Revista Cánovas nº9 Octubre 2014

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Revista digital de pensamiento político, económico y social. Nº9 Octubre 2014. Edita Cánovas Fundación.

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2 digital Cánovas

Edita: Cánovas Fundación

Presidente

Joaquín L. Ramírez Rodríguez

Secretario General

Miguel Ángel Ruiz Ortiz

Digital Cánovas

ISSN: 2255-5900

Nº9. Málaga. Octubre 2014

Dirección

Francisco M. Castillo Medina

Guillermo Díaz Gómez

Diseño y Maquetación

Rosa López Campos

NOTA: Cánovas Fundación no comparte necesariamente las opiniones expresadas por los diferentes autores.

[email protected]

www.canovasfundacion.com

@CanovasFundac

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ÍNDICE

Noviembre.

Joaquín L. Ramírez 4

¿Qué está pasando?

¿Qué hay que hacer?

José Antonio Jurado 6

El voto en blanco, una reforma

necesaria para la mejora de

nuestra democracia

Fermín Vázquez 8

El ultimátum permanente del

nacionalismo catalán.

Alfredo Crespo 12

Descifrando el Nou Estado.

Alejandro Ibáñez 16

El éxito del Convenio Europeo

de Derechos Humanos.

Pablo Sánchez 18

Liderazgo que obtiene resultados

en democracia.

Ismael Sánchez Cañavate 20

La jauría humana.

Guillermo Díaz 24

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Noviembre

por Joaquin L. Ramírez

@JoaquinRamirez

Es una conocida paradoja que lo

malo de algunos sueños o algunos deseos

es que pueden convertirse en realidad.

Durante estos trepidantes días, alguna

marcial revista de los uniformados “Mossos

d´Esquadra” o el acto de impostada

solemnidad de firma del decreto de la

consulta soberanista, vinieron

escenificados con un molt honorable Artur

Mas de una actitud y mirada de monarca o

presidente de una república

protagonizando momentos históricos.

Nunca, en el seno de la coalición CIU y por

distintos motivos, se llegó a pensar que

estos momentos llegarían. Sin embargo, la

discordancia ha empezado a establecerse

entre los máximos dirigentes responsables

de este estado de cosas, porque ya

empiezan a no compartir ni acciones ni

propósitos.

Puede que el pasado sea a veces

esa losa que dicen. Las últimas decisiones

del presidente Mas, aún con las

resoluciones del Tribunal Constitucional

suspendiendo la ley de consultas catalana

y la convocatoria de la consulta del 9-N,

rayan en la ilegalidad. Las nefastas

consecuencias que tendría que el máximo

representante del estado en Cataluña

incurriera en la comisión de delitos no

hacen sino elevar la preocupación de

cualquiera que afronte con responsabilidad

este estado de cosas. No estamos en

1934, allá cuando Lluis Companys declaró

el estado catalán -6 de octubre- y fue

detenido por ello al día siguiente, tras

muchos tiros y la muerte de casi 50

personas. Pero pasado el tiempo, algún

guion histórico parece estar sirviendo de

libreto para reproducir según qué hechos.

La búsqueda del reconocimiento de

derechos, singularidades y autogobierno

en el caso catalán parece abocada a

concluir en enfrentamiento y separación

como en una suerte de cainismo que ni se

puede justificar ni favorece absolutamente

a nadie. El orgullo mal entendido junto a

una paroxística visión de la identidad

territorial, regional, nacional o cultural,

produce unos efectos tales que los más

relativos y menores derechos pueden

llegar a anteponerse a los más

elementales.

Contra corriente, como en un

proceso de tributo a un tótem

pseudorreligioso inevitable, en contra de la

más clara razón y, tras un complejo

ejercicio conductista de medias verdades,

el artificioso plan de ruta apenas avanza ya

más que por una estrecha angostura que

no conduce ni al progreso ni a la libertad.

El propio sacrificio de Artur Mas, ya

descontado, no justificará los errores y las

malas decisiones tomadas a sabiendas,

porque nada podrá ocultar que este

callejón sin salida que es la secesión era

bien sabido. Rehén de las consecuencias

de sus actos y de algunos compañeros de

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viaje propios y extraños, todos se

preguntan cuál es el instante elegido para

parar. Todos saben que lo hará ya muy

pronto, sus límites no parecen diferir

mucho de los que objetivamente se

divisan.

De hecho, serán otros los que

querrán tomar el testigo de continuar

irredentos el camino hacia ninguna parte

en esa engañada creencia de debilidad

española que no es sino un cálculo nefasto

y erróneo. En los momentos más magros

de nuestra crisis económica reciente,

muchos en Europa quisieron pensar que

éste era un país pequeño, arrasado e

inhábil. Con todos los respetos, pero se

nos quiso confundir con Grecia, Irlanda o

Portugal –países de mucho menor peso

que el nuestro-. Se habló de rescate

inminente, se nos afeaban conductas y

también costumbres. Todos opinaron sobre

quiénes éramos, como debíamos actuar,

cuánto teníamos de “PIGS” y cuánto más,

también. La mayor parte sabe hoy que su

menosprecio no pudo tapar ni nuestra

capacidad, ni nuestra potencialidad ni

nuestro auténtico peso real. Quizá esos

aficionados a dibujar caricaturas tan

irreales convencieron a los más optimistas

activistas de independencias catalanas,

secesiones o sucedáneos. Ni para unos ni

para otros la España real es tan fácil de

batir.

La complejidad de nuestra historia,

la violencia y los enfrentamientos civiles,

las injusticias y tantas situaciones dignas

de ser estudiadas y nunca repetidas, no

obsta en absoluto para concluir que

España es una nación democrática,

soberana y milenaria. La nación más

antigua de Europa, digna de ser respetada

tanto por sus nacionales como por el resto.

No es recomendable pensar que la

prudencia, el respeto o la democrática

tolerancia con las ideas de cada cual

mostradas por el gobierno de Rajoy son un

síntoma de debilidad o disolutos resortes.

El expreso apoyo y respaldo del PSOE y

otras fuerzas políticas a las medidas

gubernamentales de impedir la consulta

secesionista son una pista clara de dónde

está y qué es lo que significa España y sus

leyes. Los límites son los que la ley prevé y

quiénes pudieron suponer otra cosa

estaban o están equivocados.

Decía Mas que tenía un plan. También

lo dijo Junqueras. Puede que la ANC

también esté en el convencimiento de que

es posible volver a ser lo que nunca se ha

sido. Pero se acerca noviembre y ya nada

será como ellos afirmaron que querían.

Puede que un día haya urnas de cartón y

votantes de un extraño censo alegal, pero

no habrá más. No hay foto fija, las reglas y

el futuro dependen de todos y seguir

construyéndolo, en democracia y con

acatamiento de la ley, tiene el camino

expedito.

Joaquin L. Ramírez es Abogado, Senador

y Presidente de Cánovas Fundación.

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¿Qué está pasando?

¿Qué hay que hacer?

por José Antonio Jurado Ripoll

@MAGNApolitica

¿Qué está pasando? No puede ser casualidad que a este barco le aparezcan tantas vías de agua desde todas las partes del casco: partidos políticos, sindicatos, asociaciones patronales, sector financiero, instituciones, administraciones… No puede

ser casualidad; debe de ser un defecto de construcción: nos habremos equivocado en la elección de los materiales, en el diseño de los planos, en el proyecto, en la dirección y en la ejecución. Continúa el agua entrando; hay muchos ofreciendo diagnósticos, demasiados dando órdenes y pocos trabajando y achicando. Esto se hunde y no hay salvavidas para todos; los que consiguen saltar a algún bote, se pelean por decidir en cuál dirección remar. Aunque acabe hundida, España seguirá siendo España, desde luego, pero muchos españoles acabaremos ahogados.

¿Qué hay que hacer? No creo que lo sepa certeramente nadie. Sí me aventuro a opinar sobre lo que no hay que hacer:

A. No hay que renegar de la “política con mayúsculas”.

La solución a un problema político y social ha de venir de la política y la sociedad. Hemos de ser “radicalmente

políticos”, entendida la política como firme

actitud de servicio que busca el mayor respeto a la dignidad de la persona y persigue el bien común.

Esto es lo que nos ofrece verdadera legitimidad; en efecto, la legitimidad no la dan por entero las urnas (sin desconocer la necesidad de una previa elección democrática): las urnas legitiman para el simple acceso a las funciones de gobierno, pero a partir de entonces, la “legitimidad”

para los cuatro años sucesivos de

“servicio” (“mandato”, lo llaman) solamente

se gana por el desempeño fundado en la dignidad de la persona y en pro del bien común.

B. No hay que identificar la política con los políticos.

Esta confusión posiblemente sea la causa de la actual desesperanza y desazón de los ciudadanos respecto de la política. Si hemos permitido que algunos auténticos “ladrones” o malversadores

hayan accedido (y se hayan mantenido) en el poder (“servicio” lo he llamado antes) es

porque nos hemos despreocupado negligentemente de la política.

