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RESPUESTA AL "MEMORÁNDUM" DE LOS ECONOMISTAS EUROPEOS POR UNA POLÍTICA ECONÓMICA ALTERNATIVA (EEPEA): ¿ES POSIBLE UNA POLÍTICA ECONÓMICA ALTERNATIVA DENTRO DEL CAPITALISMO? Diego Guerrero Depto. Economía Aplicada V Universidad Complutense de Madrid [email protected] VII Jornadas de Economía Crítica (Albacete, 3-5 de febrero de 2000) [Para el Plenario: "Balance y perspectivas de las JEC"] Resumen: El presente trabajo pretende ser una contribución al diálogo que propugna el Memorándum de los Economistas Europeos por una política económica alternativa, suscrito en noviembre de 1998. Puesto que el autor no firmó ese Memorándum, por considerarlo demasiado keynesiano, es decir, liberal y conservador, aunque sí firmó el anterior (mayo de 1997), no porque el primero fuera más radical, sino porque él no veía tan claramente la postura que debía adoptar, el objetivo de este escrito es aclarar un poco más los argumentos y razones que lo condujeron a esa decisión, abogando, no obstante, por un debate intenso sobre las posibilidades y limitaciones de construcción de una auténtica política económica alternativa. En particular, se critican las propuestas que el Memorándum hace como medidas de adopción inmediata, señalando que se inspiran en los mismos planteamientos que subyacen a la socialdemocracia, la Tercera Vía y los economistas prácticos y reformistas como el financiero George Soros. Y se critican también los objetivos a más largo plazo, como el pleno empleo, el reforzamiento del Estado del Bienestar y la cohesión social, señalando la imposibilidad o incompatibilidad de dichos objetivos con la reproducción del sistema capitalista en cuanto tal. Por último, se recoge en un apéndice una reflexión complementaria sobre el distinto uso que el término neoliberalismo tenía hace un siglo, indicando que entonces los neoliberales eran los que defendían posiciones como las de Keynes, reclamadas ahora por los autores del Memorándum.

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RESPUESTA AL "MEMORÁNDUM"DE LOS ECONOMISTAS EUROPEOS POR UNA

POLÍTICA ECONÓMICA ALTERNATIVA (EEPEA):¿ES POSIBLE UNA POLÍTICA ECONÓMICA

ALTERNATIVA DENTRO DEL CAPITALISMO?

Diego Guerrero

Depto. Economía Aplicada VUniversidad Complutense de Madrid

[email protected]

VII Jornadas de Economía Crítica(Albacete, 3-5 de febrero de 2000)

[Para el Plenario: "Balance y perspectivas de las JEC"]

Resumen: El presente trabajo pretende ser una contribución al diálogo que propugna el Memorándum de losEconomistas Europeos por una política económica alternativa, suscrito en noviembre de 1998. Puesto que elautor no firmó ese Memorándum, por considerarlo demasiado keynesiano, es decir, liberal y conservador,aunque sí firmó el anterior (mayo de 1997), no porque el primero fuera más radical, sino porque él no veía tanclaramente la postura que debía adoptar, el objetivo de este escrito es aclarar un poco más los argumentos yrazones que lo condujeron a esa decisión, abogando, no obstante, por un debate intenso sobre las posibilidadesy limitaciones de construcción de una auténtica política económica alternativa. En particular, se critican laspropuestas que el Memorándum hace como medidas de adopción inmediata, señalando que se inspiran en losmismos planteamientos que subyacen a la socialdemocracia, la Tercera Vía y los economistas prácticos yreformistas como el financiero George Soros. Y se critican también los objetivos a más largo plazo, como elpleno empleo, el reforzamiento del Estado del Bienestar y la cohesión social, señalando la imposibilidad oincompatibilidad de dichos objetivos con la reproducción del sistema capitalista en cuanto tal. Por último, serecoge en un apéndice una reflexión complementaria sobre el distinto uso que el término neoliberalismo teníahace un siglo, indicando que entonces los neoliberales eran los que defendían posiciones como las de Keynes,reclamadas ahora por los autores del Memorándum.

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DIEGO GUERRERO: Respuesta al "Memorándum" de los economistas europeos... 1

1. Introducción

Tengo la impresión de que uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos enestos últimos tiempos es el predominio de las formas idealistas de análisis de losfenómenos sociales en general, y económicos en particular. En vez de pensar que es larealidad social la que determina la conciencia social, muchos economistas críticos siguen lasenda transitada por Keynes, que conduce a la conclusión de que las ideas son másimportantes que los conflictos y contradicciones objetivos. O siguen el voluntarismokautskiano-leninista, adaptado a los tiempos actuales, y creen que el Estado es unaherramienta que se puede utilizar por un sujeto colectivo (pero reducido) con concienciasuficiente para imponer, o sugerir, a las masas el camino que hay que seguir en laconstrucción de una sociedad alternativa, por muy plural que sea la gama de movimientosque en la actualidad se consideren llamados a participar, de una u otra forma, en esta laborde guía espiritual colectivo.

En mi opinión, las ideas de los teóricos de la Economía y de la ciencia social, lo mismo quelos comportamientos de quienes participan en la política económica y social del Estado,vienen condicionadas preferentemente por lo que sucede en el tejido de relaciones socialesque se urde en torno a las actividades de producción y reproducción de la sociedadcapitalista1. Por esa razón, no se puede perder de vista lo que acontece en la dinámica de laacumulación del capital --sobre todo, lo que sucede en sus tendencias a más largo plazo yen las ondas largas que la misma genera--, y sus repercusiones sobre los acontecimientosque tienen lugar en el terreno de la superestructura política e ideológica.

La fase depresiva de la onda larga que se inició con la crisis que acabó con la expansión dela II posguerra mundial (años 70) modificó muchas cosas en el terreno de la propia teoría 1 Marx, en 1844 (en un artículo de Vorwärts, que criticaba otro de Arnold Ruge, firmado por "un prusiano,escribe: "Los Estados que se han preocupado del pauperismo nunca han pasado del nivel de las medidasadministrativas y caritativas, cuando no han quedado por debajo de este nivel. ¿Puede actuar el Estado deotra manera? El Estado nunca buscará la causa de las imperfecciones sociales 'dentro del mismo Estado y delas instituciones sociales', como lo pide al rey 'Un prusiano'. Donde existen partidos políticos, cada partidoconsidera que la causa de estos males es que quien dirige el Estado es el partido adversario y no él. Inclusolos políticos radicales y revolucionarios buscan las causas del mal no en la naturaleza del Estado, sino en unaforma particular de Estado, que quieren reemplazar por otra(...) En última instancia, cada Estado busca lacausa del fenómeno en los defectos accidentales o intencionados de la administración y pretende resolver elmal con una reforma de la administración. ¿Por qué? Simplemente, porque la administración es la actividadorganizadora del Estado mismo. La contradicción entre los objetivos y las buenas intenciones de laadministración, por un lado, y los medios y recursos, por otro, no puede ser abolida por el Estado sin abolirsea sí mismo, porque esta contradicción es su propio fundamento. El Estado se basa en la contradicción entre lavida pública y la privada, entre los intereses generales y los particulares. Por consiguiente, la administraciónha de limitarse a una esfera de actividad formal y negativa, porque su poder termina donde empieza la vidacivil. Ante la las consecuencias del carácter antisocial de la vida de la sociedad civil, de la propiedad privada,el comercio, la industria, de la expropiación mutua de los diferentes grupos de la sociedad civil, la ley naturalde la administración es la impotencia. Estas divisiones, este envilecimiento y esta esclavitud de la sociedadcivil son los fundamentos naturales del Estado moderno, del mismo modo que la sociedad civilera elfundamento de la esclavitud en que se basaba el Estado de la antigüedad. La existencia del Estado y laexistencia de la esclavitud son inseparables (...) El principio de la política es la voluntad. Cuanto más parcial yacabado es el pensamiento político, más cree en la omnipotencia de la voluntad y menos capaz es de ver laslimitaciones naturales y mentales de la voluntad, menos capaz es de descubrir la causa de los males sociales"(véase Marx., 1844, pp. 237-9).

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económica y en el campo de las políticas estatales, pero dichos cambios, al igual que elincremento del desempleo que se generó como consecuencia de la misma, son sólo unsubproducto del movimiento cíclico característico de la evolución capitalista. A veces, da laimpresión de que los colegas de la Economía crítica olvidan lo rápido que se producenciertos cambios en la realidad económica y en la conciencia social, y dan pordefinitivamente asentados ciertos rasgos presentes que, observados desde una perspectivamás amplia, dejan entrever la inminencia de su caducidad.

Hay una asunción acrítica de muchos de los eslóganes que, aunque creados de forma más omenos espontánea, y hasta legítima en origen, son poco a poco manipuladosinteresadamente por quienes hacen de la capacidad de influir en las conciencias receptorasde mensajes mediáticos el objeto más productivo de ciertas inversiones de dineroimproductivo. Uno de estos estribillos es la creencia de que la guerra fría se terminó hacetiempo, allá por 1989 en opinión de la mayoría. Pero la guerra fría, como la caliente, quizásno haya hecho más que empezar. Porque no se trataba de un conflicto de bloques ni desuperpotencias, sino de algo mucho más profundo y mucho más antiguo: un conflicto declases, una lucha de clases que viene reproduciéndose en términos esencialmente idénticosdesde hace prácticamente dos siglos. La auténtica guerra fría comprende todas lasmanifestaciones de ese conflicto en el terreno de las superestructuras, y lo único quecambió en 1989 es una de las formas en que se manifestaba la batalla ideológica central deesta época postmoderna --lo postmoderno no es, en el fondo, sino el ingenuo intento deenterrar definitivamente al marxismo--, componente esencial del citado conflictosuperestructural.

No se trata de reivindicar el supuesto socialismo de los países del llamado socialismo real.Hace tiempo que caí en la cuenta de lo equivocado que estaba en mi época leninista, alcreer que ésa era la única forma de socialismo posible. Pero cada uno reacciona ante losacontecimientos del mundo real como puede o quiere, y a mí el análisis de losacontecimientos me fue dejando cada vez más claro que lo que se había hundido no era elcomunismo ni el socialismo, sino la forma especial de capitalismo que se habíadesarrollado, bajo el estandarte pseudoideológico del marxismo --una ideología que casinada tiene que ver con las ideas de Marx--, en una importante porción del mundo y, enespecial, de Eurasia (véase, al respecto, el excelente libro de Chattopadhyay, 1994). Ya séque se puede pensar que esta adaptación ideológica es una pirueta destinada a salvar, en elfilo de lo imposible, una pretendida coherencia que para muchos no puede existir. Pero esoequivale a un juicio de intenciones similar al que se puede hacer desde la posicióncontraria, atribuyendo a los que han evolucionado en dirección opuesta la simple voluntadde acomodamiento a, e integración en, el sistema que finalmente a todos nos engulle. No eséste el tono que pretendo dar a mi argumentación, y pido perdón por adelantado si en algúnmomento me olvido, por apasionamiento, de mi propósito inicial.

Sólo pretendo contribuir a la reflexión colectiva y ayudar a impulsar la discusión en lamedida de mis limitadas fuerzas. No es la primera vez que lo intento, ni pienso que miforma de hacerlo sea la única posible, pero me gustaría explicar el origen de este escritoante mis compañeros de las Jornadas de Economía Crítica, aprovechando que, en estaocasión, en el plenario final de Albacete, está prevista la intervención de algúnrepresentante del grupo de EEPEA. En otras JEC, muchos de los asistentes participamos en

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la última sesión con la impresión compartida de que no hemos avanzado gran cosa respectoa la vez anterior, pero aun así seguimos considerando necesario intentarlo una vez más. Losque hacen los balances y reflexiones finales suelen preguntarse en voz alta si hemos dadoalgún paso en qué queremos decir por Economía crítica, y en cómo desarrollar el alcance deesa crítica para hacerla llegar más allá de las pobres fronteras que hemos conseguidoestablecer hasta ahora.

