Revista CAÑETE HOY 2 (especial 453 aniversario de Cañete)

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CAMINAR POR LA HISTORIA DE CAÑETE RESSACA LUEGO DE Por: José Alejandro Dulanto Santini Publicado en Revista Punto de Encuentro. No se si ustedes conocerán el Bambú. Pues bien, para aquellos neófitos en cultura etílica el Bambú es uno de los duomos de la intelectualidad peruana, ubicada en el Jirón de la Unión, Lima, en el emblemático Barrio de Belén. El Bambú, junto con el Queirolo y el Superba, no son antros del vicio donde se pueda encontrar borrachos que toman sin ton ni son. No amigos, el Bambú es una de aquellos sitios donde se chupa con provecho. .Es mi lugar favorito en Lima. Y también lo es de nuestro vate y amigo Enrique Verástegui. Por allí también han aterrizado intelectuales de la talla de Gabriel Zelaya Romero, Yuri Vega Mere, Luis Díaz Huamán, Hudson Valdivia, Wenzel Acevedo, etc. Muchas veces me reuní en ese lugar con Enrique Verástegui. Era la época en que yo hacía mis pininos como abogado y era ruta obligada cuando saliendo de mi estudio en el Jirón Camaná me dirigía a Palacio de Justicia. Y por esa zona (Belén, Quilca, Camaná) transitaba también Enrique. Una de las veces que lo encontré Enrique estaba comprando libros, “hola Pepe”, me dijo, “te cuento que acabo de cobrar un cheque de dos mil soles por concepto de regalías, ¿nos tomamos unas cervezas?”, me sugirió. Pensando que era una invitación, ya que él había cobrado dos mil soles, acepté complacido y mandé al diablo mi agenda de trabajo de ese día. Nos dirigimos al consabido Bambú, una vez allí pedimos a Valerio (el mozo de ese bar) un par de cervezas. Y allí, entre el licor de cebada, el humo de cigarrillos y el piqueo de aceituna con queso transcurrimos olímpicamente doce horas seguidas conversando sobre diversos temas. Es que conversar con Enrique Verástegui es hablar con un “oráculo de la cultura”. Él me devolvía el piropo y decía que yo era “una biblioteca andante.” Conversamos de todo, de filosofía, de literatura, de medicina, de matemáticas, de religión, de música, de historia, de geografía y hasta del Pato Donald. Y a medida que transcurrían las horas y nuestros cuerpos ingerían más cerveza y más tabaco lanzábamos emocionadas arengas a Cañete. Nuestra conversación no pasó desapercibida para dos parroquianos que se encontraban tomando wisky en otra mesa. Uno de ellos nos gritó desde la otra mesa “muchachos, ¿no es cierto que la ciudad de Cañete no existe?”. Tomamos la pregunta en el aire y luego de mirarnos decidimos que era preciso conversar con ellos para aclarar el tema. Se trataba de Ernesto Bailly y Giorgio Baucer. Francés el primero e italiano el último. Enrique entiende francés y yo ese idioma y el italiano, así que no nos amilanaba el sostener un coloquio con ellos, coloquio que por lo demás se hizo casi íntegramente en español, ya que los consabidos europeos tenían más de diez años en Perú y hablaban nuestra lengua materna con una facilidad pasmosa, aunque con el dejo propio de sus lares europeos. Giorgio Vaucher se encargó de aclarar el tema: “no se ofendan muchachos”, nos dijo, “pero me he permitido estudiar a su pueblo y he llegado a la conclusión de que la ciudad de Cañete no existe, al menos en el Perú.” Éramos cuatro pesos pesados hablando de historia y pudimos descorrer both todos los

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Dejamos a continuación una sabrosa crónica de nuestro literato José Dulanto Santini que repasa, entre cervezas y cigarros, la historia de Cañete. Junto con el laureado poeta, Enrique Verástegui, Dulanto debe enfrentar una inquietante teoria: Cañete en el Perú no existe.

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Por: José Alejandro Dulanto Santini

Publicado en RevistaPunto de Encuentro.