Enlazando con lo anterior: hemos votado cada cuatro años y nos hemos desentendido, al igual que quien contrata un servicio determinado o un seguro y sólo se acuerda del mismo cuando algún recibo es devuelto o acontece alguna incidencia. No hemos sido diligentes a la hora de comparar “precios y servicios” cuando

compramos; tampoco lo hemos sido a la hora de comparar “programas e ideologías”

cuando votamos. Ello ha provocado que la “oferta electoral” se difumine y se relaje y

se centre en los intereses particulares sobre los generales: empleando de nuevo la figura del símil, si el potencial cliente de servicios telefónicos cree que todas las compañías son iguales y se decanta por una u otra en función de cuál le regale mejor móvil o le haga mejor oferta (intereses particulares todos), las empresas del sector se esforzarán en ello (en atender estos intereses particulares) y no en una mejor prestación de servicio o calidad de infraestructura durante el tiempo de “permanencia”; para la aplicación de este supuesto al ámbito político, basta substituir a los “clientes” por ciudadanos

electores, a las compañías telefónicas por partidos políticos y añadir una “permanencia” de cuatro años (los

“intereses particulares” se mantendrían

igual).

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Cambiar esto exige aprehender que el voto constituye un ejercicio de responsabilidad y de conciencia y que su sentido no debe depender de intereses particulares o finalidades “colaterales”

(para el “voto de castigo” ya está el voto en

blanco); unos electores exigentes demandan unos políticos a la altura.

La corrupción contamina (presunta o declaradamente) a una buena parte de nuestros políticos, pero me niego a pensar que la política “sea” corrupción.

Ciertamente, la corrupción aqueja a políticos que copan o han copado muchos puestos en “el sistema” (partidos,

sindicatos, entidades de crédito, instituciones estatales o autonómicas…),

pero ellos no son “el sistema”, no son las

instituciones, como tampoco ellos son “la

política”; se trata de oportunistas que no

sirven al interés general ni al bien común, sino que pisotean la dignidad de todos nosotros.

La confianza en la “política con

mayúsculas” es el mejor antídoto frente a

estos minúsculos políticos. C. No hemos de caer en el

relativismo y la tibieza. Ante este paisaje y este “paisanaje”

(obligado recuerdo a Unamuno), resulta difícil no sentirse tentado a adoptar posturas radicales o de ruptura. Cada uno es libre de pensar como le plazca, pero el límite de toda acción o pretensión política no lo impone el momento o la coyuntura (eso sería relativismo), sino una razón superior: el consabido mayor respeto a la dignidad de la persona y el bien común.

Ello implica, desde luego, desdeñar el relativismo (porque no todo vale y el fin no justifica los medios), pero también la tibieza (porque los principios y valores son por esencia estables y han de ser sostenidos con firmeza en cualquier situación).

Resulta fácil observar en la presente política una gran carestía de

liderazgo y una gran indefinición ideológica; ello configura una situación propicia (como el caldo primigenio) para que florezcan personas y formaciones que, enarbolando la bandera del descontento, canalicen muchos esfuerzos e intereses, que son diversos pero que se encuentran unidos en su causa frente al “poder”

establecido. Ya reflexionaré en otro momento

sobre este fenómeno, que merece un análisis más detallado; ahora conviene resaltar que en estas recientes “formaciones del descontento” predomina

el “relativismo democrático”, es decir, “todo

vale, si la mayoría así lo decide”; frente a

esto, la tibieza no es ni siquiera arma defensiva. No todo vale, la conciencia moral no es disponible, la dignidad de la persona tampoco, aunque lo decida la mayoría, porque, como se sabe, la democracia no es un fin en sí mismo, sino un medio para conseguir el verdadero fin (¿o acaso se olvida por cuál medio el nacionalsocialismo accedió al poder en Alemania?).

En definitiva y para concluir:

1º. Es preciso entender que el poder y el dinero están al servicio del hombre y no viceversa, es decir, emplearlos como medios y no como fines.

2º. España “no se merece” unos

políticos que mientan, roben o sean corruptos, ciertamente, pero tampoco “se

merece” unos ciudadanos indolentes en

sus responsabilidades políticas y sociales. 3º. Cambiar esto y empezar a

construir no es tarea de todos, sino de cada uno.

José Antonio Jurado Ripoll es

Abogado del Estado y Presidente de la

Asociación “Proyecto Magna Política”.

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El voto en blanco, una reforma necesaria

para la mejora de nuestra democracia

por Fermín Vázquez

@MAGNApolitica

Al contrario de lo que pudiera

parecer, la celebración de elecciones en un

Estado no es exclusivo de las

democracias. Las elecciones, en cuanto

técnica para la designación de los

representantes del pueblo, puede tener

como única finalidad confirmar estructuras

de poder previamente establecidas, de tal

modo que la elección queda en una mera

formalidad, totalmente vacía de contenido.

Los regímenes de corte autoritario y

totalitario suelen celebrar elecciones con el

fin de lograr una legitimidad de cara a la

escena internacional1.

En las elecciones propias de un

sistema democrático es imprescindible que

compitan entre sí las distintas opciones

políticas. A mayores niveles de

competitividad, mayor calidad del sistema

democrático. Las elecciones se erigen en

fundamento de la legitimación de la

totalidad del sistema y un Gobierno que no

surja de un proceso de sufragio universal,

libre y directo, será siempre cuestionado

por los destinatarios de sus decisiones,

que, en última instancia, cuestionarán

aquellas y se resistirán a llevarlas a efecto.

Afirmar que, en este momento, la

democracia, tal y como tradicionalmente ha

sido entendida, sufre de una profunda

crisis no es nada temerario ni innovador:

En las Elecciones Europeas de 2013 los

partidos de extrema derecha en toda

Europa, así como los partidos antisistema

de corte populista, han obtenido un

preocupante ascenso. En España, las

encuestas del CIS de los últimos años

colocan el problema de la corrupción y el

fraude como el segundo que más preocupa

a los españoles, solo por debajo del paro,

y, en un cuarto lugar, a los políticos en

general, los partidos políticos y la política.

La crisis del sistema democrático

incide especialmente en la confianza de los

ciudadanos, que cada vez más alienados,

se sienten extraños al mismo e incluso, en

ocasiones, enfrentados. De esa falta de

confianza se nutren fuerzas internas que

contradicen la propia democracia, y “luchar

contra ellas y neutralizarlas resulta mucho

más difícil, puesto que también ellas

reivindican el espíritu democrático, y por lo

tanto parecen legítimas2.”

Dieter Nohler, en su libro “Sistemas

Electorales y Partidos Políticos”, enumera

una serie de principios que procuran la

capacidad legitimadora de las elecciones

competitivas en las democracias

occidentales de corte liberal. Entre dichos

principios señalaremos dos por ser de

interés para la cuestión objeto de este

artículo: por un lado, la propuesta electoral,

los candidatos y sus programas

electorales, que se someten al sufragio de

los ciudadanos; y por otro lado, el sistema

electoral, esto es, la reglas que rigen la

conversión de los votos en escaños.

Sobre ambos principios inciden las

propuestas de reforma electoral que son a

día de hoy objeto de vivo de debate, tanto

en el ámbito doctrinal3 como en la plaza

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pública: del lado de la propuesta electoral,

las listas abiertas y el desbloqueo de las

listas cerradas, así como la necesidad de

imponer a los partidos políticos la

celebración de primarias para la selección

de sus candidatos. Del lado del sistema

electoral, se discute la necesidad de

incorporar una circunscripción única a nivel

nacional, de forma similar al modelo

electoral Alemán, aumentando el número

de escaños al máximo previsto en la

Constitución (400 en el Congreso de los

Diputados), así como la reforma del

método D´Hondt y la reducción del número

de escaños asignados a las provincias en

cuanto circunscripciones electorales, todo

ello para dar una mayor proporcionalidad y

representatividad al sistema. Los más

atrevidos incluso plantean reducir estas

últimas a su mínima dimensión, planteando

un sistema de elección mayoritario y

uninominal, favoreciendo un mejor

conocimiento del candidato y una mayor

rendición de cuentas. Al hilo del desarrollo

de la sociedad del conocimiento, hay quién

requiere mayor presencia de las redes

sociales y las TICS como instrumento para

nuevas formas de participación, dando

lugar a los conceptos de “ciberdemocracia”

y “tecnopolítica”.

Sin embargo, las reformas

electorales que están en el “candelero”

difícilmente servirán de bálsamo: En primer

lugar, los efectos de una reforma electoral

son limitados, pues por un lado, debe

arrojar un resultado neutral4, donde todos

los partidos políticos pierdan y ganen al

mismo tiempo, y, por otro lado, ciertas

tendencias del sistema adolecen de

irreversibilidad material: resulta

extremadamente complejo pasar de un

sistema proporcional a otro mayoritario5.