Mi opinión, siempre que se ha invocado este asunto, ha girado en torno a una impresiónrepetida. Lo que ocurre es que prácticamente nos limitamos a hacer la crítica de tal o cualaspecto de la política económica, a denunciar cómo el gobierno, o las multinacionales, o lasinstituciones de la economía mundial..., intentan poner bajo su bota la capacidad deactuación y la voluntad de decisión de la amplia mayoría de la población mundial ynacional. Pero a mí esto me parece insuficiente. Yo no creo que la crítica de las políticaseconómicas pueda herir a nuestros enemigos si no se transforma en una crítica a fondo de lapropia Economía teórica y en un combate real, en el interior y en el exterior de lasempresas, de las relaciones que perpetúan el actual estado de cosas, uno de cuyos productoscolaterales es la hegemonía del pensamiento único que se enseñorea cada vez más de lateoría económica convencional y ortodoxa. No pretendo decir que haya descubierto lafórmula para acertar con la clave del éxito en ninguno de esos dos frentes, pero creo que hallegado el momento de poner en primer plano, por parte de todos, la necesidad de tomarconciencia de que el problema radica en eso.Yo admito, por adelantado, el tipo de críticas que suelo recibir: falta de realismo,maximalismo, utopismo, no tener los pies sobre la tierra, encerramiento en torres de cristal,y cosas por el estilo. Porque a lo mejor mis críticos tienen razón. Pero me gustaría ejercer elderecho a dar mi punto de vista, por si pudiera haber alguien que creyera más en mi manerade ver las cosas, o por si yo mismo, al participar en un diálogo auténtico, empezara aentender mejor las cosas que ahora no logro comprender. Creo que en el fondo de lasdiscrepancias subyace la intuición profunda, casi irracional, que uno tiene acerca de lo queva a ocurrir en el futuro. A mí me sorprende ver el grado de ligereza con que algunoscríticos valoran los problemas de la sociedad actual. Quizás la mente humana sea incapazde actuar de otra manera, y se vea fisiológicamente impulsada a responder a ciertosestímulos de la forma en que lo hace. Pero no creo que esos estímulos vayan a durar toda lavida. Yo miro a mi alrededor y lo que veo no me gusta nada. No creo que tenga fallos sinoque es el fallo en persona. Siento los problemas de la gente como problemas mucho másgraves y profundos en la verdadera realidad que en la realidad virtual que nos presenta latelevisión. Los medios de comunicación y de ocio nos repiten infinitamente losaparentemente contradictorios mensajes de violencia y amor, para recordarnos de continuola razón oculta de nuestro sometimiento, y la vía de salida más fácil que se abre antenosotros (nuestra droga más dulce: la felicidad del hogar, el retiro a lo privado...). Ante elíntimo sentimiento de esclavitud y falta de libertad del que no podemos escapar cuando nosencontramos a solas con nosotros mismos, sólo nos queda el recurso de autoconvencernosque no podemos hacer otra cosa que adaptarnos a lo que hay, porque el mundo estácambiando tan vertiginosamente...

La despreocupación por los análisis teóricos por parte de muchos de nuestros colegas de laEconomía crítica los lleva a sustituir la falta de un análisis propio por el análisis que flotacomo sustitutivo en la creencia colectiva de nuestra profesión (lo que en la terminología

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informática al uso, llamaríamos, en perfecto espanglish, "las ideas por defecto"). Lo mismoocurre con nuestros hijos, en una sociedad en la que el trabajo nos tiene tan esclavizadosque no tenemos tiempo ni para educar ni para pensar: si no lo hacemos nosotros, será latelevisión la que los educará con su dictadura de marcas, violencias y demás, ejercitadabajo el consenso de tecnócratas sociales y miembros del Opus Dei. No me cabe duda deque nuestros enemigos nos han comido el coco y nos hacen creer en, y/o contemporizarcon, la idea de que no se vive tan mal como algunos dogmáticos nos empeñamos en hacercreer. Al menos, si tenemos la fortuna de vivir en un país privilegiado como, al fin y alcabo es el nuestro (ya dice el refrán que "en el país de los ciegos el tuerto es el rey"). Peroes que eso no sólo supone falta de fortaleza teórica sino desconocimiento de la historia real.La experiencia enseña, y lo hace de forma repetida e insistentemente, cuán lejos de preversehan estado siempre --siempre-- los grandes virajes que a la postre termina la Historiareconociendo como hitos fundamentales de nuestro devenir como especie.

Si nosotros, colegas de la Economía crítica, no estudiamos, no nos proponemos entender larealidad por debajo de las apariencias, no convertimos la búsqueda de la verdad en unesfuerzo colectivo a brazo partido, será la mano y el cerebro invisible del mercado el que seencargue de llenar nuestras mentes con las fórmulas que nos inyectan ese mortífero SIDAintelectual (o su oportuno recambio, cuando la vigencia de dicha enfermedad se agotefinalmente). Ya sabemos --o al menos sabíamos-- que la mano invisible del mercado y lamano visible del Estado (capitalista) son las dos manos que nos atenazan al unísono por elcuello, siempre amenazantes de estrangulamiento físico o mental. La metáfora de las tijerasde Marshall debemos sustituirla por esta metáfora de las tenazas: si, en la primera, ambashojas cortan simultáneamente la tela del "equilibrio parcial a corto plazo del mercado",nosotros deberíamos repetir lo que la realidad nos muestra: que son las dos hojas de latenaza mercantil-estatal las que aprietan al mismo tiempo, e igual de fuertes, los grilletesque nos atan de pies y manos al dichoso capital, y que ya hacían exclamar al clásico aquellode que "el hombre se cree libre porque no se apercibe de sus cadenas".

2. De memorándums y antimemorándums

En noviembre de 1998, pasé una pequeña crisis personal cuando me vi ante la necesidad detomar una postura sobre la firma del Memorándum de los EEPEA que Miren Etxezarretahabía tenido la gentileza de hacerme llegar. Mi primera reacción fue una carta de respuestaexplicando las razones de mi negativa a firmar, que envié a Miren, quien me respondióamablemente, también por escrito, en cuanto tuvo oportunidad2. Ante la precipitación con

2 Cuando recibí el programa de las VII Jornadas de Economía Crítica, me di cuenta de que en el últimoplenario previsto, de balance y perspectivas, estaba prevista la asistencia de "algún representante del grupoEconomistas Europeos para una política alternativa". Eso me dio pie para volver a reflexionar sobre elmismo tema al que había dedicado atención al recibir el Memorándum de noviembre de 1998, firmado poreste grupo, y que llevaba por título "Pleno empleo, solidaridad y sostenibilidad en Europa. Viejos desafíos ynuevas oportunidades de política económica" (publicado en el nº 2 de la revista Ágora, que edita el Centred'Estudis Polítics i Socials de Valencia). Cuando recibí el Memorándum de 1998, y a diferencia de lo queocurrió con el de mayo de 1997, elaborado por el mismo grupo (EEPEA, 1997) "Pleno empleo, cohesiónsocial y equidad para Europa. Alternativas a la austeridad competitiva"), no lo firmé, pero me consideréobligado a explicar a mi amiga Miren Etxezarreta --los firmantes de ambos memorándums, en representación

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que había elaborado esa primera respuesta, tuve una segunda oportunidad en abril de 1999,con ocasión de mi participación en un Seminario organizado en Sevilla por la OIT y elInstituto de Estudios Regionales de Andalucía (véase Guerrero y Guerrero, 1999). En eseartículo, que ahora presentamos en una versión distinta como una ponencia al área deLaboral de estas Jornadas (véase Guerrero y Guerrero, 2000a), se pretende contribuir a lacrítica de las ideas del Memorándum que tienen una relación más directa con la cuestióndel desempleo, que, para nosotros, no tiene solución definitiva dentro del marco de laeconomía capitalista.

Por otra parte, aunque no pude asistir a las Jornadas de Málaga, allí presentamos otrotrabajo sobre el mito del Estado del bienestar en España (véase Guerrero y Díaz Calleja,1998) que me hace pensar que es un buen punto de partida de algunas de las ideas que sedan demasiado alegremente por supuestas cuando se discute sobre el Estado del Bienestar.Es evidente que en el debate virtual entre partidarios y críticos del Estado del bienestar,tenemos que tomar partido por la defensa y la extensión del mismo, en contra de losataques que recibe desde el flanco neoliberal. Pero lo que hacíamos allí, y ahora pretendoextender en este trabajo, es dar toques de atención sobre la falta de realismo del debatevirtual en relación con el auténtico debate que subyace al primero y que está en la raíz delproblema real. Sólo si uno cae en la cuenta de que las pautas distributivas espontáneas de laeconomía capitalista hacen posible compatibilizar, en el largo plazo, el aumento de lossalarios reales con el descenso del salario relativo global (es decir, el aumento de la tasa deplusvalor, o grado de explotación en los términos de Marx), y, además, se pone a estudiarempíricamente los efectos globales (es decir, teniendo en cuenta tanto la totalidad de losgastos públicos como de los ingresos públicos, así como su procedencia de clase) de laredistribución estatal, y comprueba que no se produce de hecho la tan cacareada de todo el grupo, son Miren Etxezarreta (España), J. Grahl (R. Unido), J. Huffschmid (Alemania) y J. Mazier(Francia)-- las razones por las que negaba mi apoyo a dicho documento. En carta personal a ella, le escribí:

"Sabes que, hace dos años, cuando firmé el anterior memorándum de los economistas europeoscríticos, ya te comenté brevemente que su contenido me parecía muy keynesiano y poco asumibledesde mi punto de vista. Sin embargo, firmé, y durante bastante tiempo me quedé pensando si habíaactuado correctamente, y con la duda de si en futuras ocasiones volvería a firmar. Caí pronto en lacuenta de que había firmado por amistad y por inercia, pero mientras más reflexionaba más meconvencía de que no era ésta la estrategia adecuada" (carta de 2-12-98).

Así que, junto a la carta, escribí un documento de 10 páginas al que llamé "Razones por las que no firmo elMemorándum de los economistas europeos por una política alternativa (noviembre de 1998)" [Dichodocumento, sin carta, se puede consultar en Internet: http://www.geocities.com/CollegePark/Plaza/4033/],explicando en mi carta que "vas a ver en mis comentarios que la cuestión de si es suficiente con hacer unacrítica de las políticas, o hay que trascender ésta hasta transformarla en crítica de las teorías a la vez que encrítica del sistema, es uno de los puntos centrales de mis planteamientos", pero reconociendo también que"antes de empezar a exponer mis argumentos, he de reconocer que todo lo que viene luego puede estarequivocado. Quiero decir: reconozco que a lo mejor no tengo razón, pero necesito que me hagáis comprenderpor qué" (ibíd.). Miren me contestó con una inteligente y larga carta --"hace miles de años que no habíaescrito una carta tan larga"--, en la que me daba la razón en ciertas cosas --"Hace diez años yo hubierasuscrito tu carta palabra por palabra; e incluso ahora suscribo una gran parte de la misma"--; me criticaba conrazón en otras --"A medida que avanzas te calientas y en algunos aspectos me parece que eres pocorespetuoso con el oponente y le asignas gratuitamente voluntades extrañas"--; y me retaba finalmente a algoque ahora acepto y que es el origen de este papel que el lector tiene en sus manos: "Ahora, un pocojocosamente te desafío un poco: ¿por qué no inicias tú aquí un movimiento como el que propugnas? Podríashacerlo en el marco de la Economía Crítica. ¡Ojalá encontrases muchos apoyos!" (carta de Miren, de 24-2-99).

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redistribución desde el capital al trabajo; sólo entonces, se puede empezar a hacer unacrítica desde la izquierda de la retórica del Estado del bienestar.

No se trata, como alguno podría pensar, de hacerle el juego a la derecha neoliberal al poneren entredicho lo que algunos consideran el último bastión de la izquierda. Se trata deintentar ser científicamente honrado, cada uno a su manera, y de estudiar las cosas tal ycomo son, o como uno las ve. En mi opinión, las cosas hay que analizarlas desde este puntode vista. Está claro que la economía y la sociedad capitalistas han cambiado continuamentedesde el primer momento hasta hoy, pero las continuas transformaciones de algo quecontinúa existiendo no anula la continuidad de sus elementos sustantivos, que esprecisamente lo que hace posible que se pueda hablar de "la historia de ese objeto", en vezde exigirnos considerarlo como un simple elemento de una entidad superior que lo engloba,y que nos llevaría a tomar como objeto la historia de ese ente más amplio. Mientras laEconomía crítica siga pensando que la economía actual sigue siendo una economíacapitalista, no me parece lógico dejar de pensar que el Estado actual ha dejado de ser unEstado capitalista.

Esto no significa que el Estado sea un instrumento de nadie. No hay ninguna mano visibleque maneje dicho instrumento, ni el gobierno político (el ejecutivo y la Administración) niel gobierno fáctico de los poderes económicos mundiales o nacionales (cualquier teoría dela conspiración parece estructuralmente endeble). Pero la sociedad capitalista, que marchasobre dos pies --el primero da el primer paso, consistente en extraer la máxima cantidadposible de plustrabajo de la masa de productores expropiados; y el segundo hace lo propiocon el otro pie, de forma que trata de acumular la máxima cantidad de plustrabajo en formade capital adicional dispuesto a absorber más plustrabajo en el ciclo siguiente--, sufre unasuerte de patología psicológica que amenaza con ahogar, con la tenaza mortífera de su parde manos en cooperación suicida (mercado y Estado), el canal por el que fluye la sangredesde el corazón de sus fuerzas productivas hacia el cerebro de su cuerpo mortal. Esteesquizofrénico estrangulador, no de Boston, sino universal, debe ser llevado a prisión enuna medida democrática de fuerza que nos haga recuperar la salud de nuestro cuerpo socialenfermo, y ese "debe" es un instinto de supervivencia que por naturaleza ejercerá elorganismo vivo que es la sociedad humana, y no una consigna o receta que vendrá dictadadesde fuera por ninguna mente superior.

