad de sus ideas y propósitos.

Por cima de estas cualidades, expresadas aquíharto á la ligera, sobresale una que por si sola lehace digno del puesto que viene á ocupar. El señorNuñez de Arce brilla y descuella entre los más no-tables poetas líricos españoles del siglo presente,durante el cual, no sólo en España, sino en todaEuropa, la poesía linca ha florecido como nunca.

A más de la elevada inspiración y del brío y no-bleza de sentimientos que las poesías del Sr. Nuñezde Arce atesoran, la Academia no puede menos deconsiderarlas y estimarlas cual precioso dechado deversificación y de lenguaje.

Aunque no pudiera presentar el que vaá sentarseentre vosotros títulos tan legítimos y valederos, meparece que bastaría el discurso que acabáis de oirpara hacerle merecedor de honra tan señalada.

Con abundancia de datos y razones, que en ma-nera alguna destruyen la amenidad y agrado delescrito, el Sr. Nuñez de Arce ha tratado de demos-trar, y, á mi ver, ha demostrado el influjo que la in-tolerancia religiosa y la constante y terrible com-prensión intelectual, de ella nacida, han ejercido ennuestra gran literatura.

No ya aquí, donde no estoy llamado á contrade-cirle, pero ni fuera de aquí, impugnaría yo, en losustancial, discurso tan bien meditado, y cuyos aser-tos me parecen evidentes.

Mi contestación debiera, pues, limitarse á un elogiode lo dicho y á algunos comentarios, deduccionesy notas, que bien se pueden añadir, porque siendoel asunto tan vasto, no hay pluma, por concisa quesea, que acierte á agotarle en una breve diserta-ción; pero, sin que yo contradiga á mi nuevo com-pañero, no he. de negar que su discurso suscitacuestiones y dudas difíciles de resolver, por lo cual,

sin que aspire yo á resolverlas, nadie extrañará mideseo de plantear y de exponer las más importantes.

Yo no trato de invalidar argumentos y deduccio-nes. Yo creo también que el fanatismo ahogó ymarchitó antes de tiempo en España la lozanía y elflorecimiento de una gran cultura propia y castiza.Tanto fue así que, en los últimos años del siglo XVIIy primeros años del XVIII, dicha cultura perecióconsunta, hechizada y casi sin dejar sucesión di-recta, á semejanza de la dinastía, bajo cuyo cetrohabía florecido, á par de la grandeza y crédito deaquel imperio vastísimo, dentro de cuyos términosestaba siempre el sol vertiendo su lumbre.

Después de la guerra de sucesión, con la nuevadinastía francesa, España se alivió, se restauró, des-pertó de su desmayo. Al restaurarse España, brotóen ella nueva cultura; pero, más bien que retoñardel antiguo tronco, arraigado en nuestro suelo, sediría que fue un ingerto exótico lo que reverdeciócon el jugo y la savia de lo castizo.

Nuestra admiración de lo extranjero nos hizoimitadores, harto serviles á veces, y llegamos porúltimo, con humildad lastimosa, á menospreciar lopropio, exagerando nuestras faltas y olvidando ó noreconociendo nuestros aciertos.

Sin duda que el levantamiento nacional contralos franceses, durante las guerras napoleónicas, nosdevolvió la conciencia de nuestro gran sor comoentidad política, y algo nos dejó columbrar de nues-tro valer antiguo por el pensamiento y por la idea;pero este concepto de nuestra pasada civilizaciónquedó confuso. Se fundaba más en la soberbia, enel sentimiento, en el amor propio patriótico que enrazones claras. Todavía, aun después de la guerrade la independencia, los que se jactaban de másilustrados, seguían con poco disimulo desdeñandonuestra literatura y tildándola de bárbara, tasandonuestras artes en mucho menos de su justo precio ynegando toda importancia á nuestras ciencias y ánuestra filosofía.

La sumisión, el vasallaje, la obediencia de losespañoles á Francia, no tuvo, en lo intelectual, niBailen, ni Zaragoza, ni Gerona, ni Dos de Mayo, enaquella época. Seguimos tan pacatos y tan humil-des, que era menester para que celebrásemos algonuestro, sin pasar por presuntuonos y ridicula-mente vanos, que los extranjeros nos diesen elejemplo, la venia y hasta la noticia.

Sin que decidamos aquí si es calidad buena ómala, es innegable que el vulgo en España, comoen todas las demás naciones, tiene un orgullo ins-tintivo con que siempre se admira á sí propio y sesobrepone al vulgo de otras tierras; pero en lasnaciones que decaen, la gente ¡lustrada, los que noson vulgo ó procuran no confundirse con él, áfuerza de maravillarse de los adelantamientos ex-

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N." 119 J. VALERA. LA DECADENCIA DE LA CULTURA ESPAÑOLA. 537traños, y con el prurito de mostrarse á su alturay de aparecer como seres excepcionales entre lamultitud ignorante que los rodea, acaban por noestudiar, ni saber, ni aplaudir cuanto en lo castizohubo de bueno y de glorioso. Hasta cuando, á finde adular al vulgo, á quien desprecian, se ponen áensalzar lo castizo, lo hacen por estilo ampuloso,donde se advierte la carencia de fe y la falta de crí-tica, y donde, más que la pasada gloria, suelen en-comiarse los resabios de la perversión que dio altraste con ella.

Tal era nuestro estado hasta pocos años há. Algonos vamos aliviando de la dolencia, pero no esta-mos sanos todavía. Y, fuerza es confesarlo, en granparte somos deudores del alivio á los alemanes.Los alemanes, más que nadie, ensalzando nuestrascosas como merecen, se puede afirmar que han con-tribuido muchísimo á que volvamos con amor losojos hacia ellas. Basta citar los nombres de Lessing,Jaeobo Grimm, Bó'hl de Faber, ¡Iuber, Federico yGuillermo Schlegel, Rosenkranz, Schulze, Bouter-wek, Clarus, Diez, Depping, Tieck, Schack, Fernan-do Wolf, Jorge Keil, Halm, Manuel Geibel, PabloHeyse, Leopoldo Schmidt, Dohrn, Hain, Schlüter,Storck, Geiger, Herder, Goethe, Hoffmann, Regís,Fastenrath y el mismo Hege!, para traer á la memo-moria de los amantes de las letras cuan poderosa-mente han contribuido á sacarnos de nuestro aba-timiento las alabanzas criticas, las traducciones, lasbellas ediciones y hasta los comentarios de nues-tros clásicos hechos por estos autores.

Nuestro descuido, nuestra postración y nuestrafalta de gusto habían sido tan grandes, que hasta elaño de 1829 no tuvimos en castellano una medianahistoria de nuestra literatura. Antes, salvo el ensayode Velazquez, sólo hubo estudios parciales comolos de Sarmiento y Sánchez, la indigesta mole delos Padres Mohedanos, la apología algo pedantescade Lampillas, las notas de Martínez de la Rosa alArle poética, y los juicios de Mendivil, Silvela yQuintana. La historia de nuestra literatura aparecióal fin, pero fue traducción de otra, escrita en ale-mán veinticinco años antes. Bouterweck la habíapublicado en su lengua y patria en 180-i.

Cuando los Sres. D. José Gómez de la Cortina yD. Nicolás Hugalde y Mollinedo publicaron en 4829dicha traducción, declararon que lo hacían deseososde'suplir con ella la obra original de que carecía-mos, por el descuido de tan útil estudio, debido álas guerras y trastornos y A la/alta general de bue-na.educación; ruda franqueza que denota á las clarascuál sería el estado de un pueblo donde dos modes-tos traductores se atrevían á decir tal improperiocomo quien dice lo más natural, sabido y confesado.

Desde entonces hasta ahora no han sido menoreslos trastornos y guerras que hemos tenido, y sin

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embargo, ya no se notan ese desdén y ese abandonode nuestras glorias literarias, entre cuyos críticosilustradores resplandecen Duran, el marqués dePidal, Milá y otros que no nombro porque puedenhallarse presentes y no quiero ofender su modestia.Uueda, no obstante, en pió todavía este aserto deDuran: Alemanes son los que mejor han publicado lahistoria de nuestra literatura y teatro. A lo cualbien puede añadirse que lo que es la historia denuestro teatro escrita por un alemán, por Schack,si bien ha hallado hábil traductor, no ha halladopúblico que la lea y se ha quedado á medio traducirpor desgracia.

A pesar de todo, aunque muchos de nuestros au-tores siguen siendo más celebrados que leídos, enel dia se conocen ya mejor y se estiman con másrecto criterio. Nada ha influido tanto en esto comola Biblioteca de Autores españoles, publicada porD. Manuel Rivadeneira, cuya gloria y merecimien-tos comparte uno de vuestros compañeros por ha-ber logrado de las Cortes que el Gobierno le conce-diese su indispensable protección. Dicha Biblioteca,á más del texto bien enmendado y corregido de losautores, contiene un tesoro de noticias biográficasy bibliográficas y no pocos discursos preliminares ybrillantes Introducciones, que bien pueden formarunidos la historia de nuestra literatura, ó al menosuna abundante y rica colección de materiales paraescribirla. De esto se ha encargado un autor infati-gable y diligente, lleno del espíritu crítico más sanoy elevado, pero su trabajo no está terminado aún,faltando en él la época en que so presenta el fenó-meno cuyas causas quisiéramos explicar aquí.

Lo que nadie niega, lo que no puede ser asuntode discusión, es que la edad más floreciente denuestra vida nacional, así en preponderancia políticay en poder militar como en ciencias, letras y artes,eS^a edad del mayor fervor católico, de la mayorintolerancia religiosa: los siglos XVI y XVII. Pero siqueremos circunscribirnos más y señalar el siglo demayor auge, fecundidad y excelencia de las letrasy del idioma patrios, marcar su siglo de oro, meparece que sin que me tilden de arbitrario, por másque se me dispute sobre diez años antes 6 después,bien puedo poner este siglo entre los años de 4580y 4680.

¿Por qué causas se pervirtió, se marchitó y sehundió rápidamente aquel gran florecimiento? Ánadie se le oculta que esta cuestión literaria estáenlazada con otra cuestión política. ¿Por qué lagrandeza, crédito y poder de la monarquía españolacayeron también rápidamente, precediendo ái sucaída la de las letras?

No es fácil contestar á todo esto, y menos aún enbreves palabras. Para filosofar es menester tener unexacto y cumplido conocimiento de aquello sobre

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538 REVISTA EUROPEA.—4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . irque se filosofa, y debemos declarar aquí que hastala misma historia política de la época a que nos re-ferimos, dista mucho aún de estar satisfactoria-mente escrita, á pesar de algunos ensayos, tentati-vas y compendios muy recomendables, entre loscuales se cuenta uno de un ilustre compañero nues-tro que mereee grande alabanza. Las cosas, sin em-bargo, de aquel período histórico se saben por logeneral muy a bulto; y, por otra parte, el espíritude partido que ha tomado dicho período por campode batalla para discutir sobre cuestiones que, va-liéndonos de un término muy en moda en el día,son las más palpitantes, nos puede cegar con supasión y extraviarnos á todos, llevándonos por ex-tremos opuestos á mucha distancia de la verdad.

Recientemente, por ejemplo, ha aparecido todauna escuela que, en contraposición de aquel abati-miento que nos hacia desdeñar nuestro pasado, leestima en lo que vale y aun quizás exagera algo suvalor en lo literario y científico; pero, sobre estaafirmación evidente ó al monos plausible, levantaun cúmulo de aspiraciones y propósitos, á mi ver,poco razonables. Cree que para que renazca aquelflorecimiento literario, aquel movimiento intelec-tual, aquella primacía de España, convendría quevolviese la nación al mismo estado político, social yreligioso. Es como si los griegos, mirando su pos-tración y su relativa inferioridad en el dia presentecon respecto á otras naciones de Europa, recor-dando que eran el primer pueblo del mundo entiempo de Perícles, y subordinando los altos inte-reses trascendentales de la religión á consideracio-nes estrechas de interés nacional, volvieran á ado-rar á Júpiter y á Minerva y renovasen los misterioseleusinos.

No pocos sabios italianos de la época del renaci-miento, resplandeciendo entro ellos el impío Ma-chiavelli, incurrieron en tan extraña manía. Al verhumillada á Italia, hollada y ensangrentada por losextranjeros, y al presentar vivas en la memoria deellos las grandezas de Roma, llegaron á aborrecerel cristianismo y á soñar con la religión de Jano bi-fronte y con las instituciones litúrgicas de Numa yde Tarquino Prisco. Esto, por un lado, es infinita-mente mayor disparate que el soñar, siendo espa-ñol, en que volvamos á la edad de Felipe II, porejemplo, porque al fin, de lo que somos ahora á loque entonces éramos no hay tanta diferencia, ni hahabido cambio en el ser de la civilización generaldel mundo, ni menos aún en el principio sublime yen la doctrina salvadora que la informan con su es-píritu: pero, por otro lado, los españoles que pien-san hoy como hemos dicho, tienen menos disculpaque los italianos de entonces; porque entonces seconcebía la historia como un eterno volver al mismopunto, y se creía que para restaurar los Estados y

las civilizaciones convenía retroceder hacia su orí-gen, mientras que ahora apenas hay quien se atrevaá negar y quien no sienta y vea la marcha indecli-nable de las cosas humanas en su conjunto hacia untérmino <ie perfección, sin duda inasequible en estavida terrena, pero que las atrae por ley providen-cial, y no limitando el libre albedrío en aquello deque debe responder cada individuo, las lleva pornuevas fases y evoluciones, sin dejarlas nunca vol-ver al punto de que partieron. Así, pues, nos parecemenos razonable, bajo este concepto, el que un es-pañol de ahora sueñe en que se regeneraría su pa-tria volviéndola á lo que fue en pensamientos ycreencias en tiempo de los tres Felipes, que el queMachiavelli soñase en que renacería la antigua pre-ponderancia romana con volver al estado y manerade sor de la edad de Tito Livio.

Por otra parte, aunque diésemos por indiscutiblela singular grandeza de nuestro país en los siglos XVIy XVII y la conveniencia de volver á las institucio-nes, ideas y costumbres de entonces, suponiendoque lo que entonces pudo producir aquella grande-za debe también producirla ahora, aun nos queda-ría por demostrar si aquellas instituciones, aquellasideas y aquellas costumbres fueron la causa de lagrandeza, ó si, por el contrario, la grandeza nacióde otras causas, y dichas instituciones, ideas y cos-tumbres lo que trajeron consigo fue la corrupción yla rápida decadencia. Este es verdaderamente elpunto controvertible. La distinción que hacemos esmuy clara. Se comprende que alguien, enemigo enel dia de la intolerancia religiosa y del absolutismomonárquico, ó sostenga que entonces aquéllo fuebueno y útil en España, ó afirme que al menos nopuede ni debe presentarse como causa de nuestracaida política, social y literaria, ya que hubo intole-rancia religiosa y absolutismo monárquico en otrospaíses durante el mismo período, y dichos paísesse levantaron, mientras que España cayó como enprofunda sima.

Fijada así la cuestión , y limitándonos solamenteá la literatura, vamos á hacer algunas ligeras obser-vaciones, procurando mostrar la mayor imparciali-dad en todo. Para ello conviene sin duda no dejarsearrastrar de la vanidad patriótica, pero convienetambién no dejarse seducir por tantos y tantos au-tores extranjeros , protestantes ó racionalistas losmás, que por odio á la religión católica y hasta porenvidia postuma de nuestro poderío de entonces,procuran denigrarlo todo , ponderando nuestrosyerros, imputándonos mil maldades y encubriendono pocas excelencias y glorias. Larga es la lista delos autores que no hablan de España sino para de-cir injurias crueles. Limitémonos á citar como mo-delos en este género al americano Draper y al inglésBuckle.

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N." 1 4 9 J. VALERA.—LA DECADENCIA DE LA CULTURA ESPAÑOLA. 539Hasta en los benévolos y aficionados á nuestras

cosas se descubre á veces el estrecho espíritu deprotestantismo y el aborrecimiento á la civilizacióncatólica que perturban su juicio y los llevan ora áno comprender bien mucho de lo que tuvimos debueno ó de hermoso, ora á encarecer lo feo y lohorrible.

A pesar del respeto y gratitud que debemos alamericano Jorge Ticknor, autor de la historia litera-ria de España más completa que se ha escrito hastaahora, no se ha de negar que peca bastante en elmencionado sentido. Pongamos , como muestra deque no comprendió bien lo bueno y hermoso, elfrió, pobre y somero juicio que forma y emite acer-ca de Los nombres de Cristo de Fray Luis do León.En una parte no acierta á ver en este libro más queuna serie de largos discursos declamatorios: enotra parte, juzgándole algo más detenidamente,pone dicho libro como singular testimonio de la de-voción, elocuencia y ciencia teológica de los españo-les de aquella época, con lo cual no se comprometemucho ni en pro ni en contra: añade que hay en di-cho libro un sermón (¿y por qué no muchos sermo-nes?) que no cede en mérito á ningún otro en cual-quiera lengua; y acaba por considerar el libro comouna colección de declamaciones. Infiérese de todoello que Jorge Ticknor no ha leído el libro, le hahojeado sólo, y no le ha entendido bien, concretán-dose á estimar, no el fondo, sino la forma, esto es,la prosa rica, castiza y pura, por la cual coloca áFray Luis entre los grandes maestros de la elocuen-cia española.

