REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · ta estos fallos nuestro espíritu, por la propia y ......

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REVISTA EUROPEA. NÚM. 249 i ." DE DICIEMBRE DE 1 8 7 8 . AÑO v. SIEMPRE. ESTUDIO PSICOLÓGÍCÍO. El buen sentido de nuestro pueblo, que ha formulado en adagios innumerables todas las contradicciones de la filosofía, sabe también en- cerrar en breves palabras las mil y una senten- cias que condenan á la humanidad, que contie- nen sus aspiraciones y la recuerdan sus debili- dades, como las rocas de la costa recuerdan al mar embravecido sus límites invariables. Acep- ta estos fallos nuestro espíritu, por la propia y por la agena experiencia, como axiomas tanto más ciertos cuanto que son más amargos, y así los hombres, resignados y doloridos, unas veces con indiferencia, otras con abatimiento, repeti- mos todos esas frases desconsoladoras y las oi mos sin inmutarnos, lo mismo que el presidiario percibe sin levantar la cabeza el ruido que con los grilletes producen al caminar sus compa- ñeros. Yo también me he acostumbrado. Todos los dias oigo exclamar en torno mió: á muertos y á idos... No protesto cuando alguno afirma que ha lle- gado á la edad de los desengañoSj y suelo aprobar á los que proclaman la guerra y la destrucción como necesidades del hombre ó como calamida- des inseparables de nuestra especie, que pesarán sobre este planeta mientras lo habite la huma- nidad. Hay, empero, una idea no menos exacta con- tra la cual protestan á mi pesar todas las fibras, todas las fuerzas de mi naturaleza; hay una sen tencia cuya verdad, solo por impotencia puedo admitir. Es él juicio que de los hombres y de las cosas publica esta sencilla locución popular: Todo llega, todo pasa, todo se olvida. Asi, pues, los goces inefablfs, las penas que desgarran el alma como la» tempestades y los torrentes abren el seno de la tierra; los sucesos rtás prósperos> las abrumadoras desgracias, todo pasa, todo es transitorio, todo se desliza y des- TOMC xu aparece, no solo de la sociedad, que con esta sentencia se resignaría á la postre nuestro egoís- mo, sitio también de nosotros mismos; todo pasa y todo se olvida. ¿Cabe;una síntesis más amarga, más cruel, ni más depresiva? ; . - El período fugaz de nuestra existencia, que apenas permite averiguar de dónde venimos y á dónde vamos; es, sin embargo, demasiado largo para que conservemos en toda sa integridad uno sólo de nuestros sentimientos, La peregrinación del hombre por la tierra, no basta, según el co- nocido aforismo de Hipócrates, para dominar un arte ó una ciencia; mas para cambiar y para olvidar, aun tenemos vida sobrada. Todos los hombres pueden recordar sin es- fuerzo los albores de su juventud, los dias en que el corazón tímido y recogido observó en si- lencio sus propios misterios y pretendió adivi- nar los encubiertos fenómenos de la existencia moral. Desde aquella época inolvidable en que quieren las almas determinar apreciaciones defi- nitivas, como el cuerpo va revistiendo sus defi- nitivas formas, desde entonces me preocupa la humillante resignación con que el hombre reco- noce la veleidad y la mutabilidad de sus senti- mientos. Concibo perfectamente la necesidad de la. muerte; me resigno á sufrir las penalidades físi- cas y morales, que forman la trama de nuestra- vida, y no repugna demasiado á mi entendió miento, que junto al quid divinum de nuestro ser, haya instintos, necesidades ó pasiones, por cuyo poder se iguale el hombre á los brutos. Pero como compensación de esa pequenez, como reflejo de ese aliento coleste que permite & la inteligencia humana tantas y tantas victorias, quisiera también el espíritu hallar en el: mundo moral una sola alegría, ver á lo menos 1 un-dolor que, sin modificarse ni atenuarse, viva tatito como el que lo sientei Concédame Dios un goce ó una pena que resista incólume la lima del tiem- po, y entonces creeré al hombre cien veces más grande que cuando domina el Océano con la [ brújula y la tierra coa la locomotora. 43

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 249 i ." DE DICIEMBRE DE 1878. AÑO v.

SIEMPRE.

ESTUDIO PSICOLÓGÍCÍO.

El buen sentido de nuestro pueblo, que haformulado en adagios innumerables todas lascontradicciones de la filosofía, sabe también en-cerrar en breves palabras las mil y una senten-cias que condenan á la humanidad, que contie-nen sus aspiraciones y la recuerdan sus debili-dades, como las rocas de la costa recuerdan almar embravecido sus límites invariables. Acep-ta estos fallos nuestro espíritu, por la propia ypor la agena experiencia, como axiomas tantomás ciertos cuanto que son más amargos, y asílos hombres, resignados y doloridos, unas vecescon indiferencia, otras con abatimiento, repeti-mos todos esas frases desconsoladoras y las oimos sin inmutarnos, lo mismo que el presidiariopercibe sin levantar la cabeza el ruido que conlos grilletes producen al caminar sus compa-ñeros.

Yo también me he acostumbrado.Todos los dias oigo exclamar en torno mió: á

muertos y á idos...No protesto cuando alguno afirma que ha lle-

gado á la edad de los desengañoSj y suelo aprobará los que proclaman la guerra y la destruccióncomo necesidades del hombre ó como calamida-des inseparables de nuestra especie, que pesaránsobre este planeta mientras lo habite la huma-nidad.

Hay, empero, una idea no menos exacta con-tra la cual protestan á mi pesar todas las fibras,todas las fuerzas de mi naturaleza; hay una sentencia cuya verdad, solo por impotencia puedoadmitir. Es él juicio que de los hombres y delas cosas publica esta sencilla locución popular:

Todo llega, todo pasa, todo se olvida.Asi, pues, los goces inefablfs, las penas que

desgarran el alma como la» tempestades y lostorrentes abren el seno de la tierra; los sucesosrtás prósperos> las abrumadoras desgracias, todopasa, todo es transitorio, todo se desliza y des-

TOMC xu

aparece, no solo de la sociedad, que con estasentencia se resignaría á la postre nuestro egoís-mo, sitio también de nosotros mismos; todo pasay todo se olvida.

¿Cabe;una síntesis más amarga, más cruel, nimás depresiva? ; . -

El período fugaz de nuestra existencia, queapenas permite averiguar de dónde venimos y ádónde vamos; es, sin embargo, demasiado largopara que conservemos en toda sa integridad unosólo de nuestros sentimientos, La peregrinacióndel hombre por la tierra, no basta, según el co-nocido aforismo de Hipócrates, para dominarun arte ó una ciencia; mas para cambiar y paraolvidar, aun tenemos vida sobrada.

Todos los hombres pueden recordar sin es-fuerzo los albores de su juventud, los dias enque el corazón tímido y recogido observó en si-lencio sus propios misterios y pretendió adivi-nar los encubiertos fenómenos de la existenciamoral. Desde aquella época inolvidable en quequieren las almas determinar apreciaciones defi-nitivas, como el cuerpo va revistiendo sus defi-nitivas formas, desde entonces me preocupa lahumillante resignación con que el hombre reco-noce la veleidad y la mutabilidad de sus senti-mientos. •

Concibo perfectamente la necesidad de la.muerte; me resigno á sufrir las penalidades físi-cas y morales, que forman la trama de nuestra-vida, y no repugna demasiado á mi entendiómiento, que junto al quid divinum de nuestroser, haya instintos, necesidades ó pasiones, porcuyo poder se iguale el hombre á los brutos.Pero como compensación de esa pequenez, comoreflejo de ese aliento coleste que permite & lainteligencia humana tantas y tantas victorias,quisiera también el espíritu hallar en el: mundomoral una sola alegría, ver á lo menos1 un-dolorque, sin modificarse ni atenuarse, viva tatitocomo el que lo sientei Concédame Dios un goce óuna pena que resista incólume la lima del tiem-po, y entonces creeré al hombre cien veces másgrande que cuando domina el Océano con la

[ brújula y la tierra coa la locomotora.

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Amigos teiígó qu$ ^écha^a» etlta afirmatíiojitíoab la más absurda blasfemia, prodigándomeal oiría todos los insultos que la vanidad ofen-dida puede sugerir á un corazón afectuoso.

Para estos afortunadísimos sores, el mundo nopresenta enigmas ni contradicciones. Es el hom-bre, á su entender, armónico y lógico en todossus actos, y los cambios de au alma representanuna debilidad^ acaso una necesidad de nuestraespecie para la cual venimos tan preparadospor la mano del Hacedor, que fuera peligroso yabsurdo clavar en pechos humanos un senti-miento perpetuo y constante.

Sin protestas ni contestaciones suelo yo esca-char estos amistosos discursos: el esceso de miconvicción me deja sin fuerzas para la réplica;y luego... lo confesaré francamente; aunquerompa para siempre con la modestia, siento ála vez lástima y envidia hacia los que de talsuerte me argumentara Tienen, en efecto, estosamigos mios y la generalidad de los hombres,la rara fortuna de hacer, para todo lo imper-fecto, elegante abstracción de sus propias per-sonas; y cuando se habla de desengaños, cuandose aquilata la consecuencia, cuando se juzga ála humanidad, resultan ellos seres que padeceny conservan incólumes, allá en el fondo del al-ma, todo el impulso, toda la intensidad de susprimeros sentimientos.

'iS&ben, en suma, teñirse las canas '• del corazóny engañarse puerilmente á sí propios.

Si así no fuera, si alguna Vez se asomarancon atención á su propio pecho, ¿no hallarían enel suyo, como en el mió, junto ala veleidad mi-serable de sus afectos, una aspiración indomabley eterna á lo permanente, á lo perpetuo, á lodefinitivo}

¿Qué es si nó la ambición de la gloria? ¿Quésignifica el culto de las tradiciones?

El amor de los padres, que al travos de levesmodificaciones dura en el hombre cuanto supropia existencia, ¿no es por lo mismo el máselevado, el más puro, el más celestial de losamores humanos?

La preferencia singularísima que han tribu-tado á la amistad los pueblos cultos, ¿no nacecabalmente de que este nobilísimo afecto puederesistir mejor que otras pasiones á la deletéreaacción de los años?

Fuera enojoso, además de inútil, ordenarotras demostraciones ó ahondar el estudio de

esa lucha empeñada, en el fondo de nuestro pecho eátre la humana flaqueza que todo lo debi-lita, todo lo cambia y modifica al influjo sinies-tro de los tiempos, y cierta insaciable sed deperpetuidad, de serena ó invariable fijeza quecon formas y caracteres diversos invade á todoslos hombres dotados de mediana sensibilidad yclara inteligencia, lo miámo cuando los uleva yperfecciona la ilustración, que cuando discurreny sueñan sin otra guía que los impulsos de sunaturaleza.

El raciocinio y la experiencia exigirían deconsuno que Suprimiéramos de todas las lenguasalgunas palabras, ó quo enmendáramos Biquierael Diccionario escribiendo en la letra s: nsiem-*pre, advervio inverosímil: pueden usarlo losteólogos y los poetas: siempre en lo humano...nada, ii

Lejos de hacerlo asi, abusamos involuntaria-mente de semejante palabra, y por efecto deaquella lucha interior, quisiéramos abolir cuan-tas leyes ó instituciones dificultan por su anti-güedad el humano progreso, conservando alcontrario al través de los siglos nuestro nombre,nuestra historia, y llevando, sobre todo, mása'lá déla tumba los sentimientos con que otrosseres nos lisongean.

Cuando el instinto sexual y la afición á lobello hablan por primera vez en el adolescente,cuando ignoramos aun lo que es amor y apenascomprendemos la naturaleza, ya nuestros labiosprestan y exigen con toda sinceridad un juramentó de amor eterno.

No hay hombre ni se hallará fácilmente mu-jer, que no haya jurado así, con verdadera leal-tad, cuatro ó seis veces. Y, sin embargo, ¡cuanpocos han podido conservar un amor al travésde los años, esconderlo como una riqueza que f 1tiempo modifica sin destruirla, y entrar con elsuave calor de aquel cariño en las heladas re-giones de la vejez!

Aprovechan muchos una voluntad persisten-te p^ra aumentar su fortuna ó extender su re-nombre; pero los mismos que suelen mostrar enla batalla social tanto valor y tanta perseveran-cia, se entregan cobardemente al destino paratodo lo que afecte á su vida íntima. Los seresafortunados que dominan con su altura* el nivelde sus semejantes, son quizá los que más su-bordinan los movimientos de su corazón al fiaque persoguian por el mundo, y para vivir con

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la inteligencia, para elevarse con la riqueza, en-tregaron la misteriosa vida del alma al caprichoinconstante de la suerte ó á la arbitraria dispo-sición de las circunstancias.

Paseaba yo, no hace mucho, con un hombrepúblico á quien estimo y respeto, aun más quepor sus talentos, por la asiduidad de su trabajoy por la consecuencia con que defiende, en es osagitados tiempos, ideales políticos muy seme-jantes á los que proclamaba en su. juventud. Ilu-minóse de pronto la cara de mi respetable ami-go; separóse de mí cuando penetrábamos en unade las calles formadas por los árboles del Retiro,y examinando con atención á dos señoras quecon nosotros se cruzaban entonces, se dirigió re-sueltamente á saludarlas.

—¿Usted por Madrid, Valentina)—dijo co-giendo á una de ellas las manos.

—Alguna vez nos habíamos de hallar,—res-pondió con expresiva sonrisa una mujer enquien habian respetado los años cierta graciapuramente española y no só qué atractivo me-lancólico y dulce.

Con ella cambió mi amigo en dos minutos to-das las preguntas que la efusión y la confianzainspiran en casos análogos. Ambos se enteraroncon mucho interés de su salud pasada y presen-te, de sus proyectos, de sus hijos, de sus cónyu-ges ausentes, porque es de advertir que amboseran casados. Aquel breve diálogo fue una llu-via de atenciones y, si se permite la expresión,una avalancha de caricias verbales.

Ella parecia deferente, lisongeada y satisfecha}pero en la mirada de sus ojos grandes, un tantoapagados, creí percibir lejos y sombras de re -celo.

Mi amigo, el ilustre estadista, estaba másafectuoso más atento y expresivo que jamás lehabia visto hasta entonces. Como si renunciaraá la felicidad, estrechó, por fin, ambas manos desu interlocutora, y con promesa de visitarla unodé estos Mas, saludó nuevamente y volvió á ca-minar conmigo.

—Graciosa habrá sido,—dije yo, para empe-zar la conversación así que quedamos solos.

—Encantadora,—contestó mi amigo;—peromás que bonita, inteligente y agradable en eltrato.

—¿Son ustedes amigos de la infancia?—pre-guntó con dudosa discreción.

--Fuimos más que amigos, fuimos... novios.

—Novios do coqueteo,—repliqué yo entonces;—novios de capricho, como quien dice de, bro-»ma. ¿Serian ustedes novios por bailar y por pa-sear junto», por ostentarse mutuamente á losojos de todos los conocidos.,.?

—No, señor,—respondió mi amigo;—fuimosnovios muy formalmente. Aun ahora croo queella me quiso muy de veras y yo estuve verda-deramente enamorado de, ella: acaso jamás hequerido tanto. • ¡ .

—Y sin embargo, tuvieron ustedes que sepa-rarse.

—Sí,—dijo vacilando mi amigo;—los estadios, las circunstancias, nos apartaron. Mi padre quiso que yo me estableciera en Madrid;ella se quedó en Zaragoza. Al cabo de algúntiempo me casé yó, luego se casó ella. Poro aunahora la encuentro y la saludo con mucho gusto.

Y dichas estas palabras, mi amigo continuóla conversación que antes de aquel encuentrososteníamos.

No necesité saber más. Mi respetable com-pañero era en aquella ocasión el veleidoso y elfalso. Quizá habia tenido antes para el amor laelevación y la profundidad que en otras esferasha demostrado. Contaba,sin duda, allá en Zara-goza, las horas y los minutos en que la mano deaquella mujer no trasmitia un dulce calor á lassuyas. Sin el brillo incomparable de aquellosmelancólicos ojos, ni el sol tenia para él luz ycalor, ni el arte encerraba bellezas, ni la natura-leza esplendores. Un día sin verla, era para élsacrificiqgnás cruel que la muerte.

Ahora pasa doce años sin saludarla y consi-dera como singular demostración de su conse-cuencia, el placer con que la encuentra en paseoó acepta una conversación preparada por la ca-sualidad.

Otras veces son ellas las que primero so so-meten al capricho de la suerte: pero todos se re-signa n por fio á desvanecer y cambiar lo que an-tes consideraban inmutable y perpetuo. Cuandoel cariño invariable no se convierte en odio crueló en eterno remordimiento, queda en muchas al-mas como un vago reflejo de un fuego casi estin-guido, como el confuso recuerdo que dejan en laimaginación las variadas combinaciones de loscuadros disolventes.

Javier de Maistre ío deplora en amargas fra-ses, y empleando una comparación ingeniosísi-ma, dice que loa hombres, como esos mosquitos

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que forman enjambres ó columnas en. las hermo-sas tardes del otoño, se encuentran por ottsuali-dad y para pt»co tiempo, debiendo considerarsemuy felices si tienen, como los mosquitos, la des-treza necesaria para no chocar unos con otros.

No logro yo, por más que lo procuro, aceptarcon resignación y dar á los demás dentro de mipecho esa existencia de linterna mágica, en lacual cambian y desaparecen, al cabo de algunosaños, ideas y sentimientos, seres y fisonomías.

En vano reparo para modificarme con cuáutafacilidad imitan casi todos los hombres la con-ducta de mi amigo y correligionario; percibo,sí, la docilidad egoísta con que obedecemos á labaja y mudable inclinación do nuestra naturale-za; pero noto á la vez en todas las miradas, veoen él trabajo de los pinceles más ricos, oigo cla-ramente en las brisas y las auras, descubro entodas las creaciones del arte una aspiración ín-tima y constante á la perpetuidad.

Todos los labios amantes, todas las almas quesienten, pronuncian en primer término la mismapalabra: ¡siempre!

En ella se resumen las pocas instituciones quelos pueblos, tras de costosa experiencia, logranadoptar para siglos enteros y las preciadas con-quistas que algunos hombres de genio aportande tarde en tarde al acervo déla humanidad.

Esa palabra siempre, que no cabe por sugrandeza en la pequenez de nuestros corazones,es talismán y cadena del matrimonio, y en estesólo concepto piedra angular de la familia y pri-mer fundamento de toda civilización.

Es además el dulce misterio, el más poderosoencanto de nuestra religión y de varias otras;porque el alma, débil para elevar constantemen-te los ojos alas alturas inaccesibles de la efcurni-dad, solicita aquí mismo algún nflejo de esta yse deleita COK aquellos usos, con aquellas prácti-cas religiosas que de algún modo señalan eneste mundo variable la inmutabilidad de suscreencias y la eslabonada serie de las generacio-nes huma i as.

El árabe y el berberisco, que en la soledad desus tortuosas calles quizá lloran á la vez susdesdichas y las de su patria, reciben todavía unconsuelo inefable cuando desde lo alto del mi-narete canta el almuédano la oración de la tardecon las propias palabras que el creyente apren-dió desde niño, con el tono mismo, en el puntóy en la hora en quo la oyeron sus padres hace

siglos, y en queilas escucharán seguramente sushijos.

Más inteligente y más previsor el catolicis-mo, tampoco podia olvidar el prestigio soberanoque sobre nuestras almas ejerce la perpetuidad.Todo en la religión católica es permanente, se-cular, invariable. Y,1 jpodrá negarse que la in-ínutalidad simbólica de sus prácticas ha conser-vado al catolicismo algunos ánimos vacilantesque la duda empujaba 'á la deserción?

