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REVISTA EUROPEA. NÚM. 66 30 DE MAYO DE 1 8 7 5 . AÑO n. LA Y EN ALEMANIA. GERLAND.-FECHNER.—HARTMANN. Las ciencias antropológicas están hoy en Alemania, lo mismo que casi todas las del saber humano, en cierto estado de esplendor, que no es perdonable su desconocimiento para los que realmente aspiren á asimilarse los resultados científicos que las investiga- ciones reiteradas diariamente ofrecen al antropólogo, y menos aún á los que con propias fuerzns se aventu- ran generosamente en la exploración y esclarecimiento de esta ciencia, tan amplia y compleja, que la vemos casi trasformada en la ciencia primera y fundamental. Como ya su mismo nombre lo indica , «Antropolo- gía» tiene por objeto todo lo que al Hombre toca, y hay bastantes motivos para pensar que, una vez que hubiera determinado esta ciencia todas las cuestiones que dentro de sus límites se encuentran, nos ofrece- ría al mismo tiempo como una especie de síntesis que abarcara en su seno, no sólo lo que al Hombre res- pecta, sino también todo lo que con él se relaciona, todo lo que en su naturaleza se muestra, todo lo que siente, todo lo quo sabe y todo ¡o que conoce; en una palabra, toda la Realidad; pues es preciso reconocer que, en último término, la Realidad, en tanto que es considerada como objeto para la Ciencia, tiene una existencia dependiente de nuestra naturaleza psico- física y está sujeta y hasta modificada por las leyes de nuestro conocer; es decir, que es un conocimiento humano, la Vorstellung de Schopenhauer. Es verdad que el hombre no puede por ahora, y tal vez no pueda nunca, llegar á este último término; pero esto no obsta para que si ese momento de pro- greso cupiera en lo posible, si algún dia el saber hu- mano alcanzara esa extensión y esa amplitud, la ciencia que tendría el derecho de contener en sus principios esa especie de síntesis de toda la Realidad, sería la Antropología, por cuanto que únicamente ella comprende al Hombre todo. Como prueba de la latitud y del amplio campo en que la Antropología se mueve, basta señalar la confu- sión que su mismo concepto ha producido entre los antropólogos; en la cual, si bien se nota, han resultado diferencias por efecto del punto de vista que cada in- dagador ha adoptado. La oposición de opiniones en- tre éstos, lejos de causar perturbación de ideas al TOMO IV. que imparcialmenle quiera estudiar los diferentes conceptos que de esa ciencia se han hecho, viene más bien á confirmar una loy, ya un tanto extendida, á saber: que más verdad hay en lo que el hombre afirma que en lo que niega, y que, por consecuencia, lo ver- dadero eo todas las distintas formas que hasta el pre- sente ha tomado l;i Antropología, son los puntos afir- mados, y que lo falso y erróneo son los negados, efecto de la parcialidad de los criterios. Todos los diferentes aspectos que nos presenta la Antropología, desde que la vemos en sus primeros co- mienzos exclusivamente limitada á una doctrina mé- dica, como hacia Hipócrates, reduciéndose de3pucs á una parte física , psíquica ó pragmática, y hasta que, por último, es considerada como puramente especula- tiva , tal como pretendía la pasada escuela teosóíica alemana, todas estas antropologías se ocupan del ob- jeto de esta ciencia sólo bajo un aspecto particular, sin abarcar al Hombre en todo su contenido, es decir, en su constitución física y psíquica, en relación co i su propia especie, con las que le antecedieron y con la naturaleza toda. Allí sólo se consideraba al hombre en una manera particular do su existencia, en la cual se encierran y limitan , desconociendo todas las res- tantes, aun cuando se la quiera hacer, como Perty, «la ciencia del ser espiritual y corporal del Hombre,» pues aquí, lo mismo que cuando se la trasforma en una especie de Psicología racional que comprende al individuo únicamente, ó se la reduce al simple cono- cimiento de la relación entre Espíritu y Cuerpo, se mutila el campo que esa ciencia debe disponer, pues nada nos dicen de la vida del hombre, de la pasada y de la presente, ni cuáles son las relaciones que entre éste, como individuo, y la Humanidad existen, y me- nos la de ésta con la Naturaleza. Siendo á la vez tan vasto el objeto de la Antropolo- gía, nada más natural que la manera fragmentaria en que se nos presenta, y nada también más difícil que la creación de una completamente sistemática que comprendiera todo cuanto á esa ciencia pertenece. Varios son los ensayos que se han practicado para en- cauzar en vía segura la marcha que la Antropología debía seguir. La primera que rompe el camino es la Natural history ofmanknid, de Priehard, iniciando un período, que viene, por último, con la Anthro- pologie der Nalurvoelher (Leipzig, 1859-1864), de Waitz, á tener su más acabado intérprete. Dentro de esta época se verifican trabajos más ó menos impor- tantes, como el Mikrohosmus de Lotze (1886-1858), 37

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 66 30 DE MAYO DE 1 8 7 5 . AÑO n.

LA YEN ALEMANIA.

GERLAND.-FECHNER.—HARTMANN.

Las ciencias antropológicas están hoy en Alemania,lo mismo que casi todas las del saber humano, encierto estado de esplendor, que no es perdonable sudesconocimiento para los que realmente aspiren áasimilarse los resultados científicos que las investiga-ciones reiteradas diariamente ofrecen al antropólogo,y menos aún á los que con propias fuerzns se aventu-ran generosamente en la exploración y esclarecimientode esta ciencia, tan amplia y compleja, que la vemoscasi trasformada en la ciencia primera y fundamental.

Como ya su mismo nombre lo indica , «Antropolo-gía» tiene por objeto todo lo que al Hombre toca, yhay bastantes motivos para pensar que, una vez quehubiera determinado esta ciencia todas las cuestionesque dentro de sus límites se encuentran, nos ofrece-ría al mismo tiempo como una especie de síntesis queabarcara en su seno, no sólo lo que al Hombre res-pecta, sino también todo lo que con él se relaciona,todo lo que en su naturaleza se muestra, todo lo quesiente, todo lo quo sabe y todo ¡o que conoce; en unapalabra, toda la Realidad; pues es preciso reconocerque, en último término, la Realidad, en tanto que esconsiderada como objeto para la Ciencia, tiene unaexistencia dependiente de nuestra naturaleza psico-física y está sujeta y hasta modificada por las leyesde nuestro conocer; es decir, que es un conocimientohumano, la Vorstellung de Schopenhauer.

Es verdad que el hombre no puede por ahora, y talvez no pueda nunca, llegar á este último término;pero esto no obsta para que si ese momento de pro-greso cupiera en lo posible, si algún dia el saber hu-mano alcanzara esa extensión y esa amplitud, laciencia que tendría el derecho de contener en susprincipios esa especie de síntesis de toda la Realidad,sería la Antropología, por cuanto que únicamente ellacomprende al Hombre todo.

Como prueba de la latitud y del amplio campo enque la Antropología se mueve, basta señalar la confu-sión que su mismo concepto ha producido entre losantropólogos; en la cual, si bien se nota, han resultadodiferencias por efecto del punto de vista que cada in-dagador ha adoptado. La oposición de opiniones en-tre éstos, lejos de causar perturbación de ideas al

TOMO I V .

que imparcialmenle quiera estudiar los diferentesconceptos que de esa ciencia se han hecho, viene másbien á confirmar una loy, ya un tanto extendida, ásaber: que más verdad hay en lo que el hombre afirmaque en lo que niega, y que, por consecuencia, lo ver-dadero eo todas las distintas formas que hasta el pre-sente ha tomado l;i Antropología, son los puntos afir-mados, y que lo falso y erróneo son los negados,efecto de la parcialidad de los criterios.

Todos los diferentes aspectos que nos presenta laAntropología, desde que la vemos en sus primeros co-mienzos exclusivamente limitada á una doctrina mé-dica, como hacia Hipócrates, reduciéndose de3pucs áuna parte física , psíquica ó pragmática, y hasta que,por último, es considerada como puramente especula-tiva , tal como pretendía la pasada escuela teosóíicaalemana, todas estas antropologías se ocupan del ob-jeto de esta ciencia sólo bajo un aspecto particular,sin abarcar al Hombre en todo su contenido, es decir,en su constitución física y psíquica, en relación co i supropia especie, con las que le antecedieron y con lanaturaleza toda. Allí sólo se consideraba al hombreen una manera particular do su existencia, en la cualse encierran y limitan , desconociendo todas las res-tantes, aun cuando se la quiera hacer, como Perty,«la ciencia del ser espiritual y corporal del Hombre,»pues aquí, lo mismo que cuando se la trasforma enuna especie de Psicología racional que comprende alindividuo únicamente, ó se la reduce al simple cono-cimiento de la relación entre Espíritu y Cuerpo, semutila el campo que esa ciencia debe disponer, puesnada nos dicen de la vida del hombre, de la pasada yde la presente, ni cuáles son las relaciones que entreéste, como individuo, y la Humanidad existen, y me-nos la de ésta con la Naturaleza.

Siendo á la vez tan vasto el objeto de la Antropolo-gía, nada más natural que la manera fragmentaria enque se nos presenta, y nada también más difícil quela creación de una completamente sistemática quecomprendiera todo cuanto á esa ciencia pertenece.Varios son los ensayos que se han practicado para en-cauzar en vía segura la marcha que la Antropologíadebía seguir. La primera que rompe el camino es laNatural history ofmanknid, de Priehard, iniciandoun período, que viene, por último, con la Anthro-pologie der Nalurvoelher (Leipzig, 1859-1864), deWaitz, á tener su más acabado intérprete. Dentro deesta época se verifican trabajos más ó menos impor-tantes, como el Mikrohosmus de Lotze (1886-1858),

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482 REVISTA EUROPEA.- DE MAYO DE 1875. N.° 66y el Mensch in det Geschiette (t86O) de Bastían, yotros, que forman un período muy diferente del queocasionó la aparición y propagación de «On the ori-ginof species of natural selection» (Lond., 1859) deDarwin.

No puede negarse que, no obstante los numerosostrabajos que han sucedido al libro de Waitz, éste essiempre el que con más preferencia puede consultarsepara entrar en los estudios antropológicos. Pero, sinaminorar en nada su importancia, es también cosa sen-tida por todos los que se ocupan de estos estudios,que su libro no está en su parte doctrinal á la alturadel movimiento científico que se ha desarrollado desdela aparición de la obra de Darwin, y que es indispen-sable una nueva producción que reproduzca con másfidelidad el espíritu que domina este tercer período, esdecir, desde Darwin á nuestros días, y que expongacon mayor propiedad las adquisiciones efectuadas porla ciencia en estos últimos tiempos. Sin contar los nu-merosos apuntes y datos que en diferentes revistas ypublicaciones se han dado á luz, ni tampoco las mu-chas memorias y opúsculos que no han faltado enestos últimos años(l), hay dos libros de grandísimaimportancia para el antropólogo. El uno, el de OsearPeschel, Vülkerkunde, cuya significación comparaHuxley, si no recuerdo mal, al Kosmos de Humboldt;y el otro, el de Jorge Gerland (2), que tiene aún pocotiempo de existencia. El primero tiene un caráctermás práctico, más científico; el segundo es más es-peculativo, más filosófico. De éste vamos á ocu-parnos.

I.

El carácter predominantemente etnológico que hantenido hasta hoy las obras publicadas por Georg Ger-land hace que se dé mayor interés á I03 principios ge-nerales que pretende establecer en su último libro,los cuales deben de servir de base para los volúme-nes que han de seguirle. Gozando Gorland de justifi-cada autoridad por sus anteriores trabajos sobre lospueblos del Norte de América y por la conclusión dela obra de Waitz, puede ser considerado su últimolibro como un ensayo hecho para fundamentar losnumerosos datos que cada día adquieren las cienciasantropológicas. El método que para este estudio siguees semejante ai de Prichard y Waitz, único que puedesor adoptado, y parte, considerando á la Antropolo-gía como la ciencia de la especie humana en general,y deja á las ciencias fisiológicas y psicológicas elestudio del hombre como individuo, sin que por estosepare y niegue la relación íntima que tiene la Antro-pología con éstas y las otras ciencias, porque no debe

(1) Como los trabajos de Rctztus, Garus, Huxley ( Virchow, Quatre-

fages, Broca. Vogí, Ecker, Hattmaon, Wagner y otros muchos.

(8) Anthropclogüchc Beilrnge von Georg. Gorland. Berlín, Í87S.

olvidarse que «sólo ella muestra loque la Humanidad,y por tanto el hombre, fue, es y será» (1).

En el prefacio del libro encontramos anunciados enmuy pocas palabras I03 principios generales que des-pués trata de demostrar el autor en el curso de suobra. «Mi trabajo—dice — completamente establecidoen el campo de la teoría de la evolución, está riguro-samente penetrado de un naturalismo atómico-mecá-nico Soy también de los que piensan que la vida delalma, aun en sus más elevadas manifestaciones, sefunda en ciertos procesos, que, lo mismo que todo enel Mundo, pueden ser considerados matemáticamente.También se verá predominar la idea que las opinionesatómico-mecánicas, lejos de ser contrarias al senti-miento ideal, religioso y estético de la vida, conducenmás bien á estas conclusiones, con las cuales única-mente se complementan, perfeccionan y toman formaviva; mientras que, al contrario, nada significa estaúltima concepción de la vida sin el auxilio de la pri-mera» (2).

Para llegar á estas conclusiones, no pretende elautor abandonar una sola vez el terreno experimen-tal, ni descuida por un momento los resultados cien-tíficos obtenidos en estos últimos tiempos, sino másbien fundado en unos y otros, considera como ló-gico y necesario el resultado que presenta. Con mo-tivo do la cuestión de la presencia y aparición delhombre en la tierra, por ejemplo, declara terminante-mente que no puedo ser resuelta sino por el procesomecánico-natural, basada consecuentemente en laevolución animal (3).,

Uno de los puntos más discutidos entre los antropó-logos, es seguramente el que se refiere al origen de !aespecie humana. La escuela americana, representadapor Morton, Nott y Agassiz, sostenía la existencia dediferentes centros de creación, desde los cuales partíanlas diferentes especies humanas que conocemos, y ne-gaba que hubiera unidad entre ellas; de esta manerase establecía un abismo entre unos y otros, y se seña-laba fatalmente el destino que necesariamente debíacumplir cada raza. Movida esta escuela por interesesque no queremos mencionar, llevó sus afirmaciones átal extremo, que no sin razón pretende la ciencia mo-derna borrarla del número de las opiniones más ó me-nos verdaderas que en esta cuestión se han sostenido.

La teoría de la descendencia no podía menos derelacionarse con esta cuestión, y asi vemos que, desdeque apareció en la ciencia, ha tomado de nuevo estepunto un gran impulso, adoptándose por muchos, comopuntos de partida ó centros de creación, aquellos luga-res donde se encuentran las formas más semejantesá la humana. Huxley se decide por África, declarando

(1) Loe. cit.,pág. 2.(2) (dem, id., Vorwort, p. IV.(5) ídem, ¡d., pag. 2t.

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que el chimpanzé ó gorilla son los que más se aseme-jan al hombre. Darwin supone también que en esecontinente habitó indudablemente el antecesor delhombre, si bien reconoce que las circunstancias geo-lógicas permiten admitir que no sea aquél el únicolugar habitado primitivamente por el antecesor delhombre. Háckel supone la existencia de un antiguocenlro de creación, Lemuria (al S. de Asia y hoy su-mergida) desde la cual se propagó y extendió la es-pecie humana. Schaffhaussen, Peschel y otros, admi-ten Asia y África, reconociendo para cada uno ele estoscontinentes como formas primitivas el orangután yel gorilla. Por último, K. Vogt, fundado en la seme-janza del cerebro humano con el del mono americano,admite ia posibilidad que de éste haya resultado el an-tropóide americano, por más que no tengamos noticiaalguna de su existencia, lo cual no quiere decir queno haya existido.

Si por una parte tenemos la escuela americana ypor otra la de la descendencia, no merece tampoco serdesatendida la que puede ser llamada la filosófica, re-presentada por Waitz, Lotze, Feehner, Perty y otros,que aunque no ss halla rigurosamente establecida den -tro del terreno experimental, no carecen de argumen-to y de razón muchas do sus afirmaciones. Waitz (1)y Lotze (2) admiten desde luego el origen animal delhombre, explicando su aparición de un modo deter-minado, por la sucesión de un orden de tipos primiti-vos que fue formándose de una manera puramentenatural; otros, como Perty, le hacen proceder de unsor inferior al estado que actualmente tiene el hom-bre, pero de su misma natura le/a (3).

Antes de pronunciarse Gerland definitivamente poruna de estas soluciones, empieza á examinar las cues-tiones que con ella se relacionan, y que necesaria-mente tieuen que ser discutidas antes que estas otras.Tales son: la relación de lo orgánico con lo inorgáni-co; la evolución en sus diferentes modos de ser; lascausas que pueden impulsarla en su movimiento; lasemejanza entre los organismos superiores, y la pro-ducción y aparición, por último, del hecho de más di-fícil explicación, la conciencia.

El último libro de Fechner (4), que como todos lossuyos está lleno de grandes pensamientos y de muchasexageraciones, ha introducido en la polémica científicauna cuestión dormida desde hace algún tiempo, quesólo implícitamente se resolvía en casi todas las obrasmodernas, donde se dejaba que su solución fuera comouna especie de conclusión de las premisas sentadas. Esacuestión señalada por Fechner, es la que toca á la re-lación de lo orgánico con lo inorgánico. Hasta hoy se

(1¡ WaiSz. Anlhropologie, Bd. t.(2) Lo'ze. Mikiokosmus, Bd. 2.(5) Perty. Anthropnlogie, I)d. 2.(4) G. Th. Fechner Eimge Ideen zur Schopfungs-iind. Enlwicke-

lungs-geichicte der Organiamen. Leipzig, 1873.

explicaba ésta con tres fórmulas principales, que cor-responden á los criterios más determinados que sedisputan el dominio del campo científico; una, niegacomunidad de esencia entre los dos reinos y los hace,inconsecuentemente, contrarios entre sí; otra, consi-dera al segundo como producto del primero y comomera composición de los elementos de aquél (el Mate-rialismo); y la otra, por fin, los estima como semejan-tes, como idénticos, y ve su diferencia tan sólo en lamanera de su composición, no en su naturaleza esen-cial (el Naturalismo filosófico).

Para establecer Fechner la relación de. lo inorgánicocon lo orgánico, se funda en el carácter diferente quepresentan las moléculas de los cuerpos inorgánicos,cuando se les compara con las de los orgánicos. Enlos primeros, las partículas que constituyen las molé-culas están en una reciprocidad especial que no lespermite cambiar y modificar respectivamente el or-den en que se encuentran; en los orgánicos, las partí-culas están en mayor actividad, y las moléculas se en-cuentran en una correspondencia continua que laspone constantemente en circulación. En los dos haymovimiento; en los cuerpos inorgánicos el movimien-to de las moléculas es simplemente de lugar; en losorgánicos, el movimiento alcanza también al orden delas moléculas (1). En los segur.dos, el movimiento esmucho más activo y complicado que en los primeros;y por consecuencia, el calor que desarrollan es muchomayor que el de los inorgánicos.

El proceso general de la Naturaleza lo reduce Fech-ner á dos principios fundamentales, el de Diferencia-ción correlativa y el de Estabilidad (2). Cada unode éstos tieni; unn acción propia que, empero, va casisiempre relacionada con la otra; la primera, designan-do el movimiento modificador y progresivo, que con-creta y determina las existencias que van sucesiva-mente preseniándose; la acción de ia segunda, por elcontr i to , es represiva, limitadora; su fin objetivo esel detenimiento de toda progresión ascendente, el es-tacionamiento, en uaa palabra, la Estabilidad. Perocomo ésta no es posible verificarla de un modo abso-luto, añade Fechner, á ese principio, el término detendencia, llamándole por lo tanto tendencia á ia Es-tabilidad (3). Cuanto mayor es la determinación queen cualquiera de esos dos sentidos nos presenta unobjeto de la naturaleza, tanto mayores su progresorelativo. No importa que la Estabilidad haya paraliza-do en una serie el movimiento ascendente de su evo-lución para que relativamente los organismos estabi-lizados, en consideración al principio que en ellosprepondera, no estén más avanzados que aquellasotras series en que, predominando la diferenciación,han ascendido á graduaciones más elevadas, á formas

(1) Feohner. Loe. cd., págs. i, 3 y 12.(2) ídem, id., págs. 10, 23 y !ÍS.(3) ídem, id., púgs. «3, 65, 68, 30 y 3S,

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484 REVISTA EUROPEA. 3 0 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.°66superiores. En las primeras hay mayor adelanto y pro-greso en cuanto á la Estabilidad. En los segundos encuanto á la Diferenciación.

Cuando uno de estos principios ha acentuado su ac-ción en un objeto de la Naturaleza, se puede medir larelación que mantiene con el otro. Esto es lo que nosofrece en la Naturaleza la existencia de lo orgánico yde lo inorgánico. En el uno domina la Diferenciación;en el otro la Estabilidad. Lo inorgánico tiende cadavez más hacia este principio, y si se compara su ac-ción con la que en lo orgánico efectúa la Diferencia-ción, se nota que los efectos de aquella son muchomayores que los de ésta. Ahora bien, las relacionesde posición y movimiento en las moléculas de loscuerpos inorgánicos tienen cierta estabilidad, quetiende, como todo sistema abandonado á su propiaacción, á la mayor posible (1). Comparado el movi-miento molecular de lo inorgánico con el de lo orgá-nico, encontramos que aquél es mucho más estableque éste. Ese principio ha predominado desde un mo-mento dado. Se ha verificado desde un primer punto;ha arrancado de una existencia formada, y ha forma-do la cristalización, si así podemos expresarnos, de laforma de algo ya existente. Resulta, pues, como con-clusión, que habiendo más estabilidad en lo inorgánicoque en lo orgánico, es imposibl j admitir que este úl-timo proceda del anterior, es decir, que sea lo orgá-nico un producto de lo inorgánico (2); porque paraserlo, sería preciso que el movimiento molecular delo orgánico fuera más estable que el de lo inorgánico.Esto se halla, pues, en contradicción con el principiode la tendencia á la Estabilidad, y admitirlo es lomismo que «pensar que los nervios y la carne se hanformado de los huesos en cierto tiempo de la vida ul-tra-uterina del feto (3).»

Dada esta relación entre lo inorgánico y lo orgánico,es imposible suponer que este último proceda de loprimero, como de sobra lo demuestran todos los pro-cedimientos de la Naturaleza. En cambio, diariamenteobservamos á lo orgánico trasformarse en inorgánico,cuando los elementos que le constituyen entran poruna acción cualquiera en descomposición y separa-ción. Así, es preciso más bien decidirse por la suposi-ción, que lo inorgánico procede de lo orgánico. Parafundamentar esta teoría, supone Fechner que la na-turaleza nebulosa de nuestro planeta fue en su co-mienzo kosmorgánica, de la cual brotaron más tardelo orgánico y lo inorgánico ó por medio de la Dife-renciación, ó sino, lo que le parece más aceptable,por la solidificación sucesiva de aquella materia primi-tiva, que al producir su movimiento de concentracióndesarrollaba una gran cantidad de calor que trasformómucho de ella orgánico en inorgánico, del mismo modo

(1) Fechner. loe. cit., pSgs. 2(2) ídem, id., paga. 37 y 40.(3) ídem, id., p4g. U.

i, 30 y 35.

que hoy está en nuestras manos trasformar con uncalor excesivo lo orgánico en inorgánico (1).

Tales son los términos de la cuestión presentadapor Fechner, que como se ve, da á este problema unaspecto que no había tenido hasta ahora , y que conjusticia preocupa la atención de los que se ocupan enestos trabajos. La resolución de ese problema cuesta,sin embargo, concederse, y á pesar de los fundamen-tos que la apoyan y del profundo conocimiento delasunto por parte de su creador, se presentan objecio-nes de bastante importancia.

Geríand, al mismo tiempo que reconoce la compe-tencia de Fechner, hace algunas observaciones cuandose ocupa en su libro de la relación de estos dos tér-minos, y señala las dificultades que existen para admi-tir que lo inorgánico sea un producto de lo orgánico.«Por todas partes, dice, nos muestra el Mundo unaevolución de lo inferior hacia lo superior. Un descensode lo superior á lo inferior ocurre, es cierto, algunasveces, pero raramente. Es desde luego indiscutibleque lo orgánico es superior á lo inorgánico; éste, encuanto á su masa, es mucho más rico que lo primero;se necesitaría entonces que una parte desproporciona-damente mayor de lo que era orgánico, es decir, losuperior, hubiera descendido á lo que le es inferior,es decir, á lo inorgánico; lo cual estaría en abierta opo-sición con el principio de la evolución progresiva.»

«Debe reconocerse, continúa Gerland, que cuantomás sencillamente se expliquen los fenómenos natura-les, tanto mejor es la explicación. Para obtener algúnconocimiento de lo inorgánico y su vida, si así pode-mos expresarnos, la mejor teoría es la atómico-mecá-nica, es la más segura y hasta la única sostenible,como de sobra lo han demostrado la Física y la Quí-mica; por esa razón debemos aplicarla también á loorgánico y su origen, pues de otro modo no podemosformarnos del Mundo una concepción monista.»

«Esta hipótesis se encuentra en-perfecto concierto yarmonía con la teoría de la evolución, en la forma almenos á que Darwin la ha elevado. Esta teoría hatraído un pensamiento grandioso al confuso y oscuromundo de los organismos, con el cual se ha trasfor-mado todo aquel aparente desorden en orden severo, ála manera como repentinamente descubre un observa-dor la simetría del arbolado de una selva, cuandoabandona el punto de mira que le aturdía y con-fundía.» ,

En vista de los dualismos que reinan, y preocupadoGerland por el principio monista, que tanto priva hoyentre los científicos, ve la necesidad de dar forma con-ciliadora á las diferentes concepciones parciales quesólo reconocen una forma, un aspecto de la Realidadtoda. «Por nuestra parte, dice, no separamos al Espí-ritu de la Materia, ni á lo Orgánico de lo Inorgánico,

(1) ídem, id. pág9. 45 y 44.

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y sostenemos con Hackel y otros muchos, que la Ma-teria toda está animada, y que eso que llamamos Ma-teria es simplemente la representación de seres espi-rituales, de especie inferior á la nuestra, hecha de esamanera á causa de nuestra limitación psíco-fisica (1).»

II.

Una ley general que observamos en la Naturaleza yque encontramos también en nuestros estados psíqui-cos, es la llamada de persistencia, la cual es sencilla-mente el simple efecto que resulta de la conservaciónde todo lo que existe. Esta ley está, en el objeto querige, en acción viva con lo que le rodea, y es una es-peeie de lucha contra la influencia modificadora delmedio. Dada esta especial relación, ocurren, como esnatural, casos en que esa ley es superior á la accióndel medio que trata de acomodar el objeto á las con-diciones de su naturaleza, y tiene entonces lugar loque justamente llamó Fechner una tendencia á la es-tsbilidad. Otras veces, por el contrario, es mayor lainfluencia que ejerce el medie sobre un organismo ymenor también la acción resistente que éste le opone.En este caso son también mayores las modificacionesy los esmbios que en ese organismo se operan, por loque puede decirse, en tesis general, que cuanto mássensible, cuanto más susceptible sea un organismo,más expuesto está á las variaciones que produce la ac-ción del medio contra la persistencia; en una palabra,cuanto menor sea la persistencia, mayor será la ac-ción acomodadora del medio. Los emigrantes nosofrecen un ejemplo de este caso; hay unos que resis-ten más tiempo á los nuevos hábitos del país adopti-vo, y otros que se los asimilan en muy poco espacio,según la mayor ó menor persistencia de raza que enellos existe.

