Revista de Ciencia Politica

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Director General y Editor  Licenciado Alberto Amadeo Baldioli:  Subdirectora de la Revista de Ciencia Política on line  Asistente de redacción y traducciones  Licenciada Griselda Marina López  Revista Nº15 " T!RA #!LT$%A &$'T!R$A " RESUMEN Dos cuestiones y una muestra ilustrativa de la segunda cuestión estructuran estas notas. El calificativo de notas responde al carácter necesariamente introductorio de esta  propuesta, cuya (ipótesis b)sica busca demostrar la falacia objetivista de la historiografía: pretender apresar la «cosaensí! "a#n de hechos contemporáneos$ violenta la estructura psicofísica del ente humano, a %uien sólo le es dable capturar imágenes %ue luego comprenderá hermen&uticamente. 'a historiografía crítica u objetivista inmersa en la disección de la «cosaensí! se aleja de su #nica válida misión %ue es apropiarse de la savia del *act+m "%ue desprecia$ para permitir al hombre entenderse como «serenelmundo! «conotro!. (uestra (ipótesis reposa en la necesidad de operar un «giro copernicano! %ue retome la tradición preservada durante ).*++ aos y %ue remonta a la historia de la plenitud vital, al  epos, a encontrarnos con n+estra esencia (istórico,m-tica. -odrá entonces el historiador ayudar a procrear generaciones libres, lo cual impone desprenderse del lastre tóico de la vo/ «ciencia!, marca indeleble de la «omnipotencia antropológica! con %ue el siglo 010 envolvió a las «disciplinas del espíritu!. 'o histórico mundano es posible por el pensamiento mítico. En 2rgentina, el «mito 3irchner! así lo mostró colocando en entredicho a toda  positividad objetivista. ABSTRACT 45o %uestions and an illustrative sample about the second %uestion structures these notes. 4he %ualification of notes responds to the introductory nature of this  proposal, 5hich see6s to demonstrate the basic assumption of historiography objectivist fallacy: trying to capture the «thinginitself! "made even contemporaries$ violent the  psychophysical structure of the human body , 5ho is only possible after capture images that comprise, late, hermeneutically. 7riticism or objectivist historiography immersed in dissecting the «thinginitself! is only valid a5ay from its mission that is appropriate  *act+m sap "5hich despises$ to enable man to see himself as «Eistenceinthe5orld!

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Director General y EditorLicenciado Alberto Amadeo Baldioli:Subdirectora de la Revista de Ciencia Poltica on lineAsistente de redaccin y traducciones Licenciada Griselda Marina LpezRevista N15 " TEORA POLTICA E HISTORIA "RESUMEN

Dos cuestiones y una muestra ilustrativa de la segunda cuestin estructuran estas notas. El calificativo de notas responde al carcter necesariamente introductorio de esta propuesta, cuya hiptesis bsica busca demostrar la falacia objetivista de la historiografa: pretender apresar la cosa-en-s (an de hechos contemporneos) violenta la estructura psico-fsica del ente humano, a quien slo le es dable capturar imgenes que luego comprender hermenuticamente. La historiografa crtica u objetivista inmersa en la diseccin de la cosa-en-s se aleja de su nica vlida misin que es apropiarse de la savia del factum (que desprecia) para permitir al hombre entenderse como ser-en-el-mundo con-otro. Nuestra hiptesis reposa en la necesidad de operar un giro copernicano que retome la tradicin preservada durante 2.500 aos y que remonta a la historia de la plenitud vital, al epos, a encontrarnos con nuestra esencia histrico-mtica. Podr entonces el historiador ayudar a procrear generaciones libres, lo cual impone desprenderse del lastre txico de la voz ciencia, marca indeleble de la omnipotencia antropolgica con que el siglo XIX envolvi a las disciplinas del espritu. Lo histrico mundano es posible por el pensamiento mtico. En Argentina, el mito Kirchner as lo mostr colocando en entredicho a toda positividad objetivista.

ABSTRACT

Two questions and an illustrative sample about the second question structures these notes. The qualification of notes responds to the introductory nature of this proposal, which seeks to demonstrate the basic assumption of historiography objectivist fallacy: trying to capture the thing-in-itself (made even contemporaries) violent the psycho-physical structure of the human body , who is only possible after capture images that comprise, late, hermeneutically. Criticism or objectivist historiography immersed in dissecting the thing-in-itself is only valid away from its mission that is appropriate factum sap (which despises) to enable man to see himself as Existence-in-the-world with-other. Our hypothesis rests on the necessity to operate a Copernican Revolution to resume the tradition preserved for 2,500 years and dating back to the history of the fullness of life, the epos, to meet our historical-mythical essence. The historian, then, could help to breed free generations, imposing detached from the toxic burden of the voice science, indelible mark of the anthropological omnipotence that engulfed the nineteenth century the disciplines of the Spirit.The it mundane historical is possible because the mythical thought. In Argentina , the myth Kirchner has showed it by putting into question the whole objectivist positivity. _____________________________________________________________ NOTAS ACERCA DE LA HISTORIOGRAFA CRTICA Y DEL SINGULAR ENTRAMADO DEL PENSAMIENTO MTICO: LA GESTACIN DEL MITO KIRCHNER Por RUBN DARO SALAS

INTRODUCCIN Estas notas se proponen dar cuenta de la emergencia en Argentina de un mito poltico. Naci con el fallecimiento, el 27 de octubre de 2010, de quien ejerci la presidencia de la Repblica entre los aos 2003 y 2007. Nos referimos a Nstor Kirchner, cuya figura devino construccin mtica sin que narracin historiogrfica alguna hubiera siquiera entrevisto el proceso de gestacin de ese poderoso lan vital que hizo eclosin el da de su deceso. En el mundo globalizado del discurso hegemnico de la Corporacin imperial desterritorializada (Hardt y Negri 2002: 12), aquel que ha reemplazado a las tradicionales estructuras polticas del llamado Estado-Nacin, la expresin vital de la multitud (cf. Hardt y Negri 2004: 15-19) se desliz entre sus hendiduras.

Nuestras notas buscan dar cuenta de esa realidad que despert calladas vivencias dentro del estridente orden virtual de la cultura post-moderna del discurso hegemnico. Vale decir, advertimos que el discurso replegado, de imponerse algn da, puede hacerlo recorrido por formas de expresin donde el pensamiento racional y el mtico se articulen sin conflicto. Mytos y lgos se insinan como dinmica creadora de aquel discurso que en silencio murmura: otro mundo es posible.

Notas que pretenden tambin (a manera de contraste) exhibir la esterilidad del pensamiento historiogrfico de nuestro medio, aquel que, desde el mbito especfico de la historiografa argentina y americana, traduce sin ambages ese discurso hegemnico produciendo fatigados y yermos escritos destinados a sus aclitos, a los que mantiene bajo estrecho sometimiento para asegurarse de que sus nombres no sean olvidados.

Argentina tuvo un triste protagonismo mundial en el ao 2001, protagonismo que hoy acusan los pueblos occidentales tanto de Europa como de los Estados Unidos de Amrica del Norte. La Corporacin inici el milenio con el objetivo de implementar ajustes en la estrategia global y se encuentra en plena actividad.

En estas notas atendemos especficamente a esa expresin mtica que interpretamos como respuesta vital que hace frente inconscientemente al orden corporativo del mundo globalizado y a sus ms conspicuas expresiones locales, cuya voz resuena a travs de los variados medios de comunicacin. Nos importa s dar cuenta del paradigma dentro del cual se produce esta actitud reactiva y colocar un nombre genrico, Corporacin, al sistema de control (Hardt y Negri 2002: 290) que desplaz al modelo representativo de gobierno que slo se conserva como ajada mscara, de manera absoluta en el llamado mundo desarrollado y con signos todava de Modernidad en los llamados pases emergentes de Amrica. A la hora de dar cuenta acerca de este hecho tan inesperado como sorprendente, entendimos que se haca necesario bucear (aunque a poca profundidad en razn de nuestros limitados conocimientos sobre la cuestin) en el vasto ocano de la Psicologa evolutiva y de la conducta, a los efectos de remitir al momento inicial evolutivo en que se forja el pensamiento mtico. Los prrafos sobre la cuestin, borrosos en ms de un trayecto discursivo, deben leerse en clave didctica.

I.LA HISTORIOGRAFA CRTICA O LA PATOLOGA HISTORIOGRFICA Un da especfico, 27 de octubre de 2010, en distintos momentos del da los habitantes de un pas llamado Argentina vamos tomando conocimiento de la muerte de un presidente de la Repblica que lo fuera hasta el ao 2007, continuando luego con la impronta que lo signific.