Para nuestros dramas sagrados y autos, más sonlas censuras acerbas que las alabanzas de Ticknor.De Tirso ni mienta siquiera M Condenado por des-confiado (salvo en nota y al hablar de La Devociónde la Cruz de Calderón), concretándose á afirmarque sus dramas á lo divino compilen,en extravagan-cia con los de los demás autores, aunque no los aven-tajan, porque era difícil llegar á más. Con El Bur-lador de Sevilla no se muestra Ticknor más piadoso,por más quu el genio de Mozart haya ido familiari-zando á la sociedad culta y elegante, esto es, á lagente que no vive en España, con sus sombríos ychocantes horrores. En suma, Tirso, cuya Venganzade Tamar, cuya Prudencia en la mujer, asi comootros dramas trágicos y heroicos, ó no conoce ó norecuerda Ticknor , no es más, para este crítico,harto desprovisto del sentido de la poesía, que unpoeta cómico, fácil, chistoso, buen versificador ybuen hablista, pero indecente, inmoral, chocarrero,deshonesto y extravagante.

Por los ejemplos citados se puede calcular lopoco que levanta el vuelo el entusiasmo de Ticknorpara encomiar á nuestros autores. Traduzcamos ycompendiemos, para que la frialdad ó el desden de

Ticknor resalte más, algo de lo que dice Schack deTirso en las 57 páginas, casi todas de alabanzas,que le dedica: «Si bien tenemos que lamentar lapérdida de muchas obras del fecundo Maestro, aúnnos quedan bastantes para que con ellas se concibaagotada la más débil fuerza productiva de muchosfamosos poetas y para que nos llene de pasmo lainexhausta inventiva de quien las compuso. Laabundancia y variedad do estas obras es tan grande,que es empresa dificilísima el caracterizarlas y cla-sificarlas. Tirso es un encantador que sabe tomarlas más diversas figuras. Apenas creemos que nosapoderamos de su fisonomía, cuando toma otra. Elbrillo de su poesía forma mil iris y cambiantes , yburla nuestro empeño por reflejarle en el espejo dela crítica. Las mismas faltas del autor, que no pue-den negarse, están circundadas y como vestidas detan deslumbradores destellos poéticos, que es fuer-za apoyarse en toda circunspección para no entre-garse á una admiración sin límites por sus dramas.El teatro de Tirso se parece á aquel país de las ha-das que nos pintan los poetas románticos, dondecautivan los sentidos y el corazón del peregrinosones misteriosos y embriagadores perfumes; dondeserpentean mil sendas que, ya le llevan por lozanosverjeles, ya por amenos valles, desde abismos quecausan vértigo hasta montañas que tocan el cielo,y donde se oye en las grutas la voz burlona de losgnomos y de los duendes, y los silfos se mecen enel aire, y el sol de la poesía, hasta sobre los ca-minos extraviados, hasta sobre los derrumbaderosy precipicios vierte su lumbre encantadora. Porcierto que debe de ser muy ¡'rio el crítico que nosienta deseo de abandonarse sin reparo á poesía tanhermosa, y muy poco capaz de sentirla y compren-derla el que no conozca que hasta aquello que pasap^$ defecto, según reglas rutinarias, es belleza re-lativa , considerado como parte necesaria de ungrande organismo y como emanado de un alto es-píritu poético, genial y espontáneo.»

Schack, como Ticknor, ve en Tirso un poeta có-mico, pero no grosero, ni chavacano, sino todo locontrario. «¡Cuan distinto, dice, es el chiste siem-pre poético de Tirso, de las secas frialdades quesuelen llamarse chistes entre nosotros! Como abejaentre rosales, vaga volando el genio del poeta en eljardin florido de la fértil poesía. Es verdad quecomo la abeja tiene aguijón, pero también tiene mñel.Tirso no perdona á los poderes del cielo ni á los dela tierra; pero con el dulce bálsamo de la poesía,sana al punto que hiere. El atrevimiento de sus ar-ranques satíricos contra los grandes de la tierra,contraía corte y los cortesanos, contra los frailesy los clérigos, es singular en la literatura españoila,y causa maravilla la libertad de la escena, donderesonaban públicamente tales sátiras en un tiempo

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en que el poder de la Inquisición había llegado á suapogeo.»

Si no nos llevase esto muy lejos de nuestro pro-pósito, aún traduciríamos ó extractaríamos más delencomio que Schack hace de Tirso.

No podemos resistir, con todo, á la tentación deponer aquí otros tres 6 cuatro párrafos aislados:«También para el idilio puro, sin mezcla de sátira,posee Tirso un incomparable talento, y aprovechacon predilección todas las ocasiones que se presen-tan para lucirle; pero sus creaciones de esta claseno se parecen en nada á aquel linaje afectado depoesía pastoral que gustó tanto en toda Europa,sino que son la existencia real y las pasiones mis-mas de los campesinos españoles realzadas y pre-sentadas poéticamente con hechicera candidez ycon frescura y vivacidad inimitables.» Como poetatrágico, dice Schack de Tirso al hacer el análisis deLa venganza de Tamar: «Sólo pocos poetas españo-les han levantado á tanta altura la poesía como Tir-so en esta obra maestra.» Como poeta heroico dra-mático, le ensalza aún más al hablar de La pru-dencia en la mujer. Como poeta psicológico quepenetra con escrutadora mirada en lo más profundodel corazón, le encomia sobre todo en Escarmien-tos para el culpado; y por último, como poeta dra-mático á lo divino, casi le pone Schack por cimade todos los demás poetas al examinar su Conde-nado por desconfiado, obra que «en rasgos de fuegolleva impresa la huella del espíritu religioso de en-tonces, extraño espíritu, apenas comprensible paralos hombres de ahora.» «Aunque Tirso, dice Schaekal terminar el análisis, no hubiera escrito más queeste drama maravilloso y hondamente conmovedor,nadie podría negarle el título de gran poeta.»

Con lo dicho se ve la contraposición. Para Tick-nor, Tirso no pasa de ser un fraile ingenioso, des-lenguado y verde, sainetista choearrero y satírico:para Schack, es un gran poeta por todos estilos.Dudamos de que en elogio de Shakspeare pudieradecir mucho más que lo que en elogio de Tirsodice. La divergencia que se advierte en este casoparticular se pudiera advertir y señalar en otrosmuchos, por lo cual, si aun conocidos los hechoscada uno los juzga á su modo, ¿qué esperanza hayde que se convenga en las causas?

En algo, sin embargo, es menester convenir.Pongamos, pues, como fuera de duda que las dosmás bellas manifestaciones del ingenio español enlos siglos XVI y XVII son la poesía épico-popular yla poesía dramática: los romances y el teatro. Aña-damos á esto la novela en prosa, pues aunque notuviésemos más que el Quijote, eclipsaríamos aúntodas las otras literaturas. No se puede negar ade-más que en poesía épica artificial y erudita tenemosuna copia asombrosa de obras estimables; en la lí-

rica no somos inferiores á ninguna otra nación du-rante el mismo período; nuestros historiadores deentonces tal vez venzan á los de los demás pueblosen calidad y en número; y poseemos, por último,notables jurisconsultos y escritores políticos, y unrico tesoro de místicos y de ascéticos.

Importa declarar, no obstante, que de todo estomás se ha estudiado hasta ahora la forma que elfondo. Ya tenemos historia de la amena literatura,de las obras de entretenimiento; pero la sustanciade la cultura española y el desenvolvimiento inte-lectual de nuestro espíritu están poco estudiados.

¿Por qué negarlo? Casi nadie lee en el día nues-tros libros de devoción. Si los hojea algún aficio-nado á las letras, suele prescindir de las ideas, ysólo se para en lo sonoro de las frases, en lo casti-zo de los giros y en la riqueza y primor de la len-gua. Y sin embargo, ¿qué análisis psicológico mássutil y atinado, qué metafísica más profunda, quéadmirables intuiciones de lo infinito en su relacióncon lo finito no suelo haber en ellos? El Sr. Rousse-lot, un francés, ha sido el primero que críticamenteha desentrañado y expuesto algo de aquellas doc-trinas, y, aunque su obra dejo mucho que desear,debemos inclinarnos agradecidos, pues nadie enEspaña lo había hecho mejor, ni acaso de ningúnmodo, antes de que él lo hiciera.

Rousselot, como casi todos los franceses cuandotratan de nuestras cosas, no puede prescindir dehacernos un disfavor al lado de un favor. Es cierloque da á conocer á nuestros místicos y expone sufilosofía; pero afirma que jamás hemos tenido másfilosofía que la de ellos. Sentencia es esta de la quepodemos apelar, pero de la que no podemos que-jarnos, porque nuestros sabios modernos van másallá aún en el desden. El importador de la filosofíakrausista en España y uno de sus más aventajadosdiscípulos, en artículos recientes, por otra partemerecedores de alabanza, afirman que la imagina-ción estética ha sido bien cultivada en España y hadado sazonado fruto, pero que la razón no; que he-mos tenido buenas comedias, novelas y otras obrasde pasatiempo, pero que en ciencias y en filosofíahemos valido poquísimo, sin duda porque la com-presión intelectual y el fanatismo religioso han te-nido como embotada y atrofiada, en nuestra alma,una de sus más nobles facultades.

Ya se entiende que l̂ an cruel afirmación se refiereá los últimos siglos, y no ó la Edad Media ni á lasantiguas edades. En la Edad Media convienen todosen que hemos tenido notabilísimos sabios, filósofosy pensadores, aunque, más que ortodoxos, maho-metanos y judíos. Eruditos y críticos extranjeros loponen fuera de duda: Renán, estudiando á Averroesy su prodigiosa influencia en la filosofía escolásticay del Renacimiento; y Munck, Franck, Sachs, Gei-

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ger y David Cassel, traduciendo las obras ó enco-miando y celebrando las doctrinas de lbn Geribol,de los Ben-Ezrá, de Maitnónides, de Jeliuda de To-ledo y de otros, compatriotas nuestros y gloria deEspaña, por más que no fuesen católicos.

Pero el amor patrio nos ha hecho clamar contra eldesprecio por nuestra ciencia, y sobre todo por nues-tra filosofía, desde el Renacimiento hasta ahora; yhan surgido celosos defensores de que hubo filóso-fos en España y hasta verdadera filosofía española,entre los cuales merecen citarse nuestros compa-ñeros correspondientes D. Gumersindo Laverde yD. Adolfo de Castro, el joven Sr. Monendoz Pelayo,y los Sres. Rios Portilla y 1). Luis Vidart, el cualhasta ha formado y publicado un tomo de apuntespara la historia de nuestra filosofía.

Fácil nos sería citar aquí multitud de nombres deperipatéticos, platónicos, estoicos y eclécticos, en-tre todos ios cuales se levantan, á lo que parece,Vives y Foxo Morcillo. Pero francamente; se citanestos nombres, se supone que valieron mucho lossabios que los llevaron, y apenas sabemos lo que di-cen, porque casi nadie los ha leído. Las pocas obrasfilosóficas que, como tales, ha publicado la biblio-teca de Rivadeneira, nos compungen y descorazo-nan. Quedan, pues, hasta el día, como único tesorofilosófico español de los siglos XVI y XVII, algo co-nocido y explorado por la crítica moderna, los mis-ticos y quizás un poco de los teólogos dogmáticos.Y debemos perdonar á los eruditos y aficionadosdel dia, porque es pedir heroicidades pedir que al-guien se ponga con paciencia á estudiar y á extrac-tar volúmenes en folio, en latin casi todos, á fin deresumir, exponer en castellano y juzgar doctrinasque á pocos españoles interesan, y que nadie se to-maría el trabajo de leer con atención para enten-derlas, achacando lo de que no las entendía á lo en-marañado del lenguaje.

Sea, pues, por lo que sea, no se puede negar quequeda algo en duda si hemos tenido ó no, en laépoca á que nos referimos, verdaderos y grandesfilósofos. Pero demos por supuesto que los hubo,como presentimos y creemos y deseamos, aunqueno lo sepamos de fijo. Demos también por supuestoque tuvimos entonces médicos, matemáticos, natu-ralistas y filólogos insignes. Atimiemos que no quedóramo de actividad del espíritu en que no florecié-semos; que nuestros publicistas abrieron á Grocioel camino; que nuestros teólogos prevalecieron enTrento ; que Melchor Cano inventó una ciencianueva; que en las artes del dibujo vencimos á todoslos pueblos menos á Italia; que tuvimos arquitectosgloriosos, hábiles escultores en piedra, bronce, ma-dera y barro, plateros y joyeros rivales de Celini, yhasta herreros admirablemente artísticos; y quenuestra música, que duerme olvidada entre el polvo

de los archivos de las catedrales, compite con laitaliana, y puede presentar nombres, que debieranser ilustres, como los de Salinas, Monleverde, Pé-rez y Gómez. Júntense á todo ello nuestras riquezaspoéticas y literarias, ya que la amena literatura deentonces nos es bien conocida, y tendremos un flo-recimiento intelectual asombroso y adecuado ánues-tra grandeza política como nación.

Pero lo dicho, en vez de resolver la duda, la com-plica y la hace más difícil. ¿Qué causa hubo para quetanta fecundidad, tanta exuberancia, tanta virtudespeculativa, tanta vida del alma, se secase de sú-bito, y hasta se olvidase, aun entre nosotros que lahabíamos vivido, viniendo á caer España en un ma-rasmo mental, en una sequedad y esterilidad mise-rable de pensamiento, ó en extravíos bajos y ri-diculos, de todo lo cual no salimos sino para seguirhumildemente á los extranjeros como satélites sinespontaneidad, como admiradores ciegos y comoimitadores casi serviles? ¿Qué causa hubo para talabatimiento del que no hemos salido del todo? Laperversión vino primero, y la degradación después.Desde las obras de ambos Luises, de San Juan de laCruz y Santa Teresa, descendimos á las del PadreBoneta y á las de otros más deplorables, que sir-vieron de modelo á Fray Gerundio; de las comediasdo Calderón, pasando por Cañizares y Zamora, lle-gamos á Cornelia, Luis Moncin y Fermín del Rey,arquetipos de D. Eleuterio; desde Garcilaso, Rioja ylos Argensolas, bajamos á Montoro, á Benegasi y alcura de Fruime; y desde el romancero del Cid, queHegel pone por lo más noble, bello, real ó ideal ála vez, que ha inspirado la musa épica después delos poemas de Hornero, fuimos humillándonos hastano producir sino romances de guapezas y desafue-ros de bandidos, como el de Francisco Esteban; dechocarrerías y desvergüenzas, como el del frailefingido; de falsos y absurdos milagros, y hasta defenómenos raros y monstruosos, como el de la mu-jer que parió trescientos hijos de un parto. Así jus-tificamos toda la burla de los pseudo-clásicos á lafrancesa.

¿Fue causa de la humillación el despotismo de losreyes austríacos? No se niega que los reyes austría-cos fueron despóticos; pero este mal no fue exclu-sivo de España. El movimiento general en toda Eu-ropa era entonces hacia la concentración del poderen manos de los monarcas, y nunca llegó á tanta enEspaña como llegó en Inglaterra bajo los Tudoires,y en Francia bajo el que llamaron Luis el Grande ydio nombre á su siglo. Inglaterra y Francia se le-vantaron con todo bajo aquellos despotismos, miién-tras que España descendía.

¿Fue la atroz crueldad de la Inquisición la queatajó el vuelo de nuestro espíritu, ahogando en san-gre nuestra cultura? Miradas imparcialmente las co-

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sas, parece que no. Pues qué, ¿en los demás paísesno se atenaceaba, no se quemaba viva á la gente,no se daban tormentos horribles, no se condenabaná espantosos suplicios á los que pensaban de otromodo que la mayoría? La Inquisición de España casiera benigna y filantrópica comparada con lo que enaquella edad durísima hacían tribunales y gobiernosy pueblos en otras regiones, donde, lejos de de-caer, se han levantado. Todos los moros, judíos yherejes castigados ó quemados en España por laInquisición durante trescientos años, no igualan ennúmero, por confesión de Schack, á sólo las infeli-ces brujas quemadas vivas en Alemania nada másque en el siglo XVII. En Francia, sin contar loshorrores de las guerras civiles, sólo en la espan-tosa noche de San Bartolomé hubo más víctimasdel fanatismo religioso que las que hizo el SantoOficio desde su fundación hasta su caída. De Ingla-terra no hay que hablar; pueblo entonces más bár-baro y feroz que el centro y el mediodía del conti-nente europeo, derramaba la sangre á torrentes.

Nosotros tuvimos cinco años en la cárcel á FrayLuis de León, pero no padeció tormento, y al cabose declaró su inocencia. En la cárcel pudo escribirel libro divino de Los nombres de Cristo y otrasobras inmortales. En otra nación, y con los mismosémulos que aquí tuvo, quizá no hubiera salido tanbien. No hay que olvidar que á Vanini le arranca-ron la lengua con unas tenazas en Francia; que áBruno le quemaron vivo en Roma; que en Ingla-terra ajusticiaron á Tomás Moro, y que á nuestrocompatriota Miguel Servet le hizo matar Calvino enGinebra.

Por más que hayan querido los protestantes en-galanarse con el lauro de que la libertad religiosavino por ellos, la Historia les niega este lauro. Gui-zot, protestante, tiene la franqueza de confesarlo.Toda secta disidente ha sido tan fanática y tan in-tolerante ó más que los católicos durante la lucha.Sólo los progresos de la razón, con la imposibilidadde exterminarse unos á otros, trajo la tolerancia, yla libertad en pos de ella, la cual no ha nacido delseno de ninguna Iglesia, sino de la conciencia hu-mana en general, iluminada al cabo por el verdaderoespíritu de Cristo comprendiéndole con rectitud.

¿Se originó quizá la perversión y corrupción donuestra ciencia y literatura de la ignorancia de losinquisidores? Nos parece que tampoco. En aquellossiglos el clero español sabía más que los legos, ylos inquisidores eran de las personas más ilustradasdel clero español.