En vista de las grandes variaciones que lo or-gánico ha efectuado, hay que suponer que los prime-ros organismos debían tenur en alto grado esa facul-tad de variar, y que debían ser en extremo excitables,lo que se explica plenamente teniendo presente que,efecto de las pocas graduaciones realizadas, se encon-traban en un estado dúctil y flexible, y que no habíapodido la herencia, repetida durante largas generacio-nes, hacer persistir con predominio sus determinacio-nes morfológicas. De otro modo, la Kvolucion se hu-biera estacionado en una ú otra forma, y no se hubie-ran podido efectuar las progresiones que han ocurrido.La naturaleza plástica de esos primitivos organismosera excesivamente variable, y hubo entre ellos indi-viduos que, á pesar de estar dotados de esta facultad,no encontraron condiciones adaptables y de nuevo or-den, y abandonados á la acción primitiva, que no mu-daba, han llegado á conservarse en sus primeras for-mas, y por la herencia repetida han persistido de tal

Gerland. Loe. di, págs. 36 y 37.

modo en ellas, que hoy no es probable que sean sus-ceptibles de nuevas modificaciones. Ejemplo de lo di-cho lo hallamos en las Büthybias y las Amebas, quesin duda alguna pertenecen al número de los organis-mos primitivos, y que al encontrarlas existiendo en.nuestros dias, nos explicamos su presencia suponiendoque descienden de individuos que no entraron en laserie evolutiva y que persistieron en esa forma por laacción de la herencia.

Es indudable que en los momentos que aparecieronlos organismos primitivos no existían condiciones ex-teriores de mucha variación, pues en general eran casitodos simétricos y de acción muy lenta, como el calor,la luz, el flujo del Mar, etc., etc. Pero es sabido queno hay organismo que pueda reproducirse y propa-garse si carece de nutrición; sin ésta no hay vida po-sible, ni de^orrollo, ni progreso, y es tal su importan-cia, que la manera como en un organismo se efectúa,puede darnos muestra de la significación de éste.Aquí, pues, se encuentra la acción principal modifi-cadora, y en la nutrición, por lo tanto, debe verse lapalanca motriz de la Evolución. En efecto, los orga-nismos primitivos hallaban en el elemento en que vi-vían las materias que necesitaban, la variedad de éstaslos modificaban, la necesidad imperiosa de acudir á susubsistencia por una ley, el Hambre, de que no po-dían prescindir, la mayor ó menor abundancia de ali-mentos que producía la competencia, y con ésta lalucha por la vida, la inhabilidad de esas primerasformas, todo en resumen, se halla enclavado en eseprimer motor, y tal vez también primera propiedad delo orgánico, la Nutrición.

Gerland considera á ésta como verdadera palancade la Evolución, y estima como secundario toda3 lasdemás acciones modificadoras, como la ley de emigra-ción de Wagner, las influencias de clima y lugar, to-das las cuales, dice con plena verdad, son motivos devariación, pero que no explican el movimiento ascen-dente que debe caracterizar á una evolución progre-siva. El que se verifique una Evolución extensiva(Breitentwicklung) no significa que ocurra también laascendente (Hochentwickelung); más bien al contra-rio. Se comprende el cambio y trasformacion que elmedio puede operar en un organismo, pero no secomprende que esto pueda actuar de tal modo en él,que le haga salir de la especie á que pertenece, con-virtiéndola en otro superior.

Si la nutrición es de grande importancia para lavida vegetativa de los organismos, si ella nos explicael movimiento activo de la reproducción y de la pro-pagación, no nos dice en cambio el por qué del pro-greso de las especies, ni la causa de la trasformacionde ést:is pn otras superiores. Gerland une á éstas y átodas las acciones modificadoras un principio que es-tima como fundamental, y del cual son todos los otrosmeros factores exteriores. Este principio es el psiqm-

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eo, que está íntimamente compenetrado con la natu-raleza toda de lo orgánico, y lo tiene, como com-puesto y combinado de unidades inferiores, psíquicastambién, pero que por la naturaleza de su composi-ción, consistente siempre en reunión de unidades bajootra superior, pueden ser explicadas mecánicamente.Estas unidades, que no son otras que las mónadas deLeibnitz y las aceptadas por la escuela de Herbart, nolas presenta Gerland, ni como opuestas, ni como con-tratas á las físicas, sino como compenetradas conéstas, como viviendo en y dentro de éstas, y siendopor lo tanto influidas y modificadas por su acción.

Existiendo estas unidades psíquicas en todos los or-ganismos y pudiendo ser modificadas por la acción delmedio externo, se verifican cambios en los organismosaun cuando sólo éste último accione. Puro estos cam-bios son especiales y no pueden salvar cierto límite. Elcampo donde pueden influir esas acciones exteriores,es el de la adaptación, es decir, pueden extenderse,reproducirse, propagarse; pueden también cambiar ymodificarse, pero nunca trasformar al organismo afec-tado en otro superior; en una palabra, rigen ó impe-ran en la Evolución extensiva. Operan una modifica-ción de las formas, pero no de la esencia, en dondeel organismo permanece siendo siempre el mismo ser,no obstante los diferentes moldes externos que le en-cierran. Toda la naturaleza psíquica del organismotoma parte en este movimiento extensivo, y comotiene que gastar sus fuerzas en la conservación y enla propagación, aplicándolas á las influencias exterio-res que constantemente la trabajan, no puede darrienda á su espontaneidad, y queda toda su actividadlimitada á conservar y modificar sus formas, según laafición de las influencias exteriores.

Sólo cuando la unidad psíquica superior de un or-ganismo no tiene que consumir sus fuerzas en la luchacontra las influencias que alcanzan á sus formas, ycuando obtiene una especie de reposo, puede empren-der un movimiento ascendente, ya excitada por lasmismas unidades inferiores á ella subordinadas, yaporque carece de adaptación que la entretenga en es-tas acomodaciones. Libre ya de éstas y en posesión defuerzas que exigen nueva vida y nuevas formas, puedecumplir en ese momento una especie de expansión,que trae por resultado un movimiento ascendente,una progresión. Entonces ocurre la evolución ascen-dente, mientras que antes sólo teníamos la extensiva.Al llegar á una nueva forma superior, se repite otr;vez el procedimiento antes dicho, y así siempre lomismo, hasta que se afianza y se asegura la formaganada. Hay casos en que la Evolución extensiva espobre y en que predomina la acción motriz de la mó-nada central; entonces la transición es rápida y des-aparecen en el tiempo esas formas transitorias que carecen de fuerza persistente, y se extinguen dejándonosen la confusión cuando queremos mostrar detallada-

mente las graduaciones que se han realizado entre or-ganismos análogos.

Tenemos, pues, probado, según Gerland, la exis-tencia de dos Evoluciones, una que llama extensiva,y otra ascendente. La última es la iniciadora, la quodistingue y diferencia á los organismos, no sólo en

uanto á sus formas, sino también en cuanto á su con-tenido y esencia; es la que impulga ¡! movimiento as-cendente y la que produce la infinita diversidad deseres orgánicos. La primera diferencia también, perorealiza sólo una diferenciación morfológica; es una es-pecie de ampliación de las graduaciones que la Evo-lución ascendente ha formado, y su principal objetoconsiste en afirmar y asegurar esas producciones, dán-doles una persistencia de que carecen.

La cuestión que aquí se ofrece es saber si lo queGerland llama Evolución extensiva debe y puede lla-marse evolución, porque el concepto de ésta envuelvealgo que está en oposición con lo que quiere com-prender por ese nombre. Mal se avienen, en efecto,los términos Evolución y propagaeion, pues lo pri-mero significa más bien un proceso que va desenvol-viendo y desarrollando lo que implícitamente estabacontenido, al menos potencialmente, en una cosa cual-quiera; mientras que lo segundo es más bien comoalgo que se repite y no cambia de forma, sino sólo delugar en el tiempo. Al constituir Gerland la naturalezade los organismos, en unidades psíquicas, mónadas,facilita la explicación de la evolución psíquica en losorganismos, pero deja en cambio más oscurecido elprincipio monista, que tanto le preocupa, y más com-plicada la solución atómico-mecánica que á la vidatoda quiere dar.

No hay duda que tiene mucha razón E. von Hart-mann en negar carácter mecánico á los dos factoresconstitutivos déla Selección, la variabilidad y la he-rencia, no obstante de que toda la teoría de la Selec-ción debiera ser considerada, según Darwin, como unprincipio meramente mecánico y como suficiente parala explicación de las formas orgánicas (1). Esos dosprincipios, en efecto, se nos muestran como hechosinnegables, con existencia evidente, pero nada nos di-cen, ni de la razón de su origen, ni de los límites desu acción, y no sabemof si, más bien que principiosexplicativos, son simples determinaciones de otrosque desconocemos.

Este vacío, que ha sido vivamente sentido por losmismos que han aceptado en globo la teoría darwi-nista, sin dejarse atolondrar ciegamente por el brillode sus numerosas verdades, nos explica en partela necesidad que hay de llenarle, y el origen de lasteorías que para su efecto se producen. Ejemplo deesto nos lo ofrece el mismo Gerland con su teoría

(1) Eduard von Hartmann. Wahrheil und Irrthum im Darwinis-mus. Berlín. 1875. pag. 109.

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psíquica, formulada ya, aunque con menos precisióny con otro carácter, por 0. Caspari (1). Bueno es no-tar que, á pesar del sentido completamente hipotéticode osa teoría psíquica y de su naturaleza anti-cientí-flca, es de todas las propuestas la que mejor remediala falta que Hartmann encuentra en la Selección, y pa-rece como si Gerland quisiera con sus unidades psí-quicas convertir la teoría de Darwin en teoría mecá-nica, y destruir el inconveniente que todos reconocíany que más tarde debía Hartmann declarar.

Que la acción psíquica tiene indudablemente unagran parte y tal vez la principal en la Evolución de losorganismos, cosa es esta para todos evidente; al menos,en tanto que no se descubran otros principios que loshoy reconocidos como los más inmediatos por la cien-cia. Mas ¿cómo esta acción? ¿cuál su naturaleza? ¿quéprocedimientos sos los que emplea? son cuestiones álas cuales nadie puede responder, aunque esto no obstepara que se acojan con placer y hasta con afecto, ya(¡ue no con convicción, tentativas tan serias y tan sis-tematizadas como las de tíorland. El error capital deeste notable antropólogo, consiste en dar naturalezamecánica á lo que generalmente se le caracteriza porlo contrario, al psiquis; y aunque algunos fuéramosde su parecer, no se podría aceptar como principiocientífico lo que sería principio de disputas. Y estocon pleno derecho, porque antes que todo, debe elcientífico demostrar la existencia de lo que como prin-cipio sienta, después su naturaleza, por qué es princi-pio, y por último la relación que tiene con la evoluciónde los organismos. Entre tanto, todas esas fórmulasno son más que teorías especulativas, hipotéticas, perono realmente científicas.

JOSÉ DEL PEROJO.

(Concluirá.)

LA MUJER COMPARADA CON EL HOMBRE,APUNTES FILOSÓF1CO-MÉDICOS.

VI. *

DE LA MUJER EN SI! .\UBILIDAD Y CONSIDERADA COMO HIJA.

Según el orden establecido por la naturaleza,para llegar desde el nacimiento á la muerte, todoslos seres vivientes recorren distintos períodos, du-rante los cuales ofrecen fases y revoluciones queson más ó monos importantes, pero siempre muydignas de ser observadas. Estos períodos, llamadosedades, se suceden en un espacio de tiempo más ómonos rápido, y considerados bajo este aspecto los

[\] O. Caspari. üie Urgeschichte der Menscheit. Leipzig, 1873.

* Véíinso los números 62, 65 , 64 y 6ii, páginas 3?ó, 365, 408 y 444.

seres vivientes, presentan numerosas diferencias.Por eso el nacer, crecer, desenvolverse, florecer,fructificar luego, secarse y perecer, son para mu-chas plantas, que se las llama anuales atendida sucorta duración, fenómenos y sucesos orgánicos,cambios de escena en la vida, que, á pesar de sertan notables y variados, se realizan en un solo ymismo año. Por oso también, animales pequeñosatraviesan la vida con una rapidez asombrosa; ybien podría decirse que en la misma se observanjuventudes do la mañana, que á la tarde son ya ver-daderas decrepitudes; mientras que los grandes ve-getales recorren con lentitud las largas estacionesde una vida de muchos siglos.

Los seres colocados al término de la escala ani-mal por su mayor desenvolviento y perfecciona-miento, como los cuadrúpedos, y principalmente elhombre, presentan sus diferentes edades durante unespacio de tiempo, cinco ó sois veces mayor que elque emplean en su desenvolvimiento. Los cambiosde estado que forman época y que sirven para se-ñalar las diversas edades, no se pronuncian conigual expresión en los animales; y las variacionesde la organización humana en general, lo mismoque las do la mujer en particular, no indican deuna manera bastante marcada las estaciones de suvida. Imperceptibles en los detalles y señaladas ágrandes rasgos en épocas distintas y muy separa-das, multitud do fenómenos se realizan y sucedendurante las mismas, que hacen que su vida se de-senvuelva y su muerto se realice por grados, siendomuy difícil, ó poco menos que imposible, el apre-ciar sus fenómenos íntimos. Tan natural es esto, queocurre lo mismo en sores de organización superior ála do las mismas plantas. Por eso no es posible ob-servar y seguir todos los cambios y mutaciones queuna planta experimenta, desde el momento que olcak» fecundante de la primavera viene á reanimarlahasta aquel en que el invierno ó sus primeros rigo-res la despojan de todos los adelantos y atavíos quela primera estación la había dado para colocarla enla inercia y en el sueño; sin que por esto dejen depercibirse los fenómenos más sorprendentes de sudesenvolvimiento. Así es cómo se realiza el hechode desenvolvimiento de sus botones, entreabriendola corteza de! árbol para mezclarse con la tiernaverdura ó el color oscuro ó grisáceo de sus ramasque tiempo hacía reposaba adormecido; así es denotar la señal á la vida, anunciando que todo enella vuelve á revivir y tomar un aspecto alegrey risueño. Esta impresión tan agradable, que separanuestra vista de los progresos insensibles que laplanta hace, llegando hasta confundir sus hojascon sus flores, sorprende nuestra alma y todosnuestros sentidos en dulce éxtasis contemplativode concurso tan singular y de belleza tan arrrebata-

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dora. Disípase este fenómeno tan luego como des-aparecen las causas que lo habían producido; lasllores se secan, dejando plaza á los frutos que debensucederías y consolamos de su pérdida. Esta nuevaépoca da á nuestra alma un nuevo género de sen-saciones; la viveza de las primeras se embota,pero es reemplazada por otras sensaciones, cuyasatisfacción, aunque menos impetuosa, es más per-manente y va acompañada do cierta complacenciay tranquilidad, que llena el alma sin agitarla. En fin,los frutos desaparecen y su vacío anuncia que laplanta, que tanto nos ha complacido tiempo antescon su eflorescencia y fecundidad, va á sor troncoestéril. Sin embargo, nos consolamos con la imper-fecta sombra que nos da, y si bien considerada supróxima decrepitud la vemos con amargura , estamisma se dulcifica con los recuerdos que nos deja.

Tal es la imagen de la mujer. Aunque ésta cambiadesde su nacimiento hasta su último momento, nonos es posible detenernos ni fijarnos más que sobreaquellas épocas más principales de su vida, que sehacen tanto más notables por el diferente carácterque manifiestan, cuanto por las diversas impresionesque nos produce durante tan diferente tiempo de suvida. En la especie humana, la mujer tiene gustos(pie se refieren siempre á su especial destino; engeneral, no tiene otras pasiones que aquellas quese refieren á la conservación de la especie, y que lacaracterizan en todas las épocas de su vida. La niñase entretiene y quiere sus muñecas; cuando jovenprevé y siente el amor; más tarde, en la materni-dad, halla su felicidad; y, en fin, vieja ya, se acogeá sus nietos, cuyos cuidados son en sus restantesdias su ocupación más deliciosa.

Verdad es que en la primera infancia las niñasdifieren monos de los varones que en una edad másavanzada, porque á medida que las unas y los otrosse desarrollan, los sexos se perfeccionan más; y siprescindiéramos de éstos y de sus vestidos, en al-gunos años podrían confundirse. Sin embargo, ob-servando atentamente en esta misma edad, se dis-tinguen diferencias en la constitución física y en elcarácter moral de cada sexo. Comunmente, la niñaes más delicada, más fina y flexible que el varón delmismo tiempo; sus cabellos son más largos, mássueltos, y sus músculos más tiernos y flexibles; sucolor es menos vivo ó más blanco, su piel más fina,y su complexión mas delicada y tierna; tiene gustosmás sedentarios, prefiere las ocupaciones menosruidosas, y se entrega á trabajos más ligeros yapropiados á su temperamento y destino. Por eso lavemos casi siempre ocupada al lado de su madre,vestir y ataviar sus muñecas; entre tanto que elchico se separa de la que le dio la existencia, corre,salla, palmoteay se arma para el combate, como sipresintiese ya su peligroso destino. De la misma

manera, la niña se ostenta más tierna y más afec-tuosa que su hermano, marcando en su espíritu unafirmeza y una penetración más vivas y más avanza-das que en el varón de la misma edad. Tiene ade-más mayor docilidad, gentileza y precocidad; suorganización marcha más de prisa, porque su sen-sibilidad física y moral es más excitable y más fácil-mente puesta en juego por todas las cosas que larodean. A esta misma época no es ya indiferente ála coquetería y al arte de agradar, deseando sermujer ó mayor para ser amada: este es, en el fondo,el carácter de su naturaleza desde su más tiernaedad. A medida que la niña crece y su organizaciónse desarrolla, su carácter se hace más reservadomás modesto, como si preveyera las consecuenciasde sus afecciones; desde entonces parece temer yretraerse de la carrera de la vida, en que el jovenardiente se precipita con todo el fuego de su tem-peramento.

El intervalo que separa la edad de diez años de lapubertad, constituye la época de transición de laadolescencia, que es, sin duda, el tiempo más her-moso para la mujer. Su extremada movilidad ner-viosa hace que no puedan ser largamente impresio-nadas por penosas sensaciones que puedan oponerseá su felicidad. Este período es para ellas la edad desus alegrías y más sabrosos goces, porque su ima-ginación les pinta lodos los objetos sonriéndolas, ysu existencia se encuentra agradablemente variadapor una gran movilidad de gustos y afecciones. Aesta edad, libres aún de penas y de posares, can-tan, lloran y ríen en un mismo instante, y, comotanto sus alegrías como sus placeres y disgustosson efímeros, llegan de este modo por un camino deflores á la edad en que la natuleza las llama á pagarel tributo que deben á la especie. La niña que hastaentonces no era en cierta manera más que un serequívoco, y sin sexo bien determinado, en adelantese hace mujer por su fisonomía y por todas las par-tes de su cuerpo, por la elegancia de su talle y labelleza de sus formas, por la finura de sus rasgos,por su estructura, por el timbre más sonoro de suvoz, por su sensibilidad y sus afecciones; y, en fin,por su carácter, por sus pensamientos, deseos ycostumbres, y hasta por sus enfermedades. Bienpronto, cuantos rasgos teman de común los dossexos, se encuentran completamente borrados; elbotón nuevamente abierto figura ya entre las flores,y esta brillante metamorfosis es señalada por losfrescos colores que envuelven la pubertad.

Bien considerada,'esta es la época más peligrosay tempestuosa de la vida de la mujer, porque en ellaes, sin duda, su sensibilidad atormentada en senti-dos bien opuestos. En estos solemnes momentos lainocencia de la mujer, este guia tutelar, cuyo má-gico poder vela en el fondo de su tenebrosa solici-

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tud, la trasporta sobre un trono rodeado de halagos,en ol cual necesita más que nunca de toda su vir-tud. ¡Dichosa la que sabe mostrarse bastante mo-desta, cualidad tan encantadora que da nuevoprecio á todos los tesoros que ya reúne!

En la pubertad, esta brillante época, llamada porBulTon primavera de la vida y estación de los place-res, el adolescente pierde su ambigüedad y se hacehombre ó mujer; su sexo se pronuncia revelándoleel secreto de su potencia. Un sentimiento nuevo seeleva en el fondo de su corazón, haciéndole apren-der que no puede seguir indiferente en el mundo,que el cuerpo tiene ya más vida que la que necesitapara sí solo, y que ésta tiende á difundirse fueradel mismo.

En realidad vivimos más para nuestra especieque para nosotros mismos, porque en nuestra in-fancia sólo alcanzamos una pequeña ó incompletavida, en la vejez llevamos ya con nosotros los res-tos y las ruinas de nuestra existencia pasada, ycuando gozamos de una vitalidad completa, ennuestra virilidad, entonces tiende á separarse y nosabandona para formar nuevos seres. La edad de lareproducción es la representante genuina de la na-turaleza; para ella han sido creadas la fuerza, lasalud, el placer, la belleza y el amor, y á esta únicaépoca es cuando resplandecen la inteligencia y laenergía del alma. Al perder la facultad generatriz,todas estas ventajas nos abandonan; el amor des-aparece, la belleza se eclipsa, el vigor se enerva,el genio se apaga, el placer y la salud huyen, y eltiempo mata todo nuestro placer é ilusión; sólo nosqueda una pócima amarga en la copa do la vida:parece que solamente hemos venido al mundo parala reproducción; y fuera de este tiempo todo es de-bilidad, ponas, miseria é impotencia en la vida. Losdos términos de nuestra existencia, nacimientoy muerte, se tocan como dos eternas corrientes,cuyo punto de confluencia corresponde á la especie,porque sólo de ella alcanzamos nuestro vigor, y áella tenemos que devolverle. La existencia no esotra cosa que una trasmisión de las facultades ófuerzas de la vida desde el origen de la especie hu-mana hasta nuestros dias, y más bien que vivir paranosotros mismos, vivimos para la especie y por laespecie, puesto que no podemos vivir sin ella. Losindividuos, en realidad, no son más que efímerosusufructuarios de la vida, cuyo fondo elemental re-side en la masa de los seres organizados. La gene-ración no es otra cosa que el paso del movimientovital de un cuerpo organizado y viviente á una ma-teria dispuesta á organizarse, y la naturaleza, pararealizarlo, sólo conoce el acto de la generación, elúnico fin de sus trabajos; y lo que llamamos amores la manifestación exterior del movimiento vitalque tiende á repartirse en todos los sores para co-

municarles la vida. Por eso todos somos animadospor el amor, al cual debemos la fecundación denuestra existencia.

Á esta época, la más importante de la vida, lacompañera del hombre, que hasta entonces apenasde él se diferenciaba, sale de la vida común á los dossexos y se reviste de los importantes atributos quela da la especie; ya no es una niña que sólo existepara el presente y para sí misma, sino que es unmiembro interesante de la gran familia. Desde luegoya no la bastan los juegos simples de la infancia, yen vano trata de hallar en ellos el medio de disiparcierta turbación nueva de que se siente afectada.Nota en su corazón un vacío que en vano intentallenar. Inquieta por una serie de vagos y oscurosdeseos que la atormentan, quéjase en silencio,evita las miradas y busca la soledad, esperando ha-llar en ella la calma que ha perdido; una melancolíavaga y sin objeto caracteriza este nuevo estado.Vuélvese tímida, reservada y distraída, deseandomenos ya el placer que el bienestar, y la necesidadde amar la hace buscar la soledad, cuyo nuevodeseo, ocupando su corazón por entero, cuando nopuede ser satisfecho, es origen de trastornos y des-órdenes de todo género. Su imaginación, natu-ralmente viva y móvil, acrece su trastorno y suembarazo, privándola de fijar sus ideas sobre unpunto cualquiera; de aquí sus escéntricos y rarosgustos, sus cambios de alegría, tristeza y cólera álos que se entrega bruscamente para abandonarlospor cualquier motivo. En fin, en medio de este em-barazo é ineertiduinbre languidece en una profundamelancolía, suspirando sin darse razón ni encontrarmotivo. Este penoso estado de incertidumbre notarda en disiparse, y la niña, hecha mujer, comienzaá entrever claramente el objeto de sus deseos.Siente que en vano tratará de resistir á la necesidadile aproximarse á un sexo que su imaginación ar-diente la pinta con los más bellos colores y las másseductoras formas; y sin abusar de las relaciones quecon el mismo debe tener, deja de disimular que hade amarlo y se apercibe de que lo ama. La necesi-dad de ser pagada con tierna pasión, principia á res-plandecer en sus ojos, que brillan con puro fuego,manifestándose en todas sus acciones como impul-sada ó dirigida por la más inocente y disculpablecoquetería.

El pudor, cuyo irresistible ascendiente se dejaver por un atractivo embarazo y un reciente des-envolvimiento de gracias admirables que se notanen todas sus maneras, viene á poner freno á la vi-vacidad de sus deseos que mil veces se reprochahaber tenido la temeridad de formarlos. Pero lo queparece asustarla más en esta lucha interior, es el te-mor de no poder resistir sus afectos, así como elrigor de los medios que se verá obligada á emplear

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490 REVISTA EUROPEA. 3 0 DE MAYO HE 1 8 7 5 . N.°66para eludir las numerosas contradicciones en quetiene que caer frente á la sociedad. Esta revolución,operada en la mujer tan brevemente, es la quecambia los destinos del hombre, puesto que su ce-leste imagen viene á fundirse en todos sus pensa-mientos, inquietándole y calmándole á la vez de talsuerte, que no hallando suficientes afecciones en lafamilia á que se debe, toma otro afecto más íntimoy más exclusivo, el de la compañera que Dios le hacreado, el ángel que únicamente ha de amar, bien delos elegidos, y todos sus deseos se concentran sobreeste objeto. Ayer su voluntad era de hierro, hoy yano tiene ni voluntad ni capricho, cierta cosa heroicay superior se levanta en su ser al lado del amor,que hace que la vida sólo le sea querida para po-der darla luego. En cambio la niña, mujer ya, sor-prendida del sentimiento que inspira, cortada ypensativa, inclina su frente y se ruboriza, pero ru-borizándose observa su conquista y la encadena.¿Quién la revela un secreto que su amante desearíaocultar á todo el mundo, quién? Su amante mismo:su respeto, su silencio; aquella sumisión y adoraciónlimida que le retiene inmóvil y temblando, es unlenguaje claro y universal; bajo el fuego del trópico,como sobre el hielo del polo, la inocencia entiendeeste lenguaje, y le entiende sin saber por qué nihaberle estudiado; le entiende, sin duda, porque esuna ley general de la naturaleza que á la época enque la belleza se realiza sea la maestra de una vo-luntad que no se pertenece. Así es que la joven quehasta entonces no se conocía y no había sabido másque obedecer, sin ciencia y sin experiencia, se hacede golpe poderosa y soberana. Ella dispone de lavida y del honor del hombre que la ama; ellaquiere y súbitamente es obedecida. Su voluntad deniña da un héroe á la patria ó un asesino á la fami-lia, según la altura de su alma ó la ceguedad de supasión.

Esta es la crisis moral porque la mujer atra-viesa hasta alcanzar su completo desenvolvimien-lo. Examinémosla ya como hija y dentro del san-tuario de la familia. Pronto, muy pronto se des-envuelven en ella la inteligencia y el tacto, poreso la vemos en las desagradables discusiones do-mésticas buscar la atenuación de una palabra malsonante que ha sido pronunciada; disipar las des-agradables impresiones; evitar las disputas y man-tener la buena concondia y armonía. Aunque sueducación sea defectuosa y la sociedad la desprecie,no es fácil hacer degenerar á la naturaleza real dela mujer, despojándola de la misión que Dios la hadado; misión de paz, de regeneración y de bienestar.