Se trata de un dato indudable, est ante los ojos; ese dato en cuanto tal se halla preado de objetividad, entendiendo vulgarmente la voz objetividad como el acto de capturar la realidad-en-s.

Ese objeto se encuentra a la mano en un preciso espacio y en un preciso tiempo fsico.

Otro dato dice que al da siguiente se celebra un velatorio en el Palacio de gobierno abierto a todos los que deseen acercarse: una nutrida hilera de casi tres kilmetros renovada continuamente durante aproximadamente 26 horas avanza lentamente hacia el punto convocante. Aqu estamos frente a otra cuestin objetiva y, como sta, se podran enumerar muchas otras que, a manera de crnica, dicen de algo que puede ser verificado.

En poca de vrtigo comunicacional todos los habitantes del pas toman conocimiento del dato. Dato que resulta indiferente a unos y conmocionante a otros.

Hasta aqu unas sucintas referencias, que retomaremos luego en su autntica dimensin, slo vlidas para comenzar a desnudar historigrafos responsables de la autofagia de la disciplina; aquellos mismos que pronto fatigarn las imprentas con tan brutales como primitivos razonamientos disecando la entraa viva del personaje.

Imaginemos a un historigrafo que quiera dar cuenta de lo acaecido. Ms an, que entienda que es preciso acercarse al lugar para dar cuenta de la realidad histrica. l no duda que sin moverse de su cmoda estancia podra hacerlo objetivamente dibujando la situacin histrica y poltica que tal hecho reviste. Sin embargo, pretende capturar la realidad in situ, tal vez para demostrar a los incrdulos subjetivistas aquello de que la historia, como ciencia que es y con la misma rigurosidad que el bilogo frente al microscopio, puede retratar lo que est acaeciendo. As las cosas, emprende un corto viaje hacia el lugar y, luego de divisar la hilera de personas que ya se encuentran all, halla un hueco donde depositarse.

Mientras avanza en la caminata hacia la Palacio de gobierno anota (para evitar olvidar algn dato) cuestiones que atienden a los tipos sociales que all se encuentran, franjas etarias, cantidad estimada de personas asistentes, nivel de pertenencia y de no pertenencia poltica de los all presentes, etc..

Despus de muchas horas de observaciones y anotaciones regresar a su hogar satisfecho por haber cumplido con la misin objetivista.

Todo lo que ahora volcar no podr revestir para l otro nombre que el de registro autntico de los hechos. Importante labor que tiene por finalidad ilustrar rigurosamente sobre un acontecimiento a quienes en el futuro lean su trabajo. All reside la verdad de los hechos: en trminos de Max Weber su trabajo traduce neutralidad valorativa (Weber 1918: 47), pues nada lo conmovi, dado que a la manera de un arquelogo slo dio cuenta de datos.

La neutralidad valorativa resuelve la pretensin objetiva de la historiografa nacida cientfica a mediados del siglo XIX de la entraa del Positivismo, pero, entindase bien, traducida vulgarmente en nuestro tiempo post-moderno, esto es, alejados los representantes de la inteligentzia historiogrfica de cualquier actitud comprensora hermenutica. Dicho en otras palabras, hambrientos por reservarle a la disciplina historia un lugar dentro del mbito de la ciencia, violentan su autntico sentido.

Pero la simple ancdota con que comenzamos este texto dice tambin del carcter metafrico de la historiografa, en tanto la significacin del objeto se desva (metfora significa desvo) hacia otra que opera en la psiquis del historigrafo como su smil. No obstante, el virtual historiador no advierte que las palabras que luego verter librescamente en clave de pretendida historia cientfica no son ms que expresin metafrica, esto es, una transposicin a una hoja de algo que est aconteciendo y donde slo le es dable rescatar aspectos parciales, necesariamente subjetivos en muchos trayectos de su texto cuando se adentre en apreciaciones sobre lo acontecido. Vale decir, ms all de cualquier pretensin objetivista, el texto histrico es rigurosamente metafrico.

Escogimos intencionalmente un ejemplo de una realidad reciente a los efectos de no dejar lugar a una vulgar hermenutica que concluya en afirmar que cuanto ms cercano se encuentra el objeto de estudio es dable absolutamente apresar la cosa-en-s.

Quien esto escribe presenci dos accidentalidades histricas que los humanos habitantes de estas tierras acusaron como significativas: la primera acontecida un 20 de diciembre de 2001 llevaba una consigna esperanzadora (que se vayan todos) que pareca poner en marcha (desde la Argentina) la utopa salvfica de la humanidad sojuzgada por la cultura de la muerte o totalitaria; utopa (entendida aqu como energa creadora revolucionaria) (Lasky 1985: 26) sintetizada en la expresin otro mundo es posible. Nueve aos despus, la convocatoria espontnea surga de la necesidad de rendir un homenaje a alguien que se haba atrevido a retomar, aunque por atajos, el sendero utpico; alguien que haban comenzado a darle sentido a un puado de voces (eleccin o libertad, libertad frente a sometimiento; arrojo frente a astenia). Se trat de un hecho que, como el primero, aunque desde otra dimensin, sacudi el nimo de algunos humanos.

Acaso ese personaje apenas delineado arriba es este narrador que posee grado en Historia? De manera alguna, porque quien estuvo presente en ambas jornadas fue movido por vivencias fuertes y no quiere confundirse con el decir historiogrfico de nuestro tiempo; contrariamente no se identifica con la consigna de la pretensin de objetividad.

En la Argentina hasta la dcada de los 80 del siglo pasado, historigrafos maduros crean en la historia como expresin de verdad, pero lo hacan desde la vehemencia de sus ideas y de sus ideologas. Luego los ya cuarentones que reemplazaron a aquellos lo hicieron con actitud mercantilista. En el lapso de esos treinta aos dieron innumerables volteretas llevados por los vientos de las modas de la hora. Un nmero importante de acadmicos y profesores universitarios consagrados dan cuenta de ello.

Seguramente la historiografa resultara efectivamente valorizada si el historigrafo se reconociera slo como cronista sin otra pretensin que la de consignar datos ocurridos a lo largo del tiempo. Vale decir, si aceptara que su labor (en tanto persista en su actitud aislacionista respecto del mbito ms amplio de las ciencias del espritu) no es otra que la de recolector de datos provenientes de fuentes varias, como con humildad lo aceptaron los historigrafos hasta concluir el siglo XVIII.

Debe reconocerse que los varios materialismos decimonnicos (Positivismo y Materialismo dialctico) al depositar su fe en la historia echaron los cimientos de la peligrosa y deletrea omnipotencia antropolgica que reinara mediado el siglo XX: las fuerzas contrarias (v.gr., Friedrich Nietzsche, Henry Bergson, George Sorel) no consiguieron construir una discursividad alternativa de igual pregnancia, aunque s alertaron con vehemencia del peligroso avance del monstruo historiogrfico, estado de alerta posible porque pisaban un paradigma (Modernidad) que an guardada reservas de energa cognitiva.

Humilde lugar ocup la disciplina historia hasta el umbral del Romanticismo, sin pretensin de objetividad cientfica, cuando no haba abstracto hombre sino humano que reconoca sus limitaciones y poda decir sin hesitarse (como lo haba hecho el doctor John Lightfoot, del Colegio St. Catherine, a comienzos del siglo XVII) que cielos y tierra, centro y circunferencia, fueron creados juntos [] y el hombre fue creado por la Trinidad el 23 de octubre del ao 4004 a.C. a las nueve en punto de la maana) (Daniel 1968: 18)

Lo descrito era propio de las centurias racionalistas de los siglos XVII y XVIII vidas de encontrar alguna clasificacin para los humanos (al culminar el siglo XVIII se impona el concepto de naturaleza humana) como se haba hecho en relacin con los otros seres vivos. An bien entrado el siglo XIX los hombres ilustrados volvieron sus ojos hacia la narracin de la Creacin que da el Gnesis, la de la cada y la del diluvio, para explicar el origen del hombre y de la sociedad. (Daniel 1968: 26).

Qu obras resultan ms imponentes como expresin de narrativa histrica? Indudablemente la Ilada y la Odisea. Dioses y hombres pugnan entre s y despliegan una realidad notablemente articulada. All, en la admirable narrativa se encuentra la grandeza de estas obras que cantan la guerra de helenos y troyanos; he ah vvida la historia. Nos instruimos igualmente, v. gr., con las crnicas de Indias en las que la cita de autoridad basta para dar por cierto un hecho. Historias bien contadas definen el ser de la accidentalidad histrica, pues eso es la historia humana, accidente perdido en el polvo del cosmos. Como anticipamos, hasta los inicios del siglo XIX la historiografa se defini en su legtima dimensin humana: el saber romntico al peraltar lo vital frente al racionalismo de la Ilustracin, se esforz por construirse mticamente. Esta historiografa rescataba la dimensin especficamente humana. De igual forma, tanto en las historias de los caballeros de la mesa redonda, en las del Santo Grial as como en las crnicas bblicas, reside la esencia de la historia, aquella que vale pues dice que el humano es verdaderamente histrico en el fondo de su ser (Heidegger 2002: 72, 337). El hombre es histrico ontolgicamente y puede prescindir de cualquier historiografa, mucho ms de aquella que en aras de la objetividad le arrebata su autntica sustancia.