El espíri ,u filosófico que rechace por inútileslas comunidades contemplativas; el alma roidapor la duda que vea en cada monja una Religio-sa de Diderot, ¿dejará de percibir, dejará d<jadmirar, sin embargo, lá poética grandeza queresalta en la igualdad . inalterable de los .actosconventuales? ¿Dejará de sentir, cuando monos,la sublime, aunque monótona, sucesión de he-chos idénticos, que al través de los siglos reve-lan á- los hombres el monasterio?

Allá, en la cumbre do una colina que por unlado domina la Sagra, y por otro descubre lasaguas del Tajo, conozco un convento de monjas,contemporáneo de Alfonso el Emperador. Eleco argentino con que sus campanas anuncian laoración de la tarde, quizá suspendió en, otrotiempo la carrera de aquellos caballeros caste-llanos qu& secundaron á Pedro I en la obra decrueldad y de venganza con que una y otra vezensangrentó á Toledo y á su tierra. Desde entonces, en la interminable variedad de las^ épo-cas, todas las generaciones han escuchado, todashan sentido alguna vez resonar en sus pechos eltimbre metálico con que habla el convento des-de la altura de la colina.

Oyéronlo de lejos los mancebos soñadores)que al caer de la tarde, cabalgaban en direccióná Toledo, cuan io el camino de la ciudad impe-rial era el más frecuentado, por magnates y cor-tesanos; y el más animado palenque de susaventuras y de sus intrigas: lo escuchó sobresal-tada la pobre labradora, que al toque de oraciones apresuraba el- paso para regresar á su al-dea, cuando las turbulencias de estos reinos ha •cian temer igualmente ataques de salteadoresy desmanes de peones ó caballeros.

Hoy, todavía, en la primavera y en el estío,las campanas del convento, invariablemente,agitadas cuando la aurora derrama su nítida luzsobre las orillas del Tajo, sirven de señal en lavilla cercana, para que la enamorada doncella

R.. BQNGHI.r-LEQiN XIII Y LA. ITALIA,

abra otra vez su corazón á la esperanza, y es-pere entre las macetas de su ventana el rumorde.unos pasos bien conocidos.

Llegan después las eternas noches de Diciem*-bre, la vida se apaga y se detiene por largashoras, así en la población como enlas aldeas ycaseríos inmediatos: duerme confiada y egoístala juventud; vela, por el contrario, el enfermo:vela también el hombre prematuramente acha-coso, que tras de largos viajes volvió á su patriapara disfrutar antes de la muerte un desahogocomprado quizá con la mitad de la vida: el cierzoagita entonces los cristales, y no se percibenotros rumores que la aspiración fatídica de laslechuzas ó el ladrido de algún perro vigilante:callan y reposan los demás seres, y ningunocomparte los sufrimientos del que, angustiadopor la oscuridad de la noche, y agobiado tam-bién por las tinieblas de la duda, cuenta los mi-nutos desde su lecho. La voz de la campana lan-zada a los aires desde lo alto del monasterio se-ñala, no obstante, la hora de maitines, sin quebasten á ensordecerla los rigores de la estación,ni el silencio de la naturaleza. Otro ser vela,pues, voluntariamente al pié de una torre fria:otro sonido anima la frialdad sepulcral de la no-che; y aquella voz de cristianismo que designael momento de una oración y habla indirecta-mente de una Vida inmutable, llegará nosotrosen las noches de insomnio como antes llegaraal oido de nuestras madres, como la oyeronanteriormente nuestros abuelosde varias gene-raciones. Una y Otra monja al través del espacioy del tiempo han producido aquellos mis-mos ecos, Siempre en la propia hora, cubiertoel delicado brazo por un sayal igualmente tos-co, tal vez agitado en secreto el seno virginalpor los mismos deseos y turbada la mente poridénticas confusiones.

Nada conozco más inteligente, más consoladorni más elevado que la perpetuidad de semejantssprácticas.

Harto comprendo que nuestros usos, nues-tras instituciones y nuestra sociedad puedencaer para siempre como desaparecieron las gran-dezas de Tiro y se arruinaron los jardines deBabilonias pero alcance yo á lo menos una esta.'-bUjdaql relativa, multipliquemos siquiera en lavida el piempre limitado y humano, ya que laeternidad verdadera ni cabe en la tierra ni pue-de entrar á cada paso en mi espíritu. Dadme en

vuestro pecho y eu «1 mió sentimientos inmuta-bles: hallemos en la agitada existencia .CEOACÍOT

nes seculares y permanentes como faros conque suplir el resplandor brillante de las estre*lias, Progresemos, por fin, sia vacilar,], per.9conservando la paz que respeta la tradición, yeslabona las generaciones; porque si grande, se-ductor y nobilísimo es.el progreso del hombre,grandiosa y titánica es siu duda aquella sombrade Cheops, que despreciando al tiempo se ciern?hace más de cuarenta siglos por encima de lagrau Pirámide, y mira con desden al Simouninvasor que agita en torno de sa pedestal laarena calcinada del desierto.

Inventos, ejércitos, naciones, cataclismos yrazas pasan á la sombra de las Pirámides en gi-gantesco é iuterminablo desfile: el alma de lasdinastías y de los sabios egipcios, viviendo aunsobre aquellos picos, puede al menos exclamarlo que sin duda cantan los ángeles en el empí-reo; lo que nosotros casi nunca podemos decirni creer en la tierra:

¡Siempre, siempre, siempre!Pío

LEÓN XIII Y_LA ITALIA.

(Continuación.)*

LA IGLESIA CATÓLICA Y LA CIVILIZACIÓN.

CARTA PASTORAL PARA LA CUARESMA DE 1877.

JOAQUÍN, DE LA ADVOCACIÓN DE SAN GltlSÓ-GONO, CLÉRIGO DE LA SACRA IGLESIA KOMA-

NA, CARDENAL P E C O I POR LA GRACIA DE

Dios Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA, OBIS-

ro DÉ PERUSA, Á SU AMADÍSIMO PUEBLO.

I ; • •• - •'•'•

La obligación, que por nuestro Ministeriopastoral tenemos siempre, amadísimos, ileanunciaros la verdad, se ha acrecentado ahora,en rázon de vuestras necesidades, que se haóenmás urgentes en los tiempos desgraciados enque vivimos. Nos ek necesario habitaros para ilu-minar vuestra menta, que se trata de oscurecer

(») Véanse los números 233, 234¡ 235, 236, 23% 230y. 243, págs. 161,205, 228, 274, 330, 357 y 495-

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con falaces y seductoras doctrinas, y para po-neros en guardia contra máximas que sis procla-man descaradamente y se tornan sumamente pe-ligrosas. Y sobre todo, nos es preciso hablarospara desvanecer la confusión, que se introducehábilmente en las ideas, con el fin de que no sesepa claramente qué es lo que ha de reprobarsecomo malo, y lo que, siendo bueno y justo, debemantenerse. Porque, amadísimos, la guerra quese hace á Dios y á su Santa Iglesia, es más for-midable, merced á que no siempre viene dirigi-da con lealtad, sino con astucia engañadora. Silos impíos, que viven entre nosotros, dijesensiempre y abiertamente qué es lo quieren obte-ner, nuestra tarea se haria bastante más fácil,y de otra parte, los fieles, ante la enormidadmisma de las pretensiones, se verian persuadi-dos á no prestar oídos á los seductores. Pero nose hace así: en vez de esto, se recurre á palabrasque lisonjean, y que no entrañan un sentidoúnico y preciso; y después, sin definirlas, searrojan como pasto á la curiosidad pública, sefábrica sobre ellas casi otras tantas ciudadelas,desde dondo se dispara furiosamente contra laIglesia, sus ministros, sus enseñanzas.

De semejante artificio se podrían citar ejem-plos no pocos ni dudosos; mas por decir solamente una palabra, de que tanto abusan los in-crédulos, tquién no sabe, amadísimos, cuánto nose repite hoy la palabra civilización, como si en-tre ella y la Iglesia existiese una repugnacion in-trínseca y una enemistad irreconciliable] Estapalabra, que de por sí es vaga, y que no se cui-dan de definir los que la emplean, ha venido áser el azote que se sacude sobre nuestra espal-da, el instrumento para abatir laa más santasinstituciones, el medio para allanar el camino áexcesos deplorables. Si se toma á burla la pala-bra de Dios y de quien lo representa aquí en latierra, es que la civilización lo pide. La civiliza-ción es la que quiere que se restrinja el númerode Iglesias y de los ministros sagrados, y se mul-tipliquen en cambio los lugares de pecado. Lacivilización es la que reclama teatros sin gusto ysin freno de pudor. En nombre de la civilizaciónS3 da rienda suelta á la. usura espantosa, á lasganancias deshonestas; y en nombre de la civi-lización aún una prensa inmoral envenena losánimos, y el arte prostituido contamina los ojoscon obscenas imágenes, y se abre camino paracorromper loi cirazonaa. Eatratanto, á la som-

bra de la palabra lisonjera, levantada comohonroso estandarte, la mercancía envenenadatiene libre despacho, y entre el rumor que atur-de, y las ideas que se embrollan, una cosa que-da en pié: que nuestra es la culpa si la civiliza-ción no corre más espedita y no se eleva á másespléndidos destinos.—En esto tendría su orí-gen lo que quiere llamarse la lucha por la civi-lización, pero que más propiamente podría de-cirse opresión violenta de la Iglesia.

No os maravillará, por tanto, amadísimos, sidirigiéndoos nuestra palabra, como de costum-bre, al aproximarse el tiempo cuadragesimal,nos ponemos á discurrir extensamente, y conpreferencia á todo otro asunto, sobre esta civi-lización, para poneros de manifiesto con eviden-tes pruebas que todo lo bueno que esta palabracontiene y expresa, ha llegado á nosotros porconducto de la Santa Iglesia, y sólo por su ma-ternal solicitud nos será conservado en el por-venir.

II

No queremos, sin embargo, que, al ponernosá discurrir sobre esta importante materia, pue-da otro devolvernos con razón la censura, diri-gida poco há por nosotros á los adversarios, deservirnos de palabras que, no bien definidas, con-cluyen por engendrar la confusión. La verdadno gana nada con este sistema; y vosotros, ama-dísimos, á quienes no llega por primera vez lapalabra de vuestro Pastor, sabéis cómo sobretodo ha estado siempre en nuestro ánimo eltriunfo de la verdad sobre el error. Así, pues, procu-raremos exclarecer desde luego el sentido de lapalabra tanta veces repetida , y no creeremoshaber empleado mal el tiempo, si, definidaaquella claramente, se nos hace más lúcido y or-denado el discurso.

III

Es notorio, y una brevísima reflexión bastarápara convencernos de ello, que el hombre hasido destinado por Dios para la sociedad, yconstituido de Suerte, que sin ella no podríasubsistir en modo alguno. Niño, donde quieraque fuese abandonado á -si mismo, caería máspronto que aquellas flores que sólo viven algu-nas horas; ya mayorcillo, falto de juicio y deesperanza, se engañaría muchas veces en su da-

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ño, si tío tuviese quien le guiase, le instruyese,le adiestrase en conllevar la vida honradamente,y le preparase para prestar á los otros sus servi-cios, como ellos se los prestan á él. Toca á la vi-rilidad, Jqué sería aún del mismo sin la próvidatutela de la sociedad, de que forma parte? Unfamoso economista francés (1) resumo1 como enu n cuadro los múltiples beneficios que obtioneel hombre de la sociedad, y maravilla con-templarlos. Paraos á considerar el más mezqui-no de los hombres, el más oscuro de los artesa-nos; tiene sin duda de quó vestirse bien ó mal,tiene con quó calzarse. Ahora bien: ¡cuántaspersonas, cuántos pueblos no se ponen en mo-vimiento para proveer á aquél de sus andrajos,de sus zapatos! Todos los dias lleva á su bocaun pedazo de pan; y de nuevo ¡qué trabajo,cuántos brazos empleados on servirle, desde elaldeano que abre los surcos del campo para de-positar en ellos la semilla, hasta el último queconvierte el grano en pan! Este hombre tienederechos; pues hay abogados para perorar, ma-gistrados para pronunciar juicios, soldados parahacerlos respetar. Es ignorante; pues hay es-cuelas, hombres que componen libros para él,otros quo los imprimen. Tiene instintos reli-giosos, trasportes hacia Dios; pues hó aquí á suservicio sus hermanos, que dejan todas las de-más ocupaciones, se entregan al estudio de lasCosas sagradas, renuncian á los placeres, á losnegocios, á la familia, por responder mejor áaquellas supremas necesidades. Pero basta deesto: que bien claro aparece lo indispensableque es vivir en sociedad para satisfacer necesi-dades tan inevitables como variadas.

IV

La sociedad, compuesta de hombres esen-ciúmente perfectibles, no sólo no puede permane-cer inmóvil, sino que progresa y se perfecciona.Un siglo hereda de otro las invenciones, los des-cubrimientos, las mejoras adquiridas; y así, lasuma de los beneficios físicos, morales, políticos,viene, creciendo maravillosamente, i,Quién seatreveria á comparar las míseras casas de lospueblos primitivos, los toscos enseres del ajuar,los imperfectos útiles, con todo lo que poseemosen el siglo XTX? ¿Hay más proporción entre el

(1) Federico Bastiat.

trabajo perfectamente realizado por nuestrasingeniosas máquinas, y el que salia penóaa*-mente é imperfecto do la mano'del hombre? ¿Ea ,dudoso para nadie, que valgan más que los vier;jos caminos mal trazados, que los inseguros •puentes, que los largos y penosos viajes, nues-tros caminos de hierro que, poniéndonos alas ála espalda, parece que han empequeñecido núes-tro planeta, tanto se han aproximado lo» pue* ,blos? Por la sumidad de las costumbres péblimsy la cortesía en los modales, ino Vá la'edad que?corre sobre las rudas y groseras forma» de losbárbaros? [Y las relaciones reciprocas no se hanembellecido? ¿Y el sistema político, bajo algunosrespectos, no se ha mejorado por obra del tiem-po y de la experiencia? jDónde están las ven-ganzas privadas consentidas, las pruebas delfuego, el talion, etc.? Los pequeños feudos, losrivales municipios y los indisciplinados solda-dos aventureros, íno han desaparecido?Es, pues,una verdad de hecho, que el hombre, en lasnuevas sociedades, se ha perfeccionado bajo eltriple punto de vista del bienestar material, delas relaciones morales consigo mismo, y con losdemás, y de las condiciones políticas.

Ahora bien: los grados diversos de este pro-gresivo desarrollo, que alcanzan los hombresreunidos en sociedad, constituyen la civiliza-ción, que es incipiente y niña, cuando las con-diciones, por las cuales se perfecciona el hom-bre, bajo aquel triple respecto se cumplen enuna escasa medida; adulta, cuando se cum-plen má$ ampliamente: y seria completa, si enalguna ocasión se realizasen todas.

V

Establecido así el verdadero concepto de lacivilización, para no dar golpes á la desespera-da ni luchar en el vacío, se nos ofrece la grancuestión que on nnestros dias tiene suspenso almundo. jEs la civilización una planta que ndpuede brotar y producir sus frutos en una socie-dad que vive del espíritu de Jesucristo, y enmedio de la cual hace ?entir su voz de madre yde maestra la Iglesia católica? ¡.Estará condena-do el hombre á no entrar en el consorcio, deque se aprovecha en el orden físico, moral ypolítico, allí donde no sea rebelde á la Iglesiay no le mande el libelo de repudio? Esto, ama-dísimos, debería" afirmarse, ateniéndose á las

680 REVISTA EUROPEA..—i¿° DE DE 1878. Ñ." 249

ideas que están en boga, y á los hechos quecaen bajo I03 ojos. Porque parece natural creerque exista semejaate incompatibilidad on el cris-tianismo y en la Iglesia, cuando se estima nece-sario recurrir á una guerra durísima contra estaúltima en nombre de la civilización, preten-diendo que toda esperanza de mejora debe per-dersey si'antes no se concluye con aquélla. Héaquí, amadísimos, la cuestión que llamábamosgrande y capital; toda vez que, si se resolvieseen daño de la Iglesia, no habría ya quizá modode detener la apostasía de su? hijos, los cualesdesdeñarían una institución gue les obligaba ápermanecer en la barbarie é incivilizados.

VI

Pero, si la cuestión por una parte es gravísimaen sí y por las consecuencias que trae, por otraai de aquéllas quo, para convertirse en ocasiónde honrosísimo triunfo para la Iglesia, no re-quiere más que una tranquila reflexión y unaimparcial investigación de los hechos. Y pre-cisamente con la tranquila reflexión y á la luzserena de los hechos es como nosotros tomamosá nuestro cargo tratarla, amadísimos, á fin deque ninguno de "vosotros sea engañado por laagena malicia ó inducido á sospechas vanascontra la Iglesia. Sin embargo, nos preocupala amplitud misma de la materia, que no puedeencerrarse del todo dentro de los límites nece-sariamente estrechos de una carta Pastoral. Nosconvendrá, por consiguiente, distribuir en par-to nuestro tratado, contentándonos esta vezcon discurrir sobre la civilización, consideradacomo el cumplimiento de aquellas condicionespor las que se perfecciona el hombre en la so-ciedad, bajo el punto de vista físico y material.Y no emprendemos el camino desde este puntosin deliberado propósito: pue3, aparte de que esel primero que debe explicarse, y por tanto elprimero también que debe atraer nuestra aten-ción, es, de otro lado, el más importante, nopor su valor intrínseco, pero sí por la desorde-nada inclinación de nuestra época, cuidadosasobre todo de' las cosas que cpnciernen á lossentido» y á loa destinos temporales.

VII

Ahora bien: jes verdad, amadísimo», que den-tro de la Iglesia, y siguiendo sua enseñanzas, se

vea impedido el hombre, por lo que.se refiere albienestar público, de tocar al grado de: civili-zación quo podria, si se hallase desligado detodo vínculo y dependencia de ella? Como vieneal caso, hacemos nuestras IJVS conocidísimas pa^labras de un escritor, no, afecto, ciertamente, ála. Iglesia: "¡Cosa admirable! Ja religión cris-tiana, que parece no tener más objeto que la fe-lieidad en la otra vida, fuñió también la felici-dad sobro esta tjerra (i). 11

Parad, en efecto, vuestra consideración, ama-dísimos: el trabajo, de donde vienen las riquezaspúblicas y privadas, los perfeccionamientos, jdela materia y los descubrimientos ingeniosos,repútase como la primera fuente de prosperidad.Ahora, el trabajo, ya se considere en su formamás humilde, que ea la manual, ya en la másnoble, que es el estudio de la naturaleza paraconocer y aplicar sus fuerzas á los usos de lavida íquién lo promovió jamás mejor que lareligión de Jesucristo, la cual se conserva puraé inalterada en la Ig lesia 1

El trabajo fuó desdeñado, y se desdoña aún,donde el Cristianismo no extiende su benéficoimperio, Aristóteles lo llamaba iliberal (2); con,el mismo dictado lo agraciaba Platón (3). Losobreros, que fueron siempre por parte de laIglesia objeto de tan amorosa solicitud, no seestimaban por ningún griego dignos del nombrede ciudadanos, puestos cpmp estaban casi laigual de los esclavos (4). El hombre libre en po»sesión de todos los derechos no trabaja, menos-rprecia también las bellas artes; y así debe mos-trarse en los teatros, en el Jibre trato social, yhaciendo gala de ociosa elocuencia en las asam-bleas. Y de estas costumbres de la Grecia nodiferian mucho las de los romanos. Aquel so-lemne filósofo y orador, que se llamó Marco Tu-lio", despreciaba el trabaja do tal modo, que te-nia á obreros y braceros en la estima de bárba-ros y de gente de ningún valer (5). Terencio,que es buen testimonio de las ideas aceptadas ycorrientes en la Boma de sus tiempos, dá á en-tender que se miraba digno de respeto y de ho-nor el que traía una vida ociosa, no el que se

(1) Montesquleu, Bsp. des Lois, XXIV, 3.(2) Polí¿Ma- III» 3, VIH, 2.(3) DeRep.,2.(4) Polílica, II, 1.(5) Quaest. Tase, V. 36.