Aunque los miembros del aparato o aparatos del Estado, los funcionarios y empleadospúblicos, puedan ser en su mayor parte asalariados sin ningún tipo de voluntad específica niintenciones ideológicas diferenciadas del resto de la población, las relaciones sociales quegeneran la necesidad (transitoria) del Estado no requieren que eso sea diferente de lo que seha dicho. De lo que se trata es de comprender la jerarquía que se establece entre lasdiferentes relaciones sociales que se entrecruzan en el seno de nuestra sociedad. Y las queforman el tejido estatal están bajo la dependencia de las que, a un nivel más básico,condicionan el comportamiento más elemental y animal de nuestra especie, como son lasactividades más directamente conectadas con la reproducción de los bienes de consumo yde producción de la sociedad, y con la propia reproducción de las diferencias de clase quecolocan a cada miembro de la sociedad en el sitio que le corresponde dentro del engranajesocial. En términos de F. Block (1977), el Estado está estructuralmente determinado en sucomportamiento por las relaciones de producción capitalistas, y en tanto se mantengan éstas

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no se puede pretender llevar a cabo una política social y económica que sea incompatiblecon las normas básicas de funcionamiento de dichas relaciones sociales.

Si se me permite el símil, el vano esfuerzo de algunos que creen en fáciles fórmulas deelaboración de políticas económicas alternativas me recuerda el ejemplo del ilusopropietario de un gato que quería que su animal no maullase sino que ladrara. Por muchoque lo intentó, no consiguió que el bicho dejara de maullar, por muy sofisticados quefueron los inventos que intentó aplicarle a su aparato vocal. Está claro que, si lo que queríarealmente el propietario era escuchar ladridos, lo primero que tenía que hacer es hacersecon un perro, o al menos lo más sencillo. Pues bien, si queremos igualdad, ¿por qué usar unsistema que genera desigualdad y esforzarnos en pergeñar un ingenio de alquimista que nossirva para transformar la desigualdad en igualdad? ¿No sería más razonable sustituir elsistema desigual por otro que genere, y se base incluso, en la igualdad?

Nuestra sociedad capitalista, como descubrieron tantos estudiosos burgueses de la realidadsocial que querían entender el funcionamiento de la nueva máquina social para mejor usarlaen su lucha contra la clase dominante del Antiguo Régimen, es una sociedad de clases enlucha, donde la lucha principal se produce, de manera objetiva, y sin necesidad de que losprotagonistas tengan que ser conscientes de esa lucha, entre los asalariados libres (yliberados de toda propiedad sustancial capaz de convertirlos en otra cosa) y los propietarioslibres (y liberados de auténtica necesidad de trabajar). Esa lucha de clases adopta formasmuy diversas en el tiempo, al igual que ocurría en la época egipcia, griega, romana ofeudal; pero sus fundamentos se mantienen. Se nos reirían en la cara si pretendiéramos porun momento defender que los cambios del Estado romano (república, Imperio, etc.)significaron el acceso de la clase productora al poder (los esclavos), y lo mismo ocurriría sipretendiéramos algo semejante respecto a cualquier otra sociedad de clases. Entonces, ¿porqué tanto escándalo si se defiende que, por mucho que haya miembros de la clase dominadaen los puestos de trabajo creados por el Estado --como había esclavos en muchos puestoscruciales del Estado romano o griego--, éste seguirá siendo un Estado de clase que formaparte de la reproducción del conjunto de relaciones sociales capitalistas, y que ningúnpartido ni grupo social que no pretenda sustituir esas relaciones por relaciones de otro tipopodrá aspirar a cambiar nada esencial del comportamiento del Estado?

La reflexión anterior no es sino un prólogo de presentación del argumento que voy adesarrollar, según el cual, sin negar por un momento la buena voluntad de los firmantes delMemorándum que voy a criticar en este trabajo, es posible lograr cambios que merezcan lapena sin atentar contra las bases del sistema capitalista, y que es preferible conseguir algo,por pequeño que sea, antes que renunciar a cualquier cosa por el afán de lograrlo todo. Perono es ése el auténtico dilema. En mi opinión, la historia la hacen todos los humanos, aunqueen la Historia sólo se registren unos pocos nombres. La historia la hacemos entre todos atodas horas, en nuestros trabajos cotidianos, en nuestros momentos de ocio, de estudio, etc.La interacción de todos los miembros de la sociedad es el factor decisivo de cambio. Peroen esa interacción, son más activos para conseguir avances decisivos los que miran máslejos y pretenden cambiar cosas aparentemente imposibles de cambiar. La negación de lautopía es el principio de la integración y del conformismo. Pidiendo el todo, se consigue elpoco a poco. Pidiendo el quedarnos como estamos, con tal de no empeorar, o la pequeñamejora gradual que nos permita avanzar, lo que conseguiremos será probablemente

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retroceder o, como mucho, marearnos en el círculo vicioso del movimiento por elmovimiento (sin fin ni objeto, ciegos en nuestro sonambulismo de autómatas sumisos).

Las reflexiones anteriores se pueden desarrollar en múltiples direcciones, en un debate tanextenso como estemos dispuestos a llevar a cabo. Pero, en lo que sigue, pretendo centrarmesólo en ciertas reflexiones sobre lo que considero los puntos centrales del Memorándum: eltipo de medidas a tomar en el corto plazo y los objetivos inspiradores de las pretensiones alargo plazo. No me cabe duda de que los autores de este documento van mucho más allá ensu fuero interno de lo que realmente han conseguido plasmar por escrito, pero lo quecuentan al final no son las intenciones sino los resultados efectivos. Hay que atenerse, portanto, a lo que en el documento se dice, y no imaginar lo que se quiere decir, o lo que sepodría querer decir si la correlación de fuerzas en el grupo de redactores fuera otra, etc. Loescrito escrito está.

3. Los "gobiernos conservadores" y la política económica alternativa inmediata

El Memorándum comienza con una "Introducción" titulada "Peligrosa fragilidad financierapero mejores perspectivas para una Nueva Política Económica". Las mejores perspectivasse basan en dos acontecimientos del momento: las crisis financieras recientes (se citan lasde Asia y Rusia, en concreto) y en los cambios de gobierno en varios países europeos, conun desplazamiento progresivo de las tendencias más ultraliberales --en particular, se señalaque "la derrota del gobierno conservador en Alemania remueve un obstáculo principal alcambio" (EEPEA, 1998, p. 195)--. Pero se advierte seguidamente que ambas cosas no sonsuficientes para garantizar "cambios de política profundos y sostenibles, sino que éstosrequerirán gran fuerza política y apoyo continuo de los movimientos sociales" (p. 196). "Detodos modos", se dice, "se pueden tomar inmediatamente algunas medidas importantes" y,además, conseguir "una reorientación completa y de largo plazo de la política económica ysocial dirigida a lograr el pleno empleo, la cohesión social, la sostenibilidad y la equidad enEuropa", lo cual es completamente lógico con la autodefinición del grupo como"economistas europeos que, sobre la base de la paz y la libertad, perseguimos los objetivosde pleno empleo y de desarrollo del estado del bienestar en el contexto de una firme ysólida constitución social europea, así como relaciones económicas internacionalescooperativas y equitativas" (ibíd.).

Es evidente que ya desde la introducción empiezan mis discrepancias. Veamos:

El gobierno conservador en Alemania. Los firmantes llaman gobierno conservador algobierno de Köhl, dando a entender que el nuevo gobierno de coalición --socialdemócrata-verde-- no lo es. Es evidente que cualquier periodista, cualquier hombre de la calle, estaríande acuerdo en considerar más de derecha al gobierno de la CDU que al gobiernoSPD/Verdes. Pero insisto en la necesidad de pasar del discurso virtual o mediático aldiscurso de la realidad. Veamos qué es lo que dice de hecho el "Acuerdo de coalición entreel Partido Socialdemócrata de Alemania y Alianza 90/Los Verdes: Apertura y Renovación;la entrada de Alemania en el s. XXI (Bonn, 20 de octubre de 1998)", publicado en el nº 3 deÁgora, pp. 187 y ss. (que citaremos a partir de ahora como SPD/Verdes, 1999).

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Entre los "objetivos y principios de la política económica y financiera" está en primer lugarla "reducción de la tasa de desempleo". No conozco ningún gobierno del mundo que nodiga lo mismo, entre otras cosas porque las encuestas repiten insistentemente que losencuestados consideran al desempleo como el problema más grave. Pero. ¿por qué mediospretenden conseguirlo? Pues mediante "una economía fuerte, competitiva y orientada a laduración" y mediante "una renovación de la economía de mercado, social y ecológica"(SPD/Verdes, 1999, p. 189). El cambio consiste, al parecer, en que la economía capitalistaya no se califica sólo de "social y de mercado", como venía siendo tradicional desde muchoantes de Köhl, sino de "social, ecológica y de mercado". El Acuerdo promete, por otraparte, "una gran reforma fiscal" y declara que "el nuevo Gobierno quiere ahorrar de formasocialmente justa3" (ibíd., p. 190); pero también, que sindicatos y empresarios se debenponer de acuerdo en "la necesidad de flexibilidad de las empresas y el deseo de máslibertad horaria de los implicados" (p. 191). La "nueva política económica para la creaciónde empleo" se llevará a cabo "mediante una combinación adecuada de la política de oferta ydemanda"4 (p. 192), lo que implica, entre otras cosas, "una reforma de la imposición sobrelos beneficios de las empresas que (...) mejore la fuerza inversora de las mismas"5, una"reforma fiscal ecológica que disminuya los costes adicionales de los salarios", más "unadisminución de los costes legales adicionales de los salarios" (p. 192), ya que "la reducciónde los costes legales adicionales del salario son una piedra angular de nuestra política decreación de empleo (...) reduciremos las contribuciones al seguro social del actual 42.3%del salario bruto a un 40%" (p. 199).

La política social del nuevo Gobierno se observa también claramente en el tratamiento quedesde el principio se propone dar a las diferentes clases sociales. En cuanto a la pequeñaburguesía, "el nuevo Gobierno mejorará las condiciones económico-políticas para lapequeña y mediana empresa, para la artesanía, para las profesiones liberales y para lostrabajadores por cuenta propia" (p. 193). Sin embargo, por lo que respecta a los asalariados,simplemente se buscarán "condiciones justas en el mercado de trabajo" (p. 193) y una"política de mercado de trabajo activa" junto al "fortalecimiento [ya existente, por tanto,según ellos] de la cogestión" (p. 194). Está claro que, frente a la seguridad con que seesperan obtener las mejoras pequeño-burguesas, contrasta la falta de confianza con que seesperan las mejoras en el terreno de los asalariados, ya que no parecen creer quedesaparecerá la pobreza de amplias capas de éstos. Así lo reconoce el Acuerdo al declararque la política del nuevo Gobierno "prevendrá la pobreza", pero, eso sí, "en la medida de loposible" (p. 209), y "contrarrestará una división de la sociedad en ricos y pobres mediante 3 Esto se conseguirá mediante "la modernización del Estado con el fin de eliminar burocracia innecesaria" (p.192), ya que por "Estado moderno" dicen querer "un Estado eficiente y afable con los ciudadanos. Por elloreduciremos la burocracia y haremos del Estado un compañero de las ciudadanas y ciudadanos. El ideal es elEstado activista" (p. 225), y muy posiblemente ese activismo incluya como objetivo fundamental la"colaboración atlántica", ya que el "nuevo Gobierno contempla la Alianza Atlántica como un instrumentoindispensable para la estabilidad y la seguridad de Europa" (p. 230).4 Esto no le gustará tanto a los firmantes del Memorándum, ya que ellos declaran, en una línea keynesianamás pura, que "el mayor obstáculo para el aumento del crecimiento y el empleo es la insuficiencia de lademanda final interna (...), mientras que los factores de oferta como los salarios, impuestos y regulacionesnacionales juegan un papel menor" (EEPEA, 1998, p. 197).5 Posteriormente, se aclara que esto se hará en dos fases: en la 1ª, en 1999, "reducción del tipo impositivomáximo para ingresos empresariales de un 47% a un 45%"; en la 2ª, desde el 2000, una reducción adicional"de un 45% a un 43%" (SPD/Verdes, 1999, p. 196).

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un reparto justo y solidario de beneficios y tributos" (p. 209). Aun así, y a pesar demantener (activamente) las causas de la pobreza --el mercado de trabajo, así como losbeneficios, por mucho que quieran repartirlos--, o quizás a causa de ello, no tienen muchaconfianza en la desaparición de la pobreza, pues no sólo declaran que "se debe reducirespecialmente la pobreza de los niños" (reducir no es erradicar, por cierto), sino que elGobierno se compromete a "presentar regularmente un informe sobre pobreza y riqueza" (osea, no cabe duda que irán contabilizando y mejorando las técnicas estadísticas paracuantificar a los pobres del futuro).