El historigrafo de la objetividad o de las certezas indubitables ha llevado a la implosin de su disciplina. Fruto de la autosuficiencia disciplinar, de las micro-especialidades rampantes, no puede siquiera acercarse a la comprensin de una realidad por ms cercana que sta se encuentre.

Nuestro ejemplo quiere demostrar la impotencia de una disciplina sometida a los cnones que, nacidos en el seno del Positivismo decimonnico, arrib a la Post-Modernidad acentuando las fracturas que los historigrafos positivistas sorteaban en razn de su erudicin multidisciplinar en el mbito de aquello que Wilhelm Dilthey llamara ciencias del espritu y que otros posteriormente designaran como ciencias de la cultura.

Si el historiador positivista rechazaba explcitamente el sentir mtico como impropio del progreso de su centuria, ste igualmente se deslizaba en el rico entramado discursivo; as se observa, v. gr., en obras como las del gestor de la historiografa cientfica (crtica) Leopold von Ranke, y tambin en los escritos de Jacob Burckhardt y Jules Michelet. Expurgar la narrativa histrica de miradas romnticas fue la consigna del historiador positivista, mirada filosfica compartida por el Materialismo histrico. Sin embargo, hablar de progreso era hacerlo de un mito y, en lxico marxista, plantear un futuro mundo de iguales, supona reconstruir un antiguo mito y (adems) concluir en el sueo utpico de lo inalcanzable (Lasky 1985: 289). Criterio epistmico positivista compartido durante un tiempo de su vida por Sigmund Freud, antes del giro copernicano que lo llevara al adentrarse en el suelo de los mitos que ocuparon un lugar central en la obra del padre del Psicoanlisis.

Cuando la tcnica triunfe sobre la ciencia en el siglo XX; cuando el humano ya no consiga reconocerse y se diluya en la voz abstracta hombre, entonces el sentir mtico comienza su repliegue. Sin embargo, resistir a su expulsin: aunque el sujeto no logre identificar su regin mtica, sta escorzadamente serpentear en la realidad histrica en la medida en que el ente humano es esencialmente histrico en el fondo de su ser. En virtud de ello, la historiografa es posible. Ms an: La falta de historiografa no es una prueba en contra de la historicidad del ser, sino [] prueba de ella. Al pueblo griego en su momento de mayor esplendor le es indiferente la historiografa y esto no significa que fuera ahistrico (Heidegger 2002: 6, 27).Un mito naci en Argentina el 27 de octubre. La fuerza del mito activada por el nivel inconsciente de la estructura psico-biolgica requiere del esfuerzo interpretativo conjunto de quienes entienden que el saber no es mera sumatoria de conocimientos (obra de artilugios inteligentes), sino discernimiento que se interroga; es entender y demostrar algo aboliendo las fronteras disciplinares.

II.METFORA Y MITO: SNTESIS DE LA AUTNTICA HISTORIOGRAFA El verbo metaforizar significa traducir a otro lenguaje[1], desvo del sentido original. Es una figura del lenguaje que consiste en designar una cosa con el nombre de otra que le asemeje, pero fundamentalmente la referencia metafrica permite re-descubrir una realidad inaccesible a la descripcin directa. La metfora es una forma de pensamiento que libera fuerzas energticas que no se podran decir literalmente (Ricoeur 1995: 152).

El pensamiento mtico es un ejemplo de expresin metafrica; cuando emerge es metfora viviente.

Regresando a nuestro ejemplo, an presenciando y casi tocando una realidad, el historigrafo objetivista slo podr dar cuenta de desplazamientos de sujetos, de situaciones sociales y econmicas que determinaron la adhesin multitudinaria a la muerte del presidente, distinguir banderas polticas, intentar dar cuenta material de lo que all aconteci, pero se le escapar el ncleo duro de la cuestin que llev a la multitud hacia un determinado lugar ante una determinada circunstancia. Captar el mundo externo visible pero no le ser dable visualizar (ver-a-travs) los mundos internos que requerira de analistas lcidos, con actitud notica, esto es, con una actitud que les imponga un ver discerniendo.

El historigrafo que nos sirve de ideal-tipo es mero copista de una sumatoria de ah pero con pretensiones de atesorador del saber. Estril descripcin surgir de su fatigada pluma. Lo sustancial de la cuestin permanecer sepultado. El humano es ente histrico y como tal segrega accidentalidades varias (la historia mundana) recorridas por la savia mtica de su pensamiento: es en esa realidad transida de mitos donde el historigrafo encontrar las preciosas vetas de ese pasado que le inquieta. Aproximarse al mundo fctico le obliga a descender hacia la humildad del saber para, desde all, ascender a la comprensin e interpretacin de aquello que se le escapa por padecer de ese singular daltonismo cognitivo llamado objetividad.

No se trata de negar al historigrafo la incumbencia en el abordaje de la materia histrica, slo importara que se esforzara por retornar a aquel camino que durante 2.500 aos defini a su quehacer: contar historias que tica y didcticamente (historia pragmtica) permitan a los humanos del comn ilustrarse sobre cuestiones diversas de la accidentalidad humana.

Desde esa perspectiva podr ver a travs del objeto y no slo tenerlo ante los ojos. Lograr entonces acercarse a la verdad, que es descubrir, ver autnticamente. En el caso referido podr advertir que una multitud ritualmente se encolumna hacia un punto determinado donde el mito fnebre se activa y que este mito a su vez atraviesa religiones que imponen que el cuerpo muerto yazca en un fretro, que el fretro ser depositado en una tumba, porque una creencia ancestral habla de un espritu que sigue viviendo. Que las personas que all se acercaron hacen una ofrenda, que quien yace en el fretro simboliza el poder y que esta voz remite a padre; que la incertidumbre de la prdida del padre se impone bajo formas diversas. Que la ritualizacin del mito por parte de una multitud que permanece por largas horas aguardando la hora de ingresar para estar en contacto con el luchador, le evoca a su vez lo efmero de la vida mundana. Esa multitud as volcada a una calle, y que se dirige a una casa simblica donde va a despedir a alguien que construye como jefe carismtico (y carisma dice de ungido) ve a ese alguien como hroe (cf. Weber 1987: 78), aunque no ose pronunciar una voz que, aguijoneada por la logofobia post-moderna, se le hace esquiva.

Surge la pregunta: toda la poblacin guarda idntico sentimiento? Donde unos ven luz, los crticos ven oscuridad, pero todos participan de la incertidumbre del mito de lo desconocido del temor a la muerte (mito del misterio, de lo oculto). La cotidianeidad ha sido vulnerada por obra del juego del destino, voz emblemtica de lo misterioso que no es dable develar.

Del conjunto de situaciones en pugna, mediadas por el mito, surge la explicacin de la naturaleza del poder y de sus titulares; queda abierto un horizonte ajeno a la historiografa objetiva que, por insistir en tal asepsia, se aleja de la cuestin cuando cree hallarse en el meollo de la misma. Lo autnticamente histrico, en tanto tal, es desconocido por el historiador de marras empeado en hilvanar datos con pobres argumentos.

III. EL ORIGEN MTICO DEL PENSAMIENTO Este acpite pretende acercarse a un interrogante: cmo fue posible que hiciera eclosin un mito en una poca signada por el relativismo materialista de la tica indolora?

Es entonces que entendimos necesario esbozar alguna explicacin (antes de abordar la cuestin especfica de estas notas referidas al mito Kirchner) acerca de un pensamiento que siempre est presente en el sujeto, ms all de que a l mismo no se le haga conciente: se trata del pensamiento mtico, aquel que asoma en el origen de la autntica historia de los pueblos (Henderson 1984: 106) y que luego tal el caso del pueblo heleno desde Scrateses marginado por el lgos (pensamiento racional).

Arquetipos o imgenes primordiales (Jung 1984: 65) (v.gr., sufrimiento, temor, hambre, luz, sombra) constituyen una tendencia a formar representaciones de un motivo, representaciones que pueden variar muchsimo en detalle sin perder su modelo bsico. Estos arquetipos forman el inconsciente colectivo de la humanidad que, al decir del psiquiatra Carl Gustav Jung, se construyen psquica y biolgicamente (son innatos y heredados) y flotan en el nivel inconsciente del pensamiento (Jung 1984: 66); formas pre-ontolgicas que hicieron posible en algn momento de la accidentalidad histrica (de manera contundente a partir del siglo XVII) la construccin de la filosofa racionalista o idealista nacida de la mano de Ren Descartes.