Tampoco podemos obviar el hecho de que

será muy difícil determinar a priori el

comportamiento de los distintos actores

políticos, por lo que toda reforma siempre

será imprevisible6.

En segundo lugar, no olvidemos

que las propuestas citadas han sido

probadas en su totalidad por los sistemas

electorales de nuestro entorno. No

suponen nada nuevo, y los efectos que

producen son desiguales. Sirva a modo de

ejemplo nuestro derecho histórico

electoral, en el que, desde la Restauración

hasta la Dictadura, el sistema de elección

era mayoritario, con designación de

candidatos según distritos establecidos en

función de la población y, a partir de la

República, agrupados en listas abiertas

(nominalmente). Los excesos del periodo

republicano, el problema del caciquismo y

las redes clientelares, y demás desmanes

de nuestra historia constitucional, hicieron

aconsejable imponer el sistema de listas

cerradas y bloqueadas, que hoy tantas

críticas suscita, a partir del Real Decreto

Ley 20/1977, de 18 de marzo, sobre

Normas Electorales. La ciberdemocracia7,

por su parte, se llegará a integrar como un

instrumento más en el futuro, pero, aunque

favorezca la participación, está por ver si

será capaz de recuperar la falta de

confianza de los ciudadanos en el sistema,

dando lugar a posturas políticas aún más

extremas a las ya existentes.

Quizás sea hora de revisar las

teorías y doctrinas conocidas e introducir

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un principio nuevo. Algo no probado hasta

la fecha. La calidad de la democracia no

puede únicamente medirse por el nivel de

competencia entre los distintos partidos

políticos. Estos pueden falsearla del mismo

modo que lo hacen los agentes

económicos cuando actúan de manera

concertada para monopolizar el mercado

de un producto determinado. La profunda

crisis del sistema democrático que vivimos

así lo atestigua, y así se percibe.

A las tres funciones que

tradicionalmente se han atribuido a las

elecciones en las democracias liberales -a

saber: controlar el Gobierno, constituir

cuerpos representativos funcionales y

expresar la confianza del electorado en los

candidatos electos8- es preciso añadir una

función más. Esa función debe ser la de

otorgar a la ciudadanía la facultad de

criticar el sistema de partidos, de posibilitar

el rechazo a los programas electorales, y

de expresar la disconformidad con los

candidatos que concurren a la elección. No

basta con controlar al Gobierno cesándolo

en el poder, es imprescindible que se

pueda instar por los electores la revisión de

la totalidad de la propuesta electoral

cuando esta, a todas luces, es insuficiente

o insatisfactoria.

Lo dicho se puede conseguir

otorgando eficacia al llamado voto en

blanco. El voto en blanco es aquél donde

no introducimos ninguna papeleta en el

sobre que llevaremos a la urna. Nuestro

sistema electoral lo considera válido

(artículos 96.5 y 108.1 de la Ley Orgánica

del Régimen Electoral General, de 19 de

junio de 1985) y lo refleja en el escrutinio,

aunque legalmente no se le da ningún tipo

de efecto. Los partidos políticos ignoran el

voto en blanco, y son más proclives a dar

más relevancia a la abstención, dato que

nada refleja con certeza, salvo la apatía o

la desidia hacia el sistema. La abstención,

no lo olvidemos, deja en manos de una

minoría la decisión sobre los designios del

Estado.9

La República de Colombia modificó

en el año 2009 su Constitución de 199110,

considerando el voto en blanco como

expresión política de disentimiento,

abstención o inconformidad. Tras

matizaciones de la Corte Constitucional

(sentencia C-490 de 201111), si el voto en

blanco en una determinada convocatoria

electoral alcanza la mayoría absoluta de

los votos válidos, por encima de los

candidatos o listas que obtengan mayor

número de votos, deberá repetirse la

elección, y no podrán presentarse las

mismas listas, que no superen el umbral

para acceder al reparto de escaños, o los

mismos candidatos para el caso de

elecciones a órganos unipersonales. En el

año 2011, tanto las elecciones a la Alcaldía

del municipio de Bello, como al Concejo de

Bogotá, tuvieron que repetirse, al ganar el

voto en blanco sobre el resto de

candidaturas.

En el sistema político el español la

mayor parte del proceso de elección de los

candidatos ocurre en el ámbito intrapartido

antes de someterse a las urnas. Los

partidos políticos se erigen sobre

estructuras monolíticas, cerradas, muy

jerarquizadas12, y sus cabezas de lista solo

tienen como mérito el haber desarrollado

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su carrera profesional a la sombra del

mismo, sin haber obtenido previamente

logros profesionales o académicos

relevantes. Para poder dotar de mayor

legitimidad al sistema es necesario que la

decisión de la ciudadanía pueda incidir

indirectamente en la designación de los

candidatos, en la propuesta electoral,

rechazándola cuando no es apta para

acceder al poder público.

Tan solo se precisaría reformar los

artículos 96 y 108 de la Ley Orgánica del

Régimen Electoral General, regulando la

utilización del voto en blanco de forma

similar a la prevista en Colombia. Se

fomentaría la participación de los

disconformes con el sistema de partidos,

sus candidatos, o programas electorales;

alejándolos de los extremismos de derecha

y de izquierda. Su utilidad podría

extenderse incluso a las consultas

populares, pudiendo rechazarlas cuando

los términos de las preguntas planteadas

fueran inaceptables por capciosas,

sugestivas o inteligibles. De esta forma el

voto el blanco se erige en una herramienta

nueva, que permite la crítica al sistema, de

tal modo que cuando se refleja en una

mayoría suficiente tiene importantes

consecuencias políticas.

Fermín Vázquez Contreras es

Abogado del Estado y miembro de la

Asociación “Proyecto Magna Política”.

1 Ésta, y muchas otras referencias, han sido tomadas del libro

del autor alemán Dieter Nohlen, “Sistemas Electorales y Partidos

Polticos” Editorial SL Fondo de Cultura Económica de España,

2004, que se ha seguido como principal obra de consulta.

2 Tzvetan Todorov, “Los enemigos íntimos de la democracia”, Ed.

Galaxia Gutenberg, 2012.

3 A modo de ejemplo, el artículo publicado por Enrique Guillén

López, “El Sistema Electoral del Congreso de los Diputados.

Principios constitucionales y recientes propuestas de reforma”,

Revista Española de Derecho Constitucional, núm. 92, mayo-

agosto de 2011, páginas 195-241.

4 Según Enrique Guillén López, “hay que definir reglas del juego

neutrales para conjurar el peligro de que quienes pierdan no

acepten el resultado” (página 199, párrafo segundo).

5 En palabras del mismo autor: “es extremadamente complejo

que un Estado pase de un sistema proporcional a un sistema

mayoritario porque supondría conducir al ostracismo a fuerzas

políticas con presencia parlamentaria hasta que se concrete la

modificación del modelo” (página 202, párrafo primero)

6 Politikon, “La Urna Rota, crisis política e institucional del

modelo español”, Ed. Debate, 2014.

7 http://www.ciberdemocracia.es/

8 Dieter Nohlen, “Sistemas Electorales y Partidos Polticos”

Editorial SL Fondo de Cultura Económica de España, 2004

9 Raffaele Simone, “Cómo fracasan las democracias”, Revista

Claves de la Razón Práctica nº 236, páginas 39 a la 49.

10 http://www.registraduria.gov.co/-Voto-en-blanco-.html

11 http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2011/c-490-

11.htm

12 Politikon, “La Urna Rota, crisis política e institucional del

modelo español”, Ed. Debate, 2014, y Luis Garicano, “El dilema

de España. Ser más productivos para vivir mejor”. Ed. Península,

4º Edición, 2014.

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El ultimátum permanente del

nacionalismo catalán

por Alfredo Crespo

El órdago lanzado por

Convergencia i Unió (CIU) y Esquerra

Republicana de Cataluña (ERC) a la

unidad de España ha copado los dos

primeros años de la legislatura que inició

Artur Mas en diciembre de 2012. La

propuesta de “consulta” (que cabe

denominar referendo), prevista inicialmente

para el 9 de noviembre de 2014, supuso la

penúltima fase de esta acometida

rupturista. En efecto, la suspensión de

aquélla no debe entenderse como

sinónimo de que el nacionalismo catalán

haya dado por finalizada la tarea en la que

ha estado inmerso desde 1980, basada

esencialmente en buscar la separación de

España1.