Por otra parte, debe recordarse que el Acuerdo en cuestión iba firmado (por parte del SPD)por Gerhard Schröder, Oskar Lafontaine, Christine Bergmann y Heidemarie Wieczorek-Zeul, y (por parte de Alianza 90/Los Verdes) por Joschka Fischer, Jürgen Trittin, GundaRöstel y Kerstin Müller. Algunos de los que, tras la dimisión de Lafontaine, tachaban de"traidores" a los otros miembros del gobierno alemán, deberían recordar que Lafontainetambién firmaba el documento anterior, así como otras cosas que merece la pena recordar6

4. Reflexión sobre las crisis financieras

Por su parte, en el libro de Oskar Lafontaine y Christa Müller (1998) se puede leer que "losmercados financieros internacionales no necesitan una desregulación, sino una nuevaregulación" (p. 20), o sea lo mismo que todos los capitalistas actuales dicen ahora, como lospropios autores reconocen: "George Soros, el internacionalmente conocido especulador dedivisas, no se cansa de exigir regulaciones internacionales en los mercados financieros paracontener la especulación" (ibíd.; véase también Estefanía, en El País de 24-1-99, donde

6 Así, el 28 de enero de 1999, Lafontaine firmaba un artículo conjunto con el también ahora dimitido ministrofrancés, Dominique Strauss-Kahn en el que, tras recordar que "los socialdemócratas gobiernan en 13 de los 15Estados miembros de la UE", afirman que "todos están de acuerdo con las líneas generales de un programapara el crecimiento y el empleo" pues "todos consideran que los mercados son poderosos instrumentos decreación de riqueza, pero, no obstante, piensan que son instituciones imperfectas y que los Gobiernos tienenuna responsabilidad fundamental en la corrección de sus disfunciones" (El País, p. 11). Mi pregunta esnuevamente: ¿conoce alguien a algún miembro de un gobierno de cualquier país europeo o desarrollado, almenos en los últimos cincuenta años, que no se mostrara dispuesto a suscribir esas palabras? ¿Alguno delGobierno Aznar, quizás? ¿Alguno de los sucesivos gobiernos liberales intervencionistas del Japón de los 90que, tras perder la etiqueta de "Japón, S. A." al mismo tiempo que se les embotaban las uñas a sus vecinos lostigres asiáticos, parece ser una próxima víctima de los cobradores del frac? Pero eso no es todo. Los dosexministros de Hacienda del eje socialdemócrata germano-francés van más allá, al escribir que se precisa unaestrategia en dos planos. Por una parte, se ha de buscar "un clima de paz social", y, por otro, "también sonnecesarias reformas económicas para mejorar el funcionamiento de los mercados de bienes, de servicios y decapitales", ya que "los que crean empresas se topan con demasiada frecuencia con obstáculos administrativos,con normativas anticuadas o con mercados insuficientemente desarrollados". Se apuntan por último a los "tresmensajes contenidos en estos programas" (mensajes que también aparecen en el programa del gobiernoAznar, como comprobará el lector sin dificultad): 1) "Vamos a financiar nuestras prioridades en políticaeconómica manteniendo la subida del gasto público claramente por debajo del crecimiento potencial de laproducción, creando así las condiciones para futuras bajadas de impuestos, favorables al crecimiento". 2)"Nos marcamos como objetivo una reducción importante de los déficits públicos [esto tampoco les gustarádemasiado a los firmantes del Memorándum, decididamente partidario de mantener los déficits públicos eincluso ampliarlos si es necesario], con el fin de que el Estado no se vea asfixiado por el crecimientoirresponsable de la deuda pública". 3) "En la puesta en práctica de estos programas dejaremos actuar a losestabilizadores automáticos (...)"

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recoge advertencias similares de Alan Greenspan7). Los autores reclaman expresamente el"Estado fuerte" propugnado por Ludwig Erhard8 y Walter Eucken9, el fundador de laEscuela de Friburgo10 (p. 25), y dedican un apartado al tema con el título de "Más mercadoy un Estado fuerte" (pp. 260 y ss.): "Cuando un problema puede regularse mejor entérminos de economía de mercado que políticamente, las intervenciones del Estado estánfuera de lugar. Cuando el ámbito de actuación del Estado es demasiado grande y su toma deinfluencia restringe las posibilidades de acción de los ciudadanos, el Estado sacrifica suautoridad y pierde credibilidad" (p. 261).

Pues bien, según los críticos socialdemócratas11 de la Tercera Vía --que parecen másnumerosos desde que Clinton y, sobre todo, Aznar se adscriben a ella, y hasta a FelipeGonzález le despierta ciertos recelos--, la socialdemocracia clásica es más convincente.Pero Schröder y Blair no dicen nada esencialmente distinto de Lafontaine (véase Schrödery Blair, 1999). Escriben, por ejemplo: "Apoyamos una economía de mercado, no unasociedad de mercado" (p. 238), que es exactamente lo mismo que dice Jospin en su intentode parecer diferente tras la reunión de los terciarios en Florencia. Es posible que algunosmatices sean distintos, pero el grueso de las declaraciones no desentona demasiado:

"La importancia del individuo y de las empresas de negocios en la creación deriqueza fue infravalorada. Las debilidades de los mercados fueron exageradas y sus

7 Y el 20-X-99 escribe que "Greenspan ha recordado que la historia demuestra que se producen 'súbitoscambios en la confianza [de los inversores] y que éstos ocurren abruptamente, la mayor parte de las veces sinnoticias que lo anticipen'" (Estefanía, 1999). Por su parte, el último libro del keynesiano Paul Krugman --"mientras siga faltando demanda, las reformas estructurales servirán de poca ayuda en la lucha contra elparo"-- titula su último libro La Gran Recesión. Qué hacer para que no se desplome la economía mundial(véase El País, 22-8-99, p. 49).8 Ministro de Economía de la CDU entre 1949 y 1963 y luego primer ministro hasta 1966. El apoyo deLafontaine quizás se deba a que fue él quien inventó el término de "economía social de mercado" --"unaeconomía de mercado suavizada con políticas sociales básicas", como lo define Dahrendorf (1987), p. 188,que al mismo tiempo nos recuerda la deuda intelectual de Erhard con Franz Oppenheimer, ya que la políticaeconómica del primero consistió en la "reconversión del 'socialismo liberal' de Oppenheimer en un'liberalismo social'".9 Como ha escrito Molsberger, "los trabajos de Eucken marcan la vuelta de la Economía alemana a la teoría(neo)clásica tras el dominio de la escuela Histórica", al asumir las teorías de Böhn-Bawerk y Wicksell; porotra parte, "la teoría de Eucken puso las bases de la 'economía social de mercado' de la Alemania Occidental",al idear una economía intermedia entre la del laissez faire y la de planificación central, y a la que llamóWettbewerbsordnung (sistema competitivo), según la cual, el "Gobierno debería abstenerse de intervenirdirectamente en los procesos de mercado, pero dando forma al orden económico al garantizar, a través de laOrdnungspolitik, los 'principios constitutivos' de la economía de mercado" (Molsberger, 1987).10 Curiosamente, la Escuela de Friburgo, como tantos autores de finales del XIX y principios del XX,llamaban neoliberalismo a todo lo contrario de lo que hoy se entiende por dicho término. Es decir, estaexpresión significaba entonces una economía capitalista alejada del laissez faire y con fuerte intervenciónestatal. En ese sentido, el propio Keynes desarrolló sus ideas económicas en este mismo marco neoliberal, porparadójico que pueda parecer que los críticos actuales del llamado 'pensamiento único neoliberal' se limiten areivindicar la economía y las políticas keynesianas (véase Molsbergerg, op. cit.).11 Francisco Martín Seco, prologuista del libro de Lafontaine y Müller, consejero económico de IzquierdaUnida --cuyo programa es socialdemócrata según declaraciones de su propio coordinador, Julio Anguita-- yesporádico visitante de las Jornadas de Economía Crítica, dice en un artículo que el libro de los autoresalemanes es muy bueno, mientras que califica de "panfleto" al libro de Tony Blair (quizás por venir prologadopor José Borrell, porque otra razón no se explica, pues ya vemos lo identificado que está Lafontaine con latercera vía de la economía social de mercado).

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fuerzas subestimadas" (Schröder y Blair, 1999, p. 239). "El gasto público entendidocomo una proporción de ingresos nacionales ya ha llegado más o menos a suslímites de aceptabilidad" (p. 240). "Para que la nueva política tenga éxito, debefomentar una mentalidad emprendedora (...) queremos una sociedad que festeje alos empresarios triunfadores, al igual que ya hace con los artistas y futbolistas (...)los conflictos tradicionales en el lugar de trabajo deben ser superados. Esto suponeprincipalmente reavivar un nuevo espíritu de comunidad y solidaridad, reforzar elcompañerismo y el diálogo entre todos los grupos de la sociedad, y desarrollar unnuevo consenso" (pp. 241-242). Piden "un nuevo orden del día para la izquierda,basado en la oferta", quizás porque "ya se han acabado las dos últimas décadas deliberalismo económico" (p. 242). "Los mercados flexibles son uno de los objetivosde los socialdemócratas modernos (...) [a] las compañías no se las debe atarmediante leyes y reglamentaciones. Los mercados de productos, de capital y detrabajo deben ser flexibles", pero "los mercados flexibles se deben combinar con unnuevo papel activo del Estado" (pp. 245-246). La política "activa de cara al mercadolaboral para la izquierda" debe "reformar el sistema de bienestar que limita lacapacidad del individuo de encontrar trabajo (...) El trabajo a tiempo parcial y eltrabajo mal pagado siempre es mejor que no tener trabajo (...) [hay que] asegurarseque a la gente le interese trabajar (...) animar a los empresarios a ofrecer trabajos 'deingreso' en el mercado laboral, bajando las cargas de impuestos y las contribucionesa la seguridad social en trabajo poco remunerados. Debemos sondear la libertad dereducir los costes laborales añadidos (...) El orden del día basado en la oferta de laizquierda (...)" (pp. 248-250).

De hecho, el financiero Soros también tiene su tercera vía particular: "Como actor delmercado, intento maximizar mis beneficios. Como ciudadano, me preocupan los valoressociales: la paz, la justicia, la libertad, o lo que sea" (1998, p. 27). Y se muestra tan críticocon el "laissez faire o liberalismo" --o, como él prefiere llamarlo, el "fundamentalismo demercado"-- como los críticos del liberalismo de los siglos XIX y XX que se llamabanentonces neoliberales o nuevos liberales: "El fundamentalismo del mercado es elresponsable de que el sistema capitalista global carezca de solidez y sea insostenible (...) haentregado las riendas al capital financiero (...) La afirmación primordial de este libro es queel fundamentalismo del mercado es hoy una amenaza mayor para la sociedad abierta quecualquier ideología totalitaria"; y ello se debe probablemente a que "los fundamentalistasdel mercado tienen una concepción radicalmente viciada del funcionamiento de losmercados financieros" y "creen que los mercados financieros tienden al equilibrio" (pp. 22-24). La única diferencia es que Soros, a diferencia de los terciarios modernos, reconoce lasdeudas (como buen caballero): "No es éste, desde luego, la primera vez que vivimos en unsistema capitalista global. Sus principales características fueron identificadas por vezprimera de manera ciertamente profética por Karl Marx y Friedrich Engels en el Manifiestocomunista, publicado en 1848" (ibíd., p. 22).

Reclama la Internacional Socialista, en su última reunión de París "la supremacía de lapolítica sobre el mercado" (El País, 9-xi-99, p. 6) para poder llevar a cabo el mismo tipo dereformas que propugna Soros: "acabar con los flujos incontrolados de los capitales","promover cambios sustanciales en el FMI, el BM o la OMC", etc., debido a que "la derivade los capitales financieros constituyen una amenaza en toda regla a la seguridad de las

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naciones" (ibíd.). En efecto, esto lo han aprendido de Soros, que demanda la misma recetaneoliberal-keynesiana anticipada por la Escuela de Friburgo y los socialistas cristianos delsiglo XIX (y los cristianos no socialistas, como el Papa León XIII, pero preocupados por la"cuestión social"): "Este curso de los acontecimientos sólo podrá evitarse mediante laintervención de las autoridades financieras internacionales (...) El replanteamiento debeempezar reconociendo que los mercados financieros son intrínsecamente inestables. Elsistema capitalista global se basa en la creencia de que los mercados financieros, si se losabandona a sus propios recursos, tienden al equilibrio. Se supone que se mueven como unpéndulo (...) Esta creencia es falsa. Los mercados financieros son dados a excesos, y si unasecuencia expansión/depresión avanza hasta más allá de cierto punto nunca volverá a sulugar de origen. En vez de actuar como un péndulo, los mercados financieros han actuadorecientemente como una bola de demolición, golpeando sobre una economía tras otra"(Soros, 1998, pp. 17-18).