Si el hijo representa en el hogar paterno la espe-ranza, la hija tiene por misión representar la paz,la pureza y la gracia. Á su presencia, como dice elindio en su poético lenguaje, el padre participa de

la vida de las vírgenes. Cuando la madre llora, suhija es quien la enjuga sus lágrimas; cuando sufreel padre, la misma es quien le consuela. Al llegarel padre, rendido de trabajar y lleno de- preocupa-ciones, ¿quién corre presurosa á su lado para despo-jarlo de sus incómodos vestidos y enjugar su frentebañada de sudor? Su hija; cuyo cansancio y sudorsólo de este modo se disipan. Pero no es menosimportante lo que pasa de parto de la educación:apenas el hijo ha salido de la infancia, la edu-cación pública le reclama y le separa del lado desus padres, mandándole á muchas leguas de distan-cia, de suerte que sólo pueden verlo por meses óaños; y cuando vuelve á su lado lo hace ya desacos-tumbrado de los mismos, formado por otros, y noencontrándose bien bajo aquel techo en que creefaltarle el placer y la libertad. Acabados sus estu-dios, los placeres, las pasiones y el juego son losque se le disputan; la casa paterna es para él unaprisión,y sus padres sus carceleros. Si aún le afligeny le desagradan las lágrimas de su madre, sólo espor una hora, el tiempo que las ve correr. Tienela fiebre de la vida, y, ante todo, necesita vivir. Héaquí lo que es un hijo hasta que llega á ser hombre.

En cambio una hija, si la organización de la fami-lia á que pertenece está conforme con su ideal, serásiempre de los padres y estará con ellos represen-tando la educación doméstica. Por eso al ser padre,hay que ser creador, porque crear no es sólo hacerel cuerpo, sino formar un alma, lo que se lograeducando á la hija. Realizada esta empresa, no hayque temer nos abandone su corazón, ni aun en elcaso deque su misión sea otra;pues en el mismo dehaber llegado á ser madre, repasando el camino demaestra que ha atravesado como alumna, cada unade sus pruebas en esta nueva vía será un recuerdopara nosotros, y cada recuerdo un verdadero reco-nocimiento. En fin, viene la vejez para los padres, ycon la vejez el aislamiento, la tristeza y las enfer-medades. En este estado el hijo no les abandonará;pero arrastrado por la necesidad de actividad queconstituye el fondo de la vida de los hombres, susvisitas serán raras, breves sus palabras y no sabráconsolarlos. Al contrario la hija, sea casada ó libre,se establecerá á su cabecera y llevará á los más in-crédulos corazones el bálsamo de la fe y la creenciaen la divinidad. En fin, por una contradicción sor-prendente en tales situaciones, la hija se convierteen madre, y con entonaciones tiernas y cariñosas,reservadas solamente á la infancia, con palabrasque sólo pueden hallarse en boca de las madres,consuela de tal suerte á su pobre padre, que cuandoel viejo se apercibe de tal inversión del lenguaje,con sonrisa llena de melancolía y ternura, dice á suhija: Estas SON NISADAS, yo lo sé, pero SOY FELIZ enser una criatura á tu lado.

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N.° 66 S. G. ENCINAS. DEL AMOR EN GENERAL. 491

VII.

DEL AMOR EN GENERAL.

El amor no os una sola pasión; con él se despier-tan y remien todas las demás. Su imperio se ex-tiende por toda la naturaleza, y nada se conoce quese sustraiga á su ley, siendo esta vida del uni-verso que hallamos en todas partes, lo mismo en elprimer grado que en el último de la creación, yaactuando con la materia, ó ya divinizándose con elespíritu. Como afinidad, atrae las moléculas; comoatracción, sostiene los mundos planetarios; comofuerza productora y generatriz, renueva y mantienela naturaleza viviente; como sentimiento, nos abrey proporciona el infinito. De un modo sorpren-dente, esta ley universal, despojándose poco ápoco de sus formas geométricas, pasa de la atrac-ción al amor que en los seres vivientes, especial-mente en los animales, es el atractivo del placer.En las plantas hace nacer la obra más perfectapara un lumen ó placer de algunas horas solamente:nada falta en ellas, el perfume, las formas, los colo-res, la riqueza, la gracia, la variedad; todo se pro-diga en ellas, cual si fueran conscientes de quefuera de sí mismas habría ojos para verlas y almaspara admirarlas. De las plantas á los animales, laescena se anima y la vida crece: en éstos, el placertoma voz, se llaman y se buscan; el pájaro canta, elinsecto zumba, y el león hace estremecer el de-sierto con sus terribles rugidos. Aquí comienza elamor sentido é instintivamente expresado, amorpasajero, de una estación, de un dia ó de una hora,y esto pasado, todo vuelve al silencio; el león sehace solitario, el ruiseñor no canta, y toda aquellabelleza, ornato del amor, queda desvanecida. Lanaturaleza lo quiere así: llamando todos los seres alplacer, multiplicando el amor, apaga sus llamas,porque prevé los peligros de más grande liberali-dad en lo que tanto la conmueve. Hasta aquí, laley ha sido impuesta y obliga ciegamente, aunquedulcificada por el placer. Pero al llegar al hombre,cesa de sor una obligación fatal, sin dejar de ser unafuerza que se crece con todos los encantos delsentimiento, de lo bello, de lo infinito, y que acre-centándose de este modo, cambia de dirección y seeleva de la tierra al cielo.

El amor se despierta en nosotros como algo queno puede morir, como un sentimiento eterno quenos proporciona alguna cosa sobrenatural y divinaque, calmando más nuestro espíritu que nuestrosdeseos, toca más bien al alma que á la materia.Este sentimiento se le ha llamado impropiamenteplatónico, que es como si digéramos, puramentemetafísico. Platón entendía que, con este senti-miento, el hombre de bien prefería IP.S cualidades

del alma, origen verdadero de placeres delicados, álas ventajas del cuerpo tan pobres como monótonasy pasajeras.

En los animales, el amor, esta ley de la vida,sólo se ocupa de la conservación de la especie;pero en el hombre toma un carácter más noble ymás elevado, dándole el mayor bien que le es posi-ble alcanzar al individuo. Si el amor, como decíaMarco Aurelio, no fuera para el hombre otra cosaque una corta convulsión, le rebajaría hasta el niveldel bruto; pero es al contrario, su superioridadmoral la debe toda á este sentimiento. La causaprimordial del amor, es, sin duda alguna, el instintode reproducción, instinto poderoso y propagador,que excitado por la belleza y la gracia que el Crea-dor ha puesto entre nosotros para perpetuarsu obra,hace que reparemos las pérdidas de la muerte conuna continua trasmisión de la vida. Únese á esteinstinto un sentimiento afectuoso que reúne á sudulzura su infinita duración. Esta pasión soberana,casi única en el sexo, y que, según un filósofo sóloel matrimonio puede hacer de ella una virtud, esde ordinario vehemente y nos trasporta hacia elobjeto amado; unas veces es llama devoradora quehace erupción de todas partes; otras es fuego la-tente que nos mina y nos consume. El amor, do-minador universal de los seres que respiran, essiempre el mismo y siempre nuevo; y habiendocomenzado con el mundo, sólo concluirá con él.Como pasión, no presenta un carácter tan determi-nado como las demás, porque se identifica con elespíritu y participa de su temple, de su grandeza órebajamiento. Demuéstrase sombrío y suspicaz enel celoso, exigente y hasta tirano en el orgulloso,sensual y frió en el egoísta, caprichoso é incostanteen el sensualista, y tímido, tierno y delicado enquien sabe apreciar las cualidades del corazón y delespifitu. De todas las pasiones, es ésta, sin duda, lamás difícil de describir, porque ofrece en cada in-dividuo tanta diferencia como presenta su fisono-mía. Al nacimiento del amor, sólo vemos por suencantador telescopio; todo nos agrada y encanta;la seductora esperanza cambia nuestras penas enplaceres; en todo hallamos referencia al objetoamado; le vemos en todas partes; vivimos sólo porél; gozamos las delicias de una nueva existencia,porque todo se embellece á nuestros ojos, y cuantonos rodea toma un aspecto sonriente; sólo respira-mos bienestar, placer y voluptuosidad; todos nues-tros sentidos se hallan embriagados, y nuestraalma, apenas puede soportar las dulces emocionesque experimenta, así como el corazón los tiernossentimientos á que se abandona.

Desde que toma asiento en nuestro espíritu, sealimenta de sí mismo, tomando rápido acrecenta-miento que nos liga generosamente y sin reserva al

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objeto amado. Los encantos que nos han seducido,parecen multiplicarse y atribuimos al objeto amadomás cualidades que él mismo pudiera soñar; elprestigio del alma fascina nuestros sentidos y tras-torna la razón; los deseos, la esperanza y las másdulces afecciones, toman cada dia nuevas fuerzas, ybien pronto nuestro corazón reclama un alimentomás real, que solamente puede serlo la posesiónmisma de la realidad de nuestros sueños.

Origen unas veces de vivos y dulces placeres,otras de agudos males, el amor, según que es feliz,contrariado ó celoso, es la más dulce ó la más hor-rible de las pasiones, y las modificaciones que im-prime al alma y al organismo en estos tres casos,ofrecen las diferencias más marcadas y sorprenden-tes. Cuando nos abandona la esperanza, nos entre-gamos á la tristeza y á la melancolía, cayendo comoplantas desecadas por los ardientes rayos del sol.Las desgracias en amor son más difíciles de sepor-lar que todas las otras; pasión que enternece elcorazón, no le queda en estado de sostener elmenor choque. El alma, en las crisis ordinarias,puede recoger sus fuerzas y oponerlas con ventajaá una crisis imprevista; pero enamorada, herida en.su parte más sensible, queda muerta bajo el golpeque la priva del único resorte que la daba el movi-miento y la vida.

El amor dichoso ó con el que se espera serlo,comunica á todo nuestro ser un calor dulce, bien-hechor y saludable; enrojécese el semblante ytodas sus facciones se animan do una expresiónnueva; el corazón palpita & la vista ó al sólo pensa-miento del objeto amado; el pulso es frecuente yancho; la respiración desenvuelta; el timbre de lavoz suave y agradable; el lenguaje animado é hiper-bólico. Las facultades mentales participan de la mis-ma actividad; todo enamorado tiene su agudeza; suspensamientos son ricos y variados, y el lenguaje espersuasivo. El amante feliz lo olvida todo; sin cui-darse de su fortuna y de su gloria, sólo piensa en elbienestar de ser amado, hallándose siempre dis-puesto á las acciones más generosas. El amor es undelirio que da fuerza, valor, genio y virtud hasta alhombre débil, estúpido y vicioso, con tal quela misma á quien ama así se lo exiga.

El amor contrariado tarda bien poco en producirtrastornos orgán'.cos: el pulso es pequeño é irregu-lar, la respiración anhelosa, la digestión difícil y sesiente opresión en el corazón: el semblante es triste ydecolorado, la mirada lija, lánguida y húmeda. Domi-nado por un pensamiento exclusivo, el amante con-Irariado parece haber perdido la inteligencia y todassus facultades morales: Sus mismos sentidos pareceque le son inútiles; oye sin comprender; mira sinver; quiere hablar y se confunde; todo le disgusta yle importuna, sólo le agrada la inacción y la soledad.

Feliz ó desgraciado, el amor suele complicarsecon celos, sentimiento exclusivo y egoísta que seconvierte en veneno de la pasión de que debiera seralimento. El celoso, tirano ó esclavo, se conducesin dignidad; las más raras suposiciones agitan per-petuamente su cerebro enfermo; no tiene sosiego,y los más absurdos temores le persiguen en sus de-lirios. En sus movimientos, en su actitud y en susemblante hay algo de siniestro que inspira miedoy antipatía á los sufrimientos que le quebrantan: álos ojos del celoso no es posible presentar justifica-ción alguna, y si alguna vez, por un sentimiento depiedad, concede alguna demostración afectuosa alser á quien acusa, bien pronto sus sospechas seduplican, y aun cuando admita alguna prueba encontra de las mismas, sin tardanza vuelve á caer ensus imaginarios temores, haciéndose no menos in-justo é intolerable que antes.

En su dolorosa y continua ansiedad, este desgra-ciado se consume en el deseo febril de averiguar lomismo que teme conocer, y cuando pasa de la dudaá la certidumbre de no ser amado, el sentimientoque le dominaba cambia bruscamente en desprecio,y más ordinariamente degenera en odio, en furor, ótermina por la locura y el suicidio.

Aún hay otra faz importante en el amor, que noes, por cierto, menos frecuente en el hombre enquien traza su sello con caracteres indelebles, y esla de un amor desenfrenado. Los signos de esta pa-sión se marcan en el físico por la palidez, la dema-cración, pulso irregular, pequeño y débil en ausen-cia del objeto amado, frecuente y tumultuoso á lavista del mismo, y una pequeña fiebre, descrita porLorry con el nombre de fiebre erótica. En la moralse observa gran movilidad de carácter y un gustopronunciado por la soledad y lo extravagante; unabandono completo en cuanto tiende á la higienedel cuerpo y los quehaceres más importantes, des-precio de las riquezas y honores; en fin, una per-versión evidente del juicio, que hace que, sordo álos consejos de la conciencia y el deber, trate comoesclavos á los que son objeto de su pasión.

Es indudable que estos caracteres, que presentael amor, corresponden al hombre, hallándose enarmonía, tanto con su viril y fuerte constitución,como con la soberbia de su alma: en la mujer va-rían, y aun en lo que tienen de común son mássuaves y delicados, correspondiendo á la fineza desu fibra y á lo delicado y variable de su sensibi-lidad.

Si el amor ejerce gran influencia en el destino delhombre, el de la mujer le rige enteramente. Amar,ser amada, hé aquí su felicidad y supremo bien.Suprimiéndola el amor todo se decolora y entriste-ce alrededor de ella; sólo con él y para él quierelos placeres; la belleza, el ingenio, las gracias y la

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juventud sólo tienen precio para la mujer cuando ladan el poder de inspirar esta pasión; pero desgra-ciada la mujer que no sabe sacar partido de estosdones, sometiendo á la cabeza el corazón; porqueentonces todo suele concluir para ella.

El amor, supremo señor del corazón de las muje-res, jamás renuncia á su imperio; puede trasformar-se con los años, pero no desaparece enteramente.Balzac, analizador profundo, que con tanta perfec-ción sabía hacer la autopsia del corazón humano,despojando á cada fibra de su envoltura, explicandola causa de cada uno de sus estremecimientos, yrevelando con una palabra las grandezas, las debi-lidades, las virtudes y los vicios, el valor y la co-bardía de la especie humana, este filósofo nos diceque, en la vida de la mujer más virtuosa, de la es-posa y de la madre más irreprochable hay un mo-mento de duda, de vacilación, y quizá, desdeñandola tranquilidad de su existencia, la pesa no haberllevado á sus labios la copa embriagadora y amarga.

Es indudable que la mujer fuó creada para elamor, porque todo en ella lo revela: su corazón, suagudeza, su organización, su debilidad misma sonde acuerdo, y la gritan que necesita amar y seramada. Más expansiva que el hombre, tiene necesi-dad de simpatía; el rayo vivificador del sol de lamañana llena su alma do alegría, y la perfumadabrisa de la tarde la produce vaga é indecible lan-guidez. Sí; el amor se encuentra en toda la exis-tencia de la mujer, y á medida que avanza en lavida, se trastorna, pero no desaparece. La mujerque no haya amado, de ser posible que exista, esun ser incompleto, que no ha sido aún animado delreflejo misterioso que da calor y embellece á cuantola rodea, hasta los más vulgares detalles.

En todas sus edades la mujer guarda en el fondodel corazón el ideal que se ha creado, al cual creereconocer siempre que ama. Por eso, cuando unamujer de mérito se prenda de un hombre vulgar óestúpido, es porque en él ha visto el engañador es-,pejo de la imagen adorada, y cuando el desengañollega, cae el héroe y queda el hombre que, al verlotal cual es, siente profunda humillación.

Sin embargo, no todas las mujeres experimen-tan la necesidad de amar en igual grado; algunas,tan inconstantes en sus sentimientos como en susideas, se entregan desde su juventud á la coque-tería, á los vanos placeres del mundo, y enveje-cen, casi sin notarlo, entregadas á este ídolo.Otras, más dignas y apreeiables, no comprenden elamor, si no le hallan de acuerdo con los principiosde honor y virtud en que han sido educadas: es in-dudable que, entre estas últimas hay que buscar lafidelidad conyugal y el verdadero amor maternal.La mujer generalmente se siente menos obligadaque el hombre al acto de la reproducción: en muchas

este acto, al cabo de cierto tiempo de unión, másbien que una necesidad, es un testimonio de afec-ción constante á la exigencia de una pasión quees exclusivamente del corazón ó del cumplimientodel deber; esto pasa especialmente en la mujer,cuando llega á ser madre, porque sus facultadesafectivas se han multiplicado y repartido, y porquetodo su ser apenas basta á la efusión del nuevo sen-timiento que las embarga. Es necesario tener encuenta que estoy hablando de la mujer que cumplecon las leyes y deberes impuestos á su sexo; pues,cuando la misma se entrega al libertinaje, es unconjunto horroroso de vicios que deshonran la hu-manidad. El amor en los dos sexos por nadie hasido mejor definido que por una mujer de ingeniocuando dijo: «el amor en el hombre es la inquietud;en la mujer la existencia.» Por eso ordinariamenteesta pasión da á la mujer el espíritu y agudeza quela falta, mientras que al hombre lt. hace perder elque tiene. Hagamos, pues, que no llegue jamás ámaldecir esta pasión sublime, y que la conservedigna siempre de sus importantes fines, porque esindudable que la sociedad, comprimiendo los lati-dos del corazón, resulta comunmente culpable deque el amor sea causa de dolor y desgracia en lamujer. El primer pensamiento y el fin real de la exis-tencia de la mujer es el amor, delirio acariciado du-rante toda su vida; ser amada constituye su mayorambición; para unas es terneza pura del corazón:para otras pura vanidad. Pero este sentimiento si?halla en todas las mujeres, aun en las más indife-rentes en la apariencia, cuya alma frivola le tra-duce en coquetería, profanación del mismo y nega-ción de la verdad; porque la coquetería es lamáscara de corazones frios que gozan con un amorde que no son dignos ni capaces de comprender,por lo mismo que no le han sentido.

El amor correspondido hace á la mujer de carác-ter dulce y amable, sin vaga tristeza ni melancolía,y sólo la alegría se ve hasta en sus lágrimas.Cuando sufre cruel desengaño, cúbrese con el man-to del duelo, pero difícilmente la abandona la fe, yuna voz interior que la recuerda su amor perdido ysus dolores, la afirma en la esperanza. No sucedelo mismo cuando en su corazón se levanta la tem-pestad de los celos, pues entonces esta alma dulcey sin resistencia es tiranizada de tal suerte, queinspira compasión y piedad. La salud, el mérito yhasta la virtud del objeto amado son vota-fuegos desus devorantes celos; esta fiebre envenena y cor-rompe cuanto tiene de bello y bueno la mujer.

Én los climas meridionales, en que domina eltemperamento nervioso y la idiosincrasia hepática,la mujer, lo mismo que el hombre, tienen pasionesmás vehementes, y la de los celos frecuentementeacibaran su vida, haciendo la desventura de sus

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494 REVISTA EUROPEA. 3 0 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.°66respectivas familias. Es indudable que el amor enla mujer no afecta ningún carácter ni toma otra faztan temible y sombría como la de los celos, porquelas demás ya apuntadas, son características delhombre, especialmente el amor desenfrenado.

No hay tormento comparable con el que sufre lamujer celosa: fija siempre su mente en el mismoobjeto, atormentada por la duda, aguijoneada porla ¡ncertidumbre, creyendo de ordinario que el co-razón de su esposo ó de quien ama, no es exclusi-vamente suyo, vive sin descanso noche y dia y sinencontrar consuelo en medio de su tristeza y de-solación. Prevenida por su pasión, todo lo ve al te-nor de la misma, que es su idea fija y predilecta, ylodo lo interpreta en consonancia con su preocupa-ción. La más leve muestra de enfado la parece des-vio, y todo arranque de mal humor le considera des-precio. En todos los hechos, en todas las palabrasde quien ama, encuentra, á su modo de ver, moti-vos legítimos para alimentar su desvarío y dar pá-bulo á la fascinación que ejerce en su espíritu pa-sión tan lamentable. Puede, en verdad, decirse, quees un continuo torcedor que hace desdichada suexistencia y que, cuando adquiere grandes propor-ciones, trastorna la razón, pervierte el juicio, sofocalos más nobles sentimientos ó influye sucesiva-mente en la salud.

Es una pasión bastarda de la que debe huir lamujer que desea su felicidad y la de su familia, te-niendo en cuenta los sinsabores, disgustos y crue-les sufrimientos que ocasiona, pero aún es másodiosa al considerar las fatales consecuencias queacarrea.

En efecto, la mujer celosa que no conoce su(laqueza y da rienda suelta á su pasión, sin repri-mirla jamás con los consejos de una razón ilustrada,se ve fácilmente conducida á la desesperación óprecipitada hacia la venganza. Necesita tener fuerteespíritu, creencias muy arraigadas, y una moralsólida para que, creyéndose, siquiera sea bajo elprisma de la ilusión, despreciada, tratada con desvíoó postergada á otras "mujeres por el mismo que esobjeto de su ardiente amor, no sienta los impulsosde la desesperación; y cuando el apego á la vida,los vínculos de la familia y de la sociedad la apartande esta senda, rada más fácil que el que salga á suencuentro la terrible idea de la venganza.

Sólo en casos excepcionales suele atentar contrala vida de quien ama; cuando las desgracias de queestá poseída y dominada por tan detestable pasiónhan llegado á trastornar su razón, y en medio deldelirio concibe tan inicuo pensamiento. Es másfrecuente que la idea de venganza revista otra for-ma, en mi concepto más odiosa, aunque igualmentecriminal y censurable: me refiero á la tentación demanchar su honra para hacer sentir á su esposo, ó

ser amado, el dolor y la amargura de su corazón.No es en este caso la sensualidad la que conduce ála mujer á tan horrible precipicio, es el infernalplacer de la venganza, la intención sañuda de cla-var en el corazón del hombre espinas que lo hieranhondamente en lo que más debe sentir y estimar.Este pensamiento es tan terrible, que solamente elespíritu del mal ha podido sugerírsele para colmarsu desventura. Las que así obran, no ven, no com-prenden que el mal que intentan hacer á quien amanrefluye sobre ellas mismas; en su loco desvarío noconocen que tan grave falta rebaja el concepto dela familia, y envenena este pequeño elemento, esteorganismo tan necesario, base de la sociedad: noconsideran que tal hecho destruye su honra y matasu buen nombre, el más rico tesoro de la mujer: noentienden que tales manchas son indelebles y no selavan jamás: no saben que la sociedad no perdona ála que de este modo se ha prostituido, profanandovilmente la fidelidad conyugal; y no juzgan, en fin,que honra enaltece á la mujer, y nunca mejor la al-canza que cuando, fiel á sus deberes, se resigna ysufre sus amarguras y dolores en silencio, siguiendola senda de la probidad y de la justicia, sin faltarjamás á sus compromisos y deberes.

Tales y tan graves son los males morales que loscelos pueden acarrear á la mujer, y si bien creo in-necesario el insistir más sobre ellos para inculcarlael deber de apartarse de tan funesta pasión, no so-bra el que diga algo sobre los físicos y orgánicos,que llegan á ser su consecuencia.

La pasión de los celos concentra la inervación yda lugar á la tristeza, á la melancolía, á la hipocon-dría y al histerismo. Pero una vez perturbadas lasfunciones del sistema nervioso en sus importantescentros, viene ó se desenvuelve la locura, cuandola perturbación es cerebral; y cuando es afectadala inervación trisplánica vasomotora en la mujer, enque rige y domina la matriz, vienen sus congestio-nes, sus perturbaciones, sus lesiones y todas lascorrespondientes á sus anejos; más tarde, y comoconsecuencia, las perturbaciones reflejas de la mé-dula, del encéfalo, las convulsiones, el histerismo,la eolamsia, la epilepsia, etc., etc., y tras de éstas,otras sobre el estómago, el hígado, y últimamentelas alteraciones de la sangre y de la nutrición; enuna palabra, la patología del sexo entero.

Si no hubiera otra razón ni fundamento que losmales, los peligros y fatales consecuencias que aca-bamos de apuntar, originados por la fatal pasión delos celos, para recomendar la necesidad de cimen-tar bien la educación de la mujer, con la cual úni-camente puede ser bastante fuerte para vencer átan asidua enemiga, me bastaría ella sola para afir-mar que la que hoy se le da es impotente é incapazpara tan rudo combate, porque carece de los ver-

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N.°66 O. MAÜRETA. LA PRÓXIMA EXPOSICIÓN DK BELLAS ARTES. 495

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daderos principios que pueden ser su fuerte brazoy útil armadura. En lugar de proporcionar á la mu-jer en sus primeros años un buen desarrollo orgá-nico que la proporcione luego regularidad y armo-nía en sus funciones, y resistencia bastante paralas necesidades de su vida compleja, se la contraey debilita, coartando la evolución de sus órganos,afeminando más de lo que es su espíritu, torciendosus gustos, sus instintos y sentimientos, formando,en fin, un raquítico organismo, y creando un almadébil é histeriforme.

Más tarde, cuando la edad es ya oportuna paradesenvolver y fomentar en ella los buenos senti-mientos, cimentando en los mismos la virtud, for-mando las costumbres del cumplimiento de losdeberes, excitando é inculcando amor á la familia,»á la sociedad, á la patria y á nuestros semejantes,especialmente á los que sufren; cuando debían for-marse sus hábitos de verdadera modestia, de apegoal trabajo, de economía, y cuando, por fin, es eltiempo de hacer su conciencia en el amor al bienpor el bien mismo, de respeto á las leyes, porqueson la verdad misma, y la voluntad de Dios, así es-crita en el código de la naturaleza: entonces se laenseña, poco más ó menos, unos cortos apuntes domoral materialista, el amor á los placeres, el hábitode la hipocresía y el arte de engañar al hombre, almundo, á Dios, si fuera posible, y también á símisma. Es verdad que la mujer así educada y quesigue tan extraviada conducta, halaga los deseosdel hombre que quiere vivir en la atmósfera delisonja y adulación; pero así y todo, queda rebajada,como lo es, su dignidad, y sin poderlo remediar,justifica el equivocado y poco decoroso conceptode que es solamente un instrumento de placer ma-terial. ¡Miserable modo de juzgar y bien digno delástima, propio únicamente de los que, no teniendodignidad ni estimación de sí mismos, quieren reba-jar la de los demás, y de los que, desprovistos detoda virtud, no apetecen verla en la mujer, para notener que tributarla el culto que merece!

Y en cuanto á la educación intelectual, forzosoes confesar que nada hay más vago, incierto y des-ordenado que la instrucción que se da á la mujer,tanto en los colegios como privadamente. No hayrumbo fijo ni derrotero determinado que señale elprograma de las materias que debe comprender, nisus límites, ni tampoco su distribución; como sifuese indiferente dar una ú otra dirección á lasideas, uno ú otro giro á los conocimientos, redu-cirlos ó ampliarlos, extender ó limitar el horizonteen que ha de obrar su razón. De esta viciosa y malsentida práctica en la educación de la mujer,resulta que su instrucción, en lo general, es in-completa, insuficiente, y sólo á propósito para en-gendrar errores más que para conducir al conoci-

miento de la verdad y á las necesidades de la vida.La instrucción de la mujer es indispensable que

sea acomodada á la ley de su destino, á las necesi-dades de la familia, de la cual es el núcleo en todasu evolución y vida moral y material. Estoy lejos depretender que sea tan extensa y profunda como ladol hombre, ni que haya de tener igual carácter,siendo así que su misión es distinta; no aspiro tam-poco á formar mujeres sabias que pudieran brillaren las academias y distinguirse por sus vastos co-nocimientos en ciencias y literatura; tampoco pre-tendo hacer de ellas doctores de respectivas facul-tades y profesiones, como sucede en algún país;quiero únicamente que tenga y alcance el conoci-miento de sí misma, de los seres que la rodean, jespecialmente de aquellos que sólo pueden vivir porella, de las relaciones establecidas entre los mis-mos, y de la dependencia que entre sí tienen conarreglo á las leyes del universo. De este modo creoque, ayudadas sus naturales dotes con las luces dela ciencia, podrá pensar con rectitud y claridad, juz-gar con buen criterio y destruir las muchas preocu-paciones y errores que ofuscan á la razón inculta, ála manera que las malas hierbas crecen en campoyermo, donde no ha penetrado la mano del hombrey la provechosa influencia del trabajo.