Todo invita a pensar, por tanto, que

estamos ante un punto y seguido. Esta

tesis viene avalada por la manera de

actuar del nacionalismo catalán durante la

última década, pasando de la moderación

a la radicalidad, característica que se ha

observado también en formaciones como

el PSC (Partido dels Socialistes de

Catalunya) o ICV (Iniciativa per

Catalunya). Los antecedentes inmediatos,

que no remotos, podemos ubicarlos en la

reforma del Estatut de 1979, proceso

plagado de anomalías que se tradujeron en

desafíos a la legalidad constitucional.

CIU frente al Tripartito

Apartada durante dos legislaturas

(2003-2006; 2006-2010) del ejecutivo de

Cataluña, Convergencia i Unió jugó un rol

protagonista en la oposición. Primero,

durante la fase de redacción del Estatut,

posteriormente en la negociación del

mismo (reunión de Artur Mas con

Rodríguez Zapatero, al margen del

gobierno tripartito de Cataluña) y

finalmente, liderando las protestas contra

la sentencia del Tribunal Constitucional.

Entre medias, como elementos que

caracterizaron su modus operandi,

arremetió contra el Partido Popular,

obviando deliberadamente que gracias al

apoyo del Partido Popular de Cataluña

(PPC), Jordi Pujol pudo gobernar en su

última legislatura (1999-2003).

Al respecto, la lectura que hicieron

los convergentes de su colaboración con

los dos gobiernos de Aznar fue negativa,

recurriendo en ocasiones a estigmatizar al

PPC, firmando ante notario que nunca

pactarían un acuerdo de gobierno con

aquél con motivo de las elecciones

autonómicas de 2006. Éstas dieron como

resultado un segundo gobierno tripartito

(con José Montilla como Presidente de la

Generalidad), lo que aumentó la

radicalidad de CIU ya que, como ocurriera

en 2003, fue la formación con más

escaños (y en 2006 también con más

votos) pero insuficientes para gobernar en

solitario.

En este punto toca hablar de la

actitud de los socialistas catalanes.

Pascual Maragall, antes de convertirse en

Presidente de Cataluña (año 2003), lideró

las críticas al PP, particularizándolas en

José María Aznar. Al mismo tiempo, el ex

alcalde de Barcelona promocionó

conceptos de difícil comprensión (“España

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plural” o “federalismo asimétrico”). En

consecuencia, parecía asignarse una

función mesiánica en lo relativo a la

configuración territorial del Estado, no

exento de victimismo, puesto que tras

firmarse el Pacto del Tinell (diciembre de

2003), insistió en que o se reformaba el

Estatuto de 1979 o el drama estaría

servido2.

Josep Piqué (líder del PPC entre

2003 y 2007) ha hecho recientemente un

acertado análisis que aúna ayer y hoy en

Cataluña: “Porque el origen inmediato de la

actual deriva política proviene de la

pretensión política del president Pascual

Maragall de poner en marcha un nuevo

Estatuto sin que nadie lo pidiera (de hecho

Pujol, en sus 23 años de mandato, jamás

lo reivindicó), y sobre todo que arrancara

del futuro presidente del gobierno, José

Luis Rodríguez Zapatero, el compromiso

de aceptar el proyecto que viniera del

Parlamento de Cataluña. Juego de

tramposos. Y de frívolos. Porque ni el

tripartito ni el PSOE pensaban que las

elecciones del 2004 iban a darle el triunfo a

Rodríguez Zapatero y, por lo tanto, la

reivindicación iba a quedar en un mero

elemento de confrontación política contra

el futuro gobierno del PP, presentándolo

como insensible a las demandas

catalanas. Nada nuevo bajo el sol. El

resultado de las elecciones generales de

2004 cambia totalmente el escenario

previsto. Y acelera el debate en el

Parlament para elaborar no ya una reforma

del Estatuto vigente, sino un nuevo

Estatuto que, claramente, desde el

principio, vulnera el espíritu y la letra de la

Constitución”3.

Aceleración del radicalismo

Una vez aprobado el Estatut por las

Cortes Generales, fue sometido a

referendo en Cataluña (junio de 2006),

registrándose una participación menor que

la habida con motivo del de 1979. Los

recursos de inconstitucionalidad

interpuestos ante el Tribunal Constitucional

por el Partido Popular y por Enrique

Múgica (Defensor del Pueblo), provocaron

que en Cataluña aumentara la

radicalización verbal y factual. Dentro de la

primera, destacó el editorial conjunto (“por

la dignidad de Cataluña”) firmado por la

prensa catalana el 26 de noviembre de

2009. En cuanto a la segunda,

sobresalieron los referendos

independentistas ilegales (el primero de

ellos, en Arenys de Mar en diciembre de

2009).

Cuando tuvo lugar la sentencia (28

de junio de 2010), que declaró

inconstitucionales 14 artículos, el

nacionalismo y amplios sectores

socialismo catalán describieron la situación

creada con la abstracta definición de que

“Cataluña había sido humillada”.

Transcurridos varios años desde

entonces, sectores del PSC persisten en

esta idea. A modo de ejemplo, para el ex

alcalde de Barcelona, Jordi Hereu “se nos

tumbó el Estatut de una manera frívola,

agresiva, humillante. Porque más allá de

errores jurídicos o tácticos, entre ellos,

reconozcámoslo, el de marginar a una

parte de España de ese proceso, me

refiero al PP, lo cierto es que en Cataluña,

tanto el cepillo de carpintero, el cepillazo

de Alfonso Guerra y la sentencia del

Tribunal Constitucional no se interpretaron

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como un tema de debate jurídico, sino

como la voluntad de humillar a una

comunidad”4. Que el PSC hiciese y haga

esta interpretación no sorprende, debido a

la permisividad mostrada hacia el

nacionalismo durante los años

precedentes.

CIU tras 2010

El retorno de CIU al gobierno de

Cataluña tras las autonómicas de 2010 no

detuvo la espiral de desorden; por el

contrario, la potenció, aunque inicialmente

moderó su discurso de cara a las

elecciones de 2010, lo que provocó que el

PPC le apoyara en sus primeros

presupuestos (Pacto del Neri).

No obstante, pronto empezaron las

reivindicaciones de los convergentes, cuya

cúpula daba pasos cada vez más

agigantados. El mejor ejemplo fue la

petición (exigencia) de pacto fiscal al

gobierno de Mariano Rajoy, en función de

la premisa de que Cataluña aporta más a

la solidaridad territorial que lo que recibe.

Sectores independentistas acompañaron

esta explicación con algunas otras que no

facilitaban la negociación (“expolio”,

“España nos roba”)5 y sí favorecían el

conflicto.

Ante la negativa del gobierno de la

nación, Artur Mas convocó las elecciones

autonómicas de 2012 en las cuales, la

independencia fue la gran protagonista,

aunque CIU nunca se refirió a ella

directamente, sino que empleó una

ambigüedad deliberada, con expresiones

del tipo “estructuras de Estado” o petición

de “una mayoría excepcional para tomar

decisiones excepcionales”, en palabras del

candidato Artur Mas.

Se trató, sin duda, de una lectura

errónea de CIU que no logró la mayoría

absoluta por lo que se vio obligado a

pactar con ERC, que recuperaba de este

modo el protagonismo ostentado durante

los ejecutivos de Maragall y Montilla. A

partir de esa fecha, 25 de noviembre de

2012, la búsqueda de la independencia, a

través de diferentes fórmulas y conceptos

(derecho a decidir o la declaración de

soberanía del Parlamento de Cataluña), se

ha convertido en el monotema de la

legislatura. Para ello, además de la acción

gubernamental, se han empleado ingentes

recursos públicos (subvenciones a medios

de comunicación y a organizaciones como

la Asamblea Nacional de Cataluña,

fomento de actos como el seminario

“España contra Cataluña”).

Asimismo, se ha perseguido

internacionalización “del conflicto” y la

asimilación de Cataluña con otros

escenarios. Al respecto, Escocia ha

ocupado el lugar de privilegio que en otro

tiempo copó Québec, aunque en la

comparación Cataluña/Escocia, el

antagonismo supera a las semejanzas6.

Dentro de esta amalgama de

conceptos, el máximo protagonismo lo ha

adquirido la expresión “derecho a decidir”,

la cual sólo cabe interpretarse como

derecho de autodeterminación. A través de

su reiterada difusión, CIU y ERC han

buscado rodear “al proceso” de

credenciales democráticas que, como puso

de manifiesto la dimisión de Joaquim

Brugué de la Junta Electoral del 9-N, no

eran tales7.

Aún con ello, CIU y ERC sí que han

obtenido el apoyo de otras formaciones

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catalanas (como las CUP o ICV) y

respaldos individuales en diversas partes

de España, aspecto este último que

analiza de manera tan irónica como

realista Albert Boadella: “los nacionalistas

han sido enormemente astutos, les han

engatusado siempre, acomplejándolos, y

eso viene haciéndose desde los tiempos

de Cambó. (…). Es algo que trabajando

fuera de Cataluña se aprecia con mayor

claridad. La autodeterminación les va

pareciendo cada día más legítima e

incuestionable. ¿Quién se atreve a poner

en duda semejante derrame de libertad y

derechos humanos a un pueblo al que se

ha oprimido? O sea, carnudos y

agradecidos”8.