¿Provino nuestra caida de la alianza entre la teo-cracia y el poder real para oprimir al pueblo? Pero¿dónde ha habido mayor alianza entre ambas potes-tades que en Inglaterra, donde el jefe de la Iglesiay el del Estado se confundieron en uno?

¿Atribuiremos, por último, los males que aquí selamentan á la duración, regularidad y constante vi-gilancia de la Inquisición? La duración de las perse-cuciones, ya en un sentido, ya en otro, fue la mismaen todas partes. Y en cuanto á la regularidad, no seexplica qué ventaja lleve lo desordenado á lo orde-nado- Antes bien, los parciales de la Inquisición pue-den decir, miradas así las cosas, que aquel terribleTribunal contribuyó á que gozásemos de una pazrelativa, mientras otras naciones ardían en guerrasespantosas que, como en Alemania, duraban trein-ta años.

La tiranía, pues, de los reyes de la casa de Aus-tria, su mal gobierno y las crueldades del SantoOficio no fueron causa de nuestra decadencia; fue-ron meros síntomas de una enfermedad espantosaque devoraba el cuerpo social entero. La enferme-dad estaba más honda. Fue una epidemia que infi-cionó á la mayoría de la nación ó á la parte másbriosa y fuerte. Fue una fiebre de orgullo, un deli-rio de soberbia que la prosperidad hizo brotar enlos ánimos al triunfar después de ocho siglos en lalucha contra los infieles. Nos llenamos de desdén yde fanatismo á la judaica. I)e aquí nuestro divorcio yaislamiento del resto de Europa. La parte más ilus-trada del clero, los mismos inquisidores, los mismosreyes, más bien que impeler, tuvieron que refrenarla corriente de la intolerancia. Felipe II tuvo queluchar contra la opinión pública para no expulsar álos moriscos y dejar esta iriste gloria á su hijo. Noscreímos el nuevo pueblo de Dios; confundimos lareligión con el egoísmo patriótico; nos propusimosel dominio universal, sirviéndonos la cruz de enseñaó de lábaro para alcanzar el imperio. El gran movi-miento de que ha nacido la ciencia y la civilizaciónmoderna, y al cual dio España el primer impulso,pasó sin que le notásemos, merced al desdén igno-rante y al engreimiento fanático; y cuando en elsiglo XVIII despertamos de nuestros ensueños deambición, nos encontramos muy atrás de la Europaculta, sin poder alcanzarla, y obligados á seguirlacomo á remolque.

Pero ¿cómo desconocer nuestros inmensos servi-cios, nuestra cooperación poderosa en esa mismacultura, por la que Europa hoy á su vez nos desde-ña y se muestra tan ufana?

Antes de que la mente del hombre se volviesecon más brío al estudio de sí misma, y por últimose elevase á Dios como causa primera y fundamentode lodo, importaba conocer el universo.

El primer capítulo, pues, de la historia de la cien-cia y de la filosofía modernas le llenan los españo-les. Antes de que vinieran Copórnico,Galileo, Keplery Newton á magnificar teóricamente el concepto dela creación, era menester ensanchar y completar laidea del globo que habitamos. Esta misión heroica

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N/ 119 J. VALERA. LA DECADENCIA DE LA CULTURA ESPAÑOLA. 543

tocó á los españoles y portugueses. Sin su fe y suenergía, Colon no hubiera descubierto la América;Gama no hubiera ido á la India, venciendo á Ada-mastor; Pizarro no hubiera explorado el Perú; niCorles el Analiuac; ni Orellana hubiera bajado porrios desconocidos, con sólo diez compañeros, desdeQuito hasta al Amazonas y por el Amazonas hastasalir al Atlántico; Balboa no hubiera descubierto elPacífico, salvando las montañas del istmo que le se-para del otro Océano; y Magallanes, por último,cruzando el estrecho que pone en comunicaciónambos mares, casi en el extremo de la América me-ridional, no hubiera llegado por Occidente 6 las islasdel remoto Oriente. Tres meses y veinte dias, sinver más que agua y cielo, fue Magallanes, con suscompañeros valerosos, por el vasto y desierto marque la imaginación fingía infinito: el agua se cor-rompió, y hubo que beber agua podrida; faltaronlos víveres, y hubo que alimentarse hasta de cuerosremojados: los hombres morían diariamente de ham-bre, de miseria y de escorbuto: muchos dudaban deque aquel mar tuviese término; pero Magallanes noquiso volver atrás, confiado en que la tierra era es-férica por la sombra que proyecta en la luna cuan-do la luna se eclipsa. «Nunca, dice un historiadoranglo-americano, denigrador y aborrecedor de losespañoles, nunca, en toda la historia de las empre-sas humanas, hubo nada que excediese á la de Ma-gallanes. Aquel hombre tenia forrado el corazón detriple lámina de bronce. Nunca se ha dado mayormuestra de sobrehumano valor, de perseveranciaasombrosa, de resolución que no ceja ante ningilntemor ni ningún padecimiento, y de inflexibilidadque va derecha á su fin rompiendo todos los obs-táculos. Magallanes murió cerca de las Molucas;pero su nombre inmortal quedó para siempre gra-bado en la tierra y en el cielo: en la tierra, en elestrecho que enlaza ambos Océanos: en el cielo,en la nube de estrellas que vio el audaz marino enla bóveda azul del hemisferio antartico.»

Sebastian Elcano, segundo- de Magallanes, volvióá España, y puso en su escudo el globo terráqueocon este lema: Primus circudedisti me.

Si la ciencia moderna, si la moderna filosofía, sitodo aquello de que se envanece el siglo presente,hubiera de marcar el dia de su origen, y desde en-tonces se empezasen á contar los años de la nuevaera que llaman los positivistas edad de la razón,contraponiéndola á la edad de la fe, esta nueva erano empezaría el dia en que Bacon publicó su Novumorganum, ni el dia en que salió á luz el Método deDescartes, sino el 7 de Setiembre de 4522, dia enque Sebastian Elcano llegó á San Lúcar de Barra-meda, en la nave Sania Victoria.

Aunque no hubiéramos, pues, tenido grandes ma-temáticos, químicos, físicos y filósofos, bastaría

para nuestra gloria el haber dado origen á todo ello;el haber dado impulso al movimiento del espírituhumano que supo crearlo.

Además, en esto de la historia de la filosofía, hayque aplicar con frecuencia la moraleja de la fábu-la titulada El león vencido por el hombre. En nin-guna historia de otro género puede decirse á cadapaso con más justicia: Y n® fue león el pintor. Cadacual, según su nacionalidad, escuela ó secta, re-parte, como mejor le cuadra, los papeles, la gloriay la importancia de los personajes. Pongamos porcaso á Bacon. Unos le dan tanto mérito, ó más aún,que á Descartes, asegurando que de él dimanantodos los progresos de las ciencias experimentales,y le contraponen á Descartes, fundador de la filoso-fía espiritualista y psicológica. Entre ambos repar-ten toda la gloria: éste es padre de la ciencia delno-yo; aquél de la del yo. Pero novísimamente Ba-con cae en descrédito, y, no ya los espiritualistas,sino los mismos positivistas y empíricos, le tratancon la mayor dureza. Le tildan de ignorante, depreocupado y de charlatán presuntuoso. El ídolo deBacon cae por tierra. En su Novitm organum, ya nohay nada fecundo. Todos los descubrimientos sehan hecho á su pesar. Bacon estaba lleno de mirasestrechas; no sabía palabra de matemáticas ni deciencias naturales, y murió sin llegar á convencersey negando siempre que la tierra se movía. Draperexclama en su furor contra él:—«Tiempo es ya deque el sagrado nombre de filosofía se purifique desu larga conexión con el de ese impostor de cien-cia, político acomodaticio, leguleyo insidioso, juezcorrompido, amigo traidor y mal hombre.»

A Descartes, á quien ponen unos como padre dela filosofía moderna, le niegan otros tal paternidady t$l gloria. ¿Por qué Spinoza ha de proceder deDescartes y no de sus compatricios, por españolesy por judíos, Ibn Gebirol y Maimónides? ¿Por quéNewton ha de contar como cartesiano? ¿Es sólo va-nidad francesa, ó hay razón para afirmarlo así?Leibniz, aunque la filosofía de Descartes sea comoantecedente de la suya, ¿no tiene otros elementosextraños que dan más valor á su sistema? Si Descar-tes lomó no poco de Vives y de Gómez Pereira,¿parte de su gloria no redunda en pro de aquellosespañoles? Pero lodo esto está en el aire, cuandosobra quien niegue á Descartes todo merecimiento.Los neo-tomistas, renovadores de la escolástica, ledesdeñan. Gioberti le juzga un mezquino y lastimo-so metafisico.

Ha venido después la gran escuela alemana, consus cuatro soles y multitud de satélites; y Hegel ¡seensoberbece y declara que, desde Grecia hasta quefilosofaron en Alemania, no ha habido verdaderafilosofía. El fuego sagrado de la inspiración y elaliento fatídico que pronuncia los oráculos de la

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ciencia una y toda, están custodiados por alema-nes, nuevos Eumolpides que tienen las llaves deeste otro santuario de Eléusis y que sólo saben susmisterios.

En virtud de dicha sentencia, todos quedamosiguales, salvo los alemanes y los griegos. Al ladodel zapatero Jacobo Boehm, Descartes se convierteen pigmeo.

Vienen, por último, los escépticos de todas cla-ses, los positivistas y materialistas; consideran lafilosofía como aspiración imposible, delirio de lavanidad humana, ó como tentativa pueril de loshombres cuando carecen aún de ciencia. Los filó-sofos alemanes y griegos so hunden entonces comolos demás mortales, y sólo imperan los matemá-ticos, los químicos, los médicos y los geólogos.

Decimos todo esto, no para invalidar la filosofía,ni su historia, de lo cual distamos mucho, sino paraque se vea cuánto pueden y valen el capricho, lamoda, el orgullo nacional y el interés de secta ópartido, en añadir ó quitar gloria, en hacer ó des-hacer reputaciones, según mejor conviene, al for-mar el cuadro sinóptico de la historia de la civiliza-ción en estos últimos siglos.

Para introducir estos cambios y variantes nobasta querer: es menester poder. Adquiera Españanueva prosperidad; pónganse los treses á 50; bri-llen entre nosotros la poesía, las artes, el comercioy la industria; figuremos de nuevo en el conciertode las naciones europeas como potencia de primerorden; y entonces, si se nos antoja, tal vez haga-mos creer que Vives fue superior á Descartes; quel'oxo Morcillo, conciliando á Platón con Aristóteles,fue el precursor del racionalismo armónico; y hastaque el Padre Fuente la Peña, en su Ente dilucidado,allanó el camino á Darwin y á Haeckel.

A fin de llegar á tan buen término son indispen-sables dos condiciones: no divorciarnos de nuestropropio espíritu, no renegar de el como en el si-glo XVIII, y no aislarle tampoco como en el si-íílo XVII, sino ponerle sin temor en medio del rau-dal de las ideas de nuestro siglo, para que se nutray robustezca con ellas, sin perder su esencia inmor-tal y su propio carácter.

Bien podremos entonces estar seguros de que, siimitamos á los filósofos modernos alemanes, pon-dremos al cabo en sus filosofías un sello tan casti-zo, que ¡as haremos propias, al modo que nuestrosgrandes místicos, imitando y citando también á losmísticos alemanes como Suso, Taulcr y Ruysbroech,fueron originalísimos: y bien podremos estar segu-ros de que, más hoy que en el siglo XVII, todo es-pañol dejado en plena libertad entre Lutero y SanIgnacio, preferirá á San Ignacio y dejará á Lutero.Y en efecto, hasta para cualquier español descreídoy racionalista vale más que el fraile fanático y me-

dio loco, envidioso de las artes y esplendores delos pueblos neo-latinos, y en pendencias y dimes ydiretes groseros con el mismo demonio, aquel hi-dalgo convertido de repente, herido por Dios comoIsrael, y suscitado por Dios contra el heresiarca, elcual, para combatirle y para cumplir al mismotiempo la obra de la misericordia de enseñar al queno sabe, buscó compañeros como el Apóstol deOriente, y con sólo su palabra, sin ejércitos y sinfavor y auxilio de soberanos, fundó el imperio másextraño del mundo, imperio que dura aún, y que ála muerte de su fundador se extendía ya por Ale-mania, Francia, Italia, España, Portugal, el Brasily la India, contando más de cien casas ó colegiosque amenazaban avasallar el resto de la tierra.

Pero así como estas y otras grandezas españolasno se pueden atribuir á los Gobiernos, sino á la es-pontaneidad y al entusiasmo de toda la nación, asítampoco debemos, si hemos de ser imparciales,culpar sólo á los inquisidores feroces y á los reyestiranos de la perversión y miseria en que caímos.¿Qué tiranía había de ejercer el imbécil y débilCarlos II? Además, cuando vemos hoy la animación,bullicio y alegría de la calle de Alcalá en una tardede toros, no se nos ocurre pensar que el Gobiernotiraniza al pueblo y le hace ir á los toros por fuerza.Pues con más gusto trabajaron los madrileños enlevantar el tablado, animándose con devotas ex-hortaciones, con mejor voluntad acudieron la cortey ochenta y cinco grandes de España, y con másdeleite presenció todo el pueblo el auto de fe de1680, en que fueron condenadas ciento veinte per-sonas, y de ellas veintiuna quemadas vivas.

JUAN VALERA.

PARMENTIER.

En la numerosa pléyade de ilustres propagandis-tas de la ciencia que aparecieron en el último terciode la pasada centuria, figura Antonio Agustín Par-mentier, que al lado de Macquer, Pelletier, Darcety otros constituyen un conjunto de brillantes astrosque derraman sus fulgores en el campo de la histo-ria, juntamente con el sol deslumbrador de Lavoi-sier, la figura más grandiosa de la ciencia química.

El 47 de Agosto de 1737 fue el dia que por vezprimera vio la luz Parmentier en el pueblo de Fran-cia, denominado Mont-Didier. De modestísima fami-lia, y huérfano de padre desde muy temprana edad,se inició su virgen inteligencia en las primeras no-ciones del idioma del Lacio, saboreando las grandesconcepciones del ilustre poeta mantuano. Care-ciendo de toda clase de recursos y con el deseo detender protectora mano á su anciana madre, entró

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N.° 119 J . OI.MEDILLA. PARMENTIER. 545

en casa de un farmacéutico en su ciudad natal, de-seoso al propio tiempo de liallar en el ejercicio con-tinuo de la ciencia adecuarlo gimnasio á su enton- Idimiento y honroso camino de allegar medios desubsistencia.

Merece darse á conocer el singular motivo porel cual Parmentier emprendió los estudios farma-céuticos. Su madre cayó en el locho del dolor, ydespués de haberle suministrado la caridad los auxi-lios módicos, faltaba solamente llenar la indicaciónterapéutica con el uso de un medicamento que aca-baba de prescribir el facultativo. Sólo quedaba dé-bil esperanza de reanimar los casi apagados res-plandores de aquella vida tan cara con la prepara-ción farmacéutica prescrita; pero la pobreza que leasediaba impedía de todo punto la adquisición delremedio.—¡Morir por la miseria! exclamó Parmen-lier; ¿conocéis algo más horrible?

En tan angustiosa situación, dirígese á casa de unfarmacéutico, le ofrece su inteligencia, sus servi-cios, su vida entera, á cambio de ki salvación de sumadre. Las lágrimas del joven y su ingenua manerade expresarse movieron la compasión del hombrede ciencia, quien le suministró ei medicamento conque la enferma recuperó su salud, y desde el si-guiente dia fue asiduo asistente al laboratorio, co-menzando á formarse el germen de una lumbreracientífica, la crisálida de brillante mariposa, las pe-queñas chispas del faro deslumbrador.

En 4756 fue á París, y al año siguiente agregadoal ejército francés, que á la sazón ocupaba el Han-nover. Uno de sus biógrafos ha dicho que su exal-tado amor por el estudio era en él un poderosodique contra las pasiones que en tropel se amonto-naban en torno suyo, propias de la edad y de lasespecialísimas circunstancias que atravesaba. Fueempleado en los hospitales del ejército, donde notardó el célebre Rayen en conocer la prcooz inteli-gencia del joven Parmentier, que llegó á ser unode sus predilectos discípulos y más tarde su amigo.

No tardó en manifestarse asoladora epidemia, du-rante la cual veíasele al lado del lecho del mori-bundo prodigándole todo género de consuelos ytoda suerte de auxilios. En el deseo de ser útil á supatria, no vaciló en acudir á los campos de batalla,donde su valor alcanzó los límites de la temeridad,hasta el punto de haber sido cinco veces hecho pri- jsionero y otras tantas completamente despojado desus ropas, lo cual le hizo manifestar con cierto gra-cejo que no conocía mejores ayudas de cámara quelos húsares prusianos.

Su cautiverio en Alemania le familiarizó con elidioma de aquel país, y en Francfort trabó amistadcon el célebre químico Meyer, en cuya casa tuvoocasión de alimentarse por primera vez con la pa-tata, cuyo tubérculo comió con repugnancia por las

TOMO Vil.

ideas erróneas, reminiscencias del decimosexto si-glo, que todavía subsistían entonces, do ser lacausa de la producción de la lepra. Más tarde fueParmentier el que introdujo el uso del referido ali-mento en Francia, en términos que su nombre v¡iindeleblemente unido al empleo de la patata.