R. BONGHI.-HbEON XIII Y I-.A JTAWA, 6Bis

veía obligado á conllevarla con el trabajo (1).Cuál fuese la ocupación más agradable á los ro-manos libres, lo enseñó Juvenal (2): "arrastrarseó insolentarse con los ricos, para tener pan ydiversiones sangrientas.»

Tal lia üido, amadísimos, la suerte del trabajoen los dos pueblos más cultos del gentilismo, yfuera de esos pueblos nunca ha sido mejor, nilo es ahora tampoco. Así como los antiguosgermanos, descritos por Tácito (3), aborrecíanel trabajo, así también vemos en nuestros díassubsistir la misma antipatía en los pueblos pri*vados de la luz del Evangelio. En la India unbramin, esto es, uno perteneciente á la castasuperior, se creería manchado con solo tocar áun paria; los salvajes de la América del Nortese abstienen del trabajo, que imponen, en cam-bio, á la mujer, considerada como esclava; y sihubiésemos de atenernos á una famosa Revista,también entre nosotros, no obstante haber liegado á tanta cultura, el trabajo apenas se honramás que de palabra, y mientras hay quien seinclina ante ©1 rico, no se pone en verdad buenacara á aquél cuya mano encallece sobre los úti-les de la profesión (4).

Este estado de cosas desapareció, cuanto en elvasto cuerpo de la sociedad comenzó á sentirseel soplo de la religión cristiana. Desde luego eltrabajo se tuvo por ella como una dignidad so-brehumana; porque Jesucristo, verdadero Hijode Dios, quiso estar sujeto al pobre artesano deGalilea, y El mismo, en el taller de Nazareth,no se avergonzó de prestar ayuda con su bendi-ta mano. Mediante el trabajo, los Apóstoles,enviados de Jesucristo, quisieron tener con quéconllevar la vida y no ser gravosos á sus her-manos, sino, antes bien,ayudar á los pobres](5).Los Padres luego parecen no hallar palabras querespondan á su vivísimo deseo de encomiarlo yatraer hacia él el aprecio y estimación de todos.San Ambrosio (6) y San Agustín (7) lo exaltanpor sü utilidad. San Juan Crisóstomo hace re-saltar que el trabajo, á pesar de sernos impuestocomo expiación, sirve también de ejercicio, por

(1) Eun., II, 2.(2) Satyr, X, 81.(3) Ger, XIV, 15.(4) Bevue dea deux Mondes, t. 61, pág. 70.(5) Aot. Apost. XX, 34,35.<6) De vita beata 1,6.(7) De oper. Monachor, 3,

cuyo medio, se fortifica la naturaleza mora},,Él,trabajo, finalmsnta (1), habilita al hombijO:, nosólo para bastarse á sí, sino para socorrer á los,otros. Hé aquí bellas y verdaderas ideas dsl tra-:bajo, todas cristianan, todas salidas del cufio dela Iglesia; y éaía., á su modo, iníiuye poderosa-mente para que tornea cuerpo en Io9 hechos yen las instituciones. El monaquisino, consagra-do al trabajo de propósito, y más especialmen-te á la agricultura, viene á tomar su puasto enla sociedad, y á llevar gloriosamente su valioso,concurso al bienestar común. Separados de esta,gran institución por troce siglos que han cor-rido entre ella y nosotros, orgullosos de nueatxaindustria y de los progresos, hemos olvidadoen qué tiempos nació, cuánto hizo y de cuánto laesdeudora asimismo la civilización en esta parte.íCuáuta alabanza no es debida á aquellos pobresmonges, que dierpn tanto impulso á lp que ha-ce próspera y cómoda la vida? Nosotros .vivi-mos en tiempos en que el trabajo es promovido:en los cuales el < que posee grandes capitalesviene á buscar en é] los medios de acrecen-^tarta, el que no los tiene viene á tentar elcamino para llegar á la riqueza deseada; pero,aquellos hombres santos, que se reunían bajo ladisciplina de la Iglesia, vivían en tiempos deinvasiones bárbaras, de confusión, cuando na-die amaba el trabajo, y el que tenia un brazorobusto no pensaba poder empleado .mejor que.al servicio de un aventurero rapaz, y en produ-.cir estragos y ruinas. Y, sin embargo, en taninicuas condiciones, se esparcieron por la Eu-ropa, convertida en un desierto, para cambiarsu aspecto y hacerla rica en floreciente cultivo.Trasportémonos con el pensamiento á aquellostiempos, y consideremos, amadísimos, qué ejem-plo tan eficaz y provechoso nos dierpn aquelloshombres, que, contentos con un pobre vestidoy satisfechos con un alimento que bastase á re-tardar la muerte, dejaban la plegaria para, mar-char al campo, y allí hendían con el arado latierra para confiarle la semilla que, crecida, de-bia bastar para abastecer de pan á los pobres»á los peregrinos, á comarcas enterasj de igualmodo se entregaban con gran trabajo á abrircaminos, á echar puentes que hiciesen más ex-peditas las comunicaciones de país á país, másfácil y más seguro el comercio ¡Qué ventaja^.

(1) Conttít. Apost., Vil. 18.

082 REVISTA EUROPEA.'—i." DE BIOÍÉMBRE BE 1878. N/249

no debía sacar la sociedad de la experiencia deaquellos que, ensayando y volviendo á ensayarcon larga paciencia, y poniendo en comúnfuerzas y luces, habían llegado á secar pantanos,é encauzar rios, á recoger el agua dispersa parautilizarla en el riego de los terrenos cultivados,de tan ingeniosa manera que, á atenernos á laautoridad de un ilustre historiador, todavía losmodernos, después de los progresos de las cien-cias naturales, tendrían que aprender algunacosa de aquellos antiguos habitantes del claus-tro (1).

No sólo las artes sencillas y más estricta-mente indispensables de la agricultura tuvieronincremento y vida por obra do los monges,inspirados'y dirigidos por la Iglesia, sino quelas fabriles mismas y las liberales no tuvieronmás seguro asilo ni mejor campo donde ejerci-tarse qué las Iglesias, los Episcopados, los Mo-nasterios, en cuyos lugares adiestráronse lasprimeras, y á cuyos lugares enviaron las segun-das las chispas, que después debían crecer enesplendor maravillosamente luminoso. Si, portanto, el trabajo es fuente de riqueza, y la ri-queza pública es signo de civilización, en cuan-to él hombre mejora respecto á su bienestar fí-sico y exterior, no se puede poner en duda, quela Iglesia tiene derechos históricamente incon-trastables al reconocimiento común, y que unalucha emprendida contra ella en nombre y eninterés de la civilización seria á la vez irracio-nal ó injusta.

VIII

Y esta irracionalidad é injusticia manifies-tas se descubren mejor, cuando uno se poneá consultar nuestra historia civil, historia queJos enemigos de la Iglesia, llenos como estánde iras apasionadas y de prejuicios, ó no leen, úolvidan demasiado pronto haberla leido. ¡Cosanotable, amadísimos! Se quiere abandonar á laIglesia, á quien se considera incapaz de promo-ver la civilización y los risueños progresos quetanto se aman; y si no se arrojan á las llamas losdocumentos históricos referentes á nuestra patriapreciso es confesar, que nunca se elevó la sociedaden Italia á tan altos vuelos de civilización, comocuando era animada por el soplo cristiano, y sehallaba totalmente envuelta en la atmósfera ca-

(1) Cantú, Storia dgl' luxliani. '

tólica. A pesar dé toda nuestra vanidad y nues-tra jactancia, no sabemos Segiiráttieilte «i hom-bres sensatos tendrían él valor de sostener, que,en punto á grandeza política é industrial, nos-otros, los modernos, estemos en camino de su-perar á nuestros padres católicos y creyentes enpalabras y hechos.--Venecia, Genova» Pisa,Luca, Florencia y otros Comunes y provinciasitalianas, cuando eran obsequiosas á la autori-dad de la Santa Iglesia, llenas de fó que se evi-denciaba en Jas admirables basílicas, en las ri-cas instituciones de la piedad cristiana, dosple-gáron un poderío, que, teniendo en cuenta lostiempos y los medios imperfectos, supera al delas más florecientes naciones modernas. El marJónico, el Negro, el África, el Asia eran el tea-tro de las proezas comerciales y guerreras de susantepasados, allí hacían sus importantes y fe-cundas conquistas: y mientras fuera ondeabatemida y honrada su bandera, en casa no se es-taban ociosos, cultivaban las artes y el comer-cio, aumenta ndo por todos los medios honrososla riqueza pública y privada. La/iwdustria de lalana, de la seda, de la platería, de los vidrios decolores, del papel, en Florencia-, en Pisa, en Bo-lonia, en Milán, en Venecia, en Ñapóles, pro-porcionaban trabajo lucrativo á miles y milesde operarios, atraían so bre nuestros mercados eloro y el concurso de los de fuera. De aquí el lujo,fruto de la riqueza acrecentada en aquellos co-mercios, tan duramente condenado por Alighie-ri, Villani, Varcki, por casi todos nuestros cro-nistas; de aquí aún el incremento y el esplen-dor de las Bellas Artes, que vienen de ordina-rio á regalar los ocios de una vida acomodada.Los nombres de Griotto, de Arnolfo, de Bíunel-leschi, hasta los de Pedro Perujino, de Eafael,de Tiziano, de Vignola, de Paladio y otros in-numerables, forman el digno coronamiento delcuadro que representa el maravilloso progresoen la civilización de una sociedad, que no eraobligada á desprenderse de la sujeccion de laIglesia y á hacerse incrédula para marchar ex-pedita por la vía de la civilización, y añadir dul -zuras y encantos á la vida.

IX

Pero la Iglesia no tiene sólo él incontrastablemérito de haber ennoblecido y santificado el tra-bajo; no sólo tiene la gloria de que la sociedad,dirigida é inspirada por ella, haya dadorápi-

N.° 249 R. BONGHI.—LEÓN XIII Y LA, ITALIA.

dos pasos en la Vía de la civilización; tiene untítulo aún más noble, «na gloria aún más pura:y es, que mantiene á los hombrea en el medioracional, é impide que por excesivo amor al tra-bajo se llegue á convertir en una fuente de bar-barie y de opresión lo que, ejercitado discreta-mente, es medio de perseguir deseables ventajasy honesta prosperidad.

Las escuelas económicas modernas, contagia-das do incredulidad, consideraron el trabajocomo fin supremo del hombre, y tuvieron alhombre mismo por una máquina más ó menosapreciable, según que gira más ó menos adecua-damente para la producción. De aquí la ningunaestima en que se tiene al hombre moral, de aquíel enorme abuso de la pobreza y de la debilidadpor parte de los que quieren esquilmarla en suprovecho. ¡Cuántas y cuan solemnes quejas nonos tocó oir aún en países que se estiman lle-gados á la cima de la civilización, por las exce-sivas horas de trabajo impuestas al que debeganar el pan con el sudor de su frente! Y losniños llevados á los talleres á enfermar del pe-cho en medio de tempranas fatigas, ¿no contris-tan, acaso, al observador cristiano, no arrancanpalabras de fuego de toda alma generosa, y noobligan á gobiernos y parlamentos á estudiarleyes para poner coto á ese tráfico inhumano]Y si la caridad católica, incansable en socorrer,no viniese en su ayuda con las salas, con losasilos de infancia, icuántos niños no quedaríanabandonados á sí propios, ahora que la maníadel trabajo saca del hogar doméstico, no sólo alhombre, sino también á la madre? ¡ Ah, amadí-simos, cuando vemos <ú oimos contar por bocas,que no pueden ser sospechosas, estos hechos, nopodemos contener el sentimiento de enojo quepugna por estallar contra los que piensan con-fiar á manos de éstos bárbaros la suerte de lacivilización que dicen proteger!—Y aun hayalgo peor; pues este indiscreto trabajo, en cuan-to enerva y consume el cuerpo, arruina el alma,en la cual va borrando poco á poco la imagen ysemejanza divina. A fuerza de tener á los hom-bres encadenados á la materia, sumergidos, ab-sorbidos en ella, la vida del espíritu se adorme-ce en aquella pobre víctima de trabajo, hechopagano de nuevo: todo lo que ensalza al hom-bre, que le hace ser lo que Dios quiere que sea,el rey de la Creación, el hijo adoptivo del Señor,el heredero del reino de I03 cielos, se oscurece

ante aus ojos, cae en el olvido, dejWMjo, en cam-bio, sin freno cuanto hay en ol hombre 4e ins-tintivo y de animal. Puestos en presencia deestos seres, tan desconcertados por la, avaricia,por la fiereza de quien no tiene entrañas, se pre-gunta uno, si estos fautores de la civilización,fuera de la Iglesia y sin Dios, en vez de haoes--nos progresar,. no nos empujan muchos siglosatrás, conduciéndonos de nuevo á aquellos tietn-po3 de luto, en que la esclavitud hería á tantaparte de los hombres, y el poeta Juvenal excla-maba tristemente, que el género humano viyiapara diversión de unos pocos.

Ahora, este ardor intemperante que agita ánuestra sociedad, jquién lo corrige mejor quela Iglesia Católica, que, si por un lado invita átodos al trabajo, emplea por otro con sabiduríasobrehumana los medios más conducentes á im-pedir el abuso? Pues, aparte de que para ella noson palabras vacías de sentido las, de humani-dad y de amor fraternal, ¿quién ignora la efi-cacia que llevan consigo para dulcificar las as-perezas ó interrumpir la dolorosa continuidaddel trabajo los domingos y las solemnidadescristianas, que vienen de tiempo en tiempo ádifundir la alegría religiosa en las familias delos creyentes?

De igual manera que en un largo viaje hechopor árido desierto, bajo la inclemencia del sol,se hallan, con inmensa alegría del caminante,lugares en que copudos árbolos ofrecen la anhe-lada sombra y suaves alfombras de verdura elambicionado reposo; asi estos caros dias aparecenpara restaurar el cuerpo en el descanso, y el almacon inefables consuelos. Entonces el pobrecillosacúdese de encima el polvo del campo y del ta-ller, y parece respirar con sus mejores vestidosmás ásus anchas; apercíbese de que Dios no locreó para que permaneciese perpetuamente me-cido al carro de la materia,:8Íno para que fuesesu Señor. Para él envía el reanimador rayo delsol; para él estas colinas que lo embriagan consus perfumea; para él estos piados, en medio delos cuales vá á solazarse con la mujer, con lostiernos hijos; para él, en fin, aquella, gracia deDios en que la modesta ¡comida aparece máa sa-brosa que de costumbre. Si entra en la iglesia,donde lo llama la voz de la religión, encuentradeliciasque en ninguna otra parte puede hallar;las armonías de los sacros cantos deleitan sosoidos, sus ojos se deslumhran á la vista de pre-

684 REVISTA EUROPEA.-*! .* DE. ©I0IEMBRE DE 1878. Ni?* 24»

cíosos' máxtüíJleSj de ticos dorados, de elegantesparamentos, de la severidad de las líneas arqui-tectónicas; pero sobre t'odo vienen á conmover,á purificar el corazofi las-palabra» del Ministrodo Dios, que le recuerdan la redención, sus de-beres, sus esperanzas inmortales. En esos diastambién las inocentes alegrías de la familia de-jan de serun deseo, para convertirse en una rea-lidad.

Al lado de stt mujer, rodeado de sus hijos,ejercita la más noble y más suave de las sobe-ranías; conoce á sus subditos, que tan gran par-te forman de su corazón, es conocido por ellos,se dá cuenta exacta de las necesidades, y se en-ciende en él él amor al trabajo y i la economía,para satisfacerlas.

Así, con el descanso de la fiesta, se restaurafísica y moraílmente, y lo que se llama por alganos ocio censurable, no es sino tregua fecun-da, que después de gustada lleva á recomenzarel trabajo con más vigor y sin aquella antipatíaque le hace aparecer veces como una condena,eomo wn suplicio;

(Del libro de E. Bonghi, León XIIIt y Xa Italia, trad. por II. Giner).

{Continuará.)

MAHON,

(Continuación.) *

VI

Ya hemos dicho que el tratado de Utrechtsancionó el despojo de Gibraltar y de Menorca,tan fácilmente y á tan poca costa adquiridaspor los aliados del pretendiente austríaco.

El artículo 11.° de aqnel célebre convenio,dice así: "El rey católico por sí y por sus here-"derost y sucesores, Cede también á la corona denía Gran Bretaña toda la isla de Menorca, tras-i'pasándola para siempre todo el derecho y ple-<no dominio sobre la dioha isla, y especialmen-"te dicha ciudad, castillo, puerto y defensas"del seno de Menorca, llamado vulgarmente" Puerto Mahon, juntamente con loa otros puer-"tos, lugares y villas situadas en la referida is-

(*) Véanse loa números 24? y 248 páginas GIS y 641.

nía. Pero se previene como en el artículo preee-1'dente, que no. se dé entrada ni acogida en"Puerto Mahon, ni en otro puerto alguno de la"dicha isla de Menorca, á naves algunas de"guerra de moros que puedan infestar las eos-utas de España con su corso; y sólo se les per-"mitirá la entrada en dicha kla á los moros y»sus naves que vengan á;comerciar, según los"pactos que haya hechos con ellos. Promete"también de su parte la reina de la Gran Bre"taña, que si en algún tiempo se hubiere de"enagenar de la corona de BUS reinos la isla de"Menorca y los puertos, lugares y villas situa-»das en ella, se la dará el primer lugar á la co-"rona de España sobre otra nación para redimir"la posesión y propiedad de la referida isla."Promete también Su Majestad Británica que"hará que todos los habitadores de aquella iala,"tanto eclesiásticos como seglares, gocen segu-"ra y pacíficamente de todos sus bienes y hone-"res y se les permita el libre uso de la religión"católica romana; y que paira la conservación»de eBta religión en aquélla isla se tomen aque-»llos medios que no parezcan enteramente"opuestos al gobierno civil y leyes de la Gran"Bretaña. Podrán también gossar de Sus bienesuy honores los que al presente están al servicio"de Su Majestad Católica, y aunque permane-cieren en él; y será lícito á todo el que quisie-r e salir de aquella isla, vender sus bienes y pa-usarlos libremente á España, n

Este artículo no es sino la reproducción am-pliada del 5.° del tratado de tregua y armisticiode 19 de Agosto de 1712, en que se estipulabael trasporte de: tropas y municiones á Gibraltary Puerto Mahon, "actualmente ocupadas, dice,nppr sus arma» (de Inglaterra), y en cuya pose-usion ha de quedar por el tratado de paz que seitha de hacer;" y lo es también del 4.° del de

. 27 de Marzo dé 1713, en que aparece cláusula• igual ó semejante/ •••'.. ¡

Al concluirse la guerra, y acabadas apenasde concertarse las estipulaciones,, se presentó ejiMenorca el duque de Argyle con plenos poderespara establecer la administración pública ennombre de su graciosa soberana la reina de In-glaterra.

Ya al tiempo de la conquista, el que se titurlaba Magnifico jurado de Maltón-, Bartolomé Se-guí habia pedido, en nombre de la Universidad i

'• de aquella villa, la confirmación de todoslospri-

. QOW&S DE ARTEOHE.—•' 689

vilégioa de que disfrutaba la isla al morir Car-los II, interrumpidos, al parecer, en aquellosocho años de perturbación y guerra; solicitud áque el general Sfcanhope habia accedido sin res-tricciones ni reservas en docreto expedidora 17de Octubre en el castillo de San Felipe de quoacababa de hacerse dueño.