No se si ustedes conocerán el Bambú. Pues bien, para aquellos neófitos en cultura etílica el Bambú es uno de los duomos de la intelectualidad peruana, ubicada en el Jirón de la Unión, Lima, en el emblemático Barrio de Belén. El Bambú, junto con el Queirolo y el Superba, no son antros del vicio donde se pueda encontrar borrachos que toman sin ton ni son. No amigos, el Bambú es una de aquellos sitios donde se chupa con provecho. .Es mi lugar favorito en Lima. Y también lo es de nuestro vate y amigo Enrique Verástegui. Por allí también han aterrizado intelectuales de la talla de Gabriel Zelaya Romero, Yuri Vega Mere, Luis Díaz Huamán, Hudson Valdivia, Wenzel Acevedo, etc.

Muchas veces me reuní en ese lugar con Enrique Verástegui. Era la época en que yo hacía mis pininos como abogado y era ruta obligada cuando saliendo de mi estudio en el Jirón Camaná me

dirigía a Palacio de Justicia. Y por esa zona (Belén, Quilca, Camaná) transitaba también Enrique. Una de las veces que lo

encontré Enrique

estaba comprando

libros, “hola Pepe”, me dijo, “te cuento que acabo de cobrar

un cheque de dos mil soles por concepto de regalías, ¿nos tomamos unas cervezas?”, me sugirió. Pensando que era una invitación, ya que él había cobrado dos mil soles, acepté complacido y mandé al diablo mi agenda de trabajo de ese día.

Nos dirigimos al consabido Bambú, una vez allí pedimos a Valerio (el mozo de ese bar) un par de cervezas. Y allí, entre el licor de cebada, el humo de cigarrillos y el piqueo de aceituna con queso transcurrimos olímpicamente doce horas seguidas conversando sobre diversos temas. Es que conversar con Enrique Verástegui es hablar con un “oráculo de la cultura”. Él me devolvía el piropo y decía que yo era “una biblioteca andante.” Conversamos de todo, de filosofía, de literatura, de medicina, de matemáticas, de religión, de música, de historia, de geografía y hasta del Pato Donald. Y a medida que transcurrían las horas y nuestros cuerpos ingerían más cerveza y más tabaco lanzábamos emocionadas arengas a Cañete.

Nuestra conversación no pasó desapercibida para dos parroquianos que se encontraban tomando wisky en otra mesa. Uno de ellos nos gritó desde la otra mesa “muchachos, ¿no es cierto que la ciudad de Cañete no existe?”. Tomamos la pregunta en el aire y luego de mirarnos decidimos que era preciso conversar con ellos para aclarar el tema. Se trataba de Ernesto Bailly y Giorgio Baucer. Francés el primero e italiano el último. Enrique entiende francés y yo ese idioma y el italiano, así que no nos amilanaba el sostener un coloquio con ellos, coloquio que por lo demás se hizo casi íntegramente en español, ya que los consabidos europeos tenían más de diez años en Perú y hablaban nuestra lengua materna con una facilidad pasmosa, aunque con el dejo propio de sus lares europeos.

Giorgio Vaucher se encargó de aclarar el tema: “no se ofendan muchachos”, nos dijo, “pero me he permitido estudiar a su pueblo y he llegado a la conclusión de que la ciudad de Cañete no existe, al menos en el Perú.”

Éramos cuatro pesos pesados hablando de historia y pudimos descorrer both todos los

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misterios que envuelven a esa mágica y querida palabra que suena Cañete, y que en un principio fue “Cañote”, conjunto de rancherías ubicadas en Castilla, entre Madrid y Cuenca, que desde la época visigoda era una zona dedicada exclusivamente a criar chanchos.

Le decían Cañote porque las rancherías estaban construidas de

quincha. Durante siglos desde Cañote se proveía de carne de cerdos a Madrid y Cuenca. Con el tiempo Cañote derivó en Cañete Era casi nada, y desde ese casi nada Dios hizo a Cañete, tal como le respondió José de las Heras a Ambrosio O'higgins en el Jirón de la Unión, en Lima, allá por 1755. Y eso fue así porque uno de los más grandes criadores de marranos de esa zona se apellidaba Hurtado de Mendoza y uno de sus descendientes, Andrés, fue el encargado de trasladar dicho nombre a nuestra patria.