También se dedicó en Alemania al estudio de lasciencias exactas y físicas, conocimientos á los quetenía especial afición por las ideas que de ellas ad-quiriera en sus juveniles años. Su amor patrio lehizo rechazar los favores de Federico el Grande,que le había designado como sucesor de Marcgraff.El tratado de paz de 17(il¡ hizo que Parmentier pi-sara de nuevo el suelo de su patria, Continuando suspredilectos estudios, que le valieron la adquisición,mediante público certamen en 1776, de la plaza defarmacéutico del hospital de Inválidos. Sus obrasofrecen un conjunto de nuevos experimentos, y seobserva en todas ellas un amor á la humanidad yuna filantropía jamás desmentidas.

Por entonces comenzó á estudiar detenidamentelas propiedades de la patata, luchando contra laspreocupaciones vulgares que ya hemos dicho quese oponían tenazmente al empleo de tan útil ali-mento. Meyor le remitió de Alemania unas cuantaspatatas, recomendándole que las sembrase en ter-reno arenoso y estéril. Plantó, en efecto, las pata-tas en el jardin del hospital de Inválidos, y trascur-ridos algunos años obtuvo por orden del rey la con-cesión de unas cincuenta fanegas do tierra estérilcon el referido objeto. A los pocos meses arrojaronflores las plantas, y se apresuró á formar un rami-llete que, respetuoso, ofreció á Luis XVI, al propiotiempo que ostentaba Parmentier en su pecho laflor de la Solanacea indicada.

A partir de este momento, el éxito de la patataestaba decidido; el odio se convirtió en aprecio yhasta en entusiasmo. Popularizó asimismo el usodel maíz y la castaña, hasta entonces muy menos-preciados. Se ocupó también en el perfecciooa-

,miento de la fabricación del pan, y propuso el mo-lido económico, cuyo empleo aumenta en una sextaparte el producto de la harina. Encargado durantela época revolucionaria de vigilar los víveres desti-nados á la marina, modificó la preparación del biz-cocho de mar, y en 1803, cuando fue nombrado ins-pector del servicio sanitario, mejoró el pan desti-nado á las tropas, y redactó un código farmacéu-tico que se adoptó en ¡a mayoría de los hospitales,ó indicó el medio de hacer las sopas económicas tansanas como agradables al paladar.

Noufchateau propuso que á la patata se le dieseel nombre de parmenliera, para inmortalizar elnombre del modesto sabio, y la ciudad de Mont-Didier ha erigido una estatua que mantenga srÉ'mprevivo su recuerdo srato, su imperecedera memoria.

•Í2

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REVISTA EUROPEA. 4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . N.°

Las obras de Parmentier son: un Examen químicode los vegetales alimenticios; una Disertación sobrelas aguas del Sena; en colaboración con üeyeuxdos Memorias sobre la naturaleza de la leche yprincipios de la sangre. En los Aúnales de CAimie,Dictionnaire (Vhistoire naturelle y otras publicacio-nes científicas se ven multitud de artículos debidos•A la pluma de Parmentier.

El 17 de Diciembre de 1813 falleció en Paris, le-gando á la posteridad timbres imperecederos degloria y de grandeza con que se enorgullecen supatria y su profesión.

JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG.4 Je Mayo de 187(i.

Ateneo de Madrid.SECCIÓN DE LITERATURA Y BELLAS A M E S . (1 )

LA POESÍA DRAMÁTICA EN ESPAÑA.

Si no fuera tan propio de este instituto el modoadmirable con que se exponen y quilatan las teo-rías que engendra en todas las esferas la actividaddel siglo, encomiaría yo la discusión que pretendoresumir, recordando la pluma ingeniosa y ática delSr. Alcalá Galiano al afear el espíritu y las costum-bres de esta edad, en su sentir tan prosaica; la ina-gotable vena del Sr. Vidart, que busca por impulsonatural la paradoja, como si sólo lo imposible á losmás fuera adecuado á su ingenio original y agudo;la abundosa palabra del Sr. Revilla, que fluye visto-sísima, reflejando la creciente vivacidad de su in-genio vario y profundo, como verdadero ingeniogreco-latino; la chispeante y desenfadada fantasíadel Sr. Valera, mal avenida con toda regla y disci-plina, pero siempre guiada por gusto exquisito yselecta lectura; la facundia deslumbradora del se-íior Fernandez Jiménez, que acierta á fundir en frasecastiza las líneas esmaltes y colores del geniooriental, que lo encantó allá en su edad primera enlos camarines le la Alhambra; la vivacidad siempreoportuna, fácil y elegante del Sr. Rodríguez Correa;la severa concisión y profundo sentido del insignepoeta Nuñez de Arce; la brillante vehemencia delSr. Montoro, rico en inspiración, siempre que ponosu atención en las nobilísimas ideas de ciencia, li-bertad y progreso; la hermosa promesa de cienciay buen gusto literario con que se nos anunció en suaplaudido discurso el Sr. Reus; las atinadas obser-vaciones del Sr. Burel, y la copiosa erudiciony cla-

^1} Discurso pronunciado por su presidente D. Francisco de Paula

Canalejas, en la noche de 27 de Mayo, resumiendo los debate» de dich»

sección,

rísimo juicio del Sr, Menendez Rayón; pero excusoel elogio, porque el caso es común y se repite decontinuo en las discusiones ya afamadas de estailustre casa.

Oradores tan eruditos y discretos como los que herecordado trataron de poner en punto de verdad, siel teatro español contemporáneo se encuentra entriste decadencia; y dado que así fuera, se afanaronpor inquirir modos y trazas para remediar el mal,devolviéndole su antiguo esplendor y lozanía. Losmás nos han pintado tristísimo cuadro, advirtiendopunto por punto los desaciertos en que incurren lospoetas, los pecados contra el arte que absuelve elpúblico con impremeditado aplauso, la tosquedadde la forma, lo trivial de la fábula y hasta la repug-nante glorificación de casos y personas que á losojos de la moral menos severa merecen toda cen-sura. Y discurriendo sobre los motivos y causas deesta decadencia, quién acusaba la falta de idealidaden esta raza, quién miraba la ruina de las antiguascreencias, y la falta de fe como la verdadera razóndel hecho; quién se revolvía contra esa informe mo-notonía de la vida, de las costumbres y hasta de lostrajes, regidos por ordenanzas imperiosas, y acusa-ba el predominio de las industrias que pedían ley ynorma al vapor y á la electricidad de esa exclusióndel accidente en la existencia, que matando todaoriginalidad, impedía la espontánea revelación delsentimiento que estalla en presencia de lo inespe-rado. El cuadro, al compás que adelantaba la discu-sión, iba ennegreciéndose.—Sin fe, sin creencias,sin ideales, sin impulsos, ílojay desmayada, groseray sensual esta generación, había sido condenada porel genio del arle á vagar en aquellos crepúsculosque unen lo trivial con lo indigno, lo prosaico conlo vulgar y grosero, despertando sólo la vis satíricade Juverales y Marciales ó el tedio y el profundomenosprecio do Schelley ó Byron. Esta vida mo-deras está desnuda de toda belleza; ni artes niciencias, ni entusiasmos ardientes, ni apasionamien-tos exaltados, colorean ni estimulan la oscura, tur-bia y cenagosa corriente que forma la civilizaciónmoderna de nuestra España en su callada corridaal Océano del olvido!

Profundamente me apenaba el cuadro; y me ape-naba, no porque gracias á Dios fuera pintura exactade la realidad, sino porque era á mis ojos elocuen-tísima manifestación del triste pesimismo que seinfiltra en el alma y en la vida de estas generacio-nes contemporáneas, cuyo desencanto es tan pro-fundo y cuyas amarguras son tan crueles que se meantojan dolores infantiles los de Lara y Werther,Rene y Rafael que en otros dias nos apesadumbra-ban. El desconsuelo, el afán y el dolor de Wertheró Chatterthon, como el de tantos otros genios igno-rados que se asfixiaban en el torbellino de inauditas

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N.° 119 F. DE P . CANALEJAS.L A POESÍA DRAMÁTICA EN ESPAÑA. 547

sinfonías que brotaban incandescentes pero calladasde su inflamado genio, obedecían á una aspiraciónartística. Era el sentimiento del escultor que entre-veía la hermosa estatua que se escondía en losbruscos ángulos y toscas superficies é impacientegolpeaba y maldecía el mármol bruto; pero el pesi-mismo contemporáneo ahoga en el interior la mira-da inteligente y creadora para no mirar ni fuera nidentro sino maldad y corrupción, desfallecimiento éimpotencia, dolor eternamente fecundo en nuevosdolores, negación fecundísima en negaciones quecomo sombras y sudarios cubren el mundo delarte y de la virtud, de la vida y de la inteligencia.

¡Y aun cuando algo existiera fuera de nosotroscapaz de esplendor y de lozanía, la ingénita decre-pitud de estas generaciones, hartas de ideales y sa-turadas de quimeras, y la vil postración de su volun-tad, cansada de querer escalar los cielos, haríanque se perdieran esos esplendores como meteorosluminosos en noche nublada!

Yo no sé de qué fuentes se origina este estadopsicológico de la generación moderna, y aun cuandolo supiera, no es del momento desentrañarlo; peroes un hecho, un fenómeno general en la crítica yjuicio de cuanto ocurre. Todo es decadencia al decirde las gentes: ni lengua, ni arte, ni ciencias, ni polí-tica, ni instituciones, ni extravíos de esta épocason cosas que puedan sostener el parangón con lopasado ó con lo que gozan otros países. Y no sólo ladecadencia es misérrima, sino que ni anuncios exis-ten de remedio.

¡Oh, señores! permitidme que lo diga: este pesi-mismo individualista es falso; es falso este senti-mentalismo egoísta é hipocondriaco. Habituados poruna viciosa educación social y política á referir ánuestra individualidad los términos de bondad, be-lleza y perfección de cuanto nos rodea; midiendosiempre por nuestro gusto ó por nuestras aspiracio-nes el ordenamiento de las cosas y su historia, nosavezamos, á veces sin advertirlo, á someter á nues-tra situación de edad, condición, carácter ó de agi-tación sentimental, el juicio del mundo externo; y ámanera del niñti apetecemos una eterna juventud yun eterno florecimiento de ideas y de cosas que noscomplazcan y deleiten, porque el mundo concluye yel arte acaba, y espira la ciencia en el punto que seamengua y debilita, nuestra augusta y atrabiliariapersonalidad!

No hay error más profundo. En vano ha sidoblanco de epigramas y de sátiras. Ahora renace, yrenace orgulloso apoyado en la deificación de laindividualidad.

Si no refiriéramos á nuestra fugaz existencia laduración de las edades; si consideramos el lapso,siquiera de dos generaciones, términos necesariospara definir una decadencia literaria, ¿cómo hablar

do la del teatro en España? ¿Cómo comparar el cua-dro que nos presentaba el Café, con el que compo-nen Bretón, Gutiérrez, Hartzenbusch, Gil y Zarate,Martínez de la Rosa, los Asquerinos, Rubí, Vega,Tamayo, Sanz, Ayala, Nuñez de Arce, Dacarrete,Hurtado, Guerra, Eguílaz, etc., etc. y tantos otros,que si ocupan puesto subalterno en la historia delteatro español, no valen menos que los más afama-dos escritores de los teatros contemporáneos deFrancia, Inglaterra, Italia y Alemania? Cierto que lacrónica literaria del último ó de los últimos lustrosacusa escasa originalidad en el poema dramático.Cierto que, conturbados con accidentes gravísimosen el orden político ó en el religioso, el público ylos poetas desatienden la inspiración regular y es-tética para buscar olvido y esparcimiento en farsashistriónicas ó en aparatos y maquinarias escénicas;pero el caso no autoriza para tachar de decadentela literatura dramática ni por pervertido el gusto denuestro público.

Diez ó quince años, decía el Sr. Montoro, de ensa-yos infelices y do tentativas no bastan para estimarcomo terminado el período glorioso que va desde1830 á 1865, y mucho menos cuando este períodosigue al verdaderamente decadente que se extiendedesde 4700 á 1830. ¿Cabe en artes ni en ciencias, encostumbres morales y políticas el paralelo entre elpasado y el presente siglo, sin que al anuncio»d«lparaledo no resalte como gloriosísimo el actual?¿Qué era de las ciencias, qué de las artes, qué de lapoesía y el teatro en ese largo eclipse de la genialinspiración española, que ocupa mucho más de unacenturia y que termina con la renovación interiorde la vida nacional que provoca la guerra de la In-dependencia?

¿Dónde la decadencia en los últimos cincuentaai|*s? Los hechos que estima la critica severa é ím-parcial, y no entristecida ó hipocondriaca, nos di-cen que acontece con los pueblos lo que observa-mos en los individuos. Al negarse, por opresióntiránica el derecho ó la libertad, renacen y acudenal corazón y al entendimiento las energías todas queconstituyen su existencia y que le da opción á unavida propia, independiente y libre. Así acudieron alespíritu de nuestro pueblo todas sus energías alsentir sobre si la mano extranjera, y su fantasía serenovó; como adquirieron bríos é inspiraciones suánimo y su corazón, mantenidos por cuanto halbíasobrevivido en el naufragio de la vida nacional enlos dias de los admiradores de la corte de Luis X11Y.La renovación palpitó con los acentos de Quintana,con sus tragedias; con los estudios románticos ideMartínez de la Rosa; con la rehabilitación del gustonacional por Agustín Duran; con las expansioneslírico-nacionales de Gallego, Frias y Rivas; con h simitaciones de Espronceda; y coincidió venturosa-

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monte con el gusto romántico que difundían porKuropa Víctor. Hugo y los comentadores del célebreprefacio de Cronwell.

Oe aquí la excelencia y altos caracteres de la li-teratura contemporánea española. Vivificada, creadade nuevo nuestra nacionalidad por el impulso po-tente de la guerra de la Independencia, el arte sedesnudaba de la camisola de fuerza que le vistierala crítica galo-clásica. Hubiera quizá quedado el im-pulso en un renacimiento del teatro antiguo, cuandoel programa romántico le ofreció el espacio en quepodía libremente tender sus alas, y le mostró losvastos cielos áque podía dirigir su vuelo.

Notad el carácter que reviste el llamado roman-ticismo en el breve y agitado período que abraza suaparición, su protesta y su triunfo, en el arte y enla crítica. Si nació de estas ó aquellas tendencias enGoethe y Schiller; si lo difundieron con estos óaquellos propósitos los críticos alemanes desdeLessing hasta los hermanos Schlegel, pasando porllerder, Novalís y Tieek, no importa á nuestroasunto; pero en son de protesta aparece en el libronunca olvidado de Mad. Stael, y en son de protestacontra la literatura imperial corro por Italia y Fran-cia en el reinado de Napoleón el Grande.

Kra una protesta enérgica contra el canon litera-rio, contra el exclusivismo artístico; una invoca-ción ardiente á la espontaneidad del genio; una pro-clamación entusiasta de la universalidad de la be-lleza confesándola en Hornero y en los Nibclungos,en Píndaro y en el Romancero, en Eurípides y enShakspeare, de manera que quedaban rotos todoslos moldes, enaltecidos por el gusto académico im-perial ó real, pero quedaban vivos todos los tiposdo hermosura que en alas do su inspiración habíacreado el genio poético desde lsaias á Byron, desdeJob á Alfredo de Musset.

Que se seguiría de este triunfo en los primerosmomentos de la victoria ese impremeditado y na-tural entusiasmo, que en todas las cosas origina ex-travíos y exageraciones, no hay para qué decirlo;que se corregiría este extravío; que fomentarondudas las exageraciones; que se procuró templarlaexaltación, todo ello son pasos muy propios de lanaturaleza humaría, y que en las esferas se repre-sentaron por nombres ilustres y por obras muyaplaudidas.

Y no creo como el Sr. Vidart que el romanticismoora un renacimiento de ideales ya sepultados por elpeso de la historia; no creo que el romanticismo fuerauna evocación arqueológica de la Edad Media consus castillos y torneos, sus ventanas góticas, caste-llanas sensibles y melancólicos pajes. Era muchomás que eso, era la reivindicación de la libertad delarte, y al través de las fábulas de Walter Scott, Du-mas, Manzoni y Hugo fermentaba esta espontanei-

dad desconocida y negada por los glosadores deAristóteles, Boileau y Vida. Desde Catilina á Chat-terton, desde los Burgraves á Cristina de Suecia,pasando por Lucrecia, Marión, Luis XI y Enrique III,no la historia feudal, sino la historia entera, sirviódo campo y vestidura al genio del arte romántico.—El gran Hegelestimó el arte romántico en este sen-tido, considerando su forma como la propia y ge-nuina de la Edad cristiana, entendiendo que era unmomento necesario y glorioso de la vida estética dela humanidad.

El inundo del arte era tan vasto, tantas las estre-llas que guiaban con luz esplendorosa, que no es deextrañar que en mil direcciones partieran deseo-sos de gloria, los nuevos poetas. ¿Cabe confundir losAmantes de Teruel con El Trovador, El Trovadorcon Don Alvaro ó Guzman el Bueno? ¿El drama his-tórico de Zorrilla se asemeja á los cuadros históri-cos de D. Carlos el Hechizado? ¿El hombre de mun-do guarda parentesco con Marcela ó con La ruedade la, fortuna? ¿El tejado de vidrio ó La bola denieve se asemejan á Borrascas del corazón, Angelaó Magdalena? No: ¿señalan esos títulos una variedadtal en la poesía escénica, no indican tan diversoscriterios y formas tan múltiples de inspiración, queos ese período rico vivero de gérmenes fecundos,cuya granazón y ñorecimiento requiere tiempo y es-pacio?—No son el drama ni la comedia en sus tradi-cionales y conocidas formas, es la comedia dramá-tica y de carácter sentimental ó crítica, histórica óde costumbres, de fábula sencilla ó complicada, detropel y boato, ó modesta y discretísima; es el dra-ma trágico ó cómico, do pasión ó épico, dandoplaza á los hechos y peripecias históricas ó á las pa-siones individuales reflejando idealidades y per-versiones, heroísmos ó vilezas reales ó posibles enla humana naturaleza.