El mito Kirchner fue posible porque exista embozado en el yo de los sujetos esa forma primordial que, sin prejuicio alguno, se hace visible en la niez a espaldas del paradigma en que se gest ese nio.

El mito se explica desde esa dimensin primaria que comienza en la plcida vida intrauterina. Formas arquetpicas primordiales que se trasmiten a travs de un encadenamiento de generaciones y que el pensamiento occidental, desde la nueva era de hierro de Occidente que alcanza su plenitud en la Post-Modernidad, flagela sistemticamente. Estas formas arquetpicas (primordiales) reaparecen, adaptadas, en la etapa adolescente y perduran en el adulto, aunque replegadas. En el primer ao de vida biolgica asistimos (dice la Psicologa de la conducta) a su formacin. Los arquetipos son imgenes cargadas de emocin, ella le inyecta a la imagen energa psquica, la hace dinmica (Jung 1984: 94).

En razn de la construccin del pensamiento mtico represe atentamente en la siguiente rida (como incompleta) descripcin.

Antes de gestarse el pensamiento simblico (el lenguaje) en el nio (hasta aproximadamente los dos aos) (Piaget 1968: 14) ste se expresa mticamente: en el punto de partida de su evolucin mental no existe seguramente ninguna diferenciacin entre el yo y el mundo exterior y las impresiones vividas no distinguen entre lo interior y lo exterior (Piaget 1968: 24). Desde esos inicios opera reflejamente de acuerdo a coordinaciones hereditarias que persiguen la nutricin. Es en el acto de succin (dice la psicoanalista Melanie Klein al hablar de El psicoanlisis de nios) cuando se apropia activamente de algo que le pertenece; acta frente a una necesidad que, como tal, es un desequilibrio. Traspngase en el tiempo la necesidad de nutrirse y nos hallamos con un adolescente frente al imperativo de encontrar un alguien que provea algo, hacia cuyo objetivo se dirige (de manera ms decidida como adulto joven) reconociendo que ese algo a alcanzar supone actuar decididamente.

En suma, el acto reflejo (reflejo, reflexin remiten a espejo) es activo y desempear un papel en el desarrollo psquico ulterior (Piaget 1968: 20). A partir de los dos aos y hasta los siete va descubriendo hechos superiores a l a los que se subordina: antes de la aparicin del lenguaje observaba en sus padres entes grandes fuente de actividades imprevistas y misteriosas; ahora bien, con la aparicin del lenguaje descubre el pensamiento de esos entes envueltos en una aureola de seduccin y de prestigio. Se trata de un yo ideal del que emanan rdenes y consignas que se le imponen. Una esfera de lo misterioso y de lo fuerte establecen ncleos de obediencia desarrollndose una sumisin inconsciente, intelectual y afectiva, debida a la presin espiritual ejercida por el adulto (Piaget 1968: 35). Comienzan a construirse los arquetipos primordiales que se convertirn en los referentes que marcarn de manera inconsciente el mundo afectivo, psquico y social de sus conductas futuras.

Al llegar a los siete aos ya se encuentran asentadas las bases de todas las conductas adultas ulteriores. La primera socializacin influye, no como determinismo absoluto, pero s como fuerte condicionamiento, en la mirada hacia el mundo, que es a la vez imagen ideal y situacin en la que nos movemos con otros (cf. Ricoeur 2001: 106-107). Si en el mundo construido por el nio dominan los arquetipos vinculados al gozo, seguridad, libertad, si el juego simblico ha sido lo suficientemente rico y la socializacin se plantea como libre dialctica entre las partes donde los por qus reciben una respuesta vivida satisfactoriamente, las bases estn dadas para construir la adultez que dice de hacer frente en libertad como ser-en-el-mundo con-otro (Heidegger 2002: 26 113-114). Pero an si las vivencias del nio no hubieran encontrado ese mbito ideal en el proceso de crianza y educacin, toda la estructura orgnica guarda espacio para albergar lo donante. La palabra que en alguna instancia proviene del otro es reparadora, no obstante advenga en el perodo del desarrollo conflictivo del proceso adolescente, o an cuando ha sido superada la turbulencia propia de la madurez biolgica. Las tres reas de la conducta (mente, cuerpo, mundo externo) (cf. Bleger 1969: 30-37), siempre en constante interaccin, no son impermeables a nuevas experiencias, de all que la actitud del mundo externo sea decisiva para facilitar u obstaculizar el crecimiento (Aberastury 1971: 26).

Aqu reside la autntica y significativa historia del ente humano que nada dice de la impostacin historiogrfica que siempre resulta remedo imperfecto e intelectualizado de una realidad cuyas coordenadas se le ocultan al historigrafo, de manera rotunda si se atribuye la pretensin de constituirse en portador de verdades. Su accionar expresa aquello que los psiclogos definen como conducta omnipotente.

Esta mirada historiogrfica objetivista de nuestro tiempo slo persigue escudriar el archivo y lee la masa documentaria como documento y nunca como texto. El ver discerniendo en donde al ser le va este mismo se alza en enigma para el sentir y pensar genuinamente post-moderno. Se impone bloquear a su mirada todo aquello que indique socializacin (proceso por el cual los sujetos adquieren y se identifican con el sistema de normas y pautas de su sociedad). Congelada su visin en aquello ante los ojos y reacio al ver a travs se le oculta, por ejemplo, que mediando escasa socializacin una determinada comunidad en cualquier tiempo y lugar encontrara bloqueado bsicamente el sentir ergeno (pulsin de vida) a favor del tantico (pulsin de muerte); se le oculta tambin el decir del mito. Si, v. gr., aborda el Medioevo, ignora la dimensin socializadora, porque para ello se hara necesario (al decir de un medievalista inscripto en el positivismo decimonnico) penetrar con la imaginacin en toda esta susceptibilidad del espritu (Huizinga 1930:18).

La vivencia ergena aguarda embozada dentro del paradigma tantico post-moderno pues eros y tnatos definen la historia humana; a veces la pulsin de vida se oculta en un remoto fondo del alma o, si se quiere, en la primera de las reas de la conducta psquica: el rea de la mente.

S importa notar que decir historia humana remite a la ontologa del ente humano y no a la impropiedad recogida por historiografa objetivista alguna que, si de Medioevo hablamos, traduce en clave racional aquello que requiere de una hermenutica mtica y simblica[2].

La cultura totalitaria (Sartori 1990: I, 47-51) que se asienta rpidamente desde la tercera dcada del siglo pasado para reinar luego de 1970 de mano de la publicidad y de los distintos resortes de control audiovisual, es expresin autnticamente tantica que requiere del sometimiento psquico de grandes masas de individuos; voz masa que no dice de sentido de pertenencia a una especfica clase social, sino que refiere a individuos manipulados cognitivamente: la inteligentzia es un ejemplo de masa en tanto cree conocerlo todo cuando desconoce los autnticos mecanismos del comprender. Hablamos de individuo porque dentro de la cultura totalitaria, quien se entrega pasivamente al vaho sulfuroso de los medios de comunicacin, no logra constituirse en ente reflexivo (persona), sino que es simple individuo (objeto no divisible) en tanto desactivado cognitivamente.

Ese sentir ergeno puede despertar en circunstancias inesperadas de diferentes maneras dependiendo del carcter seguido por el proceso de socializacin, bsicamente a partir de la infancia. Con esto queremos decir que, si bien todo sujeto respira y habla con el pensar de su tiempo, niveles afectivos arquetpicos pueden influir en el primer ao de vida de manera de forjar una figura de identificacin positiva que se pueda traducir en la posibilidad de sentir por afuera del crculo violento de su paradigma. La psiquis no necesariamente se quiebra en el marco de una cultura totalitaria. En ella siempre existen nichos que resisten las discursividades violentas. Si en el transcurso de su niez y de su adolescencia el sujeto logra preservar la integridad de su psiquis, podr an con una instruccin elemental hacer frente (encontrndose) al mundo del cual es inseparable. Podr advertir, aunque borrosamente, esa imagen primitiva de su niez depositada en alguien que sospecha rescata algo de lo gozosamente vivido; alguien que intuye como restaurador de posibilidades.