Finalmente, la pregunta prevista

para el 9 de noviembre (¿Quiere que

Cataluña sea un Estado? En caso

afirmativo, ¿Quiere que este Estado sea

independiente?), se caracterizaba por se

“inducida”, en palabras de Lluis Foix

“porque deja fuera a muchas personas”9.

En conclusión, la suma de todos

estos factores ha dado como resultado el

actual escenario. El proceso

independentista ha dejado ya como

primera consecuencia la fractura social en

Cataluña, la cual de cicatrizar, lo hará de

manera lenta. Igualmente, será complicado

para CIU contentar a aquellos sectores que

han percibido la independencia como la

“tierra prometida” y que difícilmente se

conformarán con un posible retorno, más o

menos solapado, de CIU a la política de

“peix al cove”.

Alfredo Crespo Alcázar es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Licenciado en Ciencias Políticas por la UNED.

1 Véase por ejemplo, DE CARRERAS, Francesc: Paciencia e

independencia. La agenda oculta del nacionalismo.

Editado por Ariel, Barcelona, 2014, 293 páginas.

MONTILLA, Javier: Los muros de Cataluña. Editado por Anaya Multimedia, 2013, 200 páginas. 2 ABC, 16 de diciembre de 2003.

3 PIQUÉ, Josep: “¿Qué se ha hecho bien o mal, desde aquí o desde allí?” VV.AA: Cataluña, claves para España y Europa.

Monográfico de Política Exterior, Madrid, septiembre de 2014, pág. 131.

4 SAN AGUSTÍN, Arturo: Cuando se jodió lo nuestro. Cataluña-

España: crónica de un portazo.

Editado por Península, Barcelona, 2014, pág. 90.

5 Para un conocimiento exhaustivo de los argumentos de quienes sostienen que España coloniza a Cataluña, proponemos la lectura de la obra Alfons López Tena, Cataluña bajo España. La opresión

nacional en democracia. Editado por Deria, Barcelona, 2009, 300 págs.

6 Véase, por ejemplo, TAMAMES, Ramón: ¿Adónde vas,

Cataluña? Cómo salir del laberinto independentista. Editado por Península, Barcelona, 2014, págs, 245-253.

7 Brugué afirmó lo siguiente en la entrevista concedida a El País (8 de octubre de 2014).

“No se está haciendo una campaña informativa para explicar

todas las opciones y da la sensación de que lo importante no es

poder votar, sino lograr la independencia. Las cosas se están

haciendo tan mal que si viniera un observador internacional y lo

viera, creería que Cataluña es Guinea. No me podía imaginar que

no hubiera un plan b y que Artur Mas incumpliera su promesa de

que las cosas se harían bien. Daba por hecho que la consulta no

se iba a celebrar, que es lo que todo el mundo sabe que va a

pasar, pero pensaba que hasta llegar ahí seríamos escrupulosos

en la pluralidad democrática y no se traspasarían algunas líneas

rojas. Todo esto es un juego muy peligroso y una estafa al

ciudadano”.

8 BOADELLA, Albert: Diarios de un francotirador. Mis desayunos

con ella. Editado por Espasa, 2012, pág. 57. 9 SAN AGUSTÍN, Arturo: Op. Cit, pág. 302.

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Descrifrando el Nou Estado

por Alejandro Ibáñez

@Alejandro_Ibago

“La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”

Sabias palabras enunciadas por Cicerón, reputado abogado, grandísimo orador y uno de los más importantes autores de la historia romana. He querido empezar con un exordio que refleja a la perfección lo que quiero transmitir a lo largo de este artículo; la ausencia de luz en la oscuridad.

No voy a entrar en cuestiones moralistas, éticas, de sentimientos o como diría Pep “de feelings”. Por la sencilla

razón de que todo ello va ligado al pensamiento humano y como tal es variable, no es exacto, no está libre de juicios o prejuicios. Quiero ser más bien pragmático, aportar luz en la oscuridad y confusión inherentes a esta situación; tal y como recoge el prestigioso diario “The

Economist” en un artículo publicado el

sábado día 18 de octubre y titulado “Mas Observation” y en el cual describe el momento de total confusión en el que convivimos.

Podría empezar diciendo la que es una realidad a voces y que sin embargo todavía hay un cierto sector político que se niega a aceptar y no es más que: Si Cataluña abandona España, automáticamente abandonaría la Unión Europea. Como comentaba, hay ciertos sectores políticos que ignoran una resolución de la Comisión Europea reafirmando al Gobierno catalán que en caso de querer emprender una vida solitaria lo harían también fuera de la UE. Sigo profundizando, el hecho de abandonar la UE no supondría una salida

del euro, tal y como sugirió hace apenas unos meses la Comisión Europea. Cataluña podría usar el euro como moneda tal y como lo hacen Mónaco, Vaticano, San Marino, Andorra, Kosovo y Montenegro. Eso sí, sin ningún tipo de influencia o posición en el BCE, MEDE o Eurogrupo (ya me contarán ustedes como una nación que aspira a todo va a controlar cualquier tipo de macromagnitud sin ningún tipo de poder de influencia en ninguno de los organismos oficiales o medios de financiación como el MEDE).

Hablando de control, me sorprende que sea el propio Oriol Junqueras el que predique que por el simple hecho ganar las competencias de Educación y Sanidad el panorama catalán mejoraría en el ámbito económico. Ya de por sí una la tienen y cierran plantas de hospitales ante la escasez de recursos, mientras que por otro lado gastan lo mismo que el equivalente al resto de CCAA que tiene España en embajadas autonómicas en el exterior, llámenlo utopía.

¿Y qué hay de la prima de Rajoy? Si, aquella que denominamos de riesgo y a la que temíamos en cada telediario por miedo a un posible rescate e intervención parcial o total. Dicha prima no expresa nada más que la desconfianza de unos mercados financieros y potenciales inversores. A colación de esta idea déjenme que les dé un dato; en este mismo año dos de las más potentes agencias de calificación crediticia (Fitch y S&P) degradaron el rating de Cataluña a “bono basura” por el enorme deterioro de

su liquidez y la gran dependencia del apoyo estatal para cubrir sus vencimientos de deuda. ¿Me puede alguien explicar quién va a confiar su dinero en “bonos

estatales catalanes”?

Sigamos estableciendo correlaciones, si de por sí sería incapaz (El Nou Estado) de acudir a un hipotético

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mercado financiero para financiarse, ¿Cómo lo haría si a la deuda contraída de 70.000 millones de € regional le sumamos

la parte estatal que le corresponde? Aquí claramente podemos apreciar una pérdida de capacidad a todos los niveles, miren, si no hay inversión y no hay capital el resto les aseguro que no vendrá (se calcula que el endeudamiento del “Nou Estado” llegaría

hasta casi el 145% de su propio PIB y eso que ahora nos echamos las manos a la cabeza con el 97% de endeudamiento público que tenemos).

He comentado la incapacidad del “Nou Estado” para autofinanciarse, pero, ¿Cómo quedaría ese Estado? Credit Suisse considera en un escenario “ligeramente optimista” que el PIB per cápita caería en un 20% como poco (actualmente se sitúa en 26.666 €, por lo

que quedaría reducido en 5.334 €), aún no

he visto a nadie pronunciarse ante esta tremenda pérdida de capacidad adquisitiva que conllevaría a una disminución importante del consumo así como del ahorro, los componentes de la renta disponible. ¿Por qué no les explican esto a los ciudadanos catalanes?

Hablemos de inversión o de desinversión más bien, ya que este año la llegada de capital foráneo a Cataluña se ha desplomado un 66% interanual en el segundo trimestre, situándose en mínimos históricos (año 1993). En concreto ha pasado en solo un año de 1.268 millones de € a solo 523 ante el desafío soberanista

catalán. La desinversión no se queda ahí por desgracia, empresas multinacionales han expresado su incertidumbre ante una Cataluña independiente en la que tendrían que pagar aranceles para importar/exportar al resto de la UE, más allá de esto, la propia CaixaBank recientemente cambió sus estatutos (a petición del magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim entre otros) y dejó de reconocer a Cataluña y en concreto Barcelona como su principal sede

social, ahora puede estar situada dicha sede en cualquier parte del ámbito nacional español.

Me refería a exportaciones, hablemos de ellas. Las exportaciones suponen en la economía catalana lo que el petróleo en Emiratos Árabes Unidos; Cataluña exportó en 2012 un total de 58.853 millones de €, el 63% a la UE (sin

aranceles a día de hoy recuerden). Dichas exportaciones tienen un peso de alrededor del 66% de su PIB, ¿Se imaginan el impacto de introducir aranceles a tal cantidad de exportaciones? Teniendo en cuenta que gracias a esas exportaciones Cataluña presenta a día de hoy cerca de un superávit comercial con el exterior de cerca de 20.000 millones de €, imagínense

como quedaría tras la independencia, creo que aquí más de uno se lo va a querer replantear.