PerO al llegar Argyle como agente ya dé lanueva "metrópoli, todos los Jurados de la Isla seapresuraron también á proponerle los punios queconsideraban como más importantes á la econo-mía y buen estado de Gobierno de la ííiisma, refe-rentes, casi todos, ala conservación de la religión católica y sus templos, á la confirmaciónde sus privilegios y prácticas, á la manutenciónde los derechos universales que es tanto comola de su gobierno y administración peculiares,y á que considerase, por fin, el estado miserablede la isla, exausta dé todo y obligada al sumi-nistro, en parte, de las tropas dé ocupación,para que se la atendiese y ayvidase á salir detanta penuria.

No copiamos la reclamación de los Juradosde Menorca, porque la respuesta de Argyle laespecifica suficientemente, y necesitamos comu-nicar ésta á nuestros lectores para en ella fun-dar después algunas consideraeiones que nosparecen oportunas y conducentes al objeto deeste escrito.

Dice así: "Habiendo considerado los puntosndel memorial que V.s M.s me presentaron estantarde, doy en respuesta á V.s M.s lo siguiente:

1." y 2.c nÉn cuanto el primer y segundónpuntos debo acordar á V.s M.s que por ordenndeS. M. y en su nombre les aseguré do la con-iitinúaciondelosfueros y privilegios, cualesquie-r a Eclesiásticos y civiles, según V.s M.s ten-ndrán ya más razón para dudar del cumplimien-nto de cualquier promesa hecha por orden deHS. M., lo cual espero les dará una perfecta sa-tisfacción en esta materia.u

3.° "En cnanto en el tercer punto, debo de-iiiúr quo todos los derechos sobre cosas, que in-utroducon en cualesquiera puertos de S. TVE.:

upertenecen á la Reina, según las Leyes, peronque 8, M., conociendo que avanzarla muchonel tráfico de esta Isla, que los puertos de ellanse hiciesen francos fue servida de su mera bon-udad de ordenar que ningún derecho fuese dé-nmandado, ni por los Oficiales civiles ni milita-nres y éstos tendré yo cuidado de hacer que obe-

ndezoan puntualmente las1 órdenes dé S. M., ynlo3 Oficiales civiles* representaré la* razbn'eSnqué'V.» M.s mandan a la Reina, como es de mi11 obligación hacer todo-aquello que V.8 M.s deT

itsean de mí̂ que no está en mi poder el darlesKgttsio en'tó entero cumplimiento^! '

4." HEl cuarto punto debe inforaiat &

M ys Jü.s qUQ jjjg tropas no han1 de estar másutiempo esparcidas porlaIsla del que se tarda-iisénéh fabricar las Barrstcas1 en las fertificacío'-unes, lo cual será fin menos de-'tín'tiñOi'y porueste caminó será presto remediado el gravamenMque se menciona en este articulo.)! ' <<

3." "En cuanto en el quintó se tendrá todo"Cuidado posible para que se traigan granos, yuya se ha hecho un contrato para1 proveer lasutropas, de suerte que consumirán máy pocodencualquier otro pan.n . '• '

6.° »En cuanto al sesto, los militares haránntodo lo que estuviere de su parte, para' líenafnía Isla de toda suerte de cafne y noesmélros«necesario el que los vasallos de B. M. en ésta"Isla hagan lo que estuviera de au parte páráintransportar cantidades de ganados y aves denafuera para mantener la cria lo que si se ejecu-iita juzgo no habia peligro de faltar carnes ennía Isla, ti

7.° »En cuanto al séptimo) S. M. tiene i'n-ntencion de enviar carbón de piedra dé la GrSainBretaña para el servicio de las tropas; y debonpedir á V.s M.s que lo que encomienden á los"habitantes, que no se confien totalmente en lauleña ^ne hay al presenté en la isla, sino quéutambien planten alguna cada año, corno senpractica en todas las otras partes del mundo"donde los bosques se consumirían: tan prestoncomo en esta Isla á no suplirlos con una cons-t a n t e plantación de nuevos árboles, n

"Ultimamentepido á V.s M.s'qtíé sé asegurennque así como tengo toda la inclinación ima-iiginable para servirles, por lo tanto no execú-utaré trabajos ó diligencias qué sean posiblesupara compasar y traer á efecto todo aquellonque conduzca para oí bien" d& esta Isla. Óuar-nde Dios á V.s M.s nutehos afios, como deseónde Ciudadela á 5 dé Diciembre de 1712'. =B .uL.M. deV> M.s su seguroí servidor. ='Argill." = Señores Jurados de Menorca.n

La anterior resolución del delegado británicorevela elocuentemente que su gobierno estaba

I decidido á, en las futuras estipulaciones para la

686 REVISTA EUROPEA.—1.° DE DICIEMBRE BE 1878. N.° 249

paZji exigirla anexión de la isla. Se le véj conefecto, empeñar &, los naturales en el camino dela resignación con su conciliadora y hábil/oon-dücta. Nosotros no damos valor á frases comolas con que empezaba el memorial de los Jura-dos, arrancadas, lo mismo que al pueblo menor-quin, á todos las del mundo, por el temor ó latorpeza en circunstancias semejantes. Dicen,"habiendo cabido la dicha de estar esta Isla bajonel suave dominio de la Reina de la Gran Breta-nña, Señora Nuestra (q. d. g.);« y áua cuando,para honra nuestra, sehan visto en la^Penínsu-la española, en casos iguales, rasgos muy dis-tintos de entereza patriótica, han sido por to-dos, como extraordinarios y escepcionalmenteglorioso* considerados. Menorca, aislada en unmar que dominaba el enemigo y: rodeada deotras adictas á la causa austríaca como todo ellitoral de enfrente, se hallaba en caso muy di-verso; inerme y á la merced de los que sin con-trareato alguno eran señores del Mediterráneo.En otras ocasiones, aunque de opresión tambiéncomo aquella, Menorca ha demostrado su amorá España; afirmándolo con sacrificios y pruebasde lealtad que seríamos muy injustos en desco-nocer, pues que son el timbre más sobresalientey glorioso de su historia.

Que la conducta de Argyle estaba dictada porun espíritu sagaz de la política inglesa, se ob-aerva también en la seguida por su gobierno des-pués del tratado de Utrecht. Lo hábil era¿ me^jor que imponerse, atraer los ánimos hacia lanueva metrópoli, y entre los papeles del generalCotoner hay dos Cartas reales, de Mayo do 1714,á eso dirigidas; una la á que ya nos hemos refe-rido al trasladar el del hijo de Tremol, y otraque parece como reproducción de la de Argyle,y, cual ella, buscando el establecer ya en la islaun orden de cosas permanente y sólido.

También copiaremos esta última por juzgarlainteresante y curiosa, aunque esté medianamen-te traducida, á nuestro parecer, y peor redac-tada .

Dice así: "Palacio de Sala Blanca (Withe-nhall]) á 3 de Mayo de 1714. Estilo nuevo.—nSeñor mió: Después de mi carta de 3 de lositcorrientes, habiendo tomado la Eeina á másnadelantada consideración los puntos sobre los^cuales fue el objeto para despachar á V.a S." yi'á esos Señores que tienen á cargo eso, le hatiparecido á S. M. que será de grande uso y be-

nneficio, cuando se haga la planta de Gobiernoncivil que se ha de establecer en Menorca y fir-iimar, de tener algunos nativos de esta Isla so-nbre el hecho, con quien puedan consultar deutiempo en tiempo si hubiera algunas dudas ót¡dificultades, por lo cual me es mandado partí -ncipar á V.a S." asista en esta materia al Coro-tinel Kane ó al Comandante en Gefe á quien setiha ordenado convoque juntas de los Pueblos y"habitantes de la Isla los más consecuentes, y"demostrarles y asegurarles el Gobierno civil, ynde la Religión y derechos que les períoca, no"Solamente sobre el pió de la última estipulacióniiy tratado hecho con España, pero en la mejorny más perfecta manera que sea posible en queuse les pueda aliviar y hacerlos dichosos debajonel Gobierno de S. M. y adelantar la Isla á lanmás florida y próspera condición en que jamásnha estado; por lo cual ha parecido á S. M. sernnecesario qué el Pueblo de esa Isla concuerdennentre ellos, y elijan dos sugetos de la mejor in-nteligencia, práctica, leyes, constituciones delnpaís, y los de mayor integridad y sabiduría, ynlos envíen aquí con el Brigadier Durand. =nE3tas personas han de traer consigo un llenonestado de sus leyes, costumbres y privilegiosndelalsla, con una exacta información de cadanpunto, de forma que sean hábiles á responder,ny dar cuenta al fin á que hacen esta jomada. =n A S. M. le ha parecido dar dirección, que lasncostas y gastos que hicieren estas personas ennesta jornada sean á cargo de S, M., y que" des-npues de cumplido este trabajo ó lo que debennvenir aquí, se volverán con el conde do Pater-nboroug, al cual será ordenado pase á Menorcaueste verano, para que ponga y regule todo lo11 que fuese concerniente á la ejecución de todo. =*nSeñor.=El más humilde servidor, F. Bolin-nghrok.ii

Ya ven nuestros lectores que la Gran Breta-ña no perdonaba medio alguno que á su gobier-no ocurriese para anexionarse la isla do unamanera verdaderamente cordial por parte de sushabitantes. Las órdenes y consejos de Argylepara el aumento del comercio, repoblación deganados y árboles, y para procurar la prosperi-dad, en general, de la isla, eran á cual más pru-dentes y hábiles; y que el espíritu reinante enInglaterra debia servir á animar en aquel cami-no á sus delegados, así civiles como militares,en Menorca, lo prueba bien la carta refrendada

N.° 249 J. QOMEZ D B H A R T E C H E . — ^

por: el ministro Bolinghrok al procurar una in-formación de todaa las necesidades de la nuevacolonia por loa que mejor podrían conocerlas ymayor interés tenían en que so satisficiesen porcompleto.

Era aquella la política misma de los romanosen la marcha de sus innumerables adquisiciones.Las regían generalmente por sus leyes decla-rándolas municipios, ciudades ó colonias se-gún la importancia de ellas ó sus proyectos;daban vida ó pábulo á su industria y comercio,,y las estimulaban con instituciones y auxilioshasta, con su prosperidad relativa, hacerlas ol-vidar el sentimiento de la dignidad nacional yde su patriotismo.

Poro en lo que más nos importa ahora detener-nos es en una noticia ,que se desliza en la con-testación de Argyle á los jurados; en la de que?se iban á fabricar barracones donde acuartelarlas tropas que, hasta entonces debian andar es-parcidas por la isla. Si el servicio de vigilancianatural* en la época pasada de la guerra de Su-cesión, y lo reducido de la fortaleza de San Fe-lipe obligaban á los ingleses á una ocupación,aun en esas condiciones, más política, ademásque militar, bien conocian que el dominio de laisla estaba en el perfectamente sólido de aquelpuerto incomparable, primera razón de su con-quista y de los sacrificios de la nación en la lu-cha recientemente acabada. Considerábanse coninfluencia verdaderamente decisiva en el Medi-terráneo desde que dueños de Gibraltar y de Ma-hon, dominaban la entrada en aquel mar y po-dian, según se engolfaban en él, esparcir sucomercio é imponerlo con la autoridad y la fuer-za representadas por una9 naves quo tendrian,aun en las ocasiones y casos más desfavorables,un refugio, mejor dicho, un abrigo tan amena-zador como seguro. Dueños de Mahon y hacién-dolo impenetrable, podían desafiar el crecimien-to y los progresos da la única potencia que enaquel seno marítimo aparecía con ínfulas y pro-pósitos realmente formales de enseñorearse deél bajo la dirección y el espíritu emprendedory altanero del soberano francés que á nada mo-nos había aspirado que al avasallamiento de laEuropa, como habia conseguido el absoluto, elincondicional de sus subditos.

Y entonces se comenzaron las obras gigantes-cas que habían de convertir la que ya podía lla-marse bicoca de San Felipe, según se mostraban

y entendían, lo?, nuevos ade^antiamientoa qipnti-fico-militares, en una fortaleza de la mayor im-portancia. La existente quedó reducida,; auncon reformas de consideración, al papeí de re-ducto interior; y además de un, recinto nuevo,,robusto, extenso y sabiamente cerrado, se ade??lantaron hacia la campaña obras y obras con. susfosos y minas que, impidiendo el asalto> hicie-ran necesarios procedimientos más lentos áoa,-y,enérgicos para su ataque y conqu,Í3ta.

Mucho se estudió, y se discutió aun .mas porI03 ingenieros ingleses sobre la situación y lasproporciones que habrían de darse á las obrasque aseguraran el dominio del puerto de • Ma-non. Antes de que los preliminares y el tratadomismo de Utrecht sancionasen la ocupación,in-glesa, receloso el gobierno de la Gran Bretañade que se la revocaran D. Carlos ó D. Felipe,el que saliese vencedor do la tremenda; luchaentablada para la sucesión en el trono de Espa-ña, pensó en fortificar el promontorio de' laMola que aparecía en condiciones militares ymarítimas en algo semejantes al de Gibraltar,conquistado con iguales propósitos y para elmismo fin de dominación en el Mediterráneo.Hasta 83 empezaron fortificaciones en derredorde la atalaya que coronaba el monte, á las quese dio el npmbre de "Fuerte Anna" por el de lareina que ocupaba entonces el trono de Ingla-itérra; pero dueños de toda la isla, y creyendo,dominarla mejor desde la margen opuesta, loaingenieros desistieron de un proyecto á que lesinducía la idea de una ocupación parcial,, y sedecidídftn á enganchar y robustecerla antiguafortaleza de Felipe II.

Este error hace exclamar á un historiadormilitar inglés de mediados dol siglo pasado:"Apenas fueron establecidos estos principios denjurisprudencia, (derechos reales y de patrona-nto), el gobierno inglés cuidó do fortificar elMcastillo de San Felipe de manera que con élnquodase perfectamente asegurado el domi-unio de esta nueva adquisición; pero falta ma-ncho para que se hayan tomado las medidasutodas conducentes á ese fin, pues, habiendo he-ncho depender la conservación de toda la islande la del solo fuerte de San Felipe, se le hanpuesto, á fuerza de gastos prodigiosos, en talnestado de' defensa que nadie ha intentado ata-ncarla. Desde ose momento los ingleses aban-udonaron la primera idea que habían tenido de

BEVISTA EtrRÓPEX. i." WEVDTClMSEBRí! BE 1 8 7 8 . 2491

"fortifica!'ía eminencia de lá torre do señalesnctiyá posición habfia sido Muy útil para denella hacer1 una plaza inexpugnable, porque, no"estando ¿ominada de ninguna' otra altura,»antes por él'contrario, dominando todas las"próximas, podía hacerse de ella una isla' f,"escarpando los lados expuestos a un ataque,nfórihari'a una roca de elevación prodigios» ro-nidéatfa de agua póf'todos sus costados. Unaiifuente de agua viva que íá naturaleza ha pues-iitó etí ííllá habría ofrecida una gran utilidad; ynel boquete que se hubiera abierto para dar unai mueva entrada al puerto por la parte de CalaiiTaulef a, habría hecho de aquella posición una"plaza la más fuerte, sin duda alguna, de" Eu-nropá, á poco que sus ocupantes hubieran sabi-ndo aprovecharse de las ventajas que ofrece. Ynsi es verdad que durante los cuarenta y ochonanos dé; la dominación inglesa se han emplea-ndo más de un millón de libras esterlinas enusólo las fortificaciones del castillo de SaniiFolipe, es de creer que con tal suma habianmás que suficiente para la construcción de utíi inuevo! fuerte, levantado en extensión más vas-uta dontle se podrían hacer casas para los habi-litantes y todos los edificios "civiles y militares"necesarios para la guarnición y los víveres.nTJri mediano presidio hubiera bastado para sundefehsay y'^e/fuerte habría asegurado mejornía posesión de la Isla, por no poderse tomartrsino por1 triedlo y después do un largo blo •«qnéo.ii '

»La Inglaterra ha podido emplear más útil yn juiciosamente las sumas enormes que se hantigastado en las fortificaciones de San Felipe:ni .", en mejorar las ¿fe ese mismo fuerte sin ne-ucesidad de dotarlas de ese inmenso montón delípiezas de' artillería poco proporcionado á ellas;-i12."'; én tioncluir el recinto bastionado de Ciuda-ndéla, añadiéndole algunas medias lunas y un"Camino cubierto fortificado para cubrir y de-nfender el lado del puerto; 3.°, en construir enntodas las calas ó bahías propias para un des-itembarco reductos acasamatados, con cañones,,y morteros y que pudieran ser defendidos por,,5f> hombrtes cada uno; 4.°, en aumentar la fuer-t.za 'dó Eórnells con algunas fortificaciones;"5.°, en teitóf constantemente de ocho á nueve"batallones en tiempo de guerra para guarnecernías dos plazas situadas en las dos extremedida-ndesde la isla, Fornells, que está |en el centro',

ifj cada uno de los diez ó doce reductos dotadosnde 50 hombres. De este modo se podria consi-nderar como quimérico todo proyecto do inva-nsion en Menorca, por muchos que fueran losnesfuerzos que hicieran los enemigos de lanlnglaterra. No obstante tanta negligencianó, por mejor decir, -la poca previsión del"gobierno inglés, aún ha sido necesario paranllevar á cabo el proyecto de conquistarla isla¿nel que se haya, además, cometido la falta denno haberse nunca pensado en otras nuevas"Construcciones en el puerto de Mahon, donde"debería haberse situado una escuadra desde lesnprimerog movimientos que hicieran temer ó"desearla guerra.n

Véase si hace tiempo" que los hombres pensa-dores se han ocupado en preparar la defensa deüjenorca y si antes de ahora se ha llamado laatenciotí de los gobiernos sobre' las excelenciasdo la Mola que tan tarde hemos visto fortificar.

La fortaleza' dé San Felipe, dominada des-de varias eminencias bastante próximas contraalgunas de las que se habia avanzado el reduc-to de Marlborough, tenia muy cerca, pero so-bre su mismo glacis, un padrastro que sólo seconcibe al pensar que lo consentian los inglesestan aficionados á los solaces del campo y alcofmort incompatible con la»'estrecheces y laclausura de un castillo. Ese padrastro era el ar-rabal de San Felipe, casi pegado al fuerte, y queá pesar del ejemplo de 1708 en que les sirvió detanto su ocapacion, aumentaron y embellecie-ron los ingleses. Sus principios fueron una seriede barracones construidos para albergue de losobreros de la fortaleza qua llegaban de todos lospuntos de la isla y eran relevados eon la fre-cuencia que es de presumir siendo labradores yllevados allí como por requisa. Pasó á ser aloja-miento de las familias militares que no lo tenianen el castillo, y con el tiempo nuevos vecinosforasteros y los descendientes de los veteranosque guarnecían la fortaleza formaban una po-blación cuya independencia de la autoridad ci-vil y cuyas fechorías, sobre todo en materia decontrabando, producían un decreto de Garlos IIpara que se le arrasaran todas sus viviendas. <

Esta real disposición es de 1679; y sois añosdespués se edificaban en mayor número aún quelas demolidas y á 500 pasos de las murallas, locual no es de extrañar en el reinado del Augús-tulo de la casa de Austria. Lo que sí admira- ee

J . GÓMEZ DE ARTECHE.—MAHOH. 680

que, no sólo las consintieran los ingleses, sinoque las aumentaran tambion, y de fábrica tanrobusta como elegante; siguiendo, a lo visto, elsistema adoptado en Gibraltar por vía de usur-pación on un principio y de recreo y desahogodespués.

VII

Los triunfos de la Inglaterra en ol centro deEuropa durante la guerra de Sucesión, y lasadquisiciones obtenidas en España, dieron áaquella nación una gran preponderancia en losasuntos políticos del mundo. Sus escuadras, coneso, pudieron dedicarse á proteger y fomentarun comercio que á ninguna otra potencia le eradado ejercer con ventaja, privadas, como seveian todas, del prestigio que un dominio casiabsoluto de los mares habia proporcionado á la,Gran Bretaña duranto los años, harto largos, dela lucha pasada y los inmediatos posteriores enque no habían llegado ellas á reponerse de losreveses y descalabros sufridos. La preponderan-cia inglesa no reconocía contrapeso alguno onlos mares; y se hubiera fortificado de una ma-nera fatal para la Europa en el continente, siel orgullo de aquellos insulares no se elevarahasta herirlas susceptibilidades monos quisqui-llosas aun entre los mismos gobiernos de susantiguos aliados.