Si ha conseguido encontrarse en su nombre reconocindose como ente al que le va su ser en este mismo[3] (Heidegger 2002: 9, 48), su ser emotivo (que es el encontrarse) (Heidegger 2002: 29, 130) le activar el caudal mtico y simblico que atesora desde sus primeros aos de vida. Sirva, a manera de ejemplo, el por qu? que define la conducta de los nios de tres o cuatro aos y que es continuado en el tiempo cronolgico de su existir y, fundamentalmente, en el tiempo ntimo de sus vivencias, convirtindose tal por qu?, en el momento evolutivo correspondiente, en causalidad lgico argumentativa. Ante el arribo durante la adolescencia (expresin de la cultura occidental) del estadio lgico formal (logicidad, vale aclarar, que slo advendr mediante un autntico proceso de socializacin), el mundo del mito, intenso en los primeros aos de vida del nio o estadio sensorio-motriz, se preserva (ontognesis) (Bleger 1969: 132) descendiendo al nivel inconciente de la psiquis.

Vale decir, la continuacin natural del proceso socializador en la instancia lgico formal ser efectivamente formadora en tanto no violente la estructura de personalidad bsica del sujeto que impone dejar abierto el camino hacia el pensamiento mtico originario. ste ser el que le rescate como proyecto[4] y se activar vivencialmente en instancias decisivas, as como tambin le permitir desarrollar la actividad creadora que, por esencia, distingue al humano. La vitalidad mtica de la niez se desplazar ntegra en el transcurso del existir a otras realidades con la fuerza originaria. En suma, aunque la fuerza mtica ocupe un pequeo lugar dentro del mundo robtico, bastar para proteger al sujeto de la fragmentacin de su psiquis. Tambin el mundo simblico, v. gr., de los cuentos, del animismo, vividos en plenitud surgir con el mismo mpetu en su adolescencia, y todo ello le significa al sujeto abrirse cuidndose en su continuo peregrinaje por el mundo del que l es parte desde el fondo de su ser[5].

El poder poltico (potestas) expresado en el mito de la realeza (Garca Pelayo 1981: 18) dice mucho acerca de la vida de los mitos y de los smbolos. Baste recordar el ritual de coronacin de los reyes; ritual al que el gobierno britnico, en oportunidad de la coronacin de la reina Isabel II (1953), otorg singular solemnidad, entendiendo que contribuira a compensar afectivamente el efecto destructor de la Segunda Guerra. La Realeza es expresin genuinamente mtica (Weber 1987: 81-82) y, adems, smbolo de continuidad.

El cortejo fnebre al que referimos en el comienzo de este trabajo remite a ese mundo mtico vinculado al poder poltico. Sujetos de entre 18 y 40 aos representaban un rito, nica forma en que se actualizan los mitos (Caillois 1988: 30). La forma ritual pretenda cuidar una situacin que pareca entrar en zona de turbulencia. Ahuyentar la fuerza de la imagen arquetpica del miedo requiere en simetra cuidar lo que se teme que sucumba.

IV. EL MITO KIRCHNER 1.Ya desde del segundo apartado de estas notas anticipamos sobre la cuestin del mito o del pensamiento mtico, cuestin sobre la que volveremos. Importa s, dado que presentamos un mito contemporneo, acudir a algn concepto.

Mytos es una palabra griega que en el antiguo uso lingstico homrico no quiere decir otra cosa que discurso, proclamacin, notificacin, dar a conocer una noticia (Gadamer 1997: 25). Es todo sistema de valores situados fuera del saber exacto. Es una forma esencial de orientacin, una forma de pensamiento, ms an una forma de vida.

El mito es una asociacin de imgenes [] no es individual, sino colectivo y social. Toda una comunidad se expresa en l, y en l encuentra sus aspiraciones y ansiedades, sus temores y esperanzas. Se trata de tendencias inconscientes bsicas [] cuyo mecanismo es entonces el de la proyeccin, o si se quiere el de la condensacin (Castagno 1980: 28, 30-32).

Su funcin es mantener y conservar una cultura contra la desintegracin y destruccin. Sirve para sostener a los hombres frente a la derrota, la frustracin, la decepcin. Los momentos crticos de la vida social abren la puerta al mito (Garca Pelayo 1981: 19).

Como apuntamos arriba, el mito se realiza mediante el rito: Al margen del rito, el mito pierde, si no su razn de ser, cuando menos lo mejor de su poder de exaltacin: su capacidad de ser vivido (Caillois 1988: 30). Contrariamente al mito, el smbolo es la representacin sensible de una idea; los smbolos sugieren antes que expresan (Castagno 1980: 2, 4).

2.Juventud dice de fuerza, de irreverencia, de frontalidad. Se muestra reacia ante lo adulto por sentirlo apocado, astnico, derrotado. Para reconocer a alguien como valor o figura de identificacin positiva le exigir algn compromiso. Segn la clase social y el grado de instruccin de cada sujeto los caracteres mencionados revestirn matices varios, pero en todos los sujetos se hallarn importantes similitudes. Si el finalizar biolgico de un adulto con el poder de gobernar un pas conmociona, es porque se han cumplido gran parte de los pasos enumerados en el proceso evolutivo descrito. El caer en el frente de lucha convierte definitivamente al sujeto de referencia en hroe o, tal vez, para traducir psicolgicamente el pensar de estos tiempos, en inconfundible luchador (Henderson 1984: 109). El hroe (el luchador) es la proyeccin (en trminos psicolgicos) del propio individuo: imagen ideal de compensacin que tie de grandeza su alma humillada. El sujeto presa de conflictos psicolgicos mltiples de los que la mayora de las veces l es inconsciente, dado que en general son producto de la propia naturaleza social [] est en la imposibilidad de salir de esos conflictos, pues slo podra hacerlo mediante algn acto condenado por la sociedad y, por consiguiente, por s mismo, pues su conciencia est fuertemente marcada y, en cierto modo, es garante de las condiciones sociales. Paralizado ante el acto tab confa su ejecucin al hroe.

En suma, la nocin de hroe [de luchador] en el fondo est implcita en la existencia misma de las situaciones mticas. Por definicin, el hroe es aquel que encuentra a sta una solucin, una salida feliz o desdichada (Gadamer 1997: 27-28).

El hroe es el que resuelve el conflicto en que se debate el individuo, el que viola las prohibiciones que el mito siempre justifica. (Gadamer 1997: 28-29). El hroe es el que tiende el puente que conduce a lugar seguro; es el que tiende la mano al abandonado.

El modelo del hroe tiene significado psicolgico tanto para el individuo que se dedica a descubrir y afirmar su personalidad, como para toda sociedad, que tiene una necesidad anloga de establecer la identidad colectiva (Henderson 1984: 109-110).

Extender la mano hacia un alguien (presidente) que transita por la calle y depositar en sus manos (como era costumbre) una nota que encierra un pedido, dice de un acto de fe hacia el depositario. Este acto de solicitud es pensado hacia alguien que conmueve al solicitante. Intentar explicar el fenmeno psquico que produce ese movimiento que aparece (que se ve) como espontneo es el acto final de un proceso cognitivo complejo que determina tal accin. Pero hay una voz que captura el significado de la accin: esperanza, voz que encierra un complejo de haces de significacin cargados de sacralidad. El abrirse hacia alguien de manera tan espontnea como incondicional supone necesariamente el accionar del mundo mtico que todos los humanos guardan en distinto grado, an en estos tiempos de incredulidad y violencia cognitiva.

[] porque un pas que castiga a los asesinos, a los corruptos, a los ladrones es un pas que tiene futuro, es un pas que recupera la esperanza, la dignidad, que recupera los valores ticos, que son fundamentales para construir una nueva sociedad [] (Kirchner 2005)

[] con argentinos excluidos, con argentinos indigentes, con una desocupacin que superaba el 20 por ciento y con algo que era peor, nos habamos resignado, habamos perdido la autoestima [](Kirchner 2005).El ejemplo dice de un hombre revestido de cualidades excepcionales para cuya explicacin el anlisis argumentativo carece de respuestas y que se define desde la perspectiva del carisma o, al decir de Max Weber, detenta naturalmente un poder carismtico (Weber 1987: 78-81, posee ese algo denominado por los latinos auctoritas (autoridad moral).

Carisma (que dice literalmente de uncin sacral) remite a misterio, a fuerza tremenda, que el otro intuye de varias formas, ya naturalmente, ya intelectualmente. Dice de quien es confiable y lo dice as porque provoca un acto aparentemente espontneo de acercamiento que, en realidad, debe leerse como acto en donde se activan fantasas reprimidas desde la niez vinculadas a la proteccin paterna y que el tiempo ha adormecido pero no sepultado. Esas fantasas de la roca en forma de tejado que protege con amor (segn el Proverbio de Isaas) aguardan ocultas el momento de hacerse or. Pueden permanecer as a lo largo de toda la existencia, pero pueden tambin encontrar un momento de concrecin: es el momento en que bullen y hacen erupcin.

Nstor Kirchner surge como el sujeto cuya conducta impregna los ojos de ese otro esperanzado en la era de la humillacin y del sometimiento.