No había sido tan múltiple y variada la dramáticaen el siglo XVII, con ser la más fecunda y original dela historia. La escuela novelista de Lope, continuadapor Tirso, Moreto, Rojas, Montalban, Velez de Gue-vara y los más de los dramáticos que les sucedie-ron, dominó en la historia de nuestro teatro, y sóloel genio de Alarcon supo encontrar rumbo distintoen la pintura y exposición del carácter, y el granCalderón con el estudio de las pasiones y de los pro-blemas que tocan al destino humano. Y el idealismoCalderoniano no tuvo discípulos ni imitadores en elsiglo siguiente.

Cumple observar que el público no repugnó estalibertad en la inspiración de nuestros poetas, y tuvoaplausos y coronas para Martínez de la Rosa y Gar-cía Gutiérrez, Hartzenbusch y Rubí, Ayala y Tama-yo; para el Rey Monge y Virginia, Edipo y LosAmanees de Teruel; de suerte que la inspiracióncampeaba con toda libertad, sin que se dieran aque-

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líos tristísimos espectáculos que en la nación vecinaacompañaban á las primeras representaciones deHernani y Antony.

Por estas dichosísimas bodas entre el renaci-miento del espíritu nacional y la inspiración artísti-ca del siglo, nuestro teatro consigue vida más du-radera é inspiración más fecunda que los otrosteatros europeos en que el romanticismo se encon-traba en pugna con sus tradiciones literarias. Ladocilidad de nuestro público y hasta la exaltacióncon que se reflejaba en las costumbres la nuevavida artística justifican mis opiniones, y si los he-chos que he recordado son ciertos, no encuentrola materia ni el asunto de la decadencia literaria yartística en nuestra España.

¿Han cambiado radicalmente estas condicionesde nuestros poetas y de nuestro público? ¿Afecta elgusto alguna tendencia exclusiva, constante, antela cual sean impotentes la crítica y el genio? ;Ah,no! El público que aplaude El drama nuevo y La es-posa del vengador, y las comedias de Narciso Serra,Lo positivo y el Tanto por ciento, sin cuidar del es-píritu artístico que anima a estas excelentes pro-ducciones, no es un público que merece los sarcás-tocos desdenes de la calenturienta musa de Chat-terton.

¿Y por qué habrá do cambiar? ¿Por qué ha do mu-dar de tan radical manera, como yo escucho, en elcorto número de años que van desde 18Gfí á 1875?

¡Han muerto los ideales!—.escucho aún que repi-ten con elegiaco acento distinguidos oradores.—Los dioses ya no se van, sino que se han ido,—ex-claman con amargura indecible críticos tan afama-dos como los Sres. Fernandez .Jiménez, Alcalá Ga-liano y Vidart. No lo veo así. Lo que veo es que losideales viven, y con vida que jamás gozaron. No sonya cifra y letra emblemática oculta en el santuariode que se aleja á los profanos; los ideales religiososde los antiguos tiempos anidan ya en la inteligenciaindividual y tocan á su razón, á su sentimiento, ásu voluntad, imprimiendo movimientos y excitacio-nes adorables al espíritu. Lo que veo es que la fepasiva se ha trocado en una actividad religiosa, es-crutadora, diligente, inquieta, que busca libre ca-mino para ascender, para volar, para postrarse, se-gún el arranque y la energía de cada alma; lo queveo es que el drama, el pathol, la vida, en una pa-labra, se ha infiltrado en la inteligencia y en la fe,provocando y sosteniendo rudas batallas en el fon-do del alma, y saliendo alternativamente vencida óvencedora. ¿Esto es morir los ideales? Esta lucha,semejante á la simbólica de Jacob, es fuente inago-table de pasión, de inspiración y de poesía.

* Es que hay negaciones y negaciones redondas.—Siempre las hubo, y por cierto que no son más cla-ras l3s que hoy resuenan que las que leyeron nues-

tros abuelos en el Sistema de la naturaleza de Lasruinas de Palmira ó en el Origen de los cultos. Alcontrario, esas negaciones no son hoy más que du-das en el terreno metafisico y lógico, y no tocan álos misterios del sentimiento, ni á las intuiciones dela fantasía, ni á los sobresaltos internos de la volun-tad, sobre cuyos extremos los más audaces prorum-pen en un melancólico «quizá», lo que basta y sobrapara la vida estética. ¿No dan esas mismas negacio-nes escolásticas y académicas tipos y pasiones alarte, ofreciéndole rico venero do inspiración? DesdeNathan hasta los monólogos de Rolla, ó las estrofasde Leopardi, ¿no ha sido y será esa fuente abundan-tísima do inspiración artística? Los misterios, abju-raciones y arrepentimientos que engendran esasluchas, ¿no han sido y no serán cuadros y moldespara pintar caracteres ó para tejer fábulas?

No han muerto los ideales religiosos: viven comono han vivido nunca en España, porque palpitananimados y fecundos en la conciencia individual. Noso han agotado, porque son inextinguibles, y eter-namente aspirará el hombre á semejarse á lo di-vino, y eternamente un tipo de perfección encon-trará eco simpático y fraternal en la conciencia delhombre.

Y si de los ideales religiosos pasamos á los mora-les, me servirían algunas de las ingeniosas censu-ras de los Si-es. Vidart y Valera, sobre la novela yel teatro del siglo XVII, para sostener asimismoque son iguales y quizá más extremados los de es-tos tiempos comparados con los antiguos. El sen-tido moral, al forjar hoy el tipo del hombre, no secontenta con el ideal estoico, ni con el asceta, nicon el delineado por la casuística jesuítica ó janse-nista, sino que suma todos aquellos elementos enuna espontaneidad gallarda, confiada, serena, sinprovechos de premio ni temores de castigo, perse-verante en la abnegación é inagotable en generosi-dad, bondad y amor á todo lo nacido. Cuando estosrasgos cristianos, propios de nuestra naturaleza, sedibujan en los caracteres, aplaudimos á Eguilaz y ásus imitadores, sin parar mientes en otros pecadoscontra el arte, lo que justifica la vitalidad de losideales morales.

No vivos, sino vivísimos palpitan los ideales pa-trios, el genial hidalgo, aventurero y resuelto queconstituye la base de nuestro carácter nacional. Poruna idea mal definida, por la deificación hiperbó-lica de una remembranza histórica, corren nuestrasmuclicdumbres á los llanos y á las montañas y dangenerosamente sangro y vida, rompiendo en suexaltación vínculos sacratísimos do familia y amis-tad. ¿Qué ha muerto en esta raza meridional? ¿Quéhay en lo pasado y en lo presente, y aun en lo futiu-ro, que no enardezca nuestra sangre árabe y nos

i arrastre á predicarlo con la punta de una espacia y

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un el fragor de un combate que se renueva comolos accesos de una liebre intermitente?

¿Qué entendéis por poesía los que tacháis porprosaico este siglo en que sin cesar se anuda yreanuda un drama en el que expresamos las másexaltadas pasiones, llenando la plaza y el hogar consangrientas catástrofes? ¿Qué mayor predominio dela fantasía en la vida, queréis que esta continuadasucesión de tragedias tenazmente mantenidas y re-novadas? ¿Qué mayor grandeza estética que estemenosprecio de la vida que inspira siempre á nues-tro pueblo y le lleva á rendirlo al amor, al orgulloó á la idealidad más quimérica que pueda fantasearun poeta?

¿De dónde el prosaísmo? Si las invenciones y des-cubrimientos han acrecentado las facultades huma-nas y sorprendido misterios y declarado maravillasen ¡a mecánica celeste y en el mundo de lo infinita-mente pequeño, el genio artístico fecunda y decoraaquellas invenciones que ensanchan los limites delo inteligible; y si la regularidad de la vida socialexcluye el accidente inesperado en la encrucijada óen despoblado, la mayor intimidad de la vida encasinos, ateneos y salones, suple con ventaja esosaccidentes; que mayor y más profunda impresiónnos causa una idea, una pasión, un rostro enigmáti-co, qae la punta de una espada de un encubierto óla súplica del pordiosero de Gil Blas. ¡Regular ymonótona nuestra existencia, cuando no sabemos sial pasar la vista por el diario que nos visita, al ho-jear el libro nuevo que cuotidianamente cae ennuestras manos, al escuchar á un orador, al depar-tir con un amigo, hemos de dar con una idea ó conun sentimiento que nos enloquezca ó con un pro-yecto que nos arrastre á la perdición!

No, la sociedad contemporánea es como ningunaadecuada á la poesía dramática, es el estado socialque mejor cuadra al crecimiento y desarrollo de lapoesía dramática en todos sus géneros y variedades,y por eso no puede decirse que está en decadenciael teatro español en la época presente.

¡Pero hace años que no resuenan vítores y aplau-sos en la escena!...

¡Qué española es la queja! Quisiéramos todos,como buenos y legítimos hijos de los asistentes alteatro de Lope, que diariamente anunciaran los car-teles la comedia nueva de Tirso ó Alavcon, Velez óMoreto; quisiéramos que, saboreada en dos ó tresrepresentaciones, llegara el nuevo anuncio y sesucedieran La Estrella de Sevilla y El Acero deMadrid, á La Moza del Cántaro, ó La Esclava de suQalan, El Perro del Hortelano, El Anzuelo de Fe-nisa, La Villana de Vallecas, al Condenado por des-confiado y El Lindo Don Diego, excitando aún decontinuo con papeles y recados la inagotable facun-dia de aquellos monstruos de la naturaleza. ¡Así

gozaron de la escena nuestros antepasados! ¡Bien-aventurados ellos, porque de esa manera no gozóninguna otra generación de las habidas en la his-toria!

Si desaparecieron aquellos fecundísimos poetas,no desaparecieron los efectos do aquella fecundidaden el público español, y desde los dias de Calderóná los de Cornelia, y Moratin y á los nuestros, la vo-raz curiosidad del público ha sido el tormento de lasempresas teatrales. A mi juicio, la queja de hoy esun eco perdido de aquella educación y consiguientehábito de nuestro pueblo. No pasa temporada enque no se aplaudan producciones dramáticas queen otros países conseguirían centenares de repre-sentaciones. Cierto que no son todas obras maestrasde Tamayo, Ayala, García Gutiérrez; cierto que notodas merecen grande aplauso, aun siendo deEchegaray, Nuñez de Arce, Hurtado, Dacarrele,Retes, etc; pero bastarían para que los críticos pa-risienses prorumpieran en vítores!

No le es posible al espíritu artístico caminar comoel cuerpo: no se conoce la locomotora en el progre-so y ascendimiento moral y artístico. Al andar elgenio artístico debe crear el movimiento y el espa-cio en que se mueve, y no se da lo uno sin lo otro.No encuentra el poeta el mundo estético creado yradiante para que con juvenil alborozo lo recorva,lo goce y lo coseche. Es lenta, lentísima la germi-nación y la florescencia. Siglos tarda la griega, ysiglos de progreso. Pa§an los doce primeros de laedad moderna, y casi termina el XIII antes que flo-rezcan los gérmenes creados en una cultura juvenily vigorosa. Ocupan más de cien años los esfuerzosde la cultura germánica para granar en Goethe ySchiller; y siempre así, porque la creación artísticaes palingenesiaca y necesita amplias y extensas re-voluciones del espíritu humano en torno de ideasque le atraigan ó repelan, contribuyendo con suatracción y su repulsión á fomentar su crecimientode la vida y del arte.

Aún vive Víctor Hugo , y ayer murieron Byron yMusset, Leopardi, Dumas y Manzoni, y ¿es de creerni de pensar siquiera que la actividad estética hayaagotado el fecundo proteismo de la inspiración másuniversal y amplia que han escuchado los siglos.

¡Ah! ¿Creis que el arte en su concepto fundamen-tal es cosa diversa de la ciencia ó de la historia, yque si éstas requieren largos y extensos períodospara arraigarse y florecer, es el arte flor de cadaprimavera que debe renovarse de continuo? No ha-béis salido aún de las escuelas filosóficas que ilus-traron Kant y Hegel, los que marcháis en son devanguardia á la cabeza de la exploración científica,y los más se alimentan aún del espiritualismo pla-tónico ó aristotélico difundido por San Agustín,Santo Tomás, Descartes y Malebranche; no hemos

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acertado á entender la práctica de las inmortalesmáximas de la revolución de 1789, y andamos ávueltas con ensayos y tentativas en el orden políti-co; y ¿creéis que la inspiración artística se ha ago-tado en ese momento, en esa fugaz palpitación deltiempo on que vivís y que se os antoja edad deca-dente?

De otro lado, la estima del poema dramático noes hoy la que gozaba en el siglo XVII. Era entoncesuna fiesta popular, no una obra de arte. Vivia parala escena y en la escena, y no cuidaban ni Lope niMorcto de respetar las fábulas anteriores y contem-poráneas para tejer con los mismos datos nuevosargumentos, cuando no repetían los conocidos conligeras alteraciones. Hoy es una obra artística lite-raria y escénica.

¿Pero no podría acaecer que la decadencia queobservamos en el teatro, y que no es privativa denuestra escena sino que la europea y americana laacusan de igril manera, fuera natural efecto delcrecimiento i.¡'j las aspiraciones estéticas en el pú-blico y de la insuficiencia de la forma dramáticapara satisfacer aquellas aspiraciones, como si lagrandeza de los asuntos propios del alma de estesiglo no cupieran en los estrechos límites de la es-cena y de la representación? Las formas artísticasconvienen con los caracteres de las edades: cuadraá la juventud el canto épico y la epopeya; sirve lapoesía lírica á la edad madura; quizá la dramáticano sea la forma propia de estos tiempos, que pudie-ran llamarse de plenitud racional.

La duda expresada por la viril y profunda inteli-gencia que enaltece al distinguido poeta dramáticoSr. Nuñez de Arce causó en mí la vacilación queseguramente produjo en cuantos escucharon su so-vera y elocuente improvisación. Pero meditando elcaso, no lo entiendo así.

Creo que el ilustre poeta á que me he referido sodesconsuela de este modo por estimar sólo bajo unaspecto el arte dramático, subordinando toda suesencia á la acción y al efecto de esta acción. Laacción es muy principal elemento de la dramática,pero no es el esencial, el característico. La acciónes un resultado, y sólo como la resultante de lasfuerzas que se presentan en la escena es legítima. Deolra manera incurriríamos en los excesos de la es-cuela novelista dramática, que siguió y popularizóLope de Vega, y que con singular fortuna reprodujoen nuestro siglo el afamado Scribe. ¿Cuáles son lasfuerzas que engendran el movimiento, el procesusdramático, la acción, en una palabra. Los caracte-res y las pasiones. ¿Y no ve mi ilustre amigo que alcrear los caracteres y las pasiones en el momentosagrado y divino de la inspiración, al crear carac-teres humanos y pasiones humanas, condensa eneste microcosmo humano lo que la religión, la cien-

cia, la vida, con todos sus modos y maneras de ac-tividad, ha engendrado y puede engendrar en losvastos campos de lo pasado y en los infinitos delporvenir?

Representar un carácter, representar una pasiónhumana equivale á crear una faz de la humanidadde hoy, y necesariamente, ó la creación queda in-forme y mal ligada y no acierta á salir del molde, óes el conjunto abreviado y enérgicamente uno, delo que la ciencia, la religión, las aspiraciones, lostemores, las alegrías ó los sufrimientos de hoy hanhecho del hombre y de la humanidad, ó"lo que es-pera el poeta harán todas esas causas del hombreen la vida futura de la humanidad terrestre.

Cuando hay actos, y el hombre mata ó muere,sufre y llora ó hace llorar y sufrir, sabe lo que hace,y piensa, siente y siente, y en la acción dramáticava el pensamiento y el sentimiento del personaje.El crítico descompone esa síntesis artística, y ana-liza y descubre el pensamiento, el sentimiento, lasdudas del pensamiento y las antimonias del senti-miento, según la ley humana, en las palabras, enlos gestos, en los ademanes del personaje que elpoeta, como Dios, croó de golpe, fundiendo en uni-dad sublime todos los elementos.

Por eso las formas de la poesía dramática son tanflexibles y variadas y tan variada y flexible la ac-ción dramática, y por ello entiendo que sólo en elestado paradisíaco y celeste, podrá holgar en lavida la representación del eterno duelo y titánicocombate que sostiene el hombre con lo divino y conlo infernal. No es anuncio la pretendida decadenciade la desaparición del poema dramático. En el artenada desaparece: cada belleza creada es inmortaluna vez creada, y la dramática que expresa la formasocial, forma necesaria ó inherente á la naturalezahtflnana, vivirá en tanto existan las sociedades hu-manas, pasando, al compás que se agigántala inspi-ración, de las carretas de Tespis, de los enmascara-mientos de las vendimias y de las danzas mímicas, álas fábulas familiares, á los teatros de Esquilo y Me-nandro, á las alclanas y á los mimos; de las repre-sentaciones litúrgicas en las naves y atrios de lasiglesias ó los estrados de los palacios, á los tabladosde Lope de Rueda; del bululí y la gangarilla, á loscorrales de Lape y Alarcon ó á las fastuosas máqui-nas navales del estanque del Buen Retiro, á las lu-josas salas palatinas, que escucharon á Moliere yCorneille, á los coliseos modernos, ó al teatroi deBeyrouth proyectado por Wagner, ó á otras fálbri-cas más amplias que el genio futuro imagine piaraalojar dignamente concepciones más grandiosas: delos herederos de Sóphocles y Shakspeare, Esquilo yCalderón, Eurípides y Víctor Hugo.