Socialistas y financieros tienen una preocupación común: cómo arreglar las deficiencias yfallos del mercado. Dice Soros: "se habla mucho de imponer disciplina de mercado, pero(...) la disciplina de mercado debe ser complementada por otra disciplina: el mantenimientode la estabilidad en los mercados financieros debería ser el objetivo de la política pública.Éste es el principio general que me gustaría proponer". Al igual que el Memorándum de losEEPEA, en el capítulo que dedica en su libro a "cómo impedir el desplome", Sorosdistingue entre "medidas de emergencia" (pp. 208 y ss.) y "reformas a más largo plazo" (pp.211 y ss.), donde da repaso a las mismas instituciones que atraen la atención de laInternacional Socialista y reclama "controles sobre el capital" (p. 224) ya que, "por sí solos,los movimientos de capital a corto plazo producen probablemente más daños quebeneficios" (p. 225). Asimismo, Soros se une a los economistas con preocupación social alproponer combinar "valores de mercado y valores sociales" (p. 227) ya que "los valoressociales pueden ser más nebulosos que los valores del mercado, pero la sociedad no puedeexistir sin ellos" (p. 235). "El comportamiento tendente a la maximización de beneficiossigue los dictados de la conveniencia y pasa por alto las demandas de la moralidad (...) Encambio, la toma de decisiones colectivas no puede funcionar adecuadamente sin trazar unadistinción entre lo correcto y lo incorrecto" (p. 240).

No se dice expresamente en el Memorándum si se comparten todas las conclusiones de losmaestros (Soros, Schröder, Blair, Clinton...) --maestros de sus palabras, sin duda, aunquequizás no lo sean de las ideas ocultas de los firmantes--, pero conviene aclarar, no sea quealgún policía excesivamente celoso se vaya en busca de Soros con intención de detenerlo,que éste advierte finalmente: "Con todo, me opongo a los cambios revolucionarios, debidoa los peligros de las consecuencias no buscadas. Debemos comenzar por lo que tenemos ytratar de mejorarlo?" (p. 257). ¿Estoy equivocado si me parece que los autores delMemorándum escriben los mismos planteamientos? ¿No defienden ellos otra forma depragmatismo, matizadamente distinta pero sustancialmente similar a la que Soros reivindicade su maestro Popper (la "ingeniería social no sistemática")? Al fin y al cabo tambiénPopper critica al ultraliberal Kant, cuyo primera regla es “la libertad en cuanto hombre,cuyo principio expreso de la manera siguiente en vistas a la constitución de una comunidad:nadie puede obligarme a ser feliz de una manera determinada, sino que cada uno tienederecho a buscar su felicidad de la manera que mejor le parezca (...) Un gobiernoconstituido según el principio de la vigilancia (bienveillance) del pueblo (...), dicho de otra

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manera un gobierno paternalista (imperium paternale) (...) sería el peor de los despotismosimaginables” (1793, citado en Popper 1992, pp. 112-113).Y el propio Popper contesta: “Latarea fundamental que incumbe al Estado --lo que exigimos de él antes que nada-- esreconocer nuestro derecho a la libertad y a la vida y, en caso necesario, ayudarnos adefender nuestra libertad y nuestra vida (y todo lo que se desprende de ello) como underecho. ¡Pero esta tarea ya es, en sí, paternalista!” (p. 115).

5. Los objetivos a largo plazo del Memorándum

a) el pleno empleo

Ya hemos visto que el Memorándum ataca las políticas neoliberales que se presentan comouna "ilimitada globalización, la búsqueda de la privatización como un objetivo en sí mismoy el incontrolado dominio del mercado", reconociendo que estos objetivos "han sido asímismo incorporados hasta cierto punto en los conceptos socialdemócratas" (EEPEA, 1998,p. 196). Dejando a un lado la ambigua utilización de adjetivos y adverbios12, me parece amí que lo que en el documento se considera como simplemente "incorporado hasta ciertopunto a la socialdemocracia" es la esencia misma de ésta. Por otra parte, el Memorándumdice perseguir el objetivo del pleno empleo pero sin renunciar en ningún momento a laeconomía capitalista. Es evidente que yo no puedo estar de acuerdo con estosplanteamientos, después de haber escrito (Guerrero y Guerrero, 2000a, p. 26):

"Tras el diagnóstico, la receta. A diferencia de sus oponentes neoclásicos ykeynesianos, los heterodoxos no tienen estas recetas. Para ser exactos, saben que noexisten tales recetas contra el desempleo dentro del sistema capitalista. Fuera de esesistema, claro que hay solución al desempleo. Simplemente, se trata de instauraruna auténtica democracia, poner en práctica la voluntad popular de trabajarcolectivamente y ganarse la vida dignamente. Pero para eso hacen falta muchascosas y superar muchas dificultades, remover muchos obstáculos (no sóloeconómicos) en cuyo análisis no podemos entrar ahora. Pero me voy a centrar enuna sola, una que tiene que ver con nuestro campo de actividad. "El hombre se creelibre porque no se apercibe de sus cadenas", reza una frase célebre. Y nosotrosañadimos que una de sus cadenas que no perciben muchos críticos es que, al creersecríticos del pensamiento único, lo único que están haciendo es contribuir alpensamiento único, darle color a ese pensamiento hasta formar un arco irisaparentemente fantástico y maravilloso. El pensamiento único es en realidad unmulticolor arco iris de pensamientos únicos diversos que sólo tienen una cosa encomún: la creencia de que capitalismo y democracia son compatibles. La receta paracocinar esa compatibilidad queda al gusto del cocinero de turno: a algunos les gustala tortilla de patatas sólo con patatas (el mercado); a otros les gusta además concebolla (el Estado). El menú está bueno para los comensales, eso hay quereconocerlo, aunque no dejen de ser dos variantes de un mismo plato único.

12 Pues se puede interpretar que vienen a decir que lo que ellos quieren es una globalización no ilimitada, unaprivatización que no sea un objetivo en sí mismo sino un simple medio para otros objetivos, y que el mercadodomine pero no incontroladamente.

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Lamentablemente, lo peor no es eso. El fallo más grave del sistema de mercado esque a los que ponen el trabajo para la elaboración de las dos clases de tortilla losobligan a quedarse fuera del restaurante a la hora de la comida, alienados de lasexquisiteces de cualquiera de ambas modalidades culinarias. Aun más: sólo lesdejan participar, una vez acabada la comida, a la hora de lavar los platos. Y, eso sí,como premio extra para los ciudadanos de los países democráticos (así llamados), seles deja opinar, cada cuatro o cinco años, si sus preferencias van por la tortilla con osin cebolla.

b) los avances en el Estado del bienestar

Al mismo tiempo, el Memorándum parece compartir los planteamientos socialistas ysocialdemócratas sobre el Estado del bienestar. Tampoco puedo estar de acuerdo con lacarga ideológica que tiene este concepto --para mí retórico, y que tiene como objetivocontraponer a la ideología conservadora de la Economía del Bienestar, fundamental liberal-no social, la no menos conservadora del Estado del bienestar, como contrapunto activo ypolíticamente más avanzado para lograr el bienestar-- cuando ya me he pronunciadoclaramente al respecto en las últimas JEC (de Málaga), en un trabajo compartido, despuéspublicado:

"Como conclusión de todo lo anterior, digamos que la evidencia empíricadisponible, tanto para el caso de España como para otros países desarrollados de laOCDE, apoya fuertemente la tesis aquí defendida de que gran parte de losbeneficios atribuidos al llamado "Estado del Bienestar" son un puro mito que sólopuede ser consumido en el circuito político-mediático, pero de escasa relevancia entérminos del análisis científico. Sin embargo, ello no quiere decir que despreciemosla lucha de los sectores sociales que se oponen a lo que hoy se llama "la necesariareforma del Estado del Bienestar, con vistas a su salvaguardia" (Rojo 1996, perotambién Gómez Castañeda 1995 y tantos otros). Simplemente, proponemos que sellame a las cosas por su nombre, que el aumento del peso del Estado en el PIB nosignifica por sí mismo bienestar para todos, ni el Estado capitalista parece muy aptopara ser calificado de benefactor por aquéllos que lo sufren. Si nos oponemos a loque muchos llaman el "desmantelamiento" del Estado del Bienestar es porquesomos contrarios al contenido de lo que se ha hecho y se pretende seguir haciendotras esa inadecuada denominación. Nos oponemos a la retórica del Estado delBienestar como a la retórica de la competitividad y del europeísmo, perosospechamos que lo que muchos quieren desmantelar es el conjunto de los derechosde los trabajadores, uno por uno, así como su nivel de vida y sus condiciones detrabajo. Sin embargo, lo esencial es recordar que a una economía de mercado y, portanto, del malestar sólo le puede corresponder un "Estado del malestar" (Guerrero yDíaz Calleja, 1998, p. ?).

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Figura 1: Los coeficientes de salarios y beneficios, antes y después de la intervención estatalA esa conclusión no se llegaba arbitrariamente, sino que se basaba en un estudio que nopuede reproducirse aquí íntegramente, por razones obvias, pero sí resumirse diciendo que loque se hizo fue imputar la totalidad de los gastos e ingresos públicos, o bien a las rentas detrabajo o bien a las de capital, de forma que, al desaparecer (en el modelo) el Estado comointermediario de todos esos flujos monetarios, el resultado neto sólo puede ser unadistribución a favor o en contra de unos de los dos sectores sociales señalados (aunque en lapráctica, los déficits públicos permiten durante un periodo de tiempo más o menos largoadelantar una mayor capacidad de gasto, que se pide prestada al futuro; lógicamente, esotiene consecuencias posteriores sobre la senda de crecimiento potencial de la economía,pero ése es otro tema). Esto puede ilustrarse mediante la representación gráfica de loscoeficientes que aparecen en la figura 1. Así, el "coeficiente salarial" (CA) se definesimplemente como el cociente que existe entre la proporción que representan los salarios enla renta nacional y la proporción que representan los trabajadores asalariados (ocupados yparados) en la población activa; mientras que el "coeficiente de beneficios" (CK) se midepor el cociente entre la parte de la plusvalía (o rentas no salariales) en la renta nacional y laparte de los no asalariados (capitalistas y autónomos) en la población activa. Loscoeficientes CA1 y CK1 son los que se obtienen en un primer momento, a partir del repartoespontáneo que generan las fuerzas de mercado en el interior de las empresas, mientras quelos coeficientes CA2 y CK2 son los que recogen también el resultado neto de la intervenciónestatal en términos de sus efectos redistributivos totales sobre capital y trabajo.

Puede observarse cómo los valores que toman los dos coeficientes iniciales (CA1 y CK1) nohacen sino dispersarse entre 1970 y 1982, y especialmente entre 1982 y 1992, lo que

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significa una tendencia al aumento de la desigualdad generada por la distribuciónespontánea de la renta que responde directamente a las fuerzas de mercado. Peroigualmente claro es que el efecto neto del famoso Estado del bienestar es, a este respecto almenos, aparentemente nulo, ya que idéntica conclusión puede obtenerse a partir de lacomparación de CA2 y CK2, como lo demuestra visualmente el casi perfecto paralelismoque siguen ambos pares de líneas en la figura 1.

c) La cohesión social

Otro de los objetivos declarados del Memorándum es la "cohesión social". ¿Quieren decircon esto sus firmantes que (ya) no creen en la lucha de clases en el interior del capitalismo?Para empezar, hay que aclarar que ni el reconocimiento de la existencia de clases ni de lalucha de clases es algo típico del pensamiento de Marx, ya que, como él mismo dejara bienclaro, eso estaba ya sólidamente asentado en el pensamiento europeo antes incluso de queél naciera, y era una idea completamente admitida por los autores más relevantes de laeconomía, la historia y la ciencia social burguesa en general. Sólo cuando las condicionescapitalistas evolucionaron en el sentido de dejar a la vista de todos, cada vez másclaramente, la contradicción básica entre propietarios y asalariados, sólo entonces, losburgueses empezaron a desinteresarse por distinguirse de la nobleza precapitalista, a la quehabían combatido hasta entonces, y comenzaron a dirigir sus armas contra las nuevas clasesobreras y las nuevas ideas que iban surgiendo en ella (y que se reflejaban, aunquedesfiguradamente, en el pensamiento de las capas intelectuales y profesionales,entremezclada con ideas procedentes del campo burgués), al calor del desarrollo delmovimiento proletario.Al hacerse la burguesía cada vez menos realista y más tendente a edulcorar la imagen de supropia sociedad, a falsear la interpretación teórica de la misma con idealizaciones de todotipo, fue presionando progresivamente y consiguiendo poco a poco que los oponentessocialistas --que antes habían combatido con la misma arma del realismo, que ella mismautilizara en sus orígenes-- se pasaran también al campo del idealismo y la mistificación.Cada vez más socialistas y críticos empezaron a asumir la retórica burguesa de la armoníade clases y la conciliación de intereses dentro del sistema capitalista, hasta llegar a lavergonzante retórica actual, de origen "fordista-rooseveltiano-beveridgiano-keynesiana", entorno al consenso y el pacto social originarios del así llamado "Estado del bienestar". Deahí a la "cohesión social" que reclama el Memorándum no hay, pues, más que un paso.Ahora, muchos de los críticos del neoliberalismo reciente asumen que dos décadas de estaamarga medicina han roto ese consenso y la cohesión social que tanto parecen añoraralgunos, al asociarla con el discurso de la "edad dorada del capitalismo" (los 50 y 60),olvidando muchos de ellos las cosas que se escribían en esa época sobre (= contra) elcapitalismo (al menos, cuando se partía de una matriz intelectual marxista que, dadas lastendencias y modas de la época, eran la matriz casi unánime de los profesionales yestudiantes de entonces), sin que haya ahora menos razones subjetivas para seguirhaciéndolo, a menos que se esté dispuesto a sucumbir al mito del realismo, delpragmatismo y de la realpolitik.