Priorizamos la respuesta del joven, porque es futuro y horizonte; proyecto. La cultura totalitaria persiste en envolverlo en el conformismo, le requiere adicto a imgenes y realidades virtuales escabullndole la vida y los ideales, precisamente a quien psico-fsicamente es energa por definicin. El panptico corporativo vigila las veinticuatro horas del da con la consigna de desalentar y sembrar de ruina y horror toda construccin de mundo. Frente a las figuras de identificacin positiva le impone manifestaciones varias de violencia. De manera conciente o no el joven busca orientacin y gua: en Argentina, las corporaciones a travs de la telepantalla orwelliana, con hbiles estrategias intentaron ocultar y silenciar una voz que anunciaba consignas bsicas que podran sintetizarse como sigue: lucha por tu libertad, no dejes que oscurezcan tu horizonte; recuerda que, cuando debas hacer frente, fuerzas oscuras siempre estarn al acecho; recuerda que eres persona y no ente inanimado. Eres ente pensante, recurdalo.

[] les pido que tengamos muy buena memoria, porque la lucha cotidiana contra los intereses es muy difcil y los intereses se pueden agazapar, pero quieren volver a retomar la iniciativa (Kirchner 2006).Ese mensaje recorra la didctica oratoria de Nstor Kirchner; conformaba la matriz de una discursividad que se asentaba en ciertos ejes invariables construidos dentro de la figura retrica de la repeticin que opera como reforzador argumentativo.

Su lenguaje gestual y la palabra encendida que nombra al objeto que acecha, siempre repetido y siempre matizado (el nombre desnuda al nombrado), dice a su vez de la sustancia nutricia de la infancia y advierte sobre aquellos que se la apropian, que es apropiarse de su existencia.

Ese hombre captura lo que el joven silenciosamente aguarda. En el extremo, el anciano advierte que alguien ve y reconoce su estado de abandonado, que es abandono del ser, desprecio por la raz misma del valor sacral humano. A su vez, muchos adultos jvenes escuchan palabras extraas para el vocabulario de estos tiempos: la dignidad no es una cuestin de negocios (No se negocia la justicia social ni la dignidad[6]). Gestos y palabras que evocan el estado de moratoria social (Aberastury 1971: 27) en que el orden poltico haba sometido al humano ms desprotegido. El joven se reencuentra a travs de la figura salvfica con ese yo ideal paterno que le incita afectivamente (jugndose) a hacer lo propio, a actuar de un modo combativo (donde le va su ser) en-el-mundo-con-otro.

[] me juego por mi pueblo, me juego por la Patria, me juego por una Argentina para todos y con todos [] (Kirchner 2006).[] Tenemos que recuperar esa vocacin de cambio, esa vocacin transgresora que tuvo durante muchsimo tiempo la sociedad argentina [](Kirchner 2006).[] decirle a los jvenes argentinos [] militen donde militen tienen la posibilidad de hacer el cambio en paz y en democracia que nosotros como generacin no tuvimos, por eso participen, por eso opinen, por eso sean transgresores, por eso ganen las calles, por eso recorran todas las universidades, los talleres, los trabajos, esa juventud debe ser el punto de inflexin de la construccin del nuevo tiempo [] (Kirchner 2005).[...] mis convicciones [] las voy a llevar hasta el final, vine a luchar por una Patria justa, vine a luchar por la dignidad, por la inclusin social, por que se consolide el nuevo modelo, por el nuevo tiempo por la nueva historia (Kirchner 2005).[] se fortalece la esperanza de cambio, se fortalece la posibilidad de estar en un punto de inflexin para construir un nuevo pas, el pas que nos contenga a todos [] (Kirchner 2008).[] Solidaridad, convivencia son elementos fundamentales para construir un Pas que lo soamos [] (Kirchner 2008). [] Fuerza dignidad, alegra, convivencia [] adelante con Uds. no somos de los que dicen anmese y vayan, vamos adelante como corresponde (Kirchner 2008). [] Quiero llegar a la Argentina donde los padres y las madres vuelvan a sonrer porque el hijo est mejor [] porque el hijo tiene dignidad, porque el hijo tiene futuro, esa es la Patria con la que sueo [] (Kirchner 2005). Como toda muestra, las aqu escogidas exigen ser explicadas dentro del contexto dentro

del cual circulan. Decir algo es hacer algo (Austin 1971: 48, 53,138) y, como quiere la teora de los actos del habla, hacer algo remite a la expresin realizativa (performative uterances) del lenguaje. En la muestra ese acto realizativo que afecta al receptor del discurso lo hace de manera eminente y, se traduce en el acto perlocucionario, que consiste en lograr ciertos efectos por el hecho de decir algo. Actos donde decimos algo como convencer, persuadir, disuadir (Austin 197: 153, 166).

El reverso de la moneda salvfica muestra el contoneo de los activadores de la telepantalla que, agitando las consignas de los grupos de poder que representan, entienden acercarse al objetivo final por ellos anhelado; final que, para el nativo argentino, supona regresar a las calamidades que, gestadas al mediar los aos 80 y desatadas con furia impiadosa a partir del ao 2001, haban devorado casi dos generaciones. Muchos integrantes de un variado espectro de profesionales de la poltica (que no excluye expresiones del mismo partido gobernante) enemigos de la puesta en marcha (por parte del matrimonio Kirchner) de un ideario que priorizaba las cuestiones de carcter social y poltico sobre las de contundente sesgo econmico, y a quienes visualizan con la firme conviccin de avanzar con su modelo de pas, aguardan el ocaso de esa energeia renacida con la esperanza de retomar el camino de ortodoxo disciplinamiento dentro del orden globalizado.

Permtasenos un desvo an a expensas de interrumpir el ritmo del texto.

La accidentalidad histrica enfrent a la Argentina con una aguda crisis que tuvo su punto ms lgido en el mes de diciembre del ao 2001. El colapso social era el final anunciado de la felicidad subjetiva que le haba proporcionado la era del consumo de la dcada de los aos 90.

El paisaje urbano argentino semejaba al de un campo arrasado: en pocas palabras, la crisis europea de nuestro tiempo reproduce (aunque slo dbilmente) aquello que aconteci en nuestras tierras. El pas qued a la deriva poltica conducido por administraciones obedientes de los mandatos de las gerencias ms aquilatadas del orden corporativo imperial (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial), hasta que finalmente en 2003 result electo un ignoto sujeto proveniente del extremo sur del pas llamado Nstor Kirchner.

Este alguien de perfil heterodoxo comenz a agitar la modorra cotidiana actuando con decisiones enderezadas a rescatar del estado de desamparo y desasosiego a aquellos que, en distinto grado, conformaban ms de la mitad de la poblacin. Se descubra un alguien sobre quien proyectar la incertidumbre, en la certeza de que ese alguien no dudara en hacer frente a la sombra de lo adverso. El mito comenzaba a gestarse pues ste trata de satisfacer una necesidad existencial de instalacin y de orientacin ante las cosas, fundamentada en la emocin y en el sentimiento (Garca Pelayo 1981: 23).

Como el objeto de estas notas no pretende hacer una resea de su accin gubernativa, trazamos slo algunos ejes que influyeron en su proyeccin a la estatura de mito, vinculado con el regreso al modelo de gobierno denominado Estado mximo, anttesis del Estado mnimo (Bobbio 1987: 139-147) donde el poder econmico decide el camino de la administracin de gobierno en detrimento bsicamente de la denominada poltica social, forma de Estado imperante entre 1990 y 2003 fiel a las consignas emanadas de la Corporacin imperial.

El eje central de su accionar se centr en el rescate de la palabra. La palabra es un arma y su impronta qued pronto demostrada. El sentido tico del discurso se tradujo en un modelo de gobierno denominado de crecimiento econmico con inclusin social, cuya clave resida en subordinar el accionar econmico a la esfera poltica. Esa fue la consigna en accin que (con suerte varia) contina hasta el presente, siempre acompaada por un discurso incisivo enderezado a conmover una sociedad frustrada psicolgicamente y socialmente anmica y cuyas expresiones exhortaban a apropiarse de esa dignidad que le haba sido arrebatada, a luchar por aquellos ideales ticos sin los cuales todo porvenir resulta ilusorio, a rescatar el sentido comunitario de la existencia, al tiempo que desnudaba al autntico poder corporativo local e internacional al que comenz a enfrentar y nombrar, empleando la misma estructura retrica de la repeticin. A partir del ao 2006 revel el nombre de las mayores corporaciones locales que condicionaban no slo el accionar de su gobierno sino que lo haban hecho a travs de muchas administraciones con el beneplcito de stas: se trataba de dos oligopolios de la comunicacin, representados por las empresas La Nacin y Clarn, con quienes se encolumnan las expresiones partidarias afines, lo cual supone hablar de casi todo el espectro opositor.