No quisiera pasar por alto el efecto que tendría sobre todos aquellos que nos quedaríamos dentro del “barco”. El daño es mutuo, quien piense que España saldría indemne de una posible secesión por parte de Cataluña ha de replanteárselo, ya que se estima que el PIB español podría retroceder cerca del 1,4% (cuando la amenaza de una tercera recesión en Europa se cierne sobre nosotros).

Ahora más que nunca creo que “better together”, confío en el diálogo, confío en que el auge nacionalista descenderá a medida que la economía mejore y confío aún más en que el día de mañana tendremos líderes sensatos que practiquen la escucha activa tanto en el Gobierno Central como en el Catalán.

Alejandro Ibáñez Gómez es

Licenciado en Administración y Dirección de

Empresas por ETEA (Universidad Loyola

Andalucía) y Auditor en Deloitte SL.

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El éxito del Convenio Europeo

de Derechos Humanos

por Pablo Sánchez Molina

@PabloSMolina

Érase una vez una Europa dividida

en dos bloques, devastada y arruinada por

un conflicto de seis años, un continente

que en poco más de dos décadas había

sido el campo de batalla de dos guerras

mundiales. Si, están en lo cierto, nos

hemos trasladado a la Europa de 1945.

Si se paran a pensar unos

segundos podrán imaginarse las

numerosas violaciones de derechos

humanos que se produjeron. A día de hoy,

nos parecerá que su garantía es normal

pero la protección del derecho a la vida, a

la educación o a elecciones libres, la

prohibición de la tortura, discriminación o

trabajo forzado, la libertad de expresión o

de religión era una quimera hace setenta

años en muchos lugares de nuestro

continente.

Darle la vuelta a esta situación no

fue flor de un día, sino fruto de una ardua

labor que comenzó en el Congreso de

Europa celebrado en la Haya allá por 1948.

En él, algunos Estados de Europa

Occidental llegaron a la conclusión de que

lo sucedido no podía volver a repetirse.

Para ello, se plantearon la creación de una

carta que contribuyera a la consolidación

de sociedades democráticas. Bajo este

prisma nació, en 1950, el Convenio

Europeo de Derechos Humanos (CEDH),

en cuya redacción original se incluyeron

una serie de disposiciones cuyo

cumplimiento era imprescindible para este

afianzamiento. Tales son, además de los

citados anteriormente, los derechos a la

libertad y seguridad, a un proceso judicial

equitativo, al respeto a la vida privada y

familiar, a un recurso judicial efectivo, a

indemnización por anulación de condena o

error judicial, a la protección de la

propiedad y a contraer matrimonio bajo la

premisa de igualdad entre los cónyuges.

Además, el Convenio incluye una serie de

libertades; de pensamiento, conciencia,

reunión y asociación, así como otra lista de

prohibiciones; de discriminación,

esclavitud, prisión por deudas, aplicación

retroactiva de las leyes penales, pena de

muerte, doble condena por un mismo

hecho, expulsión de los nacionales y de los

extranjeros sin seguirse, en este último

caso, de un procedimiento legal. Por

último, este hace referencia al principio de

legalidad, en virtud del cual se imposibilita

una condena penal sin una norma que

tipifique el hecho y su correspondiente

pena.

En la actualidad, el CEDH ha sido

firmado y ratificado por 47 Estados, desde

Rusia hasta Gran Bretaña pasando por

Turquía, lo que engloba a más de 800

millones de personas. Parece lógico

entender la dificultad de que Estados tan

diversos se comprometan a acatar un

mismo catálogo de derechos, así, en la

superación de esta dificultad radica el éxito

de este sistema de protección de los

derechos humanos. Pero, ¿Cuál ha sido el

secreto de su triunfo? Gran parte de él

radica en la posición tomada por el órgano

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encargado de velar por el cumplimiento de

las disposiciones recogidas en el

Convenio, el Tribunal Europeo de

Derechos Humanos (TEDH).

El también conocido como Tribunal

de Estrasburgo, debido al lugar en el que

se localiza su sede, ha logrado, sentencia

tras sentencia, imponer un mínimo común

de protección de los derechos reconocidos

a los Estados parte del Convenio. Esto es,

un estándar de cumplimiento, de manera

que si el derecho interno de los Estados lo

infraprotege se estará produciendo una

vulneración del mismo. Algo que, por el

contrario, no sucederá si la regulación

interna iguala o supera el mismo.

Por ello, en la jurisprudencia del

Tribunal de Estrasburgo se combinan dos

interpretaciones que conforman, en mi

opinión, el secreto de sus logros. En primer

lugar, una evolutiva, favorecedora de la

protección de los derechos y libertades y,

en segundo lugar, otra restrictiva, en la que

prima la soberanía de los Estados parte.

Mientras que en algunos pronunciamientos

se muestra un claro activismo en pro de la

protección de los derechos humanos que,

en ocasiones, llega a ir más allá de la letra

del CEDH, en otros, el propio Tribunal

concede un cierto margen de apreciación.

Mediante esta figura jurisprudencial se

concede una cierta deferencia a la hora de

que los Estados apliquen restricciones de

derechos reconocidos en el Convenio en

los que no existe un consenso (les da

libertad para que regulen conforme a sus

propias normas).

En este sentido, la clave del éxito

corresponde a la capacidad del TEDH de

conciliar la homogeneidad exigida en el

Convenio, en torno al cumplimiento de los

derechos reconocidos, y la subsidiariedad

derivada de su naturaleza de tratado

internacional (actúa en defecto de las

autoridades internas). De hecho, al ampliar

el campo de visión se vislumbra su

verdadero objetivo, que sus sentencias no

queden en papel mojado. Para ello, utiliza

una técnica eminentemente paternalista,

una de cal y otra de arena. Mientras que

en ocasiones es flexible y concede un

cierto margen, en otras opta por un

posicionamiento activista,

sobreprotegiendo los derechos en torno a

los que sí existe un consenso y, por lo

tanto, elevando su respectivo estándar de

protección. Asimismo, no se debe perder

de vista que si fuese de otro modo y este

impusiera una solución protectora en

aquellos ámbitos en los que la mayoría de

Estados estuvieran frontalmente en contra,

estos acabarían por no acatar sus

resoluciones y, por lo tanto, el presente

sistema de protección de los derechos

humanos no gozaría de su actual buen

estado de salud.

En definitiva, no debe olvidarse que

el secreto del éxito del Convenio Europeo

de Derechos Humanos radica en la actitud

mostrada por el TEDH que a golpe de

sentencia se ha ganado el honor de ser

considerado como un tribunal cuasi

constitucional.

Pablo Sánchez Molina es Licenciado

en Derecho, Máster en Derecho Constitucional y Becario de Postgrado de la Fundación La Caixa.

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Liderazgo que obtiene resultados

en democracia

por Ismael Sánchez Cañavate

@cannavate

El tipo de gobierno ideal y el

liderazgo en política han sido cuestiones

estudiadas durante muchos siglos por

autores de gran relevancia como Platón,

Aristóteles, Maquiavelo, en un plano

clásico, y por otros como Robert Michels,

Max Weber o Daniel Goleman, desde un

panorama más moderno. La conclusión a

la que se puede llegar es que no existe

una postura común que logre conciliar

todos los enfoques, por la

multidimensionalidad que presenta un

fenómeno como el liderazgo y sus

aplicaciones empíricas.

Resulta frecuente preguntar dentro

de los talleres de Liderazgo si el líder se

hace o se nace, o bien si los alumnos

prefieren ser cabeza de ratón o cola de

león, en relación con la idea de si les

gustaría ocupar el alto cargo en una

organización pequeña o bien el cargo más

bajo dentro de una grande. Esto acaba

dando lugar a que los propios alumnos

sean los que definan los principales rasgos

que deben ser atribuidos a un tipo ideal de

liderazgo. Se pueden observar atributos

como la comunicación, la empatía, la

visión, la motivación, la capacidad de

delegar y generar liderazgos en su

alrededor, entre otros muchos. Sin

embargo, algo que puede parecer tan

clarividente resulta muy complicado

trasladarlo al ámbito público, del que

forman parte nuestros representantes

políticos actuales.

De esta manera, en esta ocasión,

se encuentra un punto común en el que

converge la opinión social mayoritaria, que

es la desconfianza y falta de transparencia

que desprenden nuestros representantes

políticos en el ejercicio de sus funciones. El

manifiesto déficit de liderazgo político

emana de una carencia de rasgos

necesarios, como los que sujetaban los

autores citados anteriormente en sus obras

y los propios alumnos con sus

aseveraciones, junto con un conjunto de

posibilidades que se derivan de un

contexto determinado.