Conclusión

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Puesto que se trata de seguir contribuyendo al diálogo que, al menos en mi opinión, elcitado Memorándum puede y debe generar, voy a acabar con unas reflexiones rápidas sobrereformas en el capitalismo que yo propongo como alternativas a las que se sugieren en eldocumento criticado, dejando para el apéndice unos comentarios sobre la evidente y bienconocida posición ideológica de autores como Keynes. Ya sé que los postkeynesianosactuales y otros críticos del capitalismo y del liberalismo van mucho más allá de Keynes,pero en mi opinión el eclecticismo les impide avanzar y los arrastra hacia atrás, reclamandoa la postre medidas reformistas que tienen más que ver con las que pergeñaron la Iglesiacatólica (y protestante) y los socialistas antimarxistas que con el marxismo que algunos deellos tienen en el origen de su evolución ideológica.

No es lugar éste para exponer mis concepciones sobre el socialismo del futuro (el que yoveo engendrarse, de forma espontánea, sin necesidad de que los intelectuales acierten o seequivoquen en la propuesta de recetas y panaceas, en el seno de la propia sociedadcapitalista). Pero sí caben dos palabras sobre las reformas que se pueden hacer en elcapitalismo si se pierde cierta timidez cuasi-universalmente compartida. Luchemos parahacer que todos tengan obligación de trabajar, que todos tengan derecho a trabajar la mitadde lo que se trabaja en la actualidad, que se practique la igualdad a escala internacional,asignando los recursos hacia los países que democráticamente lo necesiten (según elprincipio de un hombre, un voto, a escala del globo), que se pruebe con un método quetenga como objetivo básico el auténtico reparto del trabajo y del tiempo libre (la auténticariqueza de la sociedad), y como objetivo a corto plazo la eliminación del desempleo. Paraconseguir esto último, se tiene que articular toda la política de este Estado capitalistareformado alrededor de, y en función de, dicho objetivo, para lo cual se puede probar condistintas variantes (proporciones) entre la fracción centralizada y la fracción descentralizadaen el consumo del producto social. Como ya existen medios técnicos para llevarlo a cabo,dotemos a cada persona del planeta de un derecho burgués igual a la misma capacidad deadquisición de bienes (un chip asociado al DNI o una especie de Visa social (por seguirusando el famoso adjetivo); con ello, la democracia irá descendiendo desde lasuperestructura política del voto cuatrianual, a la estructura social y económica del votocotidiano contra el hambre y la desigualdad. Usemos el Estado burgués para corregir lasimperfecciones de esa asignación, y, puesto que nuestro camino será en dirección alsocialismo, dejemos que las masas participen en la toma de decisiones sobre el modo decorregir los problemas.

No se trata de establecer el cielo en la tierra. Se trata de perderle el miedo a San Pedro y suscompinches, que nos tienen encerrados en este infierno con gran habilidad (con maña y confuerza). Lo que no saben es que la presión de esta caldera de Pedro Botero está subiendotanto que, el día que estalle, los encerrados saldremos de esta prisión y nos dirigiremos,asociados y libres, al purgatorio. Y la caldera estallará.

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APÉNDICE: EL "NEOLIBERALISMO" DE KEYNES Y DE LOS NEOCLÁSICOS

Un conocido biógrafo de Keynes nos ha contado cómo, a finales de 1917, pensaba que la continuación de laguerra significaría "la desaparición del orden social que hemos conocido hasta hoy" (Skidelsky, 1996, p. 43).Keynes era partidario de la desigualdad de fortunas13, pero "lo que me asusta es la perspectiva de unempobrecimiento generalizado" (ibíd.), quizás porque era consciente de que podría terminar afectándole a élmismo14 y a los que él consideraba "su clase". En efecto, el propio Skidelsky nos dice: "Keynes rechazóexplícitamente la base clasista de la política socialista. Una frase suya muy citada es: '[El Partido Laborista] esun partido de clase, y esa clase no es la mía. Si yo voy a defender intereses sectoriales, defenderé los míos...Puedo recibir la influencia de lo que parece ser la justicia y buen sentido, pero la lucha de clases meencontrará en el bando de la burguesía educada' (CW ix.297). Era un igualitario que aspiraba a igualar haciaarriba, no hacia abajo" (ibíd., p. 83). Y la razón de esas posiciones estriba en que "objetó la venarevolucionaria del socialismo"15 debido a que pensaba que, aunque "el grueso del Partido Laborista no estabaformado por 'jacobinos, comunistas, bolcheviques'"16, sin embargo "la malignidad y el resentimiento de estosgrupos contagiaba al partido en su conjunto" (ibíd., p. 82).

Su filosofía política es bien conocida, ya desde sus años de estudiante (1904), cuando se sintió atraído por lasideas del conservador Edmund Burke en un trabajo con el que ganó el "Premio para Ensayos de laUniversidad". Skidelsky comenta que "las ideas expresadas en este ensayo estudiantil afloran una y otra vezen sus escritos ulteriores" (p. 73). Y, además de conservador, era plenamente pragmático: "Para un Estadocapitalista es fatal tener principios. Debe ser oportunista en el mejor sentido de la palabra, viviracomodándose y con buen sentido. Si un gobierno monárquico, plutocrático o de cualquier estilo parecidotiene principios, caerá" (Keynes Papers, PS/6, 1925/26; citado en Skidelsky, 1996, p. 74). Por otra parte,compartía también la idea burkiana de que "'el pueblo' es incompetente para gobernarse a sí mismo y que elParlamento debía estar siempre preparado para resistir los prejuicios populares en nombre de la equidad entreindividuos y clases", por lo que la conclusión de Skidelsky, aunque él no utilice estos términos, es que venía aser una especie de antecesor de la Tercera Vía de Blair y Clinton y del Nuevo Centro de Schröder y Aznar,pues "rechazó tanto el conservadurismo irreflexivo como el socialismo radical: éste era el tono de la VíaIntermedia que respaldó durante las dos guerras" (p. 78).

13 "Por mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes desigualdades en los ingresos y enla riqueza, pero no para tan grandes disparidades como existen en la actualidad" (Keynes, 1936, p. 329). Elconservador y maestro de conservadores (entre ellos, Keynes), Edmund Burke, "defendía los derechos depropiedad existentes con el doble argumento de que la redistribución de la riqueza no tendría consecuenciasefectivas para los pobres" --¿recuerdan la famosa "tesis de la perversidad" de Hirschman (1991)?--, razón porla cual "Keynes pensaba que este argumento 'es sin duda de un gran peso... y siempre deberá ser una de lascontrarréplicas más poderosas ante cualquier proyecto cuyo objetivo último sea el igualitarismo'" (citado enSkidelsky, 1996, p. 76). Es más: "Lo que más obviamente separa a Keynes y los 'progresistas' es su actitudhacia la justicia social. Keynes no plantea objeción (u objeción enérgica) alguna al orden social vigente sobrela base de su falta de equidad o justicia en la distribución de los destinos vitales, sino más bien porque ellaissez-faire no protegía las 'normas' sociales y económicas existentes" (p. 79).14 No hay que olvidar que Keynes vivía "entre cuadros de Cézanne, Derain, Braque, Picasso y Matisse",coleccionaba "manuscritos de Newton", llegó a "financiar, construir y donar el Arts Theater a Cambridge",etc. (Rojo, 1984, p. 61).15 Según Rojo, "Keynes era contrario a que el Estado asumiese la propiedad de los medios de producción yera opuesto, en general, al socialismo. Lo importante, en su opinión, no era que el gobierno hiciera lo que yaestaban haciendo los individuos (...); lo importante era que hiciera lo que nadie hacía. Estaba convencido deque el socialismo empobrecería la vida, ahogaría las libertades y reduciría la eficacia económica y, con ella, elproducto nacional (...) Y del socialismo marxista decía que siempre sería 'un portento para los historiadores delas ideas cómo una doctrina tan falta de lógica y tan aburrida puede haber ejercido una influencia tan poderosay duradera sobre las mentes de los hombres y, a través de ellas, sobre los sucesos de la historia'" (1984, pp.55-56).16 Rojo recoge otra cita complementaria al respecto: Keynes "desconfiaba de un partido sometido a lainfluencia, por una parte, de los sindicatos, 'ayer oprimidos, hoy tiranos --decía--, cuyas pretensiones egoístasy parciales hay que resistir con valentía'" (1984, pp. 42-43).

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Lo que Keynes pretendía, escribe Skidelsky, "como escribió después de la Teoría general, era rellenar losvacíos del 'sistema manchesteriano'", pues consideraba que "el desarrollo industrial espontáneo prefigurabaasí, y hacía posible, la 'socialización consciente de la inversión' que Keynes va a propugnar en la Teoríageneral" (p. 80). Por tanto, "rechazó enfáticamente al socialismo en tanto que remedio económico de losmales del capitalismo" y añadió que "el hecho mismo de que el capitalismo se estuviese 'socializando' hacíaque la propiedad pública fuese innecesaria" (p. 82). Por último, "se opuso al anti-elitismo de los laboristas"porque creía que lo mejor era "el gobierno de una clase guardiana platónica, restringida por la democraciapero no gobernada por ella" (p. 83). Lo único que veía con buenos ojos del socialismo era "su pasión por lajusticia, el ideal fabiano del servicio público, y su utopía, basada en la eliminación de la motivación delbeneficio", pero apostillaba cínicamente que "mientras tanto (...) 'debemos seguir fingiendo que lo bueno esmalo y lo malo bueno, porque lo malo es útil y lo malo no'" (pp. 83-84).

Son bien conocidas el tipo de reformas que postulaba, y el tipo de críticas que hacía, muy parecidos a los queahora vemos en G. Soros. Por ejemplo, la oposición que establecía Keynes entre especulación y espíritu deempresa. Ya en 1936 escribió que "el riesgo del predominio de la especulación aumenta", y, refiriéndose enparticular a Wall Street, decía que allí la especulación "es enorme". Como estaba convencido de que "losespeculadores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa;pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación",Keynes se enfadaba mucho con la economía de casino (el término es suyo, por mucho que sorprenda a losabundantes especialistas actuales carentes de olfato histórico) que corresponde al segundo caso. Y no sóloeso, sino que proponía --él, el liberal que escribió "el contenido básico del programa del Partido Liberal paralas elecciones generales de 1929" (véase Rojo, 1984)-- lo mismo que esa izquierda europea que tanto gritahoy contra el neoliberalismo: "Generalmente se admite que, en interés público, los casinos deben serinaccesibles y costosos, y tal vez esto mismo sea cierto en el caso de las bolsas de valores (...) Laimplantación de un impuesto fuerte sobre todas las operaciones de compraventa podría ser la mejor reformadisponible".

Por su parte, Rojo ha señalado lo importante que para él eran "su patriotismo, su aceptación del Imperio comoun hecho de la Historia (...) y su tendencia a pensar que lo mejor para el mundo era que los asuntosimportantes estuvieran en manos británicas", pues "Keynes tuvo siempre plena conciencia de pertenecer, pornacimiento y por formación, al núcleo intelectual de esa minoría en cuyas manos estaban, en buena medida, elgobierno y las decisiones importantes del Imperio" (Rojo, 1984, pp. 13 y 17). En relación a su etapa deBloomsbury, Rojo describe que los miembros de ese grupo "no sentían el deber de la acción social, y si seinteresaban por la condición de las clases inferiores, era por razones de conciencia, no de solidaridad;aspiraban a cambiar la sociedad transformando la clase dominante desde la libertad, la razón, la tolerancia y laestética" (p. 27). Recordando ese ambiente, escribía aun en 1938: "Soy y continuaré siendo siempre uninmoral" (p. 34), que conecta con la caracterización de Skidelsky: "Fue un liberal [en el sentido anglosajón]17

hasta su muerte. La tarea que se planteó fue reconstruir el orden social capitalista sobre la base de una mejoradministración técnica" (Skidelsky, 1996, p. 45).