Así es que, al advenimiento de la época á quenos llama la oportunidad del asunto queen el presente escrito, no habia en Euro-pa sino una sola nación, y esa por un interésurgente, que hiciese cuerpo con la Inglaterraen sus recíprocas querellas. El Austria, la alia-da inmemorial con cuyos eoldados principal-mente habia sostenido las guerras anteriorescontinentales, comenzó á mediados del siglo ámostrar un desvío que no pudo ocultarse pormucho tiempo á los hombres de Estado del Rei-no Unido. Y no bien, fruto de los recelos quelos inspiraba la frialdad del Austria, habíanpactado con Prusia el convenio de 18 de Enerode 1756, cuando María Teresa, abandonandolas viejas tradiciones imperiales, se unía á laFrancia que, en odio á su rival secular y amaes-trada con las desgracias no remotas todavía, seesmeraba en recuperar la influencia perdidacon la creación de un poder marítimo que un(lia pudiese afrontar al que habia producido elengrandecimiento de la Inglaterra. La Rusia,

TOMO XII

que acababa de celebrar con ésta un tratado quela prometía subsidios abundantes, se separótambién de su alianza para estrecharla con elAustria y la Francia; y la Holanda, enojadapor el abandono de sus intereses en Utreeht, yla Suecia, la Polonia y los electores'del Elva yel Rhin se coaligaron pura- él intento de ahogaren su origen las ambiciosas pretensiones del reyde Prusia, único soberano, repetimos, del con^tinente que, olvidando la gratitud que debía ála Francia, se puso del laáo de los ingleses. Esevidento que el genio militar de Federico ha-bría de servirles de palanca poderosísima paramantener en suspenso la atención y la grave pe-sadumbre de tantos odios y envidias como ha-bian concitado en Europa con su arrogancia ysu lujo de arbitrariedades y tiranías; pero la In-glaterra tenia muchos puntos ; vulnerables, ysus enemigos no lo desconocían ni ló olvi-daban.

De los neutrales, entre loa que se contabancomo más importantes Dinamarca y España,'ésta era, sobre todo, la que ingleses y francesesprocuraban principalmente atraerse, y de a pujaestablecida entre ellos para conseguirlo nació laidea de la feliz expedición del duque de Riche-Heu á la isla de Menorca. Con su conquista lo-graban un cebo sabrosísimo para arrancar áFemando VI del retraimiento pacifico en queobstinadamente se mantenía encerrado, ya quelas halagadoras ofertas de la corte do Viena nolo conseguían, aun influyendo sin descanso la in-saciable ambición de Isabel Farnesio que siempreaspirábala colocar sus hijos en cuantos tronos,electivos ó DÓ, se presentase vacantes en Po-lonia ó Italia, en cualquiera parte.

La Inglaterra dejó sus ofrecimientos paramás adelante, confiando en la inclinación delRey de España hacia ella, ó mejor todavía, en lainfluencia del ministro Wall que no voia equi-librio en Europa sin la preponderancia de susantiguos compatriotas,

El Gabinete de Versalles, por el contrario,inspirándose entonces en ol antiguo proverbiode que quien da primero dá dos veces, preparósigilosa y rápidamente en Tolón una gran escua-dra que diera convoy auna nube de trasportesque depositaron en la playa de Ciudadela unos12.000 hombres con abundante material de ar-tillería y municiones.

Ignoraba el gobierno ingléa la importancia44

690 REVISTA .EUROPEA..—"!.° ©13 DICISiVCURB BIS 4 8 7 8 . NÍ.

del armamento que se disponía en Tolón, é ig-noraba además su destino^ siendo aquella unade las pocas ocasiones en que pueda decirse quefuó sorprendida BU vigilante y proverbial suspi-cacia. No elevaba más que al do seis el númerodo los navios que se alistaban en aquel puertofrancés cuando era do doce de 64' á 84 cañonescon Cuatro fragatas de 24 á 46, y varias corbetasy cañoneras; y los creía destinados k la Américadel Norte, error que produjo loa gravísimos su-cesivos de la debilidad de las fuerzas con que secreyó poder contrarestar el armamento enemi-go, y de la vaguedad y falta de acierto en lasinstrucciones dadas al almirante Byng destina-do á mandarlas.

No vamos á estampar aquí esas instruccionespublicadas en no pocos libros ingleses, pero síharemos constar que, además de vagas por laincertidémbre en que estaba el gobierno, en-cerraban alguna segunda intención funesta, lade la pérdida, quizá, del infortunado almi-rante.

Oigámosle en su Testamento Político, aúncuantió sea con el recelo de haberlo escrito en losdias de su proceso, "Inglaterra, dice, sabenque la Francia apresta un considerable arma-nmento en Tolón; que envia un cuerpo respo-utable de tropas á las costas de Provenza, con"grueso repuesto do artillería y provisiones deuguerra y boca; y que se juntan muchos barcosiide trasporte, así en el puerto de Tolón comonen el de Marsella. Todos estos avisos al llegarná Londres sirven de materia á una conversa-ncion dé mero pasatiempo, en vez do llamar la"atención del Ministerio; dando lugar á que seuhagan apuestas de 400 contra 1, á que no sal-ndrán los franceses de sus puertos ni intentaránnempresa alguna. Si investigamos los vicios denesta conducta, se verá que el partido realistaitsigue constante su plan de empeñar á la Eu-iiropaen una guerra general. Los franceses em-nbarcan sus tropas; sale la escuadra al mar connrumbo á Menorca; las fuerzas de desembarcouse establecen en aquella isla con la misma fa-iicilidad que si lo intentaran en sus propiasncostas, sin que Blakeney les dispute la playanni Ciudadela donde hubiera podido oponerlesnun obstáculo poderoso á su desembarco y á su"establecimiento en tierra. Si la Inglaterra hu-tibiera dado la importancia debida á los prime-uros avisos que la llegaron, tiempo habia para

«enviar á Menorca una escuadra que observasetilos designios1 y las operaciones de los francesesny embarazase su empresa. Pero no habiendo"querido oponerse al desembarco y al establee i-nmiento de los franceses en la isla, era verdalo-uramento difícil, aunque no imponible, el d o -ualojarlos de ella, y al no hacerlo la Inglaterrauquiero conceder que seria por que no pudiese.nA.1 cabo comprendieron k>3 ingleses que la p ir-udida de Menorca Uovaria consigo la ruina de suucomercio en Levante; y la compañía que lo mo-unopoliza instó porque se acudiera á salvar aque-"lla isla por más dificultades que se ofreciesennpara ello. Condesciende la Nación á esas instan"cías y hace el esfuerzo do armar una escuadra"que procure introducir los socorros necesarios."So me honró con el nombramiento de coman -iidante de la escuadra que llamó la atención de"toda la Europa, así por las disposiciones que"revelaba el Ministerio y la fuerza del armamen-t o , como después, por el combate y sus conse-"cuencia3.—Al tiempo de los preparativos deuaquel armamento, representó al Almirantazgo,"que no se me daban navios suficientes para po-nder librar un combate con ventaja á la escuadra"francesa que protegía el sitio, ó insistí en que"aumentara la tripulación de los buques que se"me entregaban. Pedí también buques de tras-"porte para la conducción de tropas y de Ia3"provisiones de -guerra y boca, manifestando"mi deseo de que fuesen bastante ligeras para"que, durante el combate que yo diese, pudio-"ran entrar en ol puerto ó introducir en el fuer-»te de San Felipe los auxilios necesarios. Insis-"tí en quo so tomaran todas estas providencias"para el armamento; pero, cansado de mis ins"tancias el Almirantazgo, me aseguró que el"gobernador de G-ibraltar me facilitaría cuanto"pedia; conociendo, aunque tardo, que con las"esperanzas quo se me daban no se tenia otra"mira que la de libertarse do las que se conñde"raban importunidades mias. Cuanto solicita!»"me parecía, sin embargo, do tan grande con-"secuencia, que me dejé porsuadir de quo man-"darían se me entregare.—Recibí las últimai"órdenes y partí con la escuadra, tal como so"hallaba, creyendo deber mió el de obedecer,"no obstante los defectos del armamento que"era débil, habiendo sido necesario, aun para"ponerle en aquel estado, recurrir á una leva"violenta de marineros."

J . GÓMEZ DE AETECHE.—-MAHON. 691

Si esto es exacto, y así lo confirman varioshistoriadores y, entre ellos, principalmente elreverendo Juan Entick, autor de la Historiageneral de la última guerra, que se refiere á to-dos los sucesos de aquella lucha, así como enEuropa, en Asia, en África y América, y publi-cada seis años después del á que se contrae elpresente capítulo; si no exagera, repetimos, ensu relato el célebre almirante, nada ofrecen deextraño ni el mal éxito de su expedición ni sustristes, aunque inútiles quejas. No vamos ¿ha-cer la narración de las operaciones todas nava-les que permitieron al duque de Richeliou lle-var & cabo su difícil empresa de la conquistado Menorca, cuyo principal interés para nosotrosno está en ellas; pero creemos que, estudiadascon detenimiento y conciencia, podríamos de-mostrar, con la desgracia de Byng, la negra in-triga urdida para perderle ó para disculpar lastorpezas del gobierno que hizo se le condenaseá la ultima pena. Ya se sabe que para la expli-cación de todo revés importante se busca siem-pre una víctima, y buenos ejemplos de ello pre-sentan los generales Ramorino y Bazaino en lostiempos actuales; pero en el del almiranteByng, se descubren, además del sacrificio á lavanidad de una gran nación y á los cálculos dela política, encono y maldad muy difíciles deexplicar en la inglesa.

•'He mirado, decía en sus postreros dias, elnmomento en que me prendieron como el de miiicondena: todo cnanto se ejecuta actualmenteuno conspira a otro objeto que al de revestir deuforma jurídica la sentencia pronunciada muy11 do antemano contra mí.n

Mientras en Inglaterra se proveía tan torpe-mente á impedir la expedición francesa, ya sedirigiese á América, ya tuviese por objetivo laconquista de Menorca, desembarcaba, según yahemoa apuntado, en esta isla el duque de Ri-chelieu sin oposición por parte de los ingleses,y con la mayor a'egría y no insignificante coo-peración de los naturales. Sea que el genio bri-tánico, esencialmente positivista, los hiriese ensus intereses; sea que las condiciones del trata-do de Utrecht le ofrecieran obstáculos insupera-bles para una asimilación, nunca ni en ningunaparte más conveniente, con sua leyes y carácter,lo cierto es que los franceses hallaron en Me-norca una acogida que sólo en caso deberían os-perar loa españoles por su historia, costumbres

y hasta idioma. El clero, sobre todo, se mostréobstinadamente hostil á la dominación inglesa.

Los papelea del general Cotoner rebosan <tenoticias respecto á los manejos usados por losgobernadores de la isla y el mismo G-obierno dela metrópoli para desterrar, primero á los sacer-dotes emigrados de Mallorca en los principiosde la guerra de Sucesión, por sus ideas borbóni-cas; después á los mismos de Menorca^ que sos-tenían su dependencia del obispo de la otra islahermana y de Roma, por consiguiente, y hastael culto católico, por fin, para, con el estableci-miento del protestante ó del anglicano, desna-turalizar por completo aquellos antiguos'y lea-les subditos de España.

En 1748, y á los principios del Gobierno deBlakeney en Menorca, se presentaron at deLondres unas observaciones publicada», segúnpodrá observarse más, adelanto y que tambiénse hallan entre los papeles de nuestro respeta-ble amigo el marqués de la Cenia. Vamos átrasladarlas á este escrito, tal como están tra-ducidas, para que se vea el trabajo de asimila-ción á que se dedicaban los ingleses, á fin deasegurarse la posesión de una isla, el espíritu decuyos habitantes no habían podido mejorar entantos años como llevaban de dominarla. Dicenasí:

"Como Menorca sea muy distante de Ingla-terra, tres cosas parecen á la primera vista11 absolutamente necesarias para asegurarla: pri-ii meramente tener allí tales fortificaciones que"no fuese muy fácil al enemigo el tomarlas ni"sujetarlas: 2.° Tener allí una guarnición sufi-ciente y completamente para defenderla; bien"prevenida de todo lo necesario para aquel efec-"to. 3." (Solamente daré aquí un breve extracto»de lo más sustancial), se debería procurar q\ie"loa naturales y habitantes fuesen firmes y cons-tantes amigos nuestros para el casodealgunáin-nopinada invasión; porque de lo contrario, si la11 España pasaba allí, os cierto que cada uno denlos nativos tomaría con gusto la parte de losnÉspañoles, y para prevenir tan grande incon-uveniente, seria necesario tomar proporciona-ndas medidas, á saber: que nuestras tropas nouse cambiasen cada año como se acostumbranallí, y sí que estuviesen siempre firmes y cons-iitantes en un mismo lugar con que estableco-nrian más y más sus conocimientos y amistadesneón los naturales, ofreciéndole» precios extra-

692 < REVISTA EUROPEA. — i . ° DE DICIEMBRE DE 1878.

^ordinarios para sua tierras y posesiones, yncomo ellos sean pobres y amantes del dinero,neón facilidad consentirían en'vendérnoslas,'yiien el discurso del tiempo fácilmente vendría-mnos á aer maostroa señares de ellos, y la Islanpor este medio vendría á ser poblada-de bue-iinos subditos Ingleses* ó Irlandeses, enviandonallí un suficiente número do Eclesiásticos Pro-iitestantes, de Jos más doctos civiles, afables y^políticos, categuizando y manteniendo esouelasnpúblicas, predicando y dándoles copias domuestras Biblias Inglesas, haciendo caridadesny HmO3Tifis públicamente de mucho dinero ánías familias^necesitadas, haciéndonos muy ami-ngos y familiares con ellos, comiendo y bebiendonConJos nativos con familiaridad y mucha lla-nneza, civilidad y política y siempre connía bolsa abierta, permitiendo el matrimonio:nentre unos y otros, por cuyo tan dulce y pru-ndente medio vendríamos á sor tan unidos quenlos nativos vendrian fácilmente á, conocer y te-uner vergüenza de su error y equivocación, yunos seria fácil de someterlos á nosotros y en-utrarian en un perfecto conocimiento de sernos

nagradecidos por el favor que por medio dennuestra ayuda y asistencia recibieran de ha-nberlos librado y sacado de la indolencia de sunvigotería, superstición y engaño; las tierrasnallí son muy buenas y capaces de ser mejora-ndas en grande aumento mediante nuestra co-nnocida industria; seria primeramente muynconvoniente que nuestros Ministros Eclesiás-nticos no so olvidasen de hacer constante y pú7

nblicamente sus eclesiásticas funciones exorta-nciones sin cesar y que lo ejecutasen con la ma-nyor y muy ejemplar solemnidad y circunspee-ncion; y al mismo tiempo que los Menorquinesnfueson de tiempo en tiempo convidado? y ro-ngados de ir A ver nuestra manera do rogar ánDio3, especialmente á aquellos nativos quenentienden algo de la lengua inglesa; y comonelloa erróneamente piensan quo nosotros nontonemos buona Religión, sin duda en el prin-ncipio tendrían mucha repugnancia; pero la cu-nriosidad muchas veces tiene tanta fuerza quenpodria hacerles alguna impresión, y como nonfuese con otro designio que para hacer sua im-nprudentes observaciones acostumbradas podríannconsentir en entrar en nuestras iglesias, ynviendo por ellos mismos, y oyendo que nos-notros adoramos y rogamos á el mismo Dios y

nSalvador quo ellos tienen y adoran, sin dudanéntrarian en conocimiento de su error, ó ig~nnorancia, 3 lo más cierto que se dispon -ndriany consentirían en querer entender la d¡-nferencia de entro uno3 y otros y fácil montonvendriau á conocer su error, y lo mejor y m Unventajoso de nuestra protestante Religión, y1 iseria ocasión para con facilidad disminuir ynconvenoerse de su ignorante adversión á no.i-notros; y después de los réditos pertenecientesnal.obispo de Mallorca con tina pequeña adic-ncioQ do mil libras esterlinas anualmente» se po-ndrían aplicar á tan buen fin, como comprar ynrepartir entre los nativos nuestras Biblias ynotros de los nuestros mejores libros y escritos,nque serian más que bastantes para obligarles ónhermanarae con nosotros y á salir y totalmen-nte apartarse de sus errores, lo que seria dengrande privilegio y beneficio á los nativos donMenorca y más si los menorquines fuesen bajondelaadministración y conducta del gobernadornKane y las medidas que podrían tomarse paranhacerles aun más ventajosos y favofecidos.-ii

"Bien podría ser que I0.3 Clérigos Komanoanhiciesen más fuerte opinión á nuestras tannbuenas y religiosos designios é intenciones, ynellos harían la fuerza inopinable para estorbar-nla, y prevenir totalmente el discurso y efeetonque haría nuestra constante predicación y en-nseñanza; ellos no podrían sufrir ni siquiera per-nmitir aun la conversación y humano trata "nmiento de los nativos con nosotros y muchonménos el que leyesen ni hiciesen uso de núesntras Biblias y libro-?, pero la influencia de laiicuriosidad haría tal impresión que sin la me-nnor duda prevalecería entre muchos de ellos y"gradualmente en el discurso del tiempo ven-ndrían todoa á unir.30 con nosotros, y creer ]•>nmejor de nuestra verdadera predicación ademái

' nque muchos medios se podrían tomar para fa-ncilitarlo y refriar aquella tan perniciosa inttíluencia :le los Clérigos liomanos á saber hacerniina muy rigurosa inquisición sobre sus proco-nderes y entender de su modo de vivir y delttmodo con que ellos tratan loa nativos en sa-incombos lo que podría resfriar mucho el calornen consecuencia de su mal ojemplo y ma-nlicia de su espontánea predicación ó impetitivauenaeñanza, y castigándoles con rigor, sin dudanproduciria el mismo fruto, y haría el mismo ónsemejante efecto que so vio en Inglaterra en el

N.° 249 J . GÓMEZ DE ARTECIIE.—MAHON. 003

iitiempo del Gobierno de Enrique 8.°., y comonías eclesiásticas dignidades y curias en la Isla,ny la nominación á las mismas sea peculiar de-urecho de la Corona, seria muy conveniente ha-ncer atención y tener particular cuidado de"concedérselas, siendo vacantes, á nuestros ami-»gos ó á lo menos á aquellos que no tienen mu-ncha aversión á nuestra feliz reformación, y noiipermitiendo, bajo de protesto alguno, que losnhijos de los Monorquines sean onviados fuerande la Isla para recibir su educación, privando"nuestros Romanos nuestros enemigos del ejer-ncicio de las armas, y solamente permitir á los"que podían manifestarse amigos á los que se"inclinaran á seguir nuestras tan importantesncomo necesarias, combenientcs y muy saluda -nblea proyectos y favoreciendo muy ventajosa-nmente á aquellos que se aprovechan do nues-ntras doctrinas y enseñanza; y si alguno do losuMenorqttines quisieran entrar en nuestra bue-una Religión Protestante, que sea por nosotros"fuertemente protegido y animado conforme su"producción y carácter, ó á lo monos se liaránque cualquier atraso, daños y perjuicios quenaquel ó aquellos podrán tener, padecer y sufrirnpor haberse apartado y salido de su error para"aceptar y entrar en nuestra buena protestante"Religión, que les sea todo ampliamente com-n'pensado y pagado por nuestro Gobierno, y so"debe esperar que si Menorca vuelve á entrar"otra vez en nuestras manos, que nuestro Go-ubierno no dejará de hacer seguir y establecerninuy sabias regulaciones de esta y semejante"naturaleza, porque la falta de la debida aten-"cion á los sobredichos, ha sido la primera y"principal causa de la pérdida de una Isla de"tanto valor y aprecio. "

Lo mismo que en éste, y antes, mucho ántos, en cuantos proyectos se presentaron á los-ministros del Reino Unido, para hacer olvidará los menorquinos su origen é historia, se pro-ponía su emancipación de la Iglesia católica yel planteamiento de escuelas é industrias que,modificando las antiguas costumbres, les pro-porcione otras nuevas, diverso idioma y encon-trados intereses. Uno do los generales que &esucedieron en el Gobierno de la isla. M. Kane,irritado con la presencia do tantos clérigos comoencontró en ella, dictó una como ordenanza quecontenia 22 artículos, dirigidos en su mayorparte á la expulsión de los sacerdotes extranje-

ros, á la supresión de la jurisdiccióñr;eclésiástíKca del obispo de Mallorca, y hastai' a prohibirlos estudios y la toma de órdenes en los; semi-narios de la diócesis, prescripciones.todas con-trarias á loa tratados de Madrid y ete Utrecht.Ésto, como dice un historiador del paísj horro-rizó á todo el estado secular y eclesiástico deMenorca que apeló de tales providencias áRoma y al mismo Londres, á cuyo último pun-to se diputó un señor Bayarte, hornbrt) erudi-to y práctico en las leyes del país. "Este caba"llero, asegura el tantas vocea citad» Clavario"de Mahon, constituido en la corte, se hizo sus-"pitoso por una demasiada confabulación con"el embajador de España, y el gobernador Kane;"que le hacia observar, valiéndose de este pre-"texto, le desgració con todos los ministros de"aquella corte, de forma, que nada hizo, fue"obligado á dejar la corte y á no volver á Me-"norca. El gobernador Kane, después de expe-didos los eclesiásticos extranjeros, toleró que"lo demás de sus artículos corriese como antea,"ó al menos disimulaba."