[] con la fuerza y la dignidad de millones de argentinos que desean tener una Patria, no me import lo que decan [] muchos medios de comunicacin [] No me importa a m, no vine a tratar de que escriban bien de m [] (Kirchner 2005). [] Tambin dijimos que con el Fondo Monetario Internacional ya no bamos a aplicar ms las recetas que hundieron la Patria. [] Que sepan [] las autoridades del Fondo Monetario Internacional que no vamos a negociar cediendo nada de lo que corresponde a la Argentina. No se negocia la justicia social ni la dignidad, no se negocia el crecimiento argentino, no se negocia el desendeudamiento de la Patria [] (Kirchner 2005).[] junto con la dignidad de este Pueblo, le pagamos al Fondo y le dijimos chau, los argentinos vamos a gobernar nuestro destino [] (Kirchner 2008). Hacia quines iba orientada especficamente la estructura discursiva de Nstor Kirchner? Quines podan tener la energa para traducir vivencialmente en hechos sus palabras? Los sujetos ms jvenes y los jvenes adultos desencantados. Discurso (dice a la vez de palabra y accin) que martillaba los odos de los oyentes y fue escuchado en una alocucin pronunciada pocos das antes de su muerte.

Al atender a la configuracin del mito Kirchner lo hacemos desde la visin de quienes lo observan desde una perspectiva amigable: as entendido, el objeto mtico queda expurgado de cualquier atributo negativo, dado que el mito se construye en base a un patrn virtuoso (Garca Pelayo 1981: 22).

Importa precisar que quienes confrontaban, tanto desde la mirada oficial como desde la contraria, respondan a la generacin de los nacidos en torno a los aos 50 (padres fundadores de la Post-Modernidad), cada uno asistido por un nutrido grupo de asesores pertenecientes a la autntica generacin post-moderna (nacidos en la dcada de los 70).

Respecto de las expresiones que serpenteaban (y an lo hacen) dentro de un amplio espectro de la partidocracia en busca de un quiebre del orden constituido enarbolaban un pendn de cuo ciceroniano: Kirchner debe ser destruido. Como todas sus energas convergan hacia ese objetivo, se sintieron relevados de esbozar cualquier programa electoral de circunstancia con miras a las elecciones presidenciales de 2011.

Se trata del cmodo refugio que encuentra aqul que no se atreve a confesarse cmodamente instalado dentro de un sistema-mundo que entiende le asegura su pertenencia a un privilegiado grupo de status. Grupo de poder y de status cuya consigna consiste en repetir una y otra vez por la telepantalla la consigna orwelliana: Esclavitud es Libertad, vale decir, asegurar la neutralizacin psquica de la multitud.

Este profesional poltico representa la total abdicacin tica; en suma, es el rostro autntico de la poca de los presidentes corruptos que definen el perfil poltico del discurso hegemnico post-moderno. Al advertir que alguien hace frente a aquello a lo que l ha renunciado junto a sus compaeros de fracasos y de resignaciones, slo queda destruirlo y hacer evidente ese imperativo.

Como dijimos, todo el sistema de control se haba puesto en marcha para neutralizar a la figura molesta. Los noticieros televisivos y radiales no daban descanso ni al odo ni a la vista del (en apariencia) pasivo espectador u oyente. Importa rescatar la locucin adverbial en apariencia: sucede que el dispositivo meditico no se encuentra adaptado para advertir fenmenos anmicos distintos del minimalismo tico. El discurso hegemnico (en tanto discurso de control) opera sobre una base social estandarizada (mayoritaria) hipermediatizada, sometida al ver todo lo ms rpido posible (cf. Lipovetsky 1994: 48, 237) en donde implanta opiniones y emociones: su presa es una sociedad desgarrada, anmica, cuya actividad lingstica o mental ya no es intencional sino ms o menos automtica (van Dijk 2001: 31) a la que todo horizonte de expectativa le es ajeno. Se le escabullen entonces los complejos procesos psquicos que venan actuando en buen nmero de jvenes y de adultos jvenes (en torno a los cuarenta aos) que, aturdidos de consignas confusas, se refugiaron en su mundo interno.

La sociedad de control encuentra en los medios de comunicacin su autntica expresin pues se lanzan hacia la organizacin directa de los cerebros y los cuerpos con el propsito de llevarlos hacia un estado autnomo de alienacin, de enajenacin del sentido de la vida y del deseo de creatividad. (Hardt y Negri 2002: 36).

Cuando el ojo avizor de la multitud detect en el afuera signos de salvacin que guardaban sincrona con lo que le dictaba la mirada interna, idealiz a cierto sujeto adulto cuyas palabras y actitudes se adecuaban bastante a esa emotiva identidad inconsciente que hablaba de supervivencia (arquetipo de la nutricin): a partir de entonces el mito Kirchner qued forjado.

Abordemos el final de la crnica:

Sbitamente, un da de asueto en razn de un censo poblacional, aquel que haba luchado y al que expresiones eclcticas haban enfrentado hasta el da anterior, fallece.

Antes del medioda las varias telepantallas anuncian la noticia: al anochecer la Plaza de mayo comienza a poblarse de un nutrido grupo de personas. Al da siguiente (ya lo adelantamos) las corporaciones locales deben reconocer con desconsuelo que el monstruum horrendum virgiliano era un mito. Ms an se trataba, dentro de los tipos mticos, del ms potente: el reconocido en silencio y que muere conciente de que tal situacin final lo aguardaba en las cercanas. Ante dos crisis cardacas los mdicos ordenan vida sosegada. Llevado por sus convicciones eligi no cejar en su accionar y avanz hacia lo inevitable. El mito del hroe est completo: en plena lucha contra las fuerzas del mal llega el sacrificio heroico que desemboca en la muerte (Henderson 1984: 109).

V.LA FUERZA DEL MITO La fuerza mtica se verifica en el desfile de los presentes durante el funeral del luchador (hroe); fuerza que dice de la autntica historia que se hunde en los mitos, en esos arquetipos primordiales anteriores a toda ontologa, es ese pre-ser que envuelve y cuida al ente humano, cuidado existencial que anuncia la vida intrauterina. El vivir impropio de su naturaleza humana se diluye cuando el ente humano deviene hroe pues se funde en una dimensin carismtica. Al entrar en el panten de los hroes el sujeto deviene entramado de valores ticos.

Al mencionar los mitos polticos no puede ignorarse que muchos que lo fueron en su tiempo sostenidos en el culto a la personalidad, de los cuales el siglo XX exhibe conocidos exponentes (Hitler, Stalin), se derrumbaron apenas concluido el rgimen que los haba cobijado.

En el mbito del pensamiento mtico occidental resulta frecuente que el reconocimiento del hroe (luchador) se haga efectiva manifestacin aos despus de su muerte. Pero la construccin mtica rompe la barrera racional cuando la muerte le sorprende en pleno combate: entonces hace eclosin el sentimiento que vena gestndose.

En el caso del mito Kirchner asoma otro rasgo singular. Las historias hablan, v. gr., de Isabel de Castilla y Fernando V de Aragn como de dos portentosas figuras que se identificaban en la energa combativa. La actual presidenta era su esposa y ambos compartan la voluntad y la energa cuyo objetivo consista en materializar ideas forjadas durante los aos juveniles que guardaban la impronta del Mayo francs. Ella, ahora viuda, se representa como custodio natural del legado del hroe; rinde culto ante el cuerpo yacente de su esposo, pero a su vez se sabe comprometida con la continuacin de una misin trunca. Despide un cuerpo y en el acto resignifica el ideal compartido.

Somos, vemos la luz del mundo mticamente: todo nuestro ser desde la misma primera nutricin es una construccin imaginaria que dice de una misteriosa fuente de donde mana el alimento: el humano en su transitar es siempre necesidad de reencontrarse con esa fuente benfica, con ese bien mgico-mtico que el intelecto intuye (en tanto proyeccin adaptada de ese primer acto nutricio), capta y aguarda. No expresa acaso el Estado esa fuerza donadora y justa que da a cada uno lo que le corresponde segn el principio de la justicia distributiva? Cuando esa fuerza encarna en alguien, la experiencia arquetpica de la imagen primera se activa en el sujeto y se proyecta (porque lo reconoce) en ese alguien. Se trata de un regreso a las fuentes, al que se arriba despus de un largo y tortuoso peregrinaje interior.

Cul es el nutriente que atesora ese hombre cuyo nombre una multitud espontneamente encolumnada comienza a agitar en la hora aciaga?