Es este contexto junto con las

acciones de un liderazgo lo que determina

que una acción política en democracia

tenga o no buena acogida por los

ciudadanos. Si se entiende al modelo

democrático como aquel en el que el

liderazgo es asumido por los dirigentes

políticos y su “equipo” se encuentra

conformado por un por un conjunto de

población muy dispar en sus intereses y

preferencias, pero unido por unos valores

democráticos que hacen su convivencia

plausible, podrá apreciarse que la tónica

que marca la actualidad necesita ser

reformada y que se precisa de líderes con

fuertes convicciones que sostengan un

proceso horizontal de relación con la

ciudadanía, ya sea en la negociación o en

la gestión de sus propios intereses, y que,

por medio de su liderazgo, devuelvan a la

población la esperanza, que no es más

que la motivación que necesita un equipo

para el alcance de sus propios objetivos.

Por lo tanto, la misión de un

liderazgo político en democracia se centra

en hacer del ciudadano una figura activa y

participativa en el sistema, alejándole de

situarse en un apático rol pasivo. Es, por

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ello, que es necesario que el liderazgo

genere resultados, tal y como afirmaba el

psicólogo y exprofesor de Harvard, Daniel

Goleman.

Daniel Goleman subraya seis

estilos de liderazgo, en su artículo

“Liderazgo que genera resultados”,

elaborado en 2005, que varían en función

de la obtención o no de una serie de

resultados en los que la inteligencia

emocional juega un importante papel. De

esta manera, en base a las cualidades que

muestre un líder y su impacto en el clima

se aprecian los siguientes seis estilos de

liderazgo: coercitivo, orientativo, afiliativo,

democrático, ejemplar y formativo.

Argumenta Goleman que, de todos ellos, el

liderazgo coercitivo y el ejemplar son los

que tienen un impacto más negativo para

el clima, mientras que la combinación de

los enfoques orientativo junto con afiliativo

proporciona el liderazgo más potente. Sin

embargo, Goleman también advierte que el

tipo de liderazgo ideal es aquel que es

polifacético y sabe emplear todos los

estilos mencionados en su justa medida.

Para poder visualizar el impacto de

estos estilos de Goleman en nuestro

contexto político, es preciso definir una

serie de factores que sean característicos

del modelo de gobierno más extendido y

cercano a nuestra realidad, el democrático.

Expresaba uno de los autores más

influyentes en el ámbito de la Ciencia

Política, Robert Alan Dahl, que todo

gobierno que se considere democrático

necesita del cumplimiento de cinco

criterios: participación efectiva, igualdad de

voto, comprensión ilustrada, control de la

agenda e inclusión de los adultos. Éste

último criterio, el referido a la inclusión de

los adultos, es una consecuencia directa

del respeto de los cuatro anteriores.

De esta manera, en una síntesis

combinada de los estilos de liderazgo de

Daniel Goleman junto con los criterios que

ofrece Robert Dahl para un gobierno

democrático, se puede llegar a una serie

de exposiciones teóricas dentro de seis

casos diferenciados.

En primer lugar, si se emplease un

estilo coercitivo en democracia los

resultados recogidos en el clima serían

muy negativos. El exceso de coerción

produciría el adoctrinamiento de la

sociedad y anularía la libertad del individuo

y su pensamiento subjetivo y creativo,

impidiendo, de esta manera, la

comprensión ilustrada de los asuntos

públicos y no permitiendo el válido ejercicio

de la participación ciudadana. Propio de

estados totalitarios, cabe afirmar que la

persona al mando no ejerce una labor de

autoridad para con sus representados,

dado que no se advierte un elemento de

voluntariedad desde los individuos para

reconocer las decisiones emanadas

verticalmente. Entonces, será más correcto

hablar de poder en este caso ya que las

decisiones vienen impuestas y los

ciudadanos no tienen posibilidades de

controlar la agenda fruto de la represión de

Estado ejercida. Puesto que no es un estilo

flexible, erosiona el orgullo y la moral de

los individuos, y no ofrece una motivación

a través de una visión clara, los individuos

no se encuentran incluidos dentro del

sistema, sino sometidos al mismo.

En segundo lugar, se encuentra la

otra cara de la moneda del caso anterior,

referido a la aplicación del estilo orientativo

en democracia. Es un modelo que se

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caracteriza por la presencia de un líder

carismático que irrumpe en un sistema en

crisis, que devuelve a los ciudadanos la

motivación por medio de la expresión de

una visión clara. Estos rasgos aparecen

acompañados de la no imposición de un

procedimiento concreto para el alcance de

objetivos, ya que trata de apostar por la

flexibilidad de un sistema en el que todos

los ciudadanos participen por medio de la

libre exposición de sus juicios generados

por la comprensión ilustrada que ofrece la

visión clara del líder orientativo. Tanto los

valores de la sociedad como la respuesta a

las demandas de los individuos serán

elementos clave a la hora de determinar el

éxito de este enfoque, así como la

inclusión de los ciudadanos gracias al

reconocimiento de una serie de derechos

plenos.

En tercer lugar, puede advertirse

una relación entre el liderazgo afiliativo

(aquel que apuesta por las personas por

encima de todo) y su aplicación en

democracia, con la corriente política

conocida como Populismo. La relación

entre Populismo y democracia suele ser

problemática, ya que sus efectos pueden

ser positivos o negativos dependiendo de

cómo se enfoque. Los detractores del

Populismo entienden a éste como un grito

de dolor de la democracia. Argumentan

que sienta las bases en un discurso

político excesivamente emocional, que

acaba desembocando en demagogia. Así,

sólo se hace hincapié en buscar en agrado

de los ciudadanos por medio de promesas,

más allá de un análisis serie de sus

posibles consecuencias en la vida real. Por

otro lado, los defensores del Populismo

entienden que este permite lograr una

apertura democrática a la ciudadanía,

renegando del elitismo del sistema, y

posicionándose a favor de la socialización

política. Por ello, los efectos en democracia

de este estilo dependerán de cómo sean

interpretadas las actuaciones en un

contexto determinado.

En cuarto lugar, el estilo ejemplar

en democracia se caracteriza por la fijación

de unos estándares de actuación exigidos

por el líder a la ciudadanía muy elevados

que promueven un sistema centrado

excesivamente en la competitividad y la

meritocracia. Es un modelo que se

relaciona con ideologías políticas como el

neoliberalismo, la tecnocracia y el elitismo.

El neoliberalismo que procura asegurar

solamente una igualdad formal a los

individuos como punto de partida, pero

prescindiendo de elementos formales para

su mantenimiento a lo largo del curso de la

vida de un individuo, deteriora el clima

democrático, puesto que aleja la

democracia de los individuos basándose

en argumentos fundados en la capacidad y

exclusión de los individuos (que acaba

dando lugar a la instauración de un modelo

de gobierno tecnócrata). El neoliberalismo

no se detiene a hacer un análisis más

profundo de las posibilidades de

participación ciudadana más allá de las

votaciones electorales convencionales.

Será un sistema que no favorecerá la

participación efectiva, ya que se asume

que existen individuos más capacitados

que otros para tomar las decisiones y la

comprensión ilustrada por las cuestiones

políticas solo estará al alcance de esta

determinada élite, que también será la que

gestione la agenda política de los intereses

de un Estado concreto. No se puede

afirmar que el ciudadano esté incluido en el

sistema.

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En quinto lugar, se encuentra el

liderazgo formativo en democracia. Este

estilo apuesta por la delegación de

funciones del líder a los individuos,

formándoles en democracia y logrando su

empoderamiento, ejercitando una tarea

basada en una inversión a largo plazo. Se

crea un diálogo constante entre líderes

políticos e individuos que potencia la

comprensión ilustrada de los asuntos

públicos y la apertura de otras vías de

participación. Es un modelo que concuerda

más con el modelo de democracia

participativa que representativa. Sin

embargo, más allá del plano normativo, la

práctica evidencia que ya no es correcto

hablar del “político-educador”, sino, más

bien, de “político-seductor”, entendido

como una “locomotora electoral” de

esencia puramente mediática. De esta

manera, la función formativa se ha ido

perdiendo de vista por el progresivo

ascenso del Marketing Político en los

sistemas políticos modernos.

Y, en último lugar, tendría lugar la

relación entre el liderazgo democrático y el

concepto de Democracia. Lógicamente, se

puede pensar, a priori, que el liderazgo

democrático puede ser el modelo más

compatible con el modelo de democracia

de Robert Dahl. Sin embargo, son algunas

las precisiones que han de realizarse

respecto a esta combinación. El principal

rasgo de este estilo de liderazgo se centra

en torno a la búsqueda de consenso por

medio de la participación cívica en política.