En cuanto a su liberalismo, Rojo nos aclara que "Keynes nunca se dejó absorber en la lucha de los partidos.Los tres partidos políticos intentaron incorporarle a sus filas en un momento u otro, pero Keynes siemprerehusó tales ofrecimientos. Sus padres votaban al Partido Liberal y éste fue el partido del que Keynes se sintiósiempre más cercano hasta el punto de participar en sus plataformas para hablar a favor de sus candidatos y deapoyar vigorosamente a Lloyd George en las elecciones de 1929 (...) Y cuando se le confirió el título deBarón Keynes de Tilton, en 1942, pidió que se dejara sentarse en los escaños liberales de la Cámara de losLores, pero que se le considerase como un independiente" (1984, pp. 40-41). Sin embargo, es importanteprecisar que "el Partido Liberal de tiempos de Keynes ya no se inspiraba en los principios gladstonianos de

17 Los corchetes son en este caso del traductor del libro de Skidelsky, Carlos Rodríguez Braun. Es bien sabidoque en los Estados Unidos la palabra liberal significa progresista e incluso izquierdista, y en el mundoanglosajón predomina el contenido moral del término liberal, adjudicándose a personas de costumbrestolerantes. Hasta qué punto esta forma de liberalismo parece estar calando también en España nos lodemuestra un anuncio reciente aparecido en la sección de "servicios de relax" de un periódico escogido alazar: "SUSANA. 20 años. Liberal, bellísima, me gusta que me lo hagas vendada por delante y por detrás.10.000. Tel. 91/420..." (El País, 9-xi-99, p. 15 de la sección "Madrid"; la cursiva es mía: D. G.).

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hostilidad a la intervención del Gobierno en la vida social (...) Desde los primeros años del siglo, el PartidoLiberal (...) había hecho suyas una parte de las ideas socialdemócratas (...) había buscado un apaciguamientode los conflictos laborales (...) iniciado una política de reformas sociales (...) introducido una reforma fiscal[con] impuesto personal progresivo (...)" (p. 41). En definitiva, se trataba de un partido liberal neoliberal --enla acepción que se le daba a esa palabra a principios del siglo XX, es decir, partidario de la intervenciónestatal-- en el que "un grupo de 'nuevos liberales' capturaron temporalmente la dirección interna del partido yesbozaron un programa que buscaba una vía media18 entre el individualismo y el colectivismo y proponía unapolítica expansiva, no ortodoxa, para combatir el paro" (p. 45).

En realidad, Keynes no estaba sólo en sus posiciones neoliberales. Su maestro Marshall anticipó muchos desus planteamientos, e incluso más agudamente, pues "participaba de la preocupación sentida por un ampliosector de las clases medias británicas del fin de siglo por lo que se denominaba 'la cuestión social'" y favorecíaciertas "políticas redistributivas" al igual que muchos "liberales reformistas de la época", confiando en que"las reformas ahuyentarían las amenazas revolucionarias y moderarían el movimiento sindical" (p. 53).Igualmente, su discípulo Pigou, escribió su famosa Economía del Bienestar en 1920, donde "estudió losmétodos que permitirían mejorar, a través de intervenciones, el bienestar de la sociedad" (p. 54). Rojo nosrecuerda cómo ya en 1886 H. S. Foxwell, que influyó bastante sobre Keynes, "había defendido políticaseconómicas que, interfiriendo con los principios de libertad y competencia, redujeran la irregularidad delempleo" (p. 55); y es que el "capitalismo individualista y competitivo del pasado" había dado paso a una"nueva fase que Keynes denominaba", siguiendo al institucionalista Commons, "de 'estabilización'", es decir,"una fase organizativa en la que no cabía encontrar tendencias automáticas al equilibrio, sino tensionesconflictivas entre grupos", por lo que "se necesitaba una dirección consciente de la economía que mantuvieseel sistema en funcionamiento como un 'capitalismo reformado' o un 'capitalismo razonable' y buscase laestabilidad social" (pp. 56-57).

¿Eran "socialistas" los liberales clásicos y neoclásicos?

Uno de los autores clásicos de lo que hoy se conoce como neoliberalismo, F. Von Hayek, dedicaba en 1944su libro más famoso, Camino de servidumbre, "a los socialistas de todos los partidos", pues, enfrentado a todaforma de intervencionismo económico, encontraba socialistas no sólo en su sede clásica --los partidos deorigen socialdemócrata, incluidos los comunistas-- sino por doquier. En un prólogo a una edición del libro en1976, y tras reconocer que hizo entonces "varias concesiones que ahora no creo justificadas", debido a "nohaberme liberado aún por completo de todas las supersticiones intervencionistas entonces corrientes"19 (1944,p. 25), matiza sin embargo sus conclusiones sobre el Estado del bienestar, seguramente porque es conscientede que los socialistas que tanto detestaba le parecen ahora más democráticos. Así, escribe que en 1944"socialismo significaba sin ninguna duda la nacionalización de los medios de producción y la planificacióneconómica centralizada"; mientras que ahora, en 1976, "socialismo ha llegado a significar fundamentalmenteuna profunda redistribución de las rentas a través de los impuestos y del instituciones del Estado benéfico";por tanto, aunque Hayek sigue creyendo "que el resultado final tiende a ser casi exactamente el mismo" --la"servidumbre", se supone--, matiza que "el proceso a través del cual se llega a este resultado no es igual al quese describe en este libro" (ibid., p. 25).

La tesis del libro de Hayek es que "la planificación conduce a la dictadura" (p. 102), y al mismo tiempo que"sólo dentro de este sistema [el 'capitalismo'] es posible la democracia", de forma que "cuando a llegue a serdominada por un credo colectivista, la democracia se destruirá inevitablemente" (p. 101). Sin embargo, Hayekno se olvida de hacer una distinción clave: "La planificación y la competencia sólo pueden combinarse paraplanificar la competencia, pero no para planificar contra la competencia. Es de la mayor importancia para lacomprensión de este libro que el lector no olvide que toda nuestra crítica ataca solamente a la planificacióncontra la competencia; a la planificación encaminada a sustituir a la competencia", mientras que no se discute

18 Nuevamente, nos encontramos con la tercera vía avant la lettre, como no puede dejar de suceder cuandonos referimos a cualquier autor reformista del siglo XX, e incluso del XIX, pues siempre se trata y se hatratado de los mismo: armonía, en vez de lucha, de clases.19 No nos puede extrañar, pues este autor ha llegado a reclamar la desnacionalización del dinero (véaseHayek, 1978).

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"la indispensable planificación que la competencia requiere para hacerse todo lo efectiva y beneficiosa quepuede llegar a ser" (p. 71).

E insiste: "Es importante no confundir la oposición contra la planificación de esta clase con una dogmáticaactitud de laissez faire. La argumentación liberal defiende el mejor uso posible de las fuerzas de lacompetencia como medio para coordinar los esfuerzos humanos, pero no es una argumentación a favor dedejar las cosas como están (...) No niega, antes bien, afirma que, si la competencia ha de actuar con ventaja,requiere una estructura legal cuidadosamente pensada (...) El uso eficaz de la competencia como principio deorganización social excluye ciertos tipos de interferencia coercitiva en la vida económica, pero admite otrosque a veces pueden ayudar muy considerablemente a su operación e incluso requiere ciertas formas deintervención oficial" (pp. 64-65). Un poco más abajo, aclara que "la única cuestión está en saber si en cadaocasión particular" de intervención, "las ventajas logradas son mayores que los costes sociales que imponen";y llega a declarar con toda claridad que "tampoco son incompatibles el mantenimiento de la competencia y unextenso sistema de servicios sociales" (p. 66). Ahora bien, también es cierto que "un resultado necesario, ysólo aparentemente paradójico, de lo dicho es que la igualdad formal ante la ley está en pugna y de hecho esincompatible con toda actividad del Estado dirigida deliberadamente a la igualación material o sustantiva delos individuos, y que toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia distributiva tiene queconducir a la destrucción del Estado de Derecho" (p. 111).

Por tanto, Hayek reconoce que "los argumentos para que el Estado ayude a organizar un amplio sistema deseguros sociales son muy fuertes", ya que "es indudable que un mínimo de alimento, albergue y vestido,suficiente para preservar la salud y la capacidad de trabajo, puede asegurarse a todos" (p. 157). Tampoco hayninguna razón "para que el Estado no asista a los individuos", ni hay "incompatibilidad de principio entre unamayor seguridad, proporcionada de esta manera por el Estado, y el mantenimiento de la libertad individual"(p. 158). Además, para "combatir las fluctuaciones generales de la actividad económica" será necesaria"mucha planificación en el buen sentido" --por ejemplo, mucha "política monetaria, que no envolvería nadaincompatible incluso con el liberalismo del siglo XIX"--; sólo le parece nociva "la planificación destinada aproteger a individuos o grupos contra unas disminuciones de sus ingresos (...) Esta clase de seguridad ojusticia parece irreconciliable con la libertad de elegir el propio empleo" (pp. 158-159).

La tradición de Hayek, tan admirado por la neoliberal Margaret Thatcher, no es por tanto ajena a la tradiciónde los liberales utilitaristas e intervencionistas opuestos a un laissez faire absoluto. Pedro Schwartz, que en1968 escribió La nueva Economía política de Stuart Mill, nos vuelve a recordar en su último libro que Mill"propuso reformas de la propiedad agraria y urbana, la modificación del sistema hereditario, defendió la libresindicación y, sobre todo, defendió el cooperativismo" (1999, p. 199). Esto lo ratifica Ryan, que escribe que"Mill disociaba su defensa de la libertad individual del laissez faire. Mill no pensó nunca que los derechos depropiedad y la libertad de contrato tuvieran mucho que ver con la libertad; Sobre la Libertad [su libro másfamoso, de 1859] es perfectamente compatible con su defensa de las cooperativas de trabajadores en losPrincipios [1848] y con su discusión de la actividad del Estado en ese trabajo" (Ryan, 1987).

W. J. Ashley nos recuerda que, aparte de su padre, las personas que más influyeron en Stuart Mill fueronColeridge (y los coleridgianos, como F. D. Maurice), Comte y su mujer, Mrs. Taylor (Ashley, 1909, p. 10).Cole dice de Coleridge que, como Southey, era un "anticapitalista romántico", y que "este romanticismo anti-capitalista les condujo no hacia el socialismo, sino hacia un paternalismo que tenía mucho de común con elmovimiento social cristiano del continente europeo" (1953, vol. I, p. 124). Por su parte, Comte, una vezalejado de Saint-Simon, "en sus fases posteriores, llegó a una opinión que tenía mucho de la doctrina del'nuevo Cristianismo' de Saint-Simon" (ibíd., p. 55) y que reclamaba "una religión de la humanidad basadasobre la doctrina positivista de la evolución social" (p. 215). En cuanto a su mujer el propio Stuart Mill, en suAutobiografía, dice que le debe el "tono" con que están escritos sus Principios, que "consistía principalmenteen hacer la debida distinción entre las leyes de la producción de la riqueza --que son en realidad leyes de lanaturaleza y dependen de las propiedades de los objetos-- y las formas de su distribución, las cuales, sujetas adeterminadas concepciones, dependen de la voluntad humana. Casi todos los economistas políticos lasconfunden (...)" (en Ashley, 1909, p. 19).

En el capítulo de sus Principios que dedica al "futuro probable de las clases trabajadoras" (1871, pp. 644 yss.), Mill dice no reconocer "como justo ni saludable un estado de la sociedad en la que exista una 'clase' que

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no sea trabajadora, ni seres humanos exceptuados de soportar su parte en los trabajos inherentes a la vidahumana" (p. 644). Añade que "en la etapa actual del progreso humano, cuando las ideas de igualdad seextienden más cada día entre las clases más pobres (...) no es de esperar que pueda mantenerse para siempre ladivisión de la raza humana en dos clases hereditarias: patronos y obreros" y propone "para libertar por lomenos a los trabajadores del campo del trabajo asalariado" la medida de "la más amplia difusión de lapropiedad de la tierra" (pp. 651-2). Ahora bien, su propuesta favorita es la "asociación", bajo "una de estasdos formas": bien "la asociación de los trabajadores con el capitalista", bien "la asociación entre los mismostrabajadores".

De la primera dice --y tomen buena nota quienes critican oportunistamente el sistema de las stock options20--que "es ya práctica corriente remunerar con un porcentaje de las ganancias a aquellos en los cuales se depositauna confianza especial, y hay casos en que este principio se lleva, con excelente resultado, hasta incluir a lossimples trabajadores manuales" (p. 654). Pero prefiere la segunda, es decir, la cooperativa de producción,inspirada en las ideas de Owen y Louis Blanc, en la que "después de pagar a cada asociado un mínimo fijo,suficiente para mantenerse, el resto de la remuneración se reparte conforme al trabajo realizado" (p. 667),pero teniendo en cuenta que el "trabajo a destajo es el contrato más perfecto", aunque sea "el menos favorablepara el holgazán que desea le paguen sin trabajar" (p. 668). Es "de esperar que el adelanto progresivo delmovimiento cooperativista se traduzca en un aumento considerable de la producción" (p. 675).