No hay decadencia, se dirá, si en efecto una de-cadencia literaria exige para merecer ese nombre

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los i:\lcnsos términos y proporciones que discreta-mente exigía el Sr. Montoro; pero es innegable<|uc en estos momentos el teatro contemporáneo nosal isl'ace las aspiraciones artísticas de nuestro pú-blico. Esto es cierto, y esta observación es la causageneradora de esta interesante controversia.

Confieso que escucho con mal reprimido júbilo laespecie de que no satisface el estado actual del tea-Iro las aspiraciones artísticas de nuestro público, yque me embelesaba escuchando las agrias censurasde los oradores contra los actores, los poetas y ¡contra el Estado, que desatiende y menosprecia lapoesía escénica y el arte de la representación.

¿Por qué? Porque una aspiración enérgicamentesentida, decía ya San Agustín, es para el hombre,en el orden espiritual, prenda segura de gloriosísi-mo porvenir, promesa eficaz é indefectible de se-guro cumplimiento.

¿Existe en efecto esa aspiración? Pues no lo du-déis: el arto dramático gozará de verdadero siglode, oro.

Aquí sí que cuadra la cita del más grande de lospensadores españoles de este siglo, del ilustre Sanzdel Rio, cuando pidió idealidad original al teatrocontemporáneo. Todos advertimos que á raudalesinundan las creencias y las ciencias de luces poéti-cas la vida actual; todos nos sentimos crecer rápi-damente, gracias á esa educación mutua de unasciencias por otras, de unas razas por otras en elcampo de la especulación, de las intuiciones y delos arrobamientos; todos conocemos que el idealdel saber, del sentir, de la pasión, crece febrilmentede dia en dia, y se acaudalan y encienden nuestrascondiciones y nuestros propósitos, siendo por mo-mentos más inquieta y desasosegada nuestra activi-dad espiritual, más exigente nuestro gusto, más ex-quisita nuestra sensibilidad.

Movido el pueblo por las corrientes magnéticasdel progreso cumplido en las esferas de la activi-dad, quiere que el arte, el arto procer, resuelva enlas soberanas síntesis de la creación estética lasantinomias que hierven en la conciencia general, yque abra camino al sentimiento y vista con alas lasintuiciones que se agitan entre convulsiones espan-tables en los últimos fondos do la razón. En artecomo en ciencia, en ciencia como en religión, elalma del siglo aspira á más, quiere, obedeciendo ála ley dialéctica ingénita de su naturaleza, conocermás, sentir más, gozar mejor y de la manera sobe-rana que cumple á su refinada cultura.

Es un momento solemne de la historia del arle,muy original, muy complicado y del mayor interéspara la critica estética. El gusto cada vez más de-licado y sensible se educa rápidamente, y rápida-mente se depura y ennoblece; y gracias á esta edu-cación, aspira á una belleza con tal inquietud y de-

sasosiego, que lo asemejan al estado previo delgenio para la creación. Espera, y espera con talansiedad, tan enamorado de su aspiración, que selevanta sobre el mundo poético de las creacionescontemporáneas como si vislumbrara ya más alta yradiante aparición del genio estético.

De aquí este otro fenómeno de psicología estéti-ca: el genio se espanta de las exigencias del gusto,vacila, se postra, se adula, procura distraerlo, yhace unos años que no sabe ni qué se le pide nidónde está la gloria. Viven García Gutiérrez, Tama-yo, Ayala y tantos otros, y no cantan, habéis dichotodos, y el hecho era expresivo y elocuente. Noson causas externas las que lo explican; para elpoeta no hay más que causas internas, íntimas, es-tados psicológicos de su genio.

Poetas, verdaderos y aplaudidos poetas, en el vi-gor de la vida, que no cantan, es un fenómeno cu-rioso y de interés para la critica estética. No heescuchado secretas confidencias; pero visos y vis-lumbres encuentro en las palabras para penetraren su conciencia artística, que no es un sagradopara la crítica recta y sana.

Es que el público, la colectividad, el género queimpera en el estado magnético creado por la es-peclacion teatral, como que lleva en sí el alma delas edades, obedece dócilmente las leyes del pro-greso, y, sin ciarse cuenta de ello, se desata y des-liga de toda preocupación individual, buscándolobello y gozándolo bajo todas las formas y en todolinaje de verdaderas inspiraciones. Esta cualidadle lleva á aplaudir lo que parece contradictorio, an-tagónico, inconciliable en las demás esferas de laexistencia, pero que se fundo en el poema por launidad sublime de la belleza.

En el poeta, la individualidad del genio atenúaesa. influencia universal, y se separa por la mismacausa de las inspiraciones generales, colocándose,no pocas veces, por las exigencias de su personali-dad, en contradicción abierta con las preferenciasó impulsos de la sociedad contemporánea. Enton-ces, si es poeta lírico, imita á Jeremías, ó escribecon la pluma de Juvenal ó Barbier; si es poeta dr»-

>málico, enmudece, como ha enmudecido el incom-parable genio de Tamayo. En otras ocasiones, tur-bada la fantasía del artista por la balumba de arque-tipos y tipos estéticos que las ciencias, las artes ylas alternativas de la vida engendran, vaga sin con-cierto y sin brújula, y estimando su fama y su nom-bre, calla, sentándose en el lindero del camino,esperando al sol que ha de disipar tantas tinieblas.Así Ayala, así Sanz, así García Gutiérrez, así los másde nuestros preclaros ingenios. Entonces, como hoysucede, queda el campo á los ensayos y tentativasde los noveles, ó á las empresas industriales de losdespreocupados.

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Pero son estos fenómenos pasajeros, nunca perma-nentes. Son síntomas propios del carácter del arto,y se originan en el delicado punto en que coincide lainspiración personal con la del siglo. A la crítica li-teraria incumbe, no sólo flagelar á los intrusos, sinoexplicar esos estados psicológicos del genio, infun-diéndole alientos, señalando las nuevas y abundo-sas fuentes de inspiración que trae el movimientode los tiempos; mostrar el paulatino poro segurocrecimiento de las ideas madres, que lo son las delhombre, la naturaleza y la de Dios; descubrir cómoquedan siempre estas ideas madres en el fondo detodo gusto literario, y conservar y mantener enel público con todo encarecimiento el culto á lobello, contra enloquecimientos pasajeros produci-dos por accidentes históricos.

El problema es, por lo tanto, de crítica literaria,é importa sobremanera definir la causa de esas va-cilaciones ó inquietudes de los poetas, fijando los ca-racteres estéticos esenciales del arto contemporá-neo, para mostrar, después de definidos, que no sonmás los fenómenos advertidos que natural y propioefecto del período artístico en que nos encontra-mos, no por accidente, sino por la ley de la vida,por el desarrollo ineludible de ¡a virtualidad artís-tica al través de los términos, pasos, edades desu existencia. No basta decir arte romántico opo-niendo la denominación á arte clásico en el sentidode Hegel, ni decir arte cristiano; es necesario pene-trar en la determinación interna de la historia deese arte romántico y cristiano; es preciso señalarsus períodos, advirtiendo sus calidades y condicio-nes, ¡.ara preparar el futuro movimiento del arteromántico; es necesario que se orienten el arte y lacritica para conocer el punto en que nos encontra-mos, y sólo entonces navegaremos con rumbo se-guro y norte fijo. Lo intentaré.

Al morir el arte clásico por la aparición de ¡asaspiraciones que fecundó el cristianismo, el nuevoarte recorrió el largo período que va desdo el si-glo V al XV al amparo y bajo la égida protectoradel dogma enseñado por la Iglesia y difundido porejércitos de santos, artistas y predicadores-poetasen las nacionalidades de Europa. En esta admirableedad de las catedrales, en estos siglos de la leyendaÁurea y de la Divina comedia, el fondo didácticoesencial y característico del arte cristiano se dijoen las artes plásticas y en las espirituales con laadorable vehemencia propia de la pasión religiosamás sincera y exaltada.

Este arte cristiano ortodoxo se perpetuó en Espa-ña; sufrió en las peripecias de la Edad Media modifi-caciones, que si parecían externas y do pura forma,muy luego conturbaron su prístina naturaleza, ave-zando el gusto y el genio á mayor horizonte; y des-pués del Renacimiento, y corriendo por los siglos

do Lulero y Descartes, Kant y Goethe, se presentóy es hoy arte heterodoxo.

Esta trasformacion del arte de ortodoxo en he-terodoxo es crisis que atraviesa en todos los ciclosreligiosos de las edades de la historia, y erró en misentir el ilustro Gioberli al estimarla como forma dela división de la historia en antigua y moderna. Seestudia en el arte oriental indo ó semita el fenó-meno, de la misma manera que en el arte de Irán,y en el helénico y cristiano; y no sería difícil seña-lar los caracteres comparando á Esquilo y á Eurí-pides, á los Psalmos con el libro de Job.

El hecho es de mayor trascendencia cuanto másdogmática es la forma religiosa, cuanto más vivay universal es la cultura ortodoxa; y bajo esta leyno cabe negar que en la historia no hay evolu-ción más honda y fecunda en consecuencias que ladel Cristianismo, porque no ha habido cultura orto-doxa más universal y acabada que !a que presidió laIglesia desde el Concilio Niceno á los últimos dece-nios del último siglo.

La espontánea expresión del hecho se adelantaen la vida real al reconocimiento del hecho por losdoctos, como precede la creación poética á la ense-ñanza del critico. Esa germinación del arte hetero-doxo iniciada en los pueblos germánicos y sajonesen el siglo XVlll, tuvo su declaración en el movi-miento romántico de los primeros lustros del ac-tual, y conservando el espíritu cristiano y aun re-animando su esencia, proclamó la independenciadel arte, sostuvo que el arte no servía sino á la be-lleza, discutió las relaciones entre la verdad, el bieny la belleza, y así como la ciencia se afanaba porencontrar una noción más alta y un conocimientomás íntimo y profundo de Dios, y la política un idealde justicia, régimen y gobernación de los pueblosvaá» conforme con la ley moral, el arte iba tras unainspiración más vasta y comprensiva que el arte li-túrgico ó caballeresco, místico ó tomista de los si-glos medios, más vivo y espontáneo que la exor-nativa y fastuosa inspiración del Renacimiento, raíasreal y humano que las atildadas tragedias del siiglode Luis XIV.

Recordad los tipos de Goethe y Schiller, á Mlan-fredo, Lara, Roñé; las creaciones de Hugo y Musiset,Nieolini y Sclielley; el Ahasverus de Quinet y la di-vina epopeya de Soumet; á Mickiewicz, los poemasde Lamartine, Joeelyn y la Caída de un ángeú; áMeinc; las novelas deRalzacóJorge Sand, como Con-suelo y físpiridion, y comprendereis que, en efecto,invadieron el beatífico dominio del arte al grito delibertad, y bajo la bandera romántica, todas las ins-piraciones que el movimiento intelectual do la éípo-ca había engendrado dentro y fuera de la ortodo-xia religiosa.

Esta trasformacion del arte de ortodoxo en hete-

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o 5 4 REVISTA EUROPEA. 4 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . N.° 119rodoxo ofrece á los ojos do la critica un cuadro se-mejante al que se presenta en la conciencia indi-vidual cuando cumplo esa evolución, Como quien Irecobra una libertad perdida, todo es regocijo y con- jtonto en los primeros momentos: el horizonte es imás vasto; se mueve gentil y gallardamente; des-cubre problemas y maravillas en lo que antes nosolicitaba su atención; se aumentan sus ojos, susoídos, sus manos; pero en cambio pierde el canon,la regla, la estrella mística que le aseguraba elaplauso y el asentimiento de la muchedumbre.

En el arte ortodoxo era fácil mover al espectadory al lector: el artista conocía previamente fuentesde inspiraciones simpáticas (el ideal común de quehablaba el Sr. Vidart), y acudia á ellas. Se encon-traba, como el orador sagrado en la basílica, conun espíritu pronto y predispuesto á entender, amary sentir las ideas y las emociones de las creacionesreligiosas. El arte era una forma de culto, y el dra-mático conservaba su origen litúrgico.

Cumplida la trasformacion, aquella fuente se ago-ta: es preciso ir más al fondo, traspasar el ideal his-tórico y llegar al eterno; traspasar la creencia yllegar á la conciencia humana, perenne asiento deverdad, para que el espectador responda á la invo-cación del artista. Es necesario mirar en su verdadesencial cuanto toca á Dios,- á la Naturaleza y alMundo; es absolutamente indispensable pedir el es-tudio, guia y dirección. No hay modelos que debancopiarse; no hay imitaciones ni tópicos en el arteheterodoxo. Es un arte inquisitivo, así como el or-todoxo era puramenle demostrativo del ideal histó-rico y dogmático.

Lo que gana el arte heterodoxo en variedad; loque consigue en libertad estimulando todas las fa-cultades estéticas y moviéndolas todas en persecu-ción del ideal; los triunfos que logra desatandoencantamientos y sortilegios para queja naturalezatoda y todo el espíritu sirva de teatro y de sujeto ála inspiración artística, lo pierde en serena y tran-quila contemplación del ideal, en confianza y segu-ridad en los medios que emplea y de que se sirve.

Es de ley esia compensación de unos caracterespor otros, y la crítica no debe pedir al arte hetero-doxo los rasgos peculiares y exclusivos del orto-doxo, en cuyo error incurrían los Sres. Revilla,Fernandez Jiménez y Valera. Acontece en el arteheterodoxo lo que en los grandes maestros de lamúsica sinfónica, en Haydn y Beethoven. Cada tiem-po, cada frase anuncia un nuevo motivo musicalcon una exuberancia pasmosa. Raras veces se com-place el artista en desarrollarlo y en tejer varia-ciones, como suele acontecer en otros maestros demenos numen y originalidad. Así, el arte heterodoxoapunta un dia el motivo de Chateaubriand ó Waltor-Scott; lo cambia á poco por el de Lamartine; acen-

túa el de Mussot ó Hugo; combina coa brío las no-tas de Byron y Goethe, y cada agitación de la so-ciedad ó cada movimiento de la ciencia trunca ycambia el ritmo y la armonía. ¡Cuánto dista eslearte heterodoxo de aquella solemne y admirablegradación del arte cristiano que anuncia, en prosasy cantilenas piadosas, lo que, convertido en cantosde gesta y romances juglarescos, pasa á cantosépicos, que se trasforman después en libros de ca-ballería para originar aún poemas de poetas erudi-tos que ilustran el siglo XVI, sin que en toda osaadmirable historia se altere el ideal de la caballeríade Orlando ó la Tabla-redonda, al través del croni-cón, del romance, del canto de Gesta, del poemaprimitivo, del libro de caballería ó del poema eru-dito de Boiardo ó Ariosto.

No es esa la condición del arte heterodoxo; vivede la espontaneidad histórica y va donde le llevanlas intuiciones de los tiempos. Por eso se desorientafácilmente y se pierde con frecuencia, buscando laoriginalidad en los laberintos de la inspiración per-sonal. Por eso es más necesaria la función do lacrítica severa y nobilísima, no menos amplia ycomprensiva en sus criterios que el arte, á cuyotriunfo y prosperidad consagra sus vigilias.

¡No faltarán cantos tristes y elegiacos, ni quizáinspiraciones que recuerden los dolores y angus-tias do los profetas bíblicos, al sentir la verdad vi-sible y palpable de estos hechos, ni dulces recuer-dos y apasionados suspiros por aquellos dias her-mosos y santos del arte ortodoxo con sus varias yabundantes plegarias! Es natural que así sea, y lacrítica serena é imparcial no lo extraña ni lo con-dena, porque el sentimiento elegiaco tiene en elarte y en la vida su puesto y su oficio; pero la leyde la vida es inexorable, y ni se altera ni conturbapor los dolores individuales que levanta la orde-nada sucesión de sus edades y periodos, de susorígenes, florecimientos y decadencias. Pero al re-conocer y confesar la crítica histórica que corre yala edad del arte heterodoxo-cristiano, comedida ycircunspecta, ni escribe lamentaciones por lo quefue ni invectivas contra lo que es; sino que, respe-tando la majestad del hecho, acepta viril y noble-mente el empeño en que la coloca, y nos coloca átodos, la patria temporal en que vivimos; que haytambién patria en el tiempo.

insisto en creer que el gusto general había eneste punto sacado ventaja á la crítica, y aun á laconciencia de nuestros artistas. Desde las beatíficasinspiraciones de Fra Angélico á las rientes y sen-suales de Fortuny ó á las graves y severas de Ro-sales ó Gisberl, el gusto público corrió gozoso, ydisfruta el arte sin cuidar de su relación con eldogma, y de igual suerte sigue á Tamayo ó á Eche-garay, y aplaude desde Edipo y Virginia á la Dama

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de las Camelias y al Tejado de Vidrio, como en-cuentra lágrimas para las Meditaciones y Armo-nías de Lamartine ó para los cantos de Sehelley óLeopardi. No hay canon, no hay molde, no haydogma para el gusto público: el público abre de paren par las puertas de su alma, generosa y confiada-mente, al arte, sabiendo que su pureza espiritual nopuede temer atentados de parte de la belleza. Eneste sentido debe inspirarse la verdadera crítica:no hay canon, no hay regla, no hay dogma de cuan-tos engendró la historia universal del espíritu hu-mano; pero es cada dia más vi\*o y cada dia latey se declara con más fuerza en el seno de la hu-manidad la eterna regla, el canon imperecedor, eldivino y augusto dogma de la belleza inmortal yabsoluta, que es á la vez inspiración para el genioy ley y criterio para el gusto.