Este y cuantos documentos é historias andanpor el mundo y hemos visto, demuestran quelos ingleses no lograron desarraigar del .corazónde los menorquines los sentimientos religiosos,que en el abrigaban, heredados de sus mayorea,con lo que y con el conocimiento del monopoliocomercial que, á pesar del interés que el go-bierno habia en un principio revelado poratraérselos, ejercían las compañías inglesas allíeomo?«n todos loa mares de Levante, se explicaperfectamente la alegría con que fue recibidoRichelieu, y los auxilios de todo género que sele prestaron. Dice un historiador inglés: »Lauparte de los habitantes de Menorca más adicta«declaraba frecuentemente que habia mejorado"mucho su condición desde que los ingleses po-useian la Isla, y que el gobierno se manifestaba"muy bueno y benigno; pero tal era la influen-ncia de los curas, especialmente sobre las clases"inferiores, que les hacían ver que los inglesesneran enemigos de su religión y se hallábanosnestado de condenación ó de demonios' en la"tierra; sacando áe éstas mucho mayor fruto"que do las demás consideraciones, y su aver-usion á nosotros se conservó hasta Ib último, n

Es difícil hallar en la historia de un pueblorasgo de lealtad más sublime que el que ofreceel menorquin en la suya. Hay que remontarse

694 REVISTA EUROPEA.—1/ DE DICIEMBRE DE 1878. N.° 219

para encontrarlo, á la del pueblo hebreo con-servando en la cautividad, con las tradicionesde la patria, el amor á su independencia, la re-ligión, el idioma y las costumbres de sus mayo-res. Aiin hay quien vea con terror los trabajosde propaganda religiosa que se ejercitan enMenorca, como en tierra que se considera pre-parada para que fructifiquen antiguos górme-nos depositados en ella desde la época que aquívamos historiando. jSerán esos trabajos dirigi-dos á algún objeto que conduzca á resultadosmás prácticos y terrenales que loa do la reli-gión? Porque allá en la memoria de los sucesosdonde empieza á dibujarse la decadencia denuestra patria, aparece indeleble la de aquellasvariaciones religiosas, que no fueron sino pre-texto, para una lucha de rebeldía contra poderescuya legitimidad no podia ponerse en duda. Eltaciturno Orange, el de Horn, Egmont y losproceres flamencos y holandeses que, para dis-frazar sus ambiciones, descendieron, ellos tanfieros y orgullosos, hasta á envanecerse con eltítulo de pordioseros, engañando á la plebe consu mentida humildad, no eran sino rebeldes,olvidados de sus deberes y olvidados de las mer-cedes que habían recibido de su soberano y as-pirando á si, no ejercían el poder como delega-dos, abrogárselo como independientes de la co-rona de que era su país uno de los florones, tanlegítimo como brillante.

Rubor causa el ver en .un periódico españolcómo se intenta ennegrecer la fama del vencedorde G-emmingen y de Alcántara y cómo se llamaborrón de España al nunca bastante celebradoDuque de Alva, dechado de lealtad y patriotis-mo, tan sólo por haber sido el terror de los trai-dores y rebeldes, y haberlos castigado en sustribunales tan severamente como veneídoles yderrotado en los campo9 de batalla.

Pues lo mismo, quizá, que entóneos, cuandolas naciones enemigas de España alontnban larebelión, proclamándola como de independenciadel espíritu agarrotado por la intolerancia denuestros mayores, se intente ahora para dar pre-texto á intrusiones extrañas y á una nueva ocu-pación de la isla de Menorca.

iQué mayor prueba se quiere de la lealtad desy,s habitantes y > e la solidez de sus principios,en punto á moral, que la de haber resistido lasinsistentes gestiones y laa violencias do los in-gleses en sesenta y cinco años que la, ocuparon

y administraron sin cortapisa ni contradicciónalguna}

JOSÉ G. DE ARTECHE.

(Continuará.)

E Lñ

Durante demasiado tiempo ha estado reducidoi figurar entro las artes de recreo. Y, sin em-bargo, tiene derecho á ser colocado en el rangode las artes lógicas.

Esto no es defender el privilegio de algunos,sino indicar la necesidad de todos.

En una sociedad democrática, en la que todoel mundo habla de todo, se necesita forzosamen-te aprender á hablar.

Y la mejor manera de aprender á hablar esaprender á leer.

No se puede leer bien sin aprenderlo; y si,por un don especial de la naturaleza, se leebien, agregando á ese don el estudio, se lee me-jor.

El arte de la lectura es á la vez un arte y unaciencii.

Oomo ciencia, descansa sobre ciertas reglasprecisas, prácticas y aplicables á todo el mundo.

Como arte, depende de la imaginación, y dejauna gran parte á la individualidad;

En el primer concepto, enseña á leer con cor-rección y claridad.

Y en el segundo, & leer con talento.El estudio de la lectura es para la voz lo que

la higiene y la gimnasia para los miembros y elcuerpo.

Aprender á leer es, pues, aprender á leer mu-cho sin fatigarse; es el arte de hacer producir unciento por ciento á la voz, sin comerse el 'ca-pital.

Aprender á leer, cuando se trata de leccionesque deben recitarse de memoria, es aprendor áaprender, i comprender y & retener.

Una lección bien leida queda más pronto im-presa en la memoria, 3e dibuja más claramenteen la inteligencia y permanece en ella mástiempo.

El estudio de la lectura, en la educación, debemezclarse á todo para que á todo ayude.

i>o se trata de enseñar á los niños á declamar

N.° 249 C. SOLSONA¿«-*-EL NUDO GORDIANO. 695-

ó recitar bien un trozo, sino á leer y decir bientodo lo que dicen y leen. El asuuto no es ensefiarles á bailar, sino á andar.

Considerado así en todas partes, el estudio dela lectura no será una sobrecarga para la memo -ria, sino un auxiliar. Desempeñará en la ins-trucción el mismo papel que los entremeses enel fenómeno de la nutrición; no será un alimen-to más, sino la sa1 de los demás alimentos.

Dejo á un lado más de un punto importante,porque con lo dicho basta para dar idea del ob-jfito y del carácter do los principios que he in-tentado difundir en mi Tratado de lectura parauso de las escuelas primarias, y en ol Arte de lalectura para uso de los liceos y colegios, quetambién he publicado.

Se me ha reprochado que con demasiada fre-cuencia mezclo á esta enseñanza didáctica el re-lato de anécdotas de puro divertimiento, y deboconfesar que lo hago á propósito.

No creo que haya necesidad de ser enojosopara ser serio.

Una idea nueva debe, en mi opinión, empleartodas las formas para penetrar en el entendiómiento del lector.

Por otra parte, en esto lo snpérfluo era lo ne-cesario, y el divertimiento una obligación.

Hacer de una enseñanza oral una enseñanzaescrita es cosa muy difícil.

¡.Cómo decir á los ojos lo que se dirige aloido?

He debido recurrir a los hechos que, presen-tando las ideas abstractas bajo una forma viva,me sirvieran de intermediarios, de buena ganadiria que de traductores.

No tengo, ciertamente, la pretensión de haberrealizado yo solo esta importante reforma, ni dehaber agotado este vasto tema.

Mi única aspiración es la de que mi trabajoprovoque ó suscite otios que lo hagan olvidar.

E. LEGOUVÉ.

(De la Academia francesa.)

EL NUDO GORDIANO.

Drama en tres actos y en verso, original de IX Euge-nio Selles, estrenado en «1 teatro de Apolo Ift nochetleJL,2Sde Noviembre ultimo. ,¡.

• (• I : , . -

; No sabemos cómo empezar. Resuenan todavíaen nuestros oidos las aclamaciones del ontuaiaa-mo, solicitan todavía nuestra memoria aquellasbellezas de pensamiento y de expresión, confusa-mente guardamos los recuerdos, y seria precisoun esfuerzo que no podemos intentar y una con-centración de espíritu que el tiempo limitado,noconsiente, para que formado claro el juicio y¡ laopinión definitiva sobre el drama admirable.deEugenio Selles, dijéramos aquí la nuestra explir-cada y minuciosa, que al fin no seria otra que daadmiración y aplauso ante el drama original,ante la construcción artística más aeabada que, haofrecido el teatro contemporáneo desde El dramanuevo hasta hoy.

Carlos, marido amante y enamorado de Juliasu mujer, celebra el anivorsario de sus bodas conuna fiesta de familia, :i la que asisten sus másíntimos amigos. Después de la comida recibe lanoticia de su ruina con la quiebra de un banque-ro de Amberes, pero afortunadamente en esta ca-tástrofe ni estaba comprometido el dote cuantiosode Julia su esposa, ni el de María su hija. Carlosafronb#con valor esta desdicha, y espera que eltrabajo constante y asiduo con honradez y pureza,le devolverá las pérdidas. Se enteran del caso lasdos mujeres y los dos amigos Fernando y Enri-que, y este último sa dispone á partir con objetode conocer por sí mismo toda la catástrofe que entanta parte ha caido sobre aquella casa.

La fiesta no se suspende por tal accidente, y enun momento de confusión, Enrique y Severo, otroamigo de Carlos, encuentran perdida una cartaamorosa con cita á una dama en el jardín, y con-sejos para que esquive la vigilancia de su marido.La carta está escrita, por las señas, en el mis-mo despacho de Carlos. Loa murmuradores hacenlos comentarios de siempre, y dejan la carta enpoder del protagonista, que á todo trance vá á ira-pedir el escándalo, haciendo imposible el pasoal jardín de cuantos en su casase encuentran, sinoes por la sola habitación que ocupa él, y que va ávigilar severamente. Entre el ramaje hay apostadoscuriosos que ansian publicar una deshonra, y esto

(>96 REVISTA. EUROPEA..—1.° DE DICIEMBRE DE 1878.

sa evitará á todo trance era la firmísima resolu-ciou de evitar el encuentro. .

Llega él instante, y la mujer que acude á la citaes Julia, su esposa, la misma que Carlos detiene,la adúltera, la madre de su hija. Y comienza áplantearse el problema de la vida de Io3 dos, y dela honra de Garlos y de Marta,

Por acuerdo mutuo se separan, y Carlos arros-tra con abnegación sublima la responsabilidad delcrimen de Julia, declarándose él, ante el mundopecador criminal y responsable.

Pasa el acto segundo en la casa de Severo quedá un baile, al cual asisten Julia y CAvlos, paraque allí, y después de una entrevista preparada,Julia perdone á su marido y vuelva la raconcilia-cion en bien de la hija; púa? Savoro cree de bue-na fe que ln causa de la separación es Carlos. Almismo tiempo la sociedad entera murmura delcaso, en los salones, las gentes señalan con el dedoal amante de Julia; se ha sabido la ruina totalde Carlos, se saba también que el dote de Juliaprovea á las necesidades déla hija, se calumniaen regla, y se difama á grandes horizontes, y ápulmón abierto. Sobre CárkH crien ya todas lassombras de todas las villanías, y todas Ia9 man-chas de todas laa impurezas.

Firme en sus reaolueionss no perdona á Juliajamás, y no permitirá jamás que arrastre su nonibre por el suelo. Ignora que el dinero que pidecomo préstamo á su amigo pueda ser de la adúlte-ra, ignora que la sociedad lo difama y loenvilice,pero una vez poseído de toda la amarguísima ver-dad, condena á Julia á reclusión estrecha en sucasa y bajo su guarda, y desafía al autor da sudesdicha, al que ha puesto la honra suya entre suciego cariño y: la traición de la mujer infame.Carlos ea herido en el duelo.

El acto tercero se desarrolla en la casa de Carlos,Julia quiere huir, quiero el divorcio; y Cárlo3 noconsiente esta separación legal qua autoriza yconcede el absoluto U3O da la ¡uitouomía y libertadindividuales, porque Cario i entienle como todosl(>3 hombres de bien; porqua ama y aborrece á unmismo tiempo ¡í su esposa; porque aquella mujerno puede disponer de su honor sin ajar el de BUmarido y el de su hija.

Pero viene la catástrofe lógica, natural, nece-saria, terrible. La pasión hace presa más firme enel corazón de Julia caanto son más justos los ri-goteB de Carlos, y Julia huye con su amante enun carruaje, y Carlos, al verlos, toma una pisto-la, corre tras el cocha, loi alcinza, asalta el car-ruaje, y mata á su esposa.

Vuelve íi au casa, la policía le sigue y le prende.María, desesperada en brazos de Severo, proclama

la honra de su padre. Fernando en el trágico momeato de separar al padre la hija pregunta.

¿Y la honra del hogar?

Y Carlos termina el drama con esta frase lan-zada desde el fondo de su alma angustiadísima,para lina sociedad que nd da soluciones al proble-ma de la honra ultrajada,.

¡Se vá á la cárcel conmigo!

Tal es la obra dramática, excelente y aplaudí-dí <ima. Así planteado el problema trascendental,sin solución en el divorcio, ni en la separación, nien el duelo, ni en la reclusión severa dentro dela casa propia, el desenlace es trágico, y poótico, ybellísimo.

Mucho nos complacería poler entrar en deteni-do análisis de todas Ia3 bellezas que campean enesta producción dramática, y grande seria nuestrasatisfacción en exponer, comparando, cómo el arteno cabe en los moldes estrechos de ninguna escue-la, cómo este drama es á un tiempo de pensamien-to y de trascendencia, hiriendo toia3 las fibrasdel corazón y todas las cuerdas del sentimiento,hasta donde eg lícito mantener la tensión delespíritu que, identificado con el personaje que leinteresa, le domina, le extremece y lo ama; y dequé manera los conflictos de la vida se puedenofrecar en acción sencillísima, en contrastes quede la acción misma resulten, con ejemplos vivos,con pasiones sorprendidas en el corazón humano,y caracteres recogidos entre los que se mueven ypalpitan á nuestro alrededor y eutre nosotros; pormás que esta síntesis artística, que esta extruc-tura dramática perfecta y esta hermoso coronamiento de una idea grande y un desarrollo magni-fico hayan de ser esculpidos y tallados por el ta-lento poderoso, la habilidad suprema, el buengusto irreprochable y todo el valor del que sientesu alma enardecida, y dilatado su pensamiento porel fuego de la inspiración y la influencia irresis -tibie de la pasión artística.

No es posible juzgar, ni trasmitir el juicio, conla sola impresión de una noche de regocijo y satis-facion unánimes, y lo decimos con toda la since-ridad de nuestro corazón, desearíamos poder ha-blar de los defectos del drama, dibujarlos de re-lieve como deben enseñarse los defectos, no bus-cando la sutileza, el descuido, la redondilla pre-miosa, la frase cruda, la situación más ó menosprolongada, las sombras de un carácter que no leroban brillo, como no roban las manchas la luz delsol; desearíamos conocer los capitales para que nopudiera recordársenos el consejo de Polibio: "si nosabéis hacer justicia á vuestros adversarios, si no

N\° 2 F . MOJA Y BOLÍVAR.—NOTAS DE VIAJE. 097'

sabéis censurar á vuestros amigos, no esoribais.nPero esos defectos no están en el drama.

¿Necesitará justificarse algún descuido? ¿Seráconveniente por suprimir un concepto, suprimiruna belleza aunque haya profusión de bellezas y decoucaptos, en uua escena ó un acto? ¿Y qué es estodonde todo surge con lógica, y como si saliera espontáueo del pensamiento y de la acción? Presen-tando el conflicto ha creado la belleza de su dramael señor Selles, pero la belleza acabada, completa.Haciendo la belleza ha formado la novela intere-santísima de su producción, qua sorprende y en-canta, despierta todos los sentimientos del alma, yestremaca y subyuga. Y el arta realizado, y el arteconseguido y alcanzado, con esta armonía quesiempre debiera existir de la verdad y la belleza,ofrecs esa lección moral de la expiación de la ma-dre y los sufrimientos y las inmerecida* amarguras da la hija, quo resulta, que uo as la base ni elpropósito, sino lo que brota, lo qiia prodiua, losque con explendores luminosísimos nace del arte.

Rse es el drama modern o.Eía man'festación polerosa de una inteligencia

en sus plenasf.uneionas de producir y crear, conuno ú otro nombre; esa obra espontánea qua pa-reea nacida para fundir el problema insoluolede ese modo y no de otra manera; el conjunto deunidad y de pensamiento, lo lógico y lo racional,lo trágico sublime, y lo terrible bello, fundidosen la idea por esfuerzo falizy en término felicísi-mo, esa es el triunfo del poata, la consagracióndel artista, el éxitodal escritor y la creación del ta-lento.

tPara quí más? No sabamos si la obra, bien ve-nida á nuestro teatro ha podido tomar unos úotro3 senderos más ó menos estrechos y li-mitados; pero BO se podrá sostener, ni podrá afir-marse jamás que producciones dramáticas comoEl nudo gordiana vienen por revolución. Selles hacreado, como crea el poata y el artista, dentro dela poaaía y del arte, arribando con éxito á los con-fines donda el bion y la verdad tienen su asiento,y produciendo belleza, tanta belleza, que su obraúltima será siempre joya de valor preciadísimo enel teatro español; timbre duradero de la gloria ad-quirida, y brillauta florón eu la corona que esporaal joven escritor, al gran poeta y ni autor dramá-tico ayer aparecido y ayer mismo insigne.

. . . ; « , ! • • ; r : . . - • * • ' • ; , , t , - . , . . . . . .

SatíatnOs'injustos si no tributáramos tea testi-méSte de admiración y de aplauso al primor ac-tor Vico en la representación del carácter sublimede Carlos, que es por derecho de nacimiento y decra.ieion de Sellos, y por derecho da encarnacióny tta ciada lanía de Vico.

La AntoniaContreras sencilla, tierna, inspi-rada, natural, admirable. La Marin muy Mam

Y el pilblico satisfecho completamente.

CONRADO SOLSONA..

N O T A S D E V I A J E .

(Continuación.)