En el siglo XVI los Hurtado de Mendoza habían logrado que las rancherías de Cañote en Castilla, se convirtieran en el Marquesado de Cañete. Entonces ya no era ranchería, era ya una ciudad, pequeña pero una ciudad de España. Gobernaba la mayor parte del mundo, en esa época, el Rey Carlos I de España o Emperador Carlos V de Alemania, y este soberano había recibido de los conquistadores españoles del Perú, noticia de que al sur de Lima, la Ciudad de los Reyes, existía una hermosa comarca que había sido asiento de una confederación de pueblos, liderada por un tal Chuquimancu, que se había enfrentado a los incas en los tiempos de Pachacútec y de su hijo Túpac Yupanqui, y que los incas no habían podido vencerlos durante diez años.

Pachacútec, que ya había conquistado a los Chinchas, tuvo que postergar la conquista de las comarcas de Chuquimancu para más tarde, y que más bien se dedicó a ampliar su imperio por el valle del Mantaro y por el norte de la costa peruana, la actual Lima y el Imperio Chimú incluidas. Quedó pues Chuquimancu y su comarca rodeada por todo el Imperio Inca, entonces los orejones del Cuzco decidieron que ya era hora de avasallarlos. Pero aún así no les fue fácil. “Chúpate esa”

exclamo Enrique Verástegui, “mis paisanos si que son bravos”. (Ya están advertidos los huachanos). Pachacútec y su hijo se aliaron con los Chinchas, que por los demás se habían entregado como mansos corderos a los quechuas y les prometieron entregarles los cacicazgos de Herbay al Cacique Chumbiauca de Sunampe si es que les ayudaban a conquistarnos.

Tanto duró la guerra que el Soberano del Cuzco construyó sobre el Valle de Lunahuaná una ciudad, de nombre Incahuasi, que le serviría de capital transitoria mientras duraban las acciones bélicas. Ni aún así nos conquistaron, tuvieron que cortarnos el agua de las acequias Chumbe y Chombe, para forzar a Chuquimancu a una paz negociada. El pacto era que Chuquimancu se sometía a los incas, que una de sus hijas se convertiría en una de las tantas mujeres de Túpac Yupanqui y que todos seríamos hermanos. Pero los cuzqueños no respetaron lo pactado y en vez de ello ahorcaron a todos los grandes guerreros de Chuquimancu.

Desde esa época se conoció a esta comarca como Guarco, como quien dice “El Ahorcado”. Además de ello le dieron al Cacique Chumbiauca de Sunampe, el prometido señorío sobre el Herbay, hoy Herbay Alto y Herbay Bajo. De allí la delirante tozudez de los chinchanos de pretender que su provincia llega hasta las riberas del Río Cañete. Nuestros antepasados no se conformaron y le dieron lucha a los traidores quechuas, como la liderada por una cacica de Cerro Azul. Lamentablemente tal rebelión no prosperó y quedamos subyugados como parte del Imperio del Tahuantinsuyo.

Más la dominación quechua no duró mucho, solamente sesenta años, hasta que llegaron los españoles en 1533. “Así que yo no tengo nada de

quechua”, exclamé, “yo soy yunga”. Claro, porque en sesenta años la sociedad de nuestra comarca no pudo ser asimilada completamente a la filosofía incaica. Pizarro y sus huestes al pasar por nuestro valle se quedaron maravillados, pero optaron por Lima porque ésta tiene un puerto natural en El Callao, bajo el cobijo de la Isla de San Lorenzo, lo cual no tenemos nosotros., Mejor, mejor que hayan elegido como capital al valle del Rímac y no al de Runahuanac, así, de ese modo, no nos hemos vuelto una metrópoli, sino que conservamos nuestras tradiciones y costumbres.

Empero, los españoles cumplieron con informar a su Rey sobre la existencia de nuestra comarca. Y entonces, un 30 de

agosto de 1556, en Bruselas, Bélgica, sobre el papel, el Emperador Carlos V de Alemania y Carlos I de

Cañete - Cuenca - Españapor Lucio Martínez G.