No lo olvide el artista, y repitámoslo de continuo:el arte no sirve sino á la belleza; el arte no se ins-pira sino en la belleza; no vive sino por la concep-ción de la belleza, que cumple el espíritu del hom-bre, por la libre, libérrima acción de todas susfacultades y de todas las cualidades de su ser y de suesencia. El arte, como la ciencia, se ha emancipadode toda autoridad terrena é histórica, do toda auto-ridad que habla con la lengua de los hombres, ysólo acata aquella divina que no habla, sino que semueve y nos enseña en el secreto de la conciencia.

Aceptemos con serenidad la herencia artísticaque nos deparan los tiempos; admiremos los infinitosmundos abiertos á la fantasía creadora por esta re-volución artística que la permito recorrer desdo lashipóstasis divinas hasta el empeño misterioso enque se ve el dinamismo natural en la celdilla mi-croscópica del orden orgánico, libando en cielos ytierra; pero no callemos tampoco los peligros ma-yores que rodean al artista en esta cruzada en queno lleva cruz al pecho que lo patrocine ó lo am-pare. El arto heterodoxo es el arte de Job y Sópho-cles, de Eurípides y Cervantes, de Shakspeare yGoethe, de Lessing, de Sehelley y de Hugo, de Leo-pardi y Niccolini, de Musset y de Byron, y exige unainspiración profunda y hermosa, tendiendo al di-chosísimo extremo en que cada estrofa evoque unmundo de realidades divinas en el alma humana, enlas que se fundan de altísima manera la realidad conla belleza. El arte heterodoxo busca la intuiciónmeditando, encuentra la idea en el estudio, y laciencia se convierte en ley fecundadora, resolvién-dose la ciencia, y la vida, en una adorable unidadpor la eficacia de la creación artística. Siempre fuedifícil el arte; más difícil en cada edad, pero hoydificilísimo.

De esta manera debe, en mi juicio, definirse elarte contemporáneo, y el concepto expuesto ex-plica las múltiples y variadas tendencias, las exce-

lencias y los lunares señalados con tanto lucimientopor los críticos que han estudiado el caso en estadiscusión. El arte contemporáneo se inspira en laconciencia racional y cristiana de la edad presente;se inspira en la idealidad religiosa y humana que elespíritu cristiano ha creado, y que, interrogado contoda libertad por la ciencia, por el arte y por lavida, mantiene y fortalece la historia del mundo.

Con este concepto me explico la exaltación rea-lista expresada con talentos dignos de mejor for-tuna por el Sr. Yidart. Se trata de las conexionesde lo real sensible con la belleza. No es sólo belloel concepto y la idea; no hay sólo belleza en eldrama trágico de Shakspearc; hay belleza en lavida; es belleza la gracia, lo es lo cómico, lo es elridiculo, lo es el humor, y aun on estos términos laenseñanza es verdadera, porque la belleza penetray colorea todos los mundos, así el de lo inteligiblecomo el de las realidades sensibles.

¿Pero es bello todo lo que es y basta ser para quela belleza se predique corno su atributo necesario?El Sr. Vidart no ha sostenido este extremo, ni oreeen la identidad de uno y otro concepto, ni tampococree que el arte sea otra cosa que la realización dela belleza. ¿<¿ué significa entonces el realismo? Norepugna, antes al contrario, cuadra con la índole yministerio de la belleza considerada en el conjuntototal de sus grandezas, estimarla como crecimientodel ser, que lo modifica y altera profundamente,porque son cada vez más reales, más verdaderas,se declaran mejor sus esencias y su potencialidad.

En este sentido, presentido en algunas creacio-nes del arte realista, crece el hombre, crece su sen-timiento; sus facultades cognoscitivas se avivan ydepuran, y la belleza acompaña á todos y á cada unode los grados de este crecimiento. Desde la em-brionaria é instintiva vida del paria ó del bozal,hasta la divina de Santa Teresa de Jesús, Fenelon,Hegel ó Kratise, la belleza fija, preside y dirige eseaumento del ser, de cualidad más preciada á me-dida que asciende en la perfección.

¿Florecerá todo lo humano, es decir, será real-mente belleza en la sucesión indefinida de los tiem-pos? ¿Florecerá todo lo natural en la sucesiva evolu-ción de las edades por ministerio del hombre, y labelleza tendrá asiento donde quiera que se declareel sor, la esencia ó la vida? No seré yo quien lo mie-gue, y no haría bien en callar que así lo creo y asílo espero contando con las leyes divinas del ¡artemoderno, que ha de concertar al salir del periíodoheterodoxo todas las antimonias y oposiciones quehoy aparecen y estallan en la vida contemporánea.

Pero este realismo que supone realizada la per-fección y cumplidos todos los fines y expresadatoda la esencialidad en la naturaleza, en el arte yen la vida; ese realismo que, creyéndose en dias de

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eterna y paradisiaca primavera, se sienta ya paracopiar con amor lo natural, porque lo contemplacomo redimido y santificado por la belleza, no tienede realismo sino el nombre, y es, en verdad, unaardiente aspiración ideal, fiebre y delirio del ideal,que convierte á los ojos extraviados del artista enejércitos los mansos rebaños y en gigantes las tem-blorosas aspas de miserables molinos manehegos.

Abandonamos el mundo de las idealidades, pormás que creamos en su verdad y en su cumpli-miento en la edad futura; reprimamos, tratando delarte, el vuelo de la aspiración, manteniendo en suverdad uno y otro término, idealidad bella y bellarealidad; pugnemos por los medios de la ciencia yde la voluntad en que se aunen y estrechen y ad-quiera realidad lo ideal, y sea la realidad hermosaforma de lo ideal; que no toca á la poesía dramáticaanticipar términos y momentos que sólo engendrala dialéctica de la historia.

Muy cierto, como ya dijeron famosísimos estéti-cos, que con el arle cristiano se abre la edad delarte romántico en que el fondo sobrepuja á la formay el genio lo traspasa y lo aniquila buscando unapurificación mayor del medio sensible. Cierto queese arte cristiano y romántico atraviesa hoy mo-mentos de difusión en que descompone, bajo el cri-torio heterodoxo, la unidad de la inspiración pri-mera por una refracción casi infinita; cierto quevive el genio buscando tipos simplicísimos en losgrupos antiguos, renovando á mejor luz los históri-cos, fecundando lo que quedó yermo y estéril ó malsano en la vida pasada, descubriendo nebulosas in-mensas en cada una de las ideas y de los amoresque saltan del palpitante seno de la humanidad alluchar en los sublimes conflictos de la fe, la espe-ranza y la caridad; pero llevemos entendido que laperfección es el único medio legitimo de subordinar,la forma al fondo, y que el movimiento dialéctico ha

-de reconstruir y reconstruirá en lo futuro la mónadasintética del arte libre cristiano, llamado á ser enfuturas edades, nuevo peldaño en la escala inmor-tal que lleva á lo infinito.

Dejando á un lado disertaciones de filosofía delarte, decía yo en otra ocasión, y ahora repito, queestos dos términos de idealidad bella y bella reali-dad se llamaban en el arte Murillo y Velazquez,Calderón y Shakspeare; repito también ahora que elinfinito espacio comprendido entre esos dos polosdebe poblarse y se poblará con las creaciones delarte moderno, porque señalan los dos términosentre los que se mueve y se moverá la inspiraciónile estos siglos.

No necesita, pov lanío, el arte la transfusión desangre realista que nos propinaba como medicinasalvadora el Sr. Vidart: á nada conduciría tampocovolver la vista con gritos de dolor y ayes de arre-

pentimiento á los serenos dias de la edad ortodoxa,como quería el Sr. Menendez Rayón. Es tarde. Nirenacimientos ni imitaciones. Las velas estabantendidas, y briosamente las hincharon las tempesta-des del espíritu: partió la nave, y continúa viento enpopa su derrota, alejándose más y más del tranquilopuerto en que deseaba el Sr. Rayón se balancearasobre las aguas, eternamente inmóvil con fuertescables y tortísimas anclas. No tema, mi queridoamigo: con los ojos fijos en la conciencia humanasiempre será feliz la navegación, porque Dios niquiere ni puedo abandonarnos.

No es llano agotar el tema ni recordar siquiera losinnumerables problemas críticos que á cada paso sus-citaba la discusión; pero en mi sentir se explican to-dos recordando los caracteres propios del arte con-temporáneo que he pretendido definir. Con estas pa-labras terminaría mi enojoso trabajo si no contuvierael tema un segundo extremo tenazmente discutidopor todos los oradores que han ilustrado el debate.

Afirmando los más la decadencia del arte espa-ñol, preguntaban á renglón seguido: ¿Cómo detenerlos progresos del mal? ¿Cómo inspirar más y mejoral genio dramático? No veo la decadencia, y por lotanto, el cuestionario no me interesa en el sentidoque interesaba á los oradores aludidos; pero me in-teresa en otra relación, que es la de la influenciadel arte en la sociedad.

Apetezco, no sólo por el arte, sino también por lasociedad, lodo lo que contribuya á dar más eficacia yenergía á la acción del arte sobro el espíritu, y consi-dero que es el arte uno de los intereses permanentesde la sociedad, como lo son la religión y la ciencia.

Si el Estado protege la religión, sufragando elculto y el clero do una religión ó de todas las reli-giones que encuentren fieles y adoradores; si protegela ciencia subvencionando universidades, escuelasy bibliotecas: si no olvida á la pintura, á la escul-tura y á la música, ¿por qué no ha de proteger á ladramática, que reúne mejores títulos, si cabe, paramerecer esta atención por parte del Estado?

¿Es que no debe el Estado hacerlo, porque no estáen su esencia, ni alcanzan á tanto sus atribuciones?No discutiré este tema hoy; pero contradictor anti-guo y tenaz desde mis primeros años, y en estesitio, del concepto y noción del Estado, de la escue-la de Bastial y Molinari; educado, por el contrario,en la de Ahrens y Roeder, no sólo no repugno, sinoque afirmo que el Estado, sin negar la libertad detodos y de cada uno, debe prestar su concurso alarte, á la ciencia y aun á la religión, no en formade privilegio á secta, escuela ó confesión, sino dela manera general propia de la noción del Estado.No es el Estado pobre representación de la fuerzacoercitiva del derecho, n1 es tampoco el derecho,mera condición formal de la coexistencia de las in-

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dividualidades en asociaciones pactadas. Pero re- ipito que no es del momento la tesis, y vaya la afir- ¡macion como testimonio de que no entiendo limitar jni impedir el santo y natural ejercicio de todas las ¡libertades al señalar al Estado deberes morales y ¡legales para con la vida social. El individualismoeconómico y político será siempre, como método ne-gativo, útil auxiliar de la crítica social; pero serásiempre estéril é infecundo para el cumplimiento yprogreso de la libertad y del derecho.

Pero ¿comporta el arte dramático ese auxilio yapoyo del Estado? Sí, y más que ninguno, como noslo enseña la tradición histórica; porque el poetadramático necesita escena y actores, y escena ó in-térpretes flexibles y sumisos á su mandato, y el Es-tado puede procurar lo uno y lo otro.

¿Pero debe el Estado censurar y elegir obras ypoetas? No: porque de esto no sabe el Estado. Debemantener una escena en que no se den anacronis-mos arqueológicos ó indumentarios que provoquenla risa; una escena que conserve vivos los recuerdosde las grandes creaciones del arte, desde Súphoclcsá Manzoni y Hartzenbusch; desde Aristophanes áBretón de los Herreros; una escuela que presentoejemplos y modelos á los actores y á los autores, ycuyo repertorio se acaudale con las obras contem-poráneas que el aplauso público levante y enal-tezca, y aun con aquellas cuyo mérito sobresalientedespierte el afati do verlas representadas por el votoautorizado de claustros, academias, ateneos y cor-poraciones literarias de fama y nombradía. Ni aunañadiendo á este pensamiento la creación de gran-des premios propuestos por el Sr. Rayón para lasobras que consiguieren un número do representa-ciones que fuesen testimonio inequívoco del juiciopúblico, creo yo que se coarta la libertad teatral yse impone criterio á la inspiración, ni so estableceun temeroso precedente para la intrusión del Go-bierno en las sagradas esferas del pensamiento, comotemía el Sr. Montoro. No negaré que pudiera suce-der; pero crea el Sr. Montoro que los gobiernos quepropenden á esas funestas intrusiones menoscaban-do derechos y libertades, cuidan poco de preceden-tes y están avezados á liarlo todo al soberano golpede su arbitraria voluntad.

Ni parciales ni contrarios de esta creación artís-tica han entendido sirviera el nuevo instituto paracrear poetas dramáticos; que harto sabemos todosque sólo pertenece esa creación á las leyes divinas,generadoras é impulsivas de la vida espiritual.

Pero el estudio verdadoro de la poesía dramáticano es posible sino gracias á osos institutos; y re-cordando otros pueblos que los disfrutan y se handeleitado hasta con representaciones Tereneianas yPlautinas, aspirábamos á una decorosa y lucida delas joyas de nuestro teatro antiguo y moderno por

autores no apremiados ni constreñidos por las nece-sidades de una industria maltratada por la concur-rencia. ¿Cuándo gozaremos de nuevo el Pelayo ó elEdipo, Virginia ó Catalina Howar, Sardanápalo ó ElTctrarca de Jcrusalen, Angelo ó Luis XI?... nunca. Ysi la obra dramática no se conoce sino asistiendo ála representación, como decía el Sr. RodríguezCorrea, y decía bien, no conoceréis ni á SanchoOrtiz ni á Ótelo, ni á García del Castañar, ni al som-brío protagonista de El condenado por desconfiado.

Pero repito que el impulso vivificador de la ins-piración dramática no vendrá del Estado: no hayquien tal crea. Ese impulso es obra de todos: sedebe á la acción general do todos los elementos yde todos los institutos sociales, políticos y religio-sos. Nadie huelga ni nada es infecundo en esta ta-rea, porque todo concurre á levantar y sostenerlainstrucción, á encarecer la estima de la virtud, ápredicarla y ponerla en ejercicio y ejemplo, á ins-pirar repugnancia y aversión á la grosería y al vicio;á solazarse con lo alto, con lo extraordinario y loperfecto; á sentir con mayor sinceridad; á conocercon más verdad; á buscar, por último, algo seme-jante á lo divino en el fondo do nuestra concienciay en la razón y fundamento de nuestros actos. Yesta acción incesante de lo inteligible y de lo ama-ble, mantenida y comunicada de unos á otros, con-tradicha ó demostrada por estos ó aquellos, al difun-dir la belleza por el alma del siglo y por la vidageneral, agita y enardece los espíritus con silencio-sos estremecimientos y pasmos indecibles, hastaque el elegido encuentra el verbo creador.

¿Qué requiere y exige esta fecundación constanteé inacabable del espíritu del siglo por sí mismo ypor lo divino? lina sola cosa, una sola condición,hacedera, fácil, justa, que á nadie daña, que á todosapi»gveeha, que honra á Dios, que enaltece al hom-bre y dignifica á las naciones que la practican condevoción y la escriben en sus leyes con claridad,lina sola cosa: la libertad.

Con la libertad del espíritu en artes, en ciencias,en religión, en las manifestaciones científicas, artís-ticas y religiosas, vivirán y crecerán de manera queasombre, el arte, la ciencia y la religión, y con ellasla dignidad humana; porque ya en este siglo lalibertad es para el espíritu más que la luz, más q¡uela vida: es la eseucialidad del mismo espíritu. Ycomo yo creo que la conquista de la libertad es irre-vocable, sin que me preocupen los fuegos fatuosque se escapan de antiguos sarcófagos, confio y e)s-pero en la futura grandeza y en la inmortalidad áelarte dramático en esta tierra santificada por las ce-nizas de Lope y Moreto, Tirso y Calderón.

He dicho.FRANCISCO DE P. CANALEJAS.

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IMPRESIONES DE UN ARTISTA EN ITALIA.

(Conclusión.) *

XII.

Mas volviendo de nuevo á mi querida Italia, yaunque falto de autoridad para tratar de las muchascuestiones políticas que en ella se han agitado y seagitan en la actualidad, sóame permitido, no obs-tante, decir siquiera cuatro palabras sobre su admi-rable unidad nacional, que.no puede menos de lle-nar de vivo entusiasmo el corazón impresionable deun artista, siempre amante de cuanto noble y grandelogra realizar nuestra humanidad en sus diversasevoluciones a costa de mil penalidades y de labo-riosa constancia, impulsada por una irresistibleTuerza de verdadero progreso.

Italia, en estos últimos años, ha realizado la uni-dad nacional á través de grandes obstáculos y decomplicaciones políticas, en que ha demostradocondiciones verdaderamente extraordinarias; y sisus hombres de Estado llevaron á término feliz pen-samiento tan fecundo, los partidos y el país en ge-neral les han secundado con gran tacto y pruden-cia, contribuyendo todos al engrandecimiento de lapatria.

Las diferencias de localidad, nacidas de los di-versos Estados en que se dividía su territorio, noeran, por cierto, la menor de las dificultades que sepresentaban.