No me es posible dudar, que el dia que esto su-ceda, la mujer hará un papel más digno en la socie-dad, y ésta recibirá gran impulso en su civilizacióny progreso, mereciendo con más justos títulos elrespeto y la consideración del hombre.

DR. ENCIMAS,Catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid.

L M Ó X Í M A EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES.

OBSERVACIONES ACERCA DEL DECRETO DE CONVO-

CATORIA Y REGLAMENTO PARA SO EJECUCIÓN.

La Gaceta del dia 8 del corriente publicó el decretoconvocando para una Exposición de Bellas Artes enOctubre de este año. Leyendo el preámbulo resaltael noble y principal objeto que se propone el Gobier-no, para quien no pasa desapercibida la tendencia dela pintura moderna, que habiendo empezado por cul-tivaren demasía el género gracioso, llega á enamo-rarse de lo trivial, y amenaza caer en lo ridículo éinsoportable.

Ciertamente que nadie como el Gobierno tieneen sus manos el volver por los fueros del arte ele-vado, del arte al servicio de las grandes ideas y delos grandes hechos, manantial de purísimos gocespara el hombre, el cual no puede vivir alimentan-

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dose sólo de ideas positivistas, sin perder ese mis-terioso fuego que lo vivifica y engrandece, y á cuyocalor brotan de su pecho sentimientos nobilísimosy germinan en su cerebro santas y grandes inspira-ciones.

Pero si los propósitos manifestados en el preám-bulo son buenos, ¿puede decirse lo mismo de lasdisposiciones adoptadas para realizarlos? Sin quesea nuestro ánimo extendernos demasiado, y de-jando á un lado la cuestión tocada por algunos detú las Exposiciones son ó no el único y mejor mediode proteger el arte, nos limitaremos á poner demanifiesto algunos puntos del Decreto, que no cor-responden seguramente á lo que se desprende de lalectura del preámbulo que le precede.

Empezaremos, pues, por llamar la atención denuestros lectores sobre el siguiente párrafo, en elque se expone con acierto la tendencia de nuestrapintura moderna. Dice así:

«El Ministro que suscribe ha visto con pena que,á medida que se alargaba el período de las Exposi-ciones, las artes, y especialmente la pintura, inicia-ba un movimiento de decadencia, al cual contri-buían por una parte los caprichos de la moda, quetodo lo invade, y por otra la falta de una inmediataprotección del Gobierno, que en la época presentees el único tal vez que puede disponer de grandesedificios para dar cabida á los cuadros que por laimportancia de sus asuntos exigen que éstos seandesarrollados en lienzos de considerables dimensio-nes. Los cuadros de historia profana ó religiosa hanido poco á poco desapareciendo de los estudios delos pintores para dejar puesto á los de género, que,por su índole especial, son de más fácil venta y demenos trabajo. Los aficionados, en general, prefie-ren esta clase de obras, más en armonía con elgusto moderno, y los artistas no tienen aún, des-graciadamente, bastante independencia para hacerdispendios considerables y emplear largo espacio detiempo en obras á que difícilmente pueden dar sa-lida. Por eso, el arle de la pintura en España, ájuicio del Ministro que suscribe, indica una lamen-table tendencia alo pequeño, en la forma y hasta enel pensamiento; y por eso es conveniente que elEstado acuda en auxilio de esa juventud, llena detalento y de amor al arte, cuando puede ser arras-trada por el camino del mal gusto. Las Exposicionesdieron siempre en este punto un resultado satisfac-torio, y es de esperar que la que V. M. puede inau-gurar en el próximo otoño, venga á dar testimoniocompleto de los adelantos de nuestros artistas.»

Después de tan justas consideraciones, viene elDecreto fijando la Exposición para Octubre deeste año.

Ahora bien, si se reconoce la necesidad de alen-tar á los artistas para que se dediquen á obras de

cierta importancia; ¿por qué se les escatima eltiempo indispensable para ejecutarlas? ¿No estabaprevenido hasta aquí que las Exposiciones habíande anunciarse con seis meses de anticipación, porlo monos? ¿Por qué se anuncia dentro de los cincomeses escasos, cuando precisamente se reconoceque los artistas no se hallan preparados para el cer-tamen? ¿Por ventura no hay más que emprenderobras de estudio y empeño al dia siguiente de pu-blicarse el Decreto? Otra cosa era cuando se sabíaque había fijamente Exposiciones cada dos años;pues entonces se preparaban trabajos anticipada-mente y se terminaban en los seis meses siguientesá la publicación del Decreto de convocatoria.—Enla actualidad, la proximidad de la Exposición hasorprendido á todos, y los artistas no tienen obrasde cierto interés en sus estudios, ni tiempo paraocuparse de ellas. Hay más, asimilados los extran-jeros á los nacionales para la participación de pre-mios y beneficios, resultará que los primeros van áentrar en la lid con gran ventaja sobre los segun-dos, porque las Exposiciones que se verifican anual-mente en sus países, les ofrecen ocasión de trabajary de tener dispuestas obras mucho antes del anun-cio de nuestra Exposición; no siendo además incon-veniente para ellos, como no lo es tampoco paralos españoles cuando exponen fuera de su país, elque las obras hayan figurado en las Exposiciones desu patria.—Nada de esto traeríamos á colación sino fuera necesario para demostrar el poco aciertocon que se ha resuelto que la Exposición se celebreen el próximo Octubre; y acerca de ello diremosque, si ésta ha de corresponder á las esperanzasdel Gobierno, es indispensable se aplace para losmeses de Abril ó Mayo del año venidero. No faltaránquienes opinen que hay tiempo sobrado para hacerobras maestras en estos cuantos meses hasta Octu-bre: es. una preocupación vulgar el suponer que lasmejores y más preciadas obras de arte se han pro-ducido con suma celeridad: error crasísimo, el cualdeja ver que, en arte, como en otras muchas cosas,es frecuente hablar por decir algo y sin tomarse eltrabajo de pensar lo que se dice. De que tal ó cual"artista ejecute con fortuna una obra de mérito enbreve tiempo, no se ha de deducir que las produc-ciones más notables haya de improvisarse en unabrir y cerrar de ojos. La historia y la experiencianos enseñan que las grandes obras de arte, aunquehijas del genio, lo son también de la meditación y éltrabajo; podrá suceder que se encuentre algunaotra ejecutada con prontitud y que lleve el sello dola inspiración; pero estamos seguros de que aunestas mismas resultan, casi siempre, incompletaspor falta de estudio, y también inferiores al lado deotras de célebres artistas que trabajaron con deten-ción y buenas condiciones. Además, ha de tenerse

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N." 6G C AIAURETA. LA PRÓXIMA EXPOSICIÓN DE BELLAS AUTES. 497

presente cuanto varían los talentos; obras de primerorden podríamos, por ejemplo, citar que no hansido llevadas á cabo por sus autores sino despuésde muchos ensayos y repeticiones. Pero, dejando áun lado digresiones y volviendo al asunto principal,vamos á consignar una modificación que aparece enel Reglamento, quizá la única, y que tiende preci-samente á quitar estímulo al artista: dice el Decretoen el art. 3.":

«Podrá también el Gobierno ad-quirir, si lo jvaga oportuno, las obras de los expo-sitores que hayan obtenido premio,» etc.

Hasta ahora, el Gobierno se había obligado áadquirir los cuadros premiados, lo cual era pode-roso estímulo para los artistas que emprendíanobras de cierta consideración y coste material, porque al propio tiempo que aspiraban á premio, con-taban también con resacirso de los dispendios queocasiona todo trabajo de alguna importancia. Y nobasta prometer que el Gobierno adquirirá tal 6 cualobra premiada si lo juzga oportuno: en nuestroconcepto, se debe determinar el número y catego-ría de las que piense adquirir. Esto, además de serlo justo y equitativo, evitaría grandes compromisosy disgustos, de puertas adentro del Ministerio, y nopocas murmuraciones y resentimientos, de puertasá fuera. Elíjase en buen hora lo selecto, prescin-diendo hasta de lo bueno si se quiere, por más quetanto rigor lo creamos intempestivo; pero á lomenos, dése garantía cierta de recompensa á losartistas que, luchando con dificultades de todo gé-nero y triunfando noblemente de ellas, alcanzan lacorona de la victoria en el palenque adonde se lescita para que esgriman sus armas en defensa delprogreso y la honra de la patria. Obligándose elGobierno á adquirir desde luego los primeros pre-mios, y aun los segundos, no haría ciertamenteningún gran sacrificio, pues bien corlo es el númerode ellos; y si á esto se responde que las escasecesdel Erario no lo permiten, contestaremos: pues, enese caso, no haya Exposiciones y dejad que el artesufra la suerte fatal que circunstancias imperiosas leimponen; dejadle seguir los caprichos de la moda;pero si tratáis de hacer algo por él, si por amor óagradecimiento le tendéis una mano protectora,hacedlo de modo que no se resientan su dignidad ysu decoro, sin escatimar nada de cuanto pueda con-tribuir á realzarle y á realizar á los encargados desu culto.

Y aquí encaja, como de molde, el decir dos pala-bras á propósito del artículo que se refiere al pre-mio extraordinario ó medalla de honor, como se ladenomina, por imitar á nuestros vecinos los france-ses. Por dicho artículo, si bien el Gobierno se obligaá adquirir la obra agraciada, advierte que seráprevia tasación. Esta condición rebaja, en nuestro

TOMO IV

sentir, al artista: si se tiene desconfianza y se hacepor evitar la eventualidad de un abuso de valora-ción por parte del autor agraciado, señálese anti-cipadamente la cantidad que el Gobierno puedaconceder, ó más bien, dígase que se adquirirá si suvalor material no sobrepuja la cantidad que puedadestinarse á dicho objeto. Con esto, sin menoscabode los intereses del protector, quedaría á salvo ladignidad del protegido.

Error lamentable es también, á nuestro juicio, elhaber copiado el Reglamento de 1874, sin introdu-cir aquellas reformas aconsejadas por la experien-cia, pues no os tan perfeclo que no merezca refor-marse, y si no, consúltese á algunos de los principa-les artistas y ellos dirán mejor que nosotros lo queconviene hacer en este particular.

Es cierto que, comparado dicho Reglamento conlos anteriores, los aventaja en alguna de sus partes,pero dista mucho de ser completo. Por ejemplo, enel artículo que trata del nombramiento del Jurado,creemos debían reservarse menos puestos á la parteoficial, dejando que, exceptuados unos pocos, losdemás, si no todos, fuesen elegidos por los ex-positores.

Tampoco aprobamos que el oficial del Negociadode Bellas-artes, por este solo motivo y sin otra ra-zón que lo justifique, haya de desempeñar necesa-riamente el cargo de Secretario del Jurado con vozy voto.—Respetamos la personalidad del actual ofi-cial de dicho negociado, á quien, sin conocer, supo-nemos desde luego con la ilustración y capacidadsobradas para ocupar dignamente el puesto queocupa; damos también por sentado que (enga lainteligencia y conocimientos en el arte, indispensa-bles para fallar en conciencia sobre el mérito deobras ejecutadas, no ya por principiantes, sino porartistas de reputación; pero se nos ocurre pregun-tar: ¿Y si no fuere así?... Y aunque fuese exacta-mente como suponemos, ¿no puede suceder que di-cho señor sea sustituido en su empleo antes de éstaó la otra Exposición, por persona no perita en lasartes del dibujo? Y en el caso de que se colocase alfrente del negociado una persona incompetente enel arte, ¿no importaría nada que fuese Juez y fallaseen materia que no entiende? ¿Es de tan poca tras-cendencia el perjuicio que se puede ocasionar dan-do votos inconscientes en pro ó en contra de lo quese juzga?... Pues, aun cuando no se le concediesetrascendencia alguna, que la tiene y mucha, pornuestra parte confesamos que nuestra concienciade hombre honrado no nos permitiría admitir elcargo de Juez en asunto que no pudiésemos sercompetentes.

Concederíamos, y no es poco, que el encargadodel negociado en Eomento fuese Secretario del Ju-rado, pero sin voz ni voto; y en ello no debe ver

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humillación la parto oficial, que la humillación exis-tiría en el caso contrario, principalmente para losartistas, si hubieran de someterse á ser juzgadossolemnemente por quienes, valiendo acaso muchoen otros ramos del saber humano, pueden muy biensor nulidades en el arte. Presente tenemos lo ocur-rido en otras Exposiciones, y para satisfacción yhonra de todos deseamos que cada cual permanez-ca en su puesto, sin pretender poner cátedra de loque no sabe ni se ha tomado el trabajo de estudiary aprender.

Y no estará demás que expliquemos por qué ra-zón vamos en contra de la opinión vulgar que da átodo el mundo derecho de juzgar en materia dearle. A nuestro entender, para juzgar se necesitaconocer afondo aquello que se juzga, y nadie puedeoslar seguro de saber bien una cosa sin haberla es-tudiado hasta en sus menores detalles. Se puedeposeer una organización delicada y sentir la bellezacomo el que más; se puede, por esto mismo, teneruna gran afición á un arte determinada ó á todasellas; se pueden haber aprendido tres ó cuatro re-glas generales y otros tantos nombres técnicos, co-nocer la historia del arte desde sus principios hastahoy, retener en la memoria la biografía de los ar-tistas, saber cuáles fueron sus principales obras yotra multitud de pormenores, pero toda la erudi-ción posible y las más felices disposiciones sin lapráctica, son insuficientes para juzgar formalmenteuna obra de arto; y nótese que decimos formalmen-te, porque nosotros no negamos á nadie en el ter-reno privado el derecho de tener un criterio propiolo mismo sobre arte que sobre otras muchas cosas;pero hay en el arte algo de misterioso que no seaprende en los libros, ni en las cátedras, sino conel continuo ejercicio, la práctica y una profunda ob-servación de todos los días y de todos los instantesde la vida del artista: una buena organización, porsi sola, basta para sentir la belleza del arte ó de lanaturaleza; pero sentir no es juzgar; una cosa esexperimentar los efectos, y otra cosa conocer lascansas en toda su extensión; podrán éstas ser adi-vinadas alguna vez, pero no debemos confiar al ins-tinto lo que pertenece á la razón y á la experiencia,pues sería lo mismo que abandonarnos á la casua-lidad.

Si sólo se tratase de admitir consejos, entonces lacosa cambia de especie, y nosotros diriamos: ven-gan los hombres de saber y de talento á ensancharel círculo de las ideas, de los conocimientos delartista; reciba éste en su seno como á hermanos su-yos á todos aquellos que, atraídos por el esplendordel arte viven en la intimidad de éste reverencián-dole y amándole como á cosa grande y santa; perodense los consejos con modestia y prudencia, y recí-banse con noble independencia, trabajando todos

unidos, y conservando cada cual su puesto sin inva-dir el terreno del vecino, ni mucho menos pretendermandaren casa ajena.

Pero, contra nuestro propósito, nos vamos exten-diendo demasiado y también repitiendo las digre-siones: falta debe ser esta de nuestra inexperienciaen el arte de escribir, y pedimos se nos perdone engracia del buen deseo que nos guía.

Continuaremos analizando alguna otra parte deltexto del Reglamento, y procuraremos ser más con-cisos para terminar estas mal perjeñadas lineas.

En el capítulo que trata de los premios se deter-mina que éstos sean en número de 24; 8 de oro,8 de plata y 8 de cobre, que constituyen otras tan-tas medallas de 1.a, 2." y 3." clase, para distribuirentre las producciones dignas de ellas.

Por nuestra parte hubiéramos preferido ver su-primidas estas categorías, y estamos persuadidosque, si ahora no se ha hecho, se reconocerá másadelante la necesidad de la reforma en ese sentido;pero si no se cree llegada la oportunidad, debierahaberse adoptado otra proporción numérica máslógica, pues la de 4, 4 y 4; 2, 2 y 2, etc., etc., nosparece absurda, teniendo presente que las obrasmerecedoras de primer premio son pocas, algunasmás las de segundo, y bastantes, hasta cierto puntoabundantes, las de tercero, por lo cual, á nuestrojuicio, á medida que tiene menos consideración elpremio, son también menores las condiciones que seexigen á una obra para obtenerlo, y, como conse-cuencia lógica, aumenta el número de las obrasmerecedoras de él; por cuya razón, si se parte dela proporción de 4 para los primeros, deben conce-derse por lo menos 6 á los segundos y 10 á los ter-ceros, ó bien establecer otra proporción disminu-yendo el número de los primeros, pero siempresin pecar de muy rigurosos, porque sería contra-producente al objeto de las Exposiciones.

Pasando adelante, nos llama la atención que hastatal punto se haya respetado el Reglamento de 1871,y de tal modo se hayan copiado al pié de la letrasus artículos, que pudiendo haber corregido un erroró vicio de redacción que había en el artículo 33, seha dejado, no obstante, en pié, con riesgo de quepor su ambigüedad vuelva á dársele distintas inter-pretaciones, siendo esto nuevamente motivo de po-lémicas, como ya aconteció en la última Exposi-ción. Dicho artículo previene que: «Los artistas queen una ó más Exposiciones hubieran ya obtenidodos premios de 1.* clase por la misma ó por diver-sas Secciones, y fueren considerados dignos deobtener otro premio, serán propuestos para la Cruzde Carlos III, etc., etc.» Pues bien; aconteció en laExposición citada, que habiéndose presentado elcaso de un artista que tenía ya los dos premiosde 1.*, creyéndole el Jurado merecedor de otro

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N.°66 G. MAÜRETA.—LA PRÓXIMA EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES. 499de igual clase, unos opinaban que debía dárselomedalla y cruz, y otros solamente la cruz, triunfan-do estos últimos, porque decían, y en nuestro con-cepto con sobra de razón, que, si en el Reglamentose hubiera querido expresar que se concedían ambascosas á la vez, debió decirse: «además del premiose les propondrá para la cruz, etc.»: así como, paraquitar ambigüedades, si la cruz equivale al premio,debe decirse: aen vez de la medalla serán propues-tos para la cruz, etc.»

Y por último, citaremos también como vicioso, ennuestro sentir, el procedimiento que se sigue parala propuesta del premio extraordinario. Dice el ar-tículo: «El Jurado decidirá en votación pública sihá lugar ó no á la adjudicación del premio de ho-nor; y si se acordare afirmativamente por mayoríaabsoluta de votos, se procederá en la misma forma ávotar la obra que lo merezca.» De modo que sehace imposible la discusión, pues si la mayoría res-ponde que no há lugar, no hay más que callar, auncuando se tengan muy buenas razones que alegaren pro de un voto afirmativo.

¿Y es esto lo más justo? ¿por qué se renuncia á ladiscusión, y se da la preferencia al sistema del si-lencio que en éste, como en otros casos análogos,es el peor de los sistemas? ¡Ah! no olvidaremos ja-más que, á seguirse el procedimiento natural adop-tado en la propuesta de otros premios, cuatro añoshá el premio extraordinario hubiera dejado tal vezde ser un mito, como lo es hasta ahora, y como pro-bablemente por mucho tiempo lo será en España.

Un artista, tan grande como desgraciado, tanbuen español como excelente caballero, al cualnombraremos, porque su alma goza ya de la vidaeterna, Eduardo Rosales, presentó cierto dia unade sus obras en el Certamen Universal de Paris,donde habían de concurrir todas las celebridadesdel mundo á disputarse la palma del triunfo ofre-cida al genio, al talento, al trabajo, á la perseve-rancia, al progreso. Dicha obra, que posee hoy elMuseo Nacional, estuvo próxima á obtener una me-dalla de honor, pues, si nuestros informes son exac-tos, le faltó solamente un voto para ello. En cambiose le concedió la primera medalla por unanimidad,más la cruz de la legión de honor; recompensas queel artista estimó en tanto, que, al tener noticia deellas por sus amigos Rico y Madrazo, que le tele-grafiaron desde Paris, exclamó: «hoy es el dia másfeliz de mi vida;» y eso que por aquel entonces su-fría un fuerte ataque de la enfermedad que mástarde le había de llevar al sepulcro.

El agradecimiento y el entusiasmo, cualidadesque distinguían á Rosales, le movieron á emprenderun nuevo cuadro, que exhibió en la ExposiciónNacional de 1871. Esta obra, propiedad hoy de suviuda, es la muerte de Lucrecia, y en ellíi, más que

en ninguna otra, revola su autor las grandes cuali-dades que le distinguían.

Pues bien, este cuadro magistral de Rosales de-bió ser premiado sin contradicción con la medallade honor. ¿Por qué no la obtuvo? porque algunosno supieron distinguir la inmensa diferencia quehabía entro esa obra y todas las demás que figu-raban en la Exposición; y lo diremos también,porque el procedimiento para la adjudicación dedicho premio adolecía de los inconvenientes quehemos expuesto, obligando á votar casi por sorpre-sa, y no se tome á mal la frase. Expondremosbrevemente lo acontecido sobre el particular. Apoco do constituido el Jurado, en una de sus reunio-nes se acordó la votación de la medalla de honor yse concedieron quince ó veinte minutos para exa-minar las obras expuestas; concluido este plazo sereunió de nuevo el Jurado y se puso á votación, sihabía ó nó lugar á adjudicar la medalla. De la sec-ción de Pintura votaron afirmativamente cuatro, delos siete que la componían, y los otros tres nega-tivamente; y no está demás advertir que uno de es-tos últimos figuraba como vocal nato, y no era ar-tista. Además dijeron sí un pintor de la sección deEscultura, y un joven y distinguido arquitecto dela sección de Arquitectura. Total seis, por lo me-nos, pues creemos fueron siete, contando un nuevoJurado que de real orden se agregó á la sección dePintura. ¿No hay motivo para suponer que, si hubie-ra habido discusión, se habría obtenido la mayoríanecesaria para la adjudicación de la medalla? ¿No esprobable que al preguntar á escultores y arquitec-tos contestasen «no ha lugar,» pensando en lasobras de sus respectivas secciones? ¿No hubieraconvenido que los que opinaban que «si había lu-gar» hubiesen presentado su candidato y se hubiesediscutido acerca de su mérito? Nosotros sostenemosque e'Slo es lo lógico, y nos atrevemos á avanzar,que de haberse hecho así, el resultado no hubierasido el misino, porque habiendo habido ocasión derectificar juicios, comprendemos que alguno hu-biera rectificado el suyo, y no faltaban tantos paraformar mayoría, siendo veinte, como era, el númerode los individuos del Jurado.

En cambio, el desengaño del artista debió sergrande; pues teniendo el convencimiento de que suobra no desmerecía de las que su pincel había pro-ducido hasta entonces, antes bien, las sobrepujaba,¿podía pensar que, en su propia patria había de serjuzgado con mayor severidad que en país extranje-ro, en donde logró sostener la comparación conlas notabilidades más grandes del arte moderno?¡Pobre artista, nunca bien comprendido por lossuyos aunque siempre admirado y respetado porlos extraños! Quizás el pesar, las amarguras produ-cidas en su corazón por las acerbas censuras de los

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ÜOO REVISTA EUROPEA. 3 0 DE MAYO DE 1 8 7 ñ . N.° 66

unos y las injusticias de los otros, aceleraron sumuerte y privaron á la patria de algunas obras másque presentar á la admiración del mundo.

Pero volvamos á nuestro objeto y digamos, paraconcluir, que si la Exposición ha de dar el resul-tado á que se aspira, es indispensable demorarlahasta Abril ó Mayo del año próximo; asi, nó sólo sedejaría tiempo suficiente para preparar algunasobras, sino que también se habría elegido la épocamejor del año para los certámenes públicos; apartede otras razones, aunque no fuera más que porno sentir aquel malestar que á fines de Octubrese experimenta en los salones de la Exposición ácausa del descenso de la temperatura y de la mu-cha humedad. Nos parece también muy importantey necesario que se estudie el Reglamento y se re-forme , oyendo para esto el dictamen de los másautorizados artistas, y si no se juzga oportunohacer ciertas innovaciones; expurgúese, á lo me-nos, el que rige, de aquellos lunares que más senotan y que hemos procurado señalar. De estemodo habrá más unidad entre los propósitos mani-festados en el preámbulo y las disposiciones deldecreto de 8 del corriente.

GABRIEL MAURETA.

INVESTIGACIÓN MITOLÓGICO-HISTÓRICA

SOBRE

MOISÉS Y LAS «DIEZ PALABRAS»LEYES DEL PENTATEUCO.

II. *LA LEY.

Una vez que el pueblo hubiese acogido con res-peto las nuevas leyes, en razón al origen divino quese las atribuía, suscitábase en quellas remotas épo-cas, en que naturalmente era imposible aún emplearla escritura, la dificultad de imprimirlas en la me-moria de cada uno. Ofrecíanse para esto principal-mente dos caminos. Era el primero publicar lasleyes bajo una forma en que con facilidad pudieranser recitadas, esto es, dándoles un metro deter-minado, al mismo tiempo que cierta asonancia óconsonancia y melodía. Sin duda las primitivas má-ximas morales y leyes ó estatutos de todos los pue-blos indo-germanos estuvieron versificados (á estepropósito recordaré únicamente las máximas indiasdel «libro de los deberes» de Bhartrihari, las «pala-bras de oro» en los «Dialheken» de Pythágoras (-1),

* Véase el número anterior, pág. 461.

(1) Comp. sobre eslo C. lloelh, Ge:ch. unserer abendtaendisch<i<i

Philosophie, I I , pag- 60í> y siguientes; E . líaltzer, Pylhagoras, pági-

na 139 y siguientes.

y las «sentencias de Odino» en el «Havamal» seten-trional). Que, justamente por este motivo, desde lamás remota antigüedad se cantaban entre los grie-gos las leyes, lo consigna Aristóteles de un modoque no admite duda, cuando dice, Probl. 19, 28:«antes de que se conociese la escritura, se cantabanlas leyes para no olvidarlas, del mismo modo que,aún hoy, acontece entre los Agathyrsos (comp. C.Lang., «Die altgriechishe Harmonik,» en el Progra-ma del Gimnasio de Heidelberg, 1872, pág. 1). Sa-bido es que, en nuestras escuelas, las reglas de ladeclinación latina, puestas en verso, se repiten confrecuencia de un modo que se asemeja más al reci-tado que á la manera ordinaria de hablar. Lo mismosucede con los diez mandamientos, con la tabla demultiplicar y con los demás temas que han de fiarseá la memoria.

Tampoco para los semitas fue desconocido el ver-sificar las sentencias y leyes. Una prueba de ellotenemos en el Koran, cuyos versos, en general,ciertamente no pueden ser citados como modelos,por más que pretendan pasar por tales. Mejoresversos, en su clase, ha producido la antigua poesíasentenciosa de los hebreos. Muchas de estas sen-tencias pueden ser consideradas como leyes puestasen verso, por ejemplo. Prov. xxm, 22:

Sema' le-áb¿cM, zeh jel&décAd;Ve-al táMz, hl záqenfi, imméch&!

Obedece á tu padre, que te ha engendrado,Y no deprecies á tu anciana madre!