El nutriente es para los hombres y mujeres de todas las edades la voz esperanza, sntesis del ente humano en tanto persona. La palabra preada de mnimo contenido (y es mnimo porque el decir autntico an no ha podido ser recuperado de las zarpas del discurso hegemnico post-moderno) se impone a la palabra hueca de la telepantalla. Por ahora se trata de consignas gritadas, tal vez de frases que condensan un mnimo de significado respecto del trgico hecho que arrebat al luchador. Como ser relativamente a la muerte que es el ente humano, Nstor Kirchner ha sido tempranamente sorprendido por ella. Pero llegar al final biolgico significa finalizar, no morir, que guarda significacin ontolgica y no habla de final (cf. Heidegger 2002: 53, 236-242). Esta particularidad del fenecer identifica al hroe: el es muerto, vale decir, su ser sigue conjugado, permanece esencialmente por fuera del acontecer biolgico. La multitud que saluda al hroe encuentra en ese finalizar de la vida el triunfo sobre la sombra de sus aspectos reprimidos. La imagen del hroe se le representa en gerundio como siendo, pues (de manera singular en las generaciones jvenes) ese final marca el comienzo de la batalla de la liberacin (Henderson 1984: 117, 120). El hroe siempre es portador de la verdad y sta en rigurosa etimologa dice de lo que permite ver: ve tanto la luz que abre hacia como la sombra que cierra el horizonte. El hroe ha combatido contra la sombra que haba iniciado la invasin del yo ntimo del sujeto joven. Es en la instancia en la cual el joven inicia el lento descenso en bsqueda de ayuda a ese fondo inconsciente de imgenes primordiales o arquetpicas para hacer frente, cuando su psiquis materializa lo que ha ido a buscar en el inconsciente, se trata de esa coincidencia significativa que Jung denomina sincronicidad, conexin inexplicable entre el mundo interno y el externo (von Franz 1984: 207).

Ese morir es donante: conciente de su finalizar apura sus palabras para dejar un mensaje de lucha por la libertad de la conciencia del porvenir (que es el joven), o mejor, de un porvenir que advierte que ya est siendo y que es necesario vigorizar con nuevos esfuerzos reflexivos. Los ideales se le imponen frente a la preservacin biolgica de su cuerpo.

Denigrar o exaltar un nombre propio, con la magia y la dureza diamantina que tienen los nombres propios, habla de identidad y pone al enemigo del nombrado en la encrucijada de un final irreversible. Una comunidad sana nombra con precisin tanto lo que condena como lo que venera. El hroe que emergi el 27 de octubre le coloc el nombre a la cosa.

[] Empecemos a ser los polticos dueos de nuestras propias palabras. La Argentina y los argentinos tenemos que recuperar el sentido de la autoestima, el sentido de ser [] (Kirchner 2005).

[] nos jugamos por un pas distinto, que somos capaces de decir las cosas que hay que decir y que hay que hacer, ms all de los impedimentos que nos pongan []. (Kirchner 2005).El mito, apunta Fernndez Savater al referir a la obra Espartaco de Howard Fast, no slo transmite el deseo de otro mundo posible, sino su posibilidad concreta, en los hechos. Como explicaba G. Sorel, los mitos son lo contrario de las utopas: stas exigen fe en el advenimiento de un modelo acabado, pero los mitos expresan la fuerza de una comunidad presente. La esperanza que movilizan brota de la confianza en las propias posibilidades y capacidades. Dice y recuerda que no hay que rendirse ante ninguna ineluctabilidad (Sorel 2005: 83).

Espartaco porta la ilimitada claridad de la esperanza humana, la aseveracin testaruda del valor de la vida cotidiana de todos los seres humanos sobre la tierra. Su triunfo se debe a que conserva vivo en el alma del hombre el sentimiento indestructible de que lo que se hace vale la pena ser hecho [] de que el pueblo merece que se le libere (Chesterton) (Fernndez Savater 2004).

CONCLUSIN El pensamiento mtico que ha emergido por las ranuras del materialismo relativista del conformismo no puede ser destruido, pero requiere evitar que se oculte nuevamente.

Una vez activado, el pensamiento mtico debe continuar sacudiendo de su modorra a la conciencia racional en aquellos que han vivido como una eclosin sorprendente ese pensamiento oculto en el nivel inconsciente de su estructura psquica.

Mirando por ltima vez a los historigrafos de la pretensin de objetividad, a aquellos para los cuales hablar de pensamiento mtico o de cualquier otro que no sea el de su propia crcel les parece mera impostura, en fin, a aquellos que desde su disciplina hacen gala de fragmentar, y al tiempo esterilizar, el conocimiento, nos parece oportuno recordar aquello que Ernst Cassirer sostuviera en la dcada de 1920, donde sealaba que era difcil llevar a cabo una separacin lgica entre mito e historia. Para decirlo mejor: toda concepcin histrica tiene que estar impregnada de elementos mticos y necesariamente ligada a ellos:

Si esta tesis est en lo justo, entonces no slo la historia sino todo el sistema de las ciencias del espritu que se fundan en ella tendra que serle arrebatado a la ciencia para entregarlo al mito (Cassirer 1971: II, 14)

Como consideracin final de estas notas nos importa sealar dos cuestiones. La primera refiere a la ceguera historiogrfica que (como aconteciera durante el ao 2001) volvi a ignorar la realidad por la que transitbamos los humanos de estas tierras. La historia construida con pretensin de verdad poco le dice al historigrafo, ms all de sus amaados escritos de fragmentos documentales ensamblados a los que su acrisolada ignorancia venera.

La segunda cuestin (en la hora actual del mundo y atendiendo a la construccin del mito Kirchner como expresin de un hacer frente al paradigma del discurso hegemnico) obliga a los intelectuales, a quienes convoca a reconocer su daltonismo cognitivo y a plantear, menos un trabajo interdisciplinario entre las llamadas ciencias del espritu y ms un trabajo que proyecte una nueva subjetividad convencida de la necesidad de integrar el conocimiento; donde el criterio holstico domine sobre la extrema fragmentacin del conocimiento. Para acudir a este llamado que, v.gr., encuentra en la obra de Michel Foucault Las palabras y las cosas un significativo ejemplo, la filosofa parecera la ms indicada (por su tradicin) para comenzar con ese emprendimiento.

Esa nueva subjetividad se expres con fuerza el 28 de octubre en Argentina: dej al desnudo la discursividad hueca de la partidocracia en su conjunto, pero, fundamentalmente, enarbol un mito para significar aquello que ya en el ao 2001 se haba apenas esbozado: otro mundo es posible ([] se puede construir un nuevo orden en forma paulatina []) (Kirchner 2005).

__________________________ * Profesor y Licenciado en Historia (Facultad de Filosofa y Letras, UBA). Doctor en Historia (Facultad de Historia y Letras. Universidad del Salvador). Docente-Investigador: Proyecto financiado por la Secretara de Ciencia y Tecnologa (Universidad Nacional del Sur, Baha Blanca): Perodo 1997-2000 / 2001-2003 / 2004-2007 / 2007-2010. Profesor de Post-grado en el Seminario de Historia del Derecho de la Facultad de Ciencias Jurdicas (Universidad del Museo Social Argentino). Miembro titular del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho. Libros publicados: Estado, Lenguaje y Poder en el Ro de la Plata (1816-1827), Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 1998; El discurso histrico-jurdico y poltico-institucional en clave retrico-hermenutica. Del Clasicismo ilustrado a la Post-Modernidad, Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho, 2004. Colaborador de la Revista de Historia del Derecho (Buenos Aires), Jahrbuch fr Geschichte Lateinamerikas (Berlin), Iberoamericana (Instituto Iberoamericano, Berln)

Correo electrnico: [email protected].

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[1] FERRATER MORA (1976), s.v. metfora.

[2] Cf. respecto de la Alta Edad Media el acpite El marco de la idea de la poltica como Reino de Dios (GARCA PELAYO 1981: 195-200).

[3] Ferrater Mora: 1976, s.v. Dasein.

[4] La nocin de proyecto ha adquirido importancia en varias filosofas contemporneas. Tal sucede en Heidegger al introducir en Sein und Zeit el vocablo Ent-wurf. Se trata de proyectarse a s mismo; vivir como proyecto (Ferrater Mora 1976: s.v.. proyecto). (Heidegger 2002: 31, 135-140).

[5] Segn Heidegger, como la existencia del ser est siempre en juego (le va su ser en este mismo) antes de lanzarse al juego en el mundo est previamente cuidado. El cuidado es el ser de la existencia. (Ferrater Mora 1976: s.v. cuidado, Existencia) (Heidegger 2002: 46, 215).

[6] Palabras del Presidente Nstor Kirchner en la Ciudad de Balcarce, Provincia de Buenos Aires, 21 de julio de 2005.