Turin, Venecia, Ñapóles, Florencia, Milán, gran-des ciudades, de preclara historia, de grandes he-chos, de abolengo ilustre en las armas, en las artes,en las ciencias; todas ellas podían y tenían derechoá alegar títulos legítimos para ser la capital de lanueva nación que se levantaba; pero entre ellasexistía una, ante la que todas debían inclinar la ca-beza, y todas la inclinaron ante Roma. Es muy po-sible que si la política de Cavour determinó comoúltimo punto de sus aspiraciones la Ciudad Eterna,debió entrar por mucho, aparte de los profundosproblemas de otra índole que entraña lo que llegó ásor y es aún la cuestión de Roma; debió entrar, re-pito, y por mucho, el atajar, antes que nacieran, loselectos de rivalidades peligrosas entro ciudades quecada una de por sí podía, como en otros tiempos,abrigar en su seno reyes, príncipes y soberanos, quehabían llenado con sus nombres grandes páginas enla historia del mundo.

Y en verdad que es también muy digno de no-tarse que la ausencia de estos poderosos elementosno han influido grandemente en la vida de esas be-llas localidadesr'y es que en todas ellas vive el es-píritu culto y civilizador que cuida con esmero y seenorgullece de su pasado, y vive de su vida propia.Cada una de ellas encierra lo bastante para ser vi-sitada y admirada. En todas ellas fórmase un museoen algún convento abandonado; recógense restosartísticos aquí y allá diseminados, y se coleccionany catalogan, y no hay cuadro, estatua, ni armadura,ni palacio, ni villa, ni cartuja, ni santuario donde lamano cuidadosa ó inteligente de un pueblo culto óde una autoridad celosa no demuestre que allí noson indiferentes las huellas de las generaciones quepasaron.

Con la unidad del reino habían entrado también

Véanse los niimeros 118, H6, 117 y 118, pagina» Sil, « I , « 9v 804.

en la previsión de los hombres que han dirigido losdestinos de Italia en estos últimos veinte años losmedios de distinto género que podían emplearsepara consolidarla, ó á lo menos para hacerla másviable, por decirio así, á los ojos y á los resenti-mientos de propios y extraños. Las grandes obrasdel Monte Cenisio y del San Gothardo, arrojando portoda Italia una inmensa colonia de extranjeros, quesin trabas ni entorpecimientos recorre su territo-rio, admirando cuanto la Naturaleza y la humanidadha podido reunir de más grandioso y de más bello,dejan á su vez inmensos intereses que llevan el mo-vimiento y el bienestar hasta pueblos de pequeñaimportancia.

Hoy presenta Roma un espectáculo bien digno deobservarse: allí está la venerable figura de Pió IX;allí la corte de Víctor Manuel; alli Garibaldi con suproyecto de la desviación del Tiber. Cada cual re-presenta una idea, un estado social, político, reli-gioso, casi diametralmente opuestos entre sí; allíviven juntos sin embargo. Muy recientemente havisto la Europa y el mundo todo que las exigenciasde la hoy predominante Alemania se han estrelladoante la digna entereza del gobierno italiano, que nose ha prestado á modificar la ley de garantías quepone á la Santa Sede á cubierto precisamente deesas ó análogas exigencias.

Se ye, pues, que la Italia en su gobierno , en suadministración, en las grandes obras que emprendey en el desarrollo de su riqueza y de su comercio,que gana cada dia más importancia en Oriente, enla parte africana del Mediterráneo y en América,donde su colonia va siendo tal vez más importanteque la española, va con paso seguro y prosperidadcreciente.

¡Quién sabe lo que en el porvenir la estará reser-vado; quién puede predecirlo que las grandes cues-tiones europeas, las nuevas corrientes de las ideasy la solución do tantos problemas sociales como seagitan hoy en el mundo, harán de la hoy afortu-

i nada Italia! Pero lo que hoy, sí, está bien clara-I mente demostrado, es que pocas naciones han dado

tantas pruebas de cordura y de prudencia, de unespíritu más práctico y más inteligente en medio degrandes dificultades y de momentos tan supremos, niresultados de tanta trascendencia política y social.

XIII.

Mas si grande puede ser mi admiración respectoal buen sentido, exquisito tacto y espíritu liberal ypatriótico de la moderna Italia en las muchas y di-fíciles cuestiones de su política interior y externa,no es menor la que me inspira su grande amor á lasartes y la manera con que honra de continuo lamemoria de sus grandes hombres, tanto de los pa-sados tiempos como contemporáneos, en todos losramos del saber humano.

Como nación ilustrada, rica en recuerdos históri-cos y en celebridades de todo género, lejos de serindiferente á estos poderosos elementos que tantohan contribuido á la mucha grandeza de que tanorgullosamente puede blasonar , les rinde, por elcontrario un con-tante homenaje de admiración yrespeto, á tin de mantener vivo en todas las clasesde la sociedad el más ardiente entusiasmo, fuentesiempre de levantadas empresas y de eficaz estímu-lo para cuanto bello y grande puede producir elgenio y e! talento del hombre.

Los gobiernos todos que en llalla se suceden,inspirados en las elevadas ideas de verdadero pro-

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N.° 119 .1. 1NZENGA. IMPRESIONES DE UN ARTISTA EN ITALIA. 859

greso, de civilización y de arte, no contentos conlos muchos monumentos é infinitas estatuas que yaexisten en la mayor parte de sus capitales y quetanto embellecen y adornan sus principales plazas ycalles, como la de Manin en Venecia, Cavour en An-cona, Dante en Florencia, Alumno en Foligno, Mor-gagní en Forli, Máximo d'Azeglio, Silvio Pellico,Cesare Balbo, Botta, Manzoni y otra multitud deellas en Milán, Tumi, Palcrmo y demás poblacionesque es imposible recordar, proyéctanse en la ac-tualidad cuatro monumentos en Milán: los de Men-tana, Napoleón III, Légano y Barbaroja; otro á Gol-doni en Venecia, otro á Guido d'Arezzo , otro áBellini en Ñapóles, y otro al inventor del piano, líar-tolomeo Cristófori, en Florencia; y si pudiese res-ponder de que mi memoria en este momento no mefuera infiel, me atrevería á decir, aunque no á ase-gurarlo, que hasta el ministro que firmó el decretopara la perforación del Monte Cenisio tiene erigidaen Turin una estatua en su honor. Domina cada vezmás en las altas regiones del poder el decidido ynacional propósito de elevar nuevas estatuas y mo"-numentos á todos los hombres que, ya con sus glo-riosos hechos ó con sus obras hayan contribuido ócontribuyan en adelante á la grandeza y esplendorde la patria.

Durante el año 1875 al 1876 se han celebrado enItalia los centenarios y conmemoraciones-del Dan-te, de Maquiavelo, de Bocaccio, de Botta y de Arios-to. En Bergamo hubo una gran fiesta con motivode la traslación de los restos mortales de los ilus-tres compositores Mayer y Dor.izetti al magníficomausoleo en honor de"los mismos erigido, y en lacual se ejecutó una cantata de Ghislanzoni con mú-sica de Ponchicli. En Florencia oti a magnífica so-lemnidad en honor de Michel Angelo Buonarotti conmotivo de cumplirse el cuarto centenario de aquelhombre admirable, inaugurándose al propio tiempoun busto de Giovani Pacini en el claustro de la igle-sia de Santa Croce.

En Majolati se celebraron fiestas también en ho-nor de Spontini, y en Josí con el mismo objeto sepuso en escena su magnífica ópera La Vestal EnPalermo se verificó el XII congreso degli sciennati,al cual asistieron, en representación de las diversasnaciones, los hombres más eminentes de Europa.

«Pueblos que asi honran la memoria de sus hijosesclarecidos (como tan oportunamente estampó nohá mucho en las columnas do uno de nuestros másimportantes periódicos liberales algun ilustrado es-critor y amante de las artes), son dignos de ala-banza y ofrecen ejemplos que deben ser imitadospor otros pueblos más indiferentes.»

Es muy posible que los que ponen en duda el granmovimiento musical que hoy existe en tan privile-giado suelo, rectificasen tan errónea opinión si lle-garan á saber que durante el año de 1875 se hanrepresentado en sus principales teatros de ópera 5-1obras entre serias, semisérias, bufas, operetas, far-sas y cantatas, contando entre ellas las que se hanestrenado en los conservatorios de música y teatrosde particulares; que en el verano del mismo año, yen los meses de Agosto y Setiembre, hubo 46 tea-tros de ópera abiertos, hallándose en construcciónuno suntuosísimo en Palermo y proyectado otro enMilán, en el Corso Vittorio Emanuele, bajo la direc-ción del renombrado arquitecto Canedi, autor delteatro que hoy se conoce con el nombro de Caste-lli. Debo añadir también que actualmente se publi-can en Italia 40 periódicos artísticos, entre ios cuales

El Ómnibus, de Ñapóles, cuenta ya cuarenta y cua-tro nños de existencia, cuarenta y tres El Pirata,de Turin, cuarenta y uno Bl Cosmorama, y treintay ocho la tímela de Teatros, de Milán. De entreellos, el titulado lü Teatro Italiano, deseando haceruna cosa provechosa para los compositores y auto-res dramáticos, trata en estos momentos de insti-tuir un concurso anual, dramático y musical, queconsistirá en cuatro medallas de oro. Una al autorde una producción dramática en tres, cuatro ó cincoactos; otra al director artístico de la compañía dra-mática que mejor interprete la producción premia-da; otra al autor de una ópera lírica, bufa, semi-sória ó dramática, y otra al autor de un libretolírico.

Además, Italia cuenta en el día, no sólo excelen-tes Conservatorios y Colegios de música, sino tam-bién gran número de Sociedades filarmónicas, cora-les, Escuelas comunales en que se enseña dicho arte,y una Sociedad titulada del Quartotto, fundada en1861, y que publica el interesante periódico cono-cido con el nombre de Boccherini. Tiene editores,como Ricordi y l.ucca, en Milán, cuyos fondos depropiedades y magníficas ediciones, no sólo compi-ten hoy, sino que quizás superen á los mejores deEuropa; Gotrau en Ñapóles, y el ya renombradoGuidi en Florencia, verdadera especialidad en lasediciones de los autores clásicos, que desde hacelargo tiempo viene publicando en forma pequeña óde bolsillo.

Al recordar tantas conmemoraciones do hombresilustres, tantos monumentos y museos, tanto movi-miento intelectual y artístico, tantas y tan trascen-dentales conquistas políticas y sociales verificadasen un corto período de años, y tanta ilustración ybuen juicio, no sólo en los hombres que vienen ri-giendo los destinos del país, sino también hasta enlas clases más ínfimas del pueblo, ¿qué extraño esque me declare acérrimo defensor de Italia, si ade-más embellecieron mi gratísima estancia en esepaís las más grandes satisfacciones que como artistay como hombre he podido experimentar? Allí tuveel inmenso gozo de abrazar á los muchos parientesque desde mi niñez ansiaba conocer. Hallé á variosde mis antiguos discípulos, convertidos ya en ver-daderos artistas, como el Sr. Marin, á quien debouno ae los mejores momentos de mi vida en las de-liciosas orillas del pintoresco lago de Como; y tuve,como en otro lugar he dicho, la fortuna de propor-cionar un ventajoso y merecido ajuste á mi discí-pula la señorita Óeampo. Debí atenciones, que nuncaolvidaré, á la conocida editora Luca, como á la casaRicordi, de Milán, que han hecho después un es-pléndido donativo de sus obras á nuestra EscuelaNacional de Música. Tuve, por último, el gusto deconocer á muchos compositores, maestros'de can-to, agentes teatrales, editores y artistas de tan altareputación como Mazzucato, Faccio, Platania, Fló-rimo, Delle Sedie, Panofka, Ronzi, San Giovani, Ri-cordi, Luca, Cotran, Fano, Ardavani, Lamperti, Fer-r¡, Donatelli, Brosowich, Gerly, Krakamps, Panzetta,,Villani; y de estrechar la mano de Giraldoni, Borsi.,Baragli, Pcrullo, Massard, Bassili, Aníbal Alvarez,Pradilla, Gayarre, Aramburo, Carrion, y de otrosvarios artistas españoles y antiguos compañeros dearte.

Reciban todos el cariñoso saludo que desde aquíles envío, y que consigno con inexperta pluma enestas modestas líneas, fie cumplido al escribirlas undeber sagrado de mi conciencia, á la vez que he

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dado á mi alma la grata satisfacción de recordartantas y tan dulces impresiones recibidas. Ellas hanafirmado mi antigua fe en el arte que cultivo, misesperanzas en su progreso, mi resolución de contri-buir, hasta donde alcancen mis limitadas fuerzas, ála noble empresa de propagarlo y enaltecerlo enlispaña.

JOSÉ INZENGA.

CRÓNICA DE LA EXPOSICIÓN DE FILADELFÍA.

(/••PAÑA JUZGADA POR AlWERICA. EXPOSICIÓN DE BüLI.AS ARTES.— LOS

VISTORES 7.SPAÑ0LES. E L PLANO DE MÉJICO. PROYECTO DE SISTEMA

MONETARIO INTERNACIONAL. I JA KDICION ESPECIAL DEL llenilíl.

No todo ha de ser hablar de España en el extran-jero como se habla de la más apartada y miserableenmarca de Marruecos. Las colecciones de objetosespañoles enviadas á la Exposición americana distanmucho de ser completas y de poder constituir ver-daderas muestras de los adelantos y progresos denuestra patria. Aquí lo sabemos perfectamente, por-que liemos visto improvisar todo lo que se ha hechopara concurrir al Centenario americano, en mediode los apuros y disgustos de dos guerras civilesformidables. Y,"sin embargo, apenas abierta la Ex-posición, se ha formado en los E'stados-l!nidos laopinión más favorable que puedo formarse de unpaís por una rápida ojeada á los objetos expuestos.A varios periódicos americanos tenemos que agra-decer la justicia que hacen á España, justicia á queciertamente no estamos acostumbrados, y entreolios el Sunday Press, de Filadelfla, asegura termi-nantemente que España ocupa un puesto al nivel delas principales naciones de Europa en las artes,ciencias y manufacturas, excediendo á todos lospaíses del mundo en muchos departamentos demanufacturas, y especialmente en las sedas, lanasfinas, encajes y joyería de capricho.

La parte artística de la Exposición no es do granimportancia; pero España sobresale con mucho delas ciernas naciones, y ha presentado lo bastantepara que el critico más autorizado de Nueva-Yorkhaya dicho terminantemente en el Times que nues-tro país, á pesar de las tribulaciones por que ha pa-sado, no ha perdido la inspiración ni la escuela desus grandes maestros de los siglos XVI y XVII.

Los cuadros españoles están colocados en la parte(iccidental del Memorial Hall, en una pequeña ga-lería que comparten con los suecos. Estos últimosse encuentran al lado del Este, y los primeros alOeste; de modo que, al penetrar en la galería, lavista se fija en el' acto en las pinturas españolas,circunstancia favorable, porque las de Suecia sonmalas, por regís general, y están mal colgadas. Lahabilidad en el modo de presentar las pinturascorresponde á Inglaterra, España y América.

El cuadro que ocupa el sitio de honor es el deGisbert, que representa el desembarco de los pun-íanos en Plymouth Rock; pero los que más llamanla atención, como animados por el espíritu tradicio-nal de los grandes maestres españoles, son el De-lirio de Doña Juana de Caslil a, de Lorenzo Valles,el Entierro de San Lorenzo en las catacumbas deRoma, de Alejo Vera, y Un duelo, de DomingoMárquez.

Uno de los objetos que más están llamando laatención pública, apenas se ha abierto la Exposi-ción, os un plano de bulto de la ciudad de Méjico,plano que mide 330 pies por 231, dimensión queparece exagerada y que, sin embargo, no lo es, sise tiene en cuenta el gran número de detalles y mi-nuciosidades que comprende. Están fielmente re-producidas todas las particularidades de forma de laciudad, hasta el color de los edificios, los letrerosde los almacenes y el número de puertas, ventanas,y balcones que hay en cada calle. En las vías públi-cas se ven sesenta mil figuras en miniatura de hom-bres y mujeres con sus diversos trajes nacionales,cerca de cuatro mil carruajes y otros vehículos, lacatedral, las iglesias, la casa de moneda, la libreríanacional, todos los edificios notables, etc., etc. Esuna obra que représenla muchos años de. trabajoconstante.

—La medida adoptada por la comisión del Cente-nario para que la Exposición permanezca cerradalos domingos, ha causado muy mal efecto, y seestán haciendo grandes esfuerzos para conseguir surevocación en obsequio de los obreros, que no po-drían concurrir en otros dias sin perder algunosjornales.

—La misma comisión del Centenario ha celebradouna reunión para acordar el medio de proponer álos comisionados extranjeros la adopción de un sis-tema genera! monetario! Nombróse una comisión detres personas para preparar una especie de Con-greso en este sentido, y so espera un buen re-sultado.

—En la sala de maquinaria de la Exposición estállamando la atención diariamente la edición especialque hace allí mismo el Herald, de Nueva-York. Lanumerosa tirada que hace todos los dias se vendeexclusivamente dentro do la Exposición.

La navegación aérea en Alemania.El estado mayor alemán acaba de publicar una

Memoria sobre los ensayos que ha hecho en 1871 ápropósito del empleo de los globos en tiempo deguerra lié aquí los principales, resultados: Todaslas tentativas para dirigir los aerostáticos han fra-casado hasta ahora; sin embargo se tienen datospara esperar que dentro de poco se tendrá un me-dio para ascender y bajar sin arrojar lastre ó soltargas. Se está igualmente muy cerca de poder reno-var la provisión del gas durante la marcha do unglobo, produciéndolo por medios químicos.

Los globos no deben tener grandes dimensiones,y la envoltura debe ser tan densa y al mismotiempo tan li|era corno sea posible.

Continúan los ensayos para la dirección de losglobos: en estos momentos se está estudiando cuáldebe ser la proporción más conveniente entre eldiámetro de la hélice y la altura del globo; tambiénse busca cuál sería la mejor forma para las alas ycuántas deberán ser estas.