Que esto es poesía nadie lo negará. Y en cuantoá la forma, corresponde, sin duda, á lo más perfectoque ha producido la literatura hebraica. Tenemosaquí, pues, un dístico, cuyos dos versos no sóloestán ligados por el paralelismo de los pensamien-tos, sino también por un ritmo análogo (un metro,por decirlo así, de cuatro cesuras) y por un conso-nante perfecto. Que no es casual, sino muy medi-tado, se deduce de la admirable construcción delsegundo verso. En el discurso ordinario, y aun en elpoético, debiera decir:

Ve-al tábúz le-imméchá, M z&qenáh!

El segundo método de hacer las leyes fácilmenteperceptibles consistía en ordenarlas después de es-critas en prosa, y trasladarlas á una estrecha lápidaó plancha, en número determinado y que sin dificul-tad conservase la memoria. Como número á propó-sito, completamente determinado y de fácil reten-tiva, prescindiendo de otros menores, ofrecióse enprimer lugar el do los dedos de las manos, el diez.Las locuciones «á la mano,» «estar en la mano,» yotras, sirven todavía para denotar que una cosa esfácil y llana de entender, obvia. De origen posterior,seguramente, es la numeración conforme á relacio-

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N.° 66 M. SCHULTZE. MOISÉS Y LAS LKYES DEL PENTATEUCO. 504

nes astronómicas, tal como el siete, número de losplanetas y de los días de la semana, de ellos lomu-do, y el doce, número de los meses y de los sig-nos del zodiaco. Para numeración más extensaprestábase el 20, número de los dedos de las manosy de los pies, y el 40, duplo de éste; por último,el 70, múltiplo de 10. Todos estos números se em-plean con frecuencia en los trabajos de los escrito-res bíblicos.

Sin duda aconteció muchas veces que, leyes or-denadas conforme á estos números, experimenta-ron más tarde alguna ampliación, y con este motivohubo de alterarse el orden primitivo. Los deeemvi-ros romanos debieron establecer así (302 de la f. dela ciudad), las primitivas leyes de las diez tablas.Fueron éstas, sin embargo, aumentadas en el añosiguiente con dos nuevas tablas (Liv. m, 34).Cuando el aumento de las leyes era mayor, dispo-níase de modo que su número fuese un múltiplo dealguno de los primitivos. Por esto, entre los egip-cios, á los 42 pecados capitales correspondían 42mandamientos, es decir, seis veces siete (V. Uhle-mann, n, pág. 223). El código hebreo del Penta-teuco ofrece con frecuencia múltiplos de 7 ó de 10(por ejemplo, Ex. xxi y siguientes, Lev., xix; v.Bunsens «Bibelwerk»).

Suscítase la cuestión sobre cuál de ambas formaslegales, la poética ó la prosaica, es la más antigua.Si consideramos el hecho de que los más antiguosproductos del espíritu de todos los pueblos revistenun carácter poético, de suponer es que también lasleyes apareciesen en su origen como proverbios enforma poética. No es de creer tampoco que toda lacolección existiese antes como proverbios aislados.Por el contrario, apenas puede ponerse en duda queel autor de sentencias es más antiguo que el legis-lador, es decir, recopilador de sentencias formadasmucho tiempo antes.

En electo, recorriendo los proverbios que pasanbajo el nombro de Salomón (Prov., x-xxiv), se notainmediatamente en ellos un sello de mayor antigüe-dad que en las leyes del Pentateuco. Más concretay al mismo tiempo más poéticamente se expresa,por ejemplo, el proverbio antes citado, que esteotro precepto abstracto: «Honra á tu padre y á tumadre» (Ex., xx, 12). Mucho más original suena aloido el que viene después (Prov., xx, 17):

Sabroso es al hombre el pan de mentira;Mas después su boca será llena de cascajo;

que el seco: «no hurtarás» (Ex., xx, lo). V. elProv., xxi, 28:

El testigo mentiroso perecerá;Mas el hombre que estima verdad, permanecerá en

[su dicho,

comparado con Ex., xx, 16: «No hablarás contra tuprójimo falso testimonio.» Ó el precepto caballe-resco (Prov., xxiv, 11):

¡Liberta á los que son arrastrados á la muerte!¿Y no salvarás á los que son llevados al degolladero?

Correlativo al pensadamente abstracto: «no mata-rás» (Ex. xx, 13), con lo que en realidad nada sedice, puesto que á esta prohibición tan general (enel Budismo, p. ej. tiene también la misma universa-lidad) se oponen otros muchos preceptos que or-denan expresamente la muerte de animales, decriminales y aun de «canaanitas» completamenteinocentes.

Las leyes contenidas en el Pentateuco (excep-tuando, como es natural, el Génesis) son todas atri-buidas á Moisés ó á Jahveh, á pesar de las notabi-lísimas diferencias que entre ellos se advierten,particularmente en cuanto concierne á las costum-bres de las diversas tribus á que en su origen habíanpertenecido. En vez de entrar en más profundas in-vestigaciones sobre este punto, prefiero remitirmeá De Wette. Einl. in das A. T., pág. 229 y si-guientes.

La autoridad del legislador mítico, está, sin em-bargo, muy especialmente afirmada con respecto álas «diez palabras» fasérethhad-debárím). Con fre-cuencia se repite en términos explícitos, que, nosólo fueron dictadas verbalmente por Jahveh, sinoescritas por él mismo (Ex. xxxn, 16; xxxiv, 1;Deul. v, 22; x, 2), por más que en otros pasajes(Ex. xxxiv, 27 y 28) se halle contradicha tal afirma-ción. Con todo, no deja de ser sorprendente, dadala importancia atribuida por los diversos escritoresy compiladores legales del Pentateuco á estas «diezpalabras» leyes, que coneuerden entre sí tan pocoal mencionar su contenido. Dos compilaciones lejja-leáí muy distintas entre sí, se anuncian como las«diez palabras» las «palabras de la alianza.» Una,probablemente la mas moderna en razón á su ca-rácter mixto, todavía se presenta en dos refundicio-nes diferentes. Esta circunstancia, de acuerdo conlos motivos arriba mencionados, hablan de un mododecisivo en contra do la remota antigüedad que parala misma se pretende. Si en la época en que se re-copiló el libro del Éxodo, pudo ser dudoso cuál delas dos colecciones tradicionales, evidentemente dedistintos autores, oran las «diez palabras» autén-ticas, y por esta razón fueron incluidas ambasen el Ex. xx, 1-17 y x\xiv, 11-29; si, por otra parte,en la época del autor del Deuteronomio, es decir,en los primeros tiempos de los reyes, próximamente30 años antes del principio del destierro (comp. DeWette, Einl. § 160; S. Sharpe, «Gesch. del alt-ebr.Literalur,» pág. 119 y siguiente), se había llegadoya á un acuerdo respecto de la legitimidad de las

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o02 REVISTA EUROPKA.—30 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.° 66rereridas «diez palabras,» pero todavía no estabanéstas bien determinadas, puesto que, en otro caso,dicho autor, al redactarlas, no se hubiera atrevidoa separarse en algunos puntos esenciales del autordel libro Éxodo (comp., entre otros, Ex. xx, 11 yHeul. v, 15; Ex. xx, l í y Deut. v, 18, según Lulero:Ks.. xx, 17 y Deut. v, 21);—parece de todo puntoevidente que, en diferentes épocas, hombres con uniiileres cualquiera en ello, ó que á este fin habíansido comisionados, aprovecharon la creencia primi-I iva de un fundador sobrenatural de estados regu-lares (inventor de investigaciones útiles y autor decódigos) para reunir en su nombre y bajo la formade una «década» (ó de otro cualquier número sa-grado), aquellas reglas de vida y ordenanzas debuen gobierno que consideraban más dignas deaprecio. Los diferentes «Decálogos» así formadosse conservaron juntos, quizás durante largo tiempo,cutre diversas tribus ó asociaciones, hasta que unode ellos empezó á predominar y llegó, por úl-limo, á ser considerado como el único genuino óauténtico.

Bajo este punto de vista, es muy instructiva lahistoria de la ley relativa á la celebración del sá-bado. Aparece primero, en un paraje completamen-te redondeado é independiente (Ex. xxxi, 12-18),como una ley aislada, pero de importancia bastantepara formar todo el contenido de dos «tablas de pie-dra» escritas por el «dedo de Dios» (v. 18). Aquímismo se llama á la fiesta del sábado una «señal»(v. 13 y 17) de la «alianza eritema» (v. 16) entreJahveh y los israelitas. En efecto, la solemnidad deldía sétimo constituye un rasgo peculiar del culto deJahveh. Ni la circuncisión, ni la abstinencia de cier-los manjares, es en su origen «israelita» ó «judía.»l'or el contrario, teniendo en cuenta que ambas cos-lumbres eran desconocidas de los semitas, á quie-nes los hebreos pertenecían antes de aquella lejanaépoca en que éstos empezaron á honrar la divinidadbajo el nombre de Jahveh, que entre los egipcios sehallaban ya en uso desde de la más remota antigüe-dad, y todavía hoy subsisten entre otros hamitas,sin que pueda atribuirse á la influencia mahome-lana ó judía, preciso será convenir en que, sólo du-rante su residencia entre los egipcios, pudieronaclimatarse entre los hebreos y otros semitas.

La división del año en semanas de á siete dias(conforme al número de los «planetas,» á los cualesse atribuía cierta influencia sobre el destino delhombre, y de aquí el conferirles la soberanía endias determinados) era, por cierto, también cono-cida de otros pueblos antiguos (egipcios, indios,árabes, y aun los mismos antiguos peruanos; v. DeWetle, Archaeol. § 180). De una fiesta consagradaal dia sétimo,únicamente conocemos el culto hebreode Jahveh. En cuanto concierne al origen de esta

solemnidad, baste aquí la breve indicación de queel «altísimo» (hebr. 'oljón) es el planeta Saturno;que este «altísimo» está identificado (Salín, vn, 18;con Jahveh y (Num. xxiv, 16) con Sehaddai (que enotros pasajes aparece también como Jahveh): ade-más, que ya (Gen. xiv, 18 y siguientes) á Abrahamfue atribuido el culto de este «altísimo» fEljón), asícomo, según la tradición fenicia mencionada porEusob. Praep. Ev. i, 10, este «altísimo» (en griego'EAioOv) es el «Padre» del cielo y de la tierra, delmismo modo que según el Gen. xiv, 19, es el «Po-seedor» de aquellos; y por último, que precisamenteeste «altísimo» rige á Saturno, al sábado, al dia del«Sabbath.» En honra, pues, de su Dios nacionalJahveh-Saturno, solemnizaban este dia los hebreos,«levitas» ó «mosaístas.»

Debo manifestar aquí, en corroboración de mi dic-tamen, que la misma palabra sabbath coincide exac-tamente con el nombre de Saturno. Pudiera ser de-rivada, ó como una forma femenina anticuada, ymás tarde olvidada de la que procede también sab-bath (1), Núm. xxvm, 10; ó de la radical verbal«íáiaí,» cuya raíz «Í#5,» se reproduce también en<ijásab,i> habitar, permanecer, descansar (el verbo«sábath» como el árabe sabata en la acepción do«descansar,» «solemnizar» el sabbath, habría nacidoúnicamente del nombre Sabbath). Ó bien pudieracorresponder, como generalmente se cree, á la IIforma (Piel) de la radical sábalh, es decir, un com-puesto de la raíz sab (sa-ba) y de ta (th). Perola última es una de aquellas raices auxiliares, que,como na, va, a (ha, ja, wa), sirven para formar nue-vas radicales verbales (v. mi «Indogermanisch, Se-mitisch und Hamitich,» pág. 26). Asi, por ejemplo,la raíz gar (kar, gar), formada del elemento primi-tivo gara, que, entre otras acepciones principales,tiene las de «cortar, herir,» aparece ligada prime-ramente en las radicales de amplificación simplesgür, calar, grabar; g'r (desusado de aquí #/V-=«Kalk»cáustico, corrosivo, es decir, punzante; después enlos radicales garar (garr), cortar, desmenuzar; enel arábigo garra, sor frió, es decir, «cortar;» ade-más con la raíz auxiliar a (ha, ja, wa) en karah (estoes, kar-a), cabar, hender; a-kar (desusado), de aquíikkár, cabador, labrador; el arábigo kar-a (inf.harto), cabar; arab. ma-gara (inf. wagr), hender,partir; con la raíz na en na-gar, cortar, grabar, porúltimo, con ta (da, tha) en Mr-ath, cortar (sobre lasignificación de las radicales a, da, na, etc., véasemi «Indogerm.,» pág. 11 y siguientes). Pero tam-bién la terminación femenina t (ath, eth, úth, etc.),

(1) Pora esta forma crtmp. el fnm h'jjy'th, hpstia. Sa!m. LXXTV, 19,parala anterior eon a 'ezralh, socorro, Salín. LX, 15. Para «1 plural*r>bb"thoh puede comp. Kesathcth, del lein. he>eth. almohada (ó delmas. Kés, silla, laburcle).

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N.°66 M. SCHULTZE. MOISÉS Y LAS LEYES DEL PENTATEUCO. 503

pertece á la misma radical tha (i). De aqui que,bien considerado, no tenga demasiada importanciael determinar do qué radical verbal deducimos lapalabra sabMlh (puede consultarse, no obstante,acerca de este particular el excelente tratado de P.de Lagarde en el «Corollarium» á su «Psalterimniuxta Hebraeos,» pág. 458 y siguientes), en todocaso, queda como fundamento la radical sai en laacepción de «descansar, pararse.» La misma radi-cal se encuentra también en el egipcio (que, comoes sabido, no sólo tiene afinidad de origen con laslenguas semíticas, sino, en cierto grado, tambiénen la ñexion; sobre la relación de la lengua egipciacon los primitivos idiomas semíticos, véase á Th.líensoy): íop=morar, permanecer; í<?p-i=perma-necer. Y justamente á la misma corresponde tam-bién el nombre egipcio de Saturno, Seb.

En las inscripciones se llama á este Seb: «Padrede los dioses (como á 'Eljón entre los fenicios «Pa-dre del cielo y de la tierra») y Señor del tiempo infi-nito» (Uhleman .11, pág. 172) por tanto el «Eterno.»Este mismo nombre se da al dios nacional hebreoJahveh, y por consiguiente podemos comprenderlecomo el «Sor» el «Eterno» ó más bien (con P. deLagarde, en el D. M. G. XXH, 331 y en el «Psalte-rium iuxta Hebr. Hieron.» 158) activo como el «Au-tor,» «Engendrador,» «Creador.» El planeta Saturnoes, entre todos los astros, que los antiguos consi-deraban como planetas,» es decir, «viajeros,» elque, para la mirada del observador terreste, «viajamás lentamente puesto que se halla situado á mayordistancia déla tierra. A veces parece estar casi tran-quilo durante meses enteros, y únicamente recorre(en apariencia) una pequeña región (como unos IIgrados al año). Es, por tanto, el que mejor repre-senta el curso lento del tiempo infinito que lodo lodevora. Si, pues, en bonra suya se para ó descansadespués que, como Dios del tiempo «crea» (segúnlos fenicios «engendra») cielo y tierra, es decir,siempre que desde el movimiento de avance pasa alde retroceso y vice versa—en honor suyo descansantambién los hebreos «levitas» en época determi-nada, en el dia sétimo, el Sabb-ath, el dia de aquelsétimo (contando desde la tierra) y más elevado«planeta,» del Seb-Jahveh (en rabino se llama efec-tivamente al planeta Saturno Sabbethái).

En su origen, pues, la fiesta del Sabbalh formaba,según el Ex. xxxi, 12 y siguientes, el contenido delas «Tablas de la Alianza,» y, por cierto, en oposi-ción á los Proverbios, indudablemente mucho másantiguos, en que, como era natural, no se mencionadisposición general alguna, aparece con toda la se-

(1) Kn palabras como dnth, !ey, en realidad apé'ias puede distin-guirse si la th es lemiinacion feineuina, como por ejemplo en leduth—edih, nacimiento, ó si es radical y sustituto de ia h \drtth referido á

ja-d'íhj.

veridad de una ley política, conminando al trasgresorcon la más dura de las penas, con la muerte (v. 14y 15). En forma algo más concisa y antigua, al pa-recer, como consecuencia de la prohibición espe-cial de encender fuego, se encuentra dicha ley enel Ex. xxxv, 1-3. Kl encender fuego por medio deun palo duro metido en un trozo de madera másblando y haciéndole girar rápidamente, era una delas principales invenciones divinas (v. A. Kuhn,Ilerabkunft de Feuers). En ella se pensaba, sinduda, cuando se habla del «trabajo» de los dio-ses. Así como Dios se entregó al reposo después dehaber encendido la chispa celestial que da la vida,del mismo modo debía el hombre abstenerse de en-cender fuego, sobre todo el sábado. Que Jahvehera especialmente dios del fuego, se deduce contoda claridad de muchos pasajes del A. T. (v, entreotros, Gen. xv, 17; Ex. ni, 2; xm, 21; xxxin, 14 ysiguientes). Con razón, por tanto, le compara F.Nork (liiblischoMythologio 1, pág. 160) al Qivaindio,al «Señor» ((Ir, vara), al «Gran Dios» (Mahádr-ea),cuyo símbolo el triángulo A, es la representaciónde la llama viva, exactamente lo mismo que el deJahveth (v. Wollheim da Fonseca, Ind. Myth., pá-gina 72.)

Esla ley del sábado se reproduce también en los«Decálogos,» y por cierto en los tres ocupa el cuartolugar (Ex., xx, 8; Deut., v, 12; Ex., xxxiv, 21). El or-den me parece ser completamente accidental. Entrelos siete «planetas» (Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno) está el Sol en medio, es decir,el cuarto. Para los orientales todavía hoy rige elcuarto cielo. Ahora bien: girando toda vida terres-tre alrededor del Sol y dependiendo de la posiciónde éste respecto de la morada del hombre todas lasdivisiones del tiempo, fácilmente se comprende quesu sagrado número haya prevalecido también en laordewcion de la ley. Por otra parte, parece seguroque el Decálogo más antiguo estuvo reducido en suorigen únicamente á siete leyes (Ex., xxxiv, 12 ysiguientes): la 1.", que disponía en general el cultode Jahveh (v. 14); la 2.a, que prohibía el culto dolos ídolos (v. 17); la 3.a, relativa á la liesta de losázimos (v. 18); la i . \ la (¡esta del sábado (v. 21);la 5.", la fiesta de la semana (Pentecostés, v. 22);6.", la fiesta de la recolección (Tabernáculos, v. 22);y 7.", la triple peregrinación al Templo en cadaaño (v. '23).

De estas «siete palabras,» leyes formó más tardeun legislador, probablemente sacerdote, un «Decá-logo,» añadiendo tres circunstancias á la fiesta delos ázimos: 1.a, la prohibición de la levadura en elsacrificio de los ázimos, que debía ser consumidoen el mismo dia, v. 25; la 2.a, el precepto de la con-sagración de las primicias, v. 26 (Comp. Lev. xxm,7-11); y 3.", la prohibición del sacrificio (cocción)

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504 REVISTA EUROPEA.—30 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.° 66do los animales recien nacidos, v. 26. Al mismoliempo, sin duda, hubo de añadirse á la ley de losázimos (v. 18-20) la cláusula de que ninguno se pre-sonlase en el templo con las manos vacías (Comp.Ex., XXIII, 45), y por último, ocurrió la idea de in-tercalar, especialmente en la fiesta de la Pascua, lacircunstancia de )a consagración del primogénito,v. 19-20.

Nadie negará el carácter puramente levítico deeste Decálogo. Todas sus leyes se refieren exclust-vainenle al «culto de Dios». La necesidad de regu-larizar las relaciones mutuas de los ciudadanos,obligó á recurrir al primitivo tesoro de los prover-bios para amalgamar con él la estéril legislacióndol «clero». Así se produjo el carácter mixto delDecálogo del Ex. xx. La tiesta del Sábado conservósu antiguo lugar sagrado, perdiendo únicamente sucruel sanción penal (Ex., xxxi, 15). Queda, por elcontrario, el fundamento astronómico teológico dela ley con el descanso de Jahveh durante el díasétimo (Ex., xx, 11). Mientras que la antigua leysólo tiene á la vista la mera relación del trabajo(Kx., xxxiv, 21), toma en consideración la nueva,así á los esclavos, como á los extranjeros que en-Iran «por las puertas» do los israelitas (Ex., xx, 10).

Hay que tener presente además que las dos pri-meras leyes están tomadas de un Decálogo másantiguo. La segunda, dirigida contra el culto delos ídolos, se halla esencialmente ampliada aquí(lix., xx, 4-6). En ella se ha prescindido de la con-minación de una pena cualquiera. Evidentemente seexpidió durante la época del culto de los ídolos enel reino setentrional, que era más poderoso, y el le-gislador sólo trató de impedir ó dificultar que aquélpenetrase en el de Judá.

Todas las leyes relativas á fiestas y sacrificiosse han omitido. En su lugar aparece por primeravez una ley contra el abuso del nombre de Jahveh(v. 7). Indica esto que el nombre de Dios se habíahecho ya una fórmula de juramento demasiadousual y empleada frecuentemente en el trato diario.Kn la época del nacimiento del culto de Jahvehhubiera sido incomprensible una ley semejante porcarecer de objeto. Se añadió además toda la seriede deberes respecto del «prójimo»! y de los padres,cuyo olvido se recuerda tan enérgicamente enaquellos tiempos del Profeta Hoseas, en que no ha-bía en el país, ni «fidelidad» ni «piedad,» corriendoen su lugar muy válidas el perjurio (dldhj, la men-tira, el asesinato, el robo y el adulterio (Comp.Hoseas, iv, 1 y siguientes, con Ex., xx, 12 y si-guientes). Del juramento en nombre de Jahveh hablaespecialmente el Profeta en el cap. iv, 15. «.HatJafiveh,» «tan cierto como hay Jahveh,» eran lasfórmulas más usadas.

No existe el más mínimo fundamento, como se

pretende por algunos, para deducir de la promesacontenida en el v. 12, que el Decálogo se formaseen una época anterior á aquella en que el pueblofijó su residencia en la tierra de Canaan. Dice aquélsencillamente: «para que tus dias se alarguen enla tierra faddmáh, comp., entre otros, Géne-sis XLVH, 22), que Jahveh tu Dios te dará.» Quienno honre á sus padres, les turbe de algún modo ensu propiedad, ó les envidie y mire con disgusto, su-frirá lo mismo con sus hijos (v. el tratado «Mosesund das Geisfell» de J. D. Falk). Sin embargo, paracomprender bien el pasaje relativo á la «morada enla tierra de Canaan» hay que recurrir al profeta Ho-seas, quien nos da el verdadero fundamento históricode esto. Había él alcanzado los dias en que Sa-maria sucumbió y las cosas sagradas de los Israe-litas «las becerras» fueron llevados á Asiría (Hos.vm, 8: x, 5 y siguientes). Todavía puede acontecerlo mismo al pueblo inovediente, esto predice elprofeta.

El Decálogo de) Deuteronomio, prescindiendode otros puntos, difiere muy especialmente, encuanto al fundamento de la ley del sábado, delque acaba de mencionarse (comp. Deut. v, 15 conEx. xx, 11). El motivo mitológico astronómico estáaquí olvidado, ó, por lo menos, pasado en silencio.En su lugar aparece por primera vez la tradiciónde una esclavitud anterior de los israelitas en Egip-to, de la cual habían sido librados mediante elpoder de Jahveh. «Por esto te ordena tu Dios so-lemnizar el sábado».

La cuestión, pues, relativa á la antigüedad de es-tos, diversos decálogos puede resolverse, en mi con-cepto, de este modo: el más antiguo, el levítico sa-cerdotal, se compuso, al menos en sus elementosfundamentales, lo más pronto en la época de David,bajo cuyo reinado se propagó vigorosamente el le-vitismo. Los beduinos levitas, que hasta entoncessólo habían hecho vida nómada sosteniéndose encierto modo de la rapiña (comp. Gen. xxxiv, 25 ysiguientes, con i. Crón. xxvi, 27; según Lutero xxvn,27), fueron designados, á causa del auxilio queprestaron á la exaltación de la dinastía de David,no sólo para el servicio exclusivo del culto deJahveh, sino también para el cargo de gobernadoresde las provincias setentrionales y orientales sojuz-gadas (I. Pron. xxvi, 30 y 32). La trasformacion delas primitivas «siete palabras» leyes en Decálogo,se verificó quizá bajo el reinado de Josaphat, en lasegunda mitad del primer siglo de la división delreino. Al menos, por las II. Cron. xvn, 9, sabemosque entonces se nombró una comisión de levitascon el encargo de enseñar al pueblo el «libro de lasleyes de Jahveh».—El Decálogo del Ex. xx, corres-ponde á la época del profeta Hoseas, acaso fue com-pilado por él mismo, y por lo tanto en el tercer

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N.° 66 A. LANGLOIS. LA DEMAGOGIA FRANCESA. 505

siglo de la división del reino, octavo antes deCristo. La comparación entre ambos códigos mues-tran por una parte el espíritu benigno del profe-tismo, y de otra el fanatismo y la codicia de los levi-tas («Nadie se presentará en e) templo con las manosvacias»)-—Naturalmente el Decálogo del Dcul. v,no es si no una refundición más moderna del ante-rior y acaso del mismo autor (tal vez del sacerdoteHiikias, comp. n, Rey. xxn, 10, y mi «Gcscbichtcder als-obraeisehen Literatur», pág. 119).

Cufstrin, Mayo de 1874.

D R . MARTIN SCHULTZE.

Trad. del alemán por D. E. FIERA.

Das Ausland.

LA ORGANIZACIÓN DE LA DEMAGOGIA FRANCESAÁ u CAÍDA DEL IMPERIO NAPOLEÓNICO.

III . *

SEGUNDO PERÍODO DEL IMPERIO: 4 8 6 0 A 1 8 6 9 .

CAUSAS POLÍTICAS DE LOS PROGRESOS DE LA DEMAGOGIA.

Viendo al cabo de algunos años cuáles eran losperjuicios resultados de su política, el Emperadortenia, al parecer, la obligación de aprovecharse de laexperiencia adquirida, y de salir pronto del caminopeligroso en que había entrado. Si se hubiera de-dicado en lo sucesivo á prohibir dentro de la esferade acción del poder, y por todas partes adonde éstase extiende, la propaganda materialista, el culto delos goces terrenales, los ataques contra la moral yla religión; si antes de que tantas faltas acumuladasarruinaran su autoridad hubiese renunciado al go-bierno personal y se hubiera asegurado el concursode los hombres más honrados y esclarecidos, acasohabría podido detener, al menos dentro de ciertamedida, la decadencia de las costumbres políticas,y fundar sobre bases sólidas un gobierno á la vezfuerte, honrado y liberal.

Este camino parecía trazado de antemano al Em-perador. ¿Por qué no lo siguió?

Mucho contribuyeron á que no lo hiciese sus opi-niones á la vez autoritarias y democráticas, que laspublicaciones de su juventud nos han revelado yque no llegaron á modificar en él sensiblemente, nila edad ni la experiencia. Pronto, además, sobrevi-nieron motivos políticos que, alejando al jefe delEstado de una fracción notable de los conservado-res, le impulsaron más vivamente aún hacia la falsademocracia y hacia la política revolucionaria.

El odioso atentado do Orsini le recordó los com-promisos que de antiguo le ligaban á las sociedades

Véase el uúmero anterior, pág. 452.

TOMO IV.

secretas de Italia, y le advirtió de los peligros quecorría persistiendo en desconocerlos. Nadie dudahoy que la guerra de Italia, causa primera de todosnuestros desastres, no haya tenido por objeto daruna satisfacción á esas temibles asociaciones. Lainvasión de los Estados de la Santa Sede, hecha perItalia y tolerada, si no estimulada, por el gobiernofrancés, trasl'ormó en adversarios del Imperio, nosólo á todos los católicos, sino, fuera del campo deéstos, á gran número de conservadores que yacomprendían los peligros que la unidad italianaocasionaría á la Francia. Privado de su concursoNapoleón III, debió volverse hacia las masas demo-cráticas que, menos perspicaces é imbuidas de pre-ocupaciones anticlericales, veían con júbilo en launidad italiana la ruina del poder temporal de losPapas. Pero para obtener más seguramente su apo-yo, era necesario hacer concesiones á la democra-cia. ¿No era este, por otra parte, el medio de debili-tar y de traer á la obediencia las clases distinguidas,de dia en dia más alejadas del poder absoluto?—Tales fueron los motivos que dictaron al Emperadorla mayor parte de las medidas que vamos á estudiar.