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España, fundó la Villa de Santa María, enviando órdenes al Virrey Andrés Hurtado de Mendoza para que señale el lugar preciso y proceda a hacer la fundación física, es decir la puesta de la pirca. Andrés Hurtado de Mendoza se excedió de las órdenes de Carlos V y dispuso que la Villa no se llamara sólo Villa de Santa María, sino que le agregó el gentilicio de “Cañete”, en homenaje y recuerdo de su marquesado en España. Encargó a Jerónimo de Zurbano que la fundara en mayo de 1557 en el lugar denominado Coaldas, entre los actuales Cerro azul y San Luis, y le puso “Villa de Santa María de Cañete”.

Años más tarde su hijo, a la sazón Capitán General de Chile, fundó en ese país el tercer Cañete, al sur de Concepción, casi a las puertas de Chiloé. Son entonces tres los Cañete que existen en el mundo: Cañete en España, Cañete en Perú, y Cañete en Chile. ¿Pero porqué la ciudad de Cañete no existe?. “Bueno”, dijo Giorgio Baucer, “existe la ciudad de Cañete en España y la ciudad de Cañete en Chile, pero en Perú no existe la ciudad de Cañete”, continuó el italiano.

El tema estaba picante, y lo debatimos Enrique Verástegui, Giorgio Baucer, Ernesto Bailly y yo con más cerveza, wisky, cigarrillos y piqueo de aceituno con queso. Como me gustaría que todas las borracheras fueran tan productivas. Éramos dos cañetanos departiendo con dos europeos que conocían la historia de nuestra tierra, y ello nos llenaba de orgullo. Por su parte ellos se admiraban

del conocimiento nuestro de las costumbres e historia europea. Giorgio Baucer era el “Fénix de los Ingenios””, Bailly era “El rey Midas”, Enrique Verástegui “el oráculo de la cultura” y yo “La Biblioteca Andante”.

Y en la vorágine del alcohol, el tabaco y la historia, luego de pasar por el Combate de Cerro Azul de 1615, (el combate naval más grande que se ha verificado en el Océano pacífico Oriental, tanto así que fueron trece buques holandeses contra doce españoles), de transitar por la creación de la picantería de la costa central del Perú (el cau cau, la tuca, la chanfainita, la tuca etc., todas ellas de origen cañetano), de hurgar sobre el turrón de Doña Pepa (la negra Josefa Marranillo en 1803 para el señor de los Milagros), llegamos al 4 de agosto de 1821. Siete días después de la Declaración de la Independencia del Perú, don José de San Martín emite la ley mediante la cual se crea la provincia de Cañete y el distrito de Cañete.

La provincia de Cañete abarcaba desde los márgenes del Valle de Lurín hasta el Río Pisco (ja, ja, ja, ja chinchanos, ustedes fueron distritos nuestros). Y el

distrito de Cañete, según la Ley de su creación, incluía los pueblos de Cerro Azul, San Luis, San Vicente y Boca del Río. Ninguno de estos cuatro poblados se llama Cañete. Es más San Luis y San Vicente durante mucho tiempo se llamaron Pueblo Viejo y Pueblo Nuevo, respectivamente. Entonces, concluimos, la ciudad de Cañete en el Perú no existe, lo que existe es una provincia “Cañete”, un distrito “Cañete”, y cuatro ciudades que agregan a su nombre el gentilicio Cañete, es decir Cerro Azul de Cañete, Boca del Río de Cañete, San Luis de Cañete y San Vicente de Cañete. Ah, también hay un Valle de Cañete y un río Cañete, pero que diantres, todos somos Cañete, los dieciséis distritos.

La conversación había empezado a las diez de la mañana. Eran las diez de la noche y tuvimos que despedirnos. Ahora, a pagar la cuenta. Los europeos pagaron su parte y nosotros debíamos pagar la nuestra. Pero Enrique Verástegui no tenía dinero, “Pepe, mis dos mil soles los he gastado comprando libros”, me explicó. Paciencia, a Enrique Verástegui hay que engreírlo. “Yo pago la cuenta”, dije. Al día siguiente estuve de Ressaca de tanto caminar por la historia de Cañete.

CAÑETE - CHILE