Se consigue potenciar la flexibilidad y

responsabilidad en el clima democrático

gracias a la inversión de tiempo que

destina el líder democrático a conocer las

ideas y opiniones propias de los individuos,

que se sienten cómodos a la hora de

revelar sus preferencias por medio de un

debate grupal que potencia la comprensión

ilustrada. Este derecho será ejercitado a

través de un sistema equitativo de

votación. Desde la óptica de Robert Dahl,

de todos los criterios, el más reforzado de

todos es el último, el correspondiente a la

inclusión de los adultos por medio del

reconocimiento pleno de una serie de

derechos previos. Sin embargo, ya el

propio Dahl advierte de una serie de

problemas: pueden tener lugar reuniones

interminables fruto de que todos los

individuos quieran expresarse; que se dé

un fenómeno de subrepresentación; que

las dinámicas asamblearias deliberativas

sólo sean una tapadera para que la toma

de una decisión drástica tenga mejor

acogida por los representados.

En conclusión, tal y como se dijo al

principio, es la combinación estratégica de

todos estos liderazgos lo que favorece que

la acción de un líder sea más o menos

eficaz, y también que se encuentre mejor o

peor valorada por sus ciudadanos. Aún así,

al no vivir en una sociedad invariable en el

tiempo, y al no tener las Ciencias Sociales

la certeza exacta que pueden ofrecer las

Ciencias Naturales, no es posible elaborar

una fórmula matemática que mida con

exactitud una respuesta idónea que ha de

ofrecer un líder ante la imprevisibilidad del

comportamiento humano. En todo caso, se

habrá de atender siempre al estudio de

caso en un contexto determinado.

Ismael Sánchez Cañavate es

estudiante de Derecho y Ciencias Políticas y de

la Administración en la Universidad Pablo de

Olavide de Sevilla y Máster en Liderazgo y

Comunicación por la Universidad de Málaga.

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La jauría humana

por Guillermo Díaz Gómez

@GuillermoLugosi

En 1966, Arthur Penn firmaba una película maravillosa de la que posteriormente tendría que renegar por suponer una estocada a la conciencia del público de los Estados Unidos. Es una producción excepcional por muchos motivos. La adaptación que hace del guion Lillian Hellman quien recoge directamente del teatro un texto del genio de la escena Horton Foote, es fundamental. La maestría de Penn como director de actores y el reparto conformado por los mejores en su oficio en aquella segunda mitad de la década de los 60 permitirá que aparezca este trabajo clave en la historia del cine. Cómo no, tras todos ellos estaba uno de esos productores creadores de obras maestras: Sam Spiegel.

Robert Redford da vida a Charlie 'Bubber' Reeves un condenado – injustamente – que huye de la prisión en la que se encuentra recluido y se refugia en su pueblo natal, en Texas. La noticia de su evasión genera un gran revuelo en la localidad. El sheriff Calder (Marlon Brando) tiene el deber de encontrarlo para devolverlo a prisión, pero no es el único interesado en poner fin a la fuga de Reeves. Val Rogers (E.G Marshall), un acaudalado empresario local que ha hecho fortuna con el petróleo y el ganado, quiere la captura de Reeves para proteger a su hijo, Jason, el cual ha aprovechado la ausencia de Bubber para iniciar una relación con la mujer de éste, Anna Reves (Jane Fonda). Estos y otros intereses juegan en contra del fugado, cuya detención y linchamiento acabarán convirtiéndose en el objetivo de todo el pueblo. El sheriff Calder intentará evitar que Reeves muera a manos de sus vecinos.

Se trata de una película que destapa las miserias de una colectividad

que antepone sus prejuicios, intereses y odios a cualquier otro valor o bien que pudiera frenarlos. De una película cuyo eje central, el odio interesado, es un bucle recurrente y popular en mi sociedad. Del grito del que tiene derecho, por el mero hecho nacer, a que otros le deban todo. Uno de los productos estrellas del pensamiento basura y la pereza actuales.

Hace 5 años, no tantos como para olvidar, en Tenerife, Diego Pastrana de 24 años fue acusado por la prensa y la masa tras una cadena de fallos médicos y policiales, del asesinato de la hija de tres años de su novia. El ABC, en un ejercicio inquisitorial, publicó la famosa portada en la que veíamos al pobre linchado mediáticamente detenido por la Guardia Civil entrando en dependencias oficiales. “La mirada del asesino de una niña de tres

años”, subtitularon la imagen. “Tenerife

llora la muerte de Aitana, que no superó las quemaduras y los golpes propinados por el novio de su madre", rezaba el texto que vertía sobre este hombre los hechos consumados. Todos los medios, todos, se abalanzaron sobre esta persona. Era inocente. Se le pidió un perdón de baja intensidad.

Pero los españoles no solo tropiezan dos veces con la misma piedra, sino que se la llevan y la ponen a los pies de la cama para dar con ella todos los días al levantarse y al acostarse si de ello depende no rectificar. Y eso ocurrió el agosto pasado en Málaga donde una mujer fue hallada por la policía afirmando que acababa de ser violada por cinco hombres, dos de ellos menores de edad.

La turba a las calles. El racismo que vive agazapado esperando una oportunidad apareció disfrazado de solidaridad con una víctima y saltó sobre estos chicos (lean los comentarios de esta noticia publicada en uno de los diarios adalides del progresismo aquellos días pinchando aquí). Si en la película de hoy, el pueblo atacaba insistentemente a su culpable buscando su muerte, las nuevas

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tecnologías y la ausencia de un compromiso real en todo, hicieron que el pequeño pueblo tejano de la obra de Penn, fuera sustituido por los medios de comunicación y ¡cómo no! las redes sociales.

¡Condénelos quien pueda! Comenzó una carrera alocada, encabezada por todos aquellos que creen que ser feminista superpop es un ejercicio intelectual profundo, para destrozar la imagen y las vidas de cinco hombres gitanos. Un feminismo que conlleva la presunción de culpabilidad de los hombres. También de los hombres inocentes, que desde el bibianopajinato, son ciudadanos de segunda en lo que al derecho penal “de

género” (otra vulgaridad de la neolengua)

se refiere. Para qué esperar las decisiones judiciales, había que coger la bandera del asunto cuanto antes para pescar votos, popularidad y pintar las pancartas con la sangre de los desgarros vaginales (presuntos) de la mujer teóricamente agredida. Modo Colau ON. Todos ya sabían lo sucedido. Una competición para el trofeo del que más odiaba y era capaz de compaginar la poesía con la indignación. Estar en contra de las violaciones era algo meritorio que había que exhibir.

Un par de idiotas, entre los que me cuento, dijimos que tal vez habría que esperar a que la jueza dijese algo. Las respuesta de la turba fue que nos gustaba la violación, que le tenía que pasar a nuestras hijas, que éramos fruto de una educación machista, que sosteníamos “el

patriarcado” (más neolengua para repetir

cual mantra sin saber nadie lo que es) y otras monerías.

La presión de la chusma extrajo del Alcalde de Málaga unas declaraciones condenando los hechos y anunciando posteriormente que el Ayuntamiento se iba a personar como acusación particular. Sus concejales hicieron de palmeros ipso facto. Previamente, por supuesto, María Gámez

y sus féminos animadores ya señalaban que el regidor malagueño era un machista a quien importaba la imagen de la ciudad más que una mujer violada. Por no hablar de los aledaños del PSOE, como alguna que vio la posibilidad de recuperar el cargo perdido en nuestro linchamiento, mientras, como erró en el ataque, sigue escondida con sueldo a dedo en una ONG. Por supuesto los de Izquierda Unida, a quienes faltó repartir antorchas y estacas. Nadie se atrevía a llevar la contraria al pelotón de linchamiento. Nadie se paró a pensar si, tal vez, los jueces y fiscales tendrían que decir algo sobre el tema. Dichosos aquellos tiempos en que los periódicos y los políticos no daban siempre la razón al más chillón. Ahora todo es plegarse a la coacción del pueblo, porque este, siempre puede hacer lo que plazca, porque como la marca de cosméticos él lo vale. El pueblo, ese ente, que por una extraña (¡y laica, por supuesto!) transubstanciación se ubica siempre en unos cuantos.

Cuando se esclarecieron los hechos, lo más recurrente (de los pocos que rectificaron) era aludir a “la pinta” de

los muchachos (obviando la gitanez, incompatible con la inocencia) que podía llevar a equívocos. Y es que no hubo violación en Málaga. Y es que cinco hombres señalados, cuyas imágenes fueron abanderadas en la plaza pública pidiendo sus cabezas en picas todavía esperan las disculpas de millares. Y pueden esperar hasta el día de su muerte. Y volverá a pasar, y el próximo puede ser usted, o yo. Porque nadie está a salvo de las heces mientras todo el mundo porte un ventilador.

Guillermo Díaz Gómez es Abogado,

escritor y crítico de cine.…

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