Por último, al mencionar las causas que empuja-ron al Emperador por la pendiente revolucionaria,no debe olvidarse la influencia del príncipe Napo-león. Es exacto que Napoleón III tenía en el fondomuy pocas simpatías por este antiguo republicanode 48-48, adherido al Imperio á fuerza de dotaciones,pero que, poco contento de su situación política, yaspirando á una dictadura, intentaba, al ocupar elpuesto de un semi-oposicionista democrático, reha-cer su popularidad bastante comprometida. La cortede Napoleón II!, y sobre todo la emperatriz, com-partían la desconfianza de aquél hacia el inquilinodel Palais-Royal. No se quería, sin embargo, romperabierUmente con él, y de este modo, y á pesar delodo, el principe obtenía cierta autoridad cerca delEmperador, preocupado sin cesar por la idea de nomostrarse menos buen demócrata que él. Si el prínci-pe dispensaba su protección á algún periodista libre-pensador amenazado de persecuciones judicialespor insultos á la religión, el gobierno no se atrevíaá castigarle y el escritor escapaba á los rigores dela justicia. Un hecho, entre otros, la fundación deL'Opinión Natiouale, muestra hasta qué punto sabíael príncipe Napoleón vencer la repugnancia ó disiparlos temores del gobierno imperial. Un redactor dela Presse que estaba en comunidad de ideas con elpríncipe, M. Guéroult, quiso después de la guerra deItalia fundar un diario destinado, según él decía, áservir de lazo de unión entre el Imperio y la demo-cracia. Con arreglo á su programa, que M. Guéroultha defendido fielmente hasta 1870, Napoleón III de-bía en el inlerior seguir una política cada vez másdemocrática, y en el exterior sustituir, con la teoría.

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506 REVISTA EUROPEA. 3 0 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.° 66

de las nacionalidades, el viejo sistema del equilibrioeuropeo; bajo el punto de vista religioso, debíadebilitar el catolicismo y arruinar desde luego elpoder temporal de los Papas. A pesar de sus simpa-tías por muchos puntos de esa política, Napoleón IIItomió, autorizando el nuevo diario, «enfurecer»a los conservadores. Recibió á M. Guéroult, re-conoció que, durante la guerra de Italia, habíahecho seguir á la Presse una buena política, peroañadió: «que había ya descubierto excesivamente lasbaterías.» La autorización estaba, pues, aplazada,cuando el príncipe Napoleón intervino en favor de>1. Guéroult, cuya causa apoyó calorosamente. Enseguida, todos los obstáculos desaparecieron yV Opinión Nationale pudo aparecer (1).

Sería, pues, contrario á la verdad de los hechosnegar la influencia del príncipe Napoleón en la polí-tica imperial; á partir, sobre todo, de la guerra deItalia, esta influencia se acentuó y no hay necesidadde decir en qué sentido fuó ejercida. Si desde 1852el príncipe había cesado de proclamar sus simpatíasrepublicanas, continuó publicando con más ardorque nunca sus opiniones democráticas y antí-reli-giosas. Pueden recordarse, en prueba de esto, lasextrañas declaraciones que en distintas veces hizoo ir desde la tribuna, El fue quien en 4862, expli-cando de qué forma Napoleón I no llegó á ocupar eltrono, sino para coronar la obra de la Revolución,añadía: «¿Sabéis en medio de qué gritos era traidoel Emperador desde el golfo Juan á las Tullerías?Pues era á los gritos de «¡Abajo los nobles! ¡Abajo losemigrados! ¡Abajo los traidores/ (¡A bas les tratlres!)Al escuchar esta última exclamación, los que esta-ban á su lado entendieron que decía: ¡Abajo loscuras! (¡A bas lespletres/)» Los hombres más hos-tiles á la religión, M. Renán, M. Guéroult, M. Sain-te-Beuve y tantos otros, eran los visitantes asiduosdel Palais-Royal, y el príncipe les prodigaba sincesar las muestras de su atención y de su deferen-cia. El mismo Proudhon había recibido sus favo-res. De acuerdo con el historiador de este so-cialista famoso, M. Sainte-Beuve, el príncipe Napo-león encontraba que «el blanco dominaba demasiadoen los consejo;? del Imperio, y que allí no habíavías rojo que el de los cardenales (2).» Partiendo

(1) Véase M. E. Tenot, Histoire du seco'id Empir¿, t. Ií, pág. £{Í7.(2) En 1865, M. Sainte-Beuve escribía al principe Napoleón, que le

había dado cuenta de algunas cartas en las que Proudhon reclamaba unImperio socialista y revolucionario, en estos términos: «üs cierto queNapoleón I le'iía en sus cons :jos regicidas y realistas, que tenia enjaque á los unos con los otros, se servía de todos y daba garantías á to-llos. Deaqui una gran fuerza, un verdadero equilibrio. Bajo el Imperio»ctual, este equilibrio no existe. El lado revolucionario, socialista quedesearía atraerse, no encuentra un punto de apoyo suficiente, una ga-rantía; el blanco domina; aquí no hay más rojo que el de los cardena-les... Aquí no hay igualdad; el retroceto ei sorprendente.» (V. Prou-d/ion, por Sainte-Beuve, pág. 335 . )

de este convencimiento, no descuidó realizar es-fuerzo alguno á fin de que otro rojo tomara plaza enaquellos altos lugares y dominase muy ¡pronto losmedios colores. Durante la segunda mitad del Impe-rio, sobre todo, impulsó sin descanso al gobierno ábuscar dentro y fuera el apoyo de los revolucio-narios.

Tales fueron las influencias y las causas que, ápartir de la guerra de Italia, determinaron á Napo-león III á hacer tantas concesiones á la demagogiay á engrandecerla sin cesar, para asustar y dominarcon su auxilio á los conservadores, cada dia másalarmados y descontentos; política desastrosa queun escritor, que no ha figurado sin embargo jamásentre los enemigos del Imperio, M. Leroy-Beaulieu,ha caracterizado en algunas líneas severas, peroexactas:

«El principal vicio del último reinado, dice, hasido el de seguir en el interior una política maquia-vélica, esencialmente desorganizadora y anárquica.La máxima, dividir para reinar, fue aplicada porun espacio de más de diez y ocho años con ló-gica inexorable. Los hombres de Estado, de es-caso criterio y sin principios, que dirigían entoncesnuestros destinos, exageraron todavía sobre estepunto la tendencia de su jefe. Esta fue, respectode las poblaciones obreras,. una conducta llena deadulaciones y de zalamerías interesadas. No sepensaba sino en oponer los trabajadores á la clasemedia, que suponía liberal y descontenta (1).»

¿Cómo se tradujo esta «política de adulaciones yde zalamerías interesadas?» Por concesiones de dosclases; pedidas unas al Cuerpo legislativo por elGobierno, acordadas las otras directamente por ésteá los obreros. Las primeras consisten, sobre todo,en reformas de la legislación anterior; las otras enla concesión de diferentes privilegios. Estudiemossucesivamente estas diversas concesiones, y veamosde qué manera se ha apresurado con ellas la orga-nización de las fuerzas revolucionarias y preparadoel triunfo de la demagogia.

§ I. Leyes favorables á los obreros.—Hasta 1861,la mayor parte de las leyes que regulaban las rela-ciones de los fabricantes y de los obreros eran lasque había dejado en vigor el primer Imperio, estoes, leyes favorables á los fabricantes; porque esnecesario hacer notar que, de todos nuestros so-beranos de este siglo, Napoleón I es el que menosse ha preocupado de los obreros y quien les hadado menos pruebas de simpatía. Como dice congran acierto M. Taxile Delord: «el pueblo le dabamiedo cuando no llevaba uniforme.»—Debemos re-cordar la violencia con que Luis Napoleón había

(1) Véase La quettion ouvriereau dix-neuvi¿me siécle, por M. P .Leroy-Beaulieu, pág. 142.

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criticado en otro tiempo la legislación obrera deprincipios del siglo; pues bien, á pesar de esto, du-rante los diez primeros años de su reinado, no in-trodujo reforma alguna en aquella legislación, antespuede decirse que agravó la severidad de la ley so-bre las cartillas de los obreros (1), haciendo exten-siva á los obreros de todos los oficios, y de ambossexos, la obligación de proveerse del referido do-cumento. Pero después de la Exposición de Lon-dres (1862) emprendió la tarea de reformar en elsentido de las reclamaciones de los obreros la le-gislación vigente.

Al verificarse la Exposición de Londres, los traba-jadores pariesienses obtuvieron, mediante el influjodel príncipe Napoleón, presidente de la comisiónfrancesa de la Exposición, permiso para formar unacomisión obrera que enviara á Inglaterra delegadoselegidos entre los trabajadores de las diferentes in-dustrias. La comisión obrera recibió, para atender álos gastos del viaje de estos delegados, 20.000 fran-cos de la Comisión Imperial y una cantidad igual deAyuntamiento de Paris, autorizándosela para el libreempleo y reparto de estos fondos. Doscientos dele-gados nombrados por elección entre más de dos-cientos mil trabajadores de Paris, fueron marchandosucesivamente á Londres, y á su vuelta, los de cadaindustria redactaron un informe relativo, no sólo alvalor de los productos expuestos y á los perfeccio-namientos de que su industria parecía susceptible,sino también á las medidas necesarias para mejoraren un breve plazo la condición intelectual y mate-rial de las clases jornaleras. Por primera vez, y so-bre el terreno, habían podido estudiar estos delega-dos la condición de los obreros ingleses. Llamaronprincipalmente su atención las libertades concedidasá éstos para reunirse, formar colosales asociaciones,preparar y sostener las huelgas, y persuadidos deque estas mismas libertados les llevarían en pocotiempo á trasformar su estado y á «emanciparlos»,reclamaron casi por unanimidad en sus informes lassiguientes medidas: derogación de las disposicionesdel Código penal relativas al delito de coalición; li-bertad completa de asociación y de reunión, y supre-sión de todas las disposiciones legislativas que pare-cían favorables á los fabricantes, tales como el ar-tículo 1781 del Código Napoleón (2), y las leyes sobrelas cartillas de los obreros.—El Emperador, admi-rado de estas reclamaciones y decidido á apoyarsecada dia con más empeño para gobernar sobre lasmasas democráticas, hizo sucesivamente votar porel Cuerpo legislativo todo lo que los obreros recla-

(1) Ley de 1854 Robre las cartillas de los obreros.(2) Este articulo, hoy abolido, decía así:El dueño será crtido en lo que afirme respecto á la cuota de préstamos

al pago del salario del año vencido y a lo dado á cuenta del año cor-riente.

maban, con una sola excepción, la de la libertadde asociación, y aun en este punto, como se verápronto, la tolerancia de la administración para conlos obreros fuá tal, que sería en vano buscar losnuevos peligros que hubiera podido ofrecer la con-cesión de esta libertad por medio de una ley.

Nadie ha olvidado las consecuencias desastrosasde estas leyes, especialmente las relativas á lascoaliciones y á las reuniones públicas. Cada nuevaconcesión convertíase, en manos de la demagogh,en nueva arma contra el poder y contra la sociedad,acreciendo la audacia de los revolucionarios y ace-lerando la catástrofe final, ¿üuión no recuerda lassangrientas huelgas de Aubin y de la Ricamarie, losgraves desórdenes del Creusot y de Fourchanbault,y sobre todo, la explosión de pasiones revoluciona-rias y socialistas que estalló cuando las primerasreuniones públicas en 1868? Creíase que el socialis-mo estaba muerto porque en 1852 se le había «su-primido oficialmente,» pero las reuniones públicascausaron dolorosa sorpresa á los conservadoresque vivían en esta creencia. Nunca habían sido lossocialistas más apasionados, nunca habían estadomás llenos de odios ni sido más temibles. Cuantosdeclararon en la información acerca del 18 deMarzo están de acuerdo para proclamar que estasreuniones imprimieron nuevo impulso á las fuerzasrevolucionarias.

Limitémonos á citar el testimonio de M. Mettetal;las importantes funciones que ejerció durante lar-gos años en la prefectura de policía el respetablediputado de Doubs, dan á su palabra excepcionalautoridad. M. Mettetal recuerda primero las excep-cionales circunstancias en que fue votada la ley decoaliciones, la alarma de numerosos conservadoresá quienes el Gobierno y el ponente respondían: «Naautorizamos las coaliciones sino como accidente, esdecir*, de un modo temporal y pasajero; no conce-dimos ni el derecho de asociación ni el derecho dereunión.» Añadía después:

«Apenas votada la ley (de coaliciones) advirtióssque la citada reserva era un verdadero sarcasmo:autorizar las coaliciones y prohibir el derecho dereunión y de asociación es incurrir pura y sencilla-mente en una contradicción. «¿Qué queréis, decíanlos trabajadores, que hagamos de ese derecho decoalición?» Y, en efecto, su objeción era completa-mente lógica. Concedióse entonces administrativa-mente, primero el derecho de reunión y una seriede otras diferentes facilidades análogas. Las cosasno caminaban mejor por ello, y el objeto, constante-mente perseguido, de satisfacer á los trabajadores,no se alcanzaba; lejos de calmar á la clase obrera,el único resultado de las concesiones que se le ha-bían hecho era agitarla, y cuanto más se la daba,más se exigía. Entonces se dijo: pues bien, en lugav

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de limitarse á estas semi-medidas ó concesiones dejurisprudencia, siempre precarias á los ojos de lostrabajadores, preciso es renunciar por completo átodas estas leyes antiguas, á todas estas precaucio-nes ilusorias que, con la pretensión de prevenir difi-cultades, sólo sirven para crearlas. Establecióse,pues, legislativamente el derecho de reunión y lalibertad de la prensa.

«La experiencia fue espantosa... Aquello fue unIrenes!, un verdadero incendio; predicábase abier-tamente el ateísmo, el odio á la religión, la destruc-ción do nuestras instituciones sociales: familia, pro-piedad, matrimonio, hasta derecho de sucesión...Se plantearon las cuestiones más irritantes, precisa-mente por sus lados más peligrosos; con tal de queno se hablase del Emperador, de la dinastía y de losMinistros (y se acabó por hablar de ellos), todo po-día decirse, gracias á la confusión admitida por lamisma ley; lícito era enunciar las utopias más au-daces y atacar las instituciones morales y socialesq%e los Gobiernos han procurado proteger en todaslas épocas.

»A1 llegar á tal extremo en el terreno social,tropezábase en el político con las dificultades que,queriendo evitarlas, se habían agravado. Hubo ora-dores más lógicos, más audaces, que resueltamenteabordaron las cuestiones políticas. Entonces encon-tróse el Gobierno en la alternativa: ó de dejar decirtodo, o de limitar la libertad, después de haberanunciado que sería ilimitada. Pues bien, se dejódecir todo y todo se dijo: Emperador, dinastía,Constitución, todo fuó'atacado en los términos másdirectos, y bien se conoce el estado de ánimo quecreó en la población obrera semejante licencia...Se hablan formado apetitos é instintos tales, que es-taba de manifiesto lo inevitable de una espantosa cri-as social, que aparecería en el momento oportuno.^

Las consecuencias de las leyes de 1864 y de 1867fueron, pues, terribles. Pero acaso se diga que noson los conservadores liberales quienes deben cri-ticar las concesiones hechas por el Emperador á lademocracia. Mientras duró el Imperio, los miembrosde este partido estuvieron pidiendo la libertad, lasupresión de la arbitrariedad administrativa y delpoder personal; ¿acaso las libertades que concedíanlas leyes de 1864 y de 1867 no formaban necesaria-mente parte de su programa, como la libertad de laprensa y la descentralización administrativa? Siestas libertades produjeron grandes abusos, la res-ponsabilidad, hasta cierto punto, debe corresponderíi los que las reclamaban. Tal es la acusación que,desde hace algunos años, se dirige constantemente;'i los conservadores liberales, y á la cual fácil escontestar.

Entre las concesiones hechas á los trabajadores,las había, sin duda alguna, muy justas y legítimas...

Examinemos, pues, por qué dieron en la prácticaresultados tan deplorables. Cuando se estableceuna nueva libertad en un país, es raro que, en elprincipio, no so abuse del ejercicio de esta libertad,ejercicio que llega hasta ser objeto de las más sen-sibles violencias. Pero en las naciones bien orga-nizadas y sensatamente regidas, como Inglaterra,Holanda ó Bélgica, estos abusos no comprometen nila seguridad del país ni la misma libertad; el reme-dio del mal se encuentra en lo poderosas que sonlas instituciones, "y en la fuerza y resistencia de lasdiversas clases do la nación. Supongamos que en elmomento en que nuestras leyes concedían las li-bertades de coalición ó de reuniones públicas,Francia hubiese estado gobernada y constituidacomo cualquiera de los pueblos que acabamos decitar; supongamos que los trabajadores, al tener li-bertad de formar huelgas y de reunirse para discu-tir con los fabricantes los precios y las condicionesde su trabajo, hubiesen encontrado ante sí á lasclases instruidas, poderosamente organizadas, dis-puestas á todas las concesiones reconocidas justas yposibles, pero prontas también á rechazar enérgica-mente todas las pretensiones ilegítimas ó irrealiza-bles; supongamos que las influencias locales, res-petadas por el poder, hubiesen subsistido en todaspartes; que los ciudadanos considerados más capaceshubiesen conservado el ascendiente debido á sus lu-ces y á su virtud teniendo así el medio de apaciguarmuchas crisis, gracias á sus esfuerzos ó á sus sensa-tos consejos; supongamos, por fin, que la libertaddejada á la Iglesia y á las instituciones que ella sos-tiene hubiese permitido á los miembros del cleroejercer con eficacia su ministerio de paz y de conci-liación é intervenir, en condiciones de ser escucha-dos, entre trabajadores y fabricantes para apartar álos unos de la violencia y de las pretensiones excesi-vas, y para recordar á los otros, cuando lo olvidasen,las reglas de la justicia y de la moral cristianas. Sitodas estas condicioneshubiesen estado reunidas, nodiríamos, sin duda, que las nuevas libertades no hu-bieran producido desórdenes ni que carecieran de in-convenientes (¿qué institución humana no los tiene?),pero tenemos la convicción de que podían ejercersecon mucho menos peligro para la sociedad (1).

¡Pero cuánto faltaba para que se llenaran todasestas condiciones en 1865 y en 1867! Sabido eshasta qué punto las influencias locales, sospechosasal Imperio, habían sido combatidas y anuladas; y lasque subsistían aún, el Gobierno las había hecho ca-

(1) Estas verdades han sido muchas veces repelidas por los hombresmás experimentados. Basta, por ejemplo, leer los excelentes trabajos deM. le Play sobre la Constitución inglesa {Reforme sociule, tomo III), ysobre el Gobierno del Canadá (De l'orguníaution du Irabail, para com-prender todos los servicios que prestan las clases directoras donde suinfluencia es aún respetada.

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luminar y atacar, más que nunca, cuando las eleccio-nes de 1863, á fin de asegurar mejor el triunfo dosus candidatos oficiales. Respecto á la Iglesia, yahemos dicho cuánto había contribuido á debilitar suautoridad en las masas los ataques cuotidianos de laadministración, disimulados con la apariencia deuna protección oficial. La verdad es que el dia enque la demagogia, gracias á las concesiones y á lasfaltas del poder, llegó á ser poderosa, no quedabaen pié cerca de ella ninguna influencia social parailustrarla y dirigirla, ninguna fuerza para contener-la, exceptuando la material que tenía el Estado ensus manos. Esto podía bastar durante algún tiempopara dominar la revolución, pero cuando el Estadocomprometió y perdió la fuerza material que consti-tuía su último recurso, el Gobierno tenía que verseinevitablemente derribado por sus adversarios.

A pesar de sus deplorables resultados, las leyesque acabamos de mencionar han contribuido menosal desarrollo de la demagogia que los privilegios detodas clases, concedidos por Napoleón III á las aso-ciaciones democráticas, con quienes estuvo perpe-tuamente coqueteando. Estudiemos, pues, ahora lahistoria de estas relaciones entre el Imperio y lademagogia, recordemos los favores que el Empera-dor hizo á las masas populares con objeto de atraér-selas y que sólo sirvieron, en realidad, para redo-blar las fuerzas de los hombres del 18 de Marzo.

§ II. Concesiones hechas por el gobierno imperialá las asociaciones democráticas.—Para justificar al-gunas de las leyes de que acabamos de hablar, po-día alegar el Gobierno que concedían los mismosderechos;» todos los ciudadanos, y que, si obligabaná los conservadores á nuevas luchas contra sus ad-versarios, estos combates los librarían, al menos,con armas iguales. Este argumento, inexacto en elfondo—según hemos demostrado ya,—era en laapariencia irrefutable. Pero en sus cuotidianas re-laciones con los partidos políticos, ó mejor dicho,sociales, el Imperio no podía invocar esta supuestaimparcialidad. Los actos de desconfianza, los inme-recidos rigores, eran el lote de los conservadores,y las atenciones y los favores correspondían á losrevolucionarios. Lo probaremos con algunos ejem-plos tomados al azar.

Cuando entró el Imperio de un modo pronun-ciado en la vía revolucionaria, había, con antigüe-dad de veinticinco años en Paris y en muchasciudades de las provincias, una asociación dema-siado bien conocida para que recordemos aquí susgloriosos servicios. Creada para asistir al indigenteen sus miserias morales y materiales, la sociedadde San Vicente de Paul no había salido jamás desu terreno para entrar en el de la política. .Cadauno de sus miembros podía tener sus preferenciasy sus opiniones personales, pero la asociación sólo

tenia una bandera, la de la caridad cristiana; siloun objeto, hacer á los pobres mejores y más felices.Habia.llevado su escrupulosidad hasta el punto deno hacer en su seno ninguna colecta, ni para lasvíctimas de Siria, ni para el dinero de San Pedro.Gracias á esta prudencia, atravesó felizmente todasnuestras perturbaciones civiles, siendo respetadapor todos los gobiernos, á pesar de las reiteradascalumnias de sus adversarios. El Imperio no pudosoportar que se ejerciese la caridad sin él sellooficial: pretendió mezclarse en los asuntos de la so-ciedad de San Vicente de Paul, reformar sus es-tatutos y nombrar el presidente del consejo gene-ral. Trasformar esta asociación en una especie desucursal de la lieneficencia pública, era destruir sucarácter. Los miembros del consejo general lo com-prendieron así, y su decidida resistencia produjo ladisolución de la sociedad.

Mientras á la sociedad de San Vicente de Paul,ó más bien, á los pobres cuyas familias socorría, yá cuyos hijos instruía y educaba, se aplicaba estetratamiento tan riguroso como inmerecido, ¿qué ha-cía el gobierno respecto á otra sociedad, la de losFranc-Masones, cuyas tendencias revolucionarias yantisociales, puestas tan en claro cuando los acon-tecimientos de la Commune, no podía desconocerel poder? (1) M. de Persigny, ministro entonces delInterior, pensó reclamar, como respecto á la socie-dad de San Vicente de Paul, el derecho de nombrarel gran maestre de la orden, ofreciendo, á cambiode esta condición, reconocer la frane-masoneríacomo establecimiento de utilidad pública y confi-riéndole todas las ventajas inherentes á este recono-cimiento. Envióse al Consejo de Estado un proyectoen este sentido, grandemente apoyado por el Go-bierno, y sólo pudo impedir que se adoptase la opo-sición enérgica del ponente y de algunos conseje-ros^ Además, era casi seguro que la asamblea de losfrac-masones no hubiese aceptado la intervencióny la vigilancia del poder. ¿Qué se hizo entonces? Elgobierno, tan desconfiado y severo con una socie-dad caritativa, mostróse fácil y acomodaticio res-pecto á esta asociación secreta, cuyos verdaderosestatutos ni siquiera conocía. Contentóse con unaconcesión casi burlesca: los venerables dejaron alEmperador nombrar directamente jefe de la franc-masonería francesa al mariscal Magnan; pero todaslas funciones del nuevo dignatario se redujeron,según parece, á cobrar un crecido sueldo, sin pene-trar para nada en los secretos de las logias, demodo que la frane-masonería, sin ser molestada por

(1) Después de haberse asociado en Abril de 1871 á las tentativas deconciliación eatre Paris insurrecto y Versallos, los franc-masones toma-ron abiert&mento partido por la Commune y no omitieron ningún es-fuerzo para impedir ó retardar tu derrota (véase la Información acercadel 18 de Marzo, especialmente el dictamen de M. Deipil).

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el Gobierno, pudo conservar su organización prece-dente y continuar sus misteriosos trabajos.

l.aa complacencias del gobierno fueron mayoresaún, según vamos á ver, con las sociedades obreras.

Se han tenido hasta ahora pocos detalles respecto:i las numerosas sociedades obreras que existíanen tiempo del Imperio. Los datos que sobre estepunto han dado á la Comisión de información acercael 18 de Marzo los testigos más serios y competen-tes, son por demás instructivos. Según ellos, habíaen París antes de 1866 más de quinientas sociedadesde trabajadores (1). Unas estaban organizadas en so-ciedades secretas, otras se disfrazaban con el nom-)>"t; de sociedades de estudio, sociedades de socorrosmutuos, etc. y casi siempre tenían relaciones entrosí ó con sociedades análogas de las ciudades de pro-vincia. Así se formó una verdadera red de socieda-des obreras que cubría toda la Francia. ¿Cuál era elobjeto de estas asociaciones? Afectaban casi todasun carácter puramente económico, y sólo trabaja-ban, al parecer, en el mejoramiento de la condicióndel obrero; pero los que han podido estudiarlas decerca, nos afirman que eran ante todo asociacionespolíticas que aspiraban á una trasformacion violentay revolucionaria de la sociedad. Un testimonio espe-cialmente importante es el de M. Mouton, empleadoen la prefectura de policía, que, durante el últimoperiodo del Imperio, observó de cerca todas lasmaniobras de las sociedades obreras. Su opinión,por severa que sea, debe ser conocida.

«Para mi, dice, estas sociedades siempre han sidopolíticas. Al principio tomaron una máscara, afec-tando ser simples sociedades de cooperación ó desocorros mutuos; pero en realidad jamás tuvieronotro objeto que el de reunirse y agruparse para lle-gar á una revolución. Yo he visto de cerca á lostrabajadores de Paris y á los muñidores ó jefes áquienes obedecían; no buscan en manera algunamejorar su suerte por medio del trabajo y de laeconomía; sueñan con la expropiación en su prove-cho de los talleres y máquinas pertenecientes á fa-bricantes ricos, á quienes detestan. Cuando venían ámi casa, procuraba hacerles hablar... y debo decirque siempre les he encontrado envidiosos, llenos deodio; enemigos de toda superioridad y de toda au-toridad. Siempre he asegurado á las personas áquienes debía de.r cuenta de mis informes, que elobjeto que se proponían era político, porque elnivel social que deseaban no podía conseguirsesino por medio de un trastorno completo de la so-ciedad.

«Creyeron por un momento que la cooperacióniba á proporcionarles mayor jornal, trabajando me-nos... pero conocieron pronto que una sociedad

(1) Information parlamentaria, pág. 275.

cooperativa no tendría éxito sino poniéndose á sucabeza un obrero inteligente que la dirigiera y quedesempeñara el cargo de fabricante. Cuando advir-tieron que era preciso obedecer á uno de ellos, tra-bajar asiduamente, y esto para alcanzar, no benefi-cios considerables, sino una ganancia que no erasensiblemente superior al tipo medio de los jornales,se disgustaron, y desde entonces pensaron sólo enla expropiación de los propietarios y en la supre-sión del capital que siempre han considerado comosu enemigo.