VEMECIAE l UDO. —

Oyese el ruido agrio do una ca lena que so cor-re y el aeompasíiio bazuqueo que simulan laspalas del halles al móvarae. El vapor s¿ separa delmuelle y camina impsroepíñblemente, al paso quoen la retina do tolos los ojos, vuelts hacíalaciudad, se dibujan en insensible disminución losedificios, sobresaliendo los altos campaniles. Alpoco rato se percibe, agrandándose por grados, elvapor que está de vualta. So pasa frente al JardínPúbliao, punta del pié eu, la figura con que repre-sentamos á Vanaeia, cuando da allí á poco asomala isla en lontananza. Hay momentos en que delsilencio de los viajeros, recogidos sn mental abs-tracción que el espectáculo de aquella tierna naturaleza susci ta, se destacan el respiro de la chime •nea y el voltaar de las palas impulsoras.

Entonces, parece qua ae vuelve en sí, se sientola dulzura de la vida sin tempestades, hasta que lamelancólica sonrisa estereotipada en la faz de algu-nas mujeres nos vuelve á sumir eir maditaeion.' Amedida"*jue el barco se acerca al Lidb, la gente serebulle, desaparecen las cavilaciones, cada euaiseaprestad saltar en tierra, las bellas componen loarevueltos giros de sus vestimentas, mientras quoun compartamionto del embarcadero se llena degente dispuesta á ocupar los sitios que dejamosvacantes, á fin de volver á la ciudad que acabamosde abandonar. Saltamos unos tras de otros en elcompartimiento vaeio, para ir separándonos des-pués por el camino. Quién va á pió, quién en car-ruaje particular, ó en tartanas destinadas al ser-vicio del público.

Llegados á la casa de baños, cuyas celdas se ex-tienden en extensas alas á derecha y á izquierdadel gran pabellón cautral compuesto de fonda,salón de descanso y ancha terraza al mar pararecreo de curiosos, loi caballeros toman la derechay las damas la izquierda, qusiando aislados losdos sexos. A la madia hora, loa disfraces socialesquedan cerrados en lai cámaras, y las ondasreciben nuestros cuerpos adornados sólo con el in-

698 REVISTA EUROPEA»-^-!." DE DICIEMBRE DE 1878. N.° 249

dispensable atavío. Los hombres^ cuando se ba- <ñan, luchan con el líquido elemento; las mujeresjuguetean con él, acostumbradas como están ájugar con el tempestuoso mar de las pasiones quetantas victimas devora. Los hombres debaten ábrazo partido; las mujeres imitan el movimientode las aguas, acompañando el oleaje con las in-flexiones de sus eabecifcas ligeras, movibles, pérfidas como la onda.

Los que prefieren la terraza, cuyas farolas y de-más objetos de ornamentación salientes se desta-can absolutos en el espacio, porcia carencia deotros objetos ei* el fondo que quiebren sus silue-tas, gozan del aspecto brumoso del horizonte yde la azulada superficie vasta del mar, interrum-pida á trechos por claros puntos que forman lasvelas latinas de las barcas pescadoras. A medidaque estas se acercan, ensanchan las antes confusas líneas de sus elegantes lonas, teñidas de azafra-nado matiz con caprichosas franjas, en cuyosfondos no es raro ver la imágeji de la Virgen pro-tectora, ó del gallo vigilante.

Al salón de deseanso acuden primero los caba-lleros, ménoa ocupados en el atavío de su persona;después las damas, doblemente saladas, habiendoenjugado apenas las lágrimas que la náyade de losojos verdes depositara en sus cabellos al abrazarsecon ellas. Ilustradas revistas extranjeras, grandesperiódicos políticos cubren los tapetes de los ve-ladores, mientras una escogida orquesta de instrunientos de cuerda recrea el oido de los asisten-tes, acá y allá recostados en blandas butacas.Otros más positivos prefieren el regalo del paladar,sentados á las mesas de laJonda.

Tras del baño y del almuerzo va el necesario ei-poso, y tras del, reposo se siente el deseo del ejer-cicio, solicitado por la enérgica elasticidad de losatemperados músculos. Es la hora de las excur-siones á loa parajes risueños, á los frescos bos-quecillos; la hora de las visitas artísticas á lasiglesias, del paseo por la isla.

Al caer de la tarde, cuantos establecimientosüel ramo cuenta el Lido, preparan abundantes vi-tuallas y excitantes vinos para sostenimiento y so-laz de sus parroquianos. Se hace la comida al airelibre, bajo toldos de verdes hojas, ó diseretamente ocultos, los que manejan alguna intriga amoro-sa, por el entrelazado ramaje de apartada glo-rieta.

A medida que el sol se hunde en el mar, y lasestrellas comienzan á titilar en el firmamento, comienza también en remotos bosquecillos de laisla, unidos por largas ondulaciones de fatoles depapel pintado, una iluminación á la venecianaque fulgura atrayendo distinguido concurso..

Los claros que deja el plantío se ocupan con el

material indispensable para un concierto. Sitiode la orquesta, andanas de sillas para el auditorio,despachos de bebidas refrescantes, café y otrasdependencias instaladas en aquellos mágicos ver-jeles, se Ven circuidos de inextricables laberintosde follaje, á donde sólo llegan la luz délos astros yla armonía de los instrumentos músicos, acasopara embellecer los incidentes de un idilio amo-roso-*

Es de noche. Los vapores de Venecia conducengran número de personas vestidas con elegancia.Por cuantos senderos llevan al sitio de la reuniónse ven animosos transeúntes. La plazoleta delconcierto se llena de hermosas, envueltas en tras-parentes gasas, salpicada de flores la cabeza y elrostro destellando encantos; de galanes rendidosal poder de su belleza; de tranquilos enamoradosdel plácido bienestar con que la naturaleza favo-rece; de apasionados por el arte divino de la mü-

2».Hasta las doce dura el espectáculo, y en es^

tiempo, ¡cuánto suspiro, cuánta nota perdidos enel espacio! ¡Cuántos saetazos clavados en el cora-zón! ¡Qué de deseos ardientes relampagueando enel pecho, y qué de ilusiones desvanecidas tan pron-to como las forjara el amor propio! ¡Quién sabelos apretones de manos correspondidos, las suspi-cacias prevenidas, los celos apagados, las protes-tas ratificadas, las promesas de ainor hechas alinflujo de una frase musical, de una brisa volup-tuosa, de una vibración estelar!

Juventud, hermosura, elegancia, arte, clima pa-radisiaco, cielo rutilante, misteriosos rumores quellegan de la ciudad encantada, suaves corrientesaéreas que del mar aportan frescura, emanacionesbalsámicas de las plantas, se combinan en los in-centivos de la noche con las vagaB ansiedades delespíritu, produciendo semejante fusión de los ele-mentos de la naturaleza física con las aspiracionesmorales, un estado excepcional en cada humanaeriatura, que apegándola á los placeres de la tier-ra la permite vislumbrar las inefables dichas ul-tramundanas.

Cuando la última obra musical agoniza en laorquesta, y la luz de algunos faroles se apaga, cadacual abandona su asiento buscando la persona ópersonas de su compañía.

Vénse á lo largo del camino que conduce á losembarcaderos, alegres grupos que aprietan el pasopara tomar pronto el vapor. En dos ó tres puntosde la isla se admitenpasajeros par» Veneoia., loscuales llegan apresuradamente, por lo avanzadode la noche. Llena ya toda la cubierta, los vapo-res emprenden la marcha. La algazara del embar-que ha cesado, lo mismo que el murmullo quese produce mientras dura la colocación de la gen-

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te. Al primer ímpetu de las conversaciones en ,'alta voz, sucede el agradable momento de los diá-logos susurrados entre los que bien se quieren.Las grandes pausas dejan oir los ruidos de lamáquina, cuya intensidad aumenta por la noche.Algunas cabezas calenturientas se exponen ávidas :de frescura al embate de la brisa marina; otrasreflexivas, por lo regular de enamoradas doñee- •lias, se velan con el ligero abrigo. Puede decirseque en estas travesías hay siempre un lapso decinco minutos en que el barco camina como si He- ,vara fantasmas, putas apariencias de figuras hu ;manas. Tal es la quietud da los cuerpos y el vue-lo que Ia3 almas han tomado, tendiéndose hacialas esferas de la inmortalidad.

Al final del viaje, la blanquecina línea de ne-bulosa que áutes indicaba el alumbrado del mue-lle, se acentúa, separándose los focos que la com-ponen Se ve parfectamente aislado cada farol yel edificio en cuya fachada se refleja su luz. Elvapor toca en el merlou de madera dispuesto paradesembarcar. Hombres y mujeres llegan, por locomún, á la plaza de San Marcos, y allí se despar-raman, sumiéndole en las boca-calles por dondese entra al enrevesado caserío veneciano. Por unade ellas desaparece la esbelta indígena que os haseducido durante el concierto; cuya voz, llena demelódicos tonos, ha llegado hasta vuestra alma,cernida á través del dialeoto que hablaba con susacompañantes, y del que no habéis entendido unapalabra, si no tuvisteis la fortuna de nacer en tier-ra viñeta.

ROMA.DISCURSO PREIIMlNiR.

¡Roma! ¡Singular destino el de estas cuatro le-tras! Con sllas ae forma la palabra amor, que e8 lamateria, y también el espíritu, sobro que se ha escrito mayor número de volúmenes. Con ellas seforma la palabra Roma, asunto de tantos librosque podían componer una rica biblioteca. Final-mente, con ellas se forma la palabra Ornar, perso-naje abonado por sus humos para relucir á ceni-zas cuanto so haya escrito sobre el amor, sobreRoma y sobre el ilimitado género que Pico de laMirándola cultivó, si reapareciera por el mundo.

Tarea ardua en demasía la de decir algo nuevoacarea de ciudad tan vieja, por tan ilustres hombresvisitada, por tan grandes escritores descrita. Lanata y flor de la sabiduría ha pasado por allí; lacrema del arte ha recibido inspiraciones en susámbitos; la Mgh Ufe europea y americana ha hechorodar innumerables coches de remise por el empdJ

drado de sus calles Los peregrinos rezan en todos

sus templos; los ingleses recorren todos siw Mra-seos, haciendo una señal en el catálogo, al margendel objeto visto, para que conste; los pintores ad-miran todas las obras de Rafael y de Miguel Ángel,sin imitar ninguna; y los escultores sienten la revé -lacion de la belleza en todos los mármoles griegos,porque la escultura en Roma es una manifestacióndivina. A tres individuos nos ha producido igualefecto al contemplarla. Al primer poeta alemán, algran Goethe; al primero de nuestros Pachecos, donJoaquín Francisco; y á mi, el último de los escri-tores de viajes. Consigno orgulloso esta convergencia de mi humilde persona, del genio y delexcelentísimo señor hacia el arta por esencia plás-tico, ó incomprensible en I03 pueblos saturados doromanticismo como Alemania y España.

Las damas francesas, españolas y belgas que vaná Roma, visitan al Papa; las inglesas y yankees,visitan á Garibaldi; las familias hispano-ameri-canas, procuran ver á los dos. El Rey, el Papa yel héroe legendario, que no cabrían en el mundo,caben en Roma, que ha sido, es y tiene trazasde ser la señora del globo. Cada astro gira en suórbita, seguido de sus correspondientes satélites.En la inmensidad del firmamento romano hay si-tió para todos los soles y sistemas; pero con unacondición, la del universal dominio de Roma. !

Los extranjeros al sexo fuerte, én prueba de lafortaleza peculiar del sexo, son menos escrupulososque las damas, y comprenden en el círculo de sucuriosidad cuantos entes rabian de verse juntos;esceptuándose no obstante, de la regla general^aquellos que por llevar orejeras que les impidanver otro camino que el'que tienen delante de loaojos, andan por Roma embobados y en Cuadrilla,metiéndose en cuanto lugar sagrado columbran,como si estos lugares fueran compendio de lo di-vino y humano que por santo y hermoso consti-tuye la supremacía de la Ciudad Eterna. Aludo álos peregrinos, que son por naturaleza fanáticos yesencialmente huraños, los cuales, por su forma yaccidentes, tanto ellos como ellas, merecían com-poner un sexo aparte, llamado neutro, que losdiferenciara del común de las gentes» cuyo tratorehuyen y cuya risa provocan.

Si el primer elemento de la moderna Roma es elJbrestiere, aquel ser despilfarrador que los romanosentreven en sus sueños de color de rosa, estravá*-gante indivídiio que gasta al mes lo que unafamilia indígena al año; el segundo elemento es elmismo romano que, en combinación con el italiano,se dedica, por regla general, á vivir del extranjero.Si alguna modificación ha sufrido el antiguo sis-tema que para buscárselas tenían implantado losdescendientes de Rómulo, débese á k capitalidadde Roma, y al sentimiento de dignidad que la

700 REVISTA EUROPEA.— 1.° DE DICIEMBaE DE 1 8 7 8 .

Italia M na ha despertado en aquellos que le teníanmortecino ó ignoraban su paradero.

Chateaubriand, espíritu culto y hombre deraza, en quien el puntillo aristocrático prevalecia,con las preocupaciones, sí, pero también con lascualidades que adornar debeu al caballero cum-plido, en. cuanto respecta á su propia estimación,torció el gesto la primera vez que se vio en Boma.Al autor de Los mártires y de la Vida de Raneéle pareció una inmensa fonda. No nos ha dichoú buena ó mala, y es lástima, porque Rabelais,cuyo genio era el polo opuesto del talento de Cha-teaubriand, no había hallado en Roma, con dossiglos de antelación, cosa digna de superior ala-banza sino la lechuga; por donde se ve queen aquella vasta fonda, de seguir las lechugaslas honrosas tradiciones de sus antepasados, ha-bia en tiempo del célebre vizconde, por lo me-nos, un plato apetitoso, que ya es algo tratán-dose de una generación entregada exclusivamenteal culto de Santa Pasta y San Manso aleso.

Lo que se dice del romano ha de aplicarse á la ro-mana, sin que entre eu mi ánimo mancillar la fa-ma de tan hermosa mujer, que tampoco entró enel de Moratin, quien, católico, templado, conser-vador, prudente, respetuoso, clasicon y hasta pa-cato, después de entusiasmarse oficialmente conla grandiosa suntuosidad de la Basílica de SanPedro, donde nadie ha percibido los vislumbresde la Divinidad, se creyó con autorización paraechar los pies por alto y decir cuanto se le vino ála pluma sobre la frágil condición de unas débilesmujeres que por su desgracia viven en tiemposbastante remotos de aquellos que las Virginias yLucrecias ilustraron.

Queda dicho que el romano y el italiano secombinan solamente para negociar con el extran -jero, pues que entre ellos no hay fusión ni acomo-do posible desde que Roma, en vez de capital delos Estados Pontificios, es capital del reino de Ita-lia. Se habla en tesis general. Allí no hay másque butzurrt y caccialepri; aquellos sou los con-quistadores, estos los conquistados. Aquellos sonlos piamonteses, los toscanos, los italianos, enuna palabra, que asi se les llama; y estos son losromanos.

La centralización en la Ciudad Eterna es un he-cho consumado, aunque no reconocido. ¡Y cuida-do que se trabaja para que se reconozca! En Romase consume el aceite de Luca, el salchichón deBolonia, el queso de Parma, el vino de Toscana;en sus traltorios ae sirve la chuleta á la milanesa,el hígado á la veneciana, la ternera á la genovesa,loj macarrones á la napolitana, las truchas á laHome3a; pero nequáquam. La mayoría de los em-pleados son piamonteses, y en la ciudad se oye

más de lo acostumbrada el dialecto piamontés,que es el catalán italiano.

Ln, gran naoion que creó Camilo Beiiso, queconsolidaron las armas francesas unidas á la ju-ventud de la Península, con la colaboración de laCasa de Saboya, corre peligro, en concepto de losromanos, de (suvertirse en un grupo de provin-cias tributarias del Piamonte. Está hecha la uni-dad política, está hecho el ejército, el país... masla bella Ñapóles, la culta Milán, la romántica Ve-necia, la rica Genova, la ática Florencia, la paga-na Roma ae ven supeditadas á la monótona Tu-rin. La Ciudad Eterna, de su parte, hace lo posi-ble por separar la cabeza del cuerpo.

Semejante manara de proceder, en español cla-ro, neto, puro, limpio, fijo y sin esplendor se lla-ma majadería: en latín se llama non possumus.

Para el romano, la mejor religión es la romana;el mejor gobierno, el que saca menos contribucióny perdona más delitos; la ciudad adelantada,grande, superior por escelencia, es Roma. ¡París,Londres, Berlín, Madrid, Viena, San Petersbur-go! Vanos nombres que oyen á los extranjeros,sin conocer apenas su significado. El romano soresiste á viajar: en su ciudad natal se r Jsume eluniverso, y, como suele decirse vulgarmente, tie-ne á Dios cogido por los pies, porque, al cabo y alfin, la Causa primera e3 romana.

Roma, es grande, lo confieso, más de lo que al-gunos creen, aunque no tanto como se figuran sushijos. Encierra singularidades que ella sólo posee;pero está muy atrasada, y lo estaba más aun antesdel 20 de Setiembre de 1870. Un imitador delestilo de Víctor Hugo diria: en el occéano de lasciudades, Roma es la tortuga.

Pasada revista & la ligera de los seres qus vivenvida inteligente en la capital del orbe católico, noobstante haber olvidado los caudillos de la Igle-sia militante, y la tripulación de la nave de SanPedro, quo aquí residen, porque lo difícil de lostiempos me impide ocuparme de ellos, vamos áechar una rápida ojeada á la misma capital, exponiendo antes los varios métodos que puedenprestarnos su concurso para no hacer de estos parrafos uua madeja inextricable. Y aun ha de irpor vía de prólogo lo que yo entiendo que es obli-gación del escritor que sa dedica á dar á luz susimpresiones de viaje.

Escritor, á mi juicio, os el que saca libros deBA cabeza, y erudito el que los saca de la cabezade los demás. (Quien dice libros dice cualquierforma de publioaciou escrita.) El que crea, expo-ne, subjeliviza lo que ha pensado ó sentido, sinprevia línea de conducta quo le trace la direcciónq ie han de seguir las lucubraciones de su numen;ese escribe; el que utiliza agenoa materiales ó

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ocha por senderos trillados, ese compone, arregla,compagina; hace filosofía, literatura, versos; eserudito, compilador, apreoiable litarato, y exoa-lenta sujeto, de cuya mollera puede decirse, sinofenderle, que jamás han brillado eu sus cavida-des las ráfagas creadoras del quid divinum. Paradescribir países, por el sistema do la erudición,hay que sabor mucho y bien; hablar de ellos loque otros han hablado ya, es como ir por la nieve,por barrizales ó por camino polvoriento, encajan-do el pió en las huellas de anteriores caminantes;luego el más cómodo proceder es trasladar ftl papello que se siente, y de la manera que se siente, noteniendo un memorión terrible para ser erudito, óuna voluntad dúctil que nos convierta en autoresdo reata. Resumen: hay que conformarse á ser es-critor liso y llano, á crear; y si las creaciones pue-den ir realzadas con el adorno del saber, miel so-bre hojuelas.