De lo anterior concluye que "estoy, pues, de acuerdo con los escritores socialistas (...) pero (...) disiento porcompleto de ellos en lo que se refiere a la parte más visible y vehemente de sus enseñanzas: sus ataquescontra la competencia" (p. 677). En el capítulo que dedica a "los fundamentos y límites del principio dellaisser-faire o no intervención", comienza afirmando que "ningún asunto ha sido objeto de más vivasdiscusiones en la época actual" (p. 804), para hacer luego una diferencia entre "la intervención autoritaria delgobierno", a la que se opone, de "las intervenciones gubernamentales que no restringen la libertad de accióndel individuo" (pp. 805-7), y, tras hacer una larga lista de las segundas, toparse con la cuestión de la "caridadpública" y "las leyes de pobres". Al respecto distingue entre "dos clases de consecuencias": las de "laasistencia en sí", que juzga beneficiosas, y "las que derivan del hecho de confiar en ésta", que "en muchoscasos contrarrestan con creces el valor del beneficio"; de forma que "el problema a resolver es (...) cómoprestar la mayor cantidad de ayuda necesitada, con el menor estímulo a confiarse en ella" (pp. 826-7). Millpiensa que "si se hace que la situación de una persona que recibe el socorro sea tan aceptable como la deltrabajador que se sostiene con sus propios esfuerzos, el sistema hiere a la raíz de toda actividad individual",por lo defiende como solución la emigración, o, como él la llama, la "colonización" (pp. 827, 829).

Todo lo anterior es, pues, perfectamente coherente con su socialismo pequeño burgués y procapitalista: "Loque debe procurarse no es la subversión del sistema de la propiedad individual, sino su mejora" (p. 842). Nosólo pues el trabajo a destajo es el sistema perfecto, sino que la justificación del beneficio va de soi, ya que "elexcedente es casi siempre un equivalente por el riesgo de perder todo o parte del capital" (p. 843). Por tanto,"la constitución económica de la sociedad sobre bases enteramente nuevas, distintas de la propiedad privada yla competencia, por muy valiosa que sea como un ideal (...) no es un recurso del que pueda disponerse ahora(...)" (p. 846).

Respecto a otros autores de la tradición liberal, Schwartz insiste en que "los ejemplos podrían multiplicarse.Jevons y Marshall estudiaron economía impulsados por su desea de contribuir a la solución del problemasocial. El carácter razonable y equilibrado de la escuela 'fabiana' Se debe sin duda en parte a que eleconomista Wicksteed convenció a George Bernard Shaw de que la teoría 'trabajo' del valor era insostenible.Von Wieser, el marginalista austriaco; Léon Walras, el formulador del equilibrio general; Wicksell, granmonetarista sueco: fueron todos radicales en su actitud ante el capitalismo, más no utópicos" (Schwartz,.1999, p.). Schwartz tiene razón sólo si por radicales se entiende reformistas procapitalistas, como Keynes,nada que tenga que ver con el socialismo revolucionario.

20 Por su parte, Marx escribía en el tercer volumen de El Capital que "sobre la base de la produccióncapitalista se desarrolla en las empresas por acciones una nueva estafa con el salario administrativo, alaparecer, junto al verdadero directo, y por encima de él, una serie de consejeros de administración ysupervisión para quienes, en realidad, la administración y la supervisión son un mero pretexto para esquilmara los accionistas y para autoenriquecerse" (Marx, 1894, p. 498)

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Por ejemplo, Jevons, aparte de ser destacado por Keynes y otros como un buen analista de las causas del cicloeconómico --y no en relación con sus teorías de las manchas solares, sino con respecto a lo que llamaba "laproporción variable en que se hallan el capital destinado a la inversión permanente y a largo plazo y el que seinvierte a corto plazo tan sólo para reproducirse rápidamente" (Jevons, 1863, pp. 27-28)-- escribió en 1882 unlibro sobre El Estado en relación con el Trabajo, y otro en 1883 sobre Los métodos de reforma social, en losque exponía "numerosas excepciones" (Collison Black, 1987) al principio del laissez faire como lo entendíaStuart Mill. Black precisa que Mill "aprobaba los sindicatos que actuaban como sociedades amistosas ypresionaban por mejorar las condiciones de jornada y laborales de sus miembros, aunque siempre se opuso acualquier esfuerzo para fijar los salarios mediante negociación colectiva" (ibid.). Sin embargo, y aunque loanterior no es ajeno a los modernos socialistas, Jevons también proponía medidas más modernas que casanmejor con el socialismo liberal contemporáneo: "favorecía un sistema de 'colaboración industrial' y criticaba alos capitalistas que no querían participar en los esquemas de participación en los beneficios por parte de losempleados", e incluso abogaba por "el desarrollo de cooperativas de trabajadores para la producción" (ibid.).Anticipándose a Hayek, "aceptaba la provisión estatal de muchos bienes públicos como la seguridad exterior einterna y el cumplimiento de la ley", pero también "un gasto público generoso en educación, museos ydiversiones populares, aunque deploraba la provisión pública de hospitales y ambulatorios"; en definitiva,concluye Black, aunque "su posición general era similar a la de John Stuart Mill, estaba menos dispuesto aaceptar los argumentos socialistas21 que Mill (...) Sus valores no eran los de un radical, ya fuera de izquierda oderecha, sino los de un liberal" (ibíd.).

En cuanto a Marshall, este autor escribe en sus Principios, refiriéndose a los pobres, que "sería preferible paraellos, y mucho más para la nación, que se los colocara bajo una disciplina paternal22 semejante a la queprevalece en Alemania" (1890, 4ª ed., p. 586). Y Marshall es bien explícito al respecto: "Podría empezarse poruna administración más amplia, más educativa y más generosa de la ayuda pública a los desvalidos (...) Podríaayudarse a las personas de edad avanzada (...) Pero el caso de los que tienen niños a su cargo exigiría un gastomayor de fondos públicos y una subordinación más estricta de la libertad personal a la necesidad pública"(ibid, nota). Y, tras insistir en la necesidad de que los niños vayan a la escuela, concluye que "el gasto seríagrande, pero no existe necesidad más urgente. Haría desaparecer ese cáncer que corroe todo el cuerpo de lanación (...)" (ibid.). Respecto al salario mínimo, escribe que "si pudiera implantarse, sus beneficios serían tangrandes que podría aceptarse gustosamente" (ibid., pp. 586-587). Así pues, concluye, "el Estado parece estarobligado a contribuir generosamente, y hasta con profusión, a aquella parte del bienestar de las clasestrabajadoras más pobres, que éstas no pueden fácilmente conseguir (...) Entre tanto, la beneficencia pública ylos directores de los servicios médicos y sanitarios trabajarán en otro sentido para mejorar las condiciones delos niños de las clases más pobres. Los hijos de los trabajadores no especializados necesitan ser educados",pues "la existencia de nuestra clase más baja actual constituye casi un mal en sí mismo" (pp. 589-590).Además, sería "ventajoso que la mayoría de las personas trabajasen menos" (p. 591). Por último,anticipándose a su discípulo Keynes, Marshall critica la actividad especulativa: "Es cierto que muchas de lasgrandes fortunas se han hecho por medio de la especulación más bien que por un trabajo verdaderamenteconstructivo, y que gran parte de esa especulación va unida a una estrategia antisocial (...)" (p. 590).

Por lo que se refiere a Wicksteed, Steedman nos cuenta algo sobre su correspondencia con el reformistaagrario americano Henry George, que lo llevó a participar en la fundación de la Unión para la ReformaAgraria --"siguió apoyando cierto tipo de nacionalización de la tierra durante mucho tiempo después", escribeSteedman (1987)--; quizás también a escribir "su crítica de El Capital, publicada en la revista socialista To-Day en 1884" --que "con toda seguridad convirtió a George Bernard Shaw [y a partir de él, a todos losfabianos y, luego, a muchos socialistas revisionistas y ortodoxos] de partidario de la teoría del valor de Marxa la de Jevons" (ibid., p. 916)-- y a defender al excomunista Steedman la idea de que la obra de Wicksteedconstituye "una brillante demostración de que un autor que tenía una concepción fuertemente 'social' delagente individual, que simpatizaba con los movimientos socialista y laborista de su época, y que era a veces

21 Marshall escribe que "las crisis de la vida de John Stuart Mill [se refiere a sus episodios recurrentes dedepresión], según él mismo nos refiere en su autobiografía, procedió de la lectura de las obras de lossocialistas" (Marshall, 1890??, pp. 628-629).22 Por tanto, se anticipa a Popper, en su crítica a la tajante oposición kantiana al "paternalismo estatal" (véasePopper, 1992).

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un agudo crítico del sistema de mercado, podía ser, a pesar de todo, un purista de la teoría marginal" (ibid., p.919).

Por su parte, Wieser, maestro directo de Mises, a su vez maestro de Hayek, "afirmaba repetidamente queincluso una economía socialista tendría que usar el mismo patrón de medida y básicamente los mismosprincipios de 'planificación' que una capitalista", lo cual ni le impidió ser ministro austriaco de Comercio en1917-1918, ni comulgar al mismo tiempo con ese híbrido socialismo conservador de raíz alemana que, encontraste con el liberalismo de sus colegas austriacos (Menger y Böhm-Bawerk), "tendía, a pesar de superspectiva básica católica y conservadora, a coquetear con cualquier movimiento social que fuera nuevo ypareciera 'grande', y a hacer elogiosas referencias al socialismo en su juventud y al nacionalismo alemán y alfascismo en su vejez" (Streissler, 1987).

Del sueco Wicksell, nada menos que Samuelson dice de él que era "el más humanitario y menos conservador"de todos los neoclásicos, y que defendió "la redistribución de los ricos a los pobres sin importarle el daño quehacía a su propia carrera": "Ningún autor de la época eduardiana se acercó tanto a la ideología del New Dealde 1933-1965 y a la de la socialdemocracia moderna como Wicksell", aunque, evidentemente, "rechazóexplícitamente el marxismo como paradigma de diagnóstico y comprensión de las leyes de movimiento delcapitalismo" (Samuelson, 1987). Algo parecido afirma Uhr, refiriéndose a su folleto sobre El Estadosocialista y la sociedad contemporánea (1905), recopilación de una serie de conferencias sobre el socialismoque dictó unos 15 años antes, y donde aboga por un socialismo "limitado", no "completo". Pensaba quegracias al sufragio universal, los trabajadores se convertirían en la mayoría política y, por consiguiente, "ya notolerarían por más tiempo grandes desigualdades de renta y riqueza ni la inestabilidad económica (...) delcapitalismo del laissez faire sin perseguir y adoptar medidas correctoras"; advirtió "contra las medidasradicales de redistribución de la renta", y pensaba que "una economía socialista se construye mejor pormedios pacíficos y bajo un gobierno democrático", y que la "nacionalización inicial de los monopoliosnaturales y de los cártels podría ser suficiente"; en suma, parece que su posición consistía en una defensa "decierta forma de socialismo de mercado con un Estado del Bienestar bien desarrollado" (Uhr, 1987).

Y, por fin, Walras. Según Walker, "Walras estaba muy interesado en los problemas económicos de su tiempoy en la reforma socioeconómica. Sus convicciones normativas, que derivaban de la filosofía de la ciencia y dela justicia que tenía su padre, eran una mezcla del liberalismo convencional decimonónico y de la doctrina delintervencionismo estatal (...) Las recomendaciones políticas de Walras iban desde los monopolios naturales,que creía debían nacionalizarse; a los precios (...); el bimetalismo (...); la Bolsa, de la que pensaba que debíaser regulada por el Estado (...); a los impuestos (...); y la tierra, que debería comprar el Estado y arrendarse ausuarios privados a cambio de una renta (...)" (Walker, 1987). Como concluye Walker, "dado que su defensade la nacionalización de la tierra y de los monopolios naturales se basaba en el análisis científico, Walras sellamaba a sí mismo 'socialista científico'" (ibíd.).

Por su parte, Julio Segura, en su estudio introductorio a los Elementos de Walras (1900), comienzaprácticamente diciendo que fue "un corrosivo de las instituciones económicas y sociales de su época y unreformador social que clamó en el desierto, lo que le costó, entre otras cosas, frecuentes acusaciones desocialismo y la imposibilidad de enseñar e investigar en su propio país" (Segura, 1987, p. 20). Dice Seguraque su objetivo era "proporcionar una solución al problema de la distribución de la riqueza", por lo que "su"objetivo final sigue siendo la economía social" (p. 22), lo que le lleva a denunciar la "visión reduccionista dela obra de Léon Walras" como la de "un economista liberal y matemático" (p. 23). En realidad, era"librepensador, republicano, radical y pacifista" (p. 31), aunque no considerara nunca "que la intervención delEstado tuviera que ser muy amplia" (p. 32). Aunque Schumpeter lo llamó "semisocialista", Segura afirma que"mantuvo siempre una posición que calificó con optimismo de síntesis entre el socialismo y el liberalismo, loque en su época implicaba en términos relativos una sensible proclividad socialista" (p. 35).