«...Hace largo tiempo que existe este estado decosas. Es muy anterior á las reuniones públicas;para mí, lo repito, el objeto definitivo de todas estasasociaciones ha sido siempre político. Los jefes hanpodido durante algún tiempo disimular sus tenden-cias reales; pero estas tendencias han sido siemprelas mismas, acentuándose y mostrándose más aldescubierto, cuando los acontecimientos han llegadoá ser más graves; esta es la verdad (1).»

Según hemos dicho, estas diversas sociedadesestaban con frecuencia relacionadas entre sí. Cita-remos sólo un ejemplo: los diferentes colegios sin-dicales, compuestos de trabajadores de la mismaprofesión, y destinados en la apariencia é formarsociedades cooperativas, pero encargados en reali-dad de tener las cajas de fondos para socorrer á loshuelguistas, tenían un lazo común, la federaciónobrera, formada de delegados de cada colegio sin-dical, y cuya habitación estaba en la calle de laCorderie, en el mismo local que la Internacional (2).Entre las numerosas sociedades que se habían for-mado en Paris y en las provincias, había muchasque estaban dirigidas por «burgueses jacobinos,»como las sociedades de libres pensadores y desolidarios para los entierros civiles. Estas socie-dades se disfrazaban también con el nombre desociedades obreras, para poder influir con mayorseguridad y más eficazmente sobre los trabaja-dores (3).

¿Vio el Imperio sin desagrado y aun favoreció eldesarrollo de una parte de estas sociedades? Nodebe dudarse en vista de la importante declaraciónde M. Nusse, ,/<?/% de la policía municipal durante elImperio. Tomemos, por ejemplo, la parte de estadeclaración relativa á los colegios sindicales obre-ros, que posteriormente formaron secciones de laInternacional.

«Se había procurado alentar las sociedades deproducción, dice M. Nusso; algunas de ellas lo logra-ron en efecto; pero como el mayor número notenían fondos para empezar, formaron durante al-

(1) Información 'pr<r!amc.vt<iria del 18 de Marzo, p. 275.—Decla-ración de M. Mouton.

(2) Véase la Declaración de M. Nusse, p, 273.(3¡ Ídem.

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gun tiempo sociedades de ahorros, esperando elmomento en que podrían convertirse en sociedadesdo producción.

«Hubo abusos en este punto, por ejemplo, se re-unieron en sociedades de ahorros todos los obrerosde la misma industria, antes de aprobarse la leysobre las coaliciones...; eran verdaderas sociedadesde resistencia, destinadas á alentar y á sostener lascoaliciones, las huelgas. Promulgada la ley sobrecoaliciones, formáronse sociedades semejantes entodas las industrias; eligieron presidentes, delegadosque se reunieron en federación y formaron verdade-ras sociedades secretas. Estas federaciones son lasque se adhirieron á la Internacional (1).»

Así, pues, un testigo elegido, no entre los adver-sarios del Imperio, sino entre sus empleados que te-nían mejores informes, declara que la administra-ción «haprocurado alentar las sociedades obreras;»que ha tolerado, <táun antes de que se votara la leysobre coaliciones,» las sociedades ilegales fundadaspara sostener las huelgas. Difícil sería poner en dudatan grave aserto. ¡Cuántos hechos, por lo demás,confirman su exactitud! No contento con protegerlas asociaciones existentes, el Emperador fundó mu-chas otras y las doló con generosidad, esperandoque acapararían y dominarían las sociedades hosti-les. Uno de los testigos en la información, M. Mar-seille, empleado, como M. Nusse, en la prefecturade policía, ha referido en forma curiosa los resulta-dos de uno de esos favores concedidos por el Empe-rador á las asociaciones de trabajadores.

i-El Emperador, dice, ha hecho por las clases tra-bajadoras una cosa que no hubiese hecho por lasotras. Había entonces privilegios de imprentas, cosaque podía llamarse sagrada, porque constituía lapropiedad de los impresores. En 1860 se había com-prado una patente por la suma de... para adquirirotras muchas patentes que inundaban la plaza.Ahora bien: en 1865 ó -1866 e) Emperador dio la pri-mera patente á una corporación obrera, que, sinembargo, no encontró los fondos necesarios parafundar una imprenta. Algunos años después dionueva patente á otra corporación, que esta vezpudo establecerse. Esta asociación, que, segúncreo, tenía su domicilio en la calle de San Dionisio,número 51, es la que imprimió los periódicos máshostiles al Imperio.

Pero con quien tuvo el Emperador más numero-sas y funestas complacencias fue con la Interna-cional naciente. Conocida es la historia de la Inter-nacional, y no tenemos necesidad de referirla ahora,limitándonos á estudiar sus relaciones con el go-bierno.

Sabido es que el origen de la Asociación inlerna-

[í] Información pctiiuvieiilaria, pág, 275.

cional de trabajadores asciende á 1861, al viaje quehicieron á Inglaterra los trabajadores franceses, en-cargados por sus camaradas de visitar la Exposiciónde Londres y de comparar la situación respectivade los obreros en ambas naciones. Sabido es tam-bién que el Gobierno alentó este viaje de los dele-gados franceses á Londres. En su larga declaraciónante la comisión informadora, uno de los fundadoresde la Internacional, M. Tolain, ha dado sobre estepunto noticias curiosísimas, y, por regla general,poco conocidas.

«Un grupo de trabajadores, refiere, presentó alprincipe Napoleón una petición, diciéndole: A laúltima Exposición de Londres fueron trabajadoresnombrados por los fabricantes para estudiar losprogresos de la industria; pedimos designarlos nos-otros mismos por sufragio universal.»

»E1 príncipe llamó inmediatamente á los firman-tes de la petición; yo era uno de ellos. Preguntócómo comprendíamos que pudiera*realizarse nues-tra solicitud; se lo explicamos, y nos dijo: «Cons-tituios para hacer las elecciones; voy á dirigir-me al ministerio de Agricultura y al Ayuntamientode Paris para saber qué sumas podrán entre-garos.»

«Algún tiempo después nos dijo que el ministeriode Agricultura daba 20.000 francos, y el Ayunta-miento de Paris otros 20.000. Yo cobró los 40.000francos destinados á pagar el viaje de los delegadosy los deposité en la Caja de Descuento.

«Convocamos á los trabajadores para formar elcomité electoral, y este comité envió la lista de loscandidatos; la elección so hizo por escrutinio, comopara el nombramiento de diputados. Hízose tambiénuna suscricion en los talleres, que produjo 13.000francos. Los elegidos recibieron un billete de ida yvuelta; se les pagó su permanencia en Londres, laentrada en la Exposición y una indemnización á lavuelta, para que no faltase nada á sus familias du-rante su ausencia. Debían entregar una Memoria; laentregaron, y se publicó.»

M. Tolain cuenta en seguida que, á causa de unconflicto do administración surgido entre los miem-bros de la comisión obrera, la mayoría d^ellos acu-dieron á i¡» comisión imperial, presidida por pl prífccipe Napoleón. Él y algunos amigos suyos dimitieron!*.,por no aceptar !a ingerencia de la comisión Ümpe-'*rial en sus asuntos. Añade después: * >

«El presidente (de la comisión obrera) y los que"con él quedaron recogieron las informaciones delos trabajadores y las hicieron publicar. La delega-ción entró en esta vía, y el Imperio procuró llevar álos obreros del lado de la avenida Daumesnil; elantiguo presidente de la delegación obrera fue'nombrado presidente de la sociedad; pero yo, per-sonalmente , mientras duraron las delegaciones,

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sólo vi dos veces al príncipe Napoleón, como pre-sidente del Comité (1).»

Admitimos de buen grado que M. Tolain y susamigos no tenían deseo alguno de hacer «socialis-mo imperialista» de lo cual les han acusado algu-nos, y que de ningún modo pensaban en afiliarse ála bandera del imperio; pero también es innegable,sobre todo después de las declaraciones de los se-ñores lleligon y Fribourg, antiguos miembros de laInternacional que, gracias á las subvenciones del(Hibierno y á las gestiones del príncipe Napoleón,Iludieron hacer los delegados obreros este viaje,cuyos deplorables resultados conoce hoy todo elmundo. Viendo los trabajadores franceses el inmen-so desarrollo que habían tomado en Inglaterra lasTrade's Unions y las asociaciones obreras de todasclases, pidieron consejo á sus «hermanos de la GranBrutaña» acerca de los medios de organizar en Fran-cia la «resistencia contra el capital.» Con este moti-vo hubo entre los trabajadores ingleses y francesesentrevistas y deliberaciones que produjeron unprincipio de inteligencia. Pusiéronse de acuerdopara reconocer «que las trasformaciones industria-les habían creado nuevas necesidades y cambiadopor completo la economía social.» «El Gobiernofrancés, añadía M. Tolain, siguió este movimiento,y ayudó poderosamente esta trasformacion (2).» Con-vínose, pues, en que los trabajadores do todas lasnaciones deberían unirse para dar á conocer sus ne-cesidades y hacer triunfar sus reclamaciones. Laejecución de este proyecto de unión marchó rápi-damente. En un meeting celebrado en Londres en1X63, formóse el primer Consejo general de la so-ciedad; al siguiente año, el 28 de Setiembre de 1864,nacía definitivamente la Asociación Internacionalde trabajadores en el meeting de Saint-Martin'sHall, donde los señores Tolain, Limousin y Perra-chon, representaban á los trabajadores franceses.

Apenas constituida la Internacional en Inglaterra,pensóse en importarla en Francia, pero se necesi-taba el consentimiento del Gobierno francés, noexistiendo en nuestro país la libertad de asociación.¿Cuál fue la actitud del gobierno francés respecto áesla nueva sociedad? Fiel á su política habitual,quiso el Gobierno echarla de hábil con la Internacio-nal; pero también esta vez todo su maquiavelismole fue contraproducente. Al volver del meeting de1863, quisieron formar los trabajadores francesesuna primera sección de la Internacional de Paris, yescribieron al prefecto de policía anunciándole supropósito. Limitáronse á esta formalidad no que-riendo, según decían, someterse á la «humillación

(1) Información parlamentaria. —-Declaración de M. Tolaiii,|>»g. 426.

(2) Véase 1» defensa presentada por M. Tolain cuando la primeracausa formada á la Internacional (20 de Mario de 1868).

de pedir una autorización.» El prefecto de policía,evidentemente por orden superior, no contestónada. Temía el Gobierno cometer una imprudencia,y sobre todo suscitar el descontento de todos losconservadores, aprobando expresamente una socie-dad cuyos principales fundadores habían dado á co-nocer ya sus opiniones radicales (1). Por otra parte,veía sin desagrado la formación de una asociaciónque, pareciendo (como lo estaba entonces) más pre-ocupada de cuestiones sociales y económicas quede cuestiones políticas, podían arrastrar las masasde su lado y quitar así á los diputados de la izquier-da, absorbidos por la política, una parte de su cré-dito y de su popularidad. Además, la Internacionalpor sus reivindicaciones y sus quejas contra la bur-guesía, podía inspirar á las clases medias un temorsaludable y distraerlas de sus aspiraciones libera-les. Por todos estos motivos el Gobierno, sin auto-rizar formalmente la nueva sociedad, la dejó for-marse y desarrollarse en Francia: creía que siem-pre sería tiempo de detener sus progresos, cuandollegara á ser una amenaza al poder.

La conducta adoptada por el Gobierno era la másfavorable para la Internacional. Aprobada explícita-mente por la administración, se hubiera visto com-prometida á los ojos de la demagogia, y expuesta áque ésta la acusara de tener lazos con el Imperio;los rigores y las persecuciones del poder hubiesenmuerto esta asociación, apenas naciente y todavíadébil. El silencio del poder le permitió ensancharsey fortificarse sin comprometerse. Bien conocidasson hoy la rapidez con que aumentó el número desus afiliados, y la violencia de sus doctrinas. Du-rante todo el año de 1865 se hizo una propagandaactiva en su favor, en todos los centros industria-les. En 1866, según dice M. Pessarden sus trabajossobre la Internacional, tenía ya ciento cincuenta milmiembros (2). ¡Y el Gobierno persistía en su políti-ca tan favorable á esla asociación! También en 1866se celebró un Congreso en Ginebra, el primero deosos Congresos que permitieron apreciar año poraño los progresos de la Internacional en la vía anár-quica y revolucionaria. Para este Congreso de Gine-bra habían redactado los delegados franceses unaMemoria sobre las cuestiones sometidas á su estu-dio; y no encontrando quien quisiera imprimirla enParis, la imprimieron en Bruselas. Cuando quisie-ron que entrara en Francia, se prohibió su introduc-ción. Los delegados escribieron inmediatamente al

(1) Hacia esta época presentaba M. Tolain en una de las circunscrip-ciones del departamento del Sena, su «candidatura obrera.» Su profesiónde fe en forma moderada aceptaba en materia económica y en materiapolítica, las soluciones más extremas.

(2) Estos estudios, publicados en La Liberté, han sido citadoscuando la primera causa de la Internacional en 1868, en la requisitoriadel abogado imperial Lepeilelier.

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ministro del Interior para quejarse de esta determi-nación, y al dia siguiente envió M. Rouhor unacarta á uno do los firmantes, dirigida al domiciliosocial, calle de Gravilliers, 44, invitándole á ir á sudespacho para conocer tos motivos de la prohibi-ción. Presentóse el delegado, y vio sobre el pupi-tre la Memoria con algunas anotaciones. El ministrodijo que debían suprimirse ó modificarse algunospárrafos; entablóse discusión, y sin negar M. Rou-lier «el derecho á proclamar tales ó cuales doctri-nas,» limitó sus observaciones «á la forma en quese redactasen,» pidiendo que so suavizasen ciertasfrases. Persistiendo en su negativa el delegado, ma-nifestó el ministro que se veria obligado á mantenerla prohibición; pero, dijo: si añadís algunas fra-ses de agradecimiento al Emperador que tanto hahecho por las clases trabajadoras, veremos lo quepuede hacerse. El delegado contestó que la asocia-ción no se mezclaba on política, y se mantuvo laprohibición; pero la Memoria entró en Francia in-serta en las columnas de un periódico extranjero (i).

Se ve, pues, que, durante tres años, el ánimo delGobierno estuvo constantemente preocupado con laidea de no molestar á la Internacional, atraérsela yservirse de ella: No atacó el fondo de sus teorías, ysólo hizo observaciones sobre la ferma en que es-taban redactadas, tolerándolas, con tal de que fue-sen acompañadas de algunos elogios para el Empera-dor. Pero mientras coqueteaba de tal modo con laInternacional sin seducirla, esta asociación crecíasin cesar, absorbiendo todas las demás sociedadesobreras anteriormente formadas, y convirtiéndoseen una fuerza tan imponente como temible. Celebróel Congreso de Losana on 1867, comenzó á aliarsecon la demagogia burguesa, reunida en Congreso dela paz y de la libertad en Ginebra, y á interveniren política. El 2 de Noviembre de 1867 tomaba par-te en la manifestación que se verificó sobre la tumbado Manin, y al dia siguiente recorría los bulevaresen son de protesta contra la segunda expedición áRoma.

El Imperio toleraba de buen grado todas las vio-lencias socialistas; pero cuando la Internacionalpenetró en el terreno político propiamente dicho,fue menos tolerante. Al fin rompió con ella y for-móte sucesivamente fres causas en 1868 y en 1870.

El primer inconveniente de estas persecucionestardías fue poner de relieve la poco leal conductadel Gobierno. El ministro del Interior había recibidola declaración de que la Internacional iba á formar-se en Francia sin oponerse á ello; había escritoá sus miembros, enviando la carta al domiciliosocial; los había recido en el Ministerio; no ha-

(1) Véase sobre este asunto el libro do M. Testu y ía declaración de

M. Tolain en la Información ucerui del 18 de Marzo.

bía tachado ante ellos de ilegal la asociación;había leido las Memorias y los discursos de losdelegados franceses en los diversos congresos,había tenido conocimiento de todos tos actos delcentro parisién, y al cabo de cuatro años de very tolerar lodo esto, perseguía la asociación comosociedad no autorizada y (.•orno sociedad secreta.Podía, pues, con apariencia de razón, exclamarM. Tolain, en su defensa ante el Tribunal: «La po-licía, ei gobierno, la magistratura, el público loha sabido todo, lo ha visto lodo, lo ha toleradotodo, y si no nos hemos creído autorizados legal-mente, hemos podido creernos muy oficiosa y públi-camente autorizados (1). También tenía algún de-recho á añadir Mural, durante la causa y recordandola entrevista de un delegado de la Sociedad conM. liouher: (2) «Hé aquí un ministro, el primer mi-nistro, que llama á su despacho á un delegado dela asociación, que discute con él sus teorías, quenada dice de la autorización, que detiene en la fron-tera un impreso, que no prohibe el curso de la aso-ciación ¡y hoy sin .MIVKRTE.NCIA, podría condenársenos!Sufriremos en tal caso la pena material de ia conde-nación, poro la mancha moral caerá en pleno rostrode una administración tan desleal.»

Se ha dicho, sin embargo, que la principal falta deestas persecuciones contra la Internacional consistíaen que eran demasiado tardías. En 1868 no era yatiempo de tratar con rigor á la Internacional. Lapersecución mata á los débiles y aumenta el po-der de los fuertes. La tolerancia del gobierno habíapermitido nacer á la Internacional y constituirse,y esta asociación tenía ya una fuerza inmensa cuan-do so la perseguía; los ataques sólo servían paraengrandecerla y para aumentar hasta el infinito elnúmero de sus afiliados. Esto fue, en efecto, lo que .sucedió. Así, pues, en su Memoria al congreso delirtiscsjas, el consejo general se felicitaba de estaspersecuciones diciendo: «los estorbos mal intencio-nados que el Gobierno opone, lejos de malar la In-ternacional, le han dado nuevo impulso, poniendotérmino á las perjudiciales coqueterías del Imperiocon la clase obrera.-» Algo más tarde, en una re-unión tenida á propósito del plebiscito de 1870, unmiembro de la Internacional, Combault, resumíacon iidelidad en los siguientes términos: «¿a Inter-nacional ha sufrido las duras leyes de la necesidad.Ha estado muerta hasta el dia que ha podido decir:no queremos el Imperio, y desde hace muchos añoséste es su grito más fuerte. Debemos pues, ocupar-nos de política, puesto que el trabajo está sometidoá la política, y conviene decirlo muy alto y para

(1) Véanse las causas formadas a la Asociación y pubicadas por

el consejo federal parisién, pag. 5 1 .(2) Idem.pag. 75 .

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siempre, que queremos la república social con todas•sus consecuencias.» Resulta, pues, que cuando se lallevó ante los tribunales, la Internacional tenia fuer-za para soportar la persecución, y aun para aprove-charse de ella: puede decirse que el imperio con-tribuyó tanto con sus tardías persecuciones comocon sus primeras complacencias, al desarrollo y alpoder funesto de esta asociación.

Hemos llegado al fin de 1868. Dos años nos sepa-ran aún del 4 de Setiembre y del 18 de Marzo, y japuede verse cuan temibles eran, gracias á la políticaimprudente del Emperador con la demagogia, lasfuerzas revolucionarias que poco tiempo despuésdebían derribarle y aclamar la Conimune de París..Narraremos ahora los nuevos progresos hechos du-rante los dos últimos años del Imperio, por el ejér-cito de los jacobinos y de los socialistas, y demos-traremos de una manera exacta, cuáles eran, en lavíspera del 4 de Setiembre,la organización y el po-der temible de la demagogia. Al llegar aquí encon-I ramos en la Información del 18 de Marzo los datosmás tristemente curiosos y menos conocidos hastaahora.

IV.

LA DEMAGOGIA BURGUESA.-

NAC1ONAL.-

—SU ALIANZA CON LA IiNTER-

-1868-1869.

Mientras que la Internacional crecía, absorbiendor;ida vez más todas las sociedades obreras, nacía, ómás bien se reconstituía al lado de ella otra fuerzarevolucionaria: refiéroine á la demagogia burguesa,empleando una calificación usada, es decir, de esepartido que, comprendiendo á los desechados detodas las profesiones, los reprobados en todas lasescuelas, los que por los desórdenes y los escánda-los de su vida son despreciados por las personashonradas; todos aquellos, en fin, que por cualquiermotivo están descontentos del orden de cosas exis-ftintes, y que, inspirándose en las tradiciones jaco-binas de 1792, procuran derribarlo por la violenciay los medios revolucionarios. Durante la primeramitad del Imperio, este partido, cuyos principalesmiembros se habían refugiado en el extranjero, or-ganizó conspiraciones contra el jefe del Estado yarmó los brazos de algunos asesinos; prescindiendode estos atentados, su influencia fue poco sensible.A principios de 1865 y de 1866, comenzó á reapare-cer y á desarrollarse: muchos de sus jefes volvie-ron á Francia después de la amnistía: las faltas quehabían debilitado el poder, aumentaron las esperan-zas de estos fanáticos anarquistas. Poco tiempo des-pués, en 1868, las reuniones públicas les dieron unatribuna y les permitieron reclutar prosélitos. Enton-ces la demagogia burguesa se dividía en muchosgrupos que obedecían á distintos jefes, aunque el íin

fuese idéntico. Es interesante conocer algunos deta-lles de estos diversos grujios: los tomaremos de ladeclaración del director de policía política duranteel Imperio, M. Lagrange, personaje que sus colegashan juzgado con bastante severidad, pero que, porrazón de su empleo, podía conocer bien á los agi-tadores políticos (1).

Uno de los grupos más famosos y más ardientes,era el que dirigía Blanqui refugiado entonces enBruselas; sus principales agentes eran Miot, quetambién habitaba en Bruselas; Tridon, que iba eonfrecuencia á buscar allí instrucciones; Eudes, ge-rente del Pensée noweelle, y los hermanos Villeneu-ve, uno de los cuales era médico en los Batignolles.los blanquistas tenían frecuentes reuniones, poconumerosas, con objeto de no llamar la atención dela policía. Además, nos dice M. Lagrange, «una vezal menos por semana, cuatro ó cinco de entre ellosiban á un pasaje de los bulevares, y sobre todo,cerca del canal, y de cincuenta en cincuenta metrosde distancia pasaban revista á sus afiliados.» Eramuy difícil conocer las fuerzas exactas del partidoblanquista, pero se supone que contaba unos tresmil afiliados en Paris.

Otro grupo formado por Jaclard comprendía, ade-más de hombres de diversas profesiones, ciertonúmero de trabajadores que Jaclard había recluladoen los talleres, especialmente en Cliehy y en SanOuen. Las reuniones verificábanse semanalmente encasa de Jaclard «á pretexto de oir música», y porsupuesto, sólo se trataba de política. Posterior-mente, habiendo pasado Jaclard al campo de losblanquistas, la sociedad tomó por jefe á Fontaine,antiguo discípulo de la escuela politécnica y profe-sor de matemáticas, Dupont y sus cuñados los dosGirardin, Razoua, Cournel, redactor del Reveil. Losdirectores de este periódico tenían, al parecer,grande influencia en la sociedad. Cada vez que ne-cesitaban tomar una resolución importante , citá-banse los jefes en el café de Madrid, donde seencontraban Deleseluze y Cournel. Las reunionesordinarias se verificaban los domingos en casa doFontaine. Los nuevos afiliados eslaban sometidos áuna especie de prueba: haciaseles jurar sobre unpuñal que estarían siempre dispuestos á matar alEmperador y á sacrificar sus padres, hermanos yhermanas por la salvación de la república demo-crática y social. Este grupo que se proponía echarseá la calle lo más pronto posible, hizo susericionespara comprar armas, y sobre todo revólver»: cadaafiliado llegó á tener el suyo. El mismo M. Lagrangerefiere en este punto, que uno de sus agentes (ha-bía, entre los miembros de todas las sociedades,

( i ) Véase la declaración de M. Lagrange, Información acerca del 18

de Mano, pag. 266 y siguientes.

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agentes secretos), estuvo á punto de ser muertopor un torpe que, manejando uno de estos revól-vers, se le escapó un tiro.

Félix Pyat no era, según parece, miembro de estareunión, sino que estaba en correspondencia conCromier, que organizaba por su parte otros grupos.

Estas distintas sociedades trabajaban en un prin-cipio separadamente, pero en 4869 tuvo el grujióJaelard la idea de organizar un banquete en Saint-Mandé para celebrar el aniversario del 24 de Febre-ro, y convidó á los representantes de todos losmatices de la demagogia, asistiendo miembros delgrupo Manqui, de la sociedad del Reveil, etc., etc.Félix Pyat lüé también invitado, y, no pudiendoacudir, envió un brindis, que ha quedado célebrecon el nombre de brindis de la bala.

El resultado de este banquete lüé la unión de to-das las sociedades revolucionarias. Los jefes de losdiferentes grupos so pusieron de acuerdo para nom-brar un comité de cinco personas, que tendría ásu cargo la dirección general del movimiento de-magógico.

Este comité que se componía de Fontaine, Dupont,del médico Tony-Moilin, Petiau, pintor de Mont-niartre, y un empleado del ministerio de obras pú-blicas, llamado Godineau, estaba, por medio del ita-liano Sapia, en relaciones frecuentes, según parece,con Mazzini.

Poco tiempo después organizóse en la redaccióndel periódico La Marseillaise, dirigido por Rochefort,otra agrupación, de la cual recibían órdenes numero-sos trabajadores. Enviábaseles en masa á tal ó cualpunto de los barrios bajos, se les mandaba hacer taló cual demostración; hasta el momento do la pri-sión de Rockefort, en un club de la Villette hubo,dice M. Lagrange, continuas idas y venidas á la re-dacción de La Marseillaise, sin que so haya podidosaber de un modo exacto lo que en ella pasaba.Veráse después, en el momento del entierro de Víc-tor Noir, la influencia de este grupo, cuyos princi-les consejeros eran Rochefort y Flourens.

La Internacional mostró al principio alguna anti-patía á estas diversas agrupaciones políticas, por-que sabía que se preocupaban más de acaparar el po-der, que de mejorar la condición del trabajador. Sinembargo, cuando, cediendo a la presión de susmiembros más ardientes, entró en las vías de laviolencia y aspiró á hacer una revolución social,comprendió el excelente auxilio que podía encon-trar en los grupos revolucionarios: éstos á su vezno podían desdeñar las imponentes fuerzas que suunión con la Internacional pondría on sus manos.La primera ocasión propicia debía producir estaalianza.

La ocasión llegó pronto. Mientras la Internacio-nal celebraba en -1867 el congreso de I osana, la

Liga de la paz y de la libertad se organizaba y ce-lebraba también un congreso en Ginebra. Ya hemosdicho que esta liga, compuesta además de algunosmiembros de la oposición parlamentaria, como JulioFavrc, de las notabilidades de la demagogia radi-cal, pidió y obtuvo la adhesión de la Internacional.Esta se mostró dispuesta á ayudar en sus reivindi-caciones políticas á los demagogos burgueses, quie-nes, en cambio, se comprometieron á estudiar me-jor en adelante las cuestiones sociales. El desgracia-do Chaudey fue quien dio y recibió estas promesas.Resultado do dicho acuerdo fue, que la Internacio-nal se asociara á las manifestaciones del mes de No-viembre do 1867 sobre la tumba de Manin y á la pro-testa contra la expedición á Roma. Algunos mesesdespués formáronse dos causas criminales á la In-ternacional (Marzo y Mayo de 1868); los acusados,que fueron condenados, pudieron en la prisión rela-cionarse con algunos jefes do la demagogia revolu-cionaria, encarcelados á consecuencia de los suce-sos del café de la Renaissance ó por diversos otrosdelitos políticos: ambos partidos eran perseguidos ycondenados; había, pues, nuevo motivo para que seunieran y trabajaran juntos por la emancipación. Deesta suerte la alianza que empezó á formarse enGinebra y en Losaría, se estrechó cada vez más, yen Enero de 1869 era completa (1). En el fondo estaalianza era un matrimonio de conveniencia. «¿Quéme importa á mí la Internacional? decía con fre-cuencia Delosoluze; el dia en que seamos amos,nosotros la mataremos (2).» Estas palabras explicanlas rivalidades que estallaron después en el seno dela Commune, entre los representantes de la Inter-nacional y los de la demagogia burguesa. Los quedisputaban en 1874 al dia siguiente de la victoria, sealiaban en 1869 por necesidad y se unían para com-batir al^Imperio, á quien, á posar de lo mucho quehabía líecho en favor de los revolucionarios, llama-ban el enemigo común.

¿Cuáles eran las fuerzas que cada uno de estospartidos proporcionaba á su aliado? Los jacobinos ytodas las demás agrupaciones revolucionarias, da-ban jefes emprendedores, hábiles, con antigua in-lluencia sobre el trabajador do Paris, amaestradosen el arte de tramar conspiraciones, de dirigir sushilos, de organizar las asonadas y de burlar las pes-quisas de la policía. En cambio de estos jefes querecibía, la Internacional aportaba, como dote paraesta unión, un ejército inmenso de soldados de mo-tín, ejército que, según el testimonio de un antiguomiembro de la sociedad, M. Fribourg, contaba en-tonces doscientos mil trabajadores franceses, yera cada dia más fuerte v más resuelto.

(1) Véase la declaración de M. Fribourg.—Información acercalos sucesos del 18 de Marzo, póg. 427 y siguientes,

(2) Ídem, pág. 431 ,

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En efecto, fu6 en vano que á consecuencia de lascausas formadas en 1868 los tribunales declararan• I¡suelta la Internacional. La célebre asociación li-mitóse á ponerse una máscara durante algún tiem-po; los trabajadores de las diversas profesionescomenzaron á reconstituir en esta época sus anti-guos colegios sindicales, unidos entre sí por unacámara federal; la cámara federal tuvo el misinodomicilio social y casi los mismos miembros que laInternacional, cuyos intereses sirvió concienzuda-mente. Hasta Setiembre de 1869 celebró sus re-uniones periódicas; y cuando fue prohibida se vioaparecer la federación de la Internacional, pruebanueva de que en esta fecha ambas sociedades seconfundían, pudiendo apenas distinguirse una deotra (1).

En las provincias, como en París, la Internacionalse desarrollaba y se fortificaba cada vez más: en-cuénti'anse notitias sobre este asunto en los nu-merosos informes que los empleados de distintasregiones de la nación enviaron á la comisión infor-mativa acerca de los sucesos del 18 de Marzo.

Lyon es una de las ciudades de Francia dondela Internacional debía prosperar con mayor rapi-dez; su numerosa población obrera, tan inflama-ble, tan fácil de extraviar por los agitadores, nopodía dejar de adherirse con entusiasmo á las nue-vas doctrinas. Sin embargo, á principios de 1869 lafederación lyonesa apenas contaba corlo número deafiliados; á partir de esta fecha, su desarrollo fuetan potente como rápido; al cabo de seis meses, porla influencia de los jacobidos, y, como lo hace cons-tar M. Testu (2), á causa de la tolerancia de la ad-ministración, la Internacional había recibido la ad-hesión de más de treinta corporaciones de oficioslyoneses. Los mineros y los cordoneros de Saint-Etierme, los trabajadores en cristal de Gisors se ha-bían organizado también en secciones. En Norman-día, gracias á la actividad infatigable del trabajadorruenés Aubry, la Internacional había llegado á seromnipotente en Rúan y en los numerosos centrosindustriales de sus inmediaciones, mostrando sufuerza en las huelgas de Elbuef, de Darnétal y deSotteville-lés-Huen. En Marsella eran igualmentegrandes los progresos de la asociación; al frente dela federación marsellesa estaba un empleado decomercio, llamado Bastelica, cuyo nombre figura enlos acontecimientos de Abril de 1870, en el complotGuerin, Roussel y otros. En una palabra, para citarlos focos activos de la Internacional, á principiosde 1870, sería preciso numerar casi todas nuestrasciudades y casi todos los centros de industria. No

es posible creer lo sobrexcitadas que estaban casitodas las pasiones antisociales. Citemos al acaso al-gunos testimonios.

«Desde antes del 4 do Setiembre, nos dice M. De-lille en su informe sobre los movimientos insurrec-cionales en la Alta-Viena, Limoges era un foco depropaganda revolucionaria ó internacionalista. Dosdelegados de la Internacional, los señores Benoist-Gillol y Minet, habían agrupado á principios de 1870los trabajadores de las diversas profesiones en so-ciedades administradas por sindicatos que recibíandirectam'ente las órdenes de la Internacional. Todaslas huelgas que hubo en esta época en el centro deFrancia fueron mantenidas por los tribunales sindi-cales de Limoges (1).»

En el informe del primer presidente del tribunaldo Amiens leemos que, antes de 1870, la Interna-cional, poderosamente organizada ya en esta ciu-dad y en San Quintín, producía y mantenía todaslas huelgas (2). En Normandía, después de haberafiliado Aubry á casi todos los trabajadores en laInternacional, les predicaba abiertamente la guerrasocial (3).

En las provincias se había verificado tan fácil-mente como en Paris la alianza entre los jacobinosy la Internacional. El primer presidente de Rúanescribió sobre este punto: «Cuando sobrevino la re-volución del 4 de Setiembre, existía la fusión com-pleta entre los hombres de la Internacional y losjefes de la democracia radical. Cord'homme, miem-bro del Consejo general, que estaba al frente de loque se ha llamado partido jacobino, marchaba deacuerdo con Aubry (4). En el Cher, donde la Inter-nacional era tan poderosa, sobre todo desde princi-pios de 1870 y después de la huelga de Torteron,que ella había producido, Félix Pyat, natural deVierzon, fue nombrado varias veces presidentehonorario de las reuniones de la Internacional, y encambio, su sobrino Armando Bazile hizo en favorde la asociación la propaganda más activa (8). Lamisma alianza existía en el Nievre: «Desde antesdel 4 de Setiembre la Internacional se unía ya á lademagogia para promover la revolución (6).« Enel Isere, según nos dice el prefecto de este depar-tamento, los trabajadores se habían reunido en aso-ciación , autorizada por el Imperio, con el nombrede Sociedad de lectura. Esta sociedad, que era unasección disfrazada de la Internacional, tuvo al pocotiempo por jefe político al director del Be'veil du

(1) Véase en la Información acerca de los sucesos de 18 de Mtirzo,las declaraciones de M. Nusse, pág. 273,y deM. Dunoyer, pég. 438.

(2) La Internacional, por M. Osear Testut, pag. 173.

(1) Véase la información parlamentaria, páginas 66 y 67.(S) ídem, pág. 101.(3) ídem, pág. 128.{i) ídem, pág. 125.(5) ídem. Informes del primer presidente del tribunal de Bourges,

>áginas 110 y 111.(6) ídem, pág. 112.

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Dauphiné, que era amigo de Delescluze, y preparótodas las perturbaciones de Grenoble. Los Trac-masones , numerosísimos en este departamento,unieron sus esfuerzos á los del periodista jaco-bino (1).

Estas citas, que seria inútil multiplicar, pruebanhasta la evidencia, que en los últimos días del Im-perio, y sobre todo, después de su alianza con losjacobinos, la Internacional tenía por todas partesramificaciones y propagaba, hasta en los últimosrincones de Francia, la agitación revolucionaria.¿Es preciso decir lo disciplinada que estaba estainmensa legión, la rapidez con que las órdenes setrasmitían de taller en taller, de barrio en barrio,de pueblo en pueblo á todos los soldados del ejér-cito revolucionario? Puedo juzgarse sólo por elejemplo citado en la declaración de M. Mettetal, yadviértase que el hecho á que se refiere correspon-de al año de 1867, es decir, á una época en que laorganización demagógica no estaba aún completa-mente perfeccionada.

«Puedo, dice M. Mettetal, daros una idea de larapidez con la cual circula una orden en esta for-midable masa (la de los trabajadores parisienses).

«Con motivo de la Exposición industrial, se habíaformado una especie de sociedad de emulación,compuesta de negociantes, á cuyo frente estabaM. Devinck.

»Se abrió una suscricion entre los comerciantesde París y de otras ciudades para favorecer á lostrabajadores y que les fuera posible visitar gratui-tamente la Exposición y hacer determinados estu-dios que habían de sor objeto de Memorias: coneste motivo procedieron á la elección de una dele-gación especial...

»Un dia se entregaron á los delegados 30.000tarjetas de entrada en la Exposición para ol do-mingo inmediato. Creíase que estas tarjetas orangratuitas, y á última hora se supo que no lo eran.M. Devinck apenas tuvo tiempo más que para lla-mar á los delegados. Eran las ocho de la noche,llamóles, y les dijo: Los billetes no son gratuitos;nos vemos obligados á pagarlos, y á tomar 30.000francos del importe de la suscricion hecha en vues-tro provecho. ¿Podéis devolvernos los billetes? ¿Lostenéis aún?—No, contestaron: están ya distribuidos.—Entonces tendremos que pagarlos del importe dela suscricion.—Si nos dais tiempo, dijeron, hastamañana por la mañana, acaso se puedan arreglar lascosas.—¿Qué vais á hacer?—A recoger los bille-tes.—Pero son 30.000, y en ocho horas no se pue-den recoger.—Sí; perfectamente.» Enefeclo, al diasiguiente le llevaron los 30.000 billetes.

»Mucho llamó la atención á M. Devinck este su-

(1) ídem, pininas 138-150.

ceso, y había motivo para ello, pues apenas podríahacerse otro tanto en un ejército.»

Se ve, pues, que desde 1867 los trabajadores pa-rienses estaban organizados, de modo que pudieranrecibir y ejecutar con rapidez desconocida todaslas ordénesele sus jefes. Algo más tarde, esta sabiaorganización, digna del ejército prusiano, era apli-cada en casi todos los puntos de Francia al inmensoejército trabajador inscrito en los cuadros de la In-ternacional. Así so explica la simultaneidad conqueestalló en las ciudades más apartadas la revolucióndel 4 de Setiembre, y los disturbios de Octubre de1870, do Enero y de Marzo de 1871. «En Setiembrede 1870, nos dice M. Dclillc, supieron los trabaja-dores de Limnoges, antes que la noticia oficial lle-gara á podsr de las autoridades, la caida del Impe-rio. En Marzo de 187-1 fueron también prevenidosde antemano de los acontecimientos que iban á rea-lizarse en Paris (1).» Antes de la revelación del in-forme sobre el 18 de Marzo, estos hechos parecíaninverosímiles. ¿A quién admirarían hoy?

Conocidas son ya las fuerzas, los proyectos, ladisciplina y las alianzas de la demagogia en 1869.En esta fecha, según hemos visto, la Internacionalno era, ni aun en la apariencia, una asociación dehombres dedicados al estudio tranquilo de las cues-tiones sociales: unida, casi confundida con todoslos grupos demagógicos, constituía una formidableasociación política que tenía en sus manos la ban-dera do la revolución é iba á trabajar con rabia, nosólo para destruir el Imperio, sino también el ordensocial, instalando sobre sus ruinas la república de-mocrática, con el gobierno de las «nuevas capassociales.» Los únicos medios que debía emplearpara hacer triunfar este programa, eran los de laviolencia, el motin y el crimen.

Refiramos rápidamente los grandes hechos delejércitoiiiemagógjco durante los dos últimos añosdel Imperio, y veamos cuál será la actitud del Go-bierno en presencia de esta marea, siempre ascen-dente, amenazando cada vez más al poder y á lasociedad.

{Se concluirá.)

ANATOLIO LANGLOIS.

(Le Correspondant.)

(I) Véase la información acerca de lus sucesos íft?' 18 de Mart-o.

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BIBLIOGRAFÍA FORESTAL.

Tres libros sobre materias forestales acaban dedarse á luz entre nosotros, debidos los tres á otrostantos ilustrados ingenieros de montes.

Titúlase el primero Apuntes bibliográftco-foresta-les, y es, como propiamente dice su autor, el se-ñor D. José Jordana y Morera, breve resumen delos libros, folletos, artículos, impresos, manuscri-tos, mapas, planos y demás trabajos originales ótraducidos por autores españoles, relativos á lacria, cultivo y aprovechamiento, administración,legislación y economía de los montes, arbolados,plantíos, prados, caza y pesca.

La ciencia y el arte consagrados al cultivo fores-tal, resumidos con el nombre de Dasonomía, cuen-tan como conocimiento sistemático escasos años devida en nuestra patria, adonde no llegaron hastabien entrado el segundo tercio de este siglo las en-señanzas alemanas florecientes en el centro de Eu-ropa y aplicadas con gran provecho desde media-dos del siglo pasado. Mas, á pesar de su presentejuventud y reuniendo los antecedentes esparcidosen los tratados españoles de agronomía y economíaselvíeola, recogiendo los estudios de algunos ramosparticulares de la producción territorial y los mate-riales contenidos en los diversos libros ó informesde asuntos conexionados con los montes, fórmaseun caudal notable, como por el libro del Sr. Jor-dana se prueba, superior con mucho á lo que pu-diera esperarse en tan breve plazo y dadas las cir-cunstancias de nuestro país, y eompónese un arsenalde elementos científicos, adonde puede recurrirquien necesite ó desee ilustrarse en tan amenacomo reproductiva parte de las ciencias naturalesaplicadas. Algunos antecedentes tenía en su tareael Sr. Jordana, con el conocido libro del Sr. D. Brau-lio Antón Ramírez, con la Monografía botánica delSr. I). Manuel Colmeiro, y con la Bibliografía mi-neral de los ingenieros de minas señores Maffei yRúa Figueroa; mas, aunque así lo declare el autoren la advertencia preliminar, quédale el mérito dela más interesante parte del trabajo, que menguadohubiera sido como bibliografía especial, si á aque-llos antecedentes se hubiera atenido.

Ensalzar el celo y diligencia que ha desplegadoel Sr. Jordana en tan árido estudio, es inútil paraquien sepa apreciar tales indagaciones; encarecerla forma y el estilo de la obra, excusado fuera,cuando de continuo en revistas científicas tiene elpúblico ocasión de ver su verdadero mérito, y fueratambién impertinente elogiar aquí el elevado crite-rio científico con que están redactadas las notas ex-positivas y criticas de los números bibliográficos.Baste decir que se dan apuntes descriptivos de 4.126escritos forestales, publicados ó conocidos hasta

1.° de Diciembre de 4874, perfectamente anotados,ordenados alfabéticamente por sus títulos y acom-pañados, al fin, por un índice de los nombres de losautores.

Pero el libro del Sr. Jordana no se ha puesto á laventa, y quien haya menester de su ayuda habrá deacudir á los tomos correspondientes de la Revistaforestal, económica y agrícola, en cuyas columnasfue apareciendo la obra por pliegos; por maneraque han de ser muy solicitados los ejemplares quehaya tirado el autor, y muy agradecidos por estemotivo especial hemos de quedar los que por suamabilidad hemos recibido el libro.

Memoria sobre la influencia de la luna en la vege-tación es otra de las recientes publicaciones quehoy apuntamos; se debe al ingeniero 1). Carlos Cas-tel y Clemente, reputado ya en el palenque públicode la ciencia, donde ha terciado con ventaja enotras ocasiones, escribiendo sobre materias análo-gas en la Revista arriba citada, y formando en vo-lumen especial una excelente monografía del haya,que nada deja que desear para el conocimiento delas condiciones de vida, producción y tratamientode esta especie arbórea.

El trabajo actual constituye un opúsculo de 62páginas en 4.°, dividido en tres capítulos y un apén-dice. Dirígese el autor á combatir antiguas preocu-paciones é inveterados errores, referentes á la in-fluencia lunar en ei desarrollo de los vegetales, enla producción de los fenómenos meteorológicos, ypor consecuencia, en las prácticas de los cultivos.Pero no puede hacerlo, dado su talento y compe-tencia en la materia, sin plantear el problema en laextensión y forma debidas; así es que ha medidoante todo el valor real y efecto sensible de cier-tas propiedades atribuidas al satélite de la Tierra, yha aplicado después estos elementos á la verifica-ción de algunos hechos que se manifiestan en lavida vegetal. Y después de un concienzudo análisis,no sólo de los hechos, sino de las opiniones acercade su explicación emitidas por los hombres de cien-cia y los de campo, viene á fundar las conclusionessiguientes: 1.*, que nada justifica la antigua influen-cia directa concedida á la luna sobre la vida de lasplantas y, en su consecuencia, sobre la determina-ción de las épocas más favorables á las diversasoperaciones agrícolas; y 2.a, que aunque ningunaverdad pueda en absoluto asentarse- acerca de lainfluencia lunar en los cambios atmosféricos, esjusto aconsejar á los labradores que prescindan dela marcha ó sucesión de las lunaciones, no alimen-tando esperanzas sobre la verificación de determi-nados fenómenos, cuya probabilidad se presentacuando menos muy incierta.

Con gusto daría aquí una muestra de las pruebasen que el Sr. Castel apoya sus asertos, si para ello

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N.° 66 CONGRESO CIENTÍFICO DE LA SOHBONA. 519

dispusiera de espacio bastante, y se vería que,cuando afirma que la luna llena ó la luna nueva nodeterminan con seguridad lluvias ó tiempo sereno,no lo hace á capricho, sino después de apuntar da-tos abundantes de diversos países y épocas, sobrelos dias lluviosos y cantidad del agua de lluvia endistintas fases de la luna.

Me limito, pues, á dar el parabién al Sr. Castel ya recomendar la lectura de su opúsculo.

Tampoco cabe dentro de esta nota el detenidoexamen de otro pequeño, pero interesante libro,dado á la estampa el mes pasado por D. PrimitivoArtigas y Teixidor, y titulado El alcornoque y la in-dustria taponera. Consta de 81 páginas en 4.°, ytrata de la descripción botánica de dicho árbol, dosus condiciones vegetativas, cultivo y aprovecha-mientos; de los enemigos, enfermedades y peligrosá que está sujeto, para, apoyándose en estos cono-cimientos, venir al examen de la industria que consu corteza mantiene.

Rindiendo el debido tributo á la patria catalana,en que la industria del corcho alcanza una perfec-ción, por lo menos igual á la de los primeros cen-tros de producción de este artículo en Europa y enÁfrica, describe y razona el autor los procedimien-tos y manipulaciones todas de la fabricación de ob-jetos de corcho, en términos que la utilidad cientí-fica de su libro está duplicada por el interés indus-trial y comercial de su materia.

No vacilamos, pues, en encomiar la laboriosidaddel Sr. Artigas, que ha sabido realizar plenamenteel objeto que se ha propuesto en su primera obra,dando á conocer un aprovechamiento llamado ámultiplicar la riqueza de algunas provincias que nohan seguido todavía el ejemplo de la de Gerona.

Antes de acabar, y deseoso de demostrar el apre-cio particular que merecen los ingenieros que, sindesatender sus diarias ocupaciones, enriquecen consus publicaciones la Dasonomía española, no quierodejar de nombrar, ya que otra cosa no sea, el li-bro que algún tiempo hace compuso y distribuyó(también sin ponerlo á la venta) el ingeniero D. Eu-genio Plá y Rave, con el nombre de Maderas deconstrucción naval, interesantísimo para los inge-nieros de todas clases y para los marinos, por losnumerosos conocimientos que recopila acerca delas propiedades y aplicaciones mecánicas y físicade las maderas; y cúmpleme hacer asimismo men-ción de las Memorias lucidísimas que han publicadosobre los montes y la producción de Filipinas, losingenieros D. Sebastian Vidal y D. Ramón Jordanty Morena, ya juzgadas y aplaudidas por la prensadiaria y científica.

F. DE P. ARRILLAGA.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Congreso científico de la Sorbona.

PARÍS, 3 1 MARZO AL 3 ABRIL.

studio (lo los seres vivos. Pu-tra-Sattla: La aclimatación de los euro-peos en l.i Argelia.—Lafarg.ie: Esqueleto (le Rylioitis.—Maypt: l'nnuevo insecto malhechor.-— Dalinas: La formación de la célula animal6 vegetal.—VioMe: Lu temperatura inedia del sol. — Haoult: Fósforo enel aire.—Jacquemin: La lülro-tieiuina y sus aplicaciones industriales.

Las comunicaciones presentadas sobre el estudiode los seres vivos comprenden trabajos relativa-mente á los animales y á las plantas, y algunas Me-morias de un orden mixto concernientes á cuestio-nes de fisiología y de química general.

—El doctor Pietra-Santa, miembro de la Sociedadde climatología en Argel, presenta extensas consi-deraciones sobre la aclimatación de los europeosen aquella colonia francesa. La historia demuestrala facilidad con que siempre se ha realizado la acli-matación, y los hechos actuales, consignados enuna Memoria de M. Feuillet sobre la tisis en Argel,prueban que de dia en dia disminuye de un modoconsiderable la mortalidad de europeos en toda laArgelia.

La población europea se ha elevado en Argeliagradualmente desde 1830, de 8.000 almas que ha-bía, hasta 65.000 que hay en la actualidad. La razaindígena sufre la consecuencia natural y como fatalde la introducción de la raza civ-ilizada conquista-dora, y ha bajado en cuarenta y dos años, desde3.000.000 de habitantes á 2.100.000, perdiendo másde 20.000 almas en cada año. El sueño de un impe-rio franco-árabe es una quimera; la población quellegará á dominar en toda la Argelia será franco-italiana y franco-española.

—M. Druilhet-Lal'argue, secretario general de laSociedad linneana de Burdeos, presenta, á nombrede M. Delfortrie, una comunicación sobre el des-cubrimiento de un esqueleto entero de Rytiodus.mamífero sirenio de un género vecino al del Hali-theriwm, creado por Lartet, y señala las diferenciasnotables entre uno y otro.

—M. Valery Mayet, miembro de la Sociedad dehistoria natural y horticultura de Herault, lee unaMemoria sobra la evolución curiosa y las costum-bres de un coleóptero, descubierto por él en lasareniscas de las cercanías de Montpellier. Este ani-mal, designado (ton el nombre de Sitaris colletisMayet, pertenece á esa clase tan singular de insec-tos, que pueden calificarse de malhechores, y quese introducen por astucia en los nidos de otros in-sectos y destruyen la progenitura legítima de lacasa en provecho de la posteridad del invasor.

—M. Dalmas (de Privas), miembro de la Sociedadde ciencias naturales é históricas de Ardeche , pre-senta consideraciones interesantes y de un orden

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muy elevado sobre la formación primera de la cé-lula, sea animal, sea vegetal. Considera la consti-I ucion elemental del ser vivo como análoga á la delas parejas de una pila voltaica. La savia en la plantay la sangre en el animal suministran las moléculasasimiladas y eliminadas, mientras que los nervioshacen el oficio de hilos conductores de la electrici-dad. M. Dalmas asegura haber obtenido la confir-mación experimental de sus principios, llenando desangre venosa negra un tubo cerrado y haciendopasar por su centro electricidad negativa; la sangrenugra se hace en seguida rutilante como la sangrearterial; pero si después de electricidad negativahace pasar electricidad positiva, la sangre se hacedo nuevo negra y venosa, y se obtienen tantas al-lernativas como veces se repita esta operación,siempre con el mismo resultado.

—M. Violle, profesor de física de la facultad deciencias de Grenoblo, presenta un aparato que hainventado para determinar la temperatura mediadel sol, la cual ha evaluado en dos mil grados pró-ximamente, según experimentos que ha hecho endiferentes localidades, y con especialidad en lascumbres de diversos picos de los Alpes.

—M. Raoult, profesor de química de la Sociedadde ciencias de Grenoble, dice que ha encontrado enel aire cantidades considerables de fósforo, y ex-pone los métodos químicos que le permiten enun-ciar esto curioso resultado.

— M. Jacquemin , miembro de la Sociedad deciencias de Nancy, présenla el resultado de sus es-ludios sobre la nitro-benzina bajo los puntos devista analítico y Loxicológico, encontrando dos nue-vos modos de trasformacion de la nitro-benzina enanilina, además de los ya conocidos; métodos quele parecen susceptibles de muchas aplicaciones in-dustriales. Analiza la esencia empleada por los de-fraudadores, sea para falsificar la esencia de almen-dras amargas, sea para preparar los licores falsos,\ da á conocer los medios prácticos de conocer es-los engaños.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

Noticias del paso de Venus.YOKOHAMA, 1.° FEBRERO 1 8 7 5 .

La posición aproximativa de mi observatorio es:latitud 35° 26' 54" y longitud 9 h. 18 m. 44 s. alEste de Greenwich.

La del observatorio del Bluff, en que ha trabajadoel profesor Jiménez, es: latitud 33" 26' 12" y cosa de;;0" á 40" al Este de Nogé-yama.

La observación del tránsito en Nogé-yama fuecomo sigue: Primer contado exterior, 8 de Diciem-

bre á 23 h. 4 m. 7 s. 0. Primer contacto interior,8 de Diciembre á 23 h. 29 ni. 2 s. 4. G. Ruptura delligamento, 8 de Diciembre á 23 h. 30 m. 25 s. 6.Formación del ligamento, 9 de Diciembre á 3 h.21 m. 1 s. 4. Segundo contacto interior, 9 de Di-ciembre, á 3 h. 21 m. 45 s. 4. Segundo contactoexterior, 9 de Diciembre á 3 h. 47 m. 55 s. 5.

Estas horas expresan tiempo medio do Nogé-yama. Las siguientes, hechas en la estación meji-cana de Bluff, indican tiempo medio de este últimoobservatorio: Primer contacto exterior, 8 de Di-ciembre á 23 h. 3 m. 59 s. 2. Primer contacto inte-rior, 8 de Diciembre á 23 h. 29 m. 50 s. 2. Rupturadel ligamento, 8 de Diciembre á 23 h. 30 m. 43 s. 7.Formación del ligamento, 9 de Diciembre á 3h. 21 m.22 s. 2. Segundo contacto interior, 9 de Diciembreá 3 h. 21 m. 52 s. 2. Segundo contacto exterior,9 de Diciembre á 3 h. 48 m. 5 s. 4.

Debe notarse que, atendiendo á la diferencia deposiciones de ambos observatorios, los precedentesresultados eoncuerdan entre sí cuanto puede de-searse en una observación tan extremadamente di-fícil como lo es la del tránsito.

El Gobernador elimo de Kanagawa me ha mani-festado su intención de erigir un monumento per-manente en mi observatorio de Nogé-yama, á finde que sirva como punto de referencia para la geo-grafía de este país, cuya carta se ha comenzado álevantar por una comisión especial dependiente delKobusho ó Ministerio de obras públicas.

F. DÍAZ.Jefe di; la Comisien mejicana.

La galería de retratos del Ateneo se ha aumenta-do con los de Ventura de la Vega y D. Agustín Ar-guelles, este último, pintado por I). Federico Ji-ménez.

Un industria] de San Sebastian, el Sr. Marlicorena,ha hecho la observación de que el sebo se descom-pone fácilmente por el agua salada. Habiendo com-prado una cantidad de sebo que había caido al aguaen el puerto, lo hizo lavar y prensar, y obtuvo deeste modo ácido oleico y esteárico.

Las ciencias naturales, y especialmente la botá-nica, acaban de experimentar una sensible pérdidacon la muerte de Gustavo Thuret, acaecida repenti-namente en Niza. Deja en la ciencia un nombre delos más esclarecidos, y sus opiniones son de lasmás respetadas y de las que menos contradiccioneshan promovido. En su notable trabajo sobre las al-gas ha dado á conocer un modo nuevo de genera-ción vegetal de grandísima importancia.