En esto del escribir, como en todas las cosas,debe haber su método. Con aplicación á Boma,ignoro cuál será el mejor; los puntos de vista sonnumerosos, el panorama vastísimo, la historia an-tigua. Hay la Roma de la Reptiblica, do los Césa-res y de los Papas; la política y la artística; la de-generada y la regenerada; la da las ruinas y la. delos monumentos que permanecen en pié; la de losromanos, la de los italianos, la de los extranjerosy la de los católicos. Desde la pobre cabana doRómulo, en el monte Palatino, donde es fama quese educó con su hermano Remo, después do ser recogidos por el pastor Faustolo, hasta el Vaticano,residencia de los Papas, palacio que cuenta veintapatios y once mil habitaciones, sin incluir lassalas, capillas, biblioteca, museos, etc., hay infi-nidad de moradas interesantes ó suntuosas querecorrer. Desdo la grosera caricatura del Cristo,trazada con estilo por los soldado.? del pretorio enuna pared del cuerpo da guardia, hasta el marmó-reo Apolo del Belvedere, resplandeciente de serenahormosur i olímpica, hay una larga serie de obrasdo arte qii3 admirar. Dasde Ia3 humildes criptasen que ao enterraban los primaros cristianos, has-ta las soberbias tumbas que en San Pedro guardan lo i restos mortales de poderosos Pontificas;así como do3do las venerandas reliquias de losmártires hasta la imagen do San Ignacio de Loyo-la, estatua de plata maciza y de tamaño natural,hay multitud da objetos qua exciten la piedad dolos fieles. El templo do Hércules vencedor, pocomayor que una garita, y la Bfsílicam.ls grandedel orbs, son los extrañaos de una serie de templos;como las subterráneas careólas mamertinas y elCMtillo de San Ángel, ó mole Adriana, son el prineipio y término de una cadena di vejaciones queeooirenz'i con San Pedro encarcelado, según la tra-dición, y finaliza con Pió IX eacarcelador.

En las afueraavénso loa restos de antiguos edi-ficios que, al desmoronarse, sirvieron. tl<S guaridaá osados bandoleros, muohos: de altos]fundadoresde esas ilustres casas de la nobleza pontificia, cu-yos vastagos pasean orgullosos en magníficos car-íruajes por el monta Pincio aquellos» dias de la ae-mana en que la eórte se abstiene de hacerlo. (Porr,que los nobles pontificios, constituyendo la aris-tocracia negra, se creen en el caso de evitar todoroeo y me;ela con la aristocracia blanca, que es laque presta su concurso á la vida pública y socialde la casa do Saboya) Ea el interior de la ciudad,junto á una respetable fatnilh inglesa que, á pióó en coche, tranaifca por la calle, destacándose dosu conjunto el dorado y el azul de las cabelleras yda k>3 velos, pasa el sórdido fraile gris, haciendocon su repugnante figura la propaganda anti-católica más eficaz que hacer pudiera un descaradoreformador; mientras tanto que el cura, de calzo»corto y levitón largo, pasea indiferente, conven-cido de que, si no las puertas del infierno, las ven-tanas van prevaleciendo, y do que acaso no estémuy lejos el dia en qua prevalezca todo el edificio,

Como hay contraste ó inmimoraa gradacionesen las cosas y eu los hombres, los hay también enla diversidad dé formas que componen/ el total dela vida en Roma, originalísima y compleja, paracuya descripción habría menester de un libro vo-luminoso quien, como el que eitas desbaratadaslíneas escribo, pasó allí muy carca do tres años, ypor poco que tanga qua decir, ueeesitapara expre*sarlo un lugar y un tono que la ligereza de esta»Notas no consientan. Quédese para, ocasión pro-picia el cumplirlo, concretándome ahora, si he deseguir el hilo del discurso y método adoptado,á consignar las impresiones puramente personalesque la Cuidad Eterna me produjo al recibirme ensu seno, y á indicar cómo debe distribuir sus horasel viajero que de paso la visite, á semejanza de lasvisitas quo llevo hechas á otros punto3 de que elpresento librejo trata. Muy de prisa, al vapor,como so viye en la época.

Pensaba yo, pobre de mí, que entrar en Romay asombrarse era cosa del momento; que eu sa-liendo á la callo habla de anudarse mi lengua,porque la admiración do lo grando me impediríasu manejo; quo un ligero examen de las costum-bres á doude tantas individualidades extrañas yentre sí discordantes afluyan, seria tesoro de ob-servaciones; que la lucha entre el Vaticano y elQuirinal prestaría abundante materia para largO3escritos. *

Era Semana Santa, y preparó loa bártulos. Nosé qué tempestad do párrafos presentía yo sobreel Miserere de Palostrina en la basílica de SanPedro; sobre la ostentación de la corte romaua;-sobre el mágico efecto de realidades minea vistas,

702 EEVISTA EUROPEA,^-!.0 DE DICIEMBRE DE 1878.

en espacios soñados; y todo fue ilusión pura; por-que lo cierto es que el jueves y viernes santo novi en la basílica citada más aparato» ai más corte,ni otro efecto mágico, • que un chiquillo de doceaños, cubierta la cabeza con un casquete, y barrien-do el pavimento del altar mayor, allí donde estála sillada San Pedro, sostenida por cuatro obisposcolosales de bronce.

Fácilmente se comprende que el asombro pre-sentido en mi candidez no es el asombro artísticoque las grandiosas y bellísimas obras del paganis-mo causan; ociosa es toda protesta, si se Conside-ra que yo, como cualquier hijo de vecino, habiade rendirme ante las riquezas del arte antiguo, yno habia de emplear mis écios en calificar de ruiny chavacano lo que el saber aplaudepor magnífico,el buen gusto ensalza como admirable.

Ni es de mi competencia hablar de un arte queapenas conozco, pues me falta hasta la osadía deque muchos echan mano para salir del apuro.

En lo que yo fundaba mis pasmos futuros eraen los elementos materiales y morales de que secompone la Roma moderna, la liorna de la infali-bilidad, la Roma de I talia, la Roma de los viaje-ros, el centro del catolicismo, la fragante capitalque á Luis Veuillob embriaga con 'sus perfumes,y por donde tantos libre-pensadores transitan tor-ciendo el gesto, y llevándose el pañuelo á las na -rices.

Esta Roma no me fascinó; y pensé que no habríade darme motivos para elocuentes ditirambos enadelante.

Respecto á la antigüedad, séame licito aventu-rar algunas heregías históricas. Ellas reflejan misprimeras impresiones. Quizá con el tiempo cam-bié, pero al principio tal efecto me produjo, y asídebo decirlo. En Roma no he seitido la antigüe-dad. Para reconstruirla me pareció ds abso'uta ne-cesidad el omnímodo conocimiento de las épocasremotasj sopeña de hacerse la más fantástica délasiluüones; y ¿por qué no tener la franqueza de con-í Sitrlo? El verme desprovisto de tan gran aparatoi eatifieo me privó del placer de identificarme

entalmente con la Roma clásica del paganismo,ítem más, el romántico amaneramiento que aljuvenil modo de ser político impusieron las predi-caciones generosas, anteriores y simultáneas á larevolución de Setiembre, hizo de aquella genera-ción que por entonces apareció á la vida pública,(de ella formo parte) una generación poco á propó-sito para gozar con el recuerdo de las tiranías, pararecrearse con vilea tradiciones y aficionarse á rui-nas que patenticen el paso por la tierra de unasociedad corrompida.

Las Tormas hablan de la molicie de insolentesmancebos y frivolas matronas; el Anfiteatro, de

amargos martirios, para divertir una eórto abor-recible; el Foro, de pueblos degradados y gárrulostribunos; el Palacio de los Césares, de una cadenade infamias que principia en el estanque de lascarpas, alimentadas con cftrne de esclavo, para,lisonja del paladar señoril, y concluye con |el in-cendio de Roma, espectáculo recreativo, dispuestoÍnter wpulas por Tiberio; los Templos, del repug-nante culto tributado á innobles pasioncillas, ásoeces preocupaciones encarnadas en torpes divi-nidades, óá miserables mortales que la servil adu-lación elevaba al rango de dioses. El simbóliconaturalismo griego que las artes ensalzaron y lafilosofía penetró con su soplo inmortal, aparece t'ngrosero en Roma, después de sobrevenir el escep-ticismo religioso representado en los augures, quesólo, en mi concepto, puede gustar de la antigüe-dad romana, el sabio arqueólogo que en presenciade los objetos comprobados por la erudiciónsiente el amor propio satisfecho y se asegura de laverdad de la ciencia.

Otra cosa es, si partidarios déla teoría del artepor el arte, en todo se prescinde del horror histó-rico, y se considera no más la exteriorizacion dela belleza que por los ojos se nos llega dulcementehasta el recóndito camarín donde se alberga laternura. El arte puro, hé aquí lo que en Romacautiva, por refractario que se muestre el espírituá sus percepciones, por escasa que sea su prepara-ción para recibir dignamente el divino reflejo.

Y hablando ds este arte, contra el que siemprese desató en improperios la intransigencia clerical,sepa ésta qjie en el Museo Capitolino resplandece laVenus del mismo nombre, irradiando hermosura,por gracia de Benedicto XIV, á cuya munificenciase debe la conservación de tan preciada joya delarte naturalista en tan celebro Mu3eo. Y sepantambién todos los exaltados predicadores que su-ben á los pulpitos de España repletos de furibun-dos apostrofes contra las diversas manifestacionesdel arte, tratado por ellos como materia diabólica,que al chocar su rabiosa ignorancia contra lasfiguras paganas, se chocan irreverentes y proca-ces contra multitud de Soberanos Pontífices, quopor amor á la cultura han enriquecido á sus es •pensas los Museos de la Ciudad Santa con obraaque á ellos les parecen pecaminosas y dignas deinmediata destrucción.

Lo contrario de lo que se dice de la antigüedadpagana puede aplicarse á la cristiana. Simpáticala historia de los orígenes del Cristianismo bajolas persecuciones, (crasos errores de efectos con-traproducentes que sirven para la propagación delo que se intenta destruir) halla el espíritu pia-dosas melancolías contemplando las huellas delos primeros cristianos por el difícil camino lleno

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de escabrosidades que paulatittameata había deconducirles al triunfo glorioso que aún persistaen nuestras sociedades. Los monumentos soneillosque de sus prácticas nos dejaron, espontáneasmanifestaciones en lúe á vueltas de conatos imi-tativos se perciben asomos de la originalidad es-piritualista, llamada más tarde á regenerar elmundo, impresionan por su tosca ingenuidad.Maravilla cómo aquellas místicas ideas y alegó-riooa cultos, concebidas y practicados en el mis-terio de las criptas, por gentes da humilde condi-ción, llegaron á desarrollar tal fuerza espansiva,que, haciendo explosión, sembraron de ruinas laHistoria y se levantaron avasalladores sobre losdestrozados restos de poderes antes f uartes y soberbios, acerca de cuya duración locura fuera aven-turar siniestros cálculos ni predecir fatídicosacabamientos.

Catacumbas, basílicas,sepulcros, inscripeione %mosaicos, pinturas murales, cuanto de aquellosprimeros siglos queda, excita la curiosidad, segana las voluntades y luego dá margen á seriasconsideraciones de un orden presumible en la re-ligiosa España. Mas poco á poco el viajero, elobservador, el filósofo van pasando de la tiernasencillez primitiva á la arrogancia posterior, á laembriagadora actitud del predominio con suslamentables equivocaciones.' Ven las señales cla-ras de una reacción fanática que tiende á destruircuanto de la Roma pagana quoJa pregonando elantiguo poderío; ven los templos de los diosestrastornados en templos de santos, los arcos ro-tos, los circos derruidos, las estatuas mutiladas,las tumbas .abiertas, profanadas, aprovechados losmatariales de construcción y afeados por torpemano que la ignorancia mueve los bellos residuosde uua civilización vencida; y entonces el ánimoreacciona también; lo que inspiraba simpatíascausa tedio, lo que se contemplaba con amor semira con disgusto, y aquella fragante emanaciónque dsl fondo del sentimiento religioso subia árefrescar nuestras ideas contaminadas de escepti-cismo, contrarestando con su virtud purificadoralos venenosos efluvios del sarcasmo, planta letalcuya somilla ha depositado en nuestro espíritu elespíritu del siglo, deaap-iresa arrastrada por elviento do la crítica, esa temible corriente que ála par que limpia arrebata, llevándose en sus violentas ondulaciones lo mismo IOÍ errores que lasilusiones, lo mismo las mentiras que las esperan-zas . A la reacción sigue la ostentación, al triunfosatisfecho, á la represalia, el desplegar un aparatoque aturda, que fascine, que se imponga. Así laIglesia, puesto el pié sobre la garganta del paga-nismo, se alza triunfadora, radiante de galas ymagnifioanefa. La Ciudad Eterna se cubre de'rí-

eos templos en el pariodo de su grande esplen-dor. Datos curiosos para la marcha da las ideas Através délas sociedades, tranformadas desde suorigen cuasi divino en ideas terrenales, munda-nas que creíamos desprendidas del cielo comorocío vivificador do Ia3 almas agostadas, y luegono son más que ideas embrionarias da nuevos or-ganismos sociales en aus la Humanidad vive yeontiMa desarrollándose para llenar sus fines.Estas son, resumidas en grandes síntesis, la» im»presiones que Roma pagana y Roma cristianadlade los Cósare3 y la de los Papas, me1 produjeronen I03 primeros diis de mi esttucin en la Roma delos reyes constitucionales.

Para visitarla, aunque á la ligera, por el sistoma que sigue la mayoría de los viajeros, lo mejores ajustarse á las indicaciones de las Guías, segu •ros de verlo todo, de llevar de todo una idea enla mente, una noticia en la memoria, una impre-sión en el carebro. La Semana de Roma, programaque no carece de atractivo, permite ver en el bre •ve período hebdomadario las otilas Pamflli, Alba-ni. Wolkonsky, Ludovisi, Borghoae, Mediéis,Máximo; las galerías artísticas de Corsini, Bór-ghese, Doria, Rospigliosi, Barbérini, Farneso,Sciarra, Spada, Colouna, con sus palacios corres-pondientes; los Museos Capitolino, Lateranense,Vaticano y sus Logias, Kirehoriano, Quirinal,Academia de San L\\cas, la Farnesina y otragcuriosidades. Esto es lo que pertenece al público,á cualquiera, al universo mundo, que tiene igual-mente acceso alas ruinas, á las catacumbas, ypuede penetrar en las innumerables iglesias quedecoran la población.

El conjunto se reduce, por condensarle en gran-des agrupaciones, á paganismo á cristianismo,considerado históricamente; y naturaleza y arte,considerado como forma. De las primeras agrupa-ciones algo se ha apuntado ya; de la segunda (pres-cindiendo de la naturaleza, cuya hermosura debeapreciarse en las opulentas quintas de los señoresromanos, quienes manos egoístas ó más fastuososque otros señores, permiten que el menesteroso serecree en ellas); del arta, poco resta que decir endisertación que no tiene pretensiones de ningúngénoro. Puede también ramificarse en trasdivisiones, la pintura, la escultura y la arquitectura.

La pintura que ae admira en Museos, en gale-rías, en tümp'os, en Academias, os obra, apartode otros autores minos visibles, de veintinueveartistas que recorren una gama espiritual desde elgenio hasta el ingenio, pisando por las gradacio-nes del talento. ClasiSendos estos artistas por otroescritor do gran reputación, no tengo inconve-niente on aprov etmmj de su tr.ibajo. Halos aquí,por escuelas:

701- 11EVISTA EUROPEA:—! .".DE DICIEMBRE DE 1878. N.° 249

Escuela de Florencia. Miguel -Ángel, Leonardode Vinci, Frate, Andrés del Sarto.

Escuela romana. Rafael, Julio Romano, Poussin,Lorraiu, Ferugiuo, Miguel Ángel y Polidoro deCarívvagio, Garofolo.

Escuela lombarda. Luini, Corregió, Parmigia-nino. • •

Escuela de Venecia. Giorgione, el Ticiano, Pa -blo Veronés, Tintoreto, loa dos Palma, Sebastiandel Piombo.

Escuela de Bolonia. Los tres Carrachos, Guido,Dominiquino, Guercino, Cantarini, Francia.

Los colosos de Roma, empero, son Rafael y Mi-guel Ángel.

La escultura en Roma es da grandísimaimportancia. Primero, durante la República; ydespués, durante el Imperio, creció, se desarrolló,y cayó en decadencia, imitando siempre los mo-delos de Grecia. Escultores griegos y discípulosbuyos italianos adornaron los templos con las imá-genes de los dioses; las plazas, termas, edificiospúblicos y particulares coa las estatuas d» los hé-roes, de los hombres ilustres, de los cónsules y delos emperadores. Tanta riqueza se vio destruida,rota y dispersa con las invasiones de los bárbarosque sucedieron á la caida del imperio del romano,hasta que al calor de la fó cristiana renació el artemístico que, despreciando la forma, concentró sufuerza eu la expresión de los afectos del alma in-mortal. A los dioses y héroes sucedieron el Cristoen la Cruz, la Virgen doliente, I03 santos maeilentos, los mártires escuálidos, las vírgenes ente-cas, I03 ángeles de rostro estático; y sobre los monumentos sepulcrales, los príncipes de la Iglesia,tendidos como en eternal sueño; los caballeros den-tro de su armadurn, y las damas cubiertas de lar-gas vestimentas, arrodilladas y en actitud derezar eternamente por la salvación de sus almas.Miguel Ángel rompió con las tradiciones de laEdad Media, influyendo con el prestigio de sugenio sobre la escultura romana, y renauioudo conél la idea antigua que ya daba nueva vida á lasciencias y á ISA letras.

La perfecta armonía del cuerpo recobra su im-perio, si bien agrandad», agigantada, puesta enmayor relieve y tonsion por la grandiosa maneradel maestro, sin que la resurrección de la carnefuera incompatible en sus obras eon el espíritucristiano Tras larga serie de imitadores llegó ¡a

^época decadente, no bastando la maestría de laejecución y I03 esfuerzos del talento á suplir lafalta de vida y de verdad característica del bar-roquismo, cuyos principales campeones fueronBernini, Boromini y Algardi. Protegidos, no obstanto, por la Igleaia, llegaron los barrocos á hacer de Roma un inmenso museo que podia com-

petir en número, si no en buen- gusto, Con lajanti-gua Roma; exagerando tan desatentadamente lasviolencias de su dislocado estilo, que la aparicióndel gran Canova fue acogida con extraordinariojúbilo por los amantes del clasicismo* implantan -dose la graciosa imitación del arte griego que e-iunovador acreditó con la maestría de su cincel.Muerto Cañova, los primeros coino los últimos es-cultores, han seguido sus huellas y regidose porsus principios. Thorwalldsen, Tenerani, Jacometi, con mayor ó menor fidelidad, continuaron 1»,obra de aquél, estacionándose las Academias ensus cánones artísticos. Los albores del realismoparece que comenzaron á lueir en Roma á mi tadde siglo, y en su fulgor creciente buscan inspiralciones los escultores contemporáneos. Los restosde la antigüedad, unidos al cúmulo de prodivjciones que esta reseña significa, se admiran en laCiudad Eterna, do quiera que el amante de lobello intenta buscarlos.

La arquitectura es de un particular exelusivis •mo. Bien conocida la romana, apenas si de ella alRenacimiento hay ejemplares de las varias com-binaciones bizantino góticas que, correlativas alarte de la expresión mística en pintura y en escul-tura, prevalecieron durante la Edad Media. Res-taurados muchos templos paganos, fueron convir-tiéndose en basílicas cristianas, adquiriendo unsello especial que les imprimían los dos elementosque entraban en su construcción. Los materiales delas termas, circos y otros monumentos, setvian,asícomo sus reminiscencias arquitectónicas, para fabricar palacios é iglesias, adaptándose á los órdenes clásicos. El Renacimiento ningún obstáculotuvo que vencer en e3ta región tradicional delpaganismo. Simultánea á la escuela barroca enescultura, fue la de arquitectura, que tomó singu-lar incremento. Desde Miguel Ángel hasta el Ber-nini, los Peruzzi, Sammicheli, Sansovino, Vigno-la, Palladlo, Ammanñati, Pellegrini, Oliviori,ambos Fontanas, Maderna y otros, dejaron mues-tras profanas y sagradas de sus propios estilos- Laarquitectura de Roma es grandiosa, rica, expre-sión del dominio, del fausto, de la supremacía.

El extranjero, en la capital del orbe católico,combina la fácil manera de vivir espirittialmentedo recuerdos, y materialmente de las comodidadesque los actuales tiempo» positivos se procuran loshumanos, hijos de la civilización moderna.

F. MOJA Y BOLÍVAR.